literatura y neo-zapatismo

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Gerardo Emmanuel Pérez Mundo Maestría en Estudios Culturales Proyecto integrador Literatura y neo-zapatismo: la ideología en el discurso narrativo chiapaneco -… Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria. Rosario Castellanos Introducción A principios de 1994 el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surgió como un movimiento que pretendía darle voz a los que habían sido silenciados; dar un rostro a los que habían sido excluidos; recuperar el papel en el mundo de aquellos pueblos que habían padecido el yugo de una colonización aplastante y, que con el transcurso del tiempo, habían sufrido el olvido y el repudio de una nueva clase dominante. Es tal la magnitud de lo que representó esta lucha por la reivindicación de los pueblos originarios, que este hecho social no pasó desapercibido a lo largo y ancho de la esfera. Este levantamiento armado (como ha sido nombrado por muchos) significó un punto de partida para una posterior revolución pacífica: una revolución y resistencia donde mediara la palabra y no la violencia. Y es por medio de la palabra –de los comunicados y la literatura escrita por Marcos- que este sendero apuntaba a una ética constituida en la acción-reflexión, conjunción de dos signos en la que tenía más cabida la razón que la fuerza, esto es, el uso de la palabra. Es así que el posterior desarrollo del movimiento

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En este primer ensayo, su autor intenta profundizar en la problemática sobre la aparente ausencia de una literatura que hable sobre el movimiento neo-zapatista de 1994 en Chiapas.

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Gerardo Emmanuel Pérez Mundo

Maestría en Estudios Culturales

Proyecto integrador

Literatura y neo-zapatismo: la ideología en el discurso narrativo chiapaneco

-… Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria.

Rosario Castellanos

Introducción

A principios de 1994 el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surgió como un movimiento que pretendía darle voz a los que habían sido silenciados; dar un rostro a los que habían sido excluidos; recuperar el papel en el mundo de aquellos pueblos que habían padecido el yugo de una colonización aplastante y, que con el transcurso del tiempo, habían sufrido el olvido y el repudio de una nueva clase dominante. Es tal la magnitud de lo que representó esta lucha por la reivindicación de los pueblos originarios, que este hecho social no pasó desapercibido a lo largo y ancho de la esfera.

Este levantamiento armado (como ha sido nombrado por muchos) significó un punto de partida para una posterior revolución pacífica: una revolución y resistencia donde mediara la palabra y no la violencia. Y es por medio de la palabra –de los comunicados y la literatura escrita por Marcos- que este sendero apuntaba a una ética constituida en la acción-reflexión, conjunción de dos signos en la que tenía más cabida la razón que la fuerza, esto es, el uso de la palabra. Es así que el posterior desarrollo del movimiento neo-zapatista se vio significado -de tal manera- que se ajustó a la resistencia más que a la violencia, ya que “lo predominante en la lucha de los pueblos indígenas mayenses ha sido la flor de la palabra, la fuerza de la razón: no la razón de la fuerza” (Michel, 2003, p.73). Por tanto, este acontecimiento que se fue modelando hasta el grado de transformarse en un movimiento donde imperara la palabra (tanto oral como escrita), persiste, traspasando las fronteras entre lo netamente historiográfico hasta llegar a lo literario, mismo que fue soslayado o visto con cierto recelo en un contexto chiapaneco y apologizado, satirizado, criticado o visto como una moda fuera del estado, pero que a final de cuentas, no pasó desapercibido.

Es por ello, que el problema principal –que tiene nexos muy profundos entre este hecho y la literatura- es el de existir, apenas imperceptible, literatura que aborde este acontecimiento desde el punto de vista de lo oficial, es decir, de lo legitimado.

