los límites de la responsabilidad, la responsabilidad del yo y del nosotros

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1 LOS LÍMITES DE LA RESPONSABILIDAD, LA RESPONSABILIDAD DEL YO Y DEL NOSOTROS Javier Aldama Pinedo A MODO DE INTRODUCCIÓN Antes de referirnos a nuestro tema, planteamos una pregunta general con el riesgo que esto implica por su imprecisión: ¿todos somos responsables? A medida que respondamos a esta pregunta, nos será más fácil señalar cuáles son los límites de la responsabilidad. Responderemos a nuestra pregunta en dos niveles: un nivel micro o de moral individual —en el cual postulamos dos principios: (1) el principio de coherencia y (2) el principio de la existencia del otro— y, un nivel macro o de moral social, en este se tendrá en cuenta la ampliación del segundo principio mencionado, así como el factor de presión social. Además, observaremos que en ambos niveles la responsabilidad del agente exige la presencia de dos condiciones concomitantes: conocimiento y poder. Nuestra pregunta se presenta en el plano ético o moral, pero, toda vez, que la moral se hace presente en otros ámbitos de la actividad humana como lo económico, lo político, lo judicial, lo familiar, lo profesional, etc., también podríamos trasladar la pregunta a estos ámbitos. Con respecto al ámbito moral, creemos conveniente, como ya lo hemos mencionado, hacer una división en dos niveles. Si la pregunta se hace a un nivel micro, la respuesta es positiva con restricciones: sí, si nos

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Se trata de un artículo en donde se analiza expresiones tales como "todos somos culpables", la idea es hacer notar que la responsabilidad está en relación a nuestro grado de poder y conocimiento; se describe también cuatro tipo de relaciones que gravitan sobre nuestro comportamiento moral: yo - el otro, yo-nosotros, yo-y ellos, y nosotro-ellos.

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Page 1: Los límites de la responsabilidad, la responsabilidad del yo y del nosotros

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LOS LÍMITES DE LA RESPONSABILIDAD, LA

RESPONSABILIDAD DEL YO Y DEL NOSOTROS

Javier Aldama Pinedo

A MODO DE INTRODUCCIÓN

Antes de referirnos a nuestro tema, planteamos una pregunta

general con el riesgo que esto implica por su imprecisión: ¿todos somos

responsables? A medida que respondamos a esta pregunta, nos será más

fácil señalar cuáles son los límites de la responsabilidad.

Responderemos a nuestra pregunta en dos niveles: un nivel micro o

de moral individual —en el cual postulamos dos principios: (1) el

principio de coherencia y (2) el principio de la existencia del otro— y, un

nivel macro o de moral social, en este se tendrá en cuenta la ampliación

del segundo principio mencionado, así como el factor de presión social.

Además, observaremos que en ambos niveles la responsabilidad del agente

exige la presencia de dos condiciones concomitantes: conocimiento y

poder.

Nuestra pregunta se presenta en el plano ético o moral, pero, toda

vez, que la moral se hace presente en otros ámbitos de la actividad

humana como lo económico, lo político, lo judicial, lo familiar, lo

profesional, etc., también podríamos trasladar la pregunta a estos ámbitos.

Con respecto al ámbito moral, creemos conveniente, como ya lo

hemos mencionado, hacer una división en dos niveles. Si la pregunta se

hace a un nivel micro, la respuesta es positiva con restricciones: sí, si nos

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referimos a aquellas personas que tienen conocimiento o conciencia de lo

que acontece a su alrededor y sobre lo que tienen poder para hacer o

deshacer.

