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Los Cuadernos de Viaje LOWELL, LA GALLOWAY DE JACK KEROUAC José Manuel Camacho A ntes de emprender este viaje a Lowell, Allen Ginsberg me recomendó que leyera Gane in Octaber, un pequeño li- bro de ensayos de su compañero de ge- neración John Clellon Holmes, autor de la pri- mera novela «beat», Ga, y posterior cronista y ensayista de los avatares de este movimiento que inquietó a la América de los cincuenta. En Gane in Octaber Holmes nos habla de su visita a Lowell para el neral de su amigo Jack Kerouac: «an ugly, raychety milltown in unplan- ned sprawl along the Merrimack: shuttered c- tories, railyards blown with hapless papers, un- painted wooden buildings» (1). Esta impresión del escritor a finales de los sesenta no tenía nada que ver con la idílica Galloway de e Tawn and the Ci, la primera novela «wolana» de Ke- rouac, ni con el Lowell que después conocería durante mi visita. 99 En el tren local Boston-Lowell, mi vecino de asiento me cuenta que es agente de comercio, que vive en Lowell y que Lowell es cuna de grandes figuras americanas en al arte: Bette Da- vies en el cine y James Whistler en pintura. También es Jack Kerouac en literatura, añado yo. Pero ese nombre no le dice nada. Bosteza, despliega el periódico y lee mientras yo miro ha- cia era, hacia los postes de teléno que se en- marcan contra el crepúsculo en esta tarde mori- bunda como si era un largo vía crucis por don- de tantas veces viajó uno de los escritores más incomprendidos de América. Pasado este paisaje de inspiración «kerouaciana» aparece Wedge- mere con sus calles perctamente trazadas, sus casas de dos plantas alineadas, todas iguales y limpias con su jardincito verde y primorosamen- te cuidado, se repetirá insistentemente en los otros pueblos que se encuentran a lo largo de la vía, una estética urbana patentada en toda Amé- rica. La última estación es Lowell, la Galloway de e Tawn and the Ci y punto de rerencia para conocer a través de la milia Martín lo que e América antes de la II Guerra Mundial, antes de la pérdida de su inocencia, «the town», el paraí- so perdido de un Jack que todavía no había ini- ciado su largo peregrinaje en la carretera. Frente a la estación se perfila en el ocaso un largo edifi-

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Los Cuadernos de Viaje

LOWELL, LA GALLOWAY DE JACK KEROUAC

José Manuel Camacho

A ntes de emprender este viaje a Lowell, Allen Ginsberg me recomendó que leyera Gane in Octaber, un pequeño li­bro de ensayos de su compañero de ge­

neración John Clellon Holmes, autor de la pri­mera novela «beat», Ga, y posterior cronista y ensayista de los avatares de este movimiento que inquietó a la América de los cincuenta.

En Gane in Octaber Holmes nos habla de su visita a Lowell para el funeral de su amigo Jack Kerouac: «an ugly, raychety milltown in unplan­ned sprawl along the Merrimack: shuttered fac­tories, railyards blown with hapless papers, un­painted wooden buildings» (1). Esta impresión del escritor a finales de los sesenta no tenía nada que ver con la idílica Galloway de The Tawn and the City, la primera novela «wolfeana» de Ke­rouac, ni con el Lowell que después conocería durante mi visita.

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En el tren local Boston-Lowell, mi vecino de asiento me cuenta que es agente de comercio, que vive en Lowell y que Lowell es cuna de grandes figuras americanas en al arte: Bette Da­vies en el cine y James Whistler en pintura. También es Jack Kerouac en literatura, añado yo. Pero ese nombre no le dice nada. Bosteza, despliega el periódico y lee mientras yo miro ha­cia fuera, hacia los postes de teléfono que se en­marcan contra el crepúsculo en esta tarde mori­bunda como si fuera un largo vía crucis por don­de tantas veces viajó uno de los escritores más incomprendidos de América. Pasado este paisaje de inspiración «kerouaciana» aparece Wedge­mere con sus calles perfectamente trazadas, sus casas de dos plantas alineadas, todas iguales y limpias con su jardincito verde y primorosamen­te cuidado, se repetirá insistentemente en los otros pueblos que se encuentran a lo largo de la vía, una estética urbana patentada en toda Amé­rica.

