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CRÓNICAS LUIS CARLOS RESTREPO R. Médico psiquiatra, Magister en Filosofía LOS SIGNOS DEL EXTRAVÍO Retos del pensamiento en Colombia Catarsis para expurgar el bien n medio de un desborde sangriento que arrasa, de un solo tajo, con la vida de letrados y analfabetos, de niños, dirigentes o simples empleados, no podemos soslayar la presencia de complejas redes de actitudes y símbolos que atizan el fuego de la intolerancia, volviéndonos ineptos para dialogar con la diferencia. Estos símbolos nos poseen, hablando a través de nuestros cuerpos mientras se alimentan de una milenaria tradición cultural, dificultando cualquier reflexión que pretenda dar cuenta de la manera como se insertan en nuestras vidas. Las ideas se sustraen, como si atrapadas en un torbellino de afec- tos no lograran acceder a los escenarios del pensamiento. Por apare- cer como el sin-sentido de la voluntad, la violencia se presenta como abismo abierto en el fondo de los mundos, al que solo podemos ac- ceder si nos permitimos una travesía diferente a la sugerida por el iluminismo cartesiano: Atento al desprendimiento y a la embria- guez 1, el sujeto que pretende pensar sobre la violencia debe empezar por rechazar los dictados de la buena conciencia, acosándose y des- prendiéndose de las representaciones conocidas para ponerse a sí mismo en juego como fuerza que se desplaza entre los objetos y los cuerpos. Sacrificada la sustancia interior que nos obliga a militar en las toldas del bien, estamos listos para que aparezca la fisura. Emerge ahora el sujeto como lugar inacabado, entendiéndose el parentesco que hay entre un yo que se enuncia de manera dogmática y la expe- riencia de quien se emborracha produciendo a su alrededor la muer- te. Ambos pretenden negar la fragilidad, animados por el deseo de sanar para siempre la herida, de clausurar ese punto vulnerable que nos impide totalizar la vida humana, así sea en nombre de Dios. La 1. BATAILLE,G. "La experiencia interior", El aleluya, Madrid, Alianza Editorial, 1981. 224 Nos. 5-6 AÑO MCMXCVII U. NACIONAL DE COLOMBIA BOGOTA,D.C.

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Page 1: LOS SIGNOS DEL EXTRAVÍOdeun"traqueto" anhelante deléx-tasismonetario queproduce eltrá-ficode cocaína, otratar de enten-der la terquedad de algún tras-nochado profesor de ética

CRÓNICAS

LUIS CARLOS RESTREPO R.Médico psiquiatra, Magister en Filosofía

LOS SIGNOS DEL EXTRAVÍORetos del pensamiento en Colombia

Catarsis para expurgar el bien

n medio de un desborde sangriento que arrasa, de unsolo tajo, con la vida de letrados y analfabetos, de niños,dirigentes o simples empleados, no podemos soslayarla presencia de complejas redes de actitudes y símbolos

que atizan el fuego de la intolerancia, volviéndonos ineptos paradialogar con la diferencia. Estos símbolos nos poseen, hablando através de nuestros cuerpos mientras se alimentan de una milenariatradición cultural, dificultando cualquier reflexión que pretenda darcuenta de la manera como se insertan en nuestras vidas.

Las ideas se sustraen, como si atrapadas en un torbellino de afec-tos no lograran acceder a los escenarios del pensamiento. Por apare-cer como el sin-sentido de la voluntad, la violencia se presenta comoabismo abierto en el fondo de los mundos, al que solo podemos ac-ceder si nos permitimos una travesía diferente a la sugerida por eliluminismo cartesiano: Atento al desprendimiento y a la embria-guez 1, el sujeto que pretende pensar sobre la violencia debe empezarpor rechazar los dictados de la buena conciencia, acosándose y des-prendiéndose de las representaciones conocidas para ponerse a símismo en juego como fuerza que se desplaza entre los objetos y loscuerpos.

