libro nacion ciudadano soberano[1] (1)

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  • 1NACIN,CIUDADANOY SOBERANOMara Teresa Uribe de Hincapi

  • 2SERIE PENSAMIENTOSNacin, Ciudadano y Soberano

    Primera edicinJunio del 2001

    Medelln, Colombia

    ISBN: 958813406-4

    Edita:CORPORACIN REGIN

    Calle 55 N 41-10Telfono: (57-4) 2166822

    Fax: (57-4) 2395544Medelln, Colombia

    E-mail: [email protected]. Web: www.region.org.co

    EditoraLuz Elly Carvajal G.

    CartulaCarlos Snchez E.

    Diseo e impresin: Pregn Ltda

    Para esta publicacin la Corporacin Regin recibe el apoyo deDiakonia. Agro Accin Alemana y la Unin Europea.

    Impreso en papel ecolgico fabricado con fibra de caa de azcar.

  • 3A Guillermo ms que nunca

  • 5CONTENIDO

    Captulo I: NACIN, TERRITORIOS Y CONFLICTOS ...................... 17 Los destiempos y los desencuentros: Una perspectiva

    para mirar la violencia en Colombia ....................................................... 19 Legitimidad y violencia:

    Una dimensin de la crisis poltica colombiana ...................................... 37 Las clases y los partidos ante lo regional y lo nacional

    en la Colombia decimonnica ................................................................. 79 La territorialidad de los conflictos y de la violencia en Antioquia ......... 95

    Captulo II: EL CIUDADANO Y LA POLTICA .................................... 127 La poltica en tiempos de incertidumbre ................................................. 129 El malestar con la representacin poltica en la Colombia de hoy ......... 143 De la tica en los tiempos modernos

    o del retorno a las virtudes pblicas ........................................................ 159 Comunidades, ciudadanos y derechos ..................................................... 179 rdenes complejos y ciudadanas mestizas:

    Una mirada al caso colombiano ............................................................... 195

    Captulo III: LOS TIEMPOS DE LA GUERRA:GOBERNABILIDAD, NEGOCIACIN Y SOBERANAS .................... 215 Crisis poltica y gobernabilidad en Colombia 1980-1995....................... 217 La negociacin de los conflictos

    en el mbito de viejas y nuevas sociabilidades ....................................... 237 Las soberanas en disputa: Conflicto de identidades o de derechos?.... 249 Las soberanas en vilo en un contexto de guerra y paz ........................... 271 Antioquia: entre la guerra y la paz en la dcada de los 90. .................... 295

  • 7PRESENTACIN

    Quienquiera que tenga este texto hoy en sus manos, deber saber que la Cor-poracin Regin, editora del mismo, pronunci para s misma, tres palabras fun-damentales durante el proceso de llevar a cabo los textos de Mara Teresa Uribe alpapel.

    Respeto. Por la tarea acadmica persistente, comprometida y honrada de unaintelectual de la tierra, quien a lo largo de los aos ha cumplido su labor de fecun-dar con ideas juiciosas, esa faena de sobrevivientes que acompaa a quienes aspi-ramos a que nuestro paisaje social incluya, amablemente, a todas las personas.

    Admiracin. Por la hondura del argumento; por habernos recordado que Aris-tteles tambin lo dijo; por no abandonar el escritorio a pesar de los amigos ca-dos, de las picotas pblicas o de los annimos amenazantes; por la sencillez, esaque brota de la sabidura.

    Amor. Por la apertura generosa a todos y a todas; por su pluma lista, tanto parael folleto de barrio, como para el texto de pasta dura; por su lugar universitario ypor haber sido desde all, nuestra socia de jornadas.

    Mucho ms que el honor y la satisfaccin, que tambin nos acompaan, cree-mos haber cumplido un deber, al poner en muchas manos, compilada, una laborde produccin intelectual, acadmica y poltica de dimensiones colosales.

    Rubn FernndezDirector General Corporacin Regin

    Medelln, mayo de 2001

  • 9UNA PRESENTACIN PERTINENTELos textos aqu reunidos fueron escritos entre finales de los aos ochenta y

    los comienzos del nuevo milenio; obedecieron a diferentes propsitos, se enmar-caron en coyunturas distintas y son muy diversos en sus tonalidades, en los len-guajes polticos que los expresan, en las imgenes que evocan, en los sueos queabrigan y en los fantasmas y los miedos que los rondan. Empero, comparten mscosas de las que imagin cuando los amigos de la Corporacin Regin me propu-sieron la idea de reunirlos para su publicacin como libro; adems, pienso que asu manera, esta coleccin de artculos devela un itinerario intelectual que, sinobedecer a un plan previamente establecido, fue hilvanando los temas referidos aun asunto central: la pregunta por el proceso de construccin del Estado Nacionalen Colombia.

    Itinerario tortuoso, incierto, de bsquedas mltiples, con frecuentes cambiosde rumbo y amplias diferencias en las maneras de pensar, de ver, de relatar y deinterpretar la poltica y tambin la vida histrica, en un pas como Colombia quesiempre constituye un desafo para el quehacer de las disciplinas sociales; noobstante, ya casi al final de mi jornada, descubro que siempre estuve en pos de losmismos temas aunque me aproxim a ellos por caminos muy diversos y a vecespor los ms largos y tediosos.

    Estos textos fragmentarios, dispersos en varias publicaciones peridicas ylibros colectivos, no fueron el fruto de un trabajo intelectual sereno, pausado, ela-

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    borado de acuerdo con un plan previamente establecido y que se desenvuelve sinzozobras ni sobresaltos bajo la sombra protectora de una institucin acadmicarespetada por todos, como puede ser la atmsfera en la que escriben y publican loscolegas de otros pases; por el contrario, estos artculos sin excepcin fueronelaborados en un ambiente de altsima turbulencia social, de agudizacin del con-flicto armado, de deterioro de la vida urbana y acadmica, de la irrupcin de for-mas delincuenciales y prcticas terroristas desconocidas hasta entonces de cuyasmanifestaciones no estuvo exenta la Universidad de Antioquia.

    A su vez, los textos aqu sumados significan respuestas parciales e inacaba-das a las demandas intelectuales de estos tiempos oscuros, pero ante todo, consti-tuyen maneras de afrontar los retos polticos y vitales ante la prdida paulatina deconfianza en la capacidad explicativa de lo que hasta entonces tenamos como pa-trimonio terico y analtico para interpretar la realidad del entorno. Por estas ra-zones, ese trabajo de artesana intelectual que me propona hacer desde la docen-cia y la investigacin, lento, acumulativo, preciosista y sistemtico, se vea inte-rrumpido y cruzado abruptamente por los avatares del conflicto, por las tragediasnacionales, por las muertes de los amigos y los colegas, por la sangre derramadaen la ciudad y por el dolor de un pas asolado por la guerra.

    Frente a estas situaciones tan agobiantes, las preguntas se multiplicaban y sehaca perentorio abandonar los recintos protectores de la academia y los temasintelectuales de mi predileccin para incursionar, insegura, en un espacio pblicoque se tornaba cada vez ms opaco con alguna interpretacin inteligible y cohe-rente sobre la violencia y los conflictos; a ese sentimiento de obligacin ciudada-na se sumaban las demandas de instituciones gubernamentales y sociales, que antela prdida de referentes para la accin poltica y la gestin pblica, se volcabancomo ltimo recurso sobre la universidad y sus acadmicos para demandar denosotros explicaciones y mnimas pautas para buscarle alternativas de salida a losgrandes problemas del momento.

    De all que los artculos reunidos que hacen este libro sean en buena parte elresultado de ese contrapunto desigual entre el quehacer intelectual en el campo dela Ciencia poltica y los retos de interpretacin de realidades contrastantes, mvi-les y elusivas de las que se haca necesario hablar y escribir en pblico, as resul-tase aventurado pronunciarse sobre asuntos coyunturales sujetos a cambios y trans-formaciones permanentes y tambin riesgoso por el develamiento de realidades dra-mticas que casi todos preferan ignorar.

    Por estas razones, los textos que componen este libro son, a su manera, untestimonio de los tiempos vividos, fueron escritos con dificultad, con dolor y conmiedo; existen entre ellos no slo diferencias de matiz sino tambin repeticionesy contradicciones; algunas debidas a mis propias limitaciones o a los cambios en

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    los enfoques y las perspectivas tericas y metodolgicas, pero otras son el resul-tado de los giros inesperados y los cambios sucesivos ocurridos en casi dos dca-das de violencia y conflicto, cambios y situaciones novedosas e inditas que de-jaban sin piso interpretaciones anteriores que gozaban de algn consenso acad-mico, haciendo necesario, como en el mito de Ssifo, recomenzar la tarea de as-cender a la montaa con un pesado fardo sobre la espalda.

    Estos textos estn cargados de huellas, de marcas, de voces, de memorias y dehistorias; constatarlo me indujo a tomar la decisin de no hacerles mayores modi-ficaciones y dejarlos como fueron publicados en su momento; pues al fin de cuen-tas, este libro ms que un manual de ciencia poltica es un ejercicio de memoriacolectiva.

    Sin embargo, las discontinuidades y las fragmentaciones aparecen misterio-samente unidas por un hilo grueso en torno al cual se anudaron las bsquedas y laspreocupaciones analticas expresadas en los diferentes artculos; hilo que le otor-ga alguna organicidad y complementariedad a los temas tratados, hacindolos vercomo caras de un mismo poliedro y ofrecindoles un sentido a las diversas aproxi-maciones analticas que se formulan aqu.

    El eje en torno al cual se van tejiendo las diferentes temticas tratadas, no estreferido como lo parecera a primera vista a los asuntos de las violencias en-trecruzadas en el pas; existe una intencionalidad ms clara y de mayor permanen-cia y es la que tiene que ver con los problemas histricos concernientes a la for-macin del Estado Nacional o Estado Moderno en Colombia, pues a lo largo deestos aos, y sin que existiera plena conciencia de ello, fueron emergiendo, unatras otra, las tres figuras que le sirven de soporte a la modernidad: La Nacin, ElCiudadano y El Soberano, figuras en torno a las cuales se desenvuelve el espaciode la poltica: es decir, el de la accin y del discurso. Por esta razn, cada una deestas figuras conforman las tres partes en las que est divido este libro.

    Sin embargo, para que estas tres figuras desafiantes de la modernidad pudie-sen hacerse visibles ante mis ojos y convertirse en objetos de indagacin acadmi-ca y preocupacin poltica, fue necesario asumir el reto que significaba abordar eltema de las violencias y de la guerra, y en ese empeo ir descubriendo la signifi-cacin de otras posturas tericas y metodolgicas que parecan ms adecuadas paradar cuenta de realidades tan complejas y desbordantes. Esto quiere decir que laspreguntas por las figuras de la poltica moderna vinieron de la mano de la guerray la violencia, y significaron un giro terico y una ardua bsqueda intelectual.

