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1 LOS JÓVENES EN LA ENSEÑANZA DE JUAN PABLO II Y BENEDICTO XVI Como telón de fondo de las alocuciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI, quiero ofrecerles estas palabras del último Concilio, con las que concluye el Decreto sobre el apostolado de los laicos. Nos dice así: Este Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que respondan con generosidad y corazón dispuesto, a la voz de Cristo, que en esta hora los invita con mayor insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta llamada va dirigida a ellos de modo especialísimo; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad. Es el propio Señor el que invita de nuevo a todos los laicos (…) a que se le unan cada día más íntimamente, y que -sintiendo como propias sus cosas- se asocien a su misión salvadora (…) (AA 33) Y tampoco quiero dejar de lado algunos párrafos del “Mensaje de los PP. Conciliares a todos los hombres” (20.10.1962). Dirige estas palabras “a todos los pueblos” y a todo hombre de buena voluntad. Pero me parece que, de modo especial, los jóvenes deben sentirse interpelados. Por eso yo, cuando hoy les hablo a ustedes, no lo hago a niños, sino a hombres jóvenes y responsables, ¡capaces de dar respuesta!, por lo que el “Mensaje” es también para que ustedes den una repuesta. Les brindo algunas de sus palabras: Queremos buscar la manera de renovarnos a nosotros mismos, para manifestarnos cada vez más conformes al Evangelio de Cristo. Nos esforzaremos en manifestar a los hombres de este tiempo, la verdad pura y sincera de Dios, de tal forma que todos la entiendan con claridad y la sigan con agrado (3). Obedientes a la voluntad de Cristo (…) dirigimos todos nuestros pensamientos sobre la grey que se nos ha confiado, para renovarnos de tal manera, que aparezca a todo el mundo la faz

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LOS JÓVENES EN LA ENSEÑANZA DE JUAN PABLO II Y BENEDICTO

XVI

Como telón de fondo de las alocuciones de Juan Pablo II y

Benedicto XVI, quiero ofrecerles estas palabras del último Concilio,

con las que concluye el Decreto sobre el apostolado de los laicos.

Nos dice así:

Este Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos

los laicos, que respondan con generosidad y corazón dispuesto, a la

voz de Cristo, que en esta hora los invita con mayor insistencia, y a

los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta

llamada va dirigida a ellos de modo especialísimo; recíbanla con

entusiasmo y magnanimidad. Es el propio Señor el que invita de

nuevo a todos los laicos (…) a que se le unan cada día más

íntimamente, y que -sintiendo como propias sus cosas- se asocien

a su misión salvadora (…) (AA 33)

Y tampoco quiero dejar de lado algunos párrafos del “Mensaje de

los PP. Conciliares a todos los hombres” (20.10.1962). Dirige estas

palabras “a todos los pueblos” y a todo hombre de buena voluntad.

Pero me parece que, de modo especial, los jóvenes deben sentirse

interpelados. Por eso yo, cuando hoy les hablo a ustedes, no lo

hago a niños, sino a hombres jóvenes y responsables, ¡capaces de

dar respuesta!, por lo que el “Mensaje” es también para que

ustedes den una repuesta.

Les brindo algunas de sus palabras:

Queremos buscar la manera de renovarnos a nosotros

mismos, para manifestarnos cada vez más conformes al Evangelio

de Cristo. Nos esforzaremos en manifestar a los hombres de este

tiempo, la verdad pura y sincera de Dios, de tal forma que todos la

entiendan con claridad y la sigan con agrado (3).

Obedientes a la voluntad de Cristo (…) dirigimos todos

nuestros pensamientos sobre la grey que se nos ha confiado, para

renovarnos de tal manera, que aparezca a todo el mundo la faz

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amable de Jesucristo, que luce en nuestros corazones para

resplandor de la claridad de Dios (2 Cor 4,6) (5).