Nuestra responsabilidad aumenta en relación directa al

conocimiento y poder que tengamos sobre la situación. Esto nos lleva a

notar que no todos los seres humanos son responsables de aquello que nos

es más cercano; por ejemplo, los menores de un año no lo son, porque,

aunque tengan un cierto conocimiento del entorno y un cierto poder para

hacer cosas, su propio poder es dependiente de la decisión de otros y

carecen de autonomía. La responsabilidad es algo que se va adquiriendo

en la medida que sabemos y podemos más. Así, un joven es responsable

de la presión que ha ejercido sobre su pareja para realizar un determinado

tipo de acción y lo es por el conocimiento que tiene de sus resistencias y

de las consecuencias que es posible que traiga su acción.

LA RESPONSABILIDAD DEL YO

La responsabilidad es algo que se nos presenta en nuestra

existencia; sin embargo, tener responsabilidad no es lo mismo que

asumirla, esto último supone una toma de conciencia del yo frente a una

situación determinada y una exigencia y decisión a realizar lo que sea

necesario para cumplir con nuestro deber; esto, por cierto, no garantiza el

éxito de nuestra acción o la evitación de perjuicios.

Cuando nos referimos al yo estamos considerando, sobre todo, a

una voluntad1 que se reconoce a sí misma: en sus propósitos y deseos, y

1 “§ 11. La voluntad libre solo en sí es la voluntad inmediata o natural. Las determinaciones de la diferencia que el concepto autodeterminante pone en la voluntad inmediata como un contenido existente directamente; son los estímulos, los deseos, las inclinaciones, con los cuales la voluntad se encuentra determinada por la naturaleza…”. F.Hegel, Filosofía del Derecho, p. 51.

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que existe temporalmente. “Ser yo es, fuera de toda individuación a partir

de un sistema de referencias, tener la identidad como contenido.” (Levinas

1991:60)

No estamos pensando en este yo como un yo cognoscente y

substancial (una sustancia pensante), además no lo consideramos

necesariamente como plenamente consciente. Una idea de lo que

queremos indicar podría ser el ejemplo de una persona que dice: “quiero

ese auto”, “quiero seguir viviendo” o de una manera general: “quiero x”.

En estas situaciones, lo principal es el deseo que se identifica con una

voluntad o el propósito al que apunta una voluntad determinada. No

significa esto que el yo no pueda ser una voluntad guiada racionalmente;

por el contrario, cuando tal cosa ocurre es cuando el yo se convierte en

agente moral2

Volviendo a nuestra pregunta inicial, tendríamos que notar que

algunas posturas morales sí consideran que todos somos responsables por

lo que ocurre en el mundo o en nuestra sociedad. Un concepto que se suele

confundir con el de responsabilidad es el de culpabilidad, de esta manera

nuestra primera pregunta podría traducirse en esta otra: ¿todos somos

culpables?, nos interesa ―aunque más adelante usemos estas preguntas-

afirmaciones de manera indistinta― establecer una diferencia.

La culpabilidad está vinculada al concepto de pecado, esta relación

no se establece necesariamente con la responsabilidad; sin embargo, de

todas maneras, el nexo queda establecido en el pensamiento cristiano3; y,

2 Otro asunto es si nuestra voluntad puede ser determinada de manera absolutamente racional, como pretende Kant. Vid. Crítica de la Razón Práctica, pp. 102-103 y el teorema III, pp. 108, 109 y ss.

3 Marciano Vidal, Diccionario de ética teológica, pags. 453-454 refiere en Pecado que la estructura de la culpabilidad ética se resuelve en dos momentos: (i) la responsabilización,

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aunque también la responsabilidad puede involucrar elementos emotivos,

la culpabilidad destaca por su aspecto patético:

“11. Escúchame, ¡oh Dios! ¡Ay de los pecados de los hombres!

(…) ¿Quién me recordara el pecado de mi infancia, ya que nadie está

delante de ti limpio de pecado, ni aún el niño cuya vida es de un solo día

sobre la tierra?” (San Agustín 1951: 93)

Esta postura la encontramos en la obra de Dostovieski Los

hermanos Kamarasoff, cuando el starets Zósimo cuenta acerca de la

muerte de su joven hermano ateo, convertido al cristianismo en los

momentos de su agonía, quien dirigiéndose a su madre le dice: “He de

decirte también madre, que cada uno de nosotros es culpable ante todos

por todo, y yo más que los demás(...) Querida madre, felicidad mía (...) ,

has de saber que en verdad cada uno es culpable ante todos por todos y por

todo”4.

