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A N T O N I O T O R R E S 1

Una historia de Lillopara jóvenes

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A N T O N I O T O R R E S 3

Una historia de Lillopara jóvenes

ANTONIO TORRES

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FUNDACIÓN MIGUEL LILLO

HONORABLE COMISIÓN ASESORA VITALICIA:Jorge Luis Rougés (Presidente).Benjamín Carranza (Vicepresidente).Juan Carlos Díaz Ricci (Secretario).Guillermo Torres Leal (Tesorero).Pedro Wenceslao Lobo, José Manuel García González,Eduardo García Hamilton (Vocales).

DIRECCIÓN GENERAL: Ana María Frías de Fernández.

©1970, FUNDACIÓN MIGUEL LILLO.Reprint 2006.

Miguel Lillo 251,(T4000JFE) San Miguel de Tucumán,Argentina.

Registro bibliográfico:Torres, Antonio.– Una historia de Lillo para jóvenes, Tucumán,Fundación Miguel Lillo, 2006 (©1970).

Todos los derechos reservados.Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723

Diseño: Gustavo Sánchez.

Impreso en Argentina.Printed in Argentina.

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A N T O N I O T O R R E S 5

RAZÓN DE SER

Estas páginas tienen su razón de ser y su senti-do; han nacido al amparo de un generoso senti-miento sin ningún otro objeto; y este sentimiento esel de divulgar el conocimiento de nuestros grandeshombres entre los escolares y la juventud en gene-ral. Están escritas por ellos y para ellos, con laremota esperanza de despertar vocaciones que lle-guen a las cumbres. Y para que el conocimiento dela vida de Miguel Lillo, que tanto crédito y nom-bradía diera a Tucumán, sea un perpetuo ejemplo.

Están escritas también para el anónimo ciudada-no deseoso de ilustrarse y al que el apuro de lavida no le permite detenerse en las grandes obras.

Honrar a los forjadores de nuestra cultura es undeber colectivo inexorable.

ANTONIO TORRES

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EL ESCOLAR

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A N T O N I O T O R R E S 9

UNA VISITA DE NIETOS

Es un feriado y estoy en la biblioteca, en mediode libros y papeles; hay un hondo silencio y unapropicia paz.

Cuando de pronto, como un cascotazo en uncristal, asciende por el hueco de la escalera unatriunfal algarabía infantil que todo lo avasallacomo una loca marea. Presiento algo grave, mas,recobrando el aplomo, con un ¡adelante!, esperoestoicamente la invasión que presiento. Es la pandi-lla de nietos, cosa insólita, en una visita protocolar.

—¿Se puede, abuelo?—Naturalmente, pasen ustedes; antes que nada,

díganme qué ocurre para consumar así esta visitacolectiva, que más que visita parece una invasión.

El lenguaraz de la tribu expone las causales.—Hoy es tu cumpleaños; venimos a visitarte.Y acto seguido toman asiento en riguroso orden

de estatura. Alberto, María Cecilia, Mariquita, Pu-cho y Claudio.

—Ante todo, jóvenes amigos, les anticipo unainformación desagradable: hoy no es la fecha de micumpleaños. Mi cumpleaños fue hace ya variosdías, conque esta visita está fuera de tiempo y porlo tanto, la audiencia ha terminado.

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—¡No, abuelo! —responde el lenguaraz—. Hacetres días que venimos aquí todos juntos a felicitarte,y nunca te encontramos. Y siempre nos informan lomismo: salió para el LILLO; no ha vuelto delLILLO.

Y en coro:—Ahora mismo usted nos va a explicar qué es

eso del LILLO.—¡Ah, hijos míos, no es fácil explicarles! ¡Si us-

tedes pudieran comprender qué es eso del LILLO...!Afortunadamente la tarde es luminosa y fresca,

la ocasión es propicia y teniendo un coche a lapuerta, con una indicación imperativa, termino laentrevista.

—Vamos allá... yo les mostraré todo... y algúndía, más tarde, conversaremos.

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LA VISITA A LA FUNDACIÓN

Llegados allá, la pandilla irrumpe por el parquey se desparrama como bandada de pájaros gozosos.Todo lo miran, todo lo observan y lo olfatean; todoes nuevo y desconocido para ellos.

Llevo a Mariquita de la mano a través de losfrescos y umbrosos senderos bordeados de magníficofollaje.

Alguien se extralimita un tanto confianzudo yyo, con aire fingidamente severo, le señalo el letre-ro que dice NO TOCAR LAS PLANTAS.

Bordeamos el edificio antiguo y desde el murode las «placas», enfilamos la avenida centraI, quelleva frente al mausoleo. Bajo el amplio ramaje deuna tipa varias veces centenaria y, como en losmomentos solemnes, estos legionarios obedecen a lavoz de mando: Aquí, un momento de silencio respe-tuoso; estamos frente a la tumba que guarda losrestos del gran naturalista de la tierra.

Cumplido el acto, doblamos a la izquierda, pa-sando junto a las grandes pajareras que guardanejemplares interesantes de la fauna alada regional.

Luego un sendero donde helechos y cornelinaslucen lujuriosa exuberancia, y a la derecha unaárea de césped con reproducciones de los grandes

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saurios antediluvianos, que poblaron nuestras tierrasy parecen estar vivos en el ambiente. Su vista pro-voca una inmediata reacción de miedo y desconfian-za que sacude a mi falange de curiosos.

—¿Se mueven? ¿caminan?... vámonos... ¡esesapo tan grande me puede comer! —acota el máspequeño.

Tranquilizados, bordeamos la parcela de un bos-quecillo sombrío y estamos frente a los bloques delas nuevas construcciones, lo que arranca una excla-mación unánime:

—¡Esto es enorme!Luego, a discreción y acompañados, visitamos

herbarios, colecciones, etc, y, algo más tarde, laretirada.

Y el abuelo se ha quedado silencioso, meditandopor saber cómo va a responder la fecunda imagina-ción infantil a esta experiencia inolvidable.

Pasados algunos días y reunidos otra vez, co-mienza el ansiado interrogatorio.

El primero en hablar es Alberto (12 años), queya tiene aplomo y empaque de persona mayor.

—Ante todo, quiero declarar que la instituciónque hemos visitado me ha parecido una cosa impor-tantísima... Y ahora quiero hacerle dos preguntas:primero, dígame por qué se llama todo eso el LI-LLO, y luego, cómo y quién gobierna todo eso.

—Respondo a tu primera pregunta: eso es unaFUNDACIÓN y se llama LILLO, por ser el nombre denuestro naturalista MIGUEL LILLO, quien legó todossus bienes, a más de sus colecciones, bibliotecas,

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etc., y el prestigio de su nombre para que se fundaraesta casa de estudios de las Ciencias Naturales, en unacto generoso del más alto sentido de cultura. A tusegunda pregunta respondo: esta FUNDACIÓN perte-nece a la Universidad Nacional de Tucumán; estádirigida y administrada por una Comisión AsesoraVitalicia, de la cual formo parte, cargo que me obli-ga a una muy seria responsabilidad.

Y bruscamente:—¿Podría yo, algún día, si nos faltara usted,

Dios no lo permita, pertenecer a esa Comisión Ase-sora?

—¡Desde luego! Es accesible a todos los ciuda-danos con méritos suficientes.

Y una exclamación curiosa, pone punto final aldiálogo:

—¡Qué tremenda responsabilidad me espera!—Bueno... bueno. Ahora, respondan María Ceci-

lia y Mariquita.—Todo nos ha parecido hermoso; pero dos co-

sas, de todo lo que hemos visto, nos han gustadomás: las colecciones inmensas de esas mariposas y,allá arriba, donde están esas señoritas que dibujany pintan esas láminas de plantas y flores tan lindas;y como nos apasiona el dibujo, quisiéramos que,cuando seamos grandes, nos lleve allí, a trabajar enel LILLO, para pintar pájaros y flores.

—Ahora don Pucho (6 años).—¿Yo?... ¿qué quiere que le diga? Que si tengo que

ir a la escuela con esos librotes bajo el brazo que us-ted llama Genera, me hago humo tranquilamente.

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—Y por fin usted, señor Claudio (5 años).—¿Yo?... por mí no se aflija abuelo, lo que es

yo, como le dije, no vuelvo más allá, porque esesapo tan grande me puede comer.

—Pero ya es hora que nos vayamos y todavíausted no nos ha dicho nada de ese Señor Lillo queestá cuidado en el jardín por dos mujeres de piedra.

—No se apuren, para ustedes y para todos losniños de mi tierra, curiosos de saber, les escribo laspáginas que siguen.

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SU INFANCIA

Todo aquel que visita la FUNDACIÓN y reco-rre su parque, encuentra, al abrigo de una tipavarias veces centenaria, una losa funeraria con lasencilla inscripción: MIGUEL LILLO, 1862-1931.Allí reposan sus restos, homenaje de su pueblopor una ley especial.