(Nuestra) unión con Cristo, está tan lejos de separarnos

de las obligaciones y trabajos temporales que, por el contrario, la

fe, la esperanza y la caridad de Cristo nos impulsan a servir a

nuestros hermanos en conformidad con el ejemplo del divino

Maestro, que no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28)(7).

En el decurso de nuestro trabajo, hemos de tener en

cuenta todo lo que a la dignidad del hombre se refiere, todo lo que

contribuye a una verdadera fraternidad de los pueblos, La caridad

de Cristo nos apremia (2 Cor 5,14) (…) (10).

1. Primeras palabras

¿Por qué y para qué están ustedes aquí?

Pienso que para mostrar una Iglesia joven, desde la

identidad de los jóvenes.

Creo que para traducir a Cristo en sus vidas, y ver que la

traducción fue correcta.

Imagino que para testimoniar quién es Cristo y qué sentido

tiene ser cristiano.

Un breve texto iluminará lo antes dicho. Es de una alocución de

Juan Pablo II a los jóvenes, hecha, en Denver (USA). Dice así:

Jesucristo es la vida verdadera que da esperanza y

sentido a nuestra existencia humana. Abre nuestra mente y nuestro

corazón a la bondad y a la belleza del mundo que nos circunda, a la

solidaridad y a la amistad con los seres humanos hermanos

nuestros; a la comunión íntima con Dios, en un amor que supera

todos los límites de tiempo y espacio, hasta llegar a la felicidad

eterna e indestructible.

Bondad,

Belleza,

Amistad,

Solidaridad,

Comunión íntima con Dios…

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Son realidades hondamente enraizadas en el alma de ustedes, aun

cuando muchas veces se borronea y diluye, perdamos la buena

memoria y la dejemos en el olvido.

2. Afianzar la propia identidad

El mismo Juan Pablo II, el 27 de Agosto de 1997, hablando a los

jóvenes en París, pronunciaba palabras que pudieran sonar como

una “expresión de deseos”, pero que hoy yo querría que fueran

realidad y verdad en cada uno de ustedes.

El espectáculo que ofrecieron los jóvenes, fue la

confirmación elocuente de la verdad (=de la cruz y el amor). Y esto,

a pesar de la diversidad de lenguas y color de la piel: los chicos y

chicas de los cinco continentes, se dieron la mano, se

intercambiaron saludos y sonrisas, oraron y cantaron juntos. Se

veía claramente que todos se sentían como en su propia casa, como

miembros de una única y gran familia. A un mundo marcado por las

divisiones de todo tipo, dominado por la indiferencia recíproca,

expuesto a la angustia de la alienación global, los jóvenes lanzaron

desde París un mensaje: la fe en Jesucristo crucificado y resucitado

puede fundar una fraternidad nueva, en la que todos nos aceptamos

mutuamente, porque nos amamos.

Esta aceptación no es una táctica ni una estrategia, ni un pacto de

“no-agresión”, sino que tiene al amor como su causa.

El amor y la amistad son connaturales en el creyente, por lo menos,

en el deseo.

Una vez leí algo (no recuerdo de quién…) que decía así:

“Allí no había extraños: sólo amigos que todavía no se

conocen”.

O sea que, si se conocieran, podrían amarse y ser amigos…

“El otro”, deja de ser otro, cuando lo busco y lo encuentro. Recién

entonces comenzamos a vivir el “nosotros”, barriendo con el “yo” y

el “vos”; se impone “lo nuestro”, sobre “lo mío” y “lo tuyo”.

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3. Fanatismo, no; convicciones, sí…

El fanático no puede admitir que otro pueda pensar diferente de él.

Siempre quiere imponer; jamás se le ocurrirá proponer… (y Jesús

nunca impone; siempre propone…).

El que tiene convicciones, puede comprender que otros también las

tengan, y acepta este hecho sin críticas amargas y sin agresiones.

