libro completo la estrella de los cherokis

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Forrest Carter

La estrella de los cheroquis

Primera edicin: abril 1985 Segunda edicin: mayo 1986 Tercera edicin: noviembre 1988 Cuarta edicin: febrero 1992

Traduccin del ingls: Mara Dolores Romero Fotografa de cubierta: Marcia Keegan (The Image Bank) Diseo de cubierta: Estudio SM

Ttulo original: The education of Little Tree Forrest Carter, 1976 Ediciones SM, 1985

Joaqun Turina, 39 - 28044 Madrid

Comercializa: CESMA, SA - Aguacate, 25 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-1579-6

Depsito legal: M-3991-1992

Fotocomposicin: Tecnicomp, SA

Impreso en Espaa/Printed in Spain

Imprenta SM - Joaqun Turina, 39 - 28044 Madrid

No est permitida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratamiento informtico, ni la transmisin de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por registro u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito de Ios titulares del copyright.

V

1 Pequeo rbol

Mam sobrevivi un ao a la muerte de pap. As fue como me fui a vivir con abuelo y abuela cuando tena cinco aos.

Segn me cont ella, los dems parientes armaron algo de jaleo a causa de esto, despus del funeral.

Estuvieron discutiendo en grupo durante mucho rato en el jardincillo de nuestra cabaa de la colina acerca de dnde debera ir yo, mientras se repartan la cama pintada, la mesa y las sillas.

Abuelo no deca nada. Se mantuvo apartado a un lado del jardincillo, separado de los dems, y abuela se qued tras l. La mitad de la sangre de abuelo era cheroqui, as como toda la de abuela.

Se irgui sobre el resto de la gente, alto meda un metro noventa, con su gran sombrero negro y su brillante traje, tambin negro, que slo utilizaba para ir a la iglesia y para los funerales. Abuela mantuvo un momento los ojos fijos en el suelo, y luego me mir por encima de la gente. Fui hacia l y me agarr a su pierna con fuerza. No me soltara aunque intentaran separarme.

Abuela me dijo que no llor ni grit nada; simplemente me agarr, y tras un largo rato de estar ellos tirando y yo sujetndome, l baj su gran mano y la apoy sobre mi cabeza.

Dejadle dijo, y los dems me dejaron.

Hablaba muy raramente delante de la gente, pero cuando lo haca los dems escuchaban.

Bajamos de la colina, en la oscura tarde invernal, y anduvimos por la carretera que conduca hacia la ciudad. Abuelo iba delante, a un lado de la carretera; mis ropas.

dentro de un hatillo, colgaban de su hombro. Enseguida aprend que cuando alguien iba detrs de l tena que ir trotando. Abuela iba detrs de m y de vez en cuando se levantaba las faldas para poder seguir su ritmo.

Cuando llegamos a las calles de la ciudad, continuamos andando de la misma manera, siguindole siempre, hasta que llegamos a la parada del autobs. Estuvimos all un rato largo. Abuela lea los letreros con las direcciones de los autobuses cuando stos pasaban. Abuelo dijo que ella saba leer tan bien como cualquier otra persona. Justo cuando empezaba a anochecer, ley la direccin de nuestro autobs.

Esperamos a que todo el mundo se hubiese subido, y fue una buena cosa, pues en cuanto entramos en el autobs comenzaron los problemas. Abuelo entr el primero y se puso en el centro. Abuela estaba de pie en el ltimo escaln, dentro del autobs. Abuelo sac el monedero del bolsillo del pantaln, dispuesto a pagar.

Dnde estn sus billetes? pregunt el conductor en voz tan alta que todos los viajeros del autobs se incorporaron en sus asientos para mirarnos. A abuelo esto no le molest lo ms mnimo. Le dijo al conductor que queramos pagar y abuela le susurr que le explicase adonde bamos. Se lo dijo.

El conductor seal el precio, y mientras abuelo contaba el dinero con cuidado, pues haba poca luz, se volvi hacia la gente, levant la mano derecha y dijo: How!, y se ri; todos se rieron. Yo me sent mejor sabiendo que era amable y que no se enfadaba porque no tuvisemos billete.

Nos fuimos a la parte de atrs del autobs y, al pasar, vi a una mujer que deba de estar enferma. Tena negra la parte que rodea los ojos, de una forma que no era natural, y su boca estaba manchada de sangre roja. Cuando pasamos por su lado se puso la mano ante la boca y la quit luego gritando muy fuerte: Wa... hoooo!. Pens que el dolor se le haba pasado muy rpidamente, pues se ri luego y todos los dems hicieron lo mismo. El

hombre que iba sentado a su lado tambin se ri y le dio una palmada en la pierna. Llevaba un gran alfiler de corbata muy brillante, por lo que me figur que tena dinero y podra llamar a un mdico si lo necesitaba.

Me sent entre mis abuelos, que unieron sus manos.

Me sent bien y me qued dormido.

Ya era noche cerrada cuando bajamos del autobs en una carretera de grava. Mis abuelos comenzaron a andar, l siempre delante, y yo los segu. Haca un fro horroroso. La luna haba salido. Pareca media sanda y alumbraba la carretera, que serpenteaba hasta perderse de vista.

Hasta que dejamos la carretera y empezamos a andar por caminos de carreta llenos de hierba por el centro, no me fij en las montaas. Eran oscuras y sombras, y la media luna estaba justo encima de una de las cimas, tan alta que haba que doblar el cuello hacia atrs para verla bien. Me estremec a causa de la negrura de las montaas.

Abuela dijo detrs de m:

Wales, se est cansando.

l par y se volvi. Me mir. El gran sombrero proyectaba una sombra sobre su cara.

Cuando se ha perdido algo importante, es mejor fatigarse dijo.

Se dio la vuelta y comenz a andar otra vez, pero ahora era ms fcil seguirle.

Iba ms despacio, por lo que supuse que l tambin estaba cansado.

Tras un rato largo pasamos del camino de carretas a un sendero que se diriga hacia las montaas. Pareca que bamos directamente contra una de ellas, pero a medida que avanzbamos, yo vea que las montaas se abran y se curvaban sobre nosotros.

Empezaron a resonar nuestras pisadas a causa del eco, dejndose or a nuestro alrededor murmullos y silbidos entre los rboles, como si todo hubiese cobrado vida.

Haca calor. A nuestro lado se oy un ruido. Una rana saltaba sobre las rocas, parando y volviendo a saltar. Estbamos en una hondonada entre las montaas.

La media luna se perdi de vista, escondida tras la cresta de la montaa, arrojando una luz plateada sobre el cielo. La luz se reflejaba en las crestas y daba la impresin de que estbamos bajo una cpula.

Abuela comenz a tararear una cancioncilla detrs de m. Supe que era india y no necesitaba letra para que su significado estuviera claro; me hizo sentirme seguro.

Un perro aull tan de repente que di un respingo. Lo haca de forma continuada y lastimera, interrumpindose con algunos lamentos, que el eco se encargaba de repetir cada vez ms a lo lejos, en las montaas.

Abuelo dijo:

Debe de ser la vieja Maud. Ya no tiene ni siquiera el olfato de un perro faldero y depende slo de su odo.

Al cabo de un minuto estbamos rodeados de perros que correteaban a nuestro alrededor y me olfateaban para percibir el nuevo olor. La vieja Maud volvi a aullar, esta vez muy cerca, y abuelo dijo:

Cllate, Maud! y entonces se dio cuenta de quin era y vino corriendo y saltando hacia nosotros.

Cruzamos un riachuelo, pasando sobre un tronco que serva de puente, y all estaba la cabaa, hecha de troncos, construida bajo grandes rboles, con la montaa en la parte de atrs y con un porche en la parte delantera.

Tena un gran vestbulo abierto en sus extremos y separando las habitaciones. Algunos lo llamaban la galera, pero los amigos de la montaa lo llamaban la perrera, pues los perros correteaban por all. A un lado haba una gran habitacin en la que se cocinaba, se coma y se viva la mayor parte del tiempo, y al otro lado de la perrera haba dos dormitorios: uno era el de mis abuelos; el otro, el mo.

Me tumb sobre una suave piel de ciervo curtida, puesta en un marco de madera de nogal. A travs de la ventana abierta poda ver los rboles del otro lado del riachuelo iluminados por una luz fantasmal. Me acord

de mam, pensando en el lugar tan extrao en que me encontraba.

Una mano empez a acariciarme la cabeza. Era abuela. que estaba sentada en el suelo a mi lado. Llevaba una gran falda. Su pelo, trenzado, con algunos cabellos plateados, le caa desde los hombros hasta el regazo. Mir a travs de la ventana y comenz a cantar lenta y suavemente:

Han estado sintiendo su llegada

los rboles, el bosque, el viento,

y con su canto le da la bienvenida la montaa.

Pequeo rbol, no te tienen miedo;

saben que tu corazn est lleno de ternura.

Pequeo rbol, nunca estars solo, es su balada.

Escucha, la pequea y muy traviesa Lay-nah,

jugando a charlar y hacer espumas

all arriba, en la montaa, baila.

ste es su canto a la luna:

hoy, a un hermano hemos recibido.

Es Pequeo rbol. Qu hermoso es nuestro nio.

Awi-usdi, el mimoso cervatillo,

y Min-e-lee, codorniz de bellas plumas,

y hasta Kag, la corneja, ren, cantan:

Pequeo rbol es un regalo divino,

es un torrente de fuerza y dulzura;

Pequeo rbol, siempre estaremos contigo.

Cantaba y se meca despacio hacia adelante y hacia atrs. Yo poda or hablar al viento y cantar a Lay-nah, la corriente, contando cosas sobre m a todos mis hermanos.

Yo saba que era Pequeo rbol, y estaba contento de que me amasen y me quisieran. Me dorm y no llor.

La vida

jAbuela haba necesitado las tardes de toda la semana para hacer los mocasines. Se sentaba en la mecedora, que cruja con su peso, trabajando y canturreando mientras la madera de pino crepitaba en la chimenea. Con un cuchillo curvo cort la piel de ciervo, que cosi por los bordes. Cuando termin, moj los mocasines en el agua. Me los puse mojados, hasta que se secaron. Anduve con ellos de un lado para otro hasta que estuvieron suaves y ligeros como el aire.

Esa maana me calc los mocasines despus de haber saltado dentro de mis pantalones de peto y de haberme abrochado la chaqueta. Estaba oscuro y haca fro; era demasiado pronto, incluso para que el viento de la maana se dejara sentir entre los rboles.

Abuelo haba dicho que poda ir con l al sendero alto si me levantaba a tiempo, y aadi que l no iba a despertarme.

Un hombre se despierta por su propia voluntad me dijo, y me haba sonredo.

Pero hizo mucho ruido al levantarse, chocando contra la pared de mi cuarto y hablando de forma innecesariamente alta a abuela. Le o y sal el primero, esperando con los perros en la oscuridad.

De manera que ests aqu dijo, pareciendo sorprendido.

S, seor contest lleno de orgullo.

Seal con el dedo los perros, que saltaban y correteaban a nuestro alrededor.

Vosotros os quedis orden.

Metieron el rabo entre las piernas lloriqueando supli-cantes, y la vieja Maud comenz a aullar. Pero no nos siguieron. Se agruparon inconsolables y observaron cmo nos alejbamos del claro.

Haba subido por el sendero bajo que segua el lecho de la corriente, serpenteando hasta desembocar en un prado donde abuelo tena un establo en el que guardaba su mula y su vaca. Aqu comenzaba el sendero alto, que se bifurcaba hacia la derecha por la ladera de la montaa, yendo siempre hacia arriba su trazado. Yo trotaba detrs y sent la inclinacin del camino.