A la izquierda, unos viejos muros de adobes, dis-cretamente protegidos, últimos restos de lo que fueel solar de la familia. Allí, en ese mismo sitio, na-ció por 1862 el niño que con el andar del tiempodebía ser el más ilustre naturalista del norte argen-tino; por eso dice el Romance:

Junto a su cuna, la tumbava rodando un avatar...

De padres argentinos, de antepasados españolesIlegados al país alrededor de 1830 y prontamenteafincados en San Miguel de Tucumán, en ese sec-tor pintoresco de las Chacras al Oeste y en esesolar, nació Miguel Lillo, y en ese mismo solarmurió, en este Tucumán del cual nunca se alejósino para sus viajes de estudio, de cortas o delargas distancias.

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Hijo único, se desenvuelve su infancia al abrigode un ambiente de cálido afecto familiar, no abun-dante en recursos; pero tampoco en la pobreza, esosí, en una atmósfera de austeridad, disciplina, tra-bajo y devoción.

Recibe los primeros rudimentos de instrucción,como era de práctica en la época, por diligenciasde familia y, ya mayorcito, en las escuelas oficialeso privadas, escasas en aquellos años y ubicadas enel centro, distantes de aquellos apartados suburbiosdonde su padre vivía; y así, nuestro escolar teníaque recorrer mañana y tarde las diez o doce cua-dras que lo separaban de su escuela; pero no porcalles asfaltadas y veredas de mosaicos, sino porcallejones casi despoblados, en invierno, polvorien-tos y, en verano, lleno de fangales.

Pero nuestro escolar, siempre correcto, pulcro,diligente, era un raro ejemplo de puntualidad.Cualquiera fuera el tiempo y el estado de las rutas,él estaba a horario en la escuela. Llamóle la aten-ción a su maestra esta precoz abnegación y escri-bióle a la madre, disculpándole por si llegara conretraso o faltara por la tarde, ya que en este turnose dictaban sólo materias secundarias. Pero, ¡Oh,tiempos aquellos! el escolar dejó de lado las fran-quicias ofrecidas por el maestro y siguió concu-rriendo a su escuela puntualmente, mañana y tarde,incluso los domingos para asistir al catecismo yprácticas piadosas.

Es cosa que conmueve el descubrir entre las ho-jas de sus libros y cuadernos de primera enseñanza,

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que hoy conservamos como una reliquia, entre suspáginas, mariposas, hojas y flores secas, cuidadosa-mente desplegadas.

Hasta su entrada al Colegio Nacional, este raroestudiante es siempre pulcro, curioso, reflexivo yclasificado siempre distinguido.

¿Curioso? Sí, de todo y en especial de la natura-leza. He aquí el hecho que lo revela de un salto enlo que será más tarde su potente vocación.

Hacia los doce años, nuestro escolar termina suenseñanza primaria e inmediatamente inicia su ciclosecundario, en un instituto particular, las EscuelasPías, que funcionaba en la actual calle San Lorenzoal cuatrocientos. Precisamente en esta época aconteceuna curiosa aventura que nos ilustrará más que mu-chas páginas, sobre las cualidades y característicasde nuestro estudiante, y es la siguiente:

En su diario recorrer el camino hacia el centrode la ciudad, el niño había notado que, de ida, elhorizonte estaba abierto hacia el naciente y quesobre su horizontal se levantaba cada mañana elsol glorioso; pero que, al lado opuesto, como unaverde o azul muralla, según las horas, ese horizon-te estaba cerrado por la montaña, y su curiosidadse clavó en ella.

¿Qué es la montaña? ¿Qué habría allí? ¿Cómoserá todo eso? Misterio. No sabe nada. Y una ideafija trabaja en su cerebro: ir a la montaña y saberlo que es eso y lo que hay allí.

Y por fin, después de mucho cavilar, una maña-na luminosa, como todas las mañanas de primave-

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ra de esta tierra, el curioso escolar partió para sa-ber de cierto qué era eso de la montaña; por prime-ra vez con su cartapacio a la espalda —no llevabautensilios de estudio sino algunas discretas municio-nes de boca— anduvo, anduvo, en dirección a lamontaña.

Empezó a trepar la cuesta y bien pronto, el can-sancio y la sed le agobian, busca un refugio entre lafronda, despacha su merienda y quédase dormido.

Al despertar, escruta, todo es silencio en torno;pero un secreto rumor se eleva desde el bosque yun extraño aroma embalsama la atmósfera. Mira,observa, todo es desconocido, un ave canta en laespesura y el agua cristalina responde con su mur-mullo en la quebrada. ¿Qué pájaro es aquel quecanta? Y esta agua, ¿de dónde viene y adónde va?Una extraña inquietud le conmueve. Arranca unahoja y otra y otra, todas son parecidas, pero quédesilusión, todas son diferentes. La angustia aflora,y en su desesperación comprueba que todo es desco-nocido.

Retorna fatigado y triste, acalambrada el alma;le ha ido muy mal en su primera tentativa de cu-rioso.

Aquella noche el curioso no duerme, está pre-guntándose el cómo y el porqué de las cosas y esaangustia de querer saberlo todo le atormenta y va asentirla, permanentemente, todos los días de suexistencia.

Con este temperamento y estas disposiciones va aabordar la enseñanza secundaria, donde, por otra

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parte, le tocará en suerte tener al frente de la Cáte-dra a esclarecidos maestros, que todo Tucumán re-cuerda: Sisto Terán, Corona Martínez e InocencioLiberani.

Su paso por las aulas, hasta el bachillerato, fuebrillante, a punto tal que el estudiante ha rebasadopor cuenta propia muchos temas de los programasoficiales. Así, hojeando apuntes en libretas del esco-lar, encontramos que, sin auxilio de ningún orden,ahondaba el estudio de las matemáticas, aprendíaalemán y conocía los fundamentos del griego y dellatín; empezaba a interesarse por la entomología.Lo ratifica también el decreto del gobernador Dr.Tiburcio Padilla, de fecha julio 16 de 1887:

«Que estando vacante en el Colegio Nacionaluna de las becas de que dispone y encontrándose enel joven Miguel Lillo las cualidades para obtenerla,el Superior Gobierno DECRETA: Concédase dichabeca al estudiante Miguel Lillo».

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EL APRENDIZ

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ESTUDIANTE EJEMPLAR

El estudiante de quien hablamos, Miguel LiIlo,se recibió de bachiller, como ustedes lo serán ma-ñana, en nuestro Colegio Nacional en el año 1881.Junto con él, jóvenes amiguitos, egresó una falangede ilustres ciudadanos, que fueron a continuar susestudios en las universidades regresando más tardediplomados, y desempeñando altas funciones en laprovincia, como José Frías, Benigno Vallejo, Fortu-nato Marino, Carlos Beaufrère y otros.

Pero, ¿y nuestro brillante escolar de primera ysegunda enseñanza, por qué no parte con esa falan-ge y regresa doctorado? Aquí, amigos míos, hayuna dolorosa confesión, pero que es necesario cono-cer, porque afecta todavía a las posibilidades detantas inteligencias que se pierden, pues que mástarde el Sabio confiesa: «Por razones económicastuve que interrumpir mis estudios, a pesar de misbuenas disposiciones para las matemáticas, las len-guas y las ciencias naturales».

Dicho así, tan crudamente, cruel en demasíahubiera sido el sacrificio frente a la fría indiferen-cia de una sociedad que estúpidamente apaga unallama; concedamos a este factor económico todo el

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margen de razón que pudiera, en esta circunstancia,tener; pero, seguramente, no es toda la razón.

Son innúmeros los estudiantes que, en circunstan-cias análogas o aún peores, como dice uno de susbiógrafos, «han peregrinado rumbo a su destino,saboreando el amargo pan de la escasez, sazonadosolamente con unos cuantos granos de fantasía yesperanza en el ensueño».

Vemos al estudiante, como le pasaría a cualquie-ra de ustedes en circunstancias parecidas, poco dis-puesto a la aventura y contingencias de una preca-ria y lejana vida universitaria, y poco resignado alabandono de la mucha o poca, pero segura comodi-dad doméstica y sobre todo a la pérdida, por esealejamiento, de la ternura familiar que le rodeaba;esto sí que es una causa fundamental para determi-narse y podríamos recurrir como probanza, a loque seguramente pensaba siempre:

—¿Irme? ¿para qué? ¿para estudiar? Si es paraestudiar, yo voy a estudiar aquí no más

Como ya venía demostrándolo, pues en sus estudiossobrepasaba, ampliamente, los promedios oficiales.