El Papa Benedicto XVI, el 1º de Abril de 2007, dirigiéndose a los

jóvenes en la Plaza de San Pedro, en Roma, les decía:

Queridos jóvenes y amigos: ¡cuán importante es hoy

no dejarse llevar simplemente de un lado a otro en la vida; no

contentarse con lo que todos piensan, dicen y hacen. (Debemos)

escrutar a Dios y buscar a Dios; no dejar que el interrogante de Dios

se disuelva en nuestra alma; el deseo de lo que es más grande, el

deseo de conocer al Señor (…).

Pero una condición muy concreta para ir hacia Dios, es ésta: ‘Sólo

el hombre de manos inocentes y puro corazón’ puede llegar a Dios.

Manos inocentes son las que no se usan para actos de violencia. Son

manos que no se ensucian con el soborno y la corrupción.

Corazón puro. ¿Cuándo lo es? Cuando no finge y no se mancha con

la mentira y la hipocresía; un corazón transparente como el agua de

un manantial, porque no tiene doblez. Es puro un corazón cuyo

amor es verdadero, y no sólo pasión momentánea.

Manos inocentes y corazón puro. Si caminamos con Jesús, subimos

y encontramos las purificaciones que nos llevan a la altura a la que

el hombre está destinado: la amistad con Dios mismo.

Esta es nuestra vocación: vivir y dar vida… Ser feliz y hacer felices a

otros…

4. El Espíritu Santo y la conversión de nuestras vidas.

Así hablaba el Papa Benedicto a los jóvenes reunidos en la Plaza de

San Pedro, el 13 de Marzo de 2008:

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‘Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre

ustedes, y serán mis testigos’, repitiendo lo que nos dicen Hch 1,8

Esto lo decía el Papa en el contexto de una exhortación a cambiar

nuestras vidas, convirtiéndolas al Señor.

Añadía:

Para favorecer el encuentro con Jesús, ustedes se

disponen a abrir el corazón a Dios, confesando sus pecados y

recibiendo el perdón y la paz. Así se deja espacio para la presencia

en nosotros del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima

Trinidad, que es el ‘alma’ y la ‘respiración vital’ de la vida cristiana:

el Espíritu nos capacita para ir madurando una comprensión de

Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer

una aplicación eficaz del Evangelio (Cf Mensaje para la XXIIIª

Jornada mundial de la juventud, 2007).

Y aquí, el Papa Benedicto alertaba sobre “la pérdida del alma”. Si

esto ocurriera, nos moriríamos, pues un cuerpo inanimado no tiene

vida. Esto, que es imposible en el orden físico, nos suele ocurrir en

lo que toca a la vida del Espíritu en nosotros: ¡perdemos el alma!

¡Nos des-animamos! O -peor aún- la vendemos.

Podríamos vivir sin ella pero dejaríamos de ser hombres, y no se

puede ser creyente sin ser hombre o mujer.

No podemos ver al Espíritu, pero no todo lo que no vemos o no

palpamos significa que no exista. ¿Ven ustedes el aire que está

aquí? ¿Lo pueden agarrar? No tiene olor ni color, pero…, si aquí no

hubiera aire, nos moriríamos todos asfixiados.

Y así continúa el Papa actual:

No se puede ver ni demostrar (si el Espíritu) penetra

o no penetra en la persona, (porque no cambia las situaciones

exteriores de la vida, sino las interiores)

Estas palabras, podrían valer para todo el mundo, pero el Santo

Padre las dirige a los jóvenes, sabiendo que uno de los frutos del

Espíritu es la alegría.

Por eso nos pide (¡les pide!):

Comuniquen esta alegría que proviene de recibir los

dones del Espíritu Santo, dando en sus vidas testimonio de los

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frutos del Espíritu: ‘Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,

bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí’ (Gál 5,22-23).

