levín_arqueología de la memoria_1

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  • )ENTREPASADOS( REVISTA DE HISTORIA AO XIV NMERO 28 FINES DE 2005

    Consejo de direccin Director

    Silvia Finocchio Juan Suriano

    Mirta Zaida Lobato Lucas Luchilo Gustavo Paz Leticia Prislei Fernando Rocchi Juan Suriano

    ENTREPASADOS se publica co-; el aporte econmico proveniente del premio Concurso de Revistas de Investigacin en Historia y Ciencias Sociales organizado por un grupo de acadmicos argentinos residen-tes en Estados Unidos, gestionado por la Fundacin Compromiso y con el apoyo financiero de la Fundacin Ford. El Instituto de Altos Es-tudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de General San Martn permiti acreditar los fondos provenientes de la Fundacin Ford.

    ENTREPASADOS es una revista semestral que abre un espacio pa-ra el debate y la produccin histrica. El consejo de direccin recibe todas las contribuciones que enriquezcan el campo del quehacer his-toriogrfico. Las opiniones expresadas en los artculos firmados son responsabilidad de los autores.

    Registro de la propiedad intelectual en trmite.

    Suscriptores: En Argentina $ 40 En el exterior, va superficie u$s 30, va area u$s 40

    Entrepasados recibe toda su correspondencia, giros y cheques a nombre de Carmelo Juan Suriano, Cuenca 1949 (1416), Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Tel.: 4582-2925. e-mail: [email protected]

    Distribucin internacional: Cochabamba 248, D. 2, Buenos Aires, Argentina. Tel.: 4361-0473. Fax: 4361-0493 e-mail: [email protected]

    Impresin: lndugraf, Snchez de Loria 2251, Ciudad de Buenos Ai-res, Repblica Argentina

  • Acerca de La Argentina en la escuela. La idea de nacin en los textos escolares Patricia Piccolini

    Reseas

    Paula Alonso (comp.) Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formacin de los Estados nacionales en Amrica Latina (1820-1920) Alejandro Eujanian

    Susana Bandieri Historia de la Patagonia Ernesto Bohoslavsky

    Daniel James Doa Mara. Historia de vida, memoria e identidad poltica Luciana Anapios

    Mirta Zaida Lobato (ed.) Cuando las mujeres reinaban. Belleza, virtud y poder en la Argentina del siglo XX Omar Acha

    169 Dossier

    Los aos setenta: memoria y militancia

    179

    182

    184

    188

  • estudios sociales revista universitaria semestral Consejo Editorial: Daro Macor (director), Ricardo Falcn,

    Eduardo Hourcade, Enrique Mases, Hugo Quiroga, Csar Tcach, Daro Roldn

    N2 28 primer semestre

    2005

    ARTCULOS

    Jos EMILIO BURUCA: La variedad de lenguas, culturas y multitudes como instrumento paradoja) de la unidad humana en los conflic-tos religiosos del siglo XVI

    ALBERTO LETTIERI: La matriz institucional de la poltica portea en tiempos de la Repblica de la Opinin. Liberales y federales: en-tre la alianza y el antagonismo, 1854-1857

    MARA DEL MAR SOLS CARNICER: Los lmites de la democratizacin poltica. Las elecciones de 1919 en Corrientes, triunfo conser-vador o derrota radical?

    OLGA ECHEVERRA: Carlos Ibarguren: de la reforma controlada de la poltica al control autoritario de la sociedad. El camino de un proyecto fracasado

    GERARDO ABOY CARLS: Populismo y democracia en la Argentina contempornea. Entre el hegemonismo y la refundacin

    COMUNICACIONES

    MIRTA A. GIACAGLIA: Dnde est el hogar? Reflexiones acerca del sujeto, la frontera y el exilio

    ESTUDIOS SOCIALES, Universidad Nacional del Litoral, CC 353, Correo Argentino (3000) Santa Fe, Argentina, e-mail: [email protected]

    COMPRAS Y SUSCRIPCIONES: Centro de Publicaciones, UNL, 9 de Julio 3563 (3000) Santa Fe, Argentina,

    e-mail: [email protected] www.unl.edu.ar/editorial

    Arqueologa de la memoria Algunas reflexiones a propsitd de Los vecinos del horror. Los otros testigos* Florencia Paula Leun**

    Introduccin .,

    E n 1996, veinte aos despus de la instauracin del ltimo gobierno militar en la Argentina, un grupo de investigadores realiz un video documental que recoge testimonios de vecinos que habitaron duran- te esa dictadura en barrios en los que funcionaron centros clandestinos de detencin y tortura: Los vecinos del horror. Los otros testigos.'

    Qu nos pueden decir estos testimonios de los vecinos acerca de la re-lacin que existi entre los campos de concentracin y los barrios en los que funcionaron? Qu saban y qu no saban estos vecinos que convivan, pared mediante, con el horror clandestino? Qu impacto tuvo esa vecindad en su vida cotidiana? Es posible interrogar, a partir de estos testimonios, algo de ese pasado dictatorial? Qu relaciones podemos es-tablecer entre esa historia y la construccin de memorias sobre ese pasado?

    En este trabajo voy a tomar los testimonios recogidos como fuente y como excusa para aproximarme a esa realidad y, fundamentalmente, a las representaciones individuales y colec-tivas que sobre ella se han construido. En el trasfondo de este abordaje se encuentra una preo-cupacin por el problema de la responsabilidad colectiva, tanto en relacin con la responsa-bilidad por la ltima dictadura (la cultura represiva y autoritaria que acompa y otorg con-senso al golpe) cuanto por la resporjawbilidad sobre la memoria colectiva sobre ese pasado.

    Algunos comentarios sobre el video'

    1996, ao del 20 2 aniversario del ltimo golpe militar, fue un momento clave en los tra-bajos de elaboracin del pasado reciente argentino. El carcter fuertemente simblico de esa fecha convoc una multitudinaria marcha conmemorativa en la que se hicieron presen-tes nuevos grupos y nuevas generaciones comprometidas fuertemente con los trabajos de memoria del pasado dictatorial. 3 Asimismo, ese aniversario fue el puntapi para numerosas intervenciones de distinto tipo en el espacio pblico que desempolvaron el pasado cercano, abriendo encendidos debates y estimulando una prolfica produccin acadmica y no aca-dmica sobre l.

    * Quisiera agradecer los comentarios y sugerencias que me brindaron Ana Amado y Mirta Lobato durante la elaboracin de este trabajo.

    **UBA.

    Entrepasados - N 2 28, fines de 2005: 47-63

    hy

  • .sb,

    En ese contexto conmemorativo caracterizado por una explosin de voces y discursos, un conjunto de investigadores (liderado por dos trabajadoras del mbito de la salud mental relacionadas adems con la lucha por los derechos humanos) realiz en forma independiente una investigacin documental cen-trada en la convivencia de la sociedad con los campos de concentracin. El re- sultado de esa investigacin es un video Los vecinos del horror... que ape-nas supera los cuarenta minutos y que recoge diez breves testimonios de veci-nos que vivieron en las cercanas del Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes, el COTI Martnez y El Olimpo, junto con el testimonio de una mujer que presen-ci una operacin comando en un barrio cntrico de la Capital Federal.

