lecturas obligatorias historia de la psicología (curso 2011)

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1 Lecturas obligatorias Historia de la Psicología, Grado Curso 2011 Tema 7 Edward B. Titchener, Psicología estructural y psicología funcional Tema 8 Sigmund Freud, El aparato psíquico Tema 10 Hermann Ebbinghaus, El estudio experimental de la memoria Tema 11 John B. Watson, El condicionamiento de la conducta emocional Edward C. Tolman, Un conductismo molar Tema 12 John Searle, La habitación china Tema 13 y 14 Abraham H. Maslow, Conductas encaminadas a la autorrealización

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Todas las lecturas obligatorias para la asignatura "Historia de la Psicología", para el primer curso del Grado de la UNED.En la primera página contiene un índice de textos y autores agrupados por Número de tema correspondiente al libro de texto oficial.

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Lecturas obligatorias Historia de la Psicología, Grado Curso 2011 Tema 7 Edward B. Titchener, Psicología estructural y psicología funcional Tema 8 Sigmund Freud, El aparato psíquico Tema 10 Hermann Ebbinghaus, El estudio experimental de la memoria Tema 11 John B. Watson, El condicionamiento de la conducta emocional Edward C. Tolman, Un conductismo molar Tema 12 John Searle, La habitación china Tema 13 y 14 Abraham H. Maslow, Conductas encaminadas a la autorrealización

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EDWARD B. TITCHENER (1867-1927)

Titchener nació en Chichester (Inglaterra). Estudió filosofía y fisiología en la Universidad de Oxford y se doctoró en psicología con Wundt en la de Leipzig (1892). Poco después de obtener el título de doctor, se traslada a los Estados Unidos, donde se incorpora como profesor de filosofía y psicología a la Universidad de Cornell y se hace cargo del laboratorio psicológico recién fundado en ella. Allí reuniría en torno suyo a un amplio grupo de discípulos extraordinariamente activo (dos Psicólogos Experimentales», constituidos en Sociedad a la muerte del maestro) que iba a dar un gran impulso al desarrollo de la psicología experimental americana. Trabajador incansable, se esforzó por acercar la psicología alemana a sus estudiantes a través de sus traducciones (de Wundt y Külpe, entre otros) y de sus propios manuales, de los que fue autor prolífico.

Titchener concibió la psicología como una ciencia experimental centrada en el análisis de los elementos mentales básicos (que terminó identificando con las sensaciones) y la determinación de sus atributos. Este esfuerzo por esclarecer la estructura de la mente contrastaba con el rumbo progresivamente funcional y aplicado que, inspirado en la obra de William James, iba tomando por entonces la psicología norteamericana. El texto que se reproduce a continuación refleja precisamente este contraste, y resulta sumamente expresivo de la inquietud de su autor por el desarrollo de una orientación funcional que consideraba aún meramente «descriptiva» y prematura para la psicología.

Aunque Titchener no logró hacer prevalecer sus puntos de vista estructurales frente al incontenible empuje de la tendencia funcionalista, su exigencia crítica, su rigor experimental y su insistencia en el laboratorio como único marco fiable para la obtención de datos relevantes, terminaron formando parte sustancial de la naciente psicología americana y contribuyeron a proporcionarle la respetabilidad científica que ésta iba persiguiendo. Titchener ha desempeñado también un papel decisivo en la consolidación de la misma orientación psicológica a la que quiso combatir, ya que su oposición a ella y el acierto del nombre con que la bautizó ayudó a dotar de conciencia de «escuela» a un movimiento funcional que, en sus orígenes, carecía de contornos demasiado definidos.

Lecturas recomendadas

HEIDBREDER, E., Psicologías del siglo xx. Buenos Aires: Paidós, 1971. Una exposición clásica de las principales orientaciones teóricas de la psicología de princípíos del siglo xx. Su primer capítulo está dedicado al estructuralismo de Titchener (pp. 93-118).

TITCHENER, E. B., «Los postulados de una psicología estructural». En J. M. Gondra (ed.), La psicología moderna. Textos básicos para su génesis y desarrollo histórico. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1982. Texto íntegro del artículo de Titchener al que pertenece nuestro fragmento (pp. 209-219).

TORTOSA, E y QUIÑONES, E., «Los postulados de la psícología estructural de E. B. Titchener». En E. Quiñones, E Tortosa y H. Carpintero (eds.), Historia de la psicología. Textos y comentarios. Madrid: Tecnos, 1993. Comentario histórico de un fragmento procedente del mismo artículo que el nuestro (pp. 322-331).

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Psicología estructural y psicología funcional [1898]

La biología, definida en su sentido más amplio como la ciencia de la vida y de las cosas vivas, se divide en tres partes o puede ser enfocada desde tres puntos de vista. Podemos indagar la estructura de un organismo sin considerar sus funciones, mediante el análisis que determine sus componentes y mediante la síntesis que muestre el modo que tiene de formarse a partir de esos componentes. O podemos indagar la función de las diversas estructuras que haya revelado nuestro análisis y el modo que tienen de interrelacionarse en órganos funcionales. O, de nuevo, podemos indagar los cambios de forma y función que acompañan a la persistencia del organismo en el tiempo, los fenómenos del desarrollo y la decadencia. La biología, la ciencia de las cosas vivas, comprende estas tres ciencias mutuamente interdependientes: la morfología, la fisiología y la ontogenia.

Esta relación, sin embargo, es incompleta. La vida que constituye el objeto de la ciencia no es simplemente la vida de un individuo; es también la vida de la especie, la vida colectiva. En correspondencia con la morfología, tenemos la taxonomía o la zoología sistemática, la ciencia de la clasificación. El organismo es aquí el universo total de cosas vivas, y las especies, subespecies y variedades constituyen sus partes. En correspondencia con la fisiología, tenemos esa parte de la biología (se la ha llamado «ecología») que trata de las cuestiones de distribución geográfica, de la función de las especies en la economía general de la naturaleza. En correspondencia con la ontogenia, tenemos la ciencia de la filogenia [...]: la biología de la evolución, con sus problemas de herencia y transmisión.

Podemos aceptar este esquema como una clasificación «provisional» de las ciencias biológicas. Para lo que aquí me interesa, es indiferente que la clasificación sea exhaustiva o no, como es indiferente que el lector considere la psicología como una subdivisión de la biología o como una provincia de conocimiento independiente. Lo que me importa señalar ahora es esto: que utilizando el mismo principio de división podemos representar la psicología moderna como contrapartida exacta de la biología moderna. Hay tres modos de enfocar tanto una como otra; y el objeto en cada caso puede ser individual o general. Una breve consideración bastará para aclararlo.

1) Encontramos un paralelo de la morfología en una gran parte de la psicología «experimental». El objetivo primario del psicólogo experimental ha sido analizar la estructura de la mente, desenredar los procesos elementales de la maraña de la conciencia, o (cambiando de metáfora) aislar los componentes de una determinada formación consciente. Su tarea es realizar una vivisección, pero una vivisección de resultados estructurales, no funcionales. El psicólogo experimental trata de descubrir, en primer lugar, qué hay y en qué cantidad, no para qué lo hay. De hecho, este trabajo de análisis tiene tanto peso en la bibliografía de la psicología experimental que un autor reciente ha cuestionado el derecho de esta ciencia a su adjetivo, declarando que un experimento es algo más que una medida realizada con ayuda de refinados instrumentos. Y no hay duda de que muchas de las críticas vertidas sobre la nueva psi-cología dependen de la dificultad que los críticos tienen en reconocer su carácter morfológico. Se dice a menudo que nuestro tratamiento de los sentimientos y las emociones, del razonamiento, del yo, es inadecuado; que el método experimental es valioso para la investigación de las sensaciones y las ideas, pero que no puede llevarnos más lejos. La respuesta es que los resultados obtenidos de la disección de los procesos «superiores» siempre serán decepcionantes para quienes no hayan adoptado el

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punto de vista del diseccionador. Se dice que el protoplasma consiste en carbono, oxígeno, nitrógeno e hidrógeno; pero esta afirmación resultaría sumamente decepcionante para quien esperase información sobre los fenómenos de la contractilidad y el metabolismo, la respiración y la reproducción. Considerada en su contexto adecuado, la pobreza de ciertos capítulos de anatomía mental, al implicar (como efectivamente lo hace) escasez de elementos mentales, es un hecho de extremada importancia.