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La narrativa sobre el EZLN: antecedentes de una investigación incipiente

Desde el surgimiento del movimiento iniciado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se han realizado una gran cantidad de investigaciones, ensayos, reportajes y, en fin, un número significativo de análisis. Sin embargo, en cuanto a la narrativa (y muy especialmente la chiapaneca), pareciera que no hubiera despertado demasiado interés por parte de los escritores oriundos del estado. Esto es significativo, ya que la relevancia del movimiento neo-zapatista en Chiapas parecería apuntar a una producción literaria e investigativa de proporciones similares a las que están presentes en otras esferas sociales, políticas y culturales ajenas al contexto donde se originó.

Es así que este hecho ha llamado muy escasamente la atención por parte de la comunidad intelectual-literaria chiapaneca, a tal grado que en su momento aparecieron muy pocas obras que se encargaron de narrativizar (sin mencionar su posterior análisis) este evento. Hay que destacar lo escrito por Marcos (comunicados, cuentos y una novela) sin embargo, esto se opone a la narrativa oficial, es decir, la de los escritores chiapanecos y su respectiva producción literaria que ha sido legitimada, tal y como lo menciona Kristine Vanden Berghe (2012):

Sin embargo, no todo lo que concierne a la guerrilla ha sido analizado con el mismo ahínco. Por ejemplo, a excepción hecha de los relatos de Marcos, la ficción sobre el EZLN ha llamado poco la atención. Es verdad que hay algunos estudios sobre el tema –Brian Gollnick ha comparado dos novelas (1999) y Jan de Vos (2011) escribió un bello ensayo sobre algunos poemas– pero son escasos y muy puntuales. Ya que la crítica aún no ha reunido los textos literarios sobre la rebelión zapatista, éstos no han sido constituidos en objeto de estudio.

Sin embargo, no es que falte el material: desde que el EZLN surgió en 1994, no han cesado de aparecer textos sobre el tema que se adscriben a diversos géneros y que representan variadas ideologías. Los poemas que Juan Bañuelos incluyera en A paso de hierba: Poemas sobre Chiapas (2002) son un ejemplo elocuente; en materia de textos autobiográficos, el diario de Efraín Bartolomé Ocosingo: diario de guerra y algunas voces (1995) es un testimonio interesante; en el género del relato se puede mencionar “Viene de lejos” (1994), cuento brevísimo escrito por Eraclio Zepeda, cuando aún simpatizaba con el EZLN […] (p.6)

Mención especial merece la labor emprendida por Kristine Vanden Berghe al haber iniciado una investigación tan notable a lo largo de tres obras, mismas

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que dan cuenta de diversas novelas en que aparece ficcionalizado este hecho: la guerrilla del noventa y cuatro en Chiapas. Cabe destacar el valor de la investigación emprendida por Vanden Berghe, Huffschmid y Lafere en El EZLN y sus intérpretes resonancias del zapatismo en la academia y la literatura (2011), en la que se compilan una serie de ensayos y ponencias organizadas por el Consejo Europeo de Investigaciones Sociales de América Latina (CEISAL) en colaboración con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y que pretendían dar cuenta de las distintas interacciones que se han tenido a nivel académico y literario. Si bien, este primer acercamiento constituiría un primer avance, mismo que resultó muy enriquecedor, al entablar un diálogo/debate entre las distintas perspectivas de los diversos investigadores y escritores que se atrevieron a realizar un análisis sobre el movimiento neo-zapatista y sus repercusiones en la literatura y la academia. En sus dos obras posteriores, Vanden Berghe vuelve a reformular esta coyuntura entre el neo-zapatismo y la literatura, en esta ocasión con Las novelas de la rebelión zapatista (2012) y Narrativa de la rebelión zapatista. Los relatos del subcomandante Marcos (2012). En la primera, se sumerge a explorar las distintas obras literarias (género narrativo) prestando mayor preferencia –por no decir que es la única- por las novelas creadas por escritores extranjeros y ajenos –en gran medida- al contexto chiapaneco; en su segunda investigación realizada se detiene a analizar su relevancia, como obra literaria, de la novela escrita por Marcos en colaboración con Paco Ignacio Taibo II: Muertos incómodos. Si bien, Vanden Berghe no se detiene a prestarle atención a la coyuntura que se gesta entre la literatura chiapaneca y su relación con la política y el poder, sí que es destacable la articulación que realiza de este hecho y el proceso ficcionalizante de la literatura.