    Todas las entrevistas que ofrece el video parecen estar abordadas de la mis-ma manera, a partir de una preg a m s enrica y amplia: "Cmo era vi- vir en el barrio en la poca de dicta. ?". No se ha observado un trata- a

    miento particular o especial de acuerdo con cada entrevistado. La figura del entrevistador no est valorada en el documental, e incluso pa-

    recera que la intencin ha sido borrarla: algunos testimonios estn construi-dos como monlogos de los vecinos mientras que slo en raras ocasiones la cmara nos permite ver a quienes realizaron las preguntas. Por tanto, no se aloriza el sentido y la cualidad dialgica de estos testimonios.

    I El trabajo de cmara no es muy arriesgado. Pocas veces hay un primer plano de los testimoniantes. En el caso de las entrevistas realizadas puertas adentro, tampoco se observa una investigacin del entorno. Se nota en cam-bio una intencin de resaltar el barrio como protagonista y de documentar las marcas que aun quedan de ese pasado (bsicamente a travs de inscripciones

    raffiti). I 011,^)- (17-"AdJ-". (*) ad

    , pvvrki,

    Las narrativas testimoniales de los vecinos estn organizadas en el video de acuerdo con una lgica barrial. Los dos primeros testimonios corresponden a vecinos de Lomas de Zamora (Gran Buenos Aires), quienes conversan sobre su experiencia de covecindad con el Pozo de Banfield. 4 El primero de estos tres testimonios (T1) corresponde a una pareja mayor (ambos aparentan te-ner, en el momento de la entrevista, ms de sesenta y cinco aos) 5 que brin-da su testimonio en el interior de su domicilio. Se nota claramente la incomo-didad del hombre durante la entrevista. El segundo testimonio (T2) correspon-de a un hombre llamado Miguel que es, de hecho, el nico del cual sabemos su nombre. Miguel parece tener entre cuarenta y cinco y cincuenta aos y se-gn dice vive en el barrio desde 1971.

    El siguiente testimonio (T3) corresponde a una mujer que vive a media cua-dra de donde funcionara el Pozo de Quilmes' (Gran Buenos Aires) por lo me-nos desde 1956. La entrevistada no da la cara ante la cmara pero se infiere que es de edad avanzada. El ruido ambiente delata que la entrevista fue reali-

    zada al aire libre. Por las inflexiones de su voz, as como por el contenido de lo que dice, se puede apreciar que la mujer se siente incmoda con la entrevista.

    A continuacin, el video ofrece cinco testimonios de vecinos del barrio de Floresta (Ca-pital Federal) quienes evocan cmo era vivir en ese barrio mientras funcion El Olimpo.' El primero de esta serie de testimonios (T4) corresponde a un hombre de unos sesenta y cin-co aos aproximadamente, quien dice vivir en el barrio desde 1967. El siguiente (T5) co-rresponde a un taxista de unos cuarenta o cuarenta y cinco aos que vivi en Lacarra al 100, es decir, al costado del Olimpo, desde 1980-1981. La entrevista se desarrolla en el interior del taxi y en ningn momento se ve la cara del entrevistado. A continuacin, apa-rece el testimonio de un hombre (T6) de unos sesenta aos o ms que est delante del edi-ficio donde funcion el campo y que esconde sus ojos tras unos anteojos de sol. Finalmen-te, cerrando los testimonios sobre El Olimpo, aparece el testimonio de una mujer de unos cuarenta o cuarenta y cinco aos (T7) quien tambin testimonia ante el edificio donde fun-cion el campo. La mujer dice que vivi en el barrio antes del golpe de Estado y que luego de casarse se fue de Buenos 4ires. En la entrevista evoca la actitud negadora de su familia, a quien visita frecuentemente, que continu viviendo en Floresta.

    A continuacin, el documental ofrece dos testimonios de vecinos de San Isidro (Gran Buenos Aires) quienes evocan y narran sus experiencias como vecinos del COTI Martnez.' El primero de estos testimonios (T8) corresponde a un hombre de alrededor de cincuenta aos que trabaja en un quiosco de diarios, ante el cual transcurre la entrevista, que no pare-ce estar muy cmodo con la situacin. A continuacin, aparece otro testimonio del cual s-lo tenemos un registro auditivo (T9). Se trata de una voz masculina. El testimoniante vive en erbarrio desde fines de 1960. De acurdo cbn la -referencia del T8, puede tratarse de un ve-cino que tena una medianera lindante con el COTI. De ser as, l y su mujer son descriptos por el quiosquero como "gente que est en buena posicin, un poco reservados".

    Finalmente, el video ofrece el testimonio de una mujer de unos setenta y cinco aos (T10), quien presenci un operativo comando en el edificio en el cual viva, en un barrio cntrico de la Capital Federal (ubicado en Arenales y Pueyrredn). La mujer testimonia en el interior de su departamento. Parece franca, abierta y tranquila.

    Sobre el trabajo con los testimonios

    Queda claro que el valor de trabajar con estos testiqc.nios dista de su representatividad cuantitativa, ya, que abordan tan slo cuatro de }6s340 mpos de concentracin que fun-cionaron en el pas, 9 as como un porcentaje irrilorierl-experiencias individuales en trmi-nos poblacionales sEs enQuabjp.zujAimacualitativa3a qu abprdaremos.

    Los testimonios recogidos en Los vecinos del horror .. nos ayudan a comprender los imaginarios y recuerdos de un conjunto heterogneo de vecinos de los dos sexos, aunque mayoritariamente varones (slo cuatro de los doce testimonios corresponden a mujeres), de dos generaciones distintas y probablemente representantes tanto de sectores populares co-mo de clases medias acomodadas.'

    A pesar de este rico y variado panorama, la naturaleza breve y fragmentaria de los re-latos me ha hecho desistir de tomar el testimonio individual o el barrio como unidades de

    Los testimonios

  • trabajo.' En cambio, he elegido trabajar los testimonios a partir de un ordenamiento tem-tico que entreteje diversas problemticas que relacionan la memoria, el testimonio y la res-ponsabilidad.

    Los testimonios constituidos en la materia prima de mi anlisis son varias veces "adul-teradas": primeramente por el proceso de construccin del video documental que los sci-porta, proceso que supone un trabajo de edicin que, de por s, implica recortes, seleccio-

    c nes, construcciones. Adulterados, luego, por la distorsin que supone transcribir lo que ha sido expresado verbalmente y, como tal, apuntalado y significado por un intraducible entra-mado de signos, gestos, tonos, silencios.' ,1,,u) CnaLtitiliAVAP , ) ',',01, t.4"-19 7L . -3 `-''- , 7 CA, Testimonio y memoria. Algunas precisiones conceptuales

    Antes de sumergirnos en la palabra de los vecinos, quisiera establecer una distincin analtica entre dos dimensiones del testimonio: testimonio-discurso y testimonio-huella.

