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Factótum 12, 2014, pp. 47-62 ISSN 1989-9092 http://www.revistafactotum.com Los mitos del interés propio universal y la razón eternamente calculadora Jorge Polo Blanco Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (España) E-mail: [email protected] Resumen: En el presente trabajo esbozamos un recorrido crítico a través de la secular construcción de una de las nociones más influyentes del pensamiento económico liberal, a saber, el “interés propio”. Esta noción ha sido considerada como atributo de la racionalidad práctica de todo tiempo y lugar. Este presupuesto, construido con diferentes matices y modulaciones a lo largo de los últimos trescientos años desde alguna tradición filosófica y desde la economía política, acaba impregnando en buena medida múltiples ámbitos de las ciencias sociales. Creemos por tanto necesario proponer un examen crítico de los presupuestos que subyacen a esta noción. Palabras clave: naturaleza humana egoísta, racionalidad maximizadora, antropología del homo oeconomicus. Abstract: In the present work we outline a critical journey through the secular construction of one of the most influential notions of liberal economic thought, namely “self-interest”. This notion has been considered an inherent attribute of the practical rationality at any given time or place. As a result, this supposition, built with different nuances and modulations over the course of the last three hundred years from a certain philosophical tradition and political economics, ultimately pervades multiple areas within social sciences. Therefore we feel it is necessary to put forward a critical examination of the suppositions of this notion. Keywords: selfish human nature, maximising rationality, anthropology of the homo oeconomicus. 1. Introducción En los cuatro primeros epígrafes de este trabajo vamos a esbozar una panorámica del problema del “interés propio” que sea lo suficientemente prolija y nos permita así tener a la vista las principales líneas de fuerza que han ido tejiéndose para configurar una noción de racionalidad humana que, en el devenir de la sociedad moderna, creemos se ha tornado hegemónica en el imaginario colectivo y en buena parte de las ciencias sociales. También hablamos de una determinada concepción de la naturaleza humana (vinculada a un conjunto muy concreto de tesis sobre la motivación última de la acción) que, en última instancia, pretende ser sometida en este trabajo a un fundamentado examen crítico. Por ello hemos de señalar que la construcción misma del texto será siempre polémica, esto es, la misma exposición de los nudos teóricos más decisivos de la mencionada tradición habrá de ir acompasada con determinadas críticas y contrarréplicas. Sólo en el último y quinto epígrafe haremos una exposición más específicamente positiva de las tesis que a nuestro modo de ver deben ser contempladas para construir un enfoque correcto de la motivación y la racionalidad humanas. 2. Naturaleza humana egoísta y norma social competitiva En Kant, como es bien conocido, podemos encontrar, en el contexto de sus escritos sobre filosofía de la historia, pasajes que nos hablan de una inclinación de los hombres a la individuación conflictiva, concibiendo una suerte de antagonismo de los intereses del que se sirve la Naturaleza para llevar a término el desarrollo de todas los talentos de los que el hombre es potencialmente capaz. Cierto es, nos dice el filósofo alemán, que el hombre posee también una tendencia innegable a la socialización, y es a través de esta paradójica condición conflictiva como se van apuntalando RECIBIDO: 24-11-2014 ACEPTADO: 15-12-2014 Licencia CC BY-NC-SA 3.0 ES (2014)

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Factótum 12, 2014, pp. 47-62ISSN 1989-9092http://www.revistafactotum.com

Los mitos del interés propio universal y la razón eternamente calculadora

Jorge Polo Blanco

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (España)E-mail: [email protected]

Resumen: En el presente trabajo esbozamos un recorrido crítico a través de la secular construcción de una de lasnociones más influyentes del pensamiento económico liberal, a saber, el “interés propio”. Esta noción ha sidoconsiderada como atributo de la racionalidad práctica de todo tiempo y lugar. Este presupuesto, construido condiferentes matices y modulaciones a lo largo de los últimos trescientos años desde alguna tradición filosófica ydesde la economía política, acaba impregnando en buena medida múltiples ámbitos de las ciencias sociales.Creemos por tanto necesario proponer un examen crítico de los presupuestos que subyacen a esta noción.Palabras clave: naturaleza humana egoísta, racionalidad maximizadora, antropología del homo oeconomicus.

Abstract: In the present work we outline a critical journey through the secular construction of one of the mostinfluential notions of liberal economic thought, namely “self-interest”. This notion has been considered an inherentattribute of the practical rationality at any given time or place. As a result, this supposition, built with differentnuances and modulations over the course of the last three hundred years from a certain philosophical traditionand political economics, ultimately pervades multiple areas within social sciences. Therefore we feel it is necessaryto put forward a critical examination of the suppositions of this notion. Keywords: selfish human nature, maximising rationality, anthropology of the homo oeconomicus.

1. Introducción

En los cuatro primeros epígrafes de estetrabajo vamos a esbozar una panorámica delproblema del “interés propio” que sea losuficientemente prolija y nos permita así tenera la vista las principales líneas de fuerza quehan ido tejiéndose para configurar una nociónde racionalidad humana que, en el devenir dela sociedad moderna, creemos se ha tornadohegemónica en el imaginario colectivo y enbuena parte de las ciencias sociales. Tambiénhablamos de una determinada concepción de lanaturaleza humana (vinculada a un conjuntomuy concreto de tesis sobre la motivaciónúltima de la acción) que, en última instancia,pretende ser sometida en este trabajo a unfundamentado examen crítico. Por ello hemosde señalar que la construcción misma del textoserá siempre polémica, esto es, la mismaexposición de los nudos teóricos más decisivosde la mencionada tradición habrá de iracompasada con determinadas críticas ycontrarréplicas.

Sólo en el último y quinto epígrafe haremosuna exposición más específicamente positiva delas tesis que a nuestro modo de ver deben sercontempladas para construir un enfoquecorrecto de la motivación y la racionalidadhumanas.

2. Naturaleza humana egoísta y norma social competitiva

En Kant, como es bien conocido, podemosencontrar, en el contexto de sus escritos sobrefilosofía de la historia, pasajes que nos hablande una inclinación de los hombres a laindividuación conflictiva, concibiendo unasuerte de antagonismo de los intereses del quese sirve la Naturaleza para llevar a término eldesarrollo de todas los talentos de los que elhombre es potencialmente capaz. Cierto es,nos dice el filósofo alemán, que el hombreposee también una tendencia innegable a lasocialización, y es a través de esta paradójicacondición conflictiva como se van apuntalando

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los logros civilizatorios de la especiehumana.

Pero también tiene una fuerteinclinación a individualizarse (aislarse),porque encuentra simultáneamente en símismo la insociable cualidad de doblegartodo a su mero capricho y, como se sabepropenso a oponerse a los demás, esperahallar esa misma resistencia por doquier.(Kant, 2006: 9)

Las fuerzas creadoras del hombreemergen en ese antagonismo conflictivoirreductible, y es su insociable sociabilidad laque permite, a pesar de todo, hacer emergertodos los talentos y todas las virtudes quede otra manera habrían dormitadoeternamente en una pusilánime vidaanimalesca. Las fuerzas del progresohistórico radicarían, por lo tanto, en latendencia del hombre a afirmar sus interesespor encima de los intereses ajenos, trabandouna sociabilidad ineludiblemente vertebradapor antagonismos individuales que pugnanentre sí.

Al tratar de semejantes cuestionesparece ineludible remitirse a esos pasajes deAdam Smith en The theory of moralsentiments en los cuales el gran teóricoescocés describe el deseo de obtenerriquezas, honores y placeres como unmotivo siempre presente en la naturalezahumana. Es éste, sin lugar a dudas, uno delos fundamentos teóricos de más largorecorrido en el pensamiento liberal secular.Ese deseo así postulado por Smith aparececomo un factor inconmovible de la conductade los hombres a lo largo de las distintaseras, siendo así que coadyuvó decisivamenteal desarrollo mismo de la civilizaciónhumana. No hablamos, en ese sentido, deun mero rasgo epocal, sino de unconstitutivo básico de la acción humana engeneral, es decir, un principio indeleble quela naturaleza ha depositado en laconstitución misma de los hombres paraespolear incesantemente su acción. Eseimpulso impertérrito e inextinguible hacia lasatisfacción de las propias necesidadesmateriales que, insistimos, radicainherentemente en la naturaleza humana,fue el que lanzó a los hombres a labrar loscampos, a construir ciudades y a desarrollarlas artes y las ciencias (Smith, 2011: 323). Ysólo unos párrafos después Adam Smithacuña una de las metáforas más inmortalesde la historia de las ciencias sociales, asaber, la famosa “mano invisible” que, comoresultado no intencional de la acción de lossujetos, articula espontáneamente todos los

egoísmos individuales en un bienestarcolectivo no perseguido conscientemente poresos mismos individuos, toda vez que éstosbuscaban sólo su propio y particularbeneficio.

