las texturas del pasado

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Esta es una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua que se desarrolla en el marco de la historia de la ciencia sobre la base teórico-metodológica del internalismo-externalista y de la historia no enumerativa o continuista...

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LAS TEXTURAS DEL PASADO. UNA HISTORIA DEL PENSAMIENTO

ARQUEOLÓGICO EN CHIHUAHUA, MÉXICO

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COLECCIÓN ENAH CHIHUAHUA

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LAS TEXTURAS DEL PASADO. UNA HISTORIA DEL PENSAMIENTO

ARQUEOLÓGICO EN CHIHUAHUA, MÉXICO

Francisco Mendiola Galván

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_____________________________________________________________________ Las Texturas del Pasado. Una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, México Autor: Francisco Mendiola Galván México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008. 386 p.; 22 x 15 cm. – (COLECCIÓN ENAH CHIHUAHUA) Esta publicación fue financiada por el CONACYT, a través del proyecto Antropología del Norte de México: Territorios de Fronteras, Modelos de Desarrollo e Identidades Culturales. Coordinador: Juan Luis Sariego Rodríguez ISBN: 978-968-03-0339-7 Diseño editorial de portada e interiores: Cynthia Idaly Piñón Arras Francisco Mendiola Galván _____________________________________________________________________

Primera edición: 2008 D.R. © Instituto Nacional de Antropología e Historia Córdoba 45, col. Roma, C.P. 06700, México, D.F. ISBN: 978-968-03-0339-7

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

Impreso y hecho en México.

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A mis queridos Paqui (†) y Estela

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Agradecimientos Este libro fue primeramente una tesis de maestría en antropología social que defendí el 1º de septiembre de 2006 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia-Unidad Chihuahua (ENAH-Chihuahua). La versión transformada de esa tesis fue posible publicarla gracias al financiamiento otorgado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Esta investigación fue dirigida por el Dr. Luis Vázquez León, profesor-investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-Occidente); con el doctor Vázquez estoy infinitamente agradecido por su amistad e inteligente asesoría. Al Dr. Juan Luis Sariego Rodríguez, que en ese entonces fungía como coordinador de ese posgrado, le reitero mi admiración y gratitud por sus orientaciones académicas y por haber abierto los canales institucionales que permitieron contar con los apoyos para el desarrollo de la investigación y la publicación misma de este trabajo. A la Dra. Virginia García Acosta, directora general del CIESAS, le doy también las gracias por su interés y apoyo institucional.

Con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), organismo al que pertenezco, estoy muy agradecido por la beca de estudio que se me asignó por conducto de la Subcomisión de Capacitación y Becas; de igual manera, va mi reconocimiento a la directora del Centro INAH-Chihuahua, antropóloga Elsa Rodríguez García, sobre todo por concederme algunos tiempos extras con los que pude poner punto final a esta investigación.

A Victoria Yánez Castro (Vicky), amante infinita de mi vida, le agradezco su cariño y comprensión de todos estos años de preparación y desarrollo profesional. Con mis hijos, Zamah, Francisco y Regina, estoy en deuda al haberles quitado, una vez más, valiosos tiempos de convivencia y atención, aunque ustedes, hijos míos, saben muy bien que su padre no sólo es un obsesivo-compulsivo de la investigación, sino también, un apasionado de la misma…

Francisco Mendiola Galván

Ciudad de Chihuahua, 4 de junio de 2008

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Í N D I C E

INTRODUCCIÓN ………………………………………. 19 I. ELEMENTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA Y DE LA HISTORIA SOCIAL. LAS HISTORIAS DE LA ARQUEOLOGÍA

35

Historia de la ciencia, historia social 38 El equilibrio (continuismo, acumulación, discontinuismo) ….... 41 Los enfoques internalista y externalista ......…………………… 44 La historia social .................................................................................. 48 Presentismo vs. Historicismo ............................................................ 51 Motivos románticos ............................................................................ 55 El Modelo Casas Grandes-Paquimé. Elementos teóricos ..…...... 57 Orientalismo ..……………………………………………….... 61 El Modelo Ario de civilización ......................................................... 63 La relación del Modelo Ario de civilización y del Orientalismo con el Modelo Casas Grandes-Paquimé. Explicación ...........................................................................................

65 Las historias de la arqueología

70

Historias de la arqueología mundial ................................................. 73 Una historia de la arqueología del continente mericano………... 80 Dos historias de la arqueología norteamericana ............................. 82 Historias de la arqueología mexicana ............................................... 87 A.-Historias de la arqueología nacional (énfasis en las menciones de la arqueología en el norte mexicano) ......................

91

B.-Una historia de la arqueología del norte de México ……....... 99 C.-Pequeñas historias de la arqueología del norte de México …. 101 D.-Una historia diferente para la arqueología de Sonora (breve comparación con la arqueología de Chihuahua) ..………

101

E.-Las breves historias de la arqueología en Chihuahua ………. 104

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II. LA INFORMACIÓN HISTÓRICA PRECEDENTE. LOS ORÍGENES Y EL COMIENZO DE LA ARQUEOLOGÍA EN CHIHUAHUA

115

Consideraciones generales en la búsqueda de significados: información histórica precedente, orígenes, antecedentes y comienzo

117 La información histórica precedente ………………………...... 117 Orígenes, antecedentes y comienzo ………………………........ 120 La información etnohistórica e histórica y el uso que la arqueología hace de ella …………………………………..........

123

Las fuentes escritas ………………………………………….... 126 Los orígenes de la arqueología en Chihuahua

128

Siglo XVI ………………………………....................................... 128 Siglo XVII …………………………………………................... 136 Siglo XVIII ………………………………………...................... 142 Los últimos años del siglo XVIII …………………………...… 154 Siglo XIX ………………………………………………........... 164 Primera mitad del siglo XIX ............................................................. 166 Segunda mitad del siglo XIX ………………………………… 179 El comienzo de la arqueología en Chihuahua

194

III. EL ORIGEN ENCAPSULADO DEL MODELO CASAS GRANDES-PAQUIMÉ

219

La casi eterna presencia norteamericana en la investigación arqueológica de Chihuahua (1906-1974)

222

Los primeros años del siglo XX (1906-1916) …………….......... 224 Datos que se acumulan. Propuestas e intereses en áreas culturales. Aspectos internos, externos y contactos, conexiones e intercambios (1916-1960) …………………………………...

233 Soportes para la discusión sobre contactos, intercambios y conexiones culturales: Southwest-Mesoamérica ….......................

262

El impasse que prepara la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé (1960-1974) …………………………………………

267

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IV. CASAS GRANDES-PAQUIMÉ, EL MODELO QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE

273

Análisis de los contextos generales de la obra de Charles Corradino Di Peso y de los elementos que la conforman

277 Contexto general. Internalismo …………………….................... 277 Contexto general. Externalismo ……………………................... 282 Los elementos principales de la obra de Charles C. Di Peso: Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca (1974) ………………………………………….…

285 Elementos principales de la obra …………………….…..…… 286 Análisis general de los elementos e interpretación ……………. 287 Eclosión, desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé. Las tradiciones arqueológicas o líneas de pensamiento en Chihuahua. Argumentación para la explicación y definición de dicho modelo

292 Eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé …………............ 293 Desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé 299 Las tradiciones arqueológicas como líneas del pensamiento arqueológico condicionadas por el Modelo Casas Grandes-Paquimé ………………………………………………………

306 Argumento, explicación y definición del Modelo Casas Grandes-Paquimé ………………………………………...........

308

La otra arqueología ……………………………………..........

310

CONCLUSIONES ……………………………………….… 313 BIBLIOGRAFÍA ……………………………………………

321

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C U A D R O S CUADRO 1.- Actores de la arqueología del suroeste de los

Estados Unidos …………………………….

84 CUADRO 2.- Esquemas de periodificación de la

arqueología norteamericana ………………...

85 CUADRO 3.- Cronología de Casas Grandes ……………… 287 CUADRO 4.- Cronología de Paquimé. Periodo Medio

redefinido …………………………………..

295

F I G U R A S

FIGURA 1.- Mapa de las áreas culturales del norte de México y suroeste de los EU ……………….

33

FIGURA 2.- Desarrollo de las investigaciones arqueológicas en Chihuahua ………………..

111

FIGURA 3.- Ruinas de Casas Grandes (3 dibujos en John Rusell Bartlett, 1854) ……………………….

135

FIGURA 4.- Dibujo de una vasija de Casas Grandes (Robert Hardy, 1829) ………………………

168

FIGURA 5.- Adolph Francis Alphonse Bandelier (Foto: Charles F. Lummis, 1914) ………………….

195

FIGURA 6.- Ruta de Bandelier …………………………. 196 FIGURA 7.- Foto de Carl Lumholtz ……………………. 208 FIGURA 8.- Foto de Casas Grandes tomada por Carl

Lumholtz …………………………………..

209 FIGURA 9.- Cerámica polícroma del Periodo Medio de la

Cultura Casas Grandes ……………………..

216 FIGURA 10.- Cerámica polícroma del Periodo Medio de

Casas Grandes ……………………………...

217 FIGURA 11.- Mapa de las áreas culturales Southwest (Alfred

Vincent Kidder, 1924) ……………………...

228 FIGURA 12.- Mapa de Norteamérica …………………….. 242 FIGURA 13.- Foto de E. B. Sayles en 1933 ………………. 249 FIGURA 14.- Foto de E. B. Sayles en trabajo de campo en

1933 ………………………………………..

250

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FIGURA 15.- Casas Grandes, foto de E. B. Sayles, 1933 …. 250 FIGURA 16.- Foto de la Cueva del Río Garabato (Sayles,

1933) ……………………………………….

251 FIGURA 17.- Petrograbado de Angostura (Sayles, 1933) …. 251 FIGURA 18.- Charles Renfroe con dos rarámuri (Sayles,

1933) ……………………………………….

252 FIGURA 19.- Vista general de Casas Grandes – Paquimé… 270 FIGURA 20.- Sistema constructivo de tierra (adobe) ……... 271 FIGURA 21.- Cuartos de muros escalonados. Casas

Grandes – Paquimé ………………………... 272

FIGURA 22.- Foto de Charles Di Peso e Ignacio Bernal en Casas Grandes-Paquimé ……………………

278

FIGURA 23.- Mapa de la cultura Casas Grandes como parte del Modelo …………………………...

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Hace falta -y vale la pena- que los arqueólogos se esfuercen por establecer una relación firme entre las cosas arqueoló- gicas y el espectador, de manera que detrás de ellas se per- ciba la historia como proceso universal. Si no somos capa- ces de establecer relaciones de este tipo, a las que quiero llamar objetivas, abandonaremos para siempre a los que

quisieran consumir nuestros conocimientos. Nos quedare- mos en los tecnicismos descriptivos en los cuales hemos caí- do y continuaremos usando un lenguaje esotérico de apa— riencia científica, sin un contenido real y universal para aquellos que comparten con nosotros la vivencia de la época, de la

sociedad en una determinada fase de su desarrollo. Lo vacío de tal práctica “científica” se hace patente en la medida en que el lenguaje esotérico (de especialistas) adquiere una dinámica pro-

pia que lleva a la formación de grupos cada vez más pequeños que hablan idiomas irreconciliables e irreconocibles para todos los de—

más, manejando cada cual conocimientos ficticios (como si fuera, pero no es así) que justifican las pretensiones elitistas como procedimiento

científico.

Juergen K. Brueggemann, 1982

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INTRODUCCIÓN

…todo hermeneuta sabe a la perfección que la comprensión del otro -sea un texto, una cultura, un grupo o una historia-

conlleva la simultaneidad del fenómeno de la comprensión de uno mismo

Luis Vázquez León, 2003

El propósito de este trabajo es presentar una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, el cual concibo como el conjunto de ideas, conocimientos, corrientes e interpretaciones que han fluido y siguen fluyendo en torno al pasado social. La arqueología reconstruye a las sociedades pretéritas básicamente por medio del estudio de sus remantes arqueológicos, esos que, como cultura material, forman parte del amplio universo de objetos que la humanidad ha empleado para hacerle frente al mundo físico, facilitando la relación social, la imaginación y la creación de símbolos dotados de significado (Herskovitz citado por Ballart, 1997: 24). Por ser compatible con la finalidad de este libro, apelo en principio, a la consideración de que la arqueología de la arqueología es una “…excavación en los estratos más profundos de las ideas, un esfuerzo por desenterrar (o sea, por entender) teorías situadas en épocas sumergidas en el humus de la historia” (Labastida, 2003: ix).

Ante esa idea, he realizado una excavación en la que se observan los distintos estratos del pensamiento, distinguibles entre sí no sólo por su color y composición, sino también, por la textura de cada uno de ellos, los cuales, en su conjunto, he concebido como texturas del pasado, textos que en sí proyectan lo rugoso o lo suave, la diferencia y la similitud en el tiempo; texturas que empujan significados ante el accionar hermenéutico, que se obtienen al excavar el contenido de los diferentes textos que sobre la materialidad cultural de lo antiguo se han escrito: arqueología de la arqueología, esa que muestra lo áspero y lo terso de los duros y finos estratos que se cruzan con lo real y con lo aparente; acomodo de diversos elementos en diferentes momentos que el tiempo

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expone desinhibidamente, sin conocer en principio la profunda y/o diversa intencionalidad de sus autores, actitud deliberada que es propia de las acciones humanas y cuyos reales significados se aglutinan en el presente en tanto que el pasado les ha dado forma. Es así entonces una historia larga y compleja, no por ello plana y desapasionada. Es la historia de la arqueología en Chihuahua y de su Modelo (paradigmático) Casas Grandes-Paquimé que se origina, nace y reproduce casi eternamente en el espacio chihuahuense. De eso trata en gran medida esta historia, y que para su construcción he considerado, en un sentido general, a la hermenéutica, entendida ésta como “...el estudio de la forma de otorgar significado a los productos culturales, o sobre la manera de interpretar las acciones humanas y los resultados (por ejemplo, los textos escritos, las actividades, el arte o la producción de objetos)” (Jonhson, 2000: 236). Dicha interpretación, por lo tanto, busca comprender los textos y ubicarlos en sus contextos respectivos, de tal manera que el objeto y objetivo de la hermenéutica es el texto. En el acto hermenéutico intervienen elementos tales como el texto, el autor y el lector. En esa relación es importante la mediación para evitar los extremos de la intención del intérprete y de la intención del autor y de la misma “intención del texto” ubicada en el entrecruce de las dos intencionalidades anteriores (Beuchot, 2002: 11-12 y 17).1 Cuando los arqueólogos hacen interpretación de los objetos les asignan un significado, el cual se supone es el mismo que las sociedades del pasado les otorgaron al producirlos y usarlos. Esto, ligado directamente a la necesidad de indagar en los pensamientos y valores del pasado y partiendo de que los textos pueden decir cosas diferentes a gente que es distinta y que lee los textos de forma diferente, con sus significados que se ubican en el presente político y cuya interpretación

1 En el proceso interpretativo, o mejor, durante el desarrollo del proceso interpretativo, surgen preguntas interpretativas y por lo tanto respuestas interpretativas: “¿Qué significa este texto?,¿qué quiere decir?, ¿a quién está dirigido?, ¿qué me dice a mí?, o ¿qué dice ahora”, así todo texto es susceptible de interpretación por su significación viva, aunque no de manera inmediata y clara; es entonces donde la hermenéutica actúa como instrumento universal, utilizándose como apertura, pero acotada a través de ciertos límites en términos de un contexto determinado con particularidades culturales, por lo tanto, interpretar se definiría como reintegrar un texto a su contexto vivo (Beuchot, op. cit.: 19 y 36) y presente.

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del pasado siempre es política, hace referencia, desde la óptica de los postprocesualistas, a que la neutralidad científica es un mito porque sus afirmaciones o presunciones se hacen desde el presente con una mezcla inevitable de juicios morales y políticos (Johnson, 2000: 136-137, 139 y 141).

Esa necesidad de indagar en los pensamientos y valores del pasado es, de hecho, lo que se busca constantemente, puesto que como lo afirma Matthew Jonhson (op. cit.: 137) a través de R.G. Collingwood (1946), en la práctica los historiadores comúnmente están tratando siempre de imaginar lo que los antepasados pensaban. Y esto, extrapolado a la hermenéutica de los textos que la arqueología ha producido, es lo que aquí se busca precisamente en términos de dar con la esencia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, el cual se aborda puntualmente en los capítulos de este libro, es decir, ese pensamiento que ha prevalecido por su importancia, que ha propuesto y que innegablemente ha estado inmerso en diversos contextos sociales y políticos a lo largo del tiempo.

Pero más allá de ser ésta una historia ilustrativa, aleccionadora o interesante de la arqueología en Chihuahua, es una historia crítica que profundiza en un pensamiento que se ha ignorado a lo largo de su desarrollo histórico. Fue a partir de una pregunta que se definió de manera inicial el problema de investigación: ¿Cómo se ha realizado la investigación arqueológica, cuáles son fuentes y qué es de ella en el presente?; en otras palabras, el estudio se planteó la necesidad de repensar y reflexionar histórica y críticamente lo que ha sido y es ahora esta disciplina en su contexto social y desde la visión de la arqueología mexicana, la que, como quehacer académico, se ha comprendido y construido en el ámbito de la del norte de México, específicamente en el estado de Chihuahua. Con esto también pude edificar una historia desde mi vivencia profesional en el lugar de los hechos y no desde la visión externa que se impone, evitando con ello las miradas etnocéntricas que pudieran comprender la arqueología chihuahuense a partir de la mesoamericana o incluso desde la que se gesta desde el neocolonialismo del suroeste de los Estados Unidos.

Este trabajo permitirá al lector conocer la dimensión histórico-social de la arqueología en esta entidad, disciplina que a lo lejos se mostraba en apariencia sin grandes complicaciones no obstante de sus

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más de cien años. Fue a partir de estudiosos-exploradores como fueron Adolph F. Bandelier (suizo-norteamericano) y Carl Lumholtz (noruego) que la investigación arqueológica comenzó su desarrollo en las postrimerías del siglo XIX; después, para la primera mitad del siglo XX, se realizaron trabajos por parte de arqueólogos norteamericanos como Edgar L. Hewett, Edwin B. Sayles, Donald Brand, Robert M. Zingg, Robert H. Lister, Charles J. Kelley y Charles Di Peso entre otros también muy importantes y que en su conjunto conformaron toda una época; ya para la segunda mitad de ese mismo siglo, comenzaron a darse las aportaciones de arqueólogos mexicanos como son Eduardo Contreras, Arturo Guevara, Eduardo Gamboa, Rafael Cruz, Enrique Chacón y Francisco Mendiola, sin que hayan dejado de participar investigadores extranjeros entre los que destacan Jane Kelley, Roy Bernard Brown, Paul Minnis y Michael Whalen entre otros.

De igual manera es necesario agregar que esta historia no es del todo una narración, o sea, no es una historia continuista o enumerativa, por lo menos pretendió no serlo al buscar romper la dinámica lineal del discurso histórico tradicional de los distintos momentos por los que ha pasado la arqueología en Chihuahua. Ese cambio de dinámica se logró al integrar información y reflexiones sobre sus diferentes contextos históricos-sociales, políticos y económicos, nacionales e internacionales, y que han condicionado el desarrollo de esta disciplina y ésta, a su vez, a una parte de esos mismos contextos. Esto significa que no exclusivamente es una historia puntual de la arqueología, es decir, de sus procesos, teorías y datos que se han presentado a lo largo de su desarrollo (internalismo), sino que es una historia social en la que la arqueología del espacio chihuahuense se explica antropológica e históricamente (internalismo externalista y bajo un presentismo controlado). Así también, es una historia que reflexiona al interior de la disciplina sobre “el imán que es para la investigación el sitio de Paquimé”, como así lo considera Rafael Cruz (1992), o la “estrella del norte” como lo califica por Bernard Brown (1994: 28).

Durante el proceso de investigación y redacción de esta investigación, comencé a ver una arqueología diferente para Chihuahua. Por un lado, observé una abundante información y, por el otro, una diversidad de suyo relevante por ese conjunto de ideas e interpretaciones que han conformado en lo general su pensamiento. Abundancia,

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diversidad y relevancia se mezclan bajo las miradas retrospectivas de la historia de la ciencia, para dar paso a una nueva y fortalecida arqueología en Chihuahua, lo que en suma, es el reconocimiento absoluto de la importancia del lugar que ocupa esta actividad científica ya más que centenaria, orgullo para la ciencia que se practica en esta entidad federativa. Una historia que, por sus riquezas y contrastes, se hace necesario integrar a la antropología nacional y regional. Una historia única en el escenario de la arqueología mexicana.

Chihuahua, como estado ubicado en la región norte de México (centro-noroeste), colinda con los de Coahuila, Durango, Sinaloa, Sonora; en la frontera internacional, Chihuahua está delimitada por los de Texas y Nuevo México. Su extensión es 247 087 kilómetros cuadrados, lo que representan el 12.6% del territorio nacional, cifra que posiciona a Chihuahua como el espacio estatal más grande de la República Mexicana. Sus regiones naturales son la Sierra Madre Occidental y el desierto, y entre ellas, se encuentra la de los valles centrales (INEGI, 1990).

Decir que Chihuahua se ubica fuera de Mesoamérica -que es el área de las grandes culturas precolombinas- es hacer alusión, de manera premeditada y maliciosa de que “a pesar de ella” se presentan evidencias materiales en el espacio chihuahuense que son prueba de un importante desarrollo sociocultural que tuvo lugar antes de la llegada de los conquistadores españoles; de cualquier manera, es innegable que sigue privando, en lo general, la ignorancia o el desconocimiento y la poca comprensión de su arqueología, condición generada por esa larga ausencia histórica, de más de 70 años, de la investigación arqueológica oficial mexicana en el espacio norteño mexicano.2 No obstante, durante

2 Por arqueología oficial entiéndase la que practica en el territorio nacional el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) (Gándara, 1992: 19), institución que incluso regula y autoriza la investigación de instituciones nacionales y extranjeras a través de su Consejo de Arqueología. Dado su carácter centralista, esta arqueología se rige bajo parámetros mesoamericanos, lo que no termina de empatar del todo con la arqueología del norte de nuestro país. En Chihuahua, esta arqueología comenzó a desarrollarse de manera oficial a través de su Centro INAH el año de 1985. Es sólo a partir de ese momento que se cuenta ya con la presencia continua de arqueólogos de planta quienes realizan trabajos de investigación, conservación, difusión y de atención a denuncias arqueológicas en todo este estado.

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ese lapso de tiempo, se dieron eventos muy importantes para la historia de la ciencia en Chihuahua a través de la intervención de arqueólogos extranjeros provenientes de Europa y de los Estados Unidos de América. Son los casos ya citados de los exploradores Adolph F. Bandelier (1974a y 1974b [1890]) y Carl Lumholtz (1894, 1981[1904]). Ambos brindaron información de primera mano para la antropología y la arqueología de la Sierra Madre Occidental. Más adelante, la historia de la arqueología registra un momento emblemático y parteaguas de la investigación arqueológica y que se halla representado por los trabajos de excavación de Paquimé y por el reconocimiento de su área cultural Casas Grandes en la parte noroeste de Chihuahua; estos fueron desarrollados entre los años de 1958 y 1961 bajo la dirección del arqueólogo estadounidense (de ascendencia italiana) Charles Corradino Di Peso. Trece años después los resultados de su trabajo vieron la luz pública.3

El imaginario colectivo construye (e imagina) el espacio de Chihuahua bajo estereotipos comunes que llegan a convertirse en ese lenguaje que refleja, a través de su discurso, conocimientos espontáneos y desgastados clichés de asociación automática: Chihuahua=bárbaros; Chihuahua=incivilizados; Chihuahua=nómadas; Chihuahua=indios chichimecas; Chihuahua=apaches; Chihuahua=carne asada; Chihuahua=tarahumaras; Chihuahua=Sierra; Chihuahua=desierto; Chihuahua=Tren Chihuahua-Pacífico (Chepe); Chihuahua=desierto; Chihuahua=Casas Grandes; Chihuahua=Paquimé; Chihuahua=Pancho Villa; Chihuahua=latifundios terracistas; Chihuahua=manzanas; Chihuahua=menonitas; Chihuahua=frontera; Chihuahua=narcotráfico; Chihuahua=sicarios; Chihuahua=Pancho Barrio; Chihuahua=maquilas; Chihuahua=muertas de Juárez; etcétera y etcétera, y se podrá pensar: “!Ah Chihuahua¡” ¿todo eso?. No sólo es eso, Chihuahua es algo mucho más complejo al vérsele precisamente atravesada por una historia profunda y determinante en la que la arqueología ha tenido significativas aportaciones.

3 En ocho grandes volúmenes se dan a conocer temáticas diversas tales como las fuentes históricas, arquitectura, cronología, cerámica, lítica y enterramientos humanos entre otras (Di Peso, 1974 y Di Peso, Rinaldo y Fenner, 1974). En este trabajo de exploración participó el arqueólogo mexicano Eduardo Contreras del INAH.

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No obstante, la investigación arqueológica en Chihuahua, primero, ha sido llevada a lugares comunes: 1.-la arqueología del desierto (casi es decir “arqueología de la nada”) y 2.-la arqueología de Paquimé (arqueología monumental al estilo mesoamericano) y hasta aquí llegamos, no hay más para el imaginario colectivo (en el que incluimos también a la mayoría de los arqueólogos mesoamericanos), de tal manera que el tema seleccionado como objeto de estudio resulta, a la luz de los estereotipos reinantes, intrascendente, sobre todo para ciertos sectores que no la consideran prioritaria, aunque no por ello deja de ser atractiva y fascinante para la mayoría de los profanos ante ese halo romántico y aventurero con el que la arqueología ha sido equipada al asociarse con los ámbitos de lo antiguo, el misterio, la aventura y la emoción por lo desconocido.4

Segundo, este mundo de la arqueología en Chihuahua, desde la óptica de su historia apuntalada socialmente, posee cargas simbólicas que son, en gran parte, la razón de su ser social, cargas que en su mayoría están dirigidas hacia la identidad en un franco sentido ideologizante bajo la forma de historia y de cultura regionales que a través del discurso se ha proyectado en distintos niveles, y es el caso de varios de los gobernadores del estado de los últimos sexenios, de los funcionarios de educación y cultura, de los programas gubernamentales de carácter educativo-cultural, a través de textos de educación básica o primaria y de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), los que en suma buscan, de una manera romántica y esquemática, arraigar un regionalismo “light” en niños y jóvenes y en general en toda la población para así convencer de que “nuestras raíces” nos dan razón de ser como pueblo. No hay otra expresión más directa de esas raíces que los indígenas de Chihuahua, a quienes por cierto, en ese discurso oficializado, se les olvida, incluso se les discrimina, no obstante de ser ellos la expresión viva de esas raíces culturales. Es innegable que la 4 Esta visión romántica de la arqueología que persiste hasta nuestros días surgió con una manera de hacer su historia a principios del siglo XX: “la literatura de divulgación. En la mayoría de los casos se trata de libros bien ilustrados que enfatizan los arquetipos románticos del arqueólogo y de la arqueología, fomentados más tarde por el cine y por la televisión: el arqueólogo como un aventurero a la búsqueda de tesoros escondidos, la historia de la arqueología como una sucesión de grandes descubrimientos” (Moro, 2007: 20).

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mayoría de las veces estas acciones y productos, que buscan sustentar la “identidad estatal”, se han convertido en apologías a la cultura de Casas Grandes y a su sitio rector que es Paquimé.5 Otras posiciones son mucho más pragmáticas y directas, lo que se traduce en el uso social y económico de los espacios arqueológicos, entendidos éstos, desde esa posición, como entidades turísticas y educativamente explotables, es el caso de Paquimé y de Las Cuarenta Casas en la sierra. En ese rubro, cabe también la revalorización y el uso de ese pasado indígena que se ve materializado en la actual cerámica de Mata Ortiz por sus diseños y que son una apología a la cultura Casas Grandes-Paquimé: los alfareros modernos de esta población han sabido reelaborar, reinterpretar y recrear con perfección y maestría el sentido simbólico y artístico de la cerámica del periodo Medio (1150-1300 d. C.) de Casas Grandes en la que se han inspirado para la creación de diseños muy originales de formas cerámicas decoradas, principalmente ollas pintadas con policromías y que en su conjunto permiten constatar la alta sensibilidad artístico-estética de estos alfareros, acorde, por cierto, a los altos precios que sus trabajos alcanzan en dólares en el mercado nacional e internacional. Sin embargo, es necesario reconocer que en gran medida todo esto no podría llevarse a cabo sin el desarrollo y las aportaciones que ha hecho la arqueología en Chihuahua, por lo que es importante subrayar que su historia proporciona en gran parte los elementos para una amplia comprensión de estos fenómenos sociales y económicos contemporáneos.

5 Recientemente el actual gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza Terrazas, afirmó que: “Chihuahua es tierra de historia. Su historia es tan basta como la diversidad geográfica de su territorio. El nombre de Chihuahua se relaciona con todas las etapas trascendentales de la historia nacional. Desde los tiempos de Paquimé, la Ciudad Roja de adobe, cerámica y acequias; ya durante el Virreinato, con una sociedad mestiza emergente que dejó huella en misiones, reales y presidios, donde todavía podemos palpar parte de la herencia de su patrimonio material e inmaterial” (2006: 7); incluso hay quienes, con un dejo de reproche, insisten en que: “Los chihuahuenses han olvidado el aprendizaje que les dejó su propia historia, como lo apreciamos ampliamente en la ciudad de Paquimé: adaptarse al medio ambiente y protegerse de acuerdo con lo que el entorno ha brindado, como son los materiales de construcción de la región, la utilización del adobe, la madera, los techos altos […] de esa magnífica ciudad de tierra” (Staines Orozco, 2007: 177).

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Pero volviendo a los orígenes y desarrollo de la arqueología en Chihuahua, se puede decir que estos se relacionan las corrientes teóricas como las del evolucionismo, esquematizado por los diferentes estadios de salvajismo, barbarie y civilización (Morgan, 1980 [1877]; cfr. Bandelier -diversas obras-), el culturalismo (relativismo cultural, particularismo histórico y romanticismo germánico de Franz Boas, 1966 [1930]; cfr. Mechtild Rutsch, 1984; cfr. Jáuregui, 1996) y el difusionismo (Kroeber, 1928; Kirchhoff, 1960 [1943]; cfr. Di Peso, 1974), esta última expresándose a través de las áreas culturales: Southwest y Greater Southwest, Mesoamérica, Oasisamérica, Aridoamérica, Gran Chichimeca, norte de México y suroeste de los Estados Unidos, las cuales se cruzan, traslapan e incrustan en el norte mexicano. En suma, la tendencia que prevalece hasta nuestros días es la de una arqueología positivista que se enfrenta al difusionismo mesoamericano, tal es el caso de la más reciente línea de pensamiento conocida como el Sistema Regional Casas Grandes de Paul Minnis y Michael Whalen (1989, 1990, 1999 y 2001) y que ha revolucionado en los últimos tiempos las explicaciones sobre Casas Grandes.

El reconocimiento general es que Paquimé es el emblema de la investigación arqueológica en Chihuahua, es el eje sobre el que gira el mundo de la arqueología, es el punto central también sobre el que orbita en gran medida esta historia de la disciplina. Y no es únicamente la consideración de esa referencia esencial de articulación a partir de que comienza a desarrollarse esta ciencia a finales del siglo XIX, sino también es la de que Casas Grandes se hace presente en el discurso histórico de la conquista y la evangelización a partir de la primera mitad del siglo XVI y en los siguientes siglos, con sus distintas y diversas fuentes históricas de los conquistadores, cronistas, militares, evangelizadores e historiadores. Pero a ese gran lapso de tiempo existente entre los siglos XVI al XIX, lo he entendido como los orígenes de la arqueología en Chihuahua, es decir, el germen de la misma, no su principio.

Al percatarme de la necesidad de realizar una historia del pensamiento de una disciplina más que centenaria y en la que a su vez el tema de Casas Grandes se asume como algo que constantemente aparecía no sólo en los textos histórico-arqueológicos, sino también en el discurso oral de arqueólogos, historiadores y aficionados, las preguntas fueron aflorando y permitieron conformar finalmente el problema de

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investigación que se resume en esa necesidad de conocer la relación entre la historia de la disciplina y Casas Grandes: ¿cómo se ha construido la historia de la arqueología en Chihuahua?; ¿por qué el fenómeno de Casas Grandes-Paquimé se ha mantenido hasta nuestros días como lo más importante de la arqueología de este estado?; ¿qué relación tiene Mesoamérica con este fenómeno? ¿qué papel juega el suroeste de los Estados Unidos o el propio Southwest en la construcción arqueológica Casas Grandes-Paquimé?; ¿por qué siempre Paquimé y su área cultural Casas Grandes han sido uno de los más importantes polos de atracción para la investigación arqueológica del norte de México?, ¿existen posiciones al interior de la investigación contrarias a dicha relación Casas Grandes-Paquimé ?; ¿cómo Casas Grandes-Paquimé ha impactado a la sociedad en distintos tiempos y cómo ésta lo ha moldeado?; ¿De qué manera la información arqueológica, comprendida como el resultado de la investigación, se acerca y se aleja de este sitio y de su área cultural?; y finalmente, ¿cómo es la realidad arqueológica en Chihuahua y cómo se ha sabido de ella?.6

La presencia de Casas Grandes o Paquimé al interior de los orígenes, comienzo y desarrollo de la arqueología en Chihuahua, obligó a reflexionar, en el sentido epistemológico, acerca de este sitio y su área cultural. Por razones teórico-metodológicas y en congruencia con la necesidad de construir una historia de la arqueología en Chihuahua que explicara la relación expuesta en el problema de investigación, se eligió la noción de modelo, el cual se aplicó de manera analítico-crítica en 6 Esta última pregunta se proyecta ontológica y epistemológicamente, es decir, se relaciona con los cuestionamientos de cómo es el mundo de la arqueología (ontología) y cómo sabemos de él (epistemología). Son pocos los arqueólogos que reflexionan sobre el cómo se sabe de la realidad arqueológica; en cambio, la mayoría deriva de sus datos las interpretaciones para precisamente conocer cómo es esa realidad (ontología) y hacer con ello la historia cultural. En el caso de la arqueología de Chihuahua, se hace necesario relacionar la pregunta de carácter epistemológico con líneas concretas de pensamiento que se hallan sobre bases teóricas explicativas, las cuales subyacen históricamente a lo largo del desarrollo de esta disciplina: evolucionismo, culturalismo, difusionismo y desarrollo político-social bajo sistemas sociales de igual rango (Peer Polity) en lo que es el marco del Sistema Regional Casas Grandes (cfr. Minnis y Whalen, 1989, 1990 y Whalen y Minnis, 2001; véase capítulo IV), los cuales buscan neutralizar el difusionismo lineal del mesoamericanismo que se recrea en el norte de México (ejemplo: Mesoamérica en Paquimé a partir de Charles Di Peso, 1974).

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diferentes momentos de la presente historia. Esta noción se formuló en los términos del Modelo Casas Grandes-Paquimé, y que en principio se propuso como hipótesis de trabajo: la historia de la investigación arqueológica en Chihuahua está determinada y/o condicionada por el Modelo Casas Grandes-Paquimé.

Dicho modelo experimenta y pasa, fuera todo reduccionismo biologicista, por procesos y momentos que se componen de un origen encapsulado, una eclosión, un desarrollo y una reproducción, los cuales son descritos, analizados y explicados en relación con la información arqueológica existente. No se requirió nada más que de un acucioso trabajo de análisis para explicar que este fenómeno ha condicionado y dirigido la investigación arqueológica del estado, así como también, influido en la del noroeste mexicano, pero sobre todo, fue buscar respuestas al cuestionamiento general de cómo la historia de la arqueología en Chihuahua se construye alrededor de este fenómeno, el cual, históricamente concebido como modelo, no ha sido explicado por parte de la investigación contemporánea desde la perspectiva histórica. Tal cuestionamiento implicó sumergirse en las profundidades históricas vinculadas directa e indirectamente con la arqueología y sus actividades de investigación en este espacio; esas respuestas apuntaron, en su conjunto, hacia una realidad que aparentemente no ha cambiado y en la que el referente ha sido siempre el mismo: Casas Grandes-Paquimé, aún cuando físicamente lejos se esté de él: la arqueología de la Sierra o la cercana a la costa (Sonora, Sinaloa) o en las fronteras con el desierto y más allá. La atracción de este fenómeno es tan poderosa que siempre se ha buscado encontrar las evidencias que delaten su presencia, por eso es tan común decir: “la cultura Casas Grandes ‘está en’ la Sierra, en los valles centrales o en los límites con los territorios de los nómadas, cazadores-recolectores”, así también en el suroeste de los Estados Unidos y en Mesoamérica misma, y si no “está en” entonces “es de” o no “es de” Casas-Grandes-Paquimé; es decir, en el discurso arqueológico dicho fenómeno es constantemente objeto de menciones y referencias en tanto que éstas existen abundantemente: las correlaciones son recurrentes: antes, durante y después de Casas Grandes-Paquimé, cruzadas éstas con las asignaciones culturales, cronológicas e interpretativas aunque no pertenezcan directamente a dicho fenómeno en relación con un modelo que se explica en el contexto de la historia de la arqueología.

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En suma, los estudios histórico-arqueológicos están impregnados de Casas Grandes-Paquimé, por eso es que el fondo simbólico de los condicionamientos, correlatos y demás visiones, es el de la monumentalidad mesoamericana, incluso la no-monumentalidad o ausencia de la misma, y esto es porque Casas Grandes-Paquimé es el fenómeno arqueológico más importante, asociado per se con el síntoma del “mayor” desarrollo cultural de lo que se piensa es el enclave de “civilización” más acabado en el norte de México y suroeste de los Estados Unidos. Y si nos ponemos difusionistas, Casas Grandes-Paquimé es la concreción de Mesoamérica en el norte, burdo amasiato que se genera y regenera de manera constante.

La relación entre este modelo y los orígenes, el comienzo y el desarrollo de la arqueología en Chihuahua, conforman en su conjunto lo que aquí concibo como la historia del pensamiento arqueológico en ese su espacio. Pero este pensamiento no sólo está compuesto por estos procesos dados en el tiempo, sino también, por las distintas discusiones y reflexiones sobre las áreas culturales que arriba se mencionan, la cuales, teórica y prácticamente, se han ligado histórica y culturalmente, política y económicamente, a las propuestas de percepción y visión histórica amplia como son las del Orientalismo (Said, 2002), del Modelo Ario de civilización (Bernal, 2003) y del Mesoamericano por medio de su núcleo duro (López Austin, 2001). En su conjunto, éstas permitieron contar con bases de explicación en tanto la franca ambientación etnocéntrica que caracteriza a dichos términos. Esto no es más que el pensamiento arqueológico en sus contextos académicos y sociales y que, desde la perspectiva histórica de la ciencia, hace referencia a los enfoques internalista y externalista y que teórica y prácticamente se han sustentado y aplicado en este trabajo.

Es así que la presente historia de la arqueología en Chihuahua es la expresión de una historia compleja, por ello ha sido difícil de sintetizar ante las variables históricas, antropológicas y arqueológicas que la cruzan, así también por su abundante información. Por tal condición, busqué no sólo articularla teórica y prácticamente por medio de un capitulaje más o menos congruente con la dimensión que proporciona la metodología de la historia de la ciencia y de la historia social de la antropología, por lo tanto, se integraron a los capítulos algunas de las aportaciones teóricas, datos y resultados más importantes que en general nos ha brindado el

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quehacer arqueológico en el espacio chihuahuense. El presente libro está organizado por medio de cuatro capítulos cuyo contenido, en síntesis, es el siguiente:

El capítulo I contiene los principales elementos teórico-metodológicos propios de la historia de la ciencia y de la historia social de la antropología. Se abordan aspectos relevantes en el marco de la historia de la antropología: presentismo vs historicismo; internalismo-externalismo y los motivos románticos de esta ciencia. Se proporcionan también los elementos teóricos de explicación del Modelo Casas Grandes Paquimé. El estado de la cuestión es básicamente el análisis general de las más importantes historias de la arqueología mundial, América, México y Chihuahua; acción que tuvo como finalidad conocer cómo se hicieron y cuáles fueron sus principales elementos teórico-metodológicos, esto precisamente al interior del marco de la historia de la ciencia, elementos con los que se sentaron las bases para desarrollar históricamente una visión crítica y general de la arqueología.

El capítulo II comprende las diferencias y las implicaciones de los orígenes, así como el comienzo de la arqueología en Chihuahua. Para ilustrar esto, se integran algunos ejemplos de la información etnohistórica del siglo XVI en términos del uso e interpretación por parte de la investigación arqueológica. Posteriormente, se analizan los sentidos y significados de la información histórica, principalmente a través de las fuentes más importantes del siglo XVII que la contienen, así como de las que se generaron a fines del XVIII y a lo largo del XIX, básicamente de aquellas que la arqueología contemporánea en Chihuahua no ha tomado en cuenta para comprender sus orígenes, como son los casos de obras como las de Francisco Javier Clavijero (1780), Hardy (1829), Wislizenus (1854), Manuel Orozco y Berra (1880) y Manuel Larrainzar (1875-1878) entre otras, y que, sin embargo, como pretendo demostrar, han conformado de manera muy importante una parte del pensamiento arqueológico en Chihuahua. En este capítulo también se encuentra el análisis de los trabajos de Adolph F. Bandelier (1890) y Carl Lumholtz (1904), que fueron detonantes para el comienzo de la investigación arqueológica en este espacio.

Dentro del capítulo III se muestra el análisis de los principales trabajos arqueológicos de 1906 a 1974 realizados en Chihuahua y en el marco de las conexiones culturales México-suroeste de los Estados

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Unidos. Los principales trabajos analizados son los de Blackiston (1906), Hewett (1908), Carey (1931), Sayles (1936), Zingg (1940), Brand (1943), Lister (1953 y 1958) y Kelley (1951) entre otros, esto con la finalidad de explicar sus resultados y tendencias, los cuales, en conjunto, preparan la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé.

En el capítulo IV y último se encuentra el análisis de la obra de Charles C. Di Peso en Casas Grandes-Paquimé (1974) Di Peso, et al (1974) así como las implicaciones académico-científicas generadas por esta monumental obra. Se define el Modelo Casas Grandes-Paquimé y se aborda el proceso de su eclosión, esto en términos de las relaciones directas e indirectas que guardan los más importantes trabajos arqueológicos a partir del trabajo de Di Peso, dentro y fuera de Paquimé y su área cultural Casas Grandes. También se lleva a cabo un análisis de los trabajos que han intervenido en el desarrollo y reproducción de dicho modelo (Whalen y Minnis, 1989, 1990, 1999 y 2001 y Jane Kelley, et al, 1990, 1992, 1996 y 1999) y se citan las tradiciones arqueológicas en el marco de las líneas del pensamiento arqueológico condicionadas por dicho modelo. Finalmente, se presenta un breve análisis de la investigación arqueológica no relacionada con Casas Grandes-Paquimé y que aquí he llamado “la otra arqueología”. Debo mencionar a manera de reconocimiento, que la información bibliográfica se obtuvo en diversas bibliotecas de la ciudad de México y Chihuahua. En la ciudad de México se visitaron las siguientes: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia del INAH, Biblioteca “Juan Comas” del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y Biblioteca “Manuel Orozco y Berra” de la Coordinación Nacional de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En la ciudad de Chihuahua: la Biblioteca “Guillermo Bonfil Batalla” y el Fondo “Filiberto Gómez”, ambos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia-Unidad Chihuahua, la “Sala Chihuahua”, fondo reservado (de historia) perteneciente al Centro de Información del Estado de Chihuahua del Instituto Chihuahuense de la Cultura y por último, el Archivo Histórico de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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FIGURA 1 Las áreas culturales en el norte de México y sur – suroeste de los Estados Unidos. Dichas áreas son reflejo de la historia de la antropología, etnohistoria, etnología, lingüística y arqueología de este espacio en el que se halla Chihuahua.

S U R O E S T E

OA S I S A M É R I C A

ARIDOAMÉRICA

Fuente: Mapa modificado de Beatriz Braniff, “La Gran Chichimeca”, Arqueología exicana, 2001 c, p. 42.

M

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CAPÍTULO I ELEMENTOS TEÓRICO-METODOLÓGICOS DE LA

HISTORIA DE LA CIENCIA Y DE LA HISTORIA SOCIAL. LAS HISTORIAS DE LA ARQUEOLOGÍA

Debe dársele a nuestra arqueología, a nuestras arqueologías, una orientación

histórica, y si, como algunos creen, debemos elegir entre historia o

antropología, no hay error posible, debemos elegir la primera.

José Luis Lorenzo, 1986

La idea general que prevalece desde el inicio de la construcción de esta historia de la arqueología en Chihuahua, es su ubicación en el gran marco de la historia de la ciencia, y esto, entendido a partir de los intereses de nuestra investigación, la historia de la ciencia se concibe como un gran contenedor de la historia social, que permite abordar la historia de la disciplina en el sentido de la historia social de la ciencia; ambas perspectivas históricas, en una mezcla compatible y cohesionada, enriquecieron la historia del pensamiento arqueológico, el cual, desde los andamios que su propia edificación requirió, se observó y comprendió de una nueva manera; en otras palabras: la historia social de la arqueología adquiere un matiz diferente en tanto que se apoya en la historia de la ciencia, sesgo que nutre las bases no sólo de manera distinta y sustanciosa, necesarias para su abordaje histórico, sino también, para explicar las diversas ideas emanadas de los antecedentes y de la arqueología misma, la que a pesar de sus 117 años de existencia en Chihuahua, en el contexto general de la del norte de México, no ha sido objeto de estudios históricos completos. Expuesto de esa manera, el planteamiento aparenta un simplismo retórico de suyo intrascendente, el cual, de no haberse abordado sobre la base conformada por determinados elementos teórico-metodológicos, se hubiera incrustado muy lejos la posibilidad de resolver las problemáticas

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que la historia de la arqueología implica, esto claro, ubicada fuera del marco tradicional de su tratamiento, ese que se observa en la gran mayoría de los trabajos escritos y publicados que elaboran sus “antecedentes” o “inicios” sin obtener más que un lineal y llano desarrollo expositivo, innegablemente continuado, descriptivo y descontextualizado de lo social y por ello también apartado del marco general de la historia de la antropología mexicana; de igual manera, fue necesario contar con un sustento teórico-metodológico como base sobre el que se posó el enfoque crítico y exegético del devenir histórico de la arqueología en Chihuahua a partir de la perspectiva histórica de la ciencia, y que permitió ver de otra manera la historia que se teje sobre esta disciplina.1

Sobre estas ideas generales el presente capítulo revisa y analiza, en su primera parte, los principales elementos teóricos de la historia de la ciencia, como son los enfoques internalista y externalista y las tradicionales formas de la historiografía: continuismo, acumulación y discontinuismo; la historia social, en el marco general de la historia de la antropología es otro de los elementos, sin dejar de considerar sus relaciones con el presentismo y el historicismo así como con los motivos románticos de la misma, esto a través de George W. Stocking (1968 y 1989) y Mechthild Rutsch (1984 y 1996) quienes son los autores que han trabajado con profundidad dichos aspectos. Fue imperativo, al final de esta primera parte, discutir, a propósito del Modelo Casas Grandes-Paquimé que proponemos, sobre el orientalismo de Edward Said (2002 [1997]) y el Modelo Ario de civilización que Martin Bernal desarrolla en su polémico libro Black 1 Esta idea posee en lo general su base y referentes en diversas fuentes bibliográficas utilizadas para la elaboración de la primera parte del presente capítulo, ejemplo importante de ello es la historia social de la antropología mexicana que Carlos García Mora (1987: 37 y 61-62) consideró para el desarrollo de la obra por él coordinada, la que presentó un amplio y relevante panorama histórico de esa disciplina en México. Sus consideraciones tuvieron una expresión práctica en el guión de recopilación y clasificación de los datos relacionados con la temática mencionada. Este mismo autor indica que: “El desarrollo actual de la historia de la ciencia exige hacer un examen completo, adoptando herramientas intelectuales más integrales, con las cuales poder abarcar la mayoría de los elementos que intervienen en la labor científica, tanto de las instituciones como de los individuos. Para ello, es necesario adoptar métodos más finos, con enfoques que permitan considerar simultáneamente diferentes perspectivas y la variedad de factores en juego” (1987: 62).

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Athena (2003 [1987]), esto con la finalidad de explicar teóricamente dicho modelo.

Estos aspectos en su conjunto, marcan la pauta general del desarrollo teórico de este trabajo, el que buscó no simplemente enumerar los acontecimientos de la arqueología en Chihuahua, sino también analizar, discutir y explicar, desde una aproximación “internalista externalista”, -la que tomó en cuenta el condicionamiento social (cfr. Vázquez, 1999: 208)-, las principales y más importantes ideas e interpretaciones que han conformado el pensamiento arqueológico en Chihuahua, en sus orígenes, comienzo y desarrollo (desde el siglo XVI hasta principios del siglo XXI) por medio del análisis de trabajos que lo contienen y que han contribuido, en el sentido disciplinario y social, con la arqueología en Chihuahua y esto, dicho a la manera de Bruce G. Trigger (1992: 35), permitió mantener nuestra investigación dentro de límites razonables puesto que no fueron considerados trabajos repetitivos y/o poco relevantes a la conformación del pensamiento arqueológico entre los que por cierto se encuentran una gran cantidad de informes técnicos y algunas publicaciones.

En la segunda parte de este capítulo, fueron tomados en cuenta los anteriores aspectos mencionados, esto con la finalidad de desarrollar un análisis crítico o del estado de la cuestión, en el que se incluyeron las más importantes historias de la arqueología, las cuales en diversos momentos, espacios y contextos, de lo universal y lo local, se han escrito. La finalidad fue hallar referentes y apoyos metodológicos así como el sentido lógico de la construcción de esta historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, y lograr integrar y conciliar en equilibrio los distintos enfoques, elementos teóricos y maneras de hacer la historia de esta disciplina. Por lo tanto, se buscó la congruencia entre los aspectos teóricos y la historia de la arqueología, la cual, en principio, no debería ser ajena a dichas cuestiones teóricas, por lo que no sólo fue justificable tratarlos, sino también y en la medida de lo posible, hallar los vínculos entre la historia de la arqueología, la antropología y la metodología aplicada.

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Historia de la ciencia, historia social ¿Por qué una historia de la ciencia o una historia social de la arqueología? Paradójicamente esta pregunta se desprende de otra formulada por el físico y divulgador de la ciencia José Manuel Sánchez: “¿Es preciso recordar que no hay historia de la ciencia sin ciencia, y que ésta forma hoy -desde hace mucho, de hecho- parte esencial de la vida, de las sociedades en que vivimos?” (2002: 8). La respuesta, aunque indirecta, se puede encontrar en Goethe: “La historia de la ciencia es la ciencia misma. No podemos saber lo que poseemos mientras no sepamos lo que otros poseían antes que nosotros. No podemos apreciar de manera seria y honesta las ventajas de nuestra época mientras no conozcamos las de las épocas anteriores” (Goethe citado por Lévy-Leblond, 2004: 22). Para Jean-Marc Lévy-Leblond las palabras del poeta alemán son interpretadas en el sentido de que no basta con la difusión centrífuga del saber, sino también y por el contrario, con un movimiento centrípeto en el que a la acción cultural científica se le anexe lo que sería la “reacción en retroceso”, esto es, sobre el mismo medio científico.

Es mucho más acabada y exacta la idea de Luis Vázquez León cuando hace referencia a la retrospectiva de la historia en relación con la prospectiva de la sociología o la filosofía de la ciencia (1987: 199), también llamada desde nuestros ámbitos de interés, antropología de la ciencia o de la tradición científica de la arqueología (cfr. Vázquez, 2003). En cuanto a la discusión histórica de la ciencia, Thomas S. Kuhn, en el capítulo introductorio de su influyente libro, nos dice que: “Si se considera a la historia como algo más que un depósito de anécdotas o cronología, puede producir una transformación decisiva de la imagen que tenemos actualmente de la ciencia” (Kuhn, 1980: 20 [1962]), por lo que en términos de la teoría kuhniana se obtendría, en consecuencia, una nueva imagen de la ciencia y de su mismo desarrollo (Hoyningen-Heune, 1998: 96); por una parte esa necesidad de hacer historia de la ciencia queda plasmada en el sentido del relato y registro de los incrementos sucesivos así como de los obstáculos que inhiben la acumulación del mismo desarrollo científico (Kuhn, op. cit.: 21), pero esto no es esa historia simple de un éxito que progresa, en tanto que el método lleva al conocimiento a una continua expansión, sino más bien, es la historia de sucesivos paradigmas (Johnson, 2000: 66, parafraseando a Kuhn, op.

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cit.),2 y por la otra, se indica lo adecuado que resulta hacer la historia de la ciencia en tanto que da claridad a la naturaleza misma de su desarrollo, situación que indirectamente aumenta el conocimiento en su propio ámbito científico (Kuhn, 1982: 145-6, citado por Vázquez, 1987: 141).

Ahora las cosas han cambiado en cuanto al paradigma, esto es importante aclararlo en el sentido histórico del quehacer de la arqueología. Para empezar, Kuhn hizo el planteamiento del paradigma en el marco de la historia de las ciencias exactas, no en el de las sociales, aún así el término de paradigma se “popularizó” manejándose con un sentido general, incluso a la palabra paradigma, a fines de la década de los sesentas, ya se le habían encontrado veintiún usos (Masterman, 1970: 58-89, citada por Baltas, et al, 2002: 347). Por otra parte el paradigma tiene que ver con el consenso:

Paradigma era una palabra perfecta hasta que yo la estropeé. Lo que quiero decir es que era la palabra adecuada en el momento en que dije para mis adentros: ‘No hace falta un acuerdo sobre los axiomas’ [...] En física, si se intercambian los axiomas y las definiciones, se cambian, en alguna medida, la naturaleza del campo. Pero la noción de que puede haber una tradición científica en la que todos están de acuerdo en que el problema se ha resuelto o no, pero discrepan vehementemente sobre si hay átomos o no, o cosas de ese tipo. Tradicionalmente los, paradigmas habían sido modelos; en particular, modelos gramaticales de la manera correcta de hacer las cosas [...] Pero yo había estado buscando cómo describir lo que los científicos... el modo en que una tradición funcionaba en términos de consenso. Y en qué consistía el consenso. El consenso tiene que ver con modelos, pero [además] con

2 El mismo Mathew Johnson remarca que: “La historia de la ciencia sería, pues, la historia de los sucesivos paradigmas que se suceden unos a otros mediante movimientos revolucionarios y no la historia de la acumulación gradual de un conocimiento cada vez mejor sobre el mundo que nos rodea” (2000: 66). En este sentido, Paul Hoyningen-Heune señala que la nueva historiografía interna de la ciencia promovida por Kuhn, busca trascender las tendencias etnocéntricas y presentistas que han tenido como finalidad “proyectar el presente sobre el pasado” y en el que el conocimiento muestra un franco desarrollo acumulativo en términos de progreso, imagen engañosa en tanto que se comprende la ciencia del pasado desde la ciencia del presente, situación provocada por la vieja tradición historiográfica (Hoyningen-Huene, 1998: 96). Esto es discutido más adelante en términos de presentismo vs. historicismo sobre la base de las ideas de George W. Stocking y Mechthild Rutsch.

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muchísimas otras cosas que no son modelos. Y yo usé el término para todo, lo cual hizo que fuera muy fácil pasar totalmente por alto lo que yo pensaba que era mi idea enteramente y, simplemente, convertido en toda la maldita tradición, que es como se ha usado principalmente desde entonces (Kuhn, 1995, en entrevista por Baltas, et al, 2002.: 346-347).

En arqueología, desde la perspectiva histórica de la disciplina

¿existe el consenso? Haciendo el esfuerzo por encontrar una respuesta diríamos: más que consenso, existe, al interior de la “tradición arqueológica”3, una suerte de imposición heredada que se reproduciría por medio de modelos, ejemplos de esto serían los casos de Mesoamérica o el de “Casas Grandes-Paquimé” (Vázquez León, comunicación personal, 2005).4 De cualquier manera, se ha insistido en arqueología en la idea de la existencia de paradigmas, aunque de alguna manera se ha cuestionado su presencia en la disciplina: Matthew Johnson (2000: 239) se pregunta si la Nueva Arqueología (o arqueología postprocesual) marcaría en realidad un “cambio paradigmático”.

Si bien es relevante tomar en cuenta que la historia de la ciencia considera la historia de sus paradigmas, no debe descartarse, siguiendo a Valery Pinsky, que el entendimiento del pasado se hace desde de un punto de vista contemporáneo a través de los enfoques tradicionales positivistas, los cuales han juzgado a la ciencia del pasado conforme a la racionalidad y cuyos estándares son contemporáneos, así la historia es entendida como un vehículo que promueve la práctica científica; además, el pasado de la ciencia es comprendido en nuestros propios términos y al interior de un contexto histórico particular, cuestión que en sí conecta con lo que es el presentismo, proceso que se supone simplificado y en el que los detalles y la complejidad se reducen a buscar conexiones lineales entre

3 La tradición arqueológica es definida por Luis Vázquez León como “aquél legado cultural específico de conocimientos, enfoques y modos cognoscitivos, lo mismo que de actitudes, valores, intereses y formas de conducta repetidos e interactuados por grupos o cuasigrupos de arqueólogos de ese modo identificados” (2003: 24). 4 Véase las consideraciones teóricas a propósito del “Modelo Casas Grandes-Paquimé” en el sub-apartado de esta primera parte en el presente capítulo.

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el pasado y el presente para así juzgar el pasado y legitimar el presente (Pinsky, 1989: 89-90).5 El equilibrio (continuismo, acumulación, discontinuismo) La importancia de la historia de la ciencia es innegable para la comprensión de su desarrollo, no obstante, varios son los aspectos que deben considerarse para evitar reproducir una historiografía tradicional que Luis Vázquez ubica como continuista y acumulativa (1987: 139-141). Esta forma de hacer historia de la ciencia es también localizada al interior de una tradición enumerativa (García, 1987: 33).

En la historia de la ciencia en México, la línea progresiva [y continuista] que muestra la acumulación paulatina de las experiencias y de los mismos datos científicos propios de la metodología tradicional de la historiografía positivista de la ciencia, busca la reconstrucción del pasado científico, sin embargo, y ante las limitaciones con las que se encuentra el historiador, éste se ha visto obligado a realizar compilaciones bibliográficas como simples enumeraciones descriptivas, esto es, sin crítica y análisis y que las ubica en contextos más amplios, es por ello que se recure a las periodizaciones en relación con paradigmas científicos e innovaciones técnicas (Trabulse, 1984: 13, 15-16).6

Una justa y equilibrada dimensión reconoce que el continuismo o la franca enumeración de avances, logros, descubrimientos y datos en general que el conocimiento científico reporta a lo largo del tiempo, dió 5 El subrayado es nuestro. Como comentario al margen señalamos, por medio de Thomas Kuhn, que: “...no se deben clasificar las disciplinas con categorías que han surgido posteriormente. No sólo cambian las ideas sino también la estructura de las disciplinas que funcionan con ellas” (Kuhn, 1995, en entrevista por Baltas, et al, 2002: 337). 6 En esta su obra El Círculo Roto, Elías Trabulse proporciona esquemas de periodización de la ciencia y la tecnología en México respectivamente y cuya utilidad es innegable para la ubicación de grandes paradigmas y de innovaciones tecnológicas. Para el caso de la ciencia mexicana, su periodización incluye, por ejemplo, que para el periodo de 1810 a 1850 existieron supervivencias ilustradas y en el que va de 1850 a 1910 un impulso positivista, en el cual se observa la especialización a través de diversificación de las áreas del conocimiento y entre las que por cierto se encuentra la antropología (Trabulse, 1984: 17-18).

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pie a nuevas formas de relación con el fenómeno histórico de la ciencia, es decir, es una nueva condición que deriva en “preocupaciones multidimensionales”, y en las que se atienden históricamente problemas epistemológicos e incluso teórico-metodológicos; al interior de ese marco, la relevancia de la historia de la ciencia se halla en que ésta es un efectivo instrumento que aumenta la cientificidad de disciplinas tales como la antropología (cfr. Vázquez, op. cit.:141). Esto un poco recuerda el comentario de que “El historiador de la ciencia debe tomar las ideas como hechos. El epistemólogo debe tomar los hechos como ideas, insertándolas en un sistema de pensamientos” (Bachelard, 1994: 20), así, José R. Llobera afirma que no es deseable que la historia de las ciencias se desarrolle como otra historia, no debe ser la mera descripción de hechos y acontecimientos, sino los criterios sobre una base epistemológica aparejada al estado actual de la ciencia (Llobera, 1980: 46).

No se pretende aquí profundizar en la polémica del continuismo contra el discontinuismo porque, como lo apunta el mismo José R. Llobera, es caer en la recurrencia de que si es o no procedente abordar o discutir la existencia del desarrollo continuo que bien se ilustra en el cliché: “<< del sentido común al conocimiento científico, de los albores de la ciencia a la ciencia moderna>>” (M. Fichant y M. Pécheux, 1969: 9, citados por Llobera, op. cit.: 42), aunque aquí habría que decir que esto es contrario a la posición discontinuista relacionada con la ruptura epistemológica o “punto de no retorno”, discusión vinculada con el comienzo y los orígenes de una ciencia (Fichant y Pécheux, 1978: 10).7 Aquí se adquiere conciencia de que la continuidad y la discontinuidad existen, de tal manera que se busca evitar caer en la “precursitis” de los continuistas o en el extremo de que el progreso de la ciencia se está produciendo en súbitos saltos hacia delante, los cuales son tajantemente abruptos y

7 Para el caso de la historia de la arqueología, Oscar Moro señala que ésta “…ha sido generalmente definida como la evolución continua, lineal y gradual desde una arqueología precientífica asimilada a un modo de conocimiento inferior (<<falso conocimiento>>) hasta una arqueología científica asimilada a un conocimiento superior (<<verdadero conocimiento>>)” (Moro, 2007: 34).Véase el capítulo II sobre la información histórica precedente y el comienzo de la arqueología en Chihuahua.

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revolucionarios y que desarticulan el orden establecido (cfr. Llobera, op. cit.: 42).

En el caso de México y desde la postura de Esteban Krotz (1987), existe aún un número muy reducido de estudios de corte histórico sobre su antropología, por lo tanto, es comprensible que los primeros momentos de su historia los impulse y genere la base analítica sistematizada a través de la recuperación historiográfica de los materiales más adecuados. Tal situación se traduce en la recopilación de información y muy escasamente la discusión (polémica o no) de ciertos enunciados (Krotz, op. cit.: 130).8 Esto significa que ha prevalecido la improvisación en la historiografía antropológica en el marco profesional (Medina, 1985: 1, citado por García, 1987.: 60). Hacer crónica de la antropología en México es una actividad constante pero secundaria, la cual se expresa en recopilaciones bibliográficas o registros cronológicos, sin embargo, la escasez de trabajos de historia sobre esta disciplina es evidente (García, op. cit.: 61). No obstante, Andrés Medina afirma que es motivo de asombro la abundancia de la producción de los antropólogos mexicanos sobre la historia de la antropología y que se manifiesta por medio de ensayos, reseñas, notas y libros, situación que lleva a la pregunta en torno a los diversos significados del hecho de insistir en ello (Medina, 1996: 84).9

8 La precariedad de la historia de la antropología en México responde posiblemente al poco valor otorgado a la historia de la disciplina por parte del gremio de profesionales, el cual realza más la investigación que su propia historia, aunque trabajar en ella sea también una actividad científica (García, op. cit.: 61), aunque Canguilhem afirma que “la historia de las ciencias no es una ciencia y su objeto no es un objeto científico” (1968: 23, citado por Moro, 2007: 38). Esto refleja la diferenciación entre el científico, que busca establecer de manera rigurosa el conocimiento, y el historiador, revisar las diferencias de ese conocimiento a lo largo del tiempo (Moro, op. cit.: 38). 9 Es necesario señalar que se convierten en algo relativo las afirmaciones de escasez o abundancia de trabajos sobre la historia de la antropología mexicana. Si lo reducido de los mismos se tasa en relación con la producción antropológica en general es más que evidente la poca cantidad de estudios históricos que existen sobre esta disciplina; si se observa tal cantidad de manera aislada, es decir, por si sola, su número no es nada despreciable, de cualquiera forma, ninguno de los autores citados marca algún parámetro de relatividad referencial (escasez o abundancia) al respecto de esta producción historiográfica de la antropología mexicana.

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En nuestros días hacer historia implica un conjunto altamente complejo de actividades no lineales porque conlleva la mediación y confrontación entre los elementos de los contextos pasados, presentes y futuros, por ello es que desarrollar una historiografía crítica, que evidentemente supera la simple descripción, significa enfrentar problemas de evaluación y plantear posibles reelaboraciones sobre el presente y el futuro, reto de gran complejidad para la historiografía contemporánea dedicada en lo general a las ciencias y en lo particular a la antropología (Stocking, 1983 [1968] y Pinsky, 1992: 25 citados por Rutsch, 1997: 11 y 12). Los enfoques internalista y externalista La historia de la ciencia constata la aplicación de dos enfoques: el internalista y el externalista. El enfoque internalista es aquél que se relaciona con el desarrollo interno, es decir, como sistema de conocimiento; el externalista como institución social y esfera de actividad social (García, op. cit.: 61). Luis Vázquez, al respecto de estos dos enfoques, cita a Marvin Harris (1978), quien, por su enfoque exclusivamente internalista, considera sólo de interés la sustancia teórica de la ciencia, no así “las condiciones históricas en las que se desenvuelve, lo que denominamos externalismo” (Vázquez, 1987:141-142). Para Pedro M. Pruna, el historiador cultural debe considerar la diferencia fundamental entre la historia de estilos e ideas y la historia social de la cultura en el marco de la historia de la ciencia, división que desemboca en esa separación entre internalistas y externalistas; tal situación se traduce, para los del primer grupo, en el énfasis dado al desarrollo de las teorías, conceptos y procedimientos de la ciencia; para los del segundo, lo que la determina su desarrollo, es el contexto social. (Pruna, 2001: 2). El reducir el conocimiento científico a procesos autónomos en términos de una lógica interna de desarrollo es algo que se presenta como una negativa de la imagen general de los estudios sobre ciencia. Desde esa óptica el conocimiento no es el resultado de “mentes aisladas” o “individuos geniales” sino que es el resumen de prácticas colectivas, procesos en los que por su misma naturaleza se encuentran los factores

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sociales (Nieto, 2005: 7), lo que una vez más lleva a la mesa de discusión y del análisis esta dicotomía internalismo-externalismo.

Para S. R. Mikulinsky, la concepción internalista tiene presente que el desarrollo de la ciencia está regida por reglas que le son inherentes y que ésta sólo es explicable por medio de sí misma, de tal manera que se le endilga a dicha concepción una actitud de rechazo a todo tipo de influencia económico-social. Esto no es del todo así ya que el internalismo reconoce cierta influencia en la medida que está en la posibilidad de promover o aminorar el desarrollo mismo de la ciencia, aunque la influencia no actúa en la estructura del conocimiento ni en la orientación científica de su desarrollo, pero sí, dichos factores socioeconómicos e históricos son parte del escenario en el que se da la función, de tal manera que éstos pueden impedir o favorecer a que ésta tenga lugar, aunque definitivamente no influyen en el desarrollo de la función misma. En cuanto al externalismo, existe la reducción de las ciencias como un epifenómeno de las condiciones económicas y sociales de una época determinada, no obstante, ni el internalismo ni externalismo explican el desarrollo de la ciencia, por lo que es un problema falso e imaginario pues ambos lo simplifican en extremo. Al afirmar que la ciencia es creada por la sociedad como parte orgánica de la misma, se da la condición de que la primera no puede existir fuera de la sociedad, por eso no hay concordancia entre la tajante división de la historia de la ciencia en intelectual (interna) y social (externa) del internalismo con la misma situación propia de la realidad de la ciencia (Mikulinsky, 1989: 231, 232, 236 y 243).

Valerie Pinsky señala que el primer problema que en los últimos veinte años han enfrentado los historiadores, filósofos y sociólogos de la ciencia, es el que se relaciona con el inadecuado entendimiento del desarrollo intelectual interno de la ciencia al estar aislado o separado de los contextos externos socio-políticos, económicos e institucionales, pero al final añade:“Although it is now generally accepted that ‘internal’ and ‘external’ approaches in the historiography of sciencie are complentary rather than independient or mutually exclusive” (Pinsky, 1989: 89). De igual manera Mechthild Rutsch (1997: 11), parafraseando a Hesse (1973 y 1980), afirma que en términos de pensamiento postkuhniano se reconoce la necesidad de que la historia de la ciencia cuente con un enfoque complementario no excluyente de las historias internas y externas.

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En el vínculo que Elías Trabulse establece entre el desarrollo científico de México y la historia general de la ciencia de los siglos XV al XX, la discusión de internalismo-externalismo no se lleva a cabo, sino que es simplemente aplicada al amplio plan de trabajo que propone y desarrolla, esto con el reconocimiento de que éste se integra con elementos metodológicos tradicionales de la historiografía positivista y cuyos aspectos principales se clasifican como externos (difusión, evolución de la educación en ciencia y tecnología, institucionalización de la ciencia, etcétera) e internos (creencias científicas entre las comunidades científicas, revalorización de paradigmas envejecidos y la mentalidad que los sustentó, la influencia de “ciencias puras” sobre las “aplicadas”, etcétera) (cfr. Trabulse, 1984: 12-14).10

Para el caso de la antropología mexicana, Esteban Krotz señala que la inclinación reduccionista (recuérdese a Mikulinsky, 1989) de la mayoría de quienes la ejercen, identifican esta ciencia propiamente con los resultados de ciertos procesos de investigación, lo que acerca la posibilidad de una elaboración sobreentendida de ciencia en términos conceptuales próxima al de la filosofía analítica y de la misma sociología del conocimiento, calificada ésta de “plana y simplificadora” y en la que las relaciones entre “ciencia y sociedad” caen en el rango de generalidad (no ponderada). La inversión directa del orden natural de la separación

10 La monumental obra de La Historia de la Ciencia en México. Estudios y textos, coordinada por el mismo Elías Trabulse, se basa en gran medida tanto en el esquema de periodificación referido en la nota 6 de este capítulo así como también en la clasificación de los aspectos externos e internos que comprenden los elementos primordiales de esa historia de la ciencia en México. Como muestra de ello es la siguiente cita de la presentación de la magna obra referida: “Y es que la historia de una ciencia sólo puede ser hecha, so pena de caer en lugares comunes o en prolijas relaciones bibliográficas, por historiadores con preparación científica que proporcionen no sólo una interpretación adecuada de los hechos científicos sino también que los sepan ubicar dentro de su momento histórico” (Trabulse, 1993: 11), pero ¿sólo los historiadores pueden hacerlo? Los científicos en general deberían (sería lo ideal) estar capacitados en los principios mínimos que se requieren para elaborar las historias de sus respectivas disciplinas, evitando que prevalezca el empirismo y la improvisación, esto sería por el bien de sus ámbitos de especialización, no obstante, hay quienes, como Oscar Moro, prefieren no entrar a la discusión de quien debe escribir, por ejemplo, la historia de la arqueología, aunque para este autor es claro que debe hacerse desde la historia de la ciencia (cfr. Moro, 2007: 37).

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de los elementos del análisis del proceso de investigación con respecto en sí a la realidad empírica, conduce a la dicotomía engañosa y nada productiva aunque muy atractiva de los enfoques ubicados como externalistas e internalistas, por lo que entonces se privilegia una historia que hace periodización de lo que es el surgimiento, consolidación y ocaso de los paradigmas en contextos históricos y económico-sociales determinados (Krotz, 1987: 130-131).

La dicotomía externalismo-internalismo, comprendida por José R. Llobera como la oposición entre una y otra, hace referencia al foco de la investigación. El desarrollo científico se explica desde el enfoque internalista al considerar las obras científicas en el ámbito de sus problemas teóricos y experimentales [metodologías y estrategias de investigación] y cómo éstos son definidos por las comunidades de científicos en el sentido de la interacción de sus ideas (científicas e interrelación de carácter intelectual) que explica en sí misma la dinámica de la ciencia; el externalista integra otras influencias como son las tecnológicas y los factores socioeconómicos, institucionales y los ideológico-políticos, es decir, condiciones que son externas a la ciencia. (Llobera, 1980: 26).

Para Bruno Latour estos enfoques o dimensiones (externa e interna) son concebidas en los términos siguientes: la externa como las cosas que son inherentes propiamente a la condición humana, de tal forma que se relaciona con la política, economía, derecho e incluso con las pasiones; la interna con lo no humano, esto es, los principios, conocimientos o procedimientos. Para abordarlos con claridad, Latour señala que el camino es la historia social de las ciencias (Latour, 1991). En otras palabras, no basta el enfoque internalista, es ante todo la necesidad de una aproximación “internalista externalista” en congruencia con el condicionamiento social (cfr. Vázquez, 1999: 208).

Para el caso de la historia de la arqueología prehistórica de Europa y Estados Unidos, Oscar Moro señala que la orientación internalista tuvo sus orígenes a finales del siglo XIX; su concepción fue un relato internalista que transitó entre la historia de los pioneros, los descubrimientos monumentales y las técnicas (moderna racionalidad arqueológica), es decir, que el desarrollo interno de esta ciencia explicaba su progreso o avances, mientras que sus fallas y retrocesos se relacionaron con factores externos a la ciencia, pensamiento asimétrico

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de la historiografía de la arqueología decimonónica. Ya para el siglo XX, el internalismo se reforzó ante la creencia de que la ciencia arqueológica era autónoma y neutral, positivismo que comenzó a cuestionarse en la década de los años ochentas y en los que la historia de la arqueología sólo podría explicarse a partir de su contexto [externalismo], rápida transición que fue de un positivismo ajustado a un constructivismo con temáticas centradas en el nacionalismo, identidad, colonialismo o imperialismo (Moro, 2007: 159, 171, 255, 256). La historia social La historia social de la ciencia no es propiamente la historia de una disciplina sino más que todo de un grupo profesional, es decir, de las personas que hacen o hicieron posible cualquier disciplina en sí, por lo tanto, es una historia institucional, en ese sentido amplio de lo que es el término “institución”. El problema del conocimiento científico [desde la perspectiva histórica] conduce a examinar la ciencia, a los que la hacen y a las mismas instituciones, esto sin dejar de tomar en cuenta el entorno social, político, económico y cultural en el que se da la generación, circulación y usos de nuevos conocimientos (Nieto, 2005: 3). Además de que la historia social ejerce una influencia singular sobre la historia de la ciencia, las historias de ésta en su conjunto, pretenden imbricarse con los problemas de la historia nacional de cada país (Pruna, 2001: 2), de hecho la historia social de la ciencia fomenta, como es el caso de la antropología en México, el acceder, como finalidad de la historia de la ciencia en términos generales, al “análisis de la sociedad, la cultura y la personalidad de la nación mexicana a través de la lente que aporta el estudio mismo de la obra científica de sus investigadores.” (García, 1987: 83).

Un rasgo particular de la antropología mexicana es la compleja urdimbre tejida en relación con la política nacional, muestra de ello son las periodizaciones que se han utilizado para explicar su desarrollo, las cuales se apoyan en una cronología condicionada por el mismo desarrollo del Estado mexicano; es algo que se ve como natural y

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evidente por lo que los autores no se plantean la necesidad de justificarlo (Medina, 1996: 84).11

En el estudio histórico de la antropología, la historia social permite observarla como institución social que se encuentra en desarrollo, como una esfera especial de actividad determinada históricamente; tal condición da paso al conocimiento de la interacción entre la antropología y la sociedad así como las interrelaciones sociales entre los antropólogos (Gvishiani, 1981: 4, citado por García, op. cit.: 75). Para llegar a esto, dice Carlos García Mora parafraseando a Enrique Florescano (1980: col.1), se hace necesario examinar la obra intelectual así como los ambientes sociales y culturales en los que dicha obra se desarrolla en términos de proceso productivo y de los mismos recursos involucrados en ella (García, op. cit.: 75).

Esta afirmación se relaciona con la correspondencia mutua entre ciencia y sociedad, es decir, conocer los efectos de la ciencia en esta última y viceversa, lo que no significa, desde la posición de John D. Bernal (1999 [1959]), asumir estudios paralelos de la totalidad de la historia social y económica y su vinculación con la historia de la ciencia, esto porque precisamente rebasa la capacidad de todo individuo que a ello pretenda dedicarse; entonces es evaluar con inteligencia el espacio que la ciencia tiene en la sociedad, punto central de la importante obra de este autor en el que la interacción entre ambas lo confirma como tal, pero sobre todo en el sentido de la influencia de la primera en la historia “más que de la historia sobre la ciencia -tema acerca del cual se ha escrito mucho-” (Bernal, 1999: 12, 37 y 73).

Tal posición, cargada hacia el impacto de la ciencia sobre la sociedad (Bernal la comprende como historia), generó que desde la sociología de la ciencia Robert Merton se preocupara por lo contrario, o sea, “cómo la ciencia y el comportamiento de los científicos derivan de 11 Como ejemplos de ello, aunque en el marco de la historia de la arqueología mexicana, puede mencionarse el trabajo de Manuel Gándara, La Arqueología Oficial Mexicana (1992), que en su parte de “problemas políticos” analiza el vínculo arqueología mexicana y política oficial en el marco del Estado; así también se cuenta con el ensayo de Ignacio Rodríguez García, “Recursos ideológicos del Estado mexicano: el caso de la arqueología” (1996: 83-103). Ambos se consideran en la segunda parte de este mismo capítulo al interior del conjunto de otras obras de igual manera importantes y que sobre el desarrollo histórico de esta ciencia se han publicado.

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su inserción social” (Barnes, 1980: 16, citado por Vázquez, 1987: 153). Bajo esa óptica sociológica y más que todo histórica, la lectura es diferente y rica, el problema es hacer una correcta exégesis en el marco de un contexto amplio, de tal manera que lo que trasciende no es el hecho de no contar con todos los datos de periodos históricos determinados en los que la ciencia tiene lugar, -lo que rompe con la idea de que la historia de cualquier disciplina científica tiene que forzosamente ser enumerativa o marcar la continuidad de su desarrollo interno al integrar todos y cada uno de los conjuntos de información y datos que la componen- sino saber cómo algunos de éstos -los más importantes que estructuran paradigmas y generan cambios- se desprenden del o de su contexto social.

John D. Bernal sostiene que la ciencia influye en la historia y lo hace principalmente de dos maneras: la primera es aquella relacionada con los cambios que la ciencia provoca en los métodos de producción; la segunda es el impacto aún más directo de la ciencia en el ámbito de la ideología por sus descubrimientos e ideas (Bernal, 1999: 74).

Como se verá en la segunda parte de este capítulo, para la arqueología queda descartada la primera forma de influencia considerada por Bernal aunque es de suma importancia para la segunda, sin embargo, es necesario recordar que esta ciencia es también producto de su tiempo así como de los contextos social, político y económico en el sentido que la moldean y la determinan en su naturaleza y objetivos. Para la historia de la antropología en México, en el ámbito mismo los elementos o componentes que entran en juego se consideran los siguientes:

-El estado del conocimiento relacionado con ese conocimiento científico en el momento en que ocurrió [...], así como el de las teorías, métodos, técnicas y datos concernientes al acontecimiento. Lo cual es interesante buscarlo tanto en la obra científica que lo produjo [...] como en la de otros autores. -La trayectoria pasada, presente y subsecuente, de dicho conocimiento: antecedentes, acontecimientos paralelos, continuidades, discontinuidades, y recepción o rechazo público (es decir, la historia del desarrollo conceptual de ese conocimiento). -El aspecto personal del acontecimiento reflejado en documentos y testimonios privados (cartas, informes, cuadernos de notas, fichas, entrevistas, memorias, relatos, diarios de campo, etcétera).

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-La trayectoria pasada, presente y subsecuente, de ese aspecto personal (es decir, la historia del desarrollo conceptual del acontecimiento científico en el propio antropólogo). -El desarrollo psicológico y biográfico del antropólogo (o de los antropólogos) cuya obra produjo el acontecimiento. -La trayectoria de los hechos socieconómicos, políticos y culturales relacionados con la historia conceptual. -El medio sociológico y sus condiciones e influencias tanto entre los colegas y las instituciones donde ocurrió el acontecimiento, como en el contexto general del país (incluyendo el análisis del estilo científico con el cual el problema fue abordado). -La estructura epistemológica y lógica de la obra que produjo el acontecimiento. -Las presuposiciones temáticas de los antropólogos que movieron y guiaron la investigación, con lo cual ocurrió el acontecimiento científico (García, 1987: 63-64).

Aún más fino para los intereses del estudio histórico social, es

necesario considerar las características de sus relaciones sociales y de organización, su afiliación (adscripción) cultural, social, religiosa, étnica o nacional así como también su conjunto de valores, esto para encontrar la correspondencia con las expresiones de conducta social y política y evidentemente con su propia producción intelectual (García, op. cit.: 76).

