las ultimas cartas de stalingra - antony beevor

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Las Ultimas Cartas de Stalingra - Antony Beevor

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Las últimas cartas deStalingrado 3Las últimas cartas deStalingradoAtalaya 261CONTENIDO¿Las últimas cartas de Stalingrado?, porFRANCESC VILANOVA, 9LAS ÚLTIMAS CARTAS DE STALINGRADO, 21Nota final del editor, 109 [la numeracióncorresponde a la del libro impreso. Nota delescaneador]

Las últimas cartas deStalingrado 4¿LAS ÚLTIMAS CARTAS DE STALINGRADO?PorFRANCESC VILANOVA

En el año 1954 se publicó en AlemaniaLetzte Briefe aus Stalingrad (Las últimas cartasde Stalingrado), un libro que recogía losfragmentos de 39 cartas escritas y remitidas pormilitares alemanes en los últimos días de labatalla por la ciudad de Stalin, que costaría laderrota aplastante del VI Ejército alemán. Según eleditor del libro, las autoridades nazis, por ordendirecta del Cuartel General del Führer,confiscaron las últimas siete sacas que pudieronser transportadas desde el cerco; los contenidosfueron estudiados y censurados y las cartas nuncallegaron a sus destinatarios. Años después, losdocumentos reaparecieron en los archivos

militares de Potsdam, de donde fueronrecuperados para su publicación. Era un materialhistórico y literario impactante, vinculado a una delas batallas más sangrientas y trascendentales de laguerra en el teatro europeo; incluso se la podíaconsiderar como la más importante, la que marcóel cambio de rumbo, aunque hasta agosto de 1943—tras la batalla de tanques de Kurks—no se tuvouna primera idea de la auténtica dimensión deldesastre alemán de unos meses antes. Tenía todoslos ingredientes para conmover a los lectoresalemanes: un cerco infernal, un aislamientoabsoluto en medio del frío, del hambre, de laguerra; la suerte ineludible ante el avance delenemigo; las horas contadas a la espera de unamuerte segura. La, historia que rodeaba a losdocumentos era casi increíble; las imágenesevocadas producían escalofríos; el recuerdo deStalingrado, aunque silenciado en muchos lugaresy ocasiones, continuaba lacerando a la sociedadalemana de posguerra. ¿Quién no tenía un amigo,un familiar, un conocido, que quedó allí, en laestepa rusa, ante la ciudad en ruinas? Sin embargo,

no eran las últimas cartas de Stalingrado; era algodiferente: eran las cartas que quizá habrían podidoescribir los soldados encerrados en la bolsa deStalingrado, pero que no lo hicieron. No eraexactamente una falsificación, pero tampoco erandocumentos auténticos.

¿Qué había ocurrido? Al parecer, losfragmentos de cartas habían sido escritos por uncorresponsal de guerra alemán, Heinz Schroeter (oSchröter), destacado en la zona, que conocía bienlas actitudes, pensamientos y sentimientos de lastropas de su país.1 Partiendo de la observación yde las notas tomadas sobre el terreno—y, quizá,conociendo materiales documentales originales, esdecir, cartas auténticas de los soldados—, habríaconfeccionado el libro, que circuló durante untiempo con el sello de autenticidad y certeza. Fuetraducido a diferentes idiomas y gozó de unarecepción notable, e incluso se hizo una versiónteatral, a cargo de Matthew Mills, y una cantatacompuesta por Elias Tanenbaum.

Por su parte, Antony Beevor, especialista enla batalla de Stalingrado, identificaba a Heinz

Schröter como «un oficial joven antes adscrito a lacompañía de propaganda del VI ejército paraescribir un relato épico de la batalla»,2 que habríacopiado fragmentos de la correspondencia que elcapitán conde Von Zedwitz retenía para censurarla.Sin embargo, Beevor reconocía que, en la

1 Puede encontrarse información más extensa sobre estepunto en la red.2 Antony Beevor, Stalingrado, Barcelona, Ed. Crítica, 2000, p. 311.Según información en la red, Schröter es el autor del «mejor libro»sobre la batalla, Stalingrado. Hasta la última bala (hay edicionesen castellano, de 1964 y 1968), algo que confirma la misión queBeevor le atribuye.

Las últimas cartas deStalingrado 5

actualidad, los documentos eran considerados«falsificaciones». Sin embargo, son falsificacionesa las que se les reconoce un fondo de autenticidad,y buena prueba de ello es que Beevor no lasdescartó radicalmente para elaborar su obra sobreStalingrado. En otros términos, el documento en síera un engaño, pero no el contenido. Éste reflejaríacon fidelidad lo que pensaban y escribían lossoldados alemanes en sus cartas auténticas,muchas de las cuales se pudieron recuperar dearchivos públicos y privados.

Más recientemente, otro caso parecidosuscitaba las mismas dudas y preguntas. En 2003se publicaba en Alemania Eine Frau in Berlin,3 eldiario de una mujer sin nombre, en el que reflejabala caída de la ciudad y la ocupación soviética, sinahorrar detalles sobre los bombardeos, las

violaciones, el hambre, la violencia de las tropasocupantes, etc. Después de unas semanas de estaren lo más alto de las listas de libros de mayoréxito, la crítica historiográfica alemana desveló laimpostura y le negó el valor «como documento dela memoria».4 Para llegar a este punto de noretorno en relación al libro, señalaba Peiró, «elhistoriador ha sabido transformar el proceso sobreel pasado rememorado en un proceso de la historiadel relato, situándolo en el abrumador contexto dela asimilación del pasado nazi por la concienciapública alemana».5

¿Ocurrió lo mismo con la edición de 1954 deLas últimas cartas de Stalingrado? Podríahacerse una lectura paralela, en la que Schröter, deforma anónima, reescribió una parte de la historiade Stalingrado, la más directamente vinculada a lamemoria personal, en un proceso que Peiró llama«la reutilización de una memoria desplazada de supasado».6 Caminando por el filo de la navaja,Schröter podría alegar que no inventó, sino que re-escribió a partir de unos materiales originales

auténticos que, en su mayoría, se habrían perdidotras la derrota en la batalla, pero que él conociócomo oficial de prensa destacado en el escenariobélico.

De hecho, estamos ante algo no auténtico perocreíble. Las explicaciones acerca del destino delas sacas, el uso que hizo el Estado Mayor de suscontenidos para conocer el estado de ánimo yopinión de las tropas encerradas en Stalingrado,etc., le dan una verosimilitud que permite leer lostextos desde una nueva perspectiva: quizá no sonauténticos, pero reflejan con gran exactitud lo queocurrió. Quedan impugnados como fuentedocumental para el historiador; sin embargo,tienen un valor de «recreación» de testimoniosciertos. Y si los contextualizamos correctamente,podemos llegar a leer Las últimas cartas deStalingrado como si de un texto auténtico setratase. No olvidemos que Schröter no erahistoriador, sino un escritor y periodista con un pieen la realidad histórica y otro en la ficción. Podíapermitirse la licencia, por decirlo de algunamanera, pero ¿podía hacer lo mismo un historiador

como Antony Beevor, quien destacaba de supropia obra, justamente, la aportación documentalnovedosa proveniente de fondos y archivos poco onada conocidos, pero perfectamente auténticos? Lohizo con la honestidad de reconocer el origendudoso del material y contextualizándolo paramostrar la coherencia entre lo que escribió —aposteriori— Schröter y la dura realidad del cercoy caída del VI Ejército alemán en Stalingrado.

Las últimas cartas de Stalingrado no sonverdaderas, pero pudieron ser bien ciertas. Desdela extraña condición de «narración creíble»,7 ellibro de Schröter nos acerca a una parte de la«verdad» de Stalingrado, la que padecieron milesde soldados en el kessel antes de desaparecer enla derrota definitiva.

3 Traducción al castellano: Una mujer en Berlín, Barcelona,Anagrama, 2005.4 Ignacio Peiró, «La era de la memoria: reflexiones sobre la historia,la opinión pública y los historiadores», Memoria y Civilización,núm. 7, 2004, p. 244.5 Ignacio Peiró, «La era de la memoria...», p. 244.6 Ignacio Peiró, «La era de la memoria...», p. 245.

7 Aunque se refiere a la experiencia concentracionaria, vale la penaasomarse a la reflexiones de la profesora María Campillo acerca dela «narración creíble», como acompañante de la «verdad»: Memórialiteraria i ficció de l'univers concentracionari, Barcelona,Fundació Carles Pi i Sunyer, 2006, p. 29.

Las últimas cartas deStalingrado 6LAS ÚLTIMAS CARTAS DE STALINGRADO1

... Mi vida no ha cambiado en nada, es comohace diez años, está bendita por las estrellas y semantiene aislada de los hombres. No tenía ningúnamigo, tú lo sabes, porque los hombres no queríansaber nada conmigo. Yo era feliz cuando miraba alcielo con el telescopio y contemplaba el mundoestelar, y dichoso como un niño que puede jugarcon las estrellas.

Tú eras mi mejor amigo, Mónica. Tú no teperdiste, tú eras eso. La época es demasiado seriapara hacer bromas. Esta carta tardará quince díasen llegar a tus manos. Hasta entonces ya habrásleído en el periódico lo que aquí ha ocurridoentretanto. No pienses mucho en ello, en realidadtodo acabará de manera completamente distinta;

deja a otras personas el cuidado de aclararlo.¿Qué te importan a ti y a mí estas personas? Yopensaba siempre y exclusivamente en años luz ysentía en segundos. También aquí tengo mucho quehacer con el estado del tiempo. Somos cuatro, y siesto continúa así estaremos muy satisfechos.Nuestro quehacer en sí mismo es muy sencillo. Elregistro de la temperatura y estado higrométrico,datos sobre la altura de las nubes y grado devisibilidad, es todo lo que constituye nuestra tarea.Si un burócrata leyera lo que estoy escribiendo laslágrimas se le saltarían de los ojos... a causa de laviolación del secreto del servicio. Mónica, ¿quées nuestra vida en comparación con los millonesde años del cielo estrellado? En esta hermosanoche, veo Andrómeda y Pegaso por encima de micabeza. Las he estado observando durante largorato y pronto estaré muy cerca de ellas. Micontento y mi ponderación se los debo a lasestrellas, entre las cuales tú eres la más bella. Lasestrellas son inmortales y la vida del hombre escomo un granito de polvo en el Todo.

A mi alrededor todo se derrumba, está

agonizando todo un ejército, el día y la nochearden y cuatro hombres se ocupan en registrar latemperatura y la altura de las nubes. No entiendomucho de cosas de guerra. Por mi mano no hacaído ningún hombre. Ni una sola vez he disparadomi pistola cargada con bala. Pero por lo que sé, enel lado contrario no existe tal falta de habilidad.De buena gana habría seguido contando estrellasdurante un par de decenios, pero no hay duda deque esto ahora no serviría de nada.

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... He cogido una vez más tu retrato y lo heestado contemplando durante largo rato. En mirecuerdo permanece grabado el episodio vivido encomún la hermosa tarde de verano del último añode paz, cuando nos dirigíamos a nuestra casa através del valle florido. Cuando nos encontramospor primera vez, habló en nosotros la voz de loscorazones, más tarde lo hizo la voz del amor y lafelicidad. Hablábamos de nosotros y del futuro quese tendía a nuestros pies como una alfombra dealegres colores.