Estábamos justo en la mitad del sigloXVIII, y empezaba a funcionar con fuerza ypregnancia una muy determinadaconcepción de la naturaleza humana. Otrohombre de este siglo, el filósofo francés D´Helvétius, también situaba el interés en elcentro mismo del mecanismo humano, y ensu De l´Esprit, aparecida un año antes de lacitada obra de Smith, establecía unalegalidad para la conducta humana que teníapor principio fundamental la afirmación delinterés propio.

Si bien el universo físico está sometidoa las leyes del movimiento, el universomoral no lo está menos a las del interés. Elinterés es, sobre la tierra, el poderosomago que cambia a los ojos de todas lascriaturas la forma de todos los objetos […]Este principio es tan conforme con laexperiencia, que sin entrar en un examenmás largo creo tener derecho de concluirque el interés personal es el único yuniversal apreciador del mérito de lasacciones de los hombres. (Helvetius, 1983:135)

La formulación del interés propioconcebido como un móvil esencial yconstitutivo de la acción y la valoraciónhumanas aparece ya formulado muynítidamente a mediados del siglo XVIII, y aambos lados del Canal de la Mancha, comoacabamos de ver.

Saltemos ahora casi doscientos años. Elantropólogo Richard Thurnwald, en su obraEconomics in Primitive Communities de1932, lanzaba un explícito aldabonazo contrala mitología del interés propio universal.

El aspecto característico de laeconomía primitiva es la ausencia de tododeseo de obtener beneficios con laproducción o el intercambio. (Polanyi,2003: 334)

En estas dos líneas ya puede apreciarseun contraste brutal con las afirmaciones deSmith, D´Helvétius y tantos otros, comoahora iremos viendo. No obstante, podríallamar la atención que la nota diferencial deun tipo de formaciones sociales estéconstituida nada menos que por unaausencia porque, en efecto, dicha ausenciano puede por sí sola instituir ningunapositividad. Pero lo que Thurnwald estabatratando de combatir era, en todo caso, la

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ilegítima proyección de determinadosesquemas de pensamiento y normas decomportamiento a sociedades que les erantotalmente ajenos. Y, como corolario de esemismo movimiento de contraste, puedellegar a comprobarse que los móviles de laacción que predominantemente informan laconducta social moderna no son ni naturalesni inevitables, con todas las consecuenciasmorales y políticas que de semejanteconclusión se derivan.

Porque lo que sí puede ser documentadoy detectado en el desarrollo de lasinstituciones económicas arcaicas, y KarlPolanyi hizo muchísimo hincapié en estascuestiones, es la necesidad de mantener lacohesión grupal y la recurrencia protectorade los vínculos sociales, en un contextoinstitucional y normativo cuya finalidad másperentoria consiste en promover y reforzaruna densa solidaridad interna. La economíade semejante comunidad, o lo que es lomismo, la obtención del sustento materialpor parte de la misma, ha de estar ajustadaa semejante norma fundamental.

Pero la unidad doméstica debemantenerse firmemente con respecto a laeconomía de la tribu. Para ello semantienen métodos de integración queevitan la pugna y el antagonismo dentrodel grupo y que refuerzan el arte de lasolidaridad. La reciprocidad desvía laatención de elementos utilitarios, de laventaja egoísta, y la sitúa en la calidez dela experiencia y la gratificación de loscontactos mutuamente honoríficos devecindad con aquellos con los que estamosligados por relaciones específicas de statusobjetivo y amistad personal. (Polanyi,1994b: 136)

Las comunidades arcaicas funcionan conun acentuado principio interno deintegración fundamentado en la reciprocidady en la fortificación de los lazos comunes. Lapujanza competitiva, como principionormativo rector de la vida social, eraprácticamente desconocida, y dentro deestas formas arcaicas queda sepultada laposibilidad de desarrollo de una eventualforma económica disgregadora oatomizadora fundamentada en lacompetición beligerante entre los propiosmiembros de la comunidad.

En suma, en el contexto de estassociedades ningún comercio puramenteeconómico basado en el interés propio puedeejercerse al margen de la normatividadcomunitaria y, de igual manera, ningúnmiembro de dicha comunidad esabandonado a su suerte en lo que a la

subsistencia vital se refiere. Unaconceptualización semejante de la vidacomunal arcaica, es verdad, puede evocar lapropuesta clásica de Tönnies (Tönnies,1979). Pero, en cualquier caso, unimportante corolario puede establecerse apartir de todo lo anterior, a saber, que laactividad económica lucrativa es un tabú enbuena parte de las sociedades humanasestudiadas por la antropología cultural ydocumentadas por la etnografía, toda vezque la existencia misma de la comunidaddepende de ese sustento básico que nopuede dejarse en manos de las veleidadesde un mecanismo económico emancipado dela urdimbre social que libere, por así decir,las fuerzas del egoísmo individual, ya queesto último pondría en peligro lasostenibilidad misma de la ligazón comunal.

Dista mucho esta perspectiva de aquellaotra de Adam Smith que descubría en elhombre primitivo un intercambiadoreconómico espoleado por una “compulsiónnatural al trueque” (Smith, 2011: 44). Lastransacciones económicas lucrativas, por lotanto, fueron consideradas un tabú antisocialen las sociedades tribales y en las culturasarcaicas. Los intercambios se auspiciabandentro de órdenes normativos estrictos queno permitían una liberación sin trabas delregateo competitivo. Polanyi, en ese sentido,indicará que el “ánimo de lucro” no tienecabida en comunidades primitivas donde noexiste de manera predominante una formade integración económica institucionalizada através de un mercado formador de precios.El regateo encaminado a la ganancia conrespecto a bienes de subsistencia esenciales,por lo tanto, es una prohibiciónprácticamente universal en las sociedadesarcaicas.

La exclusión generalizada del regateosobre las vituallas eliminaautomáticamente los mercados formadoresde precios del ámbito de las institucionesprimitivas. (Polanyi, 1976a: 300)

Lo que Karl Polanyi y otros desearonrecalcar de manera tajante y contundentefue que el rasgo normativo-práctico de lamaximización no ha sido la regla que hadeterminado invariable y universalmentetoda economía humana.

Más bien al contrario, lo que puedecolegirse de manera ya sobradamentedocumentada es que siempre existieronotros apremios (políticos, estéticos,religiosos) que habían de catalizar la acciónsocial de manera preponderante, siendo asíque el apremio puramente económico-

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maximizador (instalado de manera cuasi-total y omnipresente en el tejido demúltiples relaciones sociales) es unfenómeno exclusivamente moderno, propiode una sociedad institucionalmente reducidaa un mercado totalizador. El mito del“primitivo hombre trocador”, en ese sentido,constituye una de las principales falacias quefundamentan la construcción liberal de lahistoria económica de la humanidad.

Un pensador de la talla de Adam Smithsugirió que la división del trabajo en lasociedad dependía de la existencia demercados, o de «la propensión del hombrea intercambiar una cosa por otra». Estafrase generaría más tarde el concepto delHombre económico. A posteriori podemosdecir que ninguna mala apreciación delpasado resultó jamás tan profética delfuturo. Porque hasta la época de Smith esapropensión no había aparecido en unaescala considerable en la vida de ningunacomunidad conocida, y en el mejor de loscasos había sido un aspecto subordinadode la vida económica; pero 100 años mástarde estaba en su apogeo un sistemaindustrial en la mayor parte del planeta, loque en la práctica y en la teoría implicabaque la humanidad se veía arrastrada poresa propensión particular en todas susactividades económicas, si no es quetambién en sus aspiraciones políticas,intelectuales y espirituales. (Polanyi, 2003:91)

Este párrafo de Polanyi condensa demanera significativa algunas de las másimportantes y nucleares críticas que debenhacerse al pensamiento económico liberal.En primer lugar, rechazar de un modotaxativo el presupuesto de una tendencianatural del hombre, en general, alintercambio con ánimo de ganancia, puestoque ello supondría una visión irreal yestática de la naturaleza humana. Lapropuesta del gran teórico vienés Ludwigvon Mises, por ejemplo, pretendió estableceruna ciencia general de la acción humanaque, en realidad, entendía que las categoríasdescubiertas por la moderna economíarespondían a una lógica universal que habíaestructurado el comportamiento humano entodo tiempo y lugar, esto es, en cualquierperiodo histórico y en cualquierconfiguración institucional (Mises, 1986)

Encontramos en el Ensayo sobre el donde Marcel Mauss un punto de vistaenteramente análogo al polanyiano.