    En este giro analtico, en este cambio de perspectiva y de punto de mirada sobrelos entornos nacionales, fue de trascendental importancia la lectura de AntonioGramsci; en el horizonte abierto por este autor redescubr la poltica como accinintelectual de colectividades especficas con intereses propios y contradictorios,

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    con pretensiones hegemnicas que van ms all de la dominacin y de la fuerza,y cuyas manifestaciones pueden rastrearse en las diversas esferas de la vida en co-mn; en el campo econmico, claro est, pero tambin en el de la lucha propia-mente poltica, en los dominios de la moral y de la tica, y en el vasto campo dela cultura, entendida como construccin colectiva de larga duracin, cruzada portensiones, a veces contradictoria y siempre cambiante, mediante la cual se ibanperfilando y redefiniendo las condiciones especficas del ser y el deber ser de lasNaciones y las sociedades.

    Este giro gramsciano permiti un desplazamiento paulatino, imperceptible aveces pero permanente, de los enfoques estructurales hacia las dimensiones sub-jetivas que ponan su acento en los actores sociales, en sus prcticas y sus discur-sos; signific un trnsito de las metodologas cuantitativas a las cualitativas; el en-cuentro con la historia mediante la idea, cada vez confirmada, de que si se la sabainterrogar, ella podra brindar muchas de las claves para orientarse en la indaga-cin sobre el presente, e indujo las bsquedas en la cultura, esa dimensin esqui-va, huidiza, hecha de apariencias y representaciones, de imaginarios y mscarasque muestran y ocultan al mismo tiempo, en un juego de espejos, a veces fasci-nante, pero del cual nunca se logran las certezas de los mundos empricos y de lasdemostraciones matemticas.

    Pero quiz lo ms importante de este cambio de rumbo en el itinerario inte-lectual abierto por Gramsci, fue el librarme de la dogmtica, de las frmulas sa-cramentales, de las palabras sagradas y de esos rituales propios de la academia quea veces se convierten en verdaderos frenos al pensamiento; en ese clima de salu-dable incertidumbre, abierto a muchas bsquedas y sin temas o campos vedados,fui reencontrndome con los clsicos de la Sociologa, Weber, Durkheim y Simmel;con la filosofa poltica: Bobbio y Arendt; con Maquiavelo y Hobbes; con los te-ricos de la historia, Dubby y Tilly, y metida de lleno en la tarea artesanal de inves-tigar, fueron delinendose en el horizonte las tres figuras de la modernidad cuyoconjunto constituye el tema de este libro.

    La primera figura que convoc mi inters fue la Nacin, cuando comprendque la mera existencia del Estado no era suficiente para darle vida y que ella se ibaformando por voluntad de los actores sociales en un contrapunto bastante desigualcon las regiones y las localidades y en un contexto de mixturas culturales, deter-minaciones econmicas y proyectos polticos que era preciso conocer al menos ensus grandes lneas.

    El referente de lo Nacional, visto a veces desde lo regional Antioquia prin-cipalmente y otras desde perspectivas ms generales, donde categoras como lasde legitimidad y violencia eran los hilos conductores del anlisis, implic abordartemticas tales como las de territorio, clases y partidos, orden social, exclusin-

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    inclusin, proyectos polticos y tico-culturales, entre otros. Algunos de los art-culos que se ocupan de estos asuntos estn recogidos bajo el ttulo Nacin, terri-torios y conflictos; en ellos se perciben las huellas de Gramsci y de Weber, as comouna idea muy imprecisa todava sobre la significacin de las violencias y los con-flictos en la configuracin de espacios territoriales diferenciados y sus fronteras.

    Las indagaciones en torno a la Nacin y las regiones fueron conduciendo demanera paulatina al encuentro con el Ciudadano; o en otras palabras, lo convoca-ron, lo conjuraron para que se hiciese presente como figura relevante en el esce-nario de la poltica; no obstante su llegada obedeci tambin a los climas cultura-les que dominaban el pas para la poca y, por qu no decirlo, a una suerte decansancio y agotamiento personal con los temas de la violencia y la muerte.

    El debate y la agitacin poltica convocada por la citacin a la AsambleaNacional Constituyente de 1991, los procesos de paz llevados a cabo con algunasorganizaciones guerrilleras y con grupos de milicias en la ciudad de Medelln, lospactos sociales: las esperanzas puestas en los procesos de participacin poltica yesa desazn por el incremento en la violacin de los derechos humanos, contribu-yeron a situar la democracia y sus derechos en el centro articulador del debateintelectual y poltico en Colombia; preocupaciones similares pero inducidas porotras razones se vivan en el subcontinente y en algunos pases europeos, de allque temas como los de la representacin poltica, la tica pblica, el ciudadano,sus derechos y sus virtudes, la sociedad civil y los movimientos sociales, se pusie-sen a la orden del da.

    Estas categoras y otras afines se recogen en la segunda parte de este libro quetiene por ttulo El Ciudadano y la Poltica; sin embargo, cuando se abordan estostemas, a veces queda un mal sabor pues se constata claramente que en trminos deDemocracia, Colombia y Amrica Latina terminan definindose por lo que no son;por lo que les hace falta para llegar a ser; por sus carencias y sus faltantes; movi-miento que al mismo tiempo oculta las realidades histricas sobre el tipo espec-fico de democracia, de ciudadana y de derechos que se han configurado a lo largode la historia, pues es desde all, desde esas instituciones realmente existentes,alejadas de los modelos clsicos y quiz poco ticas, sin esttica y sin fuerza ins-titucional suficiente para sostener un orden poltico consensualmente aceptado,donde se desarrolla la accin pblica y se desenvuelven las prcticas socio-polti-cas, armadas y desarmadas.

    Los artculos recogidos en esta seccin del libro develan ese malestar y tratande indagar por el ser de la poltica desde la historia y la cultura, y aunque la pre-ocupacin por el ciudadano significaba en mi caso una huida de los temas de laguerra y la violencia, ellas siguieron rondando los textos como una experiencia in-eludible de la cual todo pareciese derivar.

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    Los temas de la Democracia y la ciudadana convocaron otros, como los de ladicotoma pblico-privado, los asuntos referidos a la gobernabilidad, los nuevospatrones de politizacin, y sobre todo, la significacin de la aparicin en la escenapblica de nuevos ciudadanos, portadores de demandas sociales y culturales dife-renciadas, anudadas en torno a la lucha por el reconocimiento y por el resarcimientode sus mltiples heridas morales; en estos textos se percibe claramente la huellade Anna Arendt, de Francisco Colom Gonzlez, y de todo el debate sobre libera-lismo y multiculturalismo desarrollado en los ltimos aos.

    El ciudadano y la Nacin convocaban terica y metodolgicamente la reflexinsobre el soberano; sin soberana el ciudadano no puede exigir derechos ni partici-par activamente en los asuntos pblicos y la Nacin termina por convertirse en unaficcin, en una forma agnica y vaca que ya no representa a las comunidadesnacionales ni al corpus poltico de los ciudadanos.

    No obstante, la reflexin sobre la soberana que se incluye en la ltima partede este texto no lleg, como pudiera pensarse, por la senda de la poltica ni se derivde los anlisis sobre la Nacin; el soberano como figura central de la modernidadse hizo visible por su declive, por su colapso parcial, como resultado de la inten-sificacin del conflicto armado en el pas; esto quiere decir que vino de la manode la guerra, configurndose de esta manera un nuevo giro en el itinerario intelec-tual que paradjicamente y por caminos indirectos me condujo de nuevo al puntode partida; a la Nacin, pero vista en otro registro, como la guerra por la construc-cin nacional y ciudadana, entendida sta como un estado o una situacin de hos-tilidad que mantenida en arcos prolongados de tiempo no slo logra poner en viloal soberano representado en el Estado sino que va configurando ordenes polticosde hecho con pretensin de dominio territorial y legitimidad social.

    Los tiempos de la guerra: gobernabilidad, negociacin y soberana, es elttulo que lleva la tercera parte de este libro, y en los artculos aqu reunidos se intentadar cuenta de la intensificacin y la generalizacin del conflicto armado duranteel ltimo quinquenio del siglo XX con los giros lingsticos pertinentes; ya no sehabla de violencias sino de guerra; la crisis poltica se volvi un concepto tan manidoque fue necesario abordarlo desde el declive del orden institucional, y los temasde la legitimidad y la hegemona no lograban describir o explicar situaciones dondelo que estaba en riesgo era la esencia misma del Estado, su razn de ser, sus atri-butos sustanciales (poder ltimo, total, indivisible y exclusivo), lo que haca nece-sario preguntarse por el tema de las soberanas.

    Sin embargo, este acpite no se ocupa solamente de la guerra como accin; delas batallas y las confrontaciones blicas; de la sangre derramada y la destruccinque la acompaa; de las muertes y de los xodos; se ocupa tambin de la negocia-cin; de los tratos y de los acuerdos transitorios y restringidos; de los pactos so-

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    ciales en los contextos urbanos; de la diplomacia pblica que desde hace casi quinceaos se viene realizando entre gobierno y actores armados, y de esa infinidad detransacciones, semipblicas-semiprivadas, a travs de las cuales grupos muy di-versos de la sociedad tratan de encontrar algn acomodo en un entorno turbulentoque pareciera carecer de referentes institucionales para la accin. El orden dentrodel desorden; la negociacin de la desobediencia y todas esas estrategias ima-ginativas que, si bien tienen un claro sentido de resistencia y supervivencia social,estn creando y recreando las formas de hacer poltica, de vivir la ciudadana y deconstruir la Nacin.

    La pregunta por la soberana, puesta en vilo por la guerra pero tambin por lanegociacin de la desobediencia, y la constatacin histrica de la hostilidad y elanimus belli como ejes de pervivencia histrica en el pas, me condujeron denuevo a Hobbes, a Carl Schmitt, a Clausewits y a los polemlogos, pues aunqueparezca paradjico, desde la gramtica de la guerra y del significado de la hosti-lidad y del miedo, puede hacerse, para el caso colombiano, una lectura ms acer-tada de la poltica; a su vez, fue el acercamiento a la soberana, este concepto ag-nico y para muchos absolutamente irrelevante en tiempos de globalizacin y neo-liberalismo, el que me permiti encontrar ese hilo misterioso y oculto que habavenido anudando los fragmentos de una produccin dispersa y ampliamente dife-renciada, develando al mismo tiempo los caminos tortuosos y difciles de mi iti-nerario intelectual.