Este estudiante sale del Colegio Nacional, comovimos, como un arquetipo del estudiante perpetuo,tanto es así que voy a referirles la siguiente anéc-dota, ocurrida ya en su edad madura:

Un visitante imprudente, encontrándolo enfrasca-do en sus investigaciones, le preguntó:

—¿Para qué estudia tanto, don Miguel?Y le respondió con esa clara sencillez:—Si yo estudio por estudiar no más.

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Sobre esta respuesta, invito a los jóvenes escola-res a reflexionar muy seriamente.

El Colegio Nacional queda a sus espaldas y vaa ser el único instituto de enseñanza que frecuentaen su largo aprendizaje. Y se encuentra a su frentetoda la vida que le espera. Iniciar la marcha, ¿porqué camino?

La situación, para el joven bachiller, es crítica, yen este conflicto su espíritu, seguramente, sufre unatremenda sacudida; hay una tempestad en su frente.Pero su alma ansiosa y aspirante, desgarrada, así ytodo no se rompe y le va a pasar lo que a las cuer-das, que cuanto más tirantes, vibran más y mejor.

Es necesario aportar los recursos indispensablespara contribuir a la subsistencia diaria; busca tra-bajo y entra de empleado auxiliar en una farmaciade esta ciudad; las jornadas de trabajo duran docehoras o más, pero nuestro pobre estudiante, tenazcomo siempre, no pierde tiempo y en la trastiendade la botica y en el laboratorio, lee en todo ratolibre; penetra, manipula y ahonda las diversas dis-ciplinas de aquella profesión.

Este estudiante, por ahora aprendiz de farmacia,aprendiz de física y química en el Colegio Nacional,padece de una curiosa enfermedad, que, ojalá, fueracontagiosa para todos ustedes: él siempre tiene sed.Así como nosotros sufrimos la sed de agua, quenuestra pobre materia orgánica exige, él siente,desde ya, otra sed, atormentadora también: la sedde conocer, de saber, que lo aparta de todas lastentaciones y lo habría de llevar por el áspero ca-

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mino de la sabiduría, a esta altura de su vida, 21a 23 años, cuando en todas las cabezas juvenilesrevolotean fantasías, él sólo mira, observa y conoce;su espíritu de observación es tan precoz que si hoyqueremos saber el estado del tiempo en Tucumán,85 años atrás, por ejemplo un 14 de abril, es muysencillo: consultamos una de sus tres docenas delibretas de apuntes y veremos:

«8 a.m. Aire libre, presión tal, temperatura alas 12. 30, tal», etc.

Y desde ese día el aprendiz metereólogo no de-jará sus observaciones hasta su muerte.

Sigue trabajando en los laboratorios de física yquímica del Colegio Nacional, ahondando sus cono-cimientos en aquellas dos ciencias; se encuentra unpoco desorientado en todo, menos en el estudio,que sigue con ahínco, en especial de las lenguas.Pero ya, tempranamente, siente esa secreta voz quelo llama imperativamente hacia la Naturaleza, pues,contando 21 años, ha comenzado el inquieto obser-vador sus colecciones botánicas, en los alrededoresde su quinta; pero no conforme con ello, amplíasus excursiones a las afueras de la ciudad, porManantial, Tafí Viejo, Banda del Río Salí y otroslugares; lo importante es que, en sus anotaciones deescolar coleccionista, anota gozosamente que poseeya ¡700 ejemplares!

El incipiente aprendiz de botánico está solo, ape-nas si posee algunos textos de guía, pero lo ignoratodo: cómo se clasifican estas plantas, cómo sehace esto, cómo se hace aquello, y este problema

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llega a preocuparle tanto que, no teniendo a quiéninterrogar en su ciudad, peregrina a Córdoba, don-de están los maestros, y allá va en busca de suorientación y consejo. Llega al santuario de la viejaUniversidad de San Carlos, en donde trabajan lostres depositarios del saber en Ciencias Naturales:Federico Kurtz y los hermanos Doering.

Llegado a Córdoba, divide el tiempo entre herbo-rizar por Alta Córdoba o en las márgenes del río,visitar librerías, bibliotecas; y donde más se detieneeste curioso aprendiz es en recorrer los anaquelesdel herbario de aquella Universidad, y observandolas determinaciones, de tiempo en tiempo, una ex-clamación: «¡Cómo! esto es tal cosa y yo creía talotra»; silencio en la sala y de nuevo otra exclama-ción: «Conque también esto no es como yo creía»;Seguramente recibió esos impactos como una puntade fuego sobre una piel sensible.

Algo tímido, nuestro personaje estaba afilando elcómo y el cuándo de una visita al Sr. Kurtz; porfin, un día, recorriendo los pasillos del museo, seatreve a tocar su puerta; el maestro lo recibe defe-rente y amablemente; dialogan más de una hora,pero casi todo son preguntas del joven visitante; alretirarse, le invita a almorzar en su quinta de SanVicente al día siguiente. Lillo sale alegre, pero enel fondo un poco preocupado.

¿Y el almuerzo? Aquí sucede algo trágico; el jo-ven tucumano se ha pasado herborizando en lasmárgenes del río y cuando recapacita, la hora estávencida, sin embargo toma el viejo tranvía a San

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Vicente y aquí una escena muy característica de sutemperamento, que les va a divertir a todos.

Llegado a la puerta de casa, no se atreve a lla-mar; pasa tres o cuatro veces recorriendo la vereday regresa a Córdoba.

A la mañana siguiente, nuestro amigo está com-pungido; toma coraje y resuelve entrevistar a Federi-co Kurtz en el Museo. Lo recibe amablemente conun «¿Qué le ha pasado amigo?». Y él le respondeque juntando yuyos se le pasó la hora; a lo quecontestó el maestro:

—¿Ha visto, amigo mío, que la botánica espeligrosa, porque trastorna el seso?

El almuerzo se realiza al día siguiente, peroesta vez acompañado de Doering.

A la salida el joven tucumano está como aluci-nado y por todo comentario tiene esta exclamación:

—¡Qué magnífica biblioteca!El viaje toca a su término y por fin regresa a su

tierra; qué contraste sufre en sus pupilas con elimpacto de los panoramas que observa desde laventanilla del tren, mientras éste avanza por esapampa desierta y árida, comparándolos con el re-cuerdo y la vivencia de su verde Tucumán; esta sen-sación, seguramente perdurará en su memoria y leservirá fundamentalmente para despertar sus concep-tos sobre la geografía botánica. Ya a su regreso,conociendo los métodos y la disciplina con que setrabaja, se entregará a informarse y recorrer la pro-vincia en busca de materiales para formar así elbotánico, del cual les hablaremos más tarde.

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Hasta aquí les hemos relatado cómo, ya desdelas aulas del Colegio Nacional, tenía afición por lafísica y química, especialmente esta última; cómoampliaba sus conocimientos en la trastienda de unabotica y cómo experimentaba en los laboratoriosdel Colegio Nacional, donde mantenía su cargo deayudante de cátedra. Pero, he aquí que en 1885sobreviene en Tucumán la creación de un institutotécnico, la Oficina Química Municipal, durante elprogresista gobierno de Lídoro Quinteros.

No hay en Tucumán gente capacitada para po-nerse a su frente y las autoridades se ven obligadasa contratar un joven químico alemán, el Dr. Federi-co Schickendantz, quien organiza dicha oficina ysus laboratorios; pero he aquí que, todo instalado,se necesita un ayudante no lego y en tales circuns-tancias, las autoridades, orgullosas de la nueva re-partición, pónense en busca, y el Rector del ColegioNacional les informa que hay allí un jovencito queles puede servir y se lo envía a Schickendantz,quien lo acepta inmediatamente; este jovencito, queya conocemos, era Miguel Lillo. Va a iniciar, allado del maestro, el conocimiento a fondo de estadifícil ciencia. Allí permanece desde el año 1885 al89, donde pasa a la Oficina Química, ya provin-cial, con el cargo de vicedirector; pero ya en el año1887, apenas a los 24 años, es nombrado profesorinterino de química en el Colegio Nacional; el pres-tigio y autoridad en esta materia, del que ayer eraun simple aprendiz de laboratorio se están afirman-do. ¡Qué ejemplo para la juventud estudiosa y aspi-

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rante! Poco más tarde va a suceder un pequeño ca-taclismo en aquella repartición: el Dr. Schickendan-tz, por desavenencias con las autoridades, presentasu renuncia. Gran alarma; y en el despacho delGobernador acontece esta escena:

—Don Federico, no nos deje así, búsquenos porlo menos a su reemplazante.

A lo que el terco alemán responde:—Para lo que hay que hacer aquí, con este ayu-

dante que tengo basta y sobra.Ese ayudante era Miguel Lillo. Y deja de ser el

aprendiz, el auxiliar, para pasar a la categoría deQuímico Oficial de la Provincia, sin título alguno decapacitación. Más tarde, les referiremos su trayecto-ria en la química hasta su profesorado universitario.