Este primer acercamiento propuesto por Vanden Berghe, nos lleva a considerar que es inevitable soslayar el movimiento armado encabezado por el EZLN así como asumir que no haya representado un hito importante en la historia contemporánea de Chiapas y México. Este hecho histórico –en sí- se caracterizó por haber irrumpido en las distintas esferas sociales, económicas, políticas y culturales. La literatura no fue la excepción, ya que en esta se desprendió un suceso que hasta hoy parece tener una fuerte resonancia en su producción. Sin embargo, caso contrario pareció suceder en el estado que sirvió como incubadora para el movimiento. Las voces de sus escritores Chiapanecos más representativos parecen custodiadas por un recelo que llega a rosar el mutismo voluntario, mismo que se ve reflejado en su respectivo quehacer literario.

Este acontecimiento pareció sepultado –a nivel narrativo- al desdeñar este hecho en el discurso literario a partir de 1994 hasta nuestra fecha. Si bien, escritores como Eraclio Zepeda, Juan Bañuelos y Efraín Bartolomé decidieron partir de sus experiencias personales para elaborar un enunciado en el que expresaran su apreciación sobre el EZLN, este se vio coartado por un hermetismo producido por un posicionamiento político institucionalizado.

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Por una parte, Zepeda escribió “Viene de lejos”, cuento en el que se percibe cierta afinidad con el movimiento neo-zapatista y al que, poco tiempo después, abandonaría para: “entrar a formar parte del gobierno chiapaneco en una coyuntura de abierta represión contra el gobierno zapatista y sus bases de apoyo” (Vanden Berghe, Huffschmid, Lefere, 2011, p. 238). En este sentido, esta intencionalidad en el enunciado de Eraclio Zepeda se vería desplazado por una simulación, contrariando su narrativa y su quehacer artístico.

En Juan Bañuelos se asentaría una simpatía cada vez mayor “pero en vano uno buscaría en su poesía reciente una referencia explícita al compromiso político que indudablemente tuvo y sigue teniendo con el movimiento” (Vanden Berghe, et. al., p. 239). Sí es así, entonces cómo se podría encontrar un vínculo lo suficientemente visible en la poesía de Bañuelos y, más específicamente, en el poemario A paso de hierba. Existen elementos metafóricos (concretamente los últimos) que revelan cierta cercanía con la descripción de este hecho en los versos de Bañuelos, sin embargo es el lugar y la fecha que develan este hecho: es decir, el poema sólo puede ser entendido en la totalidad de su contexto, esto es, dentro de un enunciado que en su integridad de sentido. Por consiguiente, no se puede apreciar a “simple vista” la cercanía de este hecho con el quehacer poético del escritor. Es más, en cierto momento los referentes más palpables en el poema, son elementos que indican el tiempo y el espacio en el que fue escrito, más no elementos estéticos (poéticos) del mismo.

Por otra parte (y en un caso muy peculiar) Efraín Bartolomé asumió una posición clasista en la que la nostalgia y la ira acaecida por “la irrupción de las tropas zapatistas en su pueblo [así] como el derrumbe del mundo finquero por lazos familiares y afinidades estéticas” (Vanden Berghe, et. al., 249) constituirían su visión del movimiento protagonizado por el EZLN. Es notablemente la postura que asume Bartolomé en Ocosingo: diarios de guerra y algunas voces que, a diferencia de Zepeda, no se vio procedida por la ocupación de un puesto político.

