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NOVIEMBRE - 2016 Comuníquese Boletín provincial [email protected] Telf. 71722015 SECRETARIA PROVINCIAL Información GRATUITA!!! 1 3 4 7 8 9 Provincia Misionera San Antonio en Bolivia Lema del Moratorio

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Page 1: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

NOVIEMBRE - 2016

ComuníqueseBoletín provincial

[email protected]. 71722015

SECRETARIA PROVINCIAL

Información GRATUITA!!!

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Provincia MisioneraSan Antonio en Bolivia

Lema delMoratorio

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PROVINCIA MISIONERA SAN ANTONIO DE BOLIVIA

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MORATORIUMEstimados hermanos:

La reciente visita de nuestro Hno. MINISTRO Fr. MICHAEL PERRY y del Definidor por A.L., Fr. VALMIR RAMOS, ha sido un momento de gracia para nuestra Provincia. Rápidamente han percibido nuestra situación y se han puesto, más o menos, al tanto de nuestra realidad. Con solicitud fraterna com-parten nuestros desafíos, como también la manera de afrontarlos, y con sugerencias atinadas y precisas, han dejado claro su parecer, por ejemplo, en lo que se refiere al REDIMENSIONAMIENTO que, en su opinión, es prioritario y no sólo geográfico, sino también y ante todo mental y espiritual, que es lo más difícil.

Acogiendo, pues, sus orientaciones, en línea de lo planificado, vamos a tener no un capítulo de esteras, como era la primera intención, ni la reunión ampliada de Guardianes y Responsables, que se suspende, sino una Asamblea extraordinaria o un MORATORIUM de toda la Provincia.

Es por eso que, por la presente, tengo a bien

CONVOCAR A TODOS LOS HERMANOS

A UN MORATORIUM

(Asamblea extraordinaria)

LOS DÍAS 5 AL 10 DE SEPTIEMBRE,

EN LA CASA DE RETIRO DE TARATA

Deben participar todos los Hermanos profesos solemnes de la Provincia, debiendo los Hnos. Guardianes y Responsables prever y disponer todo con tiempo para que este MORATORIUM alcance su cometido: el REDIMENSIONAMIENTO DE LA VIDA Y MISIÓN DEL HERMANO MENOR en nuestra Provincia y en nuestro País.

A su debido tiempo la Comisión responsable enviará ulteriores orientaciones y material para su adecuada preparación.

Encomendamos a la intercesión de la “Virgen hecha Iglesia”, de N.S.P. san Francisco, de santa Clara, y a la oración de todos los hermanos, los trabajos y los frutos de este evento.

¡Qué la luz de Cristo resucitado y la fuerza del Espíritu Santo nos guíe e ilumine en esta importante y tran-scendental etapa de nuestro camino!

Cochabamba, 5 de Mayo, de 2016

FR. ORLANDO CABRERA, OFMMINISTRO PROVINCIAL, OFM

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A los hermanos de la Provincia Misionera de San Antonio en Bolivia: Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN.

Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en la preparación y realización del MORATORIUM, programado para los días 5 a 9 de septiem-bre del presente año.

Vengo en nombre del Ministro y del Definitorio General, que sienten grande estima por esta Provincia y, que a la vez, sienten la necesidad de que la Provincia haga una parada, guiada por el Espíritu de Dios, para hacer “un proceso de discernimiento personal y fraterno. Se advierte la urgencia de leer e interpretar los signos de los tiempos y de los lugares a la luz del Evangelio y de nuestro carisma; de encontrar el vínculo entre vida interior, vida fraterna, vida en minoridad y vida de misión evangelizadora; de reorientar nuestra vida y dar respuesta a la interpelación de nuestro tiempo”. Subsidio para el Moratorium en la Orden.

La visita reciente del Ministro General y de Fray Valmir, Definidor por América Latina, les ha permitido sentir la necesidad impostergable de que todos los hermanos de la Provincia entren en esta etapa de discernimiento humilde y fiel ante el Señor.

Para ello, me han delegado estas tareas:

1. “Participar en las reuniones del Definitorio Provincial.

2. Hacer una verificación general de la situación de la Provincia.

3. Ayudar a los hermanos de la Provincia a elaborar una metodología para la preparación del Moratorium ya fijado por la Provincia durante el cual todos los hermanos deben cerrar las casas, las parroquias, las obras y cualquier otra actividad para reunirse y para evaluar la vida y misión, dialogar, confrontarse y elegir el camino de preparación para el Capítulo Provincial.

4. Acompañar a los hermanos en la celebración del Moratorium.

5. Hacer la verificación de la necesidad real de hacer una visita canónica de la Provincia.

6. Hacer un informe al Ministro General con las propuestas claras y concretas para el futuro”.

Con el aprecio, admiración y conocimiento que tengo de esta Provincia he recibido la obediencia del Min-istro General.

La disposición del Gobierno General obedece a la necesidad que tiene la Provincia de mirar críticamente su realidad y de tomar las decisiones necesarias con fidelidad al carisma franciscano y a la realidad del Pueblo Boliviano. Para esto es necesario tener la osadía y el valor que da el Espíritu del Señor.

Pongámonos ante el Señor que nos dice, como a Pedro: “Me amas?”. Y que nuestra respuesta sea “Si, Señor, Tú sabes que te amo”. De nuevo nos dirá: “Apacienta mis corderos”. “SÍGUEME”. Juan 21,15ss.

Acojamos la conversión a la que nos llama el Señor y emprendamos un camino de vida nueva en nuestra Provincia.

Le pido a cada uno de los hermanos que den todo lo que son y tienen para que el Moratorium nos conduz-ca a una transformación radical.

Me pongo al servicio de todos los hermanos, estaré atento a la palabra de todos, porque todos tienen mucho que aportar. Más adelante les comunicaré cuál va a ser la programación de mi servicio y de la preparación para el Moratorium y los lugares donde voy a estar.

María Inmaculada, nuestro Padre San Francisco, nuestra Madre Santa Clara y nuestro Patrono San Anto-nio de Padua nos acompañen en este caminar.

Santa Cruz, junio 13 – 2016

Fray Oscar Armando Montoya R.

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Hermanos en Cristo Jesús y en Francisco;el Señor les dé su Paz:

Vivimos en nuestra Provincia un tiempo especial, el llamado del Señor a seguirlo con auda-cia y alegría en todos los lugares de nuestra misión.El “Moratorium” es una ocasión singular para alegrarnos con cada hermano y sus valores, para celebrar nuestra historia, para perdonarnos nuestros errores y para juntos seguir a Jesús en la construcción del Reino de Dios con el pueblo boliviano, a la manera de Francisco y Clara de Asís. Es un camino para animar a quien está desanimado, a quien se ha desviado un poco del camino, de fortalecimiento para quien se encuentre animado en su vocación; para reencon-trarnos con nuestras raíces de hermanos menores; recuperar el entusiasmo, el gozo y el com-promiso con Jesús y su Pueblo.El mismo Jesús nos invita a tener momentos de oración, momentos de silencio, momentos de contemplación que nos lleven a mirar nuestra realidad para fortalecer o recuperar nuestra identidad de hermanos menores. Esto es lo que buscaremos en este tiempo de Moratorium.Necesitamos tu ayuda, tu apoyo, tu presencia. Seguramente habrá muchos compromisos en tu trabajo pastoral, pero como hermanos de la Provincia Franciscana Misionera de san Anto-nio en Bolivia te necesitamos.Es por eso, querido hermano, que te invitamos a llenarte del Espíritu Santo y a participar con una disposición tal que irradies alegría y entusiasmo a los demás hermanos, para que juntos podamos llevar este proyecto, que es el proyecto de la Orden y, por lo tanto, es el proyecto de Dios.Queremos hacer un diagnóstico real de la Provincia. Para eso te enviamos una encuesta que debes responder en forma personal. Tu mirada, unida a la de los hermanos nos permitirá ver dónde y cómo estamos, para buscar las luces del Señor y, desde allí, ver a dónde nos quiere llevar Él. Tu respuesta debes enviarla a Fray Oscar Armando Montoya, Curia Provincial o email [email protected] antes del 31 de julio.Para ayudarnos en este camino de vida te enviamos unos subsidios de oración que nos per-mitan estar en esta actitud ante el Señor.Fraternalmente, Comisión preparatoria del Moratorium:Julio Matareco, Anselmo Castro, Marcelo Garrón, Leónidas Román, Carmelo Galdós, Oscar Mamani, Martín Sappl, Armando Montoya.

Cochabamba, junio 24 de 2016

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Apreciados hermanos de la Provincia Franciscana Misionera de San Antonio en Bolivia.

En esta fiesta de San Buenaventura y en el 32º. Aniversario de la aprobación jurídica como Vicaría de la Orden franciscana les doy mi saludo fraterno, con los mejores deseos, para cada uno de los hermanos, de que puedan lograr su realización felizmente, como hermanos meno-res.

He venido recorriendo la Provincia y el encuentro con cada hermano ha sido muy gratifi-cante. Gracias a todos por su fraterna acogida. Ha sido la oportunidad para darle gracias a Dios por tantas cosas buenas que Él ha hecho en este pueblo Boliviano a través de tantos her-manos, de tantos países. De verdad, que no dejo de admirar la obra realizada.

Al visitar a los hermanos he ido escuchando a cada uno: su estado vocacional, sus expectati-vas frente al Moratorium y al futuro de la Provincia. En general encuentro interés y compro-miso en todos. He sentido alegría al ver que uno que otro hermano que se ha sentido desalentado, se ha dispuesto para apoyar todo el proceso Provincial.

Ahora nos toca cumplir la misión de responder la Encuesta enviada por la Comisión para el Moratorium. Quiero pedir encarecidamente a cada hermano responder la Encuesta y enviár-mela antes del 30 de julio a la Curia Provincial.

La respuesta de cada uno nos permitirá tener un diagnóstico de la realidad Provincial. Luego iluminaremos nuestra realidad desde la Palabra de Dios y nuestra Espiritualidad Francisca-na. Así, iluminados por el Señor y nuestro hermano Francisco de Asís, buscaremos concretar qué es lo que Dios quiere de nosotros hermanos menores en Bolivia y emprender una nueva etapa de nuestra historia.

Los invito a orar con el tríptico enviado y a intensificar la oración y los encuentros fraternos.

Fraternalmente,

Santa Cruz 15 de julio de 2016

Fray Oscar Armando Montoya R.

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Al calor de la celebración y de la memoria de personas tan queridas y emblemáticas como lo son para nosotros, San Francisco Solano, por una parte, y San Buenaventura, por otra, quiero aprovechar para llegar a cada hermano con un SALUDO y un mensaje de CONGRATULACIÓN fraterna en ocasión de la celebración del 32 aniversario de FUNDACIÓN DE NUESTRA QUERIDA PROVINCIA!:

* San Francisco Solano, patrono de las misiones en nuestro país , prototipo y ejemplo de una iglesia en salida, en palabras del Papa Francisco,

* San Buenaventura, biógrafo de San Francisco, maestro de la espiritualidad franciscana, reformador y pilar fundamental de nuestra Orden.

Podemos considerar esto como una gracia y una bendición!, ya que, desde nuestra perspectiva de fe, nada es ni sucede por casualidad, todo es signo: signos del Reino y de la Salvación que Dios siembra y lleva adelante en la historia y en la vida de cada quien, como prueba y manifestación providencial de su amor misericordioso de Padre.

San Buenaventura propició en la Orden un cambio estructural (sus constituciones) y un replanteamiento del carisma y de la espiritualidad franciscana que perduran y alimentan la vida de los franciscanos y franciscanas de ayer y de hoy.

Las circunstancias por las que atravesamos nos invitan también a nosotros, como Fraternidad Provincial, a un replanteamiento y redimensionamiento de nuestra vida y de nuestra manera de responder a los desafíos que se nos presentan: la disminución de las vocaciones, los abandonos, la edad avanzada de los hermanos, la magnitud de los compromisos pastorales, etc., etc., Desafíos que esperan de nosotros respuestas lúcidas, creativas y concretas a partir de nuestra identidad y de nuestra forma de vida.

Podemos decir que esto no es para nada nuevo; ya desde hace rato se viene hablando al respecto. Y por eso mismo, desde que asumí este servicio a los hermanos, sabiendo que tenía poco tiempo, tres años, me propuse, desde el inicio preparar el camino al próximo capítulo, para que no suceda como en anteriores ocasiones que se llega al capítulo, se trabaja, y cuando toca sacar conclusiones y tomar las decisiones pertinentes…, se agotó el tiempo, ya hay que terminar. Y ahí se queda…

A nuestra manera de ver, son por lo menos tres los aspectos, casi emblemáticos, que se arrastra de gestiones pasadas y que, dadas las circunstancias, en definitorio consideramos

"OPERA CHRISTI NON DEFICIUNT, SED PROFICIUNT"

Las obras de Cristo no retroceden, sino que avanzan.(San Buenaventura)

que no se debía ni se puede más postergar:

PRIMERO: La conveniencia de promover oportunamente cambios o relevos de personal y, al mismo tiempo, la resistencia de algunos hermanos

SEGUNDO: El desafío de caminar en transparencia administrativa en nuestras obras, buscando, cada vez más y siempre de nuevo, una mayor adecuación a las orientaciones de la Orden en este rubro.

