las secuelas del estrés postraumático infantil en el cerebro

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RYa20150421 Las secuelas del estrés postraumático infantil en el cerebro La neurociencia ha demostrado que el trastorno de estrés postraumático (PTSD) en niños y adolescentes altera el correcto desarrollo de sus cerebros, dejando huellas en áreas como el hipocampo, la corteza pre- frontal y la amígdala. Las secuelas son variadas. Van desde problemas cognitivos y bajo rendimiento escolar hasta psicopatologías graves en la adultez, como el trastorno de la personalidad. "Es fundamental intervenir en la vida temprana, antes de que los problemas emocionales crónicos y graves o trastornos clínicos surjan y se anclen más en el cerebro", dice una investigadora estadounidense. "Los síntomas incluyen pensamientos involuntarios recurrentes del evento traumático, la evitación de las cosas o personas que les recuerdan estos eventos, dificultades con el sueño, entre otros". "en los primeros años de vida estos circuitos cerebrales son más flexibles. es fundamental intervenir antes de que los problemas emocionales crónicos surjan". Por Muriel Alarcón L. -Cada vez es más la evidencia que confirma que los traumas en la vida temprana dejan cicatrices en el cerebro. Lo dice Hilary Marusak, investigadora del Departamento de Psiquiatría y Comportamiento de la Neurociencia, de Wayne State University School of Medicine, en Detroit, quien publicó en marzo de este año, junto a un grupo de expertos, los hallazgos de su investigación, en la revista científica Neuropsychopharmacology. En ella examinó cómo un trauma padecido por un niño impactaba en su cerebro, en su comportamiento y en su bienestar emocional durante su infancia y su adolescencia. Hilary Marusak dice: -Los estudios realizados en adultos muestran cambios en la estructura y función del cerebro que son evidentes, incluso décadas después del trauma. (En nuestra investigación concluimos que) la identificación

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Las Secuelas Del Estrés Postraumático Infantil en El Cerebro

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Page 1: Las Secuelas Del Estrés Postraumático Infantil en El Cerebro

RYa20150421 Las secuelas del estrés postraumático infantil en el cerebro 

La neurociencia ha demostrado que el trastorno de estrés postraumático (PTSD) en niños y adolescentes altera el correcto desarrollo de sus cerebros, dejando huellas en áreas como el hipocampo, la corteza pre-frontal y la amígdala. Las secuelas son variadas. Van desde problemas cognitivos y bajo rendimiento escolar hasta psicopatologías graves en la adultez, como el trastorno de la personalidad. "Es fundamental intervenir en la vida temprana, antes de que los problemas emocionales crónicos y graves o trastornos clínicos surjan y se anclen más en el cerebro", dice una investigadora estadounidense. "Los síntomas incluyen pensamientos involuntarios recurrentes del evento traumático, la evitación de las cosas o personas que les recuerdan estos eventos, dificultades con el sueño, entre otros". "en los primeros años de vida estos circuitos cerebrales son más flexibles. es fundamental intervenir antes de que los problemas emocionales crónicos surjan".  

Por Muriel Alarcón L. 

-Cada vez es más la evidencia que confirma que los traumas en la vida temprana dejan cicatrices en el cerebro.

Lo dice Hilary Marusak, investigadora del Departamento de Psiquiatría y Comportamiento de la Neurociencia, de Wayne State University School of Medicine, en Detroit, quien publicó en marzo de este año, junto a un grupo de expertos, los hallazgos de su investigación, en la revista científica Neuropsychopharmacology. En ella examinó cómo un trauma padecido por un niño impactaba en su cerebro, en su comportamiento y en su bienestar emocional durante su infancia y su adolescencia.

Hilary Marusak dice:

-Los estudios realizados en adultos muestran cambios en la estructura y función del cerebro que son evidentes, incluso décadas después del trauma. (En nuestra investigación concluimos que) la identificación temprana de estos cambios puede conducir a la identificación de marcadores biológicos que subyacen a la vulnerabilidad de los problemas emocionales. Este trabajo también puede descubrir objetivos neurológicos para las intervenciones, que funcionan para reducir el riesgo y para reforzar y fortalecer los circuitos neuronales que promueven la resiliencia.

La evidencia científica distingue dos eventos traumáticos o tipos de trauma. El que refiere a un incidente particular, que es más común en adultos, y no es prolongado. Un asalto, una guerra, un ataque terrorista, un desastre natural o un accidente de tránsito. Y el originado por situaciones sostenidas en el tiempo, más común en niños, producto de episodios como abuso sexual o físico, violencia, maltrato psicológico. No ocurre solo una vez y podría ser aún más perjudicial para el cerebro.