Pude notar tambin algo ms, como abuela me haba dicho que pasara. Mon-o-lah, la madre tierra, entr en m a travs de mis mocasines. Pude sentir cmo empujaba y se hinchaba en ciertos lugares, y se encoga y ceda en otros... y las races, que constituan las venas de su cuerpo, y el agua, que era como su sangre y que circulaba dentro de ella. Estaba clida y elstica y me senta botar sobre su pecho.

El aire fro haca que mi aliento se condensara. El riachuelo ya estaba bastante abajo. De algunas ramas desnudas de los rboles goteaba agua del deshielo de pequeos carmbanos, y a medida que subamos comenzamos a ver hielo en el sendero. Una luz gris disip ligeramente la oscuridad.

Abuelo se detuvo y seal a un lado del sendero.

Aqu est la pista de los pavos, la ves?

Me arrodill y vi las huellas. Pequeas marcas, como palitos que se unieran en un punto central.

Ahora dijo prepararemos la trampa.

Sali del camino hasta que encontr un agujero.

Lo limpiamos bien, sacando primero las hojas. Luego empu su largo cuchillo y con l hizo un hoyo profundo en el suelo esponjoso. Quitamos la tierra y la esparcimos entre las hojas. Cuando el agujero era tan hondo que superaba mi estatura, abuelo me sac y tap el hoyo con ramitas, esparciendo muchas hojas por encima. Luego, con su cuchillo, hizo un caminito que llegaba hasta la pista de los pavos. Cogi algunos granos de maz indio

rojo de su bolsillo y los ech por el caminito, poniendo un puado en el agujero.

Ahora nos vamos dijo, y volvimos a subir por el sendero alto.

El hielo cruja bajo nuestros pies. La montaa, frente a nosotros, se acercaba ms a medida que el vaco iba pareciendo un pequeo resquicio, dejando ver el riachuelo como el filo de un cuchillo de acero hundido en el fondo del valle.

Nos sentamos sobre las hojas, fuera del sendero, justo cuando el primer rayo de sol toc la cima de la montaa, al otro lado del valle. Abuelo sac de su bolsillo una galleta acida y carne de ciervo para m, y mientras comamos miramos la montaa.

El sol toc la cima como una explosin, mandando sus rayos luminosos por el aire. El intenso brillo de los rboles cubiertos de escarcha haca dao a los ojos, y resbalaba hacia abajo por la montaa, como una ola silenciosa, a medida que el sol haca retirarse la oscuridad de la noche hacia el valle. Una corneja vigilante grazn, avisando que estbamos all.

Entonces, la montaa palpit y dio seales de estar respirando, inundando el aire de nubecillas de vapor. El sol y la brisa despojaban a los rboles de su rgida armadura de hielo.

Abuelo observ, igual que yo, y escuch cmo aumentaban los sonidos con el viento de la maana, que produca un zumbido bajo entre los rboles.

Est reviviendo dijo, suave y bajo, sin quitar sus ojos de la montaa.

S, seor dije , est reviviendo.

Entonces me di cuenta de que abuelo y yo nos entendamos de una forma que la mayora de la gente no conoca.

Las sombras de la noche se retiraron sigilosamente a travs de una pequea pradera cubierta de hierba y brillante de sol. La pradera estaba sobre la ladera de la montaa. Abuelo me seal unas codornices revoloteando y saltando sobre la hierba, comiendo semillas. Luego me hizo mirar hacia arriba, en direccin al helado cielo azul.

No haba nubes, pero al principio no vi la pequea mancha que apareci por el borde de la montaa. Creci. Segua la direccin del sol, para que su sombra no apareciera antes que l. El pjaro aceler su vuelo por la ladera de la montaa. Pareca un esquiador que fuera sobre las copas de los rboles, con las alas medio dobladas... como una bala marrn... ms y ms rpido, en direccin a las codornices.

Abuelo mascull:

Es el viejo Tal-con, el gaviln.

Las codornices se asustaron y aceleraron su vuelo en direccin a los rboles. Pero una fue demasiado lenta. El gaviln atac. Unas plumas volaron por los aires y luego los dos pjaros cayeron al suelo. La cabeza del gaviln suba y bajaba sobre su presa. Enseguida sali volando con la codorniz muerta entre sus garras; subi por la ladera, hasta que desapareci tras la cima.

Yo no llor, pero deba notrseme que estaba triste, pues abuelo dijo:

No te entristezcas, Pequeo rbol. As es la vida. Tal-con cogi la codorniz ms lenta y, por tanto, sta no tendr hijos, que tambin seran lentos. Tal-con come miles de ratas que se alimentan de los huevos de codorniz; de todas, de las rpidas y de las lentas; as es como Tal-con vive segn la vida. l tambin ayuda a las codornices.

Abuelo desenterr con su cuchillo una raz dulce del suelo y la pel, de forma que empez a gotear el lquido que almacenaba en invierno. La cort por la mitad y me dio la parte ms gruesa.

Es la vida dijo suavemente . Coge slo lo que necesites. Cuando caces el ciervo, no cojas el mejor. Coge el ms pequeo y el ms lento, y entonces el ciervo crecer fuerte y siempre te dar carne. Pakoh, la pantera, lo sabe, y t tambin debes saberlo.

Luego se ri:

Tan slo Ti-bi, la abeja, guarda ms de lo que puede usar... Por eso le roban el oso y el mapache... y el cheroqui. As ocurre con la gente que guarda y que engorda cogiendo cosas que no necesita. Los otros se lo quitarn. Y habr guerras... y ellos pronunciarn grandes discursos, intentando coger ms de lo que comparten. Dirn que una bandera les da derecho a hacer esto... y morirn hombres a causa de sus palabras y de la bandera..., pero ellos no cambiarn las reglas de la vida.

Regresamos por el sendero. El sol estaba ya justo sobre nosotros cuando llegamos a la trampa de los pavos. Los podamos or aun antes de ver la trampa. All estaban graznando y haciendo ruido, alarmados.

No hay ninguna tapa sobre el agujero. Por qu no inclinan sus cabezas para ver que hay un hoyo, y as no caeran dentro?

Abuelo estir su brazo dentro del agujero y sac un gran pavo que no cesaba de graznar; at sus patas con un cordel y me sonri.

El viejo Tei-qui es como algunas personas. Como se lo sabe todo, nunca mira hacia abajo para ver qu hay a su alrededor. Tiene la cabeza demasiado alta para poder aprender algo.

Como el conductor del autobs? pregunt.

No poda olvidar al conductor molestando a abuelo.

El conductor del autobs? pareca extraado; luego se ri, y sigui rindose mientras volva a meter la cabeza en el agujero para coger otro pavo.

S brome , como el conductor del autobs. Pareca un poco gallito, ahora que me acuerdo. Pero eso es asunto suyo. Si quiere ir por ah haciendo el tonto, nosotros no debemos pensar en ello.

Tumb los pavos con las patas atadas sobre el suelo. Haba seis, y seal hacia ellos:

Todos tienen ms o menos la misma edad... Eso puede saberse por el grosor de sus crestas. Slo necesitamos tres. As que elige, Pequeo rbol.

Anduve a cuatro patas a su alrededor y los estudi bien. Tena que ser cuidadoso. Volv a inspeccionarlos, hasta que escog los tres que me parecan ms pequeos.

Abuelo no dijo nada. Quit los cordeles de las patas de los otros, que volaron rpidamente hacia la parte baja de la montaa. Se colg dos pavos sobre la espalda.

Puedes llevar el otro? pregunt.

S, seor dije, sin estar seguro de haber obrado bien. Una ligera sonrisa le ilumin la cara:

Si no fueras Pequeo rbol... te llamara Pequeo

Gaviln.

Le segu por el camino abajo. El pavo era pesado, pero yo aguantaba bien su peso. El sol haba cado en direccin a la montaa ms lejana, y se filtraba a travs de las ramas de los rboles, haciendo dibujos dorados por donde bamos andando. El viento haba cesado en aquel atardecer invernal y pude or a abuelo delante de m silbar una cancioncilla. Me hubiera gustado vivir siempre ese momento... pues saba que le haba agradado. Haba aprendido el sentido de la vida.

La tarde del invierno me sorprende andando en la montaa caminando por el sendero empinado,

dejando all abajo, muy abajo, mi pobre cabaa, rastreando la senda de los pavos.

Cheroqui, aqu vives tu cielo anticipado.

xtasis al ver nacer la maana, escuchar el murmullo en la arboleda.

La vida le nace a Mon-o-lah, la tierra, y el pueblo cheroqui vive de ella enamorada.

Aprendo que la vida y que la muerte estn aqu, que ambas son dos hermanas gemelas,[cada da,

que conocer a Mon-o-lah es estar siempre en la vida, que el alma cheroqui la tienes as siempre muy cerca.

Sombras en la pared de la cabaa

En las veladas de aquel invierno nos sentbamos enfrente de la chimenea de piedra. La madera que cogamos de los rboles podridos crepitaba y chisporroteaba a causa de la resina que tena. Proyectando en la pared sombras que saltaban y se contraan para luego volver a agrandarse, hacan que las paredes cobrasen vida con fantsticas apariciones y desapariciones que crecan y se encogan. Haba largos silencios mientras observbamos las llamas y las sombras bailarinas. Abuelo sola romper el silencio con alguno de sus comentarios acerca de las lecturas.

Dos veces por semana, en las noches de los sbados y los domingos, abuela encenda la lmpara de aceite y lea en voz alta. Encender la lmpara era un lujo, y estoy seguro de que lo hacan por m. Tenamos que ser cuidadosos con el aceite. Una vez al mes, abuelo y yo bajbamos al pueblo y yo llevaba la lata de aceite tapando el agujero con una raz, de forma que ni una sola gota se caa en el camino de regreso. Costaba veinticinco centavos llenarla, y demostraba que tena mucha confianza en m dejndome llevarla hasta la cabaa.

Cuando bamos, siempre llevbamos una lista de libros que abuela haba hecho: abuelo enseaba esta lista a la bibliotecaria y devolva los libros de la semana anterior. Me imagino que no conoca los nombres de los autores modernos, pues la lista siempre tena el nombre de Shakespeare, cualquier cosa suya que no hubisemos ledo, pues tampoco saba los ttulos. Algunas veces, esto

le causaba a abuelo muchos problemas con la bibliotecaria. Ella coga diferentes historias de Shakespeare y lea los ttulos. Si abuelo no los recordaba, tena que leer una pgina. A veces le deca que continuase leyendo y la bibliotecaria lea varias pginas. En ocasiones, yo recordaba la historia antes que l, y entonces le tiraba de la pernera de su pantaln y le indicaba que ya habamos ledo ese libro. Poco a poco se convirti en una especie de concurso. Abuelo intentaba decirlo antes de que yo le reconociera, y luego cambiaba de idea; esto confunda a la bibliotecaria.

Al principio se molestaba un poco y le preguntaba para qu quera libros si no saba leer. Le explic que abuela nos los lea. Desde entonces nos haca una lista de lo que habamos ledo ya. Era simptica y sonrea cuando entrbamos por la puerta. Una vez me dio un bastoncito de caramelo rojo, que me guard hasta que salimos fuera. Lo part en dos pedazos y lo compart con abuelo. l slo cogi un trozo pequeo, pues yo no lo haba partido exactamente por la mitad.

Siempre estbamos mirando en el diccionario. Yo tena que aprender cinco palabras por semana, empezando por las primeras letras. Era un ejercicio trabajoso, porque, adems, mientras hablaba durante esa semana, tena que intentar hacer frases utilizando estas palabras. Qu complicado cuando todas las palabras que uno aprende comienzan por A o por B!