Levinas identifica su posición con el fragmento citado de la obra de

Dostovieski. Considera el filósofo lituano que la responsabilidad es la

estructura esencial de la subjetividad: la responsabilidad con el otro,

abordado como rostro. Esta responsabilidad va más allá de lo que yo hago

—incluso soy responsable de su misma responsabilidad—. Yo soy

responsable del otro, independientemente de que ese otro actúe con

reciprocidad. Se plantea así una relación intersubjetiva que es asimétrica,

que incluso puede costarme la vida (sin nada a cambio). La

responsabilidad el yo es única, no puede transferirse, nadie puede

reemplazarme, el yo puede sustituir a todos, pero nadie puede sustituirlo5.

en donde la culpabilidad se relaciona con la libertad y la obligación, y sobre lo que recae la responsabilicación: (ii) la acción humana en cuanto desintegración práxica. 4 Fiodor Dostoviesky. Los hermanos Karamasov, p. 256. 5 Vid. E. Levinas . Ética e infinito. Cap.8.

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Por cierto, se puede ser responsable sin ser culpable; por ejemplo,

el caso de un médico cirujano que ha hecho todo lo posible por salvar la

vida de un paciente mediante una operación quirúrgica, pero que no puede

evitar la muerte del mismo. La responsabilidad sin culpa suele presentarse

ante factores imponderables; por ejemplo, un comerciante lleva en su

camioneta a un ayudante, en la carretera por la que viajan se produce un

deslizamiento de piedras, la camioneta se vuelca y queda malherido el

ayudante, el comerciante es responsable, mas no culpable. Además, se

puede reconocer responsabilidad sobre un evento sin sentir por la

ocurrencia del mismo un sentimiento de culpa; por ejemplo, un joven

puede embarazar a su enamorada y asumir luego de un tiempo la

paternidad de la criatura, pero en ningún momento sentir que es culpable

por lo ocurrido6.

Una postura diferente a la anterior ―en cuanto no acepta el

pecado y, por tanto, tampoco la culpabilidad―es la que predica: “todos

somos responsables”, pues todos somos agentes absolutamente libres. Es

la postura del existencialismo sartreano7 que se basa en la postulación de

la irrestricta libertad humana8. Sartre como existencialista afirma que “la

existencia precede a la esencia”, lo que implica que no existe una

naturaleza o esencia que guía la libertad humana, esta es absoluta, pues el

individuo es lo que ha elegido ser; obviamente, la postura sartreana es

incompatible con cualquier tipo de determinismo o condicionamiento;

pero si el punto de partida es la existencia individual aislada, no deja de

6 La diferencia es clara en el campo jurídico. Vid. Juan D. Ramírez Gronda. Diccionario jurídico, págs. 104 y 251. 7 J.P. Sartre. El existencialismo es un humanismo, p.63 “...Y cuando decimos, que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres.” 8J.P.Sartre. Op. cit. p. 68: “...no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad.”

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tener un lado social al considerar que no sólo se es responsable de uno

mismo, sino, también, del resto de la humanidad.

Nuestro planteamiento difiere de las posturas citadas, no creemos

en el pecado ni en las ideas que se relacionan con esta doctrina; tampoco,

en una libertad irrestricta. Discrepamos de la postura sartreana en su punto

de partida, pues consideramos más apropiado partir del individuo y sus

relaciones, y sí consideramos que la libertad humana está influenciada por

factores internos y externos. Estos factores hasta cierto punto permiten en

nosotros un grado de libertad, pero incluso este grado se ve amenazado y

no precisamente por gobiernos totalitarios o autoritarios, como sí por

técnicas de manipulación y condicionamiento social9.