Los expertos dicen que de siete personas que se enfrentan al mismo evento traumático, una sufrirá el trastorno de estrés postraumático (PTSD, en sus siglas en inglés). Los síntomas son cuatro: la reexperimentación del trauma a través de recuerdos o sensaciones; la evitación de claves que recuerden el trauma; los síntomas de malestar emocional como tristeza, culpa, vergüenza o ansiedad, y un estado

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de alerta permanente.

No hay una sola razón para explicar qué predispondría a esta condición. Dicen que podría recaer en un problema de autorregulación del cortisol (hormona del estrés); que podría haber un factor genético; también dicen que respondería a una acumulación de experiencias traumáticas. De lo que sí hay consenso es que cuando son niños y adolescentes quienes lo experimentan, la frecuencia del PTSD podría ser mayor. Lo que cobra especial relevancia cuando se considera lo demostrado por recientes investigaciones: cuán dañina puede ser esta situación para cerebros en desarrollo.

Víctor Carrión, profesor y director asociado del Departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta de la Universidad de Stanford, y uno de los investigadores pioneros en el tema, dice:

-En los niños no es raro ver un estado de excitabilidad o hipervigilancia extrema después de uno o varios eventos traumáticos. Los cambios emocionales y de comportamiento pueden afectar su función académica, sus relaciones con amigos y familia y su propio sentido de bienestar. Los síntomas a menudo incluyen pensamientos involuntarios recurrentes del evento traumático, la evitación de las cosas o personas que les recuerdan estos eventos, dificultades con el sueño y la atención y el desarrollo de los estados "disociativos", donde su conciencia parece estar en conflicto entre lo que es real y lo que no lo es. Recuerdos sin emoción

Hay infinitos ejemplos de episodios traumáticos, pero los investigadores suelen resumirlos como aquellos en donde el individuo, independientemente de la edad, se siente vulnerable, siente que su vida o la de otro está en peligro, y que todo esto está fuera de su control.

Los expertos, en ese sentido, han confirmado que hay áreas del cerebro que están mucho más involucradas cuando se manifiesta el PTSD. El investigador Jimmy Stehberg, profesor asociado al Centro de Investigaciones Biomédicas de la Universidad Andrés Bello y doctorado en el Weizmann Institute of Science, en Israel, explica que en un cerebro que padece PTSD la amígdala cerebral, que es el área involucrada en almacenar las emociones asociadas a memorias fuertes como el miedo, aumenta su actividad de forma muy significativa, mientras que la corteza prefrontal la disminuye.

¿Por qué sucede que una se sobreactiva y la otra no?

-Porque se inhiben entre ellas -responde Stehberg-. Dado que la corteza prefrontal pretende disminuir las memorias malas para "extinguirlas", el exceso de activación de la amígdala bloquea la extinción de esas memorias. Es por esto que cuando uno hace que los pacientes con PTSD recuerden el trauma se origina esta dualidad: activación exacerbada de la amígdala y una inhibición de la actividad de la corteza prefrontal. Esa, uno podría decir, es la huella dactilar del estrés postraumático en el cerebro.

El psiquiatra Rodrigo Figueroa, miembro de la International Society for Traumatic Stress Studies (ISTSS) y hoy investigador asociado del Centro Nacional de Investigación para la Gestión Integrada de Desastres Naturales (Cigidem) en Chile, agrega:

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-En el caso de los niños, la corteza prefrontal sufre un daño producto del estrés crónico y la capacidad de regular la descarga de la amígdala se ve interferida. Por eso en la vida adulta se produce una desregulación de las ansiedades y la angustia -dice-. Hay un fenómeno que se llama el espectro postraumático que es el conjunto de secuelas que aparecen producto del trauma. Pueden ser alteraciones crónicas de la concentración, de la inmunidad, de la memoria, de la conciencia e identidad, inestabilidad anímica y disforia, del control de la conducta o compulsiones y de la percepción sensorial sobre el cuerpo, lo que genera que las personas tengan somatizaciones.

Investigaciones recientes sugieren que cada vez que traemos al presente un recuerdo en particular, el lóbulo medio temporal, que es el área que almacena las memorias, les "pregunta" a la amígdala y a otras áreas asociadas a la formación de esa memoria sus detalles, incluyendo las emociones asociadas a ella.

-La posibilidad de disminuir la actividad de la amígdala podría significar que la memoria traumática se actualice sin las emociones de miedo y pánico exacerbadas -agrega Stehberg, quien ha trabajado en estrategias farmacológicas y no farmacológicas para tratar el PTSD. Hoy estudia cómo la estimulación magnética localizada en el cerebro podría bloquear la actualización de la memoria traumática, sin afectar otras memorias almacenadas.

