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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). María Rosa PALAZÓN MAYORAL. Los jilgueros de Apolo contr... - Los jilgueros de Apolo contra Lizardi, el grajo (las élites y contraélites letradas. México 1809-1827) María Rosa Palazón Mayoral [ ... ] son tantos los preguntones, públicos y secretos, impresos y manuscritos, que necesitaría tantas cabezas como las de la hidra Lernea [siete], y tantas manos como las del gigante Briareo[cien] para responder a todos. Respuesta de El Pensador a la Cómica Constitucional JOSÉ JOAQUÍN EUGENIO FERNÁNDEZ de Lizardi Gutiérrez, considerado primer novelista de América, que no primer narrador, aunque también fue poeta, fabulista, dramaturgo y, sobre todo, periodista y autor de folletos, escribió durante una época calificada como «punto crítico» de la historia: cuando los hechos se sucedieron a un ritmo vertiginoso, generando una enorme inestabilidad social. La extensísima producción lizardiana (catorce gruesos volúmenes editados por la Universidad Nacional Autónoma de México) comprende el fin del Virreinato, la Guerra de Independencia, la Monarquía Iturbidista y los inicios de la República, o sea, el enclave donde la patria estuvo en peligro de 1 naufragar. En tales circunstancias, nuestro ilustrado autor mantuvo un mismo proyecto a largo plazo, alejado, bien lo supo, de su momento vivencia!, a saber, renovar los cimientos de su espacio, revolucionarlo una vez independizado de la opresión colonizadora. Pero tal organización lo obligó a un cambio intermitente de fines y tácticas a corto plazo. Nótese la paradoja, o se consolidaban ciertos logros o probablemente se naufragaría como sociedad autónoma y diferenciada. O se afianzaban ciertos logros, o se perdía todo. La amenaza de desintegración impuso apremios. Si se olvida esta doble cara, no se entenderán las gestas más destacables que escenificó aquel periodista de vocación, victimizado por un poder de dominio civil y eclesiástico que subrayó con tinta indeleble sus cambios ideológicos, acordes con la transformación histórica de su país, como mero oportunismo. La fecha en que dejó el oficio de amanuense para hacerse escribano de sí mismo, o «escritor de profesión», 2 Lizardi no dudó en exponer los problemas nacionales más 1 José Joaquín Femández de Lizardi, Advertencias a las calaveras de los señores diputados para e/futuro congreso, Obras XII-Folletos (1824-1827), ed. de María Rosa Palazón e Irma Isabel Fernández Arias, pro!.. de María Rosa Palazón, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filolggicas, Centro de Estudios Literarios, 1995 (Nueva Biblioteca Mexicana, 124), p.523. José Joaquín Fernández de Lizardi, Séptimo ataque al castillo de Ulúa, con descarga 523 ..... Centro Virtual Cervantes

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Los jilgueros de Apolo contra Lizardi, el grajo (las élites y contraélites letradas.

México 1809-1827) María Rosa Palazón Mayoral

[ ... ] son tantos los preguntones, públicos y secretos, impresos y manuscritos, que necesitaría tantas cabezas como las de la hidra Lernea [siete], y tantas manos como las del gigante Briareo[cien] para responder a todos.

Respuesta de El Pensador a la Cómica Constitucional

JOSÉ JOAQUÍN EUGENIO FERNÁNDEZ de Lizardi Gutiérrez, considerado primer novelista de América, que no primer narrador, aunque también fue poeta, fabulista, dramaturgo y, sobre todo, periodista y autor de folletos, escribió durante una época calificada como «punto crítico» de la historia: cuando los hechos se sucedieron a un ritmo vertiginoso, generando una enorme inestabilidad social. La extensísima producción lizardiana (catorce gruesos volúmenes editados por la Universidad Nacional Autónoma de México) comprende el fin del Virreinato, la Guerra de Independencia, la Monarquía Iturbidista y los inicios de la República, o sea, el enclave donde la patria estuvo en peligro de