Sacrificada la sustancia interior que nos obliga a militar en lastoldas del bien, estamos listos para que aparezca la fisura. Emergeahora el sujeto como lugar inacabado, entendiéndose el parentescoque hay entre un yo que se enuncia de manera dogmática y la expe-riencia de quien se emborracha produciendo a su alrededor la muer-te. Ambos pretenden negar la fragilidad, animados por el deseo desanar para siempre la herida, de clausurar ese punto vulnerable quenos impide totalizar la vida humana, así sea en nombre de Dios. La

1. BATAILLE,G. "La experiencia interior", El aleluya, Madrid, Alianza Editorial, 1981.

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CRÓNICAS

imagen de Dios o la invocaciónidealizada del amor aparecencomo la otra cara de ese horror a lafragmentación que quisiéramosnegar con todas nuestras fuerzas,pero que irrumpe en cada encuen-tro cuando buscamos con avidezla herida ajena para beber en silen-cio la amalgama interpersonal quenos permite seguir el viaje juntos apesar del mutuo desconocimiento.

El vino del furor

No hay nada más insulso queafirmar tajantes nuestra apuestapor la vida, sin tener en cuenta quenuestros deseos nacen de un terre-no ambiguo donde se confundenlos gestos de quienes ejercitan laguerra con los de aquellos queproclaman la convivencia. No setrata de dividir el mundo en bue-nos y malos, para repetir en nom-bre del orden el guión de las pelí-culas de pistoleros que polarizanlas emociones del espectador paraque descargue sin culpa su agre-sión sobre el criminal desalmado.La creencia en una bondad innatade la naturaleza humana no puedeconvertirse en ilusión que nos im-pida reconocer la realidad, ni enconjuro que niegue la fuerza quetienen las fantasías destructivasque los seres humanos materiali-zan cada vez que encuentran losmedios propicios para hacerlo.

No tenemos ninguna necesi-dad de negar la vergüenza y la fra-gilidad del justo, ni de minimizarla tentación del éxtasis y el extra-vío. Nuestro accionar y concep-ción del mundo siguen mediadospor la fascinación que produce lafuerza desbordada como métodopara explorar los terrenos de latransgresión. ¿Qué sen-tido tiene ocultar la exas-peración que nos produ-ce la existencia de una re-alidad que no logramoscontrolar? ¿Para qué 01-

vidar que la máscara de la bondadnos sirve para diferir la angustiade la muerte y el aniquilamiento?¿No basta con saber que mientrasel deseo nos desgarra preferimosla ternura? ¿No es suficiente anhe-lar un rostro amable que no pierdasu inocencia por saber del mal quenos mancilla? ¿Para qué apoltro-narnos en la verdad -que es otraherida- si apenas alcanzan nues-tras fuerzas para señalar horizon-tes preferibles?

No pretendemos negar quemás allá de nuestra voluntad laviolencia se encuentra en el núcleode la eficacia social, pues ganamosmucho más reconociendo esa re-alidad y orientando nuestros es-fuerzos a modificar las motivacio-nes que la hacen apetecible. Es elnuestro un recurso de acrobaciasimbólica para pensar carnalmen-te la impotencia que nos asfixia.Haciendo de la embriaguez uninstrumento de la inteligencia,buscamos el aspecto nocturno denuestros actos, sin olvidar que en-tramos en un terreno resbaloso,pues la motivación que nos acercaa coquetear con los signos de la tie-rra nos anuncia también que pode-mos quedar paralizados y poseí-dos por una trivial estolidez.

Pero insistimos en que nuestrodiscurso lleve viva la impronta delhecho singular que 10 suscita. Noqueremos amamantar ideas queocasionen aplausos apresurados opasajeras turbulencias. Anhela-mos más bien inducir una apertu-ra hacia una nueva sensibilidad,hacia una nueva eufonía que envez de cimentar opiniones tengaagudeza suficiente para disociarideas prematuramente fusiona-das. Abiertos a una escena dual

donde reinan la risa y la muerte,sabemos que sólo es palpable larealidad que se nos presentacomo cruce de contrastes, dondeexisten a la vez la sutileza y lacrueldad, la tragedia y la risotada.Que sólo vive con intensidadquien puede reír con su propiamuerte.