Una tercera área del cerebro involucrada en este proceso es el hipocampo, el que, además de procesar los recuerdos -dice Rodrigo Figueroa-, les da contexto a aquellas señales del presente que son atemorizantes.

-Como el PTSD daña el hipocampo y provoca complicaciones para recordar, quienes lo padecen tienen dificultades para poner en su contexto las experiencias del presente. Por ejemplo, en un caso extremo, una persona con PTSD producto de una picadura de araña, cuando ve una araña en la pantalla del computador, seguirá sintiendo miedo, porque su cerebro no es capaz de contextualizar el hecho de que la araña está en el computador. Es como si estuviera viviendo nuevamente el proceso en términos afectivos.

Marusak dice:

-Además de las anomalías de regulación emocional, (en nuestro estudio observamos) cambios en un sistema del cerebro llamado "red de prominencia". Este sistema es el responsable de decidir qué es relevante y a qué hay que prestar atención en el medio ambiente. En los jóvenes que habían experimentado un trauma detectamos que la "red de prominencia" tenía más sintonía con estímulos irrelevantes o distractores. De esta forma uno puede imaginar cómo una menor capacidad para filtrar información de distracción puede ser perjudicial para un niño que está tratando de prestar atención en clase o que debe regular sus emociones en una situación compleja.

Por esta misma razón, dicen los expertos, el PTSD suele confundirse con trastornos como el de hiperactividad y de déficit atencional.

Esto fue lo que motivó al investigador Víctor Carrión -quien también es director de Stanford Early Life Stress and Pediatric Anxiety Program at Lucile Packard Children's Hospital de la Universidad de Standford- a  estudiar esta materia: vio que muchos jóvenes con PTSD estaban recibiendo tratamiento

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para ADHD y consideró que esto podría empeorar su condición. En sus investigaciones ha confirmado que los niños con PTSD provocado por episodios de violencia se gradúan del colegio con menos frecuencia, presentan mayor abandono escolar y su rendimiento es siempre más bajo que el de sus pares.

-El estudio del desarrollo del cerebro ha revelado que los sistemas neurológicos, hormonales y fisiológicos se forman durante el desarrollo temprano. Como estos sistemas son frágiles por naturaleza, el PTSD resultante de la exposición a la violencia puede afectar su desarrollo saludable, dando lugar a dificultades de aprendizaje.

 Efectos emocionales crónicos

La evidencia muestra que el efecto de un trauma vivido durante la infancia temprana es diferente al de uno padecido durante la adolescencia. Hay investigaciones que, incluso, han observado correlación entre el estrés perinatal de la madre y trastornos cognitivos del hijo. El año pasado, la revista New England Journal of Medicine publicó un artículo del Centro de Excelencia en Autismo de la Universidad de California que declaraba que este trastorno se generaba en el embarazo.

-Hay trabajos que dicen que si el trauma ocurre cuando un niño tiene entre uno y tres años se expresan comportamientos internalizados: se sufre de depresión, culpa, desregulación en control de impulsos, manejo de emociones y atención sostenida. Si el trauma ocurre en el colegio prima la agresividad y el bullying, en un contexto de comportamiento externalizado. Si el trauma ocurre en la adolescencia, la respuesta se vincula a una mayor introspección y comportamientos riesgosos y de adicción -dice el investigador Jimmy Stehberg-. Pero, sea como sea el trauma, siempre va a haber un costo alto a futuro. Es cosa de comparar la actual tasa de maltrato infantil del país con la de la prevalencia de enfermedades psiquiátricas: ambas son de 40 por ciento. Esto no sugiere que haya una correlación directa, pero sí nos está diciendo que podría haber una asociación entre los niños maltratados y el desarrollo en adultos con psicopatologías psiquiátricas.Abigail Gewirtz, directora del Institute of  Translational Research in Children's Mental Health, de la Universidad de Minnesota, dice que es importante recordar que el cerebro se desarrolla muy rápidamente, en etapas tempranas de la infancia, pero también en la adolescencia.

Hilary Maruzak agrega:

-Al final (estas alteraciones) tienen implicancia en la forma en que los niños y jóvenes procesan el mundo, al sufrir el trastorno de estrés postraumático. Ellos suelen sentirse menos comprometidos, experimentan menos placer por las cosas gratificantes y están menos motivados para ir a buscar esas cosas gratificantes. Hoy se necesita más investigación en esta área para promover los descubrimientos y así desarrollar intervenciones de comportamiento en los primeros años de vida, cuando estos circuitos cerebrales son más flexibles. Es fundamental intervenir en la vida temprana, antes de que los problemas emocionales crónicos y graves o trastornos clínicos surjan y se anclen más en el cerebro. ya

 

 

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Por Muriel Alarcón L.