1 naufragar. En tales circunstancias, nuestro ilustrado autor mantuvo un mismo proyecto a largo

plazo, alejado, bien lo supo, de su momento vivencia!, a saber, renovar los cimientos de su espacio, revolucionarlo una vez independizado de la opresión colonizadora. Pero tal organización lo obligó a un cambio intermitente de fines y tácticas a corto plazo. Nótese la paradoja, o se consolidaban ciertos logros o probablemente se naufragaría como sociedad autónoma y diferenciada. O se afianzaban ciertos logros, o se perdía todo. La amenaza de desintegración impuso apremios. Si se olvida esta doble cara, no se entenderán las gestas más destacables que escenificó aquel periodista de vocación, victimizado por un poder de dominio civil y eclesiástico que subrayó con tinta indeleble sus cambios ideológicos, acordes con la transformación histórica de su país, como mero oportunismo.

La fecha en que dejó el oficio de amanuense para hacerse escribano de sí mismo, o «escritor de profesión»,2 Lizardi no dudó en exponer los problemas nacionales más

1 José Joaquín Femández de Lizardi, Advertencias a las calaveras de los señores diputados para e/futuro congreso, Obras XII-Folletos (1824-1827), ed. de María Rosa Palazón e Irma Isabel Fernández Arias, pro!.. de María Rosa Palazón, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filolggicas, Centro de Estudios Literarios, 1995 (Nueva Biblioteca Mexicana, 124), p.523.

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álgidos y, además, cobijó en sus páginas las notas y comunicados, o voz de ciudadanos «preguntones» sin acceso a los medios masivos de comunicación. Gracias a su aventurada elección, se movió en terrenos donde la censura estuvo al acecho. Sus críticos no perdieron la oportunidad de señalar, también, que, al estar obligado a contestar un sinnúmero de preguntas, hubo de incursionar en temas en los cuales no era especialista. Y algo más grave, por su obvio sentido comunitario se volvió huésped asiduo de las cárceles y víctima de anatemas, como su excomunión (1822).

En este trabajo me ocuparé de una pequeña muestra de cómo fue recibida la oferta escritura! lizardiana por sus contemporáneos, deteniéndome en los párrafos mordientes de quienes pensaron en otros destinatarios de su pluma, que no pertenecían, como en Lizardi, a una población de escasos recursos y sin educación escolarizada. Este asunto desemboca necesariamente en la estrecha unión que existe en la literatura entre los planos expresivos y de contenido. Gramsci precisa: «por <contenidm no basta la elección de un ambiente dado. Lo esencial para el contenido es la actitud del escritor y de una generación para ese ambiente. Sólo la actitud determina el mundo cultural de una generación y de una época y por consiguiente de su estilo.»3

Si he insinuado los temas (aspectos locutivos) del discurso lizardiano, la última cita amerita que digamos cuál fue su promesa, cómo escribió, en qué géneros y estilos; cuáles tecnés, artes o medios utilizó (aspecto ilocutivos) para que sus textos cumplieran los objetivos que se planteó (aspectos perlocutivos), y que nosotros, lectores diferidos, registramos como estrategias textuales de un autor empírico: el aspecto ilocutivo de su habla es indesligable de para qué y para quiénes escribió.

Lizardi hizo profesión de fe: «vayamos al asunto, en mi estilo y a mi modo. El estilo será el que entiende el pueblo, para quien escribo; el modo será el de la razón y el convencimiento, que es el mejor.» 4 Y al pueblo que alude era la mayoría pobre e iletrada, porque, como puntualiza, las conquistas, y la española era una de tantas, no se hacen en favor de los conquistados, sino que su lema es y ha sido: «dámelos tontos y te los daré esclavos.»5, o en condición de «máquinas semovientes.»6 ¿Escribir para ágrafos que tampoco leían no es una contradicción de términos que encierra una decisión fallida? O ¿cuál era la tabla de salvación en que acogió su quehacer? La generalizada costumbre de invertir los ratos de ocio en escuchar la lectura de algún escrito. A modo de comproba-ción de esto, citaré que su plan de instaurar una Sociedad Pública de Lectura, donde se ofrecieran los «papeles» que se imprimían, anota como condición básica que a la entrada de la accesoria todos habrían de pagar un real, fueran lectores o sus acompañantes, porque si no, «cualquiera pretextaría que iba con un amigo y se entraría a oír de balde, lo que no podría resultar de ningún provecho para la casa.» 7 En El Periquillo Sarniento

cerrada, Obras XII-Folletos (1822-1824), ed. de Irma Isabel Femández Arias y María Rosa Palazón Mayoral, pról. de María Rosa Palazón Mayoral, México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios, 1991 (Nueva Biblioteca Mexicana, l 00),~.500.