TERCERO: La necesidad de replantearnos y comprometernos a fondo, siguiendo las orientaciones de la Orden, en todo lo que significa el proceso de la Formación Permanente e Inicial de los hermanos.

Temas fundamentales y muy delicados que es necesario afrontar y decidir gradualmente y entre todos.

Por eso el año pasado sostuve reuniones, por grupos etarios, con todos los hermanos de buena voluntad, pensamos, en primera instancia, continuar en un capítulo esteras, luego, en una reunión ampliada de guardianes para, finalmente, a sugerencia, y con el apoyo del Min. General, aterrizar en el Moratorio, actualmente en curso. Pero todo con la misma y única finalidad de repensar y decidir juntos, desde y a partir de nuestra identidad, la mejor manera de responder a los desafíos, presentes y futuros, de la evangelización de nuestro pueblo.

Está claro que nuestro OBJETIVO no es y no debe ser la sobrevivencia, sino LA EVANGELIZACIÓN. Los problemas y los desafíos surgen de diferentes frentes, pero no es el caso de desviar ni un ápice nuestra atención de lo fundamental. Para esto, desde un principio, en el Definitorio nos ha parecido que:

* Necesitamos un REDIMENSIONAMIENTO que sea, no sólo geográfico, sino sobre todo mental y espiritual.

* Y esto a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores:

* A partir de nuestro encuentro y seguimiento a Cristo a la manera de Francisco.

Todo esto lo planteamos y lo compartimos con el Ministro General Fr. Michael Perry ya durante el Capítulo General de 2015 y luego en la visita a nuestra Provincia, a la que lo invitamos cordialmente, y estuvo plenamente de acuerdo y se comprometió brindarnos todo el apoyo necesario. Y hoy podemos decir que lo ha cumplido y lo ha demostrado enviándonos como delegado suyo para acompañarnos en este proceso, a Fr. Armando Montoya, a quien agradecemos de verdad haber aceptado el desafío.

El camino no es corto ni fácil, pero tampoco es cosa del otro mundo y estoy convencido de que estamos en condiciones de afrontarlo y recorrerlo, con la ayuda del Espíritu de Jesús Resucitado y la buena voluntad de todos: para ello contamos con los recursos humanos, espirituales y materiales necesarios.

Un momento de confusión surgió cuando desde la Curia, respondiendo a la solicitud que

hice oportunamente en el sentido de nombrarnos un Visitador para nuestro próximo Capítulo, respondieron indicando que, tratándose de un capítulo intermedio, no correspondía. Pero gracias a Dios, fue sólo una confusión que ya se aclaró (ver Anexo). Así es que todos podemos estar tranquilos y concentrarnos en lo único verdaderamente importante en estos momentos: el redimensionamiento de nuestra vida y misión a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores.

De esta manera, considero que el camino está expedito y ya nadie ni nada debe impedirnos ni distraernos del logro de lo que nos hemos propuesto!

Dice Jesús: « He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos, ha acompañado a la Iglesia y a la Orden desde un principio y seguramente se ha avivado ahora en nuestros corazones por el Jubileo del AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA y la preparación a la celebración del Moratorio. Es de ahí que podemos y debemos sacar un renovado impulso para nuestra vida personal y para la evangelización en y desde la fraternidad, haciendo que sea efectivamente la fuerza inspiradora de nuestro actuar y de todo nuestro caminar.

Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, debemos planteamos hoy la misma pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés:

«Hermanos, ¿qué debemos hacer?» (Hch 2,37). (NMI 29)

Es la pregunta a la que entre todos, guiados por el Espíritu de Jesús Resucitado, a ejemplo de nuestro Seráfico Padre San Francisco, con la intercesión de Santa Clara, San Antonio, San Francisco Solano, San Buenaventura, y todos los hermanos nuestros que nos han precedido, nos preparamos a responder desde nuestra identidad, vida y misión de hermanos y de menores.

Con mis mejores augurios de Paz y Bien!

En la Solemnidad de nuestra Señora la Virgen del Carmen

MUCHAS FELICIDADES!Cochabamba, 16 de Julio, de 2016

Fraternalmente

FR. ORLANDO CABRERA, OFMMINISTRO PROVINCIAL

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Al calor de la celebración y de la memoria de personas tan queridas y emblemáticas como lo son para nosotros, San Francisco Solano, por una parte, y San Buenaventura, por otra, quiero aprovechar para llegar a cada hermano con un SALUDO y un mensaje de CONGRATULACIÓN fraterna en ocasión de la celebración del 32 aniversario de FUNDACIÓN DE NUESTRA QUERIDA PROVINCIA!:

* San Francisco Solano, patrono de las misiones en nuestro país , prototipo y ejemplo de una iglesia en salida, en palabras del Papa Francisco,

* San Buenaventura, biógrafo de San Francisco, maestro de la espiritualidad franciscana, reformador y pilar fundamental de nuestra Orden.

Podemos considerar esto como una gracia y una bendición!, ya que, desde nuestra perspectiva de fe, nada es ni sucede por casualidad, todo es signo: signos del Reino y de la Salvación que Dios siembra y lleva adelante en la historia y en la vida de cada quien, como prueba y manifestación providencial de su amor misericordioso de Padre.

San Buenaventura propició en la Orden un cambio estructural (sus constituciones) y un replanteamiento del carisma y de la espiritualidad franciscana que perduran y alimentan la vida de los franciscanos y franciscanas de ayer y de hoy.

Las circunstancias por las que atravesamos nos invitan también a nosotros, como Fraternidad Provincial, a un replanteamiento y redimensionamiento de nuestra vida y de nuestra manera de responder a los desafíos que se nos presentan: la disminución de las vocaciones, los abandonos, la edad avanzada de los hermanos, la magnitud de los compromisos pastorales, etc., etc., Desafíos que esperan de nosotros respuestas lúcidas, creativas y concretas a partir de nuestra identidad y de nuestra forma de vida.

Podemos decir que esto no es para nada nuevo; ya desde hace rato se viene hablando al respecto. Y por eso mismo, desde que asumí este servicio a los hermanos, sabiendo que tenía poco tiempo, tres años, me propuse, desde el inicio preparar el camino al próximo capítulo, para que no suceda como en anteriores ocasiones que se llega al capítulo, se trabaja, y cuando toca sacar conclusiones y tomar las decisiones pertinentes…, se agotó el tiempo, ya hay que terminar. Y ahí se queda…

A nuestra manera de ver, son por lo menos tres los aspectos, casi emblemáticos, que se arrastra de gestiones pasadas y que, dadas las circunstancias, en definitorio consideramos

que no se debía ni se puede más postergar:

PRIMERO: La conveniencia de promover oportunamente cambios o relevos de personal y, al mismo tiempo, la resistencia de algunos hermanos

SEGUNDO: El desafío de caminar en transparencia administrativa en nuestras obras, buscando, cada vez más y siempre de nuevo, una mayor adecuación a las orientaciones de la Orden en este rubro.

TERCERO: La necesidad de replantearnos y comprometernos a fondo, siguiendo las orientaciones de la Orden, en todo lo que significa el proceso de la Formación Permanente e Inicial de los hermanos.

Temas fundamentales y muy delicados que es necesario afrontar y decidir gradualmente y entre todos.

Por eso el año pasado sostuve reuniones, por grupos etarios, con todos los hermanos de buena voluntad, pensamos, en primera instancia, continuar en un capítulo esteras, luego, en una reunión ampliada de guardianes para, finalmente, a sugerencia, y con el apoyo del Min. General, aterrizar en el Moratorio, actualmente en curso. Pero todo con la misma y única finalidad de repensar y decidir juntos, desde y a partir de nuestra identidad, la mejor manera de responder a los desafíos, presentes y futuros, de la evangelización de nuestro pueblo.

Está claro que nuestro OBJETIVO no es y no debe ser la sobrevivencia, sino LA EVANGELIZACIÓN. Los problemas y los desafíos surgen de diferentes frentes, pero no es el caso de desviar ni un ápice nuestra atención de lo fundamental. Para esto, desde un principio, en el Definitorio nos ha parecido que:

* Necesitamos un REDIMENSIONAMIENTO que sea, no sólo geográfico, sino sobre todo mental y espiritual.

* Y esto a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores:

* A partir de nuestro encuentro y seguimiento a Cristo a la manera de Francisco.

Todo esto lo planteamos y lo compartimos con el Ministro General Fr. Michael Perry ya durante el Capítulo General de 2015 y luego en la visita a nuestra Provincia, a la que lo invitamos cordialmente, y estuvo plenamente de acuerdo y se comprometió brindarnos todo el apoyo necesario. Y hoy podemos decir que lo ha cumplido y lo ha demostrado enviándonos como delegado suyo para acompañarnos en este proceso, a Fr. Armando Montoya, a quien agradecemos de verdad haber aceptado el desafío.

El camino no es corto ni fácil, pero tampoco es cosa del otro mundo y estoy convencido de que estamos en condiciones de afrontarlo y recorrerlo, con la ayuda del Espíritu de Jesús Resucitado y la buena voluntad de todos: para ello contamos con los recursos humanos, espirituales y materiales necesarios.

Un momento de confusión surgió cuando desde la Curia, respondiendo a la solicitud que

hice oportunamente en el sentido de nombrarnos un Visitador para nuestro próximo Capítulo, respondieron indicando que, tratándose de un capítulo intermedio, no correspondía. Pero gracias a Dios, fue sólo una confusión que ya se aclaró (ver Anexo). Así es que todos podemos estar tranquilos y concentrarnos en lo único verdaderamente importante en estos momentos: el redimensionamiento de nuestra vida y misión a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores.

De esta manera, considero que el camino está expedito y ya nadie ni nada debe impedirnos ni distraernos del logro de lo que nos hemos propuesto!

Dice Jesús: « He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos, ha acompañado a la Iglesia y a la Orden desde un principio y seguramente se ha avivado ahora en nuestros corazones por el Jubileo del AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA y la preparación a la celebración del Moratorio. Es de ahí que podemos y debemos sacar un renovado impulso para nuestra vida personal y para la evangelización en y desde la fraternidad, haciendo que sea efectivamente la fuerza inspiradora de nuestro actuar y de todo nuestro caminar.

Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, debemos planteamos hoy la misma pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés:

«Hermanos, ¿qué debemos hacer?» (Hch 2,37). (NMI 29)

Es la pregunta a la que entre todos, guiados por el Espíritu de Jesús Resucitado, a ejemplo de nuestro Seráfico Padre San Francisco, con la intercesión de Santa Clara, San Antonio, San Francisco Solano, San Buenaventura, y todos los hermanos nuestros que nos han precedido, nos preparamos a responder desde nuestra identidad, vida y misión de hermanos y de menores.

Con mis mejores augurios de Paz y Bien!

En la Solemnidad de nuestra Señora la Virgen del Carmen

MUCHAS FELICIDADES!Cochabamba, 16 de Julio, de 2016

Fraternalmente

FR. ORLANDO CABRERA, OFMMINISTRO PROVINCIAL

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A los hermanos de la Provincia Misionera de San Antonio en Bolivia: Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN.

Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en la preparación y realización del MORATORIUM, programado para los días 5 a 9 de septiem-bre del presente año.

Vengo en nombre del Ministro y del Definitorio General, que sienten grande estima por esta Provincia y, que a la vez, sienten la necesidad de que la Provincia haga una parada, guiada por el Espíritu de Dios, para hacer “un proceso de discernimiento personal y fraterno. Se advierte la urgencia de leer e interpretar los signos de los tiempos y de los lugares a la luz del Evangelio y de nuestro carisma; de encontrar el vínculo entre vida interior, vida fraterna, vida en minoridad y vida de misión evangelizadora; de reorientar nuestra vida y dar respuesta a la interpelación de nuestro tiempo”. Subsidio para el Moratorium en la Orden.

La visita reciente del Ministro General y de Fray Valmir, Definidor por América Latina, les ha permitido sentir la necesidad impostergable de que todos los hermanos de la Provincia entren en esta etapa de discernimiento humilde y fiel ante el Señor.

Para ello, me han delegado estas tareas:

1. “Participar en las reuniones del Definitorio Provincial.

2. Hacer una verificación general de la situación de la Provincia.

3. Ayudar a los hermanos de la Provincia a elaborar una metodología para la preparación del Moratorium ya fijado por la Provincia durante el cual todos los hermanos deben cerrar las casas, las parroquias, las obras y cualquier otra actividad para reunirse y para evaluar la vida y misión, dialogar, confrontarse y elegir el camino de preparación para el Capítulo Provincial.

4. Acompañar a los hermanos en la celebración del Moratorium.

5. Hacer la verificación de la necesidad real de hacer una visita canónica de la Provincia.

6. Hacer un informe al Ministro General con las propuestas claras y concretas para el futuro”.

Con el aprecio, admiración y conocimiento que tengo de esta Provincia he recibido la obediencia del Min-istro General.

La disposición del Gobierno General obedece a la necesidad que tiene la Provincia de mirar críticamente su realidad y de tomar las decisiones necesarias con fidelidad al carisma franciscano y a la realidad del Pueblo Boliviano. Para esto es necesario tener la osadía y el valor que da el Espíritu del Señor.