De esta manera, la rebelión zapatista del noventa y cuatro es abordada, por parte de los escritores chiapanecos, a grosso modo (en el caso de Eraclio Zepeda y Juan Bañuelos) e ideológica mente tendenciosa (por parte de Efraín Bartolomé) a tal punto que el eco a una escala mayor se vio frenada desde un inicio, condenando a este hecho histórico-social a una marginalidad narrativa en la que, por el contrario, escritores extranjeros concebirían como la punta del iceberg de lo que representó una serie de percepciones muy diversas de lo que significó un cambio revelador en el estado.

Por otra parte hay que reflexionar sobre el papel de estos escritores como intelectuales. En este sentido, Edward Said (1996) aborda el papel que debe jugar este personaje o, mejor aún, lo que se supone debe representar la figura del intelectual en la sociedad:

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[…] las verdades básicas acerca de la miseria y la opresión humanas deben defenderse independientemente del partido en que milite un Intelectual, de su procedencia nacional y de sus lealtades primigenias. Nada desfigura la actuación pública del intelectual tanto como el silencio oportunista y cauteloso, las fanfarronadas patrióticas, y el repudio retrospectivo y autodramatizador. (p.14)

En este sentido el carácter o la postura que debe representar la figura de un intelectual dista, de manera avasalladora, de la figura o la representación de los intelectuales chiapanecos con respecto al movimiento armado del noventa y cuatro. La representación propuesta por Said, -en el sentido del intelectual orgánico gramsciano-, difiere en gran medida por las acciones, así como por lo escrito sobre el EZLN, al menos, en Eraclio Zepeda y (más marcadamente) en Efraín Bartolomé. Por tanto, esta imagen “idealizada” del intelectual propuesta por Said queda menoscabada ya que, al menos para él, el intelectual debería:

[…] actuar como alguien al que ni los gobiernos ni otras instituciones pueden domesticar fácilmente, y cuya razón de ser consiste en representar a todas esas personas y cuestiones que por rutina quedan en el olvido o se mantienen en secreto. (p. 30)

Es así que nos percatamos que la actitud política-represiva asumida inmediatamente después de haber escrito “Viene de lejos” es contradictoria (en el caso de Zepeda) al ocupar, con posterioridad, un cargo político; mientras que la postura fuertemente marcada e inclinada hacia la preocupación finquera de Bartolomé queda asentada en Ocosingo: diario de guerra y algunas voces. En este último se ve una necesidad de “representar” los intereses económicos de una clase preponderante en la región y, que “quizá”, los lazos familiares con ese entorno violentado y mancillado por la irrupción del EZLN son solamente un pretexto para encubrir su postura política y económica. Sin embargo, de aquí se desprenden dos interrogantes sobre la manifestación de los escritores: ¿fue acaso una tendencia hacia el no-reconocimiento de lo real al vislumbrarse esto último como “abusivo” y “desagradable” para ellos? Y sí fue así ¿por qué en escritores e intelectuales extranjeros este posicionamiento presenta sesgos satíricos y/o apologéticos mientras que en el discurso chiapaneco manifiesta una tendencia hacia una ideología política y económica?

En este sentido el discurso de Bartolomé manifiesta cierta tendencia que intenta justificar el despotismo de una clase dominante. En este aspecto, y si tomamos a la obra literaria como un enunciado, concepto desarrollado por Bajtín (1999), inferiremos que está caracterizada por cierta intencionalidad y voluntad –en este caso- del escritor:

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En cada enunciado, desde una réplica cotidiana que consiste en una sola palabra hasta complejas obras científicas o literarias, podemos abarcar, entender, sentir la intención discursiva, o la voluntad discursiva del hablante, que determina todo el enunciado, su volumen, sus límites (267).

