los relatos : ese universo de julio cortázar
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«LOS RELATOS»: ESE UNIVERSO... DE JULIO CORTÁZAR
En Ahí pero dónde, cómo, relato de Julio Cortázar aparecido en un
volumen antológico titulado Octaedro y año después en el tercer
libro de Los relatos, titulado Pasajes, Julio Cortázar comienza expli
cando:
A vos que me lees, ¿no te habrá pasado eso que empieza en un sueño y vuelve en muchos sueños, pero no es eso, no es solamente un sueño? Y continúa: Algo que está ahí, pero dónde, cómo; algo que pasa soñando, claro, puro sueño, pero después también ahí, de otra manera porque blando y lleno de agujeros, pero ahí mientras te cepillas los dientes, en el fondo de la taza del lavabo lo seguís viendo mientras escupís el dentífrico o metes la cara en el agua fría y ya adelgazándose, pero prendido todavía al piyama, a la raíz de la lengua mientras calentes el café, ahí, pero dónde, cómo, pegado a la mañana, con su silencio en el que ya entran los ruidos del día, el noticioso radial que pusimos porque estamos despiertos y levantados y el mundo sigue andando.
Nos precede el maravillado sueño de lo intensamente despierto:
el suceso habitual, no repleto de poesía, aunque, todavía, tampoco de
horror. Yo diría que es cuestión de cuestiones vitales: relatar el en
torno, conocer io vivido, mostrar la existencia, las existencias, supo
nerse vitalista en cualquier escenario o en cualquier incertidumbre...
Ahí, sobre nuestras cabezas, en el despertar más anodino está, digá
moslo sencillamente, la vida. Julio Cortázar la relata, la enmarca, la
sitúa en un contexto más o menos f ie l , repleto de cosas sencillas,
casi vulgares. Y no es que Cortázar haya descubierto Jugares tan co
munes como la primavera, el otoño o la verdad. No, Julio Cortázar lo
muestra, a veces lo zarandea, io esferifica, lo amolda... Algo así como
edificar el mismo edificio, pero limitando sus asperezas, eludiendo
sus, a veces notables, defectos. Por eso sus relatos llevan títulos
sencillos, complicadamente sencillos, diríamos. Juíio Cortázar, un hom-
bretón argentino, preocupado por el idioma y por el ser humano, ha
construido una bella imagen de hombres y mujeres vagando por un
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universo confuso, pero sintiéndose parte misma de todos los rincones y de todas las violencias. Si decimos que en sus relatos, y en sus obras largas, se respira la verdadera y singular existencia de unos protagonistas casi alucinados, a veces polvorientos, a veces presuntamente bañados en agua de rosas y en virtuales primaveras, diríamos que Cortázar ha descubierto la verdad.
RITOS, PRIMER LIBRO DE «LOS RELATOS»
Hace algún tiempo vino a decir Félix Gabriel Flores que «si bien Cortázar ha arrancado en sus cuentos de lo fantástico, ha ido luego cada vez más hacia una representación de la existencia, con hambre de lo humano, con sed del prójimo», y ello lo tomamos como una muy acertada y correcta definición de esa vital trayectoria que Julio Cortázar ha seguido en sus narraciones y que vino a quedar ampliamente demostrado en esta primera parte de sus relatos, de algunos de sus más importantes relatos, que con título de Hitos publicó Alianza Editorial. Los volúmenes siguientes contendrán nuevos relatos de Cortázar bajo los títulos, no demasiado acertados, de Juegos y de Paisajes.
Las antedichas, o antecitadas, palabras de Félix Gabriel Flores corresponden a un extenso trabajo que este crítico publicó en Cuadernos Hispanoamericanos en su número de los meses de julio-agosto de 1974, con motivo del sesenta cumpleaños del argentino autor de Ra-yueia, Bestiario, Libro de Manuel y tantas otras interesantísimas obras maestras de la mejor literatura castellana de los últimos tiempos. El trabajo de Flores es de suyo extenso, además de agradable y bien documentado, y al mismo conviene remitirse si se tiene algún interés en comprender cuestiones como El lirismo metafísico de Julio Cortázar, pues éste es su título y el diseño básico de su contenido. Pero ahora nos ocupamos de comentar la narrativa de Cortázar en su versión de relatos breves, y por ello pretendemos dar una visión de los volúmenes que contienen las obras cortazarianas que al principio hemos anunciado, algunas de las cuales, por otra parte, ya habíamos podido encontrar en otras publicaciones, revistas especializadas en literatura o, incluso, en despelote, así como en volúmenes dedicados al autor, tales como el celebrado Octaedro, de la misma editorial antes mentada y aparecido hace cerca de diez años en nuestro país.