Ha sido necesaria la victoria delracionalismo y del mercantilismo para quehayan entrado en vigor, elevándose a la

categoría de principios, las nociones debeneficio y de interés. Se puede precisar lafecha del triunfo de la noción de interésindividual. Sólo muy difícilmente y porperífrasis, se pueden traducir estaspalabras al latín, al griego o al árabe.Incluso los hombres que escribieron ensánscrito, que utilizaban la palabra artha,bastante análoga a nuestra idea de interés,tenían otra idea del interés, como tambiénde las otras categorías de la acción. […]Son nuestras sociedades occidentales lasque han hecho, muy recientemente, delhombre un “animal económico”, perotodavía no somos todos seres de este tipo[…] El homo economicus no es nuestroantepasado, es nuestro porvenir […] Elhombre, durante mucho tiempo, ha sidootra cosa. Hace sólo poco tiempo que esuna máquina, una máquina complicada decalcular. (Mauss, 1991: 256)

La concepción de un puro “interéspropio”, en un sentido estrechamenteeconómico-maximizador, ese gran feticheideológico agitado y postulado sin descansopor toda la tradición liberal, es una categoríasólo excogitada en el mundo moderno.

Mauss advierte que en las sociedadesprimitivas o arcaicas no ha de tomarse alindividuo como soporte último delintercambio o como razón última de toda laurdimbre social, ya que en ellas no puedelocalizarse un átomo social guiado por unaracionalidad maximizadora del propiointerés. Las colectividades primitivas oarcaicas ejecutan lo que nosotrosllamaríamos “transacciones económicas”mientras hacen otras muchas cosas decarácter esencialmente religioso, festivo oceremonial (Mauss, 1991: 159). El juego dela circulación de bienes y prestaciones, porasí decir, se desliza entremedias de otrosmuchos juegos cuyo carácter no esestrictamente utilitario y cuya finalidad no esel beneficio monetario o pecuniario. Unoscódigos y unos dispositivos sociales que, endefinitiva, no tienen como soporte laracionalidad de los individuos atomizadosque persiguen la satisfacción del propiointerés en una esfera de intercambioeconómico constituida por la norma de laganancia.

Cabría sostener de manera fundada, porlo tanto, que no siempre el sustento materialde una sociedad se vehiculó a través delpuro deseo de ganancia individual, nisiquiera a través de accionesespecíficamente económico-utilitarias. Esmás, puede afirmarse que las sociedadeshumanas jamás estuvieron organizadas através de normatividades institucionalesparecidas. Karl Polanyi insiste en el hecho de

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que la existencia de mercados parciales ensociedades arcaicas o antiguas no garantizaque estemos en presencia, ni siquiera demanera potencial o embrionaria, de unaeconomía de mercado en sentido moderno(Polanyi, 2003: 107). El funcionamiento delos mercados locales en las organizacionessociales arcaicas y en las civilizacionesantiguas, en todo caso, estaba regulado yconstreñido por multitud de tabúesculturales, restricciones normativas odispositivos consuetudinarios que impedíanla constitución de un verdadero sistema demercado (Polanyi, 2003: 112).

Las motivaciones normativassubyacentes y la estructura institucional deaquel trueque muy poco tienen que ver, entodo caso, con las dadas en el modernointercambio operado dentro de un sistemade mercado formador de precios, y larelación entre ambos no está conectadaevolutivamente, pues hablamos decondiciones histórico-institucionalesenteramente distintas, inconmensurables,que han ido emergiendo a través de inéditasrupturas culturales y mutaciones históricas.La circulación de bienes y servicios se podíaefectuar a través de un abigarrado complejode dispositivos sociales que nada tienen quever con un intercambio destinado a laganancia (Polanyi, 1994b: 114). Pero, encualquier caso, lo que Polanyi y Maussdesean recalcar es que en estos paisajeshistóricos y escenarios antropológicos elintercambio destinado a la ganancia o losintereses puramente adquisitivos sonrealidades secundarias y subordinadas conrespecto a otro tipo de intereses yfinalidades. El propio interés individual,como categoría social hegemónica, suponeuna excepcionalidad desde todo punto devista antropológico e histórico.

3. La subjetividad calculadora

Estamos hablando, en cualquier caso, deun secular proceso de amplia y profundatransformación histórico-cultural por la cual,en determinadas regiones de la geografíaplanetaria, la noción absolutizada del purointerés económico entra a perfilar de maneracrecientemente preponderante los marcosracionales y axiológicos desde los que seexplica la realidad social, del mismo modoque dicha noción ocupa una posición cadavez más central y omnímoda en el sentidocomún de época y en los imaginarioscolectivos. Porque la emergencia delmoderno hombre económico es, hemos deinsistir en esto, un hiato civilizatorio sinparagón y, por ello mismo, una quiebra

histórica y antropológica (Polo Blanco,2013).

Werner Sombart, en su clásica obra DerBourgeois aparecida en 1913, arremetíaexplícitamente contra la supuestanaturalidad del impulso ganancial.

Ya en otras ocasiones se me objetócon relación a esto que es de todo puntoerróneo suponer que en algún momento dela Historia los hombres se hayan limitadoexclusivamente a ganar el sustento, aasegurarse la «subsistencia», a cubrir suselementales necesidades tradicionales.Alegan que en todos los tiempos ha latidoen la «naturaleza humanna» más bien elimperativo de ganar más y más, latendencia a enriquecerse lo más posible.Hoy combato aún esta idea tandecididamente como antes y sostengo conmayor convicción que nunca que laeconomía precapitalista se hallabaefectivamente sometida al principio de lasatisfacción de las necesidades, es decir,que con su actividad económica normalcampesinos y artesanos no buscaban másque su subsistencia. (Sombart, 1977: 24)

La formación de lo que Sombartdenomina “espíritu económico moderno”denota un proceso histórico-cultural por elcual el espíritu económico tradicionalista,como él lo denomina, va quedandoprogresivamente desmantelado y reducido asu mínima expresión. En efecto, aquellaeconomía tradicional que encaminaba todasu institucionalidad al mantenimiento ysostenimiento de la subsistencia del grupofamiliar y comunitario deja paso a unainstitucionalidad radicalmente distinta.Alude, en suma, al mismo proceso queWeber trataba de delimitar en suinvestigación histórica, como veremosenseguida.

Sombart define “espíritu económico”como el conjunto de facultades y actividadespsíquicas que intervienen en la vidaeconómica, las manifestaciones de lainteligencia, los rasgos del carácter, losjuicios de valor y los principios quedeterminan y regulan dicha vida. Y aseverade manera tajante que el espíritu económicoque ha animado y anima a los hombres hasido muy diverso a lo largo de la historia,irreductiblemente diverso podríamos decir.Dicha diversidad quebranta la imagen delhombre económico universal.

La vieja concepción de una «naturalezaeconómica» del hombre, del economicalman, a quien los clásicos considerabansimplemente «hombre económico», peroque ha sido desenmascarad por nosotros

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ya hace tiempo como el «hombreeconómico capitalista». No. La primerapremisa para un correcto entendimiento delos fenómenos económicos es comprenderque el espíritu de la vida económica (en elsentido en que se entiende aquí estaexpresión) puede ser esencialmentedistinto; lo cual quiere decir, paraprecisarlo de nuevo, que las cualidadespsíquicas exigidas en cada caso para laejecución de las acciones económicas sontan diversas como las directrices yprincipios por los que se rige estaactividad. Yo afirmo que el «espíritu» queanima a un moderno empresarionorteamericano es distinto del quedominaba a un artesano de antaño.(Sombart, 1977: 14)

Es verdad que Sombart, en algunosmomentos de su obra, parece hipostasiaruna suerte de “hombre naturalprecapitalista” que hubiera podidopermanecer anclado en una comunidad cuyavida económica estuviese duranteincontables lustros animada por un espíritueconómico tradicionalista, de no haber sidopor la configuración de ese “mundo burgués”que vino a desbancar trágicamente a aquelviejo universo.