Pero tambin haba otros libros: uno era La cada del Imperio romano..., y haba autores, como Shelley y Byron, que abuela no conoca. Pero la bibliotecaria mandaba tambin libros de esos autores.

Abuela lea despacio, inclinando su cabeza sobre el libro, con sus largas trenzas, que le llegaban casi hasta el suelo. Abuelo se meca con un movimiento lento adelante y atrs, y cuando llegbamos a un fragmento interesante dejaba su balanceo.

Cuando abuela lea Macbeth, yo vea el castillo y las brujas cobrando vida en las sombras de la pared, y me

acercaba todava ms a la mecedora de abuelo. l dejaba de moverse cuando llegbamos a la parte de las pualadas, la sangre y todo eso. Deca que nada de eso hubiese ocurrido si la seora de Macbeth hubiese hecho lo que debe hacer una mujer y no hubiese metido las narices donde slo le corresponda meterlas a su marido; adems, no era una seora y no saba cmo, en un libro, podan llamarla as. Hablaba as por la emocin de la primera lectura. Despus, tras haber meditado la historia en su mente, coment que sin duda alguna haba algo que no estaba bien en la mujer, y se neg a llamarla seora. Aunque aadi que una vez vio una cierva en celo que no pudo encontrar su ciervo, correr como loca chocndose contra los rboles y finalmente ahogarse en el arroyo. Conjetur que no haba forma de saberlo, pues Shakespeare no lo indicaba, pero crea que toda la culpa se le poda echar a Macbeth, porque pareca que el hombre no tena voluntad propia y era un indeciso.

Se preocup por el tema considerablemente, pero al final decidi que la mayor parte de la culpa la tena la seora Macbeth, pues poda haber mostrado la maldad de su corazn de otra forma, como golpendose la cabeza contra la pared o algo as, en vez de ir por ah matando a la gente.

Abuelo estaba del lado de Julio Csar en su asesinato. No estaba de acuerdo con todo lo que haba hecho, porque adems no saba todo lo que Csar haba hecho, pero opinaba que Bruto y los suyos eran la panda ms baja y rastrera de la que nunca haba odo hablar, por la forma en que haban atacado a Julio Csar, amparndose en su nmero y apualndole hasta causarle la muerte. Le pareca que si tenan alguna disputa con Csar, deberan haberlo discutido e intentado resolverlo. Se acalor tanto que abuela tuvo que calmarle diciendo que todos los presentes estbamos a favor de Csar y que, por tanto, no tena con quin discutir, y de cualquier forma, haba pasado haca tanto tiempo, que dudaba de que pudiese hacerse nada ahora.

Pero cuando de verdad tuvimos problemas fue con George Washington. Para entender lo que l significaba para abuelo, hay que saber algunos de los antecedentes.

Abuelo tena todos los enemigos que tiene un hombre de la montaa. Adems era pobre, aunque no lo iba pregonando, y gran parte de su sangre era india. Me imagino que hoy a los enemigos se les apostillara el sistema, pero abuelo, al sheriff o al agente federal o estatal, o a cualquier poltico de la clase que fuera, les llamaba la ley, lo que para l equivala a una serie de monstruos poderosos, a quienes no les importaba lo ms mnimo la vida de los dems.

Aseguraba que era un hombre adulto cuando se enter de que hacer gisqui iba contra la ley. Dijo que haba tenido un primo que nunca lo supo y se fue a la tumba sin saberlo. Contaba que su primo sospechaba que la ley siempre estaba en su contra, porque no haba votado correctamente, pero nunca pudo saber bien cul era la forma de votar correctamente. Siempre pens que su primo tuvo una muerte prematura de tanto preocuparse durante la poca de elecciones sobre cul era la mejor forma de votar. Se puso tan nervioso, que comenz a beber en demasa, lo cual acab matndole. Echaba la culpa de su muerte a los polticos, quienes, segn deca, eran los responsables de prcticamente todas las muertes de la historia.

Leyendo un viejo libro de historia, aos ms tarde, descubr que abuela se haba saltado los captulos de George Washington luchando contra los indios, y que slo haba ledo las cosas buenas acerca de l para dar a abuelo alguien a quien admirar. Sin embargo, no tena el menor respeto por Andrew Jackson ni, como dije, por ningn otro poltico que yo recuerde.

Despus de escuchar las lecturas de abuela comenz a referirse a George Washington en muchos de sus comentarios..., considerndole como un ejemplo esperanzador de que poda haber algn hombre bueno dentro de la poltica.

Hasta que abuela se descuid y ley algo acerca del impuesto del gisqui.

Ley el pasaje en el que se deca que Washington pensaba poner impuestos a los fabricantes de gisqui e iba a decir quin poda hacer gisqui y quin no. Ley otro prrafo en el que Mr. Thomas Jefferson le deca a Washington que eso era algo equivocado, que los pobres granjeros de la montaa tenan muy poca tierra, y no podan cultivar todo el grano que podan cultivar los grandes terratenientes de las llanuras. Ley que Mr. Jefferson le explic que la nica forma en que los campesinos de las montaas podan sacar algn beneficio del grano era fabricando gisqui. El asunto haba causado problemas en Irlanda y en Escocia de hecho, el sabor tostado que tiene el gisqui escocs se debe a que algunos granjeros tuvieron que huir apresuradamente de los hombres del rey, teniendo que dejar las calderas del grano en el fuego . Pero George Washington no quiso escuchar y aprob el impuesto sobre el gisqui.

Fue un duro golpe para abuelo. No sigui balancendose, pero no dijo nada; simplemente mir el fuego con una mirada perdida en sus ojos. Abuela se sinti mal despus de haberlo ledo, le dio unas palmaditas en el hombro y le puso la mano alrededor de la cintura cuando se fueron a la cama. Yo me sent casi tan mal como l.

Un mes ms tarde, cuando bamos de camino hacia el pueblo, fue cuando me di cuenta de cunto le haba afectado el suceso. Habamos bajado por el sendero, yendo l delante, para luego ir por el camino de carretas..., y finalmente por la carretera. De vez en cuando pasaba algn coche, pero abuelo nunca prestaba atencin, pues jams dejaba que nadie le llevara. De repente un coche par a nuestro lado. Era un coche abierto, sin ventanas y tena una lona por encima. El hombre que iba dentro estaba vestido como un poltico, y yo saba que abuelo no iba a querer montar, pero me llev una sorpresa.

El sujeto sac la cabeza fuera de la ventanilla y grit: Quieren que los lleve?

Abuelo dud slo un momento; luego dijo gracias, y entr, indicndome que subiera atrs. Bajamos por la carretera y fue emocionante para m sentir lo rpido que bamos.

Abuelo se mantena tan derecho como un palo; para ir sentado en el coche con el sombrero puesto, resultaba demasiado alto. No se lo quiso quitar, as que no tuvo ms remedio que inclinarse, con la espalda en ngulo respecto al parabrisas. Esto produca la impresin de que estaba estudiando la carretera y la forma en que conduca el poltico, lo que puso a ste nervioso. Abuelo no le estaba prestando la menor atencin. Finalmente, el poltico dijo:

Van al pueblo?

Abuelo respondi:

S y seguimos el viaje.

Es usted granjero?

Algo fue la respuesta.

Yo soy catedrtico de la Universidad del Estado asegur el conductor, y not que estaba orgulloso de decirlo.

Yo estaba sorprendido y contento de que no se tratara de un poltico. Abuelo no dijo nada.

Es usted indio?

S.

Oh! dijo el catedrtico, como si eso lo explicara todo.

De repente, abuelo gir la cabeza hacia el catedrtico y dijo:

Qu es lo que sabe usted acerca del impuesto que pona George Washington a los fabricantes de gisqui? pareca que iba a abofetear al catedrtico.

El impuesto del gisqui? grit muy alto.

S, el impuesto del gisqui.

No s contest . Se refiere al general George Washington?

Hubo ms de uno? pregunt sorprendido.

Tambin me haba dejado asombrado a m.

Nooo... dijo el catedrtico , pero no s nada del tema.

Aquello me pareci algo sospechoso, y pude ver que a abuelo tampoco le satisfaca mucho. El catedrtico mir al frente y me dio la impresin de que cada vez bamos ms deprisa. Abuelo segua estudiando la carretera a travs del parabrisas, y entonces comprend por qu haba dejado que le llevaran en coche.

Volvi a hablar, pero no haba mucha esperanza en su voz:

Sabe usted si el general Washington se hizo alguna vez una herida en la cabeza? Habiendo intervenido en tantas batallas, quiz alguna bala le dio en la cabeza.

El catedrtico no le mir, y cada vez se le notaba ms nervioso.

Ah! Eso es grit . Yo doy clase de ingls; no s nada acerca de George Washington.

Llegamos a las primeras casas del pueblo y abuelo dijo que nos bajbamos. No estbamos cerca de ningn sitio de los que bamos. Cuando nos bajamos a un lado de la carretera, se quit el sombrero para agradecer al catedrtico, que, apenas habamos tocado el suelo, haba desaparecido entre una nube de polvo. Abuelo dijo que era la educacin que esperaba de un tipo como aqul. Estaba de acuerdo en que el catedrtico actuaba de una forma sospechosa, y que poda haberse tratado de un poltico hacindose pasar por un catedrtico, pues haba odo que la mayora de ellos estaban locos.

Me cont que se imaginaba que George Washington se haba hecho una herida en la cabeza en alguna de las batallas, lo que poda ser la explicacin de cosas como el impuesto sobre el gisqui. Dijo que l tena un to al que una mula dio una coz en la cabeza, y que desde entonces nunca volvi a ser totalmente normal, aunque dijo que l tena su propia opinin sobre el caso, que nunca haba hecho pblica: su to, segn su versin, slo estaba loco cuando quera, como cuando su vecino descubri juntos

en la cama a su mujer y al to, y ste sali corriendo a cuatro patas como un perro y comenz a comer tierra. Pero dijo que nadie pudo saber nunca si de verdad estaba loco, o si simplemente se hacia el loco...; por lo menos, el vecino no lo supo. Su to vivi apaciblemente y muri tranquilo en su cama. De cualquier forma, deca que no era quin para juzgar el caso. La herida de George Washington me pareci una idea razonable, y quiz tambin fue la causa de sus otros errores.El zorro y los sabuesos

Era una tarde invernal cuando abuelo cogi a la vieja Maud y a Ringer y los meti en la cabaa. Dijo que no quera que se pusieran en peligro actuando como lo iban a hacer los otros perros. Me imagin que algo iba a ocurrir. Abuela ya lo saba; sus ojos brillaban como luces negras. Me visti con una camisa de ciervo como la de abuelo y me puso la mano en el hombro como le haba hecho a l. Yo me sent mayor.

No pregunt, pero me qued por all. Me dio una bolsa de galletas y carne y dijo:

Esta noche me sentar en el porche, escuchar y os oir.

Fuimos a la parte delantera de la casa y abuelo silb a los perros. Salimos atravesando el riachuelo. Los perros nos adelantaban y volvan de nuevo hacia donde estbamos, rpidos y nerviosos.

Mantena a sus perros slo por dos razones. Una era su plantacin de grano: cada primavera y verano asignaba a la vieja Maud y a Ringer el trabajo de vigilar, porque los ciervos, mapaches, cerdos y cornejas queran comerse el grano.