Como un huracán premeditado, ante sucesos aparentemente no importantes, el escritor Julio Cortázar construye un mundo de grave y extenso valor cronológico y sentimentalmente hablando: mundo que trata de escapar, y a veces llega a conseguirlo, de los propios relatos
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que lo contienen, para mezclarse, con espíritu sosegado desde luego, en lo más patético de nuestra cotidianeidad y modificarla o darle el vigor preciso para hacer de ella el escenario más amable a los fines perseguidos por el autor, dueño y señor de la acción, por decir las cosas de alguna manera. Los silencios, simplemente los silencios, ya van a configurar una realidad que puede Negar a ser un tanto desmesurada, aunque de hecho, persiste, existe más allá de su momento particular y que, por otra parte, viene a suponer una completa resurrección de aquello ya vivido ante los ojos, ahora atónitos, de quienes no llegan a saber recordar ese pasado que, sin desearlo siquiera, irá configurando toda una manera de ser, de existir, de comprender la existencia.
Las normas clásicas quedan, tal vez, demasiado alejadas, al hacer constar que la narración de trozos de vida conlleva la suprema necesidad de saberse, de situarse, dentro de algunos sucesos más o menos concretos y de comentarlos como quien va hablando aquí y ahora de sí mismo y de su entorno a los demás, displicentemente y con algún tipo de disciplina, casi casi rayana en ei protocolo más grandilocuente, aunque no fuera necesaria tanta historia, Sobre todo porque se habla de un entorno que podrá ser tan conocido como conocido sea aquello de más íntimo que pueda existir en el casual lector, ese hombre que por parecer recién llegado se inclina a caminar con ajenos pasos y quiere caminar desde el principio hasta el final, con la angustia en la mente, para descubrir unos senderos que podría suponer existentes en algún \ugar y que, posiblemente, vaya hallando en relatos como éstos de Cortázar, donde se le quiere ofrecer una serie de mundos, fantásticos o retóricos, siempre amenamente maravillosos, para el logro de alguna inquieta y, por qué no, exuberante satisfacción.
Desde luego, y esto es cierto, las narraciones de Julio Cortázar son un excelente hallazgo. Y como tales van quedando en quien, ávidamente, hojea las páginas de cualquiera de los libros que las contienen. Porque pueden ser historias siempre bellas, aunque a veces parezcan de una simplicidad abrumadora, casi anodinas, que le pueden suceder a cualquier prójimo, cualquier tarde y en cualquier lugar, pero que, objetivamente, van delimitando la acción de los protagonistas dentro de un encadenamiento, intenso, de lugares harto diferentes y comunes, de diálogos ya concebidos e inconcebibles, de situaciones ya supuestas y verídicas, aunque nunca imaginadas, de soluciones sencillas imaginadas jamás...
Y nace una filosofía. Nace esa filosofía aparentemente simple, pero siempre profunda, como cuando Liliana llorando nos transporta a un
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mundo futuro preconcebido y premeditado, consentido y admitido por el sujeto que se sabe, o se cree, protagonista de ese grave espectáculo de su propio entierro y nos llega a anunciar que «en pleno verano la Chacarita va a ser un horno y los muchachos lo van a pasar mal», para, luego, enjuiciar los momentos siguientes, importantes momentos, y llegar a la conclusión, casi fatídica, aunque demasiado delicada y fidedigna, de que dejar de ser algo vivo y de por sí sonriente es algo tan natural que no tiene importancia ni tan siquiera para quien tenga la desgracia, según se mire, de llegar a padecerlo. Y es así, digo, como en el último relato del libro, y no acabemos aquí el recuento, titulado Manuscrito hallado en un bolsillo, llegamos a encontrar una casi exquisita narración de sucesos imposibles que, sin embargo, pueden tener lugar en cualquier instante, o como cuando Las fases de Severo aparecen ante nosotros, mostrándosenos una agonía perfecta y hábilmente calculada, sufrida casi con insolencia e indolentemente, como si fuera un simple juego o un insignificante suceso más de todos los que nos acaecen a diario, por lo cual llega a suceder, mientras las frases del moribundo tienen un descanso, que su hijo le pregunta al amigo que asiste al óbito:
—Era un juego, ¿verdad, Julio?
