las edades de una era - la hermandad … · anexo. resumen final de alejandro corniero 177. 4 en el...

183
LAS EDADES DE UNA ERA APUNTES SOBRE EL PROCESO CÍCLICO DE LA ERA CRISTIANA ++++ +++ ++ + ++ +++ ++++ Ángel Pascual Rodrigo Resumen final de Alejandro Corniero

Upload: phungkien

Post on 06-Oct-2018

214 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

LAS EDADES DE UNA ERA APUNTES SOBRE EL PROCESO CÍCLICO

DE LA ERA CRISTIANA

++++ +++ ++ +

++ +++

++++

Ángel Pascual Rodrigo Resumen final de Alejandro Corniero

2

Estos apuntes fueron publicados por primera vez el año 2000 en EDICIONES PRIVADAS

y en 2015 en EDITORIAL MANUSCRITOS.

Esta edición en pdf es del 13 de septiembre de 2018 y contiene revisiones posteriores.

Se recomienda la lectura on line para asegurar la versión más actualizada.

Dado su carácter revisable, serán bienvenidas todas las sugerencias para mejorar o corregir el

contenido. Pueden enviarse al correo [email protected]

La finalidad de esta publicación es compartir reflexiones sin objetivo comercial.

Se permite difundir su contenido citando el título y su autor, sin tergiversar su contenido.

3

ÍNDICE

PLANTEAMIENTO 5EDAD ANTIGUA 21

EL CANON BRAHMAN 24SIGLOS I Y II. GERMINACIÓN DE LA CRISTIANDAD ANTIGUA 25SIGLOS III Y IV. FLORACIÓN DE LA ANTIGÜEDAD CRISTIANA 29SIGLOS V Y VI. SOLIDIFICACIÓN DEL ANTIGUO CRISTIANISMO 32SIGLOS VII Y VIII. DISOLUCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD 38

EDAD MEDIA 46EL CANON KSHATRIYA 49800 – 950. GERMINACIÓN DEL ESPÍRITU MEDIEVAL 50950 – 1100. FLORACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL 541100 – 1250. SOLIDIFICACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL 591250 – 1400. DISOLUCIÓN DEL ESPÍRITU MEDIEVAL 66

LA FRONTERA ENTRE EDADES TRADICIONALES Y MODERNAS 72EDAD HUMANISTA MODERNA 76

EL CANON VAISHA 84SIGLO XV. GERMINACIÓN DEL HUMANISMO MODERNO 85SIGLO XVI. FLORACIÓN DE CONTROVERSIAS MODERNAS 94SIGLO XVII. SOLIDIFICACIÓN DE LA RAZÓN ABSOLUTISTA 103SIGLO XVIII. DISOLUCIÓN DESPÓTICA Y SUICIDIO ILUSTRADO 109

EDAD INDUSTRIAL 118EL CANON SHUDRA 1291800 – 1850. GERMINACIÓN DEL INDUSTRIALISMO 1301850 – 1900. FLORACIÓN DE LA EBULLICIÓN POPULAR 1361900 – 1950. SOLIDIFICACIÓN DE LAS MASAS 1401950 – 2000. DISOLUCIÓN DE LOS SISTEMAS Y DE LA ERA 150

EPÍLOGO. ¿Y después? 161ANEXO. Resumen final de Alejandro Corniero 177

4

En el Nombre

5

PLANTEAMIENTO

Contarás siete semanas de años, siete veces siete años …

y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra …

El año cincuenta será para vosotros jubileo (Levítico 25,8)

odemos contemplar la Historia como quien abre una ventana en la noche y mirando al firmamento intuye su orden astral tras una apa-

rente arbitrariedad. Del mismo modo podemos vislumbrar un orden en los procesos históricos e intuir en ellos pautas, ritmos y movimientos, como si se tratara de una sinfonía astral.

Estas páginas pretenden contemplar esquemáticamente los procesos históri-cos y los significados de los últimos dos mil años. Son fruto de una dilatada reflexión iniciada a mediados de los años ochenta, tras intuir en las cuatro edades de la Era Cristiana una precisa cadencia temporal y unas correspon-dencias significativas entre los acontecimientos de cada edad. Han sido es-critas y publicadas por primera vez en el año 2000 de nuestra Era, al produ-cirse uno de esos acercamientos máximos entre la Tierra y el Sol que acon-tecen cada 50 años, con una periodicidad que nos recuerda los jubileos de la cita bíblica inicial y que constituye uno de los puntales de nuestro esquema.

El número 50 entraña en sí el 5 y el 10, dos números fundamentales en las numerologías tradicionales. El 5 se relaciona con el punto medio de un ci-

P

6

clo y el 10 con su plenitud. Ambos valores son el fundamento de la geome-tría áurea. El 10 se identifica con el Cielo; el 9 correspondiente a la circun-ferencia más el 1 de su centro despliegan su símbolo circular. El 5 se iden-tifica con el hombre, mediador entre Cielo y Tierra, se proyecta simbólica-mente en la pirámide –el 4 del cuadrado base, la Tierra y los cuatro elementos, más el 1 del eje central vertical, el quinto elemento, el éter espi-ritual– y en el pentágono o la estrella de cinco puntas, cuyo significado ha sido restringido a la horizontalidad por los humanistas modernos y de ello derivan ciertas simbologías de carácter mágico y oscuro. Para Pitágoras de Samos, el número cinco es el símbolo de la perfección del microcosmos: el hombre. Es el número de los dedos de la mano y de los cinco sentidos.

En un plano inferior, es interesante considerar que el economista ruso Ni-kolai D. Kondratieff (1892-1938) planteó y desarrolló una teoría de diná-mica macroeconómica en base a ciclos de 50 años.

LA TETRACTYS

Prestemos atención a los cuatro números anteriores al 5. Componen la tetractys pitagórica y están relacionados significativamente con el 10 en su suma: 1 + 2 + 3 + 4 = 10.

El concepto de la tetractys es de tal importancia que se mencionaba de mo-do expreso en el rito de iniciación pitagórica. Se le representa geométrica-mente con un triángulo equilátero. Manifiesta relaciones entre intervalos musicales. Simboliza la matriz universal de la armonía, el despliegue orde-nado del cosmos y la complementariedad entre el libre albedrío y el des-tino. Los números que la componen tienen carácter cualitativo y guardan relación con ciertas categorías elementales de los seres humanos.

7

LAS EDADES

Al considerar la división de la Historia, con sus clásicos nombres y sus duraciones, podemos plantear cuatro subdivisiones en cada edad:

En la reciente Edad Industrial o Contemporánea cuatro épocas de un jubi-leo cada una: germinación 1800-1850, floración 1850-1900, solidificación1 1900-1950 y disolución 1950-2000.

En la Edad Moderna o Humanista cuatro épocas de dos jubileos o un siglo: siglo XV germinación, XVI floración, XVII solidificación y XVIII disolución.

En la Edad Media cuatro épocas de tres jubileos: 800-950 germinación, 950-1100 floración, 1100-1250 solidificación y 1250-1400 disolución.

Y en la Edad Antigua cuatro épocas de dos siglos o cuatro jubileos: siglos I-II germinación, III-IV floración, V-VI solidificación y VII-VIII disolución.

Edad Duración de la edad Duración de cada una de sus épocas

Antigua Siglos I-VIII 8 siglos 4 jubileos (2 siglos)

Media Siglos IX-XIV 6 siglos 3 jubileos (siglo y medio)

Moderna Siglos XV-XVIII 4 siglos 2 jubileos (1 siglo)

Industrial Siglos XIX-XX 2 siglos 1 jubileos (medio siglo)

Así pues, los tiempos muestran una clara y precisa cadencia: 4, 3, 2, 1 bisi-glos para las duraciones completas de cada edad y 4, 3, 2, 1 jubileos de du-ración para cada una de las cuatro subdivisiones en épocas correspondien-tes a cada edad. Son claras correspondencias con la tetractys pitagórica: 4 + 3 + 2 + 1 = 10. O bien: 800 + 600 + 400 + 200 = 2.000.

1 Las denominaciones de solidificación y disolución fueron utilizadas por René Guénon al referirse a la primera y segunda mitad del siglo XX.

8

Ante la correspondencia de las duraciones en siglos de nuestras edades con la duplicación de las cuatro cifras de la tetractys, podemos pensar en la dialéctica y su especial papel a lo largo de la Era Cristiana. Está en la naturaleza de las cosas –sístole y diástole o derecha e izquierda, por ejem-plo– y se manifiesta en todas las culturas y tradiciones. Puede verse también una correspondencia al simbolismo dual de Piscis, tradicio-nalmente relacionado con el Cristianismo y su Era.

Al multiplicar el número de edades por el de épocas (4 x 4) da por resultado 16, un valor relacionado con otra unidad cíclica. Sus cifras 1 y 6 marcan la semana ya en el Génesis, con su día festivo y sus seis días de labor. El 6 tiene también un significado espacial, marcando las 4 direcciones horizontales más las 2 verticales, al añadirle el 1 del centro aparece el 7 (1+6) con múlti-ples connotaciones cabalística, bíblicas y cósmicas. La cita inicial de esta in-troducción ya pone de relieve la relación entre los números 7 y 50.

Queda en el aire la cuestión de por qué en cada edad sus cuatro épocas tie-nen en nuestra hipótesis la misma duración mientras las de las edades dis-minuyen progresivamente. No hemos encontrado explicación ni otras al-ternativas convincentes.

Resulta revelador también considerar la asignación de valores numéricos a las letras en las lenguas antiguas. En la escritura arábiga, por ejemplo, los valores de las letras sólo llegan hasta el 1999, a partir de esta cantidad sólo se pueden utilizar cifras numéricas. Ello hace pensar en cómo la cantidad tiende a desdibujar la cualidad a partir de cierto límite y en cómo el año 2000 parece marcar un límite.

Hemos sabido después de escribir estos apuntes que tanto las escrituras vé-dicas como diversos escritores hindúes –a lo largo de la Historia y hasta tiempos más recientes– asignan también la proporción 4-3-2-1 para las du-raciones de los yugas sucesivos de cada maja-yuga (gran era).

9

No perdamos de vista que la Era Cristiana está inscrita en el tiempo co-rrespondiente al Kali-Yuga –cuarto y último de los yugas del actual maja-yuga según la tradición hindú– podemos encontrar analogías entre los yugas y las edades de la Era Cristiana o las épocas de cada edad:

– Satyá-Yuga o era de la verdad. Era de oro.

– Dwapara-Yuga o era segunda. Era de plata.

– Treta-Yuga o era tercera. Era de bronce.

– Kali-Yuga o era sombría. Era de hierro.

No está de más considerar también que, según algunos ciclólogos, esos cuatro yugas tienen también en algunos textos sagrados de la India otras denominaciones muy elocuentes en relación con la tetractys: – Krita-Yuga o era cuatro. – Treta-Yuga o era tres. – Dwapara-Yuga o era dos. – Kali-Yuga o era sombría.

INTENCIONES BÁSICAS DE ESTOS APUNTES

1. Plantear la sorprendente y precisa cadencia matemática con que se han sucedido las edades y sus subdivisiones en épocas durante la Era.

2. Constatar cómo se han ido manifestando las tendencias determinantes de cada edad y cómo han estado marcadas por las mentalidades de ciertas categorías humanas.

3. Sugerir algunas influencias recíprocas entre dichas mentalidades a lo lar-go de la Era, mostrando tales influencias como un tejido de posibilidades que siguen una pauta de sucesión acorde al proceso histórico.

4. Concluir de todo ello una tácita alabanza a la Divinidad, artífice de las grandes ragas manifiestas en el devenir.

10

Lo que no se pretende aquí es un tratado historiográfico ni un compendio exhaustivo de acontecimientos. La selección de ellos –reseñados de modo cronológico y resumido– pretende ilustrar los procesos con ejemplos signi-ficativos que el lector puede ampliar por su parte y relacionarlos con otros muchos. Resulta inevitable cierta desproporción entre los ejemplos reseña-dos, pues algunos requieren subrayar su ejemplaridad y otros requieren ex-plicaciones más extensas sobre su significación o su reconsideración desde perspectivas más pertinentes que las preestablecidas. También esperamos se entienda natural la elección de esos ejemplos entre los hechos o cuestiones que conocemos mejor por su relación con nuestro ámbito más cercano.

LAS CUATRO CASTAS NATURALES

Es lógico preguntarse a qué corresponden esas cuatro edades de la Era, cuya división y denominaciones clásicas para las tres primeras fue establecida por el historiador Cristóbal Celarius en 1685 con notable acierto, a pesar de que sus motivos aparentes para el nombre de la Edad Media no nos parecen acertados. Las respuestas a la división cuaternaria pueden ser múltiples y a la vez confluentes. Podemos pensar en las cuatro estaciones del año, los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales, las cuatro razas clásicas… Pero ninguna de esas respuestas se podría ajustar tanto a la cadencia temporal de la tetractys ni resultaría tan reveladora como las cuatro castas naturales. A ellas nos referíamos al decir que los números componentes de la tetractys guardan relación con ciertas categorías humanas. A partir de ellas pueden descrubrise los perfiles característicos y diferenciales de las cuatro edades.

Esas categorías elementales de seres humanos están en la propia naturaleza humana. El sistema hindú ha estructurado con precisión su sociedad du-rante milenios basándose en los principios de esas cuatro castas básicas. Por ello, a falta de denominaciones más precisas en nuestra lengua para dichas

11

categorías, utilizaremos los nombres hindúes en su sentido universal: brahmanes para la intelectualidad espiritual, kshatriyas para la aristocracia marcial, vaishas para la burguesía cualificada en general –artesanos, comer-ciantes, funcionarios, terratenientes no aristócratas– y shudras para la clase humilde de los trabajadores sin maestría. 2

Titus Burckhardt lo ilustra así 3:

«El significado de las cuatro clases sociales o castas para el mantenimiento de un equilibrio natural no se puede valorar con arreglo a los criterios sociológicos generalmente aceptados hoy en día. Las “clases” surgen origi-nariamente de una distribución natural de las disposiciones o talentos hu-manos, que se encuentran en todas partes; por consiguiente, desde el prin-cipio no tienen nada que ver con los diferentes niveles de riqueza, sino que se basan en los diferentes “tipos” psicológicos, cuya adecuada distribución en todo el edificio social –según las actividades o funciones que cada cual es capaz de ejercer– contribuye esencialmente a la estabilidad del conjunto. La herencia y la educación garantizan la perpetuación de determinadas disposiciones y capacidades dentro de una capa cerrada de la sociedad; en estas condiciones, las divergencias que se puedan producir en el proceso hereditario serán mucho más raras que los casos de homogeneidad.

»El sacerdocio es la única vocación que no es hereditaria, al menos en el mundo cristiano. Un hombre se convierte en sacerdote como resultado de una “llamada” interior: en eso reside una superioridad que surge de la

2 Los eventuales excesos en el sistema de castas hindú no invalidan su operatividad como sistema ni su transparencia natural y metafísica. Se ha de tener en cuenta que la superioridad de unas castas respecto a otras es sólo en lo que respecta a fun-ciones o «talentos evangélicos» y por tanto a responsabilidades. Por otra parte, no hemos de confundir las castas con las razas, como a veces se hace, pues entre las razas no hay rangos y ninguna es superior a las demás de modo general. 3 SIENA. Titus Burckhardt. Ed. Olañeta. Palma de Mallorca 2006.

12

libertad de una elección consciente y personal, pero también encierra un peligro, puesto que no hay ningún método para comprobar la autenticidad de la “llamada”. La renuncia al matrimonio y a la propiedad, en la práctica deben ser un criterio suficiente.

»El sacerdocio presupone un tipo humano para el que la verdad intemporal es lo que da sentido a la vida. Por el contrario, la nobleza, entre la cual se eligen los dirigentes, se basa en el carácter conscientemente decidido y emprendedor: son aquellos en quienes las decisiones atrevidas y la acción audaz se producen de forma natural. Sólo el que está dispuesto a arriesgar su vida por sus ideales puede llamarse a sí mismo un hombre libre y noble: noblesse oblige. El tercer grupo social, compuesto por los comerciantes, artesanos y campesinos independientes, se concentra en la conservación y el incremento de la propiedad de todas clases, tanto física como intelectual: está formado por los hombres prácticos, en el sentido más amplio de la palabra, no por los del tipo aristocrático-belicoso. La cuarta casta está compuesta principalmente por aquellos que por naturaleza tienden a pensar exclusivamente en el bienestar corporal y que sólo como servidores pueden encontrar un lugar en la gran estructura de la vida social […]

»El cuadro de la vida social no sería completo sin una mención del monacato4. Los monjes no pertenecen a ninguna casta, como corresponde a quienes dedican su vida a las cosas del espíritu. De hecho, para los que lo necesitan, constituye una puerta abierta que permite huir de los cerrados engranajes de la sociedad.»

OTRAS CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Cuando se habla en nuestros días de «cambio de milenio» o de «cambio de era» hay poca consciencia de que ello implica una referencia precisa a la Era

4 Correspondientes en cierto modo a los sanyasins en la sociedad hindú.

13

Cristiana. Nuestros apuntes parten de esa referencia, del mensaje cristiano como eje central de la Era. A lo largo de estas páginas veremos cómo han evolucionado las respuestas a ese mensaje, dando lugar a sucesivas y diversas formas de cultura. Es evidente que no ha habido una sola cultura en los ámbitos territoriales y temporales en que arraigó la cristiandad. Hay grandes diferencias, por ejemplo, entre el mundo medieval y el industrial, entre el luterano y el bizantino, menos aún entre la irradiación primordial del mensaje tradicional y su negación en los tiempos modernos postreros.

Además del mundo judaico, como entorno del origen del Cristianismo y su compañero de viaje a lo largo del tiempo, se han de tener en cuenta civi-lizaciones como la greco-romana, las nórdicas o la islámica por sus impor-tantes, lógicas y providenciales interrelaciones con la evolución de la Era. Es un hecho, por ejemplo, que las perspectivas romanas y cristianas se en-trelazaron poco a poco durante la «caída» romana y la germinación cristia-na, de tal modo que acabaron cristalizándose conjuntamente en nuevas en-tidades. Algunas de ellas resultaron ideológicamente más estables –como las ortodoxias del oriente bizantino– y otras más mutables –como las del occidente romanizado–. También se ha de tener en cuenta que la expan-sión del cristianismo a lo largo de los siglos ha sido mundial. Hemos de te-ner en cuenta la cristianización de todos los continentes. No olvidemos la expansión nestoriana por toda Asía bajo la protección del Imperio Sasánida y de los califatos de Bagdad. Sin embargo, no hemos de confundir los ele-mentos de una civilización como característicos de otra ni perder de vista que cada civilización tiene sus propios ciclos, duraciones y tendencias, si bien al final todas parecen ir llegando a un final conjunto.

Se suele estudiar la Era Cristiana sin considerar la precisión ni la causalidad global de su proceso histórico, pasando por alto el sentido cronológico de sus edades y las diferencias específicas entre ellas. El esquema numérico y la estructura cualitativa que estos apuntes plantean pueden aportar cierta cla-

14

ridad para su entendimiento, sin pretender con ello una visión única, completa o determinista de los procesos, sino un vuelo sobre los tejidos globales de la Historia para una visión algo más elevada que la habitual.

La precisión temporal aquí considerada para las edades y épocas se com-plementa con las prefiguraciones o pervivencias de cada período fuera del mismo y las manifestaciones puente entre períodos sucesivos. Todas ellas son tan necesarias y significativas como los hechos, personalidades y colec-tividades que manifiestan excepciones, contrapuntos o marginalidades res-pecto a las tendencias de cada época. Tales excepciones suelen desempeñar el papel de auténticos referentes catalizadores –la sal de la tierra– tanto para los cambios a lo largo de la Era como para su continuidad vertebral.

Sorprende constatar la precisa cadencia de la sucesión de los acontecimien-tos a lo largo de los siglos. Se diría que hay un gran guión. Es una precisión tan impresionante como la que hay en la relación entre los respectivos diámetros de la Luna y el Sol y sus distancias a la Tierra –unas 400 veces mayor el Sol en ambas dimensiones– gracias a la cual ambos astros son vis-tos desde la Tierra con el mismo tamaño aparente, coincidiendo con tal exactitud en los eclipses solares que sólo las llamas del Sol sobresalen en torno al círculo lunar. Esta relación visual nos hace pensar en la compatibi-lidad y la complementariedad entre la perspectiva subjetiva y la objetiva, o entre la geocéntrica y la heliocéntrica. ¿Puede llamarse casualidades insigni-ficantes a estas cosas? Cada cual puede sacar sus conclusiones.

Los acontecimientos históricos son consecuencias de causas confluyentes; unas son evidentes y otras ocultas, unas son simples y otras complejas –cada vez más complejas con el paso del tiempo–. Pero las causas primeras, de orden metafísico, son las que determinan realmente y en último extre-mo las tendencias de las causas inferiores.

15

Además de los períodos aquí considerados hay otros, como las órbitas de los planetas más externos del Sistema Solar, que están relacionados con los cambios sociales. Basta recordar los ciclos completos de sus órbitas: Sa-turno 30 años, Urano 84, Neptuno 165 y Plutón 250.

Aunque estos apuntes no requieran una lectura lineal, desearíamos que no se juzguen sin haber considerado su totalidad. Téngase en cuenta que, al fin y al cabo, se trata de unos apuntes personales que responden a una necesidad de ordenar ideas e intuiciones concebidas a lo largo de años.

Somos conscientes de que una lectura sin suficiente conocimiento de los argumentos en que nos sustentamos o con prejuicios que predispongan a no entender pueden provocar estériles conflictos. Por ello, pretender una amplia difusión de lo aquí planteado, dados los tiempos que corren, sería exponernos temerariamente al sarcasmo y al escarnio, como mínimo. La agresividad orgullosa de la modernidad, por más que presuma de liberali-dad y tolerancia, tiende a aplastar con arrogante peso mayoritario todo lo considerado como contrario a sus tesis. En cualquier caso, sabemos que hay pocos lectores interesados en el contenido de estos apuntes. Es muy proba-ble, incluso, que cada uno de ellos encuentre algún punto discordante o que le moleste notablemente. Deseamos evitar conflictos infructuosos con quienes incluso nos unen afectos por encima de las diferencias de criterio o ideología. Pedimos apertura de miras y que las divergencias no impidan ver las convergencias.

Habrá quien catalogue estos apuntes de reaccionarios sin darse cuenta de que el sentido peyorativo de ese calificativo correspondería con mayor razón a los empeñados en mantener a toda costa los errores y falsedades sustentados por la modernidad como axiomas ideológicos. El Dalai Lama llamaba «mis guerreros reaccionarios» a los valientes tibetanos que se arma-ron y combatieron precariamente contra los invasores «revolucionarios» chinos. Es muy honroso ser llamado reaccionario desde ese punto de vista.

16

Las consideraciones desarrolladas a lo largo de estos apuntes llevan a conclusiones evidentemente contrarias a la «teoría de la evolución», por lo cual preferimos no ser leídos por quienes tengan el progresismo evolutivo como dogma incuestionable ni por beligerantes ateos o agnósticos –se debería tener en cuenta que la palabra agnóstico es etimológicamente idéntica a ignorante–. Sin embargo, no tenemos inconveniente en ser leídos por quienes no creyendo en la Transcendencia sean conscientes de que las hipótesis del evolucionismo y del ateísmo no han sido probadas definitivamente y pueden ser erróneas.

No negamos una evolución existencial de la Humanidad. Consideramos que en la existencia se dan procesos cíclicos con fases ascendentes y descen-dentes similares a los de la vida:

1– Germinación y nacimiento en función del origen arquetípico.

2– Floración o desarrollo según los moldes normativos correspondientes, las circunstancias temporales y los hálitos de superación.

3– Cristalización o madurez que conlleva plenitud y endurecimiento.

4– Disolución final como oportunidad para el desprendimiento purificador final y la extinción reintegradora en el arquetipo esencial.

Nos parece un error de graves efectos intelectuales y espirituales considerar la evolución de la Humanidad como un perenne progreso ascendente, sur-gido de la nada inferior para alcanzar una hipotética superioridad sin más causa que un azar absoluto y reduciendo todo a la materialidad más prima-ria. Es interesante tener en cuenta que hasta el propio Darwin descalificó a Lamarck y, por tanto, a buena parte de sus divulgadores posteriores. Por otra parte, incluso para algunos darwinistas actuales, como Francesc Bujosa, las ideas básicas de Darwin no conllevan la idea de una evolución como continuo progreso, constatando más bien lo contrario en tiempos recientes. Podemos estar de acuerdo en que la selección natural sea una de las causas de la evolución existencial de las especies, pero no en que sea la causa origi-

17

nal, absoluta y fundamental; pues la causa mayor ha de ser por lógica supe-rior a la material, como postulan Platón y los pensadores tradicionales. 5

La Historia se parece a un viejo reloj de pared, ritmado por un péndulo y movido por la gravedad de una pesa que al llegar abajo se ha de volver a alzar para que siga su movimiento. El símil se podría actualizar con un re-loj eléctrico, cuya batería va perdiendo capacidad de recarga o agotando sus ciclos hasta necesitar ser sustituida por una nueva. De tanto en tanto es ne-cesaria una renovación y una vuelta al origen; pero «nuevo» no es sinónimo de «distinto», como se tiende a confundir. Siguiendo el símil electrónico, sustituir la batería del reloj por una nueva pero distinta a la requerida po-dría tener malas consecuencias.

Vamos a contemplar en estas páginas cómo la evolución de la Historia muestra un proceso cualitativamente distinto al propuesto por las hipótesis evolucionistas, impuestas y oficializadas taimadamente como académicos dogmas absurdos de la modernidad, a pesar de las evidencias que las con-tradicen en el mundo actual, incluso de modo empírico y científico.6

Permitiéndonos cierta licencia caricaturesca, propondríamos una visualiza-ción palmaria de la evolución en esta Era con el recorrido desde los signifi-cados e influencias de las figuras primordiales de Jesús y María hasta los de figuras postreras como un Carlos Marx y una Madonna.

En otro orden de cosas, no está de más aclarar que si hay más menciones de nombres masculinos que femeninos es a causa de las fuentes historiográficas

5 Para una visión desde el punto de vista tradicional: «El evolucionismo: ¿Hechos o hipótesis?». O. Bakar - W. Smith - M. R. Negus - S. Hossein Nasr - P. Sherrard - J. S. Cutsinger - H. Smith - W. Stoddart. Ed. J. J. Olañeta, 2011 Palma. 6 El Dr Jordi Orellana aporta interesantísimas conclusiones científicas a partir de la naturaleza del ADN que demuestran la inviabilidad de la hipótesis evolucionista.

18

disponibles y por el papel más íntimo de la mujer como gestora de la Histo-ria. No por ser menos mencionado deja de ser su papel fundamental; baste pensar en la Virgen María, Santa Elena –madre de Constantino–, la empe-ratriz Teodora –esposa de Justiniano–, Leonor de Aquitania, la Beatriz de Dante, la reina Isabel la Católica, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Mata Amrita, etc. Entre los errores modernos está la perversión del sentido central femenino en la vida. La feminidad personifica el centro inte-rior, el misterio –harâm, harén en castellano, significa sagrado y oculto, ce-rrado y prohibido a quien no le corresponde–. La pretensión moderna de que la mujer represente un papel similar al del hombre le descentra de su propio papel hacia la exterioridad y la profanidad.

También hemos de destacar el papel fundamental de la santidad a lo largo de la Historia. Si sus manifestaciones están aquí resumidas y parcialmente obviadas es sólo de cara a la concisión. Los santos y santas han sido y son el aliento real de la existencia humana, las auténticas piedras angulares de la Era Cristiana y de todas las tradiciones, por más que su inconmensurable altura les haga parecer distantes respecto a su propio mundo coetáneo.

FUENTES DOCUMENTALES

Estos apuntes no tienen carácter académico, aun así no está de más enume-rar las principales fuentes utilizadas:

◆ CREENCIAS ANTIGUAS Y SUPERSTICIONES MODERNAS. Martin Lings. Ed. Ola-ñeta. 2003. Palma de Mallorca.

◆ CRISTIANISMO ORIENTAL. Nicolás Zernov. Ed. Guadarrama. 1962. Madrid.

◆ CRÓNICA DE LA HUMANIDAD. Plaza & Janes. 1987. Barcelona.

◆ GRAN ENCICLOPEDIA LAROUSSE. Ed. Planeta. 1987. Barcelona.

19

◆ LA HORA UNDÉCIMA. Martin Lings. Ed. Olañeta. 2009. Palma de Mallorca.

◆ SIENA. Titus Burckhardt. Ed. Olañeta. 2006. Palma de Mallorca.

◆ TESORO DE SABIDURÍA TRADICIONAL. Whitall N. Perry. Ed. Olañeta. 2000. Palma de Mallorca.

◆ Wikipedia.org7.

◆ Merece ser destacada de modo particular la obra de Frithjof Schuon. En especial su libro CASTAS Y RAZAS8 del que están extraídas las definicio-nes de las castas para cada capítulo de estos apuntes. No se puede encon-trar mejores definiciones que las suyas para los tipos humanos determinan-tes del canon de cada edad. La lectura completa de ese libro es recomen-dable para comprender mejor el sentido de algunas de las ideas aquí perfiladas. Nuestras páginas no son siquiera una sombra de la elevada pers-pectiva de sus obras y pedimos que no se atribuyan a él nuestros posibles errores. Si estos apuntes llegan a tener algún valor lo deberán sin duda a su magisterio, ejercido a través de su obra y su vida. Por ello queremos que estas páginas sean consideradas como un rendido homenaje a su memoria.

◆ Aunque no haya sido una fuente documental para la concepción y desa-rrollo de este trabajo, queremos dar constancia de que diecisiete años des-pués de la primera edición de este trabajo hemos conocido con grata sor-presa algunos trabajos de Gaston Georgel, de los que no teníamos ninguna referencia. Casi todos sus fundamentos ciclológicos son coincidentes con

7 Se achaca a Wikipedia que algunos de sus artículos sean discutibles; pero eso se puede considerar precisamente como una virtud, pues las enciclopedias preceden-tes adolecen también de lo mismo y sin embargo se presumen incuestionables a pesar de sus comprobados errores. No obstante, hemos procurado contrastar dife-rentes fuentes siempre que nos ha parecido oportuno y posible. 8 Ed. Olañeta. 1982. Palma de Mallorca.

20

los nuestros, especialmente en lo que respecta a la tetractis, los jubileos ju-díos y la relación entre las edades y las castas. Lejos de suponer una contra-riedad, consideramos sus obras como un refuerzo de las hipótesis aquí planteadas. Para alguien con mentalidad tradicional –en el polo opuesto de la mentalidad individualista moderna– no supone una decepción sino una alegría ver que no se trata de una hipótesis personal sino de un encuentro con la sabiduría inmanente y perenne.

Entre los escritos de Gaston Georgel cabe destacar capítulo inicial de L'Ere Future et le Mouvement de l'Histoire. La Colombe, Paris 1956. Podríamos añadir aquí algunas referencias a sus aportaciones –especialmente sus interesantes citas de Hesíodo, Ovidio, Bagavata Purana, Platón, Virgilio, Libro de Daniel…– pero parece suficiente dar constancia de su importante aportación y recomendar su lectura como complemento y refuerzo argu-mental de todo lo aquí expuesto9. No obstante, queremos apuntar que encontramos algunos errores puntuales –en su esquema cronológico y, especialmente, su pretendida relación entre edades y razas10 compartida con otros autores– que de antemano quedaban ya corregidos indirecta-mente en estos apuntes.