Pero, ¿Qué hacer cuando lamuerte se muestra enemiga de larisa? ¿Cuando se presenta bajo laforma de entumecimiento colecti-vo y de infinita estupidez del pen-samiento? ¿Cuándo la opacidadcomún de la masacre nos impidecaptar los signos de la mutación yla diferencia? ¿Cómo pensar la ex-istencia fragmentada y mutiladasin dejarnos invadir por un opre-sivo sentimiento de fracaso?¿Cómo entender a quienes usan elterror para instituir su sentido delmundo? ¿A quienes dicen morirpor su país en un acto que paraotros parece no tener razón?¿Cómo comprender el sufrimientoen una época en que el conceptoqueda mudo y la verdad carentede razón se torna realidad concre-ta?2 ¿Cómo pensar sin sucumbir ala tentación de suavizar con un fá-cil discurso pastoral ese furor -ódr- que desde tiempos antiguosdesigna tanto a la embriaguez ho-micida como a la justicia divina?3

La síntesis del afuera

La violencia cumple el papelde función sintética de los com-portamientos humanos, anudán-dolos no por la vía del adentro sinopor la vía del afuera, del exceso yla desmesura. La violencia es la ne-gación de la introspección, puessus caminos son los del éxtasis y la

extrospección, invitando alsujeto a desplazar el cen-tro de gravedad de su yohacia un punto extremode las posibilidades hu-manas, donde la emer-

2. "El sufrimiento, cuando se convierte en concepto, queda mudo y esté-ril": ADORNO, T. Teoría estética, Madrid, Taurus, 1980, 33.3. El nombre de Odín proviene de la raíz ódr, que significa a la vez furore inspiración poética. En el Apocalipsis se habla del vino del furor -oinosiou thymou- para designar a la vez la cólera de Dios y su juicio (14,10;16,19; 19,15).

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LU!S CARLOS RESTREPO P lOS SIGNOS DELEXTRAVío

gencia del furor modifica el desti-no de nuestros pactos y la fronterade nuestras angustias.

La violencia es la forma queasume en las sociedades contem-poráneas el rito arcaico de la inver-sión de roles, como si de esta ma-nera se reemplazara a las viejassaturnales en la empresa de refu-tar de tanto en tanto la solidez delfundamento. De allí su condiciónde ola mimética y contagiosa, flujode actuación que en principio semuestra extraño al movimientodel pensamiento. Pero es allí, fren-te a ese relámpago que nos niega,frente a las vivencias cruzadas dela embriaguez y la muerte, cuandoaparece la necesidad de pensaraquello que nos confronta, aquelloque sucede más allá de nuestraspretensiones de construir un mun-do pacífico y tolerante.

Porque pensar es volcarse a losabismos de la palabra, al absurdode las ideas, al límite de la repre-sentación, al patetismo del cuerpoy a la fascinación del territorio.Pensar es balancearnos sobre elabismo, acercándonos, así sea delejos, a la frondosidad de los vege-tales. Es saber de nuestros tatuajes,de la contradicción radical que nosconstituye. Es saber que la violen-cia es efectiva: Un efectivo métodode socialización; una forma rápidade acumulación; una vía para ob-tener poder y respeto. Es entenderque la violencia es un operador deunidad al que recurren insignescaudillos para afianzar el imagina-rio de sus pueblos. Es entenderque la crisis de las drogas nos re-vela la terquedad de la embriaguezpara dejarse domar por la voluntad.Que la creciente heteronomía delmercado y del consumo nos obligana repensar desde sus raíces los dog-mas del cristianismo y el clásico pa-radigma de la sobriedad y el auto-dominio.