La alfombra de alegres colores ya no existe.La tarde de verano ya no es, ni tampoco ya el valleflorido. Y nosotros ya no estamos juntos. En vez dela alfombra policroma, se ha extendido un campointerminable y blanco; ya no hay verano, sino

invierno, y ya no hay tampoco ningún futuro, almenos para mí y, por lo mismo, tampoco para ti.Durante mucho tiempo he estado experimentandouna sensación inexplicable, sin saber de qué setrataba, pero hoy sé que es miedo; miedo por ti. Amiles de kilómetros de distancia, sentía como siestuvieses junto a mí. Cuando recibas esta carta,sumérgete en ella y escucha: tal vez percibas mivoz al hacerlo. Se nos dice que nuestra lucha esuna lucha por Alemania, pero aquí son muy pocoslos que creen que este absurdo sacrificio sea dealguna utilidad para nuestra patria.

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... Tienes que quitarte esto de la cabeza,Margarita, y tienes que hacerlo pronto. Quisieraaconsejarte incluso que lo hicieras radicalmente,pues cuanto más a fondo lo hagas, tanto másinsignificante será el desengaño. Veo por tus cartasque desearías verme pronto junto a ti. No tienenada de extraño que ansíes tal cosa. Yo espero,asimismo, en ti y, por cierto, apasionadamente.Esta circunstancia no me inquieta, sino el hecho deque, en el fondo y entre líneas, alienta un anhelo detener de nuevo junto a ti, no sólo al hombre y alamado, sino al pianista. Lo rastreo con todaclaridad. No se trata de una extraña confusión desentimientos; no es que yo, que tendría que sersuperlativamente desdichado, me haya entregado ami destino y que la mujer —que tiene todos los

motivos de estar agradecida al hecho de que yoviva (al menos hasta ahora)— riña con el destinoque me ha caído en suerte.

A veces tengo la sospecha de que se levantacontra mí un mudo reproche, como si yo fueseculpable de no querer tocar más. Esto es lo quequisieras oírme confesar. Y por esto insistes tantoen tus cartas pidiendo una explicación que yohubiese deseado y preferido darte personalmente.Acaso el destino ha querido que nuestra situaciónhaya alcanzado un punto que no permite ya ningunaevasión. No sé si volveré a tener ocasión dehablarte; por esto es bueno que esta carta llegue atus manos y lo sepas ya si algún día aparezco. Mismanos están perdidas, ya desde principios dediciembre. En la izquierda me falta el meñique,pero peor está aún la derecha, en la que se hanhelado el índice, el medio y el anular. Con ellapuedo sostener la copa valiéndome del pulgar y elmeñique. Estoy bastante desamparado y cuandofaltan los dedos, se da uno cuenta de hasta quépunto los necesita para las operaciones másinsignificantes. En el mejor de los casos, todavía

puedo disparar con el meñique. Mis manos estánperdidas. Pero no puedo pasar la vida disparandosi no puedo ser útil para otra cosa. ¿O tal vez bastaesto para ser guardabosque? Es éste un humormacabro. Y si escribo todavía es sólo paratranquilizarte.

Kurt Hahnke, a quien me parece conoces dela Escuela Superior, del año 37, interpretó la«Apassionata», al piano, en una travesía de laPlaza Roja. Un espectáculo de esta naturaleza nose presencia todos los días. El piano de colaestaba en medio de la calle. La casa había sidovolada, pero antes, por compasión, habían sacadode ella el instrumento y lo habían plantado en lacalle. Todos los soldados de infantería quepasaban por allí tecleaban en él al azar. Y yo tepregunto dónde, si no es aquí, se pueden encontrarpianos en la calle. Ya te lo he dicho una vez: Kurttocó el 4 de enero de una forma inaudita; prontoestará en primera línea del frente.

Discúlpame que haya empleado la palabra«frente»; la guerra ha ejercido un gran influjosobre todos nosotros y sobre nuestro mundo en

torno. Cuando el joven vuelva a su hogar, oiremosde él muchas cosas dignas de alabanza. Supongoque no olvidará nunca estas horas. De ello cuidanya el modo de ser y el ambiente públicos. Es unapena que yo no sea un escritor para poder vestircon palabras el episodio de centenares desoldados que se acurrucaban allí envueltos en suscapotes y abrigadas sus cabezas con mantas; entodas partes se oían murmullos, pero nadie seincomodaba: escuchaban a Beethoven enStalingrado, aunque no lo comprendieran. ¿Eresmás feliz ahora que sabes toda la verdad?

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... Ahórreme usted sus bien intencionadosconsejos. ¿Sabe usted acaso en qué situación mepone? ¿Qué palabras son ésas? ¡No habría ustedobrado así, de haber sabido cómo hay queproceder! ¿Qué significa esto? Sabe usted que soyde su misma opinión y que hemos hablado de ellomás de lo conveniente; pero esto no se puedeescribir. ¿Tiene usted por idiotas a los demás?

Si escribo ahora, es porque sé perfectamenteque no puede pasar nada; he tenido la prudencia deomitir las señas del remitente y usted recibirá estacarta por el conducto conocido. Aunque se supieraquién ha escrito estas líneas, en ningún lugarestaría yo más seguro que en Stalingrado. Es tanfácil decir: ¡rindan armas! ¿Cree usted que losrusos nos van a perdonar? Puesto que es usted una

persona inteligente, ¿por qué no exige a sus amigosque se nieguen a reponer municiones y material deguerra?

Es fácil dar buenos consejos; pero esto nomarcha tal como usted cree. ¿Liberación de lospueblos? Esto carece de sentido. Los pueblospermanecen los mismos, sus amos cambian y losque les son ajenos seguirán argumentando con lanecesidad de liberar al pueblo del amo de turno.En el año 32, habría sido tiempo oportuno paraactuar; lo sabe usted muy bien, y se dejó pasar laocasión. Hace diez años todavía habría podidorecurrirse a la papeleta electoral; el no haberlohecho nos cuesta hoy esa pequeñez que llamamosvida.

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... Esta mañana, en el puesto de combate,Hannes me ha persuadido de que te escribiera.Desde hace unas semanas, he estado titubeando enponerme a hacer esta carta, pensando siempre quela incertidumbre resulta torturante, pero en todomomento consideraba una vislumbre de esperanza.Reflexionaba también acerca del desenlace de midestino, y todos los días me dormía pensando en loincierto de nuestra situación que oscila entre laesperanza de refuerzos y la perspectiva de laderrota. Pero tampoco me esforzaba en poner enclaro lo decididamente dudoso. Tal vez porcobardía. Por tres veces habría podido yacer bajotierra; pero esto, de acontecer, habría ocurrido deuna manera imprevista, repentinamente, porsorpresa. Ahora las cosas han cambiado; a partir

de esta mañana, sé ya de qué va, y puesto que mesiento tan libre, tú tienes que ser liberado tambiénde esta medrosa incertidumbre.

Al ver el mapa me estremecí. Estamoscompletamente solos, sin auxilio del exterior.Hitler nos ha abandonado. Esta carta saldrá si elcampo de aviación sigue en nuestro poder.Estamos al norte de la ciudad. Los hombres de mibatería también sospechan lo de nuestra soledad,pero no lo saben con tanta certeza como yo.Parece, pues, que estamos llegando al fin. NiHannes ni yo iremos al cautiverio; ayer vi cuatrohombres que fueron hechos prisioneros por losrusos después de volver a tomar nuestra infanteríala base aérea. No, yo no iré al campo deprisioneros. Cuando Stalingrado haya caído, looirás contar y lo leerás; te enterarás de que yo noregreso.

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... en suma, no sirve de nada rebelarse contraesto y si hubiese algún medio, es seguro que yo loencontraría. He intentado todo, naturalmente, paraescapar a esta trampa, pero no quedan sino doscaminos: subir al cielo o ir a Siberia. Lo mejor esmantenerse a la expectativa, porque lo otro, comoqueda dicho, no tiene objeto. En la patria, algunosseñores se frotarán las manos, puesto que puedenconservar sus sillas y sus poltronas y en más de unperiódico se podrán leer bellas y altisonantespalabras enmarcadas por una ancha orla negra. Vana honrar nuestra memoria. No te dejes engañar porel estúpido vocerío. Sería capaz de machacarlotodo, pero hasta ahora, nunca me había sentido tanindefenso.

Sólo una cosa me digo siempre de continuo;

conserva la salud y soportarás los peores tiempos.La salud es la condición previa para mi regreso acasa; no quiero renunciar a la silla de mi hogar. Sitú vuelves con los colegas, diles esto, tal comoqueda escrito. Cuanto más alto se sienta uno en unasilla, de tanto más alto se cae.

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... eres la mujer de un oficial alemán y poresto vas a recoger lo que voy a decirte conestoicismo y entereza, exactamente con la mismaentereza de que diste pruebas el día que estuvisteen el andén de la estación, de donde yo partía parael Este. Soy un mal escritor de cartas; las mías notuvieron nunca más de una página. Hoy teníamuchas cosas que contarte, pero lo voy a aplazarpara más adelante. Más adelante significa dentrode seis semanas si todo va bien, y dentro de cienaños si nada va bien. Tienes que contar con ello.Si va bien, podremos hablar de todo esto durantemucho tiempo, y en tal caso, ¿por qué voy aintentar escribir largamente, cosa que, por lodemás, no sé hacer? Si las cosas van mal, entonceslas palabras tampoco servirán de mucho.

Ya sabes hasta qué punto estoy contigo,Augusta; de nuestros sentimientos hemos habladopoco o nada en absoluto; te quiero mucho y tú mequieres a mí, por consiguiente tienes que saber laverdad. Y la verdad está en esta carta. La verdades la consciencia de la lucha más cruenta en unasituación sin esperanza. Miseria, hambre, frío,renuncia, duda, desesperación y pavorosa muerte.Durante mi permiso, no te dije nada de todo esto;tampoco te hablé nunca de ello en mis cartas.Mientras estábamos juntos, y con ello entiendoasimismo cuando nos hallábamos en contactopostal, éramos marido y mujer, y la guerra era unodioso aunque inevitable fantasma queacompañaba nuestras vidas. Pero la verdad esademás el saber que éste no es un mero tema delamentación o queja, sino un hecho objetivamentecomprobado.

Mi responsabilidad personal por losacontecimientos no puede negarse. Ahora bien,esta responsabilidad es del orden del uno porsetenta millones; la proporción es pequeña, peroestá ahí. No pienso rehuir mi responsabilidad y

razono para mí mismo diciéndome que con laentrega de mi vida habré saldado mi deuda. Nohay por qué hablar de cuestiones de honor.

Augusta, te darás cuenta de la hora en queserá necesario que seas fuerte. No te amargues yno sufras demasiado a causa de mi ausencia. Nosoy cobarde; sólo me entristece el hecho de nopoder dar ninguna gran prueba de mi valor, comono sea morir por esta causa inútil, por no decircrimen. Ya conoces el lema de los H... «Culpareconocida, culpa expiada».No me olvides demasiado pronto.