Para el caso de la historia de la arqueología mexicana existen cada vez más aproximaciones en el sentido de esa historia social, tales son los casos de los trabajos de Luisa Fernanda Rico (1999: 65-81); Haydeé López Hernández (2003a: 85-97); y Mechthild Rutsch (2001: 123-147 y 2003: 99-116) quien es hasta ahora una de las más prolijas investigadoras sobre este tema en México. Presentismo vs. Historicismo Se ha discutido durante veinte años el punto de que si la historia de la antropología debe ser escrita para un presente (el de los vivos) o debe plantearse fines historicistas (para lo muertos), tomando en cuenta el interés que los antropólogos vivos tienen (presentismo) o el que tuvieron los antropólogos muertos (historicismo) en cuanto a la historia de su disciplina, pero esto no significa otra cosa que esta dicotomía es

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importante para estos profesionales [vivos, por supuesto] (Vázquez, 2002: 50). La discusión proviene en su origen de un ensayo de George W. Stocking (1968 [1965]) en el que se exponen los límites del historicismo y del presentismo al interior de la historiografía de las ciencias sociales del comportamiento (antropología). Ambos, historicismo y presentismo, se resumen en formulismos que conllevan a una discusión antagónica derivada de su naturaleza epistemológica, es decir que, el historicismo, al pretender el “entendimiento del pasado por el bien del pasado”, se opone al presentismo, que se caracteriza por el estudio de “el pasado por el bien del presente”, frases que Stocking atribuye a Herber Butterfield (1973 [1931]), quien critica el énfasis de los progresos en el pasado, situación que produce una historia que no es otra cosa que la “glorificación del presente”. George Stocking fija su posición, pero antes de ello considera que el presentismo es una motivante y afectiva postura utilitaria para quienes lo asumen [justificativa del presente] y en la que el anticuarismo fluye, además, de que en él están presentes el anacronismo, la distorsión, la mala interpretación, las engañosas analogías, el descuido de los contextos y una exagerada simplificación de los procesos; así, por el contrario, el historicismo, aunque se usa con una variedad de significados los cuales fundamentalmente poseen una carga epistemológica, su cualidad esencial es la comprensión del pasado por su propio bien y en el que se funden varias dicotomías como son lo racional y el pensamiento, el entendimiento y el juicio, de tal forma que su orientación (historicista) considera que su acercamiento se da en los términos del contexto en el cual se comprenden los procesos, pensamientos y razonamientos, en el que se atiende, precisamente, a la “comprensión del pasado por el bien del pasado” sin juicios y en términos de una utilidad en y para el presente. (Stocking, 1968: 3-4, 6-8 y 12).12

12 En el sentido de la relación con el presentismo, el historicismo no es abordado aquí por Stocking como parte de la corriente historicista (irracionalista o pesimismo filosófico) que surgió en Europa en el tránsito del siglo XVIII al XIX, aunque parece mostrar de origen ciertas relaciones con él en cuanto que se vincula con el pensamiento romántico, no por el lado irracionalista, sino por el de las aspiraciones románticas de la “glorificación del pasado”, esto último considerado así para el caso de Alemania (Mechthid Rutsch, 1984: 17-18). El historicismo investiga y explica la realidad en la que los objetos y

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Entonces, en ese sentido, se debe considerar la eficacia de la historia en correspondencia con el pasado y el presente, con el ser (historia) y con el saber (interpretación):

Se trata de que la conciencia histórica caiga en la cuenta de sus propios límites, no intentando escamotearlos o trascenderlos sino asumirlos [...] tal asunción de los límites, alcanzada a través de la reflexión sobre los fundamentos del conocimiento histórico, hace que la ilusión de pureza epistemológica sobre la que se edificaba el historicismo al pretender contemplar el pasado tal como fue, es decir, en su propio ser y desde su propio horizonte histórico, se desvanezca por inoperante e ingenua. Pues incluso suponiendo que el historiador lograse alcanzar el utópico deseo de liberarse de todos los prejuicios y conceptos que le afectan en el presente en tanto que individuo, miembro de la sociedad e historiador, lo único que habría conseguido sería socavar el ‘suelo’ que precisamente posibilita la comprensión histórica (Garagalza, 2002: 29-30).13

Luis Vázquez (2002) reconoce que para la antropología el término “historicismo” posee un contenido más bien positivista que simplemente teleológico (de las causas finales); ahora bien, el que los actores hagan historia de sus respectivas ciencias implica la casi imposibilidad de separarse de sus intereses presentes, por lo que entonces el abordaje implica que se realice bajo cierto presentismo hermenéutico como así lo afirma a través de Giddens (1997), y esto es porque “...se escribe desde y para cierto horizonte histórico, siempre para un determinado público de la tradición de referencia y siempre acompañado de los cambiantes sentidos que vayan apareciendo sobre la disciplina sociocultural” (Vázquez, 2002: 50). Finalmente, la posición presentista es la que prevalece en la historia de la antropología, aunque dicha posición debe desarrollarse bajo control (Vázquez, comunicación personal, 2005), es decir, conscientemente, así como este autor lo asume en su ensayo Quo Vadis Anthropologia Socialis (2002). Abordar la historia de la historia cultural como Peter Burke lo propone, esto es, de adelante

fenómenos aparecieron y se desarrollaron en las condiciones histórico concretas (Blauberg, 1985: 146). 13 La idea de Luis Garagalza (op. cit.) apoya la de un presentismo bajo control y se opone a la de George W. Stocking (1968) en tanto su consideración del presentismo “utilitarista”.

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hacia atrás, teóricamente estaría rompiendo con la continuidad y linealidad de los cambios conceptuales, puesto que su narración se da bajo la tradición racional abierta a la reinterpretación de las interpretaciones (Burke, 1997: 1-22; 1997 a 183-212, citado por Vázquez, 2002: 51), situación que teóricamente, por un lado, evitaría caer o en un historicismo o en un presentismo absolutos y, por el otro, justificaría tanto el pasado como el presente en términos de la importancia por explicar los procesos, ideas, interpretaciones y sus relaciones entre sí por “el bien” de ambos (pasado-presente), o cierta actitud equilibrada de presentismo (whiggishness) y que D. J. Meltzer (1989: 18) considera “puede ser efectivo con moderación”. El presentismo ha sido la perspectiva dominante en la historia de la arqueología, no obstante, para Oscar Moro (2007) lo más importante es comprender cómo se ha escrito esta historia:

En ese sentido, como han apuntado numerosos autores, la historia de la arqueología prehistórica se define por dos cuestiones fundamentales: el presentismo y el internalismo. Como ya he señalado, los historiadores caen en el presentismo cuando juzgan las ideas del pasado a la luz del presente. La mayoría de las síntesis de la historia de la arqueología constituye un buen ejemplo de un presentismo que remite a una doble dimensión. En primer lugar, la racionalidad actual es tomada como la referencia para juzgar la historia de la arqueología. Esto provoca que el pasado de la disciplina sea interpretado como el tiempo de la ignorancia, del mito y de la subjetividad […] En segundo lugar, el presentismo se traduce en una simplificación de un proceso histórico definido como el camino recorrido entre dos polos: una arqueología pre-científica asociada a un heterogéneo conjunto de connotaciones negativas (<<subjetividad>>, <<superstición>>, <<especulación>>, <<mito>>), y una arqueología científica asimilada a una serie de conceptos definidos de manera positiva (<<objetividad>>, <<comprensión, <<conocimiento>>, etc.) (Moro, 2007: 34).

En realidad, bajo estas consideraciones, el presente estudio histórico de la arqueología en Chihuahua y en relación con nuestros intereses contemporáneos, se ubica conscientemente como presentista, no sólo porque las preguntas fueron realizadas desde el presente para obtenerse respuestas del pasado (mediato e inmediato), sino también,

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porque justifica la existencia de nuestro presente disciplinario, aunque se evitó caer en el fango del extremo utilitarista, o dicho a la manera de Stocking, en el uso del pasado para el bien del presente en tanto su sentido reduccionista y esquemático; de cualquier manera, si la posición hubiera sido historicista, el mecanismo institucional e ideológico -estamos seguros de ello- vería y aprovecharía esta historia con fines presentistas dado el ámbito particular en que la arqueología mexicana se desenvuelve, si no, trátese de argumentar lo contrario después de conocer el análisis -en este mismo capítulo- de la mayoría de las historias de la arqueología mexicana que aquí se han considerado. Motivos románticos La historia de la de una disciplina en términos del análisis de su pasado no ha sido una actividad que sea del todo atractiva, aunque, como lo señala Mechthild Rutsch (1996: 11) a través de Benjamín (1977), al momento de formular preguntas que se desprenden de una coyuntura actual y específica, la situación cambia y ésta, que es coyuntural histórica, se empapa de lo que se ha manejado como tensión entre lo que son esos alcances de carácter universal (eso que la Ilustración postuló como la unidad del género humano) y lo que es la diversidad cultural, reconocida y abordada por la antropología de raíces románticas, idea que Rutsch (op. cit.: 11) retoma de George W. Stocking (1980) [1989].

El término de motivo romántico o mejor dicho “the romantic motif in anthropology” proviene de la idea de la sensibilidad intelectual (de la antropología) de Franz Boas. Es George Stocking quien sobre la base de Boas (1887), propone la concepción de motivo romántico al considerar esa contradicción o “tensión boasiana” que se da entre las condiciones de la posibilidad de la comunidad social y las condiciones de la posibilidad del conocimiento científico, lo cual tiene una amplia resonancia “romántica” en la antropología misma (Stocking, 1989: 5 y 6). Esta aproximación a los motivos románticos de la antropología, se relacionan con el propio “...romanticismo y su herencia intelectual [que] han permanecido, mas bien, como el lado oscuro y subterráneo del pensamiento occidental moderno. Con frecuencia, el romanticismo y su llamada de atención respecto a lo nacional y lo étnico fue tildado de

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conservador, de puramente emotivo, exaltado e irracional, y de reivindicación del pasado per se, entre otros atributos” (Rutsch, 1996: 13). No obstante, la importancia del romanticismo alemán, en cuanto a las diferencias (diversidad) culturales, es que éste las reivindica. Actualmente se siguen discutiendo, en ese debate de la tensión mencionada, las herencias románticas y las que son de tipo positivo (clásicas o de razón formal) (Ibíd.).

Para Mechthild Rutsch, en el pensamiento romántico, por una parte, se da la negación de un saber racional; por la otra, la negación del progreso histórico en tanto la irracionalidad de la historia (1984: 18-19), es por eso que en la corriente irracionalista el relativismo prefigura en la teoría; en la práctica de la investigación Boas retoma de ella, de tal manera que la escuela romántica se manifiesta en:

...el trabajo de campo, entendido como el estudio directo y de primera mano de la cultura y de las sociedades que aún responden con las diversas expresiones de sus costumbres al nostálgico anhelo populista de un ‘mundo intacto’, es decir, un mundo aún no tocado, o abierto sólo en medida parcial a la sociedad industrial que se está fortaleciendo. Para la escuela romántica se tratará así de canalizar hacia los vestigios antiguos del pueblo, en cuyas expresiones verbales y artísticas se busca la verdadera sabiduría y los gloriosos orígenes de un pasado que deberá servir de guía para el presente y la unidad nacional. Y como estas investigaciones son guiadas por la posición teórica escuetamente resumida arriba darán lugar a la vocación ‘coleccionista’ tan típica del relativismo cultural en antropología (Rutsch, 1984: 20).14

14 El trabajo de Carl Lumholtz a finales del siglo XIX en la Sierra Madre Occidental del noroeste mexicano, es una clara muestra de este tipo de “trabajo de campo” y de la misma concepción del “mundo intacto” de los que viven en las cavernas (tarahumaras), incluso, como la afirma Jesús Jáuregui, Lumholtz bebe de la escuela romántica germánica y del mismo Franz Boas (Jáuregui, 1996: 10-12). Así también la formación de colecciones que este explorador noruego hizo de sus recorridos por este espacio, son prueba de ese coleccionismo propio del relativismo cultural boasiano (véase la parte final del capítulo II de este libro).

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El Modelo Casas Grandes-Paquimé. Antecedentes y elementos teóricos Para el estudio de la historia de la arqueología en Chihuahua, los anteriores elementos expuestos se aplicaron en lo general para el análisis crítico y como base para la explicación de las etapas de esta ciencia que se ha desarrollado en su espacio. Así también, se tomó en cuenta el hecho de que la historia social de la antropología tiene la posibilidad de dar claridad a fenómenos históricos de carácter específico, por ejemplo, diversos paradigmas científicos asociados con las comunidades de antropólogos y éstas con grupos sociales e instituciones (Vázquez, 1985a citado por García, 1987: 75). Un ejemplo indirecto de esto, es el de la investigación arqueológica de Chihuahua: desde sus inicios a fines del siglo XIX y para la gran mayoría de los trabajos de investigación arqueológica desarrollados en el siglo XX y principios del XXI, el sitio Paquimé y su área cultural Casas Grandes han sido la referencia más importante no sólo por la regularidad en que ésta se presenta sino también por la cantidad y calidad de la información en sus descripciones, análisis e interpretaciones. Así, en las fuentes históricas que preceden a la investigación arqueológica, esto es, desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XIX,15 el sitio de Casas Grandes es permanentemente referido y tomado en cuenta en relación con la región y el área cultural del mismo nombre (noroeste de Chihuahua) en términos de su materialidad y vinculación histórica con la mítica migración azteca.

Este sitio, también conocido en tiempos modernos como Paquimé, es una de las más importantes referencias para los estudios arqueológicos del norte de México y los que se han venido desarrollando en el amplio espacio de frontera con los Estados Unidos, específicamente en la parte suroeste de ese país; así, la arqueología de Casas Grandes-Paquimé ha sido un tema recurrente de estudio y de referencia para los arqueólogos, antropólogos, cronistas e historiadores en general, así también para la sociedad y sus instituciones académicas, educativas y de gobierno, las que a lo largo del tiempo se han esforzado por conocer y difundir dicho sitio con intensidad, sobre todo después de la publicación de los trabajos de prospección y excavación que realizó con su equipo Charles C. Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974). Su 15 Véase la primera parte del segundo capítulo de este mismo trabajo.

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mención y tratamiento se halla vinculado directamente con los términos de Mesoamérica, Oasisamérica y Aridoamérica de Paul Kirchhoff (1943 [1960] y 1954 respectivamente) así como con el de la Gran Chichimeca, el cual fue reelaborado por el mismo Di Peso (op. cit.: vol. 1: 48-59). Es entonces que Paquimé llega a ser la “estrella más brillante” del norte de México.16

Para la arqueología regional y específicamente para la de Chihuahua, Casas Grandes-Paquimé ha sido y sigue siendo el punto obligado de referencia en tanto se abordan arqueológica e históricamente los desarrollos socioculturales de la época precontacto del espacio chihuahuense. Tal condición ha convertido al sitio y su área cultural en un modelo para la arqueología que se practica en Chihuahua, por eso es que lo hemos denominado “Modelo Casas Grandes-Paquimé” es un prototipo, comprendido como un ejemplar que se copia, emula y simula (cfr. Díaz, 2005: 12); también este modelo que se desarrolla y reproduce al generarse la investigación arqueológica, puede ser considerado un “tipo ideal” o “modelo paradigmático” a la manera en que Luis Vázquez León lo observa (comunicación personal, 2005), es decir, como ejemplar para la investigación.17 Es importante en ese sentido lo que Martin Bernal en su trabajo Black Athena comprende sobre el “modelo” y el “paradigma”: “By ‘model’ I generally mean a reduced and simplified scheme of a complex reality [...] By ‘paradigm’ I simply mean generalized models or patterns of thougth applied to many or all aspects of ‘reality’ confronted” (2003: 3 [1987]). Y no es exclusivamente

16 Roy Bernard Brown dice de Paquimé que: “Mientras en un principio su esfera de influencia cubrió el noroeste de Chihuahua, Paquimé participaba en una red de intercambio de largo alcance que nos permite pensar que fue la ventana a través de la cual los de Mesoamérica vieron a los de Oasis América y viceversa. Así, en la arqueología mexicana, Paquimé es la estrella del norte” (Brown, 1994: 28). La discusión sobre las implicaciones en el marco de la historia social de la ciencia y las de carácter ontológico y epistemológico derivadas de este sitio se expone en el capítulo IV de este trabajo, no obstante, es importante adelantar la idea general de que Paquimé y su área cultural Casas Grandes es el lugar y espacio rector de la arqueología chihuahuense así como de una gran parte del norte de México y del suroeste de los Estados Unidos. Dicha condición se reafirma al considerar que Paquimé es un “sitio imán” para la investigación (Cruz, 1992: 14B). 17 El “Modelo Casas Grandes-Paquimé” por ser modelo no es en sí un paradigma, aunque aparenta poseer “aires paradigmáticos”, por lo tanto en sí no encierra problemas ni soluciones para una comunidad científica.

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un modelo en el sentido referencial “ideal”, sino también, por su naturaleza modélica, alienta el desarrollo y la reproducción de la investigación arqueológica en general en tanto que lo que ésta busca y encuentra se ajusta a dicho modelo, afirmación que empata con el modelo científico comprendido como un “…símil en el sentido preciso de que entraña una comparación de naturaleza simbólica y expresa una semejanza” (Díaz, op. cit.: 13), de tal manera que con él se satisfacen intereses, se cumplen objetivos, se desarrollan los procesos y se construyen las explicaciones18 y esto, en su conjunto, puede estar o no relacionado cultural, espacial y temporalmente de manera general, como es el caso del Modelo Casas Grandes-Paquimé, por tal razón éste posee un carácter arquetípico al ser, precisamente un tipo original y general.19

Para el modelo es inherente la analogía o semejanza con la realidad que se propone explicar, así, por ejemplo, en la antropología Lévi-Strauss asumió que la estructura es un modelo que explica los hechos sociales (Abbagnano, 2004: 728). En ese mismo sentido el Modelo Casas Grandes-Paquimé, en términos históricos y generales, explica la arqueología de Chihuahua, aunque paradójicamente, no de una manera ideal conveniente en tanto el condicionamiento que este ejerce en la investigación arqueológica que se ha venido practicando en su espacio. Y es porque dicho modelo se ha ido siguiendo y emulando de manera irreflexiva, espontánea, automática, o sea, inconscientemente, lo cual está respondiendo a la tradición arqueológica mexicana (cuyo sedimento es lo mesoamericano), tradición que ha buscado constantemente trabajar la monumentalidad, lo vistoso y la riqueza de información por su abundancia y calidad; así, Casas Grandes-Paquimé es la dimensión arqueológica (cultural y espacial) que posee, por una parte, parámetros de carácter etnocéntrico, y por la otra, la concreción de la monumentalidad al estilo mesoamericano.

18 El modelo subyace en el quehacer de la investigación científica de la arqueología para explicar hechos del pasado social, es por ello que, en un cierto sentido epistemológico, Johnson considera que el “porqué” cubre la teoría y el “cómo” la metodología, y agrega: “...la teoría cubriría los motivos que nos impulsan a seleccionar un determinado lugar para excavar y el método la manera en que lo hacemos” (op.cit.: 16-17). 19Cfr. José Luis Díaz (2005: 12). El arquetipo es: “El modelo o ejemplar originario o el original de una serie cualquiera” (Abbagnano, 2004: 103).

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Los ejemplos concretos, en los que el modelo se ve legitimado en su desarrollo y reproducción, son los de la “ausencia de monumentalidad” -evidente en los sitios cazadores-recolectores-, ausencia que se tasa en relación con la monumentalidad de Paquimé, pero no sólo en términos de monumentalidad, sino también, en relación con las interpretaciones del desarrollo sociocultural diferencial y en los ámbitos de interacción, territorialidad, economía, organización social, ideología y política. Pero el modelo también provoca que se reproduzca la actuación o práctica de la investigación arqueológica en los ámbitos teóricos y metodológicos tal como lo señala Matthew Johnson (2000: 16-17) en relación con las preguntas de “porqué” y “cómo” (véase nota a pie de página número 18) y también al interior del marco general de la “tradición arqueológica” que define Luis Vázquez (véase nota a pie de página número 3). Es una suerte de analogía determinada, esto es, una correspondencia entre lo que es el objeto que se investiga y lo que es propiamente el modelo, así tenemos que esto “...posibilita pasar del modelo al objeto mismo, utilizar en éste los resultados obtenidos con ayuda del modelo [...]. El modelo reproduce únicamente algunos aspectos del original que son importantes en la investigación de que se trata, con abstracción de otros” (Blauberg, 1985: 210).20

El “Modelo Casas Grandes-Paquimé” también reproduce históricamente la arqueología en Chihuahua, lo cual se busca demostrar a través del análisis histórico que aquí se desarrolla; en la reflexión comunicada en el año del 2005 por parte de Luis Vázquez sobre el modelo, se considera que éste es la “representación muy sintética de la realidad que una teoría trata de explicar o, en su defecto comprender” y así, podemos decir que lo que representa sintéticamente el modelo es precisamente aquella realidad de la arqueología en Chihuahua. Para el norte, siguiendo a Vázquez, se suman otros posibles modelos, los cuales bien podrían ser aplicados para el caso de la Quemada en Zacatecas o para el de las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco (el estilo “Gran Mural”) en Baja California Sur. 20 El subrayado es nuestro.

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Orientalismo De igual manera nos interesa aquí plantear la historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua y por lo tanto la del “Modelo Casas Grandes-Paquimé” a partir del orientalismo, enfoque propuesto y desarrollado por Edward W. Said (2002 [1997]), pero también explicar teóricamente que lo que subyace en este modelo responde a una visión orientalista que podría observarse desde varios puntos de vista. Desde la tradición académica, el orientalismo, entendido como un estilo de pensamiento que ontológica y epistemológicamente distingue Oriente de Occidente, acepta esta diferencia básica desde diversos frentes del quehacer humano [desde la posición y visión de Occidente], entre los que destacan la literatura, las descripciones sociales y los informes políticos; así también la relación con Oriente, a fines del siglo XVIII, impacta en un orientalismo que puede describir y analizar a manera de institución colectiva a Oriente, lo que le permite hacer declaraciones y fijar posturas, así como describirlo, colonizarlo e incluso decidir sobre él. Ese estilo de pensamiento occidental busca dominar y reestructurar e incluso tener autoridad sobre Oriente (Said, 2002: 21). Es claro que desde los procesos de conquista de América, la construcción de Oriente tiene lugar desde Occidente. Para el caso concreto del norte de la Nueva España, este discurso orientalista comienza a construirse desde ámbitos diversos y acordes a los intereses de su conquista y colonización como americanismo y después como mesoamericanismo. Desde las visiones de lo histórico y social sobre el pasado, como lo es el del norte de México, su comprensión y explicación proyecta una visión que no puede ser otra que orientalista. Lo mismo sucede para etapas posteriores en las que las ciencias sociales emergen con marcos conceptuales occidentales, los cuales describen e interpretan lo que no es occidental, es el caso de la historia y la arqueología en el norte y en particular en la de Chihuahua, en la que, como hemos señalado, el “Modelo Casas Grandes-Paquimé”, condiciona históricamente el quehacer disciplinario, pero este modelo se construye, desde su origen, en el marco del pensamiento orientalista, del cual el mismo Edward Said afirma que:

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...expresa y representa, desde un punto de vista cultural e incluso ideológico, esa parte como un modo de discurso que se apoya en unas instituciones, un vocabulario, unas enseñanzas, unas imágenes, unas doctrinas e incluso unas burocracias y estilos coloniales [...]. En general, la aceptación de orientalismo más admitida es la académica, y ésta etiqueta sirve para designar un gran número de instituciones de este tipo. Alguien que enseñe, escriba o investigue sobre Oriente -y esto es válido para un antropólogo, un sociólogo, un historiador o un filólogo- tanto en sus aspectos específicos como generales, es un orientalista, y lo que él o ella hacen es orientalismo. Si lo comparamos con los términos ‘estudios orientales’ o ‘estudios de áreas culturales’ (areas studies), el de ‘orientalismo’ es el que actualmente menos prefieren los especialistas, porque resulta demasiado vago y recuerda la actitud autoritaria y despótica del colonialismo del siglo XIX y principios del XX [...]. La realidad es que, aunque ya no sea lo que en otro tiempo fue, el orientalismo sigue presente en el mundo académico a través de sus doctrinas y tesis sobre oriente y lo oriental (Said, 2002: 20-21). En el contexto de la arqueología norteamericana, mexicana y en

particular en la del norte de México, incluida la de Chihuahua, la construcción de su discurso y su discurso mismo es orientalista, así nuestra disciplina ha decidido qué y cómo clasificar, ordenar, describir, comprender, explicar, interpretar y difundir; desde y para esa visión, que es la posición misma del orientalismo de Occidente, se toma en cuenta que:

...el orientalismo no es una simple disciplina o tema político que se refleja pasivamente en la cultura, en la erudición o en las instituciones [...] Por el contrario, es la distribución de una cierta conciencia geopolítica en unos textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos; es la elaboración de una distinción geográfica básica (el mundo está formado por dos mitades diferentes Oriente y Occidente) y también, de una serie completa de ‘intereses’ que no sólo crea el propio orientalismo, sino que también mantiene a través de sus descubrimientos eruditos, sus reconstrucciones filológicas, sus análisis psicológicos y sus descripciones geográficas y sociológicas (Said, 2002: 34).

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Hacer patente esta condición externa de la ciencia en general, claro occidental, parecería obvio y hasta lógico, aunque la conciencia de que su desarrollo es siempre desde su contexto occidental, generador de un orientalismo, no siempre está presente; en el caso de la historia de la arqueología mexicana no existe de manera conciente tal planteamiento ya que el germen o el origen de su desarrollo, al igual que la antropología, se halla en el colonialismo y esto no genera otra cosa que orientalismo; la voz del “otro” sobre sus cosas del pasado no se escucha ni se lee sino a través del arqueólogo, del historiador o del antropólogo occidental, de ahí la imposición terminológica y conceptual, la explicación y la interpretación de un mundo que en principio no nos pertenece: Mesoamérica, Oasisamérica, Aridoamérica, la Gran Chichimeca, Southwest y Greater Southwest. El Modelo Ario de civilización Decir “historia de Grecia” es traer a la memoria de manera automática el cliché: “cuna de la civilización occidental.” Es Martin Bernal, en su libro Black Athena (2003 [1987)]), quien puso en la mesa de discusión dos modelos relacionados con esa historia: el Modelo Antiguo y el Modelo Ario. El Modelo Antiguo se refiere a los griegos clásicos, es decir, a las edades Clásica y Helenística de las que nos hablan Herodoto y Tucidides. En ese sentido y en correspondencia con ello, la cultura griega surge como el resultado de la colonización de egipcios y fenicios quienes civilizaron a los habitantes nativos en el año de 1500 antes de Cristo aproximadamente (Bernal, op. cit.: 1, 75, 78 y 80). El Modelo Ario se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX buscando sostener que el origen de Grecia fue esencialmente europeo o ario, de tal forma que no acepta la presencia de asentamientos egipcios y fenicios. Así también, la civilización griega es el resultado de una mezcla de hablantes indo-europeos con los nativos del periodo helénico (Ibíd.).21

21 Al respecto de la familia lingüística Indo-Europea, Bernal dice en el marco del Modelo Ario que: “I accept that the establishment of Aryan Model was greatly helped by the working out of the

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Ante la existencia de ambos modelos, Bernal analiza y discute sobre todo las implicaciones del Modelo Ario, aunque no deja de atender y revisar el Modelo Antiguo. Es clara la posición del Modelo Ario: en él o a través de él se sostiene que el origen de una cultura como la griega no se encuentra en la mezcla de europeos nativos con africanos y semitas colonizadores. Es una reacción de los románticos y racistas que, entre los siglos XVIII y XIX, se oponen a que Grecia fuera el compendio de Europa. Esta visión no puede nada más que ubicarse en el ámbito del racismo al interior de la historiografía o de la filosofía de la “Civilización Occidental”, situación que Bernal propone repensar en términos de las bases fundamentales de dicha civilización (cfr. Bernal, op. cit.: 2).

En realidad la información histórica y arqueológica demuestra que las raíces afroasiáticas están presentes en la conformación de la cultura griega, para empezar los egipcios están en el continente africano, de hecho Bernal sostiene que se desprenden de lo afroasiático varias ramas, entre ellas los egipcios y los semitas, los cuales se difunden expandiendo su cultura hacia distintos puntos hacia el norte, llegando así hasta Grecia (cfr. Bernal, op. cit.: xxiv y11-17).

La propuesta de la presencia negra en Europa en términos de la conformación de la civilización occidental se encuentra definitivamente en oposición al Modelo Ario. De ello y a raíz del trabajo de Bernal, se ha generado la discusión no con poca tensión: Bernal no afirma categóricamente la presencia de negros africanos de Grecia -aunque así se haya interpretado- pero sí la de egipcios en los que predominan los negros; así, sostener que Atenas fue negra (Black Ahtena) es como decir que Beethoven fue negro (Gress, 1989: 5-6) (parangón muy a propósito del periodo Romántico en el que se desarrolla no sólo este modelo sino también algunas de las expresiones artísticas occidentales que tuvieron gran peso). El punto central con el que concluye Bernal su trabajo es que el Modelo Antiguo es destruido y reemplazado por el Modelo Ario:

...not because of any internal deficiencies, nor because the Aryan Model explained anything better or more plausibly; what it did do, however was make the history of Greece and its relations to

Indo-European language family, which – though inspired by Romanticism – was internalist achievement; by the undoubted fact that Greek is fundamentally an Indo-European language (Bernal, op. cit.: 441).

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Egypt and the Levant conform to the world-view of the 19th century and, specifically, to its systematic racism. Since then the concepts of ‘race’ and categorical European superiority which formed the core of this Weltanschauung [world-view] have been discredited both morally and heuristically, and it would be fair to say that the Aryan Model was conceived in what we should now call sin and error […] All I claim for this volume is that it has provided a case to be answered. That is, if the dubious origin of the Aryan Model does not make it false, it does call into question its inherent superiority over the Ancient Model (Bernal, 2003: 442-443).

La relación del Modelo Ario de civilización y del Orientalismo con el Modelo Casas Grandes-Paquimé. Explicación No podemos más que sorprendernos ante el hecho de las coincidencias entre el Modelo Ario y el “Modelo Mesoamericano”, es decir, en cuanto a su esencia ontológica y epistemológica así como por la expresión etnocéntrica de ambos. Tal relación ha sido ya mencionada en términos de la historia cultural de Mesoamérica de Paul Kirchhoff a propósito de los “círculos culturales” de Graebner y en el marco del “modelo ario de civilización”, relación que por cierto ha sido ignorada hasta ahora en México (Vázquez, 1999: 225). Mesoamérica, como “núcleo duro”, se define tomando en cuenta más las similitudes que las diferencias, conformándose por fuertes arraigos de cosmovisión y tradición cultural (López Austin, 2001: 58-64), núcleo que se transforma pero permanece y en el que “...sus elementos son muy resistentes al cambio pero no inmunes a él” (Ibíd.: 59).22 Síntomas que por cierto son similares a las del 22 El núcleo duro de Mesoamérica es un complejo articulado de elementos culturales que actuaron estructurando el acervo y dando paso a su vez a nuevos para que se incorporaran a ese acervo de manera congruente con el contexto cultural. Pero también este núcleo duro es la estructura o matriz de pensamiento, conjunto que regula precisamente el núcleo duro de la cosmovisión (Ibíd.: 58-59). Este núcleo duro también está presente en la tradición, la que es entendida como acervo intelectual y en la que se desarrollan ideas y pautas de conducta y que son, en suma, la respuesta intelectual ante las circunstancias (López y López Luján, 1996, citados por López, 2001: 51).

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Modelo Ario, el cual, por su extrema dureza se resiste a aceptar en él presencias egipcias, ni siquiera de origen nilótico, las que más bien aniquila. Mesoamérica es homogeneidad de rasgos culturales, todo lo que está fuera de ella es diferente, por lo tanto, Mesoamérica “es superior”. El “núcleo duro” evoca la esencia inamovible de la cultura mesoamericana, así que ni su propio norte es ya mesoamericano (aun cuando en un pasado lo fue)23 menos aún lo que se ubica más allá del Trópico de Cáncer. En realidad este “núcleo duro” de Mesoamérica, es mucho más duro de lo que Alfredo López Austin considera, porque se ha encargado de extender sus ramificaciones a través de artilugios terminológicos tales como los de Oasisamérica, Aridoamérica, incluso el de la Gran Chichimeca.

Para 1943, el etnólogo alemán, Paul Kirchhoff propuso el término de Mesoamérica, el cual aplicó a partir del siglo XVI en el que tiene lugar conquista española; dicho término es la expresión de una necesidad de clasificación de rasgos culturales los cuales se distribuyen y comparten entre culturas de un espacio considerado como superárea cultural (Kirchhoff, 1960: 1-15 [1943]). En este ensayo se tomaron en cuenta la zona de los grupos cultivadores “inferiores” de Norteamérica con una “...cultura no sólo superficial sino básicamente semejante” (Ibíd.: 2). Las preguntas sobre esa “Norteamérica Árida” como la llama Kirchhoff, trató de responderlas más tarde en un ensayo que publicó en 1954. Es decir que ante el éxito obtenido por su Mesoamérica “…Kirchhoff intended to repeat his ordering model, this time focusing on the area located to the north Mesoamerican cultural super-area” (Mendiola, 2008: 293-294).24 En “Gatherers and farmers...” (1954) Kirchhoff hace referencia a la

23 La contracción hacia el sur de la frontera norte de Mesoamérica se ha ubicado entre los siglos X y XI d. C. (López Luján, 1989: 81) y pudiera considerarse como competencia climática y espacial. Dicha contracción se debió al cambio en el régimen de lluvias, es decir, una menor precipitación y por lo tanto una mayor sequía. El conjunto de interacciones e interrelaciones entre los grupos de diferente nivel y su misma combinación (mesoamericanos marginales por su situación periférica), del retraso en relación con las zonas nucleares y de las acciones mismas de penetración (aculturaión-colonización) y de retracción de lo que ahora se denomina Mesoamérica septentrional (cfr.Braniff 1989: 100 y 106-107), pudiera estar comprendiéndose precisamente como competencia por el espacio e incluso, antagonismo entre nómadas y sedentarios. 24 El subrayado es nuestro.

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existencia de dos grupos: a.-recolectores-cazadores y b.-cultivadores, por lo tanto, el espacio por ellos ocupado no era una sola “área cultural”, por lo que propone para los primeros el término de Aridoamérica y para los segundos el de Oasisamérica, a la cual liga con Mesoamérica. Con estos términos Kirchhoff abandona los términos de “Southwest” y “Greater Southwest”, los cuales utiliza sólo en el sentido geográfico (Ibíd.: 550). Como lo señalamos en nuestro propio texto: “The view of the north originated from Mesoamérica, through the colored lenses of Oasis America and Arid America” (Mendiola, op. cit.: 294), además, Oasisamérica se convierte en la “embajada” mesoamericana y Aridoamérica en su “patio trasero”, útil tanto para la primera como para Mesoamérica misma (Mendiola, en prensa) y en el cual, dicho etnocéntricamente, todo puede caber.

El término Gran Chichimeca fue utilizado por vez primera al interior de los estudios arqueológicos del norte mexicano por Charles C. Di Peso (1974: vol. 1: 48-49). Es un territorio considerado por Di Peso y sus colaboradores como una unidad que se desarrolla en un espacio no mesoamericano localizado al norte del Trópico de Cáncer hasta llegar al paralelo 38° Norte. Su aridez generalizada, que es una de las características más importantes de su medio ambiente natural, no fue obstáculo para el desarrollo de los grupos chichimecas que lo habitaron.25 Beatriz Braniff es quien se ha encargado de reelaborar el término Gran Chichimeca. Esta autora propone regresar al pensamiento del mundo indígena que la expresa como la Chichimecatlalli -tierra de los chichimecas- así como al pensamiento español (ese territorio conquistable que queda al norte de la Nueva España y que está habitado por indígenas norteños no mesoamericanos), mundos de pensamiento que en su conjunto están reconociendo una Gran Chichimeca (Braniff, 2001a: 2-3 y 2001b: 7).

Ese reconocimiento tiene distintas implicaciones de suyo etnocéntricas y a su vez en oposición: por un lado, se pretende reconciliar lo irreconciliable, es decir, los mundos de pensamiento (el indígena y el español) acerca de una región -como la Gran Chichimeca siempre denostada- y que ahora unen sus pensamientos a favor de un término; por el otro, como anteriormente hemos insistido, es que se hace

25 La aridez generalizada es el denominador común de varios ecosistemas que conforman a la Gran Chichimeca (Cordell, 1984).

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su reconocimiento desde el centro de la Nueva España o Mesoamérica misma, de tal manera que las connotaciones son innegablemente etnocéntricas, por lo tanto, la Gran Chichimeca se encuentra en el mismo nivel, conceptualmente hablando, de los términos de Mesoamérica, Oasisamérica y Aridoamérica (Mendiola, 2008: 294). No obstante se piensa que el término de la Gran Chichimeca no es etnocéntrico o centralista, así lo dejan ver Marie-Areti Hers y Dolores Soto al decir que Braniff “...propugna que se acepte el concepto de Gran Chichimeca [...] frente al de otros conceptos más centralistas como el de Aridoamérica y Oasisamérica de Kirchhoff (Hers y Soto, 2000: 39). La Nueva España, durante 300 años, tuvo un territorio vasto, muy difícil de conquistar y colonizar, nos referimos al Septentrión o norte de la Nueva España. En el año de 1810 este territorio es el norte de un México ya independiente. No duró por mucho tiempo que gran parte de ese territorio siguiera denominándose de esa manera ya que nuestro país pierde en 1848 Texas y Nuevo México, y pasa a formar parte del suroeste de los Estados Unidos.

Etnólogos y arqueólogos norteamericanos de fines el siglo XIX y principios del XX comenzaron a llamar a este espacio el área cultural del Southwest, centrada exclusivamente en las zonas que habitaron los ancestros de los indios Pueblo como los zuni y hopi. Ya entrado el siglo XX Alfred Kroeber consideró que era conveniente, ante la diversidad y presencia de grupos sedentarios y nómadas que se encontraban más allá de lo que era el Southwest, integrar el término a del Greater Southwest, área cultural que abarca hasta el Trópico de Cáncer en territorio mexicano (Kroeber, 1928: 376, citado por Kirchhoff, 1954: 529 y 531 y Braniff, 2001a). En la actualidad es más común que este espacio sea nombrado como Southwest o Suroeste de los Estados Unidos que Greater Southwest, de cualquier manera, la connotación es la misma. Beatriz Braniff se refiere un aspecto importante en relación con el difusionismo particularista de Kroeber: los norteamericanos al encontrar “...culturas semejantes en el norte de nuestro actual México, [...] extendieron territorialmente el término y lo llamaron el ‘Gran Suroeste’, de tal forma que según ellos Paquimé y gran parte de la región forma parte del ‘Suroeste’, mientras que nosotros la consideramos dentro del norte de México” (Braniff, 1997: 74).

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Ante toda esta descripción terminológica y conceptual y a propósito del Modelo Casas Grandes-Paquimé, el orientalismo y el “Modelo Ario de civilización” adquieren sentido bajo dos vertientes: la primera, muestra la relación entre los términos de Oasisamérica, Aridoamérica y la Gran Chichimeca desprendidos de Mesoamérica no sólo por su carácter etnocéntrico sino también por el discurso ideológico y académico que históricamente ha condicionado el quehacer disciplinario de la arqueología en Chihuahua; la segunda, el vínculo con la visión neocolonialista por lo tanto también etnocéntrica de los términos de Southwest y Greater Southwest.

Para la primera vertiente, el Modelo Casas Grandes-Paquimé se convierte en un submodelo frente al modelo más grande que es el de Mesoamérica (Vázquez, comunicación personal, 2005). La articulación, que es el engranaje y funcionamiento de la maquinaria, se da por medio de los términos de origen mesoamericano: Oasisamérica (Casas Grandes-Paquimé se encuentra al interior de ella); Aridoamérica (la ausencia de la monumentalidad o el “patio trasero” de Oasis América); y el de la Gran Chichimeca (interacción entre nómadas y sedentarios y la “promiscuidad” entre los mundos de pensamiento indígena y español que la conforman). A través de ellos se describe, clasifica, analiza, comprende, explica, interpreta, difunde y decide una realidad arqueológica no occidental, por lo tanto, dichas acciones son susceptibles de ubicarse como orientalistas. El Modelo Casas Grandes-Paquimé, al ser submodelo del de Mesoamérica, lo hace ser un caldo de cultivo ideal para la legitimación no sólo de estas acciones, en las que subyace el orientalismo, sino también, para la reproducción misma del discurso ideológico mesoamericanista, avalado y sustentado por la visión misma del orientalismo.

El núcleo duro de Mesoamérica es un símil del Modelo Ario de civilización. El primero, además de su etnocentrismo, históricamente ha segregado todo lo que no es mesoamericano, por lo tanto, lo considera inferior a él. El Modelo Mesoamericano y su núcleo duro extienden sus redes a través de los términos arriba referidos, reproduciéndose por medio de la tradición arqueológica definida por Luis Vázquez (2003: 24) y apoyado por las políticas centralistas sustentadas por visiones académicas de gran peso y que la arqueología oficial mexicana (léase mesoamericana) reproduce, legitima y sustenta continuamente. Por lo

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tanto, el Modelo Casas Grandes-Paquimé, no es más que una réplica proporcional del Modelo Mesoamericano (núcleo duro), es decir, monumentalidad en el contexto de la ausencia de monumentalidad: Casas Grandes-Paquimé en el contexto de lo que no es Casas Grandes-Paquimé.

En la segunda vertiente, los términos de Southwest y Greater Southwest pueden comprenderse como “formas neocoloniales de clasificación civilizatoria” (González Herrera, comunicación personal, 2003). Dichos términos son la expresión del afán expansionista y de la necesidad de conocer los nuevos territorios adquiridos e incluso más allá de ellos, de tal forma que éstos son susceptibles de ubicarse directamente al interior de los postulados del orientalismo (la clasificación neocolonialista es buen ejemplo de ello). El Modelo Ario de civilización también adquiere su real dimensión con estos términos ya que ellos sí pueden traspasar la frontera desconociendo de manera racista el norte México y aniquilando toda intromisión terminológica y conceptual al interior de su territorio como podría ser con el término del “Noroeste” propuesto por Beatriz Braniff (2001b:9) como reacción al término “Suroeste” de los norteamericanos. Aquí, el Modelo Casas Grandes-Paquimé reproduce no sólo lo mesoamericano, ya que con Mesoamérica el Southwest no está peleado, sino también gran parte de la concepción histórico-cultural de la arqueología norteamericana que tiene lugar en esa área cultural de ahí que, por ejemplo, al sitio Casa Grande, en Arizona, se le relacione históricamente con el de Casas Grandes, en Chihuahua.26 Las historias de la arqueología En esta segunda parte se presenta el estado de la cuestión con el análisis crítico de los más importantes y emblemáticos trabajos que detectamos sobre historia de la arqueología universal, continental, regional, nacional y estatal. Es en ese orden que se sigue el análisis de los trabajos

26En los treintas y cuarentas del pasado siglo XX, se realizaron investigaciones arqueológicas que buscaban encontrar relaciones culturales entre el Southwest y Middle America (Mesoamérica). Ejemplo de esto son los trabajos de Sauer y Brand (1932) y Gordon Ekholm (1942 y 1944).

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seleccionados y no específicamente el cronológico, esto precisamente porque se consideró que la lectura del desarrollo arqueológico que se hace al interior de las historias, cambia conforme a su ubicación espacial, sin que se niegue la influencia que en ellas se encuentra por parte de las relaciones establecidas con el contexto histórico-social del momento en que se redactaron así como por las tendencias prevalecientes, las cuales condicionaron el orden y el contenido mismo de estas historias. Pero por otra parte, a finales del siglo XX, se siguen escribiendo historias de arqueología bajo criterios exclusivamente cronológicos, continuistas (enumerativos y acumulativos) e internalistas, así como también presentistas, sin que se destaquen las tendencias, corrientes teórico-metodológicas y paradigmas centrales, conceptos y términos principales con un sentido crítico o en el marco de la historia de la ciencia, y, sobre todo, los elementos de su contexto histórico-social, económico, político e ideológico que directa e indirectamente han condicionado el quehacer arqueológico (externalismo).

¿Por qué y para qué se han hecho las historias más importantes de la arqueología mundial, continental, de Norteamérica, México, de su norte y de Chihuahua en particular?, ¿cómo se han hecho estas historias? y ¿cuáles son sus principales directrices, objetivos y elementos teórico-metodológicos? Estos cuestionamientos tienen lugar a raíz de la necesidad de conocer cómo se construyen las historias sobre la arqueología, cuáles son sus principales elementos, (los que en el caso de Trigger [1992] fueron para nosotros una importante guía metodológica del presente estudio) así como también comprender la naturaleza de su información y de sus datos en términos de nuestros propios intereses, incluso, en algunas de ellas, se manifiesta la percepción que tienen sobre la arqueología mexicana (autores nacionales y extranjeros), incluida la del norte mexicano y la de Chihuahua en particular.27 27 A excepción de las historias de la arqueología del norte de México como las que se encuentran en la obra coordinada por Carlos García Mora (1988, tomo 12) y que aquí se mencionan y analizan junto con las de Chihuahua, existen por ejemplo historias integradas al desarrollo disciplinario de Sonora (Beatriz Braniff, 1992), Coahuila (Leticia González, 1999, 2001 y 2003), Baja California (María de la Luz Gutiérrez y Justine R. Hyland, 2002) y las que indirectamente y en lo general se refieren a la arqueología del norte de México, como la de José Luis Lorenzo (1986), la cual presentan un manejo holístico y diferenciado estrictamente de lo mesoamericano-; las demás, como historias

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importantes de la arqueología mexicana, fincan sus reales en la superárea cultural de Mesoamérica, de ahí que su manufactura e inscripción, así como la lectura misma que hacen de la arqueología norteña, sea desde las trincheras académicas e institucionales enclavadas en esa superárea, y aunque algunas no sean propiamente historias de la arqueología, contribuyen de manera muy importante en ese sentido; como ejemplo de esto se mencionan los siguientes trabajos: México: Panorama histórico y cultural de varios autores (1975-1976 – INAH, Vols. VI-IX) y Una Visión del México Prehispánico de Román Piña Chán (1993) [1967]; también, con mínimas menciones a la arqueología del norte, pero no por ello menos importantes, se encuentran las historias de Noguera (1951: 283-291), Bernal (1979), Manzanilla y López (1993), Nava (2002: 319-332), Gamboa (2002), López (2003) y la que se halla al interior de los números 52 al 59 de la revista Arqueología Mexicana (2001-2003, -aunque con algunas excepciones en el sentido de que ciertos períodos son exclusivamente mesoamericanos-); no obstante, e independientemente de que el cristal con el que se lea el norte mexicano “esté pintado de color mesoamericano”, es ya ganancia que estas historias lo consideren. Resulta también importante que las historias mundiales de la arqueología o las desarrolladas por extranjeros tomen en cuenta a la arqueología mexicana y su mismo devenir histórico, esto bajo un tratamiento que resulta singular y por lo tanto diferente (no por eso mejor o peor) al de las historias desarrolladas propiamente por arqueólogos mexicanos, ejemplo de esto son las obras de Morley (1926: 194-204), Blom (1931: 281-297) y Alcina Franch (1995), así también otras que aquí se analizan como son las de Lister (1961: 39-45); Schuyler (1971); Willey y Sabloff (1974); Trigger (1992); y Díaz-Andreu (1998: 115-138). Para la mayoría de las historias mexicanas, el norte arqueológico prácticamente no existe puesto que su esencia es mesoamericana, de ahí que su interpretación sea centralista, no obstante, sus títulos apuntan hacia el hecho aparente de ser historias mexicanas e incluso expresen poseer un carácter nacional en el que se integra la noción de la oficialidad de la arqueología. Algunos de los trabajos, en sus aproximaciones, no tienen pretensiones u objetivos históricos, sin embargo, es claro que no pueden dejar de prescindir de ciertos elementos que son utilizados claramente con un carácter y un orden precisamente históricos, ejemplo de esto son las obras de Mena (1911), Anónimo (1928: 265-267), Matos, (1979: 7-25); Ochoa (1983 y 2001); Litvak (1986: 144-150 y 1997: 95-101); Mastache y Cobean (1987: 39-82); Olivé (1991: 119-127); Gándara (1992), Rodríguez (1996: 83-103); Brambila y de Gortari (1997: 103-125),Rico (1999: 65-81); León-Portilla (2002: 10-17); Piña Chán (2002: 277-282), López (2003a: 85-97); y Guerrero (2003) entre otras. Una que vale la pena destacar por su sentido y valor histórico es la Synthesis of Mexican Archaeology for the Summer School of the National University escrita (circa 1911) por el profesor (licenciado) Ramón Mena, en la cual no sólo omite la arqueología norteña sino que se da el lujo de discutir la posible existencia de la “Atlántica” (Atlántida) (Mena 1924: 55-57).

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Historias de la arqueología mundial Un clásico de la historia de la arqueología universal es Glyn Daniel (1974) [1967]; su historia formada de manera continuista o enumerativa se conforma de una antología de textos relevantes. Daniel deja claro que el origen de la disciplina está en los anticuarios y viajeros a partir del siglo VI a. C. en Babilonia: la princesa Belshad-Nanner colecciona antigüedades locales; de este hecho consignado se llega hasta Gordon Childe en el siglo XX (Daniel, op. cit.: 34, 268 y 284). No obstante, en una obra posterior, Glyn Daniel presenta una secuencia histórica en donde trata temáticas arqueológicas cuyo enfoque se relaciona con el condicionamiento científico y social en distintas etapas de la arqueología (Daniel, 1976, citado por Rodríguez, 1996: 84). En su primera obra aquí referida, Daniel dice “...que el estado actual de nuestra disciplina no puede ser considerado con independencia de sus etapas anteriores. La arqueología estudia el pasado desde el presente, pero el arqueólogo no debe olvidar que el presente está marcado y condicionado por las investigaciones precedentes, y que el conocimiento arqueológico de hoy constituirá una de las muchas arqueologías pasadas en una o dos décadas.” (1974: 9). Tal justificación se observa presentista, es decir que se valora el pasado y se hace una apología legitimadora del presente, tal y como es el caso de este tipo de historias “clásicas” de la arqueología, un tanto detentadoras del conocimiento “acumulado” históricamente. En ese sentido Oscar Moro nos dice:

Se habla mucho de la historiografía de legitimación, del presentismo, del internalismo, pero nadie ha trabajado a fondo sobre estas cuestiones: ningún nombre parece asociado a dicha historia (nadie ha dedicado, por ejemplo, un análisis en profundidad a la obra de Glyn Daniel) y las críticas se han limitado a simples reproches. Todo ello ha provocado que muchos de los problemas se repitan (Moro, 2007: 32). Pero un nuevo giro en la conformación de las historias de la

arqueología universal se da a través de la obra de Bruce G. Trigger (1992

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[1989])28. En este trabajo monumental se revisa el pensamiento arqueológico de nuestro orbe desde la perspectiva histórica del mundo clásico y el anticuarismo hasta más allá de la Nueva Arqueología. Sin caer en los vicios de la historia continuista y en todo momento discutiendo enfoques y corrientes frente a las posturas derivadas del positivismo, Trigger hace una historia de la interpretación arqueológica al tomar en cuenta las tendencias principales, en su contexto social, de los trabajos más importantes. Por otra parte, el autor afirma que cada vez son más los arqueólogos que buscan, desde la historia y la sociología, resolver dudas sobre su quehacer disciplinario en el sentido del cuestionamiento de su objetividad, lo que ha dado pie a su alejamiento del refugio positivista. Desde esa posición, Trigger hace un examen de las relaciones que se entablan entre la arqueología y su contexto social desde la perspectiva histórica. La comparación que resulta de abordar la arqueología en su historia, le permite tratar aspectos como la subjetividad, la objetividad y la gradual acumulación del conocimiento en el contexto general de la historia del pensamiento histórico o arqueológico. Al seguir a L.R. Binford (1981), el autor distingue entre un diálogo interno y uno externo. En el primero tienen lugar los métodos que buscan inferir [interpretar] el comportamiento humano [conducta social] partiendo de los datos arqueológicos; en el segundo o externo, se halla la referencia a problemas más generales relacionados con el ámbito social e histórico al utilizar precisamente los resultados del diálogo interno. Con el primero la arqueología se reafirma como disciplina y con el segundo se da lugar a que la arqueología aporte a las ciencias sociales (Trigger, op. cit. 9, 13 y 14). En ese sentido la postulación de nuevas visiones, resultado de la capacidad técnica y de la discusión teórica, provoca influencias en los investigadores de otras latitudes (Litvak, 1986: 144) de ahí que las tendencias generalizadas se den a conocer y se difundan a través de reuniones científicas y publicaciones.

28 Bruce Graham Trigger nació en Ontario, Canadá en 1937. Sus estudios en antropología los realizó en las universidades de Toronto y Yale. Ha sido profesor de arqueología en la Universidad de McGill Montreal en Québec. Ha excavado en Egipto y Sudán y tiene numerosas publicaciones entre las que destacan los temas de la historia de la arqueología, interpretación arqueológica y del pensamiento de Vere Gordon Childe (solapa de editorial Fontamara, 1982 y contraportada de editorial Crítica, 1992).

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Las influencias para la investigación arqueológica provienen del complejo contexto social “en el que los arqueólogos viven y trabajan”, aunque en el extremo del positivismo (‘los datos analizados científicamente’) las conclusiones son válidas independientemente de los “prejuicios o creencias del investigador”; otros arqueólogos creen que los hallazgos del pasado generan implicaciones en el presente e incluso se piensa que las condiciones sociales cambiantes transforman las preguntas formuladas por ellos así como sus mismas respuestas. (Trigger, op. cit.: 23).29 Al final, con total contundencia, Trigger señala que: “Es probable que las influencias sociales que dieron forma a una tradición científica pasada se revelen ahora con más claridad después de que las condiciones sociales hayan cambiado, mientras que las influencias actuales son mucho más difíciles de reconocer. Esto hace que las interpretaciones de los datos arqueológicos actuales parezcan más objetivas que las del pasado” (Trigger, op. cit.: 35). Una vez más se está frente a esa discusión dicotómica internalismo-externalismo; presentismo-historicismo, la cual por cierto no se ha podido dirimir y aclarar del todo al interior de la historia de la arqueología mexicana, pero también salen a flote algunos elementos de la discusión de carácter presentista (el presente es más claro o más o menos objetivo en la medida de la comprensión del pasado).30

Existe, a nuestro parecer en las propuestas de Trigger, un punto clave en el cual se imbrican las nociones de inferencia, interpretación e ideas. Este es el del cambio no lineal que se resume en los paradigmas cambiantes de Kuhn (1970: 103 [1980], citado por Trigger, op. cit.: 18) los cuales conectan no sólo con nuevos aspectos, sino también a su vez,

29 Mikulinski dice que: “...la actividad cognoscitiva misma siempre se está llevando a cabo en ciertas formas históricamente condicionadas y la rigen normas definidas y criterios que escoge la sociedad. El resultado del trabajo científico, para que sea reconocido y aceptado en la ciencia, debe satisfacer las normas y criterios convencionales en la comunidad científica. Así pues, el trabajo científico está tan estrechamente relacionado con la sociedad que a pesar de que un científico o grupo de científicos logre un descubrimiento, el sujeto del conocimiento es en realidad la sociedad en sí” (Mikulisnki, 1989: 241). 30 Siempre se busca “…aprender algo sobre la objetividad o la subjetividad de la interpretaciones arqueológicas; hasta qué punto la arqueología puede ser más que el pasado revivido en el presente […] hasta qué punto cualquier tipo de conocimiento de la historia de la arqueología puede influenciar la interpretación arqueológica” (Trigger, 1992: 35).

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desvían la atención de problemas que pudieron haber tenido importancia, por eso las percepciones cambiantes del comportamiento humano están en posibilidades de alterar la interpretación arqueológica al descubrir información que aparentemente carecía de poca relevancia; así las ideas que parecen nacer en la modernidad demuestran poseer una visible antigüedad; varios son los ejemplos que el autor proporciona en ese sentido, uno de ellos es la idea de Ester Boserup redescubierta por los arqueólogos cuando trataban de demostrar que las cada vez mayores densidades de población llevaron a adoptar formas intensivas de producción de alimentos (Smith y Young, 1972, citados por Trigger, op. cit.: 19). Tal punto central también tiene que ver con la persistencia de las ideas y su repetición a lo largo del devenir histórico de la arqueología sin que dejen de presentarse novedades interpretativas. Ideas e interpretaciones deben ser vistas a la luz de los marcos conceptuales de cada período o etapa y con ello se adquiere su significado, de tal manera que si los marcos cambian los significados también lo hacen.31 Esto está

31 Gastón Bachelard, cuando se refiere a la historia del pensamiento científico habla de profundizar en la noción de obstáculo epistemológico para otorgarle así su total valor espiritual. Añade que la preocupación del historiador de las ciencias por la objetividad lo lleva a inventariar todos los textos pero no percibe las variaciones psicológicas en la interpretación y esto tan sólo en un mismo texto, así, en una misma palabra de una misma época se encierran conceptos diferentes, su designación es la misma pero la explicación es diferente. Por esto el epistemólogo debe hacer el esfuerzo de encontrar en cada noción, que se expresa por medio de las palabras, lo que Bachelard llama una escala de conceptos, así como sus vínculos y la generación de otros derivados de los primeros. Al darse esto es que se puede apreciar lo que Bachelard llama eficacia epistemológica, en ese sentido el pensamiento se mostrará como un obstáculo superado (Bachelard, 1994: 20). Existe la locución en latín Non nova, sed nove que se traduce como “no cosas nuevas, sino de una manera nueva”, es decir, que no se descubren cosas nuevas, sin embargo, se hacen propias las ideas ya conocidas y se presentan de un modo nuevo (Larousse, 1975: XI). Se hace necesario dar la justa dimensión a estas ideas por medio de una figura que ilustre un tanto sus diversas implicaciones y que es la de polaridad positiva y negativa del pensamiento: la polaridad positiva contiene la comprensión y explicación de las interpretaciones al interior de la historia de la arqueología en nuestro tiempo, esto en términos de una adecuación exegética y en franca relación con el marco conceptual que les corresponda, el cual se dio en determinada época o período conforme así lo marque la historia de la disciplina; por el otro, la polaridad negativa, comprende en términos de implicación, el riesgo de explicar las interpretaciones precisamente sólo desde nuestra situación contemporánea, o sea, no como algo nuevo sino reinterpretado de una manera

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directamente relacionado con el desafío que enfrenta Trigger al cuestionar el avance que conduce o no hacia un conocimiento más objetivo y general de lo que son los hallazgos arqueológicos y el hecho de que la interpretación de los datos es sólo un momento que puede ubicarse como una moda, así también la ubicación de los alcances de un período posterior como más o menos objetivo en relación con los de un período anterior (¿?); preguntas que lo llevan a intentar determinar [encontrar correspondencias] en su trabajo para saber hasta qué grado la actividad arqueológica ha alterado de manera irreversible la comprensión del comportamiento humano y su historia (Trigger, op. cit.: 19 y 34-35).

Resulta interesante que Trigger, cuya óptica de lo histórico-cultural dentro de un marco específico de arqueología nacional, vea a la arqueología mexicana como el conjunto de constantes relacionadas con su pasado en términos de que éste se convierte en un objeto de manipulación política, o que el período prehispánico haya sido un apoyo de identidad nacional para el criollo. Durante el período del integracionismo del indígena a la vida nacional, este autor resalta los estímulos hacia los estudios del patrimonio del México prehispánico así como los alcances en la formación de arqueólogos o el nacimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el cual desde su creación, tuvo “el monopolio absoluto para otorgar licencias de excavación en todo el territorio de México” (Trigger, 1992: 172-173). También señala que la orientación de la arqueología mexicana es marcadamente historicista, así sus arqueólogos, dice, sienten y tienen el deber de ofrecer a todos los mexicanos un pasado propio, común a todos, esto con el objetivo de que fácilmente sé de paso a la integración nacional:

Dentro de este marco común, existen importantes divergencias en la interpretación de los datos arqueológicos, algunas de las cuales poseen connotaciones políticas claras. Éstas constituyen un amplio abanico que va desde los varios tipos de marxismo, en un extremo,

nueva (el riesgo mismo de la locución citada). La proyección histórica en términos de lo que propone Trigger, soluciona en gran medida este problema epistemológico que se encuentra en el contexto histórico del pensamiento arqueológico en su conjunto, aunque es necesario considerar que el análisis y la reinterpretación de las interpretaciones (Burque, 1979 y 1979a) se ubicarían en una y otra vertiente del presentismo y del historicismo aunque sin aproximaciones absolutas.

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hasta varios grados de compromiso con el positivismo norteamericano, en el otro. El uso político de la arqueología ha ido acompañado de una financiación insuficiente de la investigación únicamente orientada a fines científicos. El resultado de todo ello ha sido que muchos de los más importantes proyectos de investigación a largo plazo han sido realizados por arqueólogos extranjeros (Trigger, 1992: 173).

Después de la opinión de Trigger, el saldo de la arqueología

mexicana se muestra con números rojos; a partir del contexto internacional, esta disciplina se ve subyugada por la realidad político-económica de un país tercermundista como México, sin embargo, es la percepción de un autor que ha ejercido su profesión y ha escrito la historia del pensamiento arqueológico universal desde los parámetros de una arqueología de primer mundo, por eso mucho de lo que ve lo percibe pequeño y sin trascendencia; y otra vez, ejemplo de ello, es la arqueología mexicana, la cual, por lo menos en el trabajo de Trigger, no figura al interior de su índice general y simplemente queda mencionada de forma aislada y esporádica cuando se hace referencia a Mesoamérica o por medio de la idea de un México que desarrolla una arqueología que se debate entre un incipiente y casi pueril marxismo y los designios y presiones del imperialismo norteamericano. El compromiso (¿imaginado?) que la arqueología mexicana ha adquirido históricamente con el positivismo y el culturalismo norteamericanos, provocan una mezcla, de por sí, a la luz del último comentario de Trigger, suficientemente híbrida en el contexto de la investigación y de la interpretación arqueológica, de tal manera que ésta adquiere un mayor grado de hibridismo si se le agrega la afirmación de que es controlada políticamente por el Estado. Por lo tanto, nos atrevemos a decir que para este autor la arqueología que realmente vale la pena desde el punto de vista de la investigación y del pensamiento (arqueológico), tanto para México como para el resto del mundo subdesarrollado, es la que han realizado los extranjeros, por lo tanto, los arqueólogos mexicanos están fuera por ser “tercermundistas híbridos”.32

32 Jaime Litvak afirma que: “El desarrollo de la ciencia sirve en muchos sentidos como parámetro de medición de la cruel realidad humana. Independientemente de los discursos que hacen políticos y funcionarios, las contribuciones de distintos grupos tienen lugar en

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Otro relevante trabajo es el de Margarita Díaz-Andreu por su propuesta de estudio de la arqueología entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Su propósito fue exponer esa compleja relación entre la arqueología y el nacionalismo sobre la base existente que proporcionan los estudios arqueológicos y la historia misma. El motor que impulsó la elaboración de este ensayo fue la hipótesis inicial que Díaz-Andreu considera en términos del condicionamiento de la existencia de la profesión arqueológica en tanto el triunfo ideológico-político del nacionalismo. Esto representó a la autora un esfuerzo que se observa en lo general en el manejo de conjunto de la información cruzada entre distintos tiempos y espacios y con la plena conciencia del contexto sociopolítico sobre el cual desarrolla sus ideas. No obstante, su planteamiento y la forma de exposición de cada uno de los casos, como ella misma lo señala, es lineal, con lo que logra la simplificación de su relato de la arqueología en cada uno de los países de Europa y de América que menciona y que queda referida sobre la base de las siguientes subtemáticas: “La búsqueda de una Edad de Oro y los comienzos de la arqueología”, “Hacia el nacionalismo cultural”, “El apogeo del nacionalismo y la arqueología” y “La búsqueda de las raíces indígenas: un nuevo reto para la arqueología” (Díaz-Andreu, 1998: 115-138).

Su percepción sobre la relación arqueología-nacionalismo en México, se distingue de la de otras historias (sobre todo de las desarrolladas por nacionales) al mencionar, dentro del apartado “El apogeo del nacionalismo y la arqueología”, que el discurso de la escuela histórico-cultural, además de la conservación del núcleo duro de “principios históricos culturales” que reproduce la filiación difusionista (Vázquez, 1996: 26, citado por Díaz-Andreu (op. cit.: 128) no es privativa de México, ni de América Latina, sino que se da en todo el mundo, situación que la autora liga con la implicación de la arqueología en el desarrollo del nacionalismo extremo, dicho en el sentido del uso abusivo de la arqueología para implantar y justificar regímenes totalitarios como lo fue el caso de la Alemania nazi y de la misma Italia fascista (cfr. Díaz-Andreu, op. cit: 117 y 128).

donde el progreso de la ciencia es mayor y esto corresponde, en general, a los países más avanzados económicamente” (1986: 144).

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El carácter lineal de su historia no convierte su factura en algo enumerativo o continuista aún menos en una historia internalista, puesto que su hipótesis planteada liga la disciplina con el nacionalismo como fenómeno propio del contexto socio-político; su ensayo es finalmente la propone la continuación del análisis y la explicación del estudio del pasado en relación con el nacionalismo como teoría política (cfr. Díaz-Andreu, op. cit.: 117, 122, 124, 128 y 132), situación que la ubica como una historia presentista, aunque controlada, en tanto que hace el análisis de las implicaciones ideológico-políticas propias de los nacionalismos en uno y otro continente: “...lo arqueólogos y arqueólogas podemos ofrecer al análisis de cómo el estudio del pasado está relacionado con una teoría política, la nacionalista” (Díaz-Andreu, op. cit:132)33, historia en la que aflora la necesidad de la “búsqueda de las raíces indígenas a través de la arqueología”, lo cual es un reto no sólo para la misma, sino para las comunidades indígenas quienes deben asumir el “control de su pasado” (Ibíd.:129), sentido que un tanto puede ser ubicado como un motivo romántico puesto que el planteamiento que subyace es el de “un mundo indígena intacto”. Una historia de la arqueología del continente americano En la primera mitad de la década de los setentas del pasado siglo, Gordon R. Willey y Jeremy A. Sabloff (1974) abordaron la arqueología del continente americano desde la perspectiva histórica. A diferencia de la historia de Trigger, la de estos autores, sin ser enumerativa, sí se rige fuertemente por el criterio cronológico (años marcados) de tendencias que proponen e identifican en el marco del desarrollo de la arqueología, además de que se halla inmersa en el ámbito de las relaciones entre los elementos propios de la disciplina arqueológica, situación que delata claramente su enfoque internalista.

El propósito de su trabajo es sencillo y más que claro: proporcionar una historia del desarrollo de la arqueología que se practica en las Americas, al examinar las estrategias de investigación y métodos, así también se analizan los datos obtenidos, los análisis y las conclusiones 33 El subrayado es nuestro.

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a las que se llegaron desde finales del siglo XV hasta poco después de la década de los setenta del pasado siglo XX (Willey y Sabloff, op. cit: 16-18). De este trabajo, Ignacio Rodríguez afirma que es la historia de la arqueología entendida como la sucesión de proyectos y hallazgos en “donde la ambientación social brilla por su ausencia” (Rodríguez, 1996: 84). No obstante, a la luz del conjunto de las historias de la arqueología, la de Willey y Sabloff adquiere cierta originalidad por el esfuerzo de ubicar en cuatro períodos un mismo número de tendencias que en su conjunto estructuran la organización de su trabajo. Estas tendencias son:

Tendencia Especulativa en el periodo de 1492 a 1840; Tendencia Clasificatoria-Descriptiva en el periodo de 1840 a 1914; Tendencia Clasificatoria-Histórica en el periodo de 1914 a 1940 (con cronología); Tendencia Clasificatoria-Histórica del periodo de 1940 a 1960 (contexto y función); Tendencia Explicativa de 1960 dejando abierto el año de cierre (Willey y Sabloff, 1974: 5-6 y18).

El esfuerzo de ubicación y descripción de estas tendencias al

interior del desarrollo de la arqueología americana, permitió comenzar a ver con otra óptica la historia de la disciplina ya que se ofrecían nuevos elementos de comprensión en cuanto su comportamiento a lo largo del tiempo, así por ejemplo, para lo que ellos llaman Middle America (que es Mesoamérica), al interior de la tendencia Clasificatoria-Descriptiva (1840-1914), encuentran que su arqueología está influenciada por Europa y en particular por intelectuales y arqueólogos provenientes de ese continente. Los autores reproducen un tanto el romanticismo de la arqueología derivado de las acciones de los pioneros de la arqueología maya como fueron John L. Stephens, Frederick Catherwood, Désiré Charnay y Alfred P. Maudslay del siglo XIX, así, el área de la cultura maya se convirtió en el espacio en donde se dio la mayor actividad arqueológica, aunque también, hacia principios del siglo XX, el centro de México (Central Mexico) tuvo importantes acciones con Leopoldo Batres y Zelia Nutall (Willey y Sabloff, op. cit.: 64-66).

Al final, la obra de Willey y Sabloff aparte de ser “...una concienzuda historia de la arqueología en el continente, analizando las

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aportaciones de los investigadores en diversos sitios y con distintas tendencias” (Litvak, 1986: 210), representa en lo general una muestra que proyecta la necesidad propia del imperialismo y expansionismo norteamericanos: conocer con lo que se cuenta más allá sus fronteras y, aún en la profundidad de la historia misma de la arqueología de América, parece que el continente les perteneciera, o por lo menos esa es la “sensación” que dejan sus tendencias y períodos marcados, cruzados éstos con sus áreas culturales de North America, Middle America y South America (en ese orden progresivo y gradual de carácter “civilizatorio”), esto precisamente al compararse con la historia del pensamiento arqueológico universal, la ciencia en México, su antropología y arqueología; no cabe duda que el contexto histórico social, incluido el político, en cada uno de estos espacios, es muy distinto entre sí, de tal manera que el contexto externo condiciona innegablemente no sólo a la arqueología sino también la manera de hacer su historia. Dos historias de la arqueología norteamericana Llama la atención al interior de la historia de la arqueología norteamericana, que en la primera historia seleccionada se haga un corte temporal en el que se abarquen 25 años de investigación de esta disciplina, y que en su desarrollo se hayan tomado en cuenta ciertos elementos novedosos para su tiempo. Nos referimos al artículo de Robert Lister (1961: 39-45).34

34 También el arqueólogo mexicano Eduardo Noguera (1951), como se asienta más adelante en este mismo capítulo, hace una revisión de 25 años de arqueología en México diez años antes que la de Lister (op. cit). Al parecer, el análisis de los trabajos arqueológicos realizados durante un cuarto de siglo es una buena o cómoda medida de tiempo para poder observa “en corto” el desarrollo de la disciplina arqueológica. No obstante, como se observa en el epílogo de la Historia de la Arqueología Mexicana de Ignacio Bernal, en los últimos 25 años de esa historia, la visión es confusa para este autor, porque dice que “...aún la estamos viviendo, y porque al haber tomado yo mismo parte en ellos pierdo toda perspectiva histórica y se vuelve muy oscuro el panorama y difícil de perseguir las grandes líneas de desarrollo” (1979: 189). Por un lado recuerda la afirmación de Trigger sobre la dificultad de reconocer las influencias actuales (1992: 35), pero además también responde, como veremos en esta misma segunda parte, al presentismo

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¿Por qué 25 años? Considerando que el artículo fue presentado primeramente como ponencia al interior del Symposium Twenty-five Years of American Archaeology, at the 25th Annual Meeting of Society for American Archaeology en 1960, se hace una revisión de la arqueología hasta o a partir de 1935 en el Greater Southwest, el cual incluye los estados de Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, más las porciones adyacentes de los estados del este y del oeste, así como también las secciones de Sonora y Chihuahua en México. En este lapso de tiempo, Lister encuentra que hay cambios muy significativos gracias a la participación de connotados arqueólogos que dejaron una importante huella en el pensamiento arqueológico de ese espacio: Harold S. Gladwin (1937), Emily Haury (1936 a y 1936 b), H. M. Wormington (1947) y W. W. Taylor (1954) entre otros. Sus trabajos conformaron un escenario síntetizado para el Southwest (Lister, op. cit.: 39, 44 y 45) y que ha trascendido al ser citados aún en nuestros días.

¿Cuáles son los novedosos elementos que Lister tomó en cuenta al interior de esa breve pero importante historia de la arqueología del Greater Southwest? Independientemente de las actividades arqueológicas de esos 25 años en los que autor simplifica numerosas generalidades en algunos de los espacios del Greater Southwest, se encuentra el hecho de haber resaltado la participación de las instituciones como son las universidades, departamentos de antropología y museos, condición institucional que el autor interpretó como las distintas calidades en cuanto al número de participantes y actores en torno al ámbito de la investigación, formación de profesionales y grados académicos obtenidos en el lapso de tiempo mencionado al interior de la arqueología; para ilustrar esto se presenta un listado comparativo que Lister construyó alternadamente entre 1935 y 1960; es evidente que para este último año se observa un importante crecimiento en estas áreas:

vigente en las historias de la arqueología, además de otro tipo de situaciones que se inscriben en el marco de las peculiares relaciones entre arqueólogos contemporáneos.

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CUADRO 1 ACTORES DE LA ARQUEOLOGÍA DEL SUROESTE DE LOS

ESTADOS UNIDOS ENTRE 1935 Y 1960 -Arqueólogos contratados como personal en 1935……….............................……3 -Arqueólogos contratados como personal en 1960..................................................13 -Número de estudiantes atendidos en sesiones de campo arqueológico entre 1935 y 1960.................................................................1600 De todas las universidades que se han graduado en los programas de antropología en los grados de Maestría y Doctorado: -Número de graduados de maestría en arqueología entre 1935 y 1960........................................................................................................42 -Número de graduados de doctorado en arqueología entre 1935 y 1960............................…………………............................................19

Fuente: Robert Lister, “Twenty five years of archaeology in the Greater Southwest”, American Antiquity, Vol. 27, No. 1 (jul.), 1961, p. 44.

No hay duda del incremento cuantitativo que nos presenta el

autor durante esos 25 años. Hasta cierto punto su corte parecería arbitrario, no obstante, los indicadores de cambios en el desarrollo de la disciplina en tan corto tiempo, lo obligaron a hacer un ejercicio de carácter histórico en lo inmediato, esto dado el incremento sustancial arriba referido tanto cualitativa (obras) como cuantitativamente (actores). Este puede leerse de manera tradicional, es decir, de 1935 a 1960, pero también, desde nuestro presente invita a hacerlo en forma contraria (1960 a 1935), esto es porque Lister fue un investigador que escribió esta historia en su presente (1960) y que para nosotros evidentemente ya es pasado, claro, a partir de nuestro presente (2008). Podríamos hacer lo mismo, debiendo considerar que para romper con el esquema continuista, sería obligatorio tomar en cuenta criterios y variables en la ubicación y establecimiento de eventos importantes o diagnósticos que fueran sintomáticos de los cambios en el tiempo. La segunda historia es la de Robert L. Schuyler (1971: 383-409); en ella se hace un interesante análisis a partir de la idea de que the American Archaeology es una sub-rama de la antropología y posee un

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mismo esquema que podría reducirse a la tríada conformada por el periodo especulativo, siguiendo el periodo descriptivo y posteriormente el periodo explicativo o “científico”. En este último periodo es en el que se presentan el mayor número trabajos y un avance individual. El carácter general de dicho esquema es analizado con profundidad al revisar el estado presente del estudio general de la historia de la arqueología americana, especialmente con referencia a los esquemas cronológicos-explicativos. Schuyler se propone confirmar la validez de cada esquema en relación con los casos de estudio así como también explorar cómo cada uno de estos esquemas de periodificación pueden ayudar o estorbar el futuro del estudio de la historia de esta ciencia (Schuyler, op. cit.: 383). La importancia de esta historia de la arqueología norteamericana está en que es un antecedente a la de Gordon R. Willey y Jeremy A. Sabloff (1974), no obstante, su esquema de periodificación es bastante similar a los de los autores que Schuyler integra aunque estos no citan a este último y sólo recurren a la fuente de John S. Belmont y Stephen Williams (1965). Son cuatro los esquemas de periodificación que se revisan a la luz de cuatro casos de estudio: Modificado de Robert L. Schuyler, “The history of American Archaeology: en examination of procedure”, American Antiquity,Vol. 36, No. 4 (Oct., 1971), p. 386.

1. Exploración o Superficie (1492-1800)

1. Fase Pionera-Especulativa (1492-1847)

1. Nacimiento Arqueología Americana (1745-1820)

1. Periodo Pionero (1492-1850)

2. Descubrimiento de la Investigación (1800-

1860)

2. Fase Pionera Científica (1847-

1916)

2. Periodo Pionero (1820-1895)

2. Periodo Descriptivo (1850-1920)

3. Periodo Museo (1860-1900)

3. Fase de Desarrollo

Científico (1916-1935)

3. Profesionalización (1895-1930)

3. Periodo Histórico Descriptivo (1920-

1950)

4. Periodo Académico (1900-1945)

4. Fase Antropológica

Sintético (1935-

4. Arqueología Moderna

(1930-

4. Periodo Histórico Comparativo

(1950-

Willey (1958) Belmont & Williams

(1965) Strong (1952) Wissler (1942)

CUADRO 2 ESQUEMAS DE PERIODIFICACIÓN DE LA ARQUEOLOGÍA

NORTEAMERICANA

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Los cuatro casos de estudio son: 1.-El periodo inicial de la arqueología en el Southwest (1845-1860); 2.-La historia de la arqueología en el Gran Cañón (1540-1964); 3.-El Desarrollo de la arqueología en Kentucky (1661-1957) y 4.-Los estudios del Paleo-Indio (1500-1970). Por la relación que se establece con la arqueología del norte de México, se presenta aquí un breve resumen del primer periodo inicial de la arqueología en el Southwest (1845-1860): es una historia evidentemente ligada con el norte de México y con la sociedad hispánica-mexicana; en términos de la historia de la arqueología que se da en ese espacio y durante esos 15 años, Schuyler afirma que el periodo que se da es el especulativo, al que llama también “pre-Anglo”. Al mostrar relaciones especialmente con Casas Grandes en Chihuahua y las ruinas de Casa Grande en Arizona, ofrece datos importantes de carácter especulativo los cuales provienen de viajeros: es el caso de un joven inglés llamado R. W. H. Hardy (1829), quien visita y describe Casas Grandes. La cerámica de este sitio Hardy la relaciona con el estilo egipcio (Hardy 1829: 465, citado por Schuyler, op. cit.: 388) 35 También hace referencia al viaje de un comerciante de nombre Josiah Gregg (1844) quien, al visitar Casas Grandes, establece asociaciones con Pueblo Bonito y Moqui en Nuevo México, además de que su origen es azteca.36 Obviamente detrás de ello está Clavijero, que es mencionado por el mismo Schuyler quien ubica su información como parte de la mitología de origen y migración azteca (Schuyler, op. cit.: 387-388).37

Antes del estallido de la guerra con México (1846-1848), proliferaron diversas instituciones académicas y científicas entre las que destaca la Smithsonian Institution (1830-1840) por medio de la cual el gobierno apoyó a científicos para la exploración. Después de la guerra con México, el mismo gobierno norteamericano comisionó a John Russell Bartlett (1965 [1854]) para la delimitación de la frontera. El

35 La descripción del trabajo de Hardy sobre Casas Grandes se integró en el capítulo II de este libro. 36 Josiah Gregg fue un comerciante y naturalista amateur que exploró el Southwest, las Planicies y el norte de México entre 1831 y 1840. Su libro ofrece descripciones de ruinas históricas y de los centros indígenas (Gregg, 1844, citado por Schuyler, op. cit.: 388). 37 Schuyler no integra la ficha bibliográfica de Francisco Javier Clavijero.

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reporte de Bartlett incluye una detallada descripción de Casas Grandes (1854: 354-362) (Schuyler, op. cit.: 389 y 391-392). Robert Schuyler, al haber al cruzado los esquemas de periodificación y los casos de estudio, concluyó que los primeros no muestran del todo incompatibilidades con respecto a los casos utilizados, aunque percibe una cierta arbitrariedad en esos esquemas, esto dado la disparidad existente entre ellos; prevalece la fase especulativa de la que emerge la fase o periodo descriptivo, no obstante, los cambios en los procesos de la investigación arqueológica en Norteamérica hablan de cambios evolutivos, graduales y acumulativos claramente observables entre el periodo Pionero y la “Nueva Arqueología”. (Schuyler, op. cit.: 404-407). No hay duda de que el enfoque de esta historia es en lo general internalista, aunque en ciertos pasajes existen algunas relaciones a momentos de carácter sociopolítico, como es el caso de la guerra entre México y Estados Unidos, sin que este conflicto haya afectado mucho al quehacer científico de este país, es más, este evento favoreció la exploración y la evaluación del territorio arrebatado a México (que es el caso de John Rusell Bartlett), es decir, son las nuevas necesidades de conocer y valorar las condiciones de la naciente frontera; así también, es una historia lineal-acumulativa dado que su sentido se enmarca al interior del neopositivismo de la “Nueva Arqueología”. En conclusión, es una historia presentista que estudia el pasado de la arqueología juzgándolo, para así justificar o legitimar su presente, incluso asegurar su futuro. Historias de la arqueología mexicana Luis Vázquez León, en su Leviatán Arqueológico, hace un importante señalamiento en torno a que la historia de lo que son estrictamente las teorías arqueológicas no ha sido un punto que llame la atención de manera especial a los arqueólogos mexicanos. Muy pocos, como Manuel Gándara, Eduardo Matos y Jaime Litvak, han desarrollado históricamente ideas desde el enfoque internalista (Vázquez, 2003: 57).38 Por ejemplo, la contribución de Manuel Gándara (1980) nos dice

38 Vázquez cita a Gándara (1980, 1981, 1991, 1992: 21-77; 1994: 67-118); Gándara et al (1985); Matos (1979); y a Litvak (1986: 119-156).

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Vázquez, “...fue una especie de historia interna de la nueva arqueología. Sin perder su espíritu crítico, Gándara asumió las reglas de esa ‘posición teórica’, esto es, descartó el enfoque externalista marxista, optando -y en ello reside mucho el valor de su trabajo- por plantearse problemas relativos al vínculo de la arqueología con la filosofía de la ciencia, en sus facetas ontológica, metodológica y epistemológica, lo que constituyó una novedad sobresaliente en la comunidad arqueológica” (Vázquez, 1987: 179). Volviendo al Leviatán, Luis Vázquez se aproxima a la Escuela Mexicana de la Arqueología a través de Jaime Litvak (1986: 144-150) y menciona que son nueve características que la identifican. De esas nueve, tres son comprendidas por Vázquez dentro del enfoque internalista: “etnogénesis nacionalista; desarrollo técnico nulo; y desarrollo de tipologías” (Vázquez, 2003: 67-68); el resto son ubicadas desde el punto de vista externalista: “ligazón de la actividad científica y la actividad política; reconstrucción o conservación de zonas arqueológicas; uso político de sus resultados; institucionalización de la arqueología; interés centrado en urbes monumentales; y desarrollo teórico cedido a extranjeros” (Vázquez, op. cit. 67-68).