Y ustedes dirán: ¿qué se han hecho de las bue-nas disposiciones de nuestro amigo para las lenguasy otros estudios? Nada, que sigue estudiándolas no-más, por su cuenta y sin profesor alguno; y a estaaltura de su vida, mientras la mayoría de ustedesocupa su tiempo en cosas banales, él ya tenía sólidofundamento de las lenguas clásicas: del griego y dellatín, y podía leer sus papeles por lo menos en cin-co idiomas actuales.

Este joven extraordinario está terminando suaprendizaje en disciplinas y en ciencias diversas, porsu solo empuje, por su solo esfuerzo, con una tre-menda voluntad; va aislándose de todo lo que leperturba en el estudio; no le tienta la calle ni diver-sión alguna, no tiene los maestros, pero va teniendolos libros y los textos que son otros tantos maestros

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mudos que le están hablando silenciosamente aloído. El que así aprende, con tanto ahínco y tantosacrificio, se llama, como todos saben, un autodi-dacto; empujado sólo por esa secreta pasión, poresa sed inagotable de saberlo todo, sin la bajezapreconcebida para ocupar un cargo o desempeñaruna profesión lucrativa, profesiones que todos uste-des conocen.

Pero así, en plena juventud, colocado en el Tucu-mán de 1885, ¿cuál va a ser su destino final? ¿Seráun naturalista, se aferrará particularmente a la bo-tánica, derivará en un zoólogo por su precoz afi-ción a las mariposas y las aves, como él tantasveces lo confiesa?, ¿absorberá la química totalmentesu tiempo y le entregará a ella su pasión? Hastaeste momento y en unos cuantos años próximos, asíparece ser. Sigue al lado de matraces, redomas ypipetas, junto al químico Dr. Schickendantz. ¿Dejaráde lado el ancho mar de la cultura general?

En definitiva, esto nos lleva a un interrogantefinal: ¿Cuál es su vocación?

Aunque el interesado va a demorar diez años endeclararlo, cualquiera de nosotros podría vaticinar-lo desde el momento. Esta declaración es la si-guiente: «Mi vocación está por las ciencias naturalesy en especial por la botánica». ¡A buena hora, ami-gos míos, cuando ya todo el mundo lo sabía! Perobotánica y química son dos rutas paralelas por lasque nunca cejará de caminar; la primera, ruta desus aficiones, en ella está su devoción y la mayorparte de su preocupación cerebral.

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La química, conociéndola tan a fondo, será suprofesión obligada, puesto que en ella se encuentrantodos los medios materiales de sus exigencias perso-nales y de las otras necesidades de coleccionista ybibliófilo.

Aparte de todo esto, ejerce actividades en la do-cencia; ¿se inclinará por ella? Ya lo hemos antici-pado; su vocación fundamental es el saber.

Luego hablaremos de esto, cuando el aprendizocupe la Cátedra Universitaria.

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VIAJERONATURALISTA

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COLECCIONISTA ANDARIEGO

A lo largo de este relato, lo hemos sorprendidodesde la infancia, juntando entre las páginas de suslibros de escuela mariposas muertas y hojas y floressecas, que hoy mismo ustedes podrían ver si tuvie-ran tiempo y paciencia de recorrer aquellos viejostextos conservados, con páginas ya amarillentas.

Lo hemos visto viajando a Córdoba a informarsede sus prácticas de aprendiz botánico, aunque du-rante los primeros diez años que permanece en laOficina Química parece haber abandonado su afi-ción por las plantas y los pájaros; pero no es así,como voy a explicarles. En este tiempo recorre laprovincia en todas sus direcciones, acumulando apa-sionadamente el material que ordena, conserva yclasifica después.

Aquellos viajes que se inician en su peregrinar aCórdoba en 1883, encontramos ya en 1886 que defebrero a mayo ha hecho por lo menos 15 salidas,visitando Tafí Viejo, El Siambón, Cevil Redondo,Tapia, etc.

Estos viajes se van a prolongar hasta 1916,con su última salida hacia El Chaco y Paraguay;durante ellos ha recorrido la provincia en innú-meras salidas.

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Nadie como él la conoció, en todos sus secretosnaturales; viajó fuera de la provincia; viajó por lasrepúblicas vecinas para informarse de la influenciade su flora sobre la nuestra.

Ustedes deben reflexionar un instante, lo difícil ypenoso de estas andanzas, sin rutas, sin poblacio-nes, sin ninguna comodidad, alimentándose preca-riamente y durmiendo a la intemperie.

Piensen ustedes en un viaje a Tafí del Valle, porejemplo, tan de moda hoy en día; un despreocupa-do turista sale a la mañana, sin madrugar y antesdel mediodía está tranquilamente en Tafí, disfrutan-do del panorama en cualquier hostería. Entendidosea que en aquel tiempo, este viaje se realizaba delmodo siguiente: Salir a la mañana por el Ferroca-rril NOA; descender en la estación Acheral dondedebían esperar cabalgaduras; salir rumbo a la mon-taña; pernoctar en Santa Lucía; a la madrugadatomar los desfiladeros de la Angostura; a mediocamino, descanso de bestias y viajeros; desmontar ypasar la segunda noche a la intemperie; cabalgarde nuevo y llegar a las casonas del poblado a esode medio día o mucho más tarde, entumecidos ydoloridos. Y en esas condiciones viajó Lillo. Veanustedes cuánta diferencia, y apliquen la regla a másde cincuenta viajes practicados en esas condicionesdentro y fuera de la provincia.

Como una ilustración de todo esto, quiero refe-rirles un hallazgo que hice recorriendo las numero-sísimas libretas de minuciosas observaciones quehacía durante sus recorridos.

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En una de esas libretas, correspondiente a un via-je a las sierras del Siambón, una página está ocupa-da por la caricatura que ilustra este capítulo, endonde se ve al viajero cabalgando en un mal mulo,escopeta en bandolera y alforja llena de yuyos.

En medio del monte y a campo traviesa, ¿quiéndibujó esa caricatura?, seguramente que nuestro pro-pio amigo; ya hemos dicho en otra parte que élconfesó que tenía buenas disposiciones para el dibu-jo y otras cosas. Pero he aquí el complemento quetiene más sal de lo que podría esperarse; la carica-tura tiene una leyenda:

Fuese al Siambón un díaSobre su fotografía.

Como ven, tenía muy variadas aptitudes y un lin-do sentido de la ironía, para no usar la palabrainglesa «humor».

Quien de ustedes quiera tener un panorama detodos aquellos viajes, puede consultar los mapasinsertos en Vida de un Sabio, publicada por nuestraUniversidad, en páginas 248 y 249.

Ahora, como ustedes comprenderán, estos viajesno se realizan tan sencillamente como se traza lastrayectorias en los mapas, sino que están llenos deincidentes, preocupaciones y sobresaltos; pero detodos ellos, vuelve cargado con un rico y abundan-te material; viaja solo o acompañado, cuando máspor un peón o un guía. Como un ejemplo de estasexcursiones paso a relatarles, muy sucintamente, lo

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que le aconteció a nuestro andariego coleccionistaen el viaje a la Laguna del Tesoro, en 1890.

Pueden ustedes imaginarse lo que significa viajara la Laguna del Tesoro; laguna de misterio y deleyendas, de la que yo mismo, cuando niño, escu-chaba los relatos de fugitivos de la guerra que ibanallí a sumergir en aquellas aguas, monedas, alhajasy cuantas cosas de valor tenían, para ponerlas alabrigo de invasiones; en nuestra infancia, alguiennos contó esta leyenda y cómo se podía ir allí; alu-cinados escuchábamos esas palabras, como salidasde un cuento de Aladino. Mis amigos, yo les acon-sejo que, cuando mayores, no dejen de practicar eseviaje, hoy cómodo, que atraviesa las regiones másmaravillosamente bellas de Tucumán. Pero don Mi-guel fue allá, no llamado por los cuentos de hadas,sino a conocer y coleccionar.