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... ahora te escribo de nuevo unas líneas apesar de que ayer te escribí una carta y otratambién a Hans Müller. No puedes quejarte de queno te haya escrito nunca. Uno de mis camaradas selleva esta misiva. Felicito de todo corazón a miabuela por su 74 cumpleaños y lamento no podercomer con ella el pastel del día. ¿Hay de todo enla pastelería? Aquí no tenemos pastel, pero cuandosalgamos de ésta, volverá a haber de todo;entretanto hay que estrecharse el cinturón cada vezmás. Ve a la Caja de Ahorros, saca cincuentamarcos y compra un regalo para la abuela; sealegrará mucho. Seguramente los Bergers tienentodavía café; el marido está en la administracióndel puerto. Si lo tienen, te lo darán con todaseguridad. Lo que tienes que hacer es decirles que

es para la fiesta de cumpleaños. Les he hechomuchos favores a los Bergers.

Escribo muchas tonterías. Pero vale mástonterías que no escribir ninguna carta. Y uno nosabe nunca si está ya fundida la bala que le estádestinada. Pero no temáis en absoluto pornosotros. Seguro que salimos de ésta y hacemosdespués todos un viaje de cuatro semanas conpermiso. Aquí hace ahora mucho frío, ¿haytambién nieve ahí?

Las últimas cartas deStalingrado 149... A mi alrededor todo está confuso, embrollado,de manera que no sé qué hacer. ¿No será acasomejor poner el final en el lugar del principio?

Queridísima Ana, sin duda te extrañarárecibir una carta hasta cierto punto cómica, pero sila lees con calma, verás que no lo es en absoluto.Antes veías siempre en mí a un burgués, y debodarte la razón cuando, por ejemplo, yo embutía enmi cartera el pan del desayuno. Dos rebanadas amano izquierda y dos a la derecha, encima metíalas manzanas y además el termo. El termo teníaque meterlo atravesado encima de las manzanaspara que no se reblandeciera la mantequilla delpan. Eran unos tiempos —¿cómo decía siempre tíoHerbert?—, unos tiempos de reflexión. Hoy ya nosoy un burgués. En nuestro refugio hay un

calorcillo agradable. Hemos desmontado algunosautomóviles que han ido a parar a la estufa; esto nodebe saberlo nadie, aunque aquí haypreocupaciones de muy otra índole.

Mi «gabinete de trabajo» está aquí al lado.Ya te lo escribí hace unos días. Es un refugio,donde hace poco se alojaba un capitán. Te cuentoen detalle el aspecto de todo lo de acá aunquedesearía escribirte cosas completamente distintas.Y, por otra parte, tampoco lo quisiera, pero pareceque la situación es crítica. Se dice en todas partes.Nos hallamos en la zona más retirada deretaguardia, de vez en cuando oímos un disparo; sino fuera por esto, no nos acordaríamos siquiera dela guerra. Tal como están aquí las cosas, podríaaguantar cien años. Pero no sin ti. Desde luego nova a durar tanto tiempo; nosotros contamos todoslos días con poder salir de aquí. Pero estasesperanzas están en pugna con lo que se rumorea.

Hace ya siete semanas que el ejército estácercado; siete semanas más, no puede durar. Elpermiso me tocaba ya en septiembre, pero no pudedisfrutarlo y me consolé con el hecho de que otros

camaradas tuvieron que renunciar también al suyo.Ayer por la mañana se nos dijo que un tercio delos que estamos aquí seríamos trasladados anuestras casas. El sargento mayor de la compañíade Sanidad afirma que lo ha oído decir. Claro queesto puede tardar todavía unos cuantos días, puesen realidad aquí no hay nadie que sepa lo que estáocurriendo. Hace ya ocho meses que no he estadojunto a ti, por esto la espera de unos pocos díascarece de importancia. Desgraciadamente, nopodré traerte muchas cosas, pero ya veré lo que sepuede hacer en Lemberg. Me alegro a cuenta deldía feliz en que llegue el permiso y mucho más aúnpor ti y por madre. Cuando telegrafíe, no dejes deavisar inmediatamente a tío Herbert. Es deliciosoalegrarse de algo; de esta alegría vivo, muyespecialmente desde ayer por la mañana y todoslos días hago una raya en el calendario. Cada rayasignifica que estoy un día más cerca de vosotros.

Las últimas cartas deStalingrado 1510

... Eres testigo de que yo siempre mesobresaltaba porque le tenía miedo al Este y a laguerra en general. Yo no era soldado, sino unhombre con uniforme. ¿De qué me sirve a mí esto yde qué les sirve a los demás que no sesobresaltaban ni tenían miedo? Sí, ¿de qué nossirve a todos nosotros, los comparsas de esteabsurdo personificado? ¿Qué provecho sacaremosde una muerte heroica? He representado el papelde un muerto en la escena un par de docenas deveces, pero sólo lo he representado. Vosotros ossentabais frente a mí en las butacas de terciopelo ymi representación del muerto os parecía auténticay fiel. Estremece darse cuenta de lo poco que tieneque ver la representación de la muerte con lamuerte misma.

La muerte tenía que ser siempre heroica,fascinante, admirable, tenía que ser muerte por unagran cosa y convincente. ¿Y qué es realmenteahora y aquí? Un reventar, un morirse de hambre,un helarse, poca cosa más que un hecho biológico,como el comer y el beber. Caen como moscas,nadie se preocupa por ellos y se les entierra.Yacen por todas partes, sin brazos, sin piernas ysin ojos; con los vientres destripados. Habría querodar una película con ellos para hacer imposible«la muerte más bella del mundo». Es una muertede carnicería, que más tarde será ennoblecida enlo alto de un zócalo de granito con «guerrerosmoribundos» de cabeza o brazos envueltos en unvendaje.

Se escribirán novelas, se entonarán himnos ycantos de alabanza. Y en las iglesias se celebraránmisas. Y yo no quiero formar parte del rebaño,pues no me seduce la idea de corromperme en unafosa común. Al profesor H. le escribí algoparecido. Tú y él volveréis a tener noticias mías.No os extrañéis si antes pasa todavía algúntiempo, porque he decidido encauzar con mis

manos mi propio destino.

Las últimas cartas deStalingrado 1611

... Hoy, O. y yo tenemos una noche magníficay tranquila. Todo está quieto al otro lado. No aquí.El ruso está sosegado y hemos podido terminarpronto. Una buena botella de Cordon Rougeconsumida con toda tranquilidad nos hizo la nocheparticularmente agradable.

En las notas del «Diario de Guerra» leí algode Binding y de otro. ¡Con qué original finuraresuena en este hombre lo que ahí afuera nosimpresiona y conmueve! Todo lo subjetivo ysecundario queda eliminado. En sus palabras sóloirradia de su espíritu lo realmente decisivo.

Nada nos prometemos de las grandesdecisiones que [...] arriba habrán de tomarseguramente alguna vez. ¡Nadie puede decir,naturalmente, si el tiempo que pasa rápido no hará

cambiar tales decisiones! Hasta ahora se ha estadocombatiendo con furiosa dureza por la altura X, enla ciudad y fuera de la ciudad. Generales ycoroneles coqueteaban con la posibilidad de quejustamente dicha altura X pudiera tener ciertatrascendencia en la Historia Universal. ¡Y no sólogenerales!

Todos los días son tomadas al asalto algunasposiciones y todos los días el enemigo—onosotros, según quien las ocupe— es desalojadode ellas. Ni el enemigo ni nosotros hemos sidocapaces de decidir hasta ahora con qué fin hay quetomarlas aun en el caso de que puedan sermantenidas.

Ocurre con lo pequeño—bien puede decirse—lo mismo que con lo grande. Esta larga ausenciade éxitos origina una apatía casi incurable o unatenacidad que en realidad consiste meramente enuna espera.

Son ya cerca de las diez. Me voy a dormir lomás que pueda. Cuanto más se duerme menos sesiente el hambre, porque el hambre no es hermosa,es dura.

Os quiero mucho.

Las últimas cartas deStalingrado 1712

... así, ahora ya sabes que yo no volveré.Comunícaselo a nuestros padres con precaución.Estoy muy trastornado y dudo mucho de todo. Entiempos era confiado y fuerte, hoy me encuentroinsignificante y soy escéptico. Muchas cosas de lasque aquí suceden no las sabré nunca; pero lo pocoen lo cual tomo parte es ya tanto, que no lo puedotragar. A mí no me convencerán, ni podránconvencerme de que mis camaradas murieron conla palabra «Alemania» o con el grito de «HeilHitler!» en los labios. Se muere y esto no puedeser objeto de engaño; pero la última palabra espara la madre o para la persona a quien más sequiere, o bien es simplemente un grito de ¡socorro!He visto ya caer y morir a centenares y muchos deellos, como yo mismo, formaban parte de las

juventudes hitlerianas; pero todos, si les quedabanfuerzas para ello, pedían auxilio o bienpronunciaban el nombre de alguien que no podíaayudarles.

Hitler prometió firmemente sacarnos de aquí;así se nos explicó y nosotros creímos también confirmeza en su palabra. Y hoy sigo creyendo en ella,porque todavía necesito creer en algo. Ahora bien,si esto no es verdad, ¿en qué puedo creer yo? Siesto no es verdad, no necesito ya ningunaprimavera, ningún verano, ni ninguna otra cosacapaz de proporcionar alegría. Deja que te hablede mi fe, Greta querida he creído toda mi vida—oal menos durante ocho años de la misma—en elFührer y en su palabra. Es aterrador ver cuánsumergidos en dudas y cuán avergonzados están,los que oyen aquí las palabras contra las cualesnada puede decirse, pues las realidades hablan porellas.

Si no es verdad lo que se nos prometió,entonces Alemania camina hacia su perdición,pues en tal caso ya no podrá mantenerse ningunapalabra.

¡Oh, estas dudas, estas terribles dudas! ¡Si almenos pudieran desvanecerse pronto!

Las últimas cartas deStalingrado 1813

... Desgraciadamente, la Navidad de la quetengo que hablarte no fue muy bonita, pero cuandomenos la pasamos muy calentitos. Nuestraposición se encuentra en la misma orilla del Volga.Conseguimos ron, un poco flojo, pero sabíaestupendamente. Mi camarada trajo consigoalgunas cosas de la división: jamón y fiambre congelatina. Seguro que lo raspó de la cocina, peronos supo magníficamente; por lo demás, en lacocina tienen de esto buenas provisiones, de locontrario mi camarada no habría podido ratearnada en absoluto. El pan escasea mucho. Por estohicimos un pastel. En la sartén pusimos una mezclade harina, agua y sal, a la que añadimos jamón. Laharina tampoco era lechuga de nuestro huerto. Hecelebrado ya cuatro Navidades en guerra, pero

esta vez la fiesta fue la más triste de todas. Encuanto termine la guerra habrá que recuperarse detodo y es de esperar que el año próximo podamoscelebrar las Navidades en casa.

Hace ya tres meses que estamos enStalingrado, pero no damos un solo paso adelante.Aquí hay bastante calma, pero al otro lado del río,donde se extiende la estepa, se lucha de firme.Nuestros camaradas de la estepa no lo pasan tanbien como nosotros. Han tenido mala suerte. Talvez a nosotros nos toque el turno de ir allá, porquetienen grandes pérdidas. Pero lo mejor es nopensar en ello. Y sin embargo, se piensa en elloreiteradamente cuando durante las veinticuatrohoras del día no se tiene nada que hacer sinoprecisamente no pensar en nada; entonces lospensamientos van hacia la tierra que nos ha vistonacer. ¿Pensasteis todos en mí la noche deNavidad? Yo tuve esa extraña sensación que nosinvade cuando uno se da cuenta de que alguien estápensando en nosotros.