—Sí, viejo, era un juego. Anda a dormir, ahora.
Historias patéticas, trozos de un mundo patético, sonrisas de un universo dramático, sucesos que usted podrá leer en cualquier diario, incluso antes de llegar a la página de sucesos. Este es el cosmos que nos ofrece Julio Cortázar.
Pero la verdad es que no es fácil elegir como mejor uno de los relatos de este libro. Todos ellos encierran un universo casi mágico, una vehemente acción, a veces un especial sigilo o una fascinante realidad. El mantenerlos todos en un solo volumen, como sucede con los que siguen, es un hallazgo sorprendente y una delicia para el más exigente lector. Aunque también es cierto, y lo proponemos como presunto slogan, que si usted desea entretenerse vagamente, no lea a Cortázar. Cortázar es más profundo todavía.
Más profundo, por ejemplo, que el rumor de celebridad que se advierte en algunos escritores al uso o que esa necesidad, inoperante, de situarse en los primeros puestos de la política o del espectáculo mejor remunerado. Todo esto, en Julio Gortázar, se reduce, como hemos dicho en otra parte, a desmitificar el academicismo, a romper moldes y llamar a los objetos por su nombre, sin concesiones a estereotipos o determinismos ajenos.
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JUEGOS, SEGUNDO VOLUMEN DE «LOS RELATOS»
Sin llegar siquiera a argumentos siempre falsamente definidores de la trayectoria y del quehacer habitual de un escritor, cabría, únicamente, decir que Julio Cortázar es un inquieto renovador de la mejor literatura en lengua castellana, extremo que, desde luego, hemos comentado en otros lugares.
Hoy, el motivo fundamental de estas líneas viene a ser el continuar los comentarios iniciados en torno a los relatos de Cortázar y para dar fe de que el segundo volumen, bajo el título de Juegos, comprende dieciocho obras cortas agrupadas, según su autor, bajo un epígrafe relativamente definidor de ese espíritu común de los juegos: los juegos como actividad plena de recursos en el difícil secreto de la realidad y de la convivencia o los juegos como posibilidad explicativa de otros sucesos cotidianos y de algunas íntimas revelaciones antes ni siquiera comentadas.
Pero, sin embargo, parece importante destacar ahora las coordenadas en las cuales se puede mover toda la labor narrativa de Julio Cortázar, labor que llega a una, tal vez no deseada, ruptura con los academicismos al uso que pueden resultar inoperantes en el sentido de posible culminación eficaz de un compromiso tácito para dar nuevas formas de comprensión a una literatura en siempre permanente proceso de evolución. Parece como si Cortázar intentara siempre someterse a unas reglas previstas de antemano, fijas, y después tratara de huir de su propio, íntimo, compromiso, para lograr que todos y cada uno de sus relatos, pareciéndose en el fondo, adquieran vida común y observen formas diferentes, a fin de lograr respuestas variables a problemas tal vez iguales. Porque, eso está claro, los problemas son tan simples, se concretan en relatar aquellos sucesos casi más vulgares que definen la existencia de unos protagonistas acaso también vulgares, que su solución no puede proceder más que de la vulgaridad misma que los estuvo engendrando. Y, sin embargo, unos y otros, sucesos y protagonistas, van a alcanzar valor de primera magnitud en este concierto de una complicada sociedad aparentemente atropelladora e inconsciente. Es como si el mismo Cortázar nunca hubiera esperado un aplauso cercano a su labor narrativa, aplauso que le hubiera sido fácilmente concedido u otorgado en virtud de un simple trabajo de expresiones estereotipadas, lugares comunes y formas ambiguas, circunstancias éstas hartamente normales en ciertos escritores a quienes compromisos políticos o circunstancias sociales han proveído de galardones o menciones sin fin.