    No obstante, el descubrimiento de ese itinerario intelectual slo se hizo posi-ble cuando alguien pregunt por l; es lo que ocurre con las historias de vida tansocorridas en los enfoques de las metodologas cualitativas y la vida, intelectual ono, que slo se convierten en historia, en itinerario, en trayectoria, cuando otro in-terroga por su transcurrir, por los eventos importantes que la definieron, por elsignificado de sucesos aparentemente aislados y sin conexin entre s; es decir,cuando el interrogado se ve en la necesidad de tejer un argumento, una trama quele otorgue sentido y direccin a su quehacer.

    De all mi agradecimiento con los amigos de la Corporacin Regin, no slopor el honor que me hacen incluyendo este libro en sus colecciones, sino porquepreguntaron por la razn de ser, el sentido y la organizacin que debera tener estetexto, obligndome a interrogarme sobre cosas que uno no se pregunta habitual-mente, de las que no tena plena conciencia y que fui descubriendo en la medidaen que relea los artculos y pensaba en los momentos en los que fueron escritos,en los propsitos que los guiaron, en la manera en que fueron abordados y en laspreocupaciones que los guiaron.

    Pero las historias de vida, as revelen la trayectoria de una persona, poseenun amplio contenido social y cultural; pueden ser al mismo tiempo, la historia de

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    una generacin, o de un grupo humano en un momento determinado de la vida deun pas o de una regin y si bien es ma toda la responsabilidad sobre lo que estescrito aqu, estos artculos recogen el eco polifnico de muchas voces que desdediversos lugares contribuyeron al desentraamiento de los asuntos aqu tratados.

    Aqu estn presentes las voces de mis colegas del Instituto de Estudios Regio-nales Iner y del Instituto de Estudios Polticos de la Universidad de Antioquia,destinatarios iniciales de mis textos, y que contribuyeron con sus apuntes y suscrticas a un mejor desarrollo de los temas tratados; las de la comunidad acadmi-ca nacional e internacional de quienes recib aportes muy significativos y enseanzasmuy valiosas; las de mis estudiantes que me interpelaron en los cursos y en losdebates pblicos; las de los amigos de las ONG que me mostraron todos los ma-tices y las aristas de esa realidad que no se ve desde la academia, contribuyendode esta manera a la percepcin de la complejidad y la riqueza de la sociedad co-lombiana y la de muchos actores sociales, urbanos y rurales, gentes del comninterrogados por m en los trabajos de campo, que me fueron contando, a veces ensusurros y otras de manera altisonante e incluso desafiante, las otras historias deesa Colombia desconocida y oculta que no transita por los espacios pblicos ni porlos foros de especialistas. A todos ellos muchas gracias porque hicieron posibleeste trabajo de muchos aos.

    Mara Teresa Uribe de H.Marzo, 2001

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    Captulo I

    NACIN, TERRITORIOSY CONFLICTOS

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    Los destiempos y los desencuentros:Una perspectiva para mirarla violencia en Colombia*

    Los fenmenos de la violencia en Colombia son algo ms que coyunturales;constituyen un eje perviviente en la historia del pas. De all la necesidad de abor-darlos no slo a la luz de la crisis actual sino tambin en la larga duracin, en laperspectiva de la diacrona, pues es all donde puede encontrarse una alternativainterpretativa que d cuenta de la especificidad del fenmeno en Colombia sin caeren los lugares comunes que nada explican o, en su defecto, en el fraccionamientoemprico de la realidad violenta (la violencia poltica, delincuencial, oficial, tni-ca, etc.) lo que se queda en la mera clasificacin de los fenmenos, aportando pocasluces a su comprensin.

    La alternativa interpretativa (entre otras posibles) que traemos para la discu-sin, parte de la enunciacin de unos presupuestos generales o asertos, desde loscuales se aborda el fenmeno mltiple, polifactico y omnipresente de la violen-cia, para sealar luego cmo los destiempos y los desencuentros en la constitucinde la trama histrica del pas les marcan a los hechos de la coyuntura una dinmi-ca particular que no se agota en ella misma y que trasciende con mucho el mbitode lo actual.

    En el anlisis de los destiempos y los desencuentros se har un nfasis espe-cial en la rbita de lo pblico; es decir, en el contexto social en el cual desarrollan

    * Publicado en: Revista Universidad de Antioquia Vol. 59 N 220. Universidad de Antioquia. Me-delln, abril-junio de 1990.

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    su quehacer todos aquellos que tienen como tarea informar sobre la realidad vi-gente.

    La perspectiva analtica de la violenciaLa violencia no constituye un evento patolgico, exgeno o ajeno al devenir

    de las sociedades o a su existencia colectiva; por el contrario, es un fenmeno queacompaa el desenvolvimiento de las relaciones en su ms amplio espectro, tantoen la rbita de lo privado como en la de lo pblico; la violencia es un Universal dela historia, un constante hilo de pervivencia social en torno al cual se destruye yse construye la vida de los grupos, de las etnias, de las clases, de los pueblos, delos Estados y de las naciones.

    Sin embargo, la violencia no siempre se expresa de la misma manera o coniguales intensidades; cambia, se transforma, se intensifica, se multiplica, se encausao se desborda; asume manifestaciones mltiples y diversas como mltiples y di-versas son las realidades socioculturales y polticas.

    Dentro de la amplsima gama de las variaciones de la violencia podemos sealarlas siguientes: vara la percepcin que los sujetos sociales y los pueblos tienen deella; es decir, pasa por el tamiz de la cultura, de los referentes de identidad, de lossistemas simblicos, de los mecanismos de cohesin y de consenso.

    Vara segn la posicin de los sujetos o del grupo social en los eventos vio-lentos; si se es vctima o victimario o simplemente observador o testigo.

    Varan las justificaciones o los discurso legitimantes; siempre hay un sistemajustificativo, valorativo o poltico en los agentes de los hechos violentos; justifi-caciones que siempre estn referidas a la violencia del otro. La violencia propiase mira como una respuesta a una violencia anterior y as, por encadenamiento delos argumentos se llega a la violencia original, primigenia, que legitimara a todaslas dems. La violencia de la guerrilla se justifica por la injusticia social del rgi-men burgus, la de los paramilitares por la violencia guerrillera, la del Estado comouna respuesta a la turbacin del orden pblico de los otros, la de los narcotrafican-tes como una manera de defenderse del Estado represor; siempre existe un refe-rente anterior sobre el cual descansa el sistema de legitimaciones de los violentosen el contexto social.

    Las variaciones remiten tambin a lo que hemos llamado los umbrales de latolerancia a la violencia. Toda sociedad o agrupacin humana tiene un umbraldentro de cuyos lmites se tolera un cierto nivel de violencia y se convive con ellasin que esto produzca efectos traumticos sobre el conjunto, ponga en peligro laestabilidad de un rgimen poltico o genere algn proceso de deslegitimacin delpoder institucional. Pero cuando la violencia desborda esos umbrales o cuando stos

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    cambian como consecuencia de transformaciones polticos-sociales o tico-cultu-rales, la violencia empieza a manifestarse como problema, como amenaza realo potencial contra la colectividad, aparece en el escenario de lo pblico, de lopoltico y por tanto entra en la dinmica de las acciones y las reacciones, poniendoa prueba la solidez del aparato jurdico administrativo, su capacidad para manejarlos conflictos mediante vas institucionales (referidas al Estado de derecho) paramantener el monopolio de las armas y ejercer la represin de acuerdo con normasy leyes preestablecidas (referidas al Estado como pura potencia), as como la ca-pacidad que ofrezca el ordenamiento poltico vigente para manejar los disentimien-tos, la oposicin, las divergencias y expresiones contrarias a la poltica oficial(referidas al Estado democrtico).

    Independientemente del origen de los hechos violentos, de la causa o causasque los produzcan, del sistema valorativo o de legitimaciones en los cuales ella seapoye, cuando desbordan los umbrales de la tolerancia, que son histricos y cul-turales, la violencia se vuelve pblica, se politiza en tanto que se convierte en objetode propuestas, de planes, de proyectos que involucran los estamentos sociales, lospartidos y las organizaciones de la sociedad civil. Cuando ello ocurre, la violenciaentra tambin en la rbita de inters de los medios de comunicacin de masas, losque a travs de su ejercicio, informan, desinforman u ocultan los hechos de vio-lencia incidiendo en la modificacin, a veces arbitraria, de los umbrales de tole-rancia, o fijando nuevos umbrales artificiales, por lo dems, nacidos en el pequeomundo de las rotativas pero que no se corresponden con las realidades cotidianasdel hombre del comn.

    Los umbrales de tolerancia a la violencia se expresan tambin en el mbito delas distancias sociales y en el de los contextos territoriales.

    Siempre se admite con ms facilidad la violencia en el afuera, la violenciacontra el otro, el que no participa de los mismos referentes de identidad, el que nohace parte del conglomerado social cohesionado por un ncleo de valores, creen-cias y normas a travs de las cuales los miembros del grupo se hacen uno. Ensociedades tan fragmentadas y tan polarizadas como la colombiana son muy altoslos umbrales de tolerancia a la violencia dirigida hacia los otros y muy estrechoslos mbitos donde operan identidades colectivas. Estas quedan restringidas a susformas ms simples, la familia, el vecindario, las asociaciones primarias, las rela-ciones cara a cara, de all que las distancias sociales y culturales se profundicencada vez ms y sea menor el impacto social de la violencia sobre los otros, as vivanen la misma ciudad, compartan el mismo territorio nacional y sean ciudadanos delmismo Estado.

    La dimensin territorial de los umbrales de tolerancia a la violencia es otramanera de expresar las distancias y las diferenciaciones socioculturales; stas tie-

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    nen su correlato en las fronteras histricas que separan unos territorios relativa-mente integrados y cohesionados alrededor de la institucionalidad vigente quepodramos llamar la sociedad mayor, de otros territorios tradicionalmente ex-cluidos y sin mayores ligazones con la vida sociocultural y poltica.

    En estos espacios los pobladores desarrollan su vida en comn bajo referentescolectivos y sistemas simblicos distintos y a veces enfrentados con los primeros.

    Colombia convivi con la violencia de las zonas de colonizacin y de losterritorios vastos durante varias dcadas sin que ello implicase ningn reto real-mente serio para la estabilidad del rgimen poltico, y convivi tambin con laviolencia implcita y explcita que signific el asentamiento de los nuevos pobla-dores urbanos; durante muchos aos esa violencia no entr en el escenario de lopblico, no fue considerada como problema; empez a serlo, cuando el movimientoguerrillero irrumpi con fuerza en la sociedad mayor o cuando los jvenes naci-dos en los barrios marginales empezaron a matar por encargo a los lderes po-lticos del pas. Algo similar puede decirse de la violencia agenciada por el narco-trfico; mientras las muertes ocasionadas por ste no desbordaron los ajustes decuentas, la significacin de estos hechos fue de bajo perfil, mas la situacin cam-bi radicalmente cuando empezaron a golpear a personajes destacados de la vidanacional.