+ + + + + + +

+ + +

9 Para facilitar su lectura nos hemos permitido publicar ese capítulo: http://www.angelpascualrodrigo.com/movimiento_historia.gaston_georgel.pdf 10 Es importante diferenciar muy bien entre castas y razas y hemos intentado dife-renciarlo en función de las enseñanzas de Frithjof Schuon.

21

EDAD ANTIGUA

LA MAÑANA

Espiritualidad y Sabiduría Teocracia e Imperio

Aire – Montaña – Cristal

Mi Reino no es de este mundo

l principio dorado de toda civilización es el conocimiento metafísi-co. La Cristiandad no es una excepción y durante su edad de oro se

centra en ese principio. El modelo humano de los primeros tiempos cris-tianos corresponde al sapiencial, de él irradia el discernimiento, la enseñan-za y la guía en lo espiritual y lo terrenal.

A lo largo de los ocho siglos de esta edad se produce un proceso etéreo y dinámico, con una estructura social basada en el orden arquetípico de las castas universales.

El proceso parece inestable y difuso en el plano exterior, especialmente durante los primeros cuatro siglos, pero se sustenta en la profunda estabili-dad intelectual de la primera casta, que irradia hacia las demás. La clave de esa estabilidad interior se funda en la firmeza del eje central, único y permanente de la relación con la Divinidad, del que la cruz es un símbolo.

En la segunda mitad de la edad se perfilará una cristalización extrínseca, prefigurando dentro de su marco dorado el florecimiento plateado que se producirá a lo largo de la Edad Media.

E

22

Veamos esquemáticamente las influencias del predominio del principio sa-piencial en las cuatro castas básicas durante esta edad.

EN EL PLANO DEL CONOCIMIENTO Y EL SACERDOCIO

El modelo eminente que marca las pautas durante esta edad está constitui-do por el sabio, el hombre de oración, el sacerdote, el anacoreta, el monje, el filósofo.

El mundo cristiano vive su momento más acorde con su propia naturaleza, con sus principios intelectuales y esotéricos. Su concepción enlaza armóni-camente lo físico y lo metafísico bajo una perspectiva espiritual y simbo-lista. Ello es característico del predominio irradiante de la primera casta sobre las tendencias de las demás.

EN EL PLANO DE LA NOBLEZA Y DEL COMBATE

El hombre de vocación marcial se impregna del arquetipo cristiano pri-mordial, entregándose al combate espiritual, al debate intelectual y teoló-gico, a la lucha penitencial consigo mismo y al martirio. El mártir –del griego «µάρτυρας» (testigo) pero también en relación clara con Marte, el dios guerrero de la mitología romana– sufre persecución y muerte por de-fender una causa o por renunciar a abjurar de ella, con lo que da «testimo-nio» de su creencia en ella. Son los modos de dharma para quienes pertene-cen –eventualmente o de por vida– al tipo humano de esa casta combativa y se someten fielmente al ideal contemplativo de la primera edad del Cris-tianismo. Su intenso elemento sacrificial es orientado por el sapiencial y los creyentes se elevan por encima del mundo. La mentalidad de esta casta mantiene en los dos primeros siglos germinales una confrontación dialéc-tica entre la primordial Paz cristiana y la ya solidificada Pax romana.

23

Pero sólo los realmente nobles resisten. A pesar de la fuerza interior de la religión muchos cristianos apostatan al primer anuncio de cada persecu-ción, antes aún de comenzar el peligro real, como muestra este párrafo de San Cipriano: «En seguida, ante las primeras voces de amenaza del enemi-go, la inmensa mayoría de los hermanos traicionó su propia fe. No espera-ron siquiera a ser arrestados, a comparecer ante el tribunal y a ser interro-gados. Corrieron espontáneamente a presentarse» (De lapsis, 4-5).

Cuando la religión cristiana se integra en el poder imperial durante la se-gunda época de la edad (200-400) desaparece su persecución, pero se in-tensifican entonces los combates internos entre sus diversas perspectivas con un alto grado de violencia. El gobierno de los césares y algunas iglesias establecen entre sí relaciones estrechas, utilizadas en ocasiones arbitraria-mente para imponer unas perspectivas en detrimento de otras.

La nueva religión impulsa una renovación de los modelos regentes, que to-man cuerpo formal y físico en base al mundo imperial a partir de Constan-tino. Surge Bizancio –la nueva Roma basada en los principios sacerdotales cristianos– con figuras como Justiniano, cuya monarquía teocrática le visua-liza más como gran sacerdote que como guerrero, tanto en la imaginería como en muchas de sus propias acciones. Los gobernantes cristianos funda-mentan su legitimidad y su poder en los principios sapienciales de los santos padres, manteniendo su vigencia central en el ámbito de la aristocracia.

No obstante, a partir de la tercera época de la edad –de solidificación– to-ma fuerza el plano guerrero de las monarquías en todos los territorios del antiguo imperio, especialmente a causa de la toma de poder del imperio por parte de los bárbaros. Ello es un anuncio de lo que será la Edad Media y, como veremos, hace plausible –sin ser incompatible con nuestra hipóte-sis estructural– la idea de que en el año 400 comience la Alta Edad Media y al durar Baja Edad Media desde el año 800 hasta 1400 correspondan ana-lógicamente esos mil años al Milenio de que habla el Apocalipsis.

24

EN EL PLANO DE LOS OFICIOS, EL COMERCIO Y LAS ARTES

El artesano, el constructor, el médico, el comerciante, el campesino, el funcio-nario… los hombres y mujeres enmarcados en esta variada casta humana y bautizados en la fe cristiana ponen sus manos y obras bajo las directrices de la sabiduría. Viven en un sencillo anonimato, cumpliendo su buen hacer, como extinguidos en el sentido de trascendencia predominante en esta edad.

En el ejercicio de las artes sagradas se proyecta una influencia de los princi-pios contemplativos y sapienciales de la primera casta sobre la tercera y, a la inversa, hombres contemplativos ejercen artesanías sagradas. Durante esta edad se gestan algunas de formas artísticas cristianas –particularmente en la pintura y la arquitectura– basadas en formas pre-cristianas y fecundadas por los arquetipos cristianos; floreciendo e irradiando estilísticamente desde Bi-zancio a partir de la mitad de esta edad. La importancia religiosa de los ico-nos dará a la pintura un aura sagrada cuyo eco sublime perdurará hasta los momentos postreros de la cultura occidental.

EN EL PLANO DEL PUEBLO TRABAJADOR

El siervo cristiano asume su modelo espiritual. La certeza de dónde está el verdadero Reino le permite saltar sobre las contingencias de este mundo y sus humillaciones. La religión cristiana no sólo libera interiormente, también lo procura exteriormente con siervos y esclavos.

EL CANON Brahman

Este canon conforma el modelo ideal que determina la mentalidad y las ten-dencias de los diferentes estratos sociales que constituyen y profesan la cristiandad a lo largo esta edad. Como dice F. Shuon, corresponde a la men-

25

talidad objetiva e idealista «del tipo puramente intelectual, contemplativo y “sacerdotal”, para quien lo “real” es lo inmutable, lo trascendente; no cree, en su fuero interno, ni en la “vid” ni en la “tierra”; hay algo en él que permanece ajeno al cambio y la materia; ésa es, grosso modo, su disposición íntima, su “vida imaginativa”, si puede decirse, sean cuales puedan ser las flaquezas que la oscurecen (…) para él todo es “inestable” e “irreal”, salvo lo Eterno y lo que a éste se vincula –la verdad, el conocimiento, la contemplación, el rito, la vía».

SIGLOS I Y II. GERMINACIÓN DE LA CRISTIANDAD ANTIGUA

Estos dos siglos germinales constituyen la época que más se ajusta a la esencia de la antigüedad cristiana. Existe una correspondencia particular-mente intensa entre cada edad y la época de ella con su mismo número ordinal, en este caso la primera edad y su primera época.

Unos cincuenta años antes del nacimiento de la Era encontramos a un Ju-lio César ampliando las conquistas de Pompeyo e implantado las bases del orden imperial romano. Aquel territorio imperial queda prácticamente consolidado por Octavio César-Augusto, constituyendo la base fundamen-tal y providencial para la expansión natural del Cristianismo.

La Era nace con Cristo. La emanación sagrada de su arquetipo comporta perspectivas espirituales de amplias consecuencias para la Humanidad. Al-gunos autores consideran su muerte como comienzo de la Era, pero consi-deramos que los momentos germinales de cada época se caracterizan por acontecimientos ocultos o apenas visibles para la mayoría. Todo lo referen-te a los Reyes Magos subraya el aspecto inicial de una Era.

Durante la primera cincuentena de la época germinal del Cristianismo, su mensaje avatárico no toma forma particular. Sus seguidores mantienen las

26

formas y ritos judaicos; se reúnen en sinagogas, se circuncidan, mantienen la prohibición de alimentos como el cerdo, etc.

Hacia el año 50, al llegar la segunda cincuentena, se reúnen en Jerusalén apóstoles y primeros cristianos en el primer concilio. Se toman en conside-ración las importantes revelaciones recibidas, interpretando que los conver-sos de origen no semita no tienen por qué estar sujetos a la ley judía. A par-tir de entonces deja de ser obligatoria la circuncisión, comienza a legiti-marse la pintura sagrada y se derogan las prohibiciones alimenticias.

La tradición y las revelaciones recibidas por almas más cercanas a nuestro tiempo –como Sor María de Ágreda o Ana Catalina Emerich, que no fue-ron coetáneas ni la posterior tuvo conocimiento de las visiones de la ante-rior– dan cuenta de dos importantes hitos ocurridos hacia el cambio de cin-cuentena que prefiguran la pintura y la arquitectura como artes centrales en la civilización occidental cristiana y post-cristiana: Los primeros iconos de San Lucas y el primer oratorio de la religión cristiana, construido en Zara-goza por indicación expresa de Jesús a su madre durante su viaje en carne mortal a esa ciudad. Algunos estudios recientes revelan la coincidencia sor-prendente en dimensiones y estructura del templo de Artemisa de Éfeso con la actual basílica del Pilar, tras su remodelación del siglo XVII. Según las dos religiosas citadas, el templo de Éfeso fue destruido por fuerzas naturales poco tiempo antes de aquel viaje a Zaragoza por una orden de la Santa Vir-gen que se demoró a emitir hasta recibir tres veces la petición del Cielo.

Ante las posibles reticencias sobre el párrafo anterior, pensemos que las tra-diciones y las revelaciones reflejan realidades arquetípicas no necesariamente coincidentes en exactitud con los requerimientos de una perspectiva histo-riográfica moderna. Nuestras reseñas no se han de entender desde esa pers-pectiva moderna, que tiende a poner los aspectos más contingentes por en-cima de los aspectos espirituales, lo cual resulta especialmente pernicioso ante las culturas primordiales. Es patente que las escrituras y tradiciones del

27

Cristianismo inicial consignaban los hechos como reflejos simbólicos de ar-quetipos celestes y de sus posibilidades existenciales. El que ciertos aconte-cimientos no estén probados documentalmente no invalida su valor, cuan-do menos simbólico, aunque se llegara incluso a probar su inexistencia, mientras no esté pervertido su significado. Las tradiciones y revelaciones de las culturas en estado primordial tienen valor suprahistórico.

Durante su primer siglo, el Cristianismo se expande inmerso en su primige-nia luz interior, sublimando las almas por encima de las contingencias. Las persecuciones, los martirios y las catacumbas se convierten paradójicamente en un soporte viático sacrificial que manifiesta su gran fuerza interior. El mensaje crístico va tomando en su irradiación aspectos helénicos y romanos junto a los semíticos previos y otros más particulares como el copto o el etío-pe, conformando el substrato cultural inicial del mundo cristiano. Tras esa conformación, la nueva religión se extiende a todo el territorio del imperio romano, regido en significativo claroscuro por pervertidos calígulas y nerones que conviven con sabios tan extraordinarios como Séneca o Epicteto.

Esta época dista tanto de la nuestra que resulta difícil imaginarla. El hom-bre de la antigüedad cristiana sitúa su nación en el espíritu, en el Cielo, en la fidelidad a su Señor. Mejor que reseñar acontecimientos leamos este re-velador fragmento de la Carta a Diogneto, datada en el siglo I:

«Los cristianos … no habitan en ciudades que les sean propias, ni emplean un lenguaje diferente del que usan los demás, ni profesan un género de vida que se haga notable por alguna cosa que sea peculiar de ellos, ni proponen para que sea aprendido nada que haya podido ser pensado por hombres curiosos; ni patrocinan dogma humano alguno … Toda región, por apartada que sea, es su patria, y toda patria es para ellos pasajera … lo que el alma es en el cuerpo, esto mismo son los cristianos en la tierra … así los cristianos habitan en el mundo, pero no son de él … así los cristianos son conocidos, mientras viven en este mundo; pero es invisible su culto

28

divino … así los cristianos son seguramente estrechados por el mundo, como si estuvieran presos, pero ellos conservan el mundo.»

Durante el siglo II la confrontación entre el Cristianismo y Roma incremen-ta. El Cristianismo primordial es incompatible con el estado social de degra-dación moral y religiosa en que se encuentra Roma. A causa quizás de la con-frontación el propio Imperio se regenera humanamente, produciéndose en él un auténtico siglo de oro y un canto de cisne con los «Cinco Buenos Empe-radores» a partir del emperador Nerva (96-98). Los emperadores de la dinas-tía de Antonina tienen una augusta categoría intelectual y moral característi-ca de la primera casta, al tiempo que cumplen ejemplarmente con el dharma kshatriya que les corresponde como segunda casta:

Trajano (98-117). Primer emperador de origen hispano, con grandes acier-tos y conquistas, como la de Dacia o de Mesopotamia.

Adriano (117-138). Nacido el año 76 en Santiponce (Sevilla). Iniciado en los misterios eleusinos. Promotor de emblemáticas construcciones como el Panteón o la Biblioteca de Atenas. Entre sus actos bélicos cabe reseñar su efectividad estabilizadora frente a levantamientos sediciosos en Britania, Partia, Anatolia, Mauritania… y especialmente la sangrienta rebelión de la provincia romana de Judea liderada por Simón Bar Kojba –considerado Mesías por los sediciosos– que provoca el edicto de expulsión de los judíos, la destrucción del antiguo templo de Jerusalén y la integración del territo-rio en la provincia Syria Palæstina (Falasṭīn en árabe), que Adriano crea tomando el nombre de los filisteos, antiguos enemigos de los judíos.11

11 Con estos hechos se cumplen las profecías del Nuevo Testamento acerca de la destrucción del templo y de la diáspora. El judaísmo tradicional considera los he-chos ocurridos durante el imperio de Adriano como un cumplimiento de la Vo-luntad Divina a causa de las transgresiones del pueblo judío de entonces. La co-munidad judía ortodoxa Naturei Karta ha publicado documentos en ese sentido.

29

Antonino Pío (138-161). En relación con la rebelión judía mencionada respecto a Adriano y para mostrar que el conflicto no era religioso sino po-lítico reseñemos que, según el Talmud (Avodah Zarah 10a-b), el rabino Yehudah Hanasí, rico y venerado en Roma, habría mantenido una estrecha amistad con Antonino Pío, quien le consultaba sobre asuntos mundanos y espirituales.

Marco Aurelio (161-180). El admirable emperador iniciado en el estoicis-mo, último de los llamados «Cinco Buenos Emperadores» y tercero de los emperadores de origen hispano.

Los césares Antoninos ven en el auge de la nueva religión una amenaza de disolución de los valores de la tradición greco-romana, que perviven en ellos mismos de modo ejemplar. De ahí la aparente paradoja de que a par-tir de Marco Aurelio se intensifiquen y prolonguen sistemáticamente las persecuciones contra los cristianos hasta la muerte de Diocleciano en 305.

Al finalizar el siglo II, tras el ejemplar Marco Aurelio, comienza a hacerse patente la caída del imperio en su forma clásica, especialmente por el tirá-nico y extravagante gobierno del emperador Cómodo.

No obstante, a pesar de la caída de la Roma clásica permanecen elementos subyacentes positivos que terminarán confluyendo y dando lugar a la pers-pectiva particular del Cristianismo romano.

SIGLOS III Y IV. FLORACIÓN DE LA ANTIGÜEDAD CRISTIANA

A pesar de las intensas persecuciones durante el siglo III, o quizá por ellas mismas, el Cristianismo logra más peso y adeptos. La sabiduría de los Santos Padres y la fuerza interior mostrada por los innumerables mártires logra una gran victoria.

30

En el siglo III florecen las enseñanzas de los más conocidos Padres de la Igle-sia: Clemente, Orígenes, Plotino, Panteno, etc.

En el siglo IV, en 301 Armenia adopta el Cristianismo como religión oficial del Estado. Es el primer país del mundo en hacerlo y significa un cambio de tendencia importante.

En 312, San Antonio Abad se retira al desierto y comienza el anacoretismo en Egipto. Los Padres del desierto escriben textos para la buena práctica del Hesicasmo –la vía espiritual basada en el retiro espiritual y la práctica de la oración jaculatoria quintaesencial– que reúnen en los compendios de la Fi-localía. La fe y las prácticas cristianas florecen en aquellos lugares, irradian-do de modo extenso y profundo a todos los confines de la cristiandad.

En 313 el emperador Constantino (306-337) da a Constantinopla el título de capital del Imperio. Ese mismo año firma el edicto de Milán y provoca un vuelco a la situación religiosa en el imperio, cambiando radicalmente el panorama político-religioso. A partir de ese momento el Cristianismo es permitido con igual rango oficial que a la antigua religión romana y co-mienza a convertirse en una religión de masas.

Sin embargo, al desaparecer las persecuciones se intensifican las discusiones internas y los enfrentamientos entre cristianos, llegando incluso a darse muerte entre ellos. La flor parece marchitarse al poco de florecer.

Surgen los partidos teológicos en función de perspectivas de conocimiento.

En el 319 comienza la disputa en torno a las tesis arrianas, que tendrá im-portantes, extensas y duraderas consecuencias. Tanto las cuestiones defen-didas por los arrianos como las de sus oponentes corresponden a perspecti-vas posibles. Se trata en realidad de diferentes modos de conjugar los conceptos de Transcendencia y de Inmanencia.

31

En el 325 se celebra en Nicea el primero de todos los concilios ecuménicos. En él se condena el arrianismo, pero no se logrará impedir la manifestación de su perspectiva durante siglos por extensas zonas geográficas hasta la lle-gada del Islam, que vendrá a continuar, integrar, completar, perfeccionar y legitimar dicha perspectiva. Esta confrontación conciliar precipita una pro-funda división teñida por orgullos personales y mal zanjada por el abusivo partidismo arbitral ejercido en favor de la iglesia romana por Constantino –quien, según se cuenta paradójicamente, sería bautizado por un arriano en el lecho de la muerte–. Sin embargo, los acontecimientos posteriores confirmarán que la división fue inevitable, necesaria y providencial.

El imperio se divide con los primeros emperadores cristianos: los hermanos Valentiniano (364-375) –católico y Emperador de Occidente– y Valente (364-378) –arriano y Emperador de Oriente–. La división tiene su causa profunda en diferencias de perspectiva intelectual y teológica. Resulta sig-nificativo que con la llegada del Cristianismo al poder llegue una división fraternal tan manifiesta. Ya en ese tiempo, el patriarcado romano comienza a intentar marcar su primacía como sede de la Iglesia, pero la división del imperio es un obstáculo providencial.

Teodosio I (379-395) logra una efímera reunificación del imperio. En el año 390 prohíbe la religión pagana, clausura sus templos y declara obliga-toria la fe católica para todos los súbditos del imperio. Se inicia la persecu-ción indiscriminada de los antiguos iniciados paganos. La coincidencia de que en ese mismo año se incendie la Biblioteca de Alejandría hace sospe-char que existe una relación entre ambos hechos. Tras la muerte de Teodo-sio vuelve la división.

No obstante, este final de siglo es iluminado espiritualmente por la luz de los últimos Padres de la Iglesia: San Jerónimo, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo y San Agustín.

32

SIGLOS V Y VI. SOLIDIFICACIÓN DEL ANTIGUO CRISTIANISMO

Resulta necesario un preámbulo respecto a la consideración del siglo V

como comienzo de la llamada Baja Edad Media por algunos historiadores. No lo contradecimos, pues hay diferentes maneras de ver y todas ellas se enriquecen entre sí. Aunque no coincide con nuestro esquema podemos ver su coherencia y su compatibilidad con él; pues al llegar el siglo V el Cristianismo se exterioriza y adquiere un sólido carácter guerrero pre-medieval, tanto en los poderes públicos como en las manifestaciones ar-tísticas. De hecho, la segunda casta –emperadores, reyes y nobles guerreros cristianos– toma un notable papel a partir de ese momento. Sin embargo, hemos de tener presente que los actos más reseñables de aquellos jerarcas siguen centrados por la sumisión a la sabiduría espiritual y a las perspecti-vas teológicas; y por ello lo vemos como una solidificación teocrática de la Edad Antigua. Nos parece discutible la tesis de que el imperio romano acabe en el siglo V y que ello sea indicador del inicio de la Edad Media. Re-sulta evidente la continuidad en Bizancio del imperio de Oriente cris-tianizado, mientras los pueblos bárbaros toman los poderes imperiales de Occidente al tiempo que se se bautizan en el credo unitario dando conti-nuidad u origen a un Sacro Imperio Romano. Son sólo circunstanciales los desmembramientos territoriales y las confrontaciones teológicas, que no difieren en gran medida de las de siglos anteriores. En definitiva podemos considerar estos dos modos de estructurar la Historia como dos melodías entrelazadas en un canon, retomando el símil musical de nuestro plantea-miento inicial.

Tampoco es desdeñable la compatibilidad numerológica entre ambas es-tructuras historiográficas. Si se considera el siglo V como inicio de la Edad Media y el siglo XIV como su último siglo, ésta edad habría durado diez siglos o sea un milenio; lo cual tendría resonancias reveladoras, literal y sig-nificativamente apocalípticas. Pensemos en que ese milenio fue el tiempo

33

en que el Cristianismo se manifestó de forma más transparente, más fructí-fera y con menos interferencias antiespirituales intrínsecas. Fue de hecho el milenio de Bizancio, centro espiritual modélico y temporal más estable de la cristiandad hasta la toma de Constantinopla por los turcos en el siglo XV. Pero centrémonos en nuestro esquema numerológico y contemplemos el curso de los acontecimientos de esta tercera época de la Edad Antigua.

Al inicio del siglo V, con el Cristianismo ya arraigado sólidamente como religión de masas, los pueblos bárbaros invaden el imperio y comienzan a adueñarse del poder convertidos al cristianismo arriano.

Los germanos cruzan la frontera romana del Rin en el 406.

Vándalos, alanos y suevos llegan a Hispania hacia el 409 y los visigodos en-cabezados por Alarico I ocupan Roma en el 410.

Bizancio consigue resistir los ataques germánicos y comienza a vivir siglos de esplendor cultural. Ejemplo de ello es la fundación de la Universidad de Constantinopla en el 425.

En el año 412 el nuevo patriarca de Alejandría Cirilo –San Cirilo para la hagiografía cristiana– expulsa a miles de judíos de la ciudad y más tarde a los neoplatónicos. El cruel asesinato de Hipatia en el 415 a manos de los parabolanos cristianos, aparentemente movidos por palabras de Cirilo, es uno de tantos hechos significativos y cuestionables.

En el 416 los visigodos llegan a Hispania como aliados de Roma, impo-niéndose a los alanos y a una parte de los vándalos, con lo que el Imperio recupera el control titular de las regiones más romanizadas. Al cabo de un tiempo visigodos y vándalos acuerdan convivir en forma confederada.

En el 426 los vándalos toman Sevilla. Tres años más tarde se hacen con el control del África romana, la mayor región cerealera del viejo imperio. Tras tomar el puerto de Cartago y apoderarse de la flota imperial romana, comien-

34

zan a dominar en el Mediterráneo Occidental. Controlan las bases marítimas estratégicas para el comercio del Mediterráneo occidental: Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia, Mauritania Tingitana y Tripolitania. Se conforma el poderío imperial de los vándalos durante más de cien años, hasta 535. La aristocracia vándala y las autoridades religiosas unitarias relegan a la antigua aristocracia romana y al episcopado trinitario en los territorios dominados. La iglesia trinitaria romana se convierte en un núcleo permanente de oposición política e ideológica a los poderes vándalos, pues sus propiedades son confiscados y entregados a las iglesias arriana y donatista.

El carácter peyorativo del adjetivo «vandálico» no parece ajustarse plenamente al carácter de aquel pueblo. Si no queda apenas rastro de su cultura y su espiritualidad es debido a la destrucción sistemática de sus documentos y obras por los trinitarios católicos romanos, de ello dan cuenta las actas de los concilios de Toledo. El uso peyorativo de ese adjetivo parece más bien una vendetta que perdura hasta nuestros días, por no haberse sometido nunca los vándalos al trinitarismo, manteniéndose fieles a la perspectiva unitaria.

431. El Concilio Ecuménico de Éfeso condena el difisismo defendido por el obispo de Constantinopla Nestorio y atacado por el obispo de Alejandría Cirilo. Como ocurrió con el arrianismo, tampoco se resuelve este conflicto con las sentencias condenatorias, pues la diversidad de perspectivas conti-nuará en virtud de la propia legitimidad de su posibilidad esotérica. Prueba de ello es la grandísima expansión del nestorianismo durante siglos por to-da Asia, llegando hasta el extremo oriental de la China, al sur de la India y a Ceylán. Gracias a la protección del Imperio Sasánida persa gozará de buena consideración e implantación bajo el califato de Bagdad y el imperio mogol, hasta que a finales del siglo XIV Tamerlán persiga a los nestorianos hasta su casi total aniquilación. A pesar de las dificultades, algunos monas-terios y grupos nestorianos han continuado hasta nuestros días.

35

451. El Concilio de Calcedonia condena el monofisismo, que el obispo de Alejandría Cirilo había propugnado en contra del difisismo. Vuelven a in-tervenir los poderes políticos. Como consecuencia de ello, la Iglesia Copta se separa del resto.

La cristiandad está cada vez más dividida en bloques diferentes. Por un la-do los arrianos, donatistas, coptos y otras comunidades de perspectivas uni-tarias o monofisitas. Por otro los difisitas nestorianos. Por otro los trinita-rios, a los que los demás tendrán por idólatras. Permítasenos comentar que resulta difícilmente asimilable el hecho de que los trinitarios siempre im-pongan con tanto ahínco y dogmatismo al común de los fieles la divinidad filial unigénita de quien enseñó a rezar el Padre nuestro, o sea la oración “multifilial”. Ese ahínco ha resultado un escollo innecesario y problemático a lo largo de los siglos. Compartimos la opinión de quienes piensan que hubiera sido deseable dejar el tema más impreciso a nivel exotérico y desa-rrollarlo sólo a un nivel esotérico acorde al misterio de su significado.

El Patriarcado Romano, a pesar de su situación marginal, relegado por el poder visigodo itálico de fe arriana, comienza a germinar como protagonis-ta y fundamento principal de la futura Europa. El antiguo Senado Romano se transforma en Sínodo de la Iglesia Romana. En esas circunstancias fragua su identidad como cúpula eclesial, tomando el papel de «corte» del Patriarcado de Roma. Los senadores se convierten en candidatos y electores de los «papas» romanos. Ejemplo de ello es que entre los electores de S. S. Juan I, figura el senador Boecio (480-524), el gran filósofo en el auténtico sentido de la Philosophia Perennis –término acuñado por él mismo– perteneciente a una familia romana de noble origen y considerado como el último de los intelectuales romanos y el primero de los escolásticos. Con el tiempo el Patriarcado Romano irá creciendo en influencia y logrará que los reyes itálicos de origen visigodo se vayan convirtiendo a la fe católica, cristalizando sólidamente la Iglesia Romana.

36

Merece atención la batalla de los Campos Cataláunicos en el año 451: Una coalición de romanos, visigodos, alanos, burgundios y francos encabezada por el general Flavio Aecio y el rey visigodo Teodorico I se enfrentan contra una alianza comandada por Atila de hunos, ostrogodos, escitas, hérulos, gépidos, sármatas y otras tribus germánicas menores. Esta batalla es la última opera-ción a gran escala en el Imperio romano de Occidente y la cumbre de la carrera de Aecio por la victoria final sobre Atila. Tiene lugar al norte de la Galia y las crónicas cuentan que en ella mueren más de treintamil hombres. Teodorico I –pariente próximo de Alarico I– desde su coronación en el 418 ha afianzado el asentamiento visigodo en Aquitania y expandido su poder a Hispania como representante del imperio a través de los extremos orientales y occidentales de los Pirineos. Podría verse ahí una hipótesis etimológica que relacione a los visigodos participantes en aquella famosa batalla catalaúnica con el nombre de algunos pobladores de los territorios correspondientes a la futura Cataluña. Pero no perdamos de vista la gran diferencia conceptual respecto a la consideración actual del término «catalán», pues, si entonces ese término catalauni podía referirse a unas tribus guerreras que habían participado en aquella batalla, hoy se refiere exclusivamente a un territorio y su contenido, sean sedentarios o itinerantes sus habitantes.

En 474 el poderío vándalo alcanza su cenit y logra un tratado de paz con Constantinopla que reconoce su soberanía sobre las provincias norteafricanas y las islas mediterráneas occidentales. En 483 comienza su declive con una conspiración de los opositores al rey vándalo Hunerico, apoyados por la Iglesia católica romana, provocando una reacción con represiones y persecu-ciones que culmina alaño siguiente con la orden de conversión forzosa al arrianismo. Tras ello muere Hunerico en medio de una hambruna. Gunta-mundo (484-496) trata inútilmente de buscar buenas relaciones con la Iglesia romana para legitimar el reino vándalo frente al imperio bizantino, cuyo emperador Zenón ha roto temporalmente con el catolicismo occidental

37

e impedir independizarse a los príncipes bereberes12. A Guntamundo le suceden Hilderico y Gelimer. Finalmente el gran poder vándalo sucumbe en 535 ante una fuerza expedicionaria bizantina de 15.000 hombres, comanda-da por Belisario bajo el emperador Justiniano I. Tras más de cien años en el Mediterráneo occidental de dominio, los vándalos ven reducidos sus territo-rios a las islas Baleares y sometidos a Bizancio.

En este panorama sobresale Justiniano I (527-565), el emperador prototí-pico de la antigüedad cristiana. Compite con la Roma occidental, domina-da por visigodos y vándalos, hasta convertirse en el gran señor del Medi-terráneo. Conquista Hispania en 551 tras reconquistar provisionalmente la ciudad de Roma en 536. Codifica el Derecho Canónico. Hace culminar la arquitectura bizantina con logros tan modélicos como las basílicas de Santa Sofía (hacia 532), Ravena o Santa Catalina del Sinaí. Instaura el calendario en base a las fechas de nacimiento y vida de Cristo. Busca unificar la cris-tiandad y evitar las divisiones, pero su uso excesivo e inevitable de la fuerza provoca irreparablemente una reacción contraria.

529. Coincidiendo con el periodo de Justiniano, como gran precursor de la Edad Media, San Benito escribe su Regla, que logra aplicar en el monaste-rio de Montecasino fundado por él. La importancia del hecho no es el monasterio en sí –destruido por los longobardos en 581 como los demás monasterios itálicos– sino su significado como primera implantación de la Regula Sancti Benedicti. En base a ella se fundará en la Edad Media un

12 Bereber es un término genérico para un conjunto de etnias de antiguo origen extendidas por el note de África, desde Egipto hasta las Islas Canarias. Algunos elementos ornamentales y arqueológicos los emparentaría con los íberos y los etruscos. De esas etnias surgen los emperadores romanos Septimio Severo, Caraca-lla o Macrino, los reyes númidas Masinisa, Yugurta, Juba I, Juba II o Ptolomeo de Mauritania, el papa Melquiades, los grandes filósofos y teólogos Tertuliano, Ci-priano de Cartago o San Agustín.