    En tanto discursos, los testimonios comunican los recuerdos, representaciones, inter-pretaciones e imaginarios de quienes vivieron en vecindad con los campos. En este regis-tro, se trata de discursos que dicen menos sobre los acontecimientos pasados que sobre el

    . . --___

    ,

    significadosue sobre ellos construyeron los vecinos-testigos. Estos testimonios-discursos nos invitan a analizar las representaciones y los imaginarios que comunican, las subjetivida-des que se expresan, las experiencias de vida que a partir de ellos emergen."

    Pero adems de sentido, todo testimonio conlleva en su ncleo una huella, una marca que es efecto y es signo del p'sado. 15 Es precisamente la huella de lo que ha sido visto u odo la condicin de posibilidad del testimonio. Y es la accin de haberlo registrado la que asigna al testimoniante su legitimidad como enunciador.'

    Ahora bien. En tanto discurso, el testimonio puede ser interpelado para analizar tanto las experiencias, vivencias y representaciones que componen lo que llamamos memoria in-dividual, cuanto la inscripcin en ella de las representaciones que integran lo que ilair-affos memoria colectiva.

    Eii sntesis, reconocemos entonces en estos testimonios tres tipos de inscripciones he-terogneas: algo hay en ellos de inscripcin de huellas de lo real pasado, algo de inscrip-cin de lo subjetivo de las experiencias individuales y algo de inscripcin de lo colectivo o intersubjetivo.

    A lo largo del desarrollo que sigue, estas dimensiones irn apareciendo, a veces en for-ma entretejida, a veces en forma particular, pero sin perder jams de vista que forman par-te de una misma realidad discursiva.

    La memoria del Nunca ms frente a los testimonios de los vecinos

    El reinado de la teora de los dos demonios

    La historia de la memoria colectiva sobre el pasado reciente tiene, en la Argentina, un punto de anclaje muy fuerte en la labor de la Conadep, la publicacin del Nunca ms y el

    ) 50 (

    enjuiciamiento a la cpula militar. Forjada en ese r. contexto particular de transicin democrtica y protagonis- mo de la lucha de los organismos de derechos humanos, la memoria colectiva sobre el pasado dictatorial qued fuertemente asociada a la accin de la justicia y al intento de legitimacin del nuevo gobierno democrtico.

    En este apartado me interesa trabajar la articulacin de la memoria del Nunca ms con los testimonios recogidos en Los vecinos del horror... En particular, quisiera interrogar una representacin primera y nuclear asociada a esa memoria: la teora de los dos

    . demonios."

    La teora de los dos demonios articula un conjunto de sentidos sobre el pasado y, por lo tanto-, sobre i present que debe finalmente diferenciarse de l. Sintticamente esta teo-ra afirma que existi una guerra entre dos "demonios" (la guerrilla y las Fuerzas Armadas) cuya violencia anloga recay injustamente sobre una sociedad que en su conjunto ignora- ba lo que suceda y que, por lo tanto, fue vctima inocente de la barbarie. De hecho, se con- itV5 sidera que todas las vctimas fueron esencialmente inocentes. Esa idea se sintetiza en laevo- t cacin, en forma descontextualizada y despolitizada de la figura del "desaparecido". Final-

    _.

    mente, los que adhieren a esta teora afirman que los jefes de ambos grupos son los nicos responsables y culpables por lo acontecido."

    A lo largo de este apartado me propongo, por un lado, revisar crticamente algunos su-puestos de la memoria del Nunca ms y la teora de los dos demonios (en particular, la 1-e-lle-S-rifada de una sociedad ignorante y vctima del terror estatal) a partir del anlisis de los testimonios de los vecinos. Por otro, me propongo rastrear las marcas discursivas que ha dejado la memoria del Nunca ms en los testimonios de los vecinos.

    En relacin con el primer objetivo, quisiera cuestionar la representacin maniquea de la sociedad vctima y reintroducir las tensiones y contradicciones de una realidad compleja y mltiple. En relacin con el segundo, quisiera demostrar que los relatos y las representacio-nes del Nunca ms han cumplido eficazmente una funcin performativa en las representa-ciones e imaginarios que recogen los testimonios.' Considero que esa eficacia puede ex-plicarse, entre otras cosas, por el hecho de que esas representaciones exoneran a la socie- dad como colectivo y a cada uno de sus integrantes de hacerse cargo de la difcil (pero fun-

    ,.

    damental) tarea de preguntarse: "Y yo, qu tengo que ver en esto?"."

    "Y yo, qu tengo que ver en esto?"

    Interpelar la representacin de la sociedad como vctima ignorante y pasiva no supone, como bien ha advertido Hugo Vezzetti, arrojar una culpabilidad general y masiva a toda la sociedad ni concebir a sta como un conjunto homogneo, como un sujeto colectivo que acta unificadamente. 21 Tampoco se trata de desresponsabilizar a las criminales, a los ver-_

    daderos ejecutores del horror. Se trata, en cambio, de poder ubicar eso que Karl Jaspers denomin "culpa poltica"' y que Vezzetti ha introducido en las discusiones y los debates acadmicos sobre la memoria y el pasado reciente argentinos.

    Claramente la realidad dista mucho de las imgenes simplistas y maniqueas. Ni socie-dad vctima ni tampoco sociedad verdugo. Porque si bien es indiscutible que los ciudadanos se convirtieron en blancos de la intimidacin poltica y represiva y que respondieron adap-

    ) 51

    (

  • 'ndose o resistiendo en los marcos en que se desenvolvi su vida co- tidiana,' tambin es cierto que los rasgos autoritarios de la sociedad die-

    ron lugar a diversas actitudes de consenso y consentimiento implcito y explci- to a los objetivos del rgimen, omitiendo incluso el cuestionamiento por su metodo-

    Ar logia represiva.' Los testimonios que vamos a comentar ahora nos ofrecen un rico y heterogneo pano-

    rama de experiencias que nos hablan tanto del terror corno del acomodamiento, de la an-gustia como del consentimiento, de la ignorancia como del conocimiento sobre lo que -su-c'diS birro-smaTriposdConcentracin emplazados en los barrios.

    CA9'\AA- y ,

    Escenas diurnas, escenas nocturnas y el boca a boca entr los vecinos

    Qu informacin circulaba en la sociedad acerca de los mecanismos represivos del go-bierno militar? Qu saban y qu no saban los vecinos sobre lo que, intramuros y a escon-didas, ocurra en los emplazamientos del horror? Qu seales les llegaban de los centros clandestinos? Cmo eran significadas?