Antonio Gramsci, Obras escogidas I/I. Literatura y vida nacional, pról. Héctor B. Agosti, trad. José María Aricó, Argentina: Lautaro, 1961, p.11 O.

5 Lizardi, Remedios contra la Liga que ya tenemos encima, Obras XII, p.651. 6 Lizardi, La victoria del perico, Obras XII, p.511. 7 Lizardi, Concluye el sueño, Obras XII, p.65. José Joaquín Femández de Lizardi, Sociedad Pública de Lectura en Obras X-Folletos (1811-

1820), ed. de María Rosa Palazón Mayoral e lrma Isabel Femández Arias, presentación de María Rosa Palazón Mayoral, México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de

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encontramos otra declaración expresa sobre los aún poco escindidos actos de leer en voz alta y escuchar. «No todos los que leen saben leer», sentencia, porque quienes lo hacen están obligados a distinguir los estilos que animan su «tono». Sigue diciendo que hacerlo bien no consiste en leer aprisa y decir «mil disparates». Los hay que leen conforme a la ortografia, continúa, pero escuchándose, esto es, haciendo pausas molestas «a los que atienden». Y otros más leen con mucha afectación y con una monotonía de «tono que fastidia». De tales modos instituidos, resulta que «no son los buenos lectores tan comunes como parece.» Concluye así:

Cuando oyereis a uno que lee un sermón como quien predica, una historia como quien refiere, una comedia como quien representa [ ... ], de suerte que si cerráis los ojos os parece que estáis oyendo a un orador en el púlpito, a un individuo en un estrado, a un cómico en un teatro [ ... ], decid: éste sí que lee bien; mas si escucháis a uno que lee con sonsonete, o mascando las palabras, o atropellando los renglones, o con una misma modulación de voz[ ... ], decid sin el menor esC'rúpulo: fulano no sabe leer[ ... ]. Y si esto era por lo tocante a leer, para lo que respecta a escribir[ ... ] tantito peor, y no podría ser de otra suerte; porque sobre cimientos falsos no se levantan jamás fábricas firmes. 8

Esta manera colectiva de invertir el ocio en tertulias familiares, o no familiares que tuvieron lugar en alacenas, cafés y vinaterías, junto con los bajos ingresos que hubo, da cuenta de por qué los envidiosos del éxito obtenido por Lizardi le reprocharon haberse conferido la tutela nacional de cuidar la distribución del medio real que gastaban los pobres en divertirse. También da cuenta de la importancia que alcanzaron en las clases bajas los folletos y periódicos de autor: las noticias y los argumentos, vertidos en escasos pliegos de bajo precio y disfrutados por varios, eran escenificables durante el corto lapso de la convivencia. Un dato interesante. Durante las primicias de la República se prohibió el voceo. Femández de Lizardi interpretó que esta medida agredía la libertad de imprenta, es decir, la circulación y el consumo de quienes adquirían estas paginitas atraídos por un título llamativo, pese a que no supieran leer: los letrados podían enterarse por sí mismos de los encabezados en las alacenas del Portal, hoy Zócalo de la Ciudad de México; los analfabetos, no. Inclusive estas formas de consumo socializadas dan cuenta de por qué las pioneras novelas lizardianas aparecieron por entregas.