Sin olvidar que los antecedentes de este planteamiento se encuentran en las corrientes de la arqueología mexicana las cuales son: reconstrucción monumental; marxista; y tecnicista, descritas y analizadas de manera constante en cruzamiento con el nacionalismo (cfr. Matos, 1979: 14-25), la arqueología mexicana y por ende su historia, se han desarrollado fundamentalmente a partir de Mesoamérica, característica importante que es necesario tener presente al intentar construir la historia de esta disciplina fuera de esta superárea cultural.39

39 Las visiones del México prehispánico han sido miradas mesoamericanas, en ellas el norte, cuando llega a ser considerado, ha sido tratado como un anexo incómodo; muchas veces este espacio se ha integrado a estas visiones sólo porque representa más de la mitad del territorio nacional o porque simplemente debe ser tratado por sus “raquíticas” evidencias arqueológicas. De esto se colige que el norte arqueológicamente es poco entendido o incompletamente tratado y además, de manera constante, se pretende explicar desde Mesoamérica. Un ejemplo de esto es el trabajo de Román Piña Chán, quien deja para su último capítulo la arqueología del espacio norteño (noroeste, norte-centro); el título de éste es por demás sugerente para todos aquellos que se interesan por los aspectos relacionados con el etnocentrismo: “Los Bárbaros del Norte” (cfr. Piña Chán, 1993), de tal manera que hacer una historia de la arqueología del norte de México

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La propuesta que, a manera de epílogo, lanza Jesús Nava Rivero (2002: 319-332) es desarrollada históricamente al buscar la esencia de la arqueología mexicana del siglo XX. En ella, los factores externos se conjugan armónicamente para explicar lo que esta disciplina logra en ese siglo; es decir, se destacan los aspectos socio-políticos que prevalecieron en distintas etapas y que influyeron en la arqueología, aunque ésta también contribuyó a reafirmar ciertos sentidos como son los que se encuentran en el nacionalismo, el cual se cruza con algunas de las corrientes teóricas (evolucionismo, positivismo, culturalismo y difusionismo); paralelamente se observa el impulso que generó esta disciplina a través de la investigación, conservación y difusión del patrimonio cultural de México. Un desarrollo similar de la historia de la arqueología mexicana se encuentra en los trabajos de Manuel Gándara (1992), Ignacio Rodríguez (1996: 83-103) y Eduardo Gamboa (2002). El primero de ellos aborda teórica y metodológicamente la arqueología oficial mexicana sin desligarla del factor externo de lo político en el contexto del Estado mexicano del siglo XX; el segundo, destaca los aspectos ideológicos de ese Estado en relación con el desarrollo de su arqueología, aunque cae en la trampa del discurso continuista a partir de la segunda mitad del siglo XX; es el “despegue ideológico” como así lo llama Rodríguez, que suena, a nuestro parecer, un tanto esencialista en su desarrollo, y con lo que se pierde la posibilidad del manejo de una perspectiva interna por ser inexistente en su abordaje; es decir, se ignora la inherencia teórico-metodológica del devenir mismo de esta disciplina; pero en ese sentido el trabajo de Gándara es mucho más integral. En cuanto al de Gamboa, se presenta la novedad de que en tiempos relativamente cortos de desarrollo de la arqueología en México (1975-1985), se consideran analíticamente varios aspectos, dentro de los cuales no sólo se encuentran los internos sino también los externos, tales como los sociales, ideológicos y políticos, además de los económicos y legales en el contexto nacional y particular del manejo arqueológico y de la conservación del patrimonio cultural. Este trabajo resulta de gran utilidad

implica un “vehemente acto de expiación por todas las culpas mesoamericanas cometidas en contra del norte, de las cuales muchas aún las estamos cargando sin que directamente hayamos sido responsables de ellas”.

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porque de manera rápida se conocen cuantificadas las principales tendencias de la arqueología mexicana a lo largo de diez años.40

De las anteriores obras consideradas en relación con la gran cantidad de historias mencionadas en la nota a pie de página número 27 de este capítulo, se desprende la idea de que existe una mínima oposición y rechazo a la forma tradicional de hacer historia de la arqueología en México. Esto ha permitido llegar a tres puntos importantes: primero, que la historia de la arqueología mexicana se caracteriza principalmente por desarrollarse en lo general con el enfoque internalista, sin que por ello no puedan inferirse aspectos (aunque sea de manera superficial) al interior de las relaciones externalistas. En el fondo de todo esto se encuentra que la esencia de la arqueología de nuestro país es el positivismo, un positivismo que por cierto se regodea en el centralismo mesoamericano que desparrama sus visiones a todo el “interior” del país; segundo, conocer obras de la historia de la arqueología en México en el marco nuestros intereses, implicó considerar que en ellas se plantea en general un esquema de desarrollo continuista-enumerativo que adolece de “precursitis”, ligado directamente con el presentismo inconsciente justificador de la arqueología del presente, sobre todo de la oficial; sin embargo, y como tercer punto, la decisión de analizar esas historias fue en el sentido de que los elementos que en ellas están contenidos se distinguen frente al resto del conjunto de las demás historias puesto que aportan nuevas vertientes en el manejo de sus datos, con una intencionalidad en su manufactura que es innegablemente histórica y esto, de alguna manera, las hace únicas y originales: son, en algunos casos, las primeras historias desarrolladas, en otros, la suma y el manejo

40 Por ejemplo, durante ese periodo de diez años, Gamboa detectó la realización de 65 trabajos para la región norte de México. De siete estados de esta región norteña, el mayor porcentaje le correspondió a Sonora con un 36%, le sigue Zacatecas con un 19%, Baja California con un 17%, Chihuahua con un 16%, Durango y Coahuila con un 5% y Nuevo León con un 2%. Las tendencias del trabajo arqueológico de este mismo espacio se orientan hacia la Investigación con un 40%, seguida de del Salvamento con un 15%, Atlas 14%, Rescate 12%, Restauro 10%, Registro 5% y Técnicas y Análisis con un 2%. Los factores económicos derivados del turismo condicionan que los trabajos de salvaguarda se incremente en los espacios del Pacífico Sur, Caribe y Golfo de México, lo cual, frente al porcentaje de este tipo de trabajos en el norte, las escalas porcentuales son menores (Gamboa, 2002: 62-63).

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de gran cantidad de información ordenada históricamente con cortes cronológicos explicativos, interpretaciones y, entre otros aspectos, un genuino sentido de divulgación, además de que en ellas se ha considerado la integración de información muy relevante que directa o indirecta hace referencia al norte de México y a sus más importantes sitios arqueológicos. Como ejemplo de ello y dentro del contexto nacional, tenemos los trabajos de Eduardo Noguera (1951: 283-291), Ignacio Bernal (1979) y la “Historia de la arqueología en México” de varios autores (2001-2003).41 Para el macro-regional o norte de México se encuentra la historia de Teresa Cabrero (1993: 175-194). Para el contexto microregional se cuenta con algunas de las historias de los estados del norte de México y que aparecen en la obra coordinada por Carlos García Mora (1988), en la compilada por Cabrero (1993) y algunas otras independientes. Por ser una nueva y diferente historia de la arqueología de Sonora se analiza aquí la de César Villalobos Acosta (2004). Para Chihuahua, se abordan sintéticamente y con un sentido analítico-crítico las historias de Luis González Rodríguez (1988: 199-242), Juan Luis Sariego (1999: 29-44), Arturo Guevara (1988: 181-198), Jane Kelley y Maria Elisa Villalpando (1996: 69-77), Rafael Cruz (1992: 4B y 14B) y Francisco Mendiola (1998: 45-47). A.- Historias de la arqueología nacional (énfasis en las menciones de la arqueología en el norte mexicano) Desde la óptica histórica, México ha utilizado su arqueología oficial o su Escuela Mexicana de Arqueología para justificar el sentido nacionalista

41 Publicada por Arqueología Mexicana (números del 53 al 59), esta historia fue organizada, dado el formato de divulgación de esta revista en las siete (7) entregas, de manera continuista y/o enumerativa (de lo más antiguo a lo más reciente), es decir, de la época prehispánica hasta el año 2002 y así también al interior de cada una de sus partes; sus autores, en el orden de los números de los fascículo, son: Leonardo López Luján (2001: 20-27); Eduardo Matos Moctezuma (2002: 18-25); José Alcina Franch (2002: 18-23); Luisa F. Rico Mansard (2002: 18-25); Miguel León-Portilla (2002: 10-17); Joaquín García-Barcena (2002: 8-15); y Manuel Gándara (2002: 8-17 y 2003: 8-15). De esta misma historia se incluyen aquí breves menciones sobre aspectos arqueológicos del norte de México y cuyo manejo evidentemente es hecho desde Mesoamérica.

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desde el aparato estatal, aunque bien vale la pena señalarlo, sólo se hace desde una posición centralista y mesoamericana ya que la arqueología del norte mexicano poco o nada cuenta sino es que para justificar esporádicamente el reforzamiento cultural oficialista (desde un manejo esquemático de la identidad nacional) de su frontera política y económica con los Estados Unidos, sin considerar el hecho de que el compartir historias y prehistorias borra las fronteras imaginarias. Eduardo Noguera representa un momento fundamental en el ámbito de la visión retrospectiva de la arqueología mexicana. Sus relevantes aportaciones al conocimiento arqueológico abarcaron diferentes aspectos que aun impactan a toda la arqueología nacional. Muchos de sitios arqueológicos fueron por él explorados en el territorio mexicano y dentro de los cuales se encuentran los más importantes del norte mexicano: Casas Grandes, en Chihuahua (Noguera, 1926) y La Quemada y Chalchihuites en Zacatecas (Noguera, 1930).42 También atendió las secuencias culturales del norte de México (Noguera, s.f.), las áreas culturales de Sonora (Noguera, s. f.), y los aspectos arqueológicos de Sinaloa, Baja California y de nuevo los de Sonora (Noguera, 1976: 9-50). Eduardo Noguera publicó una historia de arqueología en México (1951: 283-291)43, en la que revisó 25 años de la misma a partir de dos eventos: el 25° aniversario de la publicación del primer trabajo de Alfonso Caso y el inicio de las exploraciones, en 1925, de la pirámide de Tenayuca. Aparte de mencionar momentos importantes como son la creación de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y las 42 Luis Vázquez anota que Noguera estudió arqueología en Harvard, indirectamente se liga a esa generación de transición entre la Escuela Internacional y la Escuela Nacional de Antropología. Por otra parte Noguera se encargó, además de las zonas arqueológicas arriba mencionadas, también del sitio Tajín en Veracruz, lo cual, en su conjunto, lo convierte en un experto en estas zonas casi hasta confundirse como controlador de las mismas, situación que inició algo que puede denominarse tradición caciquil de la arqueología mexicana y que es necesario todavía seguir investigando (cfr. Vázquez, 1993: 72). 43 Eduardo Noguera Auza nació en 1896 y murió en 1977 en la ciudad de México. Hizo sus estudios en la Universidad de Harvard (1917-1920) y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia así como en el Colegio de Francia. Regresó a México y trabajó en el Departamento de Monumentos Arqueológicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. (Musacchio, 1995: 1362).

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exploraciones de Monte Albán, Teotihuacán y sus barrios (Tetitla, Tepantitla y Atetelco), Chichen-Itzá, Zempoala, Tajín y Cholula, Noguera del noroeste de México dice:

Hace poco el Noroeste de México era una completa incógnita bajo el punto de vista arqueológico, o sea los estados de Michoacán, Colima, Jalisco, Sinaloa y Sonora. Sabíamos de la existencia de una cultura que se denominaba tarasca, pero que, en realidad, no se habían definido sus características especiales ni su verdadera extensión geográfica. Ahora, gracias a los numerosos estudios en que han colaborado con todo acierto y entusiasmo investigadores de la Universidad de California, del Museo de Historia Natural de Nueva York y de la Universidad de Nuevo México, se han podido identificar diversas culturas que tuvieron asiento en ese enorme territorio y produjeron manifestaciones, sí es cierto no tan grandiosas en arquitectura como las del centro o sureste de México ya que no se distinguieron por grandes construcciones empero su cerámica es de un sentido artístico muy grande y ha servido de base para establecer lazos que unen estas culturas con las del centro de México. Sin embargo, se encuentran algunos rasgos arquitectónicos muy interesantes en Nayarit y Colima donde ocurren estructuras originales que señalan sus constructores fueron gente de un sentido artístico y de conocimientos (Noguera, 1951: 287).

El noroeste de México, según Noguera, incluye también los estados que dentro de Mesoamérica forman parte del Occidente (Michoacán, Colima, Jalisco); no obstante, la percepción de lo que Noguera piensa que es el norte arqueológico se hace paradójicamente desde la concepción central mesoamericana: “produjeron manifestaciones, sí es cierto no tan grandiosas en arquitectura como las del centro o sureste de México”, además de la consideración de los lazos culturales entre el centro de México y su norte y esto es por el auge de los estudios difusionistas que enfatizan los contactos culturales entre el Southwest y Mesoamérica y que pasan por el noroeste mexicano, el cual es bautizado como “corredor cultural costero” por Carl Sauer y Donald Brand (1932); también se profundiza en las relaciones culturales entre el norte de México, el suroeste de los Estados Unidos y Mesoamérica (Beals, 1944: 191-199; Brand, 1944: 199-203; y Ekholm, 1944: 276-283).

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Llama la atención que Noguera en su historia haya reparado en el impacto que la arqueología tiene en el público en torno a los descubrimientos, porque antes éstos se veían como cosa rara, divertida pero sin importancia, ahora, dice, hay un interés que es serio de parte de la arqueología mexicana (Noguera, 1951: 290-201). La historia de Noguera, es un fiel reflejo de la observación de lo que él llama “...un continuo progreso en el conocimiento de las culturas y los pueblos de México antes de la conquista” (Ibíd.). Progreso en continuidad, esencia del positivismo, el signo de los tiempos.

La historia de Ignacio Bernal (1979)44 es un trabajo de referencia obligada para todo aquél que se interese por el pasado de la arqueología mexicana. Su mérito se halla en que fue la primera historia sobre esta disciplina. Historia que fue construida a partir de la experiencia profesional de un arqueólogo como Bernal, en la que se justifica el quehacer de esta ciencia por la ciencia misma. Sus capítulos, organizados cronológicamente, caracterizan de manera exclusiva la relación interna entre los estudiosos y los restos arqueológicos, emana de ello un particular pensamiento interpretativo, casi purista, de evidente posición enumerativa y continuista que provoca que se ignore todo vínculo externo del tipo que sea.45 Es de cualquier manera una estimulante

44 Ignacio Bernal y García Pimentel nació en la ciudad de México en 1910. Arqueólogo y funcionario público, distinguido con dos doctorados honoris causa por universidades de los Estados Unidos y por el Premio Nacional en 1969. Sus publicaciones suman más de 300 entre individuales y colectivas (artículos, ensayos y libros). (Musacchio, 1995: 200). 45 Ignacio Rodríguez al respecto señala que en la historia de la arqueología, entendida como la sucesión de investigaciones, el medio ambiente social es inexistente, ejemplos de ello, además del ya mencionado trabajo de Willey y Sabloff (1974), está el mismo de Bernal (1979), del que dice, al haber sido director del INAH admira que no mencione las condicionantes externas que inciden en la arqueología mexicana (Rodríguez, 1996: 84). La estructura de la obra de Ignacio Bernal (1979) contiene, de 1520 a 1670 a los pioneros; de 1670 a 1750 a los primeros curiosos de papeles antiguos en el que se halla por ejemplo, Carlos de Sigüenza y Góngora (nacido en 1645), quien hace la primera exploración arqueológica (Bernal, op. cit.: 47); de 1750-1825, los ilustrados entre los que se encuentra a Francisco Javier Clavijero; de 1825 a 1880 historiadores y viajeros, tiempo en el que destaca Manuel Orozco y Berra; de 1880 a 1910 se da el pensamiento positivista, en el que destaca, entre otros, el trabajo de Adolph F. Bandelier; y de 1910 a 1950 el triunfo de los tepalcates. Por la importancia que revisten las obras de estos estudiosos, éstas se analizan en el siguiente capítulo de este libro.

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historia que invita a la reflexión e indagación profunda de sus muchos y variados datos que por vez primera son expuestos bajo la idea de “...reseñar la secuela de conocimientos y aun de errores que frecuentemente demoran la adquisición de nuevos conocimientos y, por lo tanto, el avance de la arqueología” (Bernal, op. cit.: 14).

A través de esta historia también se sabe de la importancia de los antecedentes históricos de la arqueología mexicana en los que se abordan con abundancia variados aspectos arqueológicos, además de mostrar un serio interés en los sitios del norte de nuestro país, especialmente por Casas Grandes (Paquimé) (cfr. Bernal, op. cit.: 96-98 y 115). Al respecto de la arqueología del norte de México, Bernal apunta, para la etapa de 1910 a 1950, lo siguiente:

El norte y toda la parte central de la República que queda fuera de las fronteras mesoamericanas fueron bastantes descuidados, debido en gran parte a la situación muy peculiar de la arqueología en esa región. Salvo algunos centros permanentes de habitación prehispánica, el resto del área no presenta sitios concretos claramente definidos en donde realizar exploraciones, sino que, por el contrario, el investigador necesita buscar en las cuevas, en los montes o en los valles las huellas poco visibles de las tribus nómadas que habitaron allí, salvo los casos de bárbaros sedentarios. [...] Con todo esto se hicieron reconocimientos y estudios interesantes en estas áreas y en la Baja California por Amsden, Brand, Carey, Kidder, Noguera, Gamio, Sayles, Mason, Margain, etc.. y algunas exploraciones en sitios permanentes, como Casas Grandes, Chalchihuites, iniciada por Gamio hace mucho tiempo, la Quemada, Teúl. Sin embargo, no había surgido una cronología para toda esa zona, y, por tanto, menos aún, resultados culturales que pudieran explicarla, así como sus verdaderas relaciones con la Mesoamérica agrícola y sedentaria (Bernal, 1979: 176-177).46

46 Manuel Gamio, en la introducción de su trabajo de Chalchihuites, Zacatecas, relata lo siguiente: “Conversando en una ocasión con el Sr. Lic. D. Genaro García, Director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, de México, sobre la escasez de datos arqueológicos que se nota en la parte septentrional de la República, particularmente en las regiones del N. y N.O. del Estado de Zacatecas y S. S. O. del de Durango, dicho señor determinó que se efectuara una exploración de tales lugares, bajo los auspicios de aquella institución” (Gamio, 1910: 469).

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Ignacio Bernal (op. cit.) buscó de igual manera dar el crédito correspondiente a los pioneros, esto es, al esfuerzo de los precursores de la arqueología mexicana sin dejar de tomar en cuenta a los “...arqueólogos más recientes que han llevado los conocimientos hasta límites antes insospechados” (Ibíd.:16). Arqueólogos recientes que llegan sólo hasta 1950 cuando la historia es publicada en 1979, porque Bernal, ante lo que él denomina como su confusa visión de los últimos 25 años, evita entrar en “...consideraciones personales de amistad o de antipatía hacia los actos de personas aun vivas, imposibilitando un juicio válido sobre sus aportaciones y su importancia en el desarrollo de la ciencia” (Bernal, op. cit.: 189).47 Por esto, la historia de Ignacio Bernal es presentista, ya que hizo su estudio histórico de la arqueología mexicana por el bien de su presente -porque no lo quiso afectar- y por ello estudió el pasado del quehacer de esta disciplina hasta donde fue necesario y para hacerle bien a su desarrollo contemporáneo, situación entendible más no justificable en el papel que jugó como funcionario público que fue y como autor de esa misma historia.

La historia de Ignacio Bernal es también el resultado de su internalismo positivista, lógicamente despojado en extremo de lo social y de lo político, al grado tal de que no admite la más mínima biografía de los personajes más célebres que en su libro aparecen (cfr. Bernal, op. cit.: 16) y menos en su contexto político-social, y aun, evitar, por ejemplo, la consideración de que la arqueología en México cambia teóricamente a raíz de los sucesos que lo convulsionaron social y políticamente en 1968; es una historia, como él mismo lo dice, incompleta, pero que le es satisfactoria con sus más de 400 años históricamente abordados (cfr. Bernal, op. cit.: 189), periodo en el que lo social, lo político y lo ideológico

47 Luis Vázquez al respecto señala que al detenerse esta historia de manera tajante en 1950, el lector queda en el aire precipitándose al vacío de un cuarto de siglo (Vázquez, 1987: 181). Si para Bernal 25 años de arqueología son confusos, se podría pensar que un tiempo menor (en años) implicaría mayor brumosidad, sin embargo, como lo demuestra Eduardo Gamboa (2002), abordar un periodo de diez años de trabajos arqueológicos en México (1975-1985), el corte histórico contemporáneo da una clara luz al quehacer moderno de la arqueología en relación con sus diversas condicionantes externas, ejercicio cuya utilidad es incuestionable para la definición de políticas de investigación, conservación, difusión y formación de profesionales en el ámbito del patrimonio cultural de nuestro país (cfr.Gamboa, op. cit.).

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evidentemente entablan una relación con el quehacer arqueológico, y que seguramente, al percibir que después de 1950 hasta un poco antes de1979 el rumbo de la arqueología cambia, -como sucedió también en las distintas etapas por él marcadas al interior de esos 400 años-, decide ignorar ese breve lapso de 25 años, justificándose pueril e ingenuamente, aunque no por ello se deja de otorgar la debida importancia a esta historia en el propio contexto de un hombre de su tiempo como Bernal lo fue.

De la serie “Historia de la Arqueología en México I-VI”, editada y publicada por la revista Arqueología Mexicana (2001-2003), es necesario, en primer lugar, asentar algunos aspectos generales: 1°, este medio de difusión posee un contenido accesible, dirigido a un amplio público de lectores en el que se destacan los hallazgos y los datos materiales más sobresalientes; 2°, esta revista es la representación de los intereses de la arqueología nacional, lo que de alguna manera muestra públicamente el quehacer institucional en términos de la estructura jerárquica de la organización de la arqueología al interior del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); y 3°, la investigación es concebida como un subproducto de la conservación del patrimonio cultural arqueológico (Vázquez, 2003: 156) ya que es lo que viste, decora y asegura uno de los más importantes atractivos turísticos de México (factor económico): su arqueología (sitios y museos).

En segundo lugar, es necesario preguntarse por qué una historia de la arqueología en México aparece hasta el número 52 de Arqueología Mexicana, o sea, después casi 9 años de existencia de este órgano de difusión. Las razones de la dirección editorial se desconocen, aunque puede inferirse cierta inconsciencia sobre la trascendencia de la historia y de su función social, la cual es inherente a la actividad retrospectiva como parte fundamental del proceso de comprensión del devenir de la arqueología y de sus mismos antecedentes, no obstante, es justo reconocer en este caso de Arqueología Mexicana, que la historia, aunque llega tarde, al fin llega.

En tercer lugar, el cariz de esta historia, por lógica de concepción y de objetivos de divulgación del conocimiento arqueológico en el conocido marco de esta revista, es fundamentalmente continuista, aunque se observa cierto equilibrio entre los enfoques internalista y externalista. Los temas de esta historia van desde la arqueología de la

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arqueología en la época prehispánica (López Luján, 2001: 20-27) hasta la época moderna (1968-2002) (Gándara, 2002: 8-17 y 2003: 8-15), pasando, por ejemplo, por los viajeros del siglo XIX (Alcina Franch, 2002: 18-23), por la proyección de arqueología mexicana a principios del siglo XX (Rico, 2002: 18-25) y la posrevolución (García-Bárcena, 2002: 8-15). El carácter expositivo de su contenido, dicho en términos de sentido y concepción (por origen y esencia), es evidentemente mesoamericano, no obstante, no dejan de aparecer importantes datos sobre el norte de México. Por ejemplo, para finales del siglo XIX y principios del XX, se cita a Carl Lumholtz (Rico, 2002: 20), de igual manera, en la etapa de la posrevolución, entre 1939 y 1968, se menciona el inicio de las exploraciones de Casas Grandes o Paquimé en el año de 1958, dirigidas éstas por Charles Di Peso y su equipo (García-Barcena, 2002: 11); para la etapa moderna (1968-2002) se hace la mención de áreas antes ignoradas, como es la del norte de México, a través de los grandes proyectos que se dieron a principios de la década de los noventa en el campo de la investigación, conservación y difusión de sitios como Paquimé y el de las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en Baja California Sur (Gándara, 2003: 12 y 14).48

Es importante reconocer que esta historia de la arqueología en México en su conjunto es altamente ilustrativa, tanto por su agradable diseño como por la lograda síntesis de la información, antes de ella muy poco o nada existía en ese ámbito de la divulgación.

48 En el número 7 (especial) de imágenes históricas de la arqueología mexicana del siglo XX, también de Arqueología Mexicana, aparecen imágenes fotográficas de Charles Kelley en el río Conchos, Chihuahua en 1951; para el periodo 1939-1951, se muestran fotos de abrigos rocosos en Jiménez [sitio Peñoles] en el sureste de Chihuahua así como de muros y graneros del sitio río Chico, seguramente en la Sierra Madre Occidental en Chihuahua para el año de 1940; otra foto también es del mismo Charles Kelley en la que se le ve cruzando el río Conchos en Julimes, Chihuahua, y que pertenece a su expedición del mismo año de 1951 (Vela y Solanes, 2001: 49, 53 y 60). De manera desafortunada, esta edición especial no integró material gráfico del trabajo de Charles Di Peso, esto a pesar de la gran importancia y trascendencia de sus investigaciones en Casas Grandes, Chihuahua entre 1958 y 1961.

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B.- Una historia de la arqueología en el norte de México Un esfuerzo importante de síntesis histórica de la arqueología del norte de México lo representa el trabajo de María Teresa Cabrero (1993: 175-194). De entrada puede señalarse que los parámetros de manufactura general de su historia son las “monumentalidades” que ella considera como los principales sitios: Chihuahua (Casas Grandes)49 y Zacatecas (Alta Vista, Chalchihuites y la Quemada);50 los de Sinaloa, aunque sin ser monumentales, participaron culturalmente, al igual que los sitios ya mencionados, en lo que Cabrero llama “la problemática mesoamericana” (op. cit.: 176) y que fueron investigados por famosos arqueólogos norteamericanos como Carl Sauer y Donald Brand (1932), Gordon Ekholm (1942) e Isabel Kelly (1938 y 1945) entre otros.

Al ser la de Cabrero una de las primeras historias que aglutinan elementos desde el enfoque internalista en linealidad (continuista) de la arqueología del espacio norteño, puede ubicarse como uno de los puntos importantes de arranque para la elaboración de historias de la arqueología del norte y de sus entidades federativas, sin olvidar (como así sucede con Cabrero op. cit.) que el norte se halla dentro un medio ambiente geográfico en el que aparte de que prevalece la aridez generalizada (Cordell, 1984), se observan generalidades histórico-culturales conforme a las interpretaciones arqueológicas que se conocen (Cabrero, op. cit.: 175). Pero por otra parte, al ser una de las primeras historias de la

49 En cuanto a Casas Grandes, Cabrero señala que Hubert Howe Bancroft (1975 [1883]) es el que menciona que los cronistas del siglo XVII son quienes identificaron este sitio con el nombre de Paquimé y que fue considerado como la tercera morada o estación de la migración azteca (Cabrero, 1993: 179). Primero, quien afirmó que Casas Grandes era nombrado por los nativos como Paquime (sin acento, posteriormente es que se le denomina Paquimé) fue Baltasar de Obregón para el año de 1584 (siglo XVI). Obregón fue cronista de Francisco de Ibarra y su obra fue descubierta por el S. J. Mariano Cuevas (1924); segundo, la mención de Casas Grandes como la tercera morada de los aztecas proviene de obra de Francisco Javier Clavijero (1780), a quien Bancroft se refiere constantemente. 50 Sobra decir que la connotación de monumentalidad se liga inmediatamente con Mesoamérica, esto no sólo responde a que estos sitios mantienen nexos con Mesoamérica, sino que la propia formación arqueológica mesoamericana de Cabrero, como lo es la de la mayoría de los investigadores arqueólogos de México, posee tradicionalmente, como referencia central, a la superárea cultural de Mesoamérica.

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arqueología del norte de México y sin que la autora repare en ello, Cabrero desaprovecha o ignora la oportunidad de hacer referencia al contexto de los factores internos y externos que dan origen o que están presentes en la investigación arqueológica del norte de nuestro país en relación con el peso ejercido por la arqueología mesoamericana. Por otra parte, ya existía la publicación, para cuando ella escribe su historia, de Panorama Histórico de la Antropología en México (coordinada por Carlos García Mora, 1987) y en la que se asienta la necesidad de orientar la historia de la antropología y de la misma arqueología mexicanas, esto fuera de marcos tradicionales positivistas. Es en el volumen número 12 de esta obra en el que se incluyen breves historias de la arqueología de cada uno de los estados norteños a los que hace referencia la autora, sin que los haya consultado ni citado para su misma historia.51 Tampoco, al no hacer referencia a la situación de que ésta es una de las primeras historias en su género para el norte de México a partir de una visión de conjunto, menos aún menos advierte de los peligros inherentes a una empresa con objetivos macro-regionales, de tal manera que no basta que diga que “...la multiplicidad de manifestaciones culturales en distintos niveles de desarrollo y tipos de producción impide tratarlos [a todos los estados del norte mexicano] en este trabajo” (Cabrero, op. cit.: 175).

Finalmente, da la impresión, por el tipo de datos históricos derivados de la bibliografía utilizada (que abarca de 1869 a 1989), que la historia de Cabrero es sólo una primera parte de varias, la cual inicia la historia de la arqueología en el gran norte mexicano, situación que indirectamente reconoce al señalar que:

La impresión global que señala la arqueología del norte de México demuestra un conocimiento fragmentario, con el cual se han intentado diversas reconstrucciones arqueológico-históricas regionales. Sin embargo, falta mucho trabajo por realizar; se requiere la proliferación de investigaciones que permitan los profundos huecos. Tenemos puesta la esperanza en los jóvenes arqueólogos mexicanos, cuyo empuje los conducirá a iniciar proyectos. A los arqueólogos de ayer nos toca apoyarlos, transmitiéndoles nuestras experiencias; a las autoridades les corresponde proporcionarles los medios económicos necesarios.

51 Véase siguiente apartado.

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El esfuerzo conjunto redundará en el conocimiento integral de nuestro pasado histórico (Cabrero, 1993: 191).

C.-Pequeñas historias de la arqueología del norte de México Las breves historias que conocemos y con las que hoy en día se cuenta sobre la arqueología de algunos de los estados del norte de México, no tuvieron, por su formato de artículo, ponencia o tesis, el espacio suficiente para llevar a cabo análisis históricos que les permitieran a sus autores desarrollar amplios esquemas sobre el pensamiento arqueológico en los distintos momentos por los que la disciplina ha pasado, por lo tanto, no tuvieron otra opción que reducir su información a una ordenación lineal de factura enumerativa y continuista (desde el principio hasta el final) y bajo el enfoque internalista con el que se busca dar cuenta del avance o del “progreso” de la arqueología en algunas de las distintas regiones del espacio norteño mexicano. Así, se tienen historias de la arqueología de Baja California (García, 1988; Esquivel, 1993), Sinaloa (Álvarez, Cassiano y Villalpando, 1988; Mendiola, 1994), Sonora (Álvarez, Cassiano y Villalpando, 1988), Coahuila (González, 1988 y 2003) y Zacatecas (Jiménez, 1988) y una síntesis de la arqueología del suroeste de los Estados Unidos de Norteamérica elaborada por un arqueólogo mexicano (cfr. Barranco, 1988: 509-531). D.- Una historia diferente para la arqueología de Sonora (breve comparación con la arqueología de Chihuahua) Nos referimos a la tesis de maestría de César Villalobos Acosta (2004) que se comprende como una socio historia de la arqueología de Sonora y que se desarrolló a manera de una arqueología de la arqueología, aunque en el sentido lato, es una antropología de la arqueología. Este trabajo va por el camino del análisis discursivo en el que se abordan el texto y el contexto; éste último se resignifica por el discurso, el texto influye en la noción de contexto, de tal forma que el contexto no es nada más en donde el arqueólogo observa, recolecta, registra y excava, sino también, es lo que escribe o en donde escribe, así, los textos al focalizarse, se

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convierten en datos, cuestión central de la investigación (Villalobos, 2004: 9). Por eso, el autor no ve positivamente “como fue el pasado”, (rechaza de entrada ese cliché) sino que se avoca a “…analizar los textos que se han desarrollado acerca del pasado, o sea, la forma en la que el discurso arqueológico, tanto de arqueólogos profesionales como de las versiones locales hechas por arqueólogos aficionados, ha creado contextos, interpretaciones y la noción del pasado en la que indudablemente se ven involucrados los restos arqueológicos” (Ibíd.: 10). Esto no es más que el análisis del pensamiento arqueológico gestado en el espacio sonorense en el que se contemplaron proyectos de investigación entre 1890 y 2003. Se destaca entonces que el individuo, inmerso en el contexto social, es un productor o conformador de conocimiento. Esto definitivamente aleja al trabajo de Villalobos de una historia continuista, o como él la nombra, de ser una “historia sucesiva de eventos” y se acerca a una historia de las interacciones que se dan entre las comunidades de investigación y los discursos de las propias comunidades locales sobre el pasado, es decir, la información es socializada y llega a convertirse en un conocimiento de factura hegemónica dominante (cfr. Ibíd.: 10-11 y 23). Con estas ideas, Villalobos ha establecido momentos importantes para la arqueología de Sonora de la época contemporánea y que él llama “actos” en los que se dan las propuestas de los conceptos del Southwest, Greater Mesoamérica y Gran Chichimeca (primer acto); como segundo acto, la llegada y desarrollo inicial del INAH en Sonora en el que se establece tanto el invencible concepto de Noroeste, en contra del imperialista Southwest, como las bases de la investigación arqueológica mexicana; el tercer acto se relaciona con la salida de Arturo Oliveros y de Beatriz Braniff del Centro INAH-Sonora, lo que “coincide” con posteriores equivocaciones y contradicciones entre comunidades indígenas y arqueología institucional (caso Quitovac-Tohono O’odham-CEMCA-IIA-UNAM); el cuarto acto, es la presencia y acción académica de María Elisa Villalpando, quien se ha convertido en eje para la discusión en el ámbito de la arqueología oficial sonorense, destacando por ser la mediadora entre esa arqueología y la presencia de los arqueólogos norteamericanos. Pero esta arqueología oficial, en términos de socio investigación, no es fácil ni sencilla, se ha hecho compleja, primero, por que es víctima de las visiones y decisiones centralistas

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(Distrito Federal) en cuanto apoyos y presupuestos (otorgados de manera exigua o no otorgados), y segundo, por la cercanía con los Estados Unidos; es decir, que todo esto ha conformado una arqueología con características poco comunes si se le compara con otras del resto del país, incluso con la de los Estados Unidos (cfr. Villalobos, 2004: 70-71). Por ejemplo, si esta socio historia de Sonora es comparada con la de Chihuahua, se encuentran evidentes diferencias: la de Chihuahua está claramente determinada (históricamente y socialmente) por el Modelo Casas Grandes-Paquimé. Los actos o momentos de la arqueología de Sonora no presentan una equivalencia o similitud con la de Chihuahua, es más, la historia de su arqueología (de la de Chihuahua) bien puede plantearse de manera general por medio de dos grandes momentos: antes y después de Di Peso, así de sencillo, esto es lo mismo que decir Casas Grandes-Paquimé antes y después de la publicación de la obra escrita y coordinada por de Di Peso (1974 y Di Peso, et al 1974) y que por cierto lleva a este sitio al estrellato que se incrusta en la bóveda celeste plagada también de estrellas mesoamericanas (Teotihuacan, Palenque, Monte Albán, Chichén Itzá, etcétera), lo cual significa que Casas Grandes-Paquimé es lo más cercano y familiar a Mesoamérica en el norte de México.

Esto responde para Villalobos a que en Sonora no existió un contexto especial a monumentalizar, por lo que la historia de su arqueología ha sido diferente frente a lo que se monumentalizó “al más puro estilo mesoamericano”, como son las pinturas rupestre de Baja California o la zona arqueológica de Paquimé, Chihuahua, es decir, monumentos nacionales. Y no es que no exista para Sonora lo monumental, el Cerro Trincheras o los petrograbados del área de Caborca son monumentales, sino más bien, lo que no existe en Sonora es la idea de aquello que es monumentalizable como creación de monumento conceptual, lleno ideológicamente de referentes para la difusión masiva y que bien aprovecha la arqueología mexicana, ejemplo de ello son los sitios de Coahuila (Cueva de la Candelaria), Chihuahua (Paquimé) o Baja California Sur (pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco) (Villalobos, 2004: 160-162, 164). Finalmente, la tesis de Villalobos encuentra para Sonora una arqueología aislada, con contextos arqueológicos que son propios de su espacio, esto es “…ni de Mesoamérica ni del Southwest, sino evidencian

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un desarrollo local con intrincadas redes micro regionales. Asimismo, se ha puesto sobre la mesa que en esta área de estudio existe la confluencia insoslayable de dos tradiciones arqueológicas: la mexicana y la norteamericana, siendo engañosamente el resultado más visible de dos estados nacionales” (Villalobos, op. cit.: 100-101), lo que ha condicionado la forma de entender el pasado [y también lo ha configurado], entendimiento del pasado que forzosamente está inserto en el presente y en el que las comunidades académicas construyen ese pasado históricamente, autentificando su discurso como predominante y hegemónico, no obstante, es necesario escuchar otras voces a las que debe sumarse no de manera predominante sino como una voz más dentro de ellas (los indígenas, mestizos y occidentales) que viven cerca de los sitios arqueológicos. Esto permite redimensionar los contextos arqueológicos del pasado entendidos como eventos sociales que se dieron a través del tiempo y que en términos del discurso emitido al interior del pensamiento arqueológico, en Sonora se observa la marca del presente (Ibíd.: 101, 120-121 y 178). El discurso histórico de la arqueología de César Villalobos es ante todo presentista, posición con la que concordamos desde el ámbito de la historia de la arqueología como ciencia, pero sobre todo estamos de acuerdo con su idea de dejar oír y tomar en cuenta otras voces que mucho tienen que decirnos en cuanto a la arqueología local y regional, con lo que se destierra la idea de nuestro discurso dominante y hegemónico, porque además es con ellas con las que se construye una parte importante del pensamiento arqueológico en el marco del contexto social. E.- Las breves historias de la arqueología en Chihuahua Historias breves, pequeñas historias de la arqueología en Chihuahua, atisbos de una historia que es enorme por la gran cantidad de publicaciones, informes y testimonios que existen y que se han ido acumulando desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Cada una de las historias apunta hacia la necesidad de hacer una historia en su conjunto y qué mejor que ésta sea una historia del pensamiento arqueológico, de las interpretaciones, en el seno de una ciencia secular

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que ha impactado a la arqueología del norte de México. Cada una de las historias poseen características comunes de orden enumerativo-continuista y desde un enfoque internalista, sin embargo, cada una destaca por poseer rasgos peculiares que aquí se mencionan en el sentido de aportar ideas y propuestas en relación con el desarrollo histórico de la arqueología en esta entidad.

Tanto la historia de Luis González Rodríguez (1988: 199-242) como la de Juan Luis Sariego (1999: 29: 29-44), se desarrollan en el marco general de una historia de la antropología en Chihuahua; ambas historias tienen, como principal referente, a la Sierra Tarahumara. Varias lecturas se hacen de esta vinculación, una de ellas, muy importante, es la de que la antropología de Chihuahua no puede ser entendida sin la arqueología, aunque lógicamente esto también se aplica a la inversa.52

El ensayo de Luis González comprende las fuentes documentales, la etnología y la lingüística, además que en su bibliografía proporciona importantes fichas de geografía y antropología física. Para el caso de la arqueología, su historia abarca tanto la Sierra Tarahumara como el noroeste de Chihuahua, esto en tanto que hace mención de los trabajos de Charles Di Peso (1974) y Eduardo Contreras (1985) en Casas Grandes, pero también para el desierto (parte oriental) a través del artículo que sobre el arte rupestre del estilo Candelaria publica John B. Davis (1979) (González, op. cit: 219). Luis González proporciona, en suma, una rica y abundante información para todo aquél que por primera vez se acerca a la antropología y a la arqueología de este estado, incluidos los trabajos que sobre arte rupestre se han desarrollado en la entidad (cfr. González, op. cit.: 219-220). La recomendación final que hace este estudioso es que se hagan prospecciones arqueológicas para la Sierra

52 Es importante decir que ambos estudiosos, al comprender la arqueología como una más de las disciplinas de la antropología, le otorgan la misma importancia a cada una de las especialidades antropológicas que se han desarrollado en el espacio chihuahuense, se aclara el punto porque pareciera que, al integrar a su historia a la arqueología, ésta sería su único interés; por otro lado es digno de mencionarse que González y Sariego, al no ser arqueólogos (González historiador y Sariego antropólogo social), se hayan propuesto desarrollar, antes que algún arqueólogo lo hiciera, una preliminar historia de esta disciplina en Chihuahua en el marco mismo de la antropología, situación que de alguna manera rompe en principio la común visión internalista de las historias de la arqueología no sólo para Chihuahua sino para el resto del país.

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Tarahumara, esto ante la concentración de investigaciones que en ese sentido se han llevado a cabo en Casas Grandes y su área de influencia cultural (noroeste de Chihuahua) (Ibíd.: 223).

El trabajo de Juan Luis Sariego, además de hacer una acuciosa historia de la antropología social o cultural en Chihuahua, señala sus aportaciones y su relación en términos de las diversas corrientes y posiciones teóricas que se han tenido a lo largo de la historia de la antropología en este estado: “evolucionismo unilineal, difusionismo histórico, relativismo culturalista -boasiano-, indigenismo, cultura y personalidad, estructuralismo, marxismo, antropología jurídica y económica, explicaciones aculturacionistas, posmodernismo” (Sariego, op. cit.: 39). Por otra parte, este autor identificó de manera original distintas tradiciones, como la tradición europea al interior de las cuales se integran los trabajos del arqueólogo suizo Adolph Francis Bandelier (1890), por ser quien primeramente registra el sitio arqueológico de Casas Grandes en 1884; dentro de esta misma tradición está el explorador noruego Carl Lumholtz, quien recorrió la Sierra Madre entre 1890 y 1898 y publicó en 1904, El México Desconocido (1981), libro que contiene importantes observaciones y datos arqueológicos; así también Sariego incluye al padre Aquiles Gerste (1914), cuyo trabajo se relaciona con la arqueología y la historia de la antropología al haber excavado y estudiado este jesuita la cultura material de los tarahumaras (cfr. Sariego, 1999: 33). También, el autor marca otras dos tradiciones para la explicación de la antropología en Chihuahua: la norteamericana y la mexicana, aunque en ellas ya no se consideraron trabajos arqueológicos. Resulta de utilidad hacer el ejercicio en términos generales de ubicación al interior de esas tres tradiciones de las investigaciones arqueológicas desarrolladas en Chihuahua y saber a hasta qué punto se hayan imbricadas entre sí.

El trabajo de Arturo Guevara Sánchez (1988: 181-198), como una historia de la arqueología en Chihuahua, plantea algunos aspectos importantes de mencionar y analizar aquí. Primero, debe decirse que el artículo en cuestión, a pesar de que su título hace referencia a la antropología en Chihuahua, un 80% del mismo está dedicado a la arqueología, el resto se divide entre etnografía, lingüística y la defensa del patrimonio cultural. Esto, comparado con la historia de Luis González (op. cit.), permite observar que no sólo existe un desequilibrio sino una

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falta de integración de la arqueología a la antropología por parte del texto que se analiza.

Segundo, Arturo Guevara parte de que “...los estudios propiamente arqueológicos en la región se realizaron de 1958 a 1961 en la región por una comisión de investigadores mexicanos y estadounidenses. Esta comisión estudió intensamente el área de la cultura de Paquimé, que se encuentra en las inmediaciones de Casas Grandes, al oeste de la entidad y en las estribaciones de la Sierra Madre Occidental” (Guevara, op. cit: 181)53. Tal afirmación posee una connotación aparentemente descalificadora de lo que antes, en términos de los estudios arqueológicos, se realizó en Chihuahua (vg. Bandelier y Lumholtz). Es posible que pudiera ser así ya que el autor, en su apartado siguiente de “Viajeros y precursores” incluye en esa categoría a un sólo viajero [o explorador] y que fue Carl Lumholtz junto a los que Guevara denomina precursores [la precursitis está presente], estudiosos que efectivamente se dedicaron a la arqueología de Chihuahua antes del año de 1961, arqueólogos tales como Blackiston (1905, 1906 y 1909), Kidder (1939), Carey (1931), Sayles (1936), Brand (1944) y Lister (1946 y 1958) (cfr. Guevara, 1988: 183-185) sin que se haya considerado a Adolph F. Bandelier (1890).

Tercero, Guevara advierte en su introducción que: “Durante el siglo XIX algunos viajeros con intereses de carácter científico se acercaron a la región para describir algunas características de los grupos étnicos y de los sitios arqueológicos, que para ese entonces ya habían desaparecido en su mayoría. Por su gran valor, hemos agrupado estos testimonios en la sección correspondiente a viajeros y precursores” (Guevara, op. cit.: 181). Insistimos, el único que aparece es Carl Lumholtz, por ningún otro lado de su trabajo se ven los nombres, por ejemplo, de Robert William Hale Hardy (1829) o John Rusell Bartlett (1854), exploradores y/o viajeros del siglo XIX quienes reportaron de manera muy importante evidencias arqueológicas relacionadas con Casas Grandes. Para este mismo siglo, Arturo Guevara señala que Manuel Orozco y Berra, (al que cita a través de Jorge A. Vivó, 1941), incluye al

53 Arturo Guevara (quien es arqueólogo), se refiere a los trabajos de Charles Di Peso y su equipo en Casas Grandes, cuyos estudios fueron financiados por la Amerind Foundation de Dragoon, Arizona.

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estado de Chihuahua de manera muy general en cuanto a la distribución de los grupos lingüísticos (Guevara, 1988.: 184). Llama la atención que esta afirmación se haga en el apartado de viajeros y precursores relacionado directamente con la arqueología de Chihuahua. Si Guevara, a través de Vivó, se refirió a la Historia Antigua y de la Conquista de México de Orozco y Berra (1960 [1880]), podríamos decir que el autor desaprovechó esta obra en la cual se desarrollan de manera amplia aspectos arqueológicos y culturales de Casas Grandes en vínculo con la Quemada, Zacatecas y con otros sitios en distintas latitudes (cfr. Orozco y Berra, 1960: Libro Quinto, capítulo III, Región NE: 269-280).54

Nuestro último comentario sobre la historia de Arturo Guevara se relaciona con que el descuido de la información y lo empírico del manejo histórico acerca de la arqueología en Chihuahua. Tal condición llama mucho la atención porque Guevara es una autoridad académica muy reconocida en materia arqueológica de este estado, sin embargo, después del análisis de su trabajo queda la enseñanza de que es necesario actuar siempre con rigurosidad al elaborar la historia de nuestra disciplina ante lo complejo de su desarrollo y de sus claras aportaciones al conocimiento.

La historia de Jane Kelley y Maria Elisa Villalpando (1996: 69-77) se halla integrada de manera sucinta, aunque no por ello irrelevante, a una revisión general de lo que es la arqueología del noroeste mexicano. Tan relevante es su “historia de la investigación” que se convierte no sólo en la base sino en el eje de discusión al desprenderse de ella los apartados de análisis en cuanto los posibles rumbos de la investigación arqueológica futura del sistema Casas Grandes, de la complejidad de Sonora así como de otros subtemas que se abordan: relaciones entre agricultores y cazadores-recolectores, las sociedades de nivel medio y los problemas etnohistóricos y etnográficos de esta región.

Esta historia de la investigación arqueológica se construyó de manera interrelacionada entre la arqueología de Chihuahua y la de Sonora, sin embargo, la “monumentalidad” de la cultura Casas Grandes y su relación con las abundantes investigaciones de esta área, provocaron

54 Otro historiador decimonónico fue Antonio García Cubas quien sí fue bastante general en las descripciones arqueológicas sobre Casas Grandes, aunque no por ello dejan de ser de utilidad al análisis histórico (cfr. Cubas, 1886: 153-154).

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que de alguna manera esta historia se haya cargado hacia este espacio, aunque las problemáticas abordadas, por su carácter general y regional, son lógicamente afines a uno y a otro estado. Su enfoque, que es exclusivamente internalista, toca aspectos fundacionales de la disciplina: los primeros estudios en los inicios del siglo XX, la institucionalización de reuniones académico-científicas como es la del Noroeste de México (Braniff y Felger, 1976) realizada en Hermosillo, Sonora, o el establecimiento del INAH en Chihuahua en la década de los años ochenta. También Kelley y Villalpando, destacan, después de la revisión bibliográfica que realizaron sobre la base de la de Phillips (1987), que para ambos estados, más del 80% sobre el total de los trabajos arqueológicos desarrollados, pertenece a extranjeros. En el caso de Chihuahua (en comunicación personal de Rafael Cruz), el 86.1% de las publicaciones arqueológicas es de arqueólogos no mexicanos (Kelley y Villalpando, op. cit: 69).

Para Chihuahua, las autoras consignan un incremento de las investigaciones arqueológicas a partir de la segunda mitad de los años ochenta hasta la primera mitad de los noventas del pasado siglo XX. Existe para ese periodo un “boom” de los estudios arqueológicos en este estado, tanto por la participación de arqueólogos nacionales como extranjeros, ejemplo de ello son los investigadores de base que llegan al Centro Regional del INAH en Chihuahua para la segunda mitad de los ochenta (Guevara, 1986 y 1988 a) así como para principios de los noventas, en los que se desarrollaron proyectos específicos de conservación e investigación arqueológica (Brown; Cruz; Gamboa, 1992; Mendiola, 1992), así como también por parte de arqueólogos extranjeros entre los que se puede citar a Kelley y Stewart (1990 y 1992) y Minnis y Whalen (1990). Al final, esta historia se cruza con la discusión de las influencias mesoamericanas en el noroeste mexicano y en el Southwest, en la que el eje de análisis es el sistema regional Casas Grandes en sus ámbitos específicos del intercambio comercial y cultural (cfr. Kelley y Villalpando, 1996: 69-72).

Esta historia de la arqueología en Chihuahua es un buen ejemplo de balance historiográfico contemporáneo en el que la inmediatez de los hechos, avances y propuestas no son obstáculos para su análisis, al contrario, ofrecen de manera muy directa los adecuados elementos para su construcción y clara explicación de su desarrollo.

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Como parte última de este capítulo, se citan dos historias, la primera de Rafael Cruz (1992: 4B y 14B) y la segunda de nuestra autoría (Mendiola, 1998: 45-47); en ellas se percibe no sólo la necesidad de conocer sintéticamente lo que la arqueología en Chihuahua ha logrado, sino también la necesidad de trabajar en la historia de esta disciplina con el ánimo de lograr cambios, esto dadas las tendencias temáticas y los porcentajes que se observan diferentes aspectos arqueológicos para la entidad.

En el trabajo de Rafael Cruz, el análisis cuantitativo apunta hacia una acumulación de investigaciones a través de publicaciones desde 1890 hasta 1990. “Durante ese siglo se llevaron a cabo 224 investigaciones y fueron reportados 1500 sitios arqueológicos aproximadamente, de esos trabajos, 4 se elaboraron entre 1890 y 1990 lo que representa el 1.7% del total de los trabajos” (Cruz, 1992.: 4B). Se observan decrementos ligeros, como el que se da entre 1910 a 1920 con un .9% [esto evidentemente por la afectación generada por el movimiento de la Revolución Mexicana] y también, en la de 1940 a 1950 que muestra un 8.9%. La década que Cruz considera de recuperación es la que va de 1970 a 1980 con un 17.0%, además de que de ella despunta lo que considera el autor como el crecimiento [casi exponencial] que se da para la década de los ochenta ya que posee el mayor porcentaje de 26.9 del quehacer arqueológico, es decir, el mayor índice que Cruz registra hasta el año de 1992.55 Esta información, sobre el total de 224 investigaciones, es cruzada por las variables de información de las investigaciones realizadas por nacionales y por extranjeros: a los primeros les corresponde el 13.9 %, por lo que lógicamente el mayor porcentaje (86.9%) se lo lleva la investigación desarrollada por extranjeros [tal como se mencionó en el análisis del artículo de Kelley y Villalpando, 1996: 69-77].

Por otra parte, resulta trascendente que Cruz haya establecido el parangón siguiente: “Por lo que respecta a la temática abordada en dichas investigaciones, el mismo problema que ha resultado ser Mesoamérica para el norte de México, lo ha sido Casas Grandes o Paquimé para las

55 Es importante mencionar, al igual que Cruz (1992.: 4B), que en esa década de los setenta apareció publicado el trabajo más importante con el que cuenta la arqueología de Chihuahua y en gran medida del norte de México, y que es el que publica Charles Di Peso (1974) y Di Peso, Rinaldo y Fenner (1974).

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demás áreas del estado.” (Cruz, 1992: 14B), esto es porque en el total de las investigaciones arqueológicas, a Paquimé le corresponde el 60.9% y al resto el 39.1%, el cual se diluye en temáticas diversas como son los estudios de cerámica, río Conchos y Sierra Tarahumara entre otras.

FIGURA 2

1890 1900 1910 1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990

1.7

4.0

.9

4.9

9.88.9

10.3

15.2

17

26.9

DECADA

27% 26% 25% 24% 23% 22% 21% 20% 19% 18% 17% 16% 15% 14% 13% 12% 11% 10% 9% 8% 7% 6% 5% 4% 3% 2% 1%

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

DESARROLLO DE LAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS EN CHIIHUAHUA

Cantidades porcentuales de la investigación arqueológica en Chihuahua. Fuente: Rafael Cruz, “Análisis del desarrollo histórico de la arqueología en Chihuahua”, El Heraldo de Chihuahua, 25 de octubre de 1992, Chihuahua, México, p. 4B.

Cruz concluye por un lado que, las investigaciones arqueológicas

realizadas por nacionales, a pesar de los 100 años de esta disciplina en Chihuahua, se han desarrollado de manera irregular y escasa; en cambio,

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por el otro, las investigaciones que han hecho los extranjeros, sobre todo estadounidenses, muestran una “...regularidad y crecimiento sostenido a excepción de las décadas de crisis, donde se observó una disminución en su producción; sin embargo, no se suspendió, simplemente se estacionó o decreció por razones que tal vez puedan entenderse en el contexto de los conflictos bélicos” (Cruz, op. cit.)56, en suma es porque posiblemente los nacionales están ocupados con Mesoamérica y los extranjeros (estadounidenses) quieren saber que hay más allá de su frontera sur, por lo tanto buscan relaciones arqueológico-culturales entre el norte de México y el Suroeste de los Estados Unidos (Cruz, op. cit.: 14B).

La aproximación de Cruz es interesante desde el punto de vista cuantitativo interno. Su continuidad planteada es clara y corresponde a una linealidad acumulativa innegable, lo que permite relacionarla desde su enfoque positivista con el “progreso de la ciencia”. Por otra parte, la posibilidad de ubicar y relacionar el decremento en el número de investigaciones para la década de 1910 a 1920 con el conflicto armado, se queda desde su planteamiento precisamente como una posibilidad y no como un hecho real externo, el cual realmente influyó y condicionó el hecho de que bajara la cantidad de investigaciones arqueológicas. Así, Cruz pretende evitar afirmar a través de “su posibilidad” de que los conflictos bélicos fueran a ser tan importantes que precisamente afectaran dicha baja, ya que lo relevante de la arqueología en Chihuahua, desde la perspectiva histórica de este autor, se encuentra al interior de la aportación científica “pura” alejada de los factores externos que estarían afectando las investigaciones extranjeras, sobre todo aquellas que provienen de los Estados Unidos.

Nuestro trabajo (Mendiola,1998: 45-47), si bien tiene el acierto de afirmar que éste forma parte de uno más amplio en el que se buscaría revisar cómo se ha desarrollado la investigación arqueológica en el estado de Chihuahua [y que precisamente es el cuerpo de información que el lector tiene en sus manos], comete el error de ubicar su historia como una historia mínima, mínima porque afirma que es reducida frente a la de Mesoamérica y mínima también, en el tiempo como quehacer oficial a partir de la instauración del INAH en Chihuahua a principios de la década de los ochenta (cfr. Mendiola, op. cit.: 45). Primero, es 56 El subrayado es nuestro.

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improcedente comparar el volumen de información resultado de la investigación arqueológica de Chihuahua con la de Mesoamérica porque precisamente ésta contiene varias áreas culturales (además de varias entidades federativas o estados) y por lo tanto una innegable abundancia de evidencias arqueológicas; y segundo, la arqueología en Chihuahua no comienza con el quehacer oficial de la misma, porque ésta arranca a fines del siglo XIX con los trabajos de Adolph F. Bandelier y Carl Lumholtz, lo que la hace ser una historia bastante más extensa, así que el calificativo de mínima no cabe en ningún momento y espacio.

A pesar de estos desaciertos, nuestra historia referida, aunque es exclusivamente continuista e internalista, señala los principales trabajos que en los distintos espacios geográfico-culturales de Chihuahua se han dado a partir del siglo XIX hasta la primera mitad de la década de los noventa, como son la Sierra, el área cultural de Casas Grandes, y el este, centro y suroeste de la entidad. En ellos se han abordado diversas temáticas como son las relaciones entre el noroeste de México y el suroeste de los Estados Unidos (incluida Chihuahua), patrón de asentamiento, arquitectura de Paquimé, excavación de cuevas en la Sierra, cerámica, textiles, semillas, plantas y arte rupestre entre otras. Sobre esta base, proponemos el desarrollo, para un futuro, de otras temáticas que muy poco o nada se han atendido por parte de la arqueología en la entidad, tales como la arqueología histórica (colonial) y la industrial, esto ante la gran cantidad de remanentes que en ese sentido existen en muchos lugares de su espacio (Mendiola, op. cit.: 46).

Resta únicamente comentar que el esbozo histórico que presentamos en 1998 desaprovechó la oportunidad de plantear la necesidad de generar conciencia entre los arqueólogos de que la historia de su disciplina en este contexto regional, permitiría no sólo conocer lo que se ha desarrollado y cómo se ha trabajado, sino también la posibilidad de conformar históricamente el pensamiento arqueológico que en su conjunto proporcionaría claramente el rumbo y, por lo tanto, la manera de caminar con mayor certidumbre respondiendo hacia dónde se quiere llegar o para qué se hace arqueología en Chihuahua, esto en la consideración de que nuestra disciplina aún no nos deja del todo claro para qué nos tiene trabajando en estos ámbitos del conocimiento social del pasado.

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Diversas apreciaciones históricas a lo largo del tiempo, distintas maneras de hacer la historia de la arqueología en el mundo, en el continente americano, en México, en su norte y en Chihuahua: diferentes conformaciones que hacen diversa la historia de nuestra disciplina, conjunto de textos que en suma construyen el pensamiento arqueológico y que nos llevan al final a una comprensión de las diferentes “texturas” del pasado. Pero el análisis de las historias de la arqueología no estaría completo si no llevara a cabo el análisis de la información que precede a la actividad arqueología, es por ello que en el siguiente capítulo se desarrolla, en lo general, una aproximación hermenéutica sobre las más importantes fuentes etnohistóricas e históricas de lo que fue la Nueva Vizcaya y Chihuahua de los siglos XVII, XVIII y XIX, las cuales proporcionan valiosa información que se integra y que conforman, a su vez, las bases del pensamiento arqueológico de este espacio. De ellas, en la medida de lo posible, se extrajo el significado (Hoynengen-Heune, 1998: 97) y aunque la mayoría sean desconocidas para la arqueología regional contemporánea, éstas no dejan de tener una clara proyección arqueológica.

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CAPÍTULO II LA INFORMACIÓN HISTÓRICA PRECEDENTE. LOS

ORÍGENES Y EL COMIENZO DE LA ARQUEOLOGÍA EN CHIHUAHUA

Para algunos, la arqueología nunca podrá convertirse en

ciencia; seguirá siendo un empeño noble, estético y romántico en descubrir la esencia de la humanidad y

civilización. Matthew Johnson, 2000

Bajo la idea de no caer en el lugar común de integrar los antecedentes de la arqueología en Chihuahua por el simple hecho de integrarlos, es que procuramos evitar la situación de que éstos precisamente fueran considerados mecánica y aisladamente, como así ha sucedido tradicionalmente con la mayoría de los trabajos de investigación arqueológica que podemos ver publicados. Por esta razón se buscó, con base en la información histórica precedente conformada por los orígenes y el comienzo de esta disciplina, asentar su contenido histórico y lograr con ello la comprensión de su pasado y de su actuar contemporáneo. Pero tan no se ha tomado conciencia en ese sentido, que la mayoría de los trabajos de arqueología no distinguen con precisión los orígenes del comienzo de esta ciencia en el espacio chihuahuense. Lo anterior responde a que teórica y prácticamente no se ha buscado cumplir con objetivos de explicación histórica sobre el desarrollo de la investigación arqueológica.1 El análisis de sus condiciones presentes bajo una

1 Como ejemplo de esto se encuentran algunos trabajos como el de Eduardo Gamboa (1996: 37-73 y 2001: 35-53) o el de Arturo Márquez-Alameda (1996).

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proyección histórica, es decir, desde sus inicios hasta el presente o viceversa, atendería a una conexión lógica-histórica que estaría enmarcando los orígenes, comienzo y desarrollo disciplinario, procedimiento útil no sólo a los “diagnósticos de evaluación” para conocer el estado actual de la investigación arqueológica, sino también, y partir de objetivos académicos, entender amplia y profundamente cómo se ha desarrollado ésta a lo largo de su historia.

Para lograr lo dicho anteriormente, el presente capítulo contempla tres niveles fundamentales: 1.-consideraciones generales en la búsqueda de significados; 2.-orígenes de la arqueología y 3.-comienzo de la misma. Con estos, se busca primero, definir y analizar los significados de la información etnohistórica-histórica en términos de los orígenes de la arqueología en Chihuahua (en el marco de la historia y de la ciencia en general); segundo, interpretar dicha información relevante a la historia de la arqueología, con el objetivo de enriquecer el pensamiento arqueológico;2 y tercero, destacar los elementos más importantes que impactan y moldean el comienzo de la arqueología a través de los trabajos de Adolph F. Bandelier (1974 a: 25-30 y 1974 b: 31-39 [1890 I y 1890 II]) y (1969,Vol. I y 1987, Vol. II [1887])3 y Carl Lumholtz (1894 y

2 La mayoría de la información que aquí se considera es poco conocida y manejada por la historia de la arqueología en Chihuahua, de tal manera que no ha sido sometida hasta ahora a un ejercicio preliminar de análisis que permita desgranar sus significados arqueológicos en concordancia con los enfoques internalistas y externalistas. Algunas de las obras a las que nos referimos son principalmente de fines del siglo XVIII y de la mayor parte del XIX: Clavijero (2003 [1780, 1826, 1853 y 1944]), Hardy (1829), Escudero (2003 [1834]), Wislizenus (1848), Bartlett (1965 [1854]), Larraínzar (1875-1878), Orozco y Berra (1960 [1880]), Riva Palacio et al (1981 [1884-1889]) y Antonio Peñafiel (1890). En ese sentido llama la atención que un aficionado a la arqueología de Chihuahua, en especial a la de Paquimé, como lo fue Antonio Vilanova Fuentes (2003 [circa 1969]) (véase final del capítulo III de este trabajo), haya recabado abundante información histórica acerca de este sitio y dentro de la cual se encuentran algunos de los autores arriba mencionados; esta situación confirma el hecho del impacto que genera la presencia de este lugar arqueológico en el pensamiento disciplinario, esto independientemente del desdén que los arqueólogos manifestamos por el trabajo de aficionados a la arqueología como es el caso de Vilanova. 3 Se comprende también la información arqueológica relacionada con Chihuahua presente en la correspondencia mantenida entre Adolph F. Bandelier y Joaquín García Icazbalceta (White y Bernal, 1960 y Labastida, 2003).

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1981 [1904]), los cuales fueron analizados e interpretados atendiendo sus principales sentidos y aportaciones que construyen la plataforma de despegue de esta disciplina en Chihuahua.4

Consideraciones generales en la búsqueda de significados: información histórica precedente, orígenes, antecedentes y comienzo La información histórica precedente Se parte de la idea de que la información histórica precedente al comienzo de la arqueología es la que conforma precisamente el origen de esta disciplina en Chihuahua. La información histórica se comprende aquí como el conjunto de datos descriptivos, y que en ocasiones se tornan interpretativos, de las sociedades indígenas, esto sobre la base de sus evidencias arqueológicas presentes en el espacio chihuahuense desde el siglo XVI hasta fines del XIX. Muy pocas descripciones no forman parte central del cuerpo general de información arqueológica porque precisamente sus fines no fueron los de caracterizar arqueológicamente a las sociedades, por lo tanto, proporcionan datos de factura histórica, antropológica y medioambiental: etnografía antigua: costumbres, actividades económicas, fiestas, cosmovisión y uso de recursos naturales 4 Eduardo Gamboa considera que: “Lumholtz y Bandelier, entre otros viajeros, fueron los pioneros en trazar las primeras líneas de conocimiento sobre temas antropológicos, y en particular de los arqueológicos, en un cuadro enorme que es el estado de Chihuahua” (1996: 37). Como podrá observarse a lo largo del desarrollo del presente capítulo, son únicamente ellos quienes dan inicio formal a la arqueología en el espacio chihuahuense; ellos generan innegablemente las primeras “líneas de conocimiento”. Después de sus investigaciones no existieron otros viajeros que incidieran en este campo especializado bajo el concepto de “líneas de conocimiento”. Antes de Lumholtz y Bandelier, la información que proporcionan viajeros e historiadores se produjo sobre la base únicamente descriptiva, la cual proporcionó cohesión a los orígenes de la arqueología en Chihuahua. La suma de información de base descriptiva precedente más “líneas de conocimiento” generadas desde el comienzo de la arqueología, dio como resultado un pensamiento arqueológico general, o mejor dicho, el pensamiento arqueológico en Chihuahua.

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principalmente, aunque en otros casos y para fortuna de la arqueología y de su historia, se describen con profundidad lo que ahora son para nosotros evidencias arqueológicas. Con ello la cultura material amplía y enriquece el cuerpo de información que se halla en algunas fuentes históricas de esos siglos y en las que su esencia y sentido han conformado una parte importante, como aquí se pretende demostrar, del pensamiento arqueológico en Chihuahua, el que en conjunto con ciertas líneas de conocimiento, está fluyendo hasta nuestros días, expresándose no sólo a través de esa relevante carga de información histórica, sino también, por medio de la información que se desprende del desarrollo de nuestra disciplina en su contexto social desde finales del siglo XIX hasta los primeros años del XXI.5

La arqueología que se practica actualmente en Chihuahua posiblemente objetara la anterior afirmación, sin embargo, en el contexto de la historia social de la ciencia, puede observarse que el valor de ciertos datos contenidos en determinada información histórica es innegable en términos de su significado, tanto para el momento en el que se escribieron como para lo que es la historia y el presente de la arqueología regional (historicismo-presentismo). Y es posible que dicha objeción fuera el resultado de ignorar precisamente cierta información histórica original que aquí se analiza, sobre todo la que se tiene para el siglo XIX (véase nota a pie de página 2 de este capítulo). Salta entonces a la vista que existe el desconocimiento de la misma, aunque más grave sería que ésta se conociera en lo general y que voluntariamente se haya omitido por considerarla intrascendente o poco útil, o por el hecho de no haberse producido directamente por parte de la investigación arqueológica.6 Esta información, como lo hemos venido señalando arriba, participa de

5 Como podrá observarse durante el desarrollo y final del presente capítulo, los orígenes y comienzo de la arqueología en Chihuahua son también el inicio del “Modelo Casas Grandes-Paquimé”, cuyo nacimiento y consolidación se analiza en los capítulos III y IV de este libro. 6 En la vasta introducción de la obra La historia de la ciencia en México se afirma que: “Al lado de los hechos sobresalientes y principales, los sucesos menores pueden ocupar un lugar en la multitud de los casos, por no decir siempre, dan significado a las grandes hazañas. Esto ha impulsado a los estudiosos a plantear la historia de la ciencia dentro de un contexto filosófico más amplio que no excluye de su visión ni siquiera las influencias de la ciencia en la poesía” (Trabulse, 1993: 19).

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manera muy importante en la formación y organización del pensamiento arqueológico, tan es así que el “Modelo Casas Grandes-Paquimé”, como veremos en los siguientes capítulos, se alimenta en sus inicios por ese conjunto de datos históricos que aquí se revisan.

Finalmente, queda claro que para la arqueología contemporánea, por lo menos para la que se viene practicando en el noroeste mexicano y en especial en Chihuahua para las dos últimas décadas, muy poco se ha recurrido a la información de fuentes históricas del siglo XIX, aunque se observa una mayor y constante utilización de otras que se escribieron entre los siglos XVI, XVII y XVIII.7

7 Para el siglo XVI se cuenta principalmente con la fuente de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1542) y la de Baltasar de Obregón, 1565 (1584); para los siglos XVII y XVIII se tiene la de Fray Andrés Pérez de Ribas (1944) [1645], Nicolás de Lafora (1939) y Fray Agustín de Morfi (1980), utilizadas por diversos arqueólogos que las han contemplado en sus antecedentes históricos de sus trabajos de arqueología: Charles C. Di Peso, et. al. (1974, Vol. 3: 780-960); Arturo Guevara (1989a y 1989b); Michael E. Whalen y Paul Minnis (2001), Francisco Mendiola (1994 y 2002) y Yáñez-Mendiola (1992: 233-242) entre otros. Para el siglo XIX una fuente multicitada es la de John Rusell Bartlett (1965[1854]) y esto es con justificada razón ya que es la primera obra, de la primera mitad de ese siglo, en la que se presenta la más cuidadosa descripción de Casas Grandes, Chihuahua. Algunas de las fuentes para la Nueva Vizcaya (ahora Chihuahua), y que van del siglo XVI hasta principios de la segunda mitad del XVIII, han contribuido de manera muy importante en la conformación del pensamiento arqueológico. Algunos de los autores de esas fuentes son los siguientes: los ya mencionados Álvar Núñez Cabeza de Vaca (2001 [ediciones 1542, 1736 y 1749]) y Baltasar de Obregón (1924 [1584]); las de Alonso de la Mota y Escobar (1964 [obra escrita a fines del siglo XVI]); Guillermo Porras Muñoz (1980 [con fuentes del siglo XVII]); y lo que Luis González Rodríguez (1992) integró a través de fuentes del siglo XVII; de igual manera, para este mismo siglo, se encuentran algunas menciones de Casa Grande (Gila, Arizona) y que se hallan en la obra de Fray Eusebio Francisco Kino (1913-1922) citado por González Rodríguez (1977) y Miguel León-Portilla (2001); para el siglo XVIII se encuentra la información localizada en la obra de González Rodríguez (1977) con fuentes escritas entre 1715-1740; Pedro de Rivera (2004 [informe de 1724-1728]); la crónica de José Arlegui (1851 [1737]) y el informe de Hugo de O’Oconor (1952 [1771-1776]).

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Orígenes, antecedentes y comienzo En el ya clásico libro de Marc Bloch, Introducción a la Historia (1981 [1949]), los orígenes son comprendidos como “los principios” [inicios]; al referirse a los orígenes, Bloch se pregunta: “¿debemos entender, por el contrario, las causas?” y luego, enseguida, responde que inherentemente las investigaciones son causales (op. cit.: 28), así que él mismo señala que es inútil la búsqueda de la comprensión de los problemas humanos del presente y de su solución sin haber realizado análisis de sus antecedentes, idea que desprende de Leibniz a quien cita textualmente: “los orígenes de las cosas presentes descubiertos en las cosas pasadas; porque -agregaba- una realidad no se comprende nunca que por sus causas” (op. cit.: 32). En esa idea de los orígenes y las causas, Bloch discute magistralmente sobre las pertinencias de la comprensión histórica del presente por el pasado o este por el presente; del primero destaca la afirmación de que al ignorar el pasado no sólo impide el conocimiento del presente, sino que también conlleva el comprometer a dicha acción en el presente mismo, [es decir, la ignorancia es para ambos]; del segundo, en el que al recordar que la incomprensión del presente proviene de la ignorancia del pasado, de igual manera es inútil hacer el esfuerzo por comprender el pasado si se ignora el presente. El problema se encuentra en que al pretender conocer el pasado, la historia (de lo anticuario) sólo se remite al pasado únicamente, ignorando en primer lugar al presente (Bloch, op. cit.: 34-38). La postura de Bloch evidentemente recuerda la discusión presentismo vs. historicismo.

Es claro que la arqueología, al hacer su historia o sus historias, no se plantea tal relación dialéctica de conocimiento histórico (presente-pasado; pasado-presente), sólo, como ardid, es el pasado por el bien del pasado mismo, esto en una suerte de visión historicista, pero en realidad para la mayoría de los casos, es la comprensión de las condiciones presentes del quehacer (resultado de un pasado -presentismo-) por el estudio del pasado, o dicho a la Stocking (1968), el estudio del pasado por el bien del presente, es decir, presentismo, en el que el anticuarismo fluye; en el extremo de ese uso (utilitarismo) del pasado por el bien del presente, se encuentra que los diagnósticos (que por lo común son realizados por presión institucional) responden exclusivamente a mecanicismos simplistas que reflejan sólo lo que se busca que reflejen.

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De ahí que no se perciba que las problemáticas internas actuales (presentes) de la arqueología mexicana y en particular las de Chihuahua, sean el resultado de su pasado, sino que también éste, al ser incomprendido en esa relación con el presente, se integre de manera separada. Esa es la verdadera razón de los antecedentes de investigación que aparecen en la mayoría de los trabajos académicos: artículos, libros e informes de nacionales y extranjeros en México, y son simplemente eso, antecedentes; no obstante, el pensamiento arqueológico, que fluye de atrás para adelante, de adelante para atrás y de abajo hacia a arriba y viceversa, aparentemente rompería, dicho epistemológicamente, la idea de que este pensamiento es sólo del presente o sólo del pasado. En cuanto a esta discusión de los antecedentes, Carlos García Mora evita la polémica que se genera en tanto las consideraciones que se debaten entre lo que son los inicios de la antropología mexicana y los antecedentes de la misma.8 En términos de la elaboración de la obra que él mismo coordina (sobre el panorama histórico de la antropología en México), este investigador se decide por considerar como antecedentes los frutos académicos novohispanos y opta por un camino intermedio en el que el lector decida, con los elementos que se le proporcionan, si son inicios o antecedentes (cfr. García, 1987: 37). De cualquier forma, para el caso de la arqueología en Chihuahua, los antecedentes o inicios claramente acaban traslapándose para fines del siglo XIX y principios del XX, sin que tal afirmación deje de considerar que desde el siglo XVI se cuenta con datos relacionados directa e indirectamente con la arqueología de este espacio y que en su conjunto conforman lo que son sus antecedentes o la información histórica precedente en términos de origen u orígenes. Pero volviendo a la discusión sobre los comienzos (los principios) y los orígenes, Michel Fichant y Michel Pécheux (1978) señalan algo que es fundamental, no sólo para la justificación de la presente discusión sino también, para la construcción de la problemática de investigación:

8 Jesús García Mora cita a Andrés Medina (1985: 11-2) y a Rosa Brambila (1986, com. oral) quienes se inclinan porque los trabajos anteriores sean vistos como los antecedentes y no como los principios de la antropología (García, op. cit.: 37).

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El término comienzo señala la diferencia respecto de lo que suele denominarse orígenes de una ciencia. Referirse al comienzo implica que la ruptura constitutiva de una ciencia se efectúa necesariamente en una coyuntura definida, en la que los orígenes (filosofías e ideologías teóricas que definen el espacio de los problemas) sufren un desplazamiento en dirección de un nuevo espacio de problemas (Fichant y Pécheux, 1978: 10).

Partiendo de esta distinción, los orígenes de la arqueología o de

cualquier otra ciencia implican toda esa carga histórica empapada de filosofía e ideología que históricamente no puede ni debe ignorarse, finalmente la eclosión se presenta, dadas determinadas coyunturas y comienzan así las disciplinas científicas.

La incipiente discusión sobre orígenes y comienzos se ve rebasada en tanto se consideran seriamente las implicaciones de dar un justo lugar de estos eventos en torno a una determinada ciencia; para el caso concreto de la arqueología mexicana, orígenes y comienzos son incluidos mecánica e inconscientemente en un mismo paquete, el de los antecedentes, confundidos éstos entre los antecedentes históricos y de la disciplina en términos de los antecedentes de investigación (los primeros trabajos arqueológicos, los que preceden históricamente a la investigación) siempre bajo el enfoque internalista con el que se miran esos “primeros trabajos”.

Por otra parte, Elías Trabulse señala que, cuando se estudia el desarrollo científico de los países colonizados, lo que se hace es un rescate más que una selección, es un rescate porque precisamente lo que se recobra es un pasado liquidado con características de prehistoria que aparentemente se pretende conocer sólo por afición y curiosidad erudita, aunque su principal objetivo es lograr la comprensión de las dimensiones de un pasado que ha sido olvidado (Trabulse, 1993: 24).

Así, la historia de la arqueología en Chihuahua busca recuperar un pasado, si no liquidado, sí fracturado por el peso de los estratos acumulados por el tiempo, sobre todo aquellos que se ubican para el siglo XIX y en los se hallan también los inicios y el despunte formal de esta disciplina con los trabajos de Bandelier y Lumholtz, y aquí cabe preguntar: ¿Qué y cómo los autores decimonónicos, con sus resabios ilustrados y empujes positivistas (cfr. Trabulse, 1984: 17), describieron y concibieron la arqueología del norte de México y en especial la de

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Chihuahua (Casas Grandes-Paquimé)? Esto sólo es posible contestarlo desde el contexto del quehacer científico de fines del siglo XVIII y del siglo XIX en México y a través del análisis de los textos de esos siglos. Y queda claro que hasta ahora la gran mayoría de las fuentes del siglo XIX han sido ignoradas por la investigación arqueológica contemporánea que se desarrolla en este estado.

Para los siglos anteriores (XVI-XVIII), lejos de proponerse y de llevarse a cabo estudios científicos en Chihuahua como así lo fue para la Nueva España (capital o centro de la misma), los autores de reportes e informes militares y de evangelización que contienen descripciones sobre realidades que ahora son arqueológicas, abrevaron de fuentes y de sus mismos contextos europeos de factura medieval y renacentista, pero también de la Ilustración, condicionándolos histórica y culturalmente, situación que innegablemente se ve reflejada en sus documentos; por lo tanto, es también pertinente preguntarse: ¿Qué y cómo describen estos autores la cultura material producida por los grupos indígenas o qué piensan de la misma? Esto da pie a entrar en el desarrollo sobre la necesidad del uso de la información etnohistórica e histórica por parte de la arqueología. La información etnohistórica e histórica y el uso que la arqueología hace de ella Sin pretender abundar en la compleja problemática del uso de las fuentes históricas por parte de la arqueología, se puede afirmar que ésta y la que se practica en Chihuahua, han utilizado las descripciones de las fuentes que refieren datos de la cultura material principalmente para justificar su estudio o para evidenciar que lo que se ha hallado en campo está consignado en ellas, de tal manera que las evidencias arqueológicas descritas, tanto en las fuentes como las que se hallan en la realidad física, no son objeto de una clara vinculación que permita inferir o comprender a cabalidad -nada más que en términos generales- una parte mínima de la cultura y la cosmovisión de los grupos indígenas del pasado y de su organización social, política y económica; por lo tanto, para la arqueología posee mayor importancia la manipulación de la materialidad (tangible), comprendida ésta casi como lo único que cuenta al interpretar la cultura material, es decir, más que la información contenida en los

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documentos escritos. Esto acarrea una ardua discusión que aquí tangencialmente abordamos.

Si la arqueología es “...la memoria materializada del pasado en el presente” (Mendiola, 2004: 5), entonces su propósito central es el de buscar la reconstrucción de la historia y de las mismas características de las sociedades humanas ya desaparecidas, tomando en cuenta para ello sus restos materiales. Desde esta visión, la arqueología es a la vez una disciplina histórica como también antropológica (Renfrew y Bahn, 1993: 9 citados por Pérez Campa, 2001: 12). Como disciplina antropológica, la arqueología produce información con un carácter y propósito histórico por lo que se define como la “historia de la cultura material” (Litvak, 1986: 130). Por otra parte, la etnohistoria, que es la especialidad dedicada directamente al uso e interpretación de las fuentes documentales, se define como el estudio de las sociedades del pasado con base en sus fuentes escritas (Broda, 1976: 5), o como el conjunto de procesos mentales que nos llevan a estar cerca de la historia del otro, por lo que se entiende como el método que nos aproxima al entendimiento del pasado de una cultura distinta a la nuestra, lo que implica un esfuerzo por encontrar en los documentos escritos un pensamiento que es diferente al nuestro aunque igual en derecho (Romero Frizzi, 1994: 37-56, citado por Valle, 2001: 36).

Hay quienes piensan que la arqueología y la etnohistoria son actividades esencialmente idénticas: “Quienes opinan de esta manera mantienen que la única diferencia entre ambas es el material de trabajo: en un caso se analizan datos recuperados por prospección y excavación, y en el otro, documentos escritos y, menos comúnmente pictografías” (Nalda, 1996: 21). Sin embargo, como señala el mismo Enrique Nalda, el problema de relación de igualdad es más complejo de lo que aparenta, puesto que sus unidades de análisis son distintas, situación que ha provocado considerar a estas disciplinas afines marginalmente, aunque en la realidad operan de manera desvinculada (Nalda, op. cit.). Esto no es más que la expresión de la fragmentación de las ciencias sociales y que ha provocado en ellas un cierto estancamiento como disciplinas ‘clásicas’ o ‘nucleares’. Esa es su herencia positivista, la que al final no deja más que un desgaste de sus objetos de estudio y la obsolescencia de sus métodos frente a nuevos enfoques teóricos, es decir, el estancamiento, producto del no abandono de los viejos temas y problemas a través de los mismos

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procedimientos, lo que no les permite salir del núcleo y entrar a su periferia (Valle, op. cit.: 37), situación que se liga a la discusión internalista y externalista de la historia y del quehacer mismo de las ciencias.