La última estación es Lowell, la Galloway de The Tawn and the City y punto de referencia para conocer a través de la familia Martín lo que fue América antes de la II Guerra Mundial, antes de la pérdida de su inocencia, «the town», el paraí­so perdido de un Jack que todavía no había ini­ciado su largo peregrinaje en la carretera. Frente a la estación se perfila en el ocaso un largo edifi-

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cio de ladrillos rojos, antigua fábrica textil y una constante en el paisaje literario de Kerouac, y unas cuantas torres y agujas de iglesias desperdi­gadas, aquí y allá, marcando los dominios espiri­tuales de cada barrio de la ciudad: católico, pro­testante, ortodoxo. Una de estas torres pertene­ce a la St. Jean Baptiste Church, la parroquia de los emigrados del Canadá donde un día Kerouac vio una de sus famosas visiones de sufrimiento y paraíso, y donde cada mañana el padre Ar­mand «Spike» Morissette oficia lo que él llama su «métier sacré».

A esta hora de la noche todavía hay gente en la calle. Calle Thornadike abajo veo alguna pare­ja de ancianos discutiendo en griego, familias puertorriqueñas «platicando» en español y orientales de Corea o Filipinas escuchando mú­sica en sus inmensas radios portátiles. Galloway se ha convertido en una nueva babilonia de len­guas extranjeras, pienso mientras me dirijo a Gorthan St. en busca del «Niki's Bar». A este bar de su cuñado Kerouac venía asiduamente, se emborrachaba cada noche y como Jack Lon­don en el declive de su vida, gritaba a los parro­quianos: «soy Jack Kerouac, el famoso escritor. lQuién de ustedes me invita a un trago?» Y pro­metía al alma generosa inmortalizarlo en su pró­ximo libro. Hoy el «Niki's Bar» está cerrado y puesto en venta. Más abajo, en Merrimack St., me detengo ante el escaparate de una de las po­cas librerías que tiene Lowell e intento descu­brir a través de una pésima iluminación algún título de Kerouac, pero no hay ninguno. En cambio sí está Legacy, la biografía del padre Ar­mand «Spike» Morissette, amigo personal de Kerouac y una de las fuentes principales a la que recurrimos todos aquellos que estamos interesa­dos en la vida y obra de este escritor.

A la luz del día Lowell ha dejado de ser esa «ugly, ratchety milltown» que conoció Clellon Holmes a finales de los sesenta y se ha converti­do en una ciudad con pretensiones turísticas: calles adornadas con plantas y flores, canales limpios de limos y desperdicios, y edificios pin­tados y revocados con colores atractivos y ale­gres. Uno piensa, a medida que va conociendo un poco más esta ciudad que los lowelianos lla­man la Venecia de Massachusetts, que falta algo anárquico y vital, algo que la haga más humana y menos limpia. Su aspecto actual puede ser atractivo para el americano medio que se obsti­na en que le poluen la vista, pero no para mí que busco, sobre todo, esa Galloway fenecida a tra­vés de su personaje más pintoresco: el padre Armand «Spike» Morissette.

Pero no está. La señora que me abrió la puer­ta de la «St. Jean Baptiste Rectory», su despa­cho, me dijo que era muy difícil localizarlo sin una cita previa, pero que lo intente a la hora del «lunch». Me sobra tiempo para pasearme por la «Little Canada», el bario de los primeros emi­grados del Canadá francés que en el siglo pasado llegaron a Lowell atraídos por su prosperidad.

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Con ellos venía una familia de nombre extraño que nadie pronunciaba bien: los Kerouacs. De esa época conserva la iglesia de San Juan Bautis­ta, la «grammar school» en la que el pequeño Jack a los seis años aprendió las primeras pala­bras en inglés, alguna casa de madera y el traza­do de sus calles. Por unas de esas calles paseaba con aire distraído, casi ausente, una persona que me resultaba conocida. Me acerqué a él con ese respeto que te puede inspirar una persona de notable influencia en la vida de un «cultural he­ro», y en un francés tembloroso le pregunté si era el «pere» Morissette. «Ouí, monsieur, le meme». Le dije que ya lo conocía por sus artícu­los en Moody Street Irregulars, por su interven­ción en la película de Leander sobre Kerouac, y por algunas anécdotas que me había contado Allen Ginsberg en Nueva York, antes de em­prender este viaje. El «pere» sonríe, me pasa una mano por el hombro y me pregunta de qué país vengo. Nunca ha estado en España, pero al­gún día le gustaría visitar Toledo. Y me invita a un café.