Por otra parte, esta intencionalidad por querer exponer una arista del hecho en el discurso de Bartolomé, nos refiere a una definición que encaja con los parámetros que Renato Prada Oropeza desarrolla para establecer una hipótesis para caracterizar al discurso testimonial:

La preexistencia de un hecho histórico, de un dato si se quiere, indiscutible en sí –en cuanto a suceso histórico a secas –pero que es- o fue- susceptible de una versión o interpretación discursiva –implícita o explícita, es decir, virtual o efectivamente articulada en un discurso- contra la cual se yergue el testimonio de hoy discurso testimonial, sin un compromiso previo del escritor del discurso con una concepción o interpretación más amplia, general del mundo; y por otra, todo discurso testimonial, es siempre explícitamente referencial y pretende un valor de verdad –dice su (la) verdad-: esta intencionalidad lo motiva en cuanto discurso. (p. 11)

Es, pues, que la intencionalidad en el discurso literario, al querer mostrar una parte del todo –una cara de la moneda- se ve reflejado en Ocosingo: diario de guerra y algunas voces. Pero ¿qué similitudes o diferencias existen entre este discurso y uno ajeno al estado? ¿De qué manera se representa la realidad en la literatura chiapaneca y de qué otra se presenta en una obra extranjera, es decir, extraña al contexto? ¿Acaso el discurso de los escritores chiapanecos que se atrevieron a narrativizar este acontecimiento en su obra literaria se vio influenciada por una ideología política-económica?

En este sentido también es rescatable valorar dos obras en las que se presenta este hecho –el levantamiento del noventa y cuatro- en una narrativa sobre el movimiento. De esta manera, existen dos obras que dan testimonio de cómo fue percibido por sus respectivos autores la “exposición” o surgimiento del EZLN: por una parte, Marcela Serrano con la novela Lo que está en mi corazón, misma que tiende a erigirse como una obra-tributo (dedicada al ejercito neo-zapatista) y que reafirmaría el espíritu guerrillero; por otra parte, La guerra y las palabras, de Jorge Volpi, describe los hechos acaecidos en el noventa y cuatro y a raíz de este hecho, erige una crónica en la que predomina como eje rector el EZLN, Marcos y su relación con los intelectuales.

La importancia de tomar en cuenta las dos miradas, una endógena y otra exógena, es de gran valor para considerar las posibles semejanzas o disparidades

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en la concepción de este hecho por parte de sus autores y, que a raíz de ello, se ve representado en una narrativa de la rebelión neo-zapatista. Por ello, se debe tomar en consideración las dos miradas: tanto de los escritores chiapanecos, como la de los “extranjeros” misma que da una totalidad de este acontecimiento como evento literario.

Así también, nos permite realizar una radiografía de la ideología presente en cada autor y sus respectivos contextos, que como bien define Van Dijk (2005), no se puede hablar de una ideología (vista desde una postura privada o individual) sino de ideologías:

(…) así como no hay ningún idioma privado, no hay ninguna ideología privada o personal. De allí que los sistemas de creencias son socialmente compartidos por los miembros de una colectividad de actores sociales (…) En otros términos, las ideologías consisten en representaciones sociales que definen la identidad social de un grupo, es decir, sus creencias compartidas acerca de sus condiciones fundamentales y sus modos de existencia y reproducción. Los diferentes tipos de ideologías son definidos por el tipo de grupos que `tienen' una ideología, tales como los movimientos sociales, los parti- dos políticos, las profesiones, o las iglesias, entre otros. (p. 10)

De esta manera, la ideología que se presenta, preserva (o no) y difunde a través del proceso comunicativo en una sociedad, cobra sentido solamente cuando está inserta en esta misma. Esto podría llegar a esclarecer cómo se conformó la identidad como grupo intelectual de los escritores chiapanecos ante la postura política que asumieron con respecto al movimiento del noventa y cuatro, y que otra postura –ideológica- constituyó la narrativa de los escritores ajenos al contexto chiapaneco. Sin embargo (y como bien apunta Van Dijk) la(s) ideología(s) es/son cambiante(s), “mutan” con el transcurso del tiempo, lo cual también podría ayudar a comprender la simpatía de Eraclio Zepeda en -un primer momento- y su posterior antipatía ante el EZLN:

(…) como fundamento sociocognitivo de grupos sociales, las ideologías son adquiridas gradualmente y (a veces) cambian a través de la vida o de un periodo de la vida, y ahí que necesitan ser relativamente estables. Uno no se vuelve pacifista, feminista, racista o socialista de la noche a la mañana, ni hace un cambio de perspectiva ideológica básica de uno día para otro. Normalmente son necesarias muchas experiencias y discursos para adquirir o cambiar las ideologías.