Pero prescindiendo de dicha idealizacióndel pasado precapitalista, no obstante, laobra de Sombart representa un buen intentopor comprender el “espíritu capitalista” comoun espíritu no-natural y no-universal; siendoasí, de igual modo, que las notas quedefinen dicho espíritu surgido históricamente(sepultando, no sin violencia, otros espírituseconómicos existentes), notas entre lascuales figura de manera medular el “impulsonatural hacia el intercambio con ganancia” yla “maximización del interés individual”,también son el resultado de una enormemutación histórica y espiritual que trajo alescenario de la historia un ethos económicoinaudito e inédito.

Max Weber, como apuntábamos, estudióla disolución de la comunidad doméstica,que podemos rastrear en la raíz de esecomplejo proceso histórico que acabódecantando la emergencia de unasmodernas sociedades progresivamentemercantilizadas, uno de cuyos efectos másdecisivos consistió en el hecho de que lasgentes iban apareciendo de forma crecientecada vez más como átomos desligados de lanormatividad doméstico-comunitaria;sujetos atomizados, por lo tanto, cuyaacción aparecía en buena medida motivadapor una creciente calculabilidad de losintereses meramente individuales (Weber,1964: 306). Dicho proceso, señala Weber,

acabó cristalizando también, y de formadecisiva, en la sanción jurídica que terminadelimitando la casa y el negocio comoámbitos distintos.

[…] el factor decisivo del desarrollo noes la separación espacial de la economíadoméstica con respecto al taller y la tienda[…] Sino la separación «contable» y«jurídica» de la «casa» y el «negocio» y eldesarrollo de un derecho acomodado a estaseparación: registros mercantiles,desvinculación familiar de la asociación yde la firma […] El hecho de que estedesarrollo fundamental sea propio delOccidente […] entra en el círculo de esosfenómenos numerosos que señalan con lamayor claridad el carácter cualitativamenteúnico que corresponde a la evolución delcapitalismo moderno. (Weber, 1964: 310)

En cualquier caso, queremos destacarque sólo en semejante contexto habíapodido ir emergiendo un tipo deindividualidad histórica que sustentara unaactividad económica desvinculada de laprotección doméstica y desgajadaigualmente de las finalidades impuestas porla coacción normativa familiar.

No podemos dejar de señalar, almencionar este decisivo proceso, que almismo tiempo se produce una “devaluacióny feminización del trabajo reproductivo”,como bien señala Silvia Federici, aspecto quesin duda resultará determinante en laconfiguración de la moderna economía demercado (Federici, 2010: 113). Porque nodebe olvidarse que ese trabajo noremunerado, que puede denominarsereproductivo-hogareño-doméstico, esasignado a las mujeres tras la ruptura de launidad económica doméstica, y se trata, esimportante recalcarlo, de una asignaciónhistórico-cultural que no responde a ningunanecesidad física o propiedad natural, comoquisieran entender algunos liberalesprominentes, véase Herbert Spencer(Spencer, 1947: 203). La disolución de laeconomía doméstica, que da pie a laemergencia de una economía cada vez másmonetaria, produce por lo tanto al mismotiempo una nueva diferenciación sexual en elámbito de lo reproductivo y lo productivo,precisamente en tanto que estos doselementos empiezan a quedar cada vez másescindidos. A través de esta escisiónhistórica la “producción para el mercado” seimpone como la única fuente de verdaderovalor económico, y en dicho ámbito vacristalizando una racionalidad social cada vezmás atomizada y calculadora. Pero ello nodebe hacernos olvidar que semejante

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proceso histórico depende a su vez de laescisión que mencionábamos hace unmomento y por la cual lo reproductivo,permaneciendo ahora desvinculado de loproductivo, queda reasignado al ámbito de lofemenino. Una reasignación, material ysimbólica, que siempre ha de ser entendidaen clave de sometimiento patriarcal.

En cualquier caso, que la entera vida deuna comunidad esté sometida a unmecanismo de libre mercado autorreguladoes algo que sólo empieza a concebirse en elmundo occidental del siglo XIX, y por ellomismo, es algo que jamás ha podidoconstatarse en la pasada historia de lasformaciones sociales humanas. Mientras, enel caso de la moderna sociedad de mercado,la esfera del intercambio prefigurada segúnlos patrones del modelo mercantil-ganancialexporta su influencia y determinación atodos los otros ámbitos de la vida social,subsumiendo bajo su égida la prácticatotalidad de las instituciones sociales. Eneste caso, invirtiéndose la jerarquía habitualvivida en las comunidades primitivas, es elorden social el que aparece disciplinado porla esfera del intercambio mercantil-ganancial.

En ese sentido, Max Weber, enEconomía y sociedad, registra de unamanera brillante ese proceso de disolucióncomunitaria, esta vez en los umbraleshistóricos de la modernidad, a manos deunas relaciones económico-mercantiles cadavez más expansivas.

La comunidad de mercado, en cuantotal, es la relación práctica de vida másimpersonal en la que los hombres puedenentrar […] Cuando el mercado se abandonaa su propia legalidad, no repara más queen la cosa, no en la persona; no conoceninguna obligación de fraternidad ni depiedad, ninguna de las relaciones humanasoriginarias portadas por las comunidadesde carácter personal. Todas ellas sonobstáculos para el libre desarrollo de lamera comunidad de mercado y losintereses específicos del mercado; encambio, éstos son las tentacionesespecíficas para todas ellas. Interesesracionales de fin determinan los fenómenosdel mercado en medida especialmente alta,y la legalidad racional, en particular lainviolabilidad formal de lo prometido unavez, es la cualidad que se espera delcopartícipe en el cambio, y que constituyeel contenido de la ética del mercado […]Semejante objetivación –despersonalización– repugna, comoSombart lo ha acentuado a menudo enforma brillante, a todas las originariasformas de las relaciones humanas […] El

mercado, en plena contraposición a todaslas otras comunidades, que siempresuponen confraternización personal y, casisiempre, parentesco de sangre, es, en susraíces, extraño a toda confraternización. Enprimer lugar, el cambio libre tiene lugarsólo fuera de la comunidad de vecinos y detodas las asociaciones de carácter personal[…] No puede darse originariamente unactuar entre compañeros de comunidadcon la intención de obtener una gananciaen el cambio. (Weber, 1964: 494)

Sin duda que en este pasaje Weberenhebra de forma magistral todos losfenómenos que concurren en un lento peroimparable proceso secularizador ymodernizador que toma cuerpo en unasrelaciones puramente mercantiles,impersonales y mecánicas, que vanextendiéndose progresivamente a costaprecisamente de ir haciendo desfallecertodas las relaciones humanas basadas en laconfraternización de los lazos dereciprocidad personal, ajenos por principio alos criterios utilitarios del mercado.

Entiende Bourdieu esas “conversiones”que sufren las llamadas economías pre-capitalistas como procesos históricosdefinidos por una transición en la que losintercambios de bienes dejan de realizarsebajo modalidades domésticas de integraciónfamiliar y vecinal.

El espíritu de cálculo […] se imponepoco a poco, en todos los ámbitos de lapráctica, contra la lógica de la economíadoméstica, fundada sobre la represión o,mejor, la negación del cálculo: negarse acalcular en los intercambios entrefamiliares es negarse a obedecer elprincipio de economía, como aptitud ypropensión a ‟economizar” […] negativaque, a la larga, puede indudablementefavorecer una especie de atrofia de lainclinación y la aptitud para el cálculo.Mientras que la familia proporcionaba elmodelo de todos los intercambios, incluidoslos que consideramos como ‟económicos”,la economía, constituida en lo sucesivocomo tal, reconocida como tal, con suspropios principios y su propia lógica –la delcálculo, la ganancia, etc.– pretende ahora[…] convertirse en el principio de todas lasprácticas y de todos los intercambios, aunlos producidos en el seno de la familia.(Bourdieu, 2002: 20)

Y es ahora cuando podemos comprobarel contraste brutal y la distanciainconmensurable que se descubre entre lasmodernas sociedades de mercado, donde ladespersonalización de los lazos comunitariosha alcanzado su máximo apogeo, y aquellas

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otras sociedades arcaicas cuya vidaeconómica, nunca emancipada como tal, sehallaba subordinada por entero a la cohesiónde los lazos comunitarios. Porque lasubjetividad calculadora sólo podía emergeren contextos históricos caracterizados por laaparición de un orden social en el que laactividad económica había perdido su lugartradicionalmente subordinado para ocuparun lugar independizado y preeminente desdeel punto de vista axiológico e institucional yal que, por lo tanto, tenían que sometersetodas las otras instancias sociales (Tawney,1972).