2) Por encima de esta psicología de la estructura hay, sin embargo, una psicología funcional. Podemos considerar la mente como un complejo de procesos, configurados y moldeados por las condiciones del organismo físico. 0 podemos considerarla como el nombre colectivo de un sistema de funciones del organismo psicofisico. Estos dos puntos de vista se confunden no pocas veces. La frase «asociación de ideas», por ejemplo, puede referirse al complejo estructural (el grupo de sensaciones asociadas) o al proceso funcional de reconocimiento y recuerdo (la asociación de una formación con otra). En el primer sentido se trata de material morfológico; en el segundo pertenece a lo que llamaré (confío en que no se interprete mal la expresión) psicología fisiológica.

Del mismo modo en que la psicología experimental se ocupa en buena medida de los problemas estructurales, la psicología «descriptiva» antigua y moderna se ocupa principalmente de los problemas funcionales. En las discusiones de la psicología descriptiva, la memoria, el reconocimiento, la imaginación, el concepto, el juicio, la atención, la apercepción, la volición y un ejército de substantivos verbales de deno-tación más o menos amplia, connotan funciones del organismo en su totalidad. Que sus procesos subyacentes sean de carácter psíquico es, por decirlo así, accidental; en la práctica están al mismo nivel que la digestión y la locomoción, la secreción y la excreción. El organismo recuerda, quiere, juzga, reconoce, etc., y es asistido en su lucha vital por el recuerdo y la voluntad. Estas funciones, sin embargo, se incluyen con razón en la ciencia de la mente en la medida en que constituyen, en suma, la acción mental del individuo humano. No son funciones del cuerpo, sino funciones del organismo, y pueden (mejor dicho, tienen que) ser examinadas con los métodos y los principios reguladores de una «fisiología» de la mente. La adopción de estos métodos no prejuzga en absoluto el problema extrapsicológico último de la función de la mente en general en el universo de las cosas. Que la conciencia tenga realmente valor para la supervivencia, como supone James, o que sea un mero epifenómeno, como enseña Ribot, es aquí una cuestión completamente irrelevante. [...].

Podemos despachar las cuatro psicologías restantes con una mención más breve. 3) La psicología ontogenética, la psicología del niño y del adolescente individuales, es actualmente un tema de gran interés, y posee una extensa bibliografía propia. 4) La psicología taxonómica no es aún, y con toda probabilidad no lo será por algún tiempo, sino un ingrediente de la psicología «descriptiva» y una parte de la psicología individual. Se ocupa de temas tales como la clasificación de las emociones, los instintos en los impulsos, los temperamentos, etc., la jerarguía de los «yoes» psicológicos, la mente típica de las clases sociales (los artistas, los soldados, los hombres de letras), etc. 5) La psicología funcional de la mente colectiva se halla, como era de esperar, en una condición muy rudimentaria. Podemos delimitar su esfera e indicar sus problemas; pueden encontrarse contribuciones menores a esta psicología desperdigadas en las páginas de obras de psicología, lógica, ética, estética, sociología y antropología; y algunos puntos destacados (por ejemplo, la cuestión del papel desempeñado por el sentimiento estético en la constitución de la mentalidad nacional) han sido abordados en ensayos. Pero tenemos que tener una fisiología experimental de la mente individual antes de que se pueda progresar mucho. 6) Por último, la labor de

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la escuela evolucionista ha establecido la psicología filogenética sobre bases bastante sólidas, y el número de sus investigadores garantiza que nuestra comprensión del desarrollo mental avanzará rápidamente.

[TITCHENER, E. B., «The postulates of a structural psychology». En W. Dennis, Readings in the history of psychology. New York:

Appleton-Century-Crofts, 1948 (pp. 366-370). Trad., E. Lafuente.]

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SIGMUND FREUD

(1856-1939)

La importancia y significación de Freud van más allá de la estricta historia de la psicología hasta alcanzar una gran influencia en el marco más amplio de la cultura occidental moderna. En un principio no intentó crear una teoría psicológica compleja, pero al final elaboró algo más que un sistema psicológico. El psicoanálisis, obviamente, tiene su historia; y no posee un desarrollo rectilíneo. Una clara evolución del pensamiento de Freud se ejemplifica en su teoría sobre el «aparato psíquico» del que, a lo largo de su obra, nos encontramos con dos modelos a los que corrientemente solemos referirnos como las dos tópicas freudianas.

La primera concepción tópica del aparato psíquico aparece en La interpretación de los sueños (1900) y su autor distingue en ella tres sistemas: consciente, preconsciente e inconsciente. En 1923, en la obra El yo y el ello, Freud formuló otra concepción de la personalidad, conocida como «modelo estructural» (o «segunda tópica»), donde distingue tres diferentes entidades de organización en el aparato psíquico: el ello, el yo y el super-yo, que se diferencian sobre la base de sus distintas funciones. Sin embargo, Freud no renunció a armonizar sus dos tópicas. La exposición más precisa de esta ten-tativa se encuentra en una de sus últimas obras, Compendio del psicoanálisis, que comenzó a escribir en 1938 y que no se publicó hasta después de su muerte. A ella corresponde el extracto aquí reproducido.

Lecturas recomendadas

ELLENBERGER, H. F., El descubrimiento del inconsciente. Madrid: Gredos, 1970. Una obra imprescindible para conocer a Freud, a sus más inmediatos seguidores, a los llamados neopsicoanalistas y la «psicología del inconsciente» en general.

FERRÁNDIZ, A., «Las escuelas de psicología profunda». En J. Arnau y H. Carpin-tero (eds.), Historia, teoría y método. Madrid: Alhambra, 1989 (pp. 167-203). Una visión general, clara y bien estructurada, del pensamiento y del impacto actual de Freud, Adler y Jung.

GAY, P., Freud. Barcelona: Paidós, 1990 (2.a ed.). Una rigurosa visión de Freud hecha a finales del siglo )0C.

HALL, C. S., Compendio de psicología freudiana. Buenos Aires: Paidós, 1978 (8.a ed.). Clara y breve exposición sistemática de la psicología de Freud.

JONES, E., Vida y obra de Sigmund Freud. Barcelona: Anagrama, 1970. Este libro ocupa un lugar único entre las biografías de Freud. Su autor fue durante toda su vida un íntimo amigo de Freud y fiel colaborador, lo que le permitió el acceso a gran cantidad de material inédito.

LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J. B., Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: Labor, 1971. Este diccionario aporta una buena comprensión, contextualizada, de los conceptos psicoanalíticos.

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El aparato psíquico [1940]

El psicoanálisis parte de un supuesto básico cuya discusión concierne al pensamiento filosófico, pero cuya justificación radica en sus propios resultados. De lo que hemos dado en llamar nuestro psiquismo o vida mental son dos las cosas que conocemos: por un lado, su órgano somático y teatro de acción, el encéfalo o sistema nervioso; por el otro, nuestros actos de conciencia, que se nos dan en forma inmediata y cuya intuición no podría tornarse más directa mediante ninguna descripción. Ignoramos cuanto existe entre estos dos términos finales de nuestro conocimiento; no se da entre ellos ninguna relación directa. Si la hubiera, nos proporcionaría a lo sumo una localización exacta de los procesos de conciencia, sin contribuir en lo [más] mínimo a su mayor comprensión.

Nuestras dos hipótesis arrancan de estos términos o principios de nuestro conocimiento. La primera de ellas concierne a la localización: presumimos que la vida psíquica es la función de un aparato al cual suponemos espacialmente extenso y compuesto de varias partes, o sea que lo imaginamos a semejanza de un telescopio, de un microscopio o algo parecido. La consecuente elaboración de semejante concepción representa una novedad científica, aunque ya se hayan efectuado determinados intentos en este sentido.

Las nociones que tenemos de este aparato psíquico las hemos adquirido estudiando el desarrollo individual del ser humano. A la más antigua de esas provincias o instancias psíquicas la llamamos ello; tiene por contenido todo lo heredado, lo innato, lo constitucionalmente establecido; es decir, sobre todo, los instintos originados en la organización somática, que alcanzan en el ello una primera expresión psíquica, cuyas formas aún desconocemos.

Bajo la influencia del mundo exterior real que nos rodea, una parte del ello ha experimentado una transformación particular. De lo que era originalmente una capa cortical dotada de órganos receptores de estímulos y de dispositivos para la protección contra las estimulaciones excesivas, desarrollóse paulatinamente una organización especial que desde entonces oficia de mediadora entre el ello y el mundo exterior. A este sector de nuestra vida psíquica le damos el nombre de yo.