    Las formas de violencia privada, la intrafamiliar por ejemplo o aquella queocurre allende las fronteras histrico-culturales, presentan por lo general umbra-les de tolerancia muy altos; por contrario, en la violencia poltica o en la de ladelincuencia organizada, los niveles de tolerancia son ms bajos y sus desborda-mientos ms desestabilizantes.

    Estas consideraciones preliminares y que de hecho ameritan una discusin msamplia, remiten a un asunto del mayor inters para este debate. Para abordar loseventos de la violencia es preciso situarse en el contexto de la historia colectiva-mente vivida, de los procesos de formacin-disolucin de las identidades, de lossentidos comunes, de las prcticas sociales, de las redes y dispositivos de poder,de los proyectos polticos y tico-culturales; tanto los institucionalizados como losque pretenden sustituir el ordenamiento vigente; procesos muy complejos y muyamplios pero que remiten a un punto central: el concepto de legitimidad, entendi-da como la capacidad que tiene un rgimen para contar con apoyo y obediencia asus leyes y sus mandatos especficos.

    La legitimidad de un gobierno se apoya en la creencia en el derecho de los quehan llegado legalmente a la autoridad para dar cierto tipo de rdenes, esperarobediencia y hacerlas cumplir, si es necesario utilizando la fuerza... Esta creen-cia no requiere estar de acuerdo con el contenido de la norma, ni apoyar a un

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    gobierno en particular, sino el aceptar su carcter vinculante y su derecho amandar hasta que se produzca un cambio de acuerdo con los procedimientosdel rgimen1 .

    Este concepto tiene para nuestra postura analtica una gran virtualidad; si bienhace parte del acervo conceptual de la ciencia poltica, est, por decirlo de algunamanera, en la frontera de las ciencias sociales y humanas, remite a asuntos hist-ricos, sociolgicos, econmicos, antropolgicos, sicolgicos, filosficos; es unconcepto que podramos llamar interdisciplinario, tiene la virtualidad de vinculary unir lo que las disciplinas acadmicas han fragmentado y separado.

    En este orden de ideas podramos planear a manera de hiptesis que lo con-trario de la violencia no es la paz sino la legitimidad. La paz es un absoluto, unfin en s misma, un ideal o ms bien una utopa, ya que la violencia es una cons-tante en el devenir de las sociedades, o como deca Hegel, la Historia es el granmatadera de la Humanidad2 .

    Lo contrario de la violencia sera entonces la legitimidad; en tanto que existanniveles ms o menos slidos de legitimidad, el Estado lograr mayor consenso. Mseficientes resultarn los sistemas simblicos (la ley, la normatividad, las identida-des nacionales), mas cuando la legitimidad es precaria lo que se pone en cuestines el poder

    Poder y violencia estn en proporcin inversa; el Estado ms dbil es preci-samente el ms violento o el que coexiste con umbrales ms altos de tolerancia ala violencia. Esta es la indicacin ms clara y evidente de la prdida de poder, decapacidad para ejercer el control social. El dominio por la pura violencia entra enjuego all donde se ha perdido consenso, legitimidad y poder.

    Cuando esto ocurre, los sistemas simblicos dejan de ser referentes colecti-vos, elementos mediadores, y como dice Hanna Arendt, se sueltan todos los de-monios de la sociedad3 , la violencia se generaliza y penetra a todos los mbitosde la vida social.

    La situacin se agrava si ante la crisis de legitimidad no surge un proyectopoltico sustitutivo que logre formar un nuevo consenso y se plantee como alter-nativa de direccin y conduccin del Estado, o cuando aquellos que surgen en elpanorama poltico no concitan el consenso, el apoyo social de las masas y carentesde poder real apelan a las medios de la fuerza y de la violencia para hacerse obe-decer.

    1. LINZ, J. Juan. La quiebra de las democracias. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1987. Pg. 38.2. Citado por BOBBIO, Norberto. El fin de los medios. En: Las ideologas y el poder en crisis. Edi-

    torial Ariel S.A. Barcelona, 1988. Pg. 88.3. ARENDT, Hanna. La crisis de la repblica. Taurus Ediciones S.A. 1975.

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    Estas situaciones con frecuencia desembocan en el terror, cuya eficacia de-pende casi siempre del grado de atomizacin social, de las restricciones en lossentidos de identidad y de pertenencia, de los altos umbrales de tolerancia a laviolencia.

    Esta atomizacin, palabra demasiado acadmica y vergonzosamente aspticapara el horror que supone, implica la descomposicin del tejido social, la desapa-ricin de los sistemas simblicos, la multipolaridad de los focos de violencia, ysta como la prctica socialmente aceptada y legitimada para resolver disentimientosy conflictos colectivos o individuales; en otras palabras, la situacin hobbesianade guerra de todos contra todos.

    La violencia es pues como una medusa; puede tener muchas cabezas, mlti-ples rostros, pero un solo cuerpo: la prdida de legitimidad, la carencia de poder.

    Lo destiempos y los desencuentrosen la constitucin de la trama histrica del pas

    En Colombia, como en el resto de Amrica Latina, las deslegitimidades delEstado Nacional no se refieren nicamente a situaciones de crisis, a coyunturas enlas cuales se pierde la credibilidad en el orden poltico, se pierde el monopolio delas armas y se precipita la violencia en forma generalizada; por el contrario, lasdeslegitimidades en esta parte del mundo estn asociadas tambin a fenmenosdiacrnicos, a procesos de larga duracin que estn en la raz misma de nuestrodevenir como pueblos y como naciones; en las dificultades para instaurar un or-den poltico que logre cohesionar las diversidades socioculturales, las fragmenta-ciones econmicas, las divergencias polticas, o que si no lo logra, al menos lasreconozca para integrarlas en un modelo democrtico realmente representativo deesas mltiples diferencias.

    Estas deslegitimaciones histricas remiten a lo que aqu hemos llamado losdestiempos y los desencuentros en la constitucin de la trama histrica, procesolargo y complejo que vamos a sintetizar en sus puntos bsicos.

    Los destiemposEn Colombia, la nacin antes que una realidad histrica y cultural, antes que

    una dimensin territorial o que un espacio econmico o poltico integrado, fue unacreacin intelectual de los gestores de la Independencia, plasmada en un sistemajurdico consagrado en la carta constitucional del pas. Estado y Nacin modernos(formales, retricos y legales) surgieron al mismo tiempo pero en un destiempohistrico pues ni el uno ni la otra contaron con soportes materiales, con referentesconcretos para su sustentacin y legitimacin; adems, ambos fueron el resultado

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    de un cambio sbito, de una ruptura radical con el orden socio histrico colonial;en suma, fueron la creacin de un hecho revolucionario que le dio existencia al Estadotout court4 , el Estado como pura potencia, pero que estaba lejos de representarla nacin o de expresar en la vida real, prcticas concretas referidas al Estado dederecho o al Estado democrtico.

    Los referentes simblicos consagrados en la constitucin apelaban a la Nacin,a la Razn, a la Ley, al Derecho, a la secularizacin, a los principios de libertad eigualdad, adoptados de la Revolucin Francesa, a la Soberana y a la Ciudadanacomo puntales del ejercicio del poder; en fin, a un orden discursivo de legitimacio-nes que en nada se corresponda con los referentes sociales y de la vida en comn.

    La patria que se funda es la patria del criollo cuyos elementos nacionales deidentificacin (la lengua, la religin, las costumbres y el derecho) provenan deltronco tnico blanco; los otros fueron excluidos del pacto fundacional y su per-tenencia al corpus social, al Pueblo-Nacin, sobre el cual descansaba la soberanadel Estado, estuvo mediada por su civilizacin, es decir, por la renuncia y lanegacin de sus sentidos ancestrales de identificacin, de sus nociones de pertenenciasocial y la adopcin de las creencias, los valores, la historia y el orden normativode su dominador; slo blanquendose era posible llegar a formar parte del Pue-blo-Nacin.

    Esta exclusin tuvo un referente territorial; el territorio de la nacin, an enconstruccin, no se corresponda con las fronteras jurdico polticas que aparecanen los mapas y que consagraba la constitucin; el territorio ha tenido siempre fron-teras internas histrico-culturales y polticas, allende las cuales se extienden unosespacios vastos, extensos y no integrados con la sociedad mayor (el Estado y lanacin), espacios de exclusin donde esta sociedad restringida y bloqueada ha venidolanzando pobladores de todas las condiciones sociales.

    Primero a las etnias dominadas y no integrados; aquellos que no quisieron ono pudieron blanquearse: los indios, los negros, los mulatos, los mestizos in-dmitos, perezosos, incivilizados e incultos adems de violentos; as los pens lasociedad mayor y as terminaron por pensarse ellos, que mantuvieron y reprodu-jeron la exclusin como manera de sobrevivir y de subsistir.

    All llegaron tambin los derrotados en las guerras civiles, los perseguidos porla justicia, los que tenan maneras de vivir y de pensar sancionadas por la ley o lascostumbres; en fin, los derrotados y los rechazados por la sociedad mayor.

    No es extrao que esos territorios vastos sean hoy los espacios controlados porlos contrapoderes (las guerrillas), los parapoderes (autodefensas y paramilitares),

    4. BOBBIO, Norberto. La crisis de la democracia y la leccin de los clsicos. En: Crisis de la de-mocracia. Editorial Ariel S.A. Barcelona, 1985. Pgs. 5-27.

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    y los de la negacin de toda forma de poder (el narcotrfico); espacios definidoscomo de ausencia institucional, lo que no significa que el Estado carezca de pre-sencia fsica; de hecho est y no slo como pura potencia a travs de las fuerzasmilitares sino tambin mediante su rama ejecutiva y judicial, a ms de algunasentidades descentralizadas que desarrollan la poltica social del gobierno; mas lapresencia fsica del Estado no quiere decir que los pobladores se enmarquen enrelaciones sociales institucionalizadas, que se acojan a ese poder formal as seapasivamente o por costumbre; la ausencia alude ms bien a que los referentes sim-blicos de la sociedad mayor no operan, no funcionan y los pobladores asumen suvida a travs de referentes diferentes, de prcticas sociales y sistemas de cohesinque estn an por estudiar.

    As, tanto en la base social, el pueblo-nacin, como en el espacio territorial,la soberana se limitaba a un mbito restringido que exclua de su control y de sudominacin gran parte del espacio territorial (todas las zonas de nueva coloniza-cin) y buena parte de los pobladores que no han sido nunca, en el real sentido dela palabra, ciudadanos, sujetos de derechos y deberes e inscritos en la trama derelaciones sociales mediadas por los referentes simblicos consagrados en la cons-titucin y la ley.