Recuerden siempre que ustedes son ‘templo del Espíritu’. Dejen que

habite en ustedes y sigan con docilidad sus indicaciones, para

contribuir a la edificación de la Iglesia y descubrir cuál es la

vocación a la que el Señor los llama (…) Sean generosos, tratando

de ser cristianos coherentes (…) Abran sinceramente sus corazones

a Jesús, el Señor, para darle un ‘sí’ incondicional.

Es importante una de las acciones del Espíritu Santo, citadas por el

Papa Benedicto:

Descubrir cuál es la vocación a la que el Señor los

llama.

Yo querría agregar que la “vocación fundamental” -como lo afirmé

líneas atrás-, es a ser felices y hacer felices a otros; a vivir y dar

vida. Para esto hace falta la ayuda de Dios, pues -las más de las

veces- es tarea compleja y difícil.

Yo no les pido desconfiar, salvo de dos cosas:

De las voces que les dicen que todo es fácil y que

todo irá sobre rieles.

Y de los aduladores, de quienes les digan que son lo

mejor, les echen incienso, afirmen lo que sus oídos

quieren escuchar y, sobre todo, que son

incomprendidos “por la sociedad”, “por el mundo de

los adultos”, “por los que nos han legado esta basura

sobre la que vegetamos”.

Ustedes no son ni mejores ni peores que los niños, o sus iguales, o

los adultos o los viejos. Siempre les digo a los jóvenes con quienes

trato: -No soy mejor que ustedes… ¡sólo más viejo! He tenido más

tiempo para hacer mejores y peores cosas que ustedes…

Ante este hecho se impone una mirada compasiva que tienda un

manto sanador y una dosis de ternura sobre un mundo con

demasiadas lágrimas.

Juan Pablo II les hablaba a ustedes, diciendo:

Transfórmense también ustedes en redentores de

los jóvenes del

mundo.

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Pero, -condición previa para redimir- es reconocer que

necesitamos tal redención y tomar conciencia de que nosotros

hemos sido amados y redimidos. Nadie puede salvar a otro si no

tiene la certeza de que él ha sido también salvado.

Muchas veces nos quejamos de que hay pocos sacerdotes, y esto

es cierto. Pero tendríamos que agregar que hay pocos cristianos

que se formen para comunicar la buena Noticia de la salvación y,

al mismo tiempo, dar testimonio, con sus vidas, del amor con que

Dios los ha amado.

Y continúa el Papa Juan Pablo así:

Queridos jóvenes: la Iglesia necesita auténticos

testigos para la nueva evangelización, hombres y mujeres cuya

vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres

y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La

Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y

sólo los santos pueden renovar la humanidad. En este camino de

heroísmo evangélico nos han precedido muchos, y es a su

intercesión a la que los exhorto a recurrir.

5. El Espíritu Santo nos da fuerzas para ser testigos de

Cristo

Esto vale para cada uno de ustedes, hoy.

El Papa Benedicto, en una Vigilia de oración con los jóvenes,

realizada en la Catedral de Notre Dâme (París), el 12 de Setiembre

de 2008, hablaba así:

El Espíritu nos pone en contacto íntimo con

Dios, en quien se encuentra la fuente de toda riqueza humana.

Todos buscamos amar y ser amados. Tenemos que volver a Dios

para hacerlo. El Espíritu -que es Amor- puede abrir sus corazones

para recibir el don del amor auténtico. Todos ustedes buscan la

verdad y quieren vivir de ella. Cristo es esta verdad. Él es el camino,

verdad y vida. Seguir a Cristo significa realmente ‘remar mar

adentro’ (…) Confíen en el Espíritu para descubrir a Cristo. Él es el

alma de nuestra esperanza y el manantial de la genuina alegría.

Todo esto podrían parecer lindas palabras que un anciano sacerdote

-el Papa actual- dirige a los jóvenes. Pero sepan que el Papa

también tuvo 18 y 20 y 24 años, y su palabra es parecida a la que él

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recibió de sus maestros, en otras circunstancias, cuando lo

enfrentaban con la Palabra de Dios y sus exigencias.