Esa manera cortazariana, sumamente correcta, de romper unos moldes tanto tiempo acuñados y que están suponiendo una absurda ter-
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giversación de hecho y de costumbres para llegar a llamar a las cosas por su nombre, sin necesidad, además, de hacer concesiones gratuitas a otras culturas o a otras gramáticas, es lo que viene a definir la narrativa de Cortázar como algo pleno de independencia, algo en el camino incesante de las nuevas inquietudes verbales e incluso sociológicas hoy afincadas en el amplío panorama de la literatura escrita en español.
Aunque con ciertos altibajos, y que conste que sobre gustos ya está todo escrito, los relatos de Julio Cortázar que componen el volumen Juegos, segundo de la serie, nos sitúan en una cuidada galería de los mejores afanes literarios en el campo de la narración breve. Pero por no ser fácil elegir el mejor de todos ellos, ya decíamos que tampoco resulta asequible manifestar cuál es, sería el relato mejor estimado por un ávido lector. Pero eso pasa siempre. Lo que realmente sucede es que tenemos mucho bueno donde elegir y de ahí es de donde puede surgir la incertidumbre, la duda. Por ello el comentar, a modo de escueto inventario, algunas de las narraciones denominadas por su autor como «juegos», aunque tal definición no parezca de! todo definitiva, nos sitúa en el mismo plano de egoísta desconfianza en que nos encontrábamos al hablar de los relatos del primer volumen, en el cual no todas las piezas nos parecieron «excesivamente» rituales.
Continuidad de los parques es un relato, cortísimo, asombrosamente sugeridor de más largas y recónditas historias, de unas más intensas vivencias, de más inquietantes y amenas literaturizaciones. La puerta condenada viene a conformarse como una sagaz invención de abulias y de misterios ya totalmente correctos: aquí la cuestión surge por el simple llanto de un inexistente niño, el cual va a trastocar la vida de otras dos personas, una a cada lado de esa puerta, haciéndoles implicarse en un largo silencio de mudos conflictos y de extrañas inoportunidades. No se culpe a nadie es un relato mordaz, muy mordaz, diríase casi agobiante, casi repleto de las habitualidades más controvertidas y exquisitas. Siesta, y parece mentira que en tan pocas páginas puedan crearse tantos mundos, es el experimento, genial por otra parte, de retratar un nacimiento a la edad adulta a través de esos sucesos inquietantes y casi violentos que pueden acaecer cada jornada: Wanda, púber aislada en un contexto familiar excesivamente represivo y Victoriano, comienza a descubrir el mundo de las intimidades y de las sensaciones a través de una avispada vecina, colaboradora tácita en una primera y desazonadora experiencia innatural' con un extraño que acorrala a la niña mientras «le decía al oído quédate quieta y no llores, que vamos a hacer lo que te
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enseñó Teresita'». El río es un riguroso y hábil pensamiento de drama
inventado por el sueño y por la convivencia tal vez poblada de cier
tas dificultades, en cuyo fondo se mueve la quimera y la ironía de
tonos más trágicos:
Me das risa, pobre, Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas, untadas de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera ia réplica...
En Instrucciones para John Howell, relato que Cortázar dedica a
Peter Brook, encontramos un impresionante ensayo de tragedia surgi
da, esta vez sí, de un verdadero y completo juego teatral; relato donde
se coordina de muy hábil manera, incluso diríase con una rara per
fección, la utilización de diversos recursos, desde cierta carpintería
teatral bastante innovadora, hasta esa tremenda problemática de un
gansterismo deficientemente disimulado por determinados negocios
aparentemente serios; todo ello tratado con una exquisita corrección
literaria y una eficaz proposición para llegar a mantener el suspenso
hasta un final indeterminado. Estación de la mano es un relato de
entretenida lectura, en el que se mezcla la fantasía de un tono subli
me y la indagación reflexiva más bellamente plasmada. De Cefalea
nos queda el grato conocimiento de la afición de Cortázar a estudiar
los remedios naturales para los males humanos a través del cono
cimiento afectivo de las plantas, donde sí, también, la fantasía cobra
valor de rito, al tiempo que eJ estudio selectivo se muestra como
eficaz colaborador al crecimiento de los conocimientos científicos.
