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Lectio Domingo de ramos

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DOMINGO DE RAMOS En la Pasión del Señor ciclo C

¡Bendito el que viene en nombre del Señor! PADRES EUDISTAS

Parroquia Santa Mónica Cali

Ambientación

El Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, nos sitúa ante un Jesús que afronta con humildad y valentía a la vez el camino doloroso y triunfante de la liberación. Como Israel en su nacimiento, los que siguen sus huellas, forman el Éxodo, la gran marcha de liberación del hombre, hacia un cielo nuevo y una nueva tierra, en la que nadie oprima a nadie, en la que todos sean hermanos. Nadie que se diga cristiano puede estar ausente en este camino y esta lucha hacia la liberación integral del hombre.

Iniciemos en comunidad la Semana Santa, oportunidad para vivir con Cristo, “el sí de Dios”, su Pasión, Muerte y Resurrección.

Hoy recordamos la entrada victoriosa de Cristo en Jerusalén para consumar su misterio Pascual. Leemos el relato de la Pasión de Cristo, que nos presenta al Siervo de dolores cumpliendo su misión de Servidor, entregando su vida al servicio de todos nosotros.

Acompañemos a Cristo que entra en Jerusalén y aclamemos con júbilo su presencia.

1. Preparémonos: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos comprender, aceptar y vivir tu Palabra. Llena con tu santo poder a todos los que participamos en este encuentro para que, guiados por el Evangelio, recorramos juntos el camino de Jesús Maestro. Amén.

2. Leamos: ¿QUÉ DICE el texto?

A- Entrada a Jerusalén: Lucas. 19, 28-30: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»

En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al caserío que está frente a ustedes - Al entrar, en-contrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: «El Señor lo necesita». Fueron y encontraron todo como el Señor les había tras desataban el burro, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desamarran?» Ellos contestaron: «El Señor lo necesita». Se llevaron, pues, el burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él. Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos, y cuando ya estaba cerca la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡ Paz en el cielo y gloria en las alturas!» Algunos fariseos que iban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos» El les replicó: «Les aseguro que si se callan, gritarán las piedras».

Is. 50, 4-7: «No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado »

El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa, con la lectura del tercer canto

del Siervo. El capítulo 50 de Isaías forma parte de la segunda sección del libro de Isaías y se refiere a la identidad del Siervo. Aparece más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento.

Las palabras del profeta podemos leerlas muy bien como si procediesen de labios de

Jesús. Expresan lo más íntimo del espíritu del Maestro -el único Maestro- en el momento de dar a todos los hombres la suprema lección: la fidelidad al Padre, en medio de todas las dificultades, a causa del amor que le hace confiar a pesar de todo. La continuación de este texto -los llamados "cánticos del Siervo" - los lee la Iglesia durante la Semana Santa, y especialmente el Viernes Santo.

La consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se echa

atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.

¡Maravillosa sabiduría, escondida a inteligentes y poderosos, y manifestada a gente sencilla! (cfr. Mt. 11,25-27).. Ya estamos frente a la pasión y muerte de Cristo, bajo la luz de su resurrección y triunfo sobre el pecado y la muerte.

Desde sus comienzos, la iglesia cristiana ha reconocido en estos poemas el anunció misterioso de la muerte redentora y de la glorificación de Jesús, el Siervo del Señor por excelencia.

El mensaje del profeta Isaías (Is. 50, 4-7) trata de la actitud interna del Siervo de Dios, el Enviado, el Ungido, es decir, Jesús durante los acontecimientos de la pasión. Acepta el proyecto de Redención por amor, con absoluta confianza en Dios Padre...

Sal.22 (21): R/. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

El salmo 22(21) expresa exactamente la misma actitud que se manifiesta en la primera lectura: una profunda angustia del hombre justo, rodeado de malhechores, como alejado de Dios, pero seguro finalmente de la gloria de Dios. Mateo y Marcos ponen esta oración en labios de Jesús, en la narración de la pasión (cfr. Mt. 27,46; Mc. 15,34). Ciertamente, nadie podía pronunciar estas palabras con más seguridad que Jesús en la cruz.