Esto nos aproxima a la cuestión de si hay una moral verdadera,

bien podría objetársenos: usted habla de posturas morales, pero, ¿cuál es

su propia postura? Es cierto, podríamos hablar de una moral utilitarista, de

una moral conservadora, de una relativista, etc.

Consideramos que podemos librarnos de responder la pregunta de

si existe una moral verdadera −entendida de una manera absoluta−

observando que en las circunstancias contemporáneas el comportamiento

moral y con esto la moral que asumamos es pasible de ser evaluada desde

dos principios.

El primer principio que proponemos es el principio de coherencia,

toda moral puede ser juzgada según este principio, si consideramos que

9 Se repite una y mil veces que solo la democracia liberal garantiza la libertad individual. La voluntad del Sistema ha desplazado a la voluntad de Dios, ¿qué significaba antes la verdadera libertad? Obedecer la voluntad de Dios, ¿qué significa para el mundo occidental defender la libertad? Defender la democracia liberal y el libre mercado (no resistirse a la voluntad del Sistema). Así se impone una verdadera abstracción a una sociedad determinada, y se deja de lado sus verdaderas necesidades.

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toda moral se refiere a un conjunto de normas o por lo menos a una norma

que guía nuestra conducta y en la que se considera ciertos actos como

dignos de ser ejecutados y otros de ser evitados. A fin de esclarecer lo que

decimos, veamos un caso de coherencia: si un utilitarista extiende “el

principio de minimizar el sufrimiento” a los animales, toda vez que ellos

también experimentan placer y dolor, actuaría correctamente si se opone al

maltrato e incluso al consumo de estos, y prefiere, consecuentemente,

adoptar una dieta vegetariana, este sería un caso en el que se cumple el

principio de coherencia. En el caso de un sacerdote que desde el púlpito

predica como normas la humildad y el amor al prójimo, pero que procura

y disfruta de la acumulación de los bienes materiales, y además maltrata a

aquellas personas a su servicio; no lo juzgaremos como malo, sino como

alguien que moralmente hablando no cumple con el principio de

coherencia.

Sin embargo, el principio de coherencia, aunque esencial para

evaluar una moral determinada, es insuficiente; lo moral es indesligable

del otro o de los otros. La existencia del otro y de los otros plantea

enormes problemas para una moral egoísta, pues esta al intentar prescindir

del entorno, o al querer utilizarlo como, si se llevase a la práctica de una

manera consecuente, terminaría convirtiendo al agente, a su vez, en medio

para otro(s)10. Un mundo de egoístas sería un mundo donde todos serían

medios y nadie lograría ser persona, salvo en la denominación. Un

expositor de este tipo de postura es Nietzsche:

“§ 366. No hay egoísmo que se satisfaga con ser egoísmo y no ir

más allá; por tanto, no existe nunca aquel egoísmo “lícito” (…).

10 Como había observado Kant, no puede convertirse el deseo individual de felicidad en ley práctica. M. Kant, op. cit. p. 108.

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“Siempre se alimenta nuestro yo a costa de los demás”. “El vivo,

vive siempre a costa de otros vivos,…”. (Nietzsche 1981: 215)

El principio que complementa y pone límites al principio de

coherencia es “el principio de la existencia del otro”, el otro no es una

ficción de mi mente, no es solo un concepto o un medio; aunque a veces,

queramos y podamos convertirlo en ello. El otro es una voluntad diferente

a la mía; con sus propios deseos, expectativas, necesidades y propósitos.

El otro en un sentido amplio es el hermano, la madre, el vecino, el colega,

la enamorada, el alumno, etc. El otro en un sentido estricto es aquella

voluntad con la que regularmente no me identifico: si soy rico, el otro es el

pobre; si soy cristiano, el otro es el islámico; el otro es el extraño.