Torito es la más genial composición de todo el libro; se trata de
un magnífico monólogo, repleto de sugerentes imágenes y de una
acción que a veces se torna casi imprevisible, acción que va a des
embocar, precisamente, en uno de los deseos del parlante:
... mejor cuando no soñás, pibe; y estás durmiendo que es un gusto y no toses ni nada, meta dormir nomás toda la noche dale que dale.
En Los amigos surge el aventurismo, la indagación reposada, el
vagabundeo gracias a la complicidad de una amistad pasada, cuestio
nes que se vuelven a repetir, multiplicándose, claro está, en El móvil,
relato de un vigor y un interés totales:
No me lo van a creer, es como en las cintas de biógrafo, las cosas son como vienen y vos las tenes que aceptar, si no te gusta te vas y la plata nadie te la devuelve. Como quien no quiere, ya
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son veinte años y el asunto está más que prescrito, así que lo voy a contar y el que crea que macaneo se puede ir a freír buñuelos.
Las tres narraciones siguientes ya aparecieron en Octaedro. Ve
rano pasa a ser una sencilla anécdota en la cual !a inocencia de una
niña se viene a mezclar con su miedo ante lo extraño, y donde el
autor reflexiona ante los sucesos relatados como llegando a suponer
les respuestas a las reprimidas angustias de cada día. Los pasos en
las huellas es una historia de éxito y de engaño, muy normal y ha
bitual en los creadores de bestsellers y en la que se llega a apreciar
que importan tan poco un éxito como un lamentable fracaso de cual
quier t ipo, siempre que pueda quedar a salvo la presunta nobleza de
su creador. Lugar llamado Kindberg, que nos recuerda muy vivamente
aigunos de los mejores trozos de William Saroyan, es el maravillado
retrato de un suceso no deseado y que, por ello, grabará, de ma
nera casi definitiva, un par de vidas, la de Lina hacia cualquier sitio
inesperado y la de Marcelo hacia «el tronco donde se incrustó a cien
to sesenta con la cara metida en el volante, como Lina había bajado
la cara, porque así la bajan las ositas para comer el azúcar».
Léase muy detenidamente el relato titulado Todos los fuegos el
fuego, logrará usted emocionarse con una historia no tan sencilla
como parece. Y en ella, ¡qué luminosidad de imágenes!, ¡qué gran
diosidad en las ideas!
Títulos como Sobremesa, Silvia y La autopista del Sur, de sugesti
vo valor literario, completan este segundo volumen de Los relatos.
El primero de ellos, Sobremesa, es un curioso hallazgo epistolar de
bien definido argumento, previsor de sucesos tal vez inevitables y de
evidente intención coloquial, ya que a través de las cartas cruzadas
entre los doctores Federico Moraes y Alberto Rojas, de Buenos Aires
y Lobos, respectivamente, entre las fechas del 14 de julio al 21 de
julio de 1958, una semana, el primero propone un encuentro al se
gundo:
... cuento con usted en primerísimo término y le envío estas líneas con suficiente antelación como para decidirlo a abandonar por unas horas su finca de Lobos, donde el rosedal y la biblioteca tienen para usted más atractivos que todo Buenos Aires. Anímese y acepte eí doble sacrificio de subir ai tren y soportar \oa ruidos de la capital. Cenaremos en casa, como en años anteriores, y estaremos los amigos de siempre, con excepción de...