Como haba dicho, la vieja Maud no tena ningn olfato, y por tanto era inservible para seguir la pista de un zorro, pero tena un odo muy fino y buena vista y con este trabajo, por lo menos, tena algo que hacer y poda estar orgullosa pensando que serva para algo. No es bueno que un perro o cualquier otro ser tenga el sentimiento de que no sirve para nada.

Ringer haba sido un buen perro para rastrear pistas. Ahora se estaba haciendo viejo. Su rabo estaba roto, lo que no le daba un buen aspecto, y no poda ver ni or bien. Pona a Ringer con Maud para que pudiese ayudar y se sintiese til en su vejez; eso lo dignificaba y el perro andaba con las patas estiradas, sintindose muy importante, especialmente en los perodos en que tena que vigilar el grano.

Mientras el grano maduraba, daba de comer a Maud y a Ringer en el establo, que no estaba lejos del sembrado. Se estaban all pacientes. La vieja Maud serva de ojos y odos para Ringer. Si vea algo en el sembrado, se lanzaba en esa direccin, ladrando como si el grano le perteneciera; Ringer la segua haciendo lo mismo.

Iban corriendo por entre los cereales; poda ocurrir que la vieja Maud viese un mapache, y luego corriese pasando de largo, pues no poda olerlo..., pero entonces, Ringer, siguindola de cerca, s lo olfateaba. Pona su morro sobre el suelo y sala ladrando tras el mapache. Lo persegua por todo el sembrado, y luego lo segua hasta que su vctima tena que subirse a un rbol. Volva con un aspecto algo triste; pero ni l ni la vieja Maud se rendan nunca. Cumplan con su trabajo. La otra razn por la que mantena sus perros era por simple diversin: para seguir el rastro de los zorros. Nunca usaba perros para cazar. No los necesitaba. Conoca los sitios donde los animales coman y beban, conoca sus hbitos y las pistas que dejaban, incluso la forma de pensar y las caractersticas de todos los animales, mucho mejor de lo que ningn perro puede aprender.

El zorro rojo corre en crculo cuando es perseguido por los perros. Teniendo su madriguera como centro, corre en un crculo que mide alrededor de una milla de dimetro. Siempre, mientras corre, utiliza trucos: anda de espaldas, se mete en el agua y deja falsas pistas, pero siempre se mantiene alrededor del crculo. A medida que se va cansando, hace el crculo ms y ms pequeo, hasta que se retira a su madriguera.

Cuanto ms corre, ms se sofoca, y su lengua echa

olores ms intensos que los perros olfatean y comienzan a ladrar ms y ms fuerte. A esto se le llama pista caliente.

Cuando el zorro gris corre, describe la figura de un ocho, y su madriguera est prcticamente donde se cruza su recorrido cada vez que hace el ocho.

Tambin conoca la forma de pensar del mapache y se rea de sus travesuras y juraba solemnemente que en algunas ocasiones los mapaches se haban redo de l. Saba por dnde corra el pavo y poda seguir una abeja desde el agua a su colmena con slo una mirada. Poda hacer que un ciervo se le acercara, pues conoca su natural curiosidad, y poda andar por entre una nidada de codornices sin que stas moviesen una pluma. Pero nunca las molestaba ms all de lo que necesitaba, y s que ellas lo entendan.

Viva con la caza, no de ella. Tena buenas relaciones con los hombres blancos de la montaa. Pero stos cogan sus perros e iban de un lado a otro, disparando contra todo, hasta que todos los animales se escondan. Si vean una docena de pavos, los mataban a todos si podan.

Pero le respetaban como un hombre sabio del bosque. Yo poda notarlo en sus ojos y en la forma en que se tocaban el sombrero cuando se encontraban con l en la tienda. Se mantenan, con sus perros y sus rifles, fuera de las hondonadas donde l estaba, y se quejaban de que la caza era cada vez ms escasa donde estaban ellos. Abuelo mova a menudo la cabeza, escuchando sus comentarios, y nunca deca nada. Pero me lo dijo a m. Ellos nunca comprenderan la vida del cheroqui.

Con los perros corriendo detrs, yo trotaba tras l. Era excitante y misterioso cuando el sol se pona, y la luz variaba de rojo anaranjado a color sangre, cambiando y oscurecindose constantemente, como si la luz del da estuviese viva, pero murindose. Incluso la brisa del crepsculo produca un silbido sigiloso, como si tuviese cosas que contar que no pudiese decir libremente.

Los animales se iban yendo a sus madrigueras y las criaturas de la noche salan de caza. Cuando pasamos por la pradera, delante del establo, se detuvo, y yo me qued prcticamente debajo de l.

Una lechuza volaba hacia nosotros, movindose a la altura de la cabeza de abuelo. Pas a nuestro lado sin hacer ningn ruido, ni un murmullo, ni un roce con sus alas. Se mova silenciosamente, como un fantasma.

Una lechuza dijo abuelo ; es la que se oye a veces por la noche y suena como si fuera una mujer quejndose. Va a cazar ratas.

No quera molestar a la vieja lechuza mientras cazaba ratas, y me mantuve entre abuelo y el establo mientras pasbamos.

La oscuridad comenz a hacerse ms profunda y las montaas se acercaban por ambos lados a medida que andbamos. Pronto llegamos a una bifurcacin del camino y cogimos el de la izquierda. Ahora el camino era muy estrecho. Slo haba una pequea senda para avanzar al borde del riachuelo. Abuelo llamaba a este lugar El Estrecho. Pareca que si uno estiraba los brazos tocara las montaas por ambos lados.

Suban empinadas, oscuras y adornadas con las copas de los rboles, dejando una pequea franja de cielo estrellado justo sobre nosotros. Muy lejos, una zurita lanz su llamada, larga y estridente. Las montaas recogieron el sonido, y mediante el eco lo multiplicaron una y otra vez, llevndolo cada vez ms lejos hasta que muri, a tanta distancia, que aquello era ms un recuerdo que un sonido.

Todo estaba muy solitario y yo trotaba justo tras los talones de abuelo. Ningn perro se qued detrs de m, lo que me hubiese gustado. Se mantenan delante de abuelo, corriendo hacia l de vez en cuando, deseosos de que les mandara tras la pista.

El estrecho se empin. Empec a or ruido de agua. Era un arroyo que cruzaba lo que abuelo llamaba el desfiladero colgado.

Salimos del camino y subimos por la montaa, dejando el arroyo debajo de nosotros. Abuelo lanz a los perros. Todo lo que tuvo que hacer fue una seal y decir Id!, y salieron, dando pequeos chillidos como los nios cuando van a coger fresas, como l deca..

Nos sentamos junto a un pimpollo que haba sobre el arroyo. Haca calor. Los pimpollos desprenden calor; en verano uno debe sentarse bajo un roble o un nogal o algo as, pues el pino recoge mucho el calor.

Las estrellas se reflejaban en el arroyo, movindose con las ondas. Abuelo dijo que pronto comenzaramos a escuchar a los perros, en cuanto encontrasen la pista del viejo Slick. As era como llamaba al zorro.

Estbamos en el territorio del Viejo Slick. Le conoca desde haca cinco aos, ms o menos. La mayora de la gente piensa que todos los cazadores de zorros llegan a cazarlos. Pero no es verdad. Abuelo nunca mat un zorro en su vida. La razn para la caza del zorro la constituyen los perros, el placer de escuchar cmo siguen la pista.

Siempre llamaba a los sabuesos una vez que el zorro se meta en la madriguera. Alguna vez, cuando el viejo Slick se mora de aburrimiento, haba llegado a ir hasta la cabaa y se haba sentado en el claro de enfrente, esperando que abuelo y los perros fueran tras su pista. A veces, los perros causaban algunas molestias a abuelo, pues se iban ladrando y chillando sin su permiso tras el viejo Slick montaas arriba.

Le gustaba perseguir al viejo Slick cuando ste estaba malhumorado y no tena ganas de jugar. Si un zorro quiere meterse en la madriguera, utiliza ingeniosos trucos para alejar a los perros. Cuando tiene ganas de jugar, se mueve por todo el campo.

Lo curioso era que el viejo Slick saba que cuando lo perseguan y l no tena ganas de jugar, era una especie de castigo por haber estado molestando a abuelo, merodeando por la cabaa.

La luna sali sobre la montaa en cuarto menguante.

Llen de sombras el terreno entre los pinos, su luz se reflej en el arroyo e ilumin los pequeos jirones de niebla, dndoles el aspecto de barquitos plateados atravesando El Estrecho.

Abuelo se apoy en un pino y estir las piernas. Yo hice lo mismo y puse el saco con los alimentos a mi lado. Era misin ma el cuidar de ellos. No muy lejos son un ladrido largo y profundo.

se es el viejo Rippitt dijo abuelo y se ri por lo bajo y es una maldita mentira. Rippitt sabe lo que buscamos... pero no puede esperar. Por eso hace como si hubiese encontrado una pista. Escucha lo falso que suena su ladrido. Sabe que est mintiendo.

Verdaderamente sonaba como l deca.

Seguro que lo que est diciendo es una maldita mentira dije.

Podamos usar ese lenguaje cuando abuela no estaba cerca.

Al cabo de un minuto, los otros perros se dieron cuenta de la mentira, pues ya no ladraban, sino que aullaban a su alrededor. En las montaas llaman a eso un perro farolero. Volvi el silencio.

Al cabo de un rato, un ladrido profundo rompi la calma. Era largo y vena de lejos. Supe desde el principio que ste era el verdadero, pues se notaba nerviosismo en l. Los dems perros lo imitaron.

se es Blue Boy dijo abuelo ; pronto tendr el mejor olfato de la montaa, y se es Little Red, tras l..., y all est Bess.

Se oy otro ladrido, ste algo frentico.

Y all est el viejo Rippitt, continuando al fin.

Ahora, los ladridos sonaban a todo volumen, alejndose cada vez ms; el eco los haca resonar de un lado a otro, hasta que pareca que haba perros por todas partes. Luego, todo fue silencio.

Estn en la parte de atrs de la montaa Clinch asegur abuelo. Escuch con cuidado, pero no pude or nada.

Un gaviln nocturno emiti un psss desde la ladera de la montaa de detrs de nosotros, cortando el aire con un silbido afilado. Al otro lado del arroyo, un bho le contest: zu... iu, iueiuuauuu.

Abuelo ri por lo bajo.

El bho se queda en el valle; el gaviln ocupa las cimas. A veces, el viejo gaviln se figura que hay fciles presas cerca del agua, y al bho no le gusta eso.

Un pez salt en el arroyo, salpicando. Yo estaba empezando a preocuparme.

No se habrn perdido? le murmur a abuelo.

No dijo ; los oiremos dentro de un minuto y saldrn al otro lado de la montaa Clinch; corrern por esa ladera, delante de nosotros.

Efectivamente. Primero se les oy muy lejos, dbil mente. Luego, cada vez ms fuerte. All venan ladrando y aullando, faldeando la ladera, yendo hacia donde estbamos. Cruzaron el arroyo en algn punto ms abajo. Entonces corrieron por la montaa de detrs de nosotros y volvieron a ir hacia la montaa Clinch. Esta vez corran por la ladera prxima a la montaa y los oamos durante todo el tiempo.

El viejo Slick est estrechando el crculo dijo abuelo . Esta vez, tras cruzar el arroyo, puede conducirlos justo delante de nosotros.

Estaba en lo cierto. Los omos chapotear a travs del ro, no muy lejos de nosotros... y mientras chapoteaban y ladraban, abuelo se sent, inmvil, y me cogi del brazo.