Corre el año 1890 por el mes de enero; si noso-tros consultamos sus viejas anotaciones de gastos yde compras, vemos que una serie de materiales detodo orden está levantando peligrosamente la co-lumna del termómetro de sus gastos domésticos:piolas, clavos, velas, fósforos, conservas, papeles,carpetas, etc. ¿Cuál es el secreto de todo ello? Esque el naturalista está preparando una de sus sali-das y por la importancia de esos preparativos se veque esta salida va a ser de alguna envergadura. Sesospecha de alguna picardía aventurera y ésta no esotra que su viaje a la Laguna del Tesoro, que pasoa relatarles brevemente. Después de estar tanteandovarios días por su estación meteorológica el pronós-

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tico del tiempo, anota en su libreta: «Enero 23 de1890, 6 a.m., camino de Alpachiri», por lo cualsabemos que el viajero salió un día antes de Tucu-mán; le acompaña un amigo y profesor del ColegioNacional, llamado Vasconsellos. El día 23 llegan sininconveniente alguno al sitio llamado Potrerillo, alpie de la montaña que van a escalar; el día 23 si-guen andando; ha recogido medio centenar de ejem-plares interesantes. Al día siguiente, acampados bajocarpa, en la cumbre de una serranía, a las 5:30 dela mañana está haciendo ya sus anotaciones meteo-rológicas y clasificando algunos ejemplares sobre lamarcha; pero he aquí que sobreviene el primer ac-cidente, que todos tomaríamos por mal agüero; lacabalgadura del jinete, en un mal paso entre laspiedras, da por tierra con nuestro naturalista; afor-tunadamente sin mayor daño a su persona, y mien-tras la compañía le arregla su montura y comentanen coro, unos se felicitan por la falta de daños ensu persona y otros comentan risueñamente el hecho;el naturalista, impasible y embarrado, sigue juntan-do yuyos. El 25 sigue la marcha; abundan los tá-banos y les llueve a ratos; a la caída de la nochepernoctan en la estancia de Los Navarro. Al día si-guiente, todo el día en marcha; otro pequeño inci-dente: extravían el camino y tardan horas en reto-marlo. Están en la cumbre de las lomas que cierranel valle del Cochuna. Desde allí, nuestro naturalistacontempla un panorama de una belleza poco co-mún, que le arranca repetidas exclamaciones deadmiración; el cielo se encapota y aquella noche

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los viajeros tienen que pasarla al amparo del techode un mísero rancho en el lugar de La Esquina.Enero 27: siguen las penurias; anota: «El camino esmuy áspero, los animales están lastimados en losvasos; he sufrido anoche mucho frío; la marcha seconvierte en penosísima, la lluvia y el crecimientoferaz de la vegetación han borrado todo rastro desenda».

Enero 28: siguen perdidos y el guía se encuentraenfermo: mientras sus acompañantes andan en bus-ca del camino y de un nuevo guía, don Miguel si-gue impasible coleccionando y, en una de sus sali-das, cae en el lecho de un arroyo de aguas heladasde las cumbres; parece que el viaje se está realizan-do bajo el signo de un mal agüero. Regresan losbuscadores del camino sin haberlo encontrado. Suestación metereológica anuncia mal tiempo; el bo-tánico herboriza y el estado mayor de la expedicióncelebra consejo de perdidos y se resuelve mandar alAconquija, en busca de un guía que les saque desemejante apuro. Y el naturalista anota: «El tiempoamenaza lluvia y qué soledad y qué abandono elnuestro! qué tinieblas en la noche!». Su acompañan-te Vasconsellos se recoge a la carpa enfermo, yaquella noche el naturalista, que parecía dormido,escucha unas quejas en alta voz:

—Todo esto me ocurre por seguir a este loco deLillo.

El naturalista sigue haciéndose el dormido, peroa la mañana siguiente anota en su libro de viaje:«Para qué habré traído a este cobarde».

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Vean ustedes la apurada situación de los expedi-cionarios; el día 29 amanece nublado y los corazo-nes llenos de incertidumbre: ¿Habrán llegado loschasquis, vendrán en nuestro auxilio? Jóvenes, laalarma es justificada; están adentrados en la selvasubtropical, varias leguas, en una zona casi inex-plorada y al caer de la tarde comienza a lloverintensamente; más de tres días en esa situación; hayquejas; todo el equipaje está mojado;es urgente en-contrar un reparo donde secar las colecciones. Porfin, al otro día llega un baqueano y celebran elúltimo consejo de vencidos y se resuelve el regreso.A las 16 emprenden la marcha, para llegar a lamadrugada al conocido puesto de La Esquina. Elregreso se emprende en fila india; seguramente elcoleccionista sombrerudo y emponchado, va a laretaguardia con los ojiIlos vivos y curiosos, con laesperanza de encontrar todavía algo nuevo. Hayque subir cuestas, muchas veces a cuatro pies ybajarlas del otro lado de un modo no menos peno-so. Y por fin, a las cinco de la tarde llegan a supuesto soñado de socorro;desmontan en la estanciade Los Navarro. 31 de enero: después de tantas fa-tigas y sufrimientos ha cenado en manteles y dormi-do en colchón.

La expedición prácticamente ha terminado, peroya mejor montado, el obstinado coleccionista aúnquiere seguir por caminos apartados y el guía des-barata ese intento.

En su regreso hasta el llano, por el camino demás tránsito —si camino puede llamarse a aquello,

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anota el viajero, porque las bestias se empantananhasta las rodillas y los corvejones—, a cada minutoes inminente una caída, tanto que yo mismo fuipor tres veces al suelo. Llega la noche y hay quepasarla a la intemperie a orillas del río Cañas, conlluvia intermitente toda la noche.

Con el alba sigue en viaje; sin detenerse en Al-pachiri cabalgan todo el día y hacen un alto dedescanso y refrigerio, llegando al caer de la tardea Alto Verde.

En su libreta de viaje faltan las anotaciones deestas dos últimas jornadas y sólo encontramos estacuriosa anotación: «Un tigre rondaba nuestro cami-no, pero felizmente no nos atacó».

Ahora una confesión: Todo este viaje con$110,17 y de este modo y con este trabajo y penu-ria que hemos visto, el botánico Ilegó a reunir ensus anaqueles setenta mil ejemplares de la floraargentina.

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EL QUÍMICO

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MAESTRO CONSAGRADO

Nuestro joven estudioso ha pasado ya los 25años. ¿Ha dejado a sus espaldas la difícil etapa delaprendiz? No, porque como veremos esa etapa no secierra nunca, porque ya maestro consagrado seguiráaprendiendo todavía.

Pero, llegado a más de un cuarto de siglo, estejoven, ¿qué resuelve? ¿A qué se determina? Estáorientado por tres caminos: ejerce el profesorado;está seriamente encaminado hacia la química, alfrente de una repartición importante; hemos vistoque inicia en ella sus investigaciones; pero hay untercero en discordia, que es la Naturaleza entera desu tierra, que con una secreta voz telúrica está Ila-mándolo permanentemente, y al naturalista, y enespecial al botánico, le está hablando al oído: «Vena mí y sígueme», con esas palabras tan imperativasdel Evangelio: «Olvídate de tí mismo y sígueme,ésta será tu vocación». El mismo nos lo va a confe-sar años más tarde: «Mi vocación son las cienciasnaturales y, entre ellas, especialmente la botánica».Para ella será su consagración; pero nunca abando-nará sus profesiones oficiales: el profesorado y laquímica.

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Va a recorrer entonces los tres caminos, transi-tando más intensamente la ruta del naturalista.

Se está afirmando en el medio, está tomandocrédito, pues a poco más de este término, ocupacátedras secundarias; es vicedirector de una reparti-ción tan seria como lo es la Oficina Bromatológica.Mientras tanto, para el público, parece que seorienta hacia la química y la docencia, pero él si-gue recorriendo el campo argentino juntando mate-riales, es un joven precozmente maduro y todo lohace en serio.

Al lado del maestro, el químico alemán, afirmalas rígidas disciplinas de esta ciencia y empieza suprimer trabajo de investigación al lado de él,queestudia y analiza los distintos procesos residualesde la industria azucarera; luego serán los estudiossobre las alteraciones provocadas por la mala con-servación de los vinos y otras muchas investigacio-nes más al respecto.

Continúa este joven químico absorto en los labo-ratorios, siguiendo la difícil danza en los matracesde los átomos, de las moléculas y sus combinacio-nes. Todo deja presumir que se está formando elquímico acabado.

Parece que en la vida nadie puede ser profeta,puesto que imprevistamente, el afamado químicoalemán tiene problemas con el gobierno y abando-na los cargos que desempeña: cátedra del ColegioNacional y dirección de la Oficina Química. El ejer-cicio de la cátedra no se interrumpe por eso; tomaLillo el cargo abandonado y en él se desempeña, al

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decir de sus contemporáneos, como un maestro con-sumado.

En cuanto a la dirección de la Oficina Química,el problema se resolvió como ya les hemos referidocon aquellas palabras consagratorias del maestroalemán, que casi equivalían a un diploma, puestoque va a hacerse cargo de aquella repartición técnicapor decreto del gobierno y va a desempeñarlo por 30años, con la alta competencia de todos conocida.

No hay para qué referirles en detalle la inmensalabor desempeñada allí por tantos años, con unadedicación y puntualidad admirables; sus dictámenesante autoridades de Gobierno y de la Justicia teníanel valor de una sentencia. Aquí sucedió una vez queun grueso cargamento de mercadería importada deotra provincia fue sometido a su análisis y dictamen,y éste fue: Inapta para el consumo. Se movieron re-sortes de todas clases a fin de que el químico modi-ficara su dictamen; pero éste respondió:

—La mercadería sale de Tucumán o yo salgo dela Oficina.