El salmista expresa su confianza en la ayuda del Señor. En el Nuevo Testamento en este salmo se reconoce a Cristo en su pasión. La esperanza de no morir queda ratificad en la nueva vida de Cristo Resucitado. Jesús Salvador, verdaderamente solidario con el ser humano, asume la experiencia de un hombre que está en las últimas y ha gritado la profundidad de su angustia.

Millones de hombres están en las últimas, a punto de desesperarse y de su boca salen las mismas expresiones del salmista. El salmo es siempre actual. Como es actual el sufrimiento de los hombres. Como es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu. Por eso el salmo 22 es

recitado continuamente en la tierra. En efecto, «Por desgracia, en todas las épocas de la historia

existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y

de la mujer». (PAPA FRANCISCO, Homilía en la M isa de inauguración de su Ministerio petrino,

Plaza de San Pedro, 19 Marzo 2013).

Por tanto, No hay que esforzarse mucho para encontrar personas que recitan este salmo

con un timbre de dolorosa autenticidad. Cristo ha experimentado en su propia carne la situación de millones de hombres que han estado en las últimas.

Flp. 2, 6-11: «Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo»

El texto de esta lectura es, probablemente, una cita que hace el apóstol de un cántico que usaba la comunidad cristiana para profesar su fe en el misterio pascual de Cristo. Eso nos dice de su proximidad a los primeros años del cristianismo. Al mismo tiempo nos hace percibir la profunda comunión de los creyentes a través de los siglos y del espació. Ahí se proclama todo el misterio de Cristo: desde el Padre hasta la muerte, desde la muerte hasta la gloria del Padre. El que se ha humillado ha sido glorificado. Eso es el misterio pascual.

San Pablo, en su himno cristológico de la Carta a los Filipenses (Flp. 2, 6-11), presenta los dos aspectos de la obra redentora de Cristo, que celebramos en esta Semana Santa. Esto es: por una parte, el sufrimiento y la humillación de Cristo, hasta el sacrificio de la cruz: «Se anonadó a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte de cruz...». Y, por otra, el triunfo final de Cristo sobre el mal, después de su resurrección: «Por lo cual Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre».

Cristo Jesús, el salvador misericordioso y universal, se despojó de su rango y pasó

por uno más en la fila de los humanos. Como uno cualquiera, tuvo que afrontar el frío y el calor, el cansanció y el fracaso, la espantada de los amigos y la ausencia de Dios, el dolor y la muerte.

Debemos destacar la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los

Filipenses para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal exhortación: ¿Por qué han de amarse los Filipenses? ¿Por qué han de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros?

La suprema motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las

disensiones que amenazan la vida de toda la comunidad es «porque Dios nos ha amado». Esto lo sabemos porque Cristo entró por este camino del amor humilde, del amor

solidario, y se hizo obediente hasta la muerte. ¡Y qué muerte! Y Justamente porque se sometió, lo exaltó Dios de tal modo, que toda lengua pueda

proclamar ante el Crucificado: «¡Jesús es el Señor!». La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos.

Miremos el ejemplo de Jesús: dejemos nuestra «condición divina» -porque todos nos

creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y pongámonos en la condición del otro y procuremos sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

¡Maravillosa y Santa Semana que hace presente la Bondad de Dios y su amor al

hombre! «Ustedes, los que pasan por el camino de la vida: miren y vean si hay un dolor parecido a mi dolor» (Lm. 1, 12), reza y canta reiteradamente la Iglesia en estos días.

B- PASIÓN

Jn. 8, 1-11: «El que esté sin pecado que tire la primera piedra»

PASION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS

R/. Gloria a Ti, Señor

Todos se levantaron, y llevaron a Jesús ante Pilato. En su presencia

comenzaron a acusarlo, diciendo: - Hemos encontrado a este hombre alborotando a nuestra nación. Dice que no debemos pagar impuestos al emperador, y además afirma que él es el Mesías, el Rey. Pilato le preguntó: - ¿Eres tú el Rey de los judíos? - Tú lo has dicho —contestó Jesús. Entonces Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a la gente: - No encuentro en este hombre razón para condenarlo. Pero ellos insistieron con más fuerza: - Con sus enseñanzas está alborotando a todo el pueblo. Comenzó en Galilea, y ahora sigue haciéndolo aquí, en Judea. Al oir esto, Pilato preguntó si el hombre era de Galilea.