La moral hace posible la convivencia, de tal forma que mi vecino

puede ser un asceta y yo un hedonista; mientras cada uno acepte al otro en

su modo de ser; mientras no perturbe mi propia realización —que no

puede suponer, moralmente hablando, ni la destrucción ni la esclavización

del otro— es posible la convivencia.

LA RESPONSABILIDAD DEL NOSOTROS

Hasta ahora, sin embargo, hemos venido refiriéndonos al nivel

micro, ¿qué ocurre en el nivel macro o de la moral social? En este nivel el

yo entra en relación ya no con el otro, sino con los otros, con un conjunto

de individuos que no necesariamente forman un grupo social determinado.

A los otros, a su vez, los podemos subdividir en nosotros y ellos.

Hay un nosotros cuando un yo se identifica con un conjunto de individuos,

en cambio, se trata de ellos cuando un yo se siente extraño o ve como

extraños a un conjunto de individuos. Para que exista un nosotros no es

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necesario que haya una identificación plena, es decir, no solamente somos

nosotros los miembros de una secta o de un partido político determinado.

Un grupo de vecinos, entre los cuales pueden haber evangélicos, católicos

y ateos, en la medida que se identifican como vecinos de una cierta zona

residencial que dialogan entre sí, comparten espacios comunes, se apoyan

entre sí y sobre todo conviven pacíficamente (lo cual, por cierto, no

significa que en el interior de este grupo no haya, de vez en cuando,

discrepancias y altercados) constituyen un nosotros.

Cuando existe un nosotros la responsabilidad no sólo existe, sino

que suele asumirse sin demasiadas dubitaciones, porque la presión de los

otros, con los que nos identificamos nos es cercana; así, por ejemplo, un

líder que no cumple las expectativas de su partido y es responsable de un

gran fracaso, no sólo acepta en su fuero interno su responsabilidad, los

otros también se lo hacen notar: obligándole a renunciar al cargo que

ocupaba.

El verdadero problema se presenta con el ellos y ya no sólo desde

el yo, sino también desde el nosotros. En la sociedades contemporáneas,

atomizadas, es común la relación yo-ellos, anteriormente, lo común, ha

sido la relación nosotros-ellos. En el caso peruano, se encuentran ambos

tipos de relaciones. Pero, en este nivel ¿en qué situaciones se aplican los

principios anteriormente planteados? En la sociedad contemporánea es

evidente la pluralidad de formas de pensar y, por tanto, de posturas

morales; por lo que no se puede esperar una aplicación plena del principio

de coherencia, tal como sí se puede hacer a un nivel individual o personal;

sería posible si hubiese una moral aceptada voluntariamente por todos. En

cambio, el principio de la existencia del otro, se mantiene y garantiza el

comportamiento moral, en la medida que se extiende hacia los otros, hacia

los conjuntos de individuos.

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Afirmamos, pues, que el verdadero problema se da con el ellos,

esto puede ocurrir, por ejemplo, en una relación docente-alumnos (yo-

ellos); no necesariamente el docente se identifica con sus alumnos y esto

por diferentes causas, el docente puede ver al conjunto de educandos como

un medio para sus propios intereses económicos, para la justificación de su

carga horaria, o para sus propios objetivos políticos; teniéndole sin

cuidado el aprendizaje o el desarrollo de las capacidades de sus alumnos;

pero, aun sin identificarse y en la misma relación (yo-ellos), el docente

puede ser puntual, preparar sus clases, cumplir con el programa, etc., y en

este caso sí estaría asumiendo su responsabilidad como profesor.