38

entramado de conventos que serán los fundamentos culturales y espiri-tuales de la Europa feudal y postfeudal –no en balde se ha designado a San Benito como su patrón.

Al finalizar el siglo –en 589, casi cincuenta años después de caer el imperio de los vándalos– el rey visigodo Recaredo se “convierte” al trinitarismo cató-lico romano –quizás por su aspiración al título de emperador de Roma– e intenta marginar la tradición teológica unitaria entre los hispanos. El hecho provoca grandes confrontaciones que producen un continuo estado de gue-rra civil durante todo el siglo VII, con alternancias en el poder de reyes de ambos credos. Ese estado de cosas explica algunas causas de la fulminante implantación del Islam en los territorios hispanos y norteafricanos.

SIGLOS VII Y VIII. DISOLUCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD

…pero cuando viniere aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. (San Juan 16,13-15).

En la primera década del siglo VII el Profeta Muhammad (el que glorifica y es alabado) comienza a recibir y comunicar las primeras revelaciones corá-nicas. Su emigración de La Meca a Medina el año 622 se considera el comienzo de la Era Musulmana. Estos acontecimientos se perfilan como gran canto de cisne de la primera edad de la Era y una preparación para la germinación de la siguiente. Ar-Ruh al-Haqq –El Espíritu de la Verdad, como algunos llaman al Profeta– viene a reconducir la espiritualidad monoteísta hacia su primordialidad abrahámica. Comunica «lo que oyere» del arcángel Gabriel –el Corán– bendiciendo y completando el mensaje crístico y su sentido de la Unidad, que ya los cristianos unitarios habían defendido de modo sincrético e incompleto. Ello explica el misterio de que

39

arrianos, donatistas y demás iglesias unitarias –desde el Asia Menor hasta Hispania, a través de todo el norte de África– terminen abrazando el Islam y desaparezcan sus organizaciones eclesiásticas tras siglos de existencia. Es significativa al respecto la importante mención a los arrianos en el escueto mensaje enviado por el Profeta al emperador Heraclio.

Mientras los cristianos están enzarzados en discusiones bizantinas y en gue-rras continuas va emergiendo el Islam, siguiendo una revelación que sim-plifica de modo alejandrino las ideas y las actitudes religiosas. El encuentro entre estas dos grandes religiones va a ser decisivo para la gestación de la Edad Media y para un relativo freno providencial en las divergencias entre cristianos. En ese sentido son elocuentes las conversiones al Islam de los seguidores de las perspectivas cristianas unitarias y el hecho de que la «re-novadora» religión proteja a comunidades cristianas débiles respecto a otras más fuertes –como hace el Califa Omar con los coptos respecto a los bizan-tinos, siguiendo el ejemplo de la protección del Profeta al monasterio de Santa Catalina del Sinaí y otros lugares.

El Cristianismo había aportado en sus inicios una revitalización de la vida interior y una regeneración de los corazones en momentos de excesivo endu-recimiento y exterioridad –tanto en Roma como en la propia Judea–. El Is-lam, por su parte, viene a bendecir el equilibrio entre lo exterior y lo interior –el camino medio– sembrando los fundamentos germinales de la perspectiva medieval, del hombre como mediador entre la Tierra y el Cielo, que intenta establecer un mundo a imagen de la primordialidad celestial.

En medio de las dificultades de Bizancio durante el siglo VII, el emperador Heraclio continúa la obra de Justiniano. Su excepcional talla humana y es-piritual se pone de manifiesto en su comprensión de la legitimidad y fuerza del Islam. Constantinopla es asediada por los pueblos eslavos y ávaros des-pués de las derrotas bizantinas en lugares tan míticos como Antioquía o Alejandría. A pesar de todo, Bizancio logra una gran victoria sobre los per-

40

sas sasánidas, presagiando una revivificación de una perspectiva bizantina durante el Medioevo. No hay que perder de vista que la religión oficial en el imperio sasánida era el cristianismo nestoriano.

636. San Isidoro de Sevilla escribe sus Etimologías, que alcanzan gran cala-do cultural en toda la cristiandad occidental. Hoy constituyen una gran fuente documental sobre lo ocurrido en aquellos años, pues la mayoría de los documentos de entonces han desaparecido con el paso del tiempo.

La difusión del Islam es fulgurante desde el inicio del califato de Omar (634-644). En 638 se funda Basora y Kufa (Irak). En 641 el Islam llega a África, se construye la primera mezquita de El Cairo y se comienza a re-construir el antiguo canal faraónico que enlazaba el Mar Rojo con el Medi-terráneo, precedente del Canal de Suez. Durante el califato del omeya Ozmân (644-656) se crea la flota islámica y se recopila el Corán. Los con-flictos internos entre familias provocan el asesinato del califa. Le sucede ‘Ali, del clan abasí, que también es asesinado en 661, acentuando el anta-gonismo entre persas y árabes, que crea la gran división entre shiitas y sun-nitas, indisoluble a través de los siglos con mayor o menor virulencia. Tras la muerte de ‘Ali, el clan Omeya retoma el califato y comienza la época ca-lifal damascena, aunque el título califal ya no corresponde a una cualifica-ción plena a nivel religioso. El Islam es ya una religión extensa y poderosa. En 691 se construye en Jerusalén la mezquita Al-Aksa y en 705 la Gran Mezquita Omeya de Damasco.

En 707 la isla de Mallorca se vincula al Califato de Damasco con la firma del tratado de unidad y tributo con el wali Musa. Cinco años más tarde, en 711, llega al sur de la península desde África un grupo de guerreros en ayu-da a los hijos del difunto rey visigodo Witiza –arrianos padre e hijos– contra Don Rodrigo, a quien consideran usurpador. Los guerreros llegados a lo que se llamará Gibal-Taric (Gibraltar) y Al-Yazira (Algeciras) forman parte de la guarnición goda en el norte de África y están capitaneados por el go-

41

bernador de Tánger Taric13; su fidelidad a Witiza indica su fe arriana de origen y de ahí su probable conversión al Islam. Siglos más tarde, los histo-riadores consignarán este hecho como el hito del inicio de la expansión del Islam por Hispania. Algunos estudiosos de nuestro tiempo, como Ignacio Olagüe14, plantean que los hechos reales fueron muy distintos al mito de una invasión islámica armada. El análisis de los datos y la lógica parecen concluir que la expansión del Islam tiene una causa fundamental en la ejemplar espiritualidad de sus primeros fieles y en las diamantinas palabras del Corán. No obstante, esa expansión espiritual se ve reforzada por la pu-janza combativa del espíritu árabe islámico y su asimilación vital por los nuevos conversos. También puede percibirse en la expansión el papel im-portante de la perspectiva social islámica, que agrupa e integra todas las cas-tas en un solo ser, así como su tolerancia hacia las demás perspectivas mo-noteístas. También ponen en cuestión la historiografía oficial algunas lápidas islámicas encontradas en el levante ibérico con inscripciones fecha-das varias décadas anteriores al año 711. Resulta relevante que se date en ese mismo año la llegada del Islam a la península ibérica y a la península índica. También en la India se creó el mito posterior de una invasión violenta mu-sulmana como origen de la penetración en ella del Islam, lo cual ha sido re-batido al demostrar que fue debida a la irradiación espiritual islámica de grandes santos sufíes. Al pensar en una conquista árabe de ambas penínsulas al mismo tiempo, uno puede preguntarse ¿cómo salieron ejércitos tan nu-

13 Según la historiografía común sería el bereber arabizado Tāriq ibn Ziyād y según una teoría alternativa sería el godo Taric hijo de Tar. 14 Sin descartar sus aciertos y su gran aporte de ideas y documentación, es una lásti-ma que no planteara sus tesis desde una perspectiva más vertical y espiritual. Hubiera sido más certero considerar que los cambios decisivos y la expansión inicial de las perspectivas religiosas auténticas están motivados por la regeneración de los caminos entre Cielo y Tierra. También es una lástima que por su desconocimiento del Islam y cometiera errores que desvirtúan algunos de sus argumentos más válidos.

42

merosos de un desierto? Como mínimo se ha de evitar el término árabe y pensar la participación de en bereberes, persas o mogoles.

Unos años antes, en 697, Venecia ha tomado cuerpo como entidad inde-pendiente. Y hacia el año 700 han comenzado las invasiones normandas en los territorios europeos, que serán continuas a lo largo del último siglo de la Edad Antigua y del siglo inicial de la Edad Media, con indudables efec-tos disolutorios de la edad que acaba y germinales de la siguiente.

Hacia 725 se inicia el conflicto del Iconoclasmo. Desde siglos atrás se venía debatiendo la ortodoxia de la función de los iconos dentro de la práctica cristiana. Los unitarios se habían mantenido relativamente fieles a la prohi-bición que de ellas hace el Antiguo Testamento. A juzgar por la fecha en que se inicia, las influencias islámicas parecen haber contribuido. Durante unos 118 años la confrontación será muy virulenta y las imágenes religiosas se proscriben, especialmente en el cristianismo oriental, llegando a ser con-denadas en varios concilios y a dictar persecuciones como la que causó la mutilación de San Juan Damasceno.

En 732 una expedición musulmana es derrotada en Poitiers. Se consigna ese hecho como el punto final de la fulminante expansión islámica en occiden-te, aunque hay razonables dudas respecto a la intención musulmana, pues no parece un proyecto organizado de conquista sino una expedición menor.

Entre 747 y 749 el último califa omeya y su familia son aniquilados y el po-der califal pasa a la familia de los Abasíes, quienes en 762 establecen Bagdad como capital califal. Según la leyenda –puesta hoy en duda por algunos estu-dios– el pequeño vástago omeya Abder-Rahmân logra huir y viajar oculto hasta el sur de la península ibérica, donde llegará a ser proclamado emir de al-Ándalus y dará inicio al mítico mundo islámico andalusí.

Entre 752 y 756 nacen los Estados Pontificios. Constituyen un paso signi-ficativo para que la antigua concepción aformal del Cristianismo pase a

43

tomar forma y fundamento para la perspectiva de la Iglesia medieval. El hecho no significa que la Iglesia se haya fortalecido, pues la Iglesia occiden-tal sufre durante esta época gran debilidad moral y política.

La tutoría de Bizancio sobre la sede pontificia romana está en declive desde principios del siglo VIII. En un asedio lombardo de Roma y otros territo-rios del llamado «Patrimonio de San Pedro» el emperador bizantino no acude en ayuda del patriarca romano a pesar de sus peticiones. El distan-ciamiento respecto al imperio de Oriente se vuelve cada vez más patente, con visos de auténtica ruptura. El papa Constantino I se enfrenta en armas con el emperador Filípico Bardanes, tildándole de hereje. El rey franco Pi-pino el Breve acude a las llamadas papales, reconquistando territorios bi-zantinos que dona al Papa.

Por aquel tiempo el emergente emirato omeya cordobés avanza su toma de poder hacia el norte de Al-Ándalus. A ello se oponen los musulmanes septen-trionales –especialmente de las zonas que conformarán Navarra, Aragón15 y Cataluña16– fieles al califato abasí. En 777 se planifica la resistencia respecto a Córdoba por Hussayn ibn Yahya al-Ansarî (gobernador de Medina Albaida Saraqusta, Zaragoza), Abd-ar-Rahman ibn Habib al-Fihrî al-Siklabi (pariente del último emir Yusuf al-Fihrî) y Suleyman ibn Yaqdhan al-Kalbî al-Arabî (walí de Medina Barshiluna, Barcelona). El barshilunî Suleyman viaja a Pa-derborn y propone a Carlomagno colaborar en la campaña contra el emir omeya. Un año después, el saraqustî Hussayn se proclama emir en nombre

15 Posibles etimologías: Ar-raqun o ar-raqy-yun (el regadío o el estrecho). 16 Catalunya podría significar tierra de castillos (como Castilla). Joan Vernet y otros proponen Qal'at-Talunya (castillo de Talunya), pero no tiene sentido y supone discutibles cuestiones geográficas e históricas. Hemos mencionado anteriormente la posibilidad de que fuera el eco de que llegaran algunos visigodos a esos territo-rios como autoridad romana tras su victoria en los Campos Cataláunicos.

44

del califa abasí de Bagdad, quien envía su escuadra en apoyo, mientras Car-lomagno cruza los Pirineos y va hacia Saraqusta. Pero la escuadra califal abasí comandada por al-Siklabi es incendiada en Todmir (Murcia) y sus fuerzas son vencidas en unas montañas cercanas a Valencia. Cuando las tropas de Carlo-magno y de Suleyman llegan a Saraqusta, ésta no les abre sus puertas sin dar explicación. Los elementos neurálgicos de Saraqusta han sido tomados sorpre-sivamente por una guardia de élite del emir cordobés, quien permanece ocul-to con sus tropas en territorios cercanos. Carlomagno y los barshiluníes des-cartan asediar la ciudad tras permanecer a sus puertas durante un mes hasta comprender qué pasa y ordenar la rápida retirada. El emir de Córdoba depo-ne a Hussayn y nombra en su lugar a Abd-al-Mâlik ibn ’Umar, a quien apo-yan los musulmanes de Tudela y otros territorios de la futura Navarra. Du-rante la retirada de los francos a su tierra suceden los hechos legendarios que la Chanson de Roland cantará 300 años después, con una versión de los he-chos hoy debatida en lo territorial y en cómo ocurrieron realmente.

Tras aquellos hechos y los inminentes ataques del emir cordobés sobre el resto de los territorios no sometidos, el califa de Bagdad envía una nueva armada, pero los fieles al califa omeya vuelven a capturan todos sus barcos y tropas en Denia. Resulta ya imposible enviar más apoyos desde Bagdad. Las tropas carolingias comienzan a conquistar territorios gerundenses. Las autoridades islámicas de Barcelona, viendo la amenaza por ambos frentes, sellan con el imperio carolingio un vasallaje de protección, que perdurará más o menos explícito hasta ser zanjado de modo alejandrino en 1659 con la Paz de los Pirineos. Ese vasallaje conlleva la función de marca fronteriza entre los territorios francos y los andalusíes, preestableciendo la ambigüe-dad del carácter y destino de los condados catalanes que perdurará hasta nuestros días. Es interesante ver en los escritos árabes medievales el término isbani (hispano) designando a los habitantes de los condados catalanes y que en la época carolingia se denomine Marca Hispana a los territorios ca-talanes, Marca Superior a los aragoneses y Marca Tolosana a los navarros.

45

En 785 se inicia la mezquita de Córdoba, según cuentan las crónicas.

Este paso entre edades coincide a nivel mundial con la vida de Adi Shanka-ra (788-820), el gran avatara hindú que regenera el hinduismo y consolida la doctrina advaita vedanta.

El paso de la Edad Antigua a la Edad Media coincide con el ya menciona-do Iconoclasmo (725-843). Desde una perspectiva profunda, se ha escrito que con las persecuciones «el icono recibe su bautismo de fuego: pasando por la cruz resucita, florece y madura. Como el grano de trigo del Evange-lio, en su muerte ve su nacimiento»17. La imaginería cristiana renacerá en el Medioevo cristalizada y depurada estilísticamente.

Al llegar al final de esta larga edad la casta sacerdotal muestra claros signos de debilidad y necesitan cada vez mayor protección armada. Lo vamos a ver en los hechos que dan lugar a la coronación de Carlomagno el año 800 y son especialmente significativos del inicio de la Edad Media.

+ + + +

17 Mahmoud Zibawi. ICONOS, SENTIDO E HISTORIA. Libsa. Madrid, 1998.

46

EDAD MEDIA

EL MEDIODÍA

Flor de ideales, combate y amor cortés

Aristocracia y Feudalismo

Fuego – Rayo – Espada

Así en la tierra como en el Cielo

l mundo cristiano llega a su edad de plata. El abanico de sus arque-tipos espirituales se refracta y refleja en el espejo argéntico de su

simbología. Su proyección especular es patrocinada y tutelada por la aristo-cracia. Se perfila un cambio estructural de la sociedad en base a las caracte-rísticas propias de la segunda casta.

Intentaremos esquematizar a continuación la influencia del cambio de mo-delo en los diversos estratos sociales.

EN EL PLANO DEL CONOCIMIENTO Y EL SACERDOCIO

Los monasterios que siguen la Regla Benedictina, sientan la base espiritual del feudalismo, marcando ciertas diferencias respecto al monaquismo anti-guo y oriental. Acentúan el carácter de refugio físico y espiritual respecto a un mundo que ya no se quiere regir tanto por lo intelectual sino por lo volitivo. No obstante, tienen influencia decisiva en el mundo e irradian sus destellos de sabiduría contemplativa. Son auténticas fortalezas jerarquiza-

E

47

das en las que se hace realidad la más ideal de las utopías. En ellas se sirve a Dios bajo la autoridad directa del Patriarca de Roma.

La nobleza de la casta dominante de esta edad es permeable respecto a la casta intelectual. A cierto nivel tienen el mismo fin: la manifestación del Reino de Dios en el mundo. Si bien, una cosa es el ideal de las castas y otra la altura cualitativa de algunos individuos, cuyas caídas y limitaciones per-sonales producirán inevitables e intensos conflictos entre ambas castas por lograr la preeminencia, especialmente a partir de la mitad de la edad.

Obispos y abades toman a menudo el papel de señores feudales. La Iglesia es gobernada por príncipes cardenalicios, no necesariamente consagrados al sacerdocio. Algunos contemplativos ejercen de reyes y guerreros ejemplares sin abandonar su vía de conocimiento.

Se fundan órdenes religiosas con marcada disciplina jerárquica. Especial-mente significativas son las órdenes militares, cuyos monjes-guerreros es-grimen tanto armas físicas como intelectuales. Se establece progresivamente el celibato en el clero occidental.

El vigoroso Islam naciente influye espiritual e intelectualmente en mundo cristiano de esta edad. Su disposición hacia el diálogo interreligioso y hacia la perspectiva de conocimiento irradiada desde su interior –el sufismo– y su exterior –la sharîa– dinamiza y enriquece el saber general más allá de las propias fronteras del futuro Dar-al-Islam.

EN EL PLANO DE LA NOBLEZA Y EL COMBATE

El prototipo cristiano del guerrero aristocrático se encarna en el caballero, noble, galante y poeta. Este modelo marca las conductas y los caminos para los hombres de esta edad, incluso constituyendo un canon de santidad particular de este tiempo –pensemos en los frecuentes casos de reyes santos,

48

en San Jorge y en gran parte de la pléyade de modelos medievales de santidad descrita en La Leyenda Dorada–. Este estrato social dominante patrocina la construcción de un mundo concebido como proyección del Cielo. Todos los demás estratos rinden vasallaje al guerrero protector.

Esta edad está regida por los principios de la caballería, de las monarquías aristocráticas.

La casta dominante conlleva dos aspectos compensadores del elemento com-bativo: El culto de la POESÍA y el AMOR CORTÉS. Ambos aspectos tendrán papeles relevantes en toda esta edad, por encima de su apariencia secundaria. Se manifiestan en los movimientos de los trovadores, los bardos, los relatos del Ciclo Artúrico, las Cantigas de amor e de amigo, los Fidele de amore y en personajes como Leonor de Aquitania, Jorge Manrique, Dante, Petrarca, etc.

EN EL PLANO DE LOS OFICIOS, EL COMERCIO Y LAS ARTES

Los constructores y artesanos materializan formalmente los arquetipos artísticos cristianos bajo el patrocinio de los nobles, que les inculcan su perspectiva. Toman especial papel las organizaciones corporativas gremiales, dotadas de estructuras jerárquicas y conocimiento iniciático-simbolista que denotan las influencias aristocráticas y sacerdotales, fundamentales para cumplir su papel en la proyección del orden celeste en el orden terrenal.

Esta compleja casta vive reunida en burgos –barrios específicos en las ciu-dades, separados de los lugares de los señores de esta edad– lo cual denota una diferenciación en la jerarquía social. El comercio, la medicina y un funcionariado elemental son otras de sus más importantes actividades.

No existe la idea del artista individualista, cada artífice extingue su ego en los arquetipos supraindividuales, en su valoración del buen hacer y en la humildad del anonimato colectivo o bajo un pseudónimo –actitudes fun-

49

damentales para la inspiración espiritual– logrando alcanzar en esta edad las cumbres máximas del arte cristiano.

Las formas cristianas toman cuerpo material pleno en occidente, asimilan-do e integrando la sustancia universal subyacente de las mitologías precris-tianas y algunas de sus características formales.

Tras el cisma entre Oriente y Occidente, la imagen religiosa adquiere la tercera dimensión en el cristianismo romano, surgiendo la escultura cris-tiana. Son consecuencias de la tendencia demiúrgica propia de esta edad.

EN EL PLANO DEL PUEBLO TRABAJADOR

Se implanta el concepto de la servidumbre bajo el amparo del señor, según la tradición de los pueblos germánicos. Se suprime en buena parte la esclavitud en los territorios en que se implanta el feudalismo, particularmente en los carolingios. Aunque continúa de hecho el tráfico de esclavos no cristianos –eslavos y africanos– con la beneplácito de la Iglesia.

EL CANON Kshatriya

Su modelo activo impregna la mentalidad de la Cristiandad a lo largo esta edad. Los diferentes estratos sociales son influidos por este modelo, en sus tendencias, en sus características o en sus modos de resolver los conflictos dialécticos de la época.

Como dice F. Schuon, este canon corresponde a la mentalidad subjetiva e idealista «del tipo “caballeresco”, que tiene una inteligencia aguda, pero vuel-ta hacia la acción y el análisis más que a la contemplación y la síntesis; su fuerza reside, sobre todo, en su carácter; compensa la agresividad de su ener-gía con su generosidad, y su naturaleza pasional con su nobleza, su dominio

50

de sí mismo, su grandeza de espíritu; para este tipo humano, lo “real” es el acto, pues es el acto lo que determina, modifica y ordena las cosas; sin el acto no hay virtud ni honor ni gloria. Dicho de otro modo, “cree” más bien en la eficacia del acto que en la fatalidad de una situación dada; menosprecia la servidumbre de los hechos y sólo piensa en determinar el orden de éstos, en clarificar un caos, en cortar nudos gordianos» … «para él todo es incierto y periférico, salvo las constantes de su dharma: el acto, el honor, la virtud, la gloria, la nobleza, de las que dependerán todos los demás valores.»

800 – 950. GERMINACIÓN DEL ESPÍRITU MEDIEVAL

En el 800 Carlomagno es proclamado emperador. Es significativo hito que marca el inicio de la Edad Media. El Papa le corona tras pedirle ayuda, pues la chusma romana fanatizada por controversias le ha atacado, cortado la lengua y dejado prácticamente ciego. Estos hechos y otros ya descritos en el el final del capítulo anterior subrayan la situación del momento.

El Imperio carolingio establece y «marca» el feudalismo como nuevo con-cepto de la Europa occidental. En medio del vacío y del desorden dejado por el desvanecimiento del modelo imperial antiguo, la nobleza guerrera centroeuropea se propone construir un mundo a imagen y semejanza del Reino de los Cielos. Se toma a Bizancio como referencia –ya vimos su pre-figuración medieval en la segunda mitad de la antigüedad– y de él se van a tomar algunos modelos. El nuevo emperador impulsa la aplicación de la Regla de San Benito al monaquismo, no en balde tiene ésta una gran afini-dad con sus principios y fines: El orden del Cielo en la Tierra.

En el feudalismo subsisten al mismo tiempo aspectos del espíritu nómada germánico, similares a los de los pueblos árabes y beréberes. Nace el ideario del caballero andante, poniendo en todo acto el sentido del deber y del ho-

51

nor. Las ciudades más importantes y sus señores feudales se constituyen en centros independientes bajo la jerarquía simbólica del imperio.

En el territorio europeo y en el norte de África se producen continuos mo-vimientos étnicos: arábigo-bereberes por el Sur; normandos por el Noroes-te; magiares, búlgaros y rusos por el Noreste. Se va conformando un nuevo substrato humano para las futuras naciones europeas.

El Islam está ya implantado en gran parte del antiguo ámbito del imperio bizantino y en Oriente Medio. Su perspectiva es una de las chispas que en-cienden las luces18 del ideario medieval. La influencia del Islam surge de su concepto unitario, según el cual el mundo terreno ha de someterse a la norma y reflejar la Realidad Celestial, impregnando y sacralizando todo, logrando una estructura social estable y armónica basada en la interrelación entre târiqah (vía interior o esoterismo) y sharîa (ley exterior o exoterismo). La influencia de esta perspectiva es un acicate más para que el cristianismo medieval intente construir un orden terrenal conforme al mensaje crístico. Además de la consolidación de los Estados Pontificios –creados en el año 754– se canalizan las vías esotéricas a través de órdenes contemplativas y militares por el lado de la primera y segunda casta y de cofradías artesanales por el lado de la tercera casta. El Islam también influye sobre la concepción del combate y del caballero cristiano. Existe en él, desde sus inicios, la figura del caballero andante, además el musulmán no diferencia entre victoria pasi-va por el martirio y victoria activa en el combate, siempre y cuando prevalez-ca la lucha interior del alma y la exterior conserve el aspecto de su símbolo. Se recogen así las actitudes cristianas de la edad que acaba y prefiguran las de

18 Consideramos que, en líneas generales, la luminosidad interior de esta edad es superior a la de tiempos posteriores, por más que se insista hoy en llamar al Me-dioevo tiempo de oscuridad. Si bien, todo es relativo en la Historia y representa en múltiples aspectos un descenso cualitativo respecto a la edad anterior, pero un es-tadio cualitativamente superior a la siguiente.

52

la que comienza. No obstante, estas influencias no significan que ambas reli-giones y sus irradiaciones culturales vayan a caminar paralelas. Al contrario. Sus estructuras sociales, sus procesos históricos y sus perspectivas son distin-tas. Podría decirse también que frente al «porque eres tibio, y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca» (Apocalipsis 3,16) de la perspectiva cris-tiana –desequilibrio en lo terrenal con vistas a lograr el equilibrio en lo celes-tial– la perspectiva musulmana marca el acento en la unidad y el equilibrio, en el centro, en la vía al Cielo por el camino recto. Otro punto diferencial está en que la tradición islámica considera cada momento histórico supe-rior al siguiente, mientras que la concepción cristiana tiende a considerar lo contrario. Muchos cristianos se confunden al tomar como anuncio de pro-greso en el mundo el que «tras la Iglesia militante llegará la Iglesia triunfan-te», siendo que ello corresponde a planos existenciales distintos. Así, a par-tir de la Edad Moderna se interpretan los sucesivos enderezamientos relativos de la historia de Europa como prueba de su continuo progreso, obviando las advertencias de las Sagradas Escrituras sobre la sucesiva deca-dencia hasta el advenimiento del final de los tiempos. Se pierde de vista que en esas sucesiones suele descenderse cualitativamente en cuestiones de principios y que la casta superior en decadencia es sustituida por otra infe-rior no decaída, lo cual induce al error de que la inferior parezca superior en términos absolutos.

En el año 830 son encontradas las reliquias del apóstol Santiago y Com-postela toma cuerpo como centro espiritual. Se constituye así el inicio una peregrinación hasta los confines de la Tierra, en identificación con el Ca-mino espiritual del apóstol de Cristo. Esta vía asienta algunos aspectos de la Reconquista cristiana de Hispania y de las Cruzadas.

En la Europa occidental se comienzan a construir edificios según los mode-los arquetípicos cristianos. Afloran las tendencias llamadas prerrománicas, como las construcciones carolingias de Aquisgrán o como esas especiales

53

síntesis hispánicas que podríamos llamar céltico-mozárabe-bizantinas. Otras obras magistrales de la época construidas por entonces en Venecia: el Pala-cio Ducal (829) y la Basílica de San Marcos (832).

Hacia el año 900, en medio de una creciente debilidad de los califas aba-síes, se hacen fuertes al norte de Irán las tribus turcas oriundas de Mongo-lia exterior, quienes, paradójicamente, se someten al Islam de perspectiva sufí. Esas tribus crean el Imperio Selyuqí que durará doscientos años, po-niendo bajo su protección al califato de Bagdad. Esa confluencia del Islam con los magníficos jinetes de las estepas va a ser otra clave para el nacimien-to de la figura del caballero medieval.

909. Guillermo I, duque de Aquitania, dona la villa de Cluny al papado para fundar un monasterio con los doce primeros monjes de la orden de Cluny dependiente del Papa como única autoridad espiritual y temporal. Esta reforma de la orden benedictina tendrá una importancia decisiva a to-dos los niveles. Con el monasterio de Cluny afloran los primeros cánones del estilo románico. La orden benedictina logra así consolidar la realidad de la que Carlomagno era su principal propulsor.

929. El emirato de Córdoba se proclama como Califato.

Entre 890 y 1073 el papado acentúa su debilidad y corrupción moral. Ello es extensible a toda la casta clerical, que propicia así el predominio de la casta guerrera. Sin embargo, es importante diferenciar esta crisis papal con las de edades posteriores; pues ésta sólo alcanza a los individuos, mientras que las del Renacimiento tendrá alcance colectivo –con una gran carga de opacidad y cinismo evidenciada en criterios artísticos y formas extrínsecas– y la del final del siglo XX será la peor, por la corrupción intrínseca de la propia función pontificia y de las directrices eclesiásticas.

54

950 – 1100. FLORACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL

Señalemos –como hicimos con la primera época de la Edad Antigua– que esta segunda época del medievo corresponde de modo específico a los cánones de la Edad Media, pues en este tiempo se manifiesta intensamente la floración de la Cristiandad.

Visto desde nuestros días, es el momento en que la Era Cristiana llega a su paso del ecuador, su cenit en la curva vital de la Era y su punto medio en sus veinte siglos de existencia. Aunque la historiografía común tienda a no precisarla cualitativamente, podemos imaginarla a través de estas palabras19:

«En la Cristiandad medieval existía un entramado de monasterios y conventos que cubrían toda Europa y Asia Menor, de tal modo que cada población tenía un centro de este tipo no lejos de su entorno, un grupo de hombres y de mujeres que vivían intensamente el gran ciclo del año cristiano –Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, la Pasión, la Resu-rrección, la Ascensión, Pentecostés, la Asunción de la Santa Virgen, la fiesta de San Miguel y de todos los ángeles, de Todos Santos, de los difuntos, unido todo a lo largo de los meses por la sucesión de las fiestas patronales–. Y el hecho de vivir intensamente este ciclo ponía en movimiento un potente remolino espiritual en el cual era difícil no estar inmerso en cierta medida.

Cada centro dispensaba a todos instrucción religiosa elemental y caridad a quienes la necesitaban. Además era posible para cualquiera, incluso para el hijo del campesino más pobre, recibir una enseñanza más elevada si probaba una aptitud profundamente enraizada y digna de la doctrina que tenía sus raíces en el Espíritu».

19 SIENA. Titus Burckhardt. Ed. Olañeta. Palma de Mallorca 2006.

55

Hacia el 960 nacen los países húngaros y magiares. La importancia de la perspectiva cristiana medieval en dicho inicio puede verse en la corona de sus primeros reyes, que representa la Jerusalén Celeste.

En 989 nace en Kiev la Santa Rusia con la introducción del Cristianismo a través de su rey santo Vladimir I.

La «Ciudad condal» –dominio de la Marca Hispánica cristiana desde Car-lomagno– comienza una época de gran auge económico gracias a la situa-ción geopolítica resultante, que le permite convertirse en un gran centro comercial para el tráfico de esclavos y de metales preciosos; desde África hacia la Europa y del Oriente eslavo hacia los reinos de Al-Ándalus.