Y al saber que

Jesús era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, pues él también se encontraba aquellos días en Jerusalén.

Al ver a Jesús, Herodes se puso

muy contento, porque durante mucho tiempo había querido verlo, pues había oído hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro.

Le hizo

muchas preguntas, pero Jesús no le contestó nada. También estaban allí

los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo acusaban con gran insistencia.

Entonces Herodes y sus soldados lo trataron con

despreció, y para burlarse de él lo vistieron con ropas lujosas, como de rey. Luego Herodes lo envió nuevamente a Pilato.

Aquel día se hicieron

amigos Pilato y Herodes, que antes eran enemigos. Pilato reunió a los jefes de los sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,

y les dijo: - Ustedes me trajeron a este hombre, diciendo que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no lo he encontrado culpable de ninguna de las faltas de que lo acusan.

Ni

tampoco Herodes, puesto que nos lo ha devuelto. Ya ven, no ha hecho nada que merezca la pena de muerte.

Lo voy a castigar y

después lo dejaré libre. Pero todos juntos comenzaron a gritar: - ¡Fuera con ese! ¡Déjanos libre a Barrabás! A este Barrabás lo habían metido en la cárcel por una rebelión ocurrida en la ciudad, y por un asesinato.

Pilato, que quería dejar libre a Jesús, les

habló otra vez; pero ellos gritaron más alto:

- ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Por tercera vez Pilato les dijo: - Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no encuentro en él nada que merezca la pena de muerte. Lo voy a castigar y después lo dejaré libre. Pero ellos insistían a gritos, pidiendo que lo crucificara; y tanto gritaron que consiguieron lo que querían.

Pilato decidió hacer lo que le estaban

pidiendo; así que dejó libre al hombre que habían escogido, el que

estaba en la cárcel por rebelión y asesinato, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos. Cuando llevaron a Jesús a crucificarlo, echaron mano de un hombre de Cirene llamado Simón, que venía del campo, y lo hicieron cargar con la cruz y llevarla detrás de Jesús. Mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de tristeza por él, lo seguían.

Pero Jesús las miró y les dijo:

- Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos.

Porque vendrán días en que se dirá: ‘Dichosas las que

no pueden tener hijos, las mujeres que no dieron a luz ni tuvieron hijos que criar.’

Entonces comenzará la gente a decir a los montes:

‘¡Caigan sobre nosotros!’, y a las colinas: ‘¡Escóndannos!’ Porque si

con el árbol verde hacen todo esto, ¿qué no harán con el seco? También llevaban a dos criminales, para crucificarlos junto con Jesús.

Cuando llegaron al sitio llamado La Calavera, crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús.

La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo: - Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio,

diciéndole:

- ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: «Este es el Rey de los judíos».

Uno de los criminales que estaban colgados, lo insultaba: - ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: - ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo?

Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: - Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: - Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad.

El sol dejó de brillar, y el velo del templo se rasgó por la

mitad. Jesús gritó con fuerza y dijo:

- ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió.

Cuando el capitán romano vio lo que había pasado, alabó a Dios, diciendo: - De veras, este hombre era inocente.

Toda la multitud que estaba presente y que vio lo que había pasado, se fue de allí golpeándose el pecho.

Todos los conocidos de Jesús se

mantenían a distancia; también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea estaban allí mirando.

Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.

RE-LEAMOS EL TEXTO PARA INTERIORIZARLO Las dos lecturas que preceden al Evangelio de este domingo, contribuyen para dar una

perspectiva interpretativa del texto: el Siervo de Yahvé (de la 1ª lectura) es Jesús, el Cristo, Persona divina que, a través de la muerte ignominiosa que padece, llega a la gloria de Dios Padre (2ª lectura) y comunica su propia vida a los hombres que le escuchan y lo acogen.

Es importante que respondamos a las preguntas: ¿Qué personajes aparecen en el texto que hemos leído?: Jesús, Integrantes del

Sanedrín, Pilatos, Herodes, la multitud del pueblo, los apóstoles, las mujeres piadosas… ¿Qué pregunta Pilatos a Jesús?, ¿Qué les responde Jesús?