Como la tarea del pensamien-to es dar cuenta de los flujos, a la

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vez comerciales y emotivos, quealientan o confrontan con su fuer-za silenciosa los ideales de la cul-tura, no podemos dejar de lado latarea de analizar la homología quese establece entre" droga" y "vio-lencia", sobre todo cuando en estepreciso momento algún indígenaamazónico consume yagé paramodificar su campo de concienciay reiniciar su viaje por lo sagrado,mientras otro masca coca en algúnparaje de la cordillera andina. Pen-sar sobre la realidad que nos cir-cunda es deducir de ese aconteci-miento excesivo implicacionesmorales y políticas, sin olvidarque los nativos alcanzan la cimade la ecosofía emborrachando lossentidos, coqueteando con la hete-ronomía y fantasmagorizando suconciencia. Es confrontar el viajedel curaca con la deriva de un ba-suquero callejero, es preguntarnospor las disponibilidades afectivasde un "traqueto" anhelante del éx-tasis monetario que produce el trá-fico de cocaína, o tratar de enten-der la terquedad de algún tras-nochado profesor de ética que si-gue repitiendo con ceremonialmonotonía que la libertad sólo selogra a través de una rígida dicta-dura de la voluntad y un martiri-zante ascetismo de los sentidos.

De nada sirven las ideas clarasy distintas de la reflexión cartesia-na, o la muy elocuente afirmaciónkantiana de la autonomía de la vo-luntad, a un país que se ve brutal-mente cruzado por el mercado ge-nerado por los miles de personasque en el primer mundo ponen enentredicho, con el consumo desustancias psicoactivas, el ideal desujeto político y moral que la mo-dernidad ha fomentado. Esa sí quees una tensión posmoderna, por-que en el asunto de las drogas sepatetiza la tan mentada fracturadel sujeto, la sensorialización de laexperiencia, la disolución de la vo-luntad y el consumismo extremo

que coquetea con la muerte. Sinembargo, al momento de pensar,estupidizados por la vergüenza yla mala conciencia, preferimos re-petir lugares comunes sin enten-der que tenemos entre las manosla materia prima para la más radi-cal de las reflexiones filosóficas.

A fin de no morir bajo el im-pacto que pueda producirnos estaescena tenemos la posibilidad delpensamiento, de generar sentidoestableciendo con el recurso de lossignos una distancia precaria peronecesaria entre el vacío y la másca-ra. Pensar, en Colombia, es "tac-tear" con signos la proximidadque nos perjudica. Es alentar unasecreta ternura mientras escarba-mos en nuestro propio vacío. Essaber de ese otro que al avergon-zarnos determina nuestra identi-dad. De ese otro que nos persiguey agobia, que nos deshace y atesta,que nos complace y contraría alhacernos responder por sus críme-nes y cargarnos con una responsa-bilidad que no es la nuestra. Es co-quetear con la enajenación radical.Es saber de aquello que nos permiteser apenas un singular provisionaly un simulacro de unidad. Es saberde lo que nos hiere, nos cansa y nospersigue. Es abrirnos a la vecindadmortal que nos constituye. Pensar,en Colombia, es recorrer por la víade los símbolos el caminos que otroshan trasegado en el tráfago del te-rror y la piratería.

Los signos de la tierra

Si tuviésemos que hacer el in-ventario del patrimonio culturalque nuestro país puede ofrecer a lahumanidad, tendríamos que re-servar un lugar privilegiado a unatradición viva, milenaria y singu-lar, por la que es posible destacar-nos en el concierto mundial: El usocultural y ritualizado de psicoacti-vos propio del ecosistema tropi-cal. Pero aquí también perdimos

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CRÓNICAS

ante el mundo por un error de dis-curso. En vez de mostrar en un lú-dico intercambio cultural que conesos mediadores cerebrales las et-nias aborígenes refuerzan susaprendizajes sociales, alcanzandouna equilibrada convivencia porla vía de la borrachera y el exceso,quedamos atrapados en la defini-ción negativa de la sustancia psi-coactiva, olvidando que desde losorígenes griegos" droga" -pharma-kón- es entendida a la vez como"remedio" y "veneno", llave dedoble uso que bien puede abrirpuertas o cerrarlas, mostrando enuno u otro caso no tanto los pro-blemas de la sustancia en sí comola delicadeza o la torpeza de nues-tros universos simbólicos, hábitosy creencias.