Características principales del «yo»

En virtud de la relación preestablecida entre la percepción sensorial y la actividad muscular, el yo gobierna la motilidad voluntaria. Su tarea consiste en la autoobservación, y la realiza en doble sentido. Frente al mundo exterior se percata de los estímulos, acumula (en la memoria) experiencias sobre los mismos, elude (por la fuga) los que son demasiado intensos, enfrenta (por adaptación) los estímulos moderados y, por fin, aprende a modificar el mundo exterior, adecuándolo a su propia conveniencia (actividad). Hacia el interior, frente al ello, conquista el dominio sobre a las exigencias de los instintos, decide si han de tener acceso a la satisfacción, aplazándola hasta las oportunidades y circunstancias más favorables del mundo exterior, o bien suprimiendo totalmente las excitaciones instintivas. En esta actividad el yo es gobernado por la consideración de las tensiones excitativas que ya se encuentran en él o que va recibiendo. Su aumento se hace sentir por lo general como

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displacer, y su disminución, como placer. [...] El yo persigue el placer y trata de evitar el displacer. Responde con una señal de angustia a todo aumento esperado y previsto del displacer, calificándose de peligro el motivo de dicho aumento, ya amenace desde el exterior o desde el interior. Periódicamente el yo abandona su conexión con el mundo exterior y se retrae al estado del dormir, modificando profundamente su organización. De este estado de reposo se desprende que dicha organización consiste en una distribución particular de la energía psíquica.

Como sedimento del largo período infantil durante el cual el ser humano en formación vive en dependencia de sus padres, fórmase en el yo una instancia especial que perpetúa esa influencia parental, y a la que se ha dado el nombre de super-yo. En la medida en que se diferencia del yo o se le opone, este super-yo constituye una tercera potencia que el yo ha de tomar en cuenta.

Una acción del yo es correcta si satisface al mismo tiempo las exigencias del yo, del super-yo y de la realidad; es decir, si logra conciliar mutuamente sus demandas respectivas. Los detalles de la relación entre el yo y el super-yo se tornan perfectamente inteligibles, reduciéndolos a la actitud del niño frente a sus padres. Naturalmente, en la influencia parental no sólo actúa la índole personal de aquéllos, sino también el efecto de las tradiciones familiares, raciales y populares que ellos perpetúan, así como las demandas del respectivo medio social que representan. De idéntica manera, en el curso de la evolución individual el super-yo incorpora aportes de sustitutos y sucesores ulteriores de los padres, como los educadores, los personajes ejemplares, los ideales venerados en la sociedad. Se advierte que, a pesar de todas sus diferencias fundamentales, el ello y el super-yo tienen una cosa en común: ambos representan las influencias del pasado: el ello, las heredadas; el super-yo, esencialmente las recibidas de los demás, mientras que el yo es determinado principalmente por las vivencias propias del individuo; es decir, por lo actual y accidental.

[..]

Toda ciencia reposa en observaciones y experiencias alcanzadas por medio de nuestro aparato psíquico

En el curso de esta labor se nos imponen las diferenciaciones que calificamos como cualidades psíquicas. No es necesario caracterizar lo que llamamos consciente, pues coincide con la conciencia de los filósofos y del habla cotidiana. Para nosotros todo lo psíquico restante constituye lo inconsciente.[...] Todo lo inconsciente [...] que puede trocar fácilmente su estado inconsciente por el consciente, convendrá calificarlo [...] como «susceptible de conciencia» o preconsciente. [...].

Por tanto, hemos atribuido tres cualidades a los procesos psíquicos: éstos pueden ser conscientes, preconscientes e inconscientes. La división entre las tres clases de contenidos que llevan estas cualidades no es absoluta ni permanente. [...] Lo preconsciente se torna consciente sin nuestra intervención, y lo inconsciente puede volverse consciente mediante nuestros esfuerzos, que a menudo nos permiten advertir la oposición de fuertes resistencias. [...] Lo que en el tratamiento analítico por ejemplo, es resultado de nuestro esfuerzo, también puede ocurrir espontáneamente: un contenido generalmente inconsciente se transforma en preconsciente y llega luego a la conciencia, como ocurre profusamente en los estados psicóticos. Deducimos de ello que el mantenimiento de ciertas resistencias internas es una condición ineludible de la normalidad. En el estado del dormir prodúcese regularmente tal disminución de las resistencias, con la consiguiente irrupción de contenidos inconscientes, quedando establecidas así las condiciones para la formación de los sueños. Inversamente, contenidos preconscientes pueden sustraerse por un tiempo a nuestro alcance, quedando bloqueados por resistencias, como es el caso de los olvidos fugaces, o bien

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un contenido preconsciente puede volver transitoriamente al estado inconsciente

[..].

Presentada con este carácter general y simplificado la doctrina de las tres cualidades de lo psíquico, parece ser más bien una fuente de insuperable confusión que un aporte al esclarecimiento [...]. Es de presumir, sin embargo, que aún podremos profundizar esta doctrina si perseguimos las relaciones entre las cualidades psíquicas y las provincias o instancias del aparato psíquico que hemos postulado; pero también estas relaciones están lejos de ser simples.

La conciencia se halla vinculada, ante todo, a las percepciones que nuestros órganos sensoriales reciben del mundo exterior. Por consiguiente, para la condición topográfica es un fenómeno que ocurre en la capa cortical más periférica del yo. [...]

Procesos conscientes en la periferia del yo; todos los demás, en el yo, inconscientes: he aquí la situación más simple que podríamos concebir Bien puede ser valedera en los animales, pero en el hombre se agrega una complicación por la cual también los procesos internos del yo pueden adquirir la cualidad de conciencia. Esta complicación es obra de la función del lenguaje. [...1

El interior del yo, que comprende ante todo los procesos cogitativos e intelectivos, tiene la cualidad de preconsciente. Ésta es característica y privativa del yo [...]. El estado preconsciente, caracterizado de una parte por su accesibilidad a la conciencia, y de otra por su vinculación con los restos verbales, es, sin embargo, algo particular, cuya índole nc queda agotada por esas dos características. Prueba de ello es que gran-des partes del yo —y, ante todo, del super-yo, al que no se puede negar el carácter de preconsciente—, por lo general permanecen inconscientes en sentido fenomenológico. [...]

Lo inconsciente es la única cualidad dominante en el ello. El ello y k inconsciente se hallan tan íntimamente ligados como el yo y lo pre consciente, al punto que esa relación es aún más exclusiva en aquel caso. Un repaso de la historia evolutiva del individuo y de su aparato psíquico nos permite comprobar una importante distinción en el ello. Originalmente, desde luego, todo era ello; el yo se desarrolló del ello por la incesante influencia del mundo exterior. Durante esta lenta evolución, ciertos contenidos del ello pasaron al estado preconsciente y se incorporaron así al yo; otros permanecieron intactos en el ello, formando su núcleo, difícilmente accesible. Mas durante este desarrollo el joven y débil yo volvió a desplazar al estado inconsciente ciertos contenidos ya incorporados, abandonándolos, y se condujo de igual manera frente a muchas impresiones nuevas que podría haber incorporado, de modo que éstas rechazadas, sólo pudieron dejar huellas en el ello. Teniendo en cuenta su origen, denominaremos lo reprimido a esta parte del ello. Poco importa que no siempre podamos discernir claramente entre ambas categorías de contenidos éllicos, que corresponden aproximadamente a la división entre el acervo innato y lo adquirido durante el desarrollo del yo.

Si aceptamos la división topográfica del aparato psíquico en un yo y un ello, con la que corre paralela la diferenciación de las cualidades preconsciente e inconsciente; si, por otra parte, sólo consideramos estas cualidades como signos de la diferencia, pero no como la misma esencia de éstas, ¿en qué reside entonces la verdadera índole del estado que se revela en el ello por la cualidad de lo inconsciente, y en el yo por la de lo preconsciente? ¿En qué consiste la diferencia entre ambos?

Pues bien: nada sabemos de esto [...]. Nos hemos aproximado aquí al verdadero y

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aún oculto enigma de lo psíquico [...].

Tras todas estas incertidumbres asoma, empero, un nuevo hecho cuyo descubrimiento debemos a la investigación psicoanalítica. Hemos aprendido que los procesos del inconsciente o del ello obedecen a leyes distintas de las que rigen los procesos en el yo preconsciente. En su conjunto, denominamos a estas leyes proceso primario, en contradicción con el proceso secundario, que regula el suceder del preconsciente, del yo. Así pues, el estudio de las cualidades psíquicas no ha resultado, a la postre, estéril.