All est murmur.

all estaba. Apareci por entre unos juncos en el arroyo. Iba trotando, con la lengua fuera y con una larga cola peluda que colgaba descuidadamente tras l. Tena los orejas puntiagudas y corra cuidadosamente, tomando su tiempo para moverse alrededor de los matorrales. De repente se par, levant un pata delantera y se la chup; luego volvi la cabeza hacia el lugar de donde partan los ladridos de los perros y continu.

Abajo, enfrente de donde estbamos, haba algunas piedras que sobresalan del agua; cinco o seis de ellas llegaban casi hasta el centro del arroyo. Cuando el viejo Slick lleg al lugar en donde estaban las piedras, se par y mir hacia atrs, como si estuviese calculando a qu distancia estaban los perros. Luego se sent, muy tranquilo, dndonos la espalda y, simplemente, se dedic a mirar el arroyo. La luna coloreaba intensamente de rojo su pelo. Los perros se iban acercando.

Abuelo me apret el brazo.

Mralo ahora!

El viejo Slick salt desde el borde del arroyo hasta la primera piedra. Se par all un minuto y bail sobre la piedra. Luego salt hasta la siguiente y volvi a bailar. Luego, a la siguiente y la siguiente, hasta que lleg a la ltima, casi en el centro del arroyo.

Entonces volvi, saltando de roca en roca, hasta llegar a la primera piedra. Se le vio escuchar intensamente, saltar al agua y chapotear corriente arriba, hasta que se perdi de vista. Haba apurado mucho el tiempo, pues apenas haba desaparecido cuando llegaron los perros.

Blue Boy iba el primero, con su nariz pegada al suelo. El viejo Rippitt le pisaba los talones, y Bess y Little Red, muy juntos, iban detrs. De vez en cuando, uno de ellos levantaba el hocico y lanzaba un uuuauuuuoooooooooh! que helaba la sangre.

Llegaron al lugar donde estaban las piedras que sobresalan del arroyo. Blue Boy no vacilaba nunca. All estaba, saltando de una roca a otra y los dems detrs.

Cuando llegaron a la ltima piedra en el centro del arroyo, Blue Boy se par, pero el viejo Rippitt continu. Salt al agua, como si no hubiese ninguna duda de por dnde iba la pista, y comenz a nadar hacia la otra orilla. Bess salt tras l y tambin empez a nadar.

Blue Boy elev el morro y comenz a olfatear el aire. Little Red se qued all en la piedra con l. Al cabo de un minuto, Blue Boy y Little Red saltaron por las piedras en direccin a nosotros. Llegaron a la orilla, yendo siempre Blue Boy por delante. Entonces encontr la pista del viejo Slick. y ladr largo rato. Little Red le hizo coro.

Bess dio la vuelta mientras todava estaba nadando y regres. El viejo Rippitt corra de un lado a otro por la otra orilla, totalmente perdido. Aullaba y grua, y corra adelante y atrs con la nariz pegada al suelo. Cuando oy a Blue Boy, salt al agua y nad con mucha fuerza, salpicando sobre su cabeza, hasta que lleg a la orilla y encontr la pista detrs de los dems.

Abuelo y yo nos remos como locos hasta casi rodar por la ladera. Yo perd el equilibrio y rod hasta un matorral. Todava estbamos rindonos cuando decidi que nos furamos de all.

Saba que el viejo Slick iba a utilizar ese truco y por eso haba elegido ese lugar para escondernos. Aadi que, sin duda alguna, el viejo Slick se haba sentado por all cerca para poder observar a los perros. La razn por la que haba esperado quieto a que los perros se acercaran era para que el olor estuviese fresco sobre las piedras, seguro de que los sentimientos de los perros iban a poder ms que sus sentidos cuando estaban excitados. El truco funcion bien con el viejo Rippitt y con Bess, pero no con Blue Boy y Little Red.

Abuelo me cont que muchas veces haba visto lo mismo: que los sentimientos podan ms que la razn, convirtiendo a la gente en tontos tan grandes como lo haba sido el viejo Rippitt. Creo que estaba en lo cierto.

Haba amanecido, y yo ni siquiera me haba dado cuenta. Bajamos hasta la orilla del arroyo y comimos nuestras galletas cidas y la carne. Los perros volvan a ladrar y venan por la ladera, frente a nosotros.

El sol ilumin la montaa, reflejando los rboles en el arroyo; de entre las ramas salieron algunas cornejas y un petirrojo.

Abuelo meti su cuchillo entre la corteza de un cedro

e hizo un cucharn doblando un extremo de la corteza. Cogimos agua fra y cristalina del arroyo. Se podan ver los guijarros en el fondo. El agua tena un sabor a cedro que me dio todava ms hambre. Pero nos habamos comido ya todas las galletas.

Abuelo continu diciendo que el viejo Slick poda venir por la otra orilla esta vez, y lo podramos ver de nuevo, pero tendramos que estar callados. No me mov ni cuando las hormigas subieron por mi pierna, a pesar de lo que me molestaban. Abuelo lo vio y me dijo que me las poda sacudir, que el viejo Slick no notara ese movimiento. As lo hice.

Un rato despus, cuando los perros estaban otra vez cerca, volvimos a ver al viejo Slick subiendo despacio por la orilla de enfrente. Abuelo silb. El viejo zorro se detuvo y mir hacia la otra orilla, hacia nosotros. Estuvo all un instante, con los ojos rasgados como si estuviese sonriendo; luego resopl y se perdi de vista.

Abuelo asegur que el viejo Slick resoplaba molesto por los inconvenientes que le estbamos causando.

Aadi que algunos tipos le haban contado que haban odo hablar de zorros que se relevan, pero que l los haba visto realmente. Me cont que haca algunos aos haba estado siguiendo la pista de unos zorros y estaba sentado sobre un nogal en el claro de un bosque.

Un zorro rojo lleg con los perros tras l, se par ante un tronco hueco y dio una especie de ladrido. Del tronco sali otro zorro, y el primero se guareci. El segundo sali corriendo, llevando a los perros tras su pista. Abuelo se acerc al rbol y realmente pudo or roncar al zorro, mientras los perros pasaban a pocos metros de l. Aadi que los viejos zorros tienen tanta confianza en s mismos que no les importa la cercana de los perros.

Aqu llegaban ya Blue Boy y los dems, subiendo por la orilla del arroyo. Ladraban cada dos o tres pasos... Era una pista fresca. Se perdieron de vista y, tras un minuto, un ladrido se destac de los dems y se convirti en aullidos y alaridos.

Abuelo se enfad:

Maldicin! El viejo Rippitt quiere atajar otra vez y hacerle una trampa al viejo Slick. Se ha ido y se ha perdido. En las montaas se llama a eso un perro tramposo.

Abuelo opin que tendramos que comenzar a ladrar y a gritar para orientar al viejo Rippitt hacia nosotros, y eso terminara con la bsqueda de la pista, pues los dems tambin vendran. As lo hicimos.

Yo no poda emitir aullidos tan largos como los suyos. Eran interminables. Pero lo hice bastante bien, en opinin del abuelo.

Vinieron rpidamente y el viejo Rippitt estaba avergonzado de lo que haba hecho. Se qued andando detrs de los dems, esperando, me imagino, pasar inadvertido. Segn abuelo le estaba bien empleado, y quiz esta vez aprendiese que no se puede hacer trampas sin crearse muchos problemas a uno mismo.

El sol marcaba el medioda cuando abandonamos el desfiladero colgado y fuimos por El Estrecho en direccin a casa. Los perros arrastraban las patas por el camino. Era evidente su agotamiento. Yo tambin lo estaba y me hubiera resultado bastante difcil aguantar el paso, de no ser porque abuelo tambin estaba fatigado y andaba despacio.

Al atardecer divisamos la cabaa y a abuela. Haba salido al camino para recibimos. Me cogi en brazos y puso el brazo alrededor de la cintura de abuelo. Me imagino que deba de estar muy cansado, pues me qued dormido en su hombro y no s cundo llegamos a la cabaa.

Te quiero, Bonnie Bee

Cuando miro hacia atrs en el tiempo, pienso que abuelo y yo debamos de ser bastante tontos. No me refiero a cosas como las montaas o la caza; pero s cuando se trataba de libros o de palabras.

bamos siempre a abuela con nuestras dudas, y ella nos las resolva.

Como la vez en que la seorita nos pregunt en qu direccin deba ir.

Habamos estado en el pueblo y volvamos a casa bastante cargados. Llevbamos tantos libros, que nos los repartimos entre los dos. Abuelo estaba alarmado por el nmero de libros. Dijo que la bibliotecaria nos mandaba demasiados cada mes, y comenzaba a mezclar personajes de las distintas historias.

El mes pasado estuvo discutiendo si Alejandro Magno, apoyado por los grandes banqueros en el congreso, intent competir con Jefferson. Abuela le haba dicho que Alejando Magno no haba sido un poltico de esa poca, y de hecho, ni siquiera viva ya entonces. Pero a l se le haba metido en la cabeza, y tuvimos que volver a pedir el libro de Alejandro Magno.

Estaba razonablemente seguro de que el libro iba a corroborar lo que deca abuela. Yo tambin estaba bastante seguro, pues nunca la haba visto equivocarse en materia de libros.

Convencidos de que ella tena razn, abuelo haba llegado rpidamente a la conclusin de que llevar demasiados libros causaba confusin.

De cualquier forma, yo llevaba uno de los libros de Shakespeare y el diccionario, adems de la lata del acei- te. Abuelo llevaba el resto de los libros y una lata de caf. A abuela le encantaba el caf y, como abuelo, pens que el caf nos ayudara cuando leysemos Alejandro Magno, pues el tema haba sido una preocupacin para abuela durante todo el mes.

Estbamos en la carretera del pueblo, yendo yo tras abuelo, cuando un gran coche negro se par a nuestro lado. Era el coche ms grande que yo haba visto nunca. Viajaban en l dos seoritas y dos hombres.

Tena ventanas de cristal, que se metan por dentro de la puerta cuando se bajaban.

Nunca habamos visto nada igual, y ambos observamos la ventana cuando se baj y se perdi de vista dentro de la puerta. Ms tarde abuelo me dijo que la haba mirado de cerca y que haba una pequea ranura en la puerta por donde poda meterse el cristal. Yo no lo vi, pues no era lo suficientemente alto.

La seorita estaba muy bien vestida, con anillos en los dedos y grandes bolas que le colgaban de las orejas.

Por dnde se va a Chatanooga? pregunt.

Apenas se oa el motor del automvil.

Abuelo dej la lata de caf en el suelo y coloc sus libros encima para que no se mancharan. Solt la lata del aceite, pues abuelo siempre deca que cuando alguien habla hay que tratarle con respeto y prestarle atencin a lo que dice. Despus de haber hecho eso, abuelo se quit el sombrero, lo que pareci sentarle mal a la dama, pues grit:

He dicho que por dnde se va a Chatanooga, est usted sordo?No, seora; mi odo y mi salud estn muy bien hoy, gracias, Cmo est el suyo? contest.

Abuelo lo preguntaba muy seriamente, pues era su costumbre interesarse por el estado de la gente.

Nos sorprendimos mucho cuando la mujer hizo gestos. como si estuviese enfadada, quiz porque los otros ocupantes del automvil se estaban riendo de algo que deba haber hecho.

Grit ms fuerte:

Nos va a decir cmo se va a Chatanooga?

S, seora contest.

Bueno dijo la seorita . Dgalo!

Bien dijo abuelo ; primero, estn ustedes en una direccin incorrecta, en direccin este. Necesitan ustedes ir hacia el oeste. Pero no directamente al oeste, sino ligeramente desviados hacia el norte, ms o menos en la direccin en que est aquella montaa... Esto debe llevarlos all.