    En este contexto la legitimidad era algo menos que una aspiracin, el poderconsensualmente aceptado una utopa, y la violencia una manera de resolver lasdivergencias y las fracturas de esa multiplicidad de espacios socioeconmicos ypoltico-culturales a los cuales se les daba el pomposo nombre de Estado nacionalcolombiano.

    Colombia tiene una especie de columna vertebral conformada por los territo-rios incluidos en lo que se llama el centro del pas; all se asienta el poder institu-cional y funcionan mal que bien los referentes simblicos, las formas de represen-tacin, las identidades colectivas; en suma sta es la base de sustentacin del poder.El resto est por fuera de su control y son otros los procesos que se tejen y sedestejen, otros los agentes del poder, otros los mecanismos de la dominacin, otraslas identidades, otros los sentidos de pertenencia... otros los pases.

    Los destiempos histricos expresados en fracturas, en rupturas, en fronterasinternas que reflejan ese proceso dialctico y contradictorio de la exclusin-inclu-sin, ampliaron los umbrales de tolerancia a la violencia y han permitido la exis-tencia de una paradoja bien difcil de explicar. Colombia ha sido en Amrica La-tina el pas con una mayor estabilidad institucional, con un nmero insignificantede golpes de estado, con la mayor cantidad de mandatarios elegidos por el votopopular, con un congreso que muy pocas veces ha cerrado sus puertas, con una pren-sa libre y, sin embargo, con uno de los ms altos ndices de violencia en Latino-amrica y quizs en el mundo.

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    En este contexto fragmentado de destiempos y desencuentros histricos sloexisti un referente que trascendiera por sobre las identidades locales y parenta-les. Fue el referente de los partidos, o mejor an; del bipartidismo.

    Ser liberal o conservador, pertenecer a una colectividad que iba ms all delos altos campanarios parroquiales, fue la nica manera de saber que se pertenecaa una entidad mayor, que se era parte de algo que se llamaba Colombia, que noexista como espacio econmicamente integrado ni como espacio cultural o tica-mente cohesionado, pero que la va de la poltica estaba formando.

    En la formacin de este espacio nacional jugaron un papel determinante laspublicaciones peridicas, la prensa, que fue el principal mecanismo de divulga-cin de los partidos y sus ejecutorias y se encarg de darle mbito nacional a lavida poltica. Llama mucho la atencin que regiones muy alejadas entre s y queno tenan mayores intercambios mercantiles o de otro tipo, intercambiasen peri-dicos y publicaciones, entablasen enconados debates y discutiesen en forma porlo dems acalorada sobre la vida poltica del pas; si los partidos fueron el referen-te nacional por excelencia, el vehculo para agenciar este proceso fue la prensa.

    La manera de ser nacional se constituy en Colombia por el tortuoso caminodel bipartidismo, en el espacio poltico, en el campo privilegiado del Estado, don-de los partidos tuvieron su origen y se reprodujeron, identificndose y confundin-dose con l, adoptando como referentes las mismas figuras mticas fundacionalesBolvar y Santander y trenzndose en una lucha cruenta y violenta por elcontrol institucional del aparato.

    La sucesin de guerras civiles antes que desintegrar ese sentido primigeniode identidad nacional lo fortaleci, pues el sectarismo, los muertos de lado y lad,oy la tragedia de la violencia poltica terminaron por reforzar el sentido de perte-nencia y de diferencia que constituyen los fundamentos de cualquier proceso deidentificacin; este referente partidista donde la violencia juega un papel ms in-tegrador que desintegrador, no se fundamentaba necesariamente en el acuerdofrente a proyectos polticos o ideologas de las colectividades enfrentadas; lospartidos fueron nacionales slo de nombre, de banderas, de smbolos y de odios;pero en la prctica estuvieron tan fragmentados y tan escindidos como lo estaba elresto del pas.

    En el contexto de lo real los partidos fueron y siguen siendo aparatos regio-nales; existan ms identidades ideolgicas entre un radical bogotano y un conser-vador antioqueo que entre cualquiera de stos y sus copartidarios costeos o cau-canos; no obstante, el referente imaginario de los partidos funcion y no slo prestalguna legitimidad al orden institucional sino que mantuvo unidos los pedazos eimpidi que ocurriese lo que en Centroamrica, la formacin de una sumatoria depequeas repblicas con dificultades reales para subsistir autnomamente.

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    Este referente ms imaginario que real y construido sobre el eje de la violen-cia y la exclusin, trajo ms problemas que los que resolvi: La existencia del espacio poltico bipartidista, como nico espacio nacional,

    termin confundiendo en una sola y nica cosa Estado, partidos y sociedad civil,con lo cual esta ltima se debilit an ms; ha sido y sigue siendo gelatinosa,laxa y con poca autonoma con relacin al Estado.

    Contra lo que pudiera pensarse, este proceso debilit al Estado, pues ste, aco-tado por los partidos y confundido con ellos sin autonoma relativa, terminproduciendo el fenmeno de privatizacin de lo pblico, que consiste, se-gn Norberto Bobbio5 , en que las relaciones polticas, es decir, aquellas quese establecen entre individuos o grupos sociales y Estado, se desarrollen comosi fuesen relaciones privadas entre un individuo y otro, donde el primero esdemandante de un servicio pblico y el segundo responde a esa demanda entanto que puede hacer uso privado de los recursos estatales orientados hacia suinters particular; o tambin cuando la cosa pblica se maneja con criteriosparticulares o privados.Las consecuencias estn a la vista; en tanto que se privatice lo pblico, este

    espacio que es el de los referentes simblicos, se va diluyendo, desdibujando y vaperdiendo sus contornos, acentuando la prdida de poder y por ende las deslegi-timidades histricas.

    La privatizacin de lo pblico no slo expresa la debilidad del poder sino quetambin se manifiesta en otras esferas como la de la justicia, mediante el reempla-zo de la justicia por la venganza; la justicia por mano propia, la alternativa privadaindividual con prescindencia de lo pblico representado por el juez y de espaldasa la ley para resolver las tensiones y los conflictos entre sujetos, entre grupos, entreclases, entre partidos cuyo correlato necesariamente es la generalizacin de laviolencia y la descomposicin del tejido social.

    Los efectos de la va partidista en la constitucin de la identidad nacional, tienenotras manifestaciones deslegitimantes. El bipartidismo no slo acot el Estado, ledefini su perfil y sus laxas fronteras, sino que tambin acot la nacin; se perte-neca a la nacin en tanto que se perteneciese al partido, lo que no quedase inclui-do en esas laxas fronteras pasaba a la categora de lo no nacional, de lo antinacio-nal, de lo extranjero y por este camino se pasaba a ser el enemigo.

    As, las alternativas polticas terceristas no slo han tenido una vigencia co-yuntural y fugaz sino que en muchas oportunidades no han sido percibidas comocontradictores polticos, como una amenaza peligrosa para la propia identidad; parala razn de ser, para la existencia social; de all que se legitimen discursos y prc-

    5. BOBBIO, Norberto. Op. cit.

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    ticas excluyentes del contrario poltico en tanto que ste est poniendo en peligrocon su mera existencia, la razn de ser de la nacin.

    Ha sido tan fuerte el bipartidismo como referente de identidad nacional queColombia es el nico pas de Amrica Latina donde an persiste este modelo; enlos dems, el advenimiento de la sociedad moderna trajo aparejada la aparicin enel escenario poltico de nuevos partidos con opcin de poder; partidos comunistas,socialistas, demcrata-cristianos o populismos de diferentes matices que inscribie-ron las masas en nuevos sistemas polticos y en otros esquemas de pertenenciasocial; en cambio en Colombia el pluripartidismo sigue siendo una utopa.

    Este referente de identidad se expresa tambin en el campo de los contrapo-deres; la izquierda colombiana plante durante mucho tiempo su lucha en contrael sistema desde afuera, desde lo externo, desde lo no nacional, y han pesado msen la definicin de sus principios ideolgicos, de sus prcticas polticas y de susproyectos alternativos, los referentes externos que aquellos devenidos de la reali-dad que habitan; slo en los ltimos tiempos le han debatido al bipartidismo en supropio terreno el derecho a formar parte de la nacin; proceso costoso y dolorosoque se ahoga en un mar de sangre.

    A su manera, la izquierda colombiana ha reproducido los destiempos histri-cos; mientras unos grupos se reincorporan a la vida poltica otros son sacados deella por medio de la violencia y el exterminio selectivo; los ritmos y los tiemposno concuerdan, no se corresponden. Anlisis similares podran hacerse con rela-cin a los movimientos cvicos, campesinos, sindicales, etc., marcados por unaprofunda diversidad regional y con tiempos de surgimiento, evolucin, consolida-cin o crisis que no coinciden e incluso a veces se oponen dramticamente.

    Los desencuentrosLos referentes ms imaginarios que reales de cohesin y unificacin nacio-

    nal, contrastaban de manera bien significativa con los espacios reales en los cualesse gestaban y se formaban las identidades colectivas; stas, se anudaban en tornoa los espacios locales y regionales; espacios en los cuales los pobladores desarro-llaban su vida material y su quehacer cotidiano; los vecindarios, las parentelas, loscabildos, los grupos de notables fundadores de pueblos y dirigentes de la vidalocal, las sociedades de negocios, las redes mercantiles, las haciendas, las explo-taciones mineras grandes y pequeas.

    En estos espacios fragmentados, dispersos y discontinuos, en estos desencuen-tros, se anudaban solidaridades y se gestaban diferenciaciones; surgan y se con-solidaban sentidos de pertenencia y relaciones de autoridad-sujecin; control-dominacin; mando-obediencia; paternidad-filiacin.

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    Esos espacios se correspondan con dispositivos de poder, donde la legitimi-dad encontraba su real sentido; mas el horizonte y el mbito de los poderes y portanto de las legitimidades era multipolar, diferenciado, referido al espacio de lovivido pero totalmente alejado de los referentes de identidad de corte moderno queslo se expresaban por el sentido de pertenencia a los partidos.

    Los desencuentros entre lo imaginario de mbito nacional y lo vivido de mbitolocal y regional; el contrapunto entre legitimidades concretas y legitimacionesformales y discursivas, tuvo su expresin ms importante en el constitucionalismoy el legalismo.

    La constitucin se convirti en el centro del debate e inters para los partidostrenzados en una larga lucha por el control del aparato estatal; todas las declara-ciones de guerra en el siglo XIX se hicieron en nombre de la constitucin; bienporque el partido en el poder la estaba incumpliendo, bien porque la que estabarigiendo se consideraba inadecuada y se buscaba cambiarla por otra; la guerra enColombia se ha hecho en nombre de la ley aunque la operatividad misma de esaley no haya pasado de los esquematismos y los formalismos y no sea un referenteinteriorizado por los pobladores ni un aparato de mediacin a travs del cual stosorienten sus prcticas sociales.