Resultado: la mercadería salió de Tucumán.Los gobiernos solicitan sus consejos para la eje-

cución de distintas obras; como vía ilustrativa lescontaré que un gobernador —Benjamín Aráoz—pide su consejo y su dictamen antes de expropiarciertas vertientes de agua para proveer a la ciudad.

Su nombradía en esta rama de la ciencia, seextiende más allá de la provincia, al punto que re-unido el primer congreso de química en la argenti-na en 1909, fue designado vocal de la sección far-

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macia, y en la siguiente asamblea del mismo tema,1919, el Comité Ejecutivo le designa para hacer usode la palabra en la sesión del 7 de junio, con estosconceptos: «Este Comité no sólo ha tenido en cuentala autoridad moral y científica que unánimementele es reconocida en el país...».

Por aquellos años nuestro austero profesor decátedras secundarias renuncia indeclinablemente aellas, por cierta incomprensión de los alumnos, sonvanos todos los pedidos y rogativas de distintos fren-tes y autoridades para que se reintegre; pero estaspequeñas espinas que se clavan a lo largo del cami-no no turban la austera serenidad del ya reconoci-do científico.

Tanto es así que por esta época es designado paraconcurrir a varios congresos y recibe numerosas dis-tinciones; hasta que en 1916, alcanza la máximadistinción a que un profesional puede aspirar.

Habíase ya fundado la Universidad de Tucumánpor gestión de nuestro inolvidable Juan B. Terán.Aquí quiero recordarles que Lillo formó parte delprimer consejo fundador; y la distinción de que leshablo es que, por decreto del Gobierno Nacional sele nombra en propiedad profesor de Química dedicha Universidad, institución a la que pertenecióhasta su muerte, ocupando cargos de alta responsa-bilidad.

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EL NATURALISTA

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LA BOTÁNICA

Para hablarles algo de esta ciencia predilecta deLillo y para que ustedes puedan comprender fácil-mente la trascendencia de sus estudios sobre losvegetales de la provincia y aún del norte argentino,habría que hacer un poquito de historia.

Todas estas regiones fueron prácticamente desco-nocidas en su variada riqueza natural, hasta quepor el año 1850 llegó a esta tierra y se detuvo seismeses el célebre naturalista Burmeister, quien larecorrió en distintas direcciones, recolectando unnumeroso material, hasta su partida vía Andalgaláhacia el Océano Pacífico; material que viajó rumboa los museos de Europa. Luego pasan más de 20años sin que ningún naturalista viole los misteriosde nuestra flora; por fin Ilegaron, procedentes de laUniversidad de Córdoba, los científicos Lorentz yHieronymus traídos al país por el gran presidenteque fue Sarmiento, quienes hicieron en sus respecti-vos viajes estudios más completos; pero tampoconada del material quedó en Tucumán; viajó a Cór-doba y a Alemania.

Dibujaron el primer mapa fitogeográfico de Tu-cumán, y más tarde, lo diremos desde ya, fue com-

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pletado y rectificado en algunas zonas, por nuestronaturalista.

Ahora viene lo importante, y es menester que lorecuerden bien: entra Lillo en la escena de la botá-nica de esta región. ¿Y qué pasa? Pasa sencillamen-te que con él es la primera vez que se recogen ennuestra zona los elementos de colección con manotucumana y sus materiales se quedan totalmente enTucumán, reuniendo esa enorme riqueza que consti-tuyen las colecciones acumuladas afanosamente en40 años de trabajo; a su muerte sumaron setentamil ejemplares de herbario, perfectamente clasifica-dos y conservados.

Resumiendo todo esto podemos decir que conLillo se traza una línea definitiva sobre el destinode las colecciones: antes de Lillo, al extranjero;después de Lillo, a Tucumán.

Ahora el investigador está en su gabinete; a suderecha su biblioteca con siete mil libros, es decirsiete mil herramientas de trabajo; a su izquierda, lamontaña de setenta mil ejemplares botánicos; y vaa entrar en el conflicto de las clasificaciones. Deello van a surgir, a través de un cuarto de siglo depaciente labor benedictina, más de cincuenta espe-cies desconocidas de nuestra flora, descubiertas porél o dedicadas a él.

Sus publicaciones lo afirman definitivamentecomo una autoridad en la materia, a punto tal que,tratándose en una reunión de botánicos argentinos,de publicar la flora integral del país, alguien obser-vó que había ciertas regiones insuficientemente co-

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nocidas, especialmente las del norte, a lo que otrosesudo contertulio respondió: si ignoramos algo delNorte argentino, se lo preguntaremos a Lillo.

Además, debo agregar, como conocimiento ilus-trativo, que mantuvo una activa correspondenciacientífica con todos los naturalistas del país y conmuchos extranjeros. Este comercio intelectual deintercambio de materiales, de consultas, etc., puedeser revisado, por quien tenga curiosidad de ello, enel voluminoso archivo que se conserva en la Funda-ción que lleva su nombre.

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OTRAS ACTIVIDADES EN LASCIENCIAS NATURALES

No vayáis a creer que, por tan apasionadamentededicado a sus actividades de coleccionista, clasifi-cador, conocedor de la flora tucumana y perfilándo-se ya como el gran botánico del Norte argentino,ha descuidado las otras ramas de estas ciencias.

A la zoología, el naturalista la conoció en unancho margen, estudiando los problemas naturales,como siempre, «por estudiar nomás»; en algún sec-tor de esta ciencia se detuvo más prolongadamenteque en otros y de el lo surgió el conocimiento afondo de la ornitología de la República, en cuyocampo se desempeñó también como un maestro.

El único reino en que no incursionó con aten-ción es el reino mineral, y eso a pesar de ser unquímico de nota.

Estas actividades le ocuparon preferentementehasta el año 1916; trabajó en ello y coleccionó sumaterial con la misma tenacidad que demostró conla flora del Norte argentino, preparando sus colec-ciones que llegaron a ser de las más completas delpaís, disponiendo del material que debía estudiar afondo de modo tal que de él surgieron, como lesexplicaré más tarde, el conocimiento de especies

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nuevas para la ciencia, en la fauna alada de nues-tro territorio.

Cuando ustedes tengan oportunidad de visitaresta sección del Museo Lillo, no olviden de pedirque se les muestre la maravillosa colección de coli-bríes —picaflores en el lenguaje común—, queabarca numerosas especies del país y de Américadel Sur y que son verdaderas muestras de joyeles.

Los batracios y reptiles de Tucumán fueron a sutiempo sometidos a un serio estudio.

Pero en la zoología está el mundo inmenso y mis-terioso de los insectos, que también abordó, especial-mente el orden de los lepidópteros, es decir, de aqué-llos que tienen polviIlo sobre las alas y, hablando deotro modo, las mariposas, cuyas colecciones, cuandoustedes las vean, pueden alucinarlos.

Y ahora viene lo importante; para abordar elestudio de tanto y tan diverso material, recogido entrabajo afanoso de décadas y décadas ¿cómo haceel naturalista? Muy senciIlamente, amigos míos,acumula en torno suyo una montaña de libros, entodos los idiomas, de libros altamente especializadosy con ellos, a través de un cerebro de privilegio,acomete perfectamente documentado, la obra gigan-tesca de su estudio; obra que va a insumirle 15años, exclusivamente dedicados al estudio de labotánica, que fue su verdadera vocación.

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LA METEOROLOGÍA

El tiempo, como ustedes comprenden fácilmente,incide seriamente en la existencia humana, en casitodos los frentes de su actividad; queremos sembrar,tenemos la esperanza de que llueva; queremos salirde paseo al aire libre, necesitamos estar seguros deque el tiempo será estable y que no vaya una tor-menta a entorpecer nuestro proyecto; queréis hacerdeportes, necesitáis que el tiempo sea agradable. Yasí llegaríamos a una infinita serie de consideracio-nes hasta la última, modernísma en el transporte,que si hay mal tiempo, el avión no sale y si hasalido, queda embargado en alguna estación inter-media. Todo esto es para demostrar la importanciaque tiene la meteorología en la vida humana y aldecir de un modo campesino, en esta actividad deestar tanteando el tiempo, se ha pasado don MiguelLillo con una constancia y una puntualidad desespe-rantes durante cuarenta y siete años. Quien algoquiera informarse de estos asuntos no tiene másremedio que consultar sus tablas meteorológicas,publicadas por la Universidad.

Dijimos que trabajó con una constancia admira-ble, pero quiero también decirles que trabajó hastael sacrificio y con desinterés excepcional, sirviendo

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a innúmeras instituciones científicas del país, espe-cialmente al Observatorio Nacional de Córdoba,adonde enviaba diariamente sus observaciones, sien-do repetidas veces felicitado.