Pongámonos ante el Señor que nos dice, como a Pedro: “Me amas?”. Y que nuestra respuesta sea “Si, Señor, Tú sabes que te amo”. De nuevo nos dirá: “Apacienta mis corderos”. “SÍGUEME”. Juan 21,15ss.

Acojamos la conversión a la que nos llama el Señor y emprendamos un camino de vida nueva en nuestra Provincia.

Le pido a cada uno de los hermanos que den todo lo que son y tienen para que el Moratorium nos conduz-ca a una transformación radical.

Me pongo al servicio de todos los hermanos, estaré atento a la palabra de todos, porque todos tienen mucho que aportar. Más adelante les comunicaré cuál va a ser la programación de mi servicio y de la preparación para el Moratorium y los lugares donde voy a estar.

María Inmaculada, nuestro Padre San Francisco, nuestra Madre Santa Clara y nuestro Patrono San Anto-nio de Padua nos acompañen en este caminar.

Santa Cruz, junio 13 – 2016

Fray Oscar Armando Montoya R.

Al calor de la celebración y de la memoria de personas tan queridas y emblemáticas como lo son para nosotros, San Francisco Solano, por una parte, y San Buenaventura, por otra, quiero aprovechar para llegar a cada hermano con un SALUDO y un mensaje de CONGRATULACIÓN fraterna en ocasión de la celebración del 32 aniversario de FUNDACIÓN DE NUESTRA QUERIDA PROVINCIA!:

* San Francisco Solano, patrono de las misiones en nuestro país , prototipo y ejemplo de una iglesia en salida, en palabras del Papa Francisco,

* San Buenaventura, biógrafo de San Francisco, maestro de la espiritualidad franciscana, reformador y pilar fundamental de nuestra Orden.

Podemos considerar esto como una gracia y una bendición!, ya que, desde nuestra perspectiva de fe, nada es ni sucede por casualidad, todo es signo: signos del Reino y de la Salvación que Dios siembra y lleva adelante en la historia y en la vida de cada quien, como prueba y manifestación providencial de su amor misericordioso de Padre.

San Buenaventura propició en la Orden un cambio estructural (sus constituciones) y un replanteamiento del carisma y de la espiritualidad franciscana que perduran y alimentan la vida de los franciscanos y franciscanas de ayer y de hoy.

Las circunstancias por las que atravesamos nos invitan también a nosotros, como Fraternidad Provincial, a un replanteamiento y redimensionamiento de nuestra vida y de nuestra manera de responder a los desafíos que se nos presentan: la disminución de las vocaciones, los abandonos, la edad avanzada de los hermanos, la magnitud de los compromisos pastorales, etc., etc., Desafíos que esperan de nosotros respuestas lúcidas, creativas y concretas a partir de nuestra identidad y de nuestra forma de vida.

Podemos decir que esto no es para nada nuevo; ya desde hace rato se viene hablando al respecto. Y por eso mismo, desde que asumí este servicio a los hermanos, sabiendo que tenía poco tiempo, tres años, me propuse, desde el inicio preparar el camino al próximo capítulo, para que no suceda como en anteriores ocasiones que se llega al capítulo, se trabaja, y cuando toca sacar conclusiones y tomar las decisiones pertinentes…, se agotó el tiempo, ya hay que terminar. Y ahí se queda…

A nuestra manera de ver, son por lo menos tres los aspectos, casi emblemáticos, que se arrastra de gestiones pasadas y que, dadas las circunstancias, en definitorio consideramos

que no se debía ni se puede más postergar:

PRIMERO: La conveniencia de promover oportunamente cambios o relevos de personal y, al mismo tiempo, la resistencia de algunos hermanos

SEGUNDO: El desafío de caminar en transparencia administrativa en nuestras obras, buscando, cada vez más y siempre de nuevo, una mayor adecuación a las orientaciones de la Orden en este rubro.

TERCERO: La necesidad de replantearnos y comprometernos a fondo, siguiendo las orientaciones de la Orden, en todo lo que significa el proceso de la Formación Permanente e Inicial de los hermanos.

Temas fundamentales y muy delicados que es necesario afrontar y decidir gradualmente y entre todos.

Por eso el año pasado sostuve reuniones, por grupos etarios, con todos los hermanos de buena voluntad, pensamos, en primera instancia, continuar en un capítulo esteras, luego, en una reunión ampliada de guardianes para, finalmente, a sugerencia, y con el apoyo del Min. General, aterrizar en el Moratorio, actualmente en curso. Pero todo con la misma y única finalidad de repensar y decidir juntos, desde y a partir de nuestra identidad, la mejor manera de responder a los desafíos, presentes y futuros, de la evangelización de nuestro pueblo.

Está claro que nuestro OBJETIVO no es y no debe ser la sobrevivencia, sino LA EVANGELIZACIÓN. Los problemas y los desafíos surgen de diferentes frentes, pero no es el caso de desviar ni un ápice nuestra atención de lo fundamental. Para esto, desde un principio, en el Definitorio nos ha parecido que:

* Necesitamos un REDIMENSIONAMIENTO que sea, no sólo geográfico, sino sobre todo mental y espiritual.

* Y esto a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores:

* A partir de nuestro encuentro y seguimiento a Cristo a la manera de Francisco.

Todo esto lo planteamos y lo compartimos con el Ministro General Fr. Michael Perry ya durante el Capítulo General de 2015 y luego en la visita a nuestra Provincia, a la que lo invitamos cordialmente, y estuvo plenamente de acuerdo y se comprometió brindarnos todo el apoyo necesario. Y hoy podemos decir que lo ha cumplido y lo ha demostrado enviándonos como delegado suyo para acompañarnos en este proceso, a Fr. Armando Montoya, a quien agradecemos de verdad haber aceptado el desafío.

El camino no es corto ni fácil, pero tampoco es cosa del otro mundo y estoy convencido de que estamos en condiciones de afrontarlo y recorrerlo, con la ayuda del Espíritu de Jesús Resucitado y la buena voluntad de todos: para ello contamos con los recursos humanos, espirituales y materiales necesarios.

Un momento de confusión surgió cuando desde la Curia, respondiendo a la solicitud que

hice oportunamente en el sentido de nombrarnos un Visitador para nuestro próximo Capítulo, respondieron indicando que, tratándose de un capítulo intermedio, no correspondía. Pero gracias a Dios, fue sólo una confusión que ya se aclaró (ver Anexo). Así es que todos podemos estar tranquilos y concentrarnos en lo único verdaderamente importante en estos momentos: el redimensionamiento de nuestra vida y misión a partir de nuestra identidad de hermanos y de menores.

De esta manera, considero que el camino está expedito y ya nadie ni nada debe impedirnos ni distraernos del logro de lo que nos hemos propuesto!

Dice Jesús: « He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos, ha acompañado a la Iglesia y a la Orden desde un principio y seguramente se ha avivado ahora en nuestros corazones por el Jubileo del AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA y la preparación a la celebración del Moratorio. Es de ahí que podemos y debemos sacar un renovado impulso para nuestra vida personal y para la evangelización en y desde la fraternidad, haciendo que sea efectivamente la fuerza inspiradora de nuestro actuar y de todo nuestro caminar.

Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, debemos planteamos hoy la misma pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés:

«Hermanos, ¿qué debemos hacer?» (Hch 2,37). (NMI 29)

Es la pregunta a la que entre todos, guiados por el Espíritu de Jesús Resucitado, a ejemplo de nuestro Seráfico Padre San Francisco, con la intercesión de Santa Clara, San Antonio, San Francisco Solano, San Buenaventura, y todos los hermanos nuestros que nos han precedido, nos preparamos a responder desde nuestra identidad, vida y misión de hermanos y de menores.

Con mis mejores augurios de Paz y Bien!

En la Solemnidad de nuestra Señora la Virgen del Carmen

MUCHAS FELICIDADES!Cochabamba, 16 de Julio, de 2016

Fraternalmente

FR. ORLANDO CABRERA, OFMMINISTRO PROVINCIAL

Page 11: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

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“COMO CAMBIAN LAS IDEAS CUANDO LAS ORAMOS” (BERNANOS)

Apreciados hermanos: reciban mi fraternal saludo en la fiesta de Santa Clara. Esta mujer dio el salto de su vida con un objetivo definido: “Vivir el Santo Evangelio”. Sea Santa Clara una luz en el camino Provincial del Moratorium.Primero que todo, gracias por las respuestas a la Encuesta de la primera parte del Moratori-um, que corresponde al Ver-Contemplar. 66 hermanos respondieron. Algunos hermanos, por diversas circunstancias, no pudieron responder. Confiamos en que en el camino que sigue contaremos con la participación de todos.Les enviamos la síntesis de las respuestas. Hay grandes consensos. También tomamos en cuenta las respuestas con el parecer de 1 o 2 hermanos, porque son muy valiosas. Una con-clusión sacada del conjunto es que EL MORATORIUM ES UNA NECESIDAD: NECESI-TAMOS CONVERTIRNOS.La 2ª. Etapa se realizará en Fraternidades y zonales. En reunión de la Fraternidad, los her-manos hagan eco al resultado de la encuesta. Escriban sus reacciones y llévenlas a la reunión de su zona. Luego, en cada zona tendremos un retiro y tendremos la oportunidad de compartir las reacciones y tratar de Meditar “HACIA DÓNDE NOS IMPULSA EL ESPIRITU”Con la síntesis de las respuestas van 6 Propuestas que enviaron algunos hermanos. Es bueno opinar sobre ellas y presentar las propuestas que vean convenientes para dar un buen rumbo a la Provincia.Las fechas y acompañantes propuestos para el retiro zonal son:1. Sucre y Potosí OSCAR MAMANI 23?, 24? o 25? agosto2. La Paz, Copacabana y Oruro ARMANDO - RENÉ BUST. 7 septiembre3. Trinidad y Magdalena ROQUE - ARMANDO 22 agosto4. Cochabamba MARTIN Y RAUL 2 sep5. Santa Cruz, Tarija y Ñuflo de Ch. MARCELO Y JULIO 12 sep6. Machareti, Yacuiba, Camiri ARMANDO 1 septiembre7. San Ignacio ARMANDO 26 agosto Hermanos, pidamos al Señor la gracia de abrirnos a su Espíritu. Invito a todos a vivir con entusiasmo y responsabilidad este proceso. Seamos positivos, evitemos todo lo que pueda dañar nuestra vida y causar desánimo en los hermanos.María Inmaculada, San Francisco, Santa Clara y San Antonio sean nuestros guías.

Cochabamba, agosto 11 de 2016

La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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SI OSÁRAMOS... (GIACOMO BINI)¡Quién puede decir los milagros que Dios haría con nosotros si osáramos confiar en Él! 1. Recobrar la unidad en la diversidad«La vida fraterna exige de los hermanos la unánime observancia de la Regla y Con-stituciones, un estilo similar de vida, la participación en los actos de la vida de fraternidad, sobre todo en la oración común, en el apostolado y en los quehaceres domésticos, así como la entrega, para utilidad común, de todas las ganancias percibidas por cualquier título» (CC.GG.42 § 2).La vida diaria se está desintegrando por incontables compromisos y deseos suscitados en nosotros por un mundo consumista. Es urgente reconstruir nuestra unidad interior, basándo-la en una formación espiritual sólida que integre cuanto somos y hacemos, en la que la Pal-abra y la Eucaristía sean nuestro fundamento. No podemos llamarnos «Hermanos» cuando no hay relaciones entre nosotros o, cuando se nutren desconfianzas y prejuicios que impid-en el diálogo constructivo y el servicio fraterno. Es imprescindible que nos convirtamos a la unidad.2. Volver a asumir los votos y su fuerza liberadora«La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta; conviene a saber: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin proprio y en castidad» (Rb).Los votos religiosos, liberándonos de la idolatría del poder, del tener y del placer, trazan un camino hacia el amor verdadero (castidad), una solidaridad real (pobreza) y una disponibili-dad sin reservas (obediencia); expresan la adhesión total a Dios y al proyecto evangélico de vida, El voto de obediencia«La santa obediencia confunde todos los quereres corporales y carnales; y mantiene morti-ficado su cuerpo para obedecer al espíritu y obedecer a su hermano, y lo somete a todos. (SVir 3.14).La obediencia es «entrega» incondicional a la Fraternidad, a los Hermanos. Todos, Minis-tros y Hermanos, deben ponerse al servicio del proyecto evangélico. Obedecer no es renun-ciar a ser uno mismo, sino ponerse al servicio de una causa, como hizo Cristo. El autoritaris-mo y el permisivismo paralizan y hacen fracasar el camino de la Fraternidad y el camino de la persona, creando desconfianza en las relaciones e induciendo a la huida. La autoridad que se deja guiar por el Espíritu, escuchando y colaborando con los otros facilita y provoca opciones evangélicas en Fraternidad; sabe generar confianza y sentido de pertenencia.«Sin nada propio»«Nada retengáis para vosotros a fin de que enteros os reciba el que todo entero se os entre-ga» El Maestro nos envía a evangelizar como peregrinos, sin apropiarnos de «nuestro» trabajo ni de «nuestra» gente ni de «nuestros resultados». Debemos mirarnos siempre a la luz del proyecto evangélico y comunitario, para que sea signo de que pertenecemos al Señor. No raras veces turba nuestras relaciones fraternas la falta de libertad ante el dinero y las cosas. Nos dejamos llevar fácilmente por la lógica consumista del mundo, pecando contra la justi-cia y la solidaridad con quienes carecen de lo necesario, olvidando «restituir» todo a Dios.