En el caso concreto de la relación arqueología-etnohistoria, ésta se ve inmersa en la producción de sofismas o falacias en tanto que, primero, no hay “desigualdad” entre una y otra disciplina porque ambas se hallan imbuidas en el campo de la historia, por lo tanto, no son ajenas entre sí; segundo, el falso razonamiento del “libre tránsito” se relaciona con la idea de que una y otra manejan realidades distintas, al proceder de esta manera se pierde la posibilidad de integración y por lo tanto las explicaciones por proximidad y analogía para ambas no tienen sentido; y tercero, la de la “obligatoriedad dispareja” que es la falacia que se vincula con la actitud de deshacerse de la responsabilidad de rebasar los límites del campo de acción tradicional por parte del arqueólogo; para el caso del etnohistoriador, éste se sitúa por lo general más allá de su campo habitual, reconociendo trabajar los dos lados de la línea que demarca tiempos y temáticas, no así el arqueólogo, que por lo común muestra una falta de interés por ubicarse del “otro lado de la línea” (Nalda, op. cit.: 23-26).

Para la investigación arqueológica en Chihuahua no hay mucha diferencia entre la manera en que se usan actualmente las fuentes escritas etnohistóricas e históricas y la década de los años veintes del siglo pasado. Bruce G. Trigger afirma que para ese tiempo las fuentes se utilizaron de manera ingenua o con poco tacto: “…en efecto, la razón principal de que los arqueólogos las usaran era que había muy poca información arqueológica disponible para hacer interpretaciones con base solamente en ella” (1980: 15). Ahora, en el mismo caso de Chihuahua, existe una mayor cantidad de datos arqueológicos aunque, paradójicamente, un menor uso de las fuentes etnohistóricas y las que son utilizadas, por lo general, son siempre las mismas. De éstas, sería interesante observar y analizar cómo se han utilizado, lo cual permitiría reconfirmar o negar lo que arriba se ha asentado; de cualquier manera, independientemente como haya sido usada la información, el pensamiento arqueológico se alimenta de los datos contenidos en las obras conocidas y aún de las poco o recientemente consideradas. Por razones del poco espacio con el que se cuenta, no hacemos un análisis de los trabajos de arqueología para conocer cómo han hecho uso de las

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diversas fuentes históricas coloniales, no obstante, el análisis de la información de las mencionadas en la nota 2 y 7 de este capítulo, consistió en integrar la información etnohistórica-histórica al cuerpo de datos, el cual se espera contribuya con el enriquecimiento del pensamiento arqueológico y con la misma configuración inicial del Modelo Casas Grandes-Paquimé en Chihuahua. Las fuentes escritas Es necesario situar la información de las fuentes escritas en el contexto general en el que se gesta en términos de su relación con las ideas del ámbito intelectual, ideológico (religioso) y económico, social, político-administrativo-militar. Dichas ideas prevalecieron durante la conquista y la colonización y es claro que se reflejan en los diferentes textos producidos en tiempos pasados, aunque aquí su análisis específico gira en torno exclusivamente a la información arqueológica que proporcionan.

Los informes y documentos descriptivos de los siglos XVI a XVIII fueron elaborados por autores con distintos intereses, por ejemplo, para casi todo el siglo XVI los cronistas pensaron y obraron bajo la idea de la aculturación por medio de la cristianización de los nativos originales de las tierras del Nuevo Mundo; otros lo hicieron imponiendo un sistema de dominio y gobierno que provino precisamente de los conquistadores españoles (Palerm, 1982: 157-158). Estas dos características moldearon de manera distinta las formas de asentar la información, lo cual es posible percibir en las fuentes, así por ejemplo, entre los siglos XVII y XVIII las ideas de algunos intelectuales que emanaron de la Ilustración, reflejan la necesidad de desterrar el patrón recurrente de la presencia del demonio entre los naturales así como valorar la presencia de la cultura material del pasado prehispánico en la capital de la Nueva España, espacio en el que comienza a construirse una conciencia de identidad (vg. Carlos de Sigüenza y Góngora). 9

9 Uno de esos intelectuales, aunque en el destierro, lo fue Francisco Javier Clavijero, quien en 1780 publica su obra Storia Antica del Messico a través de la cual “...descalificó las

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Johanna Broda considera que las fuentes históricas reflejan el espíritu de cada época aunque no lo hacen de manera objetiva en cuanto abordan realidades socioculturales diferentes a las de quien las escribe, por tal motivo sus redacciones están influenciadas por la mentalidad, intereses y condiciones propias de sus autores (Broda, 1976: 7). Un análisis de tal magnitud implica una ardua tarea que rebasaría con mucho los objetivos del presente estudio, por lo que aquí simplemente se busca conocer cómo cada una de las fuentes históricas manejan la información que ahora nos es útil arqueológicamente, así también es advertir los significados de haber considerado este tipo de información en contextos generales y por lo tanto bajo intereses diversos.

interpretaciones acerca de la intervención del demonio que habían manejado los frailes españoles para denigrar la civilización indígena” (Florescano, 2002: 477).

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Los orígenes de la arqueología en Chihuahua10

Un hecho mal interpretado por una época,

sigue siendo un hecho para el historiador. Según el epistemólogo es un obstáculo,

un contrapensamiento. Gastón Bachelard, 1994

Siglo XVI Después de atender el marco medieval-renacentista, en el que los conquistadores se esfuerzan por lograr el dominio de los pueblos y territorios para el siglo XVI, se constata, a través de Elías Trabulse, la aclimatación de la ciencia europea (1521-1580) con estudios en las áreas de la botánica, zoología, geografía, medicina, etnografía y metalurgia (Trabulse, 1984: 17). Pero también es el tiempo en que “...la triste historia narrada por Pedro Mártir, de un paraíso tropical que es invadido por bandas de merodeadores sin escrúpulos y decididos a esclavizar a sus indefensos habitantes, fue reemplazada por la épica narración de guerreros cristianos que luchaban contra enormes fuerzas, por derrocar un deslumbrante Imperio pagano” (Brading, 2003: 40).

10 El desarrollo de esta segunda parte implicó un sentido de continuidad, que no es lo mismo que continuista. Es decir, se siguió una exposición ordenada de la información conforme a la cronología de cada uno de los siglos que aquí se han integrado, y es que no teníamos otra opción ante la información poco conocida y manejada por la investigación arqueológica, información que tuvo que ser trabajada a profundidad, por ello no podía ser ubicada desde un primer momento al interior de tendencias o corrientes históricas-filosóficas determinadas sin antes ser analizada. La información histórica sobre la arqueología en sus orígenes, evidentemente no se muestra homogénea, los cambios que en ella se observan a lo largo del tiempo, son una condición que linealmente se percibe, sin embargo, cada siglo o partes de alguno de ellos -como es el caso del XIX- pueden leerse de forma separada, de ahí que no sea una propuesta histórica específicamente continuista; en la medida de lo posible se evitó caer en la acumulación de información aunque aparentemente eso haya sucedido, aunque sólo se buscó alimentar y conformar el pensamiento y los orígenes de la arqueología en Chihuahua, esto definitivamente en congruencia con nuestros objetivos.

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Es la lectura general de la conquista de la Nueva España con sus diferentes matices, los cuales en contraparte, se unifican en un solo tono cuando de su Septentrión se trata: el “norte mítico”, ese que poco tiempo después del derrocamiento de los aztecas, comenzó a tener fama de ser extraordinariamente rico, ese espacio del que se hacía referencia a través de la mención de La Florida, las Siete Ciudades, Quivira, Marata, Copala o el Nuevo México y en las que se decía había riquezas como las del valle de Anáhuac. Todos los conquistadores querían ser -incluido el mismo Hernán Cortés- los poseedores de esas riquezas que albergaban las tierras incógnitas. Militares y misioneros por igual compartían esa ambición. Uno de ellos, el militar Francisco de Ibarra, recorrió de 1562 a 1567 prácticamente todo el noroeste de la Nueva España, lo que le valió pasar por muchas vicisitudes. Referencias de una ciudad en la que había casas con varios pisos fue atendida por Ibarra, quien al llegar a ella, en 1565, se enfrentó a un gran desengaño, era Paquimé [Paquime] que era una ciudad deshabitada y en ruinas (Cramaussel, 2004: 22, 24 y 27).11 Con ello empieza a terminar la idea mítica de las riquezas de las “ciudades de oro” al norte de la Nueva España, sin embargo, la resonancia de este norte mítico se propagó con el descubrimiento de minas de plata, de tal manera que la conquista y colonización del territorio siguió su curso durante la segunda mitad del siglo XVI.

Un ejemplo de una importante fuente etnohistórica de la primera mitad del siglo XVI es la de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, conquistador español que recorrió, entre 1527 y 1536, parte de las tierras del norte de la Nueva de la España. Fue en 1542 el año en el que publicó

11 Baltasar de Obregón fue el cronista de la expedición de Francisco de Ibarra y describió por primera vez a los indios de la Sierra, (lo que es ahora la Sierra Tarahumara, al oeste del actual estado de Chihuahua) y por la que entraron los conquistadores a Casas Grandes. Obregón hace también la primera descripción de este sitio arqueológico (Guevara, 1989a: 15) en 1565. El texto de Obregón fue a dado a conocer por el padre Mariano Cuevas en 1924 (Obregón, 1924) y en él aparece la palabra Paquime (sin acento) (Vilanova, 2003: 26); según este mismo autor, a través de Francisco R. Almada, el nombre de Casas Grandes se le debe al gobernador de la Nueva Vizcaya, Francisco Gorráez y Beaumont quien giró la orden al capitán Andrés Gracia declarara instalada la población de San Antonio de Casas Grandes en 1661 (Almada, 1968: 93, citado por Vilanova, op. cit.: 25). Algunos fragmentos de la descripción de este sitio se proporcionan más adelante en este mismo capítulo.

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sus Naufragios (2001).12 Al pasar por la parte serrana, conocida ahora como Sierra Madre Occidental, en la parte que le corresponde al actual estado de Chihuahua, describió lo que llamó “casas de gente y asiento” cuyos habitantes comían “frisoles” (frijoles) y calabazas además de maíz (Núñez Cabeza de Vaca, op. cit.: 117). De sus observaciones se infiere información que ahora es traducible a lo arqueológico: casas de tierra, de esteras, seguramente de bajareque (ramas mezcladas y aglutinadas con lodo), polvos de paja, posiblemente pinole (maíz molido), además de todos sus derivados, así como fríjol y calabaza, productos que conforman la tríada de los cultivadores, además, la presencia de mantas de algodón y el trueque de esmeraldas (y seguramente también de turquesas) por penachos y plumas de papagayos con pueblos que tenían gran cantidad de gente habitando casas muy grandes y que quedan al norte, información que en su conjunto confirma que estos grupos fueron sedentarios y partícipes de un intercambio cultural con otros; todos estos, genéricamente, son denominados Indios Pueblo. Información de cultura material que es afín con la arqueología del área de Casas Grandes (aunque para esos tiempos Paquimé estaba ya abandonado) así como también con la de los sitios de Mesa Verde (Colorado), Cañón de Chelly (Arizona), Castillo de Montezuma (Arizona), Casa Grande (Arizona), Chaco Canyon (Pueblo Bonito-Nuevo México) y en general con los Pueblos del Río Grande, Nuevo México como Taos, Pecos, Acoma, Cochiti, etc., (Lee, 1976: 6 y 7), siendo estos últimos cuatro sitios los que reporta posteriormente Francisco Vázquez Coronado en 1540 (Hurst, et al, 2001: 144).

En general, la información de Núñez Cabeza de Vaca permite plantear un continuum cultural entre los espacios mencionados. También, finalmente, las casas y gente de asiento son culturalmente lo más cercano al autor; es decir, el sedentarismo con sus expresiones materializadas como es la arquitectura que se manifiesta en el conglomerado de casas (de asiento) en el sentido de la concepción medieval-renacentista de lo

12 Se calcula que Núñez Cabeza de Vaca nació entre 1492 y 1495 en Jerez de la Frontera, España. Murió en 1557 en este mismo país. Entre 1541 y 1542, fue jefe de una expedición al río de la Plata y a Paraguay y del que fue gobernador entre 1542 y 1544. Al ser destituido fue llevado preso a España, liberándosele hasta 1546 (Cuesy, 2001: 17; Musacchio, 1995: 1347).

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urbano y no aquella cultura material, producto del “errático” deambular de los nómadas. Los significados del texto en cuestión, apuntan hacia las diferencias que estos pueblos tienen con las sociedades mesoamericanas, aunque en principio son tan distintos que la codicia occidental lleva a imaginarlos mucho más opulentos que los primeros, colmados de oro y de riquezas, las cuales hay que encontrar “a como de lugar”, poseerlas y apoltronarse en la gloria que darían esas fortunas que se obtendrían “siempre gracias a Dios” para que no quede duda de que la empresa de conquista “siempre tuvo nobles y espirituales fines”.

Pero independientemente de estas reflexiones interpretativas, vemos necesario preguntar: ¿Cómo el arqueólogo siente y maneja este tipo de información etnohistórica?, o mejor: ¿Cómo la incorpora a su bagaje general de información arqueológica? La respuesta se incrusta en los antecedentes históricos de la investigación arqueológica, lo cual encierra en sí el posible riesgo de caer en aquél lugar común de “la noticia más antigua de la que se tiene conocimiento”, la cual se acerca claramente a esa actitud propia del anticuario, así como también aquella que es una constante afirmación: “el primero que lo reporta”.

Los elementos proporcionados por Núñez Cabeza de Vaca son localizados en el pasado desde nuestro presente en el contexto general de la obra y de su tiempo. Pero es necesario considerar que el extremo del utilitarismo de la información o de la aplicación mecánica de la misma puede llegar a relacionarse con la conciencia de la subjetividad de los datos sobre el pasado, es decir, desde la aparente objetividad del presente o viceversa (la objetividad del pasado desde nuestra subjetividad presente), e incluso, por otra parte, llegar a excluir la objetividad-objetividad o subjetividad-subjetividad de ambos tiempos. De cualquier manera es tener conciencia de que “la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha” (M. de Montaigne, citado por Garagalza, 2002: 25), de igual manera cabría preguntar desde un principio: ¿cuál fue el verdadero sentido y significado de que en esta crónica se haya integrado la descripción de las casas y gentes de asiento? La respuesta no se tiene ni se tendrá, lo único que queda es interpretar su información desde nuestra realidad presente con la conciencia de la objetividad-subjetividad en términos de lo arriba asentado y, al mismo tiempo, cruzarla con la realidad tangible de lo arqueológico, si es que ésta se muestra de manera correspondiente. Con ambas (información

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documental-dato arqueológico), se podrían proporcionar explicaciones que seguramente resultarían lógicas. En resumidas cuentas, es necesario tener presente que ésta y todas las demás informaciones etnohistóricas-históricas inciden directa e indirectamente en el pensamiento arqueológico, el cual, sincrónica y diacrónicamente, se integran al mismo y se proyectan a través del discurso científico.

Otro importante ejemplo de fuente etnohistórica del siglo XVI es la del cronista del capitán Francisco de Ibarra, conocido como Baltasar de Obregón (1924),13 quien en su capítulo veintitrés, narra, para el año de 1584, el descubrimiento de una nación salvaje que habitaba en la sierra y que vivía en “las casas de terrado” y casas de “cañas de estera”, en ellas, la gente se vestía con mantas de algodón y comía maíz, fríjol y calabazas, además de los productos de la caza y pesca, así como los obtenidos por la recolección como es el caso de las pitahayas (cfr. Ibíd.: 142). Para la arqueología es muy importante considerar, de esta información, que la gente de estos espacios, además de vestir “con mantas de algodón y pita”, utilizaba plumería, cuentas, conchas de mar, caracoles, así como arcos, lanzas, macanas y rodelas. Sus casas son “...de terrado de el altor de estado y medio, congregadas con buena orden y sus labores de mucho concierto de acequias con que las riegan, cogen mucho maíz, fríjol de Castilla, melones, calabazas y otras legumbres.” (Obregón, op. cit.: 146). En el capítulo treinta en el “QUE TRATA DE LA LLEGADA DEL CAMPO A LA CIUDAD Y NOTABLES EDIFICIOS DESPOBLADOS DE PAQUIME E DE COSAS QUE SE VIERON E TUVIERON NOTICIAS DESTAS PROVINCIAS”, Baltasar de Obregón aborda la descripción de Paquimé de la siguiente manera:

Empezando por lo que vi diré y he sido informado y he leído, empezando por la notable esperanza que dio y da ésta populosa ciudad de edificios (que parecían fundados de antiguos romanos)

13 Este cronista nació en la ciudad de México a principios de 1544, de él, Mariano Cuevas, su descubridor, afirma que puede considerarse el Bernal Díaz del Castillo de las regiones norteñas (1924: vi y xvi). Lo califica como el “PRIMER HISTORIOGRAFO DE NACIONALIDAD MEXICANA el simpático y valiente conquistador don Baltasar de Obregón” (Ibíd.: xviii).

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adonde estuvo el general [se refiere seguramente a Francisco de Ibarra] y su campo. Son admiración de ver: la cual (ciudad) está en unos fértiles y hermosos llanos que le cercan, lindas e provechosas montañas e pequeñas cordilleras de sierras. Estaba fundada el río debajo de Paquime en sus riveras. El cual es el más útil e provechoso de cuantos vimos en aquellas provincias. Tenía adornos de hermosos y altos álamos, sauces e sabinas; puédense aprovechar de sus regadíos en sus fértiles riveras con facilidad e muy poca costa; está muy poblado de casas de mucha grandeza, altura e fortaleza de seis a siete sobrados, torreadas e cercadas a manera de fuertes para amparo y defensa de los enemigos que debían de tener guerras con los moradores dellas. Tienen grandes y hermosos patios, losados de hermosas, lindas e grandes piedras a manera de jaspe, e piedras de navajas sostenían los grandes e hermosos pilares de gruesa madera, traída de lejos; las paredes dellas enjabelgadas e pintadas de muchos colores, matices e pinturas de su edificio compuesto a manera de tapias, aunque tejida e revuelta con piedra e madera más durable e fuerte que la tabla (Obregón, 1924: 184-185). Es evidente que Baltasar de Obregón se maravilló del encuentro

con Paquimé, sin embargo, es fácil ver en su relato el desencanto que le provoca al mencionar “la notable esperanza que dio” y que al final no se cumplió porque no fue parte de las míticas Siete Ciudades o de Quivira tan añoradas y cuyas informaciones, como las desprendidas del recorrido de Álvar Núñez Cabeza de Vaca que lo mencionan, provocaron importantes expediciones al Septentrión novohispano. Sin embargo, es a partir del oro no encontrado que Paquimé comienza a tener fama entre cronistas, viajeros, exploradores e historiadores del XVI y de los siguientes siglos. También, por otra parte, sus descripciones de la arquitectura permiten inferir que las condiciones de conservación son muy buenas en comparación con lo que se puede observar a través de los dibujos y fotografías de mediados y finales del XIX y principios del XX respectivamente.14 Algunas de estas descripciones son interpretativas, como es el caso de su función defensiva, condición que arqueológicamente no está del todo probada.

14 Como ejemplo de esto véanse en este mismo capítulo los dibujos sobre Paquimé realizados en 1852 por John Rusell Bartlett (1854, Vol. II Frontispicio y páginas 348).

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En los alrededores de Paquimé, río abajo, Baltasar de Obregón y su acompañante Rodrigo del Río, encontraron unas casas abandonadas de las que dice estaban:

...la mayor parte dellas caídas, gastadas de las aguas e desbaratadas, porque demostraba cantidad de años que las dejaron y despoblaron sus dueños, aunque había cerca dellas gente silvestre, rústica y advenediza que dejaban de habitar en casas de tanta grandeza por asistir e morar en bohíos de paja como silvestres animales al sol, aire y frío. Son cazadores, comen todo género de caza e sabandijas silvestres e bellotas, andan desnudos, ellas traen faldellines de cuero de venado adobado, y algunas vacas. Preguntámosle por señas que dónde se habían ido los que se fueron señores de aquellas casas, pueblos e tierras; respondieron por señas que asistían y habitaban seis jornadas el río abajo hacia el norte y que por guerras los habían hecho retraer sus enemigos, los que venían desotra parte de las sierras y quatro jornadas casi al poniente asistían otros muchos en casas de mucha altura vestidos y señores de mucha ropa, de algodón, maíz, fríjol, calabaza, aves y vacas de la tierra (Obregón, 1924: 185-186). De la lectura de nuestro tiempo (que al final es una lectura

diferente), se infiere que estas casas son las que seguramente ocuparon las poblaciones que estaban cerca de Paquimé, coexistiendo ambas entidades en mutua dependencia al desarrollar tanto las actividades comerciales o de intercambio de productos agrícolas, de caza, pesca y recolección. Las poblaciones que vivían cerca de estas casas semidestruidas tenían enemigos que vivían en las sierras ocupando “casas de mucha altura”, las que posiblemente fueran las casas en cuevas o casas en acantilado que muestran una clara influencia de la cultura Casas Grandes, aunque es necesario también considerar que los ataques, tanto a Paquimé como a estas casas, pudieron haberse llevado a cabo por parte de los nómadas (cazadores-recolectores).

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FIGURA 3 Ruinas de Casas Grandes

Fuente: John Rusell Bartlett, Personal Narrative of Explorations… 1854, Vol. II, frontispicio y p. 348.

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Por último, se hace necesario acotar que la información de Obregón es de primera mano para el entendimiento arqueológico de Casas Grandes-Paquimé. Su descripción, si bien está recargada por el estilo lingüístico propio de la época, es bastante certera en términos de la correspondencia con la evidencia arqueológica, lo que contrasta con el poco cuidado que se la ha puesto a esta fuente primaria por parte de la investigación arqueológica de Paquimé, sobre todo la que es posterior a la de Charles Di Peso, pues no ha tomado en cuenta el útil apoyo de su exégesis en relación con este sitio; por lo tanto, es innegable la trascendencia y aportación de esta fuente para la conformación del pensamiento arqueológico en Chihuahua. Siglo XVII En la Nueva España aparecen los primeros estudios científicos en los campos de la astronomía, zoología y botánica (1580-1630), después se observa un cambio en los intereses científicos a partir de los textos de matemáticas, astronomía y geografía, situación que da entrada a la denominada ciencia moderna (1630-1680) (Trabulse, 1984: 17). En los inicios del siglo XVII el dominio español sobre los pueblos indios estaba ya consolidado, era el tiempo en que se percibía con mayor fuerza la ruptura de la identidad étnica y cultural provocada por la conquista y al extremo llevada por la dominación española (Florescano, 2002: 396). Para otros este es el “siglo olvidado” que se da entre el esplendoroso XVI, heroico y novedoso, y el XVIII, pleno para la literatura histórica, por ser el siglo de la Ilustración; no obstante, el siglo XVII es testigo de que los novohispanos, criollos, mestizos e indígenas comienzan a definirse a través del arte y la cultura, es el siglo de Sor Juan Inés de la Cruz y del mismo Carlos de Sigüenza y Góngora, aunque también lo es de la virgen de Guadalupe (Lira y Muro, 1981: 373-375). ¿Y el Septentrión de la Nueva España? Este espacio definitivamente vive otra realidad, esa queda consignada en los informes de los misioneros y militares que se afanan por seguir ya no colonizándolo sino ahora conquistándolo, esto ante la reacción de los indígenas que se rebelan por la presencia de los europeos (cfr. Porras, 1980: 13-19). El Septentrión, como terra incógnita, estuvo asociado desde el siglo XVI al desierto, un

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desierto que fue concebido como ausencia, tierra del fin del mundo para los jesuitas del siglo XVII, en donde se inhibe la vida civilizada (Rozat, 1992: 30). En estas tierras de lo lejano, lo agresivo, lo vacío viven los indios del norte (chichimecas) adaptados a ese medio hostil y casi inhabitable para los españoles; la resistencia de los primeros retardaba la colonización y el control de su espacio. De tal manera que el misionero debió haberse preguntado de dónde obtenían la fuerza y la agresividad los indios del norte puesto que en el desierto no había más que vacío, sequedad y hambre; su respuesta no podía ser otra que del demonio.15

Guillermo Porras Muñoz (1980), especialista en la historia de la Nueva Vizcaya para el siglo XVII, proporciona, como fuente secundaria, valiosos ejemplos con una muy relevante información para la arqueología regional a través de un manejo sistemático de diversos documentos originales (fuentes primarias y secundarias). El estilo de la redacción de este historiador oscila de la cita textual, la cual siempre asienta en letras cursivas, a la paráfrasis (con cierto cariz interpretativo), así se conoce tanto la información sobre los restos arqueológicos como las caracterizaciones de las gentes nómadas que poblaban este reino de la Nueva Vizcaya además de su distribución en ese enorme territorio:

...los españoles encontraron pocos poblados y los que había estaban muy esparcidos por un territorio extensísimo. Casi siempre los indígenas se asentaban temporalmente por familias en las riberas o a las orillas de los aguajes, donde abundaba la caza. Allí sembraban un poco de maíz, del que luego hacían pinole, y secaban la carne de los animales que cazaban y cuyas pieles se cubrían y hacían sus aduares. Muchos no hacían ni siquiera tan poco [¿?]. De las hierbas del campo y del polvo del suelo sacaban tintes para embijarse. Con casi ningunos bienes materiales, se movían fácilmente a otro lugar, donde también podían satisfacer sus rudimentarias necesidades (Porras, 1980: 20-21).

15 “...el demonio con sus huestes buscó refugio en América donde reinaba como amo absoluto en el momento del ‘encuentro’. Y no solamente el continente americano es su morada sino que las sierras y los desiertos, son en el imaginario occidental, el lugar en donde éste prefiere morar.” (Rozat, 1992: 30).

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Es notorio que, a pesar de ser una paráfrasis, el autor se deja llevar por ciertos giros idiomáticos de la época: “Muchos no hacían ni siquiera tan poco” o el de “...tintes para embijarse”, pero independientemente de esto, su información evidentemente da cuenta de una realidad sobre la distribución dispersa de los grupos nómadas en ese su espacio. Para 1651, el mismo Guillermo Porras resalta la información de dos cartas, una del capitán don Juan de Munguía y Villela y la otra de Fr. Jerónimo Birues, ambas fechadas el 15 de agosto de ese mismo año; la del capitán fue dirigida al gobernador de la Nueva Vizcaya, don Diego Guajardo Fajardo fue con motivo de un nuevo camino para llevar ganado mayor que cruza de Sonora hacia la región de los indios sumas [noroeste de Chihuahua-área cultural de Casas Grandes-Paquimé], en ella le dice:

...atravesamos las tierras de los jumanos y sumas hasta la tierra de los conchos, que son los últimos de la conchería. Por esta cordillera y, aunque en todas partes hallamos cantidad de gente, o ya por la buena prevención con que venimos o porque ellos están quietos y pacíficos, en todos hallamos buen pasaje. Atravesamos hasta el valle de San Martín y vista de la sierra del Sacramento, que dista de ese real como cuarenta leguas hasta dar en el camino del Nuevo México. Descubrimos cuatro valles, que los atraviesan cuatro ríos de buen porte, si bien ninguno nos embarazó el paso. También descubrimos dos casas grandes que parecen las que tanto ruido han hecho y sin duda son fábricas de Montezuma por la mucha obra y duración que han tenido, pues hasta hoy permanecen ellas algunos aposentillos cubiertos, torreones y paredes eternas, pero no hallamos cosa de que poder dar cuenta a Vuestra Señoría en especial. El camino es bueno, porque es toda sierra llana con muy buenos aguajes y no más largo que el de la Sierra, antes al parecer algo más corto (Munguía y Villela, Archivo General de Indias, Guadalajara, 143, citado por Porras, 1980: 61).

Por el tipo de descripción del sitio arqueológico y su contexto

cultural de las etnias mencionadas (jumanos y sumas) y por la misma designación de “Montezuma” [montesuma] o montes de los sumas (casas enterradas y elevaciones hechas para asentar unidades habitacionales de los indios), es muy posible que se trate de Casas

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Grandes-Paquimé, idea que se refuerza al citar el mismo Porras el siguiente párrafo:

Fr. Jerónimo también daba las mismas noticias, aunque se muestra más cauto en lo que hacía relación a los hallazgos arqueológicos y solamente dice: “descubrimos dos casas grandes que parecen edificios de Montezuma en lo grande y durable”. Con gran sentido apostólico observaba: “Por esta cordillera hay mucha gente y puestos admirables para las fundaciones de doctrinas, si hubiese con qué las hacer (Fr. Jerónimo Birues, 1651, Archivo General de Indias, 143, citado por Porras, 1980: 61).

Para Guillermo Porras resulta de trascendencia esta información desde el punto de vista arqueológico, la que para nosotros confirma tal condición a partir de que el autor se aventura a pensar que ese camino, que pasaba por el extremo septentrional de la Sierra Madre y que se comunicaba de la parte del río Bavispe [en Sonora] a la cuenca de los ríos de Casas Grandes [en Chihuahua], era resguardado por los presidios de San Antonio de Casas Grandes y San Felipe y Santiago de Janos (Navarro García, 1964: 42, en Porras, op. cit.: 60), situación que invita a pensar con seguridad que las anteriores descripciones pertenecen a Casas Grandes-Paquimé.

La necesidad de desarrollar una arqueología histórica (industrial) vinculada con los procesos económicos y sociales de la época colonial de la Nueva Vizcaya, y que ya la hemos señalado en un anterior trabajo (Mendiola, 1998: 46), se confirma a través de ejemplos como el del año 1650, en el que se cita el caso de que todos los operarios de San Diego de Minas Nuevas, en lo que es el distrito de Parral, eran indios ópatas y que junto con indios mexicanos formaban un barrio en Parral; los puestos desempeñados por estos trabajadores eran de fundidores, barreteros y tenateros (West, 1949, citado por Porras, op. cit: 73). Este sitio, el cual se conoce por la arqueología sólo de manera superficial, ofrece una valiosa información aun desconocida por esta disciplina para la historia de la industria minera del noroeste mexicano.

La arqueología histórica vislumbra un gran porvenir en tanto se dedique a estudiar los restos muebles e inmuebles de la colonia en distintos puntos en los que los colonizadores y evangelizadores se asentaron en el reino de la Nueva Vizcaya, ejemplo de ello es que en el

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territorio de los indios jocomes y janos, propiamente en el cerro de Chiricahui en Sonora y sus fronteras, se encontró, según Guillermo Porras, un importante tesoro a fines del siglo XVII, entre 1695 y 1697:

Hallaron casi todos los despojos de los muchos robos que todos estos años se habían hecho en esta provincia de Sonora y sus fronteras, muchos arcabuces, espadas, dagas, espuelas, cojinillos, sillas, botines, que muchos tan siniestramente habían achacado a los pimas sobaipuris [pimas altos, según González Rodríguez, 1977: 30]. También se hallaron los pedazos del clarín que quitaron al clarinero del general Quirós; y muy frescos, y se hallaron entre estos jocomes, los despojos del soldado Juan de Ochoa, al cual pocas semanas antes habían llevado preso y vivo, matándole sus otros tres compañeros en el camino entre Guachinera y Guazabas; y recatándose muchos de los referidos despojos, arcabuces, sillas, se les dieron unas paces interinas mientras venían a la Pimería (Porras, 1980: 185).

El sentido que Porras le da a esta información y que toma de los generales Juan Fernández de la Fuente y de Domingo Terán (sin indicar con precisión la fuente), es del “gran tesoro”, idea popular en la que subyace ese halo romántico y de anticuarismo que la arqueología posee hoy en día. Sin embargo, es necesario reconocer que la obra de Guillermo Porras se vuelve indispensable para la conformación de datos relacionados con la arqueología del reino de la Nueva Vizcaya (Chihuahua), aunque resulta evidente que su inserción no es más que general aunque no por ello deja de enriquecer el panorama cultural y arqueológico de este espacio.

Otro importante estudio del siglo XVII, también como un buen ejemplo etnohistórico de utilidad para la investigación arqueológica, es el de historiador Luis González Rodríguez (1992). Este investigador reunió fuentes primarias, producto de la presencia evangelizadora de los primeros jesuitas en la Sierra Tarahumara. Existen en ellas pequeños datos pero muy importantes para la arqueología, dispersos en ese mar de información que el autor acumuló a lo largo de los años de intenso trabajo.

Así se tiene que en un texto de la “Relación de la entrada a Chínipas” [límites con Sonora, en la parte suroeste de Chihuahua], el padre Pedro Mendes escribió en 1601 una breve descripción de las casas

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de aquellas gentes indias: “Tienen estos chínipas sus casas hechas de piedra y lodo y de terrado, con muy buena proporción y los pueblos muy fuertes” (González, 1992: 39), breve mención que se hace en el contexto de un ataque que los militares españoles sufren por parte de los indios. En la crónica etnográfica de Papigochi que escribió el jesuita belga Petrus Thomas Van Hamme (1651-1727)16 a partir de 1688, se hace referencia a las costumbres de los indios tarahumaras, así por ejemplo de sus casas dice:

...son pequeñas, hechas de ladrillos no cocidos [adobes], secados al sol, y carecen de ventanas. La entrada es tan pequeña que sólo reptando se puede entrar a la casa, como tuve que hacerlo muchas veces al ir a visitar enfermos. Sin embargo, tanto en invierno como en tiempo de aguas suelen dormir en el exterior de la casa, sobre un petate, y raras veces duermen en el interior. Cuando alguien muere en una casa los gentiles la abandonan y construyen otra (Van Hamme, 1688, citado por González, 1992: 304). En cuanto a la cultura material este mismo cronista indica que:

Antes de que estos hombres salvajes conocieran el dinero, hacían el comercio de trueque: por un cuchillo u objeto de fierro, que en Holanda no costaría casi nada, ellos daban un borrego; por un hacha o una pala daban un caballo o una vaca; por una pieza de vajilla o por un sombrero daban un caballo; por una chuchería, una gallina. Y es de notarse que daban tres pares de gallinas cocidas por pequeños objetos que les servían a ellos de moneda, o para pescar (Van Hamme, 1688, citado por González, op. cit.: 307).

En el registro arqueológico, sea en el contexto superficial o

estratigráfico, los objetos referidos (no perecederos) confirmarían

16 Van Hamme nació el 25 de marzo de 1651 en Gante, Bélgica, de 1679 a 1682 estudió teología en Lovaina y llegó a la Tarahumara, específicamente a la misión de la Inmaculada Concepción el 21 de febrero de 1688. Era un hombre que si bien nació en siglo XVII, ya formaba parte de la corriente de pensamiento ilustrado al haber estudiado matemáticas y física así como también al haberse desempeñado como profesor de dramática, poesía y retórica latinas; posteriormente se interesó por la astronomía, ya que se sabe que observó un famoso cometa entre 1680 y 1681, el mismo que vio en Cádiz, Eusebio Francisco Kino y en México, Carlos de Sigüenza y Góngora (González, 1992: 289-290 y 299).

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posiblemente tal intercambio, pero en su conjunto se relacionan con la cultura material rarámuri de aquellos años. A través de la información aquí vertida para el siglo XVII, pueden establecerse diferencias entre ésta y la que se integró para el siglo XVI. Para comenzar el estilo del lenguaje entre una y otra observa claras diferencias formales en la redacción y en uso de ciertas palabras, pero sobre todo en los sentidos que tienen en su conjunto los escritos de ambos siglos. Para el siglo XVI las primeras impresiones sobre el medio ambiente dejan sentir la hostilidad del mismo, como es el caso del desierto o de las abruptas serranías que son cruzadas por los conquistadores y misioneros; en cuanto a los aspectos de la cultura indígena material existe un tono de admiración pero también de desencanto al no hallar el buscado oro, no obstante, se realza la importancia de la existencia de gente y casas de asiento en las que hay maíz, calabaza y frijol, así como también el uso y manejo de estas gentes de ropas de algodón, plumas, turquesas y objetos de cobre. Para el XVII, el sentido de la información muestra un carácter más de evaluación de los territorios, de los caminos, de la distribución de los pueblos de las gentes bárbaras y de los avatares y aciertos del trabajo misional en la Sierra y en los desiertos, todo esto a pesar de que la noción de vacío, penuria y abandono del Septentrión de la Nueva España sigue para ese entonces presente y adosada por las ideas de que el demonio es dueño aún de estas tierras, no obstante, se prepara ya la entrada del siglo XVIII, lo que hace que dicho paso sea terso ante ese naciente movimiento ilustrado que se gesta a fines del XVII y que se desarrolla plenamente en ese primer siglo que a continuación abordamos. Siglo XVIII Es el siglo de la Ilustración, el Siglo de las Luces, en él la ciencia despunta en interacción con los movimientos sociales, políticos y económicos, lo que confirma que “la historia de la ciencia sea, en última instancia, un excelente termómetro del desarrollo del espíritu del hombre” (Arias y Fernández, 1985: 9) y no sólo de su espíritu sino de la sociedad misma a la que se debe. La mayor parte de los planteamientos ilustrados se dan entre 1680 y 1715, los cuales se transforman durante

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todo el XVIII y terminan con la Revolución francesa y el advenimiento del liberalismo del siglo XIX; pero ante todo la Ilustración es un sistema filosófico cuya actitud es nueva con respecto a la realidad y con la vida misma, es el rechazo de los errores del pasado con la idea de que la razón es la única que puede descubrir la verdad completamente (Arias y Fernández, op. cit.: 9-10). Concretamente, en la historia de la ciencia en México, la Nueva España presenció al principio, una lenta difusión de las teorías modernas; con ello surgieron los estudios matemáticos, astronómicos y geográficos (1680-1750) con lo que poco a poco se fueron aceptando, cada vez con mayor fuerza, las nuevas teorías taxonómicas y mecanicistas (1750-1810) (Trabulse, 1984: 17). Esta renovación científica de la ciencia novohispana dio paso a la “modernidad”, cuyo florecimiento se dio ya bien entrado el siglo XVIII, de tal manera que lo que prevaleció a principios de éste y al interior del panorama científico, fue el escolasticismo caracterizado por creencias científicas herméticas. Esto condujo a una división mayormente puntual en una primera etapa, que fue de 1740 a 1780, y que comprendió la llegada de las ideas ilustradas; en la segunda, de 1780 hasta la Independencia, es en la que se percibe el surgimiento de un incipiente nacionalismo (Arias y Fernández, 1985: 15-16).17

En un contexto más general que rodea al estudio del siglo XVIII y en el que ocurren las transformaciones más importantes en lo político y en lo administrativo, éstas fueron impulsadas por la corona española en sus colonias, las cuales impactaron directamente en la transformación radical de la economía interna de la Nueva España. Fue sobre todo la

17 Esta segunda etapa, que inicia en 1780, coincide con la publicación en italiano de la obra de Francisco Javier Clavijero (1713-1787) Storia Antica del Messico (1780 con varias traducciones y ediciones posteriores). Consideramos que esta obra es el punto de unión entre la Ilustración y el positivismo del siglo XIX, de tal manera que a Clavijero lo abordamos, por su importancia, de manera separada a este subapartado del siglo XVIII en relación con Casas Grandes. A este estudioso jesuita, junto con otros miembros de esa orden (Francisco Javier Alegre, José Rafael Campoy y Diego José Abad) “...se les debe la maduración de ideas como la afirmación de la libertad y abolición de la esclavitud, el mestizaje como función formadora de los pueblos, la revalorización de la cultura de los antiguos mexicanos, la conciencia y afirmación de la mexicanidad, la negación del ‘derecho divino’ de los reyes y la afirmación de la soberanía popular” (Arias y Fernández, op. cit.: 17).

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minería la actividad económica que generó y representó dicha transformación, porque de ser una actividad de enclave en el siglo XVII, llegó a ser un importante estímulo económico de la Nueva España durante el XVIII. Aquí el norte novohispano juega un papel determinante al surgir en él los “reales” o “asientos de minas”, así como los centros de producción y abasto como lo fueron los ranchos ganaderos y agrícolas además de carboneras y salinas así como una importante red de caminos que permitió la comunicación entre estos centros; en resumidas cuentas, la estructura económica y social fue muy diferente a la del México central, de tal manera que ese norte comenzó a dejar de ser vacío o desolado (Florescano y Gil, 1981: 473 y 477).

No obstante, y desde fines del siglo XVII, el Septentrión presentaba grandes problemas en términos de poblamiento y de rebeliones indígenas, lo cual provocó se instrumentara un complejo y costoso sistema de defensa de presidios, así como la necesidad de pensar en estrategias para su poblamiento, por eso el brigadier Pedro de Rivera entre 1724 y 1727 propuso la reorganización de las economías en el sistema de defensa de este espacio (Aboites, 1995: 34-35). La función de estas guarniciones militares o presidios era mantener libres los caminos de los ataques de los indios bárbaros en ese necesario tránsito que se daba entre los centros mineros y los proveedores de alimentos del sur, pero también, simultáneamente, era la labor de los misioneros que buscaba, a través de la congregación de los indios, instaurar unidades de producción que fueran autosuficientes. (Florescano y Gil, 1981: 477).

¿Pero qué tanto los militares y evangelizadores del norte novohispano están empapados de las ideas ilustradas del siglo XVIII al grado de que se vieran reflejadas en sus documentos? Resulta complicado saberlo en una primera aproximación, sobre todo cuando nuestro análisis de la información no tiene como objetivo dar respuesta directa a ese cuestionamiento y menos aún cuando el interés es extraer datos específicos relacionados con la cultura material de los indios y europeos en el Septentrión, sin embargo, el marco general, en el que esta información se genera y se pone en la mesa de análisis, se ve condicionada en lo general por el movimiento ilustrado.

De los informes y relaciones de misioneros y militares que se asientan y recorren las provincias internas o Septentrión de la Nueva España, se han seleccionado las que proporcionan información de la

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cultura material relacionada con la Nueva Vizcaya.18 Se comienza aquí con la revisión analítica de una de las fuentes que se vincula con la Pimería Alta en términos de lo que su autor Luis González Rodríguez (1977) desarrolla como etnología y misión entre 1715 y 1740. La fuente, aunque es de Sonora, posee referencias muy relevantes a la arqueología de la Nueva Vizcaya, tal es el caso de “La primera relación de la Pimeria Alta (1716)” escrita por el jesuita español Luis Velarde (1677-1737)19 quien hace referencia a Casas Grandes:

Aseguran dichos pimas que de la otra banda de[l] Gila, en el ángulo que forman la junta de los dos ríos, Verde y Salado, hay ruinas de otras semejantes casas (todos los que por acá vivimos sabemos las que hay entre el presidio de Janos y Valle de San Buenaventura, porque lo intitulan Valle de Casas Grandes) y otras de la otra banda del Colorado. Desde el cual a las Siete Cuevas o ciudades de donde salieron los mexicanos, que dicen son al noroeste de esta Pimería, cercano al mar, no hay sino como 10 días de camino, que haciéndolo ellos a pie se deduce ser poca la distancia, y al parecer en 40 grados (Velarde, 1716, citado por González, 1977: 54).

18 No existe suficiente espacio para analizar otras fuentes históricas en términos de nuestros intereses arqueológicos, así como también de las obras de los misioneros del siglo XVIII de la Nueva Vizcaya como lo fueron Fray Agustín de Morfi (1935) o el obispo de Durango Pedro Tamarón y Romeral (1937 [1765]), quien por cierto, al describir el Real Presidio de Janos (Xanos) situado en el extremo noroeste del actual estado de Chihuahua, dice que “...toda aquella tierra está inundada de indios enemigos, se han despoblado haciendas y pueblos porque éstos los arruinaron, a cada paso se encuentran señales de muertes que hicieron; es todo aquel terreno pavoroso, sin otro abrigo que el presidio, y es buena fortuna no se hayan atrevido a él los indios, pues su fábrica es ya antigua y de adobes, y así no tienen defensa” (Tamarón, op. cit.: 151). Del obispo Tamarón y Romeral Roy Bernard Brown señala que este “…no puso mucho interés en el noroeste de Chihuahua. La imprecisión de sus comentarios y distancias nos indica que lo consideraba solamente lugar de paso, para llegar a las áreas más pobladas de Nuevo México. Es difícil pensar que olvidó a Casas Grandes por inadvertencia, no obstante cabe señalar que se encontró abandonado por esas fechas, dato que se apoya por la secularización del Convento de San Antonio de Papua de Casas Grandes en 1758” (1994 a: 12). 19 Luis Velarde nació el 25 de agosto de 1677 en Valladolid, España. En 1697 comenzó sus estudios con los jesuitas. En el año de 1709 llegó a México y en 1713 a las misiones en Sonora (González, op. cit: 17-18).

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La junta de los ríos Verde y Salado queda al noroeste del sitio de Casas Grandes, en el valle del mismo nombre, el cual se encuentra entre Janos y San Buenaventura. Ambos son mencionados porque poseen casas de adobe. Resulta importante, por un lado, el que se haya considerado la relación con la idea de migración (de las Siete Cuevas) y la existencia de Casas Grandes (Chihuahua). Es el mismo Luis González Rodríguez quien cita a Charles Di Peso al señalar que: “En el valle de San Antonio de Casas Grandes se conservan, aún en nuestros días, las ruinas de otro asentamiento indígena. El doctor Charles di [sic] Peso es quien mejor las ha estudiado, y ha empezado a publicar los resultados de sus excavaciones arqueológicas, por parte de la Amerind Foundation” (González, 1977: 54). Otra fuente primaria muy relevante a la historia del Septentrión novohispano es la que escribió el Brigadier don Pedro de Rivera y Villalón (2004 [1736 y 1945]).20 A principios del siglo XVIII, tal y como lo señalan Susana Alcántara y Mercedes Alonso, no se conocían con detalle las condiciones que existían tanto en los presidios como en los asentamientos de lo que se solía llamar las Provincias Internas (1985: 128).21 Derivado de la necesidad de conocer cuáles eran las condiciones de esas provincias, se comisionó a Pedro de Rivera para que hiciera una inspección de las mismas para dar cuenta de todos los presidios de las provincias de Nayarit, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Sonora y Texas, las cuales visitó entre 1724 y 1728. Partió el 21 de noviembre de 1724 hacia el Septentrión, su recorrido comprendió 3,082 leguas (12, 891 kms.). En su memoria detalla de manera cuidadosa y puntual todo lo que observa en su viaje, por ejemplo ubicó, con precisión las posiciones geográficas de los lugares que visitó a través de observaciones astronómicas, lo que le permitió contar con un panorama de la situación político-administrativa del norte del Virreinato. Las regiones que visitó estaban pobladas de tribus hostiles, sin embargo, no tuvo

20 Este autor la publicó primeramente en Guatemala en el año de 1736. Pedro de Rivera nació en España en la ciudad de Antequera, Provincia de Málaga a fines del siglo XVII y murió en 1744 en la capital del Virreinato. (Porras, 2004: 14, 23 y 25). 21 Esta fuente es mencionada en La Historia de la Ciencia en México, coordinada por Elías Trabulse (1985) y en la que escriben las autoras citadas diciendo que ésta es un importante antecedente histórico de la ciencia de nuestro país (cfr.Trabulse, op. cit.).

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enfrentamientos con ellas pues manejó su expedición con mucha prudencia (Porras, 2004: 12 y 16-17). Su informe comprende menciones de los grupos indígenas que se hallaban en las proximidades de los presidios tales como el de San Francisco de Conchos, cerca del río con este mismo nombre: tarahumares, chizos o taguitatomes, conchos y tobosos (Rivera, op. cit.: 58-59). Así también, la información de contexto natural y geográfico que proporciona este militar es de suma importancia para la arqueología de Chihuahua, sobre todo entre la parte central y el desierto de esta entidad. En esta región se encuentran los sitios con pinturas rupestres del estilo Candelaria que descubrió John Davis (1979: 43-55) y que posteriormente trabajamos los arqueólogos Eduardo Gamboa (en prensa) y Mendiola (1994 y 2002). La referencia es importante no sólo por la descripción del entorno sino porque también el lugar ofrece un refugio natural para los indígenas, esto incluso desde del periodo Arcaico Tardío (500 a. C. al 260 d. C.) (Mendiola, 2002: 87). La información contenida en este informe estimula la ubicación de sitios arqueológicos, los cuales se nombran de manera distinta a la de ahora, tal es el caso del de San Pascual y Socorro. Posiblemente la siguiente descripción corresponda a un espacio cercano a lo que ahora es Ciudad Juárez, Chihuahua y El Paso, Texas al norte de estas mismas:

El día veinte y ocho rumbo de el Nor Nordeste, por tierra llana de mucha arena, con Monte pequeño de Romerillo que exala un olor sensual aromático, caminé ocho leguas, siguiendo la Rivera de el Rio, y haciendo noche en despoblado, como los antecedentes, que llaman San Pascual, tomando la denominación de las ruinas de un pueblo situado á la vanda de el Leste de el Rio, que lo fue antes de la sublevación general. Y desde este mismo parage se miran los vestigios de otro, que se nombraba Senecú, situado á la vanda del Veste del Rio [...] Este día percibio la vista algunos edificios, de los que aun se mantienen del Pueblo despoblado de el Socorro, situado á la vanda del Veste de el Rio, y á la de el Leste se encontraron varias ruinas, donde huvo Haciendas de labor antes de la sublevación: y haviendo encontrado con la demostración de un Pueblo que se nombró Alamillo, situado á la vanda del el Leste de el Rio que es la que sigo, hice noche en un despoblado cerca de el (Rivera, 2004: 70-71).

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La duda permanece en cuanto a la identificación de estos lugares que es posible fueran coloniales, aunque también podrían ser casas de indios abandonadas; para la investigación arqueológica es un reto este tipo de información puesto que tendría que ser verificada en campo, aunque desafortunadamente Rivera no hace una descripción más puntual de estas ruinas.

Más al norte, once leguas a partir del Presidio del Paso, Rivera encontró: “vestigios de otros Pueblo de los extinguidos, que se llamó Sandia, y á cinco leguas de este se registró el Pueblo existente de San Felipe situado á la vanda de el Veste de el Rio, habitado por Indios de la Nación Querez” (Rivera, op. cit: 72). Cerca de este lugar se halla una cueva en las Montañas Sandía (Mountains Sandía), cerca de Albuquerque, Nuevo México y en la que se hallaron puntas de proyectil tempranas asociadas a huesos de fauna extinta en el mismo nivel de este sitio temprano (Lee, 1976: 3), ubicado para el Paleoindio (11,500 al 8,000 a. C.) (Phillips, 1989: 373-401). Seguramente los vestigios que menciona Rivera son tardíos, lo que hace referencia a la larga ocupación de esta zona. Por otra parte Pedro de Rivera nombró a los indios cristianos en términos de naciones:

Los veinte y quatro Pueblos que tienen aquel Reyno esta habitados de Yndios Cristianos; de las Naciones siguientes: Piros, Tiguas, Mansos, Queréz, Zuñis, Alonas, Xemes, Xeres, Picuries, Thanos, Pecos, Teguas, Thaos y Sumas; su numero de nueve mil setecientos y quarenta y siete: son de buena proporción, y mejor aspecto, que las demas Naciones (Rivera, 2004: 77).

Posteriormente describió las casas de estos grupos de las que dice: ...merecen particular atención, por distinguirse de los Pueblos de otras Provincias, y ser unos Quarteles fuertes, cubiertos de azoteas de tres y quatro altos, bien construidos, sin puerta alguna en la superficie inferior, subiendo al primer alto por una escalera de mano, que de noche la retiran para resguardarse del acometimiento de las Naciones enemigas, con las que se tienen guerra: y dichos Quarteles estan los unos, al frente de los otros, para que todos estén flanqueados, y que los enemigos no puedan mantenerse en el intervalo, y son administrados por los Religiosos observantes de N.

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P. S. Francisco de la Provincia del el Sto. Evangelio de la antigua Mexico (Rivera, op. cit.: 77-78).

Son los Indios Pueblo y sus típicas construcciones de adobe de

dos o más niveles como los actualmente tienen los edificios de Taos o Zuñi en Nuevo México (cfr. Hurst, 2001:141; Bahti y Bahti, 1997: 28; y Taylor y Sturtevant, 2004: 38). Uno de los puntos que al final toca Rivera de la Nueva Vizcaya es el de pueblo y misión de San Antonio de Casas Grandes. En esa visita el brigadier señala que:

El día diez y nueve, al rumbo de el Sueste, pasando luego que comenzé á marchar, por las ruinas de un Palacio que fabricó el Emperador Montezuma, quando desde las partes del Norueste, de la Nueva Mexico como trescientas leguas, y de un parage que se nombra Taguayo, salió con seiscientas mil personas á poblar la Ciudad de México: procurando en aquél sitio tan ameno fértil, dar descansos á la multitud grande de Yndios que conducia. Conosese en lo soberbio de los edificios, y en su magnitud ser fabrica suya, pues siendo su figura un paralelogramo, tiene cada lado doscientas y cincuenta toyses de Paris, conservándose hasta hoy algunas Maderas, que permanecen en los altos de el tal Palacio, que aun habiendo pasado mas de tres siglos, se reconoce algo de lo magnífico de su fábrica (Rivera, op. cit.: 98-99).

Son tres aspectos que destacan de esta cita que se refiere

evidentemente a Casas Grandes-Paquimé: primero, la admiración que le causa al militar este tipo de construcción por “lo soberbio de los edificios” o lo “magnífico de su fabrica” así como su buen estado de conservación; segundo, la idea que prevalece en esa época de que de este tipo de sitios son punto de partida de la migración nahoa (peregrinación azteca) y tercero, una nota a pie de página que el estudioso, Guillermo Porras Muñoz, ofrece sobre esta descripción y que a la letra dice:

Refiérese a los importantes monumentos arqueológicos que abundan en esta región. Los conceptos expuestos por Rivera son, por supuesto, completamente erróneos, pero era la idea que prevalecía en la época; es probable que se originara del hecho de que existen numerosos montículos que contienen interesantes

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piezas arqueológicas, llamados comúnmente ‘moctezumas’ (Porras, 2004: 99).

Independientemente de que Guillermo Porras considere erróneo

la idea de la migración de lo que son las observaciones y descripciones de Pedro de Rivera sobre Casas Grandes que este brigadier visita, éstas coinciden con las anteriores y futuras crónicas de otros viajeros e historiadores. La información de Rivera, vista en su justa dimensión histórica, posee un alto valor -incluida su idea de que este lugar fue punto de salida de más de seiscientas mil personas- que ha contribuido con la conformación del pensamiento arqueológico en Chihuahua a través de sus observaciones sobre la cultura material tangible de ruinas o casas abandonadas y que ahora son evidencias arqueológicas innegables.

En otra fuente primaria se ha encontrado sucinta pero valiosa información para la arqueología de la Nueva Vizcaya, nos referimos a la del sacerdote franciscano José Arlegui (1851 [1737]).22 En concreto, él hizo una interesante descripción física del sitio arqueológico de Casas Grandes cuando precisamente ubicó a la misión de San Antonio de Casas Grandes cuyo nombre es tomado de:

...unos grandes edificios, todos de piedra bien labrada y pulida de tiempos inmemorables. Es comun tradicion entre los indios que fueron hechos por el emperador Moctezuma, que fue el supremo monarca de este nuevo orbe, que saliendo de los fines de la Vizcaya, que hoy es el Nuevo-México, vino á poner su corte donde hoy es la ciudad de México y donde fue despojado de su tirano imperio por nuestros españoles, y sujeta su monarquía á nuestro gran rey y señor que en paz descanse, Don Carlos V, rey de España y emperador de Alemania. Esta tradición ni asomos tiene de verdad, porque aunque todos asientan que de las partes del Poniente vinieron los mexicanos y otras naciones á poblar la tierra, pero esto fue mas de mil años que hubiera Moctezuma, con que los edificios de Casas Grandes y otros, los hicieron sus antecesores, como queda dicho en la primera parte, capítulo segundo, ó por los antiguos tultecas, que pasaron por los mismos parages, y eran diestrísimos en la escultura. Son, pues, estos edificios de Casas

22 José Arlegui nació en España en 1686 y murió en 1750 en San Luis Potosí, México. Trabajó para la Santa Inquisición. Construye el convento de San Francisco en Durango y la capilla de la Virgen de los Remedios en Durango. (Musacchio, 1995: 109).

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Grandes tan primorosos, que siendo muy semejantes á unos que hay diez leguas de Zacatecas y á otros que están entre Chalchihuites y Sombrerete, causa admiración su escultura, pues no habiendo entonces acero ni hierro para labrar tan duras piedras, se ven con tanto primor ajustadas, que parece haber nacido allí juntas sin que se les registre seña de betun ó mezcla para unión y permanencia tan admirable; y se discurre que seria algun zumo que sacarian de yerbas y raices, que mojadas con él las piedras y unidas, se consumían como así fuera agua (Arlegui, 1851: 95-96).

Lenguaje propio de principios del siglo XVIII: “el nuevo orbe”, “supremo monarca”, “tirano imperio”, “naciones”, “gran rey y señor”, etcétera, que se combina magistralmente con la idea -por cierto imprecisa- de que Casas Grandes era de “piedra bien labrada y pulida”,23 aunque admiración le causan estos edificios “tan primorosos”, cuestión que en su conjunto adquiere importante sentido arqueológico cuando Arlegui relaciona Casas Grandes con otros edificios de Zacateas [seguramente La Quemada] e igualmente con Chalchihuites y Sombrete. Adolph. F. Bandelier (1974 b [1890]), con respecto a Casas Grandes, encuentra similitudes entre la descripción de Pedro de Rivera y la de José Arlegui ya que dice: “In 1737, Fray Francisco de Arlegui [José Arlegui] almost textualy copied Rivera, extolling the great architectural skill and beauty of the buildings” (Bandelier, op. cit: 35). Situación por demás entendible tanto porque la información escrita o comentada por Pedro de Rivera debió haber llegado a José Arlegui, o porque efectivamente el sitio le causa el mismo tipo de asombro a este último y lo expresa con un mismo lenguaje, al estilo de la época. La penúltima fuente revisada y analizada del siglo XVIII es la del informe de Hugo de O’Conor (1952)24 y que abarca de 1771 a 1776. Esta fuente primaria da cuenta de un recorrido de más 4, 000 leguas a caballo

23 La mayor parte de sus muros son de tierra (adobe). 24 Hugo de O’Conor fue caballero de la Orden de Calatrava. Fue gobernador interino de la Provincia de Texas. Se estableció por seis años en el pueblo del Carrizal (Chihuahua). Posteriormente fue capitán general y gobernador de la provincia de Yucatán y murió el 18 de marzo en la Quinta de Miraflores cercana a la ciudad de Mérida (González Flores, 1952: 14). Su expedición llegó hasta los mismos aduares de los indios bárbaros, esto con la finalidad de atacarlos en sus guaridas (Altamirano y Villa, 1988: 651-652).

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a través de las provincias internas del norte de la Nueva España. El informe es el resultado de la presión por parte de la corona española, la que sigue viviendo en su siglo XVI al persistir con la idea de poblar y dominar a la naturaleza y al mismo que se opone al proceso civilizador, es decir, el “salvaje aborigen”, de tal manera que Hugo de O’ Conor, con su recorrido, representó la fuerza de la expansión de España (González Flores, 1952: 14-15). Este informe da cuenta entonces de las condiciones que prevalecían sobre todo de la de Nueva Vizcaya ante los ataques de los apaches: “Dediqueme desde luego a tomar instrucción del estado de las Provincias de mi mando, y en especial de la Nueva Vizcaya, y hallé esta, masque todas consternada, por las incursiones de los Apaches, cuio Terror llegaba al último extremo” (O’Conor, op. cit.: 20). Este documento posee varias referencias importantes sobre lugares que ahora se muestran arqueológicamente, así se tiene el de la Villa de Chihuahua y la mención de varios puntos: “...la Cueva, Maxalca, Victorino, el Potrero, cogiendo la orilla de la Sierra, hasta la cañada de la Noria, la que rexistraba, siguiendo su derrota por la Laguna de Sn. Martín...” (O’ Oconor, op. cit.: 48) y una nota (90) que es proporcionada después del nombre Potrero y que escribe Francisco R. Almada, la cual a la letra dice: “90 Lugares del Municipio de Chihuahua, Chihuahua” (Almada, 1952: 116). Es en este espacio que se ubica un importante sitio arqueológico reportado en la segunda mitad de la década de los ochentas del siglo XX por el arqueólogo mexicano Arturo Guevara Sánchez (1987: 31-32) y que es el de “La Cueva de las Monas”, el cual se localiza entre el Parque Nacional Majalca y la Sierra Victorio o Victorino (lugar de apaches según informantes) y precisamente se encuentran en el municipio de Chihuahua, posiblemente O’Conor esté haciendo referencia a ese lugar de la Cueva. Posteriores trabajos como los de Guevara (1989a y 1989b) y Mendiola (1992: 59-62 y 2000a: 9-11), que estudiaron la Cueva de las Monas, no tomaron en cuenta la posibilidad de que éste sitio sea el mismo que O’ Conor menciona.25

25 La Cueva de las Monas es un sitio muy importante tanto por la cantidad y buena conservación de sus pinturas. En ella se muestran tres etapas pictóricas, las dos últimas están asociada al periodo colonial pues se observan figuras humanas, posiblemente indios conchos o tarahumaras vestidos a la usanza española, es decir, con pechera (chaleco), fajilla, pantalones bombachos, medias calzas y zapatos; su pelo está cortado en cerquillo

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Al respecto de las prácticas de los “barbaros” (nómadas), el Informe de Hugo de O’ Conor afirma que éstos “...habitan según las estaciones que les ofrece la mejor proporción para su manutención y pastos para sus caballadas, pero siempre en lo interior mas oculto, resguardados de las Sierras” (O’ Conor, op. cit.: 78). Esto recuerda el sitio arqueológico registrado como “Santa Rosa” en el municipio de Riva Palacio, en el centro del actual estado de Chihuahua, en el que se halló un gran corral de piedra (20.00 por 16.70 metros) y en el que seguramente los apaches guardaban los caballos robados, esto dicho tanto por los “corralitos de apaches” o unidades habitacionales, abundancia de lascas, metates y algunos cuantos fragmentos de cerámica así como también por las referencias históricas que ubican a esta zona como apache para los siglos XVIII y XIX (cfr. Orozco, 1992a y 1992b; Mendiola, 1996: 219-226 y 2000b: 29-36) y que ahora son los municipios de Riva Palacio y Chihuahua.

Sobre la cultura material mueble de los bárbaros, el informe detalla que:

…sus armas son el chuzo, ó Lanza, y el Arco y Flechas; sus chimales [escudos] que entre nosotros, es la Adarga o Broquel, y algunas cueras. Tienen porción de Armas de Fuego que adquirieron en cambalache a los Indios Vidais que residen inmediatos a la Luisiana, y Caballos con abundancia, así por los muchos q.e hán robado, como por los que crian, pues les sirve de alimento (O’ Conor, 1952: 79).

Casi todo esto es posible hallarlo en el registro arqueológico,

aunque lo más relevante es el énfasis que O’ Conor pone tanto en el lugar de vivienda de los bárbaros como en el tipo de armas, con lo cual se proporciona información arqueológica muy importante.

De las fuentes aquí analizadas evidente y lógicamente se hace notoria la diferencia entre las que fueron elaboradas por misioneros como Petrus Van Hamme (1651-1727 [1992]) y José Arlegui (1851 [1737]) y las de los militares Pedro de Rivera (2004 [1730 y 1945]) y Hugo de O’ Conor (1952 [1771-1776]). El primero, que muestra su

además de orejeras (Guevara, 1989 b: 59-60), así como también posibles figuras humanas de apaches (Mendiola, 2000b y 2002).

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tendencia ilustrada, posee un franco interés por la cultura material de los indígenas, la cual es bien es ubicada como parte de una importante etnografía de Luis González (1992) quien precisamente lo rescata; así se confirma, una vez más, que dicho interés es propio de la mística de los jesuitas, sin embargo, aunque sus descripciones contienen un cierto toque ilustrado, no así del todo para José Arlegui, quien en su crónica es más adusto en su lenguaje, sus ideas tienen todavía influencia del siglo XVII en sus inicios.

Los dos militares manifiestan claros intereses de evaluación de las condiciones de los territorios de estas provincias internas, es decir, de los asentamientos y presidios que en ellas existían, así que con ello se encuentran valiosas descripciones del entorno geográfico y de la cultura material de los indios de esos tiempos que habitaron la provincia de la Nueva Vizcaya.

Los últimos años del siglo XVIII El año de 1767 es el de la expulsión de los jesuitas de la América novohispana. Muchas fueron las consecuencias de ese destierro de los de la orden de Ignacio de Loyola, entre las cuales destaca una que en particular nos interesa mencionar y que se relaciona precisamente con ese año de 1780.26 Para tal efecto, se consideran dos aspectos que están íntimamente relacionados con esa fecha, los cuales ya se han mencionado al inicio de este mismo siglo XVIII, no obstante, es conveniente recordarlos con la idea de abundar sobre todo en el segundo de ellos. El primero, es el de que el año de 1780 es la puerta de entrada hacia el siglo XIX, esto en términos de lo que es el surgimiento de un incipiente nacionalismo (cfr. Arias y Fernández, 1985: 15-16); el segundo, se relaciona con la obra de Francisco Javier Clavijero (1731-1787): Historia

26 Dicha expulsión repercutió no sólo en el servicio a los demás y en el cultivo ordenado y muy serio de la filosofía y de las ciencias, sino también en varios campos: educación, religión, política, economía y sociedad (Arias y Fernández, 1985: 17).

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Antigua de México, escrita en Italia y publicada en ese mismo año de 1780.27

Desde nuestro punto de vista y en términos de los estudios históricos del México antiguo, Francisco Javier Clavijero unió la ilustración del siglo XVIII con el liberalismo y el positivismo del XIX. Al ser él ser uno de los últimos ilustrados en el contexto mexicano, su obra histórica dio paso a la reivindicación de los aspectos naturales y sociales del desarrollo de una patria que comenzaba a configurarse a partir de sus orígenes indígenas y criollos, o como lo dice Enrique Florescano la obra de Clavijero es “...clave en la afirmación de la conciencia histórica de los criollos” (2002: 476). La monumentalidad de ésta es innegable pero ¿por qué razones la escribió? Son varias las respuestas que se relacionan con un claro sentido nacionalista, el que seguramente se vio acrecentado por el destierro y esas inevitables congojas emocionales derivadas del mismo, también fue una reacción ante las condiciones sociales prevalecientes en lo que todavía era la Nueva España. El mismo Clavijero dice: “La historia antigua de México que he emprendido para evitar la fastidiosa y reprensible ociosidad a que me hallo condenado, para servir del mejor modo posible a mi patria, para restituir a su esplendor la verdad ofuscada por una turba increíble de escritores modernos de la América, me ha sido no menos fatigosa y difícil que dispendiosa” (Clavijero, 2003: xxi). Dentro de esta turba que escribe en pleno Siglo de las Luces, el cual se caracteriza por la búsqueda de la verdad apoyada “...en la razón y en la ciencia como instrumentos de precisión, capaces de explicar satisfactoriamente el curso de los acontecimientos humanos y los fenómenos de la naturaleza” (Antuñano, 1996: 56), se encuentra a Cornelius de Pauw con sus Reflexiones filosóficas sobre los americanos, en las

27 Francisco Javier Clavijero nació el 9 de septiembre de 1731 en Veracruz y murió el 2 de abril de 1787 en Bolonia, Italia. En 1748 ingresó al noviciado jesuita de Tepotzotlán y tres años después al Colegio de la Compañía de Jesús en Puebla. (Antuñano, 1996: 57). En el prólogo de Mariano Cuevas se dice que su padre, don Blas Clavijero, fue un “...hombre instruido [...] educado en Francia durante el próspero reinado de Luis XVI y muy protegido por el poderoso duque de Medina Celi” (Cuevas, 2003: ix-x), esto generó obviamente en su hijo, Francisco Javier Clavijero, una gran afición por la filosofía, pero sobre todo por la historia, además de un profundo afecto por los indígenas que afloró desde temprana al entrar en contacto con ellos por ser súbditos de su padre, situación que se refleja en todas sus obras (Cuevas, op. cit.: x).

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que es más que evidente la denigración americana de esencia antropológica:

Los americanos [dirá] son feos, débiles y sujetos a muchas enfermedades extravagantes, ocasionadas por la insalubridad del clima. Pero por imperfectos que sean sus cuerpos aún lo son mucho más sus almas. Son tan faltos de memoria que no se acuerdan hoy, de lo que hicieron ayer. No reflexionan ni coordinan sus ideas, ni son capaces de mejorarlas, ni de pensar, porque los humores de sus cerebros son gruesos y viscosos (Pauw, 1768-1771, citado por Antuñano, op. cit.: 56). Clavijero reaccionó con una denodada defensa del mundo

natural y de la grandeza de lo que fue la civilización indígena, de ahí que la importancia de su obra se encuentre en que fue la primera que se escribió como una historia, ya no como una crónica (Bernal, 1979: 71), asimismo, con sus obras, buscó acabar con el manejo que hacían algunos de esos escritores como Buffon y el mismo Cornelius de Pauw quienes por ideas tenían ciertos calificativos relacionados con la inferioridad del clima, de los animales de América y del indio de estas tierras (cfr. Antuñano, op. cit.: 57).

Francisco Javier Clavijero redactó su libro en español pero se percató de la conveniencia de darla a conocer en el país que le dio asilo, por esa razón la tradujo al italiano, además de que el gobierno de Carlos III, quien expulsó a los jesuitas, no hubiera permitido su publicación en su lengua materna.28 Para 1787 se tradujo al inglés, posteriormente al francés, y entre 1789 y 1790 al alemán, y hasta 1826, es decir, cuarenta seis años después se traduce al español por parte de José Joaquín de Mora en una edición maravillosa de Ackerman, la cual fue impresa en Londres por Carlos Wood y con grabados de muy alta calidad que se integraron al conjunto del libro, convirtiéndolo en uno de los mejores libros editados del siglo XIX (Antuñano, 1996: 58).29 28 También se le presentaron dificultades para obtener la licencia del Consejo de Indias y otras derivadas de la distancia en términos de las implicaciones mercantiles (García, 1944: v). 29El original en italiano lleva por título: Storia Antica del Messico. Cavata da’ Migliori Storici Spagnuoli; e da’ Manoscritti, e dalle Pitture Antiche degl’ indiani: divisa in dieci libri, e corredata di carte geografiche, e di varie figure e disertación sulla Terra, sugli animali, e sugli abitatori del Messico.

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Al respecto de haberla escrito primeramente en español dice Clavijero en su prólogo lo siguiente:

Habiéndome propuesto la utilidad de mis compatriotas como fin principal de mi historia, la escribí primero en español; estimulado después por algunos literatos italianos que se mostraban deseosos de leerla en su propia lengua, me encargué de nuevo y fatigoso empeño de traducirla al toscano; así los que tuvieron la bondad de elogiar mi trabajo, tendrán ahora la bondad de disculparme (Clavijero, 2003: xxi).30

Editor Georgio Bisiani, Cesena, 1780, 4 vols. 1ª ed. (del original, apoyado en Antuñano, op. cit.: 58 y en la edición de Porrúa, 2003: xv). “Traducciones a la lengua inglesa: The History of Mexico, Translated from the original Italian by Charles Cullen. Editor G. G. And J. Robinson. Londres, 1787. 2 vols.- 1a ed. inglesa. 2a ed. Richmond, Virginia (E.U.A.), 1806, 3a ed. Londres, 1807, 4a ed. Filadelfia (E.U.A.), 1817; traducción al español: Historia antigua de México. Traducida del italiano por José Joaquín Mora. Editor E. Ackerman. Londres, 1826, 2 vols. 1ª ed. en español. 2ª ed. México, 1844 (traducción de Mora). 3ª ed. México, 1853 (traducción del Obispo Francisco Pablo Vázquez). 4ª ed. México, 1861-1862. 5ª ed. Jalapa, 1868 (traducción de Mora). 6ª ed. México, 1833 (traducción de Mora). 7ª ed. México, 1917 (traducción de Mora). 8ª ed. México, 1944 (traducción de Mora); traducción al alemán: Geschichte von Mexico. Schwickertschen Verlage. Leipzig, 1789-1790. 2 vols. La traducción fue hecha de la versión inglesa de Charles Cullen. No se expresa el nombre del traductor alemán” (Bibliografía, edición Porrúa, op. cit.: xv). Esta misma edición no cita la traducción francesa a la que se refiere Antuñano (op. cit: 58) y de la que Rafael García Granados (1944: 3) dice que parece no existir así como una que supuestamente se hizo en Dinarmarca a fines del siglo XVIII, Moisés Ochoa (1948: 20) piensa lo mismo de ellas. De igual manera Rafael García proporciona un amplio listado de todas las ediciones hasta 1944 de la Historia Antigua de México (cfr. García, op. cit.: 1-5). La traducción al alemán fue utilizada por el historiador Johann Gottfried Herder (1997) a fines del siglo XVIII, citándola como Storia antica del Messico que extractó del Göttingische gelehrte Anzeigen (1781) según nota a pie de página (s.f.: 191). 30 Según Mariano Cuevas, tanto este “Prólogo” como la dedicatoria a la Real y Pontificia Universidad de México, no aparecen en el manuscrito en lengua española. Cuevas los tomó de la traducción de Francisco Pablo Vázquez, es decir, de la tercera edición de 1853 (cfr.Clavijero, 2003: xvii). Rafael García Granados, quien hace un estudio bibliográfico de las obras de historia de Clavijero en 1931, añade que esta versión en español tampoco comprendió las Disertaciones, las cuales fueron directamente escritas en italiano por Clavijero (García, 1944: vi).

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En principio pensamos que la edición de Porrúa (1945, 1964 y 2003 como décima edición) hizo cambios y cortes de información con respecto a las de 1944, 1853 y 1826, al menos para el caso concreto de la descripción de un lugar del norte mexicano como el de Casas Grandes y en el contexto de las migraciones aztecas, sitio que es descrito en el libro II de esta obra, por lo que esas aparentes mutilaciones pensamos que estarían desvirtuando el sentido de la información que en particular nos interesó analizar; así también imaginamos que dicha acción editorial se emprendió bajo criterios a todas luces arbitrarios, coincidiendo con ese constante abandono y desconocimiento del norte novohispano y mexicano, pero todo esto al final no fue nada más que producto de nuestra confusión ya que en el último momento nos percatamos de que la edición de la obra de Clavijero, publicada por la editorial Porrúa (2003) y que proviene de la de 1945 como edición del “original escrito en castellano por el autor” (aclaración que aparece así en la portada de esta última edición), encerraba algo más que el simple hecho de ser una simple edición del manuscrito en español. Esto merece ser argumentado tomando en cuenta los siguientes puntos: primero, Mariano Cuevas le entregó en 1944 a Porrúa el primer manuscrito original que escribió Clavijero en español, Cuevas lo tuvo 18 años en su poder (cfr. Cuevas, 2003: ix [1944]), así que resulta obligado preguntar por qué tanto tiempo sin publicarlo y peor aún, sin compararlo con la traducción del italiano al español en cualquiera de sus ediciones e incluso con la que está en italiano;31 segundo, nuestra confusión deriva del hecho de que en ninguna parte de la edición de Porrúa se menciona que existen diferencias entre el texto del manuscrito en español y el que es traducido del italiano al español por Joaquín de Mora en 1826; tercero, para nosotros es claro que Clavijero hizo cambios e incrementó la información sobre las descripciones del sitio Casas Grandes en el momento mismo en que tradujo su obra del español al italiano; y cuarto, esto último permite en principio manejar la existencia de dos versiones de su obra aunque hayan

31 Por lo que dice Rafael García Granados se infiere que Mariano Cuevas le enseñó o le prestó muy poco tiempo el manuscrito en español, por lo que el primero dice: “Desgraciadamente no puede disponer del manuscrito el tiempo necesario para cotejarlo con las ediciones ya conocidas, como hubiera deseado” (García, 1944: v).

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sido mínimos los cambios en ellas. El caso para sostener lo anterior esto sigue siendo el de Casas Grandes.32

Para tal argumentación, asentamos aquí dos citas de la misma obra de Clavijero que hacen referencia de manera diferenciada sobre el sitio de Casas Grandes, esto también con la finalidad de conocer el significado que directamente se encuentra relacionado con el interés arqueológico del presente estudio y tratar así de responder hipotéticamente por qué Clavijero decidió abundar mayormente sobre el mencionado lugar de Casas Grandes en esa su segunda versión en italiano y que posteriormente se tradujo, por Joaquín de Mora, al español y cuya publicación fue en el año de 1826 (Clavijero, 1944). La edición que hace la editorial mexicana Porrúa (2003) y que pertenece a la primera versión de su obra escrita en español, contempla la siguiente información sobre Casas Grandes:

Finalmente, la salida de los aztecas o siete tribus de nahuatlacas, que es cierta, fuese por el motivo que se quiera, sucedió, según lo que he podido rastrear por la cronología, hacia el año 160 [1160] de la Era Vulgar. Torquemada testifica haber visto en todas las pinturas antiguas del viaje de los aztecas representado un brazo de mar o río grande que pasaron. No hay duda de que para ir de su patria a Hueicolhuacan (hoy Culiacán), que fue su primera mansión, pasaron por el célebre río Colorado; y éste podría ser el notado en las pinturas, por ser el más considerable que les ocurrió en su largo viaje; pero yo creo que el pretendido brazo de mar no es otro que la imagen del Diluvio Universal representado en las pinturas mexicanas antes del viaje de los aztecas, según lo que diremos en otro lugar.* Un año tardaron de Aztlán a

32 El lector neófito, como es el caso nuestro, parte de la idea de que todas las ediciones de la Historia Antigua de México que están en español contienen el mismo tipo de información. Excepción hecha de Rafael García Granados (1944: v-viii), quien realiza un profundo análisis de las distintas ediciones de esta obra de Clavijero tanto del italiano al español como entre las que están editadas en esta lengua, se ignora por ahora si los especialistas, como pueden ser historiadores, lingüistas, filólogos y bibliotecólogos, han continuado con el análisis de estas ediciones estableciendo sus diferencias. * Nota 29 a pie de pagina: “Boturini pretende que dicho brazo de mar sea el Golfo de California, porque cree que los aztecas pasaron por Aztlán a California, y de esta península, atravesando aquel mar, a Culiacán: pero esta opinión es improbable y opuesta a la tradición común” (Clavijero, 2003: 93).

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Hueicolhuacán y aquí estuvieron tres años. Es natural que edificasen chozas para su habitación y sembrasen las semillas que consigo llevaban para su sustento, como hicieron en los demás lugares en que fue larga su demora. En este lugar fabricaron un ídolo de Huitzilopochtli, dios protector de la nación, para que les acompañase en toda su peregrinación [...] De Culiacán por algunas jornadas pasaron a Chicomoztoc, en donde quedó sola la tribu de los mexicanos, habiendo pasado adelante la de los xochimilcas, chalcas, tepanecas, tlahuicas y tlaxcaltecas [...] Después de haber estado nueve años en Chicomoztoc pasaron a Coatlicamac, en donde se dividió la tribu en dos facciones y partidos [...] Estos dos partidos, no obstante su emulación, caminaron siempre juntos por el interés imaginario de la protección de su dios. A los tres de estadía en Coatlicamac, pasaron a otro lugar cuyo nombre ignoramos, y de allí a Hahuacatlán, a Apanco, a Chimalco y Pipiolcomic, en que consumieron 20 años, y en el 1196 arribaron a la célebre ciudad de Tollan. Los nombres de algunos de los expresados lugares o se han olvidado enteramente o son pocos conocidos. Quiero pues, para satisfacer la curiosidad de los que viven en aquél reino, exponer el derrotero que siguieron los aztecas en su peregrinación, valiéndome de los nombres que al presente están en uso. Lo que diré en este asunto va fundado en la tradición de aquellas naciones, en los vestigios que hasta hoy subsisten en los grandes edificios que construyeron los aztecas en sus mansiones y en noticias combinadas de los autores. Salidos, pues, de su patria Aztlán, pasaron el río Colorado más arriba del grado 35 y dirigiéndose al sureste hicieron mansión en las inmediaciones del río Gila. Aquí se ven hoy unos antiquísimos edificios, conocidos de los españoles con el nombre de ‘Casas Coloradas’ que, según tradición de las naciones que habitan de tiempo inmemorial aquellos países, fueron fabricados por los aztecas cuando por ahí pasaron a la tierra de Anáhuac. Pasando el río Gila hicieron varias jornadas al sur hasta el amenísimo valle de San Buenaventura, en donde subsisten unas fábricas magníficas y de un gusto particular con el nombre vulgar de ‘Casas Grandes’, sobre las cuales hay la misma tradición y aun más autorizada que sobre las antecedentes (Clavijero, 2003: 93-95).