Tras años de gran irradiación de Córdoba como importante metrópoli cultu-ral y del brillo en Toledo de la sabiduría de las tres religiones monoteístas ba-jo autoridades musulmanas, el Islam ibérico comienza a relajarse en exceso. Los rudos guerreros cristianos del norte refuerzan sus planes expansionistas con ayuda de tropas francas. Ante esas amenazas y su propia relajación los musulmanes otorgan el liderazgo al general Al-Mansur. A causa de su intolerancia dictatorial, gran parte de la cultura andalusí se refugia en la extensa taifa de Zaragoza –la primera en independizarse de Córdoba en 1018– cuyos territorios llegan a incluir en su mayor momento Tortosa, Lérida, Soria, gran parte de Navarra, Huesca, Teruel, Valencia y Denia. La taifa saracustí es regida en durante los años de mayor gloria por la familia Banu Hud –proveniente del Yemen y descendiente del profeta preislámico Hud– que en sus momentos de mayor prestigio tuvo como principal jefe militar al Cid y sus mesnadas. Tras su esplendor, esta taifa es conquistada por los almorávides en 1110 y entra en un proceso de debilitamiento hasta que ocho años más tarde cae plenamente en manos del naciente reino de Aragón, bastión de los Estados Pontificios.

En el 1002 Al-Mansur –Almanzor– muere en Calatañazor.

56

Hacia 1054, tras continuos precedentes como el conflicto de Focio (858-886), el Cisma de Oriente produce la ruptura definitiva entre las iglesias bizantina y romana.

En el siglo XI surgen las primeras esculturas cristianas en el ámbito occiden-tal. Esto hubiera sido una fuente de conflictos si no se hubiera hecho reali-dad la separación entre Oriente y Occidente. Comienzan a aparecer por do-quier crucifijos y vírgenes, generalmente sentadas en majestad. Este tema –especialmente las vírgenes negras– constituye uno de los grandes misterios de la Edad Media. En nuestra opinión es una manifestación necesaria e inevita-ble, pero al mismo tiempo entraña un peligro idolátrico constatable en las derivas disolventes de imaginerías posteriores. A pesar de todo, sus milagro-sas apariciones ponen de relieve significados y necesidades. Es una floración de realidades míticas, cuyas formas corresponden a cierta mentalidad que había permanecido marginada durante siglos y a posibilidades intrínsecas y válidas de las culturas precristianas occidentales. 20

En 1068 Sancho Ramírez –Sancho I de Aragón21– viaja a Roma para en-feudar ante «San Pedro» los territorios en torno al río Aragón, su padre Ramiro I los había recibido del rey de Navarra, su abuelo. El Papa Alejandro II le corona y vuelve como primer rey de Aragón; portando el emblema de los Estados Pontificios22 en el documento de vasallaje –una

20 Para percibir la magnitud de estos misterios léase: LA VIRGEN NEGRA Y EL

MISTERIO DE MARÍA. Jean Hani. J. J. de Olañeta Ed. 21 Los historiadores difieren si el primer rey de Aragón fue él o su padre. La cues-tión estriba en que el título de rey tenía entonces significados diferentes a los ac-tuales. Así Ramiro I fue conde de Aragón a título de rey pero Sancho Ramírez re-cibió por primera vez título y corona de Rey de Aragón. 22 Los Estados Pontificios fueron instituidos el año 754. Sobre la historia de las banderas de los reinos hispánicos y sus detalles: www.angelpascualrodrigo.com/banderas.pdf

57

piel roja atada con hilos de oro– y en el llamado «estandarte de San Pedro». Bajo las emblemáticas barras rojas y amarillas se van a reconquistar territo-rios para los poderes cristianos. Estos hechos son considerados con fre-cuencia como inicios de las Cruzadas.

La ruptura entre Roma y Constantinopla era reciente, sólo diez años antes, y el rey de Aragón –que más tarde llegará a ser coronado también como rey de Navarra– se convierte en el impulsor en la península ibérica de la adhe-sión formal al Papa románico: construcciones, ritos y cantos románicos –San Juan de la Peña, catedral de Jaca, gregoriano, etc.–. Aquel vasallaje ex-plica también el hecho de que muchos de los reyes de Aragón pertenecie-ran o estuvieran muy vinculados a órdenes militares, hospitalarias o con-templativas dependientes del Papa romano, como Ramiro II el Monje, Alfonso I el Batallador o Jaime I el Conquistador.

La orden de Cluny –de la que quedó reseñada su fundación en 910– man-tiene su irradiación del nuevo modelo cultural europeo y del monaquismo occidental. Impone la sumisión al Pontífice romano, el rito romano, el canto gregoriano y la arquitectura románica. Contrapone éstos modelos a los bizantinos y prerrománicos, que comienzan a proscribirse como conse-cuencia del Cisma de Oriente. Una de sus vías de irradiación es el Camino hacia Compostela –en plena efervescencia desde que fueron encontradas las reliquias del apóstol Santiago en el año 830–. Los reyes de Navarra y Ara-gón son sus principales protectores en la península.

En 1073 el monje cluniacense Hildebrando Aldobrandeschi es consagrado papa como Gregorio VII. Su gran defensa de las normas y ritos románicos harán que a partir de entonces se dé el nombre de gregoriano a los cantos de dichos ritos. Los doce años de su papado son cruciales. Intenta recupe-rar una función del nombramiento de los obispos, perdida por el papado al inicio de la Edad Media por la extrema debilidad y decadencia de la casta brahmánica europea en aquel momento. La Querella de las Investiduras con

58

el emperador Enrique IV es un momento clave del conflicto. Se había cedido a Carlomagno y los emperadores sucesores a cambio de su pro-tección y ello había conducido a una excesiva intromisión de las familias nobles en los nombramientos de la Iglesia. Es el tema complejo de los papeles del emperador y el papa, que ha provocado en todas las épocas, como las guerras entre güelfos y gibelinos en tiempos de Dante.

En 1077 se inicia la construcción de la catedral románica de Jaca. En 1088 se consagra la iglesia románica del monasterio de Santo Domingo de Silos.

En 1084 San Bruno funda la orden de los cartujos. Es un ejemplo más del impulso del eremitismo basado en la Regla benedictina durante todo el si-glo. La orden de Cluny va perdiendo fuerza al eclosionar otras nuevas órdenes inspiradas en el idealismo de pobreza y austeridad: Cartuja, Císter (1098), Premostratense, Camáldula.

Al mismo tiempo que se marchita la floración del medievo –1095 se consi-dera la fecha del inicio de las Cruzadas– muere en 1099 el Cid, el perfecto caballero medieval, la encarnación sin fisuras todo un gran arquetipo. Re-sulta interesante comparar aspectos de su historia con figuras literarias co-mo Hamlet o el Quijote. Con Hamlet se encuentran similitudes y antago-nismos que revelan diferencias entre la mentalidad medieval y la post-medieval; como las diferentes actitudes del Cid y de Hamlet ante la sospe-cha de que el rey ha usurpado el trono asesinando a su propio hermano o de Jimena y de Ofelia ante la muerte de su propio padre a manos de su pretendiente. Con el Quijote la similitud está en la noble actitud personal y las diferencias están en mundo temporal que les rodea. La realidad del Cid dejó huellas más allá de su vida, batallando después de morir y que-dando su herencia en los grandes linajes de Europa23.

23 Su hija María-Sol fue la primera esposa de Ramón Berenguer III el Santo. Su otra hija Cristina-Elvira casó con Ramiro Sánchez, infante de Aragón y Navarra, y

59

1100 – 1250. SOLIDIFICACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL

La preeminencia de la casta guerrera se cristaliza y solidifica.

Las Cruzadas –iniciadas a finales del siglo anterior y prolongadas durante el resto del Medievo– manifiestan el claroscuro de la mentalidad guerrera en la solidificación de la edad. Sus luces y sombras son propias de las soluciones violentas ante los nudos gordianos, cuyos logros físicos suelen ser traumáti-cos, pues sólo perdura espiritualmente lo que se somete noble y realmente a los principios sapienciales. Frente a los aspectos luminosos de la buena fe en parte de los fieles que participan en las Cruzadas se producen sombras como sus numerosos desórdenes, sus trágicos excesos y el haber precipitado la ago-nía de Bizancio. Se podría considerar legítima la defensa de los Santos Lu-gares de las agresiones que sufrían los peregrinos por parte de los turcos ya asentados en gran parte de Asia Menor, pero hubo extralimitación.

Resulta significativa la situación inversa entre este momento de solidificación y su equivalente en la Edad Antigua. Ahora la posición de fuerza está en el poder temporal occidental, mientras el oriental adolece de una extrema debi-lidad, inversamente a los tiempos de Justiniano. Pero hay diferencias cualita-tivas entre ambas épocas que se ejemplifican en los distintos modelos de em-perador: Si un Justiniano encarnaba el modelo del emperador teocrático de la antigüedad, la saga de Carlomagno encarna el modelo del señor medieval, con carácter menos permanente, menos central y más individualista.

En torno al año 1100 aparece en Occitania la corriente de los trovadores. Constituye un elemento significativo de la segunda mitad de la Edad Me-

fue la madre del rey de Navarra García Ramírez. Su biznieta Margarita casó con el rey Guillermo de Sicilia. Otra biznieta, Blanca, fue madre de Alfonso VIII. Por esas líneas llegó su estirpe a Portugal, Francia, Inglaterra, Alemania, etc.

60

dia. Confluyen en Leonor de Aquitania (1122-1204)24 –nieta del primer trovador, el rey Guillermo IX– los elementos femeninos de este movimien-to. Coincide en el tiempo con las apariciones de imágenes marianas, que completan en cierto modo la restauración del simbolismo precristiano de la feminidad como elemento esotérico central. Podría interpretarse como una manifestación iniciática de dos vertientes, combinadas en mayor o menor proporción según los destinos individuales. La vertiente primera y superior sería la pureza, encarnada por la Santa Virgen o por el legendario caballero Galaad. La segunda sería el amor cortés con su elemento purgativo, defini-do en algunas tradiciones esotéricas como un temporal descenso iniciático a los infiernos; tiene claros vínculos con los misterios órficos, la Odisea o el descenso de Cristo a los infiernos antes de su resurrección, y pervive en la Divina Comedia y en muchas otras grandes obras de la literatura de todos los tiempos. Son paradigmas de esta vertiente la propia reina Leonor o la legendaria relación de la reina Ginebra con el caballero Lancelot. Es signi-ficativo el hecho de que los escritos del Ciclo Artúrico, con sus célebres «Caballeros de la Tabla Redonda», tuvieran máxima difusión o fueran creados en las cortes de la dos veces reina Leonor.

Otro aspecto diferente pero significativo del momento es la confrontación entre el entorno de Leonor de Aquitania y el clero. Éste daba ya entonces muestras de cierta miopía y de un moralismo excesivo e hipócrita –cada casta tiene un modo de decadencia que va motivando su desplazamiento de la cima social–. Dicha confrontación puede verse también manifiesta en la última época medieval, incluso en el puritanismo de la herejía cátara o en los postulados y tomas de partido de Dante y otros muchos, subrayando la preferencia hacia el emperador en vez de hacia el Papa.

24 LEONOR DE AQUITANIA, Jean Markale, J. J. Olañeta Editor, Palma 1992.

61

Resulta revelador observar cómo se repetirá más tarde el modelo de Arturo y Ginebra en el rey de Portugal Don Dinis y su esposa Santa Isabel, aun-que con algunos detalles inversos. Las múltiples coincidencias –como la prisión de ambas reinas– hacen pensar en que hay una importante cuestión arquetípica por encima de las apariencias.

En esta época se recogen literariamente los cantares de gesta que hasta en-tonces eran tradiciones orales, como la Chanson de Roland (entre 1100 y 1125) o el Cantar del Mio Cid (entre 1103 y 1140), cantares de la grandeza mítica de la época anterior, en la que los ideales estaban más a flor de piel y menos solidificados.

En 1118 se crea la orden del Temple. Las órdenes militares están tomando forma y auge. Sus miembros sintetizan al monje y al guerrero en una mis-ma persona gracias a su perspectiva esotérica. Tienen cierto paralelismo con los samuráis y otros prototipos similares. El papel de estas órdenes es fundamental en la Reconquista española y otros eventos importantes de la época. Ese mismo año el rey de Navarra y Aragón Alfonso I el Batallador, vinculado a las órdenes de caballería, conquista Zaragoza y logra ensanchar su reino hasta Madrid por el Oeste y hasta Morella por el Este; intenta también lograr la unión de Aragón, Castilla y León al casarse con la reina de estos reinos Doña Urraca, pero las capitulaciones de esponsales y su in-tento de aplicarlas provocaron grandes conflictos entre nobles y la inter-vención de las jerarquías eclesiásticas, que terminaron abortando aquel in-tento de reunificación de España25.

Comienza a surgir el Arte Gótico, completando con el Bizantino y el Ro-mánico la trilogía de los estilos cristianos prototípicos. Se conforma así el despliegue de sus posibles formas arquetípicas tradicionales. La floración

25 Se discute el uso del término España para aquella época. Lo usamos con carácter conceptual. No obstante, según algunos lingüistas Hispania se pronunciaba España.

62

sucesiva de los tres estilos no se ha de confundir con una evolución o una sucesión de modas, de hecho su coexistencia e interrelación perduró hasta la llegada de las corrientes modernas e incluso hasta nuestros días.

En el año 1150 se hace efectivo el matrimonio de Don Ramón Berenguer IV y Doña Petronila, dando lugar a la unión de Aragón y Cataluña bajo la Corona de Aragón. Las Cortes de Aragón nombran a Ramón Berenguer príncipe abanderado de la Corona de Aragón.

También hacia 1150 comienza a elaborarse papel en la Játiva de la España musulmana –ya desde el año 751 se elaboraba en otros lugares del mundo islámico, al modo aprendido en extremo oriente, para los volúmenes ma-nuscritos del Corán–. A partir de ese momento comienzan a proliferar por toda la península los molinos de papel. El primero conocido en el resto de Europa será en 1270, en Francia.

Hacia 1200 Gengis Jân comienza a imponer su poder hasta crear el impe-rio más grande conocido en la historia de la humanidad. Dos veces mayor que el romano y cuatro veces el de Alejandro Magno.

En torno a 1204 la herejía cátara alcanza su extrema ebullición en el sur-oeste de Francia. Se trata de un tema complejo y difícil de matizar. En cualquier caso ha de reconocerse que la persecución a estos bons homes cáta-ros fue excesivamente despiadada. No resulta extraño que surgiera un mo-vimiento tan extremadamente puritano como el cátaro ante la situación decadente del clero y los aparentes excesos del mundo de los trovadores; pues el mundo de éstos últimos resultaba incomprensible para quien no tuviera las claves necesarias y ello fue aprovechado por los enemigos de sus máximos representantes para difundir críticas de veracidad dudosa.

1207. El patriarca de Jerusalén otorga regla monástica a unos ermitaños de origen francés que viven en el Monte Carmelo desde 1180. Nace así la or-

63

den contemplativa y mendicante de los carmelitas, herederos del espíritu eliático en el orbe cristiano.

San Francisco, el gran renovador del espíritu cristiano, funda la orden de los franciscanos. Es un hito de gran significado.

1215. Para evitar los excesos cometidos contra los cátaros por la «justicia de los señores» nace en Toulousse la orden de los dominicos, bajo la autoridad directa del Papa. La orden inspira, proyecta y crea allí la Inquisición en 1231, sus frailes se hacen cargo de la dirección. Ante lo vertido sobre esta institución por las leyendas negras, ha de señalarse, como mínimo, que la Inquisición fue fruto de la necesidad de criterio ortodoxo y justa jurispru-dencia. Los datos son a veces contradictorios y es difícil saber el alcance real de las sombras que se le achaca. En favor de ella cuenta la gran canti-dad y calidad de santos y sabios habidos en el seno de dicha orden. Obser-vemos además que sus peores acciones corresponden a la Edad Moderna o, en todo caso, a la decadencia medieval postrera y que fueron excesos parti-culares de individuos que a menudo fueron procesados después.

1229. Se produce otra gran masacre histórica. Durante los ocho días si-guientes a la rendición de Medina Mayurqa las tropas de Jaime I asesinan a la población restante por exigencia de los obispos catalanes. No se respeta a niños, mujeres ni ancianos. Los cadáveres provocan la peste entre los pro-pios conquistadores.

Los almogávares –«los que levantan el polvo de la tierra» en árabe– son mer-cenarios fundamentales de la época. Hay constancia documental de su pre-sencia en la conquista de Mallorca, en Córdoba en 1236, en la toma de Va-lencia en 1938 y entre las tropas castellanas de San Fernando conquistando Sevilla. Todo hace pensar que su nombre simplemente designa a los grupos de mercenarios de procedencia indefinida. Se desconoce su origen. Hay datos de su existencia inicial en Asturias, Castilla, Aragón y los condados de la Mar-

64

ca Hispánica. El hecho de que se les añadan miles de guerreros a lo largo del Mediterráneo –según las crónicas, en Oriente Próximo se alistan más de dos mil guerreros nativos de la zona– hace descartar sus orígenes geográficos como factor determinante. No se puede decir que eran catalanes. No obstante, es cierto que sus más famosas hazañas las llevan a cabo al servicio de la Corona de Aragón –especialmente en las sangrientas tomas de Mallorca y Sicilia– y de ahí su mayor identificación con Aragón y los catalanes. Son capaces de vencer a tropas tan extraordinarias como las turcas, aunque les cuadrupliquen en número. Su austeridad y bravura les asemeja a los sufíes guerreros, aunque les diferencia su ocasional falta de nobleza, contención, orden mostrada en la brutalidad de sus crímenes, tanto en la península como en Oriente. Tienen denominaciones árabes en sus jerarquías –como muqadam, «el de mayor anti-güedad» en árabe–. Su más famoso líder es Rutger Blume –cuyo nombre está catalanizado por historiadores catalanes como Roger de Flor– nacido en Brindisi (Ampulia, Italia), tras ser expulsado de la orden del Temple se hace mercenario y llega a ser líder de los almogávares. Tras terminar su servicio a Federico de Sicilia, la “Gran Compañía” se dirige a Oriente para servir al em-perador bizantino Andrónico II. Las historias de sus victorias, traiciones y venganzas por aquellos lares se suman a su mito. Las últimas noticias que se tienen de ellos son de 1310, en Salónica.

1244. El tratado de Almizra entre Aragón y Castilla fija los límites de sus respectivas expansiones por la España musulmana.

1248. San Fernando conquista Sevilla. Es una victoria agridulce porque anuncia la disolución del Islam andalusí.

Los turcos están asentando su nuevo imperio protector del Islam.

La época alcanza una brillantez extraordinaria en individualidades espiritua-les. Tanto es así que sería más apropiado subrayar en esta época el aspecto de cristalización más que el de solidificación, pues el siglo XIII es un auténtico

65

siglo de oro en ese sentido. Incluso podría verse como una eclosión planeta-ria en toda la Tierra, con manifestaciones avatáricas tan importantes como el santo hindú Jñāneśvar o Gengis Jân. En Al-Ándalus y en el mundo arabiza-do en general irradian los grandes maestros sufíes Ibn Arabî, Rumî, Abul Hassân Shaddilî, Abul Abas al Mursî, Ibn Abbad de Ronda, Averroes o he-breos como Maimónides, Moisés de León o Abraham Abulafia… En el mundo cristiano encontramos a San Francisco de Asís y Santa Clara fun-dando la orden franciscana en 1208, revitalizando la espiritualidad cristiana, canalizando sus formas hacia modos primordiales y dando marco a figuras como Ramón Llull26. En 1216 es confirmada en 1216 la fundación por San-to Domingo de Guzmán de la sapiencial orden dominicana, en la que brillan Santo Tomás de Aquino, el maestro Eckhart o San Alberto Magno. Entre los reyes y paladines hay figuras tan legendarias como San Luis de Francia, San Fernando de Castilla, Alfonso X el sabio, Leonor de Aquitania, Jaime I o Sa-ladino. Y podemos incluir en la onda a importantes figuras postreras como Cimabue, Giotto, Dante y un largo etcétera.

26 Por el carácter significativo respecto al momento de cambio entre épocas, nos permitimos expresar nuestra duda sobre la veracidad del testamento atribuido a esta figura medieval. El hecho de que fuera escrito en el siglo XIV (R. Llull nace hacia 1235 y muere en 1315) cuando ya se ha perdido la buena convivencia inter-religiosa anterior, nos hace dudar sobre si al ir a países del Islam sus intenciones fueran «convertir infieles». Es notoria la influencia del esoterismo oriental y sufí en sus propios escritos. Algunos razonamientos en su Blanquerna, por ejemplo, pare-cen más una defensa de la ortodoxia metafísica del Cristianismo ante los sufíes que una negación de las perspectivas de éstos. La presión de la época podría haber ge-nerado ese testamento, posiblemente apócrifo, tan determinante para las interpre-taciones posteriores. Daría cierta luz al asunto el caso opuesto del también mallor-quín y franciscano Anselm Turmeda (mediados del s. XIV-1423) converso al Islam con cierto rango en el ámbito sufí, pues con el nombre de ‘Abd Allâh at-Tarjuman sigue considerado como santo patrono de la ciudad de Túnez.

66

1250 – 1400. DISOLUCIÓN DEL ESPÍRITU MEDIEVAL

La decadencia manifiesta en esta época final resulta un contrapunto som-brío a la brillantez de la anterior. Se produce una gran desorientación tanto en el ámbito del mundo cristiano como en el mundo arábigo-islámico. Se apaga la luminosidad medieval. La decadencia intrínseca estriba en que la casta guerrera está olvidando de modo generalizado que sus luchas sólo tienen sentido aristocrático si tienen por fin defender el bien y la verdad y no sus intereses personales y mundanos, que son su talón de Aquiles.

1258. Hulagu, nieto de Gengis Jân, arrasa Bagdad y acaba con el califato abasí. El exterminio es tal que queda como una de las mayores masacres de la Historia medieval –junto con la toma de Pekín por Gengis Jân, la pri-mera toma de Jerusalén por los cruzados y la matanza de Medina Majurqa por la huestes de Jaime I–. La destrucción de Bagdad, a pesar de su lejanía de Europa, tendrá un notable efecto global. Marca un antes y un después en la Historia del Islam y en la convivencia interreligiosa, dando paso al temor, la tensión y una continua puesta en pie ante la expansión de los guerreros esteparios que, paradójicamente, acaban abrazando el Islam.

Ese mismo año 1258 Jaime I y Luis IX firman el tratado de Corbeil, por el que el rey francés renuncia a sus históricos derechos monárquicos sobre la an-tigua Marca Hispánica al sur de los Pirineos. Sin embargo su efectividad queda relativa, como se verá en acontecimientos posteriores.

En el entorno itálico, papas y emperadores llevan largo tiempo enfrentados entre sí en irresolubles conflictos por el Dominium mundi. El papado al-canza finalmente la victoria y con ello sus partidarios –el partido de los güelfos, constituido fundamentalmente por los mercaderes– desplazan del poder a los gibelinos –partido constituido fundamentalmente por los aristó-cratas–, lo cual es ya un hecho significativo de los cambios que se avecinan en la edad siguiente. Son claros exponentes de la situación los escritos y la

67

propia vida de Dante, quien milita en los güelfos pero, tras la victoria de éstos y su posterior división en blancos y negros, pasa a ser perseguido por el Papa. La figura del emperador pierde el papel de protector de un papado que absorbe de modo excesivo las funciones kshatriyas correspondientes al emperador, superponiéndolas a su carácter natural brahmánico. Pero inclu-so eso puede considerarse sólo como un epílogo de la Edad Media, pues el papado comienza a abandonar ambos caracteres para desarrollar un entra-mado legalista y mundano de carácter vaisha. La modernidad renacentista terminará ahogando así las posibilidades naturales, complementarias, legí-timas y necesarias de papas y emperadores que han sido plenamente vigen-tes durante las dos primeras edades.

Hacia 1295 Marco Polo ilusiona a Occidente con sus relatos sobre Orien-te. Su libro de viajes tiene precedentes en el mundo islámico y judío, como el musulmán granadino Abû Hâmid (1080-1169), el judío Benjamín de Tudela (1130-1173) o el sufí valenciano Ibn Yubayr (1183-1217), que es-criben libros de viajes, algunos de ellos de notable calidad literaria y eleva-do contenido espiritual. Hacia 1345 el tangerino Ibn Battutâ escribe la precisa descripción de su viaje de 20 años por todo el ámbito islámico, desde Tánger hasta la China. Podría verse a estos viajeros como precursores de la edad siguiente, pero su perspectiva difiere de la dominante comercial y burguesa generalizada a partir del Renacimiento.

El arte y la literatura cuentan en este tiempo con personalidades tan eleva-das como Giotto, Simone Martini, Dante, Petrarca o el conde Lucanor. Son cantos del cisne del espíritu medieval y puentes hacia la próxima edad.

1297. Dom Dinis –rey y poeta epígono de trovadores– y la reina de Casti-lla María de Molina –tutora de su hijo Fernando IV durante su minoría de edad– fijan y acuerdan las fronteras de Portugal y la Corona de Castilla. Se consideran las más antiguas de Europa por permanecer hoy casi idénticas a pesar de cambios eventuales en épocas intermedias. Despunta así un pri-

68

mer atisbo de las nacionalidades territoriales que gestan las edades moder-nas en su proceso de sedentarización progresiva. No obstante, persiste hasta el final de la edad el modelo medieval o feudal de nación, caracterizado por la fidelidad a un señor como representante del Cielo en la Tierra más que a un territorio determinado. Ello y la identificación natural entre lengua, reli-gión y nación son características de los pueblos nómadas y trashumantes, que se irán invirtiendo con el progresivo sedentarismo que la mentalidad burguesa implantará a lo largo de la siguiente edad y la imposición de ho-mogeneidades pragmáticas: lengua y religión común para territorio común; diluyéndose prácticamente la vinculación celeste real. Y cuando lleguen los siglos industriales, el romanticismo abanderará una postura confusa, renai-xendo una mitología nacionalista híbrida entre el concepto colectivo medie-val y el individualismo moderno –lengua, nación y territorio– rebelándose contra la disolución de identidades y otorgando contradictoriamente a los conceptos de nación y lengua un carácter abusivamente unificador de iden-tidades y contrario a sus naturalezas, marcado por un fundamentalismo tendente al revanchismo y sucedáneo de una auténtica espiritualidad.

Con la llegada del siglo XIV la Edad Media muestra de modo extremo su decadencia final y sus más violentas pesadillas. Veamos:

En 1307 el ávido rey de Francia Felipe IV el hermoso ordenada el arresto de los templarios en territorio francés. Para lograr la bula de condena total presenta confesiones obtenidas bajo tortura al papa Clemente V –Papa na-cido en Francia y residente en Aviñón desde 1309 por presiones del propio Felipe IV. En 1310 son llevados a la hoguera 54 templarios y la orden aca-ba definitivamente en 1314 tras las últimas quemas.

Se producen persecuciones de judíos, a quienes se expulsa de Inglaterra (1290), de Francia (1306 y 1394) y un siglo más tarde se les expulsará de España (1492) y de Portugal (1496). Se acrecienta la animadversión y pa-ranoia respecto a los musulmanes. Especialmente por los continuos asedios

69

a Constantinopla comenzados desde mitad del siglo XIV por parte de los turcos ya convertidos al Islam.

1337-1453. Europa sufre la Guerra de los cien años. Las familias feudales están enzarzadas en luchas interminables entre ellas. El feudalismo aristo-crático agoniza mientras comienza a sonar seductoras predicaciones laicas que anuncian el nacimiento de un mundo quimérico regido por el orden material y racional.

1347-1348. La peste negra diezma la población al norte de los Pirineos y los campos quedan sin manos que los cultiven.

1377. El Papa vuelve a residir en Roma por intercesión de Santa Catalina de Siena. La sede papal se había trasladado a Aviñón en 1313. Pero a los pocos meses del retorno muere y se provoca el Cisma de Occidente (1378-1417). Veamos estos hechos y el papel decisivo Pedro de Luna, un noble aragonés de firmes principios que fue el último papa medieval:

En 1378 el populacho romano entra por la fuerza en el cónclave papal, exigiendo violentamente que se elija un Papa romano, pues desde princi-pios del siglo XI la gran mayoría de los papas son franceses. Los cardenales acuerdan, a propuesta de Pedro de Luna, elegir al romano Urbano VI. Pronto se plantean conflictos y se declara nula la elección papal por haber sido forzada. Los cardenales se trasladan a Fondi, donde se reúnen en cón-clave y eligen como papa legítimo a Clemente VII, quien vuelve a Aviñón y es acatado por parte de los reyes más importantes de Europa mientras Urbano VI permanece en Roma.

A la muerte del Clemente VII, Pedro de Luna es elegido Papa en 1394 con el nombre de Benedicto XIII. Al poco tiempo, el rey de Francia plantea exigencias que el «Papa Luna» no acepta y el rey francés responde ponién-dose de parte del Papa romano. Benedicto XIII ha de marcharse de Aviñón y tomar amparo del rey de Aragón. El rey francés presiona al rey aragonés,

70

éste no reniega del Papa pero le fuerza a retirarse hacia el Maestrazgo, aca-bando su vida en el castillo de Peñíscola en 1423.

El «Papa Luna» es el creador, propulsor y principal mecenas del Arte Mu-déjar iniciado con la construcción de iglesias por alarifes musulmanes. Por su carácter de paladín noble y honorable se le puede considerar el último papa medieval. Su sucesor –el turolense Clemente VIII– abdica en 1429 y en compensación es nombrado obispo de Mallorca; está enterrado en la catedral de Palma de Mallorca y con ello se puede considerar finalizada la línea de papas medievales.

A pesar de la decadencia final de la Edad Media, continúa habiendo hasta sus últimos momentos figuras ejemplares que ilustran la brecha entre las concepciones tradicionales y las modernas. Particularmente en dos bino-mios intrínsecamente ligados: vida/muerte y riqueza/pobreza. Recordemos a aquella gran mística y maestra de santos que fue Catalina de Siena27 (1347-1380), quien pedía al Cielo la pobreza para su familia, ya que la ri-queza terrenal les alejaba de la Salvación, y el Cielo terminó concediéndola.

¡Qué gran contraste existe entre el grado de dignidad otorgado tradicio-nalmente a la pobreza –la Santa Pobreza– y ese axioma de los tiempos mo-dernos que formula la ecuación pobreza = indignidad !

Cerremos el capítulo con las descriptivas palabras de Titus Burkhardt28:

«Sería un error imaginar que la división de castas medieval producía una separación entre los hombres mayor que la distancia existente entre ricos y pobres en épocas posteriores; de hecho, era todo lo contrario. La sociedad

27 Su biografía –escrita por su confesor– resulta admirable por su valor literario y por la sabiduría metafísica que contiene. VIDA DE SANTA CATALINA DE SIENA. Beato Raimundo de Capua. Ed. La Hormiga de Oro. Barcelona, 1993. 28 SIENA. Olañeta Ed. Palma de Mallorca 2006.

71

medieval estaba construida según el sistema patriarcal, en el que las clases altas y las bajas estaban íntimamente unidas por las circunstancias de la vida diaria. El sacerdote era el padre de los fieles que tenía a su cuidado y el terrateniente aristocrático consideraba en cierto modo a los campesinos arrendatarios como si pertenecieran a su propia familia, al igual que el rico mercader tenía a muchos de sus empleados de casta inferior viviendo en su casa. De este modo, los diferentes grupos permanecían en contacto y se sentía cierta similitud de ideales. Los tiempos del completo desarraigo y la segregación del «proletariado» todavía no habían llegado.