La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

Page 13: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

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Hay Hermanos y Fraternidades que son ricas. Algunos Hermanos no ponen en común el fruto de su trabajo o las ofrendas que reciben: esto puede destruir la vida fraterna. ¡Cuántos abusos con el dinero, cuántos Hermanos sacrificados por estructuras poco evangélicas y sin vida! La libertad en la pobreza nos ayuda a ser creadores de relaciones proféticas entre los hombres.El voto de castidad «Riguroso en la disciplina, (Francisco) estaba en continua vigilancia sobre sí mismo, pre-stando gran atención a conservar incólume la pureza del hombre interior y exterior» (LM 5,3).El voto de castidad puede encontrar su función profética en un mundo que busca el placer fácil. El Señor nos llama a la conversión. Buscando la integración de todas nuestras tenden-cias, no podemos justificar una «tercera vía» o una «doble vida» para vivir nuestra sexuali-dad y castidad. A quien quería abrazar la vida evangélica, el Poverello sólo le ponía una condición: re-ori-entar por entero la propia vida al Señor. Somos responsables de los Hermanos que faltan a su promesa y tenemos el deber de corregirlos y de acompañarlos con misericordia en el camino de la conversión. Con frecuencia, en nuestras Fraternidades se sustituye la correc-ción fraterna con la crítica o la maledicencia. Algunos Hermanos no habrían abandonado su vocación si en el momento oportuno hubieran encontrado a alguien dispuesto a ayudarles con misericordia.3. Restituir autenticidad, credibilidad y visibilidad a nuestro proyecto de vida«Una de nuestras características ha de ser la de captar la presencia de Dios, testimoniarlo con nuestra vida y anunciarlo con la palabra. El futuro dependerá mucho de nuestra capaci-dad de testimoniar a Dios, presente en nuestro complejo mundo, traduciendo en la vida la experiencia que adquirimos de Él en nuestro seguimiento de Jesucristo (Schalück, Llenar la tierra... 111).Jesús buscaba a la gente y fue solidario con la historia, pero se mantuvo distante de los equívocos que la gente y la historia proponían. Acompañemos y sostengamos a los her-manos dispuestos a reemprender el camino evangélico con nuestra confianza y nuestra cor-rección fraterna, donde sea necesario. Preparemos espacio al Espíritu en el corazón de los Hermanos, para que nazcan nuevos profetas, nuevas Fraternidades proféticas en las que nuestra espiritualidad interprete las aspiraciones profundas de las personas que viven a nuestro lado.Emprendamos, a ejemplo de María un camino de fidelidad. El primer paso que el Señor nos pide es vencer el miedo. Libres de temor, tendremos la audacia de emprender nuevos sen-deros, como Francisco y Clara, pues cuando confiamos en el Señor, sabemos que todo es posible. Es importante hacer memoria de la llamada del Señor, de la intimidad con Él, de su Palabra acogida con total disponibilidad. Dejemos que Jesús «penetre a través de las puertas cerradas» de nuestras seguridades y defensas y revolucione nuestra vida con su presenciaLa vocación nos responsabiliza ante los hombres que buscan personas de Dios y lugares de auténtica espiritualidad para dar significado a su existencia. No los defraudemos. «Procura ser tan bueno como dicen todos que eres, pues muchos tienen puesta su confianza en ti. (2 Cel ). Francisco nos dirige una vez más su mensaje y su reto: «He concluido mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra» (2 Cel 214b).

La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

Page 14: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

«OBSERVAR EL SANTO EVANGELIO»Y LAS RAZONES PROFUNDAS DE LA

OBEDIENCIA

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

Page 15: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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La palabra de Dios fue determinante en el pensamiento y en el proyecto de vida de san Fran-cisco de Asís. Su actitud ante esta palabra es una expresión muy concreta de su fe y, a la vez, el principal alimento de la misma. Su descubrimiento y su peculiar comprensión del Evange-lio marcaron un hito en la historia de la humanidad que bien podría tener repercusiones en el momento presente, a condición de que sus herederos lo sepan redescubrir, asimilar y reinterp-retar. Este tema ha sido tratado por varios estudiosos en contextos diversos ; en nuestro caso la reflexión pretende acercarse a dicha comprensión tomando preferencialmente como guía los datos que ofrece al respecto la Regla aprobada con bula pontificia en 1223. Se trata de un documento importante no sólo porque es el objeto de la profesión de los Hermanos Menores sino, sobre todo, porque recoge y sintetiza la experiencia de fe del fundador y de sus her-manos durante los primeros años de vida evangélica; en varios aspectos dicha experiencia aparece formulada con una mayor madurez y sabiduría. Nuestra reflexión tratará de descubrir los nexos que existen entre la “observancia del Evange-lio” y el significado más profundo de la obediencia para el santo de Asís, convencidos de que ambos conceptos constituyen la raíz o el elemento que da un sustrato teológico a las opciones de Francisco y de quienes han sido llamados a seguir sus pasos.7.1. El punto de partida: “vivir según la forma del santo Evangelio”Un punto de partida necesario para entender el seguimiento de Jesucristo según Francisco de Asís es su comprensión del Evangelio. A pesar de que en el itinerario de su conversión inicial probablemente se dio primero su encuentro con el Crucificado que con el Evangelio (al menos si nos atenemos a cuanto nos dicen las fuentes hagiográficas) , fue el Evangelio el que marcó el rumbo definitivo de su vocación y la mediación divina a través de la cual el Señor le reveló lo que debía hacer, como bien lo dice en el Testamento: «Y después de que el Señor me dio hermanos, ninguno me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas pal-abras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmó» . A su vez, es el Evangelio el que nos abre el camino para comprender su seguimiento de Jesucristo.A partir del encuentro revelador de Francisco con el Evangelio en la iglesita de la Porciúncu-la, el Pobrecillo no tuvo otro referente. Por ello, cuando llegaron los primeros compañeros y le manifestaron el deseo de seguir su peculiar forma de vida, no les exigió repetir el mismo itinerario que él había hecho precedentemente, sino que abrió junto con ellos el libro de los Evangelios para averiguar lo que el Señor les quería decir, e inmediatamente pusieron por obra lo que creyeron era la expresión de su voluntad . Al parecer, el recurso al Evangelio era

la praxis de todos los que llegaban, hasta que la praxis creó la norma y ésta fue codificada en lo que conocemos como Regla o norma de vida de los hermanos. Recordemos que la codifi-cación del primer proyecto de vida (Propositum vitae), llamado también por muchos la «Pro-to-Regla», estaba compuesto en gran parte de textos evangélicos, concretamente los que guia-ron la vida de la primitiva Fraternidad; solamente algunas normas prácticas le servían de complemento. Ésta fue en verdad la primera Regla dictada por Francisco, la misma que le aprobó oralmente el Papa Inocencio III en 1209/10, documento que, como tal, no ha llegado hasta nosotros, del cual sólo es posible rastrear algunos elementos en la compilación hecha en 1221 conocida como Regla no bulada .A la luz del testimonio de los documentos primitivos resulta, por tanto, incuestionable que la escucha de la palabra de Dios constituyó el comienzo definitivo de la aventura evangélica de Francisco y de sus primeros compañeros. Los mismos documentos dan testimonio de que el recurso a la palabra no se redujo sólo al momento inicial, sino que acompañó permanente-mente la experiencia de fe del Pobrecillo, como lo demuestran las oraciones que de él nos han quedado, el empleo constante de las palabras de Jesús en sus escritos, introducidas con frecuencia con la expresión “como dice el Señor en el Evangelio” , lo cual es un indicio claro de que para él tenían una vigencia permanente y no eran un simple documento del pasado. Según esto, la escucha del Evangelio es indispensable para poder entender el significado esencial de la vida franciscana, tal como aparece expresado de forma solemne en las palabras iniciales de la Regla: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en casti-dad» .Dado que estamos ante una declaración esencial, formulada con mucha concisión, cada uno de sus segmentos tiene un gran alcance, como trataremos de ver brevemente a continuación.7.2. La Regla, vida del EvangelioEs interesante tener en cuenta que el capítulo inicial de la Regla bulada no tiene un título en sentido estricto, como los otros once, sino un encabezamiento (incipit) con estas palabras: «Comienza la vida de los hermanos menores» ; se trata, por tanto, de una declaración con la que el legislador se refiere a la Regla en su conjunto calificándola como una “vida”. Para rati-ficar esta idea, la frase inicial que da comienzo al capítulo primero usa de nuevo este término unido deliberadamente a la palabra “Regla” con la que forma un díptico, “Regla y vida”, creando así un concepto en el que cada una de ellas enriquece a la otra. Este fenómeno semántico no es exclusivo del comienzo de la Regla, pues ambos términos se encuentran también unidos de forma reduplicada en otros pasajes de las dos redacciones de la misma . Hay además varios casos en los que, en lugar de la reduplicación, se recurre a la sus-titución del sustantivo “Regla” por “vida”, como ocurre en el prólogo de la Regla redactada en 1221, donde, después de la invocación trinitaria, aparece esta expresión: «Esta es la vida del Evangelio de Jesucristo, ...» . De hecho, de las 63 veces que es usada la palabra «vida», en 24 tiene relación con la Regla, a veces como sinónimo de ella .

¿Qué significa este fenómeno? ¿Se trata de dos cosas diversas o ambos términos expresan una misma realidad? El análisis de todos los pasajes que presentan el fenómeno lleva a la conclusión de que en ellos las palabras «Regla» y «vida» son complementarias en los escritos de Francisco, se afectan entre sí y contribuyen al enriquecimiento del concepto “Regla”. Entre ellas se da la misma relación que se puede encontrar entre la Palabra y la gracia de Dios; la Regla es la forma estructuradora de ese torrente carismático que es la vida según el Evangelio. El santo siempre tuvo la convicción de que el Evangelio constituía la orientación determinante de la nueva forma de vida y por ello quiso que la «Regla y vida» de los hermanos consistiera en la «observancia del santo Evangelio».Según el pensamiento del Pobrecillo, la «vida» de la Fraternidad de los menores encuentra su cauce en la Regla. Como «vida» que es, la Regla recoge un conjunto de orientaciones, de exhortaciones y de criterios evangélicos que, unidos a varios preceptos de carácter estatutar-io, indican una peculiar manera de vivir, es decir, conforman una forma de vida evangélica. En este sentido la Regla es un documento inspirador, con una fuerte carga de espiritualidad, a la luz de la cual adquieren sentido las normas jurídicas que ella trae. La no comprensión de esta característica de la Regla llevó a los hermanos del primer siglo franciscano a pedir las famosas bulas pontificias que la seccionaron en fragmentos preceptivos y que condujeron a no pocos excesos interpretativos a lo largo de los siglos siguientes. 7.3. “Observar”: una guarda radical del EvangelioLo que precede nos ayuda a entender por qué las primeras palabras de la Regla en su redac-ción definitiva de 1223 constituyen una declaración solemne y taxativa sobre el papel funda-mental que el Evangelio debe tener en la forma de ser y de vivir de los hermanos menores: «La Regla y vida de los hermanos menores es ésta, a saber: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» . De igual forma nos explica por qué la referencia al Evangelio es el tema privilegiado para concluir el docu-mento: «para que siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo, que firmemente hemos prometido» . La forma de iniciar y concluir un documento haciendo referencia a un mismo tema es una técnica conocida como “inclusión”. El empleo del método inclusivo no es una simple coinci-dencia ni la aplicación fría de una técnica literaria, sino que busca dar la clave de interpretac-ión de un texto. En nuestro caso, quiere decir que el Evangelio es la clave hermenéutica de la Regla y que, por tanto, se constituye como eje central sobre el cual gira todo el andamiaje de exhortaciones y preceptos que trae el documento.A lo que precede es necesario agregar una breve reflexión sobre otro elemento importante contenido en la primera y en la última frase de la Regla; se trata del verbo observare, que algunos traducen al castellano simplemente como «guardar». El verbo latino observare es una palabra compuesta por el prefijo ob y el verbo servare que