[FREUD, S., Esquema del psicoanálisis. Madrid: Alianza, 1974 (pp. 107-110 y 121-127).

Trad, L. López Ballesteros y R. Rey.]

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HERMANN EBBINGHAUS (1850-1909)

Hermann Ebbinghaus nació en Barmen (Alemania). Recibió una amplia formación humanística en las universidades de Halle, Berlín y Bonn, en la que completó estudios de psicología y antropología al término de la guerra franco-prusiana. Tras doctorarse en filosofía, viaja a Inglaterra y a Francia, donde se gana la vida dando clases. A su regreso comienza una investigación sobre la memoria que habría de hacerle célebre. Presentada como segunda tesis en la Universidad de Berlín, se publicó en 1885 con el título Sobre la memoria. Después de unos años como profesor en Berlín, obtuvo una cátedra en la Universidad de Breslau y luego otra en la de Halle, donde permaneció ya hasta su muerte. Aunque él mismo no publicó mucho, promovió la publicación de investigaciones empíricas a través de la Revista de Psicología y Fisiología de los Órganos Sensoriales, que fundó junto al físico A. Kónig (1890). Merecen recordarse también sus manuales Fundamentos de psicología (1897 y 1902) y Compendio de psicología (1908), cuyo rigor y claridad de estilo los hicieron sumamente apreciados en su tiempo.

Con su investigación pionera sobre la memoria, Ebbinghaus demostró convincentemente que, en contra de una opinión que Wundt había convertido en dominante, los procesos mentales superiores eran susceptibles de tratamiento experimental (véase el texto de O. Külpe en relación con un esfuerzo semejante referido al estudio del pensamiento). En el fragmento que sigue, extraído de su clásica monografía, Ebbinghaus expone el procedimiento ideado, subraya sus ventajas y desventajas, y describe las condiciones de los experimentos realizados. El lector podrá apreciar aquí algunos de los rasgos que han hecho que esta investigación se siga citando hoy como modelo de inventiva y exactitud experimentales.

Lecturas recomendadas

CAPARRÓS, A., H. Ebbinghaus, un funcionalista investigador tipo dominio. Barce-lona: Universitat de Barcelona, 1986. Un detenido estudio sobre la significación funcionalista de Ebbinghaus no ceñido exclusivamente a su trabajo sobre la memoria.

EBBINGHAUS, H., «Estudio experimental de la memoria». En J. M. Gondra (ed.), La psicología moderna. Textos básicos para su génesis y desarrollo. Madrid: Desclée de Brouwer, 1982 (2.a ed.) (pp. 135-158). Selección más amplia que la que aquí se ofrece de la monografía de Ebbinghaus sobre la memoria.

GARRETT, H. E., Las grandes realizaciones en la psicología experimental. México: Fondo de Cultura Económica, 1962 (2.a ed.). Contiene una clara y detallada descripción de los experimentos de Ebbinghaus sobre la memoria y el olvido.

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El estudio experimental de la memoria [1885]

Series de sílabas sin sentido

Para intentar en la práctica una vía de penetración —verdad es que limitada a un territorio muy pequeño— en los procesos de la memoria [...], hemos seguido el siguiente procedimiento:

Con las consonantes simples del alfabeto y las 11 vocales y diptongos del idioma alemán construimos todas las sílabas posibles que pertenecieran a una determinada clase, a saber, la formada por una vocal puesta en medio de dos consonantes.

Dichas sílabas, aproximadamente unas 2.300, fueron mezcladas unas con otras, y a continuación extraídas al azar de manera que formaran series de diferentes longitudes, las cuales constituyeron el objeto de los diversos experimentos. Al principio, en la composición de las sílabas observamos, aunque no con demasiada escrupulosidad, unas reglas con vistas a impedir una repetición demasiado rápida de elementos que tuvieran el mismo sonido; posteriormente estas normas fueron abandonadas y dejamos intervenir únicamente al azar. Las sílabas empleadas en un experimento eran dejadas a un lado hasta haber agotado el total de las mismas; después se volvían a mezclar y a utilizar conforme el mismo procedimiento.

Todos los experimentos realizados con estas series de sílabas pretendían en último término lo siguiente: conseguir que, mediante la lectura repetida en voz alta, una serie quedara grabada de tal forma en la memoria que pudiera ser repetida después a voluntad. Considerábamos alcanzado este objetivo la primera vez que el sujeto, dada la sílaba inicial, era capaz de recitar toda la serie sin interrupciones, a una determinada velocidad, y con la conciencia de no cometer ninguna falta.

Ventajas del material

Este material carente totalmente de sentido que acabamos de mencionar ofrece muchas ventajas, derivadas en parte de su falta de significado. En primer lugar, es relativamente simple y homogéneo. En el caso del material más a mano, a saber, el verso o la prosa, la variedad de contenidos, ya narrativos, ya descriptivos, ya reflexivos, los giros unas veces patéticos y otras humorísticos, la belleza o rigor de las metáforas, la suavidad o dureza de ritmo y rima, tienen que introducir una gran cantidad de influencias que cambian de un modo irregular, y, por consiguiente, son perturbadoras: asociaciones que entran o salen, grados diferentes de interés, recuerdos especialmente acertados, o bellos versos, etc. Todas estas cosas son evitadas por nuestras sílabas. Entre los muchos miles de combinaciones posibles, apenas hay unas pocas docenas que tengan algún significado, y, de éstas, sólo habrá unas pocas cuyo significado sea descubierto por el sujeto durante el aprendizaje.

Claro que no hay que dar demasiada importancia a la simplicidad y homogeneidad del material; todavía está muy lejos de nuestro ideal. Porque el aprendizaje de las sílabas sin sentido afecta a tres campos sensoriales, el ojo, el oído y el sentido muscular de los órganos del lenguaje. Y aun cuando éstos participan de un modo muy limitado y siem-

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pre muy similar, sin embargo, hay que predecir una cierta complejidad de los resultados debido a su acción conjunta.

En particular, la homogeneidad de las series de sílabas no corresponde a eso que podría esperarse de ellas; presentan grados muy notables y casi imperceptibles de facilidad y dificultad. En la práctica parece como si, desde este punto de vista, las diferencias entre material con y sin sentido no fueran todo lo grandes que uno hubiera podido imaginarse a priori. Al menos, en el aprendizaje de memoria de algunos cantos del Don Juan, de Byron, yo no encontré una dispersión numérica relativamente mayor que la de las sílabas sin sentido en cuyo aprendizaje había empleado una cantidad de tiempo aproximadamente igual. En el primer caso, las innumerables influencias perturbadoras ya mencionadas parecen haberse compensado mutuamente para producir un cierto efecto intermedio; mientras que en el segundo caso, la predisposición hacia ciertas combinaciones de sílabas y letras, por influjo de la lengua materna, tiene que ser muy heterogénea.

Más indudables son las ventajas de nuestro material en otros dos aspectos. En primer lugar nos permite una cantidad inagotable de nuevas combinaciones de carácter totalmente homogéneo, mientras que los diferentes poemas, los distintos trozos de prosa, siempre tienen algo que impide la comparación. En segundo lugar, las sílabas sin sentido permiten una variación cuantitativa cómoda y segura; mientras que la terminación antes del final, o el comenzar en la mitad de una estrofa o de una frase, traen consigo nuevas complicaciones debidas a las diferentes perturbaciones de sentido que comportan.

Las series numéricas, las cuales también utilicé, resultaron demasiado pequeñas para una investigación larga, debido al número escaso de sus elementos básicos.

Producción de las condiciones experimentales lo más constantes posibles

Para el aprendizaje memorístico se propusieron las siguientes condiciones:

1. Las series fueron siempre leídas en su totalidad, desde el principio hasta el final; no eran aprendidas por partes, que después había [hubiera] que encadenar; asimismo tampoco se escogieron las partes especialmente difíciles para memorizarlas con una mayor frecuencia. La lectura, y los ensayos de repetición memorística ocasionalmente necesarios, fueron intercalados de una manera natural. Para la repetición, se observó la siguiente norma: cuando se producía alguna interrupción, había que leer el resto de la serie hasta el final y luego volver a comenzar.