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EL SABIO

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AMOR AL CONOCIMIENTO

Entramos en la última etapa del relato de estavida extraordinaria ¿Cómo podemos sintetizarla deun modo claro, para que ustedes la comprendanmejor? Tal vez con esta frase: fue una vida que semovió permanentemente en dirección al pensamien-to, o que totalizó todos sus esfuerzos para conseguirla verdad. Conquistarla o conocerla fueron los úni-cos goces cerebrales de su vida.

Creemos que, en este aspecto, nada compendiamejor que estas breves palabras de uno de sus bió-grafos:

«Así en su adolescencia, se quedó en su Tucu-mán a estudiar por estudiar nomás. Y así estudian-do llega a saber por saber nomás; y así, sabiendo,es como llegó a ser un sabio en el juicio unánimede sus contemporáneos».

Ya veremos en seguida cómo, paulatinamente,van llegando a él honores de academias, institucio-nes científicas, universidades del país y del extranje-ro, sin que él gestione aquellos honores, aquellasdistinciones, aquellos diplomas. Y, paralelamente,llueven las preguntas de los cuatro puntos cardina-les. ¿Hay que dictaminar sobre la publicación de undiccionario en quichua? Que lo valore Lillo. ¿Hay

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que integrar un tribunal para que dictamine sobrela competencia de inspectores, profesores secunda-rios, universitarios en griego, latín, química, etc.?Que lo integre Lillo. ¿Si las aguas son potables ono son potables? Que lo aconseje Lillo. ¿Hay queaveriguar si cuarenta años atrás el tiempo estuvonublado? Que se le pregunte a Lillo. Y hay que pre-guntarle el prodigio de la hoja, el milagro del ave,del agua que canta y la estrella que ríe. Supo de laclaridad de Horacio y de las tormentas de Raimun-do Lulio.

Y de todos los horizontes y por décadas, se leinterroga siempre y se le siguió interrogando hastasu muerte. Desde cerca, desde lejos, por correo, portelégrafo, por teléfono, las preguntas, como pájarosansiosos, se posaban en el árbol generoso de susabiduría. Nadie quedó sin respuesta; para nadieguardó silencio.

Porque el saber había sido como un terrible ca-pitalista que acumuló montañas de valores y esto lepermitió, por años, poder servir a tan generosospréstamos; y cuando este capital es precisamente elsaber, el que lo posee y el que lo prodiga es preci-samente el sabio.

Y así como les vengo refiriendo tantas pregun-tas sobre los más diversos problemas que había quepreguntarle a Lillo, todo está bien para que ustedesse informen; pero no quiero entrar a exponerles elintrincado problema de su especialidad, que fue labotánica; ni qué decirles del sinnúmero de consultasque él intercambió con todos los reputados botáni-

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cos del país y con altos especialistas extranjeros.Esta exposición nos llevaría a perdernos en detallesque sólo interesan a la gente dedicada profesional-mente a estos asuntos.

Ahora ha llegado a la plenitud de su vida; puedecontemplar desde las cumbres de sus días el largo yáspero sendero recorrido. El naturalista está ya algofatigado; no mira las cosas del mundo con indife-rencia, pero sí con un poco de desgano. Y ahorales debo referir que como antes llegaban las pregun-tas, hoy a su mesa silenciosa van llegando las dis-tinciones y los honores.

Ya conocen ustedes cómo obtuvo su diploma decompetencia en química y agreguemos una brevelista de sus distinciones. La Academia de Cienciasde La Plata le nombra miembro correspondiente enTucumán; esto sucedió en el año 1905; pero ahoraalgo más importante que también procede de laUniversidad de La Plata y es, nada menos, que elnombramiento de Doctor Honoris Causa en CienciasNaturales. Sería ocioso explicarles las razones quese expusieron para que aquella casa de estudiosconcediera esa singular distinción, otorgada porunanimidad. La Academia de Ciencias Físico-Natura-les lo incorpora a su seno. Por fin, y también desdeLa Plata, se le va a conceder el premio FranciscoP. Moreno, la más alta distinción a los naturalistasdel país. Con los más honrosos juicios vertidos en elseno de aquella Asamblea, se le otorgó, por unani-midad, a nuestro comprovinciano Miguel Lillo. Paradar mayor solemnidad al acto, trasladáronse a Tu-

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cumán miembros de aquella Universidad, presididospor el Ministro de Instrucción Pública, y el premiofue entregado al anciano investigador en su propiacasa, en una ceremonia austera, saturada de emo-ción; fueron testigos la intelectualidad de Tucumán,autoridades del Gobierno y de nuestra joven Univer-sidad.

También fue objeto de distinciones parecidas porinstituciones extranjeras, como la Academia Geo-Botánica de Le Mans, la Universidad de Lima, etc.

Todo esto que he referido, por cansador que sea,creo que ustedes y todos los jóvenes lectores de estaspáginas comprenderán que al ciudadano que así hasido tratado en el mundo de las ciencias, puede lla-mársele tranquilamente un Sabio.

Y ahora, para terminar, voy a referirles unaanécdota que les causará gran alegría, con lo cualdemostraremos que su pueblo lo había consagradomucho antes que los sesudos hombres y las austerasacademias.

Dijimos que en su adolescencia se quedó en suTucumán a «estudiar por estudiar nomás»; y así,estudiando, llega a saber «por saber nomás»; y así,sabiendo, es como llegó a ser un sabio en el juiciounánime de sus contemporáneos, que se anticipó enaños a su propia consagración científica, cumplién-dose el adagio «Vox Populi, Vox Dei». Su pueblo sehabía anticipado al dictamen y, tácitamente, cuandoél pasaba por sus calles, pasaba el Sabio. Aquí laanécdota de principios del siglo XX, de la que fuitestigo:

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Vivíamos en un barrio por el cual, seguramente,por razones de trabajo, solía pasar una o dos vecespor semana y alguna que otra vez, acompañado porun joven elegante, quien dialogaba con muchísimorespeto, y esta joven compañía no era otra que lade Juan B. Terán, que todos conocemos; pero suce-dió una vez que estábamos ocupando la vereda unapandilla de chicuelos, jugando a las bolillas, y losmás grandes, a la sombra de un corpulento tarco,entretenidos con los trompos, cuando acertó a pasaraquel transeúnte solitario, que a esa hora transita-ba su camino; cuando se acercó al grupo, alguienque estaba apoyado en el árbol intervino violenta-mente: ¡Den lugar, dejen paso que viene el Sabio!

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SU MUERTE

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SU ÚLTIMO ONOMÁSTICOY SU MUERTE

Nuestro infatigable trabajador va llegando a los70 años. Ha ido abandonando, poco a poco, todosu trabajo activo, alejado de la Oficina Química,alejado de la Universidad, se va alejando de todo;abroquelándose cada día más en su viejo caserón,que es como una torre de silencio...alIí medita yestudia todavía.

Un día de primavera, día de San Miguel, la ciu-dad celebra el día de su arcángel y estaba perfuma-do y diáfano más que nunca; había un no se quéde renovación gozosa de la vida y, en tal circuns-tancia, tres ex alumnos, ahora ya viejos amigos,van en dirección a su retiro para rendirle el home-naje que los escolares rinden a sus viejos maestros.

El anciano está, como siempre, en su retiradoaposento de estudio, se encuentra accesible y expan-sivo como pocas veces. Al retirarse los visitantes,hubo un no se qué de saturada melancolía en aque-llos corazones... allá quedaba, en el viejo caserónsolitario, su morador ya mordido en secreto por elmal que irremediablemente debía arrebatarlo, ytodo bajo una aparente, engañosa lozanía. Aquella

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mañana debía ser la última en que sus viejos alum-nos celebrarían su onomástico.

Así pasaban los días de su pacífico otoño, en unaparente estado de salud floreciente, estado quenada hacía presumir un quebrantamiento en él, quehasta este instante había gozado de una perfectasalud. Cuando inopinadamente, una madrugada, fui-mos llamados de urgencia a orillas de su lecho;allí se constató que estábamos en presencia de unproceso grave; los facultativos aconsejamos interna-ción en una casa de salud, con el propósito de unaintervención quirúrgica; realizada ésta constatamosla presencia de un extendido cáncer, inoperable porcierto; restituido a su casa, con la dolorosa desespe-ración de todos sus allegados, fuimos testigos inúti-les de aquellos días penosos, que el anciano soportócon una valiente y austera serenidad. Había ya en-trado en inconciencia cerebral y un halo respirato-rio indicaba que aún vivía; un pulso miserable searrastró penosamente hasta la hora 1 y 27 minutosdel día 4 de mayo, en que entró definitivamente enel reinado de sombras de la muerte.

La infausta nueva, difundida con suma rapidez,conmovió a nuestra ciudad; tuvo repercusión en laRepública y aún en algunos centros extranjeros,como lo prueba el unánime elogio de la prensa,los decretos del Poder Ejecutivo, de la IntendenciaMunicipal, de la Universidad y de todas las institu-ciones de cultura.