    Las descripciones de los campos brindadas por el Nunca ms hablan de grandes edificios, de largos paredones con ventanas tapiadas, de medianeras lindantes con casas del vecindario.

    Aunque muchos de los vecinos niegan haber tenido en su momento idea de lo que ocu- rra, casi afirman haber percibido "movimientos raros", 25 seales a veces indescifra- - . .

    bles, a veces contundentes, que ocurran en su barrio preferentemente por la noches. _ . _

    escenario d la impunidad y el terror, desparram vestigios', ecos a veces no tan lejanos de la realidad subterrnea, negada. Por las noches, el registro primario de lo in-decible llegaba a los vecinos mediante imgenes visuales o seales auditivas.

    Hasta ac se oan los gritos. (MT1)

    A las tres, a las cuatro de la maana, venan esas camionetas grandes y bajaban gente. Nosotros observbamos que bajaban gente; con la polica bajaban toda la gen-te y los metan adentro. A veces se sentan gritos. (T2)

    Hay gente que dice que escuchaba gente adentro donde se supone que ocurran cosas porque se oan gritos y toda la movida nocturna. Durante el da no pasaba ma-yormente nada. De afuera no se vea nada. El tema era nocturno. (T7)

    Pero si la noche era el terreno de la angustia y las conjeturas, los testimonios tambin dan cuenta de otros movimientos "raros", menos sutiles, que pasaron a formar parte del da a da de unos vecinos que parecen haber perdido la capacidad de asombro:

    Yen cuanto estacionaba un coche ah, estehh, estehh... pona... enseguida un pi-to y ah, y al segundo pitazo ya sala una tropa de gente corriendo con el arma en la mano... Eso s lo presenci. (T4)

    Claro, vena el jefe de polica, [Ramn] Camps, bajaba del helicptero ah, en esos

    ) 52 (

    terrenos que eran baldos, se jugaba al ftbol. f..] Y vena Camps con un montn de policas y estaban una hora, dos horas ah adentro. Esto estaba lleno de policas, no se poda pasar. Y despus se iban.' (T2)

    Adems de lo visto o lo odo, los testimonios dan cuenta del chimento, del boca a bo-ca (escenas propias de la sociabilidad barrial), como vehculo de informacin:

    ...ese comentario ya era general [...] Todo el barrio lo saba. (T1)

    ...era vox populi, ya todo el mundo saba, que era una cosa que ya en cierto modo era una cosa que ya todos nos habamos acostumbrado a ver todo cercado, no es cierto? (T3)

    -Cules eran los rumores? Comentaban cuando iban a hacer las compras lo que pasaba ac en el pozo?

    -Yo [no(?)] saba.... yo primero que trabajaba, estaba muy poco en mi casa. Si me enteraba me enteraba por mi seora.

    -Y qu le deca su seora? -Y..., dice, vos sabs que hoy vino el jefe de polica, estuvieron todo lleno de cus-

    todios ac. Dice, el otro da bajaron de esos coches por lo menos diez... Con las espo-sas los bajaban y los metan ah adentro f..] A veces se vea que bajaban gente... (T2)

    Estos testimonios nos muestran que algo de la clandestinidad de los centros de tortura desbordaba y penetraba el barrio, dejando rastros que eran percibidos por los vecinos tan-to en forma visual como auditiva. Prueban, tambin, que la informacin circulaba, que exis-tan rumores y, como veremos ms adelante, tambin diversas conjeturas sobre lo que ocu-rra. Prueban, finalmente, que no slo quienes tenan vnculos directos o indirectos con la militancia contaban con algn tipo de conocimiento sobre los mecanismos represivos del rgimen. En definitiva, nos sirven de indicio para cuestionar la imagen arraigada de la so-ciedad como vctima ignorante y pasiva.

    Quien quiera ver que vea, quien quiera or que oiga

    Dice Pilar Calveiro con relacin al campo de concentracin que "por su cercana fsica, por estar de hecho en medio de la sociedad, del otro lado de la pared, slo puede existir en,,mediode una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, unlaiEdd-rdela- parecida, tan anonadada como los secuestrados mismos".' Esta proPosiCih, siriada in-discutible a nivel macro, se fragmenta, en el nivel del anlisis micro, en una realidad mucho ( ms compleja y heterognea, que podemos representrnosla en el sinnmero de matices posibles que podran ubicarse entre estos dos testimonios:

    Sobre todo me qued la certeza de lo que estaba pasando. La certeza de que lo que hasta ese momento haba odo, dubitativamente, era una certeza ab- jell ,V-soluta. (T10)

    ) 53 (

    1

  • 1

    A usted le parecer que no es as, estando tan cerca, pero yo no he visto... por ac est en esta direccin; a lo mejor los que viven por ah ms cerca, enfrente, o algo... pero yo sinceramente no vi. Trabajaran de noche, no s. (T3)

    Se trata de simple desconocimiento, en el sentido de desinformacin,_ lo que puede explicar el segundo de estos testimonios o, como dice Pilar Calvei ro, tiene que ver con una sociedad, o parte de ella, que "elige" no ver? Ni sim-ple desinforrnacin,Di simple eleccin consciente y deliberada de no ver. Co-mo veremos ms adelante, hay adems otro tipo de componentes, relaciona- os con experiencias traumticas, con el miedo, con las necesidades de auto-

    , 1.4 -:rreproduccin cotidiana, que matizan estas ideas simplistas y muestran una realidad mucho ms compleja y heterognea.

    Entre la gente que yo frecuento el sentimiento ms grande era de

    A lo mejor, otro vecino que estaba ms al frente puede ser que ha-ya visto algo, no? ... pero yo ac... a media cuadra... no es fcil de ver para all. (T3)

    Si consideramos estos fragmentos con relacin a los que han sido trabaja-dos en el apartado anterior, es tentador pensar que ciertos rasgos de las con-

    ductas polticas del pasado perviven en el presente del testimonio. Como dice Mana Sonderguer:

    Los consensos y disensos en la apropiacin del pasado manifiestan sus efectos en el presente o quiz, a la inversa, desde las condiciones del pre-

    \ sente se crean, eluden y comprenden los hechos del pasado. 28

    En efecto, en los fragmentos citados se observa que la mujer del T3, que afirma aun trece aos despus de finalizada la dictadura no haber tenido nin-gn tipo de indicio sobre lo ocurrido viviendo tan slo a media cuadra de don-de funcion el Pozo de Quilmes ("pero yo ac... a media cuadra... no es f-cil ver para all") se muestra esquiva y reacia a la entrevista y es - una de las dos entrevistadas que no da la cara frente a las cmaras.

    En cambio, la seora del T10, que recibe a los entrevistadores en su casa y relata en primera persona su experiencia como testigo de un operativo de se-cuestro, expresa su malestar pasado con lo acontecido en trminos de pleno co-nocimiento de lo que ocurra ("compasin, horror, tremenda indefensin").