Las últimas cartas deStalingrado 1914... Ha llegado la ocasión para que te mande denuevo mis saludos rogándote asimismo quesaludes a los tuyos y les transmitas mis afectos.

El ruso ataca en todas partes. Nuestras tropasresisten desde el principio del ataque, que no seinterrumpe un solo día, luchando duramente y consus fuerzas fisicas completamente agotadas. Seportan como unos héroes y ni uno solo de ellos serinde. El hecho de que el enemigo nos aplastecuando se agota el pan, las municiones, elcarburante y los hombres, no supone ningunavictoria para él, bien lo sabe Dios.

Estamos seguros, desde luego, de haber sidovíctimas de graves errores del mando y de que ladestrucción de la fortaleza de Stalingrado leocasionará graves daños a nuestro pueblo y en

general a nuestra nación. Pero a pesar de ello,creemos en un feliz resurgimiento de nuestropueblo. De ello se preocuparán, sin duda, hombresde verdadero corazón. Hay una labor que os tendráque ser confiada en la patria: la de impedir quecontinúen su obra todos los locos, los mentecatos ycriminales. Y los que regresen a la patria loshabrán de barrer como el viento barre la pajamenuda. Somos oficiales prusianos y sabemos loque nos toca hacer cuando llega el momento.

Si alguna vez echo una ojeada a mi vida, medoy cuenta de que puedo mirar atrás con profundagratitud. Ha sido bella, maravillosamente bella.Fue como el ascenso por una escalera y hasta esteúltimo peldaño, como coronación, es bello y casipodría decir que es armonioso y definitivo.Tienes que decir a mis padres que no deben estartristes, que deben conservar mi recuerdo con elcorazón alegre. Y nada de resplandores de gloria,pues yo nunca he sido un ángel. Por lo demás,tampoco voy a presentarme nunca como tal ante elSeñor mi Dios; podré hacerlo en calidad desoldado con un alma de caballero, libre y

orgullosa como un señor. No temo la muerte enabsoluto; la fe me confiere esta hermosa(¿franqueza?). Al darme cuenta de ello,experimento también un profundo sentimiento degratitud.Haz extensivo mi legado a los que nos sucedan:¡Edúcalos para señores! ¡Rigurosa sencillez depensamiento y de conducta! ¡Ninguna desviación!Poned todo vuestro afecto en ayudar a mis padresa superar los primeros momentos de dolor. Como ami tío X., erigidme a mí también una bella ysencilla cruz de madera en el cementerio delParque.Conserva Sch. como residencia señorial de los X.Éste es mi mayor anhelo. En mi escritorio hay unacarta en la cual, durante mi último permiso, expusecon detalle mis deseos.Bien, me confío al cariño de todos vosotros y osdoy las gracias una vez más. ¡Gracias, y las frentesaltas! ¡Siempre adelante!Un abrazo para todos.

Las últimas cartas deStalingrado 2015

... Si hay un Dios, me escribías en tu últimacarta, Él te devolverá a mi lado pronto sano ysalvo; un hombre como tú, seguías escribiendo,que ama a los animales y a las flores y que no hacemal a nadie, que ama y honra a su mujer y a suhijo, está siempre bajo la protección de Dios.

Gracias por estas palabras. Llevo siempre lacarta conmigo, metida en el morral. Pero,queridísima, si se sopesan bien tus palabras yresulta que tú haces depender de esto la existenciade Dios, entonces tienes que hacer frente a unagrave y tremenda decisión. Yo soy una personareligiosa, tú fuiste siempre creyente, pero ahoratiene que ser de otra manera si los dos extraemosconclusiones de lo que ha sido hasta hoy nuestraparticular orientación, porque se ha presentado una

circunstancia que convierte en ilusorio todoaquello en lo cual creíamos. ¿O acaso tú no losospechas? ¡Se advierte un tono tan singular en tuúltima carta del 8 de diciembre! Estamos a mitadde enero.

Esta es mi última carta para mucho tiempo,tal vez para siempre; uno de mis camaradas, quetiene que ir al campo de aviación, se la va a llevarconsigo, pues mañana despega el último avión delaeródromo. La situación se ha hecho insostenible,el ruso se encuentra a tres kilómetros de la últimabase aérea, y si ésta se pierde, de aquí no escapauna rata más y yo tampoco. Es cierto que otroscentenares de miles tampoco podrán salir, pero esun triste consuelo el hecho de compartir con losdemás el propio naufragio.

¡Si hay un Dios! En el otro lado son tambiénmuchos los que dicen esto, en Inglaterra y enFrancia son seguramente millones. Yo ya no creoque Dios sea bondadoso, pues de lo contrario nohabría permitido una injusticia tan grande. Ya nocreo en esto, pues de lo contrario Dios habríailuminado la mente de los hombres que iniciaron

esta guerra y hablaban siempre de paz y delTodopoderoso en tres idiomas distintos. Ya nocreo en Dios, porque nos ha traicionado. Ya nocreo, y tú has de ver cómo acabarás con tu fe.

Las últimas cartas deStalingrado 2116

... La vigilia de la santa fiesta, oncecamaradas asistieron con devoción a los oficiosdivinos celebrados en una choza relativamenteintacta. No fue fácil encontrarlos en medio delrebaño de los escépticos, los desesperados y losdesengañados; pero los que pude descubrir,acudieron con el corazón alegre y bien dispuesto.Era un grupo curioso el que pude reunir para lafiesta de la Natividad del Niño Jesús. Haymuchísimos altares en el ancho mundo, pero enninguna parte hubo otro más pobre que éste deaquí. Ayer había aún granadas en la caja encima dela cual coloqué la guerrera gris de campaña de uncamarada muerto, al cual había cerrado los ojos elviernes en este recinto. Escribí a su mujer unacarta de consuelo. ¡Quiera Dios extender sobre él

sus piadosas manos!Leí a mis muchachos la historia de la

Natividad, del cristiano gentil Lucas, escrita en losversículos del 1 al 17 del capítulo segundo; les dipan duro y negro como Santo Sacrificio ySacramento del Altar, como verdadero cuerpo deJesucristo e imploré para ellos perdón ymisericordia. No les hablé del quintomandamiento. Los hombres se sentaban entaburetes y banquitos y levantaban hacia mí sumirada, los ojos abiertos de par en par en susrostros consumidos por el hambre. Todos eranjóvenes. Sólo uno contaba cincuenta y un años. Mesiento feliz por haber podido infundir consuelo yfortaleza en sus corazones; al terminar, nos dimostodos las manos, nos comunicamos nuestrasdirecciones y nos prometimos que los quesaliéramos vivos de aquí buscaríamos a losfamiliares del pequeño grupo que formábamos yles contaríamos cómo habíamos celebrado laNochebuena de 1942.

Que Dios extienda sus piadosas manos sobrevosotros, queridos padres, pues la noche llega y

haríamos bien en arreglar nuestras cosas antes demorir. Somos llevados por la noche y en la nocheentramos si así lo dispone el Señor del Universo.Pero no entramos en una noche sin fin. Ponemosnuestra vida en las manos de Dios; quiera nperdonarnos cuando llegue nuestra hora.

Las últimas cartas deStalingrado 2217

... En Stalingrado plantearse la cuestión deDios vale tanto como negarlo. Tengo que decírtelo,querido padre, y ello es para mí doblementepenoso. Me educaste tú, pues faltaba mi madre, ysiempre me pusiste a Dios ante los ojos y ante mialma.

Y lamento doblemente mis palabras, porqueéstas pudieran muy bien ser las últimas, y despuésde esto es posible que no pueda decir ya nada quesea capaz de ponerme a bien contigo y desenojarte.

Tú eres cura de almas, padre, y en la últimacarta que se escribe se dice sólo aquello que esverdad o bien lo que uno cree que podría serlo. Hebuscado a Dios en todos los embudos, en todos losrincones, en todos los camaradas, cuando estabaechado en mi hoyo y lo he buscado en el cielo.

Cuando mi corazón le llamaba a gritos, Dios no sedejó ver. Las casas estaban destruidas, loscamaradas eran tan valientes o tan cobardes comoyo, había hambre y crimen en la tierra y del cielocaía fuego y llovían bombas; sólo Dios estabaausente. Escribo esto una vez más y sé que esespantoso y que no puedo remediarlo. Pero si, enefecto, hubiese un Dios, lo habría sólo entrevosotros, en los libros de cánticos y rezos, en lassentencias piadosas de sacerdotes y pastores, en elson de las campanas y en el aroma del incienso.Pero no en Stalingrado; en Stalingrado, no.

Las últimas cartas deStalingrado 2318

... Es para volverse loco, querido Helmut.Aquí se puede escribir ahora y uno no sabe aquién. Miles de pobres diablos que están echadosen las trincheras de primera línea y que no tienensiquiera el pensamiento de una suerte tal, meenvidiarían y darían por ello la soldada de todo unaño. Hace un año, tú y yo nos sentábamos enJüterborg y estudiábamos mecánicamente «cienciabélica» y ahora estoy sentado en medio de lainmundicia y no sé qué hacer con tanta cosaabsolutamente inútil. A los demás les ocurre aquíexactamente lo mismo. Es una situación de lo másestúpida. Si lees casualmente el nombre «Zaritza»en el Boletín CK-W, podría darse el caso de que,por una vez, dijeran la verdad y de paso sabríasdonde me encuentro. ¿Vivimos nosotros en la Luna,

o sois acaso vosotros los que habitáis en estesatélite? Estamos con 200.000 hombres metidos enla inmundicia; todo alrededor, sólo hay rusos y nopodemos decir que estamos cercados, totalmentecercados y sin esperanza.

Recibí tu carta el lunes; hoy es domingo, unverdadero día de fiesta. Ante todo quisieracontestar aquellas palabras tuyas con las cuales mefelicitas por mi traslado al frente. Acabo de leerGneisenau (no todos tienen tiempo para hacerlo) yquisiera citarte una frase que él escribió aBeguelin, residente en Kolberg: «[...] al leer estanoticia, pensé que ellos podían muy bien haberoído el tronar de nuestros cañones y liarían votospara que escapáramos sanos y salvos. Hubo díasen que la tierra temblaba y yo me comportabacomo un jugador que apuesta su último luis de oro,con la esperanza de que la suerte diera un viraje enredondo, pues hubo un momento en que sólodisponía de municiones para quince días y, sinembargo, no podía reducir el fuego por temor aque el enemigo pudiera darse cuenta de mi escasezde munición. Es vergonzoso lo mal provista que se

encontraba esta plaza fuerte».Pero, querido joven, aquellos eran otros

tiempos. Gneisenau tendría que haber oído eldespliegue de las fuerzas, en orden abierto deguerrillas, y el disparar de 200 cañones a unkilómetro de distancia. Pero no sólo él, tú tambiéndeberías oírlo y, en tal caso, no tendrías tanta prisaen «ir hacia delante». No quiero restar un ápice detu fe en tu valentía personal, pero aquí ésta no teserviría de nada. Aquí mueren los valientes y loscobardes; mueren en un agujero sin la menorposibilidad de defenderse. ¡Oh, si alguna vezhubiésemos tenido municiones «sólo» para quincedías! Entonces nos las habríamos prometido muyfelices. Mi batería dispone todavía de 26 obuses;esto es todo y ya no nos llegarán más. Tú erestambién uno de los prosélitos y ahora puedes echartu discursito. Puesto que estamos todavía bastantecerca unos de los otros tenemos aún el pulso unpoco normal y una docena de cigarrillos; anteayertuvimos una sopa y hoy hemos «conquistado» unjamón en intendencia (no queda ya nada quemarche con regularidad y tenemos que

abastecernos nosotros mismos); nos metemos en unsótano y quemamos muebles, tenemos veintiséisaños y ya no somos tontos; nos entusiasmábamosfrenéticamente, en tiempos, con las charreteras yrugíamos con vosotros «Heil, Hitler!» y ahora nosvemos en la disyuntiva de reventar o ir a Siberia.Y esto no sería lo peor, pero cuando se tiene lacerteza de que todo esto acontece por una causatotalmente absurda, se le sube a uno la sangre a lacabeza.