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Esto mismo nos lleva a pensar en el discurso imperante en el contexto chiapaneco del noventa y cuatro y, de tal forma, a plantearnos la pregunta sobre ¿qué discurso (o discursos) podían ser legitimados por la hegemonía política de aquel entonces? Es indudable que el mutismo presente en las letras chiapanecas y el abandono radical para, con posterioridad, asumir una postura política-represiva, nos lleva a pensar en la propagación de una ideología social, política y económica imperante.

Una aproximación al método

Por una parte hay que considerar que para llegar a los resultados esperados, es decir, al esclarecimiento de si existió un discurso ideológico-político por parte de los escritores es necesario precisar el o los métodos a utilizar. Por una parte, es innegable que, hablando de una forma muy general, el enfoque cualitativo es el más idóneo para una investigación que se centra en el ámbito de las ciencias sociales y humanas ya que “su alcance final muchas veces consiste en comprender un fenómeno social complejo. El énfasis no está en medir las variables involucradas en dicho fenómeno, sino en entenderlo.” (Sampieri, R. p. 8). Por otra parte, además de considerar el enfoque cualitativo, es necesario mencionar la importancia que tiene, al menos, para este tipo de investigación, el estudio descriptivo, ya que por su carácter, propician la descripción de situaciones, eventos y hechos, tal y como lo explica Roberto Sampieri (2003):

Los estudios descriptivos buscan especificar las propiedades, las características y los perfiles importantes de personas, grupos, comunidades o cualquier otro fenómeno que se someta a un análisis. Miden, evalúan o recolectan datos sobre diversos aspectos, dimensiones o componentes del fenómeno a investigar. Desde el punto de vista científico, describir es recolectar datos (para los investigadores cuantitativos, medir; y para los cualitativos, recolectar información). (p. 118)

Además, es importante poner énfasis en que el objeto de investigación será, tanto el discurso de los escritores chiapanecos como los discursos narrativos de escritores ajenos al estado. Esto mismo permite relacionar dos diversas miradas de un solo hecho que, a su vez, crearán un contraste significativo de la apreciación de estos dos discursos heterogeneos.

Es así que el análisis comparativo de estas obras –como método- permite contrastar dos visiones totalmente distintas de un solo hecho factual; contraponer para poder observar sus similitudes y/o diferencias; diagnosticar mediante esta

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contraposición qué papel asumen, o desde que punto de vista se está emitiendo este discurso.

A su vez, la comparación de las distintas obras no puede radicar en esta oposición tan somera, sino que el éxito del que pueda disponer también se corresponde con el del análisis de sus respectivos discursos y su intencionalidad, misma que marca esta particularidad discursiva en el mismo. Su importancia radica en la comparación de los textos mencionados de Efraín Bartolomé y Eraclio Zepeda, en oposición a los de Jorge Volpi y Marcela Serrano, mismos que permiten enfatizar en una presentación/acción positiva de un nosotros que a su vez nos lleva a considerar una presentación/acción negativa de ellos, en otras palabras: cómo se construye la imagen del Otro en la narrativa de estos escritores.