»La Iglesia se esforzaba en espiritualizar las cualidades especiales de cada grupo de la comunidad favoreciendo la formación de órdenes de caballería e incorporando los gremios de artes y oficios en la vida litúrgica. Esto no provenía tanto de una política de conservación del poder religioso como de un conocimiento fundamental de las múltiples tendencias del hombre hacia el bien y el mal. No sólo posee cada casta unas capacidades que pueden con-vertirse en virtudes, sino que también tiene sus debilidades particulares, y éstas se vuelven peligrosas si se hace peligrar la estructura de las clases socia-les. Así, la tendencia principal de la aristocracia es su combinación de valor y generosidad, de la espada y el amor. Una aristocracia degenerada, por otra parte, da origen a un orgullo desmesurado unido a una pasión destructiva que puede ser causa de una verdadera conflagración.

»Frente a una nobleza decadente, el tercer estado, el de los comerciantes, artesanos y campesinos independientes, tiene la ventaja de que instintiva-mente busca el equilibrio y tiende, como el agua, a esquivar las dificultades y encontrar su propio nivel. La virtud de la tercera clase es el sentido de la moderación; su debilidad es el afán de lucro. Esta tendencia se impone cuando las clases superiores pierden el sentido de la responsabilidad para con los subordinados. Cuando la clase media se deteriora, la cuarta casta –cuya virtud principal es una paciencia como la de la tierra– no tarda mucho en rebelarse contra todo el orden tradicional.»

+ + +

72

LA FRONTERA ENTRE EDADES TRADICIONALES Y MODERNAS

etengámosos para reflexionar sobre el paso tras las dos primeras edades de la Era. No se trata sólo del fin de una edad y del inicio

de otra sino de una brecha entre dos partes radicalmente distintas.

Durante la transición entre los siglos XIV y XV la Europa cristiana es diezma-da por la peste, el hambre e interminables guerras. Recordemos que desde 1337 hasta 1453 Europa sufre la Guerra de los cien años. Los jinetes apocalíp-ticos cabalgan por los mundos que se desvanecen y se convierten en eriales. Va de boca en boca la palabra milenio. Se han cumplido mil años desde el inicio de la Baja Edad Media en el siglo V (400-1400)29. Mientras unos sue-ñan con un renacimiento liberador otros recuerdan que el libro del Apoca-lipsis anunciaba que tras el Milenio se desencadenaría la saga del anticristo.

La Iglesia romana se halla dividida por el Cisma de Occidente. Varios pa-pas argumentan simultáneamente su legitimidad exclusiva.

En la decadencia final de la Edad Media han surgido ya algunas de las ten-dencias que se irán implantando durante la Edad Moderna. Del mismo modo, algunas cualidades tradicionales medievales perdurarán más allá del final de su tiempo, aunque sea de modo epigonal o marginal.

29 Ya comentamos en el capítulo correspondiente a los siglos V y VI que conside-ramos compatible con nuestro esquema la denominación de Baja Edad Media para el periodo entre los años 400 y 800.

D

73

Algunos valores fundamentales, como el otorgado a la vida y la muerte, marcan diferencias radicales entre la mentalidad que se desvanece y la que despunta. El origen de la vida, su continuidad tras la muerte y la preemi-nencia de lo eterno sobre lo temporal son principios incuestionables para la mentalidad de las dos primeras edades. En cambio, en edades posteriores cuesta creer en «la vida póstuma» y se da un valor absoluto a la vida presen-te y por ello a la muerte.

El hombre moderno “liberado” tiende a rendir culto exclusivo a la vida tangible y a sus limitaciones, sin saber afrontar el sentido de la muerte. Vi-ve aturdido, irresponsable, mermado psíquica e intelectualmente para asi-milar realmente la muerte desde su conciencia individualista y materialista. Desde su egocentrismo da un valor absoluto a su propia vida, mientras da un valor relativo y abstractamente difuso a la de los demás.

Resulta ilustrativo ver cómo algunos hombres de la antigüedad pueden ser capaces de ajusticiar a un reo de muerte y ser al mismo tiempo auténticos santos, conscientes de que evitan así un mal mayor y logran un bien purifi-cador –de orden espiritual, moral y social– para la colectividad y para el propio reo. Pero ello resulta casi inconcebible desde la perspectiva limitati-va de la modernidad.

Los crímenes producidos en tiempos modernos no son menores que en tiempos antiguos, al contrario, alcanzan cotas monstruosamente masivas bajo un refugio psíquico en el anonimato, lo maquinal y el no querer ver. Se siguen sentenciando penas de muerte y declarando guerras, pero no en función de principios ni de cara al bien espiritual sino en función de con-fusas conveniencias materiales, enmascaradas bajo la excusa del bienestar social o democrático, incluso de una pretenciosa rehabilitación humanitaria. Pocas veces se utilizan principios tradicionales salvo de modo demagógico. No obstante, la soberbia del hombre moderno le hace verse a sí mismo con superioridad moral sobre el hombre de tiempos anteriores.

74

Puede decirse que al acabar la Edad Media acaban los tiempos heroicos. La clave del héroe está precisamente en la valoración de lo eterno por encima de los valores temporales, en la capacidad de dar la propia vida por una causa universal que lo merezca. En las edades posteriores se diluye el valor de lo eterno de cara a lo temporal y lo universal de cara a lo particular.

Es significativo que en las primeras edades nos encontremos con unos in-dividuos humanos que encarnan de modo total y sin apenas fisuras los pro-totipos de las virtudes y del bien, al tiempo que otros encarnan los vicios y el mal. Contrastan las personas de altísima nobleza y categoría intelectual frente a seres que cometen espantosas vilezas. Por contra, en nuestros últi-mos tiempos se tiende a la masificación indiferenciada, se confunde al juez con el criminal, al militar con el terrorista, a lo natural con lo antinatural. Todo se complica, se confunde y se disuelve. Las almas y los criterios se fragmentan en mil pedazos inconexos.

El hombre tradicional conoce la existencia de diferentes niveles en su alma, sabe que se trata de un orden jerárquico y que lo superior ha de dominar lo inferior. El hombre moderno, en cambio, parte del error de que cada una de las particiones arbitrarias de su alma o de su pensamiento pueden vivir independientes –en apartados estancos– y utiliza complejos autoengaños para eludir la incoherencia de sus contradicciones.

Otro gran valor diferencial es el sentido del símbolo. La perspectiva inte-lectual común de las dos primeras castas y edades es eminentemente sim-bólica, sus colectividades viven inmersas en entornos tradicionales a través de cuyas simbologías pueden percibir las realidades superiores. En cambio, los modernos postergan ese discernimiento directo, olvidando que el sím-bolo es la abstracción intelectual más operativa para acercarse a los miste-rios y se pierden en razonamientos erráticos, alegorías estériles, imperma-nentes métodos cientificistas y ocurrencias.

75

Podría decirse que la perdida del sentido simbolista acarreada por el raciona-lismo y sus secuelas –positivismo, mecanicismo, evolucionismo, relativismo, existencialismo, cientificismo…– deja al hombre intelectualmente tuerto, lo cual es acorde con algunas profecías tradicionales en que se describe al anti-cristo como tuerto. No perdamos de vista que es necesaria la visión de los dos ojos para el sentido del relieve, para distinguir lo lejano de lo cercano, por lo que la visión a través de un solo ojo puede significar la perdida intelec-tiva de lo transcendente y de los niveles ontológicos superiores. En el mismo sentido, resulta revelador el aspecto limitador de la realidad producido en el intelecto por inventos como la fotografía, el cine o la televisión, en los que se ve siempre a través de un solo «objetivo», como cíclopes homéricos. Paradó-jicamente, las técnicas 3D no recuperan lo perdido sino que ahondan en la ilusión meramente virtual. En cambio, es interesante analizar cómo afrontan esta cuestión las iconografías de las diversas culturas tradicionales en su esta-do más primitivo, alejándose intencionalmente de la mirada naturalista para ahondar en los significados simbólicos.

Las diferencias abismales que marcan la gran frontera entre las dos mitades de la Era podrían resumirse en una clave fundamental: Tener o no tener presente a Dios, con todas sus consecuencias. Con el Humanismo comien-za un progresivo olvido del primer mandamiento –amar a Dios sobre todas las cosas– desviando el centro de la mirada humana hacia el propio hombre de modo casi exclusivo.

Sin embargo, no hemos de perder de vista que todo lo que acabamos de decir se refiere a tendencias generales. Podemos encontrar tanto prefigura-ciones modernas en los tiempos antiguos como manifestaciones particula-res de tendencias tradicionales tras esta frontera entre edades.

+ + + + + + + + + + + + + + + + + + +

76

EDAD HUMANISTA MODERNA

LA TARDE

Paz y bienestar material Burocracia y Oligarquía Agua – Liquidez – Papel

El mundo terrenal como reino absoluto

ntra en escena el humanismo moderno, que reduce su mirada a las dimensiones terrenales antropocentristas y a la búsqueda de todo ar-

tificio que las exalte y dé confort. Se huye del Infinito y del Absoluto, de-jando de lado la preeminencia espiritual y el equilibrio de la Naturaleza.

La Era llega a una edad de bronce en la que la espiritualidad cristiana es sus-tituida progresivamente por el materialismo mundano, la economía y el cientificismo.

Quienes amalgaman la casta burguesa pasan a ser los principales artífices de esta edad tan compleja como la disparidad de elementos que integran la bur-guesía. Es significante el paralelismo entre los ingredientes del bronce –cobre, estaño y otros metales como el zinc, el aluminio o el plomo– y la di-versidad de grupos humanos que integran el burgo.

Se trata de un vuelco estructural, todo pasa a estar regido por la perspectiva materialista y diversa de la tercera casta. La inestabilidad se hará más in-evitable y los cambios se acelerarán, en paradójica contradicción a la esta-bilidad y la sensatez de que presume la burguesía.

E

77

El bronce en su modo de latón parece oro pero no lo es. Existe un confuso parecido antagónico con la Edad Antigua, ya que «a menudo se confunden las cualidades de los brâhmanas con las de los vaishyas o inversamente, por la sencilla razón de que ambas castas son apacibles» (F. Schuon). La verda-dera estabilidad está en la espiritualidad interiorizante y no en el materia-lismo exteriorizante.

Aparece en escena el nuevo rito mundano de la moda, que rinde culto a la novedad por la novedad, buscando ilusoriamente la felicidad en lo más mudable del mundo tangible y mental.

La identificación natural entre lengua, religión y nación como proyección del Cielo en la Tierra –características del nomadismo y la trashumancia que permanecían en la Edad Media– se invierte con el progresivo sedentarismo que la mentalidad burguesa implanta a lo largo de la Edad Moderna. Se diluye la vinculación celeste real a través del señor representante del Señor al imponer la homogeneización pragmática de lengua y religión común para señorío territorioral común meramente terrenal.

Se va arrinconando progresivamente todo elemento tradicional.

El lector puede sentir cierta tristeza al llegar a estas páginas, pero conviene considerar que ello quizás sea debido a la ideología evolucionista progresista que se nos ha inculcado por todos los medios desde las últimas décadas y tenemos más asumida de lo que creemos. Ya hemos advertido en la intro-ducción de estos apuntes cuál es realmente el proceso evolutivo a lo largo de la era, a la vista están los hechos. Incluso algunos ideólogos actuales del evo-lucionismo y del progresismo en general comienzan a admitir que la evolu-ción no ha resultado tan positiva como proclamaban. No obstante, hemos de encontrar alegría y optimismo en el hecho de ver cómo impera a fin de cuentas la lógica natural y sobrenatural por encima de la soberbia humana y cómo en definitiva triunfa la Verdad aunque no esté a la vista de todos.

78

EN EL PLANO DEL CONOCIMIENTO Y EL SACERDOCIO

La Iglesia oficial se vuelve más opaca, comerciante y burocrática, adopta progresivamente dogmatismos absolutistas, distanciándose de la contem-plación pura y del conocimiento interior.

La sede pontificia, su entorno y sus satélites se corrompen fácilmente por el afán de poder temporal y las pasiones mundanas.

Los elementos sapienciales se ven marginados de la jerarquía eclesiástica, provocando el distanciamiento y las desviaciones de la religión como tal. Por ello las ciencias esotéricas comienzan a ocultarse con velos cada vez más tupidos, recluyéndose en círculos iniciáticos especulativos de carácter bur-gués o aburguesado –alquimistas, rosacruces, masones…– y dando lugar en último extremo a oscuros ocultismos y desviaciones antiespirituales. La so-ciedad emergente no es muy apta para conocimientos metafísicos y descon-fía de ellos, pero al mismo tiempo siente cierta fascinación por los misterios fenoménicos y busca asimilarlos desde perspectivas materialistas. La oficiali-dad teme lo oculto y lo diferente, su reacción es perseguirlo y para ello re-fuerza y transforma la Inquisición introduciendo en ella representantes de la burguesía y dándole un cariz cada vez más legalista y burocrático, alejándose de la sapiencia dominica medieval y abriéndose a intereses espurios.

El cientificismo asume un papel de ambiguo y vengativo por la margina-ción de lo sapiencial. Se ha definido la modernidad como «la ruptura entre las ciencias del conocimiento subjetivo y las del conocimiento objetivo». Esta ruptura entre planos complementarios e indisolubles provoca la con-frontación de una Iglesia oficial progresivamente legalista frente a un cien-tifismo materialista. Se abre progresivamente una profunda brecha entre ciencia y religión. En consecuencia, la auténtica sabiduría espiritual y con-templativa va quedando relegada por la curia burocrática y suplantada por el cientificismo; lo cual manifiesta una decadencia tanto en ámbitos exoté-

79

ricos como esotéricos –ejemplo de esto es la reforma modernista de la ma-sonería en el siglo XVIII y sus derivaciones irregulares que le alejan de la tradición y la fe ortodoxa en la Divinidad–. El signo de los tiempos se ma-nifiesta también en la eclosión de invenciones y descubrimientos de nuevos mundos, ambiguamente benditos con la expansión misional, que encubre a menudo la expansión ideológica de la modernidad, aunque también las mi-siones cumplen un papel protector de los excesos más nefastos de la ésta.

Algunas órdenes religiosas viajan por el mundo como misioneros o como negociadores comerciales del rescate de los cautivos. Dicha captura y venta constituye uno de los grandes negocios y lacras de la época.

Abundan los eclesiásticos administradores y legalistas, los clérigos burócra-tas, aburguesados o terratenientes, que participan de las nuevas corrientes burguesas y su poder creciente. Muchos de ellos, movidos por su mentali-dad fanática, miope y egoísta –que ya despuntaba en la decadencia final de la Edad Media– se apresuran a perseguir enconadamente tanto el esoteris-mo real como las perspectivas religiosas diferentes a las suyas.

El legalismo dogmático y extrínseco se pone por encima de la intrínseca realidad del símbolo. Lo formal por encima de lo esencial.

Muchos cardenales y papas se apasionan por las formas neopaganas, con-virtiéndose en sus artífices diletantes y sus mecenas. Esta pasión por la mundanalidad exenta de sentido de lo sagrado constituye uno de los ele-mentos desencadenantes de la gran crisis protestante.

EN EL PLANO DE LA NOBLEZA Y EL COMBATE

Los reyes y los nobles adoptan modos y modales de la burguesía, vinculándose matrimonialmente con poderosas familias burguesas. Se van abandonando las indumentarias tradicionales, que reflejaban los arquetipos ideales cristianos, pasando a vestir progresivamente a la moda y al modo que más refleje la mun-

80

danalidad del tiempo. La aristocracia se burgocratiza y ya no quiere reflejar el Cielo sino el mundo y sus cambios. Los países se organizan de modo burocrá-tico, uniformando normas y creencias. Por un lado se permiten las incorpora-ciones interesadas de la burguesía a la nobleza y por otro lado se da a ésta una estanquidad excesiva, determinada simplemente por los títulos hereditarios, perdiendo el sentido de la auténtica nobleza. Recordemos que los reyes medie-vales daban los títulos aristocráticos en función de la auténtica autosuperación y la anteposición del bien común al personal. El papel de los títulos y la moneda cuenta más que los valores realmente nobles.

Las guerras se plantean como negocio y se busca con ellas el control de los territorios para su explotación. Se imponen sistemas ideológicos absolutis-tas y pragmatismo administrativo.

Las luchas inter e intra religiosas, causadas fundamentalmente por diferen-cias en cuestiones formales o en sus acentos, enmascaran a menudo cues-tiones de dominio territorial y provocan odio entre distintos grupos cris-tianos, ocasionando frecuentes y masivas matanzas recíprocas.

Los ejércitos toman un carácter mercenario, comienzan a uniformarse y bu-rocratizarse, su fidelidad depende del dinero y en último extremo de crédi-tos financiados por banqueros, que se enriquecen a costa de los países, sus pueblos y sus guerras. Emperadores y reyes encontrarán en esas financiacio-nes su expansión y su ruina. Se generaliza el poder decisivo de las modernas armas de fuego, los cañones de bronce de la artillería y la ingeniería militar.

En definitiva puede decirse que es un tiempo regido por monarquías burguesas.

EN EL PLANO DE LOS OFICIOS, EL COMERCIO Y LAS ARTES

El nuevo modelo de prohombre es el BURGUÉS y el comercio la actividad central del mundo.

81

El mundo se mueve en esta edad por los principios mercantiles de la oligar-quía «burgocrática», adoptando su sistema característico: la BUROCRACIA, que podría definirse como una hipertrofia del bureau y del papel de la ley hasta terminar en mero papeleo legalista. Queda atrás el valor de la palabra de honor –propia del hombre noble y ajena del comerciante– dando paso a que sólo valga la palabra en el papel. Se gobierna bajo el concepto de oficiali-dad, con los criterios de los oficios burgueses y desde oficinas (uffizi).

La Iglesia deja de considerar a los banqueros como usureros, incluso le quita a la usura el carácter de pecado.

Los personajes provenientes de los burgos –poblaciones o barrios en que viven los estratos medios, entre la aristocracia y el vulgo– constituyen el modelo del hombre preeminente de esta edad. Son como los antiguos snobs –acrónimo latino de sine nobilitate, que designaba a los senadores romanos electos por su poder económico sin pertenecer a la aristocracia.

Algunas de esas familias burguesas alcanzan no sólo la corona real sino in-cluso la tiara pontificia. Vemos reinar en Francia a mujeres de la familia Medici –Catalina y María– con notable influencia y significación. Aunque el término burgo tenga diversos orígenes, resulta curiosa la preeminencia de familias o grupos con nombres relacionados con él –Bourguignon, Bour-gogne-Borgoña, Borja-Borgia, Habsburgo, Bourbon-Borbón, Borghese…

El artista se convierte en personaje principesco. Abandona el anonimato del artesanado gremial, pasando a ser un líder cultural o un aventurero. Ejerce su individualismo sustentándose en su genialidad particular y su ca-pacidad de innovación. Es el hijo del burgo que pretende recoger el cetro de la sabiduría. Pero al centrarse cada vez más en su propio ego va a perder algunos de sus mejores dones naturales, deformando las inspiraciones su-pra-individuales más sublimes para reducirlas progresivamente a los niveles formalistas y materialistas propios de su casta.

82

Se pretende crear una imagen del Cielo a semejanza de las tendencias te-rrenales del hombre burgués. La Edad Moderna proyecta las pasiones, los placeres y los deseos mundanos en su concepción del paraíso. Es la antítesis de la tendencia demiúrgica medieval, que proyectaba los arquetipos celestes en su concepción terrenal. El orden de valores queda alterado al poner el centro del eje existencial bajo el dominio de lo material y todo queda abo-cado hacia un desequilibrio progresivo.

La especulación es otra cuestión clave. En las edades anteriores la sumisión a las normas tradicionales era fundamental, concibiendo las ciencias y las artes como espejos de la sabiduría. La modernidad, en cambio, «otorga» al hombre independencia e impermeabilidad respecto a la Revelación y la Tradición. El hombre moderno pretende iluminar el mundo con sus pro-pias especulaciones mentales. No es casualidad que la masonería y otras or-ganizaciones gremiales, naturalmente vaishya, pasen a ser especulativas en estos siglos y alcancen gran poder, como hemos señalado en páginas ante-riores. La especulación ideológica y cientificista va a condicionar todos los ámbitos de la sociedad moderna: economía, política, filosofía, ciencias na-turales y abstractas, arte, etc.

Es preciso señalar que el carácter y la naturaleza de las artes y las ciencias no corresponde a la casta burguesa de modo particular ni exclusivo. La in-fluencia en ambas de las tendencias materialistas dominantes durante esta Edad determina cierto grado de identificación confusa. Su carácter intrín-seco es independiente de las corrientes de la época, pero puede tomar di-versos carices. Veamos:

1. Si se trata de Arte Sagrado procedente de la revelación o de la inspiración con actitud contemplativa sería una actividad brahmánica. Pensemos en San Lucas, los monjes pintores de iconos o la medicina de los chamanes.

2. Si prevalece la proyección de lo celeste en lo terrestre con carácter com-bativo se trataría de una actividad kshátrya. Como las artes de los samuráis.

83

3. Se trataría de una actividad vaishya si la actividad es una proyección sub-jetiva del ego y del mundo terrenal –las perspectivas del artista individualis-ta o del científico moderno surgidas en el Renacimiento– o de una activi-dad meramente repetitiva y artesanal no necesariamente subjetivista.

4. Se trataría de una actividad shudra si se rebajan las temáticas y/o las téc-nicas al materialismo más elemental y/o a los instintos básicos.

5. Si las temáticas y/o las técnicas se convierten en instrumento de transgre-sión sistemática, se trataría de una actividad de los sin casta, los intocables.

Resulta revelador considerar que en un orden tradicional la primera casta pone el acento en la Verdad, la segunda lo pone en la Fuerza y la tercera en la Belleza, coexistiendo los tres elementos en un orden armónico natural. Con la llegada de la modernidad esos tres elementos quedan aparentemen-te fundidos, pero incomunicados entre sí. Los conceptos de Verdad, Fuerza y Belleza se irán devaluando hasta llegar posteriormente a límites extremos como el relativismo y el materialismo industrial. La consecuencia inevitable de la desvinculación de la Belleza respecto a la Verdad será el mero y estéril esteticismo que terminará desembocando en diferentes modos de feísmo. Platón ya era consciente de la necesaria vinculación al decir que «la Belleza es el esplendor de la Verdad».

EN EL PLANO DEL PUEBLO TRABAJADOR

«Todo por el pueblo pero sin el pueblo». La servidumbre queda en una situación ambigua. Es nominalmente más libre, pero en realidad queda menos protegida por la disolución de los vínculos de mutua fidelidad con que siervo y señor se entroncaban como en una gran familia. Se pretende otorgar cierta libertad con el dinero, pero los servidores lo reciben en cantidades exiguas y la dependencia progresiva del mismo constituirá una nueva forma esclavizante.

84

Resurge oficialmente la esclavitud propiamente dicha, llegando a cotas de masificación y sistematización jamás conocidas. Ejemplo de ello son los más de doce millones africanos llegados como esclavos sólo a Brasil a lo largo de esta edad «humanista», y ello sin contar los muertos en las captu-ras ni en el camino.

EL CANON Vaisha

La sociedad manifiesta sus tendencias y características en función de este modelo. Sus actitudes existenciales impregnan en esta edad la mentalidad de quienes oficialmente profesan el Cristianismo. Ejerce su influencia por encima de los demás estratos sociales y determina el enfoque de las diferen-tes acciones y reacciones que van a producir.

Este canon corresponde, según Frithjof Schuon, a la mentalidad objetiva y materialista «del comerciante, el campesino, el artesano, esto es, el hombre cuya actividad está directamente vinculada a los valores materiales, no de hecho y por accidente, sino en virtud de su naturaleza íntima. Para este ti-po humano, lo “real” es la riqueza, la seguridad, la prosperidad y el “bie-nestar”; los demás valores son secundarios para su vida instintiva, no “cree” en ellos en su fuero interno; su imaginación alcanza su pleno desarrollo en el plano de la estabilidad económica, de la perfección material del trabajo y el rendimiento, lo cual, transpuesto en el plano religioso, será la perspectiva exclusiva de la acumulación de méritos con miras a la seguridad póstuma. Esta mentalidad tiene un carácter estático y pacífico, pero con una cierta “pequeñez” de la inteligencia y la voluntad; es hábil, además tiene buen sentido, pero carece de cualidades específicamente intelectuales y también de virtudes caballerescas, de idealismo en un sentido superior.»

85

SIGLO XV. GERMINACIÓN DEL HUMANISMO MODERNO

Todo anda revuelto. Perduran largas epidemias de peste. Se mantiene la guerra de los Cien Años (1337 - 1453) entre Francia e Inglaterra. La auto-ridad de la Iglesia dividida por el Cisma de Occidente con hasta tres papas simultáneos que luchan por su legitimidad.

La convivencia interreligiosa en los territorios ibéricos se rompe con la disolución y decadencia final de la Edad Media. Se dan los golpes finales en el acoso reconquistador contra el Islam. Se suceden los asaltos de cristianos a juderías en toda España, con graves precedentes como los de 1391. El proceso alcanzará su máxima cota al final del siglo e inicio del siguiente –entre 1492 y 1526– cuando judíos primero y musulmanes después queden oficialmente proscritos de una Hispania cerradamente católica. La situación es dramática por más que cada una de las partes tenga su parte de responsabilidad, como en la mayoría de los conflictos. Como ejemplo paradójico, el poder financiero de los judíos y su situación social en muchas partes de Europa –a veces camuflados bajo una conversión for-mal a cristianismo por causa de la ley– han sido factores propiciadores del cambio a esta edad fundamentada sobre el mercantilismo y la economía que tiene la banca como paradigma; si bien ello ha engendrado e incre-mentado consecuentes reacciones de rechazo por las ruinas que causan sus altos intereses usureros, sólo permitidos a ellos durante la Edad Media por estar religiosamente prohibidos.

Germina el concepto de nación moderna que relaciona estrechamente te-rritorio, patria y religión, en perjuicio de la fidelidad al señor que era el aglutinante central del estado medieval.

Se comienza a dar máxima importancia a las rutas comerciales y el dominio de los lugares estratégicos toma un papel decisivo.

86

La burguesía va tomando gran poder por medio de negociaciones, compra-ventas y matrimonios convenidos, que, siendo comunes en todo momento de la Historia, en esta edad se acentúan por la propia mentalidad burguesa.

1400. La Iglesia deja de condenar la usura como pecado. La banca Medici cumple su tercer año de existencia. Se crea la Taula de canvi de Barcelona.

En 1401 se convoca el concurso para la realización las nuevas puertas de bronce del Baptisterio de Florencia. Lorenzo Ghiberti gana el concurso y las realiza entre 1403 y 1424. Además de ser ya formal y estilísticamente obras claramente renacentistas, el hecho de ser puertas y de un lugar para el bautismo acentúa el significado como primeras y significativas obras artís-ticas del Renacimiento, que comienza a despuntar incluso visualmente.

El «Ducado de Oriente» –Venecia– asume los cambios con todas sus con-secuencias. La antigua república transforma su artístico estandarte medieval y se convierte en uno de los grandes conductores de la nueva era mercantil.

El «Gran Ducado de Occidente» –Borgoña– y el Condado de Flandes compiten con Venecia en los nuevos campos de batalla: el Comercio y el prestigio de sus Artes. Una nueva pintura flamenca toma particular entidad bajo el auspicio de la burguesía. En sus obras se viste a los personajes bíbli-cos a la moda del tiempo y se les sitúa en confortables ambientes moder-nos, en ellas están ya implícitos temas prosaicos que después aparecerán más explícitos, como el del «Cambista y su mujer». No obstante, se produ-cen obras en que confluyen el espíritu medieval y moderno con notable sutileza, como el extraordinario «Descendimiento» de Van der Weyden, pintado hacia 1435.

Las cortes de Castilla son nidos de corrupción, crimen y traición. Tienen gran poder personajes como Juan Pacheco o Álvaro de Luna, hijos de ma-trimonios de interés entre burgueses y herederas de alto linaje. Veremos en el último capítulo, dedicado a los parias, que ese tipo de matrimonio con-

87

lleva la perdida de las virtudes de ambas castas, lo cual explica las causas intrínsecas de la progresiva decadencia que se produce en la “nobleza” eu-ropea a partir de la Edad Moderna.

En la Corona de Aragón nos encontramos con un episodio significativo del cambio de mentalidad durante la transición de la Edad Media a la Edad Humanista Moderna. Un débil representante de la mentalidad guerrera me-dieval –el conde Jaime II de Urgel– es vencido por un potente representante de la mentalidad burguesa moderna: Fernando de Antequera, hijo segundo de Juan I de Castilla –de la Casa de Trastámara, rama menor de la Casa de Borgoña– y de Leonor de Aragón, hermana del rey aragonés Martín I (1356-1410) significativamente apodado el humano. Tras morir éste sin sucesión clara se produce un interregno complejo de varios años con múltiples pre-tendientes al trono, que concluye en 1412 con el Compromiso de Caspe, otorgando la corona a Fernando en una de las primeras elecciones consen-suadas de la Historia30. Ello ocurre tras los fracasos del conde de Urgel31– el principal de sus oponentes– en sus torpes intentos de zanjar la cuestión por las armas, al modo medieval pero sin verdadera nobleza ni buena estrategia, con asesinatos y ataques violentos en Aragón y Valencia. El de Urgel y sus seguidores capitaneados por el aragonés Antón de Luna son derrotado por

30 Nueve representantes, tres de cada una de las entidades territoriales de la Corona de Aragón que participan en la elección, eligen al nuevo rey con un voto catalán, dos valencianos y tres aragoneses. Cumpliendo la premisa previa de obtener al menos un voto de cada entidad. 31 Otro de sus títulos era «Señor de Valladolid», ciudad donde solía residir su fami-lia desde generaciones atrás. Esto, como su pésima gestión bélica, es obviado por el catalanismo e invalida su acusación de traición a valencianos y aragoneses por ele-gir un castellano en vez de un “catalán”. Queda la acusación también desvirtuada a posteriori por el hechos de que en 1462 la Generalidad catalana nombrara conde de Barcelona soberano al rey de Castilla Enrique IV en contra de Juan II de Ara-gón; aunque, como en sus repetidos episodios, se retractara al cabo de un tiempo.

88

los demás nobles aragoneses. Consecuentemente los compromisarios arago-neses no pueden votar a quien ha demostrado inferioridad. Las cualidades personales del de Antequera –su sangre real de Aragón y Castilla por vía ma-terna, su nueva mentalidad burguesa, su patrimonio personal, su demostrada capacidad como gestor, estratega y pacificador– le otorgan el apoyo de la burguesía –del comercio de la lana en particular– y del clero, imponiéndose definitivamente ante sus contrincantes. También se habría de considerar cierta falta de nobleza protoburguesa manifiesta en su uso del Papa Luna pa-ra su entronización y su desvinculación casi inmediata, intentando hacerle renunciar al pontificado reunido con él en Morella (1414) y Perpiñán (1415).

La diferencia de pareceres legalistas al respecto entre los representantes de los distintos reinos y condados de la Corona de Aragón se usa hoy para debilitar la idea de su cohesión. Pero, por encima de los detalles y las interpretaciones nacionalistas de hoy día, estos hechos manifiestan cómo la decadencia de los representantes medievales mostrada en sus actos –entre los actos violentos de los seguidores del conde de Urgel está el asesinato del arzobispo de Zarago-za– da pie a la sustitución de la mentalidad guerrera por la burguesa.