Como el niño Dionisos, en lamitología griega, parece que nues-tro papel ha sido ofrecer al mundoel espejo que refleja no tanto la uni-dad como la fractura de la moder-nidad americana y europea. La"droga" actúa como analizadorque permite descubrir molestiasespirituales y angustias relaciona-das con la vivencia del tiempo, pu-diendo verse a través de su uso lasentrañas de la cultura, de la mismamanera que el arúspice podía veren las vísceras de las víctimas sa-crificadas los signos de 10 que ha-bía pasado y de 10 que estaba porvenir. Peto temerosos de ocupar ellugar del sacerdote, terminamosocupando el lugar de la víctima.Incapaces de asumir con enterezanuestra función iniciática, termi-namos ayudando a los titanes quenos descuartizan y calcinan.

En un momento en que lasmentes más lúcidas de Asia, Amé-rica y Europa, se abren a los vaive-nes de la heteronomía, al cultivode las fuerzas ambientales quepermiten encontrar en el extravíolas fuentes de la sabiduría, 10únicoque se le ocurre a nuestros dirigen-tes es importar sartenadas de pa-

labras agotadas, para calificar debárbaras expresiones del demonioesas cogniciones afectivas que a lausanza posmoderna se afianzanfracturando el yo y tentando la in-certidumbre. Y como al aprendizde brujo, que no sabe utilizar a sufavor las fuerzas desatadas de lanaturaleza, también a nosotros 10que era nuestra ventaja compara-tiva se nos devuelve como carica-tura sangrienta bajo la forma de unmercado mundial de psicoactivosque arrasa con los hombres y la tie-rra, mostrando de manera grotes-ca en los actos de las burguesíasemergentes 10que hace rato sabía-mos en silencio de nuestros pro-pios dirigentes: Que su alma tieneel tamaño que les permiten sus ne-gocios de exportación.

Mientras otros ganan dinero oacumulan poder al ubicarse en al-guno de los bandos, la única ga-nancia que tenemos los ciudada-nos es la del estigma. Aunquepudiéramos actuar como simien-tes de cultura, estamos en interdic-ción acusados de ser los narcotra-ficantes del planeta. Lo que hacíaparte de nuestra ecología social ytropical es ahora mediador denuestra destrucción. Alrededordel comercio de la planta sagradagrupos armados de todos los cu-ños imponen a su amaño una leyque nada tiene que ver con laConstitución vigente, cobrandotributos e impartiendo justicia alos campesinos que se entregan almonocultivo de la coca con la es-peranza de redimirse de los dolo-res que les dejaron viejas violen-cias, creyendo poder cristalizarcon la nueva bonanza las ilusionesque el menú capitalista les ha ven-dido. Ubicados en el vértice delmás grave conflicto espiritual delmundo contemporáneo -Ia pro-blemática de las drogas-, hemosdelegado en espías y demagogosla responsabilidad de pensarlo yde diseñar estrategias de afronta-

miento. De allí que a más padecerla arrogancia armada de narcotra-ficantes, narcoguerrilieros y nar-coparamilitares, estemos ahora subjúdice por cuenta de jueces y milita-res que se han vuelto adictos a lasayudas internacionales destinadasa perpetuar la guerra, pues en me-dio de su ceguera confunden la ver-dad con los aplausos que les ofrecenlas burocracias patrocinadoras.

No hemos sido capaces deasumir con grandeza el reto que senos impone. Hemos cedido a lascruzadas de los Savonarolas quequieren purificarnos a fuego lentode la plaga contaminadora, mien-tras los monopolios se siguen be-neficiando en secreto de la másneoliberal de todas las formas deenriquecimiento: La de los prag-máticos empresarios que comer-cializan el deseo humano convert-ido en fugaz aspirada, traba o"golpe en el coco". Si somos hon-rados, capaces de ubicarnos másallá de los coros provincianos demutuas alabanzas, habremos dereconocer que somos un pueblocon mala conciencia: Se evidenciaen nuestro rostro la huella del pe-cado. Nos avergonzamos de nues-tros gestos y recurrimos a la bou-tique de la cultura para disfrazarnuestra indigencia. Tenemos con-ciencia de testaferrato. Importado-res de discursos que nos quedancomo traje prestado que afea nues-tra silueta y entorpece nuestrosmovimientos.