    Ms all de las dificultades metodolgicas que supone intentar aislar el tiempo presente del relato del tiempo pasado referente de la memoria,' los

    ) 54 (

    testimonios que estamos considerando muestran las posturas ms extremas con relacin al problema del conocimiento des-conocimiento de lo que ocurra en estos barrios durante los aos de la dictadura y, paralelamente, con relacin a la capacidad de asumir, hoy, el inte-rrogante por la responsabilidad por el pasado reciente.

    Sabido, no-sabido

    El recuerdo puede aflorar de diversas maneras: "Puede ser redundante o elusivo, mos-trarse como retorno u ocultarse en la figura del suspenso, puede tener la recurrencia del ri-tual o la ruptura de la negacin, puede ser alusivo y travestido"." Analizar estas caracters-ticas del recuerdo en los relatos de los vecinos nos permite interrogar sus contradicciones y sinsentidos.

    Mientras que, como acabamos de ver, muchos de los testimonios dan cuenta, por un la-do, de que efectivamente haba indicios directos (auditivos, visuales) e indirectos (rumores que circulaban) en el barrio sobre la existencia de los campos de concentracin, por otro lado es recurrente la afirmacin de que nada saba sobre aquello. Por ejemplo, uno de los testimoniardes firma:-

    Nadie se imaginaba el horror [...1 ni nosotros, ni nadie del barrio, poda conocer que eso iba a ser una prisin poltica. (HT1) 31

    Sin embargo, en otra parte de la entrevista, el mismo testimoniante declara haber vis-to, con sus propios ojos, cmo se construan los calabozos del Pozo de Banfield:

    Entonces ellos empezaron a hacer la construccin de eso, y nosotros vimos que bajaban unas rejas poderossimas, cuatro monos para bajar esas rejas, viste? Porque son los calabozos del subsuelo. (HT1)

    Es decir que la negacin inicial -"nadie se imaginaba el horror"- adquiere en el testimo-nio, al mismo tiempo y contradictoriamente, una connotacin afirmativa que, parafraseando, podramos enunciar diciendo que "nadie se imaginaba el horror, pero todos len el barrio] bamos sobre l". Porque si bien es inclICuSbre-q-u-emriTS anosCfe fa dictadura nadie poda Tr-ria-grrinenin-or" en los trminos y con las connotaciones que, despus del advenimien-to de la democracia, del Nunca ms y del juicio a las Juntas, adquiri el pasado reciente, los testimonios analizados hasta el momento hablan, indiscutiblemente, de que cierta informa-cin sobre esire-lidad -CircTba" y -sefiltrba de diVerssjoi -m- aspqr 'iaociedad. Con lo cual, nuevamente, es imperioso revisar y discutir la representacin de la sociedad ignorante.

    Sobre prostitutas, fiestas y rateros o los lobos de una sociedad autoritaria Si partimos de la idea de que efectivamente la informacin circulaba, podemos pregun-

    tarnos ahora qu pensaba la gente, cmo significaba la informacin recibida. A continua-

    ) 55 (

    Algunas continuidades

    compasin y de horror. [...1 Un sentido de indefensin tremenda. (T10) 1-44,1

  • cin se presentan, a modo de ejemplo, algunos fragmentos que muestran el tipo de conje-turas que elaboraron los vecinos, conjeturas que revelan el imaginario de estos discursos y que al mismo tiempo hablan, de algn modo, de la demanda de orden que estuvo en la ba-se del consenso al rgimen militar."

    No, movimiento aqu no se vea nada. Mir que yo sola venir a las dos, a las tres, a las cuatro de la maana. Una sola vez sent uno que se quejaba y deca basta, bas-ta, no me peguen ms. Pero yo pens que sera u rateroAue le estn... 33 (T3)

    -...bueno, lo que s se escuchaba desde el fondo de ac [era] cuando las mujeres llamaban al cabo IV, seguramente para hacer sus necesidades, o qu s yo, y enton-ces se escuchaba cabo IV, cabo IV... Se ve que las atendan.

    -Cuando escuchaban Cabo IV, qu se imaginaban? que haba mujeres detenidas, viste? Porque vos siempre lo relacions con la

    ... (T1)

    No tenamos certeza de nada; pensamos que podra haber sido, eh, qu s yo... que torturaran a alguien. De eso no tenemos certeza. Suponemos que ha de ser as por lo que despus se dijo. En ese momento... bueno, han pasado muchos aos. En ese momento pensbamos que algo irregular suceda. Pero ya le digo, no tuvo nin-guna trascendencia. (T9)

    Como dice Guillermo O'Donnell, la implantacin del autoritarismo poltico solt los lo-bos en una sociedad mucho ms autoritaria y represiva de lo que en general estamos dis-puestos a considerar. 34

    Porque si bien es cierto que la imagen de las prostitutas vela el con-flicto en tanto conflicto poltico, no deja de ser llamativo que rateros y prostitutas merecie-

    ran, al parecer dealgunos_ vecinos, el encierro y la tortura, y que la suposicin de una-es-

    cena de horror fuera considerada como algo "sin ninguna trascendencia" por otro.

    "Alguna cosa tienen que haber hecho": el consenso al rgimen represivo

    El siguiente testimonio pertenece a Miguel, el nico vecino del que sabemos el nombre:

    -Para m [vivir en el barrio] era bueno. Para m era bueno. Porque yo tena..., es decir, con la cuestin de ahora de los chorros, de los ladrones, todas estas patotas, estos drogadictos, estos borrachos que andan aqu, que son las ocho de la noche y uno tiene que meterse adentro...

    - Pero ah mataban gente. - Y bueno, a m nunca me hicieron nada, yo trabajaba. Si mataron gente por al-

    go los mataron, porque alguna cosa tienen que haber hecho. Pero yo mostraba los documentos, me decan: "De donde viene?" "De tal lado." "Dnde trabaja?" "En tal lado." "Est bien, vyase." Ahora, los dems..., algo, si los mataron... Dicen que [haba] mucha gente inocente. Qu s yo. Pero haba gente que... Yo conoca muchachos que andaban disparando que eran estudiantes pero que eran comunistas. (T2)

    ) 56 (

    fv,i) El testimonio de M uel nos acerca a uno de los ncleos menos interro-

    fiados y ms ocluido m_ emoria del Nunca ms y la teora de los dos de-monios: el consenso xplcit que recibi el golpe de Estado: "Si mataron gen-

    te por, algo los mataron, po que alguna cosatjenen411,4elaber hecho". El testimonio revela, al mismo tiempo, que' el anticomunismo' era una forma ge-

    irica de sealamiento de la otredad, que no siempre ni necesariamente estaba cons- " truida en trminos polticos -como lo acabamos de ver con el ejemplo de la prostituta y el ratero-: sin ninguna explicacin o reparo, "los chorros, los ladrones, todas estas

    patotas, estos drogadictos, estos borrachos" se transforman, en el testimonio de Miguel, apenas unas lneas despus, en "muchachos que andaban disparando que eran estudian-tes pero que eran comunistas". Chorros-patotas-drogadictos-estudiantes son englobados en el trmino indiscriminado de comunismo que, evidentemente, ms que sealar a un gnip6-16ittetr-paffreatartrttrlvidMs -cjue ras geraas' ms importantes-

    eran' eWiaroce-delICIMMIMVIrZfSkisia, no comunista) seala todo lo que debe ser reprimido y anula-doyor un Estado omnipotente del que se espera intervencin. Revela, finalmente, que el sustratodelljatolguncia su_bsiste a pesar del_ horror.