2. La lectura y la recitación fueron realizadas siempre con la misma velocidad, a saber, a un compás de 150 golpes por minuto. Para su regulación utilizamos inicialmente un metrónomo con reloj; pero muy pronto lo sustituimos por el tic-tac de un reloj de bolsillo, mucho más sencillo y menos perturbador de la atención. El mecanismo de la mayoría de los relojes oscila con una frecuencia de 300 golpes por minuto.

3. Como es casi imposible hablar de continuo sin cambios de acento, decidimos, a fin de que estas diferencias fueran siempre las mismas, agrupar tres o cuatro sílabas dentro de un compás, y así dar un leve acento a las sílabas primera, cuarta, séptima, o a la primera, quinta, novena, etc.; otras elevaciones en el tono de voz fueron evitadas en la medida de lo posible.

4. Después del aprendizaje de cada serie, había una pausa de 15 segundos, y esta pausa era aprovechada para hacer el balance de los resultados. Después se

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pasaba directamente a la siguiente serie del mismo experimento. 5. Durante el aprendizaje, y en la medida en que ello era factible, se tuvo el

propósito de alcanzar el objetivo deseado con la máxima rapidez. Así, en la medida limitada en que la voluntad consciente puede influir en ellos, siempre intentamos concentrar al máximo nuestra atención en el trabajo fatigante, y en su objetivo. Naturalmente, para lograr este propósito se tomó en consideración todo aquello que supusiera un alejamiento de las perturbaciones externas; también se evitó en la medida de lo posible las pequeñas distracciones procedentes de la realización del experimento en ambientes diferentes.

6. Nunca intentamos conectar las sílabas sin sentido por medio de relaciones inventadas, tales, por ejemplo, como las reglas de la nemotecnia; el aprendizaje fue debido simplemente a la influencia de las meras repeticiones sobre la memoria natural. Como yo no poseo el más mínimo conocimiento práctico del arte de la nemotecnia, el cumplimiento de esta condición no tuvo para mí ninguna dificultad.

7. Finalmente, y ante todo, procuré que las condiciones de la vida exterior durante el período de los experimentos, permanecieran libres, por lo menos, de cambios e irregularidades demasiado grandes. Naturalmente, dado que los experimentos duraron varios meses, esto sólo es posible en una medida muy limitada. Pero tuvimos buen cuidado de realizar en idénticas condiciones de vida aquellos experimentos cuyos resultados debían de ser directamente comparados. En particular, las ocupaciones previas al experimento siempre fueron lo más idénticas posible.

[EBBINGHAUS, H., Sobre la memoria. En J. M. Gondra (ed.), La psicología moderna. Bilbao: Desclée de

Brouwer, 1982 (2.a ed.) (pp. 136439). Trad., J. M. Gondra. (Se han eliminado las notas del autor).]

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JOHN B. WATSON (1878-1958)

Watson fue elegido presidente de la American Psychological Association en 1915. En su alocución presidencial propuso utilizar la técnica de los reflejos condicionados como procedimiento de investigación de la conducta. Su aproximación al comportamiento humano, presidida por la misma exigencia de objetividad metodológica que había caracterizado a sus estudios con animales y potenciada por el empleo sistemático del condicionamiento «clásico», culminó en sus famosos experimentos sobre la adquisición de las respuestas emocionales en los niños, que aparecen reflejados en el texto que sigue.

En 1920 Watson tuvo que dejar la universidad a causa del escándalo que provocó su divorcio. Se dedicó entonces a la publicidad, campo que cultivó con gran éxito y en el que permaneció hasta su jubilación en 1945. Entre otras campañas publicitarias, llevó a cabo la de su propia visión de la psicología, que difundió en numerosos escritos de divulgación y que llegó a gozar de extraordinaria popularidad en Norteamérica.

El fragmento seleccionado pertenece a uno de sus libros más difundidos, El conductismo (1925/1930), destinado a presentar sus ideas psicológicas al gran público. Los experimentos sobre el condicionamiento de la conducta emocional infantil a los que aquí se refiere fueron realizados en torno a 1920, y constituyen un inmejorable ejemplo de la posibilidad de control del comportamiento que Watson quería transmitir. Un ejemplo, por lo demás, que ha servido de modelo a numerosos acercamientos posteriores a la modificación y terapia conductuales.

Lecturas recomendadas

KAZDIN, A. E., Historia de la modificación de conducta. Bilbao: Desclée de Brou-wer, 1983. Contiene unas breves páginas que analizan el papel de los estudios de Watson sobre el condicionamiento de las emociones en los orígenes del campo de la modificación de la conducta (pp. 114-118).

TORTOSA, E y MAYOR, L., «Watson y la psicología de las emociones: evolución de una idea». Psicothema, 4 (1), 1992 (pp. 297-315). Un estudio histórico sobre el tema tratado en el texto que aquí se recoge.

WATSON, J. B., El conductismo. Buenos Aires: Paidós, 1972 (4.a ed.). El libro tal vez más popular de Watson, en el que éste expone su concepción general de la psicología.

WOLPE, J. y RACHMAN, S., «Evidencia psicoanalítica: Crítica basada en el caso del pequeño Hans, de Freud». En Rachman, S. (ed.), Ensayos críticos al psico-análisis. Madrid: Taller de Ediciones JB (pp. 213-235). Provocativo análisis de un caso de Freud a la luz de los experimentos watsonianos sobre el condicionamiento de respuestas emocionales, realizado por dos especialistas en terapia conductual.

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El condicionamiento de la conducta emocional

[1930]

¿Cómo es posible que objetos que en un principio no suscitan emociones puedan hacerlo después, acrecentando así la riqueza y peligros de nuestra vida emocional?

Al iniciar nuestros trabajos, nos sentíamos muy poco dispuestos a experimentar en este campo, pero resultaba tan imperiosa la necesidad de explorarlo, que finalmente resolvimos intentar establecer miedos en el niño y luego estudiar métodos prácticos para suprimirlos. Como primer sujeto escogimos a Alberto, hijo de una nodriza del Hospital Harriet Lane. Se trataba de un bebé extraordinariamente «bueno», que había pasado toda su vida en dicha institución. Durante todos los meses que trabajamos con él, únicamente lo vimos llorar después de nuestros experimentos.

Antes de hablar de los experimentos de que nos servimos para establecer respuestas emocionales en el laboratorio, es preciso recordar la técnica de los reflejos condicionados. A fin de establecer un reflejo condicionado debe existir, en primer lugar, un estímulo fundamental que provoque la respuesta en cuestión. El paso siguiente es lograr que también la provoque algún otro estímulo. Si, verbigracia, nuestro propósito es suscitar un brusco movimiento hacia atrás del brazo y de la mano cada vez que resuene un zumbador, debemos usar el choque eléctrico u otro estímulo doloroso. Pronto el brazo empezará a retirarse de inmediato al funcionar el zumbador, de la misma manera como se retira bruscamente al recibir la sacudida eléctrica. Sabemos que hay un estímulo incondicionado o fundamental que despierta la reacción de miedo en forma rápida y sencilla: un sonido fuerte: […]

Nuestro primer experimento con Alberto tenía por objeto condicionar la respuesta de miedo a una rata blanca. Mediante pruebas repetidas comprobamos, en primer término, que sólo los ruidos fuertes y la remoción de la base de apoyo provocarían dicha respuesta en este niño. Cualquier cosa dentro de un diámetro de doce pulgadas alrededor suyo, era objeto de una manifestación de alcanzar y manipular. Sin embargo, la reacción a un sonido estrepitoso era característica en la mayoría de los niños. El sonido emitido por una barra de acero de aproximadamente una pulgada de diámetro y tres pies de longitud, golpeada con un martillo de carpintero, suscitaba un tipo muy marcado de reacción.

A continuación transcribimos nuestros apuntes de laboratorio que indican el progresivo establecimiento de una respuesta emocional condicionada:

Edad: once meses y tres días:

1) De improviso se saca de una canasta (procedimiento usual) una rata blanca —con la cual el niño había jugado durante semanas—, la cual le es presentada. Alberto empezó por extender la mano izquierda para alcanzarla. En el preciso instante en que su mano tocó al animal, detrás suyo se golpeó bruscamente la barra. El niño saltó violentamente y cayó hacia delante, escondiendo la cara en el colchón: Sin embargo, no lloró.

2) Volvióse a golpear la barra cuando el niño tocó la rata con su mano derecha. De nuevo el niño saltó violentamente, cayó hacia delante y empezó a llorar.

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A causa del estado perturbado de Alberto, suspendimos las pruebas una semana.