Otra huella indicadora de la oralidad en juego, basada en la lectura de un tercero, es la recurrencia lizardiana a los diálogos, por regla general jocoserios, no sólo en sus piezas dramáticas, sino en sus «papeles» (folletos y periódicos). Facilitaron a la voz del lector o a las voces de lectores matizar los tonos, las formas de hablar y hasta las gesticulacio-nes. Tarea que fue más dificil en el caso de sus monólogos o unipersonales. Este recurso teatral, de larga historia, había sido la mejor oferta catequizadora de la Iglesia. La tradición facilitaba que las percepciones auditivas, amenizadas con las visuales, llamaran a la imaginación del público para que, llenado los huecos de información o indetermina-

Estucjfos Literarios, 1981 (Nueva Biblioteca Mexicana, 80), pp.225-226. Todas citas de Lizardi, Obras VIII !-Novelas. El Periquillo Sarniento (tomos 1 y II), ed. y

pról. de Felipe Reyes Palacios, México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios, 1982 (Nueva Biblioteca Mexicana, 86), p.58.

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ciones del escrito, cerrando los ojos, como Lizardi aconseja, se transportaran a un pasaje fantasioso y recibiesen de manera festiva y gozosa la oferta de tipo dramático. Es indudable que ésta operaba más como un hecho para el común que como un regalo para los elitistas bachilleres y doctores que leían solitarios y en silencio. Y esta oferta revela que, en esa fase, los géneros literarios no eran autosuficientes, sino que aún estaban pegados a su funcionalidad primitiva.

A principios del analfabeto siglo XIX, interpretado como etapa fundacional de la nación mexicana, el virtuosismo de El Pensador Mexicano consistió en tener una resonancia múltiple y festiva. Gadamer ha enseñado que la fiesta, por su misma naturaleza, recupera la comunicación de todos con todos los participantes, lo que, en principio y por principios, sobrepasa privilegios clasistas, de profesiones, raciales y genéricos. Asimismo, ha de permanecer, hasta donde sea posible, ajena a las manipula-ciones comerciales, porque no es una mercancía. Nuestro periodista estuvo dispuesto a entregar sus «papeles» para las pequeñas fiestas donde los contertulios gustaban juntos de un estímulo no impuesto. Compartían, se entregaban al placer comunitario que evita el aislamiento: el escuchar juntos los hacía copartícipes. En esta atmósfera distendida, se animaban a improvisar juicios y a discutirlos. Si se habían reunido para lo que saliera al encuentro, su pasatiempo llegaba a las cimas de lo ya ilustrado, a un saber que, como el brazo de potencia de una palanca, se oponía al inercial brazo de resistencia, propiciando la libertad creativa que siempre ejerce el intérprete. Entonces los oyentes se preguntaban por sus comportamientos automatizados, obedientes a rancios prejuicios y a su condición de periferias internacionales, a causa no sólo de la Conquista, sino de que, en el nombre de Dios, Alejandro VI los hubiera regalado a los reyes de Castilla.

La envidia de muchos cultilatiniparlos por los felices resultados de la escritura lizardiana estalló como petardo. Los intelectuales «puros», sin una función orgánica de tan amplio espectro, atacaron sus escritos porque, siendo su emisor un pobrete de escasa preparación universitaria, se lanzó a la palestra, entregando mamarrachos que, con unos cuantos papirotazos humorísticos, deshacían rancios prejuicios mediante salpimentar su mordiente ironía con versificaciones, refranes y giros del habla popular, con anécdotas, frases célebres y con representaciones más o menos miméticas de la «canalla». El autor de un folleto, también humorista, refleja las analogías con que se movían estos «genios» de las artes liberales: «estamos en tiempos que hasta las cucarachas del templo de Minerva quieran escupir la rueda y ensuciar con sus esputos la prensa[ ... ], ahora que callan los sabios, han de charlar los majaderos (no lo digo por usted), porque si pasa esta época y empiezan a trinar los jilgueros ... A Dios grajos, enmudecerán para siempre como los oráculos de Egipto.»9

Dicen las consejas que los grajos o zanates, una especie de mirlos americanos, al caer la tarde llegan en bandada a la copa de los árboles, produciendo una algarabía que se asemeja a los goznes sin aceitar de las carretas.