Pero hay que dejarles que vengan a los rusos;la tercera batería tiene todavía 26 obuses y su jefedispone aún de un cañón del o8 y de seis píldorasblancas. Es tiempo de que termine esta carta, seacerca la hora de la oración de la tarde y dearrastrarse un poco más profundamente en latierra. Mi querido y viejo amigo, puedes ahorrartecontestar a esta misiva, pero dentro de unos quincedías acuérdate de estas líneas. No se necesitandotes especiales de clarividencia para prever elfinal de todo esto. Lo que no sabrás nunca enrealidad es cómo va a llegar este final.

Las últimas cartas deStalingrado 2419

... Me dicen, en el puesto de combate, que vaa salir un correo. Espero que puedas leer lo que teescribo. No dispongo de mejor papel. Aquí no hayotro. Pero lo principal es lo que en él se escriba.Tengo ahora un destino de ciclista y corro muchopor ahí. De no ser así, no me habría enterado. A míme va aún todo perfectamente y lo mismo esperoque te ocurra a ti. Lo único que me fastidia es tenerque rodar por ahí fuera, por la nieve y el hielo. Nodirías a quién me he encontrado: al hijo deGruendel, el comerciante. Tiene un destino en elalmacén de intendencia. Allí está muy calentito.Gracias a él he tenido la oportunidad de hacermecon una lata de carne de cerdo y dos panes enteros.No nos está permitido enviar paquetes, de no serasí te mandaría la lata. Claro está que no me

disgustará comérmela solito. ¿Qué hace la pequeñaMaría y cómo están los padres? Hace ya muchotiempo que no he recibido ninguna carta de ellos.Recibí hace quince días la última de Ricardo.Tengo que poner fin a esta carta, pues oscurece yay todavía tengo que recorrer diez kilómetros enbicicleta.

Las últimas cartas deStalingrado 2520

... Te he escrito ya veintiséis veces desde estaciudad maldita y tú me has contestado diecisietecartas. Ahora te escribo una vez más, pero despuésno voy a repetir. Bien, ahí lo tienes; he estadopensando durante mucho tiempo cómo daría formaa esta frase de grave contenido, diciéndolo todo enella aunque sin afligir demasiado.

Me despido de ti porque la decisión se haproducido esta mañana. En esta carta voy a dejarcompletamente de lado el aspecto militar, el cuales asunto exclusivo de los rusos y la cuestiónconsiste simplemente en saber cuánto tiempoviviremos. Puede que todavía sigamos así dos díaso sólo un par de horas. Nuestra vida personal se haterminado. Nos hemos apreciado y nos hemosquerido, y nos hemos estado esperando dos años.

Y esto ha sido un bien, pues el tiempo queentretanto ha pasado ha elevado la impaciencia devernos de nuevo, pero también ha hechosoportable en gran medida nuestro alejamiento. Eltiempo es el que tendrá que cicatrizar asimismo lasheridas que cause mi ausencia definitiva.

El 28 de enero cumplirás veintiocho años;esto es mucha juventud todavía para una mujer tanbonita y me alegra poder echarte una vez más estepiropo. Me vas a echar mucho en falta, pero apesar de todo no te cierres a los hombres. Dejaque pasen unos meses pero no más. PorqueGertrudis y Nicolás necesitan un padre. Noolvides que tienes que vivir para nuestros hijos yno des demasiada importancia a su padre. Losniños olvidan muy aprisa. Fíjate bien en el hombreen quien recaiga tu elección y presta atención a susojos y a su apretón de manos, exactamente igualcomo ocurrió en nuestro caso, y así no teengañarás. Una cosa ante todo: educa a los hijospara que sean hombres de bien, que puedan llevaralta la frente y mirar a todo el mundo a la cara.Escribo estas líneas con el corazón oprimido;

tampoco me creerías si escribiera que esto me esfácil, pero no te preocupes en absoluto, no tengomiedo por lo que va a ocurrir. Debes decirtesiempre una y otra vez y díselo también a los hijos,cuando sean mayores, que su padre no fue nunca uncobarde y que ellos tampoco deben serlo jamás.

Las últimas cartas deStalingrado 2621

... Hace ya once días que dura este jaleo. Unavez más puedo hoy mandarte unas líneas. Confíoen que habrás recibido todas mis cartas anteriores.A mí tampoco me faltó nunca nada. Pero la vidafue sin duda muy bella para que uno pueda seguirviviéndola tranquilamente en estos días.

Hemos sido empujados hacia el corazón de laciudad. ¡Esta condenada ciudad! ¡Ojalá lleguepronto el fin! Y, como escribí ya una vez: dejadque siga alegremente mi camino...¡Adiós!

Las últimas cartas deStalingrado 2722

... Queridísima, pienso siempre en ti. Hoy, alir a buscar la comida, también he pensado en ti. Enlas buenas comidas que me preparabas siempre.Mis calcetines están todos destrozados y ya nopuedo librarme de la tos. Aquí se han terminadolos comprimidos para combatirla. Tú podríasenviarme jarabe, pero no permiten frascos devidrio. ¿Estás tú también resfriada? Procurasiempre estar bien caliente. ¿Hay carbón vegetal?Ve a ver a Al... a quien yo procuré madera para susmuebles. Ahora debe correspondersuministrándote carbón. Supongo que tío Pabloclavaría tiras de fieltro en las ventanas, antes deque fuera demasiado entrado el año. Aquí nocelebré la fiesta de Navidad. Me encontraba enruta, en automóvil, y nos quedamos clavados en la

nieve, pues la carretera estaba embotellada. Peropronto pudimos seguir adelante. Me propusecelebrar la Navidad del próximo año en toda reglay aprovechar para mandarte algo muy bonito.

No es culpa mía si ahora no puedo enviarteningún regalo. Los rusos nos tienen rodeados y nopodremos salir del cerco hasta que Hitler vengapor nosotros. Pero no tienes que contárselo anadie. Será una sorpresa.

Las últimas cartas deStalingrado 2823

... Hemos tenido que tragarnos muchas cosasy también nos tragaremos esto. Ésta es unasituación estúpida. Podría decirseendiabladamente complicada. No acabo decomprender cómo saldremos de ésta. Claro que, enrealidad, eso no es asunto mío. Hemos invadido elpaís obedeciendo órdenes; obedeciendo órdeneshemos disparado nuestras armas, pasamos hambreobedeciendo órdenes, morimos obedeciendoórdenes y obedeciendo órdenes volveremos a salirde aquí. Hace tiempo que habríamos podidohacerlo, pero los estrategas todavía no se hanpuesto de acuerdo. Si no lo hacemos pronto, nosencontraremos con que ya será demasiado tarde.Pero es cosa segura que volveremos a ponernos enmarcha obedeciendo órdenes. Con todas las

probabilidades en la misma dirección proyectadadesde un principio, sólo que sin armas y bajo otromando. Kemner estuvo... jugando a los dados conHelms, uno de los fuertes de nuestra vecindad.Perdió la soldada, el reloj, la sortija y tuvo quefirmarle un pagaré. Y también le voló el piano desu querido hogar. Ocurren aquí los casos másidiotas. Tengo curiosidad por saber cuál es lasituación jurídica de un piano perdido en el juego.El reloj y la sortija, el menudo gordinflón havuelto a recuperarlos. Tal vez mañana ganeademás la casa anexa al jardín. Si ahora muerenlos dos, ¿cómo se solucionará el asunto de lasucesión? Me habría gustado saberlo, pero aquí nohay tiempo para ir de acá para allá. Hay muchascosas que no sé; también soportaré no saber ésta.Ya te dije al principio que aquí hemos tenido queaguantar muchas cosas. Cuéntaselo a Ergon.Título: «Preocupaciones de un teniente enStalingrado.» Llegado el caso, y me parece queserá pronto, volveremos a combatir. Esto todavíalo hacemos mejor que jugar a los dados.

Las últimas cartas deStalingrado 2924

... Después de esto ya sé a qué atenerme y tedevuelvo la palabra. No me ha sido fácil tomaresta decisión, pero las divergencias sondemasiado grandes. Yo buscaba una mujer demiras amplias, pero no una mujer en la que éstas lofuesen tan desmesuradamente. Escribí ya a mimadre notificándole lo que debe saber. Te ruegome ahorres citar los testigos y mencionar lascircunstancias que me proporcionaron las pruebasde tu infidelidad. No te odio en absoluto, pero teaconsejo que busques un buen alegato y acelerestodo al máximo. He escrito al Dr. E.. diciéndoleque estoy de acuerdo con el divorcio. Y cuandoregrese a casa, dentro de seis meses, no quisieraencontrar en ella nada que me recuerde tu persona.Renunciaré a mi permiso de febrero o marzo.

Las últimas cartas deStalingrado 3025

Me acaba de decir el pica* que durante lasfiestas navideñas no podré ir a casa. Yo le heexplicado que tenía que mantener su promesa y élme ha enviado al capitán. Éste me ha dicho queotros, como yo, hubiesen querido ir con permiso acasa para pasar allí las Navidades y que así se lohabían prometido a sus familias, pero que nohabían podido mantener la promesa. Y que él nopodía hacer nada para que pudiéramos irnos. Elcapitán ha dicho que debiéramos alegrarnos deseguir viviendo todavía y además que el largoviaje no sería cosa buena en pleno invierno.

Querida María, no debes disgustarte porqueno vaya a verte con permiso. Pienso a menudo ennuestra Luisita. ¿Tenéis un bonito árbol deNavidad? Nosotros conseguiremos uno si no nos

destinan a otro alojamiento. No quiero escribirmucho de las cosas de acá, porque, de hacerlo, teharía llorar. Te envío adjunto una fotografia en laque tengo barba. La foto tiene ya tres meses deedad y la hizo un camarada en Jargov. Aquí correnmuchos rumores, pero yo no consigo sacar nada enlimpio. A veces tengo miedo de no volverte a vermás. Un hombre no debe escribir nunca esto, medijo Heiner de Krefeld, pues con ello se inquieta ala familia. ¿Pero y cuando esto es verdad?