Con «Spike», como es popularmente conoci­do en Lowell, conocí dos mundos antagonistas en la vida de Kerouac: la Biblioteca Pública don­de el Jack adolescente se pasaba horas leyendo a

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Melville, Thoreau y W olfe, sus padres literarios más directos, y el «Worthen Tavern» en la que se emborrachaba al final de su vida. Después de tomar café en su casa, y de camino hacia el «Worthen», Morissette empezó a hablarme de su amigo: «no tenía que haber venido. La gente de Lowell nunca lo entendió y todavía sigue sin entenderlo. Y o mismo, que fui el primero que de joven le animé a que siguiera su vocación de escritor fuera de aquí, le volví a aconsejar que se fuera, que esta ciudad no era buena para él, pero «memere», tenía demasiada influencia sobre Jack y no dejó que siguiera mi consejo». Nos pa­ramos ante el Ayuntamiento y me señala un án­gel de bronce, el ángel de la victoria desplegan­do sus alas en el vértice de una pequeña plaza en forma de triángulo: «es ahí, sobre el pedestal que está el ángel, donde él quería que pusieran su estatua».

Le sugiero que Lowell lo tiene muy fácil, que sólo tiene que cambiar un ángel que representa un símbolo abstracto por otro real, por otra ver­dad que está más cerca de nosotros, y añado: Me gustaría verlo en mi próxima visita sobre ese pedestal intentando descifrar el mito de la «rai­ny night». Morissette, como es habitual en él, sonríe, me coge del brazo y me dice que debo tener hambre, que el «sulaki» es muy bueno en

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el Worthen», Adivino que conoce muy bien a la gente de su ciudad y no quiere que le fuerce a dar su opinión. «Este es el «Worthen». Aquí ve­nía él con frecuencia, y antes que Jack, Edgar Allan Poe. Fue en este bar donde escribió «El Cuervo». Le pregunto un poco sorprendido qué venía a hacer Poe a Lowell y el «pere», con una sonrisa un tanto pícara, me dice que a ver a «sa petite amie lowellianne».

En el «W orthen» Morissette tuvo la oportuni­dad de mostrarme su popularidad en Lowell. Todo el mundo le saluda con un «hi, father Spi­ke», incluidas las dos camareras que atienden la barra. Le pregunto si entre los parroquianos hay gente que le conoció y con un «bien sur, mon ami» me presenta a un irlandés que estaba pró­ximo a nosotros, un hombre curtido por el alco­hol y la carretera con nombre joyciano. Me cuenta que no pudo asistir a su funeral porque estaba en California «enchironado» por algo «wrong» o «right» que hizo. Pero le escribió un poema, unos versos que aparecieron publicados en la revista de la cárcel unos días después que Jack murió. En el «Worthen» conocí a otros compañeros de bar que bebieron con él y que lo recuerdan; ninguno de ellos entiende esta cre­ciente fama cuando en vida apenas se le respetó, ni tampoco ese interés suscitado más allá del Atlántico: «From Spain, you say?!». Sabían que de vez en cuando aparecía por Lowell algún ja­ponés a visitar su tumba, pero España les suena

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más lejos. Y llaman a la camarera para que me sirva otra jarra de cerveza mientras Morissette me aconseja que coma algo, que el «sulaki» es muy bueno allí.

En la «Lowell Public Library» el bibliotecario se lamenta que en esta biblioteca donde Ke­rouac pasó gran parte de su tiempo no tenga ningún manuscrito, ninguna primera edición, nada importante. Y me muestra la estantería donde están todas sus últimas ediciones por tri­plicado. Entre los libros descubro una primera edición sin cubierta de The Town and the City, su primera novela publicada en 1950 antes que Ke­rouac descubriera su famoso método de prosa espontánea que después aplicaría en On the Road. Le hago ver que es una primera edición y el bibliotecario se apresura a retirarlo y a guar­darlo, según él, en un lugar seguro. Morissette me dice que este libro es de un valor incalcula­ble para los coleccionistas de Kerouac y que no está de más que el bibliotecario tome sus pre­cauciones.