Hacia atrás, en la edición de 1944 (traducción de Joaquín de

Mora, 1826), se encuentra que esa información se integró en los siguientes términos y de manera diferente a la primera versión que en español hizo Clavijero (2003: 93-95):

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El viaje de los aztecas, sobre el cual no puede haber duda, cualquiera que fuese su motivo, se verificó, según las conjeturas más verosímiles, hacia el año de 1160 de la Era vulgar. Torquemada dice haber visto representado en todas las pinturas antiguas de este viaje, un brazo de mar o gran río.* Si en efecto hay en ellas la representación de un río, no puede ser otro que el Colorado, que desagua en el golfo de California, a los 321/2° de latitud, pues es el mas considerable de cuantos hallaron en el camino que siguieron. Después de haberlo pasado, más allá del 35°, caminaron hacia el sureste hasta el río Gila, donde se detuvieron algún tiempo; pues aun se ven las ruinas de los edificios que construyeron en las márgenes. De allí volvieron a ponerse en camino, siguiendo casi la misma dirección, e hicieron alto en la latitud poco más o menos de 29°, en un sitio distante más de doscientas millas de Chihuahua, hacia el noroeste. Este lugar es conocido con el nombre de Casas Grandes, a causa de un vastísimo edificio, que aún subsiste, y que según la tradición general de aquellos pueblos, fue erigido por los mexicanos durante su peregrinación. Este edificio está construido bajo el mismo plan que los que se ven en el Nuevo México, esto es, con tres pisos, sobre una azotea y sin puertas ni entrada en el piso inferior. La puerta está en el segundo, y por consiguiente se necesita una escalera para entrar por ella. Así lo hacen los habitantes del Nuevo México, para estar menor [menos] expuestos a los ataques de sus enemigos, valiéndose de una escala de mano, que franquean a los que quieren admitir en sus habitaciones. Igual motivo tuvieron sin duda los aztecas para edificar sus moradas de aquella forma. En las Casas Grandes se notan los caracteres de una fortaleza, defendida de un lado por un monte altísimo, y rodeada en el resto por una muralla de cerca de siete pies de grueso, cuyos cimientos se conservan. Vénse en esta construcción piedras tan grandes como las ordinarias de molino; las vigas son de pino, y bien trabajadas. En el centro de aquella vasta fábrica hay una elevación hecha a propósito, según se colige, para poner centinelas y observar de lejos a los enemigos. Se han hecho algunas

* Nota 1 a pie de página: “Creo que este supuesto brazo de mar no es otra cosa que la imagen del diluvio universal, representado en las pinturas mexicana, anteriores al viaje, como se ve en la copia publicada por Gemelli de una pintura que le enseñó el célebre Dr. Sigüenza. Boturini cree que este brazo de mar era el Golfo de California, suponiendo que los mexicanos pasaron de Aztlán a esta provincia, y de ella, por el golfo, a Culiacán; pero habiéndose encontrado a orillas del río Gila, y en la Pimería restos de los edificios construidos por aquél pueblo en su emigración, no hay motivo para creer que pasase por mar al punto de su final establecimiento” (Clavijero, 1944: 149).

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excavaciones en aquel sitio y se han allado [sic] varios utensilios, como platos, ollas, vasos y espejos de la piedra llamada itztli. (Clavijero, 1944: 149-150).33

Una nota a página puesta inmediatamente después de la palabra

itztli y que lleva también el número uno (1) pero en la página 150 contiene información muy importante, por lo que se reproduce textualmente enseguida:

Estos datos me han sido suministrados por dos personas que han visto las Casas Grandes. Sería necesario tener un pormenor de su forma y dimensiones; pero esto es muy difícil en el día, por haberse despoblado aquél país de resultas de las furiosas incursiones de los apaches y otras naciones bárbaras (Ibíd.: 150).

Como puede notarse, la información de Casas Grandes es

riquísima en términos arqueológicos, sin embargo, el análisis en ese sentido se deja para un poco más adelante porque primero es necesario considerar hasta este punto las diferencias entre las de Clavijero (2003: 93-95) y esta última (Clavijero, 1944: 149-150), diferencias que son más que evidentes. Las diferencia entre Clavijero (2003) y su edición de 1944 se hallan en los aspectos de la migración azteca y sus moradas y la descripción de Casas Grandes, es decir, en la edición del 2003 se observa un énfasis en la migración y una ausencia total de la descripción de Casas Grandes; en la de1944, se observa un realce en la descripción de Casas Grandes y una muy tenue consideración sobre la migración azteca.

Una explicación hipotética de lo que sucedió entre estas dos versiones, es la de que Clavijero, cuando tradujo del español al italiano, revisó con cuidado esta parte del texto al mismo tiempo en el que se le presentaron dos posibles situaciones: a).-recuerda la información de las dos personas de la nota (1: 150) y la integra a su segunda versión; ó b).- estas dos personas lo visitan en Italia y le proporcionan la información que arriba se ha citado y, eso, aunque ciertamente es un tanto intrascendente, no lo es en el contexto de la información de la migración de los aztecas, sus tiempos de viaje y puntos de morada (cfr. Clavijero,

33 Las negritas y subrayados (cursivas) son nuestros a excepción de las palabras Casas Grandes e iztli (obsidiana).

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2003: 93-94), información que casi elimina en su segunda versión (cfr. Clavijero, 1944: 149-150), diluyéndola en posteriores párrafos pero sin la profusión de nombres de la primera (cfr. Ibíd.: 149-151); pero ¿por qué los elimina?. La respuesta se intuye muy en lo general: migración y puntos de llegada le resultaron a Clavijero demasiado débiles para seguir considerándolos, por lo que prefirió volcarse por esa parte que describe lo tangible de un lugar como Casas Grandes, de ahí la relevancia de los datos que le proporcionan sus dos informantes; pero además, posiblemente, en el proceso mismo de maduración de la información redactada en su primera versión en español, le obliga tal vez, a retractarse en la segunda, no sólo por el carácter “mítico” de esa migración (incluido lo del diluvio universal), sino porque ésta transita por lugares (moradas) cuyos nombres se han olvidado y los que en su momento ya eran poco conocidos (cfr. Clavijero, 2003: 94), así que prefiere asentar en el inicio de esa parte de su segunda versión que: “El viaje de los aztecas, sobre el cual no puede haber duda, cualquiera que fuese el motivo, se verificó, según las conjeturas más verosímiles, hacia el año de 1160 de la Era vulgar” (Clavijero, 1944: 149),34 contradiciendo en cierta medida a la primera, al haber agregado la frase: “según las conjeturas más verosímiles”, y que no se encuentra en su primera versión: “Finalmente, la salida de los aztecas o siete tribus de nahuatlacas, que es cierta, fuese por el motivo que se quiera, sucedió, según lo que he podido rastrear por la cronología, hacia el año 160 [1160] de la Era vulgar”. (Clavijero, 2003: 93).

En relación con la información arqueológica que emana de esta cita de Clavijero, resaltan varios aspectos relevantes. Casas Grandes, además de ser considerado como punto de llegada y salida del peregrinaje de los aztecas, es comprendido al mismo nivel de las construcciones que dice hay en Nuevo México; por otra parte, la utilización de escaleras como forma de acceso a las partes superiores contribuye con su idea de construcción de carácter defensivo de estas edificaciones (fábrica), aunado esto a la mención de fortaleza y muralla, aunque es un tanto una idea que parece provenir de la imagen medieval de las fortalezas y murallas de los castillos y ciudades europeas. Es un acierto lo de la mención de las vigas de pino, no así el considerar que estas casas se construyeron con piedras. Al respecto Eduardo Noguera 34 El subrayado es nuestro.

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señala: “Clavijero, al describir las ruinas de Casas Grandes, refiere que comprendían edificios de piedra, lo que viene a demostrar que dicho autor sufrió un error o fue mal informado; pues confunde el torreón que sí es de piedra con el grupo de ruinas situadas en el valle, que son únicamente de adobe” (Noguera, 1926: 5). En cuanto a lo que Clavijero menciona como monte “altísimo” o elevación y que posiblemente se trate del cerro Moctezuma35, al suroeste de Casas Grandes, y así, comprendido como posible puesto de vigilancia, se le conoce con el nombre de “atalaya”, no obstante, resalta la imprecisión del autor ya que sus informantes no le supieron transmitir lo que en realidad ellos vieron o el autor no les entendió porque esa elevación no se encuentra en el centro de esa “fábrica” a no ser que se refiera al “torreón”, “pilarón” o “vigía”. Por otra parte, no hay duda de que las excavaciones dieron abundante información en el sentido de la información que cita Clavijero, es decir, al respecto de los objetos de cerámica y piedra. También existe el problema de que la información manejada por el historiador jesuita proviene de terceros, otras serían sus descripciones si él hubiera conocido personalmente este sitio. Finalmente, sobre el caso concreto de Casas Grandes-Paquimé, es necesario tener conciencia de la existencia de las dos versiones de esta obra en los términos que arriba ya se han abordado, de lo contrario la confusión puede presentarse. De cualquier manera e independientemente de lo aquí se ha analizado, la Storia Antica del Messico de Francisco Javier Clavijero (1780), no sólo es la puerta de entrada al siglo XIX para el análisis histórico que aquí se desarrolla sobre el mismo, sino también, es una referencia importante para algunas de las obras históricas que en ese tiempo se produjeron. Siglo XIX En la primera mitad de este siglo, entre 1810 y 1850, en México aún sobreviven las ideas ilustradas, es decir, hay pocos cambios en los

35Este sitio se conoce como El Pueblito en lo que es el cerro Moctezuma, donde posiblemente habitaban los centinelas quienes vigilaban el valle de Casas Grandes, extensa área que se observa desde ese punto (cfr. Guevara y Phillips, 1992: 208).

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intereses científicos de disciplinas como la botánica, zoología, medicina, mineralogía y geología. De 1850 a 1910 se dio el cambio a través del impulso positivista, es decir, una especialización con aportaciones en las mismas disciplinas y otras como la palentología, evolución, antropología, química, física, metalurgia, geografía, estadística y astronomía (Trabulse, 1984: 17-18). Este crecimiento o avance estuvo ligado al marco socioeconómico y a un ambiente cada vez más nacionalista. Tal desarrollo de la ciencia mexicana, al final, terminó por identificarse plenamente con los intereses político-nacionales; no obstante, este avance sufrió los embates de las adversas condiciones socio-económicas que se presentaron a lo largo del siglo XIX en comparación con el floreciente siglo XVIII. Después de la consumación de la Independencia (1821), la ciencia mexicana se vio desmantelada y con ello su producción fue sumamente pobre. En la segunda mitad de ese mismo siglo, la labor de los positivistas, que se afanaban en darle un lugar a la ciencia y contagiados por la que se desarrollaba en el ámbito internacional, contribuyeron para que se desencadenara el arranque formal de la ciencia en México (Chinchilla, 1985: 9-11).36

El norte de México sufrió una guerra que ya se arrastraba desde el siglo XVIII en contra de los apaches y comanches, pero también, en 1848, este espacio y la nación misma vio consumada la pérdida de una inmensa parte de un territorio que ahora es de los Estados Unidos (Texas y Nuevo México). Entre guerra, presión de ese vecino país y la necesidad de poblar y desarrollar económicamente el norte mexicano, es que transcurre el siglo XIX, el cual finaliza con el etnocidio de los

36 Antes de la concepción positivista, no existió otra corriente que insistiera tanto en interpretar la historia y la sociedad en términos del progreso humano entendido como algo universal e inevitable. Augusto Comte sistematiza el positivismo de Saint-Simon, con ello trata de encontrar los fundamentos para la ley del progreso humano o “la ley del desarrollo continuo” (Díaz-Polanco, 1982: 25). Este mismo autor dice que “El positivismo, en efecto, reclama ser la concepción que corresponde a la etapa más avanzada y definitiva del desarrollo mental de la humanidad (la fase ‘científica’) y, por ello, cree disponer de las herramientas más sólidas para procurar una total reordenación o reorganización de la sociedad hasta en sus más mínimos detalles: desde lo moral, pasando por la organización de la producción, hasta la vida política” (Ibid.).

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nómadas y el inicio de la acumulación de fortunas en unas cuantas manos37.

No obstante, y a pesar esos tiempos convulsos, el norte mexicano es visitado por viajeros y exploradores. Antes de que finalizara el siglo XIX y que se diera formalmente inicio a la investigación arqueológica en Chihuahua, tanto viajeros como historiadores locales y nacionales prestaron gran atención a los vestigios arqueológicos en ese su espacio. Primera mitad del siglo XIX Entre 1825 y 1828, el viajero inglés Robert William Hale Hardy (1829) hizo una travesía al interior de México. Hardy, a decir de Jesús Vargas, fue enviado por una empresa inglesa que buscaba desarrollar la industria de corales y perlas en el norte de México (Vargas, 2003a: 22). Cuando llegó a Casas Grandes ya no era la provincia de la Nueva Vizcaya y oficialmente ya era parte del estado de Chihuahua,38 así, en este lugar, dicho viajero se maravilló de estas ruinas y afirmó que eran una de las pocas que existían en México, tan esa así que decidió dedicarle un tiempo a investigarlas, aunque fue muy poco el tiempo que le permitió describirlas de manera somera en los siguientes términos (cfr. Hardy, 1829: 465):

The building is square, and of very considerable extent. The sides stand accurately north and south, which gives reason to suppose that the builder was not unversed in the science of astronomy, having determined so precisely the cardinal points. The roof has long lain in the area of building, and there are several excavations, said to have been made by the Apache Indians, to discover earthenware jars and shells. A specimen of the jars I was so fortunate as to

37 Cfr .Luis Abortes (1995), Mario Cerutti (1987: 91-149); Mario Cerutti y Miguel González Quiroga (1999); Carlos González y Ricardo León (2000); Martha Rodríguez (1998); Cecilia Sheridan (2002: 77-106) y Francisco Mendiola (2005: 259-280) entre otros autores que han tratado la resistencia indígena frente a los afanes de poblamiento no indígena del norte de México. 38 “Esta entidad fue creada por decreto del Congreso Nacional del 6 de julio de 1824 y la Constitución Federal del 4 de octubre de ese mismo año le confirmó la categoría de estado.” (Diccionario Histórico de Chihuahua, Tomo I, 1996: 66).

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procure, and it is excellent preservation. There were also good specimens of earthen images in the Egyptian style, which are, to me at least, so perfectly uninteresting, that I was at no pains to procure any of them. The country here, for the extent of several leagues, is covered with the ruins of buildings capable of containing a population of at least twenty thousand or thirty thousand souls. Casas Grandes is in deed particularly favorable for maintaining so many inhabitants. Situated by the side of a large river, which periodically inundates a great part of the low surrounding land, the verdure is perpetual. The are ruins also of aqueducts, and in short, every indication that its former inhabitants were men who knew how to avail themselves of the advantages of nature and to improve them by art; but who they were, and what has become of them, there is no chronicle to tell; and conjecture is left to builds as many theories respecting them, as of other extinct nations as little know […] About half a league to the north-west of Casas Grandes is an old convent, built by the Jesuits…(Hardy, 1829: 465-466).

Que Robert Hardy haya relacionado a Casas Grandes con un

conocimiento científico-astronómico y de orientación a puntos cardinales por parte de sus constructores a principios del siglo XIX, es el resultado de una muy importante observación, la cual se vio verificada hasta la segunda mitad del siglo XX (1958-1961) cuando Charles Di Peso excavó y reconstruyó el Montículo de la Cruz (del periodo Medio 1060-1340 d. C.) (cfr. Di Peso, 1974, Vol. 2: 407-409 y Di Peso, et al, 1974: Vol. 4: 289).

Por otra parte, Hardy pensaba que las excavaciones habían sido realizadas por los indios apaches, quienes obtuvieron de ellas vasijas y conchas. En un desplante de imaginación desbordada, este viajero inglés relacionó la decoración cerámica de esas vasijas con un estilo egipcio; sus apreciaciones son propias de un profano en la materia y hasta cierto punto lógicas para ese tiempo en el que Hardy tenía de cerca los primeros descubrimientos de la cultura egipcia (como pudo haber sido la piedra de Roseta estudiada por Jean F. Champollion a fines del siglo XVIII); no obstante, poseyó la sensibilidad y el buen acierto de mostrar un dibujo de esa vasija (Hardy, op. cit: 465), la cual, es del tipo Ramos Policromo del periodo Medio estudiado por Charles Di Peso (1974). Los tempranos comentarios de este autor decimonónico van en el sentido de la capacidad de Casas Grandes de sostener a miles de gentes “almas”, dice dada la abundancia de agua que por medio de acueductos se aprovechó dada la fertilidad de la tierra.

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FIGURA 4 Dibujo de vasija de Casas Grandes

Fuente: Robert W. H. Hardy, Travels in the Interior of Mexico, London, 1829, p.465 Más adelante, Hardy presenta la descripción de una cueva cerca

del presidio de San Buenaventura, Chihuahua y en la cual, afirma, se hacía pólvora, pero también en ella observó puntas de flecha, así como también un tipo de calzado de fibras vegetales, posiblemente sandalias o huaraches, además, los restos de un cuadrúpedo; el conjunto de estos materiales, le permitió reconocer varios periodos [de ocupación]. La caverna es muy grande, uno de los habitantes de la población de San Buenaventura le dijo que llegaba hasta Casas Grandes (Hardy, 1829: 467). No sólo es Casas Grandes lo que registró este estudioso, también es la arqueología de una cueva en su viaje por Chihuahua. Hasta el momento no se tiene reportada una cueva con estas características por parte de la investigación arqueológica actual, aunque es muy posible que

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la actividad del saqueo ya haya acabado con su información ante el afán tan común de buscar “tesoros”. La información de Robert Hardy es desconocida por los trabajos de arqueología recientes y pasados y por su misma historia, por lo que es valiosa sobre todo para la región noroeste de Chihuahua o de la cultura Casas Grandes.39

También en fechas tempranas, José Agustín de Escudero publicó en 1834 sus Noticias Estadísticas del Estado de Chihuahua (2003).40 Según Jesús Vargas este libro es una obra muy relevante para la historia regional puesto que permite reconstruir las condiciones sociales y económicas de la primera mitad del siglo XIX de este estado. Los aspectos que abarca son diversos: divisiones territoriales, producción, comercio y una descripción muy importante de los grupos bárbaros y de las guerras indias apaches (Vargas, 2003b: 23).

Casas Grandes no es ignorado por Escudero, lo que responde a que éste cada vez se fortalece más como un polo de atracción que a principios del mismo siglo XIX comienza a adquirir mayor relevancia entre los historiadores. En su apartado de “Antigüedades de los indios”, Escudero cita a Francisco Javier Clavijero; con sus ideas hizo una amplia paráfrasis, aunque erróneamente la ubica como parte del libro III, aunque en realidad son del II; así, Escudero le da el crédito que le corresponde a Clavijero antes de dar inicio a sus descripciones, las cuales combina con sus propias observaciones derivadas de su visita a Casas Grandes en 1819 (cfr. Escudero, op. cit.: 233). El resultado fue muy interesante porque Escudero logró un equilibrio entre lo que afirmó Clavijero (sobre las moradas de los aztecas y de Casas Grandes mismo) y

39 De las fuentes históricas que primeramente citan a Robert Hardy se encuentra la del viajero John Rusell Bartlett (1965: 361, Vol. II [1854]). Se conocen otros cinco trabajos más sobre la arqueología del norte de México y suroeste de los Estados Unidos que hacen también referencia a la obra de Hardy: Bancroft (1883: 604-605); Noguera (1930 [1926]); Alessio Robles (1929: 6 y 19); Schuyler (1971: 388); y uno inédito que hace un comentario al libro de este inglés y que fue escrito por Arthur MacWilliams (draft copy ,august 26, 2005: 141-142, proporcionado por el autor con la ayuda del arqueólogo Rafael Cruz). 40 José Agustín de Escudero nació en el año de 1801 en la villa del Parral y murió en la ciudad de México en 1862. Participó de manera activa en la política del estado de Chihuahua, primero como magistrado del Supremo Tribunal de Justicia y después como senador de este mismo estado. (Vargas, 2003b: 13-15 y 24).

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lo que Escudero observó (aunque por obvias razones de la época relacionadas con el desconocimiento del manejo técnico-documental, Escudero no aclara cuáles son sus descripciones y cuáles las de Clavijero), así que para percibir esto, son necesarias dos cosas: primero, haber leído las citas de Clavijero (presentadas arriba) y, segundo, revisar toda la trascripción completa de Escudero, la que enseguida se cita para posteriormente analizarla en su sentido y dimensión arqueológicas:

La comunidad de Casas Grandes, que ya forma un gran pueblo en el estado de Chihuahua, recibe su denominación de las ruinas de las antiguas casas de los aztecas, está situada á la orilla occidental del río de su nombre, entre Janos y Galeana. Las ruinas de estas casas, los indígenas las designan como la tercera morada de los aztecas, en la suposición muy vaga de que la nación azteca en su emigración de Aztlán hasta Tula y el valle de Tenonoxtitlan hizo paradas: la primera cerca del lago Tegullo (al sur de la ciudad fabulosa de Quivira, el dorado mexicano): la segunda en el río Gila; y tercera en las inmediaciones de Janos. Entre estas ruinas se encuentran dos clases de habitaciones muy distintas. La primera consiste en un grupo de piezas construidas de tapia y exactamente orientadas según los cuatro puntos cardinales [recuerda a Hardy, 1829: 465]. Los plastones de tierra son de un tamaño desigual, pero colocados con simetría, y descubre mucha habilidad en el arte de construirlos, la perfección con que han durado un tiempo que no puede ser menos que 300 años. Se reconoce que este edificio ha tenido tres altos y una azotea con escaleras esteriores, y probablemente de madera. Este mismo género de construcción se encuentra todavía en todos los pueblos de los indios independientes del Moqui, al noroeste del Estado de Chihuahua. Las más de las piezas son muy estrechas, con las puertas tan pequeñas y angostas que parecen celdas de cárcel. Todavía existe en muchas partes el enjarre de las paredes, cuya finura é igualdad demuestra la inteligencia de los constructores. Este edificio está circundado á varias distancias de montones de piedras sin ninguna regularidad, y varían en tamaño de cinco á diez varas cuadradas. Hay también vestigios de un canal artificial, que servía sin duda para conducir el agua de un ojo á las inmediaciones de las casas. A la distancia de cosa de dos leguas por el suroeste, en un picacho, está un divisadero ó garita que domina un terreno estensivo por todos rumbos, con el objeto quizá de descubrir la aprocsimación (sic) del enemigo. En el declive meridional del miso [mismo] picacho, hay innumerables líneas de piedras colocadas á propósito,

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pero á distancias irregulares, en cuyos estremos (sic) se ven montones pequeños de piedras sueltas de las que dice la tradición usaron los aztecas en sus diversiones. Las ruinas de la segunda clase son muy numerosas por las orillas de los ríos de Casas Grandes y Janos, en la extensión de más de veinte leguas de largo, y diez de ancho. Están uniformemente á corta distancia, y tienen la apariencia de collados.41 En todas las que se han escavado se han encontrado varios utensilios en buen estado, como cántaros, pucheros y ollas de tierra pintadas de blanco, nácar y azul; metates para moler maíz, y hachas de piedra; pero ningun instrumento de hierro. De todo se deduce con bastante verosimilitud, que estas habitaciones fueron abandonadas con mucha precipitación. La loza que hay en estas ruinas es muy durable, y manifiesta la curiosidad é inteligencia de los que la fabricaron (Escudero, 2003: 233-234).

En esta larga cita la combinación entre las descripciones de la migración de los aztecas y del sitio, en términos de su arquitectura y objetos arqueológicos, responde en general al orden establecido por Clavijero y seguido por el mismo Escudero quien integró observaciones por demás relevantes a la investigación arqueológica y a la historia de la conservación de Casas Grandes-Paquimé, esto precisamente al hacer referencia a la orientación y a los “plastones” de tierra que no son otra cosa que las capas de adobe que dieron volumen a los muros edificados. Escudero proporciona información de primera mano para el estudio y protección de este sitio. Así también, menciona el enjarre (yeso o estuco) como acabado de los muros, lo cual, y a decir del Álbum Mexicano (1849) que cita de Eduardo Noguera (1926: 3), “...se asegura que las paredes estaban cubiertas de yeso, pero en la actualidad no quedan restos de esta capa”. Noguera también dice que Escudero, al parecer, encontró restos de esa capa de yeso, aunque, señala, no refiere nada de su composición (Ibíd.), y es por la “finura” e “igualdad” de ese enjarre que Noguera lo entendió como el yeso o estuco que cubría las paredes y que para Escudero no es otra cosa que el reflejo de la inteligencia que tuvieron sus constructores.

41Los collados son cerros. Posiblemente se refiera a los montículos en los que debajo de ellas se hallan estructuras arquitectónicas de adobe enterradas.

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Por un lado, es importante decir que Escudero es mucho más preciso en sus descripciones que las de Clavijero en cuanto a la mención de los puestos de vigilancia o “atalayas” que se encuentran en un picacho y que bien puede ser el cerro Moctezuma localizado a “dos leguas por el suroeste”. Por el otro, Escudero es el primero que se plantea la idea de que estas construcciones fueron abandonadas de manera rápida “con mucha precipitación”. Es una noción que aún pervive en nuestros días y que no ha sido resuelta del todo, además de que forma parte del origen de la pregunta de por qué se abandonó Casas Grandes.

Las aproximaciones de Escudero finalmente participan del germen (origen) de la investigación arqueológica en Chihuahua, sobre todo al verse apoyadas por la lectura que hizo del humanista del siglo XVIII Francisco Javier Clavijero, cuya información sobre Casas Grandes fue constatada in situ por el primero.

Otro explorador desconocido para la historia de la arqueología de Chihuahua es el alemán A. Wislizenus (1848).42 Él recorrió parte de este estado entre 1846 y 1847. Entró a Chihuahua por Estados Unidos en agosto de ese primer año.43 Sus intereses fueron fundamentalmente botánicos y climáticos, pero también astronómicos y geológicos. Él mismo dice: “The principal object of my expedition was scientific. I desired to examine the geography, natural history, and statistics of that country, by taking directions on the road with compass, and determining the principal points by astronomical observations” (Wislizenus, 1848: 3). En su memoria presenta una gran cantidad de especies vegetales y mediciones climáticas de temperatura y presión.44 Wislizenus recorrió los territorios en caravana

42 La primera referencia que tuvimos de este explorador se encontró en el trabajo de Carmen Alessio Robles (1929: 6). Sin embargo, también es citado por Bancroft (1883) y Eduardo Noguera (1930 [1926]). 43 Se consultó una copia del original de Wislizenus (1848) la que fue encontrada en el Fondo Smithsonian de la Escuela Nacional de Antropología e Historia-Unidad Chihuahua. Según el índice comentado de la bibliografía sobre la arqueología de Chihuahua, elaborado por el Dr. Arthur MacWilliams, el nombre completo de este autor alemán es Frederick Adolphus Wislizenus. Arthur MacWilliams tomó la información de Wislizenus de un reimpreso del año de 1969 realizado por Río Grande Press, Nuevo México (MacWilliams, draft copy, august 26, 2005: 348). 44 En esta memoria se presenta un apéndice de botánica escrito por George Engelmann (1848: 87-116) en el cual reúne y ordena las colecciones vegetales reconocidas por

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con varios vehículos jalados por mulas, uno de los cuales es en el que este estudioso transportaba todos sus instrumentos de medición además de que en él tenía una confortable habitación para su descanso (Ibíd.: 5). Su actitud científica y la manera en el que obtuvo la información colaboró con el impulso positivista de los estudios arqueológicos para Chihuahua a fines del siglo XIX.

Wislizenus llegó a Chihuahua en un momento muy difícil porque había guerra entre México y Estados Unidos, así que al ser confundido como norteamericano, este científico fue detenido por seis meses en la capital de este estado, situación que afectó el curso de sus investigaciones. Al respecto nos dice: “By the arbitrary goverment of the State of Chihuahua, as the reader will perceive in the course of my narrative, I was detained for six mounths in a very passive situation” (Ibíd.: 3), esto lo hace quejarse constantemente y acusar al gobierno de Chihuahua por no comprender que el único propósito de su expedición era científico (Ibíd.: 82). No obstante de esta vicisitud, Wislizenus obtuvo resultados caracterizados por contener abundante información, dentro de la cual se encuentran observaciones arqueológicas muy importantes no sólo para Chihuahua, sino también para otros sitios en Texas y en Coahuila, ejemplo de esto es el sitio Pecos (old Pecos village) en Texas con casas de adobe y espacios delimitados, además con un templo de “Montezuma”, santuario -dice- de la tribu de los Indios Pecos que lo veneran como dios (Ibíd.: 18 y 26).

Los indios de Chihuahua son de su interés y dado su naciente espíritu positivista ofrece información sobre los indios Lipanes. Para el año de 1827 observó la cifra de 120,157 indios. Para el segundo (1842), la de 147,600, aunque no explica la razón del incremento ni menciona de dónde obtuvo dicha información, no obstante, hace referencia a las divisiones étnicas de los Apaches en Tontos, Chirocahues, [Chiricahuas], Faraones, Llaneros, Navajoes, Gileños, Mimbreños, Mezcaleros y Lipanes (Wislizenus, op. cit.: 59).

Este científico alemán fue un hombre inquieto, tan es así que no podía dejar de visitar y describir el lugar de Casas Grandes. Su descripción aunque general, no deja de integrar información novedosa digna de ser reproducida textualmente:

Wislizenus; otros dos apéndices muestran las tablas meteorológicas y geológicas (Wislizenus, op. cit.: 117- 138).

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In the northwestern part of the State of Chihuahua some old ruins are found, built, no doubt, by a cultivated Indian tribe that has passed away. They are known as Casas Grandes, and lie near the village and creek of the same name, between Janos and Galeana. Ruins of large houses exist here, built of adobes and wood, squared, three stories high, with a gallery of wood, and staircase from the outside, with very small rooms and narrow doors in the upper stories, but without entrance in the lower (Wislizenus, 1848: 59).45

Él es el primer autor que menciona el caso de las puertas de este

sitio en términos de lo estrecho de las mismas para pasar por ellas se hace necesario bajar el cuerpo y esto hace referencia a las puertas tipo “T” del periodo Medio de Paquimé, en las que por su forma particular se piensa que era para la circulación del aire o como sistema defensivo (cfr. Di Peso, et al, 1974). Siguiendo con la descripción del sitio y su contexto Wislizenus afirma que:

A canal led the water of a spring to the place. A sort of watch-tower stands two leagues southwest of it, on an elevation commanding a wide view. Along the crecks Casas Grandes and Janos a long line of Indian mounds extends, in some of which earthen vessels, painted white, blue, and violet, haven been found; also weapons, and instruments of stone, but none of iron. The same artificial construction of houses is yet found amongst the Moqui Indians, northwest of the State of Chihuahua. But an old tradition reports that the Aztecs, in the migration from the north to the south of Mexico, made three principal stations-the first on the lake Teguyo, (great Salt lake?) the second on the Gila, and the third at Casas Grandes. The ruins of Casas Grandes are only distant about four days’ travel from Cusihuiriachi, and I felt very anxious to examine them; but as the government of Chihuahua, following the precedent of Dr. Francia, in Paraguay, considered a scientific exploration of the country as endangering the welfare of the republic, I had forego the pleasure, and to confine myself to the reports given to me in relation to it (Wislizenus, op. cit.: 60).

45 Una vez más señalamos que para tener una idea de cómo físicamente se encontraban las ruinas de Casas Grandes se pueden observar en la figura 3 los grabados de John Rusell Bartlett (1854) quien, en 1852, visitó este lugar (Di Peso, 1974, Vol. 1: 3); en ese mismo sentido, la foto de la figura 8 de este libro tomada del México Desconocido de Lumholtz (1981 [1902-1904] de este mismo sitio, da una idea muy precisa sobre el deterioro, aunque es evidente éste es más evidente después de casi sesenta, lo que se constata entre los dibujos de Bartlett y la foto de Lumholtz.

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De nueva cuenta vuelve a surgir el asunto de la migración así

como también la referencia de que Casas Grandes es el tercer punto de llegada de los aztecas, así que aquí cabría preguntar: ¿cuáles fueron sus fuentes de información para considerar lo que otros historiadores anteriores a él ya mencionaban esto mismo?. Sin encontrar la respuesta en el trabajo de este científico alemán, Arthur Mac Williams señala, en su bibliografía comentada, que Wislizenus siguió a Clavijero (Mac Williams, draft copy, august 26, 2005: 348).

Por último, es necesario considerar, desde la dimensión de la historia de la ciencia en México, que el trabajo de este científico alemán significa una innegable aportación a los ámbitos del conocimiento arriba referidos (botánica, geografía, geología, climatología, etc.) además de que se adelantó a su tiempo en los estudios del medio ambiente natural del norte de México y en particular del de Chihuahua; sus breves menciones a la arqueología sólo son una muestra de las trascendentales aportaciones científicas de un hombre que para la primera mitad del siglo XIX dio paso, de manera muy temprana, al positivismo en el marco del desarrollo histórico de la ciencia en México.

Entre 1850 y 1853 John Rusell Bartlett (1965)46 formó parte de la Comisión de la Frontera de los Estados Unidos y México a raíz de que México perdió los territorios de Nuevo México y Texas entre 1847 y 1848. Durante su desempeño como comisionado por parte del gobierno de los Estados Unidos para fijar los nuevos límites fronterizos entre ambos países, Bartlett aprovechó la oportunidad para llevar a cabo observaciones sobre el territorio de la franja fronteriza. Derivado de ese recorrido escribió un voluminoso trabajo en dos tomos que tituló Personal Narrative of Explorations and Incidents in Texas, New Mexico,

46 John Rusell Bartlett nació el 23 de octubre de 1805 en Providence, Rhode Island, en los Estados Unidos. Sus estudios los realizó en Nueva York y se especializó en contaduría por los negocios de su padre, aunque tuvo siempre afición por la historia y la geografía a través de los libros y escribía con un cierto giro romántico. Perteneció a la Sociedad Histórica de Rhode Island y a la Sociedad Franklin y fundó en 1842 la Sociedad Etnológica Americana. Escribió trabajos como el de Progress of Ethnology (1847) y su Diccionary of Americanism (1878). Bartlett aceptó formar parte de la Comisión de los Límites de los Estados Unidos precisamente por lo atractivo que le resultaba el viaje por las fronteras de los nuevos territorios y el contacto con los indígenas (Faulk, 1965: s.p.).

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California, Sonora and Chihuahua y que se publicó por primera vez en 1854. Con un estilo sencillo aunque abundante en información, John Rusell Bartlett escribió de manera vertiginosa pues sólo requirió de un año requirió para la redacción y publicación de ese enorme trabajo que no deja de ser amable ante ese estilo propio de los intelectuales del siglo XIX y que lo llevó a transitar entre el diario personal, la evaluación, la descripción etnográfica y la interpretación histórica. Su obra está acompañada de tres mapas y de una buena cantidad de muy bonitos grabados en madera y con algunas litografías que representan escenas en las que aparecen los indígenas, también se muestran paisajes, edificios coloniales, pueblos en su entorno natural, ruinas arqueológicas (como las de Casas Grandes, en Chihuahua y la de Casa Grande en Arizona) y arte rupestre con petrograbados (como los del río Gila); también se observan objetos arqueológicos muebles tanto de cerámica como de piedra.47

En lo general, puede decirse que de Personal Narrative... se desprende un cierto aire romántico, alejado del frío dato positivista, esto a pesar que su documento buscaba responder a los intereses expansionistas del naciente imperio norteamericano, de ahí que no abandone el carácter pragmático y ambicioso propio de los colonos norteamericanos;48 su entusiasmo histórico, etnográfico y arqueológico queda manifiesto a lo largo de toda su obra, la cual apoya con información histórica de las fuentes de conquista y colonización con las que dispuso en ese momento. Ejemplo de esto son los sitios arqueológicos que describe. Son los casos ya referidos de “Casas Grandes” [Casa Grande, en río Gila Arizona] y Casas Grandes en Chihuahua. Del primero hace una muy detallada descripción de las características arquitectónicas del lugar (materiales y dimensiones) y presenta levantamientos y alzados además de una bella litografía de las ruinas de Casa Grande del río Gila, sitio que asocia con los indios pimos [pimas] y los coco-maricopas, además de que dice que los visita en 1697 el padre Kino [Francisco Eusebio Kino, S. J.] (Bartlett, 1965: 265, 261-284, Vol. II [1854]).

47 Suman un total de 110 ilustraciones: 94 grabados en madera y 16 litografías. 48 Como ejemplo de ese romanticismo puede leerse: “These regions, once inhabited by peaceful and happy population, are now deserted, and the fertile valleys they tilled are reverting to the condition of a wilderness” (Bartlett, 1965: 386, Vol. II [1854]).

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El sitio de Casas Grandes en Chihuahua se trata en el capítulo XXXV con una amplia y detallada descripción que se apoya con algunos antecedentes del conocimiento de su existencia: “I had long know of the existence of these ruins, which are spoken of by various writers on Mexico, and had made frequent inquiries about them, during the winter I spent in El Paso, of old residents there and of persons from the city of Chihuahua, without getting any satisfactory account of them” (Bartlett, op. cit.: 345), así el autor visitó el lugar y realizó la más amplia descripción que se tiene sobre Casas Grandes para la primera parte del siglo XIX.

En resumen, Bartlett nos presenta de Casas Grandes los siguientes aspectos: primero afirma que este lugar está abandonado en un valle dedicado a la producción agrícola. Las ruinas se componen de algunas paredes en pie. Su buena conservación se debe a la acumulación de tierra, además las paredes son en su mayoría de adobe, aunque dice hay también de piedra. Se señala que a este conjunto de construcciones los mexicanos las llaman tapia [tapias] e infiere que para la construcción de los adobes se utilizaron cajas. Finalmente relaciona los edificios de este lugar con las Casas Grandes en el Gila. Las descripciones del sitio Casas Grandes, Chihuahua fueron apoyadas de manera muy importante por dibujos de planta así como por una litografía en perspectiva de algunos de sus edificios; de igual manera muestra dibujos de ciertos fragmentos de la cerámica de este sitio (Bartlett, op. cit.: 347-354). El trabajo de Bartlett sobre Casas Grandes, Chihuahua adquiere también mayor relevancia al verse reforzado con información bibliográfica como la de Francisco Javier Clavijero, al que cita sólo como Clavigero (sic) (History of Mexico, 8vo. ed. vol. I, p. 151); con la de García Conde, (Ensayo Estadístico sobre el Estado de Chihuahua) y con la que obtiene del trabajo de Hardy (Travels in the Interior of Mexico in 1825-8) [1829]. De Clavijero retomó la parte correspondiente a la peregrinación de los mexicanos o aztecas y de su presencia en el sitio así como de los materiales constructivos empleados como la madera de pino y de la existencia de utensilios domésticos de cerámica y del itztli (obsidiana) (Bartlett, op. cit.: 355-356, 361-363) Una vez más, el peso de Clavijero se vuelva a manifestar en esta importante crónica de Bartlett, aunque con la diferencia de que éste le hace precisiones:

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The other details in Clavigero are incorrect, and unquestionable refer to another edifice, which was built of stone, was roofed, and ‘surrounded by a wall seven feet thick’ He also calls it a ‘fortress’, which term cannot be applied to this structure. I am of opinion that our author either mistook the sense of the writer he obtained his information from, or has blended the descriptions of two different buildings (Bartlett, 1965: 356 [1854]).

En una nota a pie de página, Bartlett cita, de Robert Hardy, la

idea que el estilo de la cerámica de Casas Grandes posee el estilo de Egipto, aunque también, a través de él resalta la importancia de la buena preservación del lugar, además que reproduce el dibujo (véase figura 4) de una vasija que presenta Hardy (Hardy, op. cit.: 465, cita por Bartlett, op. cit.: 361).

John Rusell Bartlett es un hombre que se adelantó a su tiempo. No se conforma con sólo ver y describir los sitios de Casa Grande (Gila, Arizona) y Casas Grandes (Chihuahua, México), sino que reforzó sus apreciaciones con información bibliográfica a la que ya hemos hecho referencia. Eso marcó la entrada a una nueva manera de acceder a la información arqueológica, desafortunadamente ésta no se continuó en Chihuahua sino hasta fines del siglo XIX con Bandelier y Lumholtz.

En los documentos de estos viajeros y estudiosos de la primera mitad del siglo XIX, existen exiguos tintes de la Ilustración y del romanticismo literario, no obstante, sus trabajos muy bien pueden ser ubicados en la antesala del positivismo, como así lo confirma el caso de Wislizenus (1848). Son viajes y descripciones de evaluación de un territorio desconocido que es necesario ya presentar al mundo de una manera lo más ordenada posible. Después de ellos ya no vuelve a haber una presencia de viajeros que puntualmente describan los sitios arqueológicos. La presencia de viajeros norteamericanos, después de 1854 no se tiene registrada sino hasta 1883 con Hubert Howe Bancroft. Esto posiblemente se deba al desarrollo de un cruento conflicto que tuvo lugar en los Estados Unidos entre 1861 y 1865: la Guerra Civil en la que el norte y el sur de ese país se enfrentaron de una manera que hasta ahora no se ha repetido. Eric Hobsbawn al respecto señala que “…sigue siendo el conflicto más sangriento de la historia del país, ya que causó la muerte de tantas personas como todas las guerras posteriores juntas,

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incluidas las dos guerras mundiales, la de Corea y la de Vietnam” (2003: 52). Esto afectó el desarrollo de las universidades, de las sociedades locales de aprendizaje y a la misma investigación arqueológica, así como también impactó en organismos tales como los de la American Antiquarian Society (fundada en 1812), American Ethnological Society (1842-1870- reorganizada en 1900) y la American Association for the Advancement of Sciencie (1847) en la que estaba representada la antropología desde 1851. Los aficionados a la arqueología y que contribuían con la recolección de datos disminuyeron significativamente al final de la Guerra Civil y los cambios generados por este conflicto transformaron el papel del gobierno federal en la administración de las actividades científicas (Meltzer, 1985: 250). Segunda mitad del siglo XIX Una etapa diferente comienza en la historiografía de México. Historiadores mexicanos como Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), José Fernando Ramírez (1804-1875), Manuel Orozco y Berra (1816-1881), Manuel Larraínzar Pineiro (1809-1884), Antonio Peñafiel (1830-1922) y Vicente Riva Palacio et al (1832-1896), marcaron una nueva forma de abordar la historia nacional a raíz del movimiento de Independencia; su idea fue la de revisar el pasado de una nación que recién se estrenaba libre de las cadenas del yugo español y que era necesario inventariarla históricamente por lo que sus trabajos ponen énfasis en los tiempos antes de la conquista española.

Así por ejemplo, como lo afirma Ignacio Bernal a través de Ernesto de la Torre, José Fernando Ramírez y Manuel Orozco y Berra, al continuar con la tradición por el interés de Francisco Javier Clavijero y de Carlos María de Bustamante por las culturas indígenas, no niegan la herencia hispánica, situación que les permitió hacer una síntesis cultual (De la Torre, 1975: 421, citado por Bernal, 1979: 103), característica propia de la historiografía mexicana del siglo XIX y, que además, dicho desde una perspectiva general, las aportaciones de estos historiadores no son del todo tomadas en cuenta por la historia de la arqueología mexicana contemporánea.

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Estos historiadores se valieron de distintas fuentes de información para construir sus ensayos que incidieron en sobre todo en la etapa del México antiguo, por eso es que rescataron códices y en general información de carácter arqueológico, es decir, los objetos y monumentos prehispánicos, así como también diversos documentos que históricamente les proporcionaron elementos para la comprensión del pasado, entendido éste como el origen de la nueva y flamante nación mexicana. Por eso Ignacio Bernal afirma que la mayoría de estos historiadores del siglo XIX hacen uso de la arqueología sin practicarla y obtienen de ella datos para sus síntesis históricas, lo que les permite cerrar el círculo iniciado desde los tiempos de la colonización (Bernal, op. cit.: 103). También es a partir de estos momentos que la historia y la arqueología mexicanas, incluso la Norteamérica, se ven inmersas en el romanticismo del pasado prehispánico como algo que es necesario revalorar y revivir en y para el presente (presentismo).

En ese afán totalizador de la historia ejercida por estos personajes decimonónicos, el norte de México ya es tomado en cuenta (históricamente) como parte de esta nación pero abordado y comprendido desde su centro mismo. Esta actitud prístina, que es el germen del centralismo en la historia mexicana (oficial y no oficial), posiblemente tenga su primera manifestación en Clavijero, aunque es claro que ya para la segunda mitad del XIX las intenciones y contenidos cambian al mezclarse en lo general con un pujante positivismo que se manifiesta a través de la especialización disciplinaria de la historia.49

Abundar en ese tipo de análisis del histórico centralismo no es el propósito de este apartado, pero sí es el de revisar y analizar las obras de historiadores en tanto integran en sus trabajos a la arqueología del norte, en particular la de Chihuahua con el sitio de Casas Grandes; nos referimos concretamente a Larraínzar (1875-1878), Orozco y Berra (1960 [1880]), Riva Palacio et al (1981 [1884-1889]) y Antonio Peñafiel (1890), de tal manera, se hace necesario mostrar y analizar la información en ese sentido, esto con la finalidad de conocer cuáles fueron las fuentes que

49 Esto, en cierto sentido, es parafrasear a Elías Trabulse (1984: 17-18), aunque él no menciona a la historia como una ciencia o especialidad para la segunda mitad del siglo XIX.

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utilizaron y de su incidencia en la construcción del pensamiento arqueológico en Chihuahua.

Manuel Larraínzar escribió y publicó una obra monumental (más por su tamaño que por su contenido) en cinco volúmenes y que contiene información sobre las ruinas y antigüedades en el contexto de la historia de América (1875-1878).50 La obra en lo general posee una forma y estilo un tanto eclécticos que dan como resultado un cuerpo de información caracterizado por un cierto hibridismo derivado del manejo de diversos aspectos de la historia universal -occidental y europea- que se mezclan con los del continente americano. La obra de este autor pretendió ser una gran síntesis, aunque en realidad se convirtió es una reunión amorfa de información con alardes de erudición propia de un estudioso decimonónico aficionado a la historia y que de suyo recuerda a los ilustrados, sin que evidentemente lo sea dado el momento histórico que le tocó vivir, por lo que entonces no logra cuajar las ideas ni tampoco llega a ser algo original y trascendente al hallarse precisamente inmerso en la revisión de una nación recién estrenada que exige no sólo la cuantificación de su propia historia, sino también, los suficientes elementos que la justifiquen como tal y que la lleven de la mano hacia el progreso, del cual Larraínzar es actor y decidido promotor. No obstante, uno de los pocos méritos de la obra de Larraínzar es haber integrado a ese gran contexto de información arqueológica al norte de México, con descripciones e interpretaciones de la arqueología de Tamaulipas (Sierra de la Palma y Laguna de Champollon, Ibíd.: 413-416), de Durango (“cavernas subterráneas” y “cerros de piedras” con información del sabio José Fernando Ramírez, Ibíd.: 418-419), de Zacatecas (La Quemada, Ibíd.: 421-426) y la de Sonora (la Casa Grande, a orillas del río Gila, Ibíd.: 429-430).51

50 Manuel Larraínzar nació y murió en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México (1809-1884). Fue abogado de profesión e historiador por afición, ocupó diversos cargos como funcionario y se desempeñó de manera activa en la política como conservador (Musacchio, 1995: 1010). 51 Larraínzar ubica “La casa grande” en Sonora, lo que hace referencia a su confusión geográfica para los estados de Sonora y Arizona, lo cual pudo haber funcionado si México no hubiera perdido sus territorios. Afirma textualmente: “En el Estado de Sonora, a orillas del rio Gila, hay ruinas de grandes ciudades, entre otras las descubiertas por Garcés y Font. Las que se hallan situadas en un llano, á una legua de distancia del río,

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Para la arqueología de Chihuahua, una vez más es el sitio de Casas Grandes el que se menciona y describe en parte gracias a la obra del jesuita Francisco Javier Clavijero, del que proporciona la cita tomada de la segunda versión de su Historia Antigua de México (traducción del italiano al español) y sin que Larraínzar especifique el año de la edición, aunque sí lo que es el tomo, número del libro y página.52 La otra parte de la historia de este sitio la construye sobre la información tomada de un señor al que llama Mr. Farayre (s.f.) del que hace una paráfrasis de sus ideas, aunque que pensamos se trata de E. Guillemin-Tarayre (1896), quien escribe un reporte cuyo título es Exploration mineralogique (según Orozco y Berra, 1960: 270, libro primero); Larraínzar señala que la obra de “Mr. Farayre” es la de “Archivies de la Comission scientifique du Mexique Rapport de Mr Farayre, 1: 345 et 346” (Larraínzar, op. cit: 428)53, de tal manera que no queda duda alguna de que se trata del mismo autor: Guillemin-Tarayre, por lo que es evidente el error por parte de Larraínzar. La información en ese sentido es la siguiente:

Aunque hace tiempo se tiene noticia de las ruinas conocidas bajo el nombre de las Las casas grandes de Chihuahua, acaban de ser

son conocidas con el nombre de La casa grande. Es un cuadrilongo de cuatrocientos veinte pies geométricos de Norte á Sur, y doscientos sesenta de Oriente á Poniente. Tiene cinco salas de veinte y seis pies de largo y diez de ancho; las dos de los extremos miden treinta y ocho de largo y doce de ancho; todas de once piés de elevación. Las paredes eran de cuatro piés de grueso. Venia el agua del edificio del expresado rio Gila por una acequia muy grande” (Larraínzar, 1875: 429-430). Este autor señala con un subíndice (1) a pie de página que esta información la obtuvo de Buchman “De los nombres de los lugares aztecas”. Boletín de Geografía y Estadística, tomo 8, capítulo 1; 16 [s.f.]. “En el territorio de Arizona, a orillas del rio Colorado chico, se han encontrado paredes de edificios arruinados, que tienen todavía 2 m 40 á 2m 70 de alto, canales para regar, y los restos de un castillo, cuyas paredes son aún de 9 metros de alto todo de piedra de cantería (Larraínzar, op. cit.: 430). De nuevo el autor indica con subíndice (2) para pie de página que esta información la extrajo de <<Ilustrated London news>> de Octubre de 1868. 52 Tomo 1, libro 2 y página 106, datos que nos permiten inferir, sobre todo por el número de página, que Larraínzar utilizó la obra de Clavijero en su edición de 1826 (primera edición traducida del italiano al español). 53 En la bibliografía de Ignacio Bernal (1962: 284 -Sonora-Chihuahua-), se cita esta misma obra de Guillemin-Tarayre E., como Vestiges laissés par les Migrations Américaines dans le nord du Méxique. Arch. Comission Scientifique du Mexique. III: 341-470, 6 lams., 32 ils., 1867.

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exploradas nuevamente por Mr. Farayre [Guillemin-Tarayre] que cree son de una ciudad, ó establecimiento agrícola, con medios preventivos de defensa. Están situadas en un valle favorecido por su aspecto físico, y edificadas por emigrantes de la gran Quivira. Las paredes son de un metro de espesor, de blocos (sic) justipuestos, formados de tierra y arena apisonadas, cubiertas interior y exteriormente de estuco muy bien pulido, lo mismo que el suelo. Son estrechas las puertas en el ángulo de los cuartos, y para dar á estos luz, aparecen lumbreras talladas en la piedra. Se supone que la cubierta haya sido de vigas como las azoteas. El edificio grande, que se cree haya sido un templo, tiene cien metros de lado; es un cuadrado flanqueado por otros dos en las extremidades (Farayre, s.f.: 106, citado por Larraínzar, 1875: 427-428) [Guillemin-Tarayre, 1867].

Las observaciones de Guillemin-Tarayre resultan importantes

desde el citado mismo de Larraínzar porque confirman con las anteriores descripciones de los siglos precedentes el estado y condición de este lugar arqueológico. Llama sobre todo la atención la información de las lumbreras ya que se encontraron en las excavaciones posteriores ahumadas las paredes de los cuartos en algunas de las unidades de este sitio (cfr. Di Peso, et al, 1974). Esto también permite suponer que Guillemin-Tarayre, al igual que John Rusell Bartlett (1854), vio todavía muchos de los cuartos de este sitio en pie.

Volviendo a Manuel Larraínzar, es necesario comentar que su apartado sobre Casas Grandes se nutrió tanto de Clavijero como de Guillemin-Tarayre porque precisamente él no visitó el sitio, como sucede con la mayoría de los historiadores de la segunda mitad de este siglo XIX, no obstante, eso resulta secundario frente a la conciencia de integrar esta arqueología norteña al interior del contexto de la historia de América, pero aún más, la congruencia de esta obra con el impulso positivista de esos tiempos es innegable, cuestión que se comprueba con la siguiente y última cita de Larraínzar:

Tales son datos llegados a mi noticia, que han podido reunirse hasta ahora sobre las ruinas y antigüedades de varios Estados de la República Mexicana. Aunque algunos parezcan humildes, ó de escasa importancia, no debe formarse este concepto, pues los monumentos arqueológicos son la piedra funeraria de un pueblo que existió. Aquello que escapa de la injuria de los tiempos,

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permanece en pie, aun entre los escombros ó pequeños fragmentos, especialmente si se ha trascurrido una larga serie de años, da a conocer el carácter de los que fabricaron tales ruinas, y se trasluce por ellas su estado de barbarie o civilidad, así como el progreso de las ciencias y las artes. ¡Cuántas veces con el estudio de las antigüedades, se ha roto el oscuro velo de los tiempos, que oculta el origen de las naciones, sus relaciones con otros pueblos, el estado de su comercio, y los pasos que hubiesen dado en la vida de la humanidad! Son siempre un gran recurso á falta de datos históricos y de tradiciones que aclaren los hechos. Nada por tanto debe omitirse, ni desdeñarse en esta línea (Larraínzar, 1875: 433-434).

Otro importante historiador fue Manuel Orozco y Berra. Él

exploró sobre diversos campos como la geografía y la lingüística. Se dio a la tarea de recopilar gran cantidad de información que posteriormente integró a su más trascendente obra sobre la historia antigua de México (1960 [1880]).54 Se le ubica entonces como la primera gran historia después de la de Clavijero. En ella hace referencias a diversas ruinas arqueológicas desde las que están en el área maya hasta las del norte de México como Casas Grandes (cfr. Bernal, 1979: 96-97). Sin caer en los excesos de Larraínzar, Orozco y Berra busca la objetividad, aunque como también lo señala Ignacio Bernal, no logra del todo porque cree en algunas cosas fantásticas (op. cit: 97). La información que proporciona sobre el sitio de Casas Grandes de Chihuahua es la primera que aparece en su capítulo III “Los Monumentos (Región Boreal).” Es la más completa y abundante descripción de este sitio que se conoce hasta ese momento del siglo XIX en su parte final: localización en coordenadas geográficas, medidas y direcciones de los edificios, objetos arqueológicos recolectados en superficie y en excavación, entre los que destaca la cerámica y el cobre. Hace énfasis en la descripción de las construcciones principales algunas de las cuales poseen “...paredes formando un laberinto, bastante complicado para detener el paso a los poco observadores” (Orozco y

54 Este renombrado historiador nació y murió en la ciudad de México (1816-1881). Fue ingeniero agrónomo y licenciado en derecho, ocupó varios cargos públicos; sus obras históricas publicadas tratan diversas temáticas, entre ellas destaca su Historia Antigua y de la Conquista de México (1880). (Musacchio, 1995: 1411-1412).

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Berra, 1960: 269). Este historiador se valió en parte de autores como Pedro García Conde (1842) y Guillemin Tarayre (1896) para darse una idea aproximada de esas ruinas. Así por ejemplo, de Pedro García Conde,55 Orozco y Berra dice:

Aunque no conforme con las opiniones del Sr. García Conde copiamos sus palabras para formar idea aproximada de aquellas ruinas. La construcción en los edificios es uniforme; las paredes, de cosa de un metro de espesor, están compuestas de trozos regulares de tierra, o sean grandes adobes paralelepípedos, unidos con un cimiento en que entra la arena; interior y exteriormente están revocadas con un estuco blanco, de grano fino, perfectamente pulido. Las piezas llevan las puertas en uno de los ángulos, recibiendo mayor claridad y ventilación por medio de ventanas, más bien tragaluces, circulares de 0,25 m. de diámetro, abiertas y labradas en piedras talladas, empotradas en los muros, únicas que recuerdan el arte del cantero; los aposentos estuvieron techados sobre vigas en azotea, y los suelos, superior e inferior, eran del estuco bruñido de las paredes (Orozco y Berra, 1960: 270).

Ya no sólo es lo estrecho de las puertas, como fue mencionado

por Wislizenus (1848: 59), sino ahora es la función y ventilación de las puertas en relación con las ventanas; por otra parte Orozco y Berra enfatiza el asunto del estuco, que dice está perfectamente pulido. Según este historiador, tanto García Conde como Guilemin-Tarayre, hacen referencia a los túmulos que van por la orilla del río Casas Grandes y en los que se hallan las habitaciones y una gran cantidad de objetos de piedra, cerámica, concha, hueso, turquesa y cobre; además sus habitaciones reflejan el desarrollo de un pueblo que practicó la agricultura y se defendió de sus enemigos. (Orozco y Berra, op. cit.: 270-271). Los túmulos no son otra cosa que los montículos conocidos regionalmente como “montesumas”. De la cerámica el autor afirma que:

...se sacan ollas de barro negro, con cuatro agujeros cerca del borde, contrapuestos de dos en dos para recibir una cuerda en

55 Orozco y Berra (1960: 270) integró una cita textual que atribuye a Pedro García Conde (1842), no obstante, hemos constatado que no pertenece a este autor, sino que éste la toma de José Agustín de Escudero (2003: 233-234) [1834], posiblemente de ahí provenga en parte su desacuerdo manifiesto.

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forma de asa, colgar el traste o llevarlo a la mano. La cerámica fina es de un estilo correcto y elegante, pintada de negro, rojo y amarillo; los dibujos recuerdan el carácter siriaco. El arte alfarero está representado de un modo muy ventajoso, superior sin comparación al de tiempos más modernos (Orozco y Berra, op. cit.: 276).

“Se sacan” no sólo ollas sino también objetos de diversos

materiales: brazaletes, collares de conchas, piedras rojas y azules, hachas de piedra, metates, idolillos de barro, tortuga y lagartija de cobre y una masa lenticular de hierro meteórico de 50 centímetros de diámetro (Ibíd.: 270-271 y 276-277). Pozos de saqueo al por mayor, inicio de la destrucción de un sitio, profanado de manera sistemática. Lo único que va quedando es el testimonio escrito, ese que desde la visión de un hombre decimonónico congruente con la idea de una evolución unilineal que va progresando hacia la civilización, aunque no crea en ella, como así lo sostiene Bernal cuando dice que: “Orozco y Berra, por ejemplo, no cree en la evolución ni en Lamarck o Darwin ( II: 280), sino en Adán y Eva, y sólo admite, como muchos otros, relaciones transpacíficas y la Atlántida (II: 433-464; 487-488)” (Orozco y Berra, 1978, citado por Bernal, 1979: 116), sin embargo, insistimos, nuestro autor expresa, en relación con Casas Grandes, cierta idea incipiente de evolución en los términos siguientes:

Nos ponemos por primera vez frente a frente ante las ruinas de una de nuestras ciudades antiguas, montón de escombros sin nombre, sin historia, formando las páginas confusas de una crónica presente sólo en la mente de Dios. Pero esas mismas suministran un testimonio irrecusable del adelanto del hombre prehistórico. Salió del estado salvaje, pasó por la condición del cazador, y fijado a la tierra para pedirle el pan cuotidiano (sic) por medio de la agricultura, se hizo ciudadano; la familia fue primero tribu, y ahora se convierte en pueblo, tal vez en nación. Siempre la reunión de edificios formando una ciudad, presupone precisamente un pueblo más o menos poderoso, unido por las mismas necesidades, por idénticas costumbres, por creencias comunes; un gobierno más o menos rudimental, categorías sociales, reglas o leyes a que se ajustan las acciones públicas; la arquitectura en cierto adelanto; artes correspondientes a las exigencias o caprichos de los moradores, un gran desarrollo en la agricultura, con el

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conocimiento del gran cultivo para proveer al mantenimiento de la multitud, en otros quehaceres ocupada; en fin, demuestra la transformación completa de aquella fracción del género humano, levantada de la condición salvaje a la culta y civilizada (Orozco y Berra, 1960: 271-272).

Orozco y Berra concluye que Casas Grandes no sería nada sin el conjunto de los “...otros lugares de población, como formando un sistema de pequeñas alquerías sujetas a una cabecera” (op. cit.: 279) y que en nuestros tiempos esto se relaciona con lo que ahora se considera es el Sistema Regional de Casas Grandes (cfr. Minnis y Whalen, 2001); además, esa distinción de la funcionalidad de los distintos “túmulos”, que serían en sí las unidades arquitectónicas, se interpretaron como “…estando destinados como lo estaban a sólo los jefes, los sacerdotes principales y las gentes distinguidas” (Orozco y Berra, op. cit.: 279-280), interesante propuesta para el ámbito de la estratificación social y que se adelanta a su tiempo, derivándola del análisis documental que este autor obtiene en ese momento y que enriquece con las ideas de una religión politeísta inferida de las ofrendas mortuorias. Sociedad sustentada por la agricultura del maíz como así lo revelan los metates y de nuevo la idea del progreso, al decir precisamente que:

Progresaba el arte del alfarero y había vasijas de barro común, para los quehaceres domésticos, a otras finas, pintadas y barnizadas de colores brillantes y formas airosas, con dibujos de un género recordando el tzapoteco [...] Las armas de piedra, y los pocos objetos de cobre como de lujo, allí encontrados, señalan el principio, si se quiere, de la edad de los metales. Empleaban el hueso del bisonte, y fabricaban adornos de conchas marinas: ¿indicarían éstas la procedencia de la nación de las costas de California, ó serán sólo la prueba del comercio mantenido por ella con los pueblos pescadores de Occidente? En suma, los moradores de Casas Grandes eran sedentarios y agrícolas, muy adelantados en el camino de la civilización: ya parecen extinguidos los animales compañeros del hombre, o al menos no habían sabido domesticarlos (Orozco y Berra, op. cit.: 280).

Una vez más, Manuel Orozco y Berra es un hombre de su

tiempo que con justa razón se le podría equipar con Francisco Javier

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Clavijero en términos de la magnitud de sus obras publicadas a una distancia de 100 años de la publicación de la trascendente obra de este jesuita. Las interpretaciones de Orozco y Berra sobre Casas Grandes rebasaron en ese momento cualquier otro acercamiento al sitio, incluso, es sumamente arrojado, que no temerario, al pensar y proponer la idea de civilización en el norte de México a través de la presencia y la cultura de un sitio como Casas Grandes, acción que se da antes del inicio formal de la arqueología norteña, lo cual resulta a todas luces no sólo novedoso sino también atrevido puesto que rompe en gran medida con la concepción de que sólo la civilización tiene lugar en el centro y sur de México, como así la mayoría de los estudiosos de Mesoamérica, aún hoy en día, lo conciben etnocéntricamente. Entonces es el norte para ellos el espacio árido y seco, confín último del desarrollo cultural, remotamente alejado de lo que sería algo así como “la civilización”, óptica que delata, en ese contexto, la tendencia tradicional que se deriva del “núcleo duro” mesoamericano. Otra obra monumental de fines del siglo XIX es la de México a Través de los Siglos (1981) [1884-1889], coordinada por Vicente Riva Palacio56 y en la que participaron connotados historiadores,57 así por ejemplo, el primer tomo o volumen de esta obra fue escrito por Alfredo Chavero quien fue un romántico nacionalista amante del México prehispánico (Santoyo, 1987: 554).58 Esta es una de las obras, tal vez la única, en la que se pretendió que todo históricamente estuviera considerado, es así una “obra única en su género” como así lo anuncia la portada interna del Tomo Primero; su naturaleza engloba acontecimientos históricos de México desde una óptica decimonónica,

56 Vicente Riva Palacio nació en 1832 en la ciudad de México y murió en 1896 en España. Escritor liberal y abogado. Esta profesión fue con la que ocupó diversos cargos públicos como fue una diputación federal (1861-62) y una magistratura en la Suprema Corte de Justicia (1868-1870), aunque rechazó la cartera de Hacienda que le ofreció Benito Juárez. Escribió y publicó en diversos periódicos, así como diversas obras históricas y de literarias. (Musacchio, 1995: 1733). 57 Alfredo Chavero, Juan de Dios Arias, José María Vigil y Julio Zárate. 58 Alfredo Chavero nació en la ciudad de México en 1841. Ocupó varios cargos públicos, entre ellos el de una diputación, indagó con mucho interés en el pasado indígena y colonial de México (Santoyo, 1987: 554) lo que queda de manifiesto en ese primer volumen.

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por lo que se asume como una “historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época actual” (portada interna); historia en la que el desarrollo es claramente expuesto de manera unilineal (evolutivo) y en el que se busca la precisión del dato justificador no sólo de la presencia de un México liberado y moderno que posee su razón de ser en ese fascinante pasado que debía darse a conocer cuanto antes, precisamente para ya no perder más historia o más territorios. Esta obra, en la parte de la historia prehispánica, se sustenta sobre un esquema de desarrollo influenciado por la obra de Manuel Orozco y Berra, de hecho el Tomo Primero tiene por título “Historia Antigua y de la Conquista” (1880) que es de este historiador, lo que asegura, en cierta medida, una visión global de la historia. Tan es así que para la etapa prehispánica el volumen describe sitios arqueológicos del suroeste de los Estados Unidos, como un recuerdo de que esos fueron nuestros territorios, y tal es el caso de Casa Grande en el Gila o Xila, sitio que es mencionado por medio de las referencias dejadas por los misioneros jesuitas, e incluso la presentación de figuras petrograbadas cercanas a este mismo río, en este mismo sentido se describen y muestran dibujos de casas construidas sobre rocas en Colorado (Riva Palacio et al, 1981: Vol. I: 111-113 y 157), o los dibujos y grabados de los edificios de la Quemada en Zacatecas (Riva Palacio, et al, op. cit., Vol. I.: 262-263 y Vol. II: 174-177.). De Casas Grandes se dice en esta obra histórica que: “Las últimas ruinas de nuestro territorio son las conocidas con el nombre de Casas Grandes de Chihuahua [...] Sólo quedan [...] unas cuantas paredes despedazadas” (Ibíd.: 264). Toda la demás información del sitio es una paráfrasis de la obra de Orozco y Berra (1880), no obstante, nos llama poderosamente la atención que uno de los dibujos de una olla de este lugar sea el que presenta Hardy (1829: 465), sin que el responsable del capítulo III, donde se encuentra este dibujo, le haya otorgado el crédito correspondiente (cfr. Riva Palacio et al, op. cit.: 264). Pero más que esto se asume en esta obra que Casas Grandes:

...fué el centro de una gran región agrícola; que la fundó desde tiempo muy remoto la raza nahoa; que allí se estableció siguiendo

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sus costumbres propias; pero que más tarde llegó la última oleada de la raza del Sur, y aquellas costumbres unió las suyas, resultando un conjunto común á las dos, desde los edificios hasta los utensilios (Riva Palacio et al, 1981, Vol. I: 265).

¿Esta afirmación podría ser el germen de la discusión sobre las

influencias mesoamericanas en Casas Grandes-Paquimé las cuales entran en auge en la segunda mitad del siglo XX? Si no lo fuera, entonces ¿qué es lo que da pie a afirmar que la oleada del sur se mezcló con los elementos culturales de este sitio? La constante en las distintas fuentes aquí consideradas así como en muchas otras, es que la peregrinación de los aztecas es de norte a sur con sus moradas entre las que se encuentra Casas Grandes, pero ¿por qué se afirma -en sentido mítico- la presencia de un rey al que llaman Moctezuma en Casas Grandes? (recuerda lo que José Arlegui, -1851: 95-96- menciona para principios del siglo XVIII sobre este personaje). Así que arqueológicamente ¿qué relaciones existen con estas ideas míticas derivadas de la información etnohistórica? La discusión no ha terminado del todo, aún cuando la información de Charles Di Peso et al (1974) ha comenzado a rebatirse en los albores del siglo XXI. Para finalizar esta segunda parte del presente capítulo, se analiza brevemente la obra del historiador Antonio Peñafiel Barranco (1890),59 la cual posee la misma tónica de monumentalidad que la anterior de Vicente Riva Palacio (op. cit.). La de Peñafiel, bajo el título de Monumentos de Arte Antiguo Mexicano, es una obra de gran formato bellamente impresa en tres volúmenes de pastas duras de dimensiones aproximadas de 60 por 40 centímetros, con descripciones de piezas, códices y monumentos que se muestran en láminas, algunas de ellas con dibujos a colores. Esta obra es el resultado, por lo que afirma Ignacio Bernal, del intento de Peñafiel de ordenar las enormes colecciones del Museo Nacional, pero también fue originada por la exposición Colombina de Madrid y la de Chicago en 1890, así como también la de París en 1889 y que fue proyectada por el mismo Peñafiel (Bernal, 1979: 144-145). En el tomo 59 Antonio Peñafiel nació en el estado de Hidalgo en 1830 y murió en la ciudad de México en 1922. Fue médico e historiador. Sus obras son abundantes y diversas. Perteneció a distintas asociaciones entre las que destaca la Asociación Científica Antonio Alzate (Musacchio, 1995: 1522-1523).

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tercero se muestra un edificio en “el más puro estilo azteca” y del que el mismo Bernal dice: “-que por supuesto hubiera horrorizado a Moctezuma-, tuvieron cuando menos una sección dedicada a las antigüedades americanas, lo que demuestra el extendido interés popular que estaban ya adquiriendo. México mandó a Madrid un lote enorme de piezas originales, así como varias réplicas y maquetas” (Del Paso y Troncoso, 1897, citado por Bernal, op. cit.: 145). Poco le toca al norte de México en esta obra de Peñafiel y lo escaso que se presenta de este espacio casi lo ocupa en su totalidad lo que le pertenece a Casas Grandes, Chihuahua, de cuyos objetos cerámicos Peñafiel hace interesantes afirmaciones en el sentido de las similitudes de sus diseños con los de la greca escalonada de Mitla, Oaxaca:

...la ornamentación mexicana comenzó lineal y rigurosamente geométrica en las esteras, se mezcló con las curvas en la cerámica, pero tan variadas formas, que se puede asegurar que ningún pueblo antiguo americano ha llegado a la rica variedad de grecas que se encuentran en sus platos, en sus molcajetes, en sus malacates y en sus magníficos vasos [...] Para concluir diremos, que el carácter principal del ornato mexicano, consiste en las multiplicadas combinaciones de las líneas rectas y de estas con la curva; que en nada se parecen estas formas, desde las más sencillas hasta las más complicadas, á la ornamentación angulosa de Casas Grandes, del Estado de Chihuahua, menos a las á las formas rectangulares, rombales y escalonadas que caracterizan el ornato de Mitla [...] Algunas grecas mexicanas, alcanzaron tal vez por casualidad el rigor estético de los dibujos griegos, pero jamás les falta la originalidad y el tipo regional (Peñafiel, 1890: 1-2, Vol. I).

De las formas cerámicas de Casas Grandes, éstas son nombradas

por el autor como vasos, pero las que en realidad, siguiendo a Noguera (1975), son cajetes y un tecomate, todos policromados (del tipo Ramos Policromo), dibujados a todo color, cerámicas de las que Peñafiel dice que son “...pequeños vasos con sus detalles, de Casas Grandes, ruinas que se encuentran en el Estado de Chihuahua. Si se comparan las grecas y las formas con los aztecas podrá advertirse la gran diferencia de estilo y coloración” (Peñafiel, op. cit.: 125).

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La obra de Peñafiel da a conocer fuera de México la existencia de Casas Grandes, sitio en el que sus objetos adquieren un carácter propio, una originalidad sin ser concebida aislada del resto de las culturas mesoamericanas y de las el suroeste de los Estados Unidos. Así, a fines del siglo XIX y principios del XX, Casas Grandes es objeto de noticia en las revistas y diarios, situación que no sólo es importante para la historia nacional, sino también, para la sociedad que reclama ya desde esos tiempos que su sentimiento de pertenencia a Chihuahua quede satisfecho a plenitud:

El Estado de Chihuahua con respecto á la Historia Antigua de México reclama un lugar preferente y que nadie le puede disputar. En su extenso territorio se encuentran históricas reliquias de valor inapreciable, ruinas grandiosas, que son testimonios palpables del adelanto á que habían llegado una de las razas más antiguas y á la vez más civilizadas del Continente Americano. En esas ruinas, como en las de Caldea y Asiria, la ciencia moderna hará revivir á pueblos gloriosos, de los cuales la memoria, hubo una época, en que casi pareció perdida. Las ruinas de Casas Grandes son los testigos persistentes de acontecimientos ocurridos en épocas remotas. Señalan una de las estancias de un gran grupo de individuos pertenecientes á una raza, la que instigada por la necesidad, y en busca de un medio a propósito para su desarrollo dejando huellas de su paso aquí y allá, fue el origen de muchas de las nacionalidades más ilustres del mundo de Colón (De la Vega, 1895: 314).

Entre la necesidad, la afirmación visionaria y cierto rechazo al

centralismo de los historiadores como los arriba tratados, el redactor del Álbum-Directorio del Estado de Chihuahua en 1904 (2004), señala en sus “notas históricas” sobre Casas Grandes lo siguiente:

Y aquí creemos oportuno significar que si esos mudos testigos del pasado admiran al viajero por el adelanto que revelan en quienes los construyen y por haber, aunque deteriorados, podido soportar las inclemencias del tiempo durante varios siglos, para el hombre de ciencia, para el arqueólogo, pueden ser reveladores de puntos importantes quizá para la historia toda del País. Por eso es que personas competentes debían de emprender un serio estudio á este respecto, pero no con las noticias que en la Capital pudieran

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adquirir, sino viniendo al terreno que guarda esos recuerdos del pasado...(2004: 196 [1904] ).

Pero no sólo es el reclamo histórico que se hace a través de

Casas Grandes, sino que este mismo sitio es un punto obligado de reunión para la comunidad que vive cerca de él y para la misma que habita en la región noroeste del estado:

Con el mayor entusiasmo fue celebrada en Casas Grandes, cabecera del Distrito de Galeana, la gloriosa toma de Chihuahua. A las diez de la mañana, reunidos en el local de la jefatura Política de los miembros de la Junta Patriótica, I. Ayuntamiento y Junta de Mejoras Materiales, dirigieron un telegrama de felicitación al Sr. Gral. D. Luis Terrazas. A las once, audición musical en el Portal de la Jefatura Política. A las doce desfile de los alumnos de la Escuela Oficial en columna militar. A las cuatro de la tarde torneo de tiro al blanco en las históricas ruinas llamadas “Moctezuma”. A las ocho serenata. Además hubo repiques, salvas y dianas (Ochoa, 1906: 1).

La información cambia a lo largo del tiempo, así se percibe a través de los siglos que aquí se han abordado desde el análisis de la información que proporcionan las fuentes existentes en cada uno de ellos, y cambia dependiendo de los intereses, condiciones y tendencias de cada época: desarrollo económico, social, político, evaluación militar y religiosa (evangelización) (siglos XVI-XVII). Así entonces la intelectualidad y la ciencia se manifiestan al interior de los marcos de la Ilustración, del positivismo, del evolucionismo, y del romanticismo para los dos últimos siglos abordados (XVIII-XIX). En esta información histórica precedente, Casas Grandes es el centro de atención, y como se ha podido percibir, casi no existe documento, informe, crónica o libro de historia que no haga referencia a este lugar, pero ¿por qué?, ¿por la monumentalidad del mismo?, ¿por encontrarse totalmente abandonado y representar la decepción de no haber sido el lugar mítico de Cívola, Quivira o las Siete Ciudades?, ¿por ser el punto que el mito refiere como la tercera morada de los aztecas? ó ¿por la gran cantidad de objetos arqueológicos que guardaban sus entrañas y que se delatan por los fragmentos que en superficie hay de ellos?. Las respuestas apuntan hacia una sola dirección: la ciencia arqueológica que se desarrolla durante estos

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y los siguientes siglos es principalmente sobre Casas Grandes-Paquimé y su área cultural, aunque también, en menor medida, en contextos fuera de ella pero en constante referencia a Casas Grandes; es el Modelo Casas Grandes-Paquimé, que se desplanta sobre el orientalismo (académico) y la reproducción misma del Modelo Ario de civilización cristalizado en el núcleo duro de Mesoamérica. Pero ese modelo se haya aún encapsulado en su origen, no será hasta que aparezca la publicación de Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974) cuando que éste modelo eclosione circunscribiéndose en principio y casi exclusivamente a Chihuahua.60

El comienzo de la arqueología en Chihuahua La actividad científica de la arqueología en Chihuahua arranca formalmente con los trabajos de Adolph Francis Alphonse Bandelier, mejor conocido como Adolph F. Bandelier.61 Él es uno de los primeros en llevar a cabo estudios concretamente dirigidos a la arqueología, historia y etnografía del suroeste de los Estados Unidos. Brian Fagan destaca que la contribución de Bandelier es enorme al estudiar a los indios del suroeste en el contexto de su pasado tanto en términos de la tradición histórica, oral y documental como desde la perspectiva arqueológica. De hecho, es el primer arqueólogo en interpretar el pasado en combinación con datos etnográficos (modernos), él decía que había que trabajar ‘de lo conocido a lo desconocido, paso a paso’ (Fagan, 1984:

60 Véase capítulo IV del presente libro. 61 Adolph F. Bandelier nació en Berna, Suiza en 1840 y murió en Sevilla, España en 1914. Llegó a ser uno de los más brillantes y versátiles historiadores y antropólogos de finales del siglo XIX y principios del XX. Estudió con verdadera devoción las raíces nativas y el periodo colonial del suroeste de los Estados Unidos, México y Sudamérica a través de la etnología, la arqueología, la historia, la lingüística y la cartografía (MacIver, 1914: 166). De Bandelier existen varias biografías muy bien documentadas que combinan aspectos personales y académicos con su vastísima producción bibliográfica, en ese sentido se recomiendan ampliamente las de Ernest J. Burrus, S.J. (1969: 14-19 y 1987: 9-14 y 19-25), F.W.H. (1914: 349-358) y Labastida (2003: 590). Facetas también muy interesantes de la vida de Adolph F. Bandelier pueden conocerse a través de la correspondencia que éste mantiene con el historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta (Bernal, 1960 y Labastida, 2003: 339-462).

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260). Su interés etnográfico y arqueológico lo acercó a conocer el norte de Sonora y el noroeste de Chihuahua, situación que lo ubica como el primero en echar andar la investigación arqueológica en este estado.

FIGURA 5 Adolph Francis Alphonse Bandelier. (Foto Charles F. Lummis).

Fuente: F. W. H. “Discussion and correspondence”, American Anthropologist, 1914, p. 350.

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Ruta de Bandelier

Fuente: Eduardo Gamboa (1996, p. 28).

En un corto espacio nos avocaremos a destacar los principales aspectos e ideas que se generaron de las investigaciones de Bandelier para la parte de la Sierra Madre en su sección cercana al valle de Casas Grandes, así como del sitio arqueológico del mismo nombre.

Es en el año de 1884 que Bandelier penetró, por la parte norte de la Sierra Madre en Sonora, a Casas Grandes. Después de varias semanas de investigar estas ruinas regresó a los Estados Unidos. Publicó sus resultados en dos reportes que entregó a Nation (1890 I y 1890 II)62 (Hedrick, Kelley y Rilley, 1974: 24). Dichos reportes, por su importancia, 62 Bandelier (1974a: 25-30 y 1974b: 31-36).

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se analizan más adelante, ya que, entre la aproximación a Casas Grandes y la entrega de estos reportes, se dieron hechos que son dignos de considerar:

Llegar a Casas Grandes le llevó tiempo y esfuerzos. Bandelier mismo relata en una de sus cartas enviadas a Joaquín García Icazbalceta63 lo siguiente:

... el Instituto [American Institute of Archaeology: AIA] me preparó otra expedición, el viaje más importante de mi vida, que ahora voy a emprender. Saldré de aquí [Highland, Illinois] a fin de mes para ir a Cochití, cerca de Santa Fe, y allí me despediré en ‘óptima forma’ de mis indios, quienes me han sido fieles y leales hasta hoy. De Cochití bajaré a caballo, pasando por Galisteo, hasta Quivira, donde espero encontrar los antiguos pueblos de los jumanos. De Quivira a Socorro hay 47 millas que también haré a caballo, y de este último me encaminaré hacia Acoma y Laguna, sin detenerme mucho tiempo en estos dos pueblos. No sé si entonces pasaré al sur por el Paso del Norte, o si entraré en Chihuahua más al poniente rumbo a Casas Grandes. De todos modos espero llegar a México a fines de junio de 1883, y mientras esto llega, le iré mandando noticias de lo que me sucede (Bandelier, carta 42, 7 de octubre de 1882, en Labastida, 2003:430).

Con fecha del 15 de abril de 1884 Adolph F. Bandelier le

comunicó a Joaquín García Icazbalceta que al regresar de Nacori en Sonora, ubicado casi dentro de la sierra, emprende su viaje a Casas Grandes. Durante el trayecto en la Sierra Madre observa que:

...Abundan las ruinas y también los datos que permitirán averiguar su origen. Pero ¡qué terreno! Las últimas 30 leguas hube de hacerlas a pie, en ‘treguas’, haciéndome el traje harapos. Llegaré a Casas Grandes en huipil y con cactles. Aunque se habla poco de los apaches, estoy convencido de que los bárbaros andan

63 Esta correspondencia es tomada de Jaime Labastida (2003: 339-462), quien a su vez la reproduce de Leslie White e Ignacio Bernal (1960: 101-322). Joaquín García Icazbalceta fue un importante historiador que nació y murió en la ciudad de México (1825-1894). Gracias a las haciendas que tenía bajo su propiedad, García Icazbalceta pudo dedicarse casi de tiempo completo al rescate de documentos importantes, a aprender lenguas y a escribir y publicar diversos trabajos que son parte importante de la historiografía mexicana del siglo XIX (cfr. Musacchio, 1995: 696).

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formando partidas de unos cuantos gandules. Desde aquí iré mañana hacia Huachimera, Baseraca y Babispe, de donde emprenderé la travesía de la sierra para llegar a Casas Grandes, si puedo directamente por el rumbo de Tanos [Janos], si encuentro demasiados obstáculos (Bandelier, carta 48, en Labastida, op. cit.: 434-435).

Para el 5 de mayo del mismo año de 1884, Bandelier llegó a

Casas Grandes pero es hasta el 6 noviembre del mismo año que le escribe a García Icazbalceta diciéndole: “Logré atravesar no sólo la Sierra Madre, sino también parte de la sierra de Yeras, montañas más fragosas e impresionantes que la cordillera principal. Camino a Chihuahua tuve que descansar en Casas Grandes, cuyas ruinas estudié durante un mes” (Bandelier, carta 49, en Labastida, op. cit.: 435).