significa guardar, conservar, mantenerse fiel, conservar intacto, etc. El prefijo ob intensifica fuertemente el significado de la palabra a la que va unido. Cuando esta palabra es un verbo, quiere decir que la acción indicada por dicho verbo exige la máxima intensidad del sujeto que la ejecuta. En nuestro caso significa que el servare (= guardar) debe hacerse con el máximo cuidado, con la máxima atención, con la máxima vigilancia. Igual cosa se podría decir si es traducido como «mirar» o «ver»; desde esta perspectiva observare significa la máxima atención en el acto de «ver» o la concentración en el «mirar». No en vano el verbo observare es usado frecuentemente por Francisco cuando se refiere a la fidelidad a la Regla . Si el Evangelio constituye el supremo punto de referencia y el vehículo ordinario de la voluntad de Dios, es apenas explicable que Francisco quiera que sea guardado con el máximo interés, es decir, que sea «observado». Según él, la «observancia» del Evange-lio es un signo de fidelidad en el camino emprendido y de radicalismo en el cumplimiento de lo prometido.Otro elemento sobre el cual conviene fijar nuestra atención es el verbo «prometimos» o «hemos prometido» que se encuentra en la última frase de la Regla. Este verbo es el mismo empleado en el capítulo 2 de la Regla bulada (v.11) cuando, al referirse a la profesión de los hermanos, dice: «Mas finalizado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, «pro-metiendo observar siempre esta vida y Regla». El verbo «prometer» (promittere) era empleado en el Medioevo para indicar lo que hoy se conoce como profesión religiosa. Hacer la «promesa» (promissio) equivalía entonces a lo que hoy llamamos la «profesión» (professio). Con este mismo significado aparece en los escritos de Francisco casi todas las veces que lo usa (de las 17 veces, 16 se refieren a la profesión). En la profesión lo que se promete es «observar siempre esta vida y Regla» y en la frase final de la Regla lo prometido es «el santo Evangelio» (12,4); ambas se refieren a lo mismo.Lo que precede nos permite ver claro que, en todo lo que se relaciona con el Evangelio, el santo de Asís es muy coherente en su lenguaje, pues todos los textos de sus escritos que hablan de «prometer esta vida», o «prometer la vida y Regla», o «prometer el Evangelio», o «prometer obediencia», significan sustancialmente lo mismo, pues se refieren a ese elemento configurador de la forma de vida de los hermanos menores que es la promesa de fidelidad al Evangelio. Son términos que, al referirse a un texto inspirado, tienen una evidente carga de radicalismo que se desprenden conceptualmente de lo que hasta hace algunos años se llamaba perfección y que hoy preferimos llamar especificidad o autenticidad religiosa. Este radicalis-mo podría ser calificado como una especie de fundamentalismo pero que, para emplear la terminología de Francisco, resulta mejor llamarlo “la perfección del santo Evangelio” , enten-dida como el radicalismo en la vivencia de los principios básicos que inspiran un modo de vida fundado en la Palabra de Dios .La referencia al Evangelio como regla máxima de la vida cristiana se encuadra en el fenómeno llamado el “Renacimiento del siglo XII”, caracterizado por el ideal de tornar a las fuentes en diversos aspectos de la vida. Así, por ejemplo, el Derecho se interesó por volver al texto original e integral del Derecho imperial Romano, fuera de las compilaciones parciales;

la arquitectura regresó en buena parte a las formas de construir y decorar de las basílicas pale-ocristianas; la lingüística recuperó el uso del cursus en los documentos oficiales; los teólogos Victorinos redescubrieron el uso del hebreo para acceder a la verdad del texto bíblico; la reforma cisterciense buscó en los primeros años la intención original de la Regla benedictina y los movimientos eclesiales estaban animados por la llamada “Vida apostólica”, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén descrita en los Hechos de los apóstoles (4, 32-35).Es éste el contexto en el que Francisco de Asís decide también volver al Evangelio, definien-do su ideal de vida cristiana como “observar el santo Evangelio”. A pesar de que casi cien años antes que él san Esteban de Muret, fundador de la abadía de Grandmont, les decía a sus compañeros que “no existía otra Regla diferente a la del Evangelio de Cristo”, el único camino a través del cual un cristiano puede conseguir el Reino de los cielos , su intuición nunca tuvo tanta repercusión eclesial como la del Pobrecillo.En este punto conviene preguntarnos por el alcance que tenía para el santo lo que él llama “observar el santo Evangelio”, es decir, si lo entendía como un elemental literalismo o un fun-damentalismo de formas externas. Al respecto conviene recordar que en el Medioevo existía una estrecha relación entre la palabra escrita y el espíritu que la anima: la palabra escrita es como el vehículo del espíritu, casi que la materialización del mismo, de lo cual se deduce que su valor depende del modo como lo contiene y lo expresa. A la luz de esto se entiende mejor por qué el Pobrecillo establece un nexo tan profundo entre la Regla y la observancia del Evan-gelio. No se trata, sin embargo de un culto a la letra como tal, pues nunca habla de la observ-ancia literal (ad litteram) sino espiritual y puramente (spiritualiter et pure), con lo que queda claro que para él “lo esencial no consistía tanto en el respeto capilar de sus prescripciones, cuanto en la exigencia de una coherencia personal integral, es decir, no permanecer firme en las palabras, aunque fueran sublimes, sino dejarse arrollar por ellas para comprometerse en el camino que ellas abren. El objetivo era hacer coincidir el interior con el exterior, el compor-tamiento con la palabra, con el fin de lograr ser perfectamente conformes a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre” .7.4. La obediencia: ámbito de la escuchaEl sustantivo “obediencia” (obedientia) aparece 48 veces (incluidos dos títulos) en los Escri-tos de Francisco y el verbo “obedecer” (obedire) 14 veces ; se trata de una frecuencia relativa-mente alta, sobre todo si se tiene en cuenta la poca extensión de la obra escrita que nos ha que-dado del santo. Una lectura atenta de estos pasajes permite descubrir de inmediato que el uso que da el autor a dichos términos no es unívoco. En efecto, a pesar de que en la sustancia se refieren a lo que en general se relaciona con la virtud de la obediencia, se nota una gama de matices que va desde la concepción estrictamente teológica de la obediencia (como escucha radical de la pal-abra de Dios), a las dimensiones institucionales de la misma (a los hermanos, a los ministros y a la Iglesia) o a otras dimensiones que tocan con lo inverosímil (a todas las personas y a todas las criaturas). En algunos de estos matices no es difícil ver los efectos de la evolución que sufre el concepto de obediencia a lo largo de la vida de Francisco .

De todos estos matices tomaremos aquí en consideración el primero, por un doble motivo: por la importancia radical (fundante) que presenta en su punto de partida el concepto de obe-diencia y por la significativa conexión que tiene con la expresión “observar el Evangelio” . Para entender el significado de la obediencia desde su raíz más profunda, quizás el mejor punto de partida es la frase de la RegB que hace referencia a la profesión de los hermanos después del año de noviciado, en la que el legislador usa estas palabras: “Terminado el año de la probación, sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y Regla” (2,11). Conviene tener en cuenta que la Regla no se detiene aquí en la descripción de un rito ni ofrece una fórmula jurídica, sino que presenta con mucha sobriedad lo que con-stituye en esencia la fórmula de la profesión. No obstante su brevedad, el lenguaje es rico de contenido, como trataremos de ver a continuación. En efecto, en este texto podemos distinguir sin dificultad dos elementos: el primero se refiere a las consecuencias inmediatas de la profesión con las palabras “sean recibidos a la obedien-cia”, mientras que el segundo contiene en esencia lo que probablemente constituía en los primeros tiempos la fórmula de la profesión: “prometiendo observar siempre esta vida y Regla”. Notemos en esta fórmula la presencia de los verbos “prometer” y “observar”, de los cuales ya nos hemos ocupado en el apartado precedente. Nos detendremos aquí en la consideración del primer elemento: “sean recibidos a la obedien-cia”, que ha sido tomado casi literalmente del lugar paralelo de la Regla no bulada: “sea reci-bido a la obediencia” (2,9). Cuando Francisco señala la primera consecuencia inmediata de la profesión, no recurre a un lenguaje jurídico-administrativo, como, “sean agregados”, o “sean inscritos”, o “sean afilia-dos”, u otros similares, sino “sean recibidos a la obediencia”. Se trata al parecer de una frase escogida deliberadamente, pues el verbo “sean recibidos” (recipiantur) tiene más resonancias teológicas por su significado de acogida pero, sobre todo, si lo consideramos unido al término “obediencia”. ¿Qué quiere significar aquí el santo cuando usa el término “obediencia”?. Lo primero que debemos descartar es que se refiera al cumplimiento o a la ejecución de un mandato, dado que, al unirla a “sean recibidos”, parece querer equipararla a un espacio, una casa o un ámbito especial donde se entra. Este modo de hablar concuerda con una de las acepciones que tenía la palabra obediencia en el latín medieval, usada a veces para indicar “una propiedad o con-junto patrimonial perteneciente a una casa religiosa, cuya administración está confiada a un monje o a un canónigo” . Se trata de una acepción que, tomada como tal, resulta compatible con la condición del monje, quien, gracias al voto de la “estabilidad en un lugar” (stabilitas loci), entra oficial-mente a formar parte de modo permanente del monasterio, entendido como un espacio físico, pero no con la del hermano menor quien, por su profesión, se convierte en un “desapropiado” y tiene por claustro el mundo . Ante esta realidad, nos preguntamos todavía qué quiso decir Francisco con la expresión “sean recibidos a la obediencia” en las dos redacciones de la

Regla. Creemos que para encontrar una respuesta justa, en este caso debemos recurrir al origen etimológico del término “obediencia” (obedientia), cuya raíz es el verbo “oír” (audire) que, puesto después del prefijo ob, adquiere una mayor intensidad, como si dijera “oír de frente”, “escuchar frontalmente” o, mejor aún, “oír con la máxima atención” . Si aplicamos esta etimología a nuestro texto se puede afirmar entonces que, al “ser recibido a la obediencia”, quien profesa observar la vida y Regla de los hermanos menores entra automáticamente en un lugar teológico que lo pone en la exigencia de la escucha frontal (la audiencia) del querer de Dios, de su Palabra. Era esta una convicción tan fuerte para Francisco, que su modo de identi-ficar en la Regla a los hermanos profesos es precisamente con la expresión “los que ya prome-tieron obediencia” . Si la precedente interpretación es válida, podemos decir que estamos ante el más alto nivel teológico de la concepción de la obediencia y, por ende, de la vida religiosa.La concepción de la obediencia como una realidad teológica peculiar parece haber sido una idea asimilada profundamente por Francisco, como lo demuestran los diversos pasajes de sus Escritos que la presentan desde esta perspectiva. Tal ocurre, por ejemplo, en la vehemente exhortación del santo a los hermanos en la Carta a toda la Orden donde, citando a Isaías 53,3 afirma: “Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad con todo vuestro corazón sus preceptos y cumplid perfectamente sus consejos” , en donde la escucha interior de la palabra de Dios está ligada al concepto esencial de obediencia (“in-clinad el oído”, “obedeced”) para que se dé una verdadera “ob-audiencia”. En relación específica con la profesión religiosa, hay otro texto importante en la tercera Admonición, señalada en diversos manuscritos con el título “La perfecta obediencia”, donde su autor la identifica con el acto de abandonar todo lo que se posee y ofrecerse “todo entero a la obediencia en manos de su prelado” , en una indiscutible alusión a la profesión en las manos del ministro (professio in manus) típica de la praxis franciscana. Esto significa que, si para el monje el ambiente vital donde cumple su compromiso de vivir el Evangelio es el mon-asterio, entendido como espacio físico (stabilitas loci), para el hermano menor tal ámbito es el espacio teológico de la obediencia. 7.5. Escucha caritativa y fraterna de la voz de DiosEs importante subrayar que en la concepción franciscana, dicho ámbito no se da de modo exclusivo en la relación individual con Dios. Cuando Francisco recuerda en su Testamento los primeros pasos de su aventura evangélica, habla con insistencia de la “inspiración de Dios”, la cual, sin embargo, no significa necesariamente ni una iluminación directa ni la exclusión de las mediaciones humanas (lecturas, consejos, ejemplos, reflexión,…), a través de las cuales se manifiesta la voluntad de Dios. En efecto, el santo de Asís nunca se comportó como un fanático “iluminado”; al contrario, supo acudir al consejo de los demás, a quienes consideró instrumentos necesarios para discernir el querer divino. La modalidad misma de los Capítulos, que al inicio eran frecuentes y marcados por una cierta espontaneidad y que bien pronto fueron organizados con una periodicidad fija, eran la expresión máxima de la vida fraterna en cuanto constituían el momento privilegiado de la obediencia, pues servían para