    Segn Hernando Valencia Villa6 la historia del constitucionalismo colombia-no es una larga sucesin de batallas por la carta y las cartas constitucionales, msque normas generales para institucionalizar las relaciones sociales y polticas hansido cartas de batalla o itinerarios para la continuacin de la guerra.

    Quiz por eso, siempre que se agudizan los conflictos en Colombia se apelaa la reforma de la constitucin como instrumento mgico para cambiar las situa-ciones objetivas de tensin y desequilibrio social sin reformar las condiciones quelos posibilitan.

    Por contraste, las identidades y los sentidos de pertenencia, gestados en lovivido y reproducidos por mucho tiempo en esos mbitos restringidos y localistas,fueron generando unas formas culturales muy particulares, cuya pervivencia esconstatable todava hoy en Colombia; culturas campesinas y pueblerinas, valorestradicionales asociados al localismo como forma primigenia de identidad socialque se siguen reproduciendo en otros mbitos diferentes como el de las ciudades,por ejemplo, y que mantienen su pervivencia aunque los referentes que les otorga-ron algn sentido hayan desaparecido o estn en franca disolucin.

    Los desencuentros entre lo imaginario y lo real, entre el poder formal, lega-lista y discursivo representado en el Estado y el poder real, fragmentado, disperso

    6. VALENCIA Villa, Hernando. Cartas de batalla. Editorial Presencia Ltda. Bogot, 1987.

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    y anudado en torno a muchos y muy variados dispositivos de orden local y regio-nal, acentan la dimensin de la llamada privatizacin de lo pblico, con lo cuallas deslegitimaciones histricas se amplan, se profundizan y cada vez se hacen ma-yores las distancias entre la vida colectiva de los pobladores y la institucionalidaddel orden jurdico legal.

    Estos dispositivos reales de poder, fragmentados y dispersos, lograron man-tener un relativo control social, sustentado en el respeto, la obediencia y los lazossolidarios nacidos de la vida en comn, y les otorgaron algn grado de legitimi-dad, as fuese precaria y tradicional, a los poderes locales y regionales articuladosen forma desigual a los partidos tradicionales y por ende al Estado.

    Mientras la sociedad fue predominantemente rural, tradicional, pueblerina ycampesina, se mantuvo un relativo control social, un cierto orden; mas procesoscomo los de la industrializacin, la urbanizacin, la aparicin, como fenmenototalmente nuevo, de la masas en el escenario de la vida econmica y poltica delpas, as como el surgimiento de formas organizativas propias de la sociedad civilmoderna como los sindicatos, los gremios, las asociaciones, los nuevos partidosde orientacin clasista, erosionaron la bases constitutivas de los dispositivos loca-les y regionales de poder, cambiaron los referentes concretos de la vida en comn,de las solidaridades y los controles sociales ejercidos desde la cultura pueblerinay campesina, llevndose de paso las formas tradicionales pero operantes de legi-timidad asociadas con ellas.

    El paso a la modernidad desbord la acotacin que el bipartidismo haba hechodel Estado y la Nacin; los pobladores desarraigados y desvertebrados de susencuadramientos originales, convertidos en masas sociales, no encontraron alter-nativas organizativas coherentes con la nueva situacin del pas que se integrabaen su vida econmica, se relacionaba a travs de un sistema vial que dej de mirarexclusivamente al mar para poner en contacto mercados y productores, y se enca-minaba por la va del crecimiento econmico como propuesta poltica y del desa-rrollo, como proyecto ideolgico.

    La prensa, el periodismo que haba sido el vehculo agenciador de la identi-dad nacional por la va del bipartidismo, dej de constituir el medio de comunica-cin por excelencia, y las cadenas radiales (despus la televisin), ms accesiblesa las grandes masas, cumplieron la funcin de mostrar, a su manera, lo pblico alpblico, gestando los fenmenos de opinin de masas cuyas particularidades estnpor estudiarse en Colombia.

    Los medios de comunicacin mediadores entre las masas y el pblico, en uncontexto donde las primeras slo son un agregado inorgnico y lo pblico un sec-tor desdibujado, confundido y prcticamente disuelto en lo privado, reprodujerona su manera las deslegitimidades histricas, los destiempos y los desencuentros sin

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    lograr presentar una visin coherente y articulada, donde fuese posible la forma-cin de una verdadera opinin pblica.

    El agotamiento de los viejos modelos y la ausencia de propuestas alternativasque contasen con consensos amplios, multiplican los fenmenos de exclusin yrestringen cada vez ms la base sustentativa de la legitimidad del Estado, configu-rndose una crisis orgnica cuya resolucin ha sido pospuesta, congelada, lo queha conducido a la situacin actual: la descomposicin del tejido social y la multi-polaridad del poder.

    En este aspecto tambin podemos evidenciar una diferencia con el resto deAmrica Latina; mientras en algunos pases del rea se plantea una polarizacinclara entre grupos sociales que se disputan el control del aparato estatal, en Co-lombia no existen mecanismos articuladores que permitan plantear una bipolari-dad del poder; se trata por el contrario de mltiples focos que se enfrentan o se alande muy diversa manera, de acuerdo con la particularidad regional.

    En lugar de un frente guerrillero, existen cuatro grandes agrupaciones atrave-sadas por diferencias muy amplias y a veces enfrentadas por el control territorial;una contrarrevolucin de derecha diferenciada en autodefensas campesinas (loca-les y regionales) y grupos paramilitares de diversos tipos y de dimensin nacional;varios carteles de la droga trenzados en guerras de exterminio de una gran feroci-dad; delincuencia organizada que acta a veces por cuenta propia, a veces apoyan-do el terrorismo del narcotrfico o a la violencia de los actores armados en con-flicto; bandas juveniles que se disputan el control territorial de los barrios en lasgrandes ciudades y un Estado desvertebrado, permeado por las diversas formas dela delincuencia, que slo es uno entre los muchos factores de poder y de violenciaque se enfrentan en el territorio nacional.

    Los destiempos y los desencuentros en la constitucin de la trama histricadel pas son la expresin de diacronas, de procesos deslegitimantes de larga du-racin que si bien no explican todas las dimensiones de la crisis actual s abren unhorizonte interpretativo con muchas posibilidades para entender el estado de vio-lencia generalizada, informe y desagregada que vive el pas.

    En este contexto de viejos y nuevos problemas, es importante rescatar dosaspectos de la crisis que resultan de la mayor importancia, ya que ataen directa-mente al quehacer de los medios de comunicacin: la ingobernabilidad y la invi-sibilidad del poder.

    La ingobernabilidadNo se trata de la gobernabilidad a la colombiana, o sea, en el sentido de bus-

    car mecanismos de distribucin del poder institucional entre los diversos grupos y

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    fracciones con el objeto de buscar la llamada paz poltica; gobernabilidad queen Colombia ha tenido varias modalidades, desde el frente nacional pasando porla milimetra, por las coaliciones interpartido e intergrupo, hasta llegar al modelogobierno-oposicin; no se trata pues de esa modalidad a la colombiana.

    Se trata de la ingobernabilidad entendida como consecuencia del desfase o deldesencuentro entre las demandas por servicios y recursos que vienen cada vez enmayor nmero de la sociedad civil y la capacidad que tiene el sistema poltico pararesponder a las mismas.

    Estas demandas estn asociadas a la modernidad y a la emergencia de las masasen la vida poltica y econmica del pas; mientras la sociedad fue predominante-mente campesina y pueblerina, cuando an no existan sindicatos y asociacionesde carcter gremial y slo haba partidos de lite, los asuntos de la gobernabilidaderan prcticamente irrelevantes pues rara vez lograban insertarse en la rbita de lopblico. Pero el cambio de referentes concretos de la vida social hizo pblicas esasdemandas y, adems, las multiplic convirtindolas en problemas de dimensinpoltica que un gobierno no puede ignorar por mucho tiempo si quiere sobrevivir.

    Si se analiza la historia reciente del pas, los ltimos cuarenta aos, nos en-contramos frente a una brecha cada vez ms grande entre las demandas sociales ylas respuestas polticas. Recurdese nada ms el cmulo de reformas abortadas,pospuestas o abandonadas; el retraso con que los rganos del Estado responden auna sociedad que ya no puede esperar ms y las inercias administrativas y buro-crticas.

    Ante estas diferencias, destiempos y desencuentros entre demanda y respues-ta, se plantea el problema del orden pblico, bien paradjico por lo dems, pueslas alternativas para enfrentar estos problemas combinan de una manera muy es-pecial el poder autoritario con la ausencia de poder.

    Si no se puede ampliar la capacidad de respuesta gubernamental a las crecientesdemandas sociales, el Estado est fallando, no por excederse en el uso del podersino por lo contrario; por ausencia de poder, por incapacidad, ineficiencia e inefi-cacia; lo que se reclama aqu es que el Estado acte y lo que se resiente es su de-bilidad, su ausencia o su distancia; mas cuando las exigencias sociales no pue-den ser respondidas, se pasa a la disminucin forzada de ellas mediante la combi-nacin del uso de la fuerza pblica contra los desbordamientos sociales y la res-triccin de dichas demandas, suprimiendo la capacidad de los ciudadanos paraexpresarlas a travs de la limitacin de aquellas instituciones que caracterizan unademocracia activa, como los derechos civiles y ciudadanos, las libertades pbli-cas, las movilizaciones colectivas, la informacin, etc.

    Mediante esta combinacin de poder autoritario y ausencia de poder que ca-racteriza la ingobernabilidad, tambin se est restringiendo el espacio de lo pbli-

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    co porque se le asigna a esta rbita una sola dimensin, la del control del ordenpblico; as eventos que no tienen en principio una connotacin subversiva y queslo estn expresando la carencia de soluciones polticas a problemas pblicos,terminan adquirindola y convirtindose en amenazas reales para la estabilidadinstitucional.

    Es necesario recordar que el orden pblico que le reclaman los ciudadanos alEstado no se agota en el control de los desrdenes sino tambin en el cumplimien-to de sus deberes para con ellos; le exigen que adems de reinar gobierne, y laausencia de poder en este campo puede ser tambin generadora de desorden, pro-veniente del mismo Estado y no de los ciudadanos.

    El orden pblico que se le exige al Estado tiene pues varias dimensiones y nouna sola; entenderlo resulta de la mayor la importancia para aquellos medios decomunicacin interesados en favorecer con su ejercicio procesos de relegitimidadsocial.

    La combinacin de poder autoritario y ausencia de poder que se expresa en laingobernabilidad, tambin conduce a una suerte de ilegalidad muy peligrosa, lo querestringe an ms la rbita de lo pblico.