Fue un día de gran duelo para esta provincia.Fallecido el Sabio y reunidos en su casa, poco

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tiempo después, las personas allegadas a él y re-presentantes de la Universidad, fue abierto su tes-tamento, al que se dio lectura; en pocas palabras,legaba a la Universidad todos sus bienes, con algu-nas excepciones. El legado consistía en la manza-na de terreno donde hoy reside la Fundación Lillo,sus colecciones, la principal de ellas la de la florade Tucumán y del Norte argentino, perfectamenteclasificada y conservada en gran número de carpe-tas. La colección de pieles de aves de la Repúbli-ca, la más completa que en ese momento existía.Colecciones de lepidópteros (mariposas), a más demuchos otros materiales de ciencias naturales.Legó su biblioteca, librería de un valor inestima-ble, con 7.000 volúmenes, muchos de ellos alta-mente especializados.

Este legado tenía un fin específico: que la Uni-versidad fundara con él un Instituto de CienciasNaturales. Y, por encima de todo ello, hizo a supueblo el legado más importante y trascendentalque cae como una pesada responsabilidad sobre lasgeneraciones futuras: el legado de su ejemplo y desu vida entregada generosamente.

Para atender el gobierno material y científico deesta naciente Fundación, única en su género en laRepública, el causante legó la pesada responsabili-dad a diez ciudadanos de su círculo y de su con-fianza; ellos fueron los miembros de la ComisiónTestamentaria Vitalicia, que echó los cimientos es-tructurales de la grandeza futura de esta Fundación.Sus integrantes fueron:

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Dr. Ernesto Padilla.Dr. Julio Prebisch.Dr. Alberto Rougés.Dr. Adolfo Rovelli.Sr. Rodolfo Schreiter.Dr. Juan B. Terán.Dr. Sisto Terán (h).Dr. Antonio Torres.Ing. Domingo Torres.

Y ahora que ya nos retiramos, jóvenes curiosos,vamos a hacer una visita de despedida a la tumbaque guarda los restos de nuestro ilustre Sabio. Uste-des me han preguntado muchas cosas, pero no mehan preguntado por qué sus restos están aquí, cosainsólita que no ocurre con ningún otro ciudadano.La explicación es muy sencilla y es necesario queustedes la conozcan y la divulguen, porque es elmejor homenaje a nuestros grandes hombres.

El caso es el siguiente: que muchos años despuésde su muerte, un legislador, compenetrado de losaltos valimientos de este ciudadano, consiguió porley el privilegio de trasladar sus restos a este lugarde su parque, al abrigo de la gran Tipa tipuana,como ustedes dicen. Nos detendremos un momentoantes de la partida en un rincón muy secreto que seconserva en esta casa y para llegar allí les prevengoque tienen que entrar con mucha compostura y granrespeto, porque vamos a penetrar en un santuario: ala habitación que ocupó en vida, más de 50 años,nuestro ilustre muerto; vean ustedes la austera sim-

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plicidad con que vivía el más grande hombre deciencia que aquí hemos tenido: don Miguel Lillo.

Me olvidaba recordarles que por aquella tumbadesfilan miles de escolares, miles de ciudadanos detoda la República, cuanto personaje llega a Tucu-mán, embajadores, científicos, profesores; ningunodeja de peregrinar a este monumento, estilizado porun fino artista, el escultor Lorenzo Domínguez.

Y por fin, mis últimas palabras, y quiero que nolo olviden, amigos míos: Lillo vino del pueblo yentregó toda su vida y hacienda para el bien delpueblo, y está ya en el corazón del pueblo, como lodice el romance.

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ROMANCE DE MIGUEL LILLO

Miguel Lillo, Miguel Lillo,donde quisiste, estás...En tu tierra y en tu sombrapara siempre descansar...junto a la cuna, la tumba,va rodando un avatar.Tú me diste el mandato«Aquí es donde quiero estar,bajo esta Tipa tipuana...».Un patriarca vegetalcuyo tronco ya proclamatrescientos años o más,y está viviendo el testigoque en los tiempos vio pasara rudos conquistadorescon el resuelto ademán.Tal vez Gaspar de Medinaen su grave y terco andarpor un rato se ha sentadoa tu vera a descansar.Árbol de la Tierra y Tierraque después de muchos siglossustentó la Libertad.

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Miguel Lillo, Miguel Lillo¡Donde quisiste estás..!Me lo dijiste un díaEsta fue tu Voluntad...Después tu pueblo lo clamaporque fuiste su Verdad.El avatar se ha cumplido:Aquí por la Ley estás...Miguel Lillo, Miguel LilloPara siempre descansar.

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LA FUNDACIÓNMIGUEL LILLO

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EL FRUTO DE UNA VIDA

Por esta Fundación han pasado, en cargos direc-tivos, generosos corazones y una falange de estadis-tas e intelectuales de primer orden, como lo fueronErnesto Padilla, Juan B. Terán, Alberto Rougés,Juan Heller, José Sortheix, José Padilla, etc.

Estos hombres y sus colaboradores, pudieron conun ingénito esfuerzo v gran visión del porvenir, ci-mentar todo lo que hoy vemos, en la grandeza dela Institución; ella es un orgullo para todos y tam-bién la responsabilidad de todos es ampararla ysostenerla y este reclamo lo dirijo especialmente atoda la juventud de esta tierra, para que cada unode sus componentes, a su modo y a su alcance, estéen su defensa y en su apoyo. El legado que se reci-bió fue de un valor inmenso. Hay con ello una res-ponsabilidad, pero hombres e instituciones tienenmucha más grave responsabiIidad con el legadoejemplar de esta vida que acabamos de relatar.

Se recibieron, como saben, 70.000 ejemplaresbotánicos, otras colecciones, una rica librería, bie-nes físicos de distinto orden, incluso la manzana deterreno que hoy ocupa; se tiene la satisfacción deinformarles (y por esto no se asusten) que hoy, lalibrería científica alcanza a 95.000 números, que

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las colecciones botánicas se aproximan a 600.000ejemplares y que las colecciones de invertebrados—insectos, crustáceos, gusanos, etc.— se cuentanpor millones. Todo ello será conservado y mostradoal público en exposiciones permanentes en ese nota-ble complejo de edificios, dotado de todas las exi-gencias modernas para esa clase de trabajo: labora-torios, salón de exposición, de conferencias, etc.,cuya piedra fundamental se colocó al cumplirse elprimer centenario del nacimiento del Sabio. ¡Bellohomenaje!

Ahora una declaración: el mayor orgullo quepodemos ostentar los tucumanos es que, sobre todoeste acúmulo de bienes materiales e intelectuales, seha cimentado la Fundación Lillo, con un créditocientífico que rebasa ampliamente las fronteras dela patria, a través de sus publicaciones mundial-mente conocidas: el Genera et Species PlantarumArgentinarum y el Genera et Species Animalium Ar-gentinorum, con bellísimas ilustraciones; cada de-partamento científico publica su revista. La de Bo-tánica, Lilloa, especialmente, es la más antigua ylleva el nombre del fundador de esta casa.

Con los datos anotados y las cifras a que llegannuestras colecciones, nos pondríamos sencillamentea la cabeza de instituciones similares de Américadel Sur; y comparando con el acervo que guardanen su seno los principales museos del mundo, noscolocaríamos en la tabla de posiciones, vecinos altrigésimo lugar entre todos los museos, lo que esmuy honroso.

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Y ahora, jóvenes lectores, creo que estarán con-tentos con este relato que acabo de terminar y es-pero que esta pequeña publicación sea de algunautilidad en vuestra carrera de estudiosos.

Sólo me quedaría por recordarles que su puebloreconoció sus valimientos desde temprano. Paraprueba, allí está la larga lista de cargos y nom-bramientos que recibió en vida.

Después de su muerte, sus compatriotas no loolvidan; así, una calle de la ciudad lleva su nom-bre, como asimismo una plazoleta, vecina a la Fun-dación, decorada con su busto en bronce. Una es-cuela de la Capital, la Universidad Popular de Con-cepción, con 17 años de existencia, y en la ciudadde Necochea una plaza lleva también su nombre.

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ÍNDICE

Razón de ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

EL ESCOLARUna visita de nietos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9La visita a la Fundación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Su infancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

EL APRENDIZEstudiante ejemplar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

VIAJERO NATURALISTAColeccionista andariego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

EL QUÍMICOMaestro consagrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

EL NATURALISTALa Botánica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51Otras actividades en las Ciencias Naturales . . . 54La Metereología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

EL SABIOAmor al conocimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

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SU MUERTESu último onomástico y su muerte . . . . . . . . . . . 69Romance de Miguel Lillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74

LA FUNDACIÓN MIGUEL LILLOEl fruto de una vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79