Al día siguiente de la velada, Rojas escribe a Moraes para mos
trarle su preocupación por un incidente presenciado la noche anterior
y que tuvo por protagonista a dos viejos amigos, Funes y Rubirosa,
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La siguiente carta, dirigida por Moraes a Funes, nos Nena de un asom
bro no calculado y es entonces cuando vamos al encabezamiento, a
la fecha de las dos anteriores. Efectivamente, la primera tiene data
del 15 de julio, comenzando con la invitación a una cena. La segunda
es fechada, en Lobos, el 14 de jul io: por tanto Rojas hace referen
cia a una presunta velada, anterior a la convocada por Moraes, velada
por lo tanto inexistente y en la cual, sin embargo, Rojas advirtió la
desavenencia que va a encadenar los acontecimientos siguientes. En
efecto, Moraes, en esta tercera misiva, se asombra del cúmulo de
coincidencias: el recibir carta de Rojas, cuando él está escribiendo
a Rojas para invitarle a una velada el 30 de julio y el haber recibido
noticias de un incidente entre un ausente, Funes, que anda por pro
vincias, y Robirosa, quien «ha telefoneado aceptando la invitación».
El plano de la broma se torna hasta cierto punto intrigante al echarle
Moraes en cara a Rojas la pretendida disputa entre dos viejos amigos,
uno de ellos ausente de Buenos Aires en la fecha de tal disputa, y en
el marco de una velada todavía no celebrada. Por ello Moraes ad
vierte:
A mí su carta me divierte menos que a nuestro amigo, y hasta creo que unas líneas suyas me quitarían eso que se da en llamar un peso de encima.
La siguiente carta, de Rojas a Moraes, define lo indefinible y en
tonces la duda se pone del lado del lector coprotagonista mudo de
unos sucesos fantásticamente trágicos. Dice Rojas:
Usted habla de asombro, de casualidades, de triunfos epistolares. Muchas gracias, pero los cumplidos que sólo encubren una mixtificación son los que prefiero. ... puedo comprender que su amistad con Luis Funes lo mueva a fingir que mi carta es una pura broma, a la espera de que yo pesque el hilo y me llame a silencio. Lo que no entiendo es la necesidad de tantas complicaciones entre gentes como usted y yo. Bastaba con pedirme que olvidara lo que escuché en su biblioteca; ya deberían ustedes saber que mi capacidad de olvido es muy grande apenas adquiero la certidumbre de que puede ser útil a alguien. Por el boletín de la radio acabo de enterarme del suicidio de Luis Funes. Ahora comprenderá usted, sin necesidad de más palabras, por qué quisiera no haber sido testigo involuntario de algo que explica bien claramente una muerte que asombrará a otras personas.
La última carta, de Moraes a Rojas, del 21 de julio, cierra, sin más
concesiones, la correspondencia entre ambos:
Recibí su carta del 18 del corriente. Cumplo en avisarle que, en señal de duelo por la muerte de mi amigo Luis Funes, he
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decidido cancelar la reunión que había proyectado para el 30 del corriente.
De no menos interés son los últimos relatos Silvia y La autopista del Sur.
PASAJES, ULTIMO VOLUMEN DE INQUIETAS AUSENCIAS
«¡Dios mío, Julio, pero si sabes latín!»
Esta expresión es de Félix Grande y apareció como respuesta a una seudocarta de Julio Cortázar, fechada en París en mayo del año 1973, titulada simplemente «La agarrada a patadas o el despertar de los monstruos o más sobre dados y ratitas o la respuesta del involuntario pero vehemente responsable: precisiones necesarias a Juan Carlos Curutchet, a Félix Grande y al pugilista del Escarabajo de Oro». Ambos trabajos fueron publicados en el número 275 (mayo de 1973) de Cuadernos Hispanoamericanos y nacen como contracrítica a un libro que Curutchet publicara en 1972. La carta se incluye en esta revista porque el mismo Julio Cortázar indica en ella:
... soy sumamente astuto, señor, y como no tengo tiempo ni ganas de escribir tres cartas (sin hablar de su respectivo franqueo), procedo a un sincretismo que se justifica entre otras cosas porque los tres monstruos citados me caen con todo al mismo tiempo, lo que me da el derecho de juntarles la cabeza cual a hidra mefítica y sacármelos de encima con arreglo a las más claras enseñanzas del Hidaho Kamakura («El karate al alcance del pueblo», lección 3, golpe «hinji»).