Al tratar de establecer las coordenadasgenerales por las que trascurrió el desarrollohistórico-cultural de una subjetividadpredominantemente calculadora, nopodemos dejar de mencionar los valiososestudios de Georg Simmel sobre loselementos constitutivos de la vida delespíritu en las grandes urbes, principalessedes de la experiencia moderna, toda vezque dichos elementos se iban sustanciandoen un entendimiento puramente calculador.La extensión implacable de la economíamonetaria había ido convirtiendoprogresivamente todas las dimensiones de lavida cultural y espiritual en meras funcioneseconomizadoras y mercantiles.

Es interesante un último rasgo en laconstrucción del estilo de la épocacontemporánea, cuyo racionalismo hacepatente la influencia del dinero. Lasfunciones espirituales, con cuya ayuda laépoca moderna da cuenta del mundo yregula sus relaciones internas –tantoindividuales como sociales– se puedendesignar, en su mayor parte, comofunciones de cálculo. Su idealepistemológico es comprender el mundocomo un ejemplo de contabilidad, yaprehender los procesos y lasdeterminaciones cualitativas de las cosasen un sistema de números y, así, Kant creeque en la filosofía de la naturaleza, la únicaciencia es la que se pueda dar enconfiguración matemática. Y no solamentese pretende alcanzar espiritualmente elmundo corporal con la balanza y la medida,sino que el pesimismo y el optimismopretenden determinar el valor de la vidamediante un equilibrio de felicidad y dolor,buscando, al menos, como ideal máximo, ladeterminación numérica de ambos factores.(Simmel, 2003: 574)

Y, un poco más adelante, prosigue conlucidez imponderable:

El rasgo psicológico de la época, aquíanalizado, que se muestra en oposición tan

manifiesta frente a las esencias impulsivas,totalizadoras o sentimentales de épocaspretéritas, parece encontrarse en unarelación causal estrecha con la economíamonetaria. Ésta justifica, en función de supropia esencia, la necesidad continua deoperaciones matemáticas en la circulacióneconómica cotidiana. Las vidas de muchosseres humanos están caracterizadas poresta posibilidad de determinar, equilibrar,calcular y reducir valores cualitativos aotros cuantitativos. La introducción de lavaloración en dinero, que enseñó adeterminar y especificar todo valor, inclusoen sus diferencias mínimas de céntimos,había de conceder una exactitud mayor yuna determinación más clara a los límitesen los contenidos de la vida. (Simmel,2003: 575)

Entendimiento puramente calculador enel seno de un desarrollo irrestricto de laeconomía monetaria, intelectualismo,concepción racionalista del mundo, egoísmopráctico como corolario ineludible de la purainteligencia estratégica, individualismo,atomización social, utilitarismo moral, laclaudicación de toda valoración cualitativa enla determinación objetiva de lo cuantitativo,la preponderancia absoluta del valor decambio sobre toda otra fuente de valor;todos estos elementos apareceníntimamente correlacionado entre sí en esemagma del espíritu moderno desmenuzadopor Simmel. Pero lo que aquí queremosvisibilizar, a través de su obra, esprecisamente esa transformación de lacondición humana fraguada en las dinámicasde una poderosa economía monetariamoderna y todos los efectos concomitantesque con ella se entremezclan yretroalimentan.

Macpherson, en su ensayo acerca de losorígenes modernos de lo que él denomina“individualismo posesivo”, busca las raícesintelectuales del mismo ya en lascaracterizaciones hobbesianas.

El hombre que presenta Hobbes en loscapítulos iniciales del Leviatán ha de sermás fácilmente comprensible para nosotrosque para sus contemporáneos, pues esehombre es muy parecido a una máquinaautomática. No solamente es un autómatasino que se dirige por sí mismo. Tienedentro de sí un equipo por el cual modificasu movimiento como respuesta a lasdiferencias del material que usa y alimpacto, o incluso al impacto esperado, deotra materia sobre él. Los cinco primeroscapítulos del Leviatán describen loscomponentes de este equipo […] El sextocapítulo del Leviatán introduce laorientación general u objetivo impuesto a

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la máquina. La máquina trata de perpetuarsu propio movimiento. Lo hace moviéndosehacia las cosas de las que calcula queconducirán a su movimiento continuado yalejándose de las que no llevan a él. Elmovimiento de acercamiento se llamaapetito o deseo, y el de alejamiento sellama aversión. (Macpherson, 2005: 41)

El hombre es concebido como unamáquina cuyo objetivo siempre se encaminaa perpetuar el propio movimiento, esto es, aacrecentar su potencia, a maximizar subienestar, a asegurar su autoconservación;el principio de su acción, determinado porapetitos y aversiones, siempre se dirige a laobtención del objeto de los primeros y a laevitación del objeto de las segundas. Y larazón que calcula para ejecutar dicha tareaes el principal resorte del equipo, esto es, dela máquina humana.

Porque, en efecto, la identificación derazón y cómputo aparecía nítida yexplícitamente expresada en Hobbes, comopodemos comprobar de manera palmaria enalgunos de sus pasajes (Hobbes, 1980: 32).Pero se ha de comprender que dichacomputación, y esto es lo que más nosinteresa, sólo está dirigida a la conservacióny perpetuación de la máquina. A juicio deMacpherson, esta naturaleza humanamaquínica que Hobbes describe no es elpunto de partida abstracto del que partetodo su razonamiento. Por el contrario, dichaconcepción de la naturaleza humana es elresultado al que se llega después dedescomponer el orden social que tienedelante (la incipiente sociedad mercantilista)hasta sus elementos más simples. Una vezllegado a esos elementos simples procede denuevo a una recomposición sintética, unasíntesis que se corresponde ya a la teoríapolítica propiamente hobbesiana, esto es, ala postulación del orden político másadecuado una vez establecidos los principiosque rigen el movimiento de esos átomos-máquinas que son los hombres individuales.

Pero, y esto es lo esencial para nosotros,esa visión de atomizados sujetoscalculadores y maximizadores de utilidad nodebería ser comprendida al modo de unanaturaleza humana inmutable y universal dela que partiera el ulterior análisis social, sinocomo la resultante de descomponerpreviamente un orden social muy concreto,el propio de la naciente sociedad mercantil.

En realidad, el postulado que Hobbesestaba analizando desde el principio era lanaturaleza del hombre civilizado. Pues elmétodo analítico-sintético, que tantoadmiraba en Galileo y que él mismo

adoptó, consistía en descomponer lasociedad existente en sus elementos mássimples y recomponer luego estos mismoselementos en un todo lógico. Por tanto setrataba de disolver la sociedad existente enlos individuos existentes, y luego dedisolver estos últimos en los elementosprimarios de su movimiento. Hobbes nonos lleva con él a través de la parteanalítica de su pensamiento, sino quecomienza con el resultado y sólo nosmuestra la parte sintética. El orden de estepensamiento va del hombre en sociedad alhombre como sistema mecánico de materiaen movimiento, y sólo a continuaciónvuelve de nuevo al necesariocomportamiento social del hombre. Sinembargo Hobbes únicamente presenta asus lectores la segunda mitad de esterecorrido. Y como empieza su presentación(en el Leviatán y en los Elementos) con elanálisis fisiológico y psicológico del hombrecomo sistema de materia en movimiento,el lector puede olvidar que toda laconstrucción tiene su fuente en elpensamiento de Hobbes sobre los hombrescivilizados. (Macpherson, 2005: 40)

Esos sujetos, lejos de constituir el datoprimigenio, serían en todo caso el resultadode un orden social que los produce.

Lo que podemos ya ver de una maneranítida en esta tradición de pensamiento es laimbricación de cálculo e interés, que figuranademás como principios constitutivos de lamáquina humana. Incluso ha podidoretrotraerse dicho egoísmo hasta lasprofundidades mismas del genoma humano(Dawkins, 2011). El recorrido de dichatradición es muy extenso, y sus efectos sedejarán sentir secularmente, haciéndosenotar en buena parte de la filosofíacontemporánea.