Por ende, el análisis discursivo nos permitirá visualizar -con más precisión- estos intersticios que, en un primer momento, parecerían tan nimios que, aparentemente, llegan a diluirse en la narrativa literaria de sus autores sin que se les preste mayor atención. Por ello es necesaria tanto el análisis como la interpretación que se debe efectuar al encontrarse cara a cara con el texto literario. Esto también implica el qué entendemos por análisis e interpretación de un texto literario. En este aspecto, Carlos Reis (1985) llega a ser muy puntual en lo que concierne a la definición de estos dos términos, en este caso, partiendo primero por el análisis:

Por análisis se entiende, ante todo por una cuestión de coherencia etimológica, la descomposición de un todo en sus elementos constitutivos. Siendo este todo un texto literario de variable extensión, el análisis se concebirá entonces como actitud descriptiva que asume individualmente cada una de sus partes, intentando esclarecer después las relaciones que se establecen entre esas distintas partes; desde otra perspectiva, se podrá observar aún que la elaboración de un análisis literario se debe ceñir, por parte del crítico, a una toma de posición racional, a una actitud objetivamente científica en la que los elementos textuales deben predominar sobre la subjetividad del sujeto receptor. (p.31)

Se entiende, pues, esta separación del todo por las partes como el proceso

que permite observar la relación de los personajes, su jerarquización y los procesos de caracterización de los mismos. Por otra parte, en cuanto al concepto de interpretación, el mismo autor nos dice:

La interpretación se entiende (…) como la investigación, fundamentada de modo más o menos explícito en un proceso de análisis, de un sentido que hay que atribuir al texto literario; tal sentido tiene en cuenta principalmente la posición de posterioridad

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de que, con relación a la producción del texto, se beneficia su receptor. (p. 34)

Por ende esta interpretación viene acompañada no sólo del análisis sistemático –en un principio- del texto literario, sino que adquiere un carácter hermenéutico, es decir, implica un pasar de la mera comprobación de los elementos que constituyen al texto literario para darle un sentido a los mismos. Esto es un acto revelador, ya que en este punto la obra literaria es tomado como un signo estético dotado de significados que pueden ser asimilados para, posteriormente, ser descritos por su receptor.

Por lo consiguiente, estos tipos de análisis discursivos e interpretativos del corpus del texto, nos permitirán dar sentido a los diferentes elementos, ya sean ideológicos, factuales y/o jerárquicos que se presentan en mutua correspondencia en el texto literario. A su vez, tanto los elementos textuales como tan bien los de la “realidad”, deben estar articulados de tal forma que el trabajo pueda enriquecerse con esta coyuntura significativa.

Esto nos permitirá incidir, no sólo en la narrativa de los escritores que abordaron el acontecimiento de 1994 para su posterior narrativización, sino que a su vez, nos permitirá devolverle a la obra literaria su papel en los estudios culturales, al pasar de ser visto no sólo como una ficción de los hechos concretos, sino como un documentos histórico con un potencial valor a la hora de reconstruir un pasado muy próximo al imaginario de una sociedad.

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Fuentes consultadas

Bajtín, M. (2009) Estética de la creación verbal. México: siglo XXI.

Michel, G. (2003) Ética política zapatista una utopía para el siglo XXI. México: Universidad Autónoma Metropolitana. Prada Oropeza, R. (2001). El discurso testimonio y otros ensayos. México: UNAM.

Reis, C. (1985). Fundamentos y técnicas del análisis literario. España: Gredos.

Said, E. (1996) Representaciones del intelectual. España: Paidós.

Sampieri, R., Collado, C., Baptista Lucio, P. (2003). Metodología de la investigación. Chile: Mc Graw Hill.

Vanden Berghe, K., Huffschmid, A., y Lafere, R. (2011) El EZLN y sus intérpretes resonancias del zapatismo en la academia y en la literatura. México: UACM.

Vanden Berghe, K. (2012). Las novelas de la rebelión zapatista. Alemania: Peter Lang.

Van dijk. (2005). “Ideología y análisis del discurso”. Utopía y praxis latinoamericana, año 10. No 29, 9-36.