Nuestro grajo se autocalificó como un autor segundo sin ambiciones de que sus destinatarios sobrepasaran los que tuvo en mente, es decir,jamás nunca pretendió que sus escritos ascendieran al Monte Parnaso ni menos que fuesen un oráculo egipcio. Pero sus contemporáneos le restregaron en cara que un grajo jamás debe chistar ni menos, en su

9 El Conocedor de los Hombres, Consejos a El Pensador, [México]: Imprenta de Jáuregui, 1813, p. 2.

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epopeya de pionero, innovar, sobrepasando las normas estrictas de la preceptiva. Si Lizardi había declarado que no pertenecía a la Arcadia, su enfurecido rival, Juan María Lacunza, atrapado en el movimiento centrífugo de los avasallados que inútilmente anhelan el reconocimiento de la universal y «eterna» o divinizada república de las Letras, que no de un pueblo que profundamente desprecian, le espeta: «¡ni lo permita Dios!, ¿qué dirán los literatos extranjeros, si oyeran los graznidos de vuestra merced mezclarse impunemente con los suaves cantos de una multitud de cisnes americanos, que son la gloria y el ornamento del Valle de México.»1º

En las artes sólo han de participar, le machacaron, los agraciados demiurgos de las Musas, instalados por su buen gusto en alguna columna del Templo de Apolo, pedestal de las Bellas Artes. En cambio, le dijeron, tú entregas una producción disparatada, «extravagante y de pésimo gusto» que con «grosero estilo de taberna» habla del «demonio de Juan largo;jarritos de orines; sopa de meados; vieja alcahueta». «¡Esta obra se propone para introducir el decoro y dignidad en nuestros usos! ¡Primoroso medio! D l. d . . ' 11 d b 1 . . ' d h 12 Ad ' . ¡ e ica o, exqms1to.», «censor e arra a es» y «cnbcon e coc era.» . emas, «s1

en los libros encontramos las peores gentes de sociedad, obrando ordinariamente y según los vemos, hablando según los oímos, nuestra curiosidad no se excita y dejamos de sentir el atractivo que en el arte se llama interés.» 13 Sus enemigos le dijeron que en el Templo de Apolo se leía: «Conócete a ti mismo», y usted, feo avechucho «bizcornado» y mentecato, «alma media», «necio» y «sandio» se pavonea por árboles y tejados, landeándose complacido de su ficticia belleza, engreído «con el aprecio que de sus mamarrachos forman el aguador, la cocinera y el muchacho, quienes por lo común sólo se diferencian de los brutos en la cualidad risible», usando «este atributo esencial y distintivo de su alma racional por antojo, por capricho y poquísimas veces con fundamento.» 14 Tan sólo eres, le espetaron, un huevo batido, carente de sustancia y lleno de «pompa altiva/ cuya grandeza en viento estriba.» 15

. Intertextualmente sabemos que estas venenosas líneas remiten a una fábula de Samaniego: «Hinchado un grajo de arrogancia vana[ ... ]. Si aquí hubieras vivido, y el estado/ A que te destinó Naturaleza/ Hubieras tolerado con firmeza,/ Ni entre los Pavo Reales/ Padeciera tu honor sonrojos tales.» 16 En qué fundas, pues, tu osadía, «Caballero de la Triste Figura, duque de Híjar, marqués del Corral», «criado, si no nacido, entre los terrones y majadas de las huertas de Tepo[t]zotlán.» 17Vaya, «¿Y que un zamuco de tal calibre ha~a sudar las prensas, y presuma haber nacido para los días de la ilustración popular?» 1

JO Juan María Lacunza, [Críticas a la poesía de Lizardi], Diario de México, t. XV, núm.2270, 20/XV/1811, p. 695.

12 Uno de Tantos, Noticioso General, núm. 482, l/Il,1819, p.3. Fray Mariano de Soto, El carácter de El Pensador descubierto y desafiado [núm. 2],

Méxipf: Oficina de José María Benavente y Socios, p. l. 14 Uno de Tantos, p. 2. 15 Juan María Lacunza, p.694.

Patricio Vero, «Fábula. La cocinera y la gal opina», Diario de México, núm. l 08, 18/I'j_~814, p.3.

Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, «Fábula CL VIII. El águila y el cuervo», Fábulas completas, con algunas sacadas de Fedro y Esopo, ilustrada por Granville, México: Editora Naciq9al, 1967. p.291.

Auto de Inquisición contra el Suplemento de El Pensador del lunes 17 de enero de 1814. Celebrado en una cafetería, en forma de diálogo, entre un arquitecto y un petimetre, México: Mam¡~l Antonio Valdés,, 1814, p 6.

Licenciado Cachaza, La horca de Amán contra el papelucho La Canoa, Puebla: Oficina

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El inusual hablar a boca de jarro, sincero, sin «nieve», de nuestra ave negra, color de homínido esclavo, quien, según sus enemigos, zahería el honor de la América Septentrional, 19 fue atacado con mordientes frases que, como prueban las citas anteriores, giran en el encuentro de dos ejes semánticos. Uno, clasista; otro, la exquisitez del genio que da a luz obras literarias perfectas, bellas, escritas sin premura. Lo cual significaba que ejercer la escritura de tiempo completo fue una meta a la que casi nadie accedió, porque corregir un texto equivalía a no vivir de la pluma, a ser un privilegiado económicamente que, en sus ratos de ocio, redactaba un poema o un texto en prosa, dictándolo, en muchos casos, a un amanuense, que obviamente el miserable Pensador Mexicano nunca tuvo. Este profesional de la escritura, como cualquier otro hijo de vecino, pagaba las impresiones de sus «papeles», arriesgando diariamente sus ganancias en beneficio de una población iletrada:

Son muy costosas las impresiones: los muchachos que las venden se llevan un cincuenta por ciento de utilidad, de manera que si el papel es de a pliego, que vale un real, se le da la docena por un peso. En el día, tiene de costo una impresión de quinientos pliegos, con rotuloncitos de anuncio, comisión, etcétera, sobre veinte y dos o veinte y cuatro pesos; es necesario para costearla que se vendan otras tantas docenas, es decir, que compren el tal papel doscientas ochenta y ocho personas, pues este corto número apenas se halla[ ... ], a la larga [al escritor] le sucede lo que a los tahúres, que ganan un día doscientos pesos y se van locos de contentos a sus casas; pero después, en los veinte y nueve restantes del mes, pierden.2°

Un autor de sus propios folletos y periódicos era un escritor «constante» y forzosamente «desgraciado», como reza la autocalificación de su Testamento y despedida. 21 En México, muchos otros, en cambio, intentaron ser reconocidos como herederos del linaje grecolatino, rescatado por un neoclasicismo que tomaba como maestros a Sófocles y Virgilio, en tanto que Lizardi era, dijeron, un «anticuario miserable» o falto de abolengo porque en el verso que tituló «La verdad pelada» se inspiró en Las zahurdas de Plutón de Quevedo22

• Sin ser doctor borlado, sino lleno de ideas rústicas, sin ser rico, no hallándose a los pies de Apolo, ni concibiendo su hacer como ideológicamente autónomo, ¿cómo deseaba volar hasta las artes nobles?, le repitieron sus enemigos.

Busquemos el inicio de estos ejes clasista y «genial», y su encuentro, que dieron nacimiento en el siglo XVIII a la noción de bellas artes (en el Diccionario de la Academia Francesa-1762-apareció este calificativo con un significado distinto a los oficios) y de los artistas como demiurgos de las Musas.

Para los griegos la tecné, que en latín se tradujo como ars, artis, era un concepto que refería la relación conveniente entre medios y fines. Por lo mismo, en su radio cabían los

del G&iemo y México: en la de Joaquín y Bernardo de Miramón [1820], p. l. Nugagá, Palos a El Pensador Mexicano o reflexiones sobre el Pensamiento Extraordinario

del v'2ff7tiséis de enero de 1814, México: Oficina de Mariano Ontiveros, 1814, [p. 5]. 21 Lizardi, Séptimo ataque .. ., p.50. 22 En Obras XIII, p.1038.

Juan María Lacunza, «Prosigue la carta comenzada ayer», Diario de México, t. XV, núm. 2271. 21/XIV1811, p.699.