María, querida María, te he estado hablandode cosas deshilvanadas y el pica me ha dicho queésta es la última carta, porque no saldrá ya ningúnavión más. Sobre esto no tengo valor de mentir. Yen cuanto al permiso, tampoco nunca lo volveré atener. ¡Si al menos pudiera verte todavía una solavez! Cuando pongáis las candelas, acordaos devuestro padre de Stalingrado.* Sargento mayor. (N. del t.)

Las últimas cartas deStalingrado 3126

... Sabrás, además, que el jueves estuvimos enel cine. El local no valía nada, pero pensad que deno haber ido no sé cómo habríamos matado eltiempo. Vimos «Geier Walli»; todos se sentaban enel suelo, encima de los cascos o como los negros.Es una película muy buena. Me escribíasdiciéndome que anduviera con cuidado con lasmuchachas. María, aquí no hay muchachas. En elcine estábamos solos; unos doscientos hombres. Elcine había sido instalado por la Compañía dePropaganda. Ésta da representaciones todas lasnoches en el henil; hasta ayer no supe que el rusohabía disparado sus cañones contra la ciudad.Anteriormente, quise ver «Geier-Walli» enDresde, pero no lo conseguí. Y ahora he visto«Geier-Walli» en Stalingrado. Tiene gracia. Si

puedo lograr un permiso, iré a ver «Geier-Walli»en un buen cine. Aquí, en el henil, la películaresultó ya muy buena. Sólo el sonido era deficientey los diálogos no podían entenderse bien; además,los camaradas no paraban de hacer broma yfumaban de tal manera que pronto el humo nopermitió ver nada. Algunos aprovecharon laproyección para calentarse y para dormir. ¡«Geier-Walli» en Stalingrado! Nunca me olvidaré de esto.

... ¡Qué tremenda desgracia que viniera laguerra! Hermosas ciudades fueron víctimas suyas yson ahora montones de escombros. Y el campo nose cultiva en ninguna parte. Y lo más espantoso esla muerte de tantos y tantos hombres. Ahora yacenenterrados en tierra enemiga. ¡Qué gran desgraciaes esto! Pero debéis alegraros de que la guerra sedesarrolla en países lejanos y no en nuestraquerida patria alemana. Allí no podrá llegar y asíla desgracia no será todavía mayor. Tenéis que dargracias por esto y dárselas a Dios de rodillas.Nosotros estamos aquí a orillas del Volga ymontamos la guardia. Para vosotros y para nuestrapatria. Si no estuviéramos nosotros aquí, los rusos

romperían el frente y lo machacarían todo. Sonmuy fuertes y disponen de muchos millones dehombres. A los rusos el frío no les importa. Peronosotros nos helamos terriblemente.

Me alojo en un agujero practicado en la nievey sólo por la noche puedo refugiarme en un sótano.No podéis imaginaros lo bien que se está allí.Aquí estamos y por esto no debéis temer nada.Ahora somos cada vez menos y si esto continúa,pronto no quedaremos ninguno. Pero Alemaniatiene muchos soldados y todos ellos luchan por lapatria. Todos deseamos que pronto llegue la paz yque triunfemos; esto es lo más importante.Deseadnos suerte.

Las últimas cartas deStalingrado 3228

...Resulta muy duro para mí escribir esta cartay duro será también para ti leerla.Desgraciadamente, la noticia que va en esta cartano es buena. Y no se ha vuelto mejor por el hechode que yo haya esperado diez días a decírtela.Ahora nuestra situación ha empeorado tanto que seha incrementado el temor de que nuestrascomunicaciones con el mundo exterior quedenpronto absolutamente cortadas. Se nos aseguróhace poco, con toda certeza, que este correo aúnsaldría. Si yo supiera que todavía queda otraoportunidad, seguiría esperando, pero lo ignoro ybien o mal tengo que explicarme. Para mí, laguerra ha terminado.

Estoy hospitalizado en Gumrak y espero sertransportado a retaguardia en avión. Pero siendo

mucha el ansia con que espero, la fecha de partidase aplaza una y otra vez. El hecho de que yovuelva al hogar es una gran alegría para mí y parami querida mujer, que eres tú. Pero el estado enque yo llegaré a casa no será ninguna alegría parati. Me desespera profundamente pensar quecompareceré ante ti mutilado. Debes saber de unavez que mis piernas me fueron arrancadas por unobús.

Voy a decírtelo con toda sinceridad. Mipierna derecha fue completamente machacada y mela amputaron por debajo de la rodilla y laizquierda me fue cortada en la parte alta del muslo.El médico mayor cree que con prótesis podríaandar como un hombre sano. El médico mayor esun buen hombre y sus intenciones son tambiénbuenas.

Desearía que tuviese razón. Bien, ahora yasabes esto con antelación. Querida Elisa, sóloquisiera saber lo que piensas. Tengo todo el día detiempo y sólo pienso en esto. Y mis pensamientosse ocupan mucho contigo. A veces he deseadoestar muerto. Pero esto es un pecado grave y no

hay que expresarse así.En mi pabellón se alojan más de ochenta

hombres, pero fuera de él lo hacen incontablescamaradas. Desde aquí se oyen sus gritos ygemidos y nadie puede socorrerles. A mi lado hayun sargento de Bromberg que tiene el vientredestrozado por la metralla. El médico mayor ledijo que pronto se iría a casa, pero a los sanitariosles dijo: «No pasará de esta noche, dejadle ahíhasta que muera.» El médico mayor es un buenhombre, sin embargo. Al otro lado, junto a mí ycerca de la pared, yace un soldado de infantería deBreslau, al cual le falta un brazo y la nariz y queme dijo que ahora ya no necesitaba pañuelo. Alpreguntarle yo qué hacía cuando tenía que llorar, élme contestó: «De todos los que estamos aquí,incluidos tú y yo, ninguno volverá a llorar más.Otros llorarán pronto por nosotros».

Las últimas cartas deStalingrado 3329

... Esta carta la escribe Axel por mí. No sellama Axel, sino Lachmann, y es de Koenigsberg.Pero le llamamos Axel. Tengo el brazo levantado yenvuelto en anchas vendas y por esto no puedoescribir. Pronto me iré a casa; así me lo dijo elmédico del regimiento y estoy la mar de contento.También me ha dicho el médico del regimiento queme falta un pedacito del brazo. Tiene gracia queahora no pueda mover los dedos. Sin embargo,como jardinero que soy, los voy a necesitar. Aquíla tierra es muy grasa y blanda, justo la quenecesitaríamos en Luneburgo. Afuera está todonevado y la tierra no puede verse. Hace cuatrodías me refugiaba todavía en un hoyo que tenía unmetro de profundidad y durante todo el díaobservaba la tierra; buen suelo para sembrados y,

naturalmente, ni rastro de estiércol, la estepaproduce su propio estiércol. En aquel hoyo pasémucho miedo. Hoy me río de esto. Mi cama no esmuy cómoda, pero cuando esté en casa me voy areír mucho más. Y vosotros os reiréis todosconmigo.

Las últimas cartas deStalingrado 3430

... He recibido tu contestación. No esperarásque te dé las gracias. Esta carta será breve. Debíhaberlo pensado cuando te pedí que me ayudaras.Eras y sigues siendo un hombre inalterablemente«recto». Ni mamá ni yo lo ignorábamos. Pero nopodíamos creer, ni remotamente, que sacrificarastu hijo a la «rectitud». Te pedí que me sacaras deaquí, porque por este absurdo estratégico no valela pena irse al otro barrio. Te habría sido muy fácilpronunciar una palabra en mi favor y hacer que unaorden oportuna me alcanzara. Tú no te haces cargode la situación. No la ves con claridad. Bien,padre, bien.

Esta carta no sólo es breve sino que es laúltima que te escribo. Ya no tendré nuevamenteocasión de escribir cartas, incluso en el caso de

que quisiera hacerlo. Tampoco cabe ya imaginarque alguna vez pudiéramos encontrarnos cara acara y tuviera que decirte lo que pienso. Y comosea que no voy a escribirte ninguna carta más, voya recordar de nuevo tus palabras del 26 dediciembre: «Te alistaste voluntario y fue cosa fácilestar bajo la bandera en tiempos de paz, peroresulta difícil mantenerla en tiempo de guerra.Tienes que ser fiel a esta bandera y triunfar conella.» Estas palabras expresaban claramente tuactitud de estos últimos años. Tendrás queacordarte de ellas aún, pues se está anunciando laépoca en que todos los hombres juiciosos deAlemania condenarán la locura de esta guerra y túhabrás de comprender cuán vacías son laspalabras que se dicen sobre la bandera con la cualyo debiera vencer.

No hay victoria, mi general, no hay más quebandera y hombres que caen y al final no habrá nibandera ni hombres. Stalingrado no es en absolutouna necesidad militar, sino una arriesgada aventurapolítica. Y su hijo de usted no colaborará en esteexperimento, mi general. Usted le cerró el camino

de la vida y él elegirá el camino opuesto, quetambién conduce a la vida, pero en el otro lado delfrente. Piense en sus palabras y es de esperar quecuando se desplome todo el tinglado, recuerdeusted la bandera y se mantenga fiel a ella.

Las últimas cartas deStalingrado 3531

... ¿Cuántas cartas le he escrito a usted hastaahora? Según mis cálculos van ya 38. En agostome escribió usted diciéndome que llevaba unregistro de correspondencia, un verdaderoclasificador de individuos, con direcciones ycaracterísticas y la indicación de cuando conocióusted a su corresponsal más las incidencias de suamistad con él. Todo esto me divirtió de lo lindo.¿Incluyó usted también en el clasificador lafotografía que le mandé? Mi registro de cartas esmuy incorrecto; seguramente que su contabilidadsupera con mucho las crucecitas que yo trazo en mialmanaque de bolsillo. En definitiva, esabsolutamente igual que las cartas que yo le heescrito sean 37 ó 38. Yo soy su corresponsalnúmero cinco. Debe de ser muy interesante leer

todas las cartas que usted ha ido recibiendo.Porque éstas deben proceder de todos losescenarios bélicos. Cuando termine la guerra,estará usted en posesión de un nutrido libro derecuerdos en forma epistolar. La última Navidadquisimos encontrarnos por primera vez enKarlsruhe y fracasamos. Y lo que es para el futurolo veo también muy negro. En realidad casi no sepuede confiar en nada.

Gracias a Dios, he encontrado el camino paraabordar otro tema. No habrá nada de nuestroencuentro y el año próximo tampoco podremosobservar exactamente el plazo. Otro fracaso,querida niña. Resulta idiota que uno tenga queconformarse con ser espectador. Esto a la largaenloquece. ¡Si al menos en septiembre, cuandotenía la esquirla de metralla en el brazo, mehubiesen mandado a la patria sin más! Pero yoquería estar presente cuando tomáramosStalingrado y muchas veces he lamentado mirenuncia de entonces.

Las cartas mías recibidas por usted fueronescritas completamente en broma; siempre he sido

un guasón; esto puede usted confirmarlo, pero hoyno se puede seguir bromeando: las cosas se hanpuesto muy serias.