Ahora nos referiremos a la ética de la responsabilidad de Hans

Jonas. Su propuesta como otras tiene el fundamento racional de la

obligación, el principio legitimador subyacente de la exigencia de un deber

vinculante —el aspecto objetivo—, y el fundamento psicológico, la

capacidad para mover a la voluntad —el aspecto subjetivo—. Además

señala que aunque la cuestión de la validez de la teoría ética ha ocupado

más la preocupación de los filósofos de la moral, no ha estado ausente de

sus propuestas el reconocimiento de que tiene que sumarse el sentimiento,

así presenta como ejemplos: el temor de Dios judío, el eros platónico, la

eudemonía aristotélica, la caridad cristiana, el amor dei intellectualis de

Spinoza, etc.

“Desde antiguo han sido conscientes los filósofos morales de que la razón tiene que añadirse el sentimiento para que el bien objetivo adquiera poder sobre nuestra voluntad, es decir, de que la moral, que debe impartir mandamientos a los afectos, está ella misma necesitada de un afecto. Y entre los grandes ha sido Kant el único que tuvo que arrancarse tal cosa del alma…”. (Jonas 1995: 155)

Encontramos discutible lo de “está ella misma necesitada de

afecto”. No decimos que del acto moral estén ausentes los sentimientos

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morales o los elementos activos11 —que son los diferentes actos de

voluntad que intervienen en función del fin—; pero sí, que lo que define

como moral o correcto el acto es lo que nuestra conciencia bajo el

principio de universalidad descubre como lo necesario a hacer,

independientemente de nuestros afectos.

Al respecto Jonas sostiene que lo primero no es la forma, sino el

contenido de la acción:

“No es el deber mismo el sujeto de la acción moral, no es la ley moral lo que motiva la acción moral, sino la llamada del posible bien-en-sí en el mundo, que se coloca frente a mi voluntad y exige ser oído…lo que la ley moral ordena es precisamente que se preste oídos a esa llamada…Convierte en deber para mí aquello que la inteligencia muestra que es ya algo por sí mismo digno de ser y que está necesitado de mi acción. Para que esto llegue hasta mí y me afecte de tal modo que pueda motivar a la voluntad, he de ser receptivo a ello. Nuestro lado emocional tiene que entrar en juego. Y está en la esencia de nuestra naturaleza moral el que esa llamada que la inteligencia transmite encuentre una respuesta en nuestro sentimiento. Es el sentimiento de la responsabilidad”. (Jonas 1995: 153)

Insistimos en que no negamos la importancia del aspecto emotivo o

sentimental, pero sostenemos que lo que define propiamente un acto como

moral es una exigencia proveniente de nuestra racionalidad práctica,

exigencia que aunque careciese del aspecto afectivo, no dejaría por eso de

ser moral.

Volviendo a nuestro planteamiento inicial, consideramos que a un

nivel macro no podemos fiarnos de la responsabilidad personal, porque es

insuficiente para garantizar el cumplimiento de las obligaciones. Se

requiere de otro factor para la asunción de la responsabilidad y este es la

presión social.

Así, el profesor que no cumple con sus obligaciones frente a un

grupo de padres de familia organizados y atentos a la educación de sus

hijos ―que denuncia sus faltas, abusos e incompetencia―, se ve forzado a

cambiar de actitud: o asume su responsabilidad o se cambia de colegio.

11 Vid. Régis Jolivet. Tratado de Filosofía IV. MORAL, p. 11.

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Y aunque la presión social es necesaria, también conlleva un

peligro: el imperio de la voluntad de grupo. Pues así como este tipo de

presión puede servir para corregir una actitud errada, también puede ser

utilizada para obligar a uno o a varios individuos a tomar decisiones que a

la larga perjudican al conjunto.

El nosotros en relación al ellos, en cambio, casi siempre obnubila

la responsabilidad a asumir, ver a otros como extraños genera indiferencia,

curiosidad y algunas veces violencia. Presento un caso común de observar

en Lima, cuando un grupo de vecinos decide enrejar el lugar donde viven y

con esto prácticamente privatizan aceras y hasta parques, se sienten

identificados entre sí, especialmente en su necesidad de seguridad; pero al

hacer esto perjudican a otras personas, que ya no pueden usar las aceras y

pistas, es decir, estas otras personas para este grupo de vecinos se han

convertido en ellos, este grupo ve sus propias necesidades, pero es

indiferente a las necesidades de los otros. Como son indiferentes miles de

personas con respecto a las necesidades de otros miles que carecen de

oportunidades de desarrollo, de servicios básicos, de un empleo que les

permita satisfacer mínimamente sus necesidades.