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zapateros, los mitopoetas o el hacedor de cucharas que satisfacían las demandas de unos usuarios. En el Hipias mayor, Platón consideró mejor arte una cuchara de madera que la de oro para cocinar la sopa; y para Jenofonte lo es la casa ubicada a mediodía porque es fresca en verano y cálida en invierno. Una obra es bella, según los griegos, si se presenta como una unidad inalterable, armónica. Paralelamente, en aquella sociedad esclavista se desarrolló una ideología contraria a lo servil, u oficios «mecánicos», supuestamente no creativos, propia del ciudadano libre que gozaba de un ocio invertible en su autosupera-ción. Las manualidades en general fueron la banausía, labor grosera y vulgar, e inferiores quienes la practicaban, deshonra que se extendía a sus descendientes y a poblaciones sojuzgadas. En el Gorgias, Platón le hace decir a Calicles que el útil constructor de armas bélicas es, sin embargo, un despreciable banausus, y que no permitiría que sus hijos contrajeran matrimonio con los hijos de éste. Costumbre que se trasladó a tierras americanas, y que dan cuenta de la apasionada defensa lizardiana de la dignidad de las manualidades. Los señores eran artistas o cultivadores de la filosofia, o contemplativa acción en búsqueda de la bondad, la verdad y la belleza. En el siglo 1, ya encontramos la división de las artes en liberales, las del trivio y cuadrivio, y serviles.

Al resguardo de artimañas comerciales, los capitalistas acabaron llamando peyora-tivamente artesanías a las artes populares, y «genios» a los «creativos» pintores, escultores, poetas ... El críptico buen gusto era tenido como un axioma. Por ejemplo, Muratori, filósofo dieciochesco que influyó en Femández de Lizardi, predicó que el fin de las ciencias y las «artes liberales» es enseñar lo verdadero, aprovechar con lo bueno, y deleitar con lo bello, dependiendo los méritos de la obra no sólo de su emisor, sino también del refinado gusto de sus receptores.

En conformidad con estas tradiciones, una cohorte de autores mexicanos, de clases altas, pragmática e hipócritamente, se dedicaron a la alabanza de corte y menosprecio de aldea. Cierto que el mismo Lizardi se había iniciado como poeta que en un cartapacio llevaba disparatados sonetos, odas, octavas, quintilla y romances que impedían la entrada de la verdad en Palacio. Con un verso que exalta a Femando VII como hijo del vientre mariano23 ganó, como era de esperar, un concurso. Pero su evolución ideológica lo llevó a despreciar las quimeras de inmortalidad que movían a los escritores cultilatiniparlos, porque esta promesa no quita el hambre, dijo, ni inmortaliza al cuerpo. También acabó pensando que su cosmovisión, arraigada en su mundo, podría ser de alguna utilidad a sus contemporáneos y coterráneos pobres. Al tenor de este impulso, puso los pies en un lenguaje lo más vernáculo posible, lo más próximo a sus oyentes, alejándose de los discursos a distancia de los «genios». Bajo el ideal de la simplicidad, excepto cuando presentó ocursos al congreso o hizo de abogado defensor, salpicó sus textos de anécdotas, frases célebres, moralejas y parodias de los usos hipertróficos de dichos y refranes.

Su tarea cimentadora estuvo dentro del sensus communis, entendido éste como el modo de hablar con una justicialista orientación comunitaria. Estilo dialogante que afianza la solidaridad entre interlocutores. Asimismo, atendió a los bloques poblacionales que nunca son homogéneos, sea el caso los pícaros como El Periquillo o los también

23 José Joaquín Femández de Lizardi «Polaca que en honor de nuestro católico monarca el señor Femando Séptimo cantó J. F. de L.» en Obras /-Poesías y fábulas. Investigación, ed. de Jacobo Chencinsky y Luis Mario Schneider, estudio preliminar de Jacobo Chencinsky. México: UNAM, Centro de Estudios Literarios, 1963 (Nueva Biblioteca Mexicana, 7), pp.85-86.