La optimización de lo que uno piensa,hace y evalúa es el centro de laracionalidad […] La racionalidad requiere labúsqueda inteligente de fines adecuados ytiene que ver con la búsquedaevidentemente efectiva de lo que conpropiedad se aprecia como beneficio. Enconsecuencia, la racionalidad posee demodo crucial una dimensión económica, yaque se considera que la tendenciaeconómica es inherente al comportamientointeligente. Costes y beneficios son factoresfundamentales. Ya sea en asuntos decreencia, acción o evaluación, laracionalidad involucra el intento deoptimizar beneficios en relación con elcoste de los recursos disponibles. (Rescher,1993: 15)

Como puede observarse en el filósofoNicholas Rescher, por tomar un ejemplo

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situado en la órbita de la tradición teórica dela “acción y elección racional”, en últimainstancia la razón se concibe como unrecurso económico que, esencialmente,calcula y optimiza medios.

La presentación de la desnudanaturaleza humana que ya efectuaraHobbes, en la que los hombres aparecíancomo átomos-máquinas equipados, entreotras cosas, con una racionalidad puramentecalculadora puesta al servicio de la propiasupervivencia y de la maximización de lospropios intereses y apetitos, esa presuntanaturaleza humana desnuda, decimos, y asílo sugiere Macpherson creemos que de unamanera totalmente acertada, tomó todas suscaracterísticas de la sociedad histórica quepara entonces empezaba a emerger conpotencia antes los ojos del propio Hobbes.

[…] sólo una clase de sociedad, a laque llamo sociedad posesiva de mercado,satisface las exigencias del razonamientode Hobbes. (Macpherson, 2005: 55).

Únicamente tomando como modelo adicha sociedad incipiente perocrecientemente mercantilizada puede llegara obtenerse analíticamente un tipo deindividuo como el que acabamos dedescribir.

4. Maximización permanente de la propia utilidad

Hemos de trasladarnos ahora al universocultural e intelectual decimonónico, puesresulta muy pertinente presentar, en esterecorrido crítico, a John Stuart Mill. El granpensador inglés proponía un rasgopsicológico inherente a la naturalezahumana, un principio que además había deservir desde un punto de vista metodológicocomo elemento causal primigenio a partir dela cual inducir las leyes que rigen dentro deun determinado ámbito de los fenómenossociales.

Hay, por ejemplo, una clase muyextensa de fenómenos sociales en que lascausas inmediatamente determinantes sonsobre todo las que obran por el intermediodel deseo de riquezas, y en que la principalley psicológica en juego es esta ley bienfamiliar que consiste en preferir unaganancia mayor a otra menor […]Razonemos tomando por punto de partidaésta sola ley de la naturaleza humana y lasprincipales circunstancias exteriores […] alas cuales esta ley da posesión sobre elespíritu humano; podemos entoncesexplicar y predecir esta parte de los

fenómenos de la vida social, en cuantodependen únicamente de esta clase decircunstancias, abstracción hecha de todaotra influencia […] Así se puede constituiruna ciencia especial, que ha recibido elnombre de Economía política. (Mill, 1917:912)

El principio racional-práctico del máximorendimiento, y la ley psicológica que seexterioriza en el deseo de ganancias,aparecen en esta concepción comoelementos constitutivos que operan dentrode la naturaleza humana. Y además, dichoprincipio puede ser metodológicamenteutilizado como la causa operante queencontramos siempre presente tras unsector importante de los fenómenos sociales,a los cuales otorga forma y significado.

Con Stuart Mill, entre otros, se opera laconsumación del proceso que nos traemosentre manos. La economía política, comociencia social autónoma recientementeconstituida, emerge a través de la primordialintroducción de una abstracción analítica pormedio de la cual todo otro móvil ointencionalidad de la conducta humana,diversos al deseo de la máxima ganancia,han de ser expulsados del marco teórico.

La Economía política considera a laHumanidad como exclusivamente ocupadaen adquirir y consumir la riqueza, y tratade mostrar cuál sería la marcha de laactividad de loa hombres viviendo en elestado social, si este motivo […] dominaseabsolutamente toda su conducta. Se ve alos hombres, bajo la influencia de estemóvil, acumular la riqueza y servirse deesta riqueza para producir una riquezanueva; sancionar por un contrato mutuo lainstitución de la propiedad; establecerleyes que impidan a los individuos atacar ala propiedad de otro, o por la violencia o elfraude; adoptar diferentes combinacionespara acrecentar la productividad de sutrabajo […] Estas operaciones, en su mayorparte, son el resultado de móvilesmúltiples; sin embargo, la Economíapolítica las considera todas comodimanando del solo deseo de la riqueza. Laciencia económica, que trata así deinvestigar las leyes que rigen cada una deestas operaciones, colocándose en lahipótesis de que el hombre es un serdeterminado por una necesidad de sunaturaleza a preferir en toda ocasión unamayor riqueza a una menor […] No es queningún economista haya llevado el absurdohasta suponer a la humanidad real asíconstituida: es que tal es el método que seimpone a la ciencia. (Mill, 1917: 913)

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La acción humana, en efecto, esanalizada dentro de los modelos teóricos dela ciencia económica como si sólo aquelprincipio, el deseo de riquezas y de máximaganancia, actuase en la praxis humana.Empero, habríamos de inquirir si esa ficciónmetodológica es sólo eso, a saber, unaneutral abstracción analítica puesta en juegopor esa particular ciencia social llamadaeconomía política o si, por el contrario, seexpresa en ella todo un conglomeradoideológico legitimador de determinadosprocesos históricos que estabantransformando de raíz la articulación últimade la sociabilidad humana.

En efecto, hemos de manejar unadecisiva hipótesis, a saber, considerar queesa abstracción de la que habla Millestuviese de hecho empezando a cristalizarhistóricamente en la sociedad industrialcapitalista, esto es, una sociedad en la cuallos móviles no-económicos empezaban a serconsiderados rémoras periclitadas eirracionales, pues sólo en una sociedad talpodía construirse epistémicamente uncampo del conocimiento socialespecíficamente regido por una legalidadeconómica autónoma.

Su procedimiento indispensableconsiste en tratar este fin esencial yconfesado como si fuera el fin único, puesde todas las hipótesis igualmente simpleses la que se aproxima más a la verdad. LaEconomía se pregunta cuáles serían lasacciones que este deseo suscitaría si enestos diferentes órdenes de actividadejerciese su imperio sin participación [deotras causas]. (Mill, 1917: 915)

Pero el aislamiento analítico de ese únicomóvil de la conducta, el principio de lamáxima ganancia y el deseo de riquezas, seexcogita precisamente en un contextohistórico en el que dicho móvil estabaempezando de facto a ser cada vez más elúnico móvil operante en la praxissociocultural. Volveremos más adelantesobre este aspecto.

También en su Introduction to thePrinciples of Morals and Legislation, en untexto ya clásico, podemos leer las tanreproducidas aseveraciones utilitarias deJeremy Bentham.

La naturaleza ha situado a lahumanidad bajo el gobierno de dos dueñossoberanos: el dolor y el placer. Sólo ellosnos indican lo que debemos hacer ydeterminan lo que haremos. Por un lado, lamedida de lo correcto y lo incorrecto y, porotro lado, la cadena de causas y efectos

están atados a su trono. Nos gobiernan entodo lo que hacemos, en todo lo quedecimos y en todo lo que pensamos: todoslos esfuerzos que podemos hacer paralibrarnos de esta sujeción, sólo serviránpara demostrarla y confirmarla. Un hombrepodrá abjurar con palabras de su imperio,pero en realidad permanecerá igualmentesujeto a él. (Bentham, 1991: 45)

Este principio de utilidad habría de ser,desarrollándose el cuerpo de la economíapolítica liberal hasta llegar a su enunciaciónneoclásica, uno de los pilares constitutivosde la antropología subyacente en lasmencionadas conceptualizaciones liberales(Jevons, 1998: 81).

El principio de utilidad, arraigado deforma indeleble en nuestra constituciónvolitiva, funciona siempre en elplanteamiento benthamiano a través delestablecimiento de un balance de placeres ydolores individuales (Bentham, 1991: 59).Esta forma psicológica, que establece que laúnica causa eficiente de la acción es siempreel propio interés, emerge en toda su crudainexorabilidad.

En el curso general de la existencia, entodo corazón humano, el interés de lapropia consideración predomina sobretodos los demás en conjunto. Másbrevemente: prevalece la propiaestimación; o bien, la autopreferencia seencuentra en todas partes. (Bentham,1978: 3)

Más allá de toda construcción moralistaque pueda decir lo contrario, Benthamentiende que esa propulsión incontrovertiblede la naturaleza ha de comprenderse comouna elemental verdad indiscutible que severifica minuto a minuto en la textura de lavida.