En la calle, de vuelta a St. Jean Baptiste Rec­tory, Morissette continuó hablándome de Kerouac: «ahora en Lowell saben quién es, pero antes, «mon ami», si le conocían era más por sus borracheras que por lo que escribió. La gente de aquí, muy pocos leyeron sus libros, pero ahora

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los jóvenes sí que lo hacen. Además organizan , conferencias y lecturas y se preocupan cada vez ·- · · • más de reivindicar su genio literario entre la ju-

-- ventud. La gente de su generación todavía lo si­guen considerando un vagabundo. Te voy a pre­

-- sentar a dos personas jóvenes que saben más de Jack que yo. Ellos estarán encantados de guiarte a través de esa Galloway que tú tienes tanto in-

.�"°-i.. 1 terés en conocer». En St. Jean Baptiste Rectory ' nos esperaban Paul Marion y Brian Foye, dos•

1 ··-- miembros del comité pro Kerouac en Lowell.

Este último sería mi guía. 1 En coche subimos por Merrimack St., pasa-

mos ante el Ayuntamiento, y por un segundo me pareció ver en el ángel de la victoria la figura de un Kerouac abatido y cansado de hombre

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torturado por la verdad. No sé si fue un espejis­mo o tal vez una visión. Ese día hizo mucho ca­lor en Lowell. Y continuamos hasta el LowellSun, periódico local en el que Kerouac trabajó como comentarista de deportes durante año y medio. Brian me señala una ventana del primer piso y me dice que detrás de esa ventana tenía su mesa de trabajo. Frente al edificio del perió­dico está el «Royal Threatre» convertido en Dr. Sax en «Keith's Theatre», cerca de la imprenta donde el papá Leo trabajaba como impresor. En este cine-teatro y a través de Hollywood, el pe­queño Jack tuvo conciencia de que existían otros mundos más allá de Galloway ... Una babi-lonia de luces, «The City», Nueva York.

En el puente sobre el río Merrimack: «broken

at the falls to make frothy havocs on the rocks» (2) nos detenemos un momento para ver el relojde la «Lowell High School». Bajo ese mismo re­loj y en sus tiempos de alumno de bachillerato Jack Duluoz «sometimes met Pauline Cole» (3). Continuamos hacia la Varnum Ave, convertida en la ficción en Galloway A ve, donde sigue es­tando intacta la casa que sirvió de modelo para la familia Martin en The Town and the City. Es casi una mansión de estilo victoriano tardío orientada hacia el río Merrimack. Mientras la contemplo me imagino a Peter Martin, el propio Kerouac, abandonándola a la muerte de su pa­dre. Lo veo solo, en la «rainy night», vestido con una chaqueta de cuero y una bolsa al hombro, lo imprescindible para un largo viaje, «westward, going of to further years, alone by the waters of life, alone», desoyendo las voces de su familia y amigos que le llaman, que le previenen de hacer esa locura, «Peter, Peter! Where are you going Peter?» (4).

De la casa de los Martin en The Town and theCity, Brian me lleva a conocer la real en Lupine Road. Es una casa de dos plantas, pintada hace años de un color gris viejo y está mal cuidada. No hay nada que indique que allí vino al mundo un 12 de marzo de 1922, «at five o'clock in the afternoon of a red-all-over suppertime», (5) un escritor famoso que hoy es leído hasta en el Ja­pón. Tampoco veo placa alguna en Sarah Ave,

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otro domicilio del Jack niño que jugaba bajo el «huge tree belonged to Mrs. Flooflup», (6). En Moody St., hoy University St, sigue en pie la única casa en la que el Jack adolescente tuvo por primera vez una habitación propia «with the fourth-floor windous staring on seas of roof­tops», (7). En este lugar nos preguntan si anda­mos buscando piso. Visitadas las casas del Ga­lloway de Kerouac, Brian me lleva a conocer uno de los escenarios que en este escritor y sus atormentadas visiones tuvieron un protagonis­mo indiscutible: el «Grotto», las doce estaciones en el camino hacia la Cruz.