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desclasados pícaros nobles como Don Catrín de la Fachenda.24 Su esfuerzo estuvo encaminado a la más o menos lograda mimesis literaria de lo real, que incluía las formas expresivas en uso. Recogió lenguajes de la inmediatez, con sus redundancias o repeticiones, faltas de concordancia, o anacolutos, muletillas y con el obstinado empleo de términos fáticos y formas de cortesía ...

Para que los lectores de sus escritos cubrieran con éxito su misión de intérpretes, Lizardi orientaba a los lectores cuidadosamente mediante indicadores inequívocos; por ejemplo, las palabras y enunciados a enfatizar las escribía con itálicas. También las citas textuales o argumentos de autoridad. En notas al pie de página precisaba algunos giros cultos, la procedencia de una copia y otras aclaraciones necesarias para unos y prescindibles para otros, aunque podrían ser importantes durante el intercambio dialógico. Trabajo minucioso que con asiduidad echaban a perder los impresores.

La oralidad acostumbra a ser más elíptica que la escritura. Por lo mismo, frecuente-mente los folletos y periódicos lizardianos necesitan notas contextualizadoras para sus receptores diferidos, porque él supo o presupo los conocimientos de su audiencia. Sin embargo, cuando su escrito abunda en frases subordinadas o «completivas», dejando de lado las elipsis, El Pensador repite el enunciado principia! con expresiones al tenor de «como dije ... » Vuelve a empezar la idea. Y este proceder es indicador de que no contaba con la lectura que llamaré retroactiva, tanto porque el texto no estaba destinado a un lector solitario y silente, cuanto porque la lectura oral de una oferta de esta naturaleza trastabilla e interrumpe su flujo. Si estaba oponiéndose a la lectura de textos leídos y escuchados por obligación, Lizardi hubo de ser, hasta donde lo permitía el asunto, ameno.

En suma, José Joaquín Fernández de Lizardi, el grajo, dio prioridad a un pueblo analfabeta como destinatario de sus escritos. La literatura de nuestra América también nació, como la novela moderna española (tengo en mente a Don Quijote), en el interregno entre la oralidad y la lectura. Y esta característica de la producción lizardiana, repito, estuvo aparejada con sus potenciales destinatarios.

Su proyecto marca los temas que trató: la semántica no es un aditamento prescindi-ble. Y los recursos textuales portan un sentido que apunta, directa o indirectamente, a un mundo. Lo refieren. ¿Todavía seduce su escritura? No a quienes están atrapados en las redes del buen gusto, la genialidad y las bellas letras, sino a quienes puedan disfrutar de su oferta, sin que aspiren al reconocimiento extravertido o centrífugo de una fantasmagó-rica e inamovible república de las letras, cuyas fronteras las establecen los centros de poder económico, político y, derivadamente, cultural, que sólo ocasionalmente vuelven la mirada a las periferias. Lizardi se mofó, pues, de los indicadores de autoprestigio o cuotas de poder con que los escritores aspiran a eternizarse. Pequeño y desenfocado poder, por cierto, porque lo que queda es el texto y poco importa el nombre de su autor.

Terminaré reconociendo los méritos de la obra lizardiana, no como insumos de obras «maestras» posteriores, sino por su motivante forma expresiva unida a un contenido que se pretendió sincero y veraz. Veracidad que provocó muchos dolores de cabeza a un poder de dominio que nunca perdona a los utopistas ni sus corrosivos señalamientos de las injusticias.

24 Vida y hechos del famoso caballero Don Catrín de la Fachenda, ed. de María Rosa Palazón Mayoral y María Esther Guzmán Gutiérrez, presentación de María Rosa Palazón, México: Conaculta, 1998 (Lecturas Mexicanas. Cuarta Serie).

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Hoy como ayer siguen teniendo aplicabilidad estas líneas de un amable defensor de José Joaquín Femández de Lizardi: «Escarmentad[ ... ],/ dejad que se lleve el diablo amén al reino/ si salvarlo consiste en que se digan/ las Verdades cual[ es] son y sin rodeos./ Pues estamos en tiempos que persiguen/ Al hombre de bien por verdadero.»25

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