Esta Palabra tiene sus reglas de juego: necesita de ustedes, como

Dios necesita de los hombres y como la semilla necesita de la tierra

y la sangre, del oxígeno que la purifica.

Sin las voces de los hombres, Dios queda mudo, y sin el testimonio

de ustedes, no hay “pastoral juvenil” que dé frutos.

Ustedes están en la edad de la generosidad. Es

urgente hablar de Dios al entorno en el que se mueven: familia,

amigos, compañeros de estudio y trabajo, compañeros de ocio. No

tengan miedo, sino la valentía de vivir el Evangelio, y la audacia de

proclamarlo (…) Lleven la Buena Nueva a los jóvenes de su edad y

también a los otros. Ellos conocen la turbulencia en la afectividad,

la preocupación y la incertidumbre respecto al trabajo y a los

estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías

únicas. Den testimonio de Dios porque -en cuanto jóvenes- forman

parte plenamente de la comunidad cristiana por el bautismo y la

común confesión de fe. La Iglesia confía en ustedes.

El Papa no ejerce el rastrero ministerio de la demagogia y, si confía

en ustedes, es porque sabe lo que Dios puede hacer en un corazón

que se abre a los dones de lo alto. Es Dios quien hace maravillas ‘en

nosotros’. “Llevamos un tesoro en vasos de barro” (cf 2 Cor 4,7): el

tesoro es Dios y son sus dones; el barro y su pobreza somos

nosotros.

El Espíritu Santo, del cual el Papa habla,

abre a la inteligencia humana nuevos horizontes

que la superan y le hacen comprender que la única sabiduría

verdadera reside en la grandeza de Cristo.

Para lograr esto, hay que reconocer la propia pequeñez. Y continúa:

La cruz ‘simboliza la sabiduría de Dios’ (Cf 1 Cor

1,25). Ésta (la cruz), pone en peligro la seguridad humana, pero

manifiesta la gracia de Dios y la confianza en la salvación.

6. Sydney-2008

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El encuentro del Papa Benedicto con los jóvenes, en Julio de 2008

fue, sin lugar a dudas, un momento de gracia y esperanza, y un

signo visible del paso del Espíritu en la vida de la Iglesia en esas

tierras. La buena semilla no dejará de producir buenos frutos.

El Papa anunció este encuentro (6/7) como “un

nuevo Pentecostés”.

Tiene la certeza de que “los jóvenes, reunidos en

Sydney como en un cenáculo, invocarán al Espíritu

Santo para que inunde los corazones de luz interior,

de amor a Dios y a los hermanos, y de valiente

iniciativa para introducir el mensaje eterno de Jesús

en la diversidad de lenguas y culturas”.

Tema de estos días:

“Recibirán la fuerza del

Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán mis

testigos” (Hch 1,8).

El 13 de Agosto, nos decía:

Estoy firmemente convencido

de que los jóvenes están llamados a ser instrumentos de esta

renovación, comunicando a sus hermanos la alegría que han

experimentado al seguir a Cristo, y compartiendo con los demás

el amor que Jesús infundió en sus corazones, para que también

ellos queden llenos de esperanza y gratitud por todos los bienes

que han recibido de Dios.

Necesidad de la esperanza:

Muchos jóvenes hoy no tienen

esperanza. Se quedan perplejos ante los interrogantes que se les

presentan de manera cada vez más apremiante; ante un mundo que

los confunde y, con frecuencia, no saben bien a dónde tienen que

dirigirse para encontrar respuestas (…)

Si alguna vez supieron cuál era el rumbo cierto, ahora lo han

perdido o está borroneado, impidiéndoles seguirlo con claridad.

Muchas seguridades en las que podrían apoyarse, ya no están más

(familia, futuro, trabajo, afectos…).