¿Qué escribirá usted en la sección númerocinco de su registro de correspondencia? Noescriba de ninguna manera por la «granAlemania», etc., puesto que no es cierto. Escriba«por Ana a tantos de tal del año tal». Espero queno encuentre frívolo mi tono. Al usarlo, lo hagorefiriéndome a sus otros corresponsales. De éstos,fallarán algunos un buen día. Pero por otra causa.En otras circunstancias. De pronto dejarán deescribir. Sus cartas fallarán sin más. Yo, encambio, le comunico ahora como es debido,señorita Ana, que ésta es casi mi última carta.Quede con Dios; la esperanza de volvernos a verserá sacrificada en aras de esta estúpida lucha quetodo lo absorbe. Quede usted con Dios y comodespedida le doy mis más efusivas gracias por eltiempo que su afecto me ha dedicado. Al primerpronto iba a decir «malgastado», pero lo hemeditado bien y ahora veo que no ha malgastadousted el tiempo carteándose conmigo, ya que sus

cartas me causaron siempre una gran alegría.

Las últimas cartas deStalingrado 3632

... Hoy he hablado con Hermann. Se encuentraa unos doscientos metros de distancia de aquí, enel sector sur del frente. De su regimiento no quedaya mucho. Pero el hijo del panadero B. siguetodavía en él. Hermann había recibido la carta enla cual le comunicabas la muerte de nuestro padrey de nuestra madre. Todavía pude hablar otra vezcon él e intenté consolarle a pesar de que yomismo estoy agotado. Es una suerte que padre ymadre no puedan enterarse de que nosotros dos,Hermann y yo, no hemos de volver nunca a casa; yes una gran pena pensar que sobre tu vida futuratenga que gravitar el peso de cuatro personasmuertas.

Yo quería ser teólogo, padre quería tener unacasa y Hermann construir puentes. Todo esto

quedará incumplido. Tú conoces exactamente lasituación de nuestra casa y nosotros conocemos lasituación de aquí. No, no todo lo queimaginábamos en nuestros proyectos quedaráincumplido. Nues tros padres yacen bajo losescombros de su casa y nosotros, por duro que seadecirlo, estamos con unos cientos de camaradas—o tal vez más—metidos en un barranco al sur delfrente. Estos barrancos se llenarán pronto denieve.

Las últimas cartas deStalingrado 3733

...Cuando me pongo a meditar sobre todo loque me rodea, no llego nunca a un resultadopositivo. De vez en cuando, habría que reflexionar,pero esto requiere tiempo. En el fondo, esto deltiempo no sería un inconveniente muy grave, puesnunca he tenido tanto como en esta guerra yparticularmente aquí en Stalingrado. Hace dos díashablé con el sacerdote y estuvimos dialogandolargo rato, pero no pudimos ponernos de acuerdo,pues el dolor me parecía mayor que la posibilidadde consuelo. El sacerdote opinaba que en estetema llegábamos a un punto en el cual tiene quecesar la filosofía y debe empezar la religión. Unode nosotros dos tiene, sin duda, razón y yo mepregunto: ¿Tiene esto verdadera importancia? Ypersisto en meditar; me paso horas enteras sentado

en el refugio y sumido en cavilaciones.Mi querido señor consejero: Tenemos pocas

ocasiones para hablar en privado y me alegromucho de no estar sujeto por lazos familiarescomo muchos camaradas. Estos lazos tienen queser forzosamente origen de horribles y torturantespreocupaciones capaces de arrastrar a un hombre ala desesperación. Esta angustia permanente por lamujer, por los hijos y ¡por yo qué sé qué más! Oigotodos los días lo que hablan y unas veces resultatrágico y otras cómico comprobar el valor que seconcede a todo y la especial importancia que todoadquiere para el hombre aislado. Unos hablan dela tienda y piden información sobre si la casa hasido dañada; otros se preocupan de sus paquetitos,de los que mandan y de los que reciben. Tambiénhe meditado acerca de esto, es decir, acerca de loque pueden contener los paquetes que se envíandesde Stalingrado. Con nosotros hay un camaradade Luedenscheid que en todas sus cartas preguntacómo está ¡el gato! ¡Grotesco! Dinero, fama,posición, propiedad. Pero los temores sonprincipalmente por el destino personal y estos

temores tienen siempre su expresión en grannúmero de cartas. Tendría motivos paraestremecerme de asco por el comportamiento queobservan.

Hace una hora me preguntaba un camarada derefugio, un capitán, si no había oído decir quehabíamos roto el frente ruso en el sector norte.¡Como si esto pudiera cambiar la situación!Empujan por todas partes en el sector central y elímpetu con que lo hacen hace pensar que buscanuna salida. Pero no hay salida que se dé deacuerdo con nuestros deseos. El miedo les privade la reflexión y del claro entendimieno en lamisma medida en que hace presa en ellos. Y nisiquiera se dan cuenta de lo poco viril y ridículode su comportamiento.

Mi campo de visión alcanza sólo hasta unlímite de cien metros y puedo ver, poco más omenos, un centenar de hombres. Cobardes todos.Con frecuencia baja alguno de ellos de una lomaresbalando de culo o viene renqueando de la líneade fuego; y cuando se huele lo que aquí ocurre,sacude la cabeza extrañado. Con esta gente no

podemos ganar ninguna guerra y menos ésta. Estábien que el frente se comporte de distinta maneraque este grupo inconsolable de confusos estadosmayores que ejercen las funciones más dispares.Me pregunto qué papel me correspondedesempeñar a mí, en realidad. Yo ahora soyvaliente o como se llame. ¿Lo soy porque no corrocomo una gallina asustada de un lado a otro ni voyapresuradamente de nido en nido cacareando? ¿Losoy porque no recojo ni propago ningunahabladuría, porque de noche puedo dormirtranquilo y no hablo con nadie de lo que voy ahacer al día siguiente?

Señor consejero: Stalingrado es una buenaescuela para el pueblo alemán; sólo es lástima queaquellos que reciben sus objetivas enseñanzas nopodrán aprovecharlas ya por ser demasiado tarde.Habría que poner en conserva sus revelaciones.Soy fatalista y mis necesidades son tan exiguasque, para cuando llegue aquí el primer ruso, estoydispuesto a coger mi mochila y salir a suencuentro. No voy a disparar contra él, ¿para qué?,¿para matar a unos rusos a quienes no conozco?

Tampoco voy a suicidarme, ¿con qué fin iba ahacerlo? ¿Prestaría con ello algún servicio aalguien, tal vez al señor Hitler? En los cuatromeses que llevo en guerra, he aprendido más queen cien años de vida. Sólo deploro una cosa: lacircunstancia que me obliga a llegar hasta el fin demis días en medio de una sociedad execrable.

Las últimas cartas deStalingrado 3834

...Nadie sabe lo que nos va a ocurrir, pero detodos modos creo que hemos llegado al fin. Estaspalabras son duras, no obstante debesinterpretarlas como las escribo. Desde el día enque nos despedimos y me convertí en soldado todoha cambiado radicalmente. Entonces vivíamos aúncon la idea—alimentada por mil ilusiones yesperanzas—de que todo se daría con bien de unamanera cierta. Y sin embargo, en las palabras dedespedida que habían de servir de consuelo anuestra felicidad de marido y mujer, se ocultaba yauna inquietante preocupación. Me acuerdo todavíade una carta tuya en la que me decías quedesearías poderte cubrir la cara con las manos yolvidar. Y yo te escribí después que era necesariohacerlo así y que las noches del Este eran mucho

más oscuras y penosas que las de casa.Pues bien, las oscuras noches del Este siguen

siendo oscuras y lo son mucho más que nunca. Enestas noches, uno trata de indagar el sentidoprofundo de la vida e incidentalmente obtiene unarespuesta. Ahora a nosotros nos separan el espacioy el tiempo y yo estoy a punto de pasar el umbralque se encuentra entre nuestro pequeño mundopropio y aquel otro mundo que es mucho mayor ymás peligroso: el de la nada, por supuesto. Sólocomprendería lo que significa ser marido y mujeren su recto y profundo sentido si hubiese pasadoya los días de la guerra. Y ahora, lo sé tambiénporque te escribo estas líneas postreras.

Las últimas cartas deStalingrado 3935

...He llorado tanto estas últimas noches, que amí mismo me parece excesivo. He visto llorartambién a otro camarada, pero por otros motivos.Lloraba éste por sus tanques perdidos que erantodo su orgullo. Y tan incomprensible como es mipropia debilidad lo es, para mí al menos, el que unhombre pueda afligirse por la muerte de unmaterial de guerra. Soy soldado y desearía quepara él los tanques no fueran precisamentematerial muerto. En una colectividad vale la penaobservar la circunstancia de que dos hombreslloren por el motivo que sea. Yo siempre fui muypropenso a las lágrimas; un hecho emocionante ouna acción noble me hacía llorar. Lo mismo meocurría también en el cine, cuando leía un libro ocuando veía sufrir a un animal. Me aislaba del

mundo en torno y participaba en lo visto o sentido.En cambio, nunca experimenté como una pérdidala desaparición de valores materiales. Porconsiguiente, tampoco podría llorar por tanquesque fueron empleados en la estepa abierta comoartillería y fueron destruidos sin el menor esfuerzo.En cambio mis lágrimas corrieron durante la nochepor el hecho de ver a un hombre intachable, a unsoldado valeroso, llorando como un niño de unamanera amarga y continuada.

El martes destruí, con mi tanque, dos «T -34». La curiosidad los había llevado detrás denuestras líneas. Fue magnífico e impresionante.Después pasé junto a los humeantes carrosdestrozados. De la abertura superior de uno deellos colgaba un cuerpo con la cabeza hacia abajo;sus piernas estaban aprisionadas y ardían hasta lasrodillas. Aquel cuerpo estaba con vida y la bocagemía. Debían de ser unos dolores horribles. Nohabía la menor posibilidad de sacarlo de allí. Yaunque ésta hubiese existido, habría muerto horasdespués en medio de grandes tormentos. Le matéde un tiro y por esto corrieron lágrimas por mis

mejillas. Y ahora hace ya tres noches que lloro porel conductor del tanque ruso muerto y cuyo asesinosoy yo. Temo no poder dormir tranquilo nunca mássi un día regreso junto a vosotros, queridos míos.Mi vida es un horrible conflicto, una rarezapsicológica.

He organizado un grupo de ocho hombresentre los cuales figuran cuatro rusos. Nosotrosnueve arrastramos cañones de un punto a otro. Ycada vez que terminamos de cumplir el traslado,un tanque enemigo es paralizado e incendiado ensu ruta hacia acá. Ya hemos destruido siete carrosde combate y tenemos que completar la docena.Pero sólo dispongo de tres tiros y disparar sobretanques no es una partida de carambolas. Por lanoche lloro inconteniblemente como un niño. ¿Enqué parará todo esto?

Las últimas cartas deStalingrado 4036

...Su carta llegó hace un año a manos de undesconocido que estaba solo en el mundo. Larecogí y en los largos días de invierno ausculté ellatido que en ella me hablaba. El latido de loscampesinos, de las tempestades, del cálido vientodel sur y de los aludes.

Usted escribía siempre que el soldadodesconocido tenía que extraer de las cartas ánimo,energía, fe y valor. Y hoy he de decirle a usted queen sus líneas he sorbido ánimo, energía y tambiénvalor. Pero la fe en la buena causa ha muerto. Tanmuerta está como los cien mil que lo estaránconmigo dentro de treinta días.