Edad: once meses y diez días:

1) De improviso se le presenta la rata sin ruidos. Se observó que la criatura la miraba fijamente, si bien al principio no manifestó ninguna tentativa de alcanzarla. Entonces el animal se acercó; ello suscitó un conato de alcanzarla, la retiró de inmediato. Empezó a mover la mano para tocar la cabeza del animal con el índice de su mano izquierda, pero la retiró bruscamente antes de que el contacto se estableciera. Resulta evidente, pues, que las dos estimulaciones que la semana anterior se suministró asociadas, fueron efectivas. Enseguida se le sometió a un test con cubos, a fin de ver si éstos habían sido involucrados en el proceso de condicionamiento. Los agarró de inmediato dejándolos caer, golpeándolos uno con otro, etc. En los tests restantes a menudo se le dieron los cubos para calmarlo y probar su estado emocional general. Cuando se iniciaba el proceso de condicionamiento se los apartaba siempre de su vista.

2) Estimulación combinada de la rata y el sonido: se sobresaltó, y luego se tumbó enseguida a la derecha. No lloró.

3) Estimulación combinada. se tumbó a la derecha y se quedó sobre las manos, con la cabeza en la dirección contraria a la de la rata. No lloró.

4) Estimulación combinada. igual reacción.

5) Presentación súbita de la rata sola: frunció la cara, lloró y apartó rápidamente el cuerpo a la izquierda.

6) Estimulación combinada: se tumbó de inmediato del lado derecho y empezó a llorar.

7) Estimulación combinada: se sobresaltó violentamente y lloró, pero no se tumbó.

8) Rata sola: en el mismo momento en que se le enseñó la rata comenzó a llorar. Casi enseguida se volvió vivamente a la izquierda, se levantó sobre las cuatro extremidades y empezó a alejarse gateando con tanta rapidez que costó detenerlo antes que alcanzara el borde del colchón.

Esta prueba del origen condicionado de la respuesta de miedo sitúa nuestro estudio de la conducta emocional sobre una base científico-natural. Es una gallina de huevos de oro mucho más productiva que la estéril fórmula de James. Proporciona un principio explicativo que dará cuenta de la enorme complejidad de la conducta emocional adulta. Ya no necesitamos recurrir a la herencia para esclarecer la conducta.

[WATSON, J. B., El conductismo. Buenos Aires. Paidós, 1972 (4.a ed.) (pp. 156-158). Trad., O. Poli.]

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EDWARD C. TOLMAN (1886-1959)

Nació en West Newton (Massachusetts, EE.UU.). Aunque comenzó estudiando química en el Massachusetts Institute of Technology, se doctoró en psicología por la Universidad de Harvard en 1915. En su formación resultó decisivo el curso de psicología comparada que recibió de Yerkes, así como el texto de Watson que aquél utilizaba como manual, que consiguió ganarle de inmediato para la causa conductista. Muy pronto, sin embargo, Tolman sintió la necesidad de proponer una «nueva fórmula» para el conductismo que permitiese incorporar aquellos aspectos propositivos y cognitivos de la conducta que el enfoque watsoniano impedía considerar suficientemente. En esta dirección se encaminaron sus primeros trabajos, que culminaron en la publicación del libro La conducta propositiva en los animales y en el hombre (1932), su obra capital. La mayor parte de la carrera docente de Tolman transcurrió en la Universidad de California, a la que se trasladó después de un corto período en la Northwestern University (1915-1918) y donde iba a permanecer ya el resto de su vida.

Tolman ha sido, junto a C. L. Hull, uno de los máximos representantes del llamado «conductismo metodológico», esto es, el de los psicólogos norteamericanos que asumieron el ideal watsoniano de hacer de la psicología una ciencia natural de la conducta, procurando al mismo tiempo corregir las insuficiencias teóricas y metodológicas con que Watson había intentado llevarlo a cabo. Entre las grandes contribuciones de Tolman al logro de este objetivo se cuenta la introducción de algunos conceptos fundamentales (como los de «variable interviniente» y «mapa cognitivo») que han pasado a formar parte del acervo psicológico contemporáneo. Aunque, a diferencia de Hull, no creó propiamente una escuela, su influencia ha sido profunda y duradera, y se ha visto potenciada por el rumbo cognitivo emprendido por la psicología después de su muerte.

El sistema psicológico de Tolman se nutre de influencias muy diversas. Entre ellas sobresale la de la psicología de la Gestalt, patente tanto en su concepción «molar» de la conducta como en el lenguaje mismo utilizado en ocasiones para describirla y explicarla. En el siguiente texto, tomado de las páginas iniciales de su obra fundamental, pueden advertirse algunos de estos rasgos. Tolman contrapone en él a la de Watson su propia noción de conducta, y afirma que las propiedades de ésta que resultan relevantes para el psicólogo (el propósito, la cognición) sólo pueden observarse cuando se con-sidera la conducta en su molaridad. La obra de Tolman constituye un magnífico esfuerzo por esclarecer el comportamiento así entendido.

Lecturas recomendadas

HILGARD, E. R. y BOWER, G. H., Teorías del aprendizaje. México: Trillas, 1976. Una revisión clásica de las principales orientaciones teóricas en el estudio del aprendizaje, incluida la de Tolman. LAFUENTE, E., «La significación del Tolman para el cognitivismo». Revista de His-toria de la Psicología, 7, 1986 (pp. 15-30). Un recorrido por la obra de Tolman que subraya su dimensión cognitiva.

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LAFUENTE, E., «El conductismo propositivo de E. C. Tolman». En E. Quiñones, E Tortosa y H. Carpintero (eds.), Historia de la psicología. Textos y comentarios. Madrid: Tecnos, 1993 (pp. 412-421). Comentario a un fragmento de un temprano artículo de Tolman donde éste propone su idea de un conductismo molar superador del watsoniano. TOLMAN, E. C., «La conducta, un fenómeno molar». En J. M. Gondra (ed.), La psi-cología moderna. Textos básicos para su génesis y desarrollo histórico. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1982 (2.a ed.) (pp. 561-576). Selección más amplia que la recogida en estas páginas del libro fundamental de Tolman.

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Un conductismo molar

[1932]

2. Conductismos y conductismos

La posición general adoptada en este ensayo será la del conductismo, pero será un conductismo de una variedad especial, porque hay conductismos y conductismos. Watson, el archiconductista, propuso una de ellas. Pero, desde entonces, otros [...] han brindado otras variedades considerablemente distintas. [...] Aquí nos limitaremos a presentar ciertos rasgos distintivos como introducción a lo que va a ser nuestra propia variedad.

3. Watson: la definición molecular

Watson parece describir casi siempre la conducta en términos de simples conexiones estímulo-respuesta. Y parece concebir también estos estímulos y estas respuestas en términos físicos y fisiológicos repetivamente inmediatos. [...]

Debe señalarse, sin embargo, que junto a esta definición de la conducta estrictamente en términos de las contracciones musculares físicas y fisiológicas que la constituyen, Watson introdujo una noción diferente y en cierto modo antagónica. [...]

[Esta noción] subraya las respuestas globales frente a los elementos fisiológicos de tales respuestas globales. En suma, debe concluirse que Watson ha jugado en realidad con dos nociones diferentes de conducta aunque él mismo no haya visto con claridad lo diferentes que son. Por una parte, ha definido la conducta estrictamente en términos de sus componentes físicos y fisiológicos, esto es, en términos de los procesos receptores, transmisores y efectores per se. Llamaremos a esta definición, definición molecular de la conducta. Por otra parte, ha llegado reconocer, aunque quizá sólo de una manera confusa, que la conducta en cuanto tal es más que la suma de sus partes fisiológicas y diferente de ellas. La conducta en cuanto tal es un fenómeno «emergente» que tiene características descriptivas y definitorias propias. A esta última definición la llamaremos definición molar de la conducta.