¿Cuál es el idioma de la verdadsencilla? Que a pesar de todo lo que se hadicho, el predominio general de la propiaestimación sobre cualquiera otra clase deconsideración, queda demostrado por todolo que se ha hecho: o sea, que en el cursoordinario de la vida, en los sentimientos delos seres humanos de tipo común, el yo loes todo, comparado con el cual las demáspersonas, agregadas a todas las cosasjuntas, no valen nada. (Bentham, 1978:12)

Ese yo, suprema fuente de todo valor,atraviesa el mundo espoleado por unatensión irreductible que lo mueve hacia lapropia satisfacción, para obtener la cual elmundo entero de los otros hombres emerge

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sólo como un campo de fuerzas del quepoder obtener los medios óptimos para lapromoción del propio interés y del que tratarde esquivar todos los obstáculos eventuales.Y, como corolario ineluctable de todo ello, elfilósofo inglés comprendía el universo de lasrelaciones humanas comoirremediablemente abocado a la puracompetencia inagotable. El alcance ilimitadode los deseos humanos y la escasezinexorable de los objetos capaces desatisfacer ese infinito deseo convierte elmundo de los hombres en un campocompetitivo de fuerzas antagónicas, en elque los otros emergen, en múltiplesocasiones, como rivales o como obstáculosque impiden o dificultan la obtención delpropio disfrute (Bentham, 1978: 10).

La concepción de la naturaleza humanaque subyace en esta filosofía utilitarista yhedonista acabará introduciéndose, comodecíamos hace un momento, en el núcleoteórico de la “revolución marginalista”, através de hombres como Jevons, queexplícitamente asumen su deuda conBentham.

Cuando se trata de cuestiones de laimportancia del dolor y el placer, y en sumás alto grado (las únicas cuestiones, al finy al cabo, que pueden ser importantes),¿quién no calcula? Los hombres calculan,algunos con menos exactitud, es verdad,otros con más, pero todos los hombrescalculan. Yo no diría ni siquiera que un locono calcule. La pasión calcula, más o menos,en todos los hombres. (Bentham, 1991:71)

Halévy, en su importante estudio sobrela génesis de la filosofía utilitarista,aseveraba que los hombres no son pornaturaleza económicos, pero que endeterminadas circunstancias históricas dichaidea puede convertirse en una certeza. Laevidencia economicista de un individuoegoísta cuya propulsión esencial es calcularlos medios disponibles para incrementar lasganancias y los placeres sólo puede emergeren una sociedad enteramente subordinada ala funcionalidad de un sistema de mercadocada vez más poderoso y omnipresente(Halévy, 1955: 503).

Todas estas corrientes, vertebrabas porel utilitarismo filosófico-político y elhedonismo psicológico, se introdujeron enlas venas teóricas de la economía políticaclásica y también en las propuestasesenciales de la económica neoclásica,llegando a postular la existencia de una seriede principios psicológicos universales y

necesarios anclados en la naturaleza delhombre y en la estructura psíquicainconmovible del homo sapiens, desde elprincipio de los tiempos.

Bentham y otros escritores utilitaristasproporcionaron una visión psicológica enforma también de ley universal: el interéspersonal como el motor de toda acciónhumana. (Dalton, 1974: 50)

Y es por ello que cabría deducir, al alburde semejantes teorías, que el capitalismo esel sistema social que, al cabo de milenios dehistoria, acaba produciendo el ordeneconómico más acorde con la universal ynatural realidad del hombre.

5. La radical contingencia histórica delhombre económico

Es evidente que las dinámicasestructurales del capitalismo industrialproducen determinados tipos de subjetividadhistórica. Pero, precisamente, es esahistoricidad la que aparece escamoteada enbuena parte de los discursos dominantes enlas ciencias sociales, incluida la antropologíaeconómica. Resquebrajar el imaginario socialen el que un tipo determinado deracionalidad, decantada históricamente,aparece empero en dicho imaginarioaquilatada bajo los contornos de unapretendida universalidad natural ahistórica,aparece como una tarea pertinente. Laracionalidad del comportamiento se ajusta ala normatividad de las instituciones sociales,las cuales no siempre han predeterminadouna norma de acción social basada en lamaximización de las ganancias individuales.Es más, casi nunca lo han hecho.

Y es por ello por lo que hemos de tenermuy presente el proceso específico deendoculturación que se abre paso con lasociedad de mercado. Como apuntabaHerskovits, un determinado tipo deracionalidad económica aparece siempreinserta en el modo mismo de percibir elmundo (Herskovits, 1954: 29). El problemade la racionalidad económica emerge así entoda su crudeza como derivado de unproceso histórico-cultural muy complejo enel que, además, otras racionalidades vanquedando sepultadas, avasalladas yobliteradas por el nuevo orden emergente. Yesa racionalidad económica, en la que elmundo se abre de una muy determinadamanera, configura unos espacios deposibilidad dentro de los cuales undeterminado conjunto de normas de acción

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aparecen como formulables y deseables yotras, en cambio, aparecen comoirracionales o ni siquiera emergen comoconcebibles.

Los criterios que delimitan la conductaracional de la que no lo es dependen demanera ineludible del conglomeradoinstitucional en el que dicha conducta seinscribe. Y, se desprende de ello, no puedepostularse algo así como un estándar deracionalidad económica universal quetrascienda todos los sistemas culturales,pues sólo dentro de éstos una conductaadquiere su significado interno y específico.Los hábitos de conducta que tienen que vercon la reproducción del sustento material deuna sociedad dada extraen su calidad de“racionales” en el interior, y sólo en elinterior, del sistema cultural dentro del cualse dan (Gudeman, 1986).

De la dogmática liberal se podría deducirque el intercambio mercantil destinado a laganancia es una fuerza natural y espontáneaque siempre habría estado latente y tratandode desarrollarse, intentando desplegarse enla historia; y que si ello no siempre ocurrióse debió únicamente a la arbitrariedadautoritaria de unos hombres que, muyrecurrentemente, habían tratado y tratan defrenar esa irresistible y natural tendencia alintercambio lucrativo.

Adam Smith introdujo los métodos denegocio en las cavernas del hombreprimitivo, proyectando su famosapropensión al trueque, permuta eintercambio, hasta los jardines del Paraíso.(Polanyi, 1994b: 80)

Sin embargo, y es éste un punto muyimportante y decisivo, nos dice Polanyi quenunca antes una concepción tan errónea delpasado terminó siendo una profecía tanclarividente del futuro ya que, ciertamente,un siglo después de Adam Smith lacivilización industrial europea estaríaembarcada en un proyecto histórico-institucional dentro del cual el postuladoficticio del homo oeconomicus empezaba aencarnarse como realidad socialmenteefectiva.

En efecto, la sociedad decimonónicaempezó a quedar enteramente entregada,en todas sus facetas, incluidas lasespirituales, a un mecanismo de mercadoautorregulado que ahora sí permitía que lamotivación puramente económica y conánimo de ganancia se extendiera, como unimperativo normativo hegemónico, a casitodos los ámbitos de la praxis social. El idealdel Hombre Económico, en ese decurso

histórico, empezaba a encarnarse en lasformas de vida de la sociedad industrialcapitalista. Pero Polanyi, en una sentenciaque casi podríamos atrevernos a considerarcomo uno de los epítomes de toda su críticateórica a los presupuestos del liberalismoeconómico, concluía:

Si los llamados móviles económicosfuesen connaturales al hombre, deberíamosconsiderar totalmente innaturales a todaslas sociedades primitivas. (Polanyi, 1994a:257)

En consecuencia, entiende que esaracionalidad subjetiva exclusivamentemovilizada por patrones de maximizaciónpermanente de la propia utilidad, adscrita ala compulsión inevitable y natural decualquier sujeto humano en todo tiempo ylugar, es una tesis empíricamente falsa ynormativamente delirante.