La participación de las mestas en la entronización de Fernando de Antequera cumple un papel fundamental en la germinación de la Edad Moderna en España. Además de los aspectos geopolíticos están los lingüísticos, pues a tra-vés de las vías de la trashumancia se va a tejer la base para la cohesión lingüís-tica futura, por medio de tradiciones orales cantados o recitados en romances y poemas pastoriles. El castellano –la lengua romance de cántabros, riojanos, vascos y aragoneses– se extiende desde el Cantábrico hasta Andalucía, impo-niéndose poco a poco sobre los romances previamente asentados, fundamen-talmente el galaico-portugués y el llamémosle occitano-levantino. Se trata quizás de una intervención postrera del nomadismo, que poco a poco irá perdiendo protagonismo y presencia hasta su casi existencia residual. Parecie-

89

ra como si en el advenimiento de una nueva edad siempre participe alguna forma de nomadismo, aunque sólo sea para facilitar la difusión requerida.

1418. Se publican las primeras ediciones de «La Imitación de Cristo» –De Imitatione Christi– un libro de devoción y ascética escrito bajo la perspecti-va de la Devotio moderna, el movimiento religioso que predica y promueve una perspectiva individualista, constituyendo una de las bases para el hu-manismo y del futuro protestantismo. Se trata también de uno de los pri-meros usos de la palabra moderno en el sentido que hoy le damos.

1424. El Papa Luna, Benedicto XIII, muere en su último baluarte de Pe-ñíscola tras una vida difícil para él y sus fieles. Quedan hoy todavía testi-monios en iglesias de Aragón de los castigos de la Roma papal contra ellos. La leyenda negra sobre el último Papa de la Edad Media y primero de la Edad Moderna no dejó en paz ni su memoria. En Francia le siguieron lla-mando «la mula aragonesa» y durante la invasión napoleónica de 1808 las tropas revolucionarias francesas profanaron su tumba y desperdigaron sus restos. En cambio, el sucesor de su línea tuvo mejor suerte, pues la Historia no se ensañó con él tras su claudicación y le otorgó el silencio, permitién-dole incluso permanecer enterrado hasta hoy en la catedral de Palma de Mallorca. Un aspecto interesante desde la perspectiva de estos apuntes es el carácter que tomó el conflicto, pues no se basó en argumentos espirituales sino legalistas y de liderazgo señorial.

Se data hacia 1433 el primer uso conocido de la palabra moderno en caste-llano; utilizándose ya con un sentido temporal –del momento, del ahora– distinto al del latín clásico –modo, manera, genero–32. Algo similar ocurri-rá con la palabra actual, que a partir de 1460 comenzará a perder su senti-do relacionado con la acción, que tiene en latín, para referirse al momento.

32 Datos extraídos del BREVE DICCIONARIO ETIMOLÓGICO DE LA LENGUA

CASTELLANA. Joan Corominas. Ed. Gredos. Madrid, 2005.

90

También de estos años es el primer uso en francés de la palabra mode. Pero la palabra moda no parece haberse usado en castellano hasta 1700.

1449. Gutenberg imprime el primer libro en Europa. Nace así la edición mecanizada y seriada, permitiendo la difusión de libros a un ámbito social más amplio y burgués.

En 1453 los turcos toman Constantinopla y expanden su poder imparable-mente, heredando y restaurando el antiguo imperio bizantino en gran parte de su ámbito territorial tradicional. Para ese ámbito constituye cierta libera-ción, pues la perspectiva islámica adoptada por los turcos disuelve los restos más pesados de la herencia helénico-romana. La actitud de los nuevos sulta-nes-emperadores se visualiza en la asimilación del modelo de Hagia Sofía pa-ra la construcción de las mezquitas otomanas, dando continuidad sintética al antiguo sentido de grandeza y centralidad de la basílica, y logrando mayor ligereza y luminosidad por geniales soluciones arquitectónicas. Es significati-vo que se caligrafíe la azora de la Luz en la gran cúpula de Hagia Sofía. Cabe resaltar también el significativo respeto hacia el anterior imperio y su inten-ción de continuidad en la prohibición de los sultanes de superar el diámetro de la cúpula de aquella gran basílica, cumpliéndose dicha prohibición hasta poco antes de la caída del poder otomano. Esa actitud contrasta con la acti-tud del papado romano renacentista, que llegará a poner como condición fundamental a los arquitectos de la nueva basílica de San Pedro que su cúpu-la sea más alta y más ancha que la de Hagia Sofía.

Ante la expansión de los belicosos turcos –mentalmente distintos de los an-teriores líderes islámicos de origen árabe– los gobernantes cristianos se alían y comienzan a imponer barreras infranqueables entre las perspectivas religiosas. Hay una relación bastante evidente de estos hechos con la finali-zación de la Guerra de los cien años.

91

Algunos historiadores consideran 1453 –la toma turca de Constantinopla– o 1492 –la toma cristiana de Granada y el descubrimiento de América– como fechas del paso de la Edad Media a la Moderna. Pero, según nuestra perspectiva, el paso germinal comienza con el inicio del siglo; hemos seña-lado algunos hechos significativos que lo avalan. Las edades, como los seres humanos, no comienzan a correr justo al nacer. No obstante, volvemos a insistir en que ningún esquema historiológico puede ser único ni absoluto.

1456. Santa Juana de Arco es quemada tras un proceso legalista y sumiso a los intereses ingleses. Fue un gran epígono medieval y defensora de un concepto tradicional de nación, puente a la vez entre las dos edades.

El primer Renacimiento italiano florece, buscando una armonía basada en la medida humana y la geometría orgánica, pero comienza a perder de vista el sentido de lo sagrado: Donatello, Botticelli, Ghirlandaio, Piero de la Francesca, Luca Pacioli, Brunelleschi, Alberti… No obstante, algunos ar-tistas excepcionales, como Fra Angélico, concilian de modo admirable lo humano y lo sagrado, lo tradicional y lo moderno.

1467. Los hermandiños se levantan en Galicia contra los abusos de la no-bleza, lo cual se considera como la primera revolución burguesa de la His-toria. Los amos campesinos se rebelan contra los señores feudales.

Hacia 1481 la Inquisición extiende su actuación por toda Europa. Como vimos al hablar de su fundación en 1231, inicialmente sólo existía en Francia, en la Corona de Aragón y en una pequeña parte de Italia. La llamada Inquisición Española, considerada erróneamente primera de todas, es en realidad de las últimas, se constituye en Castilla en 1483. Con la incorporación de representantes de la burguesía en sus tribunales, el Santo Oficio toma un cariz distinto del que tuvo en la Edad Media, pasando a estar más influido por la mentalidad burguesa. Se comienza a tolerar sólo la religión adoptada por el poder. Sin tener la Inquisición jurisdicción legal

92

sobre otras religiones, se la autotorga subrepticiamente obligando a todo habitante a bautizarse en la fe oficial de cada Estado.

1490. Se publica en Valencia la novela de caballería Tirant lo Blanc, obra puente entre los libros de caballería medievales y la novela cervantina, entre la idealización platónica y el realismo.

La familia Borgia-Borja es un exponente del inicio de la modernidad, del ascenso de la burguesía, de un período de alta corrupción en la sociedad cristiana y en la decadencia paganizante del Papado –no obstante, se ha de remarcar que a pesar de todo ello sigue habiendo contrapuntos de santidad en la Iglesia–. El origen del poder de los Borgia se remonta a Calixto III, nacido con el nombre de Alfonso de Borja en Torreta de Canals (Valen-cia). Consagrado obispo de Valencia en 1429, cardenal en 1444, Papa des-de 1455 (25 años después de morir el “Papa Luna”, el anterior pontífice hispano, que a diferencia de los Borgia fue un paradigma epigonal del me-dioevo) y muere en 1458. Durante su corto pontificado de tres años hizo frente a la expansión turca, rehabilitó la memoria de Juana de Arco con un nuevo proceso y canonizó a San Vicente Ferrer. Tiene un digno historial, excepto por el hecho de conceder demasiados cargos y privilegios a miem-bros de su familia, especialmente a su sobrino Rodrigo de Borja (Játiva 1432 - Roma 1503) consagrado Papa con el nombre de Alejandro VI en 1492 –atención a la importancia de esta fecha–. De éste se cuenta que po-seía una ambición sin límites, gran maquiavelismo y «dudosa» moralidad. Se le atribuyen amantes y oscuras historias –los escritos de la época docu-mentan que era común entre sus contemporáneos y por ello nos dilatamos en él como paradigma de su época–. Alejando VI se valió de sus propios hijos para consolidar su poder. Se cuenta que para ser elegido papa no se tuvieron en cuenta sus méritos espirituales, los criterios de elección fueron comerciales. El cardenal Rodrigo Borja, puso a disposición de sus electores su cargo de vicecanciller de la Iglesia y su propio palacio, los obispados de

93

Cartagena, Mallorca, Pamplona, Oporto y un sinfín de prebendas. Se re-conoce su habilidad como estadista, militar intrépido y político sin escrú-pulos, había sido general de los ejércitos de la Iglesia y prefecto de Roma. Reunía las condiciones precisas para gobernar unos Estados Pontificios que buscaban su engrandecimiento territorial y político, olvidando su signifi-cado como proyección material de una organización con finalidad espiri-tual. Una de las cuestiones que abordó en su papado fue el reparto de las tierras del Nuevo Mundo entre España y Portugal.

Puede verse en los Reyes Católicos aspectos prototípicos de los monarcas burgueses renacentistas. Están a caballo entre un sentido de la medida pro-pio del humanismo inicial y una larvada tentación megalómana caracterís-tica del absolutismo posterior. Son el punto de inflexión en la pérdida de la convivencia interreligiosa en España. El rey Fernando es un claro exponen-te del nuevo maquiavelismo burgués. Por su parte, la reina Isabel mantiene cierto prototipo de nobleza, fiel a los valores aristocráticos tradicionales, mostrados en sus esfuerzos en favor de los indios, en las malogradas capitu-laciones de Granada, en su actitud piadosa, en su gran respeto por la ver-dad o en su superación de los limites personales y de su tiempo, Si bien, su carácter sentimental es claramente burgués y moderno.

En 1492 se completa en Granada la Reconquista española. Se abre simul-táneamente el puente atlántico hacia América y se comienza a cerrar el puente mediterráneo con África, sepultando la fructífera interrelación entre tierras y perspectivas religiosas. Se fuerza a los judíos y musulmanes a con-vertirse a la fe cristiana. Los musulmanes quedan constreñidos a las funcio-nes de la tercera y la cuarta casta: la artesanía, la albañilería y la agricultura. Al poco tiempo son obligados convertirse al cristianismo y muchos moris-cos conversos serán finalmente expulsados por las acusaciones –a menudo interesadas– de falsa conversión, suponiendo gran merma poblacional en muchos territorios. El Islam va a quedar barrido de Europa durante siglos.

94

Cristianismo e Islam extreman sus divergencias. La cultura moderna va aflorando en Occidente con su idolatría de lo nuevo por lo nuevo, tergiver-sando pasajes evangélicos como el rechazo de Cristo hacia las tradiciones muertas, las menciones del hombre nuevo o del «nuevo mandamiento». El Islam, en cambio, se mantiene firme en sus orígenes, en la fitrah (naturale-za primordial), como restaurador de los tiempos abrahámicos frente a la decadencia materialista que suponen las idolatrías. Esas divergencias de perspectivas permanecerán hasta nuestros días, en que se echa en cara al Islam el no haberse adaptado a los tiempos, cuando precisamente ese ha sido uno de sus grandes valores: permanecer fiel como cristalización ejemplar de la belleza perenne y de la naturaleza primordial.

SIGLO XVI. FLORACIÓN DE CONTROVERSIAS MODERNAS

Una época determinada visiblemente por los claroscuros, entre las reminis-cencias aparentes del sentido de grandeza y los inconfesables intereses de la pequeñez individualista.

Al inicio del siglo las Españas son administradas por el cardenal Cisneros con un concepto monolítico católico sobre el que se fundamentará el nue-vo Imperio Español. Había ostentado el cargo de Gran Inquisidor y confe-sor de la reina. Podría decirse que traiciona las intenciones más universalis-tas y tolerantes de los Reyes Católicos. Promueve la conversión forzosa de los musulmanes que quedaban en la península y de la expulsión de los no conversos a partir de 1502. Intenta conquistar el norte de África. Funda en 1499 la Universidad Complutense en Alcalá con profesores de doctrina nominalista, en cuya perspectiva afloran ya algunos de los postulados del materialismo moderno, incluso del positivismo, oponiéndose a la idea de los arquetipos universales de las perspectivas platónicas y neoplatónicas.

95

Durante la primera mitad del siglo se consolida el Imperio Español en Eu-ropa y alrededor de todo el orbe. Carlos I encarna aún ciertos aspectos de emperador caballeresco medieval e incluso algún atisbo de antiguo empera-dor teocrático; aunque manifiesta ya ciertos matices burgueses como des-cendiente de los Habsburgo y los Borgoña, familias que van adquiriendo mentalidad burguesa y están unidas desde finales del siglo anterior por “ju-gadas hereditarias”, por las que el Imperio Español incluye durante casi dos siglos, desde 1519 hasta 1700, las llamadas Diecisiete Provincias –Países Ba-jos, Bélgica, Luxemburgo, Norte de Francia, y una parte del Oeste de Ale-mania. De Borgoña tenían el título, no el poder territorial.

El impulso de la Reconquista parece proseguir en la Conquista de América. Su éxito va a terminar provocando en los estados europeos la idea de los sistemas coloniales en busca de poder económico; con ello se manifestará la soberbia racista de la modernidad racionalista que aplastará en sus peores extremos a los pueblos más tradicionales hasta denominarles en nuestros días con el eufemismo de tercer mundo.

Sin embargo, no se pueden perder de vista ciertos aspectos positivos de la Conquista hispana de América. La epopeya mejicana de Hernán Cortés en torno a 1520 le hace comparable a colosos como Julio César o Napoleón. La milagrosa aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe, al poco de la conquista, confirma el designio del destino en la conversión al Cristia-nismo por parte de los indígenas de México, cuando su religión azteca se hallaba en notable degeneración. Todo ello no disculpa las acciones en América de otros europeos, incluidos algunos españoles, con mentalidad excesivamente explotadora y despótica. La llegada posterior de ávidos bur-gueses a México sepultó burocráticamente al propio Cortés y a sus mejores aspectos como heredero y epígono de la mentalidad medieval, acorde con la mentalidad e intención del propio emperador Carlos I. Es significativo que Cortés pase sus últimos años defendiéndose de interminables pleitos jurídi-

96

co-burgocráticos. La difusión posterior de la leyenda negra antiespañola y del corrosivo pensamiento volteriano hará olvidar hasta su sepultura, en sentido simbólico y literal. 33

Las obras de Leonardo y Giorgione –puentes artísticos entre dos siglos– o de Tiziano, Tintoretto y otros artistas, son utilizadas como signos de po-der, superioridad y soberbia patrimonial de clase, a pesar de la mesura y sentido de los propios artistas. El Arte va perdiendo su valor intelectivo-espiritual para convertirse en una especulación visual mundana y de poder económico. Miguel Ángel –el artista paradigmático del nuevo siglo– con-vierte prometeicamente a David en Goliat y concluye la Capilla Sixtina en 1512. El conjunto de la nueva basílica de San Pedro se convierte en símbo-lo de la nueva Roma renacentista. La megalomanía y la pasión por lo titá-nico parecen las únicas actitudes que interesan de la antigua grandeza clási-ca. El Arte se aleja del sentido de la medida humana cultivado durante el siglo anterior en Florencia, Venecia y otros centros de las artes florecientes. Se construyen otras muestras de desmesura como El Escorial, aunque éste cuente a su favor la sobriedad y la contención de formas. En Flandes se si-gue auspiciando una pintura que aún mantiene ciertos elementos góticos y expresiones de devoción, a pesar de que la mentalidad de la burguesía en el poder haga reflejar elementos ambientales claramente vaishas.

En 1517 Lutero promulga sus «95 TESIS» como protesta ante el escándalo manifiesto de la jerarquía eclesiástica por su corrupción moral y desmesura. Uno de los detonantes es la interesada venta de indulgencias, significativa de la mentalidad mercantil y burguesa. Se da inicio así a la división de la

33 Para un conocimiento riguroso y fidedigno sobre la conquista de México y de la vida de aquel conquistador tan marcado por el destino: HERNÁN CORTÉS. Salva-dor de Madariaga. Ed. Espasa-Calpe. Y para disipar muchas de las falsedades de la leyenda negra es muy recomendable el libro IMPERIOFOBIA de Elvira Roca.

97

cristiandad occidental en Reforma y Contrarreforma por las diferencias de perspectiva teológica y formal.

La Europa septentrional luterana elimina el culto de las formas visuales como reacción radical al renacimiento en la Europa meridional de las formas paganas desprovistas de sus antiguas premisas más válidas y desviadas hacia el culto de las formas más terrenales, sensuales y desacrali-zadas. Paradójicamente y con cierta inconsecuencia, se intensifica entre los protestantes el culto por las formas auditivas y un fundamentalismo moral y literalista. También es llamativo que el protestantismo termine dando cuna al «florecimiento» de la usura moderna, al individualismo, a la valora-ción suprema del trabajo y la economía, a la masonería moderna, al cienti-ficismo, a las filosofías nihilistas, al los nacionalismos modernos y al capitalismo –máximos exponentes de la mentalidad burguesa–. En la negación del principio de autoridad de la Iglesia por parte del protes-tantismo están los gérmenes de gran parte de las contradicciones puritanas de la modernidad y de la ruptura insalvable con las iglesias tradicionales de oriente y occidente. Las extremas posturas del Norte y del Sur conllevan limitaciones espirituales evidentes para ambas partes.

La secesión protestante respecto a la Iglesia romana produce un efecto do-minó, generando múltiples divisiones sectarias: luteranos, bautistas, calvi-nistas, gomaristas, arminianistas, metodistas, anabaptistas, pentecostales, puritanos, anglicanos… Paralelamente germinan ciertos humanismos pre-cartesianos, como el de Erasmo de Rotterdam (1466-1536) que mantienen cierto grado de sapiencia universalista que el cartesianismo disolverá.

Enrique VIII de Inglaterra –príncipe humanista virtuoso y paladín de la Iglesia en su juventud– se deja llevar por la soberbia y la concupiscencia en su madurez. Arrastra a su país hacia la tragedia, desposee al Papa de las riendas de la Iglesia británica para tomarlas él mismo y su descendencia. Di-suelve las formas devocionales y los ritos tradicionales. Sin embargo, la espi-

98

ritualidad del pueblo anglosajón reconducirá la situación en cierta medida. Paradójicamente, Inglaterra se libra así de la influencia mundanal del Arte renacentista y de los excesos iconoclastas del norte de Europa. La perviven-cia inglesa del gótico tradicional a lo largo de siglos resulta significativa.

En 1520 se levantan los Comuneros de Castilla, tras los precedentes en Ga-licia de 1467. En 1523 les siguen en Valencia y Mallorca las Germanías y en 1524 el campesinado alemán. También por esos años, los moriscos se levantan en La Alpujarra. En todos estos desórdenes se mezclan antiguas reivindicaciones de carácter medieval, cuestiones religiosas de carácter for-mal y nuevas ideologías de carácter burgués. Son los primeros exponentes del moderno concepto revolucionario.

En cierta medida, Carlos V actúa ante esos conflictos siguiendo sus modos burgueses, encarando intereses eventuales como si de un negocio se tratara. Muestra de ello es que para el saco de Roma en 1527 se sirve de 14.000 sol-dados alemanes protestantes, 10.000 españoles de confesión dudosa, 5.000 mercenarios suizos y 6.000 aventureros italianos, y años más tarde se some-te al Papa para recibir la corona imperial. Se dicta en su nombre que en ca-da territorio del imperio sea obligatorio practicar la religión de su goberna-dor particular, con lo cual se persigue a protestantes y no católicos en territorios hispanos mientras se hace lo contrario en otros lugares.

Otro signo de los tiempos que corren es el generalizado negocio de cauti-vos entre turcos y cristianos a través del Mediterráneo y de esclavos a través del Atlántico. Por dicha causa nacen las órdenes religiosas de los trinitarios y los mercedarios, que se dedican al pago de rescates y alcanzan un notable poder económico y social con funciones bancarias. Por idénticas causas surge la Orden de Malta, de carácter más militar y preventivo.

Rusia nace como imperio. Iván el Terrible (1530-1584) es su primer Zar. Di-suelve sangrientamente el poder de la corrupta oligarquía aristocrática –los bo-

99

yardos– y organiza una estructura burocrática gobernada por la clase burguesa. Las crónicas dan cuenta de una sorprendente doblez en su alma, su ferviente devoción convive con su enfermiza violencia. Crea la Iglesia rusa independien-te bajo el mando del Zar. Pueden encontrarse en éste zar autárquico y retraído ciertos puntos comunes con sus contemporáneos Enrique VIII y Felipe II.

Catalina de Medici reina en Francia desde 1533 hasta 1589. Es un nuevo signo del aburguesamiento monárquico.

1534. San Ignacio de Loyola funda en París la Compañía de Jesús.

Hacia 1543 Galileo Galilei publica el libro de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium. El propio autor había evitado que saliera del ámbito eclesiástico, quizá por la consciencia de las dificultades del hombre medio de la época, carente ya de suficiente conocimiento para comprender el significado metafísico de una visión plena del cosmos. La falta de permisos para aquella publicación post mortem provocó el conflicto. Nuestros con-temporáneos abusan del hecho y lo tergiversan para atacar la religión. Aun admitiendo cierta miopía por parte de algunos sectores de la Iglesia de entonces, se ha de considerar que no todos los eclesiásticos estaban contra Galileo; hubo un papa, varios cardenales y religiosos de diversas órdenes a su favor. Parece ser que en el juicio habían enfrentamientos personales de fondo. La clave del problema radicaba más bien en la tendencia literalista y materialista que conllevó el progresivo aburguesamiento social. Por lo demás, Galileo escribió: «A quienes se escandalizan por tener que cambiar toda la filosofía, mostraré cómo no es así, y que se mantiene la misma doctrina sobre el alma, sobre la generación, sobre los meteoros, sobre los animales» (Ed. nac., vol, VII, Florencia 1933, p. 541).

Se ha magnificado la persecución inquisitorial sufrida por proto-científi-cistas, extendiéndose incluso la falsa idea de que muchos fueron quemados o torturados por ello. Lo cierto es que Copérnico murió de modo natural

100

tras haber servido fielmente como eclesiástico sin sufrir ninguna persecu-ción. Era canónigo, su tío obispo y los sacerdotes de su entorno conocían y aprobaban su libro. Galileo sólo fue condenado a un arresto domiciliario y poco más tras un proceso de veinte días. Algo mínimo si se compara con los diez años del proceso que sufrió Santa Teresa de Jesús o las largas per-manencias en prisión de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, que eran auténticas luces espirituales tanto por su literatura mística como por su vi-da ejemplar en medio de las tendencias materialistas de su tiempo. Se po-dría acusar más a la Inquisición posterior al siglo XV de fiscalizar a la espi-ritualidad que a las ciencias materialistas.

Las cuestiones entonces en juego no eran las que los divulgadores del cien-tificismo moderno pretenden hoy. Están en un error quienes piensan que la Iglesia negaba la redondez de la Tierra y otras cuestiones geofísicas. Sería absurdo negar lo que había quedado patente en la vuelta al mundo de los descubridores españoles y portugueses. En el Congreso de los EEUU hay un atlas mundial realizado en 1507 por un canónigo francés en que se muestra con claridad la redondez de la tierra. Y en la imaginería religiosa medieval hay múltiples imágenes en las que María o Jesús portan esferas que representan el mundo. Nos hallamos, una vez más, ante la tergiversa-ción de la Historia por parte del progresismo moderno para avalar su tesis de que su laicismo es luminoso y la religión es oscurantista.

Otro caso significativo es el del dominico Giordano Bruno (1548-1600). Aquel napolitano de notable altura intelectual no fue condenado por cues-tiones científicas sino por sus tesis cosmológico-teológicas y políticas. Plan-teaba el sentido metafísico de la infinitud y del orden cósmico, cuya reali-dad última parecía conocer mejor que Galileo. La mentalidad exoterizante de la nueva mentalidad burguesa dominante ya no comprendía suficiente-mente la compatibilidad entre el concepto de Transcendencia y el de In-manencia. Le acusaron de panteísmo y le quemaron en la hoguera.

101

Es también significativo el caso de Miguel Servet (muerto en la hoguera en 1553). Aquel aragonés de amplísimos conocimientos –prueba de ello es que leía el Corán directamente en árabe y lo conocía en profundidad, co-mo el hebreo y otras lenguas– no fue quemado a causa de sus investigacio-nes o sus teorías científicas, como se piensa a menudo, sino por sus plan-teamientos teológicos unitarios. Y no fue condenado por la Iglesia Católica sino el calvinismo puritano. En él, como en Paracelso (1493-1541) y otros hombres eminentes de su tiempo, pervivía la sabiduría tradicional y la conjugación del orden espiritual con el físico.

Es triste que por la magnificación y falsificación de algunos conflictos, como los que acabamos de reseñar, ciencia y religión se alejaran de su centro común intelectivo-espiritual.

Entre 1545 y 1563 se celebra el Concilio de Trento. Desde el punto de vis-ta doctrinal es uno de los concilios más importantes e influyentes de la his-toria de la Iglesia Católica. Es un claro exponente de su tiempo. Solidifica el catolicismo romano al mismo tiempo que provoca en él una catarsis in-terior necesaria y un posicionamiento preciso respecto al protestantismo, al unitarismo y a algunas otras perspectivas que bullían en Occidente. Se de-clara la Tradición y las Sagradas Escrituras como las dos fuentes de la reve-lación. Se establece la Misa Tridentina, la creación del Índice, las normas específicas para los obispos y los sacerdotes, la fijación de la edición defini-tiva de la Biblia así como de la doctrina y cánones de los sacramentos en general, la reforma en la administración de fundaciones religiosas, en la moral del clero y en los requisitos para asumir cargos eclesiásticos. Se eli-minan abusos tan flagrantes como la venta espuria de indulgencias…

Felipe II reina entre 1556 y 1598 como claro exponente del nuevo modelo de emperador burocrático. Desde su retirada oficina del Escorial dirige el Imperio en el que «no se pone el Sol».

102

En 1562 abre su primer convento Santa Teresa de Jesús de la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas fundada por ella. Ella (1515-1582) y San Juan de la Cruz (1542-1592) constituyen dos de las más altas luminarias del si-glo en el aspecto místico y literario.

En 1565 San Francisco de Borja (1510-1572) es elegido Padre General de la Compañía de Jesús tras desempeñar altos cargos en la corte de la Iglesia y de España. Funda el Collegium Romanum, envía misioneros a los más le-janos confines, supervisa personalmente los numerosos asuntos de la orden en rápida expansión y asesora a reyes y papas, viviendo humildemente a pesar de su gran poder. Se le considera el más grande general tras el funda-dor. Es justo mencionarle como aspecto positivo de su tiempo, máxime al constituir cierto prototipo de santidad propio de esta edad y habiendo comentado aquí los peores aspectos de los Borgia. Había heredado el título de duque de Gandía –logrado para la familia por su tatarabuelo, el primer papa Borgia Alejandro VI, en su afán de ennoblecer su origen burgués– tras la muerte de la emperatriz española Isabel de Portugal se había retirado de la corte a su tierra natal, llevando una vida familiar y religiosa, y tras morir su esposa en 1546 había entrado en la Compañía.

Entre 1562 y 1598 se producen en Francia las guerras de religión, un con-flicto entre católicos y hugonotes (calvinistas) en el que se mezclan cuestio-nes dinásticas y luchas de poder de familias aristocráticas. En 1594 Enrique III de Navarra se convierte del protestantismo al catolicismo de cara a am-pliar su territorio y convertirse en Enrique IV de Francia y primer rey Bor-bón de ese país. Se le atribuye la frívola frase «París bien vale una Misa». Para evitar confusiones, señalemos que Navarra había sido dividida ante-riormente; la parte peninsular había sido anexionada a la Corona de Casti-lla en 1515 tras su conquista militar por Fernando el Católico en 1512 y la parte al norte de los Pirineos había permanecido independiente.

103

1571. La flotas pontificia y veneciana, bajo el mando de Juan de Austria, consiguen vencer a la flota turca en Lepanto, parando así la expansión otomana y estabilizando relativamente las fronteras.

1597. El sacerdote aragonés San José de Calasanz funda en Roma las Es-cuelas Pías, la primera escuela gratuita de Europa.

SIGLO XVII. SOLIDIFICACIÓN DE LA RAZÓN ABSOLUTISTA

Como venimos señalando en cada edad, hay una correspondencia muy acentuada entre el carácter de la Edad Moderna –tercera de las edades– y su momento de solidificación –tercera de sus épocas.

Tras el hito de la publicación en 1596 de Mysterium Cosmographicum de Kepler (1571-1630) el Racionalismo comienza a poner las bases del cienti-fismo moderno.

El Barroco proyecta su espectro de claroscuros y manierismos.

La Pintura, fascinada por sus capacidades ilusionistas, busca en este siglo que la carnalidad supere las dos dimensiones del lienzo por el efecto de las sombras. Se debate entre la disipación subjetivista y la contención objeti-vista: Caravaggio, Rubens, Van Dyck, Ribera, Rembrandt, Vermeer, C. Lorrain, Poussin, Zurbarán, Velázquez…

Sin embargo, la Literatura y la Música se mantienen en cierta medida por encima de las tendencias mundanas del siglo, marcando paradójicamente un Siglo de Oro de las letras. Guardan todavía un sentido de la eternidad y de la interioridad, con una marcada visión trágica y dialéctica ante la reali-dad exterior que contemplan: Cervantes (1547-1616), Shakespeare (1564-1616), Lope de Vega (1562-1635), Góngora (1567-1643), Monteverdi (1567-1643), Quevedo (1580-1645), Calderón (1600-1681)… Se da en

104

algunos de ellos cierto carácter epigonal de la tradición medieval, ejemplo de ello es la presencia entre los temas de Shakespeare de cuentos ya trans-critos por autores anteriores, como el Conde de Lucanor, lo cual no me-noscaba su valor sino al contrario.

Las monarquías pretenden compensar su debilidad humana creciente con un progresivo absolutismo, anquilosándose en una falsa solidez basada en papeles y leyes arbitrarias. Pretenden seguir legitimados por legalismos de sucesión sin tener en cuenta las cualidades humanas reales.

Los conflictos políticos tienen un carácter comercial cada vez más claro.

Toma gran auge la piratería oficial –los corsarios–. Ladrones y parias al ser-vicio de países como Inglaterra, que encuentra en esa vileza un medio para debilitar al Imperio Español e ir construyendo su imperio burgués y san-guinario.

En 1609 se expulsa a los moriscos en España tras los últimos levantamien-tos de La Alpujarra. Se les acusa de ocultar su fe y práctica islámica. Se te-men contraataques o revanchas del imperio turco y al mismo tiempo se busca eliminar toda amenaza externa contra la concepción moderna que se está solidificando y uniformando.

Tras ser asesinado Enrique IV de Francia en 1610, su viuda María de Mé-dicis afianza las bases dinásticas de la familia Borbón y su futura presencia en España. Dicha dinastía pasa a remarcar aún más las tendencias burgue-sas, en sus formas y en sus criterios.

Europa se debate en la Guerra de los treinta años (1618-1648) por cuestiones fundamentalmente materialistas y formalistas, siendo el punto culminante de la rivalidad entre Francia, Inglaterra y los territorios de los Habsburgo.

En 1620 Francis Bacon publica su Novum Organum, apuntando las bases del empirismo y del método de estudio científico.