4. La definición molar

Es esta segunda concepción de la conducta, la concepción molar, la que defenderemos en el presente tratado. Sostendremos [...] que, los «actos conductuales», aunque sin duda se corresponden rigurosamente con los hechos subyacentes de la física y de la fisiología, en tanto que totalidades «molares» tienen ciertas propiedades emergentes propias. Y son estas propiedades, las propiedades molares de los actos conductua les, las que nos interesan primordialmente como psicólogos. Más aún dado el actual estado de nuestros conocimientos (esto es, antes de que se hayan desarrollado las múltiples correlaciones empíricas existentes entre la conducta y sus correlatos fisiológicos), estas propiedades molares de los actos conductuales no pueden conocerse, ni siquiera por infe rencia, a partir del mero conocimiento de los hechos moleculares subyacentes de la física y la fisiología. Porque igual que no se pueden contemplar de ningún modo las propiedades de una cierta cantidad de agua a partir de las propiedades que tienen por separado las moléculas de agua, tampoco las propiedades de un «acto conductual» pueden deducirse directamente de las propiedades de los procesos físicos y

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fisiológicos subyacentes que lo constituyen. La conducta en cuanto tal al menos hoy por hoy, no puede deducirse de una mera enumeración de contracciones musculares, de los meros movimientos que, en tanto que movimientos, la constituyen. Aún tiene que ser estudiada de primera mano y por sí misma.

Un acto en tanto que «conducta» tiene características distintivas propias. Hay que identificar y describir estas propiedades al margen de cualquier proceso muscular, glandular o nervioso subyacente. Es de suponer que estas nuevas propiedades características de la conducta molar estarán estrictamente correlacionadas con nociones fisiológicas; si se quiere, que dependerán de ellas. Pero descriptivamente y por sí mismas son distintas de esas nociones.

Una rata recorriendo un laberinto, un gato saliendo de una caja-problema, un hombre volviendo a cenar a casa, un niño escondiéndose de un desconocido, una mujer lavando la ropa o charlando por teléfono, un estudiante rellenando la hoja de un test mental, un psicólogo recitando una lista de sílabas sin sentido, mi amigo y yo contándonos lo que pensamos y sentimos: todo esto son conductas (en tanto que molares). Y debe repararse en que, al mencionarlas, no nos hemos referido en ningún caso ni a los músculos, ni a las glándulas, ni a los nervios sensoriales y motores implicados en ellas; en la mayor parte de los casos, nos ruborizamos al confesarlo, ni siquiera sabemos exactamente cuáles de ellos están implicados. Porque, de algún modo, estas respuestas poseían otras características propias que eran suficientes para identificarlas.

[...]

12. Recapitulación

La conducta en cuanto tal es un fenómeno molar, en contraste con los fenómenos moleculares que constituyen su fisiología subyacente. En tanto que fenómeno molar, aparecen como propiedades descriptivas inmediatas suyas las de: dirigirse a o separarse de objetos-meta, eligiendo ciertas rutas en vez de otras como objetos-medio, y poniendo de manifiesto pautas específicas de intercambio con esos objetos-medio elegidos. Pero estas descripciones en términos de dirigirse-a o separarse-de, seleccionar rutas y pautas de intercambio, implican y definen aspectos propositivos y cognitivos inmediatos e inmanentes de la conducta. Estos dos aspectos de la conducta, sin embargo, no son sino entidades definidas objetiva y funcionalmente. Están implícitos en los hechos de docilidad conductual. Ni en primera ni en última instancia se definen por introspección. Se contemplan tan fácilmente en los actos conductuales del gato y de la rata como en las reacciones verbales más refinadas del hombre. Estos propósitos y cogniciones, esta docilidad, son evidentemente funciones del organismo como un todo. Por último, se ha señalado que hay otras dos clases de determinantes conductuales, a saber: las capacidades y los ajustes conductuales. Estos intervienen también en la ecuación entre los estímulos y los estados fisiológicos iniciadores por una parte, y la conducta por otra.

[TOLMAN, E. C., Purposive behavior in animals and men. New York: Appleton-Century (pp. 4-8 y 21-22). Trad., E. Lafuente.]

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JOHN SEARLE (1932)

La filosofía de la mente es un ámbito de discusión sobre las relaciones mente-cuerpo cuyo desarrollo ha ido íntimamente ligado al de la psicología cognitiva. Entre los filósofos de la mente críticos con la identificación entre el cerebro y el ordenador destaca J. Searle. Este autor obtuvo su doctorado en Oxford y trabajó como profesor de filosofía en la Universidad de Berkeley. Sus primeras publicaciones versan sobre la teoría de los actos de habla (de su maestro Austin), pero su interés se ha ido centrado cada vez más en la filosofía de la mente. Aunque no excluye el uso heurístico de los programas informáticos como simulaciones de la actividad mental humana, Searle rechaza la versión fuerte de la inteligencia artificial, es decir, la definición de la mente como un mecanismo de cómputo (defendida por Turing o Simon y Newell).

A continuación podemos comprobar cómo explica Searle su argumento de la «habitación china». Se trata de un típico experimento mental o imaginario, muy del gusto de los filósofos de la mente. En este caso se nos invita a suponer qué pasaría si los mismos criterios que se aplican a la definición de la inteligencia artificial se aplicaran a la actividad humana real. Según Searle, tal aplicación nos llevaría al absurdo de afirmar, por ejemplo, que se puede dominar un idioma sin comprender los significados de sus términos.

Lecturas recomendadas

RIVIÉRE, A., Objetos con mente. Madrid: Alianza, 1991. En el capítulo 4 se revisan las reacciones a lo que Riviére denomina el desafío de Turing, entre ellas la de Searle.

SEARLE, J. R., «Dos biólogos y un físico en busca del alma». Mundo Científico, agosto, 1996, pp. 654-669. Resume, comenta y critica libros de E Crick, R. Penrose y G. Edelman, autores relevantes en neurociencia y filosofía de la mente. Al hacerlo, sintetiza él mismo su propia posición teórica y discute los problemas conceptuales típicos de las ciencias cognitivas.

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La habitación china [1984]

[...] Tener una mente es algo más que tener procesos formales o sintácticos. Nuestros estados mentales internos tienen, por definición, ciertos tipos de contenido. [...] Esto es, incluso si mis pensamientos se me presentan en cadenas de símbolos tiene que haber más que las cadenas abstractas, puesto que las cadenas por sí mismas no pueden tener significado alguno. Si mis pensamientos han de ser sobre algo, entonces la cadenas tienen que tener un significado que hace que sean los pensamientos sobre esas cosas. En una palabra, la mente tiene más que una sintaxis, tiene una semántica. La razón por la que un programa de computador no pueda jamás ser una mente es simplemente que un programa de computador es solamente sintáctico, y las mentes son más que sintácticas. Las mentes son semánticas, en el sentido de que tienen algo más que una estructura formal: tienen un contenido.

Para ilustrar este punto he diseñado un cierto experimento de pensamiento. Imaginemos que un grupo de programadores de computador ha escrito un programa que capacita a un computador para simular que entiende chino. Así, por ejemplo, si al computador se le hace una pregunta en chino, confrontará la pregunta con su memoria o su base de datos, y producirá respuestas adecuadas a las preguntas en chino. Su-pongamos, por mor del argumento, que las respuestas del computador son tan buenas como las de un hablante nativo del chino. Ahora bien, ¿entiende el computador, según esto, chino? ¿Entiende literalmente chino, de la manera en que los hablantes del chino entienden chino? Bien, imaginemos que se le encierra a usted en una habitación y que en esta habitación hay diversas cestas llenas de símbolos chinos. Imaginemos que usted [...] no entiende chino, pero que se le da un libro de reglas en castellano para manipular esos símbolos chinos. Las reglas especifican las manipulaciones de los símbolos de manera puramente formal, en términos de su sintaxis, no de su semántica. Así la regla podría decir: «toma un signo changyuan-changyuan de la cesta número uno y ponlo al lado de un signo chongyuon-chongyuon de la cesta número dos». Supongamos ahora que son introducidos en la habitación algunos otros símbolos chinos, y que se le dan reglas adicionales para devolver símbolos chinos fuera de la habitación. Supóngase que usted no sabe que los símbolos introducidos en la habitación son denominados «preguntas» de la gente que está fuera de la habitación, y que los símbolos que usted devuelve fuera de la habitación son denominados «respuestas a las preguntas». Supóngase, además, que los programadores son tan buenos al diseñar los programas y que usted es tan bueno manipulando los símbolos que enseguida sus respuestas son indistinguibles de las de un hablante nativo del chino. [...] Sobre la base de la situación tal como la he descrito, no hay manera de que usted pueda aprender nada de chino manipulando esos símbolos formales.