Abuelo volvi a ponerse el sombrero y nos agachamos para recoger nuestras cosas.

La seorita sac la cabeza por la ventanilla;

Lo dice en serio? grit . Qu carretera tomamos?

Abuelo se estir extraado:

Me imagino que cualquiera que vaya al oeste, sin olvidar desviarse un poco hacia el norte.

Quines son ustedes, dos forasteros? grit la mujer.

Esto le dej perplejo; tambin me lo dej a m, pues nunca haba odo la palabra, y me parece que tampoco l la haba odo nunca. Mir a la seorita sin decir nada durante un rato, y luego dijo finalmente:

Me imagino que s.

El gran automvil arranc, yendo en la direccin en que iba antes, que era la direccin este, el camino errneo. Abuelo movi la cabeza y dijo que en sus setenta aos se haba encontrado con gente loca, pero la mujer aquella superaba a todos. Le pregunt si poda tratarse de un poltico, pero l dijo que nunca haba odo hablar de ninguna mujer que se dedicara a la poltica, aunque s poda tratarse de la mujer de algn poltico.

Llegamos a los caminos de carreta. Siempre, al volver del pueblo, cuando llegbamos a los senderos yo comenzaba a pensar en algo que preguntarle. Se paraba cuando le hablaban, como ya dije, para prestar atencin a lo que se le deca. Esto me daba una oportunidad para ponerme

a su altura. Me imagino que yo era pequeo para mi edad cinco, casi seis aos , pues mi coronilla llegaba un poquito ms arriba de sus rodillas, y estaba siempre en un trote continuo tras l.

Me haba quedado bastante retrasado, y casi corra para acortar la distancia:

Abuelo, has estado alguna vez en Chatanooga?

Se par:

Noooo! dijo , pero casi fui una vez.

Llegu hasta donde estaba y solt la lata de aceite.

Debi ser hacer veinte.., quiz hace treinta aos, supongo dijo . Yo tena un to que se llamaba Enoch. Era el ms joven de los hermanos de mi padre. A veces se emborrachaba y entonces su cabeza se quedaba hueca y desapareca andando solitario por las montaas. Pero una vez desapareci y pasaron tres o cuatro meses y no supimos nada de l. Preguntamos a los caminantes y nos enteramos de que estaba en Chatanooga, en la crcel. Yo fui el elegido para ir a buscarle. Pero apareci en la puerta de la cabaa inesperadamente.

Hizo una pausa como para recordar aquello y comenz a rer.

S seor, all apareci, descalzo y con unos harapos, que se sujetaba con la mano, por toda vestimenta. Pareca que haba venido rodando por los senderos, pues estaba todo despellejado. Result que haba hecho todo el camino andando por las montaas.

Se detuvo para volver a rer, y yo me sent sobre la lata de aceite para descansar las piernas.

El to Enoch dijo que haba empinado el codo, y no poda acordarse de cmo lleg a Chatanooga, pero que se despert en un cuarto, en una cama con dos mujeres. Dijo que apenas haba comenzado a bajarse de la cama, cuando la puerta se abri de golpe y apareci un tipo grande y furioso. Deca que una de las mujeres era su esposa y la otra su hermana. Parece que, de una forma o de otra, el to Enoch qued asociado prcticamente con toda la familia.

El to Enoch continu relatando que las mujeres se levantaron y comenzaron a gritarle para que pagara algo al tipo aquel que tambin le gritaba. Mientras tanto, el to Enoch intentaba encontrar sus pantalones, pues aunque dudaba de que hubiera algo de dinero en ellos, saba que tena un cuchillo, y que el tipo aquel pareca que iba en serio. Pero no pudo encontrarlos. No tena la ms remota idea de lo que poda haber hecho con ellos; como no poda hacer otra cosa, salt por la ventana. El problema fue que se trataba de un segundo piso y cay desnudo sobre las piedras. As fue como se despellej.

No tena ninguna ropa, pero se encontr con un visillo que haba arrastrado en su cada. Se tap sus partes con aquel trozo de tela y pens buscar un sitio donde esconderse hasta que oscureciera. Lo malo es que no pudo encontrar ninguno. Cay en medio de un montn de gente con prisa, que iban de un lado para otro, que no tenan modales, y le empujaron dos veces. La Ley dio con l, y le metieron en la crcel.

A la maana siguiente le dieron unos pantalones, una camisa y unos zapatos demasiado grandes para l, y le pusieron con otros tipos a limpiar las calles. Eran menos de una docena, y le pareca totalmente imposible que entre tan poca gente pudiesen limpiar el lugar aquel. All tiraban cosas en la calle ms deprisa de lo que ellos barran. No vio ninguna razn para seguir all, y decidi huir. En la primera oportunidad que tuvo, sali corriendo. Un tipo le sujet por la camisa, pero la rompi y escap. Tambin perdi los zapatos, pero conserv los pantalones. Se escondi entre unos rboles hasta la noche. Se orient por las estrellas y se fue en direccin a casa. Tard tres semanas en atravesar las montaas, alimentndose de bellotas y nueces, como los cerdos. Cuando el to Enoch se cur de su borrachera... nunca volvi a acercarse a un pueblo, que yo sepa. Yo nunca he estado en Chatanooga y no pienso ir jams.

En ese momento tom la decisin de que yo tampoco ira nunca a Chatanooga.

Estbamos cenando aquella noche cuando se me ocurri preguntarle una cosa a abuela y dije:

Abuela, qu significa forastero?

Abuelo dej de comer, pero no levant los ojos del plato. Abuela nos mir. Sus ojos titubearon.

Bueno dijo , forasteros son personas que no estn en el lugar en donde han nacido.

Cont la historia de la mujer del automvil, y de cmo haba preguntado si ramos forasteros, y abuelo haba contestado que supona que s. Retir su plato: Yo supona que no habamos nacido all abajo, en la cuneta, lo que nos haca forasteros. De cualquier forma, es otra de esas absurdas palabras de las que se puede prescindir. Siempre he dicho que existen demasiadas palabras sin sentido.

Abuela estaba de acuerdo. No quera meterse en jaleos de palabras. Por ejemplo, nunca haba podido hacer olvidar a abuelo las palabras ponido y teni. l deca que puesto era algo que haba a veces a la entrada del pueblo, donde los granjeros vendan sus productos. Por tanto, haba que decir ponido. Tambin deca que tuvo era como una barra con un agujero y que, por tanto, haba que decir teni. No haba forma de hacerle cambiar su idea, pues crea firmemente que la suya, en este caso, era la ms correcta.

Opinaba que si hubiera menos palabras habra menos problemas en el mundo. Me dijo en privado que siempre haba algn estpido inventando palabras que slo servan para causar problemas. Tena razn.

Daba ms importancia al sonido o a la forma de pronunciar una palabra que a su significado. Deca que personas que dijesen distintas palabras podan tener el mismo sentimiento atendiendo slo a su entonacin. Abuela estaba de acuerdo con l, pues de esta forma es como se hablaban entre ellos.

Ella se llamaba Bonnie Bee. Lo supe cuando le o por la noche decir:

Te quiero, Bonnie Bee.

Estaba diciendo te quiero, pero el sentimiento estaba en la entonacin.

Y cuando hablaban y abuela deca: T me quieres, Wales?, y l contestaba: Te quiero, lo que quera decir era te entiendo. Para ellos, amor y comprensin eran la misma cosa. Ella deca que no se puede amar algo que no se entiende, ni se puede amar a la gente ni a Dios si no se los entiende.

Ellos se entendan y, por tanto, se amaban. Abuela deca que la comprensin se haca ms profunda a medida que pasaba el tiempo. Supona que llegaba a ser algo ms all de cualquier cosa que los mortales pudieran imaginar.

Abuelo deca que la palabra querido tena antes un significado ms amplio y se refera a la gente apreciada. Pero con el egosmo humano se restringi su uso a un crculo familiar '.

Cuando l era nio, su padre tena un amigo que sola frecuentar su casa. Era un viejo cheroqui llamado Mapache Jack, y era muy arisco y pendenciero. No poda imaginar lo que su padre vea en Mapache Jack.

Iban de vez en cuando a una pequea iglesia en el valle. Ocurri un domingo, en tiempo de confesin, cuando los fieles se levantan si piensan que el Seor se lo pide, hablan de sus pecados y cuentan cunto aman al Seor.

Recordaba que en el templo, delante de los fieles, Mapache Jack se levant y dijo:

He odo que hay alguien que habla de m a mis espaldas. Quiero que sepis que estoy prevenido. S lo que os pasa. Tenis envidia porque el vicario me ha dado a m a guardar la llave de la caja de los libros de los salmos. Dejadme deciros que si a alguno no le gusta, tengo buenas razones guardadas aqu, en mi bolsillo.

Mapache Jack se levant la camisa de ciervo y mostr la culata de una pistola. Estaba muy enfadado.

1 El autor juega aqu con el doble significado de la palabra kin, que puede significar amado y pariente. (N. del T.)

Tambin coment que la iglesia estaba llena de hombres duros, incluyendo a su padre, que dispararan a cualquiera en cuanto les molestase lo ms mnimo, pero nadie movi una ceja. Su padre se levant y dijo:

Mapache Jack, todas las personas que estn aqu admiran la forma en que has guardado la llave de la caja de los libros de los salmos. Nunca nadie la guard tan bien. Si alguien ha dicho algo que no te ha gustado, yo aqu te pido perdn en nombre de todos los presentes.

Mapache Jack se sent, totalmente apaciguado y contento, como todos los dems.

En el camino de vuelta a casa pregunt a su padre por qu Mapache Jack poda hablar as, y coment que se haba redo cuando Mapache Jack hablaba de una forma tan importante acerca de la llave de la caja de los libros de los salmos.

Su padre le dijo:

Hijo, no te ras de Mapache Jack. Escucha: cuando los cheroquis fueron forzados a abandonar sus tierras e ir a las reservas, Mapache Jack era joven. Se escondi en estas montaas y pele para poder seguir aqu. Cuando lleg la guerra civil pens que quiz podra pelear en favor de su gobierno y recuperar sus tierras. Luch bravamente. Perdi las dos veces. Cuando termin la guerra llegaron los polticos intentando coger lo poco que nos quedaba. Mapache Jack pele, se escondi y sigui peleando. Ves? Te das cuenta? Vivi un tiempo de luchas. Todo lo que le queda es la llave de la caja de los libros de los salmos. Y si parece pendenciero... Bueno, ya no puede luchar por nada ms.

Abuelo me cont que casi comenz a llorar por Mapache Jack y que, desde entonces, no importaba lo que l hiciera o dijera... Le quera porque le entenda.

Eso era ser querido, y la mayora de los problemas de la gente vienen de que no lo practican; de eso y de los polticos.

Lo comprend perfectamente y estuve a punto de llorar yo tambin por Mapache Jack.

Conocer el pasado

Abuelo y abuela queran que yo conociera el pasado, pues si no conoces el pasado, no tienes futuro; si no sabes dnde ha estado tu gente, tampoco puedes saber a dnde van. Por tanto, me lo contaron en gran parte.

Me contaron cmo llegaron los soldados del gobierno. Cmo los cheroquis cultivaban los frtiles valles y celebraban sus danzas nupciales en primavera, cuando la vida sale del suelo, cuando los gamos y los pavos reales se alegran del papel que desempean en la creacin.

Cmo celebraban fiestas cuando se recoga la cosecha, cuando las calabazas se hacan grandes y el grano se pona duro. Cmo se preparaban para las caceras invernales, consagrndose a la vida.