Temerosos de acceder a la pa-labra que nuestra singularidadimpone, brillamos por nuestramudez, por una insuperable capa-cidad de repetir los discursos queotros nos construyen. Somos unpaís que teme mirar su propio ros-tro. País encantado con la fuerzaautoritaria. País que no ha sabidopensar en que consiste la geopolí-tica de las drogas, ni lo que implicaen el concierto mundial ser el pri-mer exportador de alucinaciones

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" LOSSIGNOSDELEXTRAVlo

del planeta. País que no se atrevea buscar conocimiento en el des-borde de sus excesos comercialesy sangrientos. País que teme abrir-se a su fuerza contextual, para al-canzar esa certeza que sólo ostentaquien mantiene fidelidad a la os-curidad que lo alienta y constitu-ye. Pues aquello que marca al pen-sador arañándolo con su huella noes la historia impersonal de lasideas, ni las similitudes que le per-miten decir jubiloso que pertenecea una tribu intelectual o comuni-dad científica, sino las diferenciasque lo tornan irreductible a la uni-versalidad del pensamiento, quelo condenan a escarbar los signosen la más espantosa soledad.

Para abrirnos a esas distanciasque hieren al alma y acosan lossentidos es preciso superar la falsaconciencia, haciendo coincidir losrastros del crimen y del tráfico conlos signos del pensamiento. Denada sirven los discursos que noshablan de estrategias anticorrup-ción o modelos de desarrollo eco-nómico, de amaneceres culturaleso remozados proyectos de nación,si no se abren al lado oscuro de lasrealidades que nos constituyen.Unid una filosofía de la muerte auna filosofía del viaje alucinado yencontrareís los ejes energéticospara señalarle un derrotero a estanación en extravío. Tematicemos ala vez el asunto del poder y del de-seo, pues correspondió a este reco-do de Occidente, a este suburbio delimperio cristiano, dar respuesta ados problemas que tensionan sin ce-sar a la sociedad contemporánea: Larelación del poder con el ejerciciodelas armas y la irrupción de la aluci-nación en la intimidad de un sujetoque se había declarado libre, racio-nal y autónomo.

Sólo seremos algo cuandonuestro trazo simbólico recuperelos caminos de la codicia y de lamuerte, para enunciar desde allí

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un proyecto cultural que sirvacomo esbozo estético para una hu-manidad recién enriquecida queperdió su brújula espiritual y mar-cha a la deriva. Pensar, en Colom-bia, es asumir a Occidente comorevulsivo, abriéndonos sin tutelaacadémica a la tradición que nosconstituye, para picotearla comoave carroñera que toma de ellasólo aquello que necesita para susobrevivencia. Es dejar de rendirculto a los "ismos" y a los auto-res, a las historias de las ideas, alas intervenciones eruditas queno se tocan de la brutalidad quenos sacude.

Somos Occidente sin colcho-nes de amortiguación. Mala copiade Europa que tampoco puede rei-vindicar como propia la culturaindígena que como criollos ayuda-mos a someter y de cuya expolia-ción nos beneficiamos. Deseen-

dientes de aventureros, taladoresde bosques y saqueadores de tum-bas, la única grandeza que nosqueda es mirar de frente nuestrohorror constitutivo.

Nuestro destino, como el detodos los pueblos periféricos, po-dría ser en el mejor de los casosconquistar simbólicamente a quie-nes nos dominan. Pero eso no lolograremos deformándonos paraser reconocidos por un otro quesólo nos concibe en tanto imponesu discurso y nos obliga a inven-tarnos según su propio imagina-rio. Una especie de mudez y desordera en nuestra relación con laslegiones de burócratas internacio-nales vendría bien como parte deuna propuesta salvajizadora. Qui-zá entonces logremos impactar alos extranjeros con nuestro pensa-miento tanto como los impacta-mos con el tráfico de cocaína 'f'