Ahora bien, lo esencial de la historieta es simplemente esto: en virtud del cumplimiento de un programa de computador formal desde un punto de vista de un observador externo, usted se comporta exacta mente como si entendiese chino, pero a pesar de todo usted no entiende ni palabra de chino. Pero si pasar por el programa de computación apropiado para entender chino no es suficiente para proporcionarle a usted comprensión del chino, entonces no es suficiente para proporcionar a cualquier otro computador digital comprensión del chino. [...] Todo lo que el computador tiene, como usted tiene también, es un programa formal para manipular símbolos chinos no interpretados. Para repetirlo: un computador tiene una sintaxis, pero no una semántica. Todo objeto de la parábola de la habitación china es recordarnos un hecho que conocíamos desde el principio. Comprender un lenguaje, o ciertamente tener estados mentales, incluye algo más que tener un puñado símbolos formales. Incluye tener una

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interpretación o un significado agregado a esos símbolos. Y un computador digital, tal como se ha definido, no puede tener más que símbolos formales, puesto que la operación del computador [...] se define en términos de su capacidad para llevar a cabo programas. Y esos programas son especificables de manera puramente formal —esto es, no tienen contenido semántico—.

[SEARLE, J., Mentes, cerebros y cienca Madrid: Cátedra, 1990 (2.a ed.) (pp. 37-39). Trad., L. Valdés]

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ABRAHAM H. MASLOW (1908-1970)

Abraham Maslow, uno de los principales portavoces de la Psicología Humanista o «tercera fuerza» en psicología, junto al psicoanálisis y el conductismo, nació en Brooklin (Nueva York) y se graduó en Winsconsin, donde obtuvo el grado de doctor en 1934. Se formó con los gestaltistas Max Wertheimer y Kurt Koffka en la Nueva Escuela de Investigación Social (Stanford). Junto con Kurt Goldstein, Charlotte Buhler, Rollo May, Carl Rogers y otros, fue fundador, en 1962, de la Asociación Americana de Psicología Humanista y de su revista, el Journal of Humanistic Psychology.

Seguidor del conductismo de Watson en sus inicios (realizó su primera investigación postdoctoral en el área del comportamiento animal), pasó por varias etapas intelectuales cuyo itinerario transcurre desde el reconocimiento de que muchos de los conceptos más ortodoxos de la psicología científica eran insuficientes como base para un enfoque significativo del comportamiento y la experiencia humanos, hasta la ratificación, en múltiples escritos, de que el concepto de adaptación debía sustituirse por el de autorrealización. Sobre las conductas encaminadas a la autorrealización trata el texto que aquí reproducimos.

Lecturas recomendadas

MASLOW, A., La personalidad creadora, Barcelona: Kairós, 1983. Se trata de una recopilación de varios ensayos de Maslow que resumen su posición, y que fueron recogidos por su esposa y publicados póstumamente. El fragmento seleccionado pertenece a este libro.

ZALBIDEA, M. A., «La autorrealización humana según Maslow». En E. Quiñones, F. Tortosa y H. Carpintero (eds.), Historia de la psicología. Textos y comentarios. Madrid: Tecnos, 1993 (pp. 489-495). Comentario de un texto de Maslow realizado por una especialista en su perspectiva psicológica.

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Conductas encaminadas a la autorrealización [1971]

¿Qué hace uno cuando se autorrealiza? ¿Aprieta los dientes y se retuerce? ¿Qué significa la autorrealización en función de la conducta real? Describiré ocho modos de autorrealizarse.

Primero, la autorrealización significa vivenciar plena, vívida y desinteresadamente, con una concentración y absorción totales. Significa vivenciar sin la timidez del adolescente. En este momento, la persona es total y plenamente humana. Este es un momento de autorrealización, el momento en que el sí mismo (self) se actualiza. Como individuos, todos pasamos por tales momentos de vez en cuando. Como consejeros, podemos ayudar a los pacientes a sentirlos más a menudo, alentándoles a que se absorban totalmente en algo y a que se olviden de poses, defen-sas y timideces, es decir, a que se lancen «de cabeza». [...]

Segundo, consideremos la vida como un proceso de elecciones sucesivas. En cada instante existe una elección progresiva o una elección regresiva. Podemos orientarnos hacia la defensa, la seguridad o el miedo. Pero, en el lado opuesto, está la opción de crecimiento. Elegir el crecimiento en lugar del miedo doce veces al día, significa avanzar doce veces al día hacia la autorrealización. La autorrealización es un proceso continuo. [...]

Tercero, hablar de autorrealización implica que hay un sí mismo que se actualiza. Un ser humano no es una tabula rasa, una masa de arcilla o plastilina. Es algo que ya está, por lo menos una especie de estructura «cartilaginosa». Un ser humano es, como mínimo, su temperamento, sus equilibrios bioquímicos, etc. Existe un sí mismo, y lo que a veces he llamado «escuchar las voces del impulso» significa dejarlo que emerja. Muchos de nosotros, la mayor parte del tiempo (y esto se amplía en especial a los niños y jóvenes) no nos escuchamos sino que escuchamos las voces introyectadas de Mamá, Papá, el Sistema, los Mayores, la autoridad o la tradición. [...]

Cuarto, en la duda, optad por ser sinceros. Estoy a resguardo con la frase «en la duda», así que no necesito debatir cuestiones de diplomacia. A menudo, cuando dudamos no somos sinceros. Los clientes casi nunca lo son. Juegan juegos y adoptan poses. No aceptan con fa-cilidad la sugerencia de ser sinceros. Mirar dentro de uno mismo en busca de respuestas implica asumir responsabilidad. Esto es en sí mismo un paso hacia la autorrealización. [...] Este es uno de los grandes pasos. Cada vez que uno se responsabiliza hay una realización del sí mismo.

Quinto, hasta ahora hemos hablado de vivenciar sin timidez, de elegir la opción del crecimiento y no la del temor, de escuchar las voces del impulso, de ser sinceros y de responsabilizarnos. Todos esos son pasos hacia la autorrealización, y todos garantizan mejores opciones de vida. Quien haga cada una de estas pequeñas cosas cada vez que llega el punto de decisión, descubrirá que configuran mejores opciones acerca de lo que está constitucionalmente bien para él. Sabrá cuál es su destino, quién será su cónyuge, cuál será su misión en la vida. No se puede escoger sabiamente para toda una vida a menos que uno se atreva a escucharse a sí mismo, a su propio sí mismo (self), a cada instante de la vida, y a decir con alma: «No, esto y aquello no me gustan». [...] Expresar algo sinceramente implica atreverse a ser diferente, impopular, inconformista.

Sexto, la autorrealización no es únicamente un estado final, sino también un proceso de actualización de las propias potencialidades, en cualquier momento, en cualquier grado. Es, por ejemplo, cuestión de hacernos más despiertos mediante el estudio, si somos inteligentes. La autorrealización significa usar la propia inteligencia. No significa, necesariamente, hacer algo fuera de lo común [...]. Supone hacer bien aquello que uno quiere hacer. Convertirse en un médico de segunda no es un buen camino hacia la autorrealización. Hay que ser de primera, o tan bueno como uno pueda ser.

Séptimo, las experiencias cumbre son momentos transitorios de autorrealización. Se trata de momentos de éxtasis que no pueden compararse, garantizarse, ni siquiera buscarse. Debemos dejar, como escribió C. S. Lewis, «que el gozo nos sorprenda». Pero podemos establecer las condiciones para que las experiencias cumbre sean más probables, o podemos

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establecer perversamente las condiciones para que sean menos probables [...]

Prácticamente todo el mundo tiene experiencias cumbre, pero no todos lo saben. Algunos restan importancia a esas pequeñas experiencias místicas. Ayudar a la gente a reconocer esos breves momentos de éxtasis cuando suceden es parte de la tarea del consejero o metaconsejero. Sin embargo, ¿cómo logra nuestra propia psique, sin ninguna señal externa como referencia —ahí no hay pizarra—, mirar dentro de la psique oculta de otra persona y luego tratar de comunicarse? Tenemos que elaborar una forma de comunicación nueva. He intentado una que describo en otro apéndice [...].

Octavo, descubrir quién es uno, qué es, qué le gusta, qué no le gusta, qué es bueno o malo para uno, hacia dónde va y cuál es su misión —abrirse para sí mismo—, significa desenmascarar la psicopatología. Quiere decir identificar las defensas, y después de haberlas identificado, significa encontrar coraje para renunciar a ellas. Eso es doloroso porque las defensas se erigen contra algo desagradable. Pero vale la pena renunciar a las defensas. Si la bibliografía psicoanalítica nos ha enseñado algo, ha sido que la represión no es un buen modo de resolver los problemas.

[MASLOW, A., La personalidad creadora. Barcelona: Kairós, 1983 (pp. 71-75).

Trad., R. M. Rourich.]