De ese recorrido por el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México, no sólo produjo esos dos pequeños reportes publicados en 1890, sino que también escribió antes una obra monumental en la que integró el resultado de sus estudios arqueológicos e históricos de este enorme espacio en el que se incluyó Sonora y Chihuahua.64 El manuscrito de dicha obra fue regalado al papa León

64 Tuvimos conocimiento de esta obra por la correspondencia entre Bandelier y García Icazbalceta, ya que en una carta fechada el 3 de agosto de 1887, Bandelier le escribe: “La parte de la historia de este territorio en donde trato del siglo XVII la reservo para el último mes, y su señoría ha comprendido que de nada sirve apurarme” (Bandelier, carta 58, en Labastida, 2003: 449), afirmación que permite señalar que se trata de la obra mencionada (Labastida, op. cit.: 449, nota a pie de página 216, en la que además que se afirma que ese manuscrito se encuentra depositado en la biblioteca vaticana). A propósito, Jaime Labastida dice en su magistral prólogo a las obras del México Antiguo de Morgan y Bandelier, que es relativamente fácil conseguir las obras del primero pero no las del segundo: “Ninguna biblioteca de México posee las ediciones del siglo XIX, ni siquiera aquellas que, como la Biblioteca Nacional de Antropología, están obligadas a contar con ellas. Por esto, hube de solicitar los ensayos de Bandelier a la Biblioteca del Congreso, de Washington” (op. cit.: xv). Con respecto a esa obra monumental, Roy Bernard Brown también, de manera breve, hace referencia a ella (1996: 32). Nosotros evidentemente nos enfrentamos al problema de la ausencia de las obras de Bandelier en México, específicamente con la edición de la depositada en la biblioteca del Vaticano, aunque el historiador Gerardo Batista Velásquez nos proporcionó una parte muy importante de la misma (Volúmenes I y II) y que se obtuvo de la Biblioteca Franciscana de Zapopan, Jalisco; la otra (mapas y croquis de Casas Grandes) se consiguió en la

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XIII con motivo de su jubileo o consagración (aniversario de oro) por iniciativa del arzobispo de Santa Fe, John Baptist Salpointe, quien le encargó a Bandelier escribiera e ilustrara una historia del gran Suroeste; Bandelier le entregó el trabajo el 18 de octubre de 1887.65 Es enorme el manuscrito ya que se conforma de 1400 páginas de un texto dividido en siete partes con un añadido de 502 ilustraciones a color (acuarelas) de los sitios por él excavados así como de los objetos estudiados; incluye también 96 fotografías, 7 bocetos y 11 mapas a color (cfr. Burrus, 1969: 95, Vol. I y 1987: 13, Vol II).66 Bandelier menciona en esta su obra que para la parte de Chihuahua recorrió Janos y el río Casas Grandes. De Janos hacia el sur se aproximó hacia Casas Grandes y a la región del río Palanganas, pero sobre todo fijó su atención en las ruinas de Casas Grandes de las que excavó una parte, midió, estudió y dibujó en general. Los objetos que encontró también los dibujó y pintó (cfr. Burrus, 1969: 27, Vol. I).

En sus dos reportes escritos en 1884 y publicados en Nation (1890), profundiza en las ruinas de Casas Grandes. En el primer de ellos, Bandelier especifica que este es un lugar con irrigación fuera de la Sierra Madre. Por otra parte, las excavaciones revelaron paredes de varios pies, cuartos completos y cerámica asociada, además deja claro que la piedra no se usó en la construcción de los grupos de casas, las cuales encontró en buen estado de preservación, con un fino acabado posiblemente de estuco aplicado en sus paredes; dichas construcciones conforman grandes estructuras contiguas. Observó que los techos estaban preservados en algunos lugares de pequeños edificios. Encontró los Biblioteca de la Universidad de Arizona, esto gracias al apoyo de la antropóloga María Eugenia Hernández. 65El título original de esta magna obra es Histoire de la Colonisation et des Missions de Sonora, Chihuahua, Nouveau Mexique et Arizona Jusqu’ Á l’ anne 1700, par Ad. F. Bandelier (de l’ Institut Archaéologique Américain), avec quatre volumes de planches en couleurs, de plans, et de photographies et un Atlas (Tomado de la “Introducción”, Bandelier, 1969: 10 [1887]). 66 Esta obra fue publicada y editada posteriormente por Ernest J. Burrus, S. J., con el título de A History of the Southwest. A study of the Civilization and Conversion of the Indians in Southwestern United States and Northwestern Mexico from the Earliest Times to 1700; de esta edición son cuatro volúmenes que contienen las siete partes de la obra, el primero volumen es del año de 1969, el resto de 1987. Cada uno de ellos incluye bibliografía, introducción, índice y los dibujos respectivos (cfr.Burrus, 1969: 58, Vol. I).

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agujeros de empotramiento de las vigas de madera para el sostén de los techos, así como también un recubrimiento de ahumado en las paredes (Bandelier, 1974a: 25-28 [1890]). Para este autor, Casas Grandes muestra evidencias de que fue un lugar de comercio y trueque ya que en él se encuentran conchas marinas y turquesa, aunque su cerámica es típica del mismo por su particular decoración, aunque encuentra que éste se relaciona con la cerámica Pueblo y Pima. Finalmente, este sitio expresa para Bandelier un gran progreso al contener vestigios de irrigación (Ibíd.: 29-30), idea que es compatible con el enfoque evolucionista. En el segundo reporte, el autor ubica en un contexto más general de carácter etnohistórico y arqueológico a Casas Grandes así como también sus relaciones con la Sierra Madre en términos de la cerámica y de los grupos humanos que existieron, esto según algunas crónicas de los siglos XVII y XVIII que mencionan de igual manera al sitio (Bandelier, 1974b [1890]).

Es importante apuntar que Adolph F. Bandelier relacionó Casas Grandes con Casa Grande del Gila, ya que -dice- la arquitectura de ambos sitios posee similares características: “They seem to have been reared by tribes occupying the same level of culture, having the same ideas of life, social organizations, religión, and art. Of the Casa Grande it is positively know that the ancestors of the Pima Indians built and occupied it. Concerning the Casas Grandes no definite tradition is know” (Bandelier, 1974a: 25). En su obra de la Histoire de la Colonisation...menciona que estos dos sitios muestran evidencias del uso de irrigación para los cultivos, además herramientas para cazar y pescar. Los metates son constantes y se asocian a la molienda del maíz (Bandelier, 1987: 105-106, Vol. II).

Roy Bernard Brown señala que Adolph F. Bandelier tenía cierta influencia de Lewis H. Morgan en términos evolucionistas (Brown, 1996: 31). Por otra parte, Leslie White discute que las ideas de Morgan provocan cambios en el pensamiento de Bandelier (Bernal, 1960: 92). Más tarde el mismo Ignacio Bernal comenta que:

Morgan produjo un discípulo que se ocupó de arqueología, aunque sólo fuera para comprobar las teorías de su maestro: Adolf (sic) Bandelier, que viaja a México por primera vez en 1881. Bandelier, al principio, tenía ideas bastante distintas de las de Morgan, pero la influencia de ésta lo llevó poco a poco a variar de opinión y finalmente a capitular, hasta alinearse a su maestro. Con todo, eran

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mucho más firmes sus bases arqueológicas, por erróneas que fueran sus ideas (Bernal, 1979: 134).

Esto coincide con los editores de los dos reportes de Bandelier sobre Casas Grandes ya que afirman que la reconstrucción de la sociedad de este lugar está fuertemente influenciada por las ideas Morgan en el sentido de que los indios americanos llegaron a tener una verdadera sociedad estructurada en clases (Hedrick, Kelley y Riley, 1974: 24). Así, la influencia de Morgan trajo consigo percepciones evolucionistas y positivistas en el pensamiento de Bandelier, esto hasta llegar al extremo de sumarse a las visiones hispanófilas de los conservadores. Veamos: Bandelier, al igual que García Icazbalceta, era un hispanófilo que deja sentir a través de sus escritos que lo mejor que le pudo haber sucedido a los indios mexicanos es que hayan sido conquistados por los españoles, quienes les dieron los elementos del progreso y la civilización, es así “...un defensor acérrimo de España, los monjes Zumárraga, don Antonio de Mendoza, etc.” (Bernal, op. cit.: 93), postura que refleja su congruencia con el positivismo y por lo tanto con el evolucionismo en el marco de la incidencia española en lo indígena: “...voy a hablar de la iglesia en los dos siglos que siguieron a la conquista, tal como fue, o sea, instruyendo y educando a los indios, promoviendo las artes y la ciencia. No es más que la verdad y estoy orgulloso de proclamarla” (Bandelier, carta 41, en Labastida, 2003: 425-426), y aún así expresa que: “Los indios sólo me producen un placer relativo. Son falsos, traidores, estúpidos y desconfiados. Es una mala raza, completamente diferente de los pueblos del norte. Los del monte son especialmente peligrosos.” (Bandelier, carta 35, en Labastida, op. cit.: 419).

En un sentido general, Ignacio Bernal dice que los liberales eran indigenistas y los conservadores hispanistas, por eso se comprende que Alfredo Chavero, al ser un liberal [romántico y nacionalista], se hallaba en franca oposición a las ideas de Morgan y de Bandelier, así que no hubo, al parecer, buenas relaciones entre éste último y Chavero (Bernal, 1979: 134 y 135). Pero esto va más allá de esas tendencias en oposición porque prepara el sentido antirromántico en Bandelier el cual precisamente proviene de Lewis H. Morgan. Ignacio Bernal nos pone al tanto de los antecedentes de lo que es la oposición al romanticismo al ubicar un movimiento revisionista y antirromántico que emerge,

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principalmente en los Estados Unidos, en la década de los años cuarentas del siglo XIX con Lewis Cass (1840) y Albert Gallatin y (1845) y que a su vez se desprende de la obra de Robertson (1777) quien descalifica a los indígenas al negarles la posibilidad de que hubieran llegado a niveles culturales altos. Concretamente es una escuela racista que se vuelve enemiga de William Prescott (1844-1846 y 1852) y posteriormente de Hubert Howe Bancroft (1883-1886) y que se basa en los estudios de los indios de Norteamérica. La pretensión de esta escuela era la de aplicarse con las mismas características a Mesoamérica. En este proceso la figura que sobresale es Lewis H. Morgan (1876), quien vuelca su crítica hacia la figura romantizada de los aztecas y esto, desde su perspectiva, se debió al invento de los españoles y la exaltada visión de Prescott, lo que finalmente fue un regreso a las ideas de Cornelius de Pauw (1768).67 La influencia y aportaciones de Morgan fueron para el ámbito etnológico, no obstante, produjo un alumno y ese fue Adolph F. Bandelier quien atendió la parte arqueológica (Bernal, 1979: 133-134). Así Bandelier, se declara enemigo del romanticismo de la arqueología norteamericana, lo que una vez más reafirma los lazos con Morgan.68 Pero también, y es necesario reconocerlo, Morgan le proporcionó un marco de referencia conceptual de trabajo: el de la evolución social. Bandelier, al adoptar ese marco, generó ciertas bases para la obra científica de los precursores de la moderna arqueología norteamericana (Fagan, 1984: 260-261). Dos figuras muy importantes en el comienzo de la investigación arqueológica a fines del siglo XIX, son por un lado, el ya mencionado Adolph F. Bandelier, y por el otro, Carl Lumholtz, del que trataremos en

67 Recuérdese que por las ideas de Pauw, Clavijero reacciona con su histórica defensa a favor de los indios y del mundo natural americano-mexicano. 68 Bandelier, en enero de 1886, le escribe a García Icazbalceta lo siguiente: “Hace poco le mandé un cuaderno bastante revolucionario dirigido contra la escuela de novelistas que sigue haciendo verdaderos estragos en la historia de América” (Bandelier, carta 54, en Labastida, op. cit.: 441). En nota a pie de página se señala que debe tratarse de The Romantic School of American Archaeology, New York, 1885. Al respecto de este trabajo Luis Vázquez apunta que la arqueología profesional fue poco a poco desterrando a la amateur desarrollada por anticuarios, así como viajeros y aventureros. Esta situación es abordada por Bandelier cuando delimita claramente para Norteamérica este tipo de arqueología romántica de la científica (Vázquez, 1993: 36).

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detalle más adelante, sin embargo, es importante dejar claramanente establecido que la asociación histórica de estos dos estudiosos es considerada no sólo porque existan -según Bernard Brown- similitudes entre ambos ya que provenían de la burguesía europea de mitad del siglo XIX (Brown, 1996: 30), sino también, porque Bandelier tiene conocimiento de las intenciones de Lumholtz, que son las de investigar la Sierra Madre Occidental. Bernard Brown afirma que Lumholtz por su parte:

...no refiere directamente a las exploraciones de Adolph F. Bandelier, suele suceder que su frase ‘como todos, había oído hablar’, refiere a los artículos que Bandelier escribía en varios periódicos europeos en lenguas alemana y francesa, tanto como a informes de terceros, considerando que los dos circulaban en el mismo ámbito (Brown, op. cit.: 29-30).

Por el contrario Bandelier sí expresa directamente su opinión sobre Lumholtz (sin decir que se trata de él, pero que sin duda a él está haciendo referencia) en el marco de la correspondencia mantenida con Joaquín García Icazbalceta, al que le relata en una misiva fechada el 20 de junio de 1891 de las nuevas intenciones y planes del Instituto Americano de Arqueología:

Se han formado, o se han intentado formar, varias empresas científicas con el fin de explorar algunas regiones de nuestro suroeste, pero hasta ahora sólo una llegó a efectuarse. Bajo la dirección de un noruego [es sin duda Carl Lumholtz] que jamás había puesto un pie en América, que no entendía ni media palabra de español, que jamás había hojeado ni una sola obra tocante a la historia de México y que era incapaz de distinguir un manuscrito del siglo XVI de una piedra de Chalchihuite; bajo la dirección de semejante individuo, insisto, un cuerpo de entusiastas americanos entró en Sonora para investigar las antigüedades de aquel país. Hasta ahora han logrado, en menos de ochos meses, gastar más de 13 mil pesos y piden aún más dinero, sin ofrecer más resultados que unos cuantos artículos publicados en revistas populares. Pero, en fin, así es nuestro público ‘ilustrado’: el que más ruido mete se lleva el premio (Bandelier, carta 65, en Labastida, 2003: 457-458).

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Es claro que Bandelier se incomoda con la presencia del “noruego”, al punto de que ve no con buenos ojos el que tanta gente con tantos recursos se ponga a indagar lo que considera es “su suroeste”. Tal prejuicio adquiere un franco sentido negativo cuando precisamente Lumholtz, contrario a lo que afirma Bernard Brown (1996), sí le otorga directamente el crédito correspondiente a Bandelier cuando en su más famosa obra de Unknow Mexico (1904) afirma lo siguiente:

El lugar más interesante es Casas Grandes, ruinas situadas como á una milla al sur de la ciudad de este nombre, las cuales pronto pudimos visitar. Como han sido ya descritas por John Rusell Bartlett, en 1854, y más recientemente por A. F. Bandelier, no hay para que entrar en detalles (Lumholtz, 1981: 84 y 87 [1904]).69

Esto abre la puerta al análisis de la participación de Carl

Lumholtz en términos de los inicios de la arqueología en Chihuahua. Pero antes es necesario decir que la obra de Adolph F. Bandelier no es tan conocida por parte de la arqueología contemporánea que se practica en esta entidad federativa y mucho menos en lo general por la arqueología, la antropología y etnología mexicanas (a no ser por sus trabajos sobre los antiguos mexicanos del centro con temas como la guerra, tenencia de la tierra y organización social), lo que la ha ubicado en un segundo plano con respecto a la del noruego Carl Lumholtz.70

Es evidente que entre ambos iniciadores existen diferencias no sólo en el tono, hasta cierto punto ingenuo y poco preciso en el que

69 El subrayado es nuestro. 70 Posiblemente esto se deba a que: “Los escritos de Bandelier no fueron conocidos en México inmediatamente, además de que no fueron leídos por un gran número de letrados mexicanos. Por estas razones y por su negación de la gloria mexica defendida por la historia oficial, su incidencia en el pensamiento y los frutos de la antropología mexicana del periodo revisado [1867-1880] no fue significativa. Sería en los años subsiguientes que tendrían algún impacto en las concepciones de autores como Joaquín García Icazbalceta, por ejemplo” (Santoyo, 1987: 577-578). No obstante, Bandelier es uno de los pilares -junto con Carl Lumholtz- del comienzo de la investigación científica arqueológica en el norte de México, especialmente para el estado de Chihuahua y no se diga para la del suroeste de los Estados Unidos.

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Bernard Brown las afirma,71 sino al interior de los marcos en los que cada uno se desarrolló: Bandelier tiene un claro interés académico que está ligado con el positivismo decimonónico y en cierto sentido su obra posee un carácter universal regido bajo el esquema evolucionista de Morgan; Lumholtz, por su parte, muestra en un principio un interés académico de factura naturalista clásica; más adelante se perciben en él, como lo afirma Jesús Jáuregui, fuertes tintes culturalistas que no son más que la influencia que ejerce en su obra Franz Boas y cuya raíz se encuentra en el romanticismo alemán (Jáuregui, 1996: 10-12 y 2000: 87), situación que evidentemente se contrapone con la de Bandelier.72 Esto no deja de lado que los trabajos de Lumholtz adquieran cierta proyección política (Bandelier le llama “ruido”) tanto para allegarse recursos como para demostrar que tan eficiente ha sido su aplicación y así seguir reproduciéndose práctica y académicamente.

Carl Sofus Lumholtz,73 ante la inquietante pregunta sobre la posibilidad de la existencia de algunos descendientes habitando las cavernas en el noroeste de México, se planteó hacer una expedición a este país que revelara tal incógnita. Una vez que consiguió fondos por parte del Museo Americano de Historia Natural, de la Sociedad Geográfica Americana de Nueva York y de un amigo suyo

71 “Desde luego, se notan diferencias entre los dos. Lumholtz llegó al norte de México con el interés [...] de encontrar a los descendientes de los habitantes de las casas en acantilados, mientras Bandelier quiso encontrar datos para facilitar la elaboración de relaciones entre Mesoamérica y Oasis América” (Brown, 1996: 30). 72 Llama la atención que Jesús Jáuregui (op. cit.) haga referencia a la influencia de Franz Boas en Lumholtz, cuando que el primero generó su obra después de las exploraciones y publicación del trabajo del segundo; no obstante, en términos del romanticismo germánico, Lumholtz claramente se encuentra influenciado por el mismo tal y como se demuestra más adelante. 73 Carl Lumholtz nació cerca de Lillehammer, Noruega en el año de 1851, murió en 1922 de tuberculosis en Saranac Lake, Estados Unidos. La clara vocación de Carl Lumholtz por el estudio de la naturaleza lo llevó en 1880 a las selvas húmedas de Queensland, Australia en las que permaneció por cuatro años formando una colección de especimenes de aves y mamíferos. Al vivir entre los aborígenes de esos espacios se le despierta una fascinación por las “razas bárbaras y salvajes” (Salopek, 2000: 63, 66 y 73) como él mismo las llama en su prefacio de El México Desconocido (1981: ix). Luis González afirma que el lugar preciso del nacimiento de Lumholtz es Faaberg, junto a Gudbrandsalen (Noruega) (González, 1988: 207).

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norteamericano del que se reserva dar a conocer su nombre ante la petición que le hace su donador, entra a México en 1890. Se entrevistó con el presidente Porfirio Díaz, quien lo recibió de manera cordial y le otorgó todos los permisos necesarios para la realización de sus investigaciones (cfr. Lumholtz, 1981: ix-xi [1904]). Entre 1890 y 1898 recorrió la Sierra Madre Occidental (Vázquez, 1996: 140) de la que dice es “... una continuación de las Montañas Rocallosas [...] se llama Sierra Madre del Norte, y presenta amplio campo para la exploración científica, que hasta el día casi no se ha llevado á efecto” (Lumholtz, op. cit.: xi).74

Este explorador naturalista y antropólogo realizó un trabajo en la sierra que maravilla a todo estudioso de la misma. Derivado de su interés naturalista formó colecciones de plantas entre las que se encuentran 27 especies nuevas, 55 mamíferos, además de observaciones meteorológicas. De su interés como antropólogo, la idea central era la de encontrar a los habitantes de las cavernas, aunque ésta no se vio concretada en esa primera expedición que tuvo lugar entre 1890 y 1891; sin embargo, para principios de 1892 Lumholtz llevó a cabo su exploración más hacia el sur de la sierra. En estos espacios localizó a los indios tarahumares que designó como los habitantes de las cavernas (los trogloditas americanos de hoy) o gentiles, quienes vivían en cuevas (Lumholtz, op. cit.: xiii-xiv).

En los recorridos efectuados por la intrincada orografía de la sierra, desde Nacori en Sonora hasta Casas Grandes en Chihuahua, Lumholtz encontró muchas habitaciones antiguas, terraplenes de piedra para el cultivo agrícola, puestos de vigilancia (fortificaciones) [atalayas], cuevas con cuartos al interior; ya en las llanuras (de San Diego, en Chihuahua), halló lo que él llamó cerros artificiales [montesumas] con

74 Las exploraciones de Lumholtz provocan en el medio académico, -como lo fue en la octava sesión del Congreso Internacional de Americanistas, en París, Francia 1890-, comentarios en los que se señala la importancia de los estudios en una región tan desconocida como las barrancas de la Sierra Madre. M. Schwatka comunicó a través de una carta que Lumholtz es un joven e intrépido etnógrafo noruego quien hace un “...estudio tan completo que es posible que sus singulares habitantes, sobrevivientes aislados en un estado social particularmente interesante, puedan conocerse para la historia general de la humanidad” (“...étude aussi compléte que posible de ces singuliers habitants, seuls survivants d´un état social particuliérment intéressant á connaitre pour l’histoire genérale de l’ humanité”) (Hammy, 1892: 338- 339).

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restos de casas semejantes a las de las cavernas [de la cultura Casas Grandes, relacionada directamente con Paquimé], los cuales excavó, y en los que encontró aproximadamente 500 piezas de cerámica con vistosa decoración constituida por una fina muestra en blanco y negro y a color de los diseños y de las vasijas mismas [del tipo Ramos Policromo]. Las casas en acantilado o en cuevas de la sierra son descritas, dibujadas y fotografiadas con sus graneros. Hay casas de dos pisos con vigas y dinteles de madera [como es la de la Cueva de la Olla], la Cueva del Garabato y las del río Aros, así como los objetos muebles, tales como sandalias de yuca, instrumentos líticos y enterramientos humanos momificados depositados en ellas; también muestra dibujos del arte rupestre de zonas como las del río Piedras Verdes y Norogachic (Lumholtz, op. cit.: xii-xiii, 60-83, 95-98, 100-107, 201 y 205). De Casas Grandes dice que:

...son un montón de ruinas acumuladas á la margen izquierda del río [...] No eran palacios, sino simples habitaciones, y toda la aldea, que probablemente contendría de 3,000 á 4,000 habitantes, tiene el aspecto característico de los pueblos del suroeste y de las casas que habíamos encontrado en nuestras excavaciones, no difiriendo sino en el extraordinario espesor de las paredes, que alcanza hasta cinco pies, y en la gran altura de los edificios [...] Acercándose á las ruinas por el noroeste, pueden advertirse todavía huellas de canales de riego bien construidos, y hay también varios amontonamientos artificiales de piedra cuya altura varía de tres á quince pies, y de diversas formas [...] Constituye un monumento interesante de los antiguos pobladores del valle de Casas Grandes, una pirámide ó atalaya perfectamente visible sobre una montaña situada al suroeste, como á cinco millas, en línea recta de las ruinas (Lumholtz, 1981: 87-89).

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Carl Lumholtz

Fuente: Carl Lumholtz, El México Desconocido, Clásicos de la Antropología, Vol. I, INI, México, 1981.

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FIGURA 8 Casas Grandes, foto realizada en los últimos años del siglo XIX

Fuente: Lumholtz (1981, p. 85).

Vuelve la relación arqueológico-arquitectónica de Casas Grandes con los pueblos del suroeste, además, es notorio en la descripción que la atención es puesta en el grosor de las paredes y en el manejo hidráulico del sitio por los canales observados. El puesto de vigilancia una vez más es tomado en cuenta por las descripciones en la montaña, al suroeste del sitio (Cerro Moctezuma o Montezuma). No obstante, es importante mencionar que en esta sección descriptiva de Casas Grandes que hace Lumholtz, no existe una referencia explícita a la realización de excavaciones arqueológicas del sitio. Al interior del prefacio y de la sección misma a la descripción cerámica, el autor dice que cuando dejó su campamento de San Diego instruyó a su ayudante Mr. H. White, -sustituido posteriormente por C. V. Hartman-, para que prosiguiera con las excavaciones; así también cuando comenta las características de la alfarería obtenida en las excavaciones de San Diego, río Piedras Verdes y del valle de Casas Grandes (cfr. Lumholtz, op. cit.: xiii, 92-93), no menciona que propiamente Casas Grandes se haya excavado. ¿Se excavó o no este lugar? En uno de los primeros artículos Carl Lumholtz afirma que: “In this first expedition we made excavations of the ruins near Casas Grandes, in Chihuahua” (Lumholtz, 1894: 299), por lo tanto, todo parece

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indicar que definitivamente el lugar no lo excavó, no obstante, conoció su alfarería y demás objetos arqueológicos gracias a que los habitantes de Casas Grandes de ese tiempo se los mostraban o entregaban. Desde la dimensión de la época que vive Lumholtz, sus interpretaciones son adecuadas, así entonces lo que no es válido es una crítica desde una posición contemporánea nuestra, en la que “...no faltan improvisados que insisten en las carencias de la obra del noruego. Él, como todos, fue un producto de su tiempo: nadie puede estudiar todos los aspectos ni atender todas las determinaciones de una cultura y, por lo tanto, cualquier crítica debe suponer la problemática desde la cual una obra fue realizada” Jáuregui, 1996: 13).75 Se busca entonces ubicar en su justa dimensión no sólo los alcances de un trabajo como el de Lumholtz, sino también cómo y en qué condiciones éstos fueron logrados.76

Resulta de mayor trascendencia reparar en el tipo de antropología que Lumholtz practicó. Si tomamos en cuenta que cuando comienza su expedición, conformada en un principio de más de 30 personas, entre los que se encontraban botánicos, fotógrafos, arqueólogos, geógrafos y mineralogistas, entonces la antropología que desarrolló fue de carácter integral en los términos mismos de la concepción de Franz Boas: además de que registraba las lenguas indígenas de ese momento, no descartaba el hacer mediciones somáticas así como recuperar material óseo humano, en conjunto con la información obtenida de las excavaciones que él y su equipo realizaron, información que es ligada y cruzada con la que es su mayor aporte: la etnografía a través del registro de las culturas vivas (Jáuregui, op. cit: 10-11). Al final, por razones financieras, Lumholtz prescinde de su equipo multidisciplinario hasta quedar sólo, lo que no le impidió continuar con su trabajo sobre la base antropológica de carácter integral desarrollada en un inicio. 75Arturo Guevara considera en lo personal “... que Carl Lumholtz no es el saqueador que algunos han pintado” (Guevara, op. cit.: 25) aunque esto lo dice sin aclarar quienes. 76 Muy a propósito de la influencia boasiana, Marvin Harris, al citar las apologías hechas a Franz Boas y su obra, señala que: “Debemos elevarnos por encima de las personalidades y adoptar una perspectiva cultural. Haciéndolo, le rendimos el homenaje de la crítica objetiva, más valioso que el de los panegíricos que obstaculizan nuestra comprensión de Boas a la vez que la de nosotros mismos” (Harris, 1979: 219).

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Conforme a Jesús Jáuregui (op. cit.: 12), la obra de Lumholtz podría etiquetarse bajo la antropología integral de tipo boasiano77, pero más que eso, a Jáuregui le interesa argumentar en contra de la idea de que Lumholtz sea ubicado como evolucionista y/o positivista y esto sobre todo porque en realidad no utilizó ninguna teoría para estudiar a las culturas indígenas:

Quienes reiteradamente insisten en un supuesto enfoque evolucionista, resaltan algunas afirmaciones de uso general en esa época y demuestran una lectura poco atenta a la perspectiva sincrónica de su etnografía. En ninguna de sus obras se percibe la influencia del positivismo de Comte, que una historia de la antropología le ha imputado. Su relación con el régimen porfirista fue de colaboración científica y, en más de una ocasión, Lumholtz no dudó en denunciar la explotación de las haciendas y la discriminación de los mestizos hacia los indígenas (Jáuregui, op. cit.: 12).

Al respecto de esto, Arturo Guevara no logra argumentar de

manera sólida su afirmación de que Lumholtz fue un pensador positivista congruente con el evolucionismo: el sólo hecho de que haya tenido un interés simultáneo, tanto en las ciencias sociales como en las naturales, no lo hace ser un pensador positivista o que cuando haya aisladamente referido a la adaptabilidad, supervivencia o progreso eso tampoco lo convierte en un evolucionista (cfr. Guevara, 1996: 17-27). Por otra parte, tanto las circunstancias de su formación clásica, así como su afición por la naturaleza y su interés posterior por las culturas indígenas, lo condujeron, como lo señala Jáuregui, a ver de manera sincrónica los fenómenos; ejemplo de estos es el esquema de la obra de El México Desconocido la cual no plantea un desarrollo evolucionista, ni de progreso o atraso relativo de los grupos indígenas en ella considerados etnográficamente nada más que en términos de sus condiciones extremas

77 Más que etiquetar la obra de Lumholtz, es constatar la congruencia de su pensamiento en el marco boasiano de la integración de la cultura. Al respecto Mechthild Rutsch afirma -a través de Boas (1966 [1930])- que la cultura se contempla como una totalidad, por lo que se pone el énfasis en las interrelaciones dadas entre los diversos rasgos culturales. Esa totalidad de la naturaleza en síntesis final es necesaria para evitar que el estudio etnológico carezca de valor (Rutsch, 1984: 95).

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de pobreza y sojuzgamiento; incluso los aspectos arqueológicos son tratados sincrónicamente porque no hay cronologías que diferencien claramente de manera relativa lo temprano de lo tardío; así, Lumholtz destaca en esta su obra únicamente lo que encuentra (piénsese en las vasijas y ruinas de Casas Grandes) y esto es sin correlaciones temporales, sólo sincrónicas (por ejemplo entre Casas Grandes y los pueblos del suroeste americano), por lo que entonces observaciones y análisis diacrónicos no existen en ese su trabajo, característica que fragmenta el sesgo evolucionista que se le pretende adjudicar a través, fundamentalmente, de las interpretaciones contemporáneas y no a partir del propio tratamiento que Lumholtz le da a los aspectos culturales. Sin embargo, se sigue insistiendo, como es el caso de Juan Luis Sariego (2005: 234), en la factura evolucionista del pensamiento de Lumholtz y tal vez porque en sus conclusiones hace alusión a las etapas progresivas “morgianas” en una esquemática relación razas-individuos: salvajismo-infancia; barbarie-juventud; civilización-edad viril (cfr. Lumholtz, 1981: 469); pero esto, insistimos, no lo hace ser un evolucionista. Entonces no hay olvidar que el estímulo fundamental de Lumholtz fue estudiar románticamente a los “hombres de las cavernas”, casi como conservarlos en un capelo, lo que se explica de manera sencilla por sí solo y a través del registro fotográfico que hace de ellos, así como también la colección de sus objetos y referencia de sus montañas, casas, animales y árboles, descritos siempre con esa acuciosidad decimonónica.

El estudio de Lumholtz refleja un interés profundo por los hombres y mujeres y por el medio ambiente, su entrega a ellos es la que detiene el tiempo, ese tiempo que el evolucionismo enfatiza, remarca haciendo de él cronologías y periodizaciones de una manera obsesiva, pero en la obra de Lumholtz eso no existe. En pocas palabras, la sensación que deja la lectura de El México Desconocido es la de que el tiempo se congela, se detiene.

Pero para otros, como Augusto Urteaga, la narrativa etnográfica es lo trascendente en la obra monumental de Lumholtz, la cual se halla centrada o concebida en relación a un enfoque totalizante, que imprime al cuerpo narrativo en su conjunto, la fuerza y vitalidad indispensables para la comprensión contemporánea de los grupos étnicos que habitan la Sierra Madre Occidental como son los rarámuri (tarahumar), o’dami (tepehuán), huichol y cora (Urteaga, 1994: 4 y 1997: 200), No obstante, la

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comprensión de estos grupo étnicos es para Urteaga, quien a su vez sigue a Andrés Lionnet (1972 y 1978), una mirada global que “…no elimina la posibilidad de focalizar las particularidades de grupos étnicos hoy ya desaparecidos y las de los más o menos integrados a la dinámica mexicana del mestizaje integracionista, y las diversidades intrínsecas en ellos (como los propios tarahumaras), lo que termina constituyéndose en un estímulo a la imaginación etnográfica condimentada con una suficiente dosis de aventura, exploración y descubrimiento” (Urteaga, 1997: 200-201).

El discurso de Lionnet y que asume el mismo Urteaga, deja entrever que es el particularismo histórico o relativismo cultural78 que se halla a su vez incrustado en la base del romanticismo, y que está determinando la forma de relación con el objeto de estudio a través de la narrativa etnográfica, por lo que entonces debemos decir que si esa antropología de tipo boasiano practicada por Lumholtz posee una profunda raíz en el romanticismo germánico (Jáuregui, 1996: 12), es que debe entonces destacarse la importancia del mismo “...como sustantivo en el desarrollo de la reivindicación de las diferencias culturales” (Rutsch, 1996: 13), así la escuela romántica induce al énfasis de los vestigios antiguos de las sociedades de un “mundo intacto” en los que se busca la sabiduría y los orígenes de un pasado glorioso, por lo que surge la tendencia vocacional de coleccionar los elementos de la cultura (Rutsch, 1984: 20). Eso es precisamente lo que hizo Lumholtz, coleccionar elementos culturales de los “hombres de las cavernas”, del pasado y del presente; su romanticismo negó el “progreso histórico” y desconoció la “legalidad histórica”, por lo tanto a “...los ojos de los románticos y de sus sucesores, el mundo ya no se presentará como un devenir constante. Comprensible en su desarrollo general, sino como un devenir de unicidades replegadas sobre sí mismas, ostentando una validez 78 Una de las principales características de la antropología que comienza con Boas es el apartarse de los modelos generales relacionados con la explicación del desarrollo social, por lo que entonces se excluye la posibilidad del conocimiento histórico afirmándose con ello el relativismo cultural, el cual, en su método, aísla los fenómenos y los concibe estáticamente. En otras palabras, para Boas no existe una línea general de desarrollo ya que la historia es única y particular para cada pueblo, es así que de esas historias es imposible obtener precisamente una línea histórica general y/o común (Tecla, 1980: 12 y 13).

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individual, exclusiva” (Rutsch, op. cit: 19). Por eso Lumholtz muestra congruencia con los postulados románticos de Boas en cuanto que el estudio etnológico válido debe cumplir con:

1. que contemple la unicidad de cada contexto cultural; 2. que el investigador asuma una actitud empática; 3. Ya que sólo por medio de tal empatía se descubre la motivación

psicológica, la que en última instancia actúa como motor de cambio y razón de ser de los fenómenos etnológicos, para descubrir el significado subjetivo de cada rasgo cultural (Rutsch, 1984: 91).

Es evidente la existencia de una tensión en el comienzo de la

arqueología en Chihuahua el que bien refleja las herencias de pensamiento arqueológico de Bandelier y Lumholtz, las cuales, dicho a la manera de Mechthild Rutsch (1996: 13), son de tipo positivo y románticas.79 Así termina un siglo y comienza otro, es el despunte de la arqueología que prepara el desarrollo del pensamiento de esta disciplina a lo largo del siglo XX, la que retoma en lo general de la información histórica precedente, no sólo moldeando su desarrollo sino determinando su actuación formal como ciencia.

Recapitulando. Se puede decir que la segunda parte del presente capítulo se caracterizó por una oscilación entre lo enumerativo-acumulativo, desarrollado sobre una base cronológica que partió de lo más antiguo a lo más reciente en términos de las fuentes analizadas en sus aspectos internos y externos, teniendo ellas, como punto central, las descripciones de elementos que ahora aquí se ubican como arqueológicos (siglos XVI y XVII) o las que en franca aproximación a un pasado ya fueron tratadas propiamente como remanentes arqueológicos

79 Esa tensión se manifiesta en Franz Boas quien se propone combatir a Adolph F. Bandelier y a la American Institute of Archaeology, como así se encuentra en sus cartas del periodo de 1910 a 1911, tiempo en el que Boas participó con la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas con Eduard G. Seler a la cabeza (Luis Vázquez León, comunicación personal, 2006), esto a pesar de que la sociedad académica de principios del siglo XX simpatizaba con el evolucionismo y el darwinismo social, por lo que el discurso boasiano de la igualdad de razas, tanto física como mental, iba en contra las ideas profundamente evolucionistas de sus miembros, Manuel Gamio fue uno de ellos (cfr. Rutsch, 2004: 286-287).

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(siglos XVIII y XIX). En la mayoría de las fuentes históricas Casas Grandes es el tema central, el modelo que es germen (orígenes y comienzos), el que forma parte a su vez de los orígenes y del mismo comienzo de la arqueología en Chihuahua, dicho esto en el sentido interior del pensamiento global disciplinario que continuamente fluye a lo largo de la historia. La información se muestra de diferentes maneras: los textos y sus texturas anteriores describen e interpretan de manera diferenciada la cultura material de los pueblos de una parte de la Nueva Vizcaya, lo que ahora es Chihuahua.

A partir de Adolph F. Bandelier y Carl Lumholtz, en la tercera parte de este mismo capítulo, el pensamiento arqueológico da cuenta del comienzo de la arqueología; son ellos por quienes comienza estratigráficamente a fluir dicho pensamiento entre los distintos tiempos-estratos (diacronía) o dentro de un mismo tiempo-estrato (sincronía). Es una la arqueología de la arqueología que excava y analiza las ideas más importantes que históricamente han conformado la historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, tanto en el ámbito del origen encapsulado del Modelo Casas Grandes-Paquimé como en el de su misma eclosión, desarrollo y reproducción.

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FIGURA 9

Cerámica policroma del Periodo Medio de la Cultura Casas Grandes, Vasijas recuperadas por el equipo de Carl Lumholtz. Fuente: Lumholtz (1981).

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Cerámica polícroma del periodo Medio de Casas Grandes. Foto: Prof. Víctor Rodríguez Silva (1992).

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CAPÍTULO III EL ORIGEN ENCAPSULADO DEL MODELO CASAS

GRANDES-PAQUIMÉ

Cuando las palabras estallan en la conciencia del lector, es porque alguien -en el si lencio peligroso de la escri tura-, se estalló para crearlas.

María Teresa Priego, 2006 Los albores del siglo XX: nuevo siglo que se torna complejo, convulso por sus conflictos bélicos, colmado de adelantos científicos y técnicos. La idea que se implanta es la del progreso social, positivismo encubierto bajo corrientes teóricas de la antropología como el culturalismo y el difusionismo; después son las nuevas maneras de auto-justificarse (tecnificación y especialización), siempre en aras de hacer cada vez más sistemático el conocimiento, neopositivismo fortalecido con y por el lenguaje purista de la ciencia, accionar, que entre más sistemático pretende ser (descripción ordenada de la realidad) más se desliga del contexto social y político en el que se produce aunque, paradójicamente, no deja de estar al servicio de la hegemonía que lo sustenta, en pocas palabras, “la ciencia por la ciencia misma”, idealismo que busca resolver los problemas desde una posición no científica (cfr. Blauberg, 1985: 225). También el continuismo, la acumulación-enumeración de la información histórica y el enfoque exclusivamente internalista son expresiones de esa visión positiva en la historia de las ciencias, incluidas la antropología y la arqueología mexicana-norteamericana.

Todo el peso histórico de nuestra disciplina lo soportan los primeros trabajos. Su negación no puede ser nada más que dialéctica en términos de que la corriente o flujo de pensamiento está transitando constantemente, de principio a fin, o del fin al principio en franca relación histórica. Por tal razón es necesario, por más incipientes que

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veamos estos primeros estudios, hacer el esfuerzo de entenderlos y valorarlos en su justa dimensión histórica al interior del ámbito de la construcción del pensamiento arqueológico, ese que precisamente tiene lugar en el contexto académico y social, incluso político y económico, es decir, entre realidades construidas en contextos como el de la frontera entre México y los Estados Unidos durante la mayor parte del siglo XX, pero ¿cuál es la condición constante de la arqueología en Chihuahua? De acuerdo con esa pregunta, se desprende entonces que el propósito central de este capítulo es mostrar históricamente el desarrollo del pensamiento arqueológico en Chihuahua antes de que viera la luz pública el trabajo de Charles Di Peso (1974 y Di Peso et al 1974) y a partir del cual no sólo se refrenda la importancia de la cultura Casas Grandes y de su principal sitio que es Paquimé, sino que se implanta el Modelo Casas Grandes-Paquimé, definido y explicado bajo los elementos teóricos vertidos en nuestro primer capítulo, así como también aplicado y demostrado en el cuarto de este mismo trabajo. Esto significa primeramente, hacer una revisión general de las condiciones por las que la arqueología norteamericana se desarrolló con ciertas características en esta entidad del norte de México, siendo la primera y casi la única que entra y permanece en él a partir de los primeros años del siglo XX hasta 1974.

Somos nosotros quienes le hemos otorgado aquí, históricamente, esa calidad de modelo, al proponer, primero, que su origen está encapsulado o latente y, segundo, que su eclosión se da después del año de 1974, gracias al calor recibido durante su “incubación” que tuvo por medio del cobijo histórico, ese que viene desde el siglo XVI y llega hasta antes del final del XIX y de este tiempo hasta el año de 1974, en el que se le concede importancia arqueológica en relación con diversos sitios del norte de México y del suroeste de los Estados Unidos. Así, el trascendente trabajo de exploración y publicación de Di Peso, pudo hacer que repentinamente naciera o eclosionara el Modelo Casas Grandes-Paquimé. A partir de ese año, dicho modelo es alimentado, desarrollándose y reproduciéndose por todos aquellos trabajos de investigación arqueológica que directa e indirectamente se han relacionado con la problemática de Casas Grandes, lo que a su vez los desarrolla y reproduce continuamente; modelo de referencia y

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condicionante de y para la investigación arqueológica que se realiza en Chihuahua.

Los estudiosos o investigadores que, entre 1906 y poco antes de 1974 y de este año a la fecha, han llevado a cabo sus trabajos, constatan la trascendencia del área de Casas Grandes y de su sitio Paquimé, esto en función de los resultados de sus análisis internalistas, los cuales desgranan esa problemática que ha desembocado en nuestros días en una explicación generalizada, conocida y manejada como sistema regional (cfr. Minnis y Whalen, 1990: 45-55), sistema que llega hasta el sur de Chihuahua (Hers, 1990: 56-70); y cuya relevante presencia se constituye de dinámicas que se generaron entre el Noroeste mexicano, el Suroeste americano y la periferia mesoamericana (Kelley y Villalpando, 1996: 69-77; Kelley, en prensa -a-, y Kelley y MacWilliams en prensa -b).

Por otra parte, esto explica la escasez de estudios que no tienen relación directa (en algunos casos nada más que indirecta) con la cultura Casas Grandes o con el sitio de Paquimé, es así que tal condición la denominamos de manera genérica “la otra arqueología”, la cual, históricamente, ha sido de poca importancia a la investigación. Es el caso de los estudios arqueológicos de los grupos del desierto: semisedentarios y nómadas cazadores-recolectores y que han abordado autores tales como Sayles (1935); Krone (1978: 25-53); Kelley (1992: 131-136); Mallouf (1987 y 1992: 137-162); Phelps (1998); González (1992: 163-185); Hard y Roney, (1998: 1661-1664); y Hard y Roney (1999); o temáticas ajenas o alejadas a la de Casas Grandes, como son el estudio de la lítica: Chacón (s.f.) o el arte rupestre con Green (1966); Davis (1979: 43-55); Opperman (1983); Murray (1983: 75-90); Guevara (1989a y 1989b); Gamboa (1992: 34-41); Aveleyra (2002); y Mendiola (1996a, 2002 y 2006); Lewenstein (1995), Espinosa (1997) y Chacón (2007) para la arqueología de la Sierra Tarahumara; incluso, de la arqueología apache con Brown (1998: 45-54); Guevara (1989 a) y Mendiola (2000b: 29-36); o el de la arqueología histórica o colonial en Chihuahua con Roney (1993: 85-99); Hernández y Mendiola (1999); Hernández (2000: 29-48); Hernández, Camacho y Cobos (s.f.); y Brown (2000: 49-62).

Sin dejar de recordar que la mirada es histórica bajo un “presentismo controlado”, esto permite plantear aquí el origen encapsulado (no eclosionado) del Modelo Casas Grandes-Paquimé; es decir que, en el marco de la historia de la arqueología en Chihuahua, el

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desarrollo de esta, a principios del siglo XX, hasta poco antes del año de 1974, generó que nuestro modelo presentara una condición de latencia, la cual buscamos demostrar en el desarrollo del presente capítulo. La casi eterna presencia norteamericana en la investigación arqueológica de Chihuahua (1906 -1974) Los trabajos de Bandelier y Lumholtz de fines del siglo XIX impactaron a la arqueología de los Estados Unidos de Norteamérica, sobre todo aquella que se venía practicando en el suroeste de este país. De sus trabajos se desprendieron todas las demás investigaciones que consideraron en un principio necesario conocer y “conquistar” arqueológicamente más allá del territorio que relativamente hacía poco tiempo se había “adquirido” después de la guerra con México en 1848. Además de esto, es necesario tener presente que su suroeste es más que una designación geográfica, por eso en ese momento era y aún sigue siendo el Southwest. Ese “su” Southwest es el neologismo que remonta los nuevos límites fronterizos hasta llegar a territorio mexicano, justo en los extremos marcados por la línea del Trópico de Cáncer, incluso traslapándose en algunos de sus bordes con la frontera norte de Mesoamérica.

Al respecto de esta peculiar demarcación, subyace el cuestionamiento (por no decir que siempre queda la duda) de qué tanto los elementos, que estimularon ubicar el Southwest en el norte del territorio mexicano, fueron académicos (históricos, antropológicos, arqueológicos) o en qué grado éstos se ven mezclados con factores políticos, económicos, culturales e ideológicos, propios de la expansión colonizadora de los norteamericanos en el marco de la idiosincrasia proteccionista de sus intereses. Es decir que, ligado a este cuestionamiento, se reflexiona en él por qué la arqueología norteamericana está interesada en conocer ciertos aspectos culturales en territorio mexicano, especial y particularmente en Casas Grandes-Paquimé, a sabiendas de que, por una parte, los aspectos arqueológico-culturales del pasado no están determinados por situaciones diversas relacionadas con la actual delimitación de la frontera político-administrativa, como sucede con la que existe actualmente entre ambos

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países y, por la otra, es el hecho de que toda acción de los Estados Unidos fuera de su territorio se vincula con el acopio de información que a mediano o largo plazo servirá a sus intereses expansionistas así como para el control en todos los planos de lo económico, lo cultural, lo educativo, lo político y lo ideológico, así como también del conocimiento de los fenómenos sociales del pasado. Esto, que podría tacharse de panfletario, políticamente “chato” y “desenfocado” en el marco del quehacer de una ciencia como la arqueología, también se consideraría, a la luz del positivismo y el neopositivismo, académicamente “inadecuado” en términos del discurso contemporáneo e histórico de esta ciencia; pero, insistimos, esto no es más que el resultado de la dominación y presencia abrumadora del imperialismo académico norteamericano, el cual, como consecuencia, no ha permitido del todo que se escuche la voz de la arqueología desarrollada por mexicanos en contexto de frontera, en ese sentido la de Chihuahua es un ejemplo.1

1 Son escasos los trabajos de arqueólogos norteamericanos que toman en cuenta seriamente las investigaciones realizadas por arqueólogos mexicanos en Chihuahua, y son los casos de autores que se analizan en el IV capítulo de este libro, pero adelantándonos podemos mencionar a Kelley y Villalpando (1996: 69-77), Kelley y MacWilliams (en prensa -b-), Whalen y Minnis, (2001) y MacWilliams (draft copy, august, 26, 2005), aunque, desafortunadamente existen otros (como el de Woosley y Ravesloot, 1993) que no incluyen nada más que un trabajo de una colega mexicana (Beatriz Braniff,1993: 65-82). Por otra parte, no resulta del todo benéfico que algunos de estos profesionales, siendo mexicanos, se conviertan en reproductores de esa tendencia a ignorar a sus propios connacionales que trabajan en Chihuahua, es decir, no citándolos. Son ejemplos de dicha actitud la tesis de Márquez-Alameda (1996) así como uno de los más recientes libros de Beatriz Braniff (2001d). Dicha situación, que puede explicarse en un amplio marco de la subjetividad, también se le ha vinculado a una falta de ética profesional; para el caso de la mayoría de los investigadores norteamericanos, el desconocimiento del idioma español los aleja de un mayor y preciso acercamiento bibliográfico a fuentes arqueológicas mexicanas, aunque esto en ningún momento es justificante para incluir nada más que unos cuantos escritos o publicaciones (en español) relacionados con temáticas de su interés en el noroeste de México (cfr. Phillips, 1989a, y Fish y Fish, 1994: 3-44), así como para Chihuahua (cfr. Phillips, 1990: 80-87). En lo general, César Villalobos es bastante claro en ese sentido: “Los anglosajones se han convertido en espectadores de nuestra propia arqueología, su falta de interés en leer español los ha orillado a dejar de lado el análisis o tener al menos un conocimiento superficial de nuestras propias tradiciones de investigación. De esta forma, vemos desfilar libros y libros de literatura anglosajona sobre

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Para encontrar los elementos que permitieran dar respuestas en su conjunto a estos cuestionamientos y explicar por qué y cómo la arqueología norteamericana incide en Chihuahua, fue necesario considerar las condiciones histórico-sociales y las tendencias generales, así como las características de los niveles de los esquemas de periodificación de esta arqueología a principios del siglo XX hasta 1974, es decir, que se enmarcó en el ámbito interno de su desarrollo y en los condicionamientos externos, de tal manera que en ese sentido se buscó ofrecer una explicación históricamente argumentada más que una crítica ideológica al imperialismo académico de la arqueología norteamericana. Esto significa que las implicaciones (consecuencias) que aquí se consideran como internas y propias de la disciplina, se están cruzando, en términos histórico-analíticos, con las condicionantes externas.

Esas condicionantes se relacionan en lo general con los aspectos políticos, económicos y culturales de los Estados Unidos y, en menor medida, con los de México y Chihuahua, esto es así ante el predominio que la arqueología norteamericana tuvo y tiene en el norte de México, específicamente en el espacio chihuahuense, y que es uno de los puntos centrales de nuestra historia. Las implicaciones, que son de orden académico, se palpan en lo que los estudiosos exponen en sus trabajos publicados, es decir, que sus visiones, ideas, interpretaciones, concepciones, procesos y alcances teóricos en el marco general de la investigación, conforman el pensamiento arqueológico en razón de las interrelaciones que se establecen entre las condicionantes externas mencionadas y las corrientes y tendencias antropológicas presentes en ese tiempo, y ese es el caso del difusionismo. Los primeros años del siglo XX (1906-1916) Para los inicios del siglo XX, Eric Hobsbawm afirma que Estados Unidos de Norteamérica era ya la mayor economía del mundo. Así, en 1913, poseía la tercera parte de la producción industrial. Al terminar la primera guerra mundial (que dio inicio en 1914), la economía

la historia de la investigación arqueológica en donde no aparecen citados trabajos en español” (Villalobos, 2004: 180).

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norteamericana en el contexto internacional era predominante, también así lo fue después de la Segunda Guerra Mundial. Su hegemonía sólo se vio interrumpida temporalmente por la Gran Depresión de la década de 1930 (Hobsbawm, 2003: 104-105). El poderío económico de los Estados Unidos y el desarrollo cultural de corte imperialista están fuertemente vinculados, esto es que, y siguiendo de igual manera a este autor (op. cit.: 24) la cultura de masas se extiende por el mundo conquistándolo a lo largo del siglo XX, conquista aparejada a la pujante fuerza impulsora de producción de los Estados Unidos.

Esta fuerza económico-cultural, que tiene por poderío al mundo mismo, recuerda históricamente en su esencia al Modelo Ario de civilización expuesto por Martín Bernal (2003) en relación con la civilización occidental, así también trae a la discusión la particular actitud de occidente con respecto a lo que éste coloniza y domina, es decir, el orientalismo que explica y sustenta Edward Said (2002). En principio y para ilustrar tales afirmaciones, Hobsbawn asienta que:

Los Estados Unidos, pese a sus numerosas peculiaridades, son la prolongación, en ultramar, de Europa y se alinean junto al viejo continente para constituir la ‘civilización occidental’. Sean cuales fueren sus perspectivas de futuro, lo que ven los Estados Unidos al dirigir la vista atrás en la década de 1990 es el ‘siglo americano’, una época que ha contemplado su eclosión y su victoria. El conjunto de los países que protagonizaron la industrialización del siglo XIX sigue suponiendo, colectivamente, la mayor concentración de riqueza y de poder económico y científico-tecnológico del mundo, y en el que la población disfruta del más elevado nivel de vida (Hobsbawn, op. cit.: 24).

Ese predominio norteamericano adquiere su sentido particular a partir de que inicia el siglo XX. En sus formas de clasificación geográfico-cultural, este expansionismo-imperialismo queda delimitado claramente. Aún cuando para 1900 no se había propuesto el término del Southwest para identificar un espacio cultural, los estudiosos mostraban interés en conocer lo que había antropológica y arqueológicamente más allá de la frontera con México, así, los primeros casos son los de

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Bandelier y Lumholtz.2 Esto significaba que las condiciones estaban dadas para que un determinado término hiciera referencia a un área que se veía, en cierta medida, cultural y ecológicamente homogénea. No fue hasta que Alfred Vincent Kidder (1972 [1924]), al estudiar una serie de rasgos existentes en un espacio que llama Southwest, es que estuvo en condiciones de definirlo como área cultural o de la cultura del Suroeste (Kidder, 1972: 316).3 Sin embargo, algunas investigaciones arqueológicas -además de las ya mencionadas de Bandelier y Lumholtz- se adelantaron a conocer lo que existía al sur del suroeste de los Estados Unidos, esto posiblemente con la idea general de comparar y correlacionar arqueológicamente la información que las fuentes históricas de siglos y años anteriores mencionaban en términos de similitudes arqueológicas, por ejemplo, de ello son las casas en acantilado de Mesa Verde en Colorado con las de la Sierra Madre Occidental en el noroeste mexicano, entre Sonora y Chihuahua, o las de los sitios arqueológicos de Casa Grande en Arizona con el de Casas Grandes ubicado en el noroeste del territorio chihuahuense. Así que para los norteamericanos era importante continuar con el estudio del noroeste mexicano.

En el caso de Chihuahua, es A. H. Blackiston quien publicó en 1906 los resultados de sus investigaciones en el “Cerro Montezuma” (1906a: 256-261) y de las casas en acantilado (casas en cuevas) del Valle de las Cuevas cercano al río Piedras Verdes (1906b: 5-11) Para el primer sitio, Blackiston llevó a cabo una cuidadosa descripción de datos

2 Bandelier utiliza el nombre de Suroeste (Southwest) sólo de manera geográfico-referencial (cfr. Bandelier 1890 y 1892). Es importante recordar que este investigador es apoyado para la realización de sus exploraciones arqueológicas en Chihuahua por el American Institute of Archaeology (véase apartado “El comienzo de la arqueología” del capítulo II de este libro). De igual manera Lumholtz, aunque sin ser ciudadano norteamericano, incluso sin radicar en los Estados Unidos, recibió apoyos para sus trabajos de exploración de la Sierra Madre Occidental, del Museo Americano de Historia Natural, de la Sociedad Geográfica Americana de Nueva York y de un amigo suyo norteamericano (cfr. Lumholtz, 1981: ix-xi [1904]). 3 El Southwest, a partir de Kidder, es entendido y manejado como área cultural tanto en los antecedentes históricos de la arqueología regional como en su misma aplicación en términos de sus relaciones con el noroeste mexicano, la Gran Chichimeca y Mesoamérica (cfr. Kelley y Villalpando, 1996: 69-70; Braniff, 1993: 66). Más adelante, en este mismo capítulo, se discuten algunas de las amplias implicaciones externas derivadas de la aplicación de dicho término.

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específicos como fueron las medidas de los vestigios arquitectónicos del lugar y la orientación de las ruinas, con lo que sugirió la posibilidad de que éste haya cumplido funciones defensivas y religiosas. Al igual que Carl Lumholtz, A. H. Blackiston es pionero de la arqueología de la Sierra Madre Occidental. En la aproximación de estudio de las casas en acantilado, el detalle descriptivo es la característica predominante de su trabajo, destacándose en ese sentido el material constructivo y las dimensiones de las casas, así como la cerámica y las pinturas realizadas en las paredes de las construcciones y que relacionó, en algunos casos, con el grupo de los apaches (Blackiston, 1906b). Sus trabajos posteriores contienen reflexiones interesantes sobre el número de pobladores en Casas Grandes (de 2000 a 3000 personas) y sobre el colapso violento de este sitio (Blackiston, 1906c: 142-147). También hace referencia a las casas en acantilado de Sonora en el Río Bavispe (Blackiston, 1909: 20-32).

En resumidas cuentas, los trabajos de Blackiston reflejan un interés por la precisión del dato, lo que de alguna manera encierra, junto con el trabajo de otros estudiosos, la oposición al evolucionismo promovida por el difusionismo, en esa articulación entre la precisión y la meticulosidad de la descripción de Franz Boas, lo que rompe con la continuidad del método evolucionista (cfr. Rivermar, 1987: 96). Es así que H. Blackiston es partícipe de la tradición de estudio que comienza con Bandelier y Lumholtz y que continúa con otros estudiosos de la arqueología de Chihuahua provenientes de los Estados Unidos.

En México, el culturalismo estadounidense que Boas desarrolló, tuvo su influencia en uno de los más importantes antropólogos de principios el siglo XX: Manuel Gamio, quien hacia 1911 articuló el culturalismo con su propio pensamiento, generó una interesante corriente que se mezcló con el análisis de la realidad política y antropológica que existía en ese entonces en México (Rivermar, op. cit.: 96-97). Pero el norte de este país quedaba muy lejos para que la influencia particular de Gamio se dejara sentir, de tal manera que los estudiosos norteamericanos siguieron trabajando bajo su propia visión, cuyo denominador común fue el positivismo sobre la base del culturalismo boasiano, que hace énfasis en el trabajo de campo y cuyos resultados son estudiados desde un ámbito descriptivo. Por ello es que la arqueología se desarrolló por medio de la descripción de los objetos y

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remanentes materiales culturales en general, aunque sin explicaciones teóricas de la cultura, lo que habla de la continuidad de las ideas positivistas o del positivismo científico que destierra las hipótesis generales y que abandona las discusiones sobre la superioridad o inferioridad de la cultura indígena (relativismo cultural) (cfr. Bernal, 1979: 135-136 y 160).

FIGURA 11

Las áreas culturales del Southwest:: 1.-San Juan; 2.-Periferia Norte; 3.-Río Grandes; 4.-Periferia Este; 5.-Pequeño Colorado; 6.-Gila Alto; 7.-Mimbres; 8.-Gila Bajo; 9.-Cuenca de Chihuahua. El planteamiento de Kidder consistió en delimitar nueve áreas culturales para el Southwest. La cuenca de Chihuahua es la expresión de una mínima parte de lo que posteriormente sería el Greater Southwest de Kroeber en territorio mexicano. Fuente: Modificado de Alfred Vincent Kidder, An Introduction to the Study of the Southwestern Archaeology… Yale University Press, 1972 [1924], p. 163.

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Bajo esta tónica de pensamiento, los trabajos de varios estudiosos se llevaron a cabo en Chihuahua. Uno de ellos fue el Edgar L. Hewett (1908a), quien investigó arqueológicamente la distribución y organización social de las antiguas poblaciones del norte de México, estudio que le permitió obtener su tesis doctoral. En el capítulo VIII de este trabajo, Hewett abordó particularmente la Cuenca de Chihuahua, considerada a partir del sur de Nuevo México. Dentro de ella está la Laguna de Guzmán, Janos, Casas Grandes, el Valle de las Cuevas, el valle del Yaqui, de Carretas y el de la Babícora [área central de Chihuahua]. Afirmó que dicha cuenca es semejante al plano meridional del Río Gila. La parte norte de esta cuenca contiene una gran cantidad de pueblos dispersos dentro de todo el plano entre los que destacan la villa mexicana de Janos y el distrito de Casas Grandes en el que se hallan las Grandes Maisons (las Casas Grandes) cercanas al río y a la villa mexicana del mismo nombre. Hewett indica que estas ruinas son construcciones de adobe similares a las de Casa Grande en Arizona. Para el distrito del Valle de las Cuevas, describe las casas en acantilado, entre las que se encuentran la Cueva de la Olla; de ésta le llama la atención el silo o granero (para almacenamiento de maíz), lo que le hace establecer un paralelismo con los que existen en el sur de México, de lo que llama las villas de los aztecas. De este distrito, otro aspecto que destaca es el sistema de irrigación con terrazas delimitadoras del aluvión para la agricultura. Para los distritos del Yaqui y Carretas, describe también las casas en acantilado. Para el de Babícora hace la distinción entre casas en acantilado (cliff-dwellers) y las casas como cuevas (cave dwellers), como es el caso de las que habitan los indígenas tarahumaras, diferencia que apoya con la información que le proporcionan tanto Schwatka como Lumholtz. De la cerámica del norte de Chihuahua, Hewett estableció en lo general el tipo cerámico de Casas Grandes al que le otorgó un rico simbolismo ante sus elaborados diseños. En otro de sus trabajos este estudioso presentó una interesante idea en torno al hecho de que la investigación arqueológica es más que la recuperación y el estudio del material: “As history is not only a recital of events but an inquiry into their genesis, it is imperative to investigate and describe all phenomena upon witch such events are conditioned.” (Hewett, 1908 b: 595), lo que enmarca al fenómeno arqueológico en sus contextos culturales y naturales.

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El trabajo de Edgar L. Hewett (1908 a) es desconocido por la arqueología mexicana. Para Chihuahua, en sus antecedentes de investigación arqueológica, existen algunos cuantos ensayos analíticos que lo mencionan, es el caso, por ejemplo de González (1988: 217), Gamboa (1996: 55), Kelley y Villalpando (1996: 70) y Vilanova (2003:30). Tal desconocimiento de alguna manera es grave y no tanto por el hecho de no citarlo, sino por ignorar que el trabajo de Hewett fue uno de los antecedentes para el de Alfred Vincent Kidder (1916: 253) quien incluyó, como hemos mencionado arriba, el término de la Cuenca de Chihuahua dentro del área cultural del Southwest (cfr. Kidder, 1972: 163 y 316-322 [1924]). Las condiciones sociopolíticas de México cerca del año de 1910 no eran las más adecuadas para la investigación arqueológica debido a que surge el movimiento armado de la Revolución Mexicana; en Chihuahua, nos dice Luis Aboites, a partir de los años de 1908 y 1909, comenzaron a presentarse un mayor número de dificultades, sobre todo en el campo (agricultura y ganadería). Para 1910, la efervescencia fue mucho mayor y Chihuahua era uno de los estados de la República Mexicana donde hubo más rebeldes que se levantaron en armas. Hechos posteriores, como el enfrentamiento de 1916 entre tropas mexicanas y norteamericanas en el Carrizal con su antecedente del ataque a Columbus, Nuevo México por parte de las tropas comandadas por Francisco (Pancho) Villa (Aboites, 1994: 130, 133 y 140-141), provocaron, junto con otros innumerables acontecimientos desprendidos del conflicto, que se presentara, entre 1910 y 1920 un decremento en el número de investigaciones arqueológicas en Chihuahua. Dicha disminución fue del .9% en comparación con la década anterior (1900-1910) que tuvo un 4.0 %; en la que va de 1920 a 1930, la recuperación fue del 4.9%, porcentajes todos obtenidos sobre un total de 224 estudios arqueológicos cuantificados entre 1880 y 1990 por Rafael Cruz (1992: 4B). Tales comportamientos porcentuales son demostrativos, si observamos dicha década de 1910-1920, de que los factores externos (contexto socio-político) estuvieron condicionando el quehacer disciplinario. Queda claro entonces que lo que disminuye son las investigaciones arqueológicas en el territorio chihuahuense y lo poco que se produce en ellas son los análisis de la información y de materiales

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arqueológicos en gabinete. En ese sentido, el caso que aquí se analiza es ejemplo de ello y nos referimos al trabajo de Alfred Vincent Kidder (1916), pero antes debemos señalar que para el año de 1914, al interior de la arqueología del continente americano la “Tendencia Clasificatoria-Descriptiva” (1840-1914) está finalizando. Inicia la “Tendencia Clasificatoria-Histórica” (1914-1940) bajo la cronología de Willey y Sabloff, (1974: 5-6 y 18). Para la norteamericana predomina la “Fase Pionera Científica” (1847-1916) (Strong, 1952, citado por Schuyler, 1971: 386, véase cuadro 2 en el capítulo I de este libro).

Es con el trabajo de Alfred Vincent Kidder (1916: 253-268) que los estudios arqueológicos para Chihuahua se especializan, de hecho, en un contexto más general, que es el de la arqueología norteamericana, Kidder junto con Bandelier, Fewkes, Hrdlicka y Cushing, representan los comienzos de la era moderna de la arqueología o de la arqueología científica (Fagan, 1984: 261 y 354).4 Así, Kidder es uno de los primeros que conoce y analiza la cerámica de Casas Grandes, la cual, en este caso particular la obtuvo de la colección “Phillips” del Peabody Museum of American Archaeology and Ethnology at Cambridge.

Kidder afirma que el distrito de Casas Grandes en el norte de Chihuahua fue el centro que existió más al sur de las antiguas culturas Pueblo. Señala que este sitio ha sido descrito en general por Bartlett [1854], Bandelier [1890], Lumholtz [1904] y Hewett [1908]. Destaca que en el libro de Lumholtz, se observé la calidad de la cerámica de este lugar a través de los dibujos a colores que presenta el explorador noruego. Dada la importancia de este tipo de materiales, Kidder ve la necesidad de

4 Alfred Vincent Kidder nació en Marquette, Michigan el 29 de octubre de 1885. Para muchos la obra más significativa de su trabajo fue An Introduction to the Study of Southwestrn Archaeology...(1924) ya que se considera es la síntesis maestra de la prehistoria del Southwest (Greengo, 1968: 320-324). Kidder, como estudiante, visitó por primera vez, en 1907, el suroeste de Estados Unidos al interior de una expedición arqueológica comandada por Hewett, posteriormente, ya siendo investigador de Harvard, se le identificó como uno de los más importante arqueólogos del Southwest (cfr. Fagan, 1984: 328). Kidder, con una experiencia de 15 años en el suroeste de los Estados Unidos, desarrolló técnicas relacionadas con el manejo de la estratigrafía, lo cual lo preparó para sus investigaciones en el área maya (Bernal, 1979: 170). Murió a la edad de 78 años el 11 de junio de 1963 (Greengo, op. cit.: 324-325.

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ir hacia una clasificación de la cerámica de Casas Grandes y un análisis por su elaborado sistema decorativo.

En ese sentido, Kidder estableció una clasificación con cuatro tipos cerámicos.5 Su clasificación se basó en la descripción sobre los atributos técnicos (acabados o elaboración), formas y decoración, e incluyó en esta última los pigmentos y diseños particulares de las superficies cerámicas. Afirmó, en principio, que el conocimiento sobre las cerámicas del norte de México es aún limitado, por lo que es necesario describir más que comparar.6

No obstante, el conocimiento hasta ese momento obtenido, condujo a Kidder a ubicar más a la cerámica de Casas Grandes en la cultura del Suroeste que en una cultura Mexicana, en tanto que las decoraciones son más afines a la cerámica del primero, esto lo sustentó a partir de las cualidades de la cerámica del Suroeste. No por esto deja de concluir que la cerámica de Casas Grandes es altamente especializada y que forma parte, como subgrupo, de la gran familia cerámica del Suroeste. Así, las relaciones que en principio Kidder encuentra son las que estableció con las lozas del grupo Pueblo, bajo Gila (Casa Grande) y Mimbres (Kidder, 1916: 253-256, 267 y 268). Desde la visión retrospectiva o histórica de la arqueología en Chihuahua, son varios los significados que se desprenden del trabajo de Kidder (1916) aquí someramente analizado: el primero de ellos es el nacimiento de una especialización regional que consiste en el análisis de la cerámica de Casas Grandes, lo cual, en el marco del origen encapsulado del Modelo Casas Grandes-Paquimé, se relaciona con el manejo de planos que trascienden más allá de la mera descripción del sitio y de su área de influencia; segundo, las relaciones que se habían venido proponiendo incipientemente entre Casas Grandes y el suroeste de los Estados Unidos, comienzan ahora a afianzarse por medio del análisis de materiales. El caso del análisis de la cerámica que se encuentra distribuida en ambos espacios, habla de la importancia de que ésta es uno de los elementos idóneos para establecer las afinidades y

5 Los tipos son: 1.-Rough dark ware; 2.-Polished blackware; 3.- Redware; 4.-Painted ware (Kidder, 1916: 253). 6 Se subrayan las palabras “norte de México” ante la todavía inexistente área cultural del Southwest.

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correspondencias culturales; y tercero, la realización de descripciones, clasificaciones y análisis particulares de formas culturales, como es de nuevo la cerámica, son procesos metodológicos que se hacen en el contexto interno de la disciplina, sin que se tomen en cuenta los factores sociales y económicos que dieron origen a este tipo de aproximaciones ni tampoco a los que dieron origen a estos materiales culturales. Esto denota el afianzamiento de la tendencia culturalista boasiana y justifica o legitima la arqueología positivista, incluso, el hecho mismo de no comprender históricamente que el inicio y desarrollo de los análisis específicos y/o especializados, al interior de la arqueología y en el marco analítico e interpretativo de su mismo desarrollo histórico, responde al hecho de ignorar u omitir las condicionantes externas. Lo único que interesa es obtener datos para la construcción de la historia cultural que sustenta al movimiento de esta ciencia en ese tiempo. Estos primeros años del siglo XX (1906 -1916) permiten conocer las riquezas del panorama arqueológico, sobre todo aquél que se desprende del de Casas Grandes y de las casas en acantilado de la Sierra Madre Occidental. Se percibe así un mayor orden en la información y un verdadero sentido arqueológico de la misma, esto con ideas cada vez más claras sobre las relaciones entre los espacios de Chihuahua y el suroeste de los Estados Unidos. Posiblemente, si el conflicto armado de la Revolución Mexicana no se hubiera presentado, el número de investigaciones sería mucho mayor aunque sin cambios en los sentidos cualitativos, en el ámbito del pensamiento positivista del culturalismo boasiano y del difusionismo extremo que la arqueología estadounidense profesó y desarrolló en Chihuahua en los siguientes años. Datos que se acumulan. Propuestas e intereses en áreas culturales. Aspectos internos, externos y contactos, conexiones e intercambios (1916-1960) Para tratar de entender aquí la importancia de la arqueología estadounidense en México a partir de Kidder y de los demás trabajos de investigadores norteamericanos hasta poco después de la aparición de la “nueva arqueología”, revisamos a Paul Schmidt (1988: 403-472) quien llevó a cabo un análisis histórico en términos de los aportes de la investigación arqueológica estadounidense en nuestro país. Dichas

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contribuciones son ubicadas en tres etapas: la “pre-boasiana [segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX], la del “inductivismo” de 1911 a 1960 y la del “pos-inductivismo” de 1960 en adelante (Schmidt, op. cit.: 404). Nos interesa destacar aquí algunos de los elementos de la segunda etapa (1911-1960) los que, por una parte, confirman el sentido positivista de la arqueología norteamericana en el norte de México, específicamente en Chihuahua y, por la otra, preparan el camino de su desarrollo histórico a partir de las propuestas que Kidder y otros estudiosos lanzan en el transcurso de esos años, y que como se verá en el siguiente capítulo, han impactado hasta más allá de 1974. La etapa del “inductivismo” es la que “…marca el comienzo de la arqueología verdaderamente profesional en México, concibiéndose claramente como una especialidad de la antropología. Arranca con la inauguración de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología en 1911 y de los trabajos de Carnegie Institución of Washington en el área maya” (Schmidt, 1988: 405-406). En la primera institución intervienen personalidades del mundo académico, particularmente de la antropología y la arqueología tales como Franz Boas, Eduard Seler, Alfred Tozzer, Jorge Engerrand y Manuel Gamio, éste último es el que queda al frente de dicha escuela. La Carnegie Institución se dedica a excavar y a publicar los resultados que se obtuvieron a lo largo de 44 años de trabajo. Si bien los enfoques e intereses de ambas instituciones fueron muy diferentes, su presencia impactó posteriormente en el desarrollo de la arqueología mexicana y estadounidense. En esta última se discutían ya cuestiones sobre tipologías y su representatividad cultural como lo hizo Rouse (1939), Krieger (1944) y Ford (1954) o los grandes esquemas de evolución cultural con la finalidad de encontrar leyes universales de la cultura, tal es el caso de Steward, (1949 y 1955) y Willey y Phillips (1958), aunque en los proyectos de investigación desarrollados en México estas discusiones no se veían reflejadas, es decir, que en la investigación de campo todo estaba casi igual que como en la segunda década del siglo XX. Con excepción de Piña Chán (1960) y Olivé (1958), en la arqueología mexicana no existía mucho interés por los grandes esquemas evolutivos o por los sistemas de clasificación de materiales (Schmidt, 1988: 406-407). Finalmente, ambas arqueologías coinciden en lo general y esto porque el “lugar común” en el que caen es en el del análisis de materiales

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o como dijera Ignacio Bernal: “el triunfo de los tepalcates” del periodo de 1910-1950 (cfr. Bernal, 1979: 154-188). Tal condición de la arqueología mexicana y en la que se halla la contribución de la norteamericana, se conforma como una extensión del pensamiento positivista, y que es un largo periodo de tiempo en el que no se observan grandes cambios. Por eso es que Schmidt llama al espacio temporal de 1911-1960: “...periodo ‘inductivo’, ya que su enfoque consiste esencialmente en acumular información con la idea de, algún día, lanzarse a la teoría, cuando se reuniesen ‘suficientes datos” (Schmidt, op. cit: 407). Esto coincide totalmente con las ideas de Franz Boas, quien sostenía que el trabajo de campo era muy importante y junto con ello el estudio de la información obtenida principalmente desde el ámbito descriptivo, pues no se estaba en el momento de intentar explicar la cultura cuando que el cuerpo de datos no estaba completo, lo que hace referencia a la continuidad de las ideas positivistas que provenían del fin del siglo XIX (Bernal, op. cit.: 160).

La revisión de los aportes de la arqueología estadounidense en este periodo “inductivo” de cada una de las áreas de Mesoamérica y del norte de México, deja en claro el gran interés que manifiesta esta arqueología. El desinterés por la arqueología del norte de México es evidente por parte de los arqueólogos de este país ya que este espacio “...es visto como el patito feo de la arqueología, quizá porque nos consideramos mesoamericanistas y el norte no es Mesoamérica. Pero para los arqueólogos estadounidenses ha sido bien importante, especialmente para aquellos que se encuentran en las universidades de los estados del suroeste (California, Arizona, Nuevo México y Texas).” (Schmidt, op. cit.: 408-409). Sin embargo, poco se conoce del trabajo de los arqueólogos norteamericanos, a no ser por los trabajos de Charles Kelley y Robert Lister, debido esto a que se publican en revistas que se quedaron circulando en Estados Unidos, así como los informes que han sido depositados en el archivo técnico de arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, lo que significa que muchos investigadores no los conozcan. Las publicaciones de los estados norteños del periodo “inductivo” más importantes y cercanos a Chihuahua son: Sonora (Amsden, 1928; Sauer y Brand, 1931; Fay, 1953 y; Hayden, 1956 entre otros), Durango (Mason, 1937; Kelley, 1953 y; Lister y Howard, 1955 entre otros), Coahuila (Taylor, 1948 y 1956) así

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como las de Chihuahua (Kidder, 1917; Sayles, 1936; Lister, 1937, 1946, 1953, 1955, 1958; Kelley, 1949, 1951, 1953) (cfr. Schdmit, 1988: 409).7 Este orden cronológico de las publicaciones de Chihuahua es el que seguimos para entresacar los más importantes elementos que conforman parte del pensamiento arqueológico de este estado. Entre ellas se intercalan algunos otros trabajos que también son importantes de considerar como son los de Noguera (1930 [1926]), Alessio (1929), Carey (1962 [1931]), Brand (1935, 1943 y 1944) y Zingg (1940).

El primero de ellos es el de Alfred Vincent Kidder (1972 [1924]).8 En este trabajo Kidder, además del registro que realiza de los elementos arquitectónicos y arqueológicos como los entierros humanos y objetos asociados (cerámica y cestería principalmente), asienta lo más importante del área cultural del Southwest, lo que influye posteriormente de manera determinante al desarrollo de la arqueología regional y por lo tanto, a la de Chihuahua en el marco de la construcción de su pensamiento. Este estudioso afirma categóricamente que el Southwest, desde el punto de vista arqueológico, comprende el suroeste de los Estados Unidos y el norte de México, espacio que fue ocupado por la cultura de los Indios Pueblo (Kidder, 1972: 140). Es interesante que el planteamiento del Southwest arqueológico muestre bases etnográficas de los Indios Pueblos modernos (cfr. Kidder, op. cit.140-157), lo que de alguna manera puede explicarse en términos de la herencia de Adolph F. Bandelier, quien influye de manera muy importante en Kidder ante su método “arqueo-etnográfico” o “arqueo-etnohistórico” y que el mismo Bandelier aplica a sus investigaciones (cfr. Fagan, 1984: 260). La característica más sobresaliente de los Indios Pueblo, como fueron los tewa, picuris, tano, piro y de los ancestros de los hopi, zuni, paiutes y comanches, fue el peculiar tipo de villa en cuerpos aglomerados de

7 El trabajo de Kidder que Paul Schdmit cita como del año de 1917, es en realidad el que corresponde a la publicación de 1916 revisada líneas arriba. De Lister se consultaron todos los trabajos a excepción del de 1937; de Kelley todos sus trabajos a excepción del de 1949. 8 Kidder muestra los resultados de las excavaciones del sitio Pecos, Nuevo México y en el que, continuando con su interés por la cerámica, buscó ahora ubicarla en su contexto estratigráfico. Esto fue con la idea de conocer el desarrollo de las artes de los Indios Pueblo y establecer la cronología de éste y otros sitios del suroeste (Fagan, 1984: 333).

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construcciones con cuartos rectangulares a manera de colmena, ejemplo de esto es el sitio de Taos en Nuevo México (Kidder, op. cit.: 144-146).

Las áreas culturales del Southwest son las que se presentan en la figura 11 tomada de Kidder (op. cit.: 163). Muchos son sus rasgos arquitectónicos y arqueológicos entre los que destacan los sitios de Mesa Verde (Cliff Palace) en Colorado y las cerámicas como el Kayenta policromo y especimenes de cestería (Basket Maker) para el área de San Juan, así también cerámicas como la de blanco sobre negro del área del área del alto Gila o el sitio de Casa Grande en Arizona, con cerámicas del área del bajo Gila (Ibíd.: 191, 224, 237-239, 250, 286-287 y 298-307).

El área número 9 que corresponde a la Cuenca de Chihuahua, está comprendida dentro del Southwest y se encuentra en la parte norte de este estado mexicano. Su delimitación corresponde con algunos de los puntos referenciales que marca Hewett (1908: 73) en términos de la Laguna de Guzmán, Sierra Madre y desierto, esto es entre el sur, oeste, este y noreste de dicha cuenca. Los remanentes arqueológicos localizados en la parte occidental de esta cuenca, consisten en montículos con ruinas a manera de pilas de adobe entre las que destaca, por sus construcciones masivas de este material, el sitio de Casas Grandes, muy similar en su sistema constructivo al de Casa Grande en el Gila. Sobre las características de la cerámica del primer sitio, estas son básicamente las mismas que integra en su trabajo anterior (cfr. Kidder, 1916: 253-268), es decir, sobre esas vajillas policromas con decoraciones negras y rojas con formas de jarras [tecomates] y con efigies de animales como pájaros y caras humanas. En la parte de la sierra o cordillera de la Cuenca de Chihuahua, Kidder no tiene para ese momento una información precisa, es decir, es esa parte que se extiende hacia el norte de la frontera americana hasta una pequeña porción, es decir, dentro de Nuevo México. En su parte oeste, al interior de Sonora, toma en cuenta la información proporcionada por Bandelier (1892: 517) y que proviene de Huachinera. Para la parte oriental no cuenta con datos pero sí de la parte sur y que provienen de la información de Hewett (1908: 76), esto es de las llanuras de la Babícora. Finalmente, Kidder resalta la importancia de las relaciones culturales entre el bajo Gila y la Cuenca de Chihuahua, esto en términos de la arquitectura y la cerámica; pero no sólo eso, ya que plantea la cuestión de las relaciones entre las casas en acantilado de la Sierra Madre, en el oeste y suroeste de Casas Grandes. En su momento,

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Kidder no tiene idea si los montículos de esta parte fueron más tempranos o más tardíos que las casas en acantilado, aunque apoyado en Blackiston (1906a, 1906b y 1909, entre otras de sus publicaciones) afirma que su cerámica es diferente a la de Casas Grandes (Kidder, 1972: 316-322).

De aquí en adelante se acaba con la posibilidad de dar marcha atrás a la inclusión de la Cuenca de Chihuahua en el Southwest. Chihuahua y posteriormente todo el noroeste y norte mexicanos, quedaron enmarcados en el área cultural del Southwest, lo que claramente fue a partir de lo que Kidder propuso sobre esta área cultural. Esto significó que todas las demás investigaciones arqueológicas y etnográficas del suroeste de los Estados Unidos, del norte y noroeste mexicanos y en particular las que se desarrollaron en Chihuahua, especialmente en el área de influencia de Casas Grandes, tuvieran como espacio de referencia central al área cultural del Southwest.