Me explicaron cmo llegaron los soldados del gobierno y les hicieron firmar un papel. Les dijeron que el papel significaba que los nuevos colonos blancos saban dnde podan establecerse, y no tomaran la tierra del cheroqui. Y despus de haberlo firmado vinieron ms soldados del gobierno, con rifles y bayonetas, afirmando que el papel haba cambiado las palabras. Ahora deca que los cheroquis deban dejar sus valles, sus casas y sus montaas. Deban irse lejos, en la direccin en que se pone el sol, donde el gobierno tena otras tierras para el cheroqui, tierras que los blancos no queran.

Rodearon un gran valle con sus fusiles y por la noche con hogueras. Pusieron a los cheroquis en el valle. Tambin trajeron a los de otras montaas, tratndolos como si fueran ganado.

Despus de bastante tiempo, cuando tuvieron a todos los cheroquis, trajeron carretas y muas y les dijeron que podan montar en ellas para ir a las tierras de la puesta del sol. A los cheroquis no les quedaba nada. Pero no montaron, y as conservaban algo. Algo que no puede verse, vestirse o comerse, pero conservaron algo. Y no montaron. Fueron a pie.

Los soldados del gobierno montaron delante de ellos, a sus lados y por detrs. Los hombres cheroquis marcharon a pie y miraron al frente. Nunca bajaron la vista ni miraron a los soldados. Sus mujeres y sus nios los siguieron y tampoco miraron a los soldados.

Lejos, tras ellos, las carretas vacas se balanceaban, haciendo ruido, y no servan para nada. Las carretas no podan robar el alma del cheroqui. La tierra les haba sido robada, su casa tambin, pero el cheroqui no iba a permitir a las carretas que les robaran su alma.

Cuando pasaban por pueblos de hombres blancos, la gente se agrupaba en el camino para verlos pasar. Al principio se rean, pensando en lo tontos que eran por ir andando cuando las carretas iban vacas. No volvan la cabeza ni hacan caso a las risas, y pronto callaban.

A medida que se alejaban de las montaas comenzaron a morir. Su alma no muri ni se debilit. Moran los ms pequeos, los ms viejos y los ms enfermos.

Al principio, los soldados les permitan parar para enterrar a sus muertos. Pero luego murieron ms, a cientos, a miles. Ms de un tercio pereci en el camino. Les dijeron que slo podan enterrar a sus muertos cada tres das, pues queran darse prisa y terminar con el asunto de los cheroquis. Podan llevar a los muertos en las carretas, pero los cheroquis no pusieron a sus muertos en las carretas. Los transportaron a pie.

El nio pequeo transportaba a su hermanita muerta y dorma a su lado por la noche, en el suelo. Por la maana la coga en brazos y continuaba andando.

El marido llevaba a su mujer muerta. El hijo llevaba a su madre muerta, a su padre. La madre llevaba a su beb muerto. Los llevaban en sus brazos. Y andaban. Y no volvan la cabeza para mirar a los soldados ni a la gente que se pona al borde de los caminos para verlos pasar. Algunos de stos lloraban. Pero el cheroqui no llor. No llor por fuera, pues el cheroqui no deja ver su alma, de la misma manera que no montaba en las carretas.

Por eso lo llamaron el camino de las lgrimas. No porque lloraran, pues no lo hicieron. Lo llamaron as porque suena romntico y habla de la pena de aquellos que estuvieron en el camino. Una marcha de la muerte no es romntica.

No puede escribirse poesa sobre un beb rgido por la muerte, en los brazos de su madre, mirando hacia el cielo con los ojos abiertos, mientras su madre camina.

No pueden cantarse canciones acerca del padre que lleva el cuerpo de su mujer y lo deja por la noche para volverlo a coger por la maana, y dice a su hijo mayor que lleve el cuerpo del menor. Y no mira..., ni habla.... ni recuerda las montaas.

No seran canciones bonitas. Por eso lo llaman el camino de las lgrimas.

No todos los cheroquis fueron. Algunos, buenos conocedores de la montaa, se escondieron bien al amparo de los valles y las cimas, y vivieron con sus mujeres y nios, siempre movindose.

Ponan trampas para cazar, pero a veces no se atrevan a volver a las trampas, pues los soldados haban regresado. Sacaban races dulces de la tierra, machacaban las bellotas y hacan comida, preparaban ensaladas de distintas hierbas, y coman la corteza interior de los rboles. Pescaban con las manos en las orillas de los arroyos fros, y se movan sigilosos como sombras. Eran gente que estaban all, pero que no se dejaban ver slo durante un abrir y cerrar de ojos ni or y dejaban muy pocas seales.

Pero de vez en cuando encontraban amigos. La familia del padre de abuelo eran gentes que amaban la montaa. No estaban interesados ni en tierras ni en dinero,

pero amaban la libertad de las montaas, como los cheroquis.

Abuela me cont cmo el padre de abuelo conoci a su mujer y a su gente. Haba visto un pequeo signo en la orilla de un arroyo. Fue a su casa y trajo un trozo de ciervo y lo dej all, en un pequeo claro. Con l dej su rifle y su cuchillo. Volvi a la maana siguiente. El trozo de ciervo haba desaparecido, pero el rifle y el cuchillo estaban all, y a su lado haba otro cuchillo indio largo, y un tomahawk. No los cogi. Trajo mazorcas de maz y las dej junto a las armas, se qued all y esper mucho tiempo.

Vinieron despacio, al atardecer, movindose entre los rboles, parando y luego volviendo a avanzar. El padre de abuelo alarg la mano, y ellos, una docena en total hombres, mujeres y nios , estiraron sus manos y se tocaron. Abuela dijo que todos desconfiaban al principio, pero que acabaron por darse la mano.

El padre de abuelo creci y se hizo muy alto, y se cas con la ms joven de las hijas de estos indios. Sujetaron juntos el palo de nogal y lo pusieron en su cabaa, y ninguno de ellos lo rompi mientras vivieron. Ella se adorn el pelo con plumas del cuervo de alas rojas, y por eso la llamaron Ala Roja. Abuela dijo que era ms delgada que la rama de un sauce y cantaba por las noches.

Mis abuelos me hablaron de cmo fue mi bisabuelo en sus ltimos aos.

Era un viejo soldado. Se haba unido al aventurero confederado John Hunt Morgan para luchar contra el poderoso monstruo sin cara que era el gobierno, que amenazaba a su gente y su cabaa.

Su barba era blanca. Con la edad comenzaba a flaquear, y cuando el viento del invierno soplaba entre las rendijas de su cabaa, las viejas heridas volvan a dolerle. Con el golpe de sable que le haba abierto el brazo, el acero haba llegado al hueso como un hacha de carnicero. La carne haba sanado, pero la mdula del hueso lata dolorosamente, recordndole a los hombres del gobiemo.

Bebi media botella de gisqui aquella noche, mientras los muchachos calentaban un hierro al rojo, cauterizaban la herida y cortaban la hemorragia. Mont solo otra vez en su silla.

El tobillo era lo peor. Odiaba su tobillo. Estaba hinchado y le molestaba en la parte afectada por una esquirla de metralla. No lo not al principio. Fue en el salvaje frenes de una carga de caballera, aquella noche de Ohio. Cuando el caballo se mova veloz y ligero sobre el suelo, no tena miedo, slo frenes, mientras el viento silbaba en su cara. Frenes que sacaba a la superficie su grito de indio rebelde a travs de su garganta, como un bramido salvaje.

Por eso un hombre puede perder media pierna y no enterarse. No se fij en el tobillo hasta veinte millas ms adelante, cuando acamparon en la oscuridad de un valle; desmont de su caballo y la pierna se le dobl con el peso. La sangre chapoteaba en su bota como en un cubo lleno.

Le gustaba recordar la carga. Su recuerdo ablandaba el odio hacia el bastn y su cojera.

El peor de sus dolores estaba en la barriga, en el costado, cerca de la cadera. De all era de donde todava no se haba sacado el plomo. Pellizcaba como una rata mordiendo una mazorca de maz, da y noche, y nunca cesaba. Le estaba comiendo las entraas. Pronto tuvieron que estirarle en el suelo de la cabaa de la montaa y abrirle como un toro en una carnicera.

Lo podrido saldra, la gangrena. No usaron anestesia; simplemente unos tragos del licor de la montaa. Y all muri, en el suelo, en su sangre. No hubo ltimas palabras, pero mientras le sujetaban los brazos y las piernas, en su agona, el viejo cuerpo se arque y emiti un grito salvaje de desafo al odiado gobierno; luego muri. El plomo del gobierno haba necesitado cuarenta aos para acabar con l.

El siglo estaba muriendo. El tiempo de sangre, peleas y muerte, la poca que haba conocido y en la que haba sido medido, estaba muriendo. Vena otro siglo, con otra gente llevando la muerte, pero l codici slo el pasado del cheroqui.

Su hijo mayor haba ido a la reserva; el segundo haba muerto en Texas. Slo quedaba Ala Roja, como al principio, y su hijo pequeo.

Todava saba montar. Poda hacer saltar a un caballo morgan sobre una valla de cinco listones de altura. Todava anudaba la cola de los caballos, cosa fuera de uso ya, para que ningn pelo cayera y pudieran seguirle.

Pero los dolores eran cada vez mayores, y el licor no los calmaba como haba hecho antes. Estaba llegando el tiempo de que le abrieran en el suelo de la cabaa y l lo saba.

El otoo estaba muriendo en las montaas de Tenessee. El viento se llev las ltimas hojas del roble y del nogal. Estuvo aquella tarde invernal con su hijo, a media ladera, sin admitir que ya no poda subir a la montaa.

Observaron los rboles desnudos, destacando en la cima, sobre el cielo. Como si estuviesen estudiando la inclinacin del sol invernal. No se miraron.

Me imagino que no te voy a dejar mucho dijo, y ri suavemente . Lo mejor que puedes hacer con esa cabaa es usarla para lea.

Su hijo estudi la montaa.

Supongo contest.

T eres un hombre hecho y derecho y con familia continu el viejo ; yo no me quedar con vosotros mucho tiempo..., defiende las cosas en que creemos. Mi poca se ha ido, y ahora te espera algo que no conozco. Yo no sabra cmo vivir ahora..., no mejor que Mapache Jack. Tienes poco para hacer frente a lo que viene..., slo las montaas; ellas no cambiarn y yo las quiero. S honrado con tus sentimientos.

S contest el hijo.

El dbil sol se haba puesto tras la cima y el viento soplaba fuertemente. Al viejo le result difcil decirlo..., pero por fin lo dijo:

Y... yo... te quiero, hijo.

El hijo no habl, pero pas su brazo alrededor de los viejos y flacos hombros. Las sombras del valle eran ahora oscuras y daban a las montaas un color negro a ambos lados. Anduvieron despacio, el anciano apoyado en su bastn, hasta llegar a la cabaa. Fue el ltimo paseo que abuelo dio con su padre.

Yo he estado muchas veces en sus tumbas, muy juntas en una ladera de robles blancos, donde las hojas cubren el suelo hasta la altura de la rodilla en otoo, hasta que los crueles vientos invernales las barren; donde slo las ms bellas violetas indias florecen en primavera, tmidas ante la presencia de las almas eternas.

El palito de la boda est todava all, de madera de nogal y nudoso, sin romperse an y adornado con las marcas que hicieron cada vez que tuvieron una pena, una alegra, un problema que haban solucionado.

sus nombres estn escritos en tamao muy pequeo en el palo. Hay que agacharse para poder leer: Ethan y Ala Roja.Billy Pino

En el invierno transportbamos hojas y las ponamos sobre el sembrado del cereal. En la parte de atrs del valle, pasado el establo, el sembrado se extenda a ambas orillas de la corriente.