No obstante, y por muchos y hasta excelsos motivos, conviene remitirse al texto completo, pues se trata, efectivamente, de una deliciosa disertación del autor acerca de su propia obra y en torno a una especial colección de inenarrables mundos del mayor interés, utilizando para ello una impecable narrativa y poniendo al descubierto la mejor dosis de humor que imaginarse pueda; relato, por otra parte, que en muchos de sus mejores momentos se emparenta con trozos de las mejores narraciones de Julio Cortázar, precisamente aparecidas en esta suculenta recopilación de sus relatos que estamos terminando de comentar.
Y es que nunca, como en el texto mencionado, un autor supuestamente herido por opiniones vertidas en torno a su obra ha reaccionado con tal aplomo, serenidad y jocosidad como en la referida carta de París. Lo que suele suceder es que si a un autor le gusta la crítica que aparece sobre un libro suyo escribe una carta al crítico y le da
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las gracias o le ofrece su amistad, vale: es una forma como otra cualquiera de hacerse amigos. Lo advertía ei poeta extremeño Manuel Pacheco al comentar en uno de sus libros: «...Tengo muchos amigos por todo el mundo, me los hizo la poesía». En el contrario caso, o sea, que al autor no le produzca ningún entusiasmo la crítica o, incluso, que le disguste más o menos profundamente, entonces su actuación tiene un abanico de posibilidades, también más o menos desagradables y que siempre se dan en relación con el distinto grado de desagrado que haya tenido lugar; pueden ir desde escribir también una carta repleta de indignación, y en la que subyacen no claramente, pero sí de forma bastante bien insinuada, hábiles y negativos recuerdos para los ancestros más cercanos al director de la publicación (pobre coprotagonísta que casi nunca tiene algo que ver con el asunto) en que apareció la crítica, tachándole, además, de alcahuete, profanador del derecho de expresión e imbécil (momento en el cual dicho director, si es cristiano, comienza a santiguarse y trata de indagar de qué se trata, o se trató, para seguir leyendo la carta-puñal), al tiempo que se piden todo tipo de reparaciones a los daños causados, con indicación de la cuenta corriente y el banco tal en el cual ha de abonarse la cantidad que se solicita para patentizar una de las reparaciones, se dice que la menor o menos importante, mientras que el autor, muy en su lugar de autor, a veces con copyright incluido, anuncia a bombo y platillo que se reserva el ejercicio de acciones «legales» (¿qué es lo legal?) contra el «criticador», hasta, retomen e! hilo de mucho más arriba, a poner al «criticón» a parir, bien directamente o bien a través de tercera persona.
Sin embargo, Julio Cortázar adopta una diferente vía, que es la de terminar, muy sensatamente, prediciendo una gozosa «espera en el café de la esquina para beber el vinito de la amistad, probablemente con nuevas y asombrosas explicaciones de mis cuentos y novelas», todo lo cual viene a configurar a Cortázar como un exquisito creador, ya que hasta su vida cotidiana deberá verse como impregnada de esa sensación agridulce que nos descubre en sus mejores relatos.
Sucede que la narrativa de Julio Cortázar puede llegar a producir excelsas imágenes, datos grandilocuentes para un mundo habitual-mente irracional y aparentemente razonable, casi lo mismo que nos ocurría al adentrarnos en el universo del gaditano y ex postista Carlos Edmundo de Ory o, yendo ya a otro terreno, con los Discursos a la nación alemana del Fichte nacionalista y kantiano. Pero a lo que vamos, que se va haciendo tarde.