¿Con quienes se encuentra Jesús en el camino del calvario? ¿Cuáles son las palabras de Jesús desde la cruz? Este Domingo de Ramos, cuando conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en

Jerusalén es momento propicio para descubrir cómo la alegría se torna en sufrimiento, cómo un pueblo que ahora lo aclama con palmas, será el que el Viernes Santo, animado por sus dirigentes pedirá para Él la crucifixión.

- Como en todo su evangelio, Lucas destaca sobre todo la misericordia de Dios,

revelada en la persona de Cristo. Las «palabras de Jesús en la Cruz»" nos las da en buena parte san Lucas: el perdón por los que no saben lo que hacen, la promesa del paraíso al ladrón arrepentido, la suprema confianza del abandono en manos del Padre...

- El evangelista nos orienta también sobre las actitudes que corresponden a nuestro

espíritu: las lágrimas de Pedro, la compasión de las mujeres de Jerusalén, la conmoción de la gente que se vuelve dándose golpes al pecho...

El «viaje» de Jesús a Jerusalén En el contexto del tercer Evangelio, Jesús va solamente una vez a la Ciudad Santa: la

vez decisiva para la historia humana del Cristo y para la historia de la salvación. Toda la narración evangélica lucana es como una larga preparación para los acontecimientos de aquellos últimos días.

Jesús los pasa en Jerusalén predicando y haciendo gestos, a veces de tono grandioso

(por ej.: la expulsión de los mercaderes del Templo, 19,45-48), otras veces, misteriosos o un poco provocadores (por ej.: la respuesta acerca del tributo debido al César, 20,19-26).

No por casualidad, el evangelista concentra en estos últimos días acontecimientos y

palabras que los otros sinópticos ponen en otras fases de la vida pública del Señor. Todo esto se desarrolla mientras el complot de los jefes del Pueblo se intensifica y se hace cada vez más concreto, hasta que a Judas se le ofrece una ocasión propicia e inesperada (22,2-6).

El tercer evangelista, para indicar esta última y definitiva etapa de la vida del Señor,

utiliza varios términos en el curso de su obra: es una «partida» o un «éxodo» (9,31), es una «asunción» (9,51. Quiere decir «ser arrebatado» (cfr. 2Re. 9, 911; Mc. 16, 19; Hch. 1, 2. Esas «asunción» de Jesús comprende: su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. San Juan hablará de «elevación»: Jn. 12, 32; y de «glorificación»: Jn, 7, 30) y es un «cumplimiento» (13,32).

Así pues, Lucas da a entender a sus lectores, anticipadamente, cómo interpretar la

terrible y escandalosa muerte del Cristo al cual han confiado su propia vida: Él realiza un paso doloroso y difícil de entender, pero «necesario» en la economía de la salvación (Lc. 9,22; 13,33; 17,35; 22,37) para llevar a buen éxito («cumplimiento») su itinerario hacia la gloria (Cf. Lc. 24,26; 17,25). Tal itinerario de Jesús es paradigma de aquél que cada

discípulo suyo debe llevar a cabo (Hch. 14,22: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios», dicen Pablo y Bernabé a los Cristianos de Antioquía).

Organización del texto: Lc. 22,1 - 23,56 Los llamados «Relatos de la Pasión», en el evangelio según San Lucas, podemos

organizarlos -para leerlos y, sobre todo interpretarlos mejor- según la siguiente estructura: 1º. Conspiración contra Jesús y traición de Judas: Lc. 22, 1-6 2º. La narración de la última cena: Lc. 22,7-38; 3º. La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní: Lc. 22,39-46; 4º. El arresto y el proceso hebraico: Lc. 22,47-71 5º. El proceso civil delante de Pilato y Herodes: Lc. 23,1-25 6º. La condena, la crucifixión y la muerte: Lc. 23,26-49 7º. Los acontecimientos sucesivos a la muerte: Lc. 23,50-56.

Algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) Al final de esta larga lectura, ¿qué sensación prevalece en mí: descanso como fin de

la fatiga, admiración por Jesús, dolor por su dolor, alegría por la salvación obtenida, o qué otra cosa?

b) Vuelvo a leer el texto, poniendo atención en cómo han actuado los distintos

«poderosos»: sacerdotes, escribas y fariseos, Pilato, Herodes. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo creo que hubiera podido pensar, actuar, hablar y decidir yo en su lugar?

c) Leo otra vez la Pasión: pongo atención, esta vez, en cómo han actuado los

«pequeños»: discípulos, gente, los particulares, mujeres, soldados y otros. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo creo que hubiera actuado, pensado y hablado yo en su lugar?

d) Finalmente, repaso mi modo de actuar en la vida diaria. ¿A cuál de los personajes,

principales o secundarios, logro asemejarme? ¿A cuál, sin embargo, desearía asemejarme más?

Puntos-claves:

Lc. 23, 3-5: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Él le respondió: «Sí, tú lo dices.»… Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo con sus enseñanzas».

:Estamos en el paso del proceso judío al romano: los jefes judíos entregan el condenado

al gobernador para que lleve a cabo su propia condena. Para ofrecerle una motivación aceptable para él, «domestican» los motivos de su condena, mostrándola bajo el punto de

vista político. Jesús, por eso, es presentado como «soliviantador» del pueblo y usurpador del título real de Israel (que entonces solamente era ya un recuerdo y un honor).

El instrumento mediante el cual Jesús habría cometido su delito, en este caso, es su

predicación: ¡aquella palabra de paz y misericordia que había esparcido a manos llenas, ahora la utilizan contra Él!

Jesús confirma la acusación, pero la realeza que buscaba no era aquella de la que le

acusaban, sino que era uno de los destellos de su naturaleza divina. Pero esto, ni Pilato, ni los demás, son capaces de entenderlo.

Lc. 23, 6-12: «Al saber (Pilato) que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes…»

Pilato, habiendo intuido, tal vez, que se trataba de involucrarlo en un «juego sucio», trata

de deshacerse del prisionero, aduciendo el respeto a la jurisdicción: Jesús pertenece a un distrito que no está, en aquel momento histórico, bajo la responsabilidad de los romanos, sino que depende de Herodes Antipas.

Éste es presentado en los Evangelios como un personaje ambiguo: admira y al mismo

tiempo detesta a Juan Bautista a causa de los reproches del profeta contra su situación matrimonial irregular y casi incestuosa, después lo hace prisionero y lo mata para no quedar mal delante de sus huéspedes (cfr. Lc. 3,19-20; Mc 6,17-29).

Después, trata de conocer a Jesús por pura curiosidad, puesto que había oído su fama

como obrador de milagros, incoa un proceso contra Él (v. 10), lo interroga en persona, pero después – ante su obstinado silencio (v. 9) - lo abandona a las befas de los soldados, como había ocurrido al final del proceso religioso (Lc. 22,63-65) y como sucederá cuando Jesús sea crucificado (cfr. Lc. 23, 35-38). Acaba por volver a mandarlo a Pilato.

Lucas concluye este episodio con una anotación interesante: el gesto de Pilato inaugura

una nueva amistad entre él y Herodes. Sobre la limpieza de los motivos de tal amistad, las circunstancias hablan claramente.

Lc. 23,13-25: «Me han traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero…no he hallado en él ninguno de los delitos de que lo acusan…»

Como había anticipado en el primer encuentro con Jesús (v.4) y como repetirá de

inmediato (v. 22), Pilato declara que es inocente. Trata de convencer a los jefes del pueblo y dejar irse a Jesús, pero aquellos han decidido ya su muerte (vv. 18.21.23) e insisten en que sea condenado a muerte.

¿En qué ha consistido el interrogatorio efectuado por el gobernador? Bien poco, a juzgar

por las pocas frases de Lucas (v. 3). Y, sin embargo, Jesús ha respondido positivamente a Pilato declarándose «¡rey de los judíos!» A este punto, es evidente que Pilato no lo

considera un hombre peligroso a nivel político, ni para el orden público, quizás porque el tono de la declaración de Jesús no dejaba dudas al respecto.