El ver desde el nosotros a otros como ellos, además, propicia una

imagen no acorde con la realidad, ¿cómo se vio a la gente de Ayacucho en

los años ochenta? ¿cómo se vio a los ilaveños hace unos años?,

básicamente con indiferencia; como muchos lo han hecho notar, en ciertos

sectores de la población peruana y limeña, en especial, la guerra interna

hasta que no les afecto, se veía como si estuviera ocurriendo en otro país.

Justifican estos sectores su indiferencia viendo a estos grupos humanos

como “bárbaros” o “salvajes”, pero de esta manera tampoco quieren notar

las necesidades que afectan a estos grupos marginales. La solución a

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nuestro parecer, ya la hemos mencionado, es la presión social, es la

participación organizada con otros, a fin de obligar a los que tienen más

poder o el poder sobre una situación determinada a aceptar sus

responsabilidades. Se tiene que ser consciente del peligro constante que

significa el corporativismo y buscar los medios para debilitarlo.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Volvemos tercamente a nuestra pregunta: ¿todos somos

responsables? y advertimos, ahora, la existencia de otra posible

interpretación: algunas personas con frecuencia dicen que todo en el país

está corrupto y que todos somos culpables o responsables de la crisis que

vivimos; pero sí todos somos culpables y todo está corrupto, entonces ¿por

qué culpabilizar sólo a algunos? Este tipo de generalización, pensamos,

encubre el hecho de que hay niveles de responsabilidad: un niño tiene una

cierta responsabilidad, pero resulta menor a la de un joven y mucho menor

a la de un adulto. El nivel de responsabilidad de lo que ocurre a un nivel

macro en personas de escaso poder y conocimiento es mínimo, además

que tendría que tenerse en cuenta que las barreras de la moral y del

comportamiento civilizado se derrumban en situaciones de extrema

necesidad.

El nivel de responsabilidad se va incrementando, según nuestro

nivel educativo, nuestro poder económico y político, o nuestro poder de

violencia. Además, como en el derecho, la ignorancia es un atenuante de

nuestra responsabilidad, pero también hay que observar aquí que hay una

ignorancia por condicionamiento externo y una ignorancia por negligencia.

La responsabilidad de nuestra crisis pesa, pues, sobretodo en

aquellos que han tenido y tienen el poder económico y político, pero

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prefieren evadir sus responsabilidades, en aquellos que eligen defender sus

propios intereses o el nosotros: el grupo familiar, la panaca, los amigos,

los miembros del partido, etc.; concibiendo al resto, prácticamente, como

inexistentes o simples medios.

Como observa una investigación dirigida por Jorge Yamamoto,

psicólogo social de la PUCP, sobre los modelos peruanos de personalidad

nacional:

“…El “argollero” es alguien que dentro de un pequeño grupo de referencia (sus amigos, su familia) los prefieren a ellos. Por eso, quienes se dedican al asalto no atacan a sus amigos, o familiares, pero sí a los desconocidos. En un alto nivel llega a la corrupción: ese es mi compadre y a él se le da la licitación. La característica de la argolla,…, es una alta cooperación y solidaridad en el microgrupo, “pero el resto que se muera”…”12.

También hay una cierta responsabilidad, por cierto menor, en

aquellos que aunque no forman parte de estos nosotros eligen no ver,

tolerar la debacle, dejar hacer y pasar, en aquellos que no van más allá de

una mera crítica verbal.