No obstante, el Southwest como término o concepto académico, además de su carácter etnocéntrico, no puede dejar de ser ubicado como una expresión de las condicionantes externas de lo político, es decir, que en ese sentido consideramos que el Southwest reafirma el origen y la aplicación de la “Doctrina Monroe”, cuyo contexto histórico es el modelo de gobierno republicano y liberal de los Estados Unidos que se exporta a varios países del continente americano, y que se manifestó en el ejercicio de lo que el Secretario de Estado James Monroe llamó “América para los americanos”, lo que, desde la visión europea, significó extenderse más allá de las fronteras estadounidenses (Sánchez y Reissner, 1987: 432).9 Esto se explica también, posiblemente, por la inestabilidad de las naciones ubicadas al sur de los Estados Unidos, así, en realidad, el expansionismo norteamericano inicia la aplicación de dicha doctrina bajo una versión distinta de la misma [o más acorde a sus intereses] de ese su enunciado mayor y que es la de “América para nosotros” (ellos) (Lorenzo, 1986: 8) o sea, para los estadounidenses.

Las discusiones sobre el Southwest en el sentido que arriba hemos plasmado, han sido abordadas por autores como Beatriz Braniff. En el

9 Entre 1817 y 1825 James Monroe reconoció las nuevas repúblicas hispanoamericanas proclamando con ello que América quedaba cerrada a la colonización europea, posición que conforma la “Doctrina Monroe” (Salvat, 1986, Tomo VIII: 970).

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marco del traslape conceptual para el espacio existente entre el suroeste de los Estados Unidos y el norte de México y de la dominancia del primero sobre el segundo en los estudios arqueológicos, esta investigadora señala -ingenuamente y de manera presentista- que ambos no son otra cosa que nacionalismos que deben evitarse, ya que ni uno ni otro de estos países “existían en tiempos de Paquimé” (Braniff, 1997: 74). No es posible que desde la perspectiva histórica de la arqueología, se asuma esencialmente que lo que debe evitarse son los “nacionalismos”, lo cual no ha sucedido ni sucederá, además de que éstos son los que dan origen, siguiendo a Braniff, a los términos “Suroeste” de los Estados Unidos y “Norte” de México. Esto, que es verdadero, sólo lo es en apariencia ya que se pasa por alto el hecho de que esta enorme región, que es estudiada para conocer su pasado histórico-cultural desde el presente, es una construcción que posee históricamente bases sociopolíticas, económicas y culturales que van más allá de los simples “nacionalismos”; es decir, que se ven superados no sólo por la relación de sojuzgamiento en el sentido de esas bases, sino también por la misma subsunción académica del norte de México al Southwest y/o Greater Southwest (Gran Suroeste). El argumento de que la delimitación fronteriza entre ambas naciones nada tiene que ver con los procesos del pasado en términos arqueológicos y/o prehistóricos, es sólo una pantalla que escamotea y enmascara la esencia histórica de un Southwest sobre un Norte de México el cual se ve envuelto de manera clara en ese doble discurso de la arqueología estadounidense para la mayor parte del siglo XX.

Por otro lado, nos ha interesado conocer por qué y cómo este gran espacio con estos y otros términos y conceptos como los de la Gran Chichimeca, Oasisamérica y Áridoamérica, se relacionan con los aspectos internos del desarrollo histórico de esta nuestra disciplina en Chihuahua, situación que no es posible llevar a cabo a partir de la simple concepción ideologizada de los “nacionalismos”, los cuales, debe reconocerse, están condicionados por el hecho histórico y presente del expansionismo y anexionismo norteamericanos y por las visiones etnocéntricas propias del imperio y de Mesoamérica misma (recuérdese los elementos teóricos del Modelo Ario de civilización y del núcleo duro de Mesoamérica), condición que innegablemente impacta en lo general a la investigación

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arqueológica de esta enorme región y particularmente en la de Chihuahua. Estas ideas tienen eco con César Villalobos, en tanto que menciona que en Sonora se habla de regiones geográficas que son propias de México y Estados Unidos, el primero con su noroeste y el segundo con su Suroeste, lo que en términos culturales proyectan una tierra de Chichimecas o un Greater Southwest (Villalobos, 2004: 135). En este sentido Villalobos agrega:

Es importante recalcar que los conceptos si bien no nacen inocentes tampoco nacen culpables. Conceptos como ‘Chichimecas y/o Southwest’ que se originaron sobre una base de investigación, cuyo planteamiento además de académico también fue político e ideológico. Dichos conceptos surgieron como consecuencia del momento histórico de su producción y se originaron como unidades analíticas que ayudarían a clasificar las grandes diferencias en su momento, sin embargo, y al paso del tiempo, estos conceptos se convirtieron en un instrumento político de manejo ideológico, así, Mesoamérica se convierte en la cuna, el crecimiento y el desarrollo ideal de las grandes culturas ancestrales y por antonomasia Mexicanas mientras que el Norte se convierte en hábitat de los bárbaros, generando de esta forma, una grandeza centralista autentificada por los monumentos, y por si fuera poco, a esta doble dimensión se le aumenta el imperialismo ingenuo del término Southwest Periphery intrínseco al etnocentrismo estadounidense (Villalobos, 2004: 138).

A lo largo de la historia de este proceso de investigación arqueológica, poco se han discutido las implicaciones externas de la presencia dominante del Southwest para los estudios arqueológicos de ambos países; en cambio, desde la etnología, Ralph Beals, en la década de los cuarenta del pasado siglo, fijó su atención en la palabra “Southwest”, la que al abarcar una parte considerable de México, la consideró como un acto injustificado del imperialismo cultural en el sentido de que el “Southwest” se refiere más a la parte del suroeste de los Estados Unidos que al suroeste de Norte América, optando por ello por el uso del término del “greater Southwest” en términos de su aplicabilidad y extensión para una región

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con similares condiciones ambientales y homogeneidades culturales (Beals, 1944: 193-194).10

No obstante, en el prefacio de la importante obra Ciclos de Conquista de Edward H. Spicer (1992 [1962]) y que construye en términos histórico-antropológicos, las implicaciones del impacto español en los indígenas de México y del suroeste de los Estados Unidos, la diversidad cultural de estos espacios no puede ser del todo comprendida bajo el término del Southwest, aunque reconoce que no hay otro que lo permita (Ibíd.: viii). Por eso es que a pesar de las propuestas de Kroeber (1928) y de las mismas de Kirchhoff (1954), queda claro que el término que permanece es el del Southwest como si fuera el de Greater Southwest, incluso no concebido como el Southwest de Norteamérica sino como el de los Estados Unidos, en ese mismo sentido del imperialismo cultural al que hace referencia Ralph Beals (op. cit.) y en el que subyace ese doble discurso al que hemos hecho alusión arriba.

10 En el primer capítulo del presente trabajo, se mencionó que Alfred Kroeber propuso el término Greater Southwest en ese sentido de la presencia de elementos o rasgos culturales más allá del ámbito del Southwest, lo que para él justificaba dicha designación: “It is clear that if this larger Southwest is a true cultural entity, the old Pueblo or even Arizona-New Mexico Southwest is but a fragment, whose functioning is intelligible only in terms of the larger growth [...] in continental classifications, both extend the Southwest culture south nearly to the Tropic, so that half of it lies in Mexico. No one appears to have challenged this classification, perhaps because data from northern Mexico are so scant (Kroeber, 1928: 376, citado por Paul Kirchhoff, 1954: 529 y 531.), así, el mismo Kirchhoff rechazó los términos de “Southwest” y “Greater Southwest” y estableció el de Oasisamérica para los agricultores, y el de Áridoamérica para los cazadores-recolectores (1954: 550).

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FIGURA 12 Mapa de Norteamérica

La frontera sur del Southwest corresponde al límite norte de Mesoamérica, esto significa que el norte de México está comprendido al interior del Southwest (Greater Southwest). ¿Existe una prueba más clara del neocolonialismo civilizatorio y del expansionismo norteamericano? Fuente: David Hurst Thomas et al, The Native Americans…JG Press, New York, 2001, p. 467.

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Los periodos o fases que la historia de la arqueología norteamericana registra entre 1895 y 1960 son los del “Desarrollo Científico” (1916-1935) (Strong, 1952), el de la “Profesionalización” (1895-1930) y a partir de 1930 es el inicio de la “Arqueología Moderna” (Belmont & Williams, 1965) o el “Histórico Descriptivo” (1920-1950) (Willey, 1958). Para Wissler (1942) es el “Periodo Académico” (1900-1945).11 Autores como Gordon R. Willey y Jeremy A. Sabloff (1974), identifican, entre 1940 a 1960, la misma tendencia, que es la Clasificatoria-Histórica, pero ahora tomando en cuenta el contexto y la función (Willey y Sabloff, 1974: 5-6 y 18). Estos periodos y tendencias se reflejan en quehacer arqueológico de Chihuahua y cuyo comportamiento cuantitativo, en términos de trabajos y proyectos de investigación (con un total 224), Rafael Cruz (1992) encuentra que entre 1920 y 1930 se dio un incremento del 4.9%; Para la década existente entre 1930 y 1940 el incremento es considerable, es decir, 9.8 %; entre 1940 y 1950, la tendencia fue a la baja con un 8.9 % [esto seguramente debido al conflicto bélico de la II Guerra Mundial]; y entre 1950 y 1960 el porcentaje se recupera con un 10. 3 %.

Los aspectos externos que más destacan en el panorama mundial es el de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Eric Hobsbawm se pregunta si esta guerra impulsó el crecimiento económico, su respuesta fue que a un solo país le benefició y ese fue el de los Estados Unidos puesto que esta nación alcanzó un extraordinario índice de crecimiento cercano al 10 % anual ante su capacidad de organización para la expansión de su producción, lo que le otorgó el predominio mundial durante todo el siglo XX. (Hobsbawn, 2003: 56). Por lo tanto, ese pequeño decremento porcentual del 8.9 en la investigación arqueológica norteamericana en Chihuahua, entre 1940 y 1950, responde, seguramente, más a razones de seguridad de sus ciudadanos que a cuestiones de carácter económico.

Para entender un poco por qué la arqueología mexicana de esos tiempos no atiende su arqueología norteña, es necesario contextualizarla históricamente en tanto que su desarrollo se da para el centro y sur de México. De 1940 a 1970 nuestro país vive cambios internos de consolidación de su Estado y que como nación del “tercer mundo” o en 11 Ambos citados por Schuyler, 1971: 386 (véase cuadro 2 en el capítulo II de este libro).

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vías de desarrollo, posee una economía predominantemente agrícola, la cual pasa a ser industrial posteriormente (Meyer, 1981a: 1275). Uno de los hechos más sobresalientes de la economía mexicana a fines de la década de 1930, es el de la política cardenista sobre la expropiación petrolera (1938). La decisión de expropiar la industria petrolera a los capitales anglo-americanos fue en el momento más favorable ya que Estados Unidos estaba concentrado en el peligro que representaban los países fascistas; en el plano interno, Lázaro Cárdenas contó con el apoyo amplio de los sectores populares para la nacionalización del petróleo (Meyer, 1981. 1236). Tal acción consolidó el sentido nacionalista, lo que políticamente traducido, proyectó la consolidación del Estado mexicano. La parte humanística se volcó, por parte de la historia y la arqueología, hacia la búsqueda de las raíces en tanto que se consideraba que la mexicanidad provenía del pasado precolombino, por lo que había que desenterrarla y descubrir las culturas prehispánicas, ejemplos de esto son Alfonso Caso con sus estudios arqueológicos y etnohistóricos de las culturas mixteca y azteca, Alfredo Barrera Vázquez con sus descubrimientos de la cultura maya, y Pablo Martínez del Río con Los Orígenes Americanos (González, 1978: 2745).

Cuando termina el sexenio de Cárdenas en 1940, nos dice Ignacio Rodríguez, la investigación mexicana, en ese sentido de las relaciones con lo externo, reduce sus acciones científicas y humanísticas al presentarse la Segunda Guerra Mundial; la arqueología no es desatendida aunque sí es llevada a cabo a una menor escala tanto por el Estado mexicano como por instituciones extranjeras. Para los años de 1946 a 1958, el Estado mexicano usa la investigación arqueológica de Tula y Palenque y de otros proyectos menores para hacer propaganda de que se continúa con la tradición de Gamio y con el modelo social de Cárdenas, pero además esta arqueología sirve para proyectar a México en el contexto internacional así como para firmar acuerdos con la Organización de los Estados Americanos (OEA), así también, es el tiempo del magno proyecto que fue financiado por National Sciencie Foundation para la realización de proyectos en la Cuenca de México y el Valle de Teotihuacán. Ya para los años de 1958 a 1964, la arqueología el Estado fija su atención hacia los restos arqueológicos de las culturas prehispánicas que en su conjunto viene a ser un complemento ideológico y turístico [económico] además de que su investigación se sujeta a los

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designios presidenciales como lo fue el Museo Nacional de Antropología por parte de Adolfo López Mateos. De 1964 a 1970, el nuevo sitio que se busca sea el modelo que permita repetir el éxito político e ideológico obtenido con las zonas arqueológicas arriba mencionadas, es el de Cholula, en el estado de Puebla, también escogido por el presidente en turno Gustavo Díaz Ordáz (poblano por cierto), aunque los resultados no fueron los esperados por el cariz académico que tomó la investigación cuando que lo que requería el Estado era una proyección más política, es por ello que la arqueología mexicana toca fondo puesto que sus resultados académicos se ven opacados por ese sentido político que tomó el proyecto requerido por el gobierno (Rodríguez, 1996: 89-96).

Ante la magnitud y complejidad de la arqueología mexicana de esos años (1940-1970), entiéndase por igual arqueología mesoamericana, el norte de México prácticamente se hallaba en el abandono, a no ser por esporádicas y mínimas visitas de arqueólogos mexicanos como las de Eduardo Noguera (Zacatecas, Sinaloa, Sonora, Chihuahua -véase bibliografía-) y Eduardo Contreras, quien se incorporó y colaboró con los trabajos de campo de Charles Di Peso entre 1958 y 1961. No es el caso de los investigadores norteamericanos, como ya se empezaba a ver desde los inicios del siglo XX, pues se incrementa su presencia a partir de la década de los años veintes derivada de su gran interés por la arqueología del norte de México. Este interés se prolonga de manera sostenida hasta finales de la década de los cincuentas. Como ya se ha hecho referencia en el capítulo I, Ignacio Bernal menciona entre otros a Eduardo Noguera, Henry Carey, E. B. Sayles y Donald Brand como los estudiosos más importantes de ese tiempo en dicho espacio (Bernal, 1979: 176-177).

Un poco antes de 1940, Eduardo Noguera, que como se ha señalado es uno de los primeros arqueólogos mexicanos en estudiar esta región septentrional del país, registra y describe el sitio de Casas Grandes. La publicación que da a conocer este sitio es la del año de 1926, aunque se reimprime en 1930.12 Su descripción comprende los aspectos arquitectónicos observables a simple vista así como también los montículos, algunos de ellos aislados. Los montículos presentan gran

12 Publicación en la que incluye a la Quemada y Chalchihuites (Zacatecas) (véase bibliografía).

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cantidad fragmentos cerámicos, objetos de hueso, concha y piedra (Noguera, 1930: 8-9 [1926]).

En ese tiempo se dio a conocer a la luz pública una pequeña publicación a manera de libro sobre Casas Grandes escrito por Carmen Alessio Robles (1929). Es un trabajo en el que escasamente se mencionan los antecedentes de estudio de este sitio, no obstante, es una visión en la que prevalece la idea de que las ruinas de Casas Grandes “...parecen ser la continuación de las ruinas de Arizona y Nuevo México [...] las construcciones, reliquias, fortaleza y cerámica de estas civilizaciones [...] son muy diferentes a las casas, templos, cerámica y reliquias nahuas” (Alessio, 1929: 6 y 43).13

Entre los años de 1928 y 1929, Henry Carey (1962: 325-372 [1931]) desarrolló su trabajo sobre la cerámica. Los resultados de los análisis cuantitativos y distribución de los tipos cerámicos de la cultura del noroeste de Chihuahua son publicados en 1931. Sus análisis cerámicos son mucho más especializados que los de Kidder (1916) y comprenden exhaustivas descripciones de los materiales, lo que es congruente con la escuela culturalista boasiana: revisar colecciones, describirlas y analizarlas. Si se compara con el trabajo de Kidder (1916), el de Carey llega a un análisis mucho más refinado, lo cual es lo esperado ya que además de que lo hace sobre la base de Kidder y con una muestra cerámica más amplia, sus métodos analítico-cuantitativos van más allá, pues toman en cuenta mayor número de atributos. Los materiales cerámicos que analiza son tanto de la colección de Lumholtz que ubica en American Museum of Natural History como de sitios aledaños a Casas Grandes: Corralitos y que el mismo Carey excava en el verano de 1928, así también están los que provienen del Distrito de la Babícora, Temósachic y de la Colección Chihuahua en el State Museum of New Mexico. Las culturas de la provincia de Chihuahua se vislumbran como un apoyo para la comprensión de algunos puntos obscuros de la arqueología del suroeste de Estados Unidos, esto en el marco de las conexiones culturales entre México y el primero (Carey, 1962: 327-328). Concluye de sus análisis cerámicos e iconográficos y de sus mismas

13 Son muy pocos los autores que citan el trabajo de Carmen Alessio Robles (1929), entre ellos se encuentran a Michael Whalen y Paul Minnis (2001: 5 y 31), Antonio Vilanova Fuentes (2003: 121) y Arthur MacWilliams (draft copy, august 26, 2005: 2-3).

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excavaciones, que las relaciones entre el suroeste de los Estados Unidos y las culturas mexicanas [mesoamericanas] tienen lugar en el marco de un desarrollo local de la región de Casas Grandes, aunque predominan más las relaciones con el suroeste que con lo que sería las culturas mexicanas que ocuparon el espacio que posteriormente fue denominado Mesoamérica (cfr. Carey, op. cit.: 372).

Esto comienza a abrir la discusión sobre los contactos culturales, conexiones e intercambios ente las culturas del norte y del sur. De hecho es la influencia que se deja sentir a través Carl Sauer y Donald Brand (1932), quienes a través de evidencias arqueológicas buscaron demostrar la existencia de un corredor cultural a lo largo de la costa del Pacífico (corredor cultural costero) y en el cual, hipotéticamente, encontrarían elementos tanto de Mesoamérica, específicamente del Altiplano, como del suroeste de los Estados Unidos, esto ante la existencia de elementos mesoamericanos en Arizona (Sauer y Brand, op. cit.: 1, 14-40). Así empieza a darse un cambio en la investigación que busca con más ahínco, a mediados de la década los treintas, la presencia cultural del suroeste de los Estados Unidos en el norte y sur de México (Mesoamérica), lo que delinea no sólo la investigación arqueológica sino también el pensamiento.

En esa corriente de pensamiento, integrada por contactos, conexiones e intercambios, se encuentra el trabajo de Edwin Booth Sayles (1936).14 El propósito de Sayles fue el de registrar vestigios de la cultura Hohokam que se extendió en las regiones contiguas como es la del noroeste mexicano, así como también los restos arqueológicos de los agricultores tempranos del suroeste de los Estados Unidos. El tipo de

14 E.B. “Ted” Sayles nació en Abilene, Texas el 4 de mayo de 1892. Desde muy joven mostró curiosidad por las puntas de proyectil y por la prehistoria del suroeste norteamericano. El comenzó a estudiar en la Universidad de Texas pero no terminó sus estudios en antropología porque fue llamado en 1918 a unirse a las filas del ejército norteamericano con motivo de la I Guerra Mundial. En 1919 regresó a Texas y se propuso dedicarse a la arqueología como amateur, aunque tomó cursos por correspondencia de 1927 a 1929 con la Universidad de Texas. Fue cofundador de la Sociedad Texana de Arqueología y Paleontología. Su trabajo lo desarrolló en las Montañas Chiricahua, en el Río San Pedro y en general en Arizona, Texas y Chihuahua, México. Murió el 26 de mayo de 1977 en Tucson, Arizona a la edad de 85 años (Huckell, Creel, y Jacobs, 1997: 69-85).

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arqueología que Sayles halla en su reconocimiento en el estado de Chihuahua, es la de campamentos a cielo abierto, abrigo rocosos y ruinas de casas en los valles, en las montañas y en sus valles y mesas, acompañado en algunos casos de entierros, hogares, muros de rocas, terrazas para la agricultura o trincheras, morteros fijos, petrograbados y pinturas rupestres en el valle de Santa María y de la Sierra Madre Occidental (Sayles, op. cit.: 27). Este autor, quien expone gran cantidad de fotos de estos lugares y de los objetos arqueológicos, entre los que predominan los materiales de piedra (lítica), hueso, cobre, concha, textil y cestería encontrados sobre todo en las casas acantilado, ilustra lo que en cada lugar encuentra, de tal manera que presenta una panorámica de la arqueología del espacio chihuahuense y en el que Casas Grandes es el más grande de los sitios por él considerados. En ese sentido, Michael Whalen y Paul Minnis (2001) afirman que, siguiendo a Sayles, este fue el sitio central de la región. Por otra parte, aprecian que el trabajo de este arqueólogo representó un esfuerzo para proporcionar el término de “Chihuahua Branch” (Rama Chihuahua) es decir como una extensión de las culturas Pueblo del suroeste de los Estados Unidos (Sayles, 1936: 86-87, citado por Whalen y Minnis, op. cit.: 29). Sayles agrega: “the early horizon defined in the Mogollon Branch, which the present data indicate was largely responsible for the later development in Chihuahua” (1936: 87-88).15

15 El trabajo de Edwin B. Sayles (1936) figura como una de las fuentes más importantes para el apartado de Chihuahua al interior del Atlas Arqueológico de la República Mexicana y que fue coordinado por Ignacio Marquina (1939). Marquina tomó los sitios reportados por Sayles (op. cit.) para describirlos de manera sucinta y ubicarlos cartográficamente (cfr. Marquina, op. cit: 55-67).

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FIGURA 13

Gus McGinnis (izquieda), Charles Renfroe (centro) y E.B. Sayles (derecha). La foto fue tomada el 24 de mayo de 1933 en el rancho de Hearst, en las Varas, centro de Chihuahua. Mc Ginnis era el capataz del rancho. Renfroe era el ayudante de Sayles. Fuente: Sayles, E. B., Foto núm. 25473. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.16

16 Ésta y las siguientes fotos pertenecen al trabajo de campo arqueológico que E. B. Sayles realizó en Chihuahua en el año de 1933. En el año 2005 este material fue proporcionado por el Dr. Arthur MacWilliams. La información de los pies de foto fue facilitada igualmente en el año 2006 por el mismo Dr. MacWilliams, quien tuvo acceso a los archivos fotográficos del Arizona State Museum, Tucson. A él agradecemos de nuevo esta valiosa información.

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FIGURA 14

E. B. Sayles en su campamento de trabajo de campo entre abril y mayo de 1933. Se desconoce el nombre y la localización de este lugar (Chihuahua). Fuente: Sayles, E. B., Foto núm. 2550. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.

FIGURA 15

Casas Grandes o Paquimé, 25 de abril de 1933. Fuente: Sayles, E. B., Foto núm. 72331. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.

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FIGURA 16 Sitio de la Cueva del Río Garabato. A la izquierda un guía mexicano. A su lado aparece Gus McGinnis. La clave del sitio es: GP H:11:6 (CHIH), 27 de mayo de 1933. Fuente: Sayles, E. B., Foto núm. 72386. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.

FIGURA 17

Petrograbado de Angostura noroeste de Chihuahua, 8 abril, 1933, (cfr. Sayles, 1936: 24). Fuente: Sayles, Foto núm. 72357. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.

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FIGURA 18 Al centro Charles Renfroe acompañado de dos rarámuri (tarahumaras), cerca del Valle de Zaragoza en el río Conchos, 8 de marzo de 1933. Fuente: Sayles, Foto: 25492. Cortesía y autorización de Arizona State Museum, University of Arizona, E.B. Sayles photographer.

No obstante de la aportación de Sayles, algunos autores como

Arturo Guevara y David Phillips (1992: 195), ubican sus resultados como modestos, aunque no niegan la utilidad de su trabajo de prospección.

Otro trabajo, realizado en campo entre 1930 y 1931, pero publicado hasta 1943, es el de Donald D. Brand. En su artículo se abordó por primera vez lo que él denominó el Área Cultural Chihuahua. Este trabajo formó parte de las notas que como apéndice Brand integró a su tesis titulada The Historical Geography of Northwestern Chihuahua (1933). En dicho trabajo de 1943, Brand comienza diciendo que en la esquina noroeste de Chihuahua existe un especial interés por el estudio de la geografía histórica y que se sitúa en la línea de los contactos culturales entre el sur de México y el suroeste americano en la parte más norteña de las áreas culturales en las que se encuentra el “corredor cultural”. Su trabajo, que es eminentemente descriptivo, es el resultado del reconocimiento de más 400 sitios arqueológicos consistentes en montículos, cuevas, fortificaciones y áreas de concentración de tepalcates

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(fragmentos de cerámica), metates, manos, hachas, puntas de proyectil, cuentas y demás objetos de terracota y concha (Brand, 1943: 115-116). El eje de análisis para la determinación de la cultura dominante, se realizó con base en las cerámicas diagnósticas provenientes de 28 sitios ubicados en las áreas de drenaje de los ríos y arroyos importantes en valles y en elevaciones montañosas. Así se tiene que Brand identificó varias de estas áreas, entre las que destacan las de Bavispe-San Bernardino, como área cultural de Chihuahua entre el noroeste de Chihuahua y los municipios norteños de Sonora, espacio en el que encontró tiestos representativos, aunque también montezumas y arroyos en los que observó terraceados de paredes de roca conocidos en su conjunto como “cerros de trincheras”, construidos como retenes con fines agrícolas. También otras áreas como las de Palomas-Mimbres de la cultura Mimbre, la de Casas Grandes, en la que halló tepalcates conocidos como Policromos Clásicos Casas Grandes o Cerámica Chihuahua Pintada, en los sitios de Janos, La Cruz, La Ciénega, Corralitos, Ramos, y el mismo sitio de Casas Grandes del que menciona está custodiado por el señor Galaz por ser monumento nacional y del que destaca la vieja acequia y los cuartos de adobe que contienen tepalcates que representa las cerámicas de Chihuahua en general.17

La conexión de esta área con los sitios de la sierra contiguos al valle de Casas Grandes como es el Valle de las Cuevas, Aros, y hacia los valles de San Buenaventura, Río Carmen y Santa Clara, conforman en sí una unidad. Esta, extendida hacia las demás áreas que Brand considera, conforman el área cultural Chihuahua, la que se circunscribe a la porción noroeste no necesariamente abarcadora de los ámbitos exclusivamente estatales (cfr. Brand, op. cit.: 117-157). Michael Whalen y Paul Minnis señalan sobre este trabajo que el registro de su reconocimiento tiene imprecisiones en la localización de los sitios además de que Casas Grandes se muestra como algo muy lejano (2001: 29) cuando que el sitio

17 Los nombres de los tipos cerámicos que cita Brand, como son las que se encuentran al interior de las lozas policromas de Chihuahua, son Dublán Policromo, Corralitos Policromo, Ramos Policromo, Babícora Policromo, Huérigos Policromo y Carretas Policromo entre otros. Los nombres de estos tipos los toma de distintos autores entre los que se encuentran Lumholtz (1981 [1904]), Kidder (1916 y 1924), Carey (1931), Sayles (1936) y el mismo Brand (1935) (Brand, 1943: 156-157).

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de Casas Grandes podría entenderse como el centro rector de lo que Brand llamó “Área Cultural Chihuahua”.

Como se observa a grandes rasgos, el trabajo de Brand, además de ser una aportación clásica de geografía histórica, es una muestra del afán coleccionista del dato, sobre todo del cerámico. Es casi exclusivamente a través de la cerámica que se define el área cultural Chihuahua en la que sin duda subyace [para Brand y sus seguidores] la cultura Casas Grandes y su principal sitio del mismo nombre (ó Paquimé). En el año de 1935, Donald D. Brand, sobre la misma línea de pensamiento, profundizó en la distribución de las cerámicas de lo que él consideró era el noroeste de México, al cual básicamente lo reduce a Sonora y a Chihuahua, esto sin dejar de lado las afiliaciones arqueológico-culturales entre el suroeste de los Estados Unidos y el noroeste Mexicano (Brand, 1935: 287). En su trabajo de 1944, señala interesantes elementos de relación entre el suroeste, Southwest y noroeste de México. Uno de ellos son las hachas acanaladas [hachas de garganta tres cuartos lateral], que incluso aparecen en el centro del estado de Guerrero (México) así como en Zacatecas y en Sinaloa. Estas hachas pertenecieron a los agricultores sedentarios de la cultura Hohokam así como también a la cultura Basketmaker (sedentarios agrícolas) quienes se desarrollan entre el 300 y 700 d. C. Existen otros rasgos como son la crianza del pavo [guajolote] y el cultivo del algodón (Brand, 1944: 199-200).18

En esta tónica de contactos, conexiones e intercambios se encuentra el reporte arqueológico del sur (suroeste) de Chihuahua

18La cultura Hohokam se conforma de las gentes del desierto del sur de Arizona y penetran el área Anasazi y el territorio Mogollón. Su más importante distribución se dio en el drenaje del río Gila-Salado. Lo Hohokam va desde la fase Pionero (100 d. C.) hasta la Clásica (1400 d. C.). Los descendientes de esta cultura son los pimas y pápagos (Lee, 1976: 8 y10). La cultura Anasazi se comprende también como una provincia arqueológica del suroeste de los Estados Unidos y del noroeste de México, a su vez contiene las fases de Basketmaker y la secuencia Pueblo (Brand, 1944: 200). En Basketmaker I se dieron los cazadores-recolectores; en Basketmaker II se ocuparon cuevas con estructuras internas (casas) y uso de maíz. El rango temporal de existencia de lo Anasazi va del 200 a. C- al 1400 d. C. (Lee, op. cit.: 8).

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realizado por Robert M. Zingg (1940).19 Su trabajo es una interesante propuesta que se desprende de la cultura Cestero o Basket-Maker como sustrato de las modernas culturas desarrolladas en el suroeste de los Estados Unidos como son las de los indios Pueblo. De la información del horizonte Basket-Maker, que se encuentra en el sur y este de San Juan (cuenca descrita y establecida arqueológicamente por Kidder, 1972 [1924] y que se localiza entre Utah y Nuevo Mexico), Zingg encuentra que la cultura “proto-Uto-Azteca” es una variante de la arqueología Basket-Maker, la cual, sostiene, se halla en el Río Fuerte, en el sur de Chihuahua, región que es el corazón del “país” Sonora Uto-Azteca Tarahumara, así que su hipótesis incide en que los remanentes de Basket-Maker del Rio Fuerte son el sustrato sobre el que se desarrollaron las culturas de las tribus del noroeste de México, las cuales tuvieron lenguas de base Uto-Azteca (Zingg, 1940: 3-4).20

Sobre la base de lo que desarrolla Kidder (op. cit.), Zingg afirma que pimas y papagos poseen más evidencias del sustrato “proto-Uto-Azteca” que lo que es tarahumara, de tal manera que la hipótesis más probable es que lo pima-papago provenga culturalmente de los antiguos Basket-Maker, los cuales, a su vez, son el sustrato de la cultura arqueológica de Casa Grande. El material arqueológico que Zingg estudia en la Sierra del sur de Chihuahua, específicamente de los tarahumaras, es la expresión del antecedente Basket-Maker, esto en relación con su desarrollo de muchos de sus patrones culturales (Zingg, op. cit.: 4).

Robert Zingg realiza su trabajo de campo en 1931 en sitios de la municipalidad de Norogachic pero lo publica hasta 1940. Las cuevas de lo que Zingg llama Basket-Maker Río Fuerte, se encuentran en los

19 Robert Mowry Zingg nació el 18 de abril de 1900 en Hugo, Colorado. Se doctoró en la Universidad de Chicago en 1933. Zingg era principalmente un etnólogo con un gran interés en el arte primitivo. Posterior a su experiencia de campo con los tarahumaras continuó sus estudios entre los pueblos de habla uto-azteca del norte de México (Hinton, 1978: 28 en introducción al trabajo de Bennet y Zingg, 1978: 28). 20 Para la cuenca de San Juan, Zingg señala dos fases: Basket-Maker I y Basket-Maker II. La fase clásica es la Basket-Maker II, que a diferencia de la Basket-Maker I, posee el cultivo del maíz, uso de pieles y plumas para mantas, técnicas de cestería y cordelería para vestido o faldas, uso de cuevas para enterramiento, posición flexionada para lo enterramientos humanos y uso de barreno para producir fuego por frotación (Zingg, 1940: 4).

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desfiladeros de los ríos alimentadores del primero y estos son los ríos Urique y Chínipas. Estas cuevas presentan tanto evidencias Basket-Maker como prehistóricas de origen tarahumara. Básicamente Zingg fija su atención en las primeras en las que encuentra la fase cultural Basket-Maker como variante de lo que existe en el suroeste de los Estados Unidos. El material arqueológico de esta fase posee los siguientes rasgos:

1.-Presencia de maíz y ausencia de frijol. 2.-Ausencia de cerámica. 3.-Enterramiento en posición flexionada dentro de cistas en las

cuevas.21 4.-Mantas de piel de conejo y plumas de pavo [guajolote o

cócono]. 5.-Ausencia de construcciones para vivienda. 6.-Punzones de cornamenta o asta y lesnas de hueso para

pequeños orificios. 7.-Cuerdas o fibras para falda delantera (delantal). 8.-Cestos enrollados. 9.-Estructuras constructivas circulares o viviendas redondas. Otra fase que Zingg establece en 47 sitios arqueológicos del sur

de Chihuahua un tanto diferente a la del Río Fuerte Basket-Maker es la de Cave-Dweller Phase (Fase de las Casas en Cuevas) en la que si se tiene, además de algunos de los rasgos anteriores, cerámica doméstica sin decoración y otros rasgos entre los que destacan:

1.-Evidencias de incineración.

2.-Estructuras en nicho de cuevas para el almacenaje de maíz. 3.-Metates. 4.-Tubos de caña de aspiración de uso shamánico. 5.-Tubos de caña para pintar. 6-Enterramientos con ofrenda de pinole [maíz molido].

21 Las cistas son el sistema de “…enterramientos que consiste en cuatro losas laterales y una quinta que hace de cubierta” (Encarta, 2004).

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Además de una gran cantidad de especimenes de puntas de proyectil de obsidiana, petates, frijol, maíz, yuca, cuevas con pictografías rupestres con antropomorfos, laberintos, espirales y manos (Zingg, op. cit.: ii, 5, 40 y 69). En el contexto del difusionismo lineal, la presencia cultural del suroeste de los Estados Unidos en la cultura Chihuahua sigue fortaleciendo la idea de la influencia y de la conexión cultural del Southwest principalmente con el norte de México. Los trabajos arqueológicos durante las décadas de los años cuarentas y cincuentas del siglo XX continuaron en ese mismo sentido, buscando y encontrando elementos delatores de contactos, lo que en su conjunto definió intercambios y conexiones culturales. Esto se dio sobre todo en la Sierra, en los espacios en los que se ubican las casas en acantilado, esto es en el área de influencia de la cultura Casas Grandes entre Chihuahua y Sonora.

El más importante trabajo para ese tiempo es el de Robert H. Lister (1946, 1953, 1955 y 1958). Desde un principio Lister señaló que la cultura Chihuahua era parte del patrón Pueblo con afiliaciones en su cerámica temprana de lo Mogollón del sur de Nuevo México con influencias de Mimbres y, más tarde, de Salado del sur de Arizona (Lister, 1946: 433). En dicho trabajo se muestra la descripción de varios sitios de Chihuahua con casas en ocho cuevas o casas en acantilado en el río El Garabato y cinco en el Arroyo de En Medio en la Sierra Madre Occidental. Las construcciones son casas de adobe, pilares y viguería de madera, combinando en ocasiones la piedra con los muros de adobe. El contexto arqueológico de estos sitios se conforma de materiales cerámicos y líticos como son los metates; así también en el valle, como es en el Arroyo Agua Zarca, Lister estudió y registró ruinas con montículos, los que en su superficie mostraban metates, puntas de proyectil y fragmentos cerámicos que fueron identificados tipológicamente como Playas Redware, Playas-incised, Casas Grandes Polychrome, Babícora Polychrome y Mimbres Black on White, encontrando también estos tipos en diferentes cantidades conforme a los tres estratos identificados durante la excavación del sitio con el nombre del arroyo mencionado; este sitio -señala Lister- es visitado Donal D. Brand en 1931, aunque no lo excava. Como resultado de la excavación de este lugar, Lister recuperó artefactos de piedra, concha, hueso, así como enterramientos humanos. En el sitio de La Morita, cercano al de Agua Zarca, se encontraron los mismos

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tiestos en contexto estratigráfico (tres estratos) a excepción Playas Inc., Ramos, Huerigos, V. Ahumada y Undec. Polychrome y los mismos materiales y elementos mencionados, además de fibras de vegetales asociados a los entierros humanos. De este trabajo inicial, Lister concluyó, en términos generales, que los sitios abiertos de montículos arriba referidos fueron abandonados, con la posible excepción de Casas Grandes, esto ante el incremento de la presión de las tribus nomádicas, lo que generó un movimiento poblacional ante la mayor protección que ofrecían los cañones de la Sierra Madre Occidental, lo cual pudo haber sucedido entre 1300 y 1400 d. C. (Lister, 1946: 435-453). En un posterior trabajo, Robert H. Lister (1953) expuso ideas mucho más consolidadas, las cuales, de alguna manera definieron su pensamiento acera de la arqueología de la Sierra Madre, esto sin que se dejen de lado las conexiones Southwest-México:

We had selected the caves of the Sierra Madre Occidental for our preliminary explorations in the hope of contributing to the general problem of Southwestern-Mexican connections. It was our desire to find materials which preceded on age those of the Chihuahua, or Casas Grandes, culture which was thought to be abundantly represented in the cliff dwellings in Cave Valley (Lister, 1953: 167).

En el Valle de las Cuevas (Cave Valley), Lister excavó seis cuevas

de uso habitacional y mortuorio. De un total de 2,460 tepalcates que obtuvo de las mismas, el 96% de estos pertenecieron a la cultura Mogollón, dato que le permite concluir que la gente de cultura Mogollón ocupó las cuevas de esta región entre las fases Pine Law (150 a. C. a 500 d. C.) y Reserve (1000 d. C.?).22 Contrario a lo que consideran varios de los trabajos sobre las casas acantilados, en el sentido de que estas son las evidencias de la fase tardía de la cultura Casas Grandes incluso más que los sitios abiertos o las tempranas ruinas, las casas acantilado fueron

22 Lo Mogollón es una de las culturas agrícolas básicas del suroeste de los Estados Unidos, es contemporánea a la Pueblo con la que se fusiona para el 1000 d. C. (Lister, 1955: 154). Sus inicios se ubican entre el 300 a. C. y el 400 d. C. y se relaciona en sus orígenes con la cultura Cochise. Sus características más importantes son las villas con estilo pit house y kivas y las estructuras rectangulares y cuadrangulares (Lee, 1976: 8, 12-13).

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ocupadas antes que los sitios abiertos dado que, por ejemplo, un sitio abierto en el Valle de las Cuevas contiene en superficie una amplia variedad de lozas típicas de Casas Grandes, situación que no se presenta en las casas acantilado. La conclusión es que la cultura Mogollón influyó fuertemente en la cultura Casas Grandes del noroeste de Chihuahua, aspecto que puede ayudar a resolver los problemas de las conexiones entre el suroeste de los Estados Unidos [Southwest] y México (Lister, 1953: 167-169). Estas conexiones poseen una posible ruta especial a lo largo de la Sierra Madre Occidental, lo que permitió la distribución la cerámica de la cultura Mogollón en las casas acantilado. Esta situación explica la poca presencia de fragmentos policromos de Casas Grandes, por lo tanto es lo Mogollón lo que prevalece, no sólo en la cerámica sino también en los entierros sin ofrenda (como son en Casas Grandes), metates y manos, raspadores laminados, sandalias, canastas en espiral, disparadores para trampas, flechas y puntas de maderas duras. Por todo esto, Lister concluye que la gente Mogollón, ante la profundidad de deposición de estos materiales y en especial de la cerámica, ocupó las cuevas antes de que se desarrollara la cultura Casas Grandes, de ahí también la influencia de esta cultura en Casas Grandes (Lister, 1955: 141-154). En este sentido, el trabajo más acabado de Lister (1958) es el que liga la información de las excavaciones de la Sierra Madre Occidental realizadas entre Chihuahua y Sonora, con un análisis sobre el cultivo del maíz en términos evolutivos y que es desarrollado por Paul C. Mangelsdorf (1958). Este trabajo es el resultado de la investigación de campo entre 1951 y 1955 del examen de 23 pruebas estratigráficas del piso de ocho cuevas. Su conclusión es que la principal cultura que las ocupó fue la Mogollón y no la cultura Casas Grandes. El abandono de lo Mogollón en estas cuevas de las montañas en la Sierra Madre Occidental se dio aproximadamente entre el 1000 y el 1100 d. C., lo que coincide con el comienzo de las villas o caseríos de la cultura Casas Grandes a lo largo de los ríos y valles al este de la Sierra Madre (Lister, 1958: 114-115).

De este relevante trabajo, algunos autores externaron sus comentarios como es el caso de Alfred E. Johnson, quien destaca que la Sierra sigue siendo el principal corredor de los movimientos, sobre todo en momentos tempranos y que vienen del norte, esto dicho a partir de los más profundos niveles de la Cueva Swallow (Johnson, 1959: 338),

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también está el de J. Charles Kelley, quien afirma que el descubrimiento de remanentes de las cuevas entre Chihuahua y Sonora es muy importante ante la presencia de la cultura Mogollón en la Sierra Madre Occidental, elevación que podría ser entendida como el corredor en el que se da la intrusión de Mesoamérica dentro del Southwest, situación que la arqueología tendría que verificar; no obstante, Kelley ya deja sentir que Charles Di Peso va a poder resolver esta cuestión (Kelley, 1959: 444). Tal comentario se desprende de lo que dice Lister en ese mismo texto: “As future archaeological research is conducted in the Casas Grandes culture, it is believed that it will become apparent that certain culture elements from central Mexico also influenced the Casas Grandes people” (Lister, 1958: 115). Ignacio Bernal al respecto afirma que eso es exactamente lo que ha ocurrido en las excavaciones de la Amerind Foundation [dirigidas por Charles Di Peso] ante el “tremendo poder de difusión” del imperio Tolteca, lo que Paul Kirchhoff de manera similar concluye al respecto de la frontera norte de Mesoamérica (Bernal, 1959: 326).23

La idea de los contactos culturales, conexiones e intercambios culturales en el sur-suroeste de Chihuahua, en los valles y en el corazón mismo de la Sierra Tarahumara, responde, como veremos más adelante en el apartado de discusión, al difusionismo extremo. Para éste, las áreas culturales (suroeste -Southwest- norte de México) son los espacios por medio de los cuales el difusionismo se explaya y adquiere sentido teórico-conceptual. En el noroeste del estado, Casas Grandes-Paquimé, es el receptáculo del Southwest y de lo mesoamericano, lo que en términos de esa difusión, jugó y sigue jugando un papel muy importante para la construcción de la historia de la arqueología en Chihuahua y de su pensamiento mismo además de que ha determinado los rumbos de su investigación. Como puede observarse, el imán mesoamericano articulado en Casas Grandes-Paquimé empieza a accionar, o mejor dicho, el Modelo Casas Grandes pretende comenzar a eclosionar. El nacimiento de este modelo no puede ser comprendido sin los elementos que no están formando directamente parte de él. Es así entonces necesario saber cómo los estudios arqueológicos de J. Charles Kelley (1951, 1951a y 1953), desarrollados en la década de los años cincuentas, se convirtieron 23 El subrayado es nuestro.

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un tanto en la contraparte de las investigaciones de la cultura Casas Grandes, esto al haber realizado sus trabajos en el desierto de Chihuahua, ubicado al este de dicha área o al sur de este mismo estado y en la parte norte de Durango, espacio en el que precisamente se desarrolló la cultura Loma San Gabriel y que se manifiesta a través de materiales y elementos arqueológicos que pertenecieron a sociedades nómadas y seminómadas dependientes de la caza-recolección y pesca así como de la agricultura de temporal y de humedad presente en las riberas de los ríos, lo que evidentemente supone la no-existencia de grandes conjuntos arquitectónicos habitacionales como los que se tienen para el área de la cultura Casas Grandes.24

El trabajo arqueológico en las riberas del Río Conchos comienza a consolidarse en el año de 1949 cuando Charles Kelley llevó a cabo uno de los reconocimientos arqueológicos más importantes que se han desarrollado hasta la fecha en el drenaje de este río. Registra cerca de 60 sitios entre los que se pueden mencionar los de Ojinaga, San Juan, Cuchillo Parado, Pueblito y Potrero, Hormigas, Aldama, Camargo y Jiménez. En su investigación define tres fases: la Junta, Concepción y Conchos, las cuales, en conjunto hacen referencia a una ocupación indígena que va del 1200 d. C. hasta el siglo XVII, siglo en el que, por ejemplo, el grupo de los jumano y los patarabueye son estudiados al analizarse sus datos arqueológicos e históricos (Kelley, 1951 y 1986). Hacia el sur del estado de Chihuahua, Charles Kelley reportó una cultura a la que llamó “Cultura Loma San Gabriel y que encuentra también en los estados de Durango y Zacatecas (Kelley, 1956). Su cerámica es más parecida a la del suroeste de los Estados Unidos que a la de Mesoamérica. Esta cerámica proviene del Cerro San Gabriel que es un sitio localizado en el río Florida en Durango (Kelley, 1953, citado por MacWilliams, draft copy, 2005: 160). El Río Florida y el área del bajo Río Conchos, alrededor de la frontera de Durango y Chihuahua se encuentran los sitios de Loma San Gabriel, los cuales poseen cerámica lisa y roja pulida y de manera poco frecuente con decoración roja (Kelley,

24 Charles Kelley nació en el año de 1914 en Cooke County, Texas. En 1937, Kelley se graduó en la licenciatura en artes con especialización en antropología. A fines de la década de los cuarentas comenzó a dedicar su vida de exploración al norte de México en relación con la antigua Mesoamérica (Weigand, 1995: 11-13).

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1956, citado por MacWilliams, draft copy, 2005: 162). En resumidas cuentas, Loma San Gabriel es una simple manifestación cerámica que se extiende por la frontera americana, por lo que es entendida como una variante del Southwest que se da después del año 900 d. C. (Kelley, 1956a, citado por MacWilliams, draft copy, 2005: 163). El trabajo de J. Charles Kelley es el primero en ser realizado fuera de la periferia de Casas Grandes o Paquimé; esto posee una connotación especial ya que empieza a observarse otro tipo de arqueología aunque indirectamente ésta se halle relacionada con el fenómeno de la cultura Casas Grandes en términos de interacción-intercambio, así, Charles Kelley, en uno de sus últimos trabajos, no deja de pensar en las influencias mesoamericanas ante el cúmulo de información: “El total de esta nueva información acumulada sirve para demostrar la importancia de Chihuahua en nuestra comprensión de la historia arqueológica del noroeste de México y del suroeste de los Estados Unidos, al que conceptualizo como parte de la Gran Mesoamérica” (Kelley, 1992: 136). ¿A qué responde esta afirmación?. Con exactitud parece que no se sabrá, aunque mucho tiene que ver con la importante influencia del trabajo de Charles Di Peso et al (1974) en Casas Grandes para toda la arqueología del suroeste estadounidense y mexicana al momento de comenzar a atender su propio norte. Soportes para la discusión sobre contactos, intercambios y conexiones culturales: Southwest-Mesoamérica Es claro que a partir del trabajo de Alfred Vincent Kidder (1924), el planteamiento de contactos, intercambios y conexiones culturales entre las áreas mencionadas posee particulares connotaciones, propias de un momento histórico de la investigación antropológica y arqueológica entre México y Estados Unidos. Sonora y Chihuahua son las principales entidades federativas mexicanas en cuanto a este tipo de planteamientos que tienen que ver con las conexiones culturales, lo que las convierte en receptáculo de influencias y tendencias de la arqueología y la antropología en general, sobre todo de la norteamericana. En este sentido, Chihuahua es el mayor polo de atracción para la investigación arqueológica del suroeste norteamericano y posteriormente para la poca

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arqueología mexicana que se ha dedicado a su norte, y esto es debido a la existencia del sitio de Casas Grandes: “Casas Grandes is also recognized as the center of one of the major regional systems of the U.S. Southwest and northern Mexico” (Lekson, 1999: 21; McGuire, 1993: 100; Nelson, et al.: 1994: 64; Schaafsma and Riley, 1999: 5; Wilcox, 1999: 116, citados por Whalen y Minnis, 2001: 4). Situación que es más clara después de la publicación del trabajo de Charles Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974).

Como arriba ya se ha mencionado, es a partir de los años veintes del siglo pasado que el interés por la investigación arqueológica en Chihuahua se incrementa y va en ascenso hasta llegar a los finales de la década de 1950 con el trabajo de Charles Kelley. Como puede observarse, la información arqueológica acumulada durante ese tiempo se conforma de particulares rasgos culturales consignados por cada una de las investigaciones aquí analizadas, las que, en su conjunto y dicho llanamente, no reflejan las condiciones externas socio-políticas, aunque su comportamiento sea el resultado de estas mismas (condicionamiento). Por otra parte, su información es factible de ser ubicada bajo tendencias o posturas teóricas como es la del difusionismo, el cual, en relación con las áreas culturales del Southwest, Greater Southwest, norte de México y Mesoamérica, fue llevado a su máxima capacidad (difusionismo extremo). Después de Kidder vienen los planteamientos ya mencionados de Kroeber (1928) y Kirchhoff (1943 y 1954). ¿Pero teóricamente que está detrás de todo esto, tanto antropológica como arqueológicamente y cómo forma parte del pensamiento arqueológico en Chihuahua de esos años (1916-1960)? El pensamiento difusionista en los Estados Unidos culmina cuando se elabora el concepto de área cultural en tanto la distribución de elementos culturales de manera contigua. Este concepto se origina por la necesidad de clasificar y representar cartográficamente a los grupos tribales de Norteamérica y Sudamérica. Los problemas inherentes a dicho concepto giran en torno al cruzamiento entre aspectos geográficos y la pretendida explicación de las diferencias y semejanzas culturales a través de sus rasgos (culturales), los que a su vez, siguiendo el pensamiento de Kroeber, definen las áreas culturales y son usados para conformar los coeficientes de similaridad (Harris, 1979:323 y 325). El concepto de área cultural procede de la escuela histórica alemana (Holmes y Wissler) y particularmente del Padre Schmidt. El giro

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norteamericano (boasiano) de área cultural es el resultado empírico de la clasificación de las piezas de museo (Palerm, 1967: 141).25 Esto recuerda en principio las clasificaciones de las colecciones cerámicas de Casas Grandes de Kidder (1916) y las de Carey (1962 [1931]) así como las conexiones que establecen entre este material y el del suroeste de los Estados Unidos.

Vale recordar que es con Kidder (1924) que, arqueológicamente, las conexiones o contactos entre las culturas del Southwest y norte de México comienzan a cobrar vida y con ese afán de extender más allá su presencia, es que se hace uso del término de área cultural Greater Southwest (Kroeber, 1928: 376). Harold S. Gladwing (1936), en la discusión final que lleva a cabo dentro del mismo trabajo de Edwin B. Sayles, asienta que existe una fuerte influencia del norte [Southwestern] en el desarrollo de las culturas de Chihuahua y no del sur [Mesoamérica]. Las conexiones de los estilos de los diseños cerámicos y la arquitectura del noroeste de Chihuahua corresponden más al suroeste de Nuevo México (Classic Mimbres culture) (Gladwin, 1936: 89-108). En pocas palabras, Gladwin asume la postura de que el desarrollo cultural de Chihuahua fue casi exclusivamente debido a los impulsos provenientes del norte y no como un simple rasgo del suroeste que permitiera seguirle la pista definitivamente a un origen sureño. Esto al final, Gladwin lo hace mucho más enfático, expresando una clara tendencia difusionista, arropada de un etnocentrismo que no deja lugar a dudas y que no admite la presencia de rasgos culturales procedentes de Mesoamérica:

Lacing any knowledge of earlier horizons in Mexico than those at present recognized, has the time not come when we are justified in asking if it is not more compatible with the facts to believe that the trend of culture diffusion was from North America into Mexico, rather then from Mexico. If the theory that diffusion of culture was from south to north is to stand, then concrete facts to support it should now be produced (Gladwin, op. cit.: 105).

25 Al respecto, Alfredo Tecla afirma a través de Boas, que el principio de la continuidad de la difusión se da por la distribución del rasgo cultural, distribución que adquiere sentido boasiano. Por eso es que se establece un centro cultural o centros de cultura y así también las áreas de cultura, las áreas intermedias y las periferias culturales (Tecla, 1980: 15).

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En los siguientes años, la tendencia difusionista comienza a flexibilizarse ya que admite la presencia de elementos o rasgos culturales derivados del sur de México o Mesoamérica. Esta posición la manifiesta Emil Haury cuando señala que más elementos mexicanos se han encontrado en la cultura Hohokam de la parte sur-central de Arizona. Específicamente, estos elementos con características genéricas son cascabeles de cobre y espejos, los cuales llegaron del sur por diferentes rutas y en diferentes tiempos.26 Se reconocen dos periodos de contacto: el primero, que es un periodo temprano cercano al nacimiento de Cristo en los que hay elementos básicos como el maíz, cerámica y figurillas; y el segundo que se da entre el 700 d. C. y el 1400 d. C., con cerámica, textiles, piedra y elementos de metal difundidos en el norte (Haury, 1944: 203). Presencia mesoamericana que se acentúa con los resultados del trabajo de Charles Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974) en Casas Grandes.27

Por otra parte, se señala que la causa de que los límites de las influencias mexicanas [mesoamericanas] sean indefinidos en lo que es el Southwest, dentro del cual se halla el norte de México, es la del poco conocimiento del mismo (cfr. Haury, op. cit.: 203). Es entonces lógico señalar que los arqueólogos estadounidenses hayan trabajado hasta los años cincuentas bajo un consenso del significado y los límites de lo que son las áreas culturales: Southwest/Northwest (noroeste en el norte de México) (McGuire, 2002: 173), es decir, aceptando sin mayor cuestionamiento la utilización de los conceptos de estas áreas culturales. No es sino hasta mediados de esa década (1950) que los problemas de la tendencia difusionista comienzan a ser ubicados por Julian Steward (1955: 82, citado por Marvin Harris, 1979: 326) en relación con las culturas del Southwest, precisamente en el marco de la tipología de áreas culturales: 1.-con el tiempo el centro y los límites del área cambian; 2.-los cambios de la cultura que existe dentro del área cambian a tal grado que puede parecerse a otras culturas en distintas áreas y diferentes tiempos; 3.-partes de una misma área pueden contener culturas radicalmente diferentes aunque compartan bastantes rasgos. El

26 Ejemplo de ello es el sitio de Snaketown en Arizona (Braniff, 2002: 111). 27 Una síntesis de la conexión Mesoamérica-Suroeste se puede conocer en el trabajo de Humberto Manuel Barranco (1988: 509-531).

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ejemplo es tomado de la arqueología de lo que Kroeber llamó Greater Southwest:

En primer lugar, los estudios arqueológicos del sudeste no confirman la idea de que exista un único centro estable y ni siquiera un número reducido de clímax. Segundo, es sabido que hubo allí, como mínimo, dos secuencias de desarrollo principales: una, la secuencia Hohokam, que va desde los cochise cazadores y recolectores hasta los agricultores prehistóricos hohokam, y la otra, la secuencia Anasazi, que conecta los cesteros precerámicos con los modernos indios pueblo. En tercer lugar, el área, a pesar de las numerosas semejanzas en su contenido cultural, ha estado habitada en época histórica por pueblos que en su organización social presentan acusados contrastes: los sedentarios indios pueblo, los pastores navajo y los merodeadores apaches (Steward, 1955: 82, citado por Harris, 1979: 326).

De cualquier manera y a pesar de lo relevante que resultó señalar

los problemas de las áreas culturales en relación con el Southwest, muchos arqueólogos siguieron considerando la idea del área cultural Southwest/Northwest como una simple reliquia, por lo que es necesario desterrar la perspectiva estática por una dinámica en cuanto área cultural, haciendo énfasis en el contenido cultural de la región, es decir que, esos contenidos por sí mismos manifiestan patrones culturales así como el tejido de las relaciones sociales como producto de la historia de esa área cultural y de los cambios dinámicos a lo largo de los siglos (cfr. McGuire, 2002: 174 y 181-182).

Para Chihuahua, en términos de la historia del pensamiento arqueológico, esta discusión de las áreas culturales adquiere mayor significado después de los trabajos de Di Peso (1974) a través de dos nuevas variables en razón del concepto de área cultural: la Gran Chichimeca y Mesoamérica, en donde, como lo hemos señalado anteriormente, la primera es negadora de los vástagos de esta última, es decir, Oasisamérica y Árido América como extensión de Mesoamérica, lanzadas por Kirchhoff (1954) con la idea de acabar con el Greater Southwest de Kroeber; al final, todos son la expresión del Modelo Ario de civilización (Bernal, 2003), fundido y difundido en la arqueología del norte de México y de Chihuahua, imposición esquemática que enmascara las influencias del Southwest y Mesoamérica, núcleos duros alimentados

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por el orientalismo (Said, 2002) que aún no han sido explicadas del todo ante la presencia y el peso abrumador del difusionismo extremo y ancestral.28

El impasse que prepara la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé (1960-1974) La etapa del “post-inductivismo” a partir de 1960 se vincula con la “nueva arqueología“, esa que busca responder al cuestionamiento de los arqueólogos norteamericanos acerca del sentido de su quehacer o de los objetivos de su disciplina. No existen grandes cambios en esta etapa a “...excepción de un par de proyectos, no se nota un cambio importante en el tipo de arqueología practicado por los estadounidenses en México. La mayoría de los proyectos siguen teniendo un enfoque histórico-cultural (Schmidt, 1988: 412) y la tendencia es la explicativa en el marco general de la arqueología del continente americano (Willey y Sabloff, 1974: 5-6 y 18), aunque los tepalcates siguen triunfando aun después del año de 1950 (cfr. Bernal, 1979). Para el norte, durante esa etapa, la investigación arqueológica observa un decremento considerable y en Chihuahua ésta parece no existir (Schmidt, op. cit. 417), apariencia que esconde, entre los años de 1960 y 1969 (según la información del análisis retrospectivo que presenta Rafael Cruz, 1992) la cantidad de 34 trabajos publicados sobre la arqueología de este estado, los cuales, sobre el total de 224 investigaciones consideradas, representan el 15.2 % (Cruz, op. cit.: 4B), incremento de cinco puntos porcentuales con respecto a la anterior

28 Compartimos con César Villalobos la idea de “…llamar la atención sobre aquellos estudiantes y colegas no-norteñistas, que piensan -aún ya entrado el siglo XXI!!!!- que en el norte sólo hay Chichimecas educados a fuerza de difusionismos ancestrales” (2004: 59). Un reflejo de esto es lo que el historiador Miguel León-Portilla afirma con respecto a la “cultura del desierto” que ocupaban las regiones semiáridas: “Alejados de toda actividad agrícola y de producción de cerámica, sus mejores creaciones no rebasaban la cestería y la elaboración de primitivas esteras o petates. Si bien algunos de estos grupos de ‘cultura del desierto’, influidos mucho más tarde por los pobladores del sur, llegaron a mejorar sus condiciones de vida, hubo otros que subsistieron con escasos cambios hasta la penetración española” (León Portilla, 2005: 15).

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década (1950-1960: 10.3 %), la más alta cantidad de puntos comparativamente con todas las anteriores décadas desde 1890. Si bien existe en esos nueve años (1960-1969) tal producción editorial, no se observa en ella nuevas propuestas, esto posiblemente se deba al simple hecho de que se le dio continuidad a los trabajos de Robert M. Zingg (1940) y Robert H. Lister (1958) en la Sierra Madre Occidental y un tanto a los de Charles Kelley; es decir, que para el periodo de tiempo entre 1960 y 1974 no existen trabajos que hayan condicionado o modificado de manera importante el pensamiento arqueológico en Chihuahua, el cual se sigue caracterizando por poseer ideas difusionistas y una actitud de colección intensiva de datos arqueológicos que las avalen, lo que en cierto sentido se relaciona con un punto muerto que no es otra cosa que un impasse en la investigación arqueológica de este estado. Los ejemplos de algunos trabajos que manifiestan cierta continuidad con los de Robert M. Zingg y Robert H. Lister, son los de Robert Ascher y Francis J. Clune Jr. (1960); Judith Strupp (1971) y A. G. Pastron y C. W. Clewlow (1974) que se desarrollaron en la Sierra.

De manera indirecta el trabajo que presenta continuidad con el de Charles Kelley es el de Richard Howard Brooks (1971), el cual, como el mismo Kelley (1992: 134) señala, se llevó a cabo, como trabajo de campo, entre 1955 y 1956. El trabajo de Brooks consistió en una prospección arqueológica desarrollada de manera intensiva en las elevaciones orientales [sierras y valles centrales] de la Sierra Madre Occidental, comprendiendo Chihuahua y Durango (Kelley, op. cit.: 134). El tiempo de desarrollo de esta investigación coincide con los estudios de Kelley, aunque es hasta el año de 1971 que Brooks presenta los resultados de su trabajo como tesis doctoral en la Universidad de Colorado (no se encuentra publicada). Académicamente el trajo de Brooks es compatible con el Charles Kelley dado que aborda espacios físicos de estudio diferentes a los focales de la cultura Casas Grandes lo cuales se hallan entre la Sierra y el valle de Casas Grandes con su principal sitio que es Paquimé.

Finalmente, se observa que cerca de la fecha de publicación de Di Peso (1974), la sociedad comienza a percibir la importancia de Paquimé, y esto es porque las excavaciones de este sitio, realizadas entre 1958 y 1961, adquirieron trascendencia en distintos ámbitos. Uno de

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ellos fue precisamente el de los historiadores aficionados. Un importante ejemplo de ello es el trabajo que ya hemos citado y que es el de Antonio Vilanova Fuentes (2003 [1969]), quien de manera seria y sistemática asentó información histórica y arqueológica directamente relacionada con este sitio, y no sólo la realizada por los profesionales de la arqueología, también aquella que proviene de los cronistas a partir del siglo XVI y la que se encuentra para los siglos posteriores, como son los valiosos testimonios de exploradores y residentes de Casas Grandes, quienes dan cuenta, a través de sus descripciones, de la relevancia de este lugar.

Este impasse en la investigación arqueológica sirvió para dar lugar posteriormente a la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé y que sobreviene después de la publicación de Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974) y que es motivo de análisis histórico del siguiente capítulo. De cualquier manera, el sitio de Casas Grandes o Paquimé no es aún tan importante para el periodo del “post-inductivismo”, aunque una vez que Di Peso lo da a conocer bajo distintas temáticas al interior de ese su trabajo monumental, parece que dicho modelo llegó para quedarse.

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FIGURA 19

Vista general de Casas Grandes – Paquimé. Foto: Francisco Mendiola Galván (2008).

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Sistema constructivo de tierra (adobe). Foto: Francisco Mendiola Galván (2006).

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FIGURA 21

Cuartos de muros escalonados. Casas Grandes – Paquimé. Foto: Francisco Mendiola Galván (2008).

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CAPÍTULO IV CASAS GRANDES-PAQUIMÉ, EL MODELO QUE

LLEGÓ PARA QUEDARSE

En este mar infinito de potenciales que existe alrededor de nosotros, ¿Cómo es posible que sigamos creando las

mismas realidades? Joseph Dispenza, 2005

El arribo de la investigación arqueológica al sitio de Casas Grandes y a toda su área de influencia por parte del equipo de Charles Corradino Di Peso, trajo como consecuencia cambios importantes que se manifestaron principalmente en el incremento de los estudios arqueológicos en Chihuahua. Pero no sólo el aspecto cuantitativo es el que se percibe a partir de la exploración extensiva del sitio y de su área cultural, también son las relevantes aportaciones teórico-metodológicas y explicativas así como nuevos datos que se han presentado en relación con este fenómeno arqueológico-cultural que han impactado en el pensamiento arqueológico de este estado. Los estudios arqueológicos que se habían venido desarrollando, provocaron la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé, la cual tiene lugar después de la publicación Casas Grandes: a Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca (Di Peso, 1974 y Di Peso, et al 1974). El posterior e intenso desarrollo y reproducción de este modelo lo ubican hoy en día como el elemento sobre el cual se ha venido estudiando arqueológica e históricamente a Casas Grandes-Paquimé, lo que innegablemente ha impactado a la región noroeste de México; el devenir histórico de la investigación arqueológica en Chihuahua ha sido condicionado por dicho modelo, lo que la historia de esta disciplina corrobora y más aún cuando se ha tomado en cuenta que: “The past history of research for the site of Casas Grandes (know also as Paquimé) is interesting from a history-of- sciencie perspective. Its massive ruins have attracted written attention

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since the sixteenth century, and the site has attracted the most interest, and the most sustained interest, of any site or area in Northwest Mexico” (Kelley y Villalpando, 1996: 72).1

La gran mayoría de los estudios arqueológicos han tenido una relación directa e indirecta con la cultura Casas Grandes, esto, además de que ha significado el constante desarrollo y reproducción histórica del Modelo Casas Grandes-Paquimé, ha generado internamente consideraciones que han incidido de manera importante en el estudio de las relaciones Mesoamérica-Casas Grandes, temática que expresa el difusionismo culturalista lineal que Charles C. Di Peso alimentó y manejó en sus estudios. El realce de estas influencias está ahora sobre lo que anteriormente se venía buscando y encontrando en el espacio chihuahuense, es decir, lo relacionado con la presencia cultural del suroeste de los Estados Unidos, por ello también el abandono del término de Cultura Chihuahua propuesto por Donald D. Brand (1933 y 1943) -y que rescata recientemente como propuesta Jane Kelley y su equipo- así como la utilización terminológica del de Cultura Casas Grandes por parte de Di Peso (1974) y que usan hoy en día la gran mayoría de los estudios de esa área y de su sitio principal que es Paquimé.

Pero también, a raíz de los trabajos de este autor y su equipo, se generaron impactos sociales en la entidad tanto en el ámbito educativo, de identidad y en el económico regional (turismo local y estatal), sin olvidar, por otra parte que el contexto social y económico fue favorable para la ciencia arqueológica en los Estados Unidos, es decir, existieron las condiciones adecuadas para su desarrollo. Sólo basta observar la gran envergadura de la investigación comandada por Di Peso en Casas Grandes para percatarse de los grandes recursos humanos, materiales y financieros de los que se dispuso para llevar a cabo ese enorme y complejo estudio que recuperó materialmente toneladas de información que fue posteriormente sistematizada y dada a conocer en ocho grandes volúmenes, investigación que hasta ahora no ha sido superada en tamaño

1 Como ya se ha indicado, de 224 trabajos publicados de 1890 a 1990, el 60. 9 % de ellos están relacionados directamente con Casas Grandes (Cruz, 1992: 14 B). Este un porcentaje relativo si se toman en cuenta trabajos que se hallan indirectamente vinculados con la información arqueológica de Casas Grandes, es decir, que hacen, en distintos grados, referencia cultural, cronológica y espacial a ella.

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y en muchos sentidos en el manejo y la calidad de la información, por lo menos en lo que respecta a la arqueología del norte de México. Con esto, el propósito de este capítulo es el de revisar histórica y analíticamente los trabajos más importantes de la arqueología en Chihuahua que se generaron a raíz de la publicación citada de Di Peso (1974) y Di Peso et al, (1974) y evidentemente de esta misma, esto con el objeto de presentar un panorama suficientemente completo que de cuenta del desarrollo de esta disciplina hasta nuestros días dentro del marco general que hemos planteado sobre el pensamiento arqueológico en Chihuahua. Si bien no ha vuelto a haber una investigación como la desarrollada por Di Peso y su equipo, esto no le resta importancia a los estudios que le precedieron ni tampoco a los que posteriormente se han llevado a cabo, afirmación que se asume ante la búsqueda de la congruencia dentro de la perspectiva histórica. Encontramos que la mayor trascendencia de todos los trabajos, incluido el de Di Peso, está en el campo de las ideas, o con mayor precisión, en las ideas que conforman líneas de pensamiento arqueológico. En relación con lo anterior, es importante señalar que de 224 investigaciones arqueológicas en Chihuahua realizadas entre 1890 y 1990, las dos últimas décadas (1970-1980 y 1980-1990) representan cerca del 44 % sobre el total de las investigaciones cuantificadas por Rafael Cruz (1992: 4 y 14 B)2, esto significa un volumen muy grande trabajos además de los que se han realizado entre 1990 al 2005, quince años en los que la investigación arqueológica se ha incrementado también de manera muy significativa puesto que se han realizado innumerables proyectos, informes y publicaciones, algunas de ellas de poca monta. Así que tomando en cuenta que las ideas son las que construyen el pensamiento arqueológico, los datos cuantitativos, en nuestro caso, son hasta cierto punto intrascendentes, de tal manera que mencionar, cuantificar, enumerar, describir y analizar todos y cada uno de los trabajos de la 2 Este autor señala que, aunque en 1974 se publicó el estudio más importante de la arqueología de Chihuahua y que es el de Charles Di Peso (1974), la década de los años setentas (70s) se considera de recuperación pues tuvo apenas un 17.0 % lo que no es un incremento importante con respecto a la década de los sesentas (60s) que tuvo un 15.2 %. Para la década de los ochentas (80s) se rebasa con mucho la etapa de crecimiento de la anterior década para tener una etapa de franco crecimiento con un 26.9 % y que es el índice más alto registrado (17.0 + 26.9 = 43.9 %) (cfr. Cruz, op. cit.: 4 B).

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arqueología de Chihuahua se aparta de nuestros intereses, no sólo porque su gran cantidad imposibilitaría llevar a cabo esta empresa sino porque no todos son importantes para la comprensión de dicho pensamiento en el espacio chihuahuense.

En ese sentido es que se seleccionaron los más relevantes estudios apelando a varias líneas que nutren ese pensamiento arqueológico: teóricas, interpretativas y conceptuales, es decir, reflexiones y propuestas originales que son aportaciones fundamentales al conocimiento arqueológico regional. En ese proceso se buscó establecer un diálogo, el cual al final, provocó que las ideas fluyeran sobre el andamiaje histórico que se ha construido a la par del desarrollo de la arqueología en Chihuahua.

Los elementos que conforman este capítulo, son el análisis de los contextos generales (enfoques externalista e internalista) de la obra de Di Peso y de sus elementos (análisis e interpretación general -hermenéutica-), una aproximación al Modelo Casas Grandes-Paquimé en términos de las interpretaciones, reinterpretaciones y reelaboraciones que se han dado, tanto a partir de dicha obra como de la misma investigación realizada en Casas Grandes-Paquimé. Y en ese fluir del pensamiento arqueológico se dan temas centrales y variaciones, es decir, el desarrollo y reproducción de la investigación arqueológica y de su historia se ven integradas de manera diferenciada a dicho modelo, el cual ha condicionado las diversas tradiciones arqueológicas o líneas de pensamiento arqueológico que aquí se integran. Al final, tal posicionamiento permitió construir el argumento para la explicación y definición de dicho modelo, y finalmente una breve consideración de lo que es una voz diferente y que pertenece a una arqueología que se ha desarrollado fuera del espacio y la temática de Casas Grandes-Paquimé y que aquí hemos llamado “la otra arqueología”, esa que ha atendido tiempos y problemáticas distintas al desarrollo y reproducción de dicho modelo.

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Análisis de los contextos generales de la obra de Charles Corradino Di Peso y de los elementos que la conforman3

Contexto general. Internalismo Para enmarcar en lo general del trabajo de Charles Di Peso realizado en Casas Grandes, es necesario puntualizar desde el enfoque internalista de la arqueología norteamericana, la tendencia o tendencias y/o el nombre de los periodos en el que se inscribe. Del año de 1960 (sin asentar el año de cierre) se da la tendencia Explicativa (Willey y Sabloff, 1974: 5-6 y 18). De 1935 (sin asentar el año de cierre) se da la fase Antropológica Sintético (Strong, 1952) y de 1950 (sin asentar el año de cierre) se tiene la el periodo Histórico Comparativo (Willey, 1958). Esto significa que, independientemente de que la investigación de Di Peso haya tenido un carácter histórico-cultural, el momento que se vive en la arqueología norteamericana a partir de 1960, comienza a enriquecerse y a diversificarse, así se tiene también que el trabajo de este investigador se da en el tiempo de la etapa del pos-inductivismo o “nueva arqueología”, que como se había visto en el anterior capítulo, responde, según Paul Schmidt (1988: 411-412), a cuestionamientos graduales por parte de los arqueólogos estadounidenses en relación con los objetivos de su disciplina. Sin embargo, el mismo Schmidt señala en ese sentido que Charles Di Peso, junto con otros como Walter W. Taylor (Nuevo León) y Clement W. Meighan (Occidente), no tuvieron gran influencia en

3 Charles Corradino Di Peso nació en St. Louis Missouri un 20 de octubre de 1920. Hijo de inmigrantes (padre italiano y madre alemana), de muy joven, junto con su familia, fue trasladado a Chicago Heights, Illinois. Fue deportista, gustaba del arte, la música y la arqueología. En una visita al Museo de Historia Natural en Chicago conoció al arqueólogo Paul S. Martín quien lo invitó a excavar en el Colorado en el verano de 1937. Tuvo instrucción militar como piloto aviador debido a la Segunda Guerra Mundial, aunque nunca participó en combates. Estuvo asignado a Roswell, New Mexico y a San Antonio, Texas como instructor de vuelo [fue descargado en 1946]. En 1951 [1950] presentó su tesis de maestría en la Universidad de Arizona con un estudio de un sitio prehistórico en la rivera del Río San Pedro [Babocomari Village site, 1951]. (Doyel, 1994: 9-10). Su tesis doctoral versó sobre el sitio de Santa Cruz de Terrenate (1953), siendo su director Emil W. Haury (Riley, 1993: 12).

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México como Willey y Phillips (1958), quienes proponían remontar la historia cultural buscando ubicar en un plano relevante la arqueología al interior de la teoría antropológica. Por lo tanto no se observan cambios importantes en esta etapa en la arqueología practicada por estadounidenses en México, de tal forma que su enfoque sigue siendo histórico cultural (Schmidt, op. cit.: 412). De cualquier manera, el trabajo de Di Peso se inscribe en lo general en el plano histórico-cultural, situación que se ve reflejada en su obra cuya recuperación de datos ordenados responde a esa forma secuencial: de lo más antiguo o temprano a lo más reciente o tardío.

FIGURA 22

Conversación en Casas Grandes entre Charles Di Peso (de espaldas), Walter Taylor (izquierda) e Ignacio Bernal (derecha). Fuente: Di Peso, Casas Grandes…Vol. 1, 1974, p. 21.

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No obstante, Di Peso no olvidó que la Gran Chichimeca que él propuso para su estudio en el marco de las relaciones con Mesoamérica, debía ser acomodada como una historia única de eventos y procesos para lograr su propio entendimiento (Gumerman 1993: 6), aunque esto no lo ubica claramente dentro de la Nueva Arqueología ni tampoco en la Arqueología Procesual.4 Cuando Di Peso comenzó su carrera, el paradigma dominante era la historia cultural dentro de la arqueología Americana, no obstante, es claro que buscó un equilibrio entre los tradicionales acercamientos viejos y los nuevos dentro de esta misma arqueología Americana (cfr. Doyel, 1993: 12).5 Él creía, -como lo señala el mismo David E. Doyel- en la integración de todo lo que era capaz de producir conocimiento acerca del pasado. Sus métodos provenían de la antropología, etnobotánica, arqueología, folklore, geografía, geología, zoología, lingüística y economía, teniendo como meta la integración y la síntesis (Ibíd.: 12).

Al interior del papel de la historia de la ciencia de la arqueología americanista, George J. Gumerman considera que el sello de la arqueología procesual es el énfasis que se hace del concepto de cultura como un sistema de adaptación con el medio natural. Las culturas arqueológicas, entendidas al interior de la noción de los sistemas culturales y en los esquemas explicatorios de la arqueología del Suroeste en la década de los setenta del siglo pasado, fueron consideradas como algo relativamente cerrado, no integrado a sistemas en equilibrio con su medio ambiente natural. Esto es común en los estudios esencialmente ahistóricos y funcionalistas y ha presentado gran dificultad al tratar de responder sobre el cambio social. Este fue el caso largamente ignorado

4La “Nueva Arqueología” es una escuela de pensamiento que se extendió a lo largo y ancho de la arqueología anglo-americana en los años sesenta y setenta. Su lema fue “debemos ser más científicos y más antropológicos”. La arqueología procesual es una escuela de pensamiento que subraya la idea de proceso. Su tendencia es generalizar y adoptar en un sentido extenso un enfoque positivista. El procesualismo es una variante ya desarrollada y madura de la Nueva Arqueología (Johnson, 2000: 38 y 239). 5 El enfoque histórico-cultural en Norteamérica se adoptó poco después de 1910 como respuesta ante la cada vez mayor familiaridad con el registro arqueológico, no obstante, “...la arqueología americana no superó la visión de los pueblos nativos que había imperado durante la fase <<colonial>>” (Trigger, 1992: 186) (véase siguiente apartado en este mismo capítulo).

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de las conexiones con el sur porque los problemas estaban asociados con la incorporación del papel de la interacción sureña dentro de la existencia de modelos de la prehistoria del Suroeste. Así, los arqueólogos procesualistas tuvieron extremas dificultades en articular las relaciones externas dentro de lo cerrado del modelo del Suroeste. Esto está en relación directa con la Gran Chichimeca propuesta por Di Peso. La pregunta no es si la interacción fue de norte a sur o viceversa, sino más bien, es la de qué fue lo natural en términos de escala, intensidad, duración, dirección, así como el contexto social, económico e ideológico de la Gran Chichimeca (Gumerman, 1993: 6).

Por otra parte, Di Peso consideraba que el Southwest inhibía el estudio del norte de México, añadiéndose un parroquialismo a la arqueología de los Estados Unidos al crearse un falso abismo entre el suroeste americano y Mesoamérica, por eso Di Peso incorporó el suroeste americano dentro de la Gran Chichimeca, elaborando también, durante el estudio de Casas Grandes, una noción de Mesoamérica en conexión con la Gran Chichimeca, es decir, explicando teóricamente el origen, crecimiento y muerte de este importante centro al interior de esa conexión (McGuire, 1993a: 28-29).

El reconocimiento al trabajo de Di Peso es claro y se ha dado de muchas maneras, precisamente porque la comunidad científica de arqueólogos conoce ahora mucho más, pero es gracias a las monumentales excavaciones y reconocimientos realizados entre 1958 y 1961 en el marco del Proyecto de Casas Grandes dirigido por Charles Di Peso en este sitio y su área cultural, el cual abarcó distintos tópicos como son el del sistema de ingeniería de distribución de agua, la compleja organización económica, la acumulación de riqueza y los posibles rangos sociales. Por eso Casas Grandes reviste un gran interés para los arqueólogos que trabajan en el norte de México y el suroeste de los Estados Unidos (Whalen y Minnis, 2001: 3) entre otros muchos aspectos entre los que destacan también las relaciones con Mesoamérica, a través del sistema comercial movible de los pochteca, lo que le permite a Di Peso hablar de la presencia de ésta en Paquimé (Kelley y Villalpando, 1996: 72).6

6 Carroll L. Riley indica que Di Peso usó el término pochteca no como un sistema específico de gobierno Azteca, sino más bien como grupos de comerciantes de

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Gracias al trabajo de Di Peso, investigadores de la talla de Jane H. Kelley y Elisa Villalpando han podido llegar a afirmar que el sistema de Casas Grandes es el más complejo de los sistemas regionales que se han encontrado al norte de Mesoamérica (Kelley y Villalpando, op. cit.: 72), así también Michael Whalen y Paul Minnis reconocen que el área de Casas Grandes es el mayor sistema regional del Gran Suroeste (Whalen y Minnis 1996 b, citados por Schaafsma y Riley, 1999: 5). De cualquier manera el trabajo de Di Peso (1974) y su equipo (Di Peso, et al, 1974) es monumental ya que provee una gran cantidad de información y que pareciera hubiera desalentado nuevas investigaciones de campo por algunos años, no obstante, una mayor investigación arqueológica para Chihuahua comenzó en 1989 al abordar el sistema Casas Grandes, situación que continua hasta el presente (Kelley y MacWilliams, -en prensa b-: 8) como así es revisado en el apartado que explica la eclosión-reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé en este mismo capítulo. En los últimos doce años se han generado una gran cantidad de revisiones y reinterpretaciones de Casas Grandes y su papel en las relaciones entre Mesoamérica y el suroeste de los Estados Unidos, esto derivado de los datos provenientes del trabajo de Di Peso con subtemáticas tales como el comercio (pochtecas), datación, enterramientos en términos de rango social, jerarquía y autoridad, especialización, distribución y sistemas de irrigación (McGuire, 1993a: 35-38). En los siguientes trece años (de 1993 a 2005), las reelaboraciones y reinterpretaciones de Casas Grandes han continuado, aunque bajo una tónica más relacionada con visiones analítico-críticas regionales y macro-regionales en las que se incluyen el noroeste mexicano, el suroeste de los Estados Unidos y Mesoamérica, lo que ha producido nuevos datos y nuevas visiones al respecto, ejemplo de ello es el Sistema Regional de Casas Grandes como parte de la reproducción y desarrollo del Modelo Casas Grandes-Paquimé.

Mesoamérica quienes se movían dentro de la Gran Chichimeca de manera organizada, comerciando turquesa y otra serie de artículos suntuarios (Di Peso, 1968b: 29, citado por Riley, 1993: 18).