entrar en una relación vital de búsqueda caritativa y comunitaria (fraterna) de la voluntad de Dios .Francisco no fundó una comunidad de cenobitas ni un movimiento de ermitaños aislados, sino una Fraternidad itinerante, es decir, compuesta por hermanos que, como dice él mismo en la Regla, vivieran “como peregrinos y extranjeros en este mundo” ; por esto su punto de referencia no debía ser una casa o un convento o un eremitorio, sino la obediencia. La reflex-ión del santo parte de la experiencia de Cristo que centró su vida en la obediencia, como él mismo afirma: “ya que nuestro Señor Jesucristo dio su vida para no perder la obediencia del Padre santísimo” . Inspirándose en este ejemplo del Maestro, el Pobrecillo considera que sus discípulos deben negarse a sí mismos y someterse al yugo “de la santa obediencia, como cada uno prometió al Señor” . El santo de Asís se mostró muy celoso en preservar intacta la opción fundamental de sus her-manos y por ello los exhortaba a no vagar “fuera de la obediencia” a pesar de su condición de peregrinos y extranjeros en este mundo, porque sería ponerse al margen de la voluntad de Dios, que debe ser buscada permanentemente junto con los demás hermanos. En un decreto capitular emanado a mediados de 1217 o poco después, se encuentran las siguientes palabras de exhortación que proporcionan gran claridad al respecto: “Y todos los hermanos, cuantas veces se desviaren de los mandamientos del Señor y vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos fuera de la obediencia hasta tanto que permanezcan en tal pecado conscientemente. Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prome-tieron por el santo Evangelio y vida, sepan que están en la verdadera obediencia, y sean ben-ditos del Señor” . En la ya mencionada Carta a toda la Orden, documento de gran importancia para la vida de la Fraternidad, Francisco quiere salvar a toda costa esta “verdadera obediencia”, dado que es la realidad teológica que da sentido a la vida de los hermanos y la sostiene, por lo cual los exhor-ta vehementemente con estas palabras: “Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito” . Para Francisco la concepción de la vida como “ob-audiencia” no era algo exclusivo de los hermanos menores. De sus escritos se deduce que también otras personas podían observar el Evangelio a través de una vida de penitencia. Lo que sí deja claro es que tales personas, si son mujeres, no pueden “ser recibidas a la obediencia” junto con los hermanos, como lo dejó escrito en la RegNB: “ninguna mujer en absoluto sea recibida por ningún hermano a la obedi-encia, sino que, después de que se le dé un consejo espiritual, haga penitencia donde quisiere” . Con ello quiso indicar que se trata de una búsqueda de la voluntad de Dios en el seno de una Fraternidad que sabe ordenar los afectos en función de una más libre disponibilidad para con-tribuir a la edificación del Reino de Dios.La “vida en obediencia” sin nada propio y en castidad” , como declara oficialmente la Regla al comienzo, supone un profundo respeto a la libertad de la persona del hermano, siempre que se ejercite dentro de los parámetros del firme propósito de agradar al Señor y del seguimiento de Cristo, como dice en la breve Carta a fray León: “De cualquier modo te parece mejor que

agrades al Señor Dios y sigas sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor y con mi obediencia” . 7.6. Consideraciones conclusivasSupuesta la reflexión anterior, podemos llegar a estos resultados:Si se acepta que el Evangelio es el punto de partida de la aventura de Francisco y el eje central de la «vida» de los hermanos, es apenas lógico concluir que su forma de vida está concebida como un predominio del ser sobre el hacer, pues por su naturaleza están llamados a ser hom-bres evangélicos. Esto quiere decir que los hermanos no recibieron el carisma de cultivar una específica virtud cristiana como la pobreza, o la contemplación, etc. Significa de igual modo que su vida tampoco está condicionada por una determinada actividad dentro o fuera de la Iglesia, como cuidar a los leprosos, o educar a la juventud, y ni siquiera ser predicadores o administradores de parroquias, o ir entre los infieles, etc. Estas obras son buenas y de hecho la Orden las ha venido ejerciendo a lo largo de la historia en diversas partes del mundo, pero por sí solas no definen el específico carisma de Francisco; todas ellas cobran sentido en la medida en que estén informadas por la «observancia del santo Evangelio».Si por su esencia los hermanos son hombres evangélicos, la «evangelicidad» constituye el timbre de su identidad, su razón de ser, el punto de partida de su especificidad. En este caso conviene hacer la distinción entre «evangelicidad» y «evangelización». Si la primera es el punto de partida en cuanto apunta a la sustancia de una forma de vida, la segunda es la conse-cuencia en cuanto exterioriza los efectos. La primera es el fuego, en tanto que la segunda es la luz y el calor. Según esto, la evangelicidad marcará siempre el ritmo de una auténtica evange-lización o, en otras palabras, sólo en la medida en que los hermanos menores sean evangélicos podrán ser evangelizadores.La definición de la vida de los hermanos como «observar el santo Evangelio» es mucho más que una fórmula solemne que señala el fundamento necesario para cualquier forma de vida que se inspire en las enseñanzas de Jesucristo. Se trata de una expresión que, además de corre-sponder a la experiencia vital del santo de Asís y de sus primeros compañeros, indica que la Palabra de Dios constituye la raíz vital de la concepción de la vida, la que aparece en sus escri-tos con características muy típicas.El uso que hace Francisco en la Regla del verbo “observar”, es decir, en estrecha relación con el Evangelio, le da un significado especial, dado que coloca al hermano menor en función de la Palabra de Dios y, por lo mismo, en la órbita de la contemplación, pues supone una escucha constante y atenta de la misma; el “ser recibido a la obediencia” hace de la Palabra contempla-da un compromiso permanente en el seno de la Fraternidad.Entre las notas que tipifican la especial valoración de la Palabra de Dios está la unión casi sus-tancial que el santo de Asís establece entre «Regla y vida» y «prometer obediencia», en cuanto, por una parte, la Regla es concebida como Palabra de Dios, como Evangelio, como vida de los hermanos y, por otra, en cuanto el ámbito teológico de la vida de los hermanos y su gran tarea (promesa), consiste en escuchar la palabra, descubrir la voz de Dios (su voluntad).

Otra nota importante es la conexión intencionada que se da entre «prometer obediencia» (o «el santo Evangelio», o «esta vida y Regla») y «observar el santo Evangelio», dado que la Palabra de Dios está en el centro del compromiso e implica empeño y dedicación, fidelidad y radicalidad.No hay duda de que entre los diversos significados que tiene la palabra obediencia en los escritos de Francisco, el punto de partida se ubica en la concepción de la vida como el ámbito de la escucha de la voz de Dios. Esta concepción le otorga un sólido fundamento teológico a la vida franciscana, pues hace que se la identifique con la obediencia, entendida como el espa-cio en donde se escucha la voz de Dios; por tal razón la primera consecuencia de la profesión de los hermanos es “ser recibidos a la obediencia”. En la vida entendida como ob-audientia está implícito el concepto de fraternidad como elemento previo pero esencial de ella. Según esto, la Fraternidad es el lugar teológico de la escucha y del discernimiento de la Palabra de Dios. El momento privilegiado para darle espa-cio a este lugar teológico son los Capítulos (general, provincial y local), como la instancia en la que la Fraternidad alcanza su máxima expresión y sus decisiones la máxima autoridad, dado que su tarea prioritaria es “tratar las cosas que se refieren a Dios” ; en ese momento de escucha y de discernimiento de la voz de Dios encuentra su punto de partida el concepto fran-ciscano de obediencia. No obstante su implícita y fundamental dimensión comunitaria, la concepción franciscana de la obediencia supone la responsabilidad personal de cada hermano. Los frecuentes llamami-entos a respetar la conciencia (el alma) de los hermanos y la Regla apuntan en este sentido.A la luz de lo visto, obedecer consiste en escuchar y actuar en coherencia con lo escuchado. Según esto, la obediencia tiene la función de hacer pasar la voluntad de Dios a la vida del cris-tiano. Por tal motivo, no se puede confundir ni equiparar la obediencia teológica a ciertas acciones que suelen llevar ese nombre como, por ejemplo, el cumplimiento que hace el solda-do de las órdenes de su superior por temor al castigo, o el sometimiento del obrero a los estat-utos de una empresa para obtener un salario, o la guarda de las normas ciudadanas para con-servar el orden social, o el plegarse a las exigencias disciplinarias de cualquier institución aunque sea religiosa, porque obedecer no es la sumisión obligada a la voluntad humana sino la adhesión espontánea al querer divino.En el concepto de obediencia hay una fuerte dosis de pobreza profunda, pues quien en un acto egoísta se había apropiado del derecho soberano de Dios , se desapropia de su voluntad en un acto de anonadamiento (kénosis). Desde esta perspectiva, la verdadera obediencia hace a la persona abierta y disponible a la acción de Dios. La opción por la obediencia implica un riesgo para la persona en cuanto que, al entrar en la órbita del querer de Dios y despejar el camino para que dicho querer pueda obrar en su vida, se sitúa en el margen imprevisible e incontrolable de los designios divinos. Es el riesgo típico de la fe que, de todas maneras, es abundantemente recompensado por Dios, dado que en la medida en que el ser humano se pone en sus manos, de manera simultánea experimenta su

omnipotencia amorosa; la insuficiencia del hombre es fortalecida con la suficiencia de Dios.7.7. Sugerencias para la actualización1) El papel que tuvo el Evangelio en la vocación de Francisco y que se proyecta en la forma de vida propuesta por él, invita a preguntarse sobre el valor real que se le da en la vida person-al y en la praxis de la Fraternidad a la que cada uno pertenece, sea a nivel local, provincial, de Congregación o de Orden. En otras palabras, invita a preguntarse si el Evangelio es el punto constante de referencia para los proyectos de vida y de servicio, para las actividades que cada quien desarrolla normalmente, etc. En este punto vale la pena preguntarse si en realidad es el Evangelio el que guía o si lo son otras motivaciones sutilmente presentes en el corazón, como las modas teológicas o pastorales, el deseo del éxito, ciertos caprichos o los intereses económ-icos.2) El valor del Evangelio en la vida franciscana debe cuestionar acerca de la manera como es tratada la Palabra de Dios, especialmente en la tarea de predicar y catequizar, es decir, si el hermano actúa como un profesional que «maneja» una teoría entre muchas otras, si tal vez se instrumentaliza el Evangelio según los propios intereses, si se le utiliza como un argumento entre muchos otros para predicar. 3) Si por la profesión «se es recibido en la obediencia», quien profesa debería sentirse intro-ducido en el ámbito de una particular relación con la voz de Dios a través de su Palabra reve-lada, pero también a través de los hermanos con quienes vive, de la gente a la que se sirve, de los acontecimientos de cada día y aún de la creación entera. Esto supone estar en constante disponibilidad a escuchar, a acoger al Dios que llama en cada momento a la puerta del corazón y a salir del encerramiento en las pequeñas cosas, de las estructuras creadas por cada uno, de ciertas normas que dan comodidad y seguridad, de aquella manera de trabajar que a veces resulta más una evasión que un servicio.4) En la escucha y la observancia del Evangelio desde la perspectiva franciscana debe haber indefectiblemente una doble dinámica de la que es necesario ser conscientes: la personal y la fraterna; una enriquece a la otra pero ambas son importantes y se exigen mutuamente, hasta el punto de que si se privilegia sólo una, se corre el riesgo de desfigurar la vida franciscana.5) Si los Capítulos son el espacio privilegiado en donde el espíritu de fraternidad se manifies-ta como lugar teológico, valdría la pena revisar cuidadosamente la manera como se preparan y se realizan, a fin de que sean el principal soporte de nuestra obediencia y no simples ses-iones dedicadas a las tareas administrativas. A fin de que sean en verdad la máxima expresión de la Fraternidad como el ámbito de la obediencia, del lugar donde se escucha la voz de Dios, es indispensable incrementar y perfeccionar la práctica del discernimiento comunitario.

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CARTA A LOS HERMANOS DE LA PROVINCIA

Queridos hermanos: Paz y Bien.¿Señor qué quieres que haga? Es la oración que nos pone a buscar siempre, como Francisco, la voluntad del Señor.La Encuesta respondida por 66 hermanos, y discernida en las Zonales, presenta un estado de crisis en la Provincia. El valor de la Encuesta es que tiene una buena dosis de verdad.Es fácil identificar la problemática existente, pero no es tan fácil identificar los caminos para superar-la y, tal vez menos poner por obra lo que creamos se debe y se necesita hacer.La crisis no se resuelve a la carrera, no se resuelve desde arriba, no la resuelven unos pocos, ni defen-diendo intereses personales y tampoco si se espera a los que no ven o no quieren que se resuelva la crisis.El Moratorium se hará contando con la buena voluntad y recta intención de todos los hermanos. El inmovilismo nos llevaría a perpetuar la crisis.San Francisco nos muestra el camino del discernimiento que debemos seguir: mirar sinceramente nuestra realidad, mirar a los pobres, entrar en comunión con los hermanos, juntos encontrarnos con el Evangelio y la Regla y decirle al Señor: Señor, qué quieres que hagamos. “SI OSÁRAMOS”, como nos reta Jacomo Bini, buscar soluciones radicales, ir a las raíces de los problemas y a las raíces de nuestro carisma, de nuestra identidad, podríamos volver al Evangelio.El problema verdadero no es la edad, la disminución del número de hermanos, sino el debilitamiento de “una vida franciscana vivida en plenitud, hoy y hasta el último día de nuestra vida”. Nos tenemos que preguntar y responder con sinceridad: yo amo a Jesús, a la Iglesia, yo amo a la Orden, yo me identifico con mi Provincia Franciscana Misionera de san Antonio, yo amo al pueblo Boliviano?Necesitamos recuperar la autoestima vocacional y Provincial. Tenemos una historia grande que agra-decemos al Señor y que nos permite pensar que con osadía lograremos una renovación evangélica total. “Quién puede decir los milagros que Dios haría con nosotros y a través de nosotros, si osáramos poner en Él toda nuestra confianza. Dios nos tiene una confianza increíble no obstante nuestra fragili-dad….. Está siempre dispuesto a “levantarnos”. Busquemos acertar en “la manera Boliviana de ser Franciscano, la manera Franciscana de ser Boliviano”.Como dice nuestro Ministro General Fray Michael Perry: “Es hora de firmar un nuevo contrato”. Es necesario pedir a Dios el Espíritu de oración y devoción, dar espacio a la verdad y a perdonarnos de corazón. El Moratorium será un paso del Señor por nuestras vidas. Él nos hará decir como Francisco: “Esto es lo que quiero, esto es lo que deseo, esto es lo que anhelo desde lo más hondo de mi ser”.Queridos hermanos, necesitamos vivirlo en Fraternidad, ese es el valor de la presencia de todos los hermanos. Francisco nos dirige su reto: «He concluido mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra».María Inmaculada, San Antonio de Padua y los hermanos de la Provincia que ya se fueron a la “Casa del Padre”, acompañen nuestro caminar. Un abrazo fraterno para todos. Intensifiquemos la oración.Fecha del Moratorium: lunes 24 de octubre 10.am a viernes 28 de octubre 4.pm.Participantes: Todos los hermanos de la Provincia. Quien tenga una dificultad insalvable debe pedir el debido permiso.Lugar: Casa de encuentros de Tarata.Nota: se pide a las Fraternidades traer un video de 4 minutos sobre la vida y misión de la Fraternidad.Cochabamba, 27 de septiembre de 2016

Fraternalmente, Fray Oscar Armando Montoya R.

Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

Page 26: Lema del Moratorio · Reciban mi fraterno saludo de PAZ Y BIEN. Hoy, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de nuestra Provincia, me presento ante ustedes para acom-pañarlos en

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PROVINCIA MISIONERA FRANCISCANA DE SAN ANTONIO

BOLIVIA

MORATORIUM - PROYECTO PROVINCIAL 2016

OBJETIVO GENERAL (Compromiso Fundante) A qué nos llama el Señor hoy en Bolivia, como Provincia Misionera?

I- ESCENARIO CARISMÁTICO FRANCISCANO “Señor, qué quieres que haga”A. IMAGINARIO B. (¿Qué tipo de hermano menor debemos y queremos ser?)

• El Hermano en sí mismo• En relación con Dios• En relación con los votos• En relación con los demás• En relación con nuevas formas de radicalidad evangélica.B. PRIORIDADES - METAS para el sexenio (¿Qué queremos lograr?) 3C. MEDIACIONES – ACCIONESII- ESCENARIO ECLESIAL“Francisco, repara mi Iglesia que se cae”A. IMAGINARIO (¿Con qué modelo de Iglesia nos vamos a comprometer?)

B. PRIORIDADES – METAS para el sexenio (¿Qué queremos lograr?) 3C. MEDIACIONES – ACCIONES

III- ESCENARIO SOCIAL“El Señor me concedió a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia y me llevó en medio de los leprosos…”B. IMAGINARIO (¿En qué debemos y nos comprometemos con nuestro pueblo?)C. PRIORIDADES - METAS para el sexenio (¿Qué queremos lograr?) 3C. MEDIACIÓNES – ACCIONES

IV- PLAN DE ACCIÓN (Definitorio - Secretariados: quién, cómo, cuándo, dónde, recursos...)

Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

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TRABAJO DURANTE EL MORATORIOCOMISIONES DE TRABAJO

COMISIÓN DE VIDA:COORDINADOR:Fr. Anselmo Castro Fr. Walter VivianiFr. Pascual BarrioFr. Ignacio HardingFr. Erick Katulski

COMISIÓN DE ANIMACIÓN:COORDINADOR:Fr. Oscar MamaniFr. Bernardo FalkusFr. Gaspar NowakowskiFr. Martín SapplFr. Francisco CuevasFr. Noé Uriona

COMISIÓN DE FORMACIÓN:COORDINADOR:Fr. Tomás KornackiFr. Guido AbastoFr. Wilber Sejas Fr. Kasper KapronFr. Calixto VallejosFr. Javier Caballero

COMISIÓN DE MISIÓNCOORDINADOR:Fr. Carmelo Galdós Fr. Jesús GaleoteFr. Abelino YeguaoriFr. Adalbert MazurFr. Miguel Chuvirú

Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

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Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

INTERVENCIONES DURANTE ELMORATORIO

MORATORIUM OFM.VÍCTOR CODINA SJ

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Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

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Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

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Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

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Introducción.Es ya un tópico afirmar que la Vida religiosa (=VR) hoy está en crisis, una crisis que tiene múltiples causas y que en parte es fruto del cambio epocal que vivimos: un verdadero tsuna-mi que sacude a toda la sociedad y que tiene consecuencias sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas: secularización, descrédito de las instituciones religiosas, disminución de la práctica sacramental y religiosa, postmodernidad y crítica a los grandes relatos, reafirmación del pensamiento débil, creencia sin pertenencia, religión a la carta, espiritualidad sin religión, agnosticismo e indiferencia religiosa, etc También la VR, incluso en los países religiosos de América latina, participa de este tsunami: disminución de vocaciones, pirámides demográficas invertidas, salidas, envejecimiento, sobrecarga de trabajo apostólico, comunidades muy reducidas, dificultades económicas… en los mayores, nostalgia del pasado, en los jóvenes, incertidumbre ante el futuro. Pero no podemos escudarnos en los motivos estructurales de la crisis, porque también tene-mos deficiencias personales y comunitarias que podríamos resumir en la palabra mediocrid-ad, es decir una cierta falta de fervor espiritual, acomodación e instalación, mundanización, todo lo cual produce una insatisfacción personal y una pérdida de identidad que muchas veces disimulamos y compensamos con una hiperactividad exterior y con búsquedas afecti-vas fuera de la comunidad.Pero toda crisis, como los japoneses expresan en su kanji ideográfico, es al mismo tiempo dificultad y desafío, problema y oportunidad. La actual crisis de la VR es una oportunidad que el Señor nos ofrece para una conversión personal y grupal. Esta situación de caos epocal que vivimos, desde la fe la podemos interpretar como un kairós, un tiempo de gracia y de con-versión, un tiempo favorable, un llamado del Espíritu, un desafío evangélico. Concretamente podríamos resumirlo en una conversión en tres frentes: 1 volver a las raíces, 2 reforzar la fraternidad y 3 repensar la misión.1.Volver a las raíces.Si queremos recuperar nuestra identidad hemos de volver a las raíces, a la experiencia fundante personal e institucional de nuestra VR. Podemos cada uno de nosotros recordar lo que nos movió a entrar en la VR, el entusiasmo y alegría que sentíamos en medio del sacrifi-cio que suponía la separación de la familia y la renuncia a un futuro personal: formar una

familia propia, una profesión propia, una economía holgada…Nos sentíamos movidos por el Espíritu, con fervor y alegría.Con el tiempo hemos ido profundizando este primer llamado y reconocemos que lo que nos movió y nos mueve en el fondo, más allá de la atracción a diversos trabajos y la simpatía por ciertas personas, es la seducción de la persona de Jesús de Nazaret, su vida, su mensaje, su misión. Hoy hemos de volver a renovar esta experiencia y seducción de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que pasó por mundo haciendo el bien, curando enfermos, comiendo con pecadores, anunciando el Reino a los pobres, que murió y resucitó. Hoy hemos de renovar nuestra pasión por Jesús de Nazaret crucificado y resucitado. Como afirma Benedicto XVI en Dios es amor, no se comienza ser cristiano movidos por una gran idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona que da un sentido y un horizonte nuevo a la vida. Esta persona en Jesús der Nazaret. Lo que aconteció con los apóstoles y con Francisco cuando se encontró con Cristo, es lo que da sentido e identidad a nuestra vida, lo que debe acontecer hoy de nuevo en una experiencia que se convierta en fuente de alegría y de fecundidad evangélica. Jesús es nuestro tesoro, nuestra perla preciosa, nuestra única riqueza, la motivación última de nuestros votos; sin él ni la Iglesia ni la VR tienen sentido ni belleza, sin Él la Iglesia y la VR son estériles, la Iglesia y la VR no significan nada si no son signo y sacramento de Jesucristo, si no reflejan la belleza del rostro de Cristo; todo amenaza a ruina si Jesús no es la piedra fun-damental, si la raíz no es la cruz de Cristo. (acomodación de un texto de Henri de Lubac).Pero este encuentro con Cristo no es algo puramente moral o etéreo, no es algo exterior, no es un humanismo o un Jesuanismo, es la comunicación de la misma vida del Padre a través de Jesús, por el Espíritu, es filiación divina en Jesús y la raíz de toda fraternidad humana, es divinización y humanización plena, es el Reino de Dios en acción.Hemos de renovar hoy nuestro seguimiento evangélico de Jesús, un seguimiento sin glosa ni devaluaciones. La conocida frase de Karl Rahner de que “el cristiano del siglo XXI o será místico o no será cristiano”, vale también para la VR de hoy. Nuestros fundadores fueron místicos, como franciscanos tienen que recuperar la dimensión mística de Francisco, su pro-funda identificación con el Crucificado, su abrazo al leproso, su poético cántico a las creatu-ras, su ternura y vigor, su fraternal relación con Clara, su actitud de diálogo y ecumenismo, su amor a la pobreza y a los pobres, su minoridad, su testamento, sus florecillas, su alegría, su paz y bien... Pero este seguimiento de Jesús en la VR tiene además una connotación especial, es un caris-ma del Espíritu como afirma Vaticano II y muy concretamente un carisma profético, como afirma Medellín. Como VR tenemos en la Iglesia una función profética, el anuncio del Reino de Dios, un Reino que tiene su consumación en la escatología pero que ya ahora se tiene que hacer presente en la historia. Y nuestra profecía no es solo de palabras sino de signos, como aconteció en muchos profetas de Israel, por esto nuestra vida ha de ser un testimonio proféti-

co y escatológico del Reino. Y esto para el bien de la Iglesia y de la humanidad. No somos propietarios de los carismas, son un don del Espíritu para los demás. No podemos privar a la Iglesia de la gran riqueza del carisma de nuestros fundadores, no se puede privar a la Iglesia de la luminosidad y transparencia evangélica del carisma franciscano.La vocación a la VR es pues, mística y profética, una mística de amor a Jesús que lleva a la profecía y una profecía que se enraíza en el amor místico a Jesús. Cuando nuestra vida reli-giosa deja de ser mística y profética, es como la sal que ha perdido su sabor. La mediocridad es una verdadera patología de la VR, la VR pierde sentido y eficacia, nos deja insatisfechos y escandaliza al pueblo de Dios que esperaba algo más de nosotros. Hemos, pues, de volver a las raíces para recuperar nuestra identidad que es mística y proféti-ca. Es lo que el Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida reli-giosa proponía: volver al evangelio y a al espíritu de los fundadores (PC 2, a y b).Nuestro mundo de hoy, desengañado de palabras y doctrinas no busca tanto profesores cuanto místicos, testimonios, busca espiritualidad sin saber dónde hallarla, busca mística. Sin esta mística nuestra vida personal, comunitaria y apostólica no tienen sentido.Esta recuperación de nuestra experiencia fundante personal y comunitaria, de nuestra identi-dad no se logra en 5 minutos, supone un clima de conversión, de silencio, de tregua, de mora-torium, de pausa, de espíritu de oración que va más allá de los tiempos de oración estableci-dos por la regla; el volver a la experiencia fundamental es gracia y don del Espíritu, Señor y dador de vida. Pero sin esta vuelta a la experiencia fundante, nuestra vida pierde sentido y alegría. 2.Reforzar la fraternidad.El Papa Francisco en su primer discurso de Navidad a la Curia romana detectó el riesgo de 15 enfermedades que amenazaban a los miembros de la Curia vaticana; pero luego añadió que este riesgo se daba también en las diócesis, en las parroquias y en la Vida consagrada. Enumeremos brevemente lo esencial de estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesi-al y también a la VR : -el sentirse inmortales, inmunes a toda crítica, indispensables, cayendo en la patología del poder; -el excesivo activismo con detrimento de otras dimensiones humanas necesarias; -la fosilización mental que conduce a falta de sensibilidad humana ante los problemas de los demás y que impide llorar con los que lloran y reír con los que ríen; -la excesiva planificación y funcionalidad burocrática; -la mala coordinación con otros grupos; -el Alzheimer espiritual que lleva a olvidar las raíces de la propia identidad y a ser esclavos de los ídolos que nosotros mismos fabricamos; -la rivalidad y la vanagloria;