Pasamos a comentar once de los quince relatos que comprende
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este interesante tercer volumen. Casa tomada es una delicada y majestuosa insinuación de la pérdida paulatina de nuestros derechos ante el avance hosco de hechos «incontrolados» que tratan de desplazar, y lo consiguen, nuestra intimidad sin el menor pudor o respeto. Axolotl es un cuento casi kafkiano que recuerda mucho a La metamorfosis, donde un aparente contemplador de acuarios va a convertirse en el animalito, perezoso y aislado, cuya soledad ha compadecido muchas veces al verle en un dramático apartamiento del mundo de los seres humanos, viéndose gravemente implicado en un aislamiento donde sólo le «consuela pensar» que alguien relatará la historia de los axolotls desvanecidos y abandonados al otro lado del cristal apresador del acuario. Casi alucinante se nos antoja el tema del relato siguiente, titulado La caricia más profunda, pues si en el caso de Gregorio Samsa, y seguimos con la temática de corte kafkiano, su familia al menos se preocupa del metamorfoseado con una inquietud y un efecto reales, en este caso el protagonista del relato cortazariano no existe más que dentro del habitual desprecio de quienes le rodean, tal vez porque ni ellos mismos llegan a comprender su problema y, por lo mismo, «en el fondo !o que a él lo dejaba pensativo era que sus padres y sus hermanos no se dieran cuenta de que andaba por todos lados metido hasta los codos en la tierra»; esos suelos que le llevarán, al fin, a su material enterramiento ante la espera de una novia que ya ha llegado a su altura y que comienza a esperarse a él porque ya no forma parte del mundo de los hombres erguidos; así es como, al descubrírsenos un entorno tan desesperanzado y real como cuanto nos rodea a diario, aparecen algunas pinceladas de humor también, humor no negro como el que preside todo el relato, al manifestar «que el nuevo gobierno que tenían ese mes había anunciado aumentos de sueldos y reajustes de las jubilaciones», reseñando la inestabilidad política por la que atravesaba Argentina hasta que el ferrismo militar copó los órganos de poder, manteniéndose en él contra viento y marea.
Ese diario de Alina Reyes, en Lejana, puede recordar constantemente a las Noches blancas de Visconti, aparte de apreciaciones como la de «una o se casa o escribe un diario», o la búsqueda de algo que luego no puede suponer ningún tipo de felicidad para su buscadora. La repetición de vidas que tiene lugar en Una flor amarilla nos haría pensar en lo irremediable de los ciclos históricos y otras puñeterías más sonadas. La banda es un relato jovial, justificador de excesos relativamente injustificables y donde !a paciente observación configura sucesos casi comunes, casi coherentes. Ahí pero dónde, cómo, del que ya hemos hablado, es un relato que contiene otra manera de
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ver la muerte como algo inexistente, algo que por ser siempre aparentemente cercano llega a parecemos bastante imposible e inconcreto, aunque sea tan cercano a nosotros como cuando el muerto es un amigo, y ese amigo,
Paco sigue vivo, que me llamó porque esperaba algo de mí y que no puedo ayudarlo porque está enfermo, porque se está muriendo.
En Reunión, un guerrillero asmático—doble aureola—cuenta las dificultades de un desembarco y acción frente a un enemigo terrible que se suele equivocar de colina, aunque de vez en cuando acierta a herir a los combatientes, imágenes que recuerdan mucho los escritos y la propia vida de Ernesto Guevara, de quien aparece una cita al comienzo del relato («Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida»). También Las armas secretas se nos antoja una preciosa historia de amor con un final sugeridor de profundo psicoanálisis. Cuello de gatito negro, decíamos, tiene una consecuencia perfectamente lógica y explicable al relatar angustias y muerte en unos momentos donde se dan más estos hechos que las sonrisas radiantes.
Los cuatro relatos restantes no hacen más que confirmar lo dicho en nuestros primeros comentarios: se trata de historias patéticas, trozos de un mundo inquietante, sonrisas que nacen huecas en un universo dramático... Y más aún: la capacidad de Julio Cortázar se muestra como la de un creador inmenso, dándole características de tal interés que podría concluirse que su nombre deberá tenerse muy en cuenta a la hora de configurar y delimitar la narrativa en lengua castellana, ya que todos los relatos contenidos en estos tres libros quedan como pequeñas obras maestras en el conjunto de una narrativa tantas veces vacía, tantas veces humillada... Se trata de relatos rehabilitadores, por supuesto, pero que, por ello, forman un especial universo, ese universo... de Julio Cortázar.
MANUEL QUfROGA CLÉRIGO
Real, 6
ALPEDRETE (Madrid)
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