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Contexto general. Externalismo ¿Qué tipo de condiciones del contexto económico-social tuvieron que darse para el desarrollo del proyecto de investigación y su costosa publicación del trabajo coordinado por Charles Di Peso en Casas Grandes? El panorama del contexto social y económico permite y sobre todo apoya claramente el desarrollo de la investigación científica en los Estados Unidos a partir de la década de 1950 hasta nuestros días. El fortalecimiento económico que se originó después de la Segunda Guerra Mundial significó para este país un crecimiento en el campo científico que respondió igualmente a sus intereses expansionistas. Al respecto, Bruce G. Trigger señala que para mediados del siglo XX: “La arqueología americana siguió siendo colonial en espíritu, aunque externamente adoptase una metodología histórico-cultural” (1992: 186). Esto, traducido al ámbito de la investigación arqueológica del suroeste de los Estados Unidos, significó para esos tiempos, atender, como ya lo hemos señalado en los capítulos anteriores, la necesidad de conocer cultural e históricamente lo que había más allá de la frontera político-administrativa, tanto en el norte de México como en el resto del continente americano, pero ya no tan local o específicamente, como había venido sucediendo con la investigación arqueológica anteriormente desarrollada por los mismos investigadores estadounidenses en Chihuahua (sierra y valle de la cultura Chihuahua), sino ahora de manera amplia y a la vez profunda en un área muy importante para la arqueología regional (noroeste de México y suroeste de los Estados Unidos) como es precisamente la de Casas Grandes y su monumental Paquimé.

Su estudio se propuso despejar ciertas incógnitas arqueológico-culturales a través de la base difusionista entre Mesoamérica y el suroeste de los Estados Unidos, teniendo como categoría unificadora a la Gran Chichimeca. En ese sentido, Jane Kelley y Elisa Villalpando han venido señalando que el Noroeste de México constituye para los arqueólogos que han trabajado en el Suroeste de los Estados Unidos algo así como una “caja negra” que existe entre Mesoamérica y el mismo Suroeste

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(1996: 69).7 Esa “caja negra” que bien todavía no se conoce pero que innegablemente en ella se modifican (en ese reflujo) los elementos que a ella entran y que de ella salen, tanto de Mesoamérica como del Suroeste, así se explicaría porqué la arqueología del noroeste mexicano no se nivela con la del “otro lado”.

El contexto social y económico en el que la arqueología norteamericana se ha desarrollado, ha sido el propio marco general de la ciencia estadounidense, la cual es centro de atención del mundo occidental, sobre todo porque tiene como referencia comparativa los tiempos que existieron poco antes y poco después de la Segunda Guerra Mundial:

Entre 1900 y 1933 sólo se habían otorgado siete premios Nobel a los Estados Unidos, pero entre 1933 y 1970 se les concedieron setenta y siete [...] Ninguna economía, excepto la de los Estados Unidos, podía haber reunido dos mil millones de dólares (al valor de los tiempos de guerra) para construir la bomba atómica en plena conflagración [...] Después de la guerra sólo el cielo o, mejor dicho, la capacidad económica fue el límite del gasto y de los empleos científicos de los gobiernos. En los años setenta el gobierno estadounidense sufragaba los dos tercios de los costes de la investigación básica que se desarrollaba en su país, que en aquél tiempo sumaban casi cinco mil millones de dólares anuales, y daba trabajo a casi un millón de científicos e ingenieros (Holton, 1978: 227-228 citado por Hobsbawn, 2003: 517). Sería interesante conocer cuánto costó el sostenimiento del

proyecto dirigido por Charles Di Peso durante 16 años (1958-1974), es decir, en el tiempo en que duró la investigación en campo (obtención de la información y datos) y en gabinete, con el procesamiento de la información (descripción, análisis, fotos, dibujos), redacción de la obra, diseño e impresión y/o publicación y distribución de la misma, incluyendo los sueldos y salarios de los investigadores, técnicos,

7 En un artículo de Jane Kelley (-en prensa a-: 1) titulado “The view from the mexican northwest” esta misma idea de la “caja negra” vuelve a mencionarse. Luis Vázquez, menciona que en ingeniería la noción de “caja negra” se relaciona con los flujos de input y output, lo cual marca un símil con las influencias culturales y adopciones culturales de carácter difusor (Vázquez, comunicación personal, 2006).

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trabajadores y personal de apoyo en general.8 Lógicamente su costo debió ser bastante más alto si se le compara con cualquiera de los proyectos que la arqueología mexicana oficial desarrolla aún hoy en día, a excepción tal vez de unos cuantos como sería el caso del proyecto del Templo Mayor (1978) en la ciudad de México. Para los tiempos en los que la investigación de Charles Di Peso se desarrolla, la arqueología mexicana está enfrascada, como es lógico suponerlo, con lo mesoamericano. Esto explica por qué, al igual que las etapas anteriores, se da el abandono de la arqueología norteña. Siguiendo a Ignacio Rodríguez, las características de esta arqueología están marcadas por el carácter sexenal de los gobiernos federales, así se tiene que de 1970 a 1976, que es el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, hubo una fuerte inflación y recesión económica y muy poco interés por llevar a cabo un proyecto arqueológico coyuntural. De 1976 a 1982, que es el periodo que pertenece al sexenio de José López Portillo, se dieron dos importantes proyectos: el Proyecto Templo Mayor y el Proyecto Arqueológico Teotihuacán (1980-1982) (Rodríguez, 1996: 96-98). En cuanto al Proyecto del Templo Mayor, Luis Vázquez León indica que vino a satisfacer situaciones simbólicas de la clase política mexicana y de ciertos aspectos educativos, turísticos y académicos, además de resumir el sueño que aún duerme del “poder despótico de la clase dominante azteca” (Vázquez, 2003: 245), es decir, el centralismo del centralismo que piensa en sí mismo, porque fuera de él “todo es Cuautitlán”.

Aquí, para ese tiempo, nos preguntamos cómo habrá sido recibida en México una obra como la publicada por Di Peso. Nos atrevemos a pensar que muy pocos se percataron de la importancia de ella como es el caso de Beatriz Braniff y Paul Schmidt.9 A la luz de más

8 Es posible que la información sobre la aplicación de los recursos económicos se encuentre en los archivos de la fundación privada Amerind Foundation que es la que los otorgó (Villalpando, comunicación personal, 2006). 9 Llama mucho la atención que Ignacio Bernal no haya considerado la obra de Di Peso (1974) en su libro de la Historia de la Arqueología en México (1979), a pesar de que asistió, entre 1958 y 1961 a una reunión en Casas Grandes con Charles Di Peso y Walter Taylor, tal como se observa en la foto anteriormente presentada (figura 17). Esto es porque su historia llega hasta 1950, la cual, en aras de “no querer afectar a nadie”, como ya citábamos en el capítulo II de este trabajo, Bernal ignora incluso el trabajo de los

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de 30 años que tiene de publicada, esta obra no tiene parangón histórico ya que antropológica y arqueológicamente, política, social e históricamente, el norte de México adquirió otra dimensión a raíz de la publicación de esta magna obra. El resultado fue un nuevo Paquimé y perdónesenos el cliché, pero todo mundo sabe que este sitio se encuentra en el norte de México, es más, si se piensa arqueológicamente en esta región automáticamente se le asocia a Paquimé, así que si Di Peso no hubiera excavado y conservado este sitio, el norte de este país y Chihuahua seguirían siendo concebidos en general como desierto y lugar vacío de arqueología.10

En el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988) se apoyó la creación de varios museos y la arqueología no sufrió intromisiones estatales, cuestión que la benefició hasta cierto punto pues no la distrajo de sus sentidos académicos. Entre 1988 y 1994 se tiene el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el cual se caracterizó entre otras cosas, por la realización de 14 megaproyectos arqueológicos, los cuales buscaron consolidar política e ideológicamente al estado mexicano (Rodríguez, op. cit: 101). Al interior de esos megaproyectos se consideró al norte mexicano lo que se tradujo en la creación del Museo de las Culturas del Norte en Casas Grandes, Paquimé, Chihuahua y en la investigación y conservación del Arte Rupestre de Baja California Sur (cfr. Índice General de Arqueología Mexicana, 2005: 4; Braniff, 1994: 80-82 y Gutiérrez y Hyland, 1994: 89). Los elementos principales de la obra de Charles C. Di Peso: Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca (1974) No es tarea sencilla analizar y sintetizar esta obra conformada por ocho grandes volúmenes ordenados bajo diversos criterios y temáticas. Y no es sencillo porque es una gran cantidad de información textual y gráfica

extranjeros, como fue el caso de Di Peso que se desarrolló en México después de este año. 10 Después de los megaproyectos arqueológicos en 1994, otro espacio que comenzó a alcanzar popularidad fue el de las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en Baja California Sur.

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que está contenida a lo largo y ancho de sus tomos, los cuales expresan esa necesidad que se tuvo de abarcar todo lo relacionado con la arqueología, la etnohistoria y la geografía del sitio arqueológico y su área cultural. Por otra parte, describir puntualmente cada uno de estos volúmenes no tiene sentido en la medida que es mejor conocer directamente esta obra de consulta, no obstante, pensamos que resultaría más útil al lector el mencionar aquí los principales elementos que la conforman exactamente en el orden que se sigue en ella.11 Elementos principales de la obra El gran formato de esta obra es de un agradable diseño además de que se encuentra profusamente ilustrada con dibujos, mapas, esquemas, cuadros y fotografías en blanco y negro. Los tres primeros volúmenes fueron redactados por Di Peso (1974). A partir del cuarto y hasta el octavo, la redacción corrió a cargo de Charles Di Peso, John B. Rinaldo y Gloria J. Fenner (1974), pero siempre bajo la coordinación del primero. En la página legal de los volúmenes se asienta que: “Los tres primeros volúmenes de Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca, comprenden las narrativas del proyecto de Casas Grandes. Los volúmenes 4, 5, 6, 7 y 8 contienen las fuentes detalladas del material y las bases científicas del dato, así como las evaluaciones y conclusiones en las que se basaron los tres primeros volúmenes” (Di Peso, 1974: 2 vol. 1 -página legal-). Esto en resumidas cuentas refleja el siguiente ordenamiento: Volumen 1. Horizonte Precerámico y El Periodo Viejo: fuentes coloniales y técnicas de laboratorio; definiciones de la Gran Chichimeca; periodos de desarrollo cultural. Volumen 2. El Periodo Medio: caracterización de la arquitectura; comercio, control hidráulico; juego de pelota; atalayas; cerámica policroma del tipo Ramos; crianza de guacamaya; y enterramientos humanos con ofrenda. Volumen 3. Periodos Tardío y Españoles: Excavación del convento de San Antonio de Padua;

11 Una excelente síntesis de la obra de Di Peso se encuentra en el ensayo de Michael S. Foster (1992: 229-282) quien sigue, para el desarrollo de su exposición, el criterio proporcionado por los periodos culturales (Viejo y Medio) establecidos por el mismo Di Peso.

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bibliografía de a obra. Volumen 4. Arquitectura de Casas Grandes y Métodos de Datación: geografía de la Gran Chichimeca; análisis de crónicas de conquista y colonización; arquitectura de Casas Grandes en general y de los periodos Viejo y Medio. Volumen 5. Arquitectura: análisis a profundidad de la arquitectura del periodo Medio. Volumen 6. Cerámicas y Concha: análisis de estos materiales culturales. Volumen 7. Piedra y Metal: análisis de estos materiales culturales. Volumen 8. Hueso, Perecederos, Comercio, Subsistencia y Enterramientos: análisis de estos materiales.

CUADRO 3 CRONOLOGÍA DE CASAS GRANDES

Fuente: Charles C. Di Peso, Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca, The Amerind Foundation Inc./Dragoon Northland Press, Flagstaff, Arizona, Volúmenes: 1-3, 1974.

Periodo Fase Cronología (Después de Cristo)

Españoles Apache San Antonio

1680-1821 1660-1686

Tardío Contacto Español Robles

1519-1660 1340-1519

Medio Diablo Paquimé Buena Fe

1261-1340 1205-1261 1060-1205

Viejo Perros Bravos Pilón Convento

950-1060 900-950 700-900

Análisis general de los elementos e interpretación Una vez asentados los elementos que conforman el trabajo de Di Peso, es posible señalar que el análisis general del mismo apunta hacia un ordenamiento que parte de la síntesis del conocimiento en los tres primeros volúmenes (como así lo indica el mismo Di Peso en su página

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legal), los restantes cinco se vuelcan hacia el análisis de la información material recuperada, es decir que, la información sintetizada y digerida posee su sustento científico en el análisis cuantitativo y cualitativo de los materiales u objetos arqueológicos así como en los elementos arqueológicos como son los sistemas de enterramiento. En el caso de los elementos arquitectónicos, se encuentran a detalle descripciones y análisis de unidades como son las casas comunales, sistemas y etapas constructivas, muros, viguería, sistemas de canales, depósitos, estufas, jaulas de guacamayas, etcétera.

La coherencia de la obra es innegable ya que responde a un ordenamiento taxonómico riguroso en donde no es posible observar huecos o ausencias. Cada tomo, cada temática, es un verdadero tratado que en sí mismo puede considerarse como un universo casi infinito de información, así, por ejemplo, la arquitectura puede comprenderse claramente en sus cambios a través de cada uno de los periodos (planteados casi de manera evolutiva) pues va desde las fases del periodo Viejo, con las casas de planta circular (pit houses) hasta las del periodo Medio con unidades arquitectónicas de planta cuadrangular, grandes muros de carga y puertas en forma de “T”. En ese sentido, los cambios son muy claros, lo mismo sucede con la cerámica y su decoración. Di Peso no dejó lugar a dudas, no sólo por el tipo de información integrada, sino también, por la forma en que ésta fue ordenada, presentada y analizada.

Sobre esta información ronda la idea de la presencia mesoamericana en Casas Grandes, y que se ve cristalizada por medio del comercio y la importación ideológica de elementos mesoamericanos como la Xiuhcóatl, Quetzalcóatl y el juego de pelota, es por eso que Paquimé, desde la perspectiva y la información manejada por Di Peso, es el centro comercial más importante de la Gran Chichimeca al haber entablado relaciones con Mesoamérica. Tal situación responde a una visión histórico- cultural sobre el enfoque difusionista lineal con el que fue congruente Di Peso, incluso, como contraparte de las influencias culturales del suroeste de los Estados Unidos en el noroeste mexicano.

La interpretación que hacemos, después del análisis general de lo fenoménico, del conjunto de los elementos considerados como eje del discurso del trabajo de Di Peso, gira en torno a las dimensiones del tiempo, cultura material y espacio; dimensiones que están montadas sobre una

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estructura expositiva que se muestra ordenada de manera evolutiva unilineal (dimensión tiempo) a manera de progreso social, no pensado éste del todo como lo concibe la sociología,12 sino en el sentido evolucionista unilineal, es decir, por periodos que expresan el comienzo, el auge y el decaimiento cultural, con un final que muestra el impacto cultural del coloniaje español que pareciera ser negador de la “esplendorosa” cultura de Casas Grandes, aunque ésta ya no existiera a la llegada de los europeos. Así, para Di Peso, el tiempo se convierte en un amarre cronológico que justifica y legitima su discurso lineal en términos de desarrollo cultural. Desarrollo cultural que se halla ligado a la interpretación de la historia y la sociedad como progreso humano universal “inevitable”. Desde este planteamiento, la obra de Di Peso es positivista ante su congruente esquema desarrollista que apunta siempre hacia el progreso, tal y como se nuestra en el manejo de los datos: periodos y fases iniciales, de esplendor y caída o colapso; de igual manera comienzo-auge-decadencia-abandono. La lectura es la del desarrollo histórico-cultural y por lo tanto la del progreso social (en el ámbito de la concepción positivista).

Por otra parte, la dimensión de la cultura material recuperada en abundancia es para la investigación arqueológica el dato y su cantidad, ese que es la evidencia de todo y más allá del todo, la prueba fidedigna del avance sociocultural, del cambio social, de las relaciones económicas, comerciales, de la producción, del trabajo y del poder político, de la ideología y de la visión del mundo. Es tan abundante la materialidad de la cultura en el trabajo de Di Peso, que pareciera no existir otra cosa que ello, y es, al final de cuentas, la limitante eterna de la arqueología, ni siquiera basta con tener en cuenta, -dicho a la Mortimer Wheeler-, que detrás del objeto está el ser humano,13 porque esa abrumadora masa de información derivada del estudio se convierte no en un medio sino en un fin por sí mismo, esto a sabiendas que detrás de ella precisamente están los individuos que crearon esa cultura material. La información

12 “Casi todos los sociólogos sostienen que el progreso social debe definirse en función del dominio: dominio sobre la naturaleza física, de una parte, y dominio sobre la naturaleza humana y las relaciones humanas, de otra. Casi todo el contenido de la cultura no consiste en otra cosa que en esas relaciones de dominio” (Pratt, editor, 2004: 236). 13 “...el arqueólogo no desentierra cosas, sino gentes” (Wheeler, 1978: 7).

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arqueológica en relación con otro tipo de datos integrados por Di Peso a su trabajo, generó bases muy sólidas para el nacimiento y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé: la monumentalidad no sólo física existente (arqueológica o de la cultura material) sino también, aquella que es manejada y considerada como información vertida en el trabajo: es lo más vistoso por la cantidad, tamaño, calidad, diversidad, color, decoración estilo, etcétera, lo que demuestra que valió la pena la exploración y la misma recuperación y conservación de la cultura material, no obstante, ¿eso es lo único relevante de la investigación arqueológica?, es decir, ¿es la gran cantidad de sitios y calidad y cantidad de objetos y elementos arqueológicos y arquitectónicos, recuperados y liberados en Paquimé y en su área cultural, los que por sí solos demuestran la importancia de esta cultura frente a otras sitios que no los poseen? o ¿es lo que social, económico, incluso político e ideológico, lo que se refleja en todos ellos y por lo tanto eso es lo que resulta trascendente?

Pareciera por momentos que el tratamiento de la cultura material en el trabajo de Di Peso es el fin último de su estudio. Por otra parte, es claro que la abrumadora información obtenida en Casas Grandes-Paquimé resulta ser lo más importante si se atiende exclusivamente al criterio de cantidad y tamaño, no al de la diversidad arqueológica de otros espacios norteños del propio noroeste mexicano y del suroeste norteamericano. Esto, que constituye en gran medida el Modelo Casas Grandes-Paquimé, relega a un segundo plano sus aspectos esenciales como son la economía y la sociedad así como los aspectos políticos e ideológicos, también traba y limita la comprensión de otras realidades arqueológicas como la de los nómadas (cazadores-recolectores), y acrecienta el sentido etnocéntrico mesoamericano al considerar a Casas Grandes como el centro en el que se “representa” Mesoamérica, incluso “reproduce” ella misma en el norte, y que ha permitido, por lo menos en Chihuahua, el abordaje y explicación de lo que no es Casas Grandes-Paquimé sino es en función directa a esta misma asociación modélica.

En cuanto a la dimensión espacial, podemos mencionar que el difusionismo, que da pie a la influencia cultural, provino para Di Peso, del sur, es decir, de Mesoamérica y se instaló en el norte, en Casas Grandes. Esto, como tendencia y desde la perspectiva histórica, resulta interesante ya que Jane Kelley y Elisa Villalpando observan que a partir

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de 1930 los arqueólogos consideraban que las conexiones con Mesoamérica eran mínimas (1996: 70). Más tenía importancia la influencia del suroeste estadounidense en el noroeste mexicano, como así constantemente lo buscaron demostrar los arqueólogos E. B. Sayles (1936), Robert Lister (1953, 1958), Gordon Ekholm (1942 y 1944) y Robert Zingg (1940) entre otros en lo que es la primera mitad del siglo XX, es decir, antes del trabajo de Di Peso (1974). Con Di Peso, es Mesoamérica la que define, a través de su presencia en Casas Grandes, el desarrollo cultural de Casas Grandes en la Gran Chichimeca, cuando que para nosotros serían ambas presencias: indios Pueblo y Mesoamérica las que construyen la dimensión espacio-cultural.

Este espacio es la dimensión testigo de estas fluctuaciones difusionistas, no obstante, lo preponderante, después de la investigación de Di Peso, es la difusión mesoamericana (evidentemente de sur a norte) en ese sitio y área de la Gran Chichimeca, o sea, Casas Grandes-Paquimé. Así, lo que viene del suroeste de los Estados Unidos adquiere una calidad distinta frente a lo que viene del sur, del México central o de Mesoamérica, no por ello mejor o peor, sino diferente, y lo sabemos, pero también sabemos que eso es lo que se prefiere, lo mesoamericano, y a pesar de esto, el escenario sigue siendo espacial, con sus significados culturales concretos, y si son mesoamericanos qué mejor, eso le da prestigio e incluso ubica a la arqueología norteña en otra posición frente a la que carece de ellos: una política de apoyo a la investigación del noroeste de Chihuahua (más recursos), mayor realce en los datos por su monumentalidad y belleza desde el marco conceptual de factura occidental (la cerámica policroma así lo estaría expresando) así como una mayor divulgación y conservación del patrimonio cultural arqueológico ¿por qué no?

Al final, el pensamiento arqueológico de Charles C. Di Peso se reduce al monumentalismo, un monumentalismo cargado de mesoamericanismo: la gran visión etnocéntrica frente a la “otra arqueología” que no posee ni lo uno ni lo otro. Históricamente el pensamiento de Di Peso es de un gran peso (valga la redundancia), un peso abrumador que aquí traducimos en análisis y explicación, primero de la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé y, segundo, de su desarrollo y constante reproducción.

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Eclosión, desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé. Las tradiciones arqueológicas o líneas de pensamiento en Chihuahua. Argumentación para la explicación y definición de dicho modelo

Creamos modelos de cómo vemos el mundo fuera de nosotros.

Mientras más información tenemos más refinamos nuestro modelo de una manera u otra. Lo que finalmente hacemos es contarnos a

nosotros mismos una historia de lo que es el mundo allá afuera. Daniel Monti, 2005

A lo largo de este trabajo y eso es decir a lo largo de esta historia de la arqueología en Chihuahua, el elemento constante ha sido Casas Grandes, tanto en el origen como en el comienzo y desarrollo de esta disciplina. Por eso se ha hablado primero de la obsesiva mención al sitio por parte de distintas fuentes históricas y de los primeros trabajos de exploración del mismo y sus alrededores (área cultural), así también del origen encapsulado del Modelo Casas Grandes-Paquimé con las aportaciones que se dieron a principios y a mediados del siglo XX , sobre todo para la Sierra Madre Occidental, trabajos que buscaron afanosamente evidencias de esas relaciones culturales entre el suroeste de los Estados Unidos, Casas Grandes y el centro de México, mientras que Casas Grandes-Paquimé, como modelo, estaba en latencia o encapsulado, pues aún no era el centro rector del discurso arqueológico, esto al menos desde la visión retrospectiva que aquí hemos estado aplicando.

Como ya lo hemos señalado hasta el cansancio, poco después de la publicación de Charles Di Peso, este modelo eclosiona, se desarrolla y reproduce constantemente, teniendo en principio como motivo principal de exposición y discusión, las relaciones e influencias culturales con Mesoamérica. Posteriormente, como patrón actual, lo que rige y determina la investigación arqueológica en el noroeste de Chihuahua es el Sistema Regional Casas Grandes.

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FIGURA 23 LA CULTURA CASAS GRANDES COMO PARTE DEL MODELO

CASAS GRANDES-PAQUIMÉ

1

2

3 4

56

7

NORTE DE MÉXICO

GRAN CHICHIMECA

A R I

É R I C A

D O A M

Grandes Casas de la cultura

arqueológicos

Sitios

Cultura Casas Grandes en Oasisamérica, (Gran Chichimeca, norte de México, Suroeste de los Estados Unidos). Sitios de la cultura Casas Grandes: Valle: 1.-Casas Grandes Paquimé; 2.-Arroyo de los Monos; 3.-Angostura-Galeana; Sierra: 4.-Cueva de la Olla; 5.-Cueva Grande; 6.-Cuarenta Casas; 7.-Huapoca. Fuente: Adaptado de María del Carmen Solares y Enrique Vela, Atlas del México Prehispánico... especial de Arqueología Mexicana, núm. 5, 2000, p. 12 Eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé El Modelo Casas Grandes-Paquimé eclosiona aunque para algunos no inmediatamente después de la publicación de Di Peso. Jane Kelley y Arthur MacWilliams han afirmado que la investigación del sistema cultural de Casas Grandes comienza en el año de 1989 y continua hasta nuestros días (Kelley y MacWilliams -en prensa b-: 8). Desde nuestro enfoque, los primeros trabajos importantes que influyen en la consolidación de dicho

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modelo, además del de Di Peso, se dan para la década de 1980 y los primeros años de la de 1990.

Uno de esos trabajos y que es parte ya de la historiografía clásica, es el de Steven A. Leblanc (1980) quien aborda la datación de Casas Grandes. En este trabajo se revisa la cronología de Di Peso (1974) en términos de re-evaluarla a raíz de nuevos datos del suroeste de Nuevo México. Leblanc propone nuevas fechas para el periodo Medio (1150 a 1300 d. C.), a diferencia de Di Peso que lo ubica entre el 1060 a 1340 d. C. (véase cuadro número 4).

Leblanc señala que aparentemente esos 100 años de diferencia son un asunto trivial, sin embargo, indica, que dicha diferencia tiene fuertes implicaciones en relación con las redes de comercio, en la interacción entre los grupos y con las causas del colapso cultural o abandono en varias de las áreas del suroeste de los Estados Unidos (Leblanc, 1980: 799-800).

Lo trascendente, en términos del pensamiento arqueológico, es que el Modelo Casas Grandes-Paquimé nace bajo el cuestionamiento y discusión de la datación o fechamiento que propuso Di Peso para el periodo Medio, el cual se ubica como el de mayor florecimiento de esta cultura. La cronología se vuelve un tema central al interior del flujo de dicho pensamiento.

A principios de la década de 1990, Jeffrey S. Dean y John C. Ravesloot reanalizan y reevalúan los anillos de árbol (dendrocronología) en las vigas de las unidades arquitectónicas del sitio de Paquimé del periodo Medio, cambiando así, por ejemplo, la cronología de la Fase Buena Fe (1253-1306 por 1359-1413 d. C.), así como también la de la Fase Paquimé (1124-1277 por 1419-1473 d. C.) (Dean y Ravesloot, 1993: 96). La cronología de Casas Grandes es un punto neurálgico en la discusión de su desarrollo cultural, por ello es que revisa continuamente en la mayoría de los trabajos importantes.

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CUADRO 4 CRONOLOGÍA DE PAQUIMÉ. PERIODO MEDIO

REDEFINIDO

Periodo Fase Cronología (Después de Cristo)

Españoles Apache San Antonio

1680-1821 1660-1686

1519-1660 Tardío Contacto español Robles

Fuente: Modificado de Charles C. Di Peso, Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca, The Amerind Foundation Inc./Dragoon Northland Press, Flagstaff, Arizona, Volúmenes: 1-3, 1974. Periodo Medio Redefinido (Dean y Ravesloott, 1993) y sobre la propuesta de Whalen y Minnis (2001: 39).

Sin que aporte demasiados elementos, el libro de Eduardo

Contreras (1986) es el primer trabajo de un arqueólogo mexicano que se publica después de las exploraciones de Charles Di Peso (1974).14 Tanto el trabajo de este investigador como los informes y la monografía

14Existe un pequeño trabajo previo de Eduardo Contreras (1985). En él se tratan los diferentes sistemas constructivos de la antigua ciudad de Casas Grandes y se observa apoyado por una buena cantidad de dibujos y fotografías.

1340-1519 Periodo Medio

1261-1340 1205-1261

Redefinido Medio Diablo Paquimé Buena Fe 1060-1205 Dean y

Ravesloot (1993)

Viejo Perros Bravos Pilón Convento

950-1060 900-950 700-900

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de Contreras, generan también que el Modelo Casas Grandes-Paquimé comience a eclosionar en el contexto de la arqueología mexicana. Eduardo Contreras, que trabajó con Di Peso en la exploración del sitio, publica una muy apretada síntesis de los resultados obtenidos en campo y gabinete y de igual manera vierte su visión general sobre la zona arqueológica de Casas Grandes. Su pensamiento se resume de alguna manera en la siguiente cita:

...Casas Grandes tuvo influencias y rasgos culturales del S. W. de Estados unidos, durante las tres fases del Período Viejo. Posteriormente, durante el Período Medio, recibe fuertes impactos e influencias provenientes del sur, iniciándose un notable cambio cultural, a partir de la fase Buena Fe de este Período y alcanzando su máximo esplendor en la fase Paquimé en el que logra la categoría de ciudad, la primera hasta hoy, descubierta en el norte de la Gran Chichimeca en el extenso Valle de Casas Grandes, orgullo y admiración de propios y extraños en el Estado de Chihuahua en el que, por la insospechada cantidad de sitios arqueológicos que tiene, llegará a ocupar un prominente lugar dentro de la Arqueología Mexicana y Mesoamericana (Contreras, 1986: 99).15

El nacimiento o eclosión del modelo se manifiesta también en

los trabajos de otro arqueólogo mexicano, Arturo Guevara Sánchez (1985 y 1986), quien realza la importancia de Casas Grandes y su área cultural. Guevara publicó en el año de 1985, un panorama de la arqueología de Chihuahua por medio de apuntes generales de la misma. El nivel que maneja es monográfico o descriptivo sin un análisis crítico al respecto de su desarrollo, de tal manera que su planteamiento observa un desarrollo lineal sobre la cultura que se manifiesta desde “los primeros pobladores” hasta “los grupos nómadas y seminómadas de la época colonial”, pasando evidentemente por “Paquimé” (primeras aldeas y por los periodos Medio y Tardío del mismo sitio). Así, la aportación relevante de este trabajo, se encuentra precisamente en que es una de las primeras publicaciones de la arqueología mexicana que fija su atención,

15 Ese lugar prominente es el espacio de investigación arqueológica en Chihuahua y no es otro en donde se da el desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé.

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junto con la de Contreras, en Casas Grandes sobre la base de la información obtenida por Di Peso (cfr. Guevara, 1985).

Uno de los trabajos más acabados también de Arturo Guevara (1986), es el que se relaciona con Casas Grandes-Paquimé en términos de la descripción y análisis de la información del sitio de las Cuarenta Casas en la Sierra Madre Occidental en el área cultural Casas Grandes. Las conclusiones a las que llegó Guevara son importantes al haber señalado que la filiación cultural de los materiales arqueológicos y de las construcciones se inscriben en un grupo más grande que es el de la cultura de Paquimé, así que, a través de ellos, se establecieron relaciones en términos de lo que es la “...etapa en que los grupos de la sierra se comenzaban a desplazar hacia las planicies […] época de expansión de la Cultura de Paquimé, que llegó a reocupar la Sierra Madre Occidental, de donde era procedente” (Guevara, op. cit.: 195). Esto, que posee un sentido ambivalente en términos de interacción entre los grupos de la sierra y los del valle, se relaciona con la idea de unidad cultural entre una y otra provincia fisiográfica.16

En un trabajo posterior de Arturo Guevara y David A. Phillips (1992: 187-213) se da a conocer que la arqueología de la Sierra Madre Occidental, para la parte de Chihuahua, se encuentra limitada y presenta muchos huecos, no obstante, se señalan los avances de la investigación de este espacio. A pesar de las investigaciones arqueológicas realizadas durante todo el siglo XX, muy poco se ha llegado a comprender la variación temporal y espacial de la sierra (Ibíd.). En ese sentido nos llama la atención que estos autores, si bien al principio citan la cronología de Di Peso (1974), asumen y utilizan, como base para ubicar y caracterizar lo que ellos llaman la “Prehistoria de la sierra de Chihuahua”, los cuatro periodos provenientes de la propuesta de David Phillips (1989a): Paleoindio (9500-6000 a. C.), Arcaico (6000 a. C. –1 d. C.), Cerámico (1-1,540 d. C.), Protohistórico e Histórico (desde 1540 d. C.) (cfr. Ibíd.: 8, y Guevara y Phillips, op. cit.: 207-212 ), cuando que tradicionalmente la

16 Es lo que Eduardo Gamboa llama “Provincia Serrana”, en la que se observa la tradición de casas en acantilado, sistemas de terrazas para el cultivo y diversos objetos de cerámica como las ollas policromas proveniente de Paquimé, así los de cobre y de fibras de agave con el que se fabricaron cestos, mecapales, sandalias y morrales (Gamboa, 2001a: 51-51).

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cronología que se ha utilizado para la sierra, por su confluencia con Paquimé y por hallarse en la misma área cultural de Casas Grandes, es la que propuso Charles Di Peso (1974) así como la modificada por Dean y Ravesloot (1993). El uso de esa cronología alterna responde necesariamente a la influencia de los estudios arqueológicos del suroeste de los Estados Unidos.

Por otra parte diremos que, a pesar de que Guevara y Phillips consideran brevemente el trabajo de Paul Minnis y Whalen al citar de ellos las ideas sobre interacción regional e integración del Sistema Regional de Casas Grandes (cfr. Guevara y Phillips op. cit.: 204), estos autores finalmente no las aplican para la explicación de la dinámica sociocultural inferida de los remanentes arqueológicos en la Sierra, por lo que limitan su discurso a la idea de la dependencia cultural con Paquimé. Por esta razón ubicamos su trabajo a nivel de lo que es la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé al presentar elementos que apuntan hacia el desarrollo y reproducción de dicho modelo.

En el año de 1993 se publicaron importantes trabajos alrededor de la Gran Chichimeca de Di Peso, los cuales fueron editados por Woosley y Ravesloot (1993). Son en su mayoría aproximaciones alternas de reflexión influenciadas de manera muy clara por el pensamiento de Di Peso. Uno de los más importantes trabajos en ese sentido y dentro de esta selección, es el de Randall H. McGuire. Esta autor repara en la conexión con Mesoamérica en términos de las “ondas” de influencia a través de las actividades mercantiles en la Gran Chichimeca expresadas en Casas Grandes, actividades que llevaban a cabo los mercaderes o pochtecas, pero en ese sentido, lo relevante es que McGuire considera que Di Peso elaboró una noción de la conexión mesoamericana en la Gran Chichimeca precisamente a través del estudio de Casas Grandes, esto independientemente de que Di Peso haya posteriormente adoptado el modelo del sistema mundial de Wallerstein para explicar teóricamente estas influencias, pero esto no invalida que la base para las mismas haya sido precisamente el trabajo realizado en Casas Grandes (Di Peso, 1974), tan es así que se acepta -por parte de McGuire- que Paquimé fue el mayor centro comercial en términos de su desarrollo local. Finalmente, este autor reconoce la contribución de Di Peso al estudio de la conexión entre Mesoamérica y la Gran Chichimeca, lo que ha provocado un

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moderno debate durante dos décadas (McGuire, 1993a: 29, 31, 33, 35 y 38).

Esto del debate durante dos décadas lo relacionamos directamente con la eclosión del Modelo Casas Grandes-Paquimé y en ese mismo sentido con una parte muy importante del pensamiento arqueológico en Chihuahua: las influencias culturales de Mesoamérica en Casas Grandes, o lo que es lo mismo, las “ondas” difusionistas mesoamericanas en Casas Grandes-Paquimé. Así, el modelo del difusionismo lineal ya no se sostiene por su extrema simpleza al pretender ubicar esquemática y forzosamente la presencia de Mesoamérica en Paquimé, sobre todo cuando el desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé giran en torno al Sistema Regional de Casas Grandes.

Desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé Una de las ideas con la que termina de eclosionar el Modelo Casas Grandes-Paquimé y comienza su franco desarrollo y reproducción es la del Sistema Regional de Casas Grandes, la cual se ha propuesto y desarrollado en varios de los trabajos por parte de Paul E. Minnis y Michael E. Whalen. De ahí en adelante dicho modelo no hace más que desarrollarse y reproducirse simultáneamente tomando un sesgo particular que lo identifica regionalmente de manera relevante. A partir de la propuesta de dicho sistema, la mayoría de los trabajos arqueológicos en el noroeste de Chihuahua adoptan dicha denominación, es por eso que cuando Jane Kelley y Arthur MacWilliams (-en prensa b-: 8) hacen referencia a que la investigación del sistema de Casas Grandes comienza en 1989, están relacionando el proyecto de investigación arqueológica de dicho sistema dirigido por Minnis y Whalen (1989). Dicho proyecto surgió de la necesidad de recuperar datos complementarios a la información de Di Peso. Se estudiaron 84 sitios en cuatro unidades geográficas: Carretas, San Pedro, Casas Grandes y Santa María, los cuales pertenecen al Periodo Medio (1050-1350 d. C.) (Minnis y Whalen, op. cit.: 86-90).

Derivado de las temporadas de campo, los autores comienzan desde un principio a discutir aspectos fundamentales, los que, por una

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parte, reafirman nuestra idea del Modelo Casas Grandes-Paquimé para la investigación arqueológica de Chihuahua, y por la otra, cambian la perspectiva de que Casas Grandes es únicamente el punto de unión con Mesoamérica. Veamos: Minnis y Whalen señalan que los modelos de la prehistoria del desierto en frontera se valen de Casas Grandes por ser el sistema cultural más complejo además de ser también el punto mayor de interacción entre Mesoamérica y la Gran Chichimeca. Esto implica al sistema regional de Paquimé, por medio del cual se amplía lo obtenido por la investigación de Di Peso puesto que se enfatiza la preeminencia que tiene Casas Grandes [Paquimé], como sistema complejo, y esto sobre otras comunidades que precisamente estuvieron subordinadas a él, es decir, que Di Peso se enfocó principalmente en el sitio de Paquimé prestando poca atención a las poblaciones aledañas al sitio. En cuanto a la relación Mesoamérica/Casas Grandes, los autores invitan a la comprensión de la red de apoyo regional en la que participó Casas Grandes, ya que el carácter regional de las formas de gobierno de Paquimé son incomparables con los modelos que ubican a Paquimé como enclave fronterizo económico de Mesoamérica. Esto, que teóricamente es sustentado a través de las formas de gobierno que poseen sistemas sociales de igual rango mejor conocidas como Peer Polity, es diferente a la idea del sistema mundial o World System que adopta posteriormente Di Peso (Minnis y Whalen, 1990 [1991]: 45-46). Tales ideas contrapuestas entre lo que propuso Di Peso y lo que Minnis y Whalen sustentan, le proporciona un cambio al Modelo Casas Grandes-Paquimé en el ámbito del pensamiento arqueológico, lo cual históricamente es trascendente en términos epistemológicos y paradigmáticos. Finalmente Minnis y Whalen agregan:

...el desarrollo de Casas Grandes surgió de una interacción fuerte entre sistemas políticos contiguos en vez de una dominación de una comunidad local por un estado lejano [Mesoamérica]. Un requisito previo de los modelos de formas de gobierno de sistemas sociales de igual rango, (Peer Polity) es una muestra que el sistema de Casas Grandes existía a escala geográfica tanto como los sistemas contiguos (e.g., Classic Hohokam, Salado). (Minnis y Whalen, op. cit.: 46).

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El punto esencial de crítica para Di Peso (1974: 2), se centra en el periodo Medio en el que Paquimé, en tamaño y en estructura, es el centro de la complejidad social del Postclásico mesoamericano, argumentando [Di Peso] que la comunidad se estableció en el borde del Suroeste a través de los intereses comerciales y el control de mercado entre dos regiones. Esto implica considerar, en términos difusionistas [lineales], el ascenso de este centro, es decir, como resultado de los intereses comerciales con Mesoamérica (Whalen y Minnis, 1999: 54-55) No obstante, el estudio de los sistemas regionales, su desarrollo regional e interacción, le proporciona un nuevo giro a la investigación. Esto concretamente se refiere a la caracterización del Sistema Regional de Paquimé que estudian estos autores, con ello obtienen las siguientes conclusiones: primero, sobre la base de la distribución de los tipos cerámicos, los estilos domésticos de la arquitectura y la distribución e importación de bienes, se arguye que fueron diferentes niveles de contacto entre Paquimé y sus vecinos; segundo, el Sistema Regional de Paquimé existió en una escala geográfica comparable a la descrita para el Chaco o lo Hohokam en el suroeste de los Estados Unidos, idea que contrasta con la escala regional política de Mesoamérica que postuló Di Peso; tercero, existen varias localidades políticas que hacen referencia a jerarquías de sitios, canchas de juego de pelota y de crianza de guacamayas, y que hablan en sí de formas de gobierno de sistemas sociales de igual rango [Peer Polity] que pudieron haber rivalizado con Paquimé en un momento temprano de su historia; y cuarto, la existencia de canchas de juego de pelota posiblemente tenga relación con asuntos de competencia y rivalidad entre las elites, lo cual se vincula con un bajo nivel de centralización política dentro del área (Whalen y Minnis, op. cit.: 60-61).

Estos mismos investigadores en uno de sus últimos y más importantes trabajos publicado sobre Casas Grandes (Whalen y Minnis, 2001: 204-206), revisan la cronología para el periodo Medio de Casas Grandes por medio de dendrocronología y radiocarbono, obteniendo que su desarrollo cultural va del 1200 al 1450 d. C17. Una de las conclusiones más importantes a las que llegan, difiere con la original interpretación de que Casas Grandes es el símbolo mesoamericano, de 17 Fechas que más o menos coinciden con la cronología de Dean y Ravesloot (1993).

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tal manera que algunos de los estilos de la arquitectura pública y ritual pueden posiblemente ser interpretados a través de modelos de empleo de símbolos y rituales altamente efectivos y comúnmente usados por el poder político local. Tal situación conlleva a la noción de que Casas Grandes fue producto de una sociedad con niveles intermedios de complejidad, con un poder institucionalizado y estructuras de autoridad. Finalmente, encuentran que los datos del reconocimiento presentados y analizados apuntan hacia una situación sin un alto nivel de centralización regional:

The primacy of Casas Grandes implies a certain level of centralization of political and economic power, but we have asserted this primacy to have been of a relatively simple kind and to have operated primarily within a small core, while the Medio settlements of a much larger periphery appear to have been tied only loosely to the primate center by a variety of social and economic alliances, without any indication that they were dominated by the primate center (Whalen y Minnis, 2001: 206). Esto ha conducido a la discusión, en pleno desarrollo y

reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé, sobre la esfera de interacción de Casas Grandes, lo que ha provocado el que se le considere como una de las más dinámicas y significativas culturas del Southwest y el Noroeste mexicano (Schaafsma y Riley, 1999: 249).18 Así, Mesoamérica queda fuera o lejana de Casas Grandes, y a su vez ésta se fortalece como enclave original del norte de México, situación que ubica al difusionismo lineal en el ámbito de las influencias mesoamericanas como una parte de la historia que ya ha pasado a formar parte del pensamiento arqueológico en Chihuahua, por lo tanto, ese difusionismo lineal mesoamericano es entendido no sólo como contraparte esquemática y mecánica de las influencias culturales del Suroeste, sino también, del Sistema Regional Casas Grandes, condiciones que en su conjunto tienen su origen y desarrollo en el amplio marco histórico del Modelo Casas Grandes-Paquimé.19

18 Estas condiciones, desde el Sistema Regional Casas Grandes y en términos de su participación en estas áreas culturales, ubican al Modelo Casas Grandes-Paquimé en la explicación que se da bajo el orientalismo y el Modelo Ario de civilización y que aquí se aborda en la penúltima parte de este capítulo. 19 Bernard Brown apoya esta idea al señalar que el difusionismo es algo bastante vago, lo que ejemplifica con la presencia elementos ideológicos que se asumen como Tlaloc o

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En este sentido de la esfera de interacción, existen diversos trabajos muy importantes que tienen como referencia a Casas Grandes. Es el caso del Proyecto Arqueológico Chihuahua dirigido por Jane H. Kelley de la Universidad de Calgary, Canadá que durante más de 15 años ha aportado muy valiosa información arqueológica. El proyecto incide en el área centro-occidental de Chihuahua desde 1990. Dicha área fue anteriormente trabajada en superficie por Sayles (1936) y Donald Brand (1943), no obstante, era una región bastante desconocida arqueológicamente. Teniendo como referencia los alrededores de ciudad Cuauhtémoc, la Laguna de Bustillos y parte del valle de Santa Clara, así como los pueblos de Santa Clara, Namiquipa, Soto Maynez y el bolsón Babícora, se llevó a cabo un registro de más de 60 sitios arqueológicos. Se entiende que uno de los objetivos del proyecto de Kelley fue el de delimitar la extensión hacia el sur del Sistema de Casas Grandes o Paquimé, lo que comenzó a perfilarse desde la primera temporada de campo con sitios arqueológicos del periodo Arcaico en la laguna de Bustillos con puntas (atlatl) semejantes a las del Arcaico Tardío [circa 1500 a. C.-1 d. C., según Guevara y Phillips, 1992: 208]. Dichos sitios se localizaron en la frontera sur del sistema Paquimé, constituyéndose de montículos de casas de adobe o piedra y cerámicas policromas del tipo Babícora, Casas Grandes y Villa Ahumada. También se presentan montículos en pie de monte como en las riberas de los ríos. En esa primera temporada se vislumbraron buenas expectativas para la conformación de la historia cultural en el área de estudio (Kelley y Steward, 1990: 147-154).

Es importante destacar que la investigación en la parte central occidental de Chihuahua desarrollada por Jane H. Kelley y su equipo, reactivó el término de “cultura Chihuahua” propuesto por Donald Brand (1933 y 1943).20 Los sitios que no se contemplan dentro de la cultura

Quetzalcóatl en Nuevo Mexico y Texas, lo cual, en términos de sus relaciones, resulta bastante endeble y tenue si se les compara con lo que son estas deidades en el centro de México. Esto es aún más evidente cuando se carece del uso de analogías. En resumidas cuentas Brown acota que: “Los modelos que usamos casi todo el tiempo son difusionistas pero ni entendemos, ni hemos estudiado qué es la difusión” (Brown, comunicación personal, julio 7, 2004). 20 El nombre de “cultura Chihuahua” es de carácter genérico a diferencia del de “área cultural Casas Grandes” o “cultura Paquimé” ya que estos se restringen a un espacio más local (Jane Kelley, 2005, comunicación personal). La idea de Jane Kelley es la de reactivar

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Chihuahua, por estar ubicados cronológicamente para el periodo Viejo y la parte temprana del Medio, se hallan en el sur del valle de Santa María en el centro y occidente de Chihuahua y cuyos remanentes arqueológicos son pithouses y jacales. Presentan también evidencias de agricultura con una cerámica predominantemente sin decoración. Los sitios de la cultura Chihuahua se ubican en la parte alta de los drenajes de Santa María y Santa Clara y en la cuenca de la Babícora. La arquitectura es de cuartos en bloque. Su patrón de asentamiento y la economía de estos grupos correspondió a los patrones del drenaje de las tierras de cultivo, lo que, en conjunto con los datos arqueológicos, permitió ubicar a los sitios en el periodo Medio, cronología que se infiere por los tipos cerámicos como el Babícora policromo, el cual es el tipo dominante, aunque también existen tipos como el Ramos, Carretas y Corralitos policromos, además de metates y lozas texturizadas. La dinámica regional desde una perspectiva sureña, está directamente relacionada con los periodos Viejo y Medio del noroeste de Chihuahua, no obstante, una importante diferencia entre éstas áreas (noroeste, centro occidental) es la demografía y el medio ambiente, es decir, que hay una alta densidad poblacional a lo largo del río Casas Grandes y de tierras de explotación intensiva para la agricultura en los alrededores de Paquimé; en contraste, la densidad es muy baja en el centro occidental de Chihuahua ante las pocas evidencias del control de los recursos hidráulicos. Sin embargo, también se observan similitudes arqueológicas entre Casas Grandes y la zona sur central con la arquitectura de adobe y con el sistema simbólico de enterramientos humanos y animales (pavos y guacamayas). Se concluye que la descripción esencial de esta investigación explica de forma breve por qué Paquimé llegó a ser el sitio más importante, al proyectar su desarrollo durante varios siglos, en el occidente central de Chihuahua (Kelley, Stewart, MacWilliams y Neff, 1999: 63-76).

Esto último refleja lo trascendente que resulta el área cultural de Casas Grandes y su impacto en los estudios arqueológicos, como los realizados por Jane Kelley y su equipo, fuera propiamente de dicha área, lo que reafirma una vez más la idea del desarrollo y reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé. Lo mismo sucede en áreas de estudio

el término de “cultura Chihuahua”, aunque esto sólo es una propuesta (Cruz, comunicación personal, 2006).

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relativamente lejanas a Casas Grandes y cercanas al desierto. En el estudio de Rafael Cruz (1997: 1-9), en la región de Villa Ahumada, y en las cuencas del río Carmen y Santa María, se encuentra que se establecieron relaciones con asentamientos del periodo Medio del área de Paquimé.

Bajo el Proyecto Villa Ahumada se ha podido conocer el área que rodea a Paquimé, puesto que su objetivo principal ha sido el de “...profundizar en el estudio de las cuencas de los Ríos Carmen y Santa María. Esta zona ha sido tradicionalmente considerada como parte de la periferia del sistema regional de Casas Grandes” (Cruz, op. cit: 3). Son varios tipos de sitios que el proyecto dirigido por Cruz registra y clasifica: campamentos a cielo abierto de cazadores-recolectores sin cerámica, otros con gran cantidad de materiales líticos también sin cerámica, los hay también de estructura circular de rocas a manera de “atalaya” y de estructuras arquitectónicas de adobe relacionadas con Casas Grandes así como por el tipo de materiales arqueológicos en superficie. De igual manera, se registraron sitios protohistóricos. Los sitios que en particular llaman poderosamente la atención son los que se ubican en la parte desértica cercanos a la actual autopista federal Chihuahua-Ciudad Juárez. Estos se diferencian de lo demás al presentar, además de lítica, materiales cerámicos y piedras de molienda. La cerámica es del estilo Jornada Mogollón y del estilo Paquimé, lo que sugiere que “...estos asentamientos estaban relacionados, en alguna manera, con Casas Grandes (Paquimé) y con el área de El Paso” (cfr. Cruz, op. cit.: 4). Si bien el espacio o área de Villa Ahumada se ha considera por Brand (1943), Di Peso (1974) y Sayles (1936) como el límite más al este de la cultura Paquimé y por el mismo Rafael Cruz, quien cita a su vez a estos estudiosos (op. cit: 7), el sentido de demarcación espacial de dicha cultura muestra claramente la sujeción del discurso arqueológico de este investigador a la dinámica del Sistema Regional de Casas Grandes, lo que históricamente se explica en términos del desarrollo y reproducción de nuestro modelo.

Es claro ahora que varios estudios arqueológicos sugieren que el sitio de Paquimé fue un centro de autoridad como complejo cultural que formó parte de una red de cientos de sitios arqueológicos en el noroeste de Chihuahua después 1050 d. C. Así Villa Ahumada formó parte de esa red. En ese sentido se puede hablar de la interacción que Villa Ahumada tuvo con Paquimé durante el periodo Medio y que se demuestra con la

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presencia de la turquesa, aunque no con la fuerza de vinculación que se dio entre Paquimé y las poblaciones del mismo noroeste (Cruz y Maxwell, 1999: 43 y 50). Las tradiciones arqueológicas como líneas del pensamiento arqueológico condicionadas por el Modelo Casas Grandes-Paquimé Al hablar de tradiciones arqueológicas se resumen las líneas de pensamiento arqueológico en Chihuahua, pero ha sido el Modelo Casas Grandes-Paquimé el que las ha condicionado como así lo ha hecho con la investigación arqueológica de este estado, esto es que su proyección histórica, el desarrollo y reproducción de dicho modelo es a todas luces de gran alcance y ha totalizado, a su vez, la investigación arqueológica de este estado.

Por una parte, es notorio que la condición de la investigación arqueológica sonorense difiere de la de Chihuahua y eso históricamente se observa rápidamente en las tradiciones arqueológicas que para Sonora César Villalobos (2004) ha marcado a través de Villalpando (2000).21 Eso dio pie a realizar la identificación esquemática de las tradiciones arqueológicas para Chihuahua y que se relacionan concretamente con líneas de pensamiento. El orden en las que éstas se presentan va en un sentido más o menos cronológico. Son 12 tradiciones que históricamente se han delimitado de la siguiente manera:

1.-Casas Grandes I-Bandelier/Lumholtz;22 2.-Casas Grandes II-

Blackiston/Hewett/Kidder/Brand/Carey/Noguera;23

3.-Sierra Madre Occidental (casas en acantilado, área cultural Casas Grandes)-Lumholtz/Sayles/Zingg/Lister/Guevara/Guevara-Phillips;24

21 1.-Trincheras-Sauer y Brand; 2.-Huatabampo-Ekholm; Costa Central-Bowen; Río Sonora-Pailes, y 5.-Casas Grandes-Lister (Villalobos, 2004). 22 Véase capítulo II de este trabajo (lo mismo para los siguientes capítulos). 23 Véase capítulo III. 24 Véase capítulos III y IV.

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4.-Río Conchos-Charles Kelley;25 5.-Área Centro Chihuahua-Sayles/Brooks/Jane Kelley;26

6.-Loma San Gabriel-C. Kelley;27

7.-SierraTarahumara-Bandelier/Lumholtz/Gerste/Zingg/Bennet-Zingg/Lewenstein/Gamboa;28

8.-Casas Grandes III Cultura Casas Grandes-Di Peso/Contreras/Foster;29

9.-Sistema Regional Casas Grandes IV-Minnis y Whalen/Cruz/Cruz-Maxwell; 30

10.-Zona Sur-Centro-Cultura Chihuahua (centro-occidente)-Brand/Jane Kelley;31

11.-Desierto (caza-recolección)-Mallouf/González/Krone/Phelps;32

12.-Arcaico -con trincheras- Hard-Roney.33

De estas tradiciones, seis pertenecen a Casas Grandes-Paquimé

(1, 2, 3, 8, 9 y 10) o están directamente relacionadas con este fenómeno. La recurrencia o número abundante de estudios (autores) es una de sus características más importantes. La mayor trascendencia es que la tradición arqueológica de Casas Grandes con sus cuatro grandes etapas históricas (I-IV) impacta en el marco general de los estudios arqueológicos en Chihuahua, es decir, en el significado histórico que tiene Casas Grandes-Paquimé para el desarrollo de la arqueología y por lo tanto para el ámbito del pensamiento de esta disciplina en el estado. Las tradiciones: 4, 5, 6, 7, 11 y 12, además de poseer un cierto carácter esporádico o no recurrente, están orbitando alrededor del fenómeno Casas Grandes-Paquimé en términos referenciales (espacio-tiempo-

25 Véase capítulo III. 26 Véase capítulo III. 27 Véase capítulo III. 28 Véanse capítulos II, III y IV. 29 Véase en este mismo capítulo (IV). 30 Véase en este mismo capítulo (IV). 31 Véanse capítulos III y IV. 32 Véase este mismo capítulo (IV). 33 Véase este mismo capítulo (IV).

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cultura), así, de manera indirecta, se ubican en relación con el mismo en el marco del desarrollo de ese pensamiento arqueológico.

Es claro que todas estas tradiciones en su conjunto, están condicionadas en el sentido del desarrollo histórico del pensamiento arqueológico en Chihuahua, en el cual priva tradicionalmente, por el número de investigaciones e intensidad de las mismas, la temática Casas Grandes-Paquimé y esto no es otra cosa que el desarrollo y reproducción de nuestro modelo. Estas tradiciones son en concreto, como se ha indicado arriba, líneas de pensamiento, las cuales se han detallado y analizado a lo largo de los capítulos de este libro a excepción hecha de las dos últimas tradiciones (11 y 12), por las razones que se exponen en el apartado de “la otra arqueología” de este mismo capítulo. Argumento, explicación y definición general del Modelo Casas Grandes-Paquimé El argumento finalmente es ese: el Modelo Casas Grandes-Paquimé desarrolla y reproduce la investigación arqueológica y la historia de esta disciplina en Chihuahua, tanto en el contexto académico o interno como en el social o externo (educativo, turístico, cultural), pero también, a su vez, éste se desarrolla y reproduce así mismo, condición histórica que también lo mantiene vigente como modelo: Casas Grandes por Casas Grandes mismo, aunque de igual manera dicho modelo no es nada si no observa y toma en cuenta de manera constante -en su desarrollo y reproducción- a esos distintos campos, niveles y espacios contextuales de la investigación, conservación, formación de profesionales, difusión, divulgación y promoción de ese su patrimonio cultural. En pocas palabras, la condición histórica del Modelo Casas Grandes-Paquimé expresa la congruencia entre su primera denominación (Casas Grandes) y la segunda (Paquimé), relación que esquematiza los procesos por los que ha pasado este modelo, por eso éste se llama Modelo Casas Grandes-Paquimé

El origen encapsulado, eclosión, desarrollo y reproducción de este modelo se explica sobre la base del orientalismo (dominación, reestructuración y autoridad sobre oriente, parafraseando a Said, 2002), es decir, el que posee la arqueología en Chihuahua es propiamente un discurso orientalista al hallarse inserta en un contexto de conciencia

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geopolítica, lo que se reafirma ante ese uso abundante e indiscriminado de términos y áreas culturales: Oasisamérica, Aridoamérica, Gran Chichimeca, Southwest, Greater Southwest y norte de México.

Pero también el Modelo Casas Grandes-Paquimé se explica sobre el Modelo Ario de civilización al ser éste una visión racista y romántica (cfr. Bernal, 2003) y esto es porque precisamente Mesoamérica se reproduce en Paquimé ayudada por esa visión afín al Modelo Ario de civilización que es la del núcleo duro de Mesoamérica (cfr. López Austin, 2001), de tal manera que el Modelo Casas Grandes-Paquimé es un submodelo del de Mesoamérica en tanto que ésta, con su núcleo duro, se convierte en un símil del Modelo Ario de civilización al reproducirse ésta bajo las nociones de monumentalidad, sedentarismo, agricultura, control hidráulico, comercio, ideología y que a su vez se buscan, reproducen y manifiestan en Casas Grandes-Paquimé.

Así, el Modelo Casas Grandes-Paquimé se define como la articulación histórica de la información que de él mismo se desprende en constante desarrollo y reproducción arqueológica e histórica, condición que ha impactado -directa e indirectamente- en la investigación arqueológica de Chihuahua en su contexto social.

El desarrollo y la reproducción de la esencia de este modelo (para sí mismo) y de lo que en esos mismos términos irradia hacia los ámbitos de lo interno y lo externo, ha significado una trascendente proyección histórica para la arqueología de Chihuahua, así, por lo tanto, el sustento para la explicación de este modelo es básica y esencialmente de carácter histórico: orígenes, comienzo, eclosión, desarrollo y reproducción, conjunto de procesos que innegablemente han incidido en la arqueología de este estado, históricamente determinada y condicionada por dicho modelo, el cual, no está por demás decirlo, parece que llegó para quedarse, reproduciéndose constantemente en una especie de círculo virtuoso.

Los más de cien años que tiene la arqueología en Chihuahua con un modelo encapsulado, que eclosiona, se desarrolla y reproduce, no han sido suficientes para que éste se haya agotado. El camino que ha recorrido ha sido largo pero no tanto para que se haya profundizado y diversificado por parte de los estudios arqueológicos en Chihuahua o incluso se hayan generado otros nuevos modelos.

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La otra arqueología Como ya se ha dejado ver, no todo es Casas Grandes-Paquimé. Existe en Chihuahua investigación arqueológica que está fuera (aunque no del todo) de la temática de Casas Grandes-Paquimé, pero no ha llegado a ser un movimiento que pudiera en cierto momento ubicarse como disidente de la temática central de la arqueología en Chihuahua, es decir, contrario a la reproducción del Modelo Casas Grandes-Paquimé. Y no llega a serlo porque, además de ser reciente (en términos de las fechas de publicación) ha sido hasta ahora escasa e intermitente (esporádica), por lo tanto, no ha formado del todo líneas nuevas y claras de pensamiento arqueológico que pudieran encontrarse entre los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI. Por lo tanto, esta otra arqueología se encuentra aún en gestación en el sentido histórico del pensamiento arqueológico, esto a pesar de que Charles J. Kelley comenzó a sentar importantes bases del mismo, para la década de 1950, con sus estudios en la cuenca del río Conchos en el este de Chihuahua.

Aparte del peso del Modelo Casas Grandes-Paquimé es importante anotar que estos estudios inciden en espacios muy extensos y accidentados -geomorfológica y fisiográficamente- y por ende difíciles para la realización de la investigación arqueológica. Son los casos del desierto y de la Sierra Madre Occidental o lo que se conoce como Sierra Tarahumara. Son espacios que no han sido cubiertos nada más que en partes mínimas; existen de igual manera temáticas que apenas han comenzado a abordarse como son las de el arte rupestre, la arqueología histórica y de las etapas prehistóricas como el periodo Paleoindio y Arcaico. Con esto no se pretende restar importancia a ninguno de los trabajos que han incidido en estos espacios y temáticas, al contrario, se reconoce aquí su iniciativa por explorar nuevos ámbitos fuera del de Casas Grandes-Paquimé. Así, concretamente nos referimos a estudios de la arqueología del desierto chihuahuense (caza-recolección) el cual posee importantes trabajos como los de Robert J. Mallouf (1987 y 1992: 137-162) y Leticia González Arratia (1992: 163-185); también se encuentra el de Milton F. Krone (1978). El trabajo de Alan Phelps (1998), si bien registra y estudia sitios arqueológicos en el norte del río Casas Grandes, la mayor parte de su investigación se desarrolla al este del área cultural de Casas Grandes, es decir, en sitios de cazadores-recolectores del desierto.

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Para la Sierra Tarahumara existen relevantes trabajos como el de Suzanne Lewenstein (1990, 1991 y 1995), Ramiro Ruiz-Funes (1995), Guadalupe Espinosa R. (1997), Eduardo Gamboa (2001) y Enrique Chacón (2007).

Hay un solo trabajo que aborda el periodo del Arcaico Tardío (3000 a. C.) para Chihuahua y que se llevó a cabo en el Cerro Juanaqueña (con trincheras) en el noroeste de Chihuahua. Nos referimos a las investigaciones de Robert Hard y John Roney (1998 y 1999). En este estudio se recuperó maíz carbonizado en el interior y relleno de las trincheras o terrazas, arrojando la fecha de 3,070 antes del presente (a. p.). Este maíz recuperado fue producto de la domesticación. Su datación (cronología) coincide con otras muestras de maíz y calabaza que fueron recuperadas en sitios arcaicos de los Estados Unidos de Norteamérica (1998).

A otras temáticas ya mencionadas, como son las del arte rupestre y la arqueología histórica, se les suman los estudios sobre arqueología apache y Camino Real, aunque en realidad éstas se encuentran en etapas de investigación muy iniciales. Los autores de las mismas ya se han citado en el anterior capítulo, no obstante, se proporcionan aquí de nueva cuenta en esta nota a pie de página.34

Estas temáticas, como las anteriormente referidas, no son parte del Modelo Casas Grandes-Paquimé, sin embargo, no dejan de orbitar alrededor de él, esto seguirá sucediendo mientras no se conformen claras líneas de pensamiento arqueológico alternas a dicho modelo, e incluso, por qué no, otros modelos emanados de futuras propuestas.

En conclusión, el Modelo Casas Grandes-Paquimé se come a “la otra arqueología”, pero más allá de ello, su peso histórico ha quedado demostrado y expuesto por sí mismo y tal pareciera que ha llegado para quedarse por un buen tiempo más, pero no lo suficiente ya que existen cada vez más intereses en la investigación arqueológica en los demás espacios y áreas que se encuentran en Chihuahua como son la Sierra

34 Arte rupestre: Green (1966) Davis (1979: 43-55), Opperman (1983), Murray (1983: 75-90), Guevara (1989a y 1989b), Gamboa (1992 a: 34-41), Aveleyra (2002) y Mendiola (1996a, 2002 y 2006); arqueología apache: Brown (1998: 45-54) y Mendiola (2000b: 29-36) e histórica y colonial: Roney (1993: 85-99), Hernández y Mendiola (1999), Hernández (2000: 29-48) y Brown (2000: 49-62).

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Tarahumara o el desierto, a ellos llegará la investigación, esa que le dará equilibrio a la arqueología y a su historia misma, la ciencia en general y la arqueología en particular lo demandan, y eso no sólo para diversificar su discurso, también para entender aún más nuestro modelo y para aprehender la arqueología de Chihuahua en el contexto de la del norte de México y de la de Mesoamérica misma, sin embargo y de cualquier manera, es todavía válido preguntar: ¿qué sería de Chihuahua, de su historia, de su arqueología y de su sociedad sin Casas Grandes-Paquimé?

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CONCLUSIONES

Finalmente, y como en el teatro a veces sucede, Lumholtz montó coherentemente una estrategia narrativa para todos los interesados en las verda

deras texturas de la vida. Augusto Urteaga, 1994

Una historia del pensamiento arqueológico como la presente, buscó conciliar constantemente los elementos teóricos y metodológicos de la historia de la ciencia y de la historia social de la arqueología. El resultado de esta comunión permite concluir que la historia de esta disciplina en Chihuahua es la suma de todos sus componentes, tanto los que la caracterizan como ciencia (teorías, conceptos, términos, cronologías, datos, análisis e interpretaciones entre otros) como los que conforman el contexto social en el que ésta se ha desenvuelto históricamente (sociales, culturales, políticos, económicos e ideológicos).

También, como consecuencia de su desarrollo histórico, esos componentes interactúan en el presente, incluso más allá de lo que esencialmente es su pensamiento: políticas de investigación, recursos para realización de la misma y para la conservación del patrimonio cultural arqueológico (institucionales y de terceros), acuerdos y convenios nacionales, estatales, municipales y binacionales, formación de profesionales, difusión y divulgación del conocimiento, entre otros. No obstante de que estos aspectos no se abordaron en este trabajo por no ser la dimensión de análisis la institucional, podemos concluir que en su conjunto, estos muestran claramente una relación con el fluir de ese pensamiento que en parte se ha visto determinado y condicionado históricamente por ellos. El presente de la arqueología institucionalizada, nacional y extranjera en Chihuahua, es prueba de ello.

En ese sentido, planteamos la necesidad de construir constantemente la historia del pensamiento arqueológico a nivel nacional y regional y, simultáneamente, discutir, analizar y explicar, bajo las

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perspectivas de la historia de la ciencia lo que ha sido y es la arqueología mexicana y así tratar no de predecir su futuro, sino de prepararlo de una mejor manera. La idea central es el generar en su aproximación histórica un equilibrio entre el enfoque internalista (teorías, procesos, conceptos) y el externalista (contexto cultural, social, económico, político e ideológico), esto a manera de un internalismo externalista o viceversa, y con ello comprender la arqueología en su justa dimensión social, es decir, como una ciencia del presente que trata aspectos del pasado (“presentismo controlado”). En otras palabras: es necesario asumir conscientemente que esta historia ha sido una más en el marco de la historia de la ciencia mexicana y que requerimos no sólo más historias del pensamiento arqueológico, sino también, mayor reflexión acerca de lo que hacemos y cómo lo hacemos, porque eso, inevitablemente, se reflejará en el pasado de quienes en el futuro desarrollen la investigación arqueológica en nuestro país.

Proceder bajo el marco de la historia de la ciencia se justifica aún con más razón para el norte de México, porque de él se desconoce aún mucho de la arqueología y de su quehacer arqueológico, es decir, no sólo en el sentido de la información de las sociedades del pasado, sino también en términos de la historia de esta disciplina que se ha visto significativamente transformada en los últimos veinte años, situación que tendría que ser valorada y explicada de manera sistemática por la historia de la ciencia y por la misma historia social de la antropología y de arqueología mexicanas.

Chihuahua es ahora un ejemplo de esto porque aquí ha comenzado a conocerse históricamente su arqueología. Podríamos empezar diciendo que existe ahora una mayor participación académica porque ahora se observa un mayor número (aunque no el suficiente) de arqueólogos nacionales y extranjeros que han contribuido, entre 1990 y 2006, con la construcción del espacio de investigación, lo cual se refleja en el aumento de investigaciones que deberían ser comprendidas históricamente como propuestas académicas traducibles a líneas de pensamiento concretas como es ahora, por ejemplo, la del Sistema Regional Casas Grandes de Paul Minnis y Michael Whalen (1989, 1990, 1999 y 2001) o la de la Cultura Chihuahua de Donald Brand (1943) por parte de Jane Kelley et al (1990, 1992, 1996 y 1999), quien lo ha estado reelaborándolo ante el planteamiento de poseer mayor amplitud cultural

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que el término de cultura Casas Grandes, conocido a partir de las investigaciones de Charles Di Peso (1974) y Di Peso et al (1974) con las que se origina, incluso todas aquellas que se arcaron como líneas de pensamiento en el marco de las tradiciones arqueológicas enumeradas en el último capítulo de este trabajo. Casas Grandes, como área cultural y Paquimé como su principal sitio, adquieren un papel relevante en la historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua. Se observa de manera nítida una gran producción histórica alrededor de ese fenómeno arqueológico: fuentes primarias de los siglos XVI al XVIII e historias, artículos y libros de los siglos XIX y XX que construyen de manera muy importante el pensamiento arqueológico, ejemplo de ello es el siglo XVIII, el de la Ilustración, que le dio a México un historiador de primer nivel: el jesuita Francisco Javier Clavijero, quien en su obra Storia Antica…(1780) abordó de manera erudita diversos aspectos relacionados con Casas Grandes. Para el siglo XIX, cien años después de Clavijero, Manuel Orozco y Berra, en su Historia Antigua… (1880), volvió a traer a la luz ese importante lugar que describió e interpretó con ese estilo propio de los escritores decimonónicos de la patria recobrada que les exigió atendieran su pasado indígena. En conclusión, son esas y otras fuentes históricas las que han conformado los orígenes de la arqueología en Chihuahua.

Así, la historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua está integrada a los orígenes, comienzo y desarrollo de la investigación arqueológica en este espacio. Pero debe quedar claro que la información contenida en los orígenes no fue producida por la acción de la arqueología (lo que les da la calidad de orígenes), por lo que esta misma los adopta, integra y resignifica en el marco de su pensamiento discursivo, ejemplo de ello es el uso repetido de ciertas fuentes para la conformación de los antecedentes históricos al interior de las investigaciones arqueológicas publicadas: Álvar Núñez Cabeza de Vaca (2001 [1542]), Baltasar de Obregón (1924 [1548]), Hugo de O’Conor (1952 [1771-1776]), Pedro de Rivera (2004 [1730]) y John Rusell Bartlett (1965 [1854]) sólo por citar algunos de los que pertenecieron a los siglos que precedieron al comienzo de la arqueología misma. De esas y otras fuentes se han formado imágenes que son parte innegable del pensamiento arqueológico. Para demostrarlo, sólo basta revisar algunas de las citas de esas crónicas tan importantes. Aquí, a manera de ejemplo,

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pensemos sólo en la descripción que hace Núñez Cabeza de Vaca de las “casas de asiento”, las cuales observó en la Sierra Madre Occidental y que ahora, arqueológicamente, se les conoce como “casas en acantilado”; en el mismo sentido, se encuentran las descripciones históricas que existen sobre Casas Grandes-Paquimé en varias de esas fuentes con lo que ahora, arqueológicamente, Charles Di Peso encontró en ese sitio.

Concluimos también que el comienzo de la arqueología profesional en Chihuahua y que se da a raíz de las exploraciones de Adolph F. Bandelier y Carl Lumholtz, es antitético, incluso de choque o “encontronazo” entre las corrientes teóricas de pensamiento antropológico, encarnadas o representadas por Bandelier y Lumholtz: evolucionismo contra culturalismo: visiones “morgianas” contra “boasianas”; perspectivas lineales evolutivas contra particularismos coleccionables; el mundo diacrónicamente cambiante contra el “mundo intacto”, ese que se ha detenido, que no cambia, el mundo de los hombres de las cavernas: los trogloditas. Así comienza esta arqueología, con líneas de pensamiento disímiles que más que debilitar su arranque la fortalecieron históricamente, generándose expectativas de investigación que se concretaron en los siguientes años del siglo XX.

En los inicios del desarrollo de la arqueología en Chihuahua, la penetración ideológica y cultural, económica y política de los Estados Unidos se manifiesta en los estudios arqueológicos de Alfred Vincent Kidder (1972 [1924]), quien proyectó por primera vez el Southwest en la cuenca de Chihuahua. De ahí se desprendió el Greater Southwest con Alfred Kroeber (1928), Aridoamérica y Oasisamérica con Paul Kirchhoff (1954) y la Gran Chichimeca con Charles Di Peso (1974); términos y conceptos propios de la visión orientalista, en ese sentido de conciencia geopolítica que se traduce en áreas culturales (cfr. Said, 2002) y que no han hecho más que empantanar la comprensión arqueológica de un espacio enorme al que le hace falta muchísima más investigación histórica, antropológica y arqueológica. Entonces, no es cuestión de nombres, es un asunto que se relaciona con la necesidad de cubrir lagunas de conocimiento como así lo externa Rafael Cruz verbalmente. Pero lo que ha sucedido es que se ha dejado en la “nada” al territorio del norte de México, esto debido a que de él nada ha emanado, todo se le ha impuesto desde afuera, cubriéndosele con el “todo” bajo el ardid del difusionismo extremo. También, por otra parte, esas áreas culturales expresan la necesidad de legitimar el

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expansionismo y el neocolonialismo civilizatorio de una y otra visión etnocéntrica que se explica bajo los modelos análogos del Orientalismo, el Ario de civilización y el núcleo duro de Mesoamérica: áreas culturales de posicionamiento neocolonizador, romanticismo y racismo en la incrustación de un modelo mesoamericano en el desarrollo y reproducción del de Casas Grandes-Paquimé (que hace las veces de un submodelo frente al de Mesoamérica): monumentalidad, sedentarismo y desarrollo civilizatorio al estilo mesoamericano, y otra vez es el difusionismo lineal en su máxima expresión. Visiones que confirman y legitiman histórica y socialmente que las visiones sobre lo más “débil” o lo “menos desarrollado” son susceptibles de ser comprendidas y explicadas desde lo “más fuerte” o lo “más desarrollado”: la idea es otra vez que la “nada” se llena con el “todo” o lo “débil” se suple con lo “fuerte”.

En ese ambiente difusionista y etnocéntrico, en los primeros momentos del desarrollo de la arqueología en Chihuahua, se gestan las búsquedas, los análisis, las explicaciones y las discusiones sobre las influencias culturales y migraciones de los pueblos del suroeste de los Estados Unidos hacia el norte y centro de México, línea importante de pensamiento arqueológico en Chihuahua justificado por Henry A. Carey (1962 [1931]), Donald Brand (1943), Robert Zingg (1940) y Robert H. Lister (1958).

Pero esa línea tiene su fin con la llegada una mucho más obsesiva: la de Mesoamérica en Casas Grandes-Paquimé. En pleno desarrollo de la arqueología del espacio chihuahuense, el discurso difusionista continúa, aunque ahora es al contrario: de sur a norte, y esto es decir de Mesoamérica para Casas Grandes, es más, Mesoamérica en Casas Grandes. Fue Charles Di Peso el responsable directo aunque no el único. No hay más durante varios años hasta que llega la propuesta teórica, a principios de los años noventas del siglo XX, del Sistema Regional Casas Grandes y que rompe con la enraizada visión difusionista de Mesoamérica en Casas Grandes-Paquimé, proponiendo una dinámica regional jerarquizada, no de dependencia ideológica y comercial con la superárea cultural, así, Casas Grandes-Paquimé se reproduce así mismo.

La investigación arqueológica en Chihuahua se ha desarrollado principalmente en Casas Grandes, principalmente en Paquimé y esto, a lo largo de la construcción histórica del pensamiento, muestra distintas

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líneas y tradiciones arqueológicas en ese espacio estatal que directa e indirectamente están relacionadas con el área cultural y su sitio (Casas Grandes y Paquimé, respectivamente). Esta condición requirió de un elemento que permitiera soportar la explicación histórica de esa constante, de ese eje sobre el cual ha girado y sigue girando tanto nuestra disciplina como el mismo pensamiento arqueológico en Chihuahua. Ese aglutinador que cohesiona y a la vez condiciona de manera histórica la investigación arqueológica y su pensamiento, es el paradigmático Modelo Casas Grandes-Paquimé que aquí propusimos. El origen encapsulado, eclosión, desarrollo y reproducción de este modelo va a la par, en interacción y traslape, con el comienzo y el desarrollo de la arqueología de este espacio. No hay otra forma de explicación que la que ofrece dicho modelo para comprender históricamente lo que ha sido y sigue siendo la arqueología de esta entidad norteña de México. El Modelo Casas Grandes Paquimé, como elemento articulador de la información arqueológica e histórica, actúa cíclicamente desarrollándose y reproduciéndose de manera constante en tanto que la investigación arqueológica en Chihuahua se lleva a cabo. Desde la perspectiva histórica, este modelo a su vez, impacta no sólo en el desarrollo de esta disciplina y por lo tanto en el pensamiento arqueológico, sino también, en la misma sociedad local, regional y nacional. Todos estos elementos lo reproducen y a su vez lo legitiman constantemente, además, acciona como los modelos del Orientalismo, Ario de civilización y Mesoamericano y su núcleo duro esencial. Es una suerte de espiral eterna: reproducción, desarrollo e impacto. Por eso, tal parece que este modelo llegó para quedarse, por lo menos un buen tiempo más, mientras no surja otro con el que se comparta históricamente el mismo escenario o que lo dejemos de lado para ocuparnos de otros fenómenos no menos importantes.

En resumen, las líneas de pensamiento arqueológico en Chihuahua, vistas desde la perspectiva de su desarrollo histórico, son la expresión fenoménica de ciertas teorías antropológicas que la arqueología adopta: el comienzo de la arqueología en el espacio chihuahuense se observa como la oposición entre evolucionismo y relativismo cultural (particularismo histórico o culturalismo boasiano), oposición que también históricamente se interpreta como la búsqueda de la erradicación de la visión evolucionista a partir del relativismo cultural; posteriormente, sin que se abandone del todo el culturalismo, porque aún hoy en día éste se

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reproduce en una suerte de coleccionismo de datos: “el dato es lo importante”, el difusionismo lineal hace acto de presencia y adquiere relevancia ante el planteamiento de las áreas culturales que son la expresión de lo que esencialmente es la imposición del neocolonialismo académico (civilizatorio). Al final se observa la búsqueda de cómo fracturar el difusionismo lineal (extremo o no, manifestado por la presencia de Mesoamérica en Casas Grandes) a través de consideraciones y aplicaciones teórico-arqueológicas como es la del Sistema Regional Casas Grandes. Y en ese transcurrir, el Modelo Casas Grandes-Paquimé es el eje más importante alrededor del cual giran todos estos enfoques teóricos, desde su origen y eclosión, y aún con más fuerza, en su desarrollo y reproducción. Aún más, este modelo los ha fomentado históricamente, convirtiéndose a su vez en un fiel testigo de su contraposición, integración y complementación simbiótica, de tal manera que la historia de la arqueología en Chihuahua y la de su mismo pensamiento no deben ignorar su condición histórica al haber marcado, de manera indeleble, el devenir de nuestra disciplina.

Por último, es necesario recordar que todas las fuentes e informaciones bibliográficas nos han permitido conocer ese transcurrir del pensamiento arqueológico. Al acercarse a ellas hermenéuticamente, se ha comprendido cómo la arqueología en Chihuahua ha abordado la cultura material de las sociedades del pasado. Documentos que, en su conjunto, proyectan una rica diversidad de información textual, visión que buscó constantemente ser congruente con la imagen arqueológica sobre el pensamiento de esta disciplina en Chihuahua, pensamiento escrito y puesto en una gran cantidad de textos comprendidos como las texturas del pasado del espacio chihuahuense.

Esta textura por ahora aquí concluye. Pero seguramente, al paso del tiempo, se convertirá en una más de las texturas del pasado. Textura y texturas que con sus diferencias, tendrán que ser aquilatadas en el marco de la acción de nuestra disciplina, y qué mejor que esto se realice desde la óptica de la historia de la ciencia o de la historia social para que con ellas, se lleguen a vislumbrar líneas de pensamiento condicionadas por distintos contextos académico-teóricos, sociales, culturales, económicos, ideológicos y políticos, y que, desde sus respectivas dimensiones de análisis, podamos percibir las texturas del pasado y del presente (incluidas las texturas de la vida), lo que significa, en suma, que sus

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diferencias están innegablemente determinadas por dichos contextos: sentido histórico-social necesario a nuestro quehacer que deberá seguir siendo ejercido con rigor, responsabilidad y conciencia de que nosotros somos los actores principales en la escena de la arqueología nacional y regional, esa que se construye día con día en el espacio de investigación y que exige, para su legitimación, historiar su propio desarrollo.

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2. El Norte de México. Entre Fronteras. Segundo Coloquio Carl Lumholtz.

Juan Luis Sariego Rodríguez (Coordinador – Compilador) 3. Francisco Mendiola Galván. Las Texturas del Pasado. Una Historia

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4. Raúl García Flores. Ser Ranchero, Católico y Fronterizo Mexicano. La Construcción de Identidades en el Sur de Nuevo León durante la primera mitad del Siglo XIX.

5. Juan Jaime F. Loera González. Las Organizaciones de la Sociedad

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6. Ana E. Lorelei Servín Herrera. Mujeres Indígenas y Desarrollo: Dos Experiencias en la Sierra Tarahumara.

7. Ma. Eugenia Hernández Sánchez. Niños Deportados en la Frontera

de Ciudad Juárez.

8. Enrique Soto Aguirre. Evadir la Línea. Drogas y Trabajo en la Industria Maquiladora de Chihuahua.

9. Juan Luis Sariego Rodríguez. La Sierra Tarahumara: Travesías y

Pensares.

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Las Texturas del pasado. Una historia del pensamiento arqueológico en Chihuahua, México se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2008 en

los talleres de Publidisa, S.A. de C.V. Calzada Chabacano No. 69, planta alta,

colonia Asturias, México, D.F. Se tiraron 1,000 ejemplares.

Impreso en México - Printed in México

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