    Miedo y consenso

    El testimonio de Miguel que acabamos de comentar revela sin pudor el trasfondo reaccio-nario que confluy con los objetivos de los militares golpistas. Y sin embargo, nuevamente, la realidad se nos presenta con una gran complejidad que entreteje el consenso con otro pro-tagonista fundamental de esa historia: el miedo,, Dice Miguel en otro lugar de la entrevista:

    -No, yo no recuerdo bien... Gritos que se sentan, voces fuertes que gritaban... Lgicamente nosotros no podamos porque tenamos miedo tambin, no nos deja-ban...

    -Miedo de qu tenan? -Y miedo de que... si nosotros no podamos pasar por la vereda, ponan ac las

    vallas y clausuraban la calle. (T2)

    Los ejemplos de referencias sobre el miedo son constantes y algo de eso hemos comen-tado antes. Me quedo con el testimonio de Miguel ya que articula en una misma voz, en una misma memoria,, el miedo y el consenso, y nos permite pensarlos como dimensiones entrelazadas que formaron parle de una misma realidad y se condicionan mutuamente.

    Huellas de la eficacia performativa de la memoria del Nunca ms

    Sin embargo, hay otra lectura posible de la articulacin entre miedo y consenso que el testimonio de Miguel sugiere fuertemente. Sin negar la verosimilitud de lo recin afirmado en el sentido de la coexistencia del miedo y el consenso como partes de una misma reali-dad, creo que la coexistencia de marcas discursivas del miedo y del consenso en el testimo-nio de Miguel puede ser el resultado de la superposicin del tiempo pasado y el tiempo pre-

    ) 57 (

  • sente en el registro testimonial. Vale decir que, teniendo en cuenta los otros fragmentos de su testimonio, "l consenso

    podra formar parte de la experiencia pasada de este vecino de Lomas de Zamora que convivi con el Pozo de Banfield mientras que el "miedo" podra ser

    .una impresin posterior (a ese pasado dictatorial) que afecta retrospectivamente el sentido

    del recuerdo. Si esta hiptesis es plausible, podemos retomar la idea de Hugo Vezzetti de l'efic-aZl-Performativa del relato del Nunca ms ya sealada.

    ivv\P-) -1'.,4)lay otro aspecto en el cual se advierte en forma clara la inscripcin de ciertas figuras lryNYWYreipresentaciones de la memoria colectiva en los relatos de los vecinos. Volviendo al tes-

    .

    timonio de Miguel, me gustara retomar el siguiente fragmento: "Dicen que [haba] mu-cha gente inocente. Qu s yo...". Tomado en su contexto de enunciacin, y puesto en relacin con los componentes reaccionarios y consensuales que sealamos, la presuncin de inocencia que emerge de su testimonio tambin parecera estar afirmando la hiptesis delafiaaT)IrTrriW-d Ta memoria del Nunca ms y la teora de Ios dos demonios.

    Negacin, adaptacin y trauma

    Es indudable que cada experiencia de convivencia con el horror ha sido cada vez nica, privada, irrepetible. En los fragmentos que siguen se recoge algo de esa dimensin indivi-dual de la experiencia pasada.

    ...ac era una cosa... viste como te adapts a todo. Era eso y era eso. (MT1) Yo me niego a creerlo todava ahora, porque si slo un 10 por ciento de lo que

    se dijo fue verdad, tendra que dejar de creer en el ser humano. (T6) Nunca imagin lo que era eso. Porque si no me hubiera agarrado un pnico te-

    rrible. (T4)

    Me cuesta mucho estar cerca, me cuesta venir. (T7)

    Los fines de semana normalmente ponan msica de los Beatles al mango, m-sica de rock and roll al mango y el comentario de los vecinos, de algunos vecinos que todava ramos un tanto ingenuos, era que mir, cmo se divierten los milicos, po-nen msica al mango, la deben estar pasando bomba. Qu s yo. En ese momento, bueno, uno pensaba ingenuamente que era simplemente un acto de diversin, de dis-traccin, y despus se descubri que era una pantalla para tapar posibles actos de gritos, de tortura, en fin, no? (T5)

    Estos fragmentos nos muestran un amplio abanico de experiencias pasadas, una di-versidad de respuestas que van desde la adaptacin (pasiva?, resignada?, inge-

    nua?, complaciente?) a distintas formis de negacin, desde el "yo nunca imagi-?.n lo que era eso al viste como te adapts a todo o el uno pensaba ingenua-

    mente que era simplemente un acto de diversin". Pero estos fragmentos tambin nos hablan sobre lo inasimilable de la rea-

    lidad pasada y sobre las marcas traumticas de esa experien- cia que se actualizan y reactualizan en cada presente, en cada momen-

    to, sin pa-sIbillijde sutura: "Me cuesta venir, no quiero acercarme; me nie- go a creerlo todava ahora".

    Doblemente ausentes: duelo y desaparicin

    En todos los testimonios analizados hay una presencia permanente y sin embargo in- nombrada: el "desaparecido". He rastreado a lo largo de todos los testimonios los vocablos `desaparicin', 'desaparecido', 'desaparecer', 'clesaparecedor' y no los he encontrado en ninguna de las diez entrevistas. El "desaparecido" es entonces una presencia central, pero ausente. O una ausencia sintomtica que ha-bli de su inevitable presencia.

    Ciertarriehte -, tocros ros testimonios bordean su figura. Algunos lo hacen a travs de las huellas del horror inscriptas en los relatos (registros auditivos, registros visuales). Otros me-diante las figuras travestidas de rateros y prostitutas. Pero todos omiten pronunciar estas doce letras juntas: d-e-s-a-p-a-r-e-c-i-d-o. Por qu? Por qu esta desaparicin del "desa-parecido"?

    Si, como vimos en el apartado anterior, el trauma tiene una dimensin privada, ntima, subjetiva, la desaparicin del "desaparecido", en este caso, nos est hablando de un trauma colectivo, de un trauma relacionado con la imposibilidad de un duelo que se revela como una herida abierta que nos mortifica en el presente. La desaparicin es, como dice Alejandro Kaufman, una figura vaca, una figura que tiene relacin con los muertos, en cuanto los excede. Es un exceso que suspende el tiemp . "Sus efectos son prolongados y se destinaron a mantener lo irreparable de la prdida." En u acto de produccin "est implicada una per-manencia irreversible. sta es la especificida del crimen de la desaparicin".'