    Cuando los recursos institucionales de fuerza no son suficientes para el con-trol del orden social y las limitaciones ciudadanas se han convertido en una prc-tica del Estado como ocurre en Colombia con la aplicacin prolongada del Estadode Sitio, se llega al uso de prcticas abiertamente ilegales para el mantenimientodel orden, como son la violacin de los derechos humanos, las desapariciones, lasejecuciones sumarias y todo tipo de abusos con la poblacin civil; en suma, laaplicacin del desorden para controlar otro desorden; aqu se invierte la situacin;el Estado ya no protege sino que se convierte en un enemigo real o potencial dan-do paso no slo a la desinstitucionalidad propiciada por los recortes sistemticosa las instituciones de la democracia activa, sino tambin a la parainstitucionalidad,a un doble poder en el Estado, el legal y el ilegal, coexistiendo y confundindosesin que sea posible saber dnde empieza el uno y termina el otro.

    La ocultacin del poderLa ocultacin del poder es otro aspecto que conlleva a la crisis actual y que

    remite tambin a la disgregacin del espacio pblico.Los actos del Estado democrtico son por naturaleza pblicos. Este ente no

    puede tener formas privadas de ejercicio de poder porque ello ira precisamente contralos fundamentos ticos de su legitimidad; el hecho de ser pblicos los actos del Estadoimplica que sean visibles, constatables, observables, como si estuviesen en una cajade cristal, expuestos en todo momento a los ojos de los ciudadanos.

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    Los actos del Estado son para el pblico (no cabran pues los intereses priva-dos) y en pblico, delante de todos; lo contrario de los gobiernos autocrticos yautoritarios que ven todo lo que hace el pueblo pero el pueblo no ve lo que elloshacen.

    La visibilidad de los actos y los actores del Gobierno es condicin necesariapara ganar respeto, credibilidad, obediencia y por lo tanto legitimidad; no obstan-te el poder pblico se ha hecho cada vez ms oculto tanto por parte del Estado comodel contraestado. Servicios secretos por una parte y terrorismo por otra son carasde una misma medalla. Poderes que actan en nombre de la sociedad pero deespaldas a ella, que ocultan la verdad con inters de dominio, pueden ganar en fuerzapero pierden en consenso y en legitimidad.

    El poder oculto no es nicamente aquel que se hace invisible, el que escondesus actos detrs de una cortina de humo, el que simula, sino tambin el que haceaparecer, es decir, visibiliza lo que no es; el que disimula.

    La ocultacin del poder est en proporcin directa con la legitimidad; a ma-yor transparencia ms legitimidad; a menor legitimidad ms ocultacin.

    La ocultacin del poder significa que los actos del Estado o del contraestadodejan de ser pblicos y por ende polticos para convertirse en actos privados que,bien o mal intencionados, terminan por hacer desaparecer del horizonte de la vidasocial las mediaciones simblicas que existen en tanto que exista la esfera de lapblico con relativa autonoma de la sociedad civil.

    La opinin pblica es el nico control efectivo para la develacin de los actosdel poder y para una real injerencia en los actos del Estado; de all el papel prota-gnico que los medios de comunicacin pueden cumplir en situaciones de crisis;mas la existencia de la opinin pblica no es algo que se da por sentado, su forma-cin tambin es histrica y puede estar atravesada por las mismas fracturas que sepresentan en el tejido social.

    Si la esfera de lo pblico es restringida por deslegitimaciones histricas seve-ras, como en nuestro caso, y adems de eso se privatiza lo pblico y se oculta elpoder en un contexto de descomposicin del tejido social y de violencia multipo-lar, la opinin pblica no puede existir, se emitirn opiniones privadas, persona-les, de

    grupo, de gremio que slo se manifiestan en el campo de los medios, lafragmentacin, la dispersin, las fracturas, los desencuentros y los destiempos dela trama histrico social del pas.

    Los medios a su vez, reproducen esa fragmentacin y esa dispersin del po-der, inscribindose, an contra su voluntad y sin proponrselo, en la dinmica delas acciones y las reacciones producidas por una multiplicacin de focos de vio-lencia, inducindola algunas veces y otras sufrindola directamente como doloro-samente viene ocurriendo de tiempo atrs en Colombia.

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    Sin espacio pblico amplio y slido no puede haber opinin pblica, ni poderreal, ni legitimidad; mas en tanto que exista alguna forma de expresin colectivay mnimas libertades de informacin as sean formales, subsiste la esperanza dereconstruir la trama social, de relegitimar el poder y de disminuir los hechos deviolencia a umbrales ms tolerables y manejables.

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    Legitimidad y violencia: Una dimensinde la crisis poltica colombiana*

    Pretendo establecer una alternativa analtica que permita interpretar el fen-meno de la violencia colombiana mltiple, polifactica y omnipresente. Con ellose busca una puerta de salida que no implique el fraccionamiento emprico de larealidad en pequeos compartimientos violencia poltica, delincuencial, estatal,tnica, pero s que permita una aproximacin a sus formas especficas de mani-festacin en el pas, sin caer en la tesis segn la cual la violencia es un rasgo nicoy propio de la sociedad colombiana; el propsito, en ltimas, es el de buscar co-nexiones con procesos ms globales y miradas que superen tanto lo casustico comolo coyuntural.

    Para lograr lo anterior se examinarn los fenmenos de la violencia en Co-lombia a la luz del concepto de legitimidad, cuestin que no es nueva pues de al-guna manera existe un consenso relativo, entre los analistas polticos, en conside-rar la crisis actual como una crisis de legitimidad; sin embargo, las diferencias em-piezan precisamente cuando se identifican las deslegitimaciones1 , sus mbitos, sus

    * Publicado en: Rasgando velos: ensayos sobre la violencia en Medelln. Editorial Universidad deAntioquia. Medelln, noviembre de 1993.

    1. Las nociones de deslegitimidad, deslegitimacin, relegitimacin y otras derivadas del conceptode legitimidad, tienen que ver con la reactivacin de un debate sobre las particularidades de lacrisis del Estado en diversas partes del mundo: esto ha conducido a formular trminos que an losdiccionarios no consignan; sin embargo, son usados por tericos tan importantes como JrgenHabermas, Norberto Bobbio y Juan J. Linz. Al respecto pueden verse: HABERMAS, Jrgen.

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    tiempos y sus alcances; se trata, pues, de un problema enunciado pero que est lejosde resolverse, por ello resulta pertinente preguntarse por el campo terico y ana-ltico de la legitimidad y por los problemas concretos de su aplicacin.

    El concepto de legitimidad ofrece, adems, amplias posibilidades para mirarde nuevo los fenmenos de la violencia ya que, si bien originalmente correspondeal acervo terico de la ciencia poltica, desborda, con mucho, los asuntos referidosal Estado, al poder, o la dominacin y a la ley para situarse en una especie de fronte-ra entre las ciencias sociales y humanas pues remite a los problemas de la identi-dad, el sentido de pertenencia, la tica, el discurso, el derecho, la historia, la subjetivi-dad; en suma, ofrece un horizonte abierto para pensar de nuevo los problemas dela violencia en Colombia. Se trata aqu de interrogar el concepto de legitimidad,explorar las posibilidades que ofrece y rastrear algunas claves que puedan conducira caminos nuevos en la comprensin del fenmeno de la violencia.

    Hacia una perspectiva terica

    LegitimidadSi bien el concepto de legitimidad ha ocupado el inters de los tericos desde

    hace tiempo, ste no ha sido identificado ni compartido de igual forma por quie-nes lo utilizan; sin embargo, el asunto de referencia de todos los que se han ocu-pado del asunto, ha sido la obra weberiana, bien para desarrollar sus tesis, bien paradebatirlas; por ello, vale la pena recordarla.

    La preocupacin del terico alemn apuntaba a la identificacin de los dife-rentes tipos de dominacin en la historia; para l, la dominacin consista en:

    La probabilidad de encontrar obediencia de un grupo determinado para manda-tos especficos (o para toda clase de mandatos); no es, por tanto, toda especie deprobabilidad de ejercer el poder o influjo sobre otros hombres. En este caso con-creto esta dominacin, (autoridad) en el sentido indicado, puede descansar en losms diversos motivos de sumisin; desde la habituacin inconsciente hasta lo queson consideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un determinadomnimo de voluntad de obediencia, o sea, de inters (externo o interno) en obe-decer, es esencial en toda relacin autntica de autoridad [...], toda dominacinsobre una pluralidad de hombres requiere un modo normal (no absolutamentesiempre) de un cuadro administrativo; es decir, la probabilidad en la que se pue-

    Problemas de legitimacin en el Estado moderno. En: La reconstruccin del materialismo hist-rico. Taurus. Madrid, 1983. Pgs. 243-303; BOBBIO, Norberto. Estado, gobierno y sociedad.Fondo de Cultura Econmica. Mxico, 1985. Pgs. 117-127. LINZ, Juan J. La quiebra de lasdemocracias. Alianza Editorial. Madrid, 1978. Pgs. 32-87.

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    de confiar de que se dar una actividad dirigida a la ejecucin de sus ordenacio-nes generales y mandatos concretos por parte de un grupo de hombres cuya obe-diencia se espera [...], la naturaleza de estos motivos determina en gran parte eltipo de dominacin [...]2 .

    Lo que plantea Weber en este texto es bien sugerente; la dominacin requiere,para su ejercicio, no slo del monopolio de la violencia, como l mismo lo habadicho en otro lugar, sino tambin de la probabilidad de ser obedecido por el gruposocial y de encontrar respuesta efectiva a sus mandatos y ordenaciones, incluidoaqu el ejercicio de la fuerza si fuese necesaria. Cuando estas situaciones ocurren,los tipos de dominaciones se vuelven legtimos, aunque la naturaleza de las legi-timaciones se deba a procesos distintos; ya sea a motivos ideales (con arreglo avalores); a motivos materiales y racionales (con arreglo a fines), o de un modopuramente afectivo, a la costumbre, a identidades parentales o a solidaridadesprimarias, entre otros3 .

    Para Weber quien conceba el Estado como una relacin de poder exis-ta, pues, una especie de polaridad entre legitimidad y violencia; as, tanto ms sefuese perdiendo la primera, la violencia se convertira en el fundamento de ladominacin, perdiendo, as, el carcter de legitimidad los rdenes polticos.

    Desde el marxismo, perspectiva terica totalmente distinta con la cual Weberestuvo en debate permanente, se llega a la misma conclusin. Antonio Gramsci4es el primero en plantearse los problemas del consenso frente a la dominacinpoltica.