-la esquizofrenia existencial que produce una doble vida y lleva a la hipocresía; -los chismes y murmuraciones de los demás; -el divinizar a los jefes (o superiores) esperando su benevolencia; -la indiferencia ante los problemas de los demás; -la arrogancia y rigidez adusta; -el ansia de acumular bienes materiales; -el mantener un círculo cerrado de poder; -el exhibicionismo y la búsqueda de poder.Estas 15 enfermedades que amenazan a la vida eclesial y a la VR pueden ser objeto de examen y reflexión sobre nuestra fraternidad y un llamado a la conversión.Así mismo Papa Francisco en Amoris laetitia, dedica el capítulo IV de la Exhortación apos-tólica sobre la familia a tratar del amor en el matrimonio y la familia. Para ello Francisco glosa el himno a la caridad la carta de Pablo a los Corintios (1 Cor, 13, 4-7) con unos comen-tarios que valen también para la fraternidad y la vida comunitaria de la VR: -el amor no solo lo soporta todo sino que es paciente, como Dios es paciente y misericordioso con el pecador; -el amor es servicial y se pone más en obras que en palabras; -el amor no es envidioso y se alegra del triunfo de los demás; -el amor no hace alardes ni se engrandece ni busca competencia con los demás; -el amor es amable y afable, no es duro ni rudo, sino que crea vínculos de fraternidad; -el amor es desprendido, no busca el interés propio sino el de los demás; -el amor no es agresivo ni violento, no se puede acabar el día sin hacer las paces;- el amor no es rencoroso sino que perdona, como Dios nos perdona a nosotros;- el amor se alegra con el bien de los demás; -el amor lo disculpa todo y cuida la imagen de los demás, los defectos son solo una parte, no la totalidad del otro; -el amor confía y espera en los demás, no se deja llevar del pesimismo y la desconfianza; -finalmente, el amor lo soporta todo porque, como afirmaba Luther King, a pesar de todas las dificultades, no hay estructura más fuerte en todo el universo que el amor. Este comentario bíblico nos puede hacer reflexionar sobre nuestra fraternidad. En vano podremos predicar la fraternidad al pueblo de Dios si no vivimos la fraternidad en nuestra casa. No podremos alabar al Señor por el hermano sol y la hermana luna… si negamos la fraternidad a nuestros hermanos de comunidad. Hemos de reforzar nuestra fraternidad.Es necesario también un tiempo de examen y reflexión para ver dónde estamos en el camino de la fraternidad, para examinarnos personalmente antes de acusar a otros… La fraternidad,

la comunión, la koinonía, forma parte de nuestras raíces cristianas y religiosas. 3. Repensar la misión.El obispo franciscano de Tánger, Santiago Agrelo, un hombre muy profético y comprometido con los migrantes que de África viajan peligrosamente a Europa, preguntó a un grupo de reli-giosos y religiosas de España si no se daban cuenta de que el Espíritu les estaba cerrando puertas.Podríamos iluminar esta problemática con un texto de los Hechos de los apóstoles 16,6-12: el Espíritu Santo no dejó al grupo de Pablo que fuera a predicar la Palabra en Asia. Tampoco consintió el Espíritu de Jesús que fueran a Bitinia. Pero aquella misma noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le suplicaba que fuera a Macedonia a ayudarlos. Pablo se lo contó a sus compañeros de misión y a partir de aquel momento se embarcaron hacia Samotracia, Neápo-lis, Filipos, ciudades griegas macedonias y colonia romana.Resumiendo, el Espíritu les cierra las puertas de Asia y empuja a Pablo hacia Grecia, Roma y Europa. Les cierra las puertas al mundo con presencia judía y les abre las puertas al mundo pagano. En este tiempo de crisis el Espíritu y del Señor nos cierra unas puertas pero nos abre otras. Nos cierra puertas ligadas a la época de Cristiandad, ligadas a una Iglesia davídica con poder, prestigio y riqueza, y nos abre puertas hacia una Iglesia nazarena, hacia una VR nazarena, pobre, pequeña, sencilla, minoritaria, más fermento que cemento. Renovar la misión implica también volver a las raíces. Hemos de profundizar en el misterio de Jesús de Nazaret, donde Nazaret no solo es un lugar geográfico sino el apellido que identifica a Jesús y un verdadero lugar teológico que califica toda la vida de Jesús, desde sus 30 años de inmersión en su pueblo hasta sus opciones en la vida pública y su muerte en Cruz: “Jesús Nazareno rey de los judíos”. En su resurrección Jesús convoca a sus discípulos a Galilea, es decir el Resucitado es el crucificado y el crucifi-cado es Jesús de Nazaret, el Galileo. El Reino es nazareno, hemos de volver a Nazaret no sólo para nuestra vida personal sino también para nuestra misión.Hemos de discernir los signos de los tiempos y ver lo que el Señor nos pide hoy. El Espíritu del Señor dirige la Iglesia y la historia de la humanidad hacia el Reino. No podemos ser profe-tas de calamidades, ni poner nuestro esfuerzo en querer abrir las puertas que el Espíritu del Señor nos está cerrando. Menos aún, utilizar a las nuevas generaciones para reforzar puertas y estructuras que se están cerrando. Hay que mirar al futuro con confianza, es un kairós, es el Señor el que nos achica, el que nos vuelve “menores”, nos devuelve la minoridad que nosotros quizás no habíamos sido capaces de realizar y vivir.Naturalmente este discernimiento de los signos de los tiempos, de las nuevas puertas que el Espíritu nos abre requiere tiempo y colaboración de todos. Pero hay un dato que parece claro y es la dimensión relacional de la VR en la misión del futuro, lo “inter”, que no tiene un origen meramente sociológico o tecnológico (el internet…) sino Trinitario: Dios es una comunidad en relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

Esto significa que la misión apostólica de la VR ha de ser compartida, compartida entre las diversas provincias y fraternidades, compartida con familias del mismo carisma, compartida con otras congregaciones religiosas, compartida con el clero local, compartida sobre todo con los laicos, con los miembros de la tercera orden, también con personas de buena voluntad y de diferentes creencias.Ya no podemos ser autosuficientes, ni islas como quizás hasta ahora hemos sido.Hemos de revisar también el riesgo de la parroquialización de la VR, como si la parroquia fuera la única opción posible para la VR. El aporte carismático y profético de la VR a la Igle-sia local y universal no se limita solo a aceptar parroquias para suplir la falta de clero diocesa-no; en todo caso deberían ser parroquias misioneras, en las periferias, impregnadas profunda-mente del carisma religioso, franciscano…Hemos de confiar en la fuerza y creatividad del carisma franciscano, capaz de encarnase en nuevas situaciones, en un mundo dividido y violento, en un mundo en guerra, en un mundo con sectores no solo oprimidos sino descartables, en un mundo con un fuerte pluralismo reli-gioso, en una sociedad que amenaza y destruye nuestra casa común. Los pronunciamientos del Papa Francisco en contra de un sistema que mata, y contra la idola-tría del dinero, y sus propuestas de una Iglesia pobre y de los pobres, con puertas abiertas, que sale a la calle y va a las fronteras, que huele oveja, una Iglesia sinodal, que no quiere ser ni tormento ni aduana, sino misericordiosa y hospital de campaña que cura heridas, que pro-tege la creación etc... pueden ser líneas de fuerza para discernir los signos de los tiempos de hoy. La importancia de la pobreza en el carisma franciscano implica repensar la opción por los pobres hoy, en un mundo en el cual aunque han mejorado las condiciones de vida de una may-oría, persisten bolsones de pobreza enormes, gente que no tiene ni techo, ni trabajo ni tierra, un mundo donde ya no podremos ser “la voz de los que no tienen voz” sino los que acom-pañamos al pueblo y nos solidarizamos con su clamor y sus luchas, un mundo con violencia y discriminación de todo tipo, un mundo muy alejado del Laudato si´ franciscano y papal.. La afirmación de Benedicto XVI en Aparecida que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica, y la afirmación de Aparecida (393) que “todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobre reclama a Jesucristo” han de resonar fuertemente en el carisma franciscano.

* * * *En resumen la visión de Francisco ante el Cristo de San Damián de reparar la Iglesia sigue siendo actual. Para ello hemos de volver a las raíces, reformar la fraternidad y repensar nuestra misión. En esta tarea no estamos solos, el mismo Espíritu del Señor que guió a la Igle-sia primitiva hacia nuevas puertas, el mismo Espíritu que guió a nuestros fundadores hace siglos, el Espíritu que nos llamó a la VR, es el mismo Espíritu que nos guía y acompaña hoy en este tiempo de crisis que es un tiempo de desafíos y de gracia. No extingamos el Espíritu (1Tes 5,19), confiemos en él:Veni sancte Spiritus!

SINTESIS DEL TRABAJO REALIZADO DURANTE EL MORATORIO

PROVINCIA FRANCISCANA MISIONERA DE SAN ANTONIO - BOLIVIA

PROPUESTAS PARA UN PROYECTO PROVINCIAL

1.- QUÉ PROVINCIA QUEREMOS Y DEBEMOS SER.Potenciar que nuestra Provincia misionera en Bolivia, con multiplicidad de nacionalidades y culturas, salga al encuentro de los más necesitados, viviendo el Evangelio y la Regla de nuestro Padre san Francisco, para ser testimonio de una Iglesia profética y abierta ad gentes, que promueva la igualdad y la solidaridad entre los hermanos, asumiendo con coraje los nuevos desafíos, para responder a los signos de los tiempos, siendo instrumentos de paz y reconcili-ación (ad intra y ad extra). 2.- EL HERMANO MENOR QUE DEBEMOS Y QUEREMOS SER. a) En relación con Dios Sentirse hijo de Dios, para amarlo con toda el alma y para responder a la llamada que nos hizo a estar con Él y anunciar la buena noticia, preferencialmente al Pueblo Boliviano. b) En relación con los hermanosSer hermanos humanos y CRISTIANOS, a la manera de Francisco y Clara de Asís para practic-ar la obediencia entre sí, conviviendo con caridad y diálogo, con un PROYECTO COMÚN de oración, de vida y de servicio, creando verdaderos lazos de hermandad con los hermanos y con el pueblo, c) En relación con los votosSer Hermanos que siguen a Jesucristo obediente, pobre y casto, según la regla de nuestro padre san Francisco, viviendo los votos fielmente, con verdadera libertad y transparencia, alegres en la vivencia de la vocación de amor a la que hemos sido llamados, con apoyo de los hermanos.d) En relación con el pueblo Vivir constantemente EN MISION Y EVANGELIZACION desde nuestra espiritualidad fran-ciscana, siendo fraternos y menores, especialmente con los pobres y excluidos, anunciando a Jesús y su Evangelio en fraternidad y cuidando de todas las criaturas y de la “casa común”.e) Nuevas formas de radicalidad evangélicaSER Hermanos en discernimiento fraterno ante los nuevos desafíos e INICIATIVAS QUE SURJAN DE LOS HERMANOS, llegando con preferencia las periferias existenciales, culti-vando y creando estructuras de participación de los laicos y de la familia franciscana.

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MORATORIUM – HACIA UN PROYECTO PROVINCIAL

PRIORIDADES

A.- FORMA DE VIDA* Fomentar la experiencia personal de Dios, a través de la oración y vida sacramental.

Priorizar el rezo de la Liturgia de las Horas, en fraternidad. Hacer un horario compatible para la oración comunitaria. Mantener en todas las actividades el espíritu de oración y devoción. Ser escuelas de oración. Practicar la lectio divina y la oración mental diaria.

* Fraternidad. “Nos llamó para ser hermanos” La fraternidad local y regional celebrará capítulos y retiros conventuales todos los meses. Fraternidades con un mínimo de tres hermanos

* Ser testigos de minoridad y de ascesis cristiana como seguidores de Jesús hasta la Cruz. Vida sobria y sencilla y mortificación, también en los medios de comunicación.

B.- ANIMACIÓN PROVINCIAL* Visitas frecuentes del provincial y los definidores con un plan de animación, articulado

con los secretariados.* Hacer un estudio de las presencias de la provincia para lograr el redimensionamiento en

un plazo máximo de un año.* Formación y cualificación del ministerio del Guardián y la elaboración y animación del

Proyecto fraterno de vida y misión.C.- FORMACIÓN* Formación de formadores y especialización de hermanos en las áreas propias de nuestra

formación * Un plan de formación inicial y permanente, fortaleciendo la fraternidad formadora (Coe-

tus), la estabilidad de las etapas y lugares.* Conformación y coordinación del equipo de pastoral vocacional: Que una comisión pre-

pare el plan para toda la Provincia.D.- EVANGELIZACIÓN* Utilizar los MCS en la comunicación y evangelización ad intra y ad extra* Formación y animación de los laicos, OFS y familia franciscana y fortalecimiento de su

liderazgo en la acción pastoral.* 1) Cursillos de evangelización y misión para mejorar la misión de los hermanos en las

parroquias y Santuarios. Promover la espiritualidad de las devociones populares, espe-cialmente las franciscanas.

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MORATORIO EN IMÁGENES!!!

«Señor, ¿qué quieres que haga?»... (TC 6).

Y después que el Señor me dio hermanos, nadie

me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo

mismo me reveló que debería vivir según la

forma del santo Evangelio (Tes 14)

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el Señor me dio y me da tanta fe en los

sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana

(Tes 6)

Y si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que

moran, no quiero predicar más allá de su voluntad

(Tes 7)

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El Señor me reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz. (Tes 23)

Nada debe disgustar al siervo de Dios fuera del pecado. Y sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si por ello, no por caridad, el siervo de Dios se altera o se

enoja, atesora culpas (cf. Rom 2,5). (Adm 11)

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El siervo de Dios no puede saber

cuánta paciencia y humildad posee mientras todo le

vaya a satisfacción. Más

la paciencia y humildad que

tenga el día en que le lleven la

contraria quiénes debieran darle

satisfacción, esa tiene y no más.

(Adm 13)

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Los clérigos decíamos el oficio como los otros clérigos; los laicos decían

los Padrenuestros; y muy gustosamente permanecíamos en las

iglesias. (Tes 18)

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y dijo: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños,

no entraréis en el reino de los cielos. (Mt 8,3)

DESCUBRIENDO LOS TALENTOS DE LOS

HERMANOS!!!

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