La carta de hoy va a sus manos por dosmotivos. Primero, porque el soldado desconocidoal cual se dirigió hace tiempo tiene que darle a

usted cuenta, como es costumbre entre soldados,de lo que aquí ocurre, y en segundo lugar, porquesupongo que escribirá reiteradamente a otrossoldados desconocidos pretendiendo comunicarlescon sus cartas energías, ánimo y valor. Y fe.

Señorita Adi, esto último es el motivoprincipal. La fe puede exhibirse sin duda muy bienen el papel, pero cuando es prostituida, como aquíen esta ciudad arrasada de orillas del Volga;cuando, como aquí, se descubre que la fe en labuena causa no ha sido otra cosa que tiempoperdido inútilmente, entonces hay que advertir atodo el mundo para que no se deje convertir a ella.

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...Por la mañana se nos dijo que podíamosescribir. Todavía una vez, digo yo, pues séperfectamente que ésta será la última. Tú sabesque yo siempre he venido escribiendo a dospersonas, a dos mujeres, a la «otra» y a ti. Estabamuy alejado de ti y Carlota, en estos últimos años,estaba más cerca de mí. No vamos ahora aremover todo esto hablando una vez más de cómopudo pasar y por qué tuvo que ocurrir. Pero hoyque el destino nos coloca ante la elección, al nopoder escribir más que a una persona, mi carta vaa ti, que hace seis años que eres mi mujer.

Te hará bien saber que la última carta delhombre al cual quisiste va dirigida a ti y que no heescrito, en cambio, a Carlota rogándole que tetransmitiera mis saludos. Por esto ahora, en estos

minutos que contienen mis últimas voluntades, tesuplico, querida Erna, que seas generosa, que meperdones las injusticias que durante mi vidacometí contigo y que vayas a casa de Carlota (vivecon sus padres) y le digas que le estoy muyagradecido y que le transmito mis saludos a travésde ti, es decir, a través de mi mujer. Dile que enestos últimos tiempos ella ha representado muchopara mí y que muchas veces he pensado en lo queiba a ocurrir si yo llegaba a ser repatriado. Perodile también que tú representaste para mí muchomás que ella y que, en el fondo, aun sintiéndomeprofundamente afligido de que no haya retorno enabsoluto, en realidad de verdad, estoy contento detener a mano este medio impuesto que nos ahorratremendos sufrimientos a los tres.

¿Será Dios más grande que el destino? Estoycompletamente tranquilo, pero no sabes lo dificilque es expresar en una hora todo lo que a uno lequeda por decir. ¡Tendría que escribir tantas cosas,cosas tan innumerables! Pero con ser tanto lo queaún tendría que escribir, es necesario darse cuentade que no hay que dejar correr excesivamente la

pluma sobre el papel y que hay que encontrar elmomento de dejarla a un lado. De la misma maneraque ahora dejo yo a un lado mi vida.

De mi compañía quedan todavía cincohombres. Wilmsen sigue entre ellos. Los demásestán ya todos... todos demasiado cansados. ¿Noes esto una bella manera de expresar lohorripilante? Pero ¿qué interés tiene todo esto y dequé sirve el que tú lo sepas? Consérvame en tumemoria como el ser que al llegar casi al fin, se haacordado de que es tu marido para pedirte perdóny más aún: para suplicarte que digas a todas laspersonas que conoces, también a Carlota, que hevuelto a encontrarte en el momento que mearrebata para siempre de tus manos.

Las últimas cartas deStalingrado 4238

Quise escribirte reiteradamente una carta muylarga, pero mis ideas se desplomaban siemprecomo las casas batidas por el fuego de artillería.Dispongo todavía de diez horas, de manera quetengo tiempo para entregar esta carta. Diez horasson un tiempo muy largo cuando se espera; peroson breves cuando se ama. No estoy nervioso; enabsoluto. De hecho, desde que estoy en el Este misalud ha mejorado mucho, ya no me resfrío ni meacatarro; éste es el único bien que me ha hecho laguerra. Pero ésta me ha regalado algo más: elsaber que te quiero. Es curioso el hecho de que elhombre no repare en ciertas cosas hasta que está apunto de perderlas. A través del espacio quesepara y aleja, se tiende un puente que va decorazón a corazón. Por este puente te escribo

acerca de la vida cotidiana y acerca del mundoque vivimos aquí. Si yo regresara a casa tecontaría la verdad y después no volveríamos ahablar nunca de la guerra. Ahora sabrás ya antes laverdad, la última verdad. Pues ahora ya no podréescribirte más.

Mientras haya riberas siempre existiránpuentes; sólo que debiéramos tener valor parapasar estos puentes. Uno de éstos conduce a ti y elotro a la eternidad, lo que para mí, en últimainstancia, es exactamente lo mismo.

Mañana cruzo el último puente, tal es laexpresión literaria que se emplea para la muerte;ya sabes que siempre me gustó escribir con lapreocupación estética de la palabra y el sonido.Tiéndeme la mano y mi camino no será tan difícil.

Las últimas cartas deStalingrado 4339

...Mi querido padre: La división está limpiade escoria para el gran combate, pero el grancombate no tendrá lugar. Te extrañará que alescribirte te dirija la carta a la oficina, pero lo quehe de decirte en la presente sólo puede decirseentre hombres. Ya se lo comunicarás a mi madre atu manera. Hoy podemos escribir, se dice por aquí.Esto para los que están al tanto de la situaciónsignifica que ya no podremos hacerlo más que estavez.

Tú eres coronel, querido padre, y miembrodel Estado Mayor Central. Sabes lo que estosignifica y me ahorrará explicaciones que pudierantener un cierto sabor sentimental. Esto se acaba.Creo que pueden pasar aún ocho días y despuésserá el fin. No pretendo buscar las razones que se

puedan tener en pro o en contra de nuestrasituación en campaña. Actualmente, tales razonescarecen en absoluto de importancia y además denada sirven, pero si tengo que decir algo acerca deeste tema es sólo una cosa: no busquéisexplicaciones de la situación entre nosotros, sinoentre vosotros y en quien ha de responder de todoesto. Podéis estar orgullosos. Tú, padre, y todoslos que comparten tus puntos de vista. Estad alertapara que la patria no sea víctima de mayorescalamidades. El infierno del Volga tiene que serpara vosotros un aviso. Os ruego que no desdeñéisesta experiencia.

Y ahora dos palabras de actualidad. De ladivisión quedan todavía sesenta y nueve hombresútiles. Blayer vive aún y Hartlieb también. Elpequeño Deben ha perdido los dos brazos y prontoestará sin duda en Alemania. Para él, esto haterminado también. Preguntadle detalles que valela pena conozcáis. D. ha perdido toda esperanza.Me gustaría saber lo que piensa alguna vez de lasituación y de sus consecuencias. Todavía tenemosdos ametralladoras y cuatrocientas balas. Un

mortero y diez granadas. Además, hambre canina ycansancio.

Berg... ha salido con veinte hombres, sinórdenes. Mejor es saber cómo acaba esto en tresdías que en tres semanas. No se le puede censurar.Y, para terminar, lo personal. Puedes confiar enque todo acabará como es debido. Es un pocopronto a los treinta y cinco años, lo sé. Nada desentimentalismos. Un apretón de manos para Lidiay Elena. Un beso para mamá (cuidado, padre,piensa en tu insuficiencia cardíaca) y un beso paraGerda. Saludos para todos los demás. Padre, elprimer teniente... se despide de ti con la mano enla visera del casco.

Las últimas cartas deStalingrado 44NOTA FINAL DEL EDITOR

Sobre el origen de las «Últimas cartas deStalingrado» se podría escribir una historianovelesca, la historia de la superorganizadaburocracia del partido y de la guerra, con suscensores, sus esbirros y sus espías. Porque lascartas, desde su salida del infierno de Stalingrado,pasaron por todas las oficinas de dicha burocracia.Mediante aquéllas se pretendía conocer «el estadode ánimo de la fortaleza de Stalingrado» y, coneste fin, del Cuartel General del Führer partió laorden de confiscar la correspondencia. Dichaorden fue transmitida a la Oficina de Revisión dela Correspondencia de Campaña del Ejército,como disposición del Mando Supremo de éste.Cuando despegó el último avión de aquel infierno,en NovoTcherkask, se confiscaron siete sacas de

correo. Ocurría ello en enero de 1943. Las cartasfueron abiertas, se borró en cada una de ellas elnombre del remitente y el del destinatario, seclasificaron de acuerdo con su contenido y seremitieron al Mando Supremo del Ejército enlegajos cuidadosamente atados.La Sección de Información del Ejército cuidó de lainterpretación estadística del «estado de ánimo»clasificando las cartas en seis grupos. El resultadoobtenido fue el siguiente:

A. Favorables a la dirección de la guerra2,1% B. Dudosos 4,4% C. Escépticos 57,1% D.Opuestos 3,4% E. Sin actitud determinada,indiferentes 33%

Después de la interpretación estadística yconocimiento de sus resultados, las cartas, con lacorrespondiente documentación sobre Stalingrado,instrucciones del Führer, decisiones e informes,fueron puestas bajo la custodia de un comisariodel partido con el encargo de escribir un librodocumentado sobre la batalla del Volga. El MandoSupremo de Guerra Alemán habría dado con gustosu visto bueno, pero el lenguaje de los documentos

era inequívoco. Por esta razón el libro fueprohibido. «¡Intolerable para el pueblo alemán!»,falló el ministro de Propaganda.

Después, las cartas auténticas se trasladaronal Archivo Militar de Postdam, donde fueronpuestas en seguridad pocos días antes de la tomade Berlín y de donde habían de ser definitivamenterecuperadas en nuestros días.

ÍndiceLas últimas cartas de Stalingrado 3 Las últimas

cartas de StalingradoLas últimas cartas de Stalingrado 4Las últimas cartas de Stalingrado 5Las últimas cartas de Stalingrado 6Las últimas cartas de Stalingrado 7Las últimas cartas de Stalingrado 8Las últimas cartas de Stalingrado 9Las últimas cartas de Stalingrado 10Las últimas cartas de Stalingrado 11Las últimas cartas de Stalingrado 12Las últimas cartas de Stalingrado 13Las últimas cartas de Stalingrado 14Las últimas cartas de Stalingrado 15Las últimas cartas de Stalingrado 16Las últimas cartas de Stalingrado 17Las últimas cartas de Stalingrado 18Las últimas cartas de Stalingrado 19Las últimas cartas de Stalingrado 20

Las últimas cartas de Stalingrado 21Las últimas cartas de Stalingrado 22Las últimas cartas de Stalingrado 23Las últimas cartas de Stalingrado 24Las últimas cartas de Stalingrado 25Las últimas cartas de Stalingrado 26Las últimas cartas de Stalingrado 27Las últimas cartas de Stalingrado 28Las últimas cartas de Stalingrado 29Las últimas cartas de Stalingrado 30Las últimas cartas de Stalingrado 31Las últimas cartas de Stalingrado 32Las últimas cartas de Stalingrado 33Las últimas cartas de Stalingrado 34Las últimas cartas de Stalingrado 35Las últimas cartas de Stalingrado 36Las últimas cartas de Stalingrado 37Las últimas cartas de Stalingrado 38Las últimas cartas de Stalingrado 39Las últimas cartas de Stalingrado 40Las últimas cartas de Stalingrado 41Las últimas cartas de Stalingrado 42Las últimas cartas de Stalingrado 43

Las últimas cartas de Stalingrado 44