105

En 1637 Descartes publica su Discurso del Método. Propone como tal la duda de todo excepto de su propio método y de la idolatrada razón. Se va abriendo más la brecha entre Metafísica y Filosofía, produciendo desvia-ciones dentro del esoterismo sapiencial tan graves como en la religión. En el aire va abriéndose paso ese bucle paradójico y prácticamente irresoluble: Al decir los cartesianos que «Nada hay cierto en el mundo» se les podría preguntar si tampoco es cierta esta frase. Y cuando Descartes dice «Podrá ser falso todo lo que pienso, pero lo que es indudable absolutamente es que yo lo pienso» se le podría preguntar si es indudable absolutamente el pensar que yo lo pienso cuando puede ser falso todo lo que pienso. Ese absolutismo relativista llegará a su máxima expresión contradictoria en la simplificación einsteniana: «Todo es relativo» a la que podría preguntar si la propia expre-sión también es relativa y por tanto no absoluta.

En 1640 se publica Augustinus, la obra fundamental del Jansenismo. La coincidencia de aquel movimiento con el Racionalismo no es casual y su relación queda manifiesta en figuras como Blaise Pascal (1623-1662). En cierto modo podría verse como una corriente parcialmente correctora del pensamiento cartesiano desde sus propios postulados. Sin embargo, la ex-trema radicalidad de los jansenistas y sus oponentes –los jesuitas en parti-cular– hizo que las aportaciones válidas de aquel movimiento quedaran abortadas tras un intenso conflicto y varias sentencias papales arbitrarias.

Aunque en el descenso de escalones a través de la Historia se está aún en un estadio superior respecto a los que vendrán, el descenso ya entraña otros posteriores. La pretensión absolutista del cientificismo de admitir como existente sólo lo medible y representable va a ir impidiendo gradualmente a la mente humana el asombro ante el Misterio y a ir buscando sucedáneos.

En el contexto de la debilidad que supone para el reinado de Felipe IV la Guerra de los treinta años se producen sublevaciones independentistas en Portugal, Andalucía, Cataluña y Aragón. Sólo Portugal logra éxito definiti-

106

vo, tras la Guerra de Restauración concluirá con el tratado de Lisboa en 1668, donde Carlos II reconoce la independencia de Portugal ante Alfonso VI de Portugal, descendiente directo del papa Borgia Alejandro VI. Los complejos sucesos de aquel momento en la península ibérica son exponen-tes de la mentalidad burguesa, con su tendencia a la interpretación exclusi-vamente literal de la Ley y la Historia y su corto alcance de miras, sólo cen-tradas en sus propios ámbitos y planos. Por todo ello nos parece interesante detenernos en aquellos sucesos, que tienen paralelismos con los hechos re-volucionarios de Oliver Cromwell –producidos pocos años después– y cier-tos antecedentes de la Revolución francesa. Veamos:

Portugal, Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya y la Corona de Aragón se venían negando a financiar la participación española en la Guerra de los treinta años. Los catalanes no aceptaban siquiera aparentarlo cuando se lo pide el Conde-Duque de Olivares aduciendo que estaban colapsados los recursos de América y de Castilla –ya soliviantada por ser casi la única en sustentar los gastos reales en aquel momento–. Las diputaciones de la Corona de Aragón se atenían a que Fernando el Católico –tan denostado en su mo-mento por la oligarquía catalana– les consignó a todas ellas el derecho de no tener que sufragar gastos de guerras fuera de su territorio –lo cual había sido una maniobra fernandina contra la ambición de la dinastía Habsburgo que su propio yerno encarnaba.

En el marco de la situación Francia invade las tierras vascongadas. Es repe-lida por las provincias vascas con la ayuda de Castilla, además de Aragón y Valencia que finalmente habían aceptado ayudar. Pero la Diputación cata-lana sigue alegando el derecho mencionado para ahorrarse la ayuda.

Olivares decide en 1639 contraatacar a Francia desde las tierras catalanas por su mejor posición estratégica al respecto y para intentar solucionar de paso la problemática Unión de Armas. Ante la falta de recursos del rey y la falta de disposición por parte de aragoneses y catalanes, el valido real opta

107

por permitir tácitamente el pillaje de las tropas al paso por tierras aragone-sas, forzando así que Aragón aumente su aportación de efectivos y mante-nimiento a cambio del control en las tropas. Olivares sigue la misma tácti-ca en tierras catalanas, pero los señores y ciutadans honrats catalanes perse-veran tozudamente en su negativa.

Termina habiendo levantamientos y motines de campesinos hasta el culmen en el Corpus de 1640, cuando el canónigo Pau Claris, al frente de la oligar-quía burguesa, proclama la República Catalana. Pero esa oligarquía no es ca-paz de controlar la sublevación ni de defenderse ante las tropas reales organi-zadas para recuperar Cataluña. A los pocos meses se pide ayuda al Borbón Luis XIII de Francia, quien no tarda un año en hacerse nombrar Luis I de Barcelona soberano de Cataluña como parte de Francia. Cataluña se convier-te así en campo de batalla de la guerra entre Francia y España, sufragando –ironías del destino– el pago de un ejército francés y cediendo su administra-ción y sus puestos funcionariales a los franceses. Los catalanes descubren en-tonces que el rey francés –nada menos que Luis XIV a partir de 1643, para-digma del absolutismo y abuelo de Felipe V de Borbón, a quien en episodios posteriores volverán a jurar fidelidad y traicionar después– les exige contri-buciones muy superiores a las que negaban a Felipe IV de Habsburgo.

Tras diversos episodios, las tropas españolas –con militares catalanes de seny en sus filas– logran vencer a las francesas en los territorios catalanes y se firma la Paz de los Pirineos en 1659, zanjando definitiva y alejandrina-mente un viejo nudo que el Tratado de Corbeil de Jaime I no había logra-do resolver. A partir de entonces el rey francés es el único señor del norte de los Pirineos y el español el del sur. Se suele pasar por alto que el rey francés se apresura entonces en desposeer a los catalanes del norte de sus fueros, dictando prohibiciones del uso de la lengua catalana en todo ámbi-to oficial, mientras que el rey español jura por iniciativa propia los Usatges sin poner ninguna traba en usos lingüísticos.

108

Inglaterra vive también guerras civiles y revueltas generales entre 1642 y 1658. Oliver Cronwell se hace con el poder y gobierna de modo dictato-rial. Bajo su mandato se decapita al rey Carlos I, se intensifica la piratería oficial, se acentúan conflictos con España y Francia, se crea la Common-wealth y comienza la gran presencia colonial del Reino Unido.

Tras los 20 años del cardenal Richelieu en el poder de Francia (1624-1642) es coronado Luis XIV en 1643. Será el máximo exponente del abso-lutismo y de los delirios rococós en una sociedad que se quiere cerrada y uniforme. Su larguísimo e influyente reinado durará 72 años, hasta 1715.

1658. Comienza a circular el papel moneda, un producto significativo de las concepciones burocráticas, mercantiles y materialistas de la edad.

Tras morir en 1665 Felipe IV –el mecenas de Velázquez– se precipita el lamentable final de la casa Habsburgo española, con ella declinan ciertos atisbos postreros de visión de grandeza en la realeza europea.

1666. Spinoza (1632-1677) publica sus Principios de la filosofía cartesiana y sus Pensamientos metafísicos. La heterodoxia reiterada de sus teorías en sus publicaciones motivan que se le considere uno de los precursores del ateísmo y se le excomulgue de la comunidad judaica.

Isaac Newton (1642-1727) despunta como uno de los primeros científicos modernos, aunque sus intereses más profundos son la alquimia esotérica y la religión. Sus orígenes familiares son puritanos y tiene una perspectiva neoarriana que le ocasiona un paradójico impedimento para dirigir el Trinity College de Cambridge. Desde 1703 hasta su muerte preside la Royal Society de Londres. Su significación se asocia a figuras precedentes como Kepler (1571-1630) o Francis Bacon (1561-1626).

109

SIGLO XVIII. DISOLUCIÓN DESPÓTICA Y SUICIDIO ILUSTRADO

El absolutismo extremo y el orgullo enciclopédico de los ilustrados marcan la consumación final de la edad de los burgueses. La mayoría de los monarcas europeos se enrocan en sus centralismos absolutistas, en la nada de la moda rococó, con sus pelucas y sus polvos de arroz. Parecen vivir al margen de la realidad y en un estado de disolución progresivo.

Permítasenos decir que llamar nobleza a la aburguesada clase dominante de aquellos tiempos es un auténtico eufemismo. En general, los actos y moda-les de aquella clase no merecen tal denominación. Además de decadencia se trata de una usurpación.

Se pretende materializar los cacareados «logros luminosos» del siglo. Pero aunque se iluminen las calles con artificios –como el alumbrado público de Londres con luces de aceite desde 1681 y el gas de alumbrado en otras ciu-dades europeas desde 1792– la noche se hace más y más espesa.

A lo largo del siglo se busca un nuevo clasicismo. Pero el racionalismo sin alma impide al Neoclasicismo ser algo más que una mera imitación aca-démica del mundo clásico. Ello retrotrae a cómo la pasión mundana aleja-ba al Renacimiento de la serenidad clásica que pretendía, salvo en contadas excepciones. La vacuidad de las pretensiones artísticas queda puesta en evi-dencia por la pesadilla de las indumentarias y los modos ridículos de las clases altas de la época –subrealismo avant la lettre–. Hay una situación de inercia mortal y se busca la revivificación en una continua, vampírica, insa-ciable y ridícula ruptura de barreras. Se consagra así el culto progresivo a la novedad por la novedad –la moda– que conducirá al postrero culto de la trasgresión por la trasgresión.

La Arquitectura y la Escultura de la época denotan un aire sepulcral. La Pintura se debate entre las tendencias del siglo de modo sincrético y super-ficial. Se palpa un agotamiento en la vitalidad creativa de las artes plásticas.

110

No queda nada de aquella efervescencia inicial generada por el Renaci-miento en su ruptura de las tradicionales murallas de contención y protec-ción. A pesar de todo, la pintura logra en ocasiones cierto distanciamiento positivo, reflexionando humildemente ante el valor de pequeñas cosas de la vida y su carácter perecedero, ante la muerte y las ruinas: Chardin, Wat-teau, Canaletto… La Música conserva cierto nivel de equilibrio, serenidad, vitalidad y clasicismo: Mozart34, Händel, Bach, Vivaldi, Telemann… Aunque se producen en ese momento algunas pérdidas cualitativas como la reducción en la variedad tonal –tan rica y variada en la antigüedad y en la música oriental– a sólo dos tonos: mayor y menor. Lo cual conlleva un cambio en la afinación de los instrumentos, por una búsqueda de comodi-dad para los intérpretes se provoca una progresiva deformación del gusto musical europeo respecto de la armonía musical natural.

Entre 1701 y 1715 los intereses de los principales países europeos se debaten en la Guerra de Sucesión Española. Se trata en realidad de un conflicto entre Gran Bretaña, Francia y el Imperio austrohúngaro. Algunos historiadores la consideran como la primera guerra mundial. Las estrategias taimadas y opor-tunistas de los contendientes alientan en España un dramático conflicto interno. Se promueve desde esos países una división entre las Hispanias para debilitarlas en extremo. Los españoles luchan entre sí, creyendo defender cada uno el bien común de España –lo corroboran múltiples documentos de ambas partes–. Ingleses y franceses buscan disolver de facto el Imperio Español y repartirse el poder económico y comercial en Europa.

Tras el Tratado de Utrecht (1713) España queda hundida, aislada y desvin-culada definitivamente de los territorios europeos que formaron su impe-

34 Aunque en algunas de sus obras, como La flauta mágica, puede verse cierto refle-jo de las confrontaciones entre Iglesia y Masonería al mismo tiempo que cierto amaneramiento “modista” y frívolo.

111

rio. El efecto es también nefasto para la convivencia entre los pueblos es-pañoles, que quedará profunda e indeleblemente herida a causa de esa «guerra civil» alentada desde fuera y fuente de futuros conflictos civiles. La traición de aragoneses, catalanes y valencianos al pacto inicial con el duque de Anjou –el futuro Felipe V– provoca el Decreto de Nueva Planta (1716) por el que se unifican las leyes en las Coronas de Aragón y Castilla, pasando a llamar al conjunto hispano Reino de España e implantando un centralismo al modo francés que romperá con todo el modelo del Imperio Español bajo los Habsburgo y España entra en un paulatino e irremediable declive. La vic-toria del duque de Anjou es pírrica, pues los ingleses le permiten subir al trono de España a condición de renunciar a sus derechos legítimos sobre la corona francesa y a gran parte de los territorios españoles extra-peninsulares en Europa. El nieto de Luis XIV de Francia implanta en España una corte teatral, almidonada y autista, que pone en manos de la burguesía ilustrada gran parte de los asuntos de Estado. Salvo en notables excepciones como Carlos III, la nueva dinastía borbónica española es un eco provinciano de la corte francesa durante el siglo XVIII y gran parte del XIX. Uno de sus dudosos «logros» es el centralismo, que decapita la España rural al hacer que la «noble-za» traslade su residencia principal a la capital. Resulta digna de mención la excepción de Mallorca, que contrasta significativamente con esa decapitación rural peninsular, pues la nobleza mallorquina prefiere quedarse en su isla do-rada y, a pesar de su decadencia como casta, sigue proporcionando modelos aristocráticos; la arquitectura dels senyors sigue modelando una noble arqui-tectura rural y sus múltiples aspectos formales resuenan en esa teatralidad con que conjuga la palabra el sorprendente campesino mallorquín.

Pedro I el Grande, zar en Rusia entre 1694 y 1725, es un paradigma de su época. Su afición por los trabajos manuales –carpintería, albañilería, im-prenta…– manifiesta su inclinación burguesa primaria. Su admiración por la modernidad europea de su tiempo le lleva a una ruptura con la tradición oriental rusa. Fuerza a su país a pasar del medievo a una modernidad bur-

112

guesa, funcionarial, centralista y absolutista, que da la espalda al campesina-do y a la tradición religiosa. En 1703 crea San Petersburgo, una ciudad ra-cionalista construida sobre el fango de marismas insalubres. Decapita la Iglesia rusa, impidiendo la sucesión tradicional del patriarcado y sustituyén-dola por un órgano colegiado funcionarial, nombrado por el zar. Permite la diversidad de cultos –divide y vencerás–. Da carácter funcionarial a la noble-za, creando escalafones, funciones y servicios; con lo cual, además de degra-dar a la aristocracia, hace que la clase burguesa se sienta suplantada y mi-nusvalorada. Crea un ejército regular. Emprende guerras con planteamien-tos económicos para dar salida marítima a sus proyectos mercantiles. Para cubrir los enormes costes bélicos desamortiza múltiples bienes de la Iglesia y crea impuestos que empobrecen a grandes sectores de la población. Prohíbe el uso de las ropas tradicionales rusas. Con la implantación forzosa de la modernidad el pueblo es privado progresivamente de bienes espirituales y materiales, motivando trágicas revueltas que se cronificarán durante los si-guientes siglos. La rapidez de éstos cambios hace que se puedan contemplar como manifestaciones transparentes del proceso de modernidad y sus con-secuentes pesadillas revolucionarias. Ocurre en Rusia durante esos treinta años lo que en el resto de Europa había ocurrido de modo más paulatino.

Llegados a este punto es necesario dar cuenta de la aparición de las moder-nas masonerías, considerándolas en estos apuntes desde el punto de vista de su papel en la evolución de los acontecimientos de la Era Cristiana y abste-niéndonos valoraciones sumarias en la medida de lo posible. En 1717 se constituye en Londres la Gran Logia de Inglaterra35, considerada la primera

35 René Guénon escribe en Le Théosophisme: «Christopher Wren, último Gran Maestro de la antigua masonería inglesa, murió en 1702. Los 15 años que pasaron entre esta fecha y la fundación de la nueva Gran Logia de Inglaterra (1717) fueron aprovechados por los protestantes para obrar un trabajo de deformación que crista-lizó en la redacción de las Constituciones publicadas en 1723. Los “Reverendos” Anderson y Desaguliers, autores de dichas Constituciones hicieron desaparecer

113

de las modernas sociedades masónicas. En sólo diez años se difunden por Europa y las colonias americanas. Su predicamento de carácter humanista –fraternidad, tolerancia, caridad y libre desarrollo de personalidad huma-na– quedará sintetizado en el famoso lema revolucionario «igualdad, liber-tad, fraternidad». Bajo su secretismo, algunos individuos y grupos fraguan los cambios fundamentales que conducirán a la edad final de la Era. La masonería moderna tiene un origen burgués, como su nombre gremial indica, pero su carácter alquímicamente disolvente y coagulante –solve et coagula– es en cierto modo contrario a los principios naturales de la casta burgo-medieval. Estas sociedades son motores de la Ilustración, del cicló-peo Enciclopedismo, del suicidio burgués revolucionario y de la implanta-ción de la oscura edad industrial. Todo lo cual no quita para que dentro de esas sociedades hubieran hombres y grupos de buena voluntad y gran categoría –pensemos por ejemplo en Joseph de Maistre– que incluso sufrie-ron las consecuencias de la revolución; ya hemos mencionado el resultante suicidio de la casta. Es algo comparable a la disolución final de la Edad Media, resultante de la decadencia de su propia casta dominante.

El crack de 1720, la burbuja de los mares del sur, produce una crisis finan-ciera en Gran Bretaña a causa de una burbuja especulativa iniciada en 1711. Fue de los primeros cracks económicos de la Historia. El propio Isaac Newton perdió gran parte de su fortuna en ella al final de su vida.

todos los viejos documentos (Old Charges) sobre los que pudieron manipular, con el fin de que no se pudieran percibir las innovaciones que introdujeron y, también, porque esos documentos contenían fórmulas que estos “reverendos” estimaban comprometedoras, como la obligación de fidelidad “a Dios, a la Santa Iglesia y al Rey”, marca incontestable del origen católico de la Masonería».

Hay quienes discuten si la masonería francesa y la escocesa eran anteriores, pero todas las masonerías existían antes de esa fecha. Aquí estamos reseñando la muta-ción que dio inicio a la masonería moderna.

114

La figura de Voltaire (1694-1778) es ilustrativa de su época. Este personaje encarna de modo particular la tendencia disolvente de su siglo. Resulta sig-nificativa y sorprendente la capacidad de seducción, adulación y destruc-ción espiritual de este hijo de notario que, gracias a la penetración social que le brinda la masonería, llega a hacerse con la confianza de la alta socie-dad y de los gobernantes de Francia, Inglaterra y Prusia. Es uno de los primeros artífices de la difusión del criticismo moderno, del ateísmo y de las ideas revolucionarias, utilizando para ello la plataforma del Despotismo Ilustrado y del Enciclopedismo. Sus escritos impulsaron un odio irracional que perdura hoy en día contra los valores tradicionales que representaba España, inoculándolo en los descendientes de españoles en América, Fili-pinas e incluso dentro de la propia España, provocando las independencias de todos los territorios de ultramar. La Iglesia condenó sus obras en 1753.

Otra figura de esta disolución alumbrada desde Francia es Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). La aparente bonhomía de este «padre de la pedago-gía moderna» queda desenmascarada al haberse deshecho de sus cinco hijos, entregándolos a la inclusa por egoísmo propio. Tras las aparentes buenas in-tenciones de este otro «hijo de la viuda», sus ataques a la religión y a los fun-damentos sociales resultan más sutiles y taimados que los de Voltaire.

En 1776 el profesor de derecho Adam Weishaupt funda en Baviera la sociedad Illuminati –nótese la relación del nombre con Ilustración tambien llamada a veces Iluminismo, como vamos a ver–. Una sociedad secreta en-marcada en la masonería que establecía un programa político con el pro-pósito principal de abolir todos los sistemas gubernamentales monárquicos y de todas las religiones teístas.

«La sociedad Illuminati y su extensión, la Asociación de los Hombres Honestos –que, según el autor de esta cita, cambió su nombre después por el de Asociación de los Comunistas y en base a instrucciones recibidas de dicha asociación Carlos Marx y Federico Engels escribieron el Manifiesto

115

Comunista–, eran dos más de otras organizaciones similares que se estable-cieron en Europa en el siglo XVIII. La característica común de todas ellas, en paralelo con la filosofía del Iluminismo dominante en esa época, era su vigorosa oposición a las religiones monoteístas. Puesto que la filosofía iluminista impuso la idea de que la única guía de los seres humanos era su propio razonamiento, proclamando que no se necesitaba para nada la guía divina.» 36

Federico II el Grande, tercer rey de Prusia (1740-1786) es uno de los máxi-mos representantes del Despotismo ilustrado. Es conocido por los apodos de el rey filósofo, el rey músico y el rey masón. Tras acceder al trono prusiano ataca Austria y anexa Silesia. Al final de su reinado logra interconectar físicamente la totalidad de su reino, que anteriormente se halla dividido. Como exponente del despotismo ilustrado, se le conoce por modernizar la burocracia y el servicio civil prusiano, y por llevar a cabo diversas políticas de carácter religioso, que abarcan desde la tolerancia hasta la opresión, en función de las circunstancias. Reforma el sistema judicial y hace posible que los hombres de origen no aristócrata puedan llegar a la judicatura o a los principales puestos burocráticos. Apoya las artes y la filosofía, aunque al mismo tiempo emite diversas leyes de censura a la prensa.

En 1787 se publica la «Crítica de la razón pura» de Kant (1724-1804). La repercusión de este discutible filósofo es una clave más para posteriores de-rivas del pensamiento, como el progresismo evolucionista y el relativismo. Frithjof Schuon comentó sobre él:

«Kant, para desacreditar la fe y para seducir a los creyentes, no vacila en apelar al orgullo o a la vanidad: el que no se fía únicamente de la razón es un «menor» que se niega a hacerse «mayor»; si hay hombres que se dejan conducir por unas autoridades en vez de «pensar por sí mismos», es

36 «El Engaño Del Evolucionismo». Harun Yahya. Al-Attique. Canada, 2001.

116

únicamente por pereza y por cobardía, ni más ni menos. Un pensador que tiene necesidad de semejantes medios —en resumidas cuentas «demagó-gicos»— debe de andar muy escaso de argumentos serios.»

Los frágiles fundamentos religiosos y aristocráticos que quedaban en el siste-ma social de la burguesía moderna están minados. El humanismo racional y materialista ha provocado un torbellino disolvente del orden establecido. Hasta los propios fundamentos de la burguesía quedan afectados, desmo-ralizando y desorientando hasta a los mejor intencionados. Se evidencian los abusivos desequilibrios sociales, la escandalosa y cínica explotación del hombre por el hombre, el orgullo taimado y despótico de los libre-pensado-res, las especulaciones masónicas… Podría decirse que si al inicio de la edad humanista se acabó con la masonería operativa tradicional, la moderna masonería especulativa puso fin a la edad humanista.

Al tiempo que se pregona la victoria absoluta de los criterios burgueses se fragua la Revolución francesa (1789-96), con la que la propia burguesía pone fin a la edad en que han imperado sus principios de casta. Tal como suele ocurrir en el trágico final de un déspota, la decadencia y la autoani-quilación de la burguesía arrastran consigo gran parte de los residuos que coexistían de la antigua nobleza y de la sabiduría tradicional.

En línea simultanea con las ideas de la Revolución francesa, se produce un fuerte movimiento reformista en el Judaísmo. El Sionismo nace en territorios alemanes y se extiende después por todo el mundo. Sin embargo, el auténti-co Judaísmo tradicional se opone desde el principio y seguirá denunciando a las diversas ramas sionistas como nuevas desviaciones idólatras de Baal; pero desgraciadamente, esta oposición tradicionalista es muy amordazada y aca-llada por el radicalismo fariseo y la modernidad saducea de los sionistas.

La rápida y estruendosa caída de aquel despotismo ilustrado, absolutista y aburguesado, con sus caricaturescos luises vestidos a la más ridícula moda que pueda imaginarse, demuestra una vez más aquello de «dime de qué

117

presumes y te diré de qué careces». ¡Qué caricaturesco resulta denominar a aquellos cien años Siglo de las Luces!

No obstante, perduran hasta el final ciertos valores del antiguo régimen, con destellos excepcionales en personalidades que se mantienen por encima de su tiempo y siguen esgrimiendo los principios de las castas superiores incluso entre la clase humilde. Aunque sólo son como residuos testimo-niales, cuya influencia y alcance cualitativo quedan ya muy limitados y constreñidos por las corrientes dominantes, dictadas por las mentalidades materialistas de las dos castas inferiores –burgo y vulgo.

Al final todo queda decapitado para dar a las más bajas mentalidades el li-derazgo hacia una edad de progresismo materialista y de revolución genera-lizada contra la Tradición.

+ +

118

EDAD INDUSTRIAL

LA NOCHE

Trabajo, revolución y consumo

Democracia y Dictadura

Tierra – Vapor – Electricidad

El reino del relativismo cuantitativo

ierros sobre yerros. Una edad férrea por antonomasia toma el rele-vo en una civilización que ya sólo guarda elementos mínimos para

seguir llamándose cristiana. Las castas superiores se hallan corrompidas o exhaustas y la mentalidad de la última de las castas se va a hacer con el peso decisivo del poder.

El hombre prototípico de esta edad tiene una mentalidad simplista. Co-rresponde a la masa no cualificada, sólo parece moverse por el más básico materialismo y sucumbe ante voces que le hablen de nuevas utopías mate-rialistas o ante algún tipo de mano férrea.

El orden social sigue invirtiéndose. Su centro de gravedad e irradiación desciende más aún que en la edad anterior. Se producen por ello interfe-rencias extremamente complejas e inestables entre los distintos grupos so-ciales. En poco tiempo ocurren muchas cosas y de muy distinto cariz. To-do cambia y se desplaza fuera de lugar con una aceleración que ocasiona la poca duración de la edad; haciéndose patente cierta proporción inversa en-tre la duración de las edades y su complejidad.

H

119

Las castas parecen reducirse a una sola y la estructura social es sustituida por clases arbitrarias, cuyo casi único factor diferencial es el económico. El cam-bio social conlleva una progresiva complejidad de aspectos, pues los papeles de las castas naturales pasan a ser desempeñados de forma confusa y desor-denada. Esa complejidad requeriría dedicar a esta edad mayor extensión en estos apuntes que a las demás para bosquejar el entramado de tendencias manifiestas en estos dos siglos, pero resultaría excesivo en el contexto y nos limitaremos a apuntar detalles, dejando que la imaginación del lector com-plete el análisis. También dejamos al lector la consideración de aspectos compensatorios de esta edad, ya que aquí intentamos subrayar los aspectos más olvidados por el común de nuestros contemporáneos: los espirituales.

Al llegar a la última edad surge otra consideración general: La sucesión de castas y edades históricas no parecen corresponder exactamente a la sucesión de edades en la vida. Aunque desconocemos el porqué de tal diferencia, po-demos ver cómo la casta brahman y la Edad Antigua tienen cierta corres-pondencia con la ancianidad, la kshatriya y la Edad Media con la juventud, la vaisha y la Edad Humanista con la madurez, y finalmente la shudra y la Edad Industrial con la infancia. Podemos encontrar en el niño y en el shudra aspectos comunes, como la simplicidad, la necesidad natural de alguien que dirija, o lo primario de sus necesidades y reacciones, o la ingenuidad.

También sería oportuno al llegar aquí considerar la analogía de los cuatro niveles existenciales –espíritu, alma, cuerpo y materia– con las cuatro eda-des y castas. El pensamiento tradicional concibe esos cuatro niveles como partes de un todo indivisible, sólo el pensamiento actual los considera co-mo fragmentos, quizá porque él mismo sea producto de fragmentaciones. El alma une espíritu y cuerpo, el cuerpo une alma y materia. También es importante recordar que la materia en sí no es necesariamente negativa; frente al sentido algo peyorativo de la materia bruta está el sentido puro y maternal de la materia prima ya expresado en su propia etimología.

120

EN EL PLANO DEL CONOCIMIENTO Y EL SACERDOCIO

Las nuevas corrientes filosóficas y las actitudes religiosas son impregnadas por el carácter de la casta dominante.

La generalización de la mentalidad popular impone la necesidad de mayor dogmatismo y simplismo por parte de las iglesias.

Los sabios contemplativos permanecen semiocultos, ignorados y desprecia-dos. Sin embargo, algunos de ellos emiten un auténtico canto del cisne de la sabiduría tradicional universal, mostrando su gran fortaleza intelectual, es-pecialmente a lo largo del siglo XX. Si bien, se trata de un clamor en el de-sierto al que las tinieblas modernas ignoran con una conjura de silencio. Pero también ocurre al contrario, fuerzas oscuras que permanecían ocultas afloran, suplantando la sabiduría y la espiritualidad con falsedades espiritis-tas que pretenden anunciar una nueva era.

Surgen en lugares apartados religiosos y religiosas con carismas excepciona-les, creando contracorrientes regeneradoras de la vida espiritual, fundando nuevas órdenes religiosas o revitalizando algunas de las antiguas. Se produ-cen importantes apariciones de la Santa Virgen. Precisamente en torno a ella y por su gracia, surgen contrapuntos espirituales a las tendencias pesa-damente materialistas de este tiempo y a las corrientes disolventes pseudo-intelectuales y pseudo-tradicionales. Ella impulsa la manifestación de la po-sibilidad más positiva de la casta determinante de esta edad, pues ciertos hombres y mujeres de origen humilde –generalmente jóvenes– constituyen los auténticos modelos de santidad de su tiempo.

Las desamortizaciones propugnadas desde la masonería más desacralizante vacían los centros religiosos y expropian a la Iglesia de sus bienes materia-les. Se considera al religioso como parásito y como enemigo sospechoso. Se producen persecuciones más o menos encubiertas, con momentos de ex-trema crueldad que acaban produciendo «reacciones» lógicas y naturales

121

para restaurar de modo parcial y precario la vida conventual y algún poder temporal eclesiástico.

Ciertos curas se dejan llevar por la ideología materialista y compleja de la época y se convierten en propulsores de las nuevas corrientes revoluciona-rias o nacionalistas. Algunos se implican activamente en las guerras inde-pendentistas, como la de España respecto al imperio napoleónico o las de México y demás colonias respecto a la Corona Española. Otros lo harán más tarde en los independentismos irlandeses, catalanes, vascos, etc. Ello conlleva uno de los cánceres terminales más devastadores de la espirituali-dad cristiana: la usurpación y suplantación del sentimiento religioso por el sentimiento nacionalista. Muchos curas quedarán seducidos por las ten-dencias socializantes y revolucionarias más generales.

Desde el papado se intenta dar cuerpo a la «conciencia social de la Iglesia» por medios como la Acción Católica, en un intento de canalizar religiosa-mente las tendencias del tiempo, pero todo ello termina constituyendo un nuevo peligro interior, un caldo de cultivo para la desviación hacia el mate-rialismo horizontal y descendente.

Otras acciones negativas de algunos sacerdotes están en el campo de las mi-siones pues, a pesar de las buenas intenciones de sus esfuerzos, su “evange-lización” trae consigo la globalización del consumismo y de la mentalidad occidental moderna. Se considera como un triunfo el hecho de que alguien deje de ser musulmán, por ejemplo, aunque no abrace ninguna otra reli-gión. Y se pierde de vista de modo grave que es más importante la fe y la práctica religiosa que la particularidad de su forma.

Sin embargo, no dejan de existir sacerdotes ejemplares que siguen guiando excepcionalmente hacia la virtud y la piedad, incluso a pesar de las limita-das capacidades personales que les imprime un origen social frecuentemen-te humilde.

122

Se producen un cáncer que mina desde dentro las capacidades y actitudes espirituales de la Iglesia. Su efecto se hace gravemente mortal en la cuarta época, particularmente por el Concilio Vaticano II.