Abuelo haba limpiado un trozo de la ladera de la montaa. Las inclinaciones, como abuelo llamaba a las partes en cuesta del sembrado, no producan buen grano, pero l sembraba all, a pesar de todo. No haba mucha tierra llana en el valle.

A m me gustaba coger hojas y meterlas en los sacos de arpillera. Eran muy ligeros. Los tres nos ayudbamos a llenar los sacos. Abuelo poda transportar dos y a veces hasta tres sacos. Intent transportar dos, pero no poda avanzar mucho. Las hojas me llegaban a las rodillas, y eran para m como nieve marrn, manchada con las pintas amarillas de las hojas de arce y las pintas rojas del rbol del caucho y de los dems arbustos.

Salamos del bosque y esparcamos las hojas sobre el campo. Y tambin agujas de pino. Abuelo deca que algunas agujas de pino eran necesarias para hacer la tierra cida, pero no demasiadas.

Nunca trabajbamos tanto tiempo o tan fuerte como para que la labor se hiciese pesada. Normalmente nuestra atencin se iba a otro asunto.

Abuela vea raz de iris y comenzaba a desenterrarla. Eso la llevaba a ver ginseng... o raz de columbo... o sasafrs... u orqudeas. Las conoca todas y tena un remedio para cada enfermedad de las que he odo hablar. Sus remedios funcionaban bien, pero algunos de los tnicos preferira no haberlos tenido que probar.

Abuelo y yo, normalmente, encontrbamos nueces o castaas, y a veces tambin almendras negras. No es que las buscsemos especialmente; simplemente las encontrbamos. Entre el tiempo que perdamos recolectando frutos y el que pasbamos comiendo u observando un mapache o un pjaro carpintero, el transporte de hojas cunda poco.

Cuando volvamos al atardecer cargados con nueces, races y otros frutos parecidos, abuelo maldeca por lo bajo, para que no le oyera abuela, y luego anunciaba que el prximo da no haramos tantas tonteras y que estaramos todo el tiempo llevando hojas, lo cual no me gustaba demasiado. Pero nunca ocurra as.

Saco a saco, cubrimos todo el sembrado con hojas y agujas. Tras una suave lluvia, cuando las hojas se haban pegado ligeramente al suelo, abuelo unci al arado al viejo Sam, el mulo, y dimos la vuelta a las hojas, dejndolas bajo la tierra.

Digo dimos, pues me dej arar un poco. Tena que levantar los brazos sobre mi cabeza para llegar a los asideros del arado, y la mayor parte del tiempo me la pasaba colgado de ellos.

A veces se sala de la tierra y patinaba sin arar. El viejo Sam tena paciencia conmigo. Se paraba cuando yo estaba colocando el arado en la buena posicin y luego avanzaba en cuanto yo deca Arre!.

Tambin tena que empujar para que el arado se mantuviera dentro de la tierra; de esa forma, entre tirar para abajo y empujar, aprend a mantener mi barbilla alejada de la barra que haba entre los asideros, pues continuamente me daba golpes que me hacan bastante dao.

Abuelo nos segua, pero me dejaba hacerlo a m. Si se quera que el viejo Sam se moviera hacia la izquierda, haba que decir Jau!, y si se quera que se moviera hacia la derecha haba que decir Yee!. Si el viejo Sam se desviaba un poco hacia la izquierda, yo deca Yee!, pero era un poco duro de odo, y continuaba desvindose. Abuelo me ayudaba: Yee! Yee! Por todos los malditos diablos! Yee!, y el viejo Sam volva a la derecha.

El problema era que el viejo Sam lo oy tantas veces que comenz a relacionar las maldiciones de abuelo con el Yee!, y no se iba a la derecha hasta que oa todo, imaginando que para ir a la derecha tena que escuchar la frase completa. Esto condujo a un aumento considerable de las maldiciones que yo tuve que comenzar a decir para poder arar. Todo iba bien hasta que abuela me oy y ri mucho a abuelo por ello. Esto redujo considerablemente mi trabajo con el arado cuando ella estaba por all cerca.

El viejo Sam estaba tuerto del ojo izquierdo y cuando llegaba al final del campo nunca quera girar hacia la izquierda, imaginando que se iba a chocar contra algo. Siempre giraba hacia la derecha. Cuando se ara, girar hacia la derecha funciona bien a un lado del campo, pero al otro lado hay que hacer un crculo completo, sacando el arado del campo, pasar sobre arbustos, matas y otros obstculos. Abuelo deca que debamos tener paciencia con Sam, pues estaba viejo y tuerto. Y yo la tena, pero odiaba los giros a un lado del campo, especialmente cuando haba una buena maraa de zarzas esperndome.

Una vez, abuelo estaba llevando el arado por entre un montn de ortigas y pis en el hueco de un rbol. Era un da clido, y dentro del hueco del rbol haba un avispero. Las avispas se le colaron por dentro del pantaln. Sali corriendo y chillando en direccin al riachuelo. Vi salir las avispas y tambin me ech a correr. Abuelo se lanz al agua, moviendo la pernera de su pantaln y maldiciendo al viejo Sam, fuera de s.

Pero el viejo Sam se qued calmado y esper hasta que abuelo se calm tambin. El problema era que no podamos acercarnos al arado, pues las avispas estaban muy agitadas y volaban a su alrededor.

Nos quedamos en medio del campo y abuelo intent llamar al viejo Sam para hacer que se alejara de las avispas.

Abuelo gritaba:

Ven aqu, Sam; venga, chico.

Pero el viejo Sam no se mova. Saba lo que tena que hacer y prefera tumbarse en el suelo a seguir arando. Abuelo lo intent todo, maldijo a voz en cuello, se puso a cuatro patas y comenz a relinchar como un mulo. Pens que sus relinchos eran casi iguales que los de Sam. ste movi las orejas hacia adelante, le mir enfadado, pero no se movi. Yo tambin intent relinchar, aunque no supiera hacerlo tan bien como abuelo. Cuando se dio cuenta de que abuela haba venido y nos estaba mirando, par de rebuznar.

Tuvo que ir al bosque, coger unas ramas secas, prenderles fuego y echarlas dentro del agujero del rbol. Esto alej las avispas del arado.

Cuando bamos de vuelta a la cabaa aquella noche, abuelo dijo que para l era un misterio saber si el viejo Sam era el mulo ms tonto del mundo o el ms listo. Nunca lo pude averiguar tampoco.

Sin embargo, me gustaba arar. Me haca crecer. Cuando bamos andando por el camino hacia casa, me pareca que mis pasos se estaban haciendo ms grandes, detrs de abuelo. Me alab mucho delante de abuela, mientras cenbamos. Ella estaba de acuerdo en que pareca que me estaba convirtiendo en un hombre.

Estbamos sentados cenando una de esas noches, cuando los perros empezaron a ladrar. Salimos todos al porche y vimos venir a un hombre por el camino. Era un tipo de buen aspecto, casi tan alto como abuelo. Lo que ms me gustaba eran sus botines: eran amarillos brillantes, con los calcetines doblados por encima y sujetos con cordones. Los pantalones de peto le llegaban justo por encima de los calcetines. Vesta una chaqueta negra corta y una camisa blanca. Se cubra con un pequeo sombrero y llevaba una maleta alargada. Mis abuelos le conocan.

Es Billy Pino dijo abuelo.

Billy Pino salud moviendo la mano.

Ven y pasa un rato con nosotros.

Billy Pino se par en la puerta.

Bueno, yo pasaba por aqu... dijo.

No poda imaginarme hacia dnde iba, pues ms all de nuestra cabaa slo haba montaas.

Qudate a cenar con nosotros dijo abuela, y cogi a Billy Pino por el brazo y subi con l los escalones. Abuelo cogi su maleta y fuimos todos a la cocina.

Enseguida me di cuenta de que a mis abuelos les gustaba Billy Pino. Se sac cuatro batatas del bolsillo de la chaqueta y se las dio a abuela, que hizo un pastel con ellas enseguida, del que Billy Pino se comi tres trozos. Yo me com uno y esperaba que l no se comiera el ltimo pedazo que haba quedado. Nos levantamos de la mesa para sentamos delante de la chimenea y dejamos el trozo de pastel en un plato, sobre la mesa.

Billy Pino se ri mucho y dijo que yo iba a ser ms alto que abuelo, lo que hizo que me sintiera bien. Coment que abuela estaba ms guapa que la ltima vez que la haba visto, y esto le gust a ella y a abuelo tambin. Billy Pino empez a caerme bien, a pesar de haberse comido tres trozos de pastel. Al fin y al cabo, eran sus batatas.

Nos sentamos todos alrededor del fuego. Abuela en su mecedora y abuelo echado hacia delante en la suya. Me imagin que iba a decir algo. Pregunt:

Bueno, qu noticias traes?, cmo es que ests por aqu?

Billy Pino se reclin sobre las dos patas traseras de su silla. Se tir del labio inferior con el pulgar y otro dedo y abri una latita para poner tabaco sobre su labio. Les ofreci la lata a mis abuelos. Declinaron la invitacin con un gesto. Billy Pino se tomaba su tiempo. Escupi hacia el fuego.

Bueno dijo , parece que quiz haya encontrado algo que me va a venir muy bien.

Volvi a escupir en el fuego y nos mir.

No s de qu se trataba, pero me imagin que era algo importante.

Abuelo tambin se lo figur, pues pregunt:

De qu se trata, Billy Pino?

Billy Pino volvi a recostarse en la silla y mir hacia el techo. Cruz las manos sobre el estmago.

Creo que fue el mircoles pasado... Nooo, era martes, pues haba estado tocando en el baile de Jumpin Jody el lunes por la noche; s, era el martes. Fui al pueblo el martes. Conoces al polica de all, Smokehouse Turner?

S, s, le he visto dijo abuelo impaciente.

Bueno dijo Billy Pino . Yo estaba hablando con Smokehouse, cuando par en la gasolinera un gran coche reluciente. Smokehouse no le prest atencin..., pero yo s. Dentro vena un tipo vestido de una forma sospechosa, como si fuera de la gran ciudad. Sali del coche y le dijo a Joe Holcomb que le llenara el depsito. Le observ todo el tiempo. Miraba a su alrededor constantemente de una forma desconfiada. Me di cuenta enseguida. Me dije: se es un criminal de la gran ciudad. Sabis? dijo Billy Pino . No se lo dije a Smokehouse. Slo me lo dije a m mismo; luego le dije a Smokehouse: Sabes que yo estoy en contra de entregar gente a la ley..., pero con los criminales de las grandes ciudades es diferente, y aquel tipo de all me parece muy sospechoso. Smokehouse estudi al tipo y dijo: Puede que tengas razn, Billy Pino. Vamos a echar un vistazo, y cruz la calle en direccin al coche.

Billy Pino volvi a poner la silla sobre sus cuatro patas, escupi en el fuego y estudi los leos unos instantes. Yo estaba muy impaciente por saber lo que haba ocurrido con el criminal.

Billy Pino termin de estudiar la lea y dijo:

Como sabis, Smokehouse no sabe leer ni escribir, y como yo tengo una caligrafa bastante bonita, le segu por si acaso me necesitaba. El tipo nos vio llegar y volvi a meterse en el coche. Nos acercamos y Smokehouse se

agach y, por la ventanilla, le pregunt educadamente sobre qu era lo que estaba haciendo en el pueblo. El tipo estaba nervioso, se vea a las claras, y dijo que estaba de camino hacia Florida. Aquello me pareci muy sospechoso.

Tambin me lo parec