    A lo mejor, abordar CoIeCtivaMente la p gunta por la sociedad y la responsabilidad co-lectiva contribuya, al menos, a que esta he da no sangre tanto.

    1"-Lu-bt tr Los otros testigos. Algunas reflexiones sobre la naturaleza de los testimonios

    Podemos emparentar a los "vecinos del horror" con la figura del testigo, tal como lo sugiere el documental?

    Para pensar una respuesta a esta pregunta, considero til partir de la figura del testigo integral que Giorgio Agamben, retomando la obra de Primo Levi, desarrolla a propsito de Auschwitz. De acuerdo con Agamben, el verdadero testigo es, paradjicamente, aquel que no puede testimoniar -y que, en la jerga de Auschwitz, se denomina "musulmn".' En el universo filosfico de Agamber9 el testimonio adquiere entonces, necesariamente, una estructura dual que vincula a quien no puede testimoniar (el musulmn) con quien testimo-nia en su nombre, por delegacin: el "sobreviviente". Se trata de un testimonio que vale por lo que falta," es decir, por la palabra ausente de quien ya no est.

    A diferencia de la figura del testigo trabajada por Levi y Agamben, no se trata en nues-tro caso de "sobrevivientes" de los campos de concentracin, que han sobrevivido al horror

  • para poner en palabras el testimonio de quienes no pueden testimoniar. Se trata, ms banalmente, de testimonios de quienes convivieron, pared median-te, con ese horror. Por lo tanto, a primera vista, es fcil refutarla hiptesis de que exista una filiacin entre nuestros vecinos y la figura del testigo integral.

    Sin embargo, a travs de estos testimonios nos llegan algunos susurros de quienes podemos considerar los verdaderos testigos integrales de los campos de concentracin argentinos. Aunque se trata slo de destellos, algo en estos testimonios lleva inscripta la huella de lo intestimratte:

    -Tegistros visuales de los cuerpos faltantes justo antes de la desaparicin, registros auditivos sobre el terror que precede a lo verdaderame

    -riteinenrrable. - -- Se trata, sin embargo, de inscripciones de registros (visuales y auditivos)

    excesivamente pobres y de experiencias radicalmente diferentes de la del so-breviviente del campo. En tanto huella, lo nico que podemos recoger en es-tos testimonios es una confirmacin de lo "real", algo as como la confirma-cin del noema de la fotografa de Roland Barthes: un "esto ha sido"." No ms que eso.

    Aun cuando estos testimonios se nos presentan sumamente limitados en su naturaleza para atestiguar en el lugar de quien no tiene palabras para ha-cerlo, han servido para indagar y reflexionar acerca de algo que hasta ahora ha permanecido indecible: el 922ysaja_conformidad y los distintos grados de consenso social con que cont el rgimen militar, que hacen aicos la cm o-

    da y maniquea imagen del puro terror y la pura ignorancia.'

    Una historia que ya no podr volver a contarse de la misma manera

    Me gustara concluir el recorrido por los testimonios con algunas imgenes del viejo barrio de Floresta evocadas por los vecinos.

    Yo conoc esto cuando era la terminal de tranva. Y tengo entendi-do que los calabozos los haca en las fosas que hacan para reparar y limpiar los coches, ah, entonces estaba, como est bajo el nivel del sue-lo, los pozos estaban ah, los calabozos... (T4)

    El campo de concentracin ha avasallado el recuerdo del tranva, represen-tante imaginario de un pas pujante, tolerante y generoso. La Argentina no es la misma despus de los treinta mil desaparecidos que dej el ltimo gobierno militar. Tampoco su historia.

    A m se me revierte toda la historia. ste era para m un lugar agra-dable porque, bueno, un to mo que era tranviario y yo pasaba por ac y era bueno, el to Agustn, y me acordaba de todas estas cosas lindas que l nos contaba de su trabajo. Y hay un momento de mi vida en que

    esto se da vuelta. No quiero ni acercarme, no pude entrar cuando tuve que hacer el trmite del auto, no quiero escuchar lo que pasa, lo que vino de ac adentro, bueno, lo que est grabado, ac ms fuerte por ah que en toda la ciudad. (T7)

    Notas

    Idea: Mara S. Cantino, Graciela Guilis; entrevistas: Sebastin Clemente, Enrique Porterie, Gena-ro Press, Damin Roth, Santiago Zari; cmara y edicin: Zebra Producciones; coordinacin y guin: Genaro Press; ao de realizacin: 1996.

    2 No es mi intencin abordar Los vecinos del horror... como objeto en s mismo sino nicamen-te como soporte de los relatos testimoniales. De todas formas, considero pertinente ofrecer una des-cripcin somera de algunas caractersticas del documental que hacen a la construccin de los testimo-nios, objeto de mi anlisis.

    3 El acto de 1996 fue, de hecho, el primero en el que hizo aparicin pblica la agrupacin HIJ@S.

    Se trata de un edificio de tres plantas ubicado en la interseccin de las calles Siciliano y Vernet, partido de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires.

    5 Las edades consignadas en cada caso son una apreciacin a partir del video.

    6 Ubicado en el centro de la ciudad, en Allison Bell s/n, esquina Garibaldi.

    Ubicado en Ramn Falcn y Olivera, Floresta, ciudad de Buenos Aires.

    Ubicado en Av. Del Libertador 14.237, Martnez, partido de San Isidro, provincia de Buenos Aires.

    9 Cifra aproximada. Se estima que existieron unos 340 campos de concentracin que funcionaron en once de las veintitrs provincias del pas, y por los cuales pasaron entre quince y veinte mil perso-nas, el 90 por ciento de las cuales fueron asesinadas. Vase Pilar Calveiro, Poder y desaparicin. Los campos de concentracin en Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1995, p. 29.

    1 Esto ltimo ha sido inferido a partir de ciertos rasgos del lenguaje, del inmobiliario y el mobilia-rio, de la vestimenta e incluso de ciertas pistas que algunos vecinos dan sobre otros en el mismo video.

    11 Otros aspectos que tampoco se han podido explotar dada la naturaleza de los testimonios son el gnero, la diferencia socioeconmica y la cuestin generacional.

    12 Ms all de las alteraciones que supone el proceso de transcripcin, al trabajar directamente con el video documental he podido considerar, adems de la palabra dicha, algunos rasgos relacionados con las emociones de los testigos: la gestualidad, las pausas, los silencios, las interrupciones y la mirada.

    13 Vase Alessandro Portelli, "Lo que hace diferente a la historia oral", en Dora Schwarztein (comp.), La historia oral, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1991, p. 42.

    14 " La importancia del testimonio oral puede residir no tanto en su adherencia al hecho, sino ms bien en su alejamiento del mismo, cuando surge la imaginacin, el simbolismo, el deseo. Por lo tanto, no hay fuentes orales falsas", A. Portelli, ob. cit., p. 43.