Es bastante evidente el intento del evangelista, que trata de atenuar la responsabilidad

del gobernador romano. Éste, sin embargo, es conocido por las fuentes históricas como un «hombre inflexible por naturaleza y, además de su arrogancia, duro, capaz sólo de conclusiones, de violencias, rapiñas, brutalidades, torturas, ejecuciones sin proceso y crueldades espantosas e ilimitadas» (Filón de Alejandría) y «que le gustaba provocar a la nación que le estaba encomendada, recurriendo ya sea a desaires como a duras represiones» (Flavio Josefo).

Lc. 23,16.18.25: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!…Soltó, pues, al que habían pedido, al que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su deseo…»

Al final, Pilato cede totalmente a las insistencias de los jefes y del pueblo, aún cuando no

pronuncia una condena formal respecto a Jesús. Barrabás, verdadero delincuente y agitador político, se convierte así en el primer hombre salvado (al menos en aquel momento) por el sacrificio de Jesús.

Lc. 23, 26-27: «Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él»

El Cirineo y la mujeres, más que testigos privilegiados de la Pasión, son, en Lucas,

modelos del discipulado, personas que muestran al lector cómo seguir, de hecho, al Señor. Gracias a ellos y a la muchedumbre, Él no estará solo mientras que se acerca a la

muerte, sino que está rodeando de hombres y mujeres que le están emotivamente cercanos, aún cuando tengan necesidad de convertirse, cosa a la que Él no cesa de llamarlos, no obstante, su situación terrible (vv. 28-31).

Simón de Cirene fue «obligado», pero Lucas no lo muestra como rechazando ayudar al

Señor (cfr. Mc 15,20-21). La «gran muchedumbre» es, incluso, partícipe viva de todo lo que le sucede a Jesús.

Esto crea un contraste estridente, pues poco antes ha pretendido la condena de Jesús.

Lc. 23, 34: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» Lucas pone de evidencia la preocupación principal del Señor crucificado que, aún

cuando está en un sufrimiento físico atroz causado por la obra de la crucifixión, ora por ellos al Padre: no le interesa su propia condición o las causas históricas que la han producido, sino solamente la salvación de todos los hombres. Como Él, lo hará el mártir Esteban (Hch.

7,60), para demostrar el carácter paradigmático de la vida y muerte de Jesús para la existencia de todo cristiano.

Para subrayar esta orientación clara de Jesús, Lucas omite el grito angustioso que narran los otros sinópticos: «¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!».

Lc. 23,33.39-43: «Crucificaron allí a él y a los malhechores… Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino…Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»

El episodio del diálogo con uno de sus compañeros de condena es emblemático en el modo en el que Lucas comprende la muerte de Jesús: un acto de auto donación realizado por amor y en el amor de llevar la salvación al mayor número de hombres, de cualquier condición y en cualquier situación que se encuentren.

«Hoy» (v. 43): el ladrón había hablado de futuro, pero Jesús le responde usando el

verbo en presente: la salvación que Él da actúa inmediatamente, los «últimos tiempos» comienzan con este acontecimiento salvífico.

«Estarás conmigo»” (v. 43): expresión que indica la plena comunión que hay entre

Dios y aquellos que acoge junto a Él en la eternidad (Cf. 1Ts. 4,17). Según algunos escritos tardo-judaicos, el Mesías debía, de hecho, «abrir las puertas del Paraíso».

Lc. 23,44-46: «Era ya cerca de la hora sexta…y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu". Y, dicho esto, expiró»:

Las últimas palabras de Jesús, por su índole, parecen que están en contraste con el

fuerte grito que le precede.

Llegado al extremo de su vida humana, Jesús realiza un acto supremo de confianza en el Padre, por cuya voluntad Él había llegado a tanto. En estas palabras se pueden

vislumbrar una referencia a la resurrección: el Padre le volverá a dar esta vida que Él

ahora le entrega (cfr. Sal. 16,10; Hch. 2,27; 13,35).

Lucas narra muy detalladamente los últimos momentos de Jesús: no le interesa detenerse en particularidades que ofrecerían satisfacción a una curiosidad macabra, la misma que atraía y atrae a tantos espectadores de ejecuciones capitales en todas las plazas del mundo.