Debemos preguntarnos qué necesitan los jóvenes y qué

necesitamos todos:

“(Que) el Espíritu nos oriente hacia Jesucristo : (Si quieres

permanecer joven, busca a Cristo)” (San Agustín). Este mismo

santo afirmó que “Dios es el más joven de todos”, porque es

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fecundo, porque su Palabra es fresca y, sobre todo, porque Dios,

siempre presente, también es un amplio futuro…, como todo joven.

Frutos del Espíritu

- Recordarnos lo que Jesucristo nos dijo,

implantando su palabra en los corazones (Cf

Jn 14,26)

- Conducirnos al conocimiento de toda verdad

(Cf Id 16,13), en una relación de intimidad

conyugal.

A la luz de eso debemos interpretar las palabras del Papa y la

respuesta de los jóvenes.

Les señala que el don del Espíritu Santo puede vencer a los males de

hoy, que son

:: la indiferencia

:: el cansancio espiritual

:: el conformismo con la situación que

vivimos

:: la superficialidad

:: la apatía

:: la cerrazón

Y el Papa les formula esta pregunta:

¿Están viviendo su vida de modo que deje espacio al

Espíritu, en un mundo que quiere olvidar a Dios o incluso rechazarlo,

en nombre de un falso concepto de libertad?

Tener la audacia de ser santos

Hoy, los jóvenes se encuentran ante una

variedad desconcertante de opciones de vida, de manera que a veces

les resulta arduo saber cómo encauzar mejor su idealismo y su

energía. Es el Espíritu quien da la sabiduría para discernir el sendero

y el valor para recorrerlo. Él corona nuestros pobres esfuerzos con

sus dones divinos, como el viento que, al hinchar las velas, hace

avanzar la barca mucho más de lo que los remeros logran con la

fatiga de su remar. Así, el Espíritu hace posible que los hombres y

mujeres de cada lugar y de cada generación, lleguen a ser santos

(17/7).

Nuestros esfuerzos son pocos, frágiles, pobres…

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Esta constatación -por lo demás, evidente- puede ayudarnos a

descubrir la necesidad que tenemos del Espíritu, que es “Viento y

Fuego”, empuje y fervor. Además, es luz que me permite ver, allí

donde mis ojos de carne sólo caminan a tientas y en la oscuridad.

Pero, puede ser doloroso aceptar este estado de cosas: Que soy

pobre… Que no puedo… Que en más de una ocasión, mis mejores

intenciones fracasan… Que no encuentro ayuda en un ámbito social

hostil… Que cada vez es más costoso y hay que pagar un altísimo

precio, por ser competitivo en mis opciones laborales.

Sin el Espíritu, todo esto puede ser dramático y patético. Con el

Espíritu, es una tarea ardua, sin lugar a dudas larga, pero posible.

Cicatrices a curar

No sólo el entorno natural sino también el

social -el hábitat que nos creamos nosotros mismos- tiene sus

cicatrices y sus heridas, que indican que algo no está en su sitio.

También en nuestra vida personal y en nuestras comunidades,

podemos encontrar hostilidades a veces peligrosas: un veneno que

amenaza corroer lo que es bueno, modificar lo que somos y desviar

la finalidad en la que hemos sido creados (alcohol, droga, violencia,

degradación…)

Estas son heridas reales, heridas que hacen nacer el miedo en

muchos corazones, aun en los más fuertes.