    El poder, dice, no es nicamente coercitivo, represivo, coactivo; es tambinconsensual pues supone un relativo acuerdo de las masas con el grupo dominante,o mejor an, con el proyecto poltico de la clase en el poder; cuando esto ocurrese est frente a una verdadera hegemona poltica: la clase dominante es, a la vez,dirigente; mas cuando el consenso empieza a descomponerse, bien porque hasurgido una clase alternativa que propugna por un Estado de nuevo tipo o por crisisen la cumbre, la clase que controla el poder pierde su capacidad de direccin y,por tanto, hegemnica, y slo logra ser dominante apoyndose cada vez ms en eluso de la violencia, con lo cual se precipitan las crisis de los sistemas polticos.Para Gramsci, como para Weber, la violencia y el consenso estn polarizados: amenor consenso ms violencia y el ideal del poder sera el relativo equilibrio entre

    2. WEBER, Max. Economa y sociedad. Vol. 1. Fondo de Cultura Econmica. Mxico 1984. Pg.17.

    3. Op. cit.4. GRAMSCI, Antonio. Los cuadernos de la crcel N 7. En: SACRISTN, Manuel. Compilador.

    Antonio Gramsci. Antologa. Siglo Veintiuno Editores. Mxico. Pgs. 274-327.

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    ambos. La figura mtica del centauro mitad hombre mitad bestia, que le sirvi aMaquiavelo para describir el poder en los albores de la sociedad moderna, fueretomada por Gramsci para explicar su concepto de hegemona.

    La propuesta gramsciana sobre el consenso y la hegemona no se corres-ponde con las nociones de determinacin econmica o de ideologa dominante,manejadas por el marxismo ortodoxo o el marxismo oficial; por el contrario,est ms cercana a Weber que a Stalin; as, legitimidad y hegemona apuntan aun mismo orden de asuntos, donde la violencia es la consecuencia de la prdidade la primera.

    Puesta en cuestin la legitimidad de un sistema poltico y perdido el monopo-lio de la coercin por parte del Estado, la violencia, en sus diferentes manifesta-ciones y concreciones, entrara en escena desatando todos los lazos orgnicos queconectan la sociedad.

    Desde este punto de vista, lo contrario de la violencia no es la paz sino el poderlegtimo; mientras ste exista es posible contar con mecanismos para controlar laviolencia, con canales especficos para la solucin de los conflictos sociales y conun cierto grado de consentimiento en la aplicacin de las fuerzas represivas del ordenpoltico; pues la violencia que ejerce el Estado es legtima no porque provenga deesta institucin sino porque existe un consenso social que admite su uso por partedel Estado, de acuerdo con unos parmetros normativos que lo obligan a respetarciertos procedimientos y principios bsicos; de esta manera, y siguiendo a Weber,la violencia que proviene del Estado puede tambin ser ilegtima, bien porque steha perdido su legitimidad, bien porque no usa sus recursos de violencia de acuer-do con la normatividad refrendada por el consenso social, como sucede en las lla-madas guerras sucias, de baja intensidad, las reiteradas violaciones a los derechoshumanos, etc.

    La Escuela de Francfurt, y especialmente Jrgen Habermas, retom el viejodebate sobre la legitimidad, interrogndose por sus procesos constitutivos o diso-lutivos, por las razones de validez que puede aducir un rgimen para conseguirlegitimarse ante grupos sociales determinados, por los mecanismos mediante loscuales se gana o se pierde consenso y por el mbito de aplicacin del concepto. Suanlisis se resume de la siguiente manera.

    Por legitimidad entiendo el hecho de que un orden poltico es merecedor de re-conocimiento. La pretensin de legitimidad hace referencia a la garanta en elplano de la integracin social de una identidad social determinada por vasnormativas: las legitimaciones sirven para hacer efectiva esa pretensin, esto es,para mostrar cmo y por qu las instituciones existentes o las recomendadasson adecuadas para emplear el poder poltico en forma tal que lleguen a realizar-se los valores constitutivos de la identidad en la sociedad.

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    El que las legitimaciones sean convincentes o que la gente crea en ellas es algoque depende de motivos empricos [...], mas estos motivos no se forman con in-dependencia de la fuerza justificativa de las legitimaciones que se ha de analizar[...] con independencia del potencial de la legitimacin de las razones que sepuedan movilizar [...], lo que se acepta como razn depende del nivel de justifi-cacin exigida respectivamente5 .

    Habermas distingue claramente entre legitimidad, que es el reconocimientode un orden poltico, y legitimaciones, que tienen que ver con la demostracin decmo un orden poltico es el adecuado para realizar los valores constitutivos de laidentidad social, de su fuerza justificativa, de las razones que se movilizan para queello se logre, de su validez en un contexto determinado.

    La rbita de la legitimidad propiamente dicha se diferencia de la rbita de lalegitimacin; en esto radican, para Habermas, los problemas tericos del conceptoy las vertientes en las que l divide a los estudiosos que se han ocupado del asunto:los empiristas y los normativos.

    Para los empiristas, que siguen la estela de Max Weber, la legitimidad de unorden de dominacin se juzga por la creencia en la legitimidad, por ello se ocupande los mecanismos mediante los cuales los sistemas polticos se pueden procuraruna dosis suficiente de legitimidad, pero no tienen en cuenta las razones justifica-torias o las pretensiones de validez en las cuales esa creencia se sustenta:

    La permuta empirista de la legitimidad por aquello que se tiene por tal permite,pues, investigaciones sociolgicas plenas de sentido [...] pero se excluye unavaloracin de las razones, de la justeza de ellas6 .En el otro extremo del hilo argumentativo, Habermas coloca la vertiente de

    los normativos, o de aquellos que ubican los procesos legitimantes en las razonesltimas; estas teoras disponen de un concepto sustantivo de la eticidad y de con-ceptos normativos de lo bueno, lo virtuoso, el bien comn, adheridas a pretensio-nes universales de validez, lo que resulta, para el autor, insostenible a causa delcontexto metafsico en el que se encuentran enmarcados7 .

    Con base en estas dificultades terico-prcticas, Habermas propone una ter-cera alternativa a la que denomina reconstructiva; segn sta, las justificacionesen que se asientan las legitimaciones constituyen un asunto imprescindible para eltratamiento del concepto:

    5. HABERMAS, Jrgen. La reconstruccin del materialismo histrico. Taurus. Madrid, 1983. Pg.249.

    6. Op. cit. Pg. 267.7. Loc. cit.

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    Para evitar las abstracciones que conlleva toda teora general y la arbitrariedadde la nueva comprensin histrica por otra, propone, entonces, como nico pro-grama con perspectivas, una teora que aclare estructuralmente la sucesin hist-ricamente observable de niveles de justificacin y las reconstruya como contextolgico evolutivo8 .

    Lejos est de mis intenciones y posibilidades tratar una tarea de tal naturale-za; lo que s resulta prometedor para los objetivos que me propongo, y es abrirnuevos horizontes a una interpretacin sobre la violencia vista a la luz del concep-to, por construir, de legitimidad, es mantener en el anlisis, tal como lo proponeHabermas, la diferencia entre procesos de legitimidad, esencialmente polticos yreferidos al grado de autoridad y reconocimiento que un Estado puede esperar, ylos procesos de legitimacin, o pretensiones de legitimidad que sirven para mos-trar cmo y por qu las instituciones existentes, o aquellas que las reemplazaran,son adecuadas o vlidas para emplear el poder poltico de forma tal que logre realizarlos valores constitutivos de la identidad social y cultural; o en otras palabras, quelogre generar consensos amplios.

    La rbita de las legitimaciones desborda el mbito poltico y remite al campode la sociedad civil, de la formacin de las identidades, de los sentidos comunes,de la vigencia o no de varios rdenes valorativos, de los grados y niveles de jus-tificacin que son esencialmente histricos y referidos a los tipos de dominacin,legitimidad, legitimacin e historia, son los tres elementos que constituyen la al-ternativa analtica para mirar la particularidad de la violencia colombiana.

    Identidades y legitimacionesLos problemas de la legitimidad no se circunscriben a los problemas del Es-

    tado moderno, del Estado que se corresponde con la sociedad capitalista, sino quees, como lo deca Weber y lo reiteraba Habermas, un asunto circunscrito tambina otras formas de dominacin de tipo tradicional o precapitalista; mas los proce-sos de legitimacin o las razones justificatorias de cada orden de dominacin sonesencialmente distintas.

    En las sociedades tradicionales, los dominadores se han legitimado con la ayudade mitos fundacionales que le han dado un carcter divino al origen del domina-dor, o con base en sistemas cosmolgicos que disean imgenes del mundo fun-damentadas en las religiones con pretensin universalista. Para estos tipos dedominacin, la identidad colectiva reguladora de la pertenencia de un sujeto auna sociedad o grupo estamental dado, as como de su diferenciacin respecto delos otros viene garantizada, bien porque los miembros remontan su procedencia

    8. Op. cit. Pg. 270

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    a la figura de un antecesor comn, o bien por la pertenencia compartida a unaorganizacin vinculada a lo parental, a un territorio, a una comunidad de creencia,de lengua o a una tradicin histrica comn, elementos nacionalitarios de quehablaba Edelberto Torres Rivas9.

    En estos tipos de dominacin, los sujetos pueden otorgar reconocimiento a susseores y al orden por ellos representado, en la medida en que estos puedan jus-tificar ese orden como expresin mundana de lo trascendental; se trata, por logeneral, de grupos concretos y poco complejos que comparten un ncleo funda-mental de valores y creencias cuya disolucin, destruccin o transgresin es vistacomo una amenaza a su identidad; slo sobre la base de semejantes ncleos nor-mativos, en cuyo interior los diversos miembros se saben uno, resulta posible colegirlas distintas formas de la identidad colectiva10.

    En las formas modernas de la dominacin, ligadas a la lgica del capital y alespacio de la modernidad, las relaciones sociales de corte tradicional se disuelveny se desarticulan para anudarse de diferente manera a travs de relaciones de in-tercambio. Este mbito de decisiones individuales, descentralizadas y regidas porlas leyes del mercado, es el terreno para el surgimiento de principios universalis-tas y absolutos como los de la igualdad, la libertad, y tambin para la aparicin, enla historia, del individuo desnudo, sujeto portador de mercancas, cargado de unaserie de derechos y de deberes que rige sus relaciones sociales de acuerdo con unanormatividad formal. El principio de organizacin propio del capitalismo signifi-ca la separacin relativa entre el Estado y la sociedad civil; entre lo poltico y loeconmico; entro lo pblico y lo privado; entre el propietario de mercancas y elciudadano.

    Las sociedades modernas tienen que forjar pues, unas legitimaciones esencial-mente diferentes, acordes con la especificidad de un Estado de nuevo tipo y con laformacin de la sociedad civil; legitimaciones que ya no pueden sustentarse en unancestro comn o en el derecho divino de los reyes sino, ms bien, en razones deorden racional abstracto, ligadas a un consenso formal en torno a unos principiosbsicos que estn en la raz de la teora iusnaturalista y del contrato social.