    15 Vase Paul Ricceur, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Madrid, Arrecife, 1999, P. 79.

  • 16 Es lo que Paul Ricceur denomina carcter pasivo del testimonio. "Antes de decir algo, el testi-go ha visto, odo o sentido (o ha credo ver, or o sentir, la diferencia tiene poca importancia). En re-sumen, se encuentra impresionado, quiz lastimado, afligido o herido, y, en cualquier caso, afectado por el acontecimiento. Al decir algo, expresa ese estar afectado por... En ese sentido, podemos hablar de la impresin del acontecimiento anterior al propio testimonio, de la impresin que ste comunica"; P. Ricceur, ob, cit., p. 83.

    17 Primera y nuclear en tanto est asociada al mito de la refundacin democrtica y la articulacin

    de un potente imaginario colectivo. Sin embargo, es importante destacar que la teora de los dos de-monios no era en los 80 una representacin novedosa y que podemos rastrear sus orgenes en la g-nesis del ltimo golpe de Estado. Vase Hugo Vezzetti, Pasado y presente. Guerra, dictadura y so-ciedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002, p. 121.

    18 Para una historia de la memoria colectiva sobre el pasado reciente y una caracterizacin de la

    teora de los dos demonios vase Gabriela Cerrutti, "Entre el duelo y la fetichizacin. La historia de la memoria", Puentes, ao 1, N0

    3, La Plata, marzo de 1991, pp. 15 y 18. 19

    Hugo Vezzetti, "Activismos de la memoria: el escrache", Punto de Vista, N0 62, diciembre de

    1998, p. 5. Me interesa enfatizar que, hasta nuestros das, esta particular lectura sigue moldeando las representaciones sobre el pasado reciente. Aun cuando en los aos 90 aparecieron otros relatos sobre el pasado con sus representaciones y significaciones propias (testimonios de ex militantes guerrilleros y testimonios de represores construidos a partir de la polmica figura del arrepentido), ninguno de ellos ha interrogado el ncleo bsico de significados de la memoria del Nunca ms e incluso pareceran, aun sin proponrselo explcitamente, haberlo reforzado. Vale decir, ninguna de estas memorias ha puesto en entredicho la imagen de la sociedad como vctima inocente e ignorante.

    Muchos autores concuerdan, en relacin con esa representacin del pasado asociada a la me-moria del Nunca ms, en que se ha dado una suerte de acuerdo o pacto entre gobierno y sociedad, sostenido, entre otras cosas, tanto por el temor de la repeticin de ese pasado traumtico como por la dificultad de asumir colectivamente la pregunta por la responsabilidad sobre lo sucedido. Vase, por ejemplo, G. Cerrutti, ob. cit., p. 16, y Mara Sonderguer, "Los relatos sobre el pasado reciente en Ar-gentina: una poltica de la memoria", Iberoamericana, vol. 1, N0

    1, Madrid, 2001, p. 102, as como los mencionados trabajos de Hugo Vezzetti.

    21 Vase H. Vezzetti, Pasado y presente..., p. 38.

    22 Preocupado por el fenmeno del Holocausto y la problemtica de la responsabilidad colectiva, el filsofo alemn Karl Jaspers desagreg el concepto de culpa distinguiendo entre culpa criminal, cul-pa poltica, culpar moral y culpa metafsica. Vase K. Jaspers, El problema de la culpa, Paids, Buenos Aires, 1998 (1945).

    23 Juan Corradi, "La cultura del miedo en la sociedad civil: reflexiones y propuestas", en Isidoro

    Cheresky y Jacques Chonchol (comps.), Crisis y transformaciones de los regmenes autoritarios, Buenos Aires, Eudeba, 1985, p. 171.

    za Para un trabajo pionero y muy sugerente sobre los rasgos autoritarios de la sociedad argentina y su relacin con el golpe, vase Guillermo O'Donnell, "Democracia en la Argentina: micro y macro", en Oscar Oszlak (comp.), "Proceso", crisis y transicin democrtico/1, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1987.

    25 Utilizo las comillas debido a que una de las preguntas recurrentes de los entrevistadores es so-

    bre el registro de "movimientos raros" en el barrio.

    ) 62 (

    26 Aunque la escena del helicptero no parece del todo verosmil, siguiendo la ya citada idea de Ri-

    cceur el valor de un testimonio reside tanto en lo que el testigo ha visto, odo o sentido como en lo que ha credo ver, or o sentir; P. Ricceur, ob, cit., p. 83. De hecho, estas creencias se encuentran en la ba-se de la construccin de mitos que adquieren distintos grados de verosimilitud en la sociedad.

    27 P. Calveiro, ob. cit., pp. 147-148.

    28 M. Sonderguer, ob. cit., p. 99.

    29 Como dicen Elizabeth Jelin y Susana Kaufman, el trabajo de rememoracin "implica una cons-

    truccin actual, una relacin con el pasado en tiempo presente"; Elizabeth Jelin y Susana Kaufman, "Los niveles de la memoria: reconstrucciones del pasado dictatorial argentino", Entrepasados, N0 20, Buenos Aires, 2001, p. 28.

    M. Sonderguer, ob. cit., p. 100. 31

    Es sumamente interesante resaltar, en este caso, el deslizamiento que supone tomar al campo de concentracin como sinnimo de "prisin poltica".

    32 Vase H. Vezzetti, Pasado y presente...

    33 Interrupcin del relato. Resulta imposible determinar si esa interrupcin est en el testimonio

    mismo o es producto del trabajo de edicin. Vase G. O'Donnell, ob. cit., p. 17.

    Alejandro Kaufman, "Desaparecidos", Confines, N0 3, Buenos Aires, septiembre 1996, pp. 38

    y 41.

    36 En la obra de Agamben el musulmn aparece como una compleja construccin que abarca tan-

    to una categora tica como poltica y que denota, al mismo tiempo, un estado particular en el que caan muchos presos de los campos de concentracin. Vase Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III, Valencia, Pre-Textos, 1999.

    dem, puntos 1.12, 4.7. 38

    Dice Barthes: "Nunca puedo negar en la Fotografa que la cosa ha estado all. Hay una doble posicin conjunta: de realidad y de pasado. Y puesto que tal imperativo slo existe por s mismo, de-bemos considerarlo por reduccin como la esencia misma, el noema de la Fotografa. 1...] El nombre del noema de la Fotografa ser, pues, esto ha sido"; R. Barthes, La cmara lcida. Notas sobre fotografa, Buenos Aires, Paids, 1999, p. 136.

    39 Hay que destacar que en estos ltimos aos la emergencia de nuevos proyectos de investigacin

    y producciones acadmicas (generalmente realizadas por investigadores de las jvenes y medianas ge-neraciones) han comenzado a investigar y tematizar el problema del consenso y la conformidad de la sociedad civil ante el golpe de Estado.

    ) 63 (

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