La vida personal no se ve sustentada en una sólida vida familiar. No

se encuentra una razón fundante en por qué estudio, si una vez

recibido tendré un trabajo digno y, si lo obtengo, si no estará

suspendido con alfileres, ante las tácticas y políticas en las que el

mundo del capital favorece, no una sana competividad que estimule,

sino el enfrentamiento en el que queda vivo el más fuerte y el que

se somete a regímenes injustos que concluyen en cansancio y

descontento. Esto, aparte de las palabras citadas del Papa en el

último paréntesis: alcohol, droga, violencia, degradación…

El hombre ha provocado estas heridas, muchas de ellas de extrema

gravedad, gravedad que, en soledad, somos incapaces de sanar. Por

ello debe recurrir al que sí lo puede…

Y añade el Papa Benedicto:

La vida no es una simple sucesión de hechos y

experiencias, por útiles que pudieran ser muchos de ellos. Es una

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búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza (…) Cristo ofrece

mucho más: ofrece todo (…) Hemos sido adoptados como hijos e

hijas del Padre, y hemos sido incorporados a Cristo, convirtiéndonos

en morada del Espíritu Santo: ¡somos nueva cultura, nueva creación

(y esto tenemos que recordarlo) en casa, en la escuela, en la

Universidad, en los lugares de trabajo y de diversión (Idem)?

Los santos Padres decían que “Cristo es el rostro humano de Dios”.

¿No tendríamos que decir lo mismo de cada uno de nosotros? ¿No

tendríamos que ser el rostro joven de Dios, tal como lo refleja la

humanidad de Jesús?

Y continúa el Papa, dirigiéndose a los jóvenes congregados en

Sydney:

¿Sabemos reconocer que la dignidad intacta de

toda persona se apoya en la identidad más profunda, como imagen

del Creador, y que -por tanto-, los derechos humanos son

universales, basados en la ley natural, y no algo que dependa de un

simple compromiso?

Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida

donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se

construya la unidad, donde la libertad encuentre su sentido en la

verdad, y donde se halle la identidad en una comunión respetuosa.

Esto es obra del Espíritu Santo (Ibid)

Amor, compartir, unidad, libertad, comunión con los otros…

Esto parecería estar muy lejano, en la mayor parte tanto de jóvenes

y viejos, ante los rencores y odios, la desunión interior, las

opresiones de diverso orden y calibre, la ausencia -a veces total-

de comunión… ¡y hasta de comunicación!

¿Qué hacer? No buscar el remedio allí donde jamás se lo

encontrará. Buscarlo allí donde se encuentra y donde el mismo Dios

prometió que estaría y no nos podrá faltar.

***

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Mi intención en estas breves reflexiones, no ha sido otra sino

brindar al mundo de los jóvenes algunas líneas orientadoras

provenientes de dos Papas. Estas orientaciones no excluyen otras,

sino que provienen “desde otro ángulo” y, por lo tanto, me dan

“otra visión”. Son sólo luces que permiten caminar, pero que deben

ser completadas y acrecentadas por las luces personales de cada

uno de los jóvenes.

Ni los ancianos, ni los adultos ni los jóvenes pueden “arreglar el

mundo”, pero sí pueden -si lo intentan y se unen con inteligencia

en esta apasionante tarea…- arreglar un centímetro cuadrado de

nuestros pequeños mundos personales y de nuestros pequeños

mundos comunitarios, intentando “arreglar” una superficie cada

vez mayor. En esta labor -como en todo sano proceso pedagógico-

se va siempre “de lo menos a lo más”, de lo más simple a lo más

complejo, sabiendo que el que no puede lo más, puede lo menos…

Pero una vez leí algo que me desconcertó y que -en una primera

lectura rápida- pensé que era un error: “El que no puede lo menos,

puede lo más”. Y esto es verdad porque, a veces, a las pequeñas

cosas, a ésas que decimos que no tienen importancia ni valen la

pena, les dedicamos poco tiempo y poco esfuerzo, mientras que las

cosas grandes nos exigen entrega, trabajo, ingenio, tiempo,

paciencia y perseverancia…. ¡y se los otorgamos!

Pero…, dejemos esto y, por lo menos, intentemos lograr pequeñas

cosas en nuestras pequeñas vidas y pequeños ámbitos en las que

transcurren.

Fray Héctor Muñoz o.p. - Convento Sto. Domingo - Salta 2107 –

5500 Mendoza

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