Lc. 23,47-48: «Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: "Ciertamente este hombre era justo" Y toda la muchedumbre…al ver lo que pasaba, se volvió dándose golpes de pecho…»:

La eficacia salvífica del sacrificio de Jesús actúa casi inmediatamente, con la sola evidencia de los hechos ocurridos: los paganos (como el centurión que estaba al mando del

pelotón encargado de la ejecución) y los Judíos (la gente) comienzan a cambiar. El centurión «glorifica a Dios» y parece estar a un paso de hacerse cristiano.

Las muchedumbres judías, sin darse cuenta de ello, se alejan cumpliendo gestos de arrepentimiento, como Jesús pidió a las mujeres de Jerusalén (v. 38).

Lc. 23,49: «Todos sus conocidos…se mantenían a distancia, viendo estas cosas»

A una distancia prudente ya que conocían las disposiciones romanas que prohibían excesivos gestos de luto por los condenados a la cruz (la pena: padecer la misma condena), el grupo de los discípulos asistían atónitos a toda la escena.

Lucas no hace referencia de sus emociones o actitudes: tal vez, el dolor y la violencia los tenían aturdidos hasta el punto de hacerlos incapaces de cualquier reacción visible.

De modo semejante, las mujeres del grupo no participan de algún modo en la operación

con la cual José de Arimatea entierra a Jesús: se limitan a observarlo (cfr. v. 55).

3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra?

La proclamación de la Pasión de Cristo es uno de los momentos culminantes de la Semana Santa y de toda la Liturgia de la Iglesia.

Hemos escuchado que Jesús se dirigía -compasivo y compadecido- a las mujeres del

pueblo; que oraba, mientras le crucificaban: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; que respondía a su compañero de suplicio: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Hemos escuchado las últimas palabras que rubrican -a la hora de la muerte- lo que ha sido su vida entera: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Estas últimas palabras son anunció de vida. Y «dicho esto, murió».

La promesa de Dios tiene su cumplimiento en la Pasión, muerte y resurrección del Señor.

Las autoridades del pueblo de Israel, manipulando las leyes, ya lo habían condenado antes de llevarlo a las autoridades romanas; por eso buscaban pruebas que demostraran que Jesús estaba en contra del imperio romano. Desde la economía, prohíbe pagar tributo al Cesar, en lo político se afirma como Rey, provoca rebelión con sus enseñanzas…

4. Oremos: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?

Señor, Padre Santo, te bendecimos y damos gracias, por medio de Jesucristo. El cual, siendo inocente, se entrego a la muerte por el Reino y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. Te alabamos, porque, al encarnarse tu Hijo, cargó sobre sí la flaqueza, el desengaño y la muerte de la humanidad, deshecha por el pecado.

Cuando lo contemplamos en la cruz, descubrimos la fuerza de tu amor por nosotros. Hecho varón de dolores, Ofreció la espalda a sus verdugos y la mejilla a quienes lo insultaban.

Encarcelado por jueces injustos, se entregó hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual, Tu, Padre, lo has exaltado en la resurrección, dándole un nombre-sobre-todo-nombre, para que el mundo crea que lo has enviado y nuestras lenguas proclamen: Jesucristo es Señor.

5. Contemplemos - Actuemos: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la Palabra?

La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico o moral: hambre y desnudez, pobreza y abandono, tristeza, desesperación, falta de comprensión y amor. Continúa, de modo especial, en todos los hombres que son víctimas del odio de los demás hombres.

Meditemos lo que nos ha dicho el papa Francisco:

«Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor,

precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de

edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la

única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará. Deseo que el Espíritu Santo,

por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia:

caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado» (PAPA FRANCISCO: Homilía en la Misa con los cardenales, 14 de marzo 2013).

Algunas preguntas para meditar durante la semana

1.- ¿Qué idea tenemos de Dios Padre? 2.- ¿Cómo contemplo a Jesucristo en la Cruz muriendo por mis pecados? 3.- ¿Creo en la salvación que Dios me da por la pasión, muerte y resurrección del Señor? 4.- ¿Qué puedo hacer con mi vida para corresponder al amor de Dios? 5.- Resuma el mensaje de la Semana Santa próxima en una frase que tenga significación para

usted. 6.- Esta semana ha de ser una semana muy religiosa. ¿Qué debo hacer al respecto?

PADRES EUDISTAS Parroquia Santa Mónica - Cali

P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.