Es más pequeño en la realidad que en la fic­ción de Dr. Sax. Apenas es una alameda de ár­boles que sombrean doce hornacinas pintadas de blanco con figuras de terracota que represen­tan, desde la primera hasta la última, el penoso paso de Cristo hacia el Calvario. Al final de las estaciones se alza una gran cruz con un Cristo policromado que no mira a nadie, «culminating was the gigantic pyramid of steps upon which the Cross itself poked phallically up with its Poor Burden the Son of Man» (8). Frente a la primera de las estaciones se encuentra la «Ar­chambault Funeral Home» donde el 21 de octu­bre de 1969, y después de una larga carretera de alcohol, drogas y soledad tuvo lugar el funeral del propio Jack Kerouac.

En el «Edson Cemetery», último destino de este hombre que un día fue una amenaza social para la América de la «Disjunction», todo es si­lencio. La rabia y la protesta yace hoy bajo una simple lápida de mármol con un nombre y dos fechas. Junto a su sepultura veo la de su amigo de infancia Charles Sampas, muerto en la Se­gunda Guerra Mundial y personaje nexo entre dos mundos: el Galloway idílico e inocente de antes de los cuarenta, y el otro, el real y cruel que envió a sus jóvenes a luchar en la guerra y se dio cuenta con la llegada de sus cadáveres que el «town», América y el mundo después de Hiroshima y Nagasaki había perdido la esperan­za de vivir en paz.

De vuelta a Nueva York leo en el tren los dos folletos que me dieron en Lowell. En el prime­ro, Kerouac's Lowell Places: A Guide, viene un artículo firmado por Ch. Gargiulo donde nos di­ce que siendo nativo de Lowell nunca supo de la existencia de Kerouac hasta siete años después de su muerte, y comenta: «unfurtunately, I was not alone in my ignorance of J. K., for most peo­ple raised in Lowell never heard of him». Estas palabras de Gargiulo vienen a dar la razón a Ste­la Sampas, su mujer, quien confesó a uno de los especialistas en la obra de Kerouac, Barry Gif­ford, que en Lowell nadie leía sus libros, que cuando ella le decía a la gente del barrio, «look at Jack Kerouac's new book», estos miraban la cubierta, pasaban algunas páginas y con un «ve­ry nice, Stela» se lo devolvía.

En el segundo, The Summer 1986 Lowell Ojfe­rings, editado por el «National Historical Park»,

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organismo oficial de turismo de la ciudad, viene todo un extenso programa de visitas y excursio­nes gratis para el turista. Junto al «Mill and Tro­lley Tour» y el «Waterpower Exhibit» está el «Sunday's Tour du Jour» dedicado a «Lowell's tapies, people and places». En esta visita guiada el visitante podrá descubrir Lowell a través de los ojos de un «native son, author Jack Ke­rouac». Es el primer reconocimiento por parte de una ciudad que, según Gargiulo, le mantuvo «Lowell's best kept secret», que no le perdonó su lúcido y largo viaje en la carretera, pero que hoy le incluye entre sus atracciones turísticas sin darse cuenta, tal vez, que esa gente que vie­ne a Lowell a conocer su antiguo esplendor de «milltown» pionera en la revolución industrial nunca podrá entender a este «outsider» que un día en su infancia perdió su «slow boat to Chi­na» (9), y tuvo que cambiar el mar, estallidos de olas convertidos en prosa, por una ca- ..-... n:etera que le acercó a la verdad y acele- �ro su muerte. �

NOTAS

(1) Gone in October. John C. Holmes, The LimberlostPress, 1986.

(2) The Town and the City. J. Kerouac, Harcourt B. J.Publishers. N. Y. 76.

(3) Maggie Cassidy. J. Kerouac, McGraw-Hill BookCompany. N. Y. 1978.

(4) The Town and the City.(5) Dr. Sax. J. Kerouac. Groves Press, lnc. N. Y. 1975.(6) Dr. Sax.(7) Maggie Cassidy.(8) Dr. Sax.(9) The Town and the City.