Pero, en aquellos que están en la miseria, resulta simplemente de

un ánimo perverso considerarlos tan culpables o responsables como los

anteriores, ¿qué responsabilidad frente a la crisis puede tener alguien

totalmente condicionado desde su nacimiento por el hambre, la

enfermedad, el desafecto y la desesperanza? Su responsabilidad es de otro

orden, su principal responsabilidad es simplemente sobrevivir.

El límite superior de la responsabilidad está pues en relación

directa al máximo poder y conocimiento, el límite inferior está en la casi

ausencia de poder y conocimiento, en los sectores más pobres y

empobrecidos de la sociedad. Más allá de este límite inferior, donde están

los calificados de vivir “en extrema pobreza”, los atrapados en el reino de

12 Enrique Sánchez. “Contusos & contentos” en Somos Nº 1120, p. 33.

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la extrema necesidad, la responsabilidad con la sociedad y el resto se

esfuma; para ellos no existe el Estado porque tampoco ellos existen para

el Estado.

Bibliografía

DOSTOIEVSKI, Fiódor. Los hermanos Kamarazof, Madrid, Editorial ALBA, 2001. HANS, Jonas. El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona 1995. HEGEL, G.F. Filosofía del Derecho, Buenos Aires, Editorial Claridad, 1955. JOLIVET, Régis. Tratado de Filosofía IV. MORAL, Buenos Aires, Editor Carlos

Lohlé,1959. KANT, Manuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Crítica de la Razón

Práctica. La paz perpetúa, México, Editorial Porrúa, 1980. LEVINAS, Emmanuel. Ética e infinito. Madrid, Visor Distribuciones, 1991.

― Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1987.

NIETZSCHE, F. La voluntad de poderío. Madrid, Editorial EDAF, 1981. RAMÍREZ GRONDA, Juan. Diccionario jurídico, Buenos Aires, Edit. Claridad, 1965. SÁNCHEZ HERNANI, Enrique. “Contusos & contentos”, en Somos, revista de El

Comercio, Año XXI, Nº 1120, (20/05/08). SARTRE, Jean-Paul. El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires, Ediciones

Orbis, 1984. VIDAL, Marciano, Diccionario de ética teológica, Navarra, Edit. Verbo Divino, 1991.

RESUMEN

Se realiza en este artículo un análisis de la responsabilidad en dos niveles: un nivel micro

o de moral individual y un nivel macro o de moral social. Asimismo, se plantean dos

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principios prácticos: el principio de coherencia y el principio del otro, y dos condiciones

concomitantes: conocimiento y poder. En el análisis del primer nivel, se postula la toma

de conciencia del yo con respecto al otro, es parte de este análisis la evaluación de las

posturas moral judeo-cristiana y existencialista sartreana En el segundo nivel, se

presentan las siguientes relaciones: yo-ellos, nosotros-ellos; cuando el yo se identifica con

otros, se constituye el nosotros, se establece de esta manera una relación regularmente

antagónica: nosotros-ellos, esta relación es perjudicial para la convivencia social.

Palabras clave: yo, el otro, ética, nosotros, principios prácticos

BREVE NOTA BIOGRÁFICA

Javier Aldama Pinedo estudió en la EAP de Filosofía y en la Maestría en Filosofía de la

UNMSM, se licenció con la tesis “El alma en la obra platónica” (1993) y obtuvo el grado

de magíster con la tesis “La ética teórica de G.E. Moore” (2000). Ha sido Coordinador

del D.A. de Filosofía (agosto de 2004- julio de 2007). En el pregrado, dicta cursos de

Historia de la Filosofía y Ética. En el postgrado, dicta el curso de Paradigmas

Epistemológicos Contemporáneos. Es miembro del comité directivo del Instituto de

Investigaciones Humanísticas. Ha publicado varios artículos en revistas de especialidad:

Reflexión y Crítica, Yachay, Sulluy, y también en revistas de la Facultad de Letras.

Correo electrónico: [email protected]