De lo anterior se deriva que esa “actitudtrocadora” que Adam Smith postulaba comoprimigenia no puede ser, ni lógica niontológicamente, anterior a lainstitucionalización de los mercados comosistema generalizado de intercambio(Polanyi, 1976: 297). Y dejando sentada esaposición, Polanyi habría de hacersepreguntas de hondo calado histórico yantropológico. En efecto, resultabaperentorio inquirir bajo qué circunstanciashistóricas e institucionales la llamada“motivación de la ganancia” empieza aaparecer de forma preponderante en lasconductas individuales. Y Polanyi sugiere,contra toda la apologética liberal, que dichotipo de motivación sólo empieza a aparecerde manera predominante en la praxis socialcuando unas condiciones institucionalesenteramente nuevas emergenhistóricamente (Polanyi, 2003: 90). Laconducta individual ejemplifica o actualizalas pautas de integración social queconstituyen el entramado institucional; ysólo una sociedad que empieza a ser cadavez más una sociedad de mercado generaunos marcos dentro de los cuales laconducta individual transcurre guiada por lospatrones de la maximización de la propiaganancia. Pero el cambio institucional estáya dado cuando dicho modelo decomportamiento se extiende, y es por elloque la metodología individualista procede deuna manera equívoca cuando quiere trocarel efecto convirtiéndolo en causadeterminante.

Polanyi se oponía, evidentemente, a laproyección metodológica de un

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individualismo atomista en el estudio deconfiguraciones culturales primitivas.

En muchas cuestiones importantesvolvemos a caer en las antiguasracionalizaciones del hombre como átomoutilitarista, y este desliz es quizá másevidente en nuestras ideas referentes a laeconomía que en cualquier otro terreno. Alabordar el estudio de la economía encualquiera de sus múltiples aspectos, elcientífico social está todavía cargado conlos lastres de una herencia intelectual quepresenta al hombre como una entidad conuna propensión innata a intercambiarproductos […] (Polanyi, 1976b: 285)

La motivación de los individuos no puedecontemplarse de manera aislada y abstracta,como si ella fuera la instancia fundadora o elprincipio a partir del cual se producen lasmetamorfosis sociales. En todo caso, nosadvierte Polanyi, si la motivación última quesubyace en la acción de los individuoscambia por completo de consistencia, ellohabrá de entenderse como el efectohistórico-cultural del advenimiento de unascondiciones institucionales inéditas quevienen a suplantar o a desplazar lascondiciones institucionales anteriores.

Pero estas disquisiciones metodológicasno pueden comprenderse de manera aislada,ya que se insertan en un contexto polémicomucho más amplio, a saber, en unaenmienda a la totalidad de los fundamentosantropológicos últimos que predominan enlas ciencias sociales cuando éstas quedanencajonadas dentro del paradigma delmercado (Mingione, 1994). Porque, enefecto, el individuo atomizado que aparecedesprendido y desligado de su urdimbresocial constituyente no puede ser proyectadocomo un sujeto universal que siempre fueanterior, en tanto que portador de unaracionalidad autónoma, al tejido socialmismo.

Cuanto más lejos nos remontamos enla historia, tanto más aparece el individuo–y por consiguiente también el individuoproductor– como dependiente y formandoparte de un todo mayor [... Solamente alllegar el siglo XVIII, con la «sociedad civil»,las diferentes formas de conexión socialaparecen ante el individuo como un simplemedio para lograr sus fines privados, comouna necesidad exterior. Pero la época quegenera este punto de vista, esta idea delindividuo aislado, es precisamente aquellaen la cual las relaciones sociales ... han llegado al más alto grado de desarrolloalcanzado hasta el presente ... La producción por parte de un individuo

aislado, fuera de la sociedad ... no es menos absurda que la idea de un desarrollodel lenguaje sin individuos que vivanjuntos y hablen entre sí. (Marx, 2000: 283)

Marx reivindica la figura de un animalpolítico que se halla siempreconstitutivamente socializado y que, en todocaso, sólo puede individualizarse conposterioridad a su inherente sociabilidad. Yañade, además, que el desarrollo de esaindividualidad, lejos de ser algo habitual enla historia, es más bien un hecho anómalo einsólito que sólo empieza a prefigurarse conel desarrollo de la “sociedad civil” moderna.El sujeto autónomo, arquetipo de losconstructos teóricos de la economía políticaburguesa, no podía ser sino un productohistórico muy reciente. Y es por ello que, enese sentido, comenzar todo análisis históricoy social partiendo de ese supuesto individuosupone elaborar un punto de partida teóricoradicalmente errado y carente defundamento.

Norbert Elias, en La sociedad de losindividuos, hacía notar la imposibilidad,pretendida por toda forma de individualismometodológico, de comprender la fisonomíadel orden social en función de la constituciónde un individuo que se toma como puntoarquimédico de todo ulterior análisis. Nopueden descubrirse las característicasprimigenias que configuran una presunta yabstracta individualidad pre-social o extra-social para, desde ella, dar cuentaexplicativa de las relaciones sociales. Muy alcontrario, toda forma de individualidad hasido producida por el entramado social quela precede, entramado dentro del cual dichaforma de individualidad germina y se moldea(Elias, 1990: 55). Contra todo intento deadscribir determinadas pulsiones o instintosa una supuesta naturaleza humanauniversal, que por lo tanto estaría presenteen todo contexto histórico-cultural (por serde algún modo anterior a todos ellos), laperspectiva de Elias afirma que toda formaconcreta de individualidad sólo puedeemerger en el interior de esos entramadohistórico-culturales que la preceden y laposibilitan.

Lo institucional precede a lo conductual,podría decir Elias junto a Karl Polanyi. Loscaracteres concretos de toda forma deindividualidad así producida, lo “instintos”que en ella puedan descubrirse, han sidoconformados por ese orden social a travésde un proceso histórico-cultural específico, elcual ha de entenderse como anterior alindividuo singular ya configurado. Se tratade una etiología histórica de las formas de

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subjetividad, formas que se han constituidode una manera irreductiblemente distinta alo largo de la historia humana.

Mediante el estudio el proceso decivilización se ha puesto de manifiesto conbastante claridad en qué medida todo elmodelado, así como la configuraciónindividual del ser humano particular,dependen del devenir histórico de losmodelos sociales, de la estructura de lasrelaciones humanas. (Elias, 1990: 39)

Las formas de individuación se vandecantando a través de complejos procesoshistóricos de civilización, y dichas formas nopueden comprenderse al margen de éstosúltimos. Hipostasiar una de esas formas, laforma de individuación típicamentemoderna, esto es, la forma de individuacióncristalizada a través de las grandesmutaciones institucionales de las sociedadesindustriales avanzadas, convertirla,decíamos, en la forma de individuación en sí,en arquetipo de la individualidad humana,delata una inversión totalmente injustificadaen el orden explicativo.

El tipo de individuo postulado comouniversal por la teoría económica (y portodos aquellos teóricos de lo social quebeben de sus premisas), esto es, eseindividuo que a lo largo de su vida tiene queestar haciendo permanentemente elecciones(esto es, asignando recursos limitados yescasos a alternativas diversas, yacarreándose con ello costos de oportunidad,para dar satisfacción a una cantidad infinitade deseos), dicho individuo abstracto quetoma forma analítica en la figura del homooeconomicus es, en todo caso, una forma deindividualidad decantada histórico-culturalmente en el proceso civilizatorio deloccidente moderno e industrial.

Todos los modelos explicativos de losocial que de una forma u otra acabanasumiendo el paradigma del individualismometodológico, cuyo arquetipo de individuo esprecisamente el mencionado agente electory maximizador, no tienen en cuenta quedicho “sujeto” no existía, por ejemplo, enesas sociedades que Elias denomina“agrupaciones endógenas preestatales”(Elias, 1990: 143), que son aquéllas en lasque la vida del individuo venía delimitada ydeterminada muy exhaustiva ycoercitivamente por la norma social en todoslos órdenes de su ser. En dichas sociedadesarcaicas, etnológicas o simplemente, yutilizando el término sólo de un modoheurístico, pre-modernas, en dichos órdenessociales, decimos, la vida del individuo noestá marcada por la lógica de la libreelección permanente entre fines alternativos,pues su comportamiento viene intensamentetroquelado en casi todas sus dimensiones ymatices por dicho orden sociocultural.

Cualquier tipo de yo específico es unproducto psicohistórico. Los ideales deconducta y las máximas normativas delcomportamiento, las actitudes relacionales,los caracteres y las aspiraciones, todos estoselementos constituyen el sustrato de unamuy determinada estructura de lapersonalidad que se ha ido decantando yperfilando a través de procesos históricos deproducción de subjetividad. Y,evidentemente, la subjetividad económicatípica de las modernas sociedadesindustriales, subjetividad atomizada yfraguada de una muy específica manera alcalor de la institucionalidad revolucionariadel sistema de mercado, no puedepostularse como la forma individualarquetípica de la que haya que partir paraexplicar (y menos aún, justificar) elfuncionamiento integral de toda sociedadhumana históricamente posible.

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