Surgen múltiples sectas. Algunas corresponden al carácter limitativo de la época –como Mormones o Testigos de Jehová– que concibe la vida póstuma de modo materialista y terrenal, aun admitiendo una posibilidad post mor-tem de modo secundario. No obstante, dada la persistencia centenaria y la amplia difusión de algunas de estas sectas, puede pensarse que quizá consti-tuyan in extremis un medio de salvación real para ciertos casos, a pesar de sus errores metafísicos y sus limitaciones propias de una edad tan opaca37. Pero surgen también otras sectas de carácter aún más oscuro y peligroso.

El investigador científico es considerado como nuevo prototipo de sabio, se le atribuye incluso carisma de moderno eremita. Pero el orden de princi-pios está invertido. El científico pone la ciencia al servicio sistemático y ex-clusivo de la materia y busca el conocimiento bajo su perspectiva limitada. Se convierte en servidor de la sociedad industrial y le ofrece a ella sus hipó-tesis con un servilismo más o menos inconsciente.

Por medio de la divulgación de algunas teorías científicas –como el evolu-cionismo, el relativismo o el sicologismo– el mundo industrial impone su-bliminalmente su marketing ideológico, substituyendo las concepciones tra-dicionales –arquetipos platónicos, creación, salvación, etc.– por hipótesis opacas, materialistas o pseudo-espirituales. El fin es crear un «sistema eco-nómico-político» basado en la continua e ilusoria necesidad de consumo, renovación y progreso.

37 Estas sectas tienen algunas curiosas coincidencias con el Islam –sin que ello sirva para legitimar la validez espiritual de las sectas ni deslegitimar al Islam– como la poligamia de los Mormones o la negación de la divinidad de Cristo y el rechazo al culto de imágenes de los Testigos de Jehová.

123

Fijémonos en el proceso del concepto idea a lo largo de la Era: En la anti-güedad fue considerada un valor universal e irradiante desde sus diversos grados metafísicos y físicos. En los tiempos medievales necesitó ser prote-gida por las armas de los señores y los muros de los monasterios. En los tiempos burgueses del humanismo mercantil se consideró como un medio para lograr fortuna o como valor de cambio. En la cuarta de las edades to-da idea que no sea materializable se considera como quimera, utopía o lo-cura imposible. Y en la post-era postrera –valga la significativa redundancia aparente– los saltimbanquis del tercer milenio y sus precursores la converti-rán en materia de prestidigitación digital –valga también esta otra significa-tiva redundancia.

No obstante, recordemos el misterioso significado evangélico en los en-cuentros complementarios de Jesús resucitado con María Magdalena y Santo Tomás: Entre el «no li me tangere» y el «poner los dedos en la llaga». De algún modo podría considerarse como una legitimación de diferentes perspectivas –desde la puramente espiritual hasta la materialista– siempre y cuando se sometan a la Realidad Eterna.

EN EL PLANO DE LA NOBLEZA Y EL COMBATE

La principal motivación de los conflictos bélicos de esta edad suele ser la economía de carácter más primario, generalmente enmascarada o contami-nada por orgullos nacionalistas o por modernas ideologías disolventes.

La guerra se convierte en una industria, las máquinas producen muertes en masa. Entre sus innumerables víctimas inocentes, caen los últimos auténti-cos aristócratas que quedaban en Europa, luchando quijotescamente contra máquinas en monstruosas guerras mundiales. Los ejércitos se convierten en «carne de cañón» reclutada entre el pueblo y uniformada con colores cada vez más despersonalizadores.

124

Surgen oscuros y siniestros remakes pervertidos del caballero andante, de-fensores del pueblo y quimeras de este tiempo: el bandolero, el revolucio-nario, el terrorista, la estrella del cine o del rock…

Las monarquías que logran perdurar lo hacen como monarquías democráti-cas o parlamentarias. Los reyes pierden su papel. Con frecuencia son destro-nados o sometidos a constituciones «dictadas» por los pueblos o, más bien, por ocultos guías masónicos. El origen espiritual de la autoridad monárqui-ca resulta ya inconcebible. Como si intentaran encontrar un nuevo papel o evadirse de los problemas para los que ya no tienen poder resolutorio, adop-tan formas populares «castizas», entreteniéndose con deportes y nuevos in-ventos mecánicos. El eco de esta tendencia llega tan lejos que alcanza inclu-so al penúltimo Dalai-Lama, quien transgrede la prohibición de la rueda en el Tíbet con su afición a los coches y al cine, ocasionando quizás cierto trá-gico efecto kármico en el ámbito de su responsabilidad gubernativa.

Se produce en esta edad cierto historicismo romántico y sentimental, creando ficciones tan realistas que provocan múltiples equívocos y errores históricos con peligrosas consecuencias. Se manifiesta en la Literatura, la Pintura y posteriormente en el Cine. Estas ficciones ya existían en las pin-turas de la edad anterior, pero siempre se hacía patente en ellas que se tra-taba de licencias artísticas de carácter alegórico.

El democratismo político y social impone su aplastante nivelación por lo bajo y su tendencia a la cínica exaltación de la vulgaridad.

EN EL PLANO DE LOS OFICIOS, EL COMERCIO Y LAS ARTES

El burgués, el funcionario, el agricultor terrateniente, las profesiones libera-les… las llamadas clases medias o “acomodadas” tienden a hacer también suyo el materialismo más primario del obrero.

125

La economía –ciencia rectora de la modernidad– reduce cada ser al hombre a un simple ítem o cosa, propiciando el maquinismo progresivo. Al mismo tiempo se pretende hacer creer que Occidente ha descubierto al individuo, alentando así egoísmos individualistas.

Quedan fortalecidos algunos movimientos burgueses previos como el libre-pensamiento y el liberalismo, que fueron factores disolventes de la edad bue-guesa. Pretenden liberar a la sociedad industrial y a sus individuos de toda responsabilidad espiritual, ética o social que aún era valorada por la casta burguesa en la edad anterior.

Aparece la nueva figura del empresario, el «príncipe industrial». Algunos son individuos provenientes de una casta superior que han rebajado su mentalidad o su ámbito de actuación, otros son obreros ascendidos en ran-go y poder social. Vengan de donde vengan, adoptan maneras residuales de la burguesía, por ello son llamados «burgueses» y se da lugar a cierta confu-sión de términos. Son nuevos personajes híbridos, con características de la tercera y cuarta casta, incluso a veces con ciertos rasgos aventureros y bata-lladores de la segunda casta. Dicen buscar el bienestar social, como prome-tía la ideología burguesa preindustrial, pero su búsqueda se sitúa general-mente en el materialismo simple y egoísta, debatiéndose entre el beneficio económico y la subsistencia personal.

La eclosión industrial provoca un continuo abandono de la vida rural hacia las ciudades, que comienzan a crecer de modo desmesurado y caótico. La vida colectiva e individual de esos emigrantes queda muy devaluada.

Los arquitectos proyectan viviendas seriadas, en horizontalidad igualitaria o verticalidad orgullosa. Los ingenieros desafían a la gravedad con sus hie-rros, hormigones y materiales cada vez más tamásicos o gélidos.

Los médicos tienden a mecanizarse y sistematizarse bajo criterios cada vez más economistas e igualitaristas.

126

Los funcionarios, los abogados, los ejecutivos, los técnicos de toda clase se integran en los engranajes de las nuevas máquinas estatales o multinacio-nales con su difusa moral y su justicia de papel. La burocracia pierde el ca-rácter humano que tenía aún en la edad anterior, convirtiéndose en una maquinaria ciega, creada por y para la masa.

El Arte también entra en crisis. Los artistas parecen fuera de lugar y se re-plantean todo al intuir que la mentalidad de su casta original corresponde a tiempos pasados, como la de los demás oficios tradicionales. Ante tal desorientación comienzan a bullir entre ellos las tendencias de las distintas castas: Unos retoman un papel espiritualista o pseudosacerdotal. Otros se hacen caballeros abanderados de los idealismos románticos o de las van-guardias revolucionarias, asumiendo el papel de voz libre de la conciencia o de paladines en la lucha contra lo que consideran injusto. Hay también ar-tistas que continúan sirviendo a una burguesía más o menos anacrónica. El arte y los artistas se convierten en materia de especulación. Muchos se so-meten a la servidumbre industrial para alcanzar la particular aureola de los nuevos status artísticos, adoptando con soberbia sus valores snob (sine nobi-litate), basados en el dinero, el poder y la superficialidad. Pero además des-punta ya la quinta tendencia: los postreros seres sin casta de la post-era, con su trasgresión por la trasgresión y su escándalo sistemático como claves neurálgicas de su praxis vanguardista.

EN EL PLANO DEL PUEBLO TRABAJADOR

El obrero constituye la base del industrialismo, de la producción y del consumo, es el héroe de la revolución y el mártir social.

En esta edad se alternan la DEMOCRACIA igualitaria y la DICTADURA totalita-ria. Como bien explicaba Platón, estos dos extremos se generan y motivan mutuamente tras la corrupción gradual y sucesiva de los modelos teocráti-

127

cos, aristocráticos y oligárquicos. Durante toda la edad se da también otra alternancia ideológica más o menos clara entre conservadores y progresis-tas, que se termina simplificando con los términos generales de derecha e izquierda u otros términos equivalentes según los países o los momentos. Esa dialéctica horizontal diferencia partidos y dictaduras de forma más nominal que real y es característica de los últimos tiempos y de sus anoma-lías. ¿Qué sería de un hombre cuyas extremidades izquierda y derecha se enfrentaran entre sí en vez de complementarse?

Podría decirse que el mundo es gobernado desde fábricas y empresas, en base a principios pragmáticos de carácter materialista y cuantitativo.

Se sueña con un Estado proletario, paternalista e ideal. Pero cuando se hace realidad toma forma de un totalitarismo más inhumano que los viejos ab-solutismos. Se siguen creando gobiernos burocráticos sometidos al rendi-miento económico, llevando hasta su extremo la inercia de la edad anterior con mayor carga demagógica. La propaganda política dice al proletario que vive en «el mejor de los mundos» y que él es el verdadero rey. Al mismo tiempo se promueve la soberbia nacionalista de la superioridad sobre los demás pueblos, grupos, estados o naciones, lo cual funciona como una «zanahoria utópica» para producir y consumir más y más que los otros.

El obrero que logra su sueño personal y llega a ser empresario tras arduos esfuerzos o golpes de fortuna se considera príncipe de su mundo –rey de las hamburguesas, patatas, cacahuetes…

Los servidores se sienten ahora señores insuflados de orgullo, pero en reali-dad siguen siendo carne de cañón. Ahí está su propia trampa y la causa de la fugacidad de su reinado. Al perder la humildad, la fidelidad y la sencillez –virtudes sustanciales de la naturaleza del buen servidor– quedan desnatu-ralizados y afloran en ellos toda clase de enfrentamientos individualistas. Terminan formando una masa que se mueve por los instintos más básicos

128

y es ciegamente guiada hacia la quimera y la catástrofe por líderes dictato-riales o democráticos en los que esa masa se siente personalizada por efecto de la fascinación o del sufragio universal.

Mientras el estrato servidor parece lograr su trono social, el trabajo en ca-dena y en serie le hunde y deshumaniza más y más.

Las herramientas se convierten en máquinas y comienza a producirse una nueva «especie humana» sin casta que, junto a las máquinas, se irá adue-ñando de todo. Será el final extremo de la ley sucesoria de las edades. Los inmediatos inferiores han substituido a sus superiores cada vez que los úl-timos alcanzan su decadencia. Es una especie de fatalidad kármica.

Otra característica de la edad es la sobrevaloración y el abuso de distintos modos de energía y nuevos materiales sintéticos para lograr mayor fuerza de trabajo y más sensación de confort. Ello, unido a otros usos tan aparen-temente inocuos como el «agua corriente», termina por amenazar el equili-brio ecológico de toda la Tierra. Se producen hechos tan significativos co-mo la vertiginosa extinción de especies, que alcanza en la última cincuen-tena del siglo XX unos niveles tan extremos como nadie podría imaginar fuera del contexto de una visión apocalíptica. Pero la «opinión pública» ol-vida con facilidad pasmosa las continuas constataciones de los hechos. Se aceptan como irremediables, con estupefacción extraña y escurridiza, adu-ciendo como autómatas que «nada puede hacernos perder las libertades, los derechos y los logros conquistados por la humanidad».

F. Schuon escribe: «El culto moderno al trabajo se funda, por una parte, en el hecho de que el trabajo es necesario para la mayoría de los hombres y, por otra, en la tendencia humana a hacer de una obligación inevitable una virtud. La Biblia, sin embargo, presenta el trabajo como una especie de castigo: Comerás el pan con el sudor de tu frente. La primera pareja humana ignoraba el trabajo antes del pecado original y la caída. Por todas partes y en todo tiempo ha habido santos contemplativos que, sin ser por ello

129

perezosos, no trabajaban, y todos los mundos tradicionales nos ofrecen, o nos ofrecían, el espectáculo de mendigos a quienes se les da limosna sin exigir nada de ellos, salvo tal vez unas oraciones. Ningún hindú pensaría en criticar a un Râmâkrishna o un Maharshi por el hecho de que no ejercían ningún oficio. La impiedad generalizada, la supresión de lo sagrado en la vida pública y las obligaciones del industrialismo han sido las causantes de que se haga del trabajo un “imperativo categórico” al margen del cual se cree que no hay sino pereza culpable y corrupción» (De La Transfiguración del Hombre. Ed. Olañeta. 2003. Palma ).

EL CANON SHUDRA

La globalidad de la masa social manifiesta sus tendencias y características en función de él. Su modelo existencial impregna y limita incluso la mentalidad de quienes profesan el Cristianismo en esta edad. Ejerce su influencia sobre lo poco que queda de los demás estratos sociales y sobre el enfoque de las diferentes acciones y reacciones dialécticas que se producen.

El shudra, según explica F. Schuon, corresponde a la mentalidad subjetivis-ta y pesadamente materialista del «hombre que no está calificado realmente más que para trabajos manuales más o menos cuantitativos y no para traba-jos que exigen iniciativas y aptitudes más vastas y complejas; para este tipo humano, lo “real” es lo corporal; el comer y el beber rigurosamente ha-blando proporcionan la dicha, con las concomitancias psicológicas que a ello se vinculan; en su perspectiva innata, en su “corazón”, todo cuanto es-tá fuera de las satisfacciones corporales aparece como un “lujo” y hasta una “ilusión” o en cualquier caso como algo que se sitúa “al lado” de lo que su imaginación toma por realidad: la satisfacción de las necesidades inmedia-tas … El carácter central al mismo tiempo que elemental que el goce tiene en la perspectiva innata de este tipo humano, explica el carácter fácilmente despreocupado, disipado e “instantáneo” de éste … demasiado pasivo res-

130

pecto a la materia para poder gobernarse a sí mismo, depende por consi-guiente de otra voluntad que la suya; su virtud es la fidelidad, o una especie de rectitud tosca y opaca sin duda, pero sencilla e inteligible».

1800 – 1850. GERMINACIÓN DEL INDUSTRIALISMO

Ondean mentalidades shudras. Igualitarismo por lo bajo, principio del estado nacional y reducción del valor supremo de la Libertad a una utopía materialista y terrenal. El pueblo francés se ha convertido con su revolución en el abanderado de los «nuevos regímenes» populares –Unité, indivisibilité de la République, liberté, égalité ou la mort–. Casi simul-taneamente, la creación de los Estados Unidos de América da cuerpo al nuevo prototipo de nación, en base a los principios masónicos modernos. Se les reconoce como «la primera república masónica del mundo». En su Gran Sello son grabadas dos sentencias en latín: Annuit Coeptis y Novus Ordo Seclorum junto al símbolo masónico del ojo dentro del triángulo.

Las contradicciones de los nuevos regímenes abanderados del nuevo lema de la igualdad, libertad y fraternidad quedan puestos en cuestión ante el ex-terminio sistemático y cruel de los indios de las praderas por parte del apa-rato político-militar de los EEUU. Crímenes que contravienen el más mí-nimo respeto por el honor, la verdad y la justicia. Previamente habían hecho lo mismo los revolucionarios franceses con la elite de su país. Igual-mente significativa es la cínica pervivencia de la esclavitud en EEUU, sien-do que ya había sido oficialmente abolida desde tiempo atrás en Europa y en las colonias regidas por monarcas europeos. Es necesario recordar que los mayores genocidios conocidos de norte a sur de América, así como la sistemática falta de cumplimiento de los tratados con indígenas, se produce a partir de la independencia de las distintas naciones americanas respecto de sus metrópolis europeas.

131

En la germinación de los EEUU y de la Francia postrevolucionaria ya está implícita la dialéctica complementaria y ambigua entre el liberalismo de-mocrático y el autoritarismo dictatorial que va a determinar las alternativas políticas de la edad. Ambiguos serán también los nuevos términos políticos de derecha e izquierda, exponentes del horizontalismo en los nuevos regí-menes políticos, que sustituirán a la confrontación inicial más significativa entre conservadores y liberales.

En 1801 muere corneado por un toro en Madrid el torero José Delgado Guerra (Pepe-illo). Este hecho aparentemente anecdótico constituye el mi-to germinal del toreo a pie38 y nos aporta una nota significante para el inicio de esta Edad. Los toreros encarnan de modo particular un prototipo del hombre de a pie que recoge los trastos de las anteriores castas preemi-nentes, ya agotadas o corrompidas por sus excesos. Se trata de una sor-prendente encarnación simultánea de funciones sacerdotales, formas aristo-cráticas y creatividad artística en individuos excepcionales del pueblo llano; al mismo tiempo que sacerdotes, aristócratas y artistas adoptan la llaneza popular en su actuar, en su vestir y a veces en su pensar. Tras la muerte de Pepe-illo queda su tauromaquia que fortalece el arraigo del fenómeno en el pueblo español durante toda esta Edad y sirve de fundamento inicial para su regulación ritual hasta cristalizar plenamente con Juan Montes (Paqui-ro), quien fijará su estructura y su vestimenta. Sorprende que también quede enraizada en países de Hispanoamérica, como México, Perú o Co-lombia, siendo que la cristalización del toreo a pie coincide con sus proce-sos de independencia. La casta shudra, de la que surge el toreo a pie, no tiene gran capacidad intelectual para comprender su sentido esotérico y ritual, pero sí tiene una sorprendente capacidad intuitiva para su comprensión existencial y su realización. Algunos metafísicos del siglo XX

38 El toreo a pie había comenzado a fraguarse en la segunda mitad del siglo XVIII, con figuras como Pedro Romero, Costillares y el propio Pepe-illo.

132

han avalado la pervivencia sagrada de los misterios en el rito del toreo. El toreo a caballo, queda reducido al testimonial rejoneo con una remem-branza más específica de la casta kshatriya, aunque el caballo seguirá pre-sente en la fiesta taurina, con su legítimo y noble carácter en el marco de su simbolismo operativo.

En 1804 Napoleón Bonaparte se autocorona39 como emperador con ecos de la coronación de Carlomagno –mil cuatro años atrás– aunque con signi-ficados diferentes de la del iniciador de la Edad Media. En medio del caos revolucionario francés ha aparecido en escena este pequeño y gran hombre procedente de la periferia. Sus cualidades como estratega y líder de masas personifican y prefiguran las características de los dictadores de la nueva edad. Es una figura fulgurante, significativa e impactante, pero efímera. Se le compara a Julio César o a Alejandro Magno. Neutraliza los peores efec-tos de la revolución, protege en cierta medida a la religión y recupera valo-res principiales como la autoridad y el orden. Sin embargo, el imperio na-poleónico extiende por Europa los gérmenes ideológicos revolucionarios.

1808. España parece disolverse al ser invadida por Francia. El pueblo toma conciencia de la situación y, de acuerdo con el canon del momento, surge el nacionalismo y patriotismo popular. Ante la invasión francesa de España el pueblo grita ¡independencia! y su eco llega hasta América, provocando allí un reguero de procesos nacionalistas e independentistas en muchos de los países de la Corona Española en ultramar (1809-1828).

El Romanticismo germina como contestación al aplastante materialismo emergente, debatiéndose entre la añoranza por los valores que se pierden y la rebelión activa contra hipocresías y abusos. Sin embargo, en su búsqueda de la utopía algunos románticos llegan en ocasiones a peligrosas fantasías subje-

39 Las circunstancias hacen que él mismo tome la corona mientras el Papa discute con el obispo de París por quien ha de coronarlo.

133

tivistas y engañosas; lo cual es notable en sus revisiones de la Historia, donde acuñan como realidades históricas muchas fábulas o relatos creados por sus fantasías y deseos. Todo ello propicia el auge del nuevo patriotismo naciona-lista popular, basado en sentimentalismos ambiguos, fábulas míticas –gene-ralmente fantásticas o fantaseadas– y orgullos colectivos cargados de dema-gogias populistas, amorfas y terrenales. Los artistas más significativos reflexionan poética y románticamente, convirtiéndose en abanderados de es-te refugio residual de conciencias idealistas: Schiller, Novalis, Hölderlin, Heine, Chateaubriand… Chopin, List… Millet, C. D. Friedrich, Delacroix, los Nazarenos… Destacan algunas personalidades con poderoso carácter y genialidad desbordante que son, al mismo tiempo, puentes significativos en-tre edades, como Beethoven, Goethe, Goya o Turner. Ciertos aspectos de esta corriente perdurarán durante toda la edad en las actitudes de contesta-ción a la ideología industrial y al burdo materialismo imperante.

Al inicio de siglo comienza a extenderse el uso de las vacunas, que llegarán a ser consideradas como panacea universal de las pandemias a lo largo de esta edad. Al mismo tiempo aparece el antídoto a sus contraindicaciones y una alternativa a la ideología médica industrialista. Ese antídoto es la Ho-meopatía, desarrollada por Samuel Hahnemann (1755-1843), que viene a revivificar la antigua medicina alquímica tradicional, extendiéndose lenta-mente con firmeza y eficacia a pesar de que la medicina oficial intenta proscribirla continuamente.

Siguiendo las corrientes liberales europeas se producen en España varias desamortizaciones que despojan a la Iglesia de sus bienes, produciendo un quebranto espiritual, social y cultural de alcance traumático.

Surgen contrapuntos espirituales, como el humilde, carismático y santo «cura de Ars» que alumbra a los creyentes desde aquel pueblecito francés. Otro contrapunto es la creación de nuevas congregaciones religiosas dedi-cadas a educar en los principios cristianos al pueblo más humilde, purifi-

134

cando los mejores aspectos de las corrientes del siglo. Ejemplos de ello son los Hermanos Maristas (fundados en Francia, 1817) o los Salesianos (fun-dados en Italia, 1859). Algunas órdenes religiosas anteriores siguen el ejemplo y crean sus grupos de enseñanza.40

La artesanía comienza a considerarse exponente residual de épocas pasadas. En las fábricas se explota a mujeres y niños como mano de obra barata.

1812. Se promulga la Constitución de Cádiz, que será derogada en 1814 para reimplantar el absolutismo en España.

1814. Con la Restauración de la monarquía borbónica en Francia nacen los conceptos políticos de derecha e izquierda. En su Cámara de Diputados fi-guran: A la derecha los ultra-realistas, los contra-revolucionarios y quienes apoyan la causa real. A la izquierda los liberales –herederos de la Revolución Francesa y del Imperio, defensores de las libertades individuales y del libre intercambio– y los partidarios de una Monarquía Constitucional equilibra-da. Al centro se ubicaban los constitucionalistas y los independientes.

1815. La erupción de volcán Tambora va a tener unas extensísimas conse-cuencias de cara a la transformación del mundo. Los geofísicos la conside-ran como una de las mayores erupciones volcánicas conocidas, llegando a decir que liberó una energía equivalente a 170.000 bombas de Hiroshima. Produjo tal efecto en la atmósfera que llegó a Europa, causando efectos me-teorológicos nefastos para las cosechas y la salud, provocando hambrunas y gran mortandad en seres humanos y animales, que motivaron múltiples re-vueltas sociales y reformas políticas consecuentes. La alta mortalidad causa-da en los caballos –por la falta de pastos, su sacrificio para alimentar al pue-

40 Existían otros precedentes como los Escolapios, fundados en Roma por el ara-gonés San José de Calasanz en 1597.

135

blo famélico y su uso en las guerras napoleónicas– tuvo la consecuencia cu-riosa de la extensión del uso de la bicicleta, ridiculizada hasta entonces.

1820-1823. Tiene lugar en España el Trienio Liberal. Son en realidad tres años de conflicto político y armado entre las ideologías liberales y conser-vadoras. Tras la restauración de la Constitución española de 2016 se pro-duce la «Guerra Realista» con la significativa entrada de los «Cien Mil Hi-jos de San Luis» que logran vencer a las tropas constitucionalistas. Pero el nefasto rey Fernando VII actúa con manifiestamente vileza.

1830. El ferrocarril comienza a extender sus caminos de hierro. La máqui-na de vapor se aplica también para la industria, deshumanizando aún más el trabajo industrial.

1833. Comienzan los conflictos carlistas en España tras los precedentes conflictos entre liberales y conservadores en la década anterior. Al margen de causas legalistas como la sucesión monárquica existen causas más pro-fundas. Se trata de un movimiento nacido en los sectores populares que se hacen herederos de los principios aristocráticos y tradicionales. Son mo-nárquicos que quieren derrocar al nefasto monarca Fernando VII y a su heredera por propiciar que España sea tomada por el liberalismo antitradi-cional. El carlismo político y militar, con sus eventuales ejércitos paramili-tares «requetés», va a campar cien años, con tres guerras propiamente lla-madas «carlistas» a lo largo del siglo XIX (1833-1839, 1846-1849 y 1872-1876) y su participación decisiva en la guerra civil española de 1936, don-de logran victorias que nunca habían logrado y al mismo tiempo suponen su derrota definitiva al ser disueltos con la fusión a la Falange Española en el Decreto de Unificación. De su seno van a surgir parte de los gérmenes de los nacionalismos regionales.

1837. Comienzan a ser operativos el telégrafo y la fotografía. El periodis-mo comienza a extenderse como fenómeno propio de la Edad Industrial

136

(aunque el primer periódico se date en 1702 en Inglaterra). La mecaniza-ción de las imprentas, manuales hasta entonces, propicia la mayor edición de los primeros periódicos y comienza a tomar cuerpo el poder los medios de información. Su denominación de cuarto poder encaja en nuestro es-quema, si los otros tres poderes corresponden a las tres primeras castas so-ciales, éste viene a tomar un papel coordinador y mediatizador de la cuarta casta, sistematizando la propaganda de sistemas políticos democráticos y de sistemas dictatoriales. Es un potente instrumento difusor del progresismo y demás ideologías nacientes.

1842. Auguste Comte publica su Cours de philosophie positive dando lugar a la corriente de pensamiento positivista, que se une al utilitarismo de John Stuart Mill del mismo tiempo exaltando el materialismo científico.

1848. Se producen por toda Europa revueltas de obreros que se enfrentan abiertamente a la burguesía industrial.

Entre 1845 y 1949 se produce la Gran hambruna irlandesa. la cifra esti-mada de muertes por su causa se sitúa entre 2.000.000 y 2.500.000 de víc-timas y una cantidad similar de emigrantes a otros países.

1850 – 1900. FLORACIÓN DE LA EBULLICIÓN POPULAR

El ateísmo comienza a ser alardeado públicamente en Europa por persona-lidades significativas de la época. Ello es muy significativo de una edad en la que lo inferior suplanta y niega lo superior.

En 1850 la generalización del uso de la fotografía pone en cuestión a la pintura tras su previo apogeo realista. En respuesta surgen nuevos genios del Arte que rompen barreras culturales, indagan en otros ámbitos y aportan cierta frescura e ilusión. Se produce cierta efervescencia vital res-pecto a la pesadez general de las artes en épocas recientes. Prerrafaelitas,

137

impresionistas, divisionistas, simbolistas, sintetistas, Maquia e oleo y otros movimientos artísticos plantean debates sobre lo visual –espontaneidad, análisis científico, simbolismos más o menos arcaizantes–. A pesar de ello o por ello se comienza a establecer una identificación del artista con la marginalidad y el desequilibrio, dando así demasiado peso a las anomalías vitales del artista en la consideración del valor de su obra.

En 1854 se proclama el dogma de la Inmaculada Concepción y cuatro años después la Santa Virgen lo ratifica apareciéndose en Lourdes a Ber-nadette Soubirous bajo esa advocación.

En 1859 se publica «El origen de las especies por medio de la selección na-tural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida» de Charles Darwin.

Los sentimientos nacionalistas modernos se intensifican y popularizan.

En 1841 estalla una revolución que convierte el Reino de Prusia en Impe-rio Alemán, que en 1871 se unificará como moderno estado-nación. Ya se había iniciado un proceso de unificación en 1814, cuando Francisco II, último monarca del Sacro Imperio Romano Germánico, abdicó y disolvió el imperio para que no fuera tomada su titularidad por Napoleón.

En 1861 Italia culmina su proceso de unificación a falta de Roma, que se integrará con categoría de capital del nuevo estado-nación en 1870.

Se inicia la disolución interna del Imperio Otomano con la colaboración de la masonería turca e internacional. Ello significará el cambio de la histó-rica relación dialéctica entre Oriente y Occidente –aunque el imperio turco no fuera Oriente de modo estricto lo era de modo simbólico–. Paulatina-mente se aplicará una barrera mental y física respecto a los antiguos territorios del sultanato, con un menosprecio subrayado por el nuevo término de tercer mundo. Se va a señalar sistemáticamente que son países

138

subdesarrollados cuando en realidad su decadencia está causada en gran medida por el primer mundo. Las esporádicas referencias orientalistas en la cultura occidental son de carácter superficial o marginal.

En 1867 se publica el primer libro de El Capital, de Karl Marx (1818–1883). Su contenido ideológico es un paradigma del reduccionismo mate-rialista de la edad en que se escribe.

Hacia 1875 Japón sufre una transformación traumática. Pasa de la Edad Media a la Industrial de un golpe. Se promulga una constitución de corte europeo. Se construyen líneas férreas. Se llevan a cabo profundos cambios sociales. Se quita el derecho de espada a los samuráis y se crea un ejército moderno. A partir de ese momento Japón entra en el panorama internacio-nal y participa en frecuentes y desmedidas guerras exteriores.

En 1880, clausurando la reunión de Bruselas del Congreso de Pensadores Libres, Annie Besant dice: «Por encima de todo (debemos) combatir a Roma y a sus sacerdotes, luchar en todas partes contra el Cristianismo y expulsar a Dios del Cielo». Por el mismo tiempo, H. P. Blavatsky, otra líder del teosofismo41, escribe a Alfred Alexander: «Nuestro objetivo no es restaurar el hinduismo sino barrer al Cristianismo de la faz de la Tierra». En el Bulletin del Gran Oriente de 1885 se escribe: «Nosotros los franc-masones, debemos perseguir la demolición definitiva del Catolicismo»42. No obstante, hemos de considerar que dentro de la Masonería existen diversas tendencias, con movimientos degenerativos y regenerativos, pero lo cierto es que su ocultismo dificulta un conocimiento suficiente para formar un juicio general más allá de las apariencias.

41 El teosofismo tiene su continuación en la New Age, que divulga el Yoga, el Zen y otras ciencias orientales desvirtuadas sistemática, consciente y premeditadamente. 42 TESORO DE SABIDURÍA TRADICIONAL. W. N. Perry. Ed. Olañeta. Palma, 2000.

139

Comienzan las primeras demostraciones públicas de luz eléctrica y telefonía.

1883. Se construye en los EEUU el primer rascacielos.

En la Conferencia de Berlín de 1884-1885 los países europeos se reparten África y comienza una carrera por dominar ese continente y el mundo. Se trata de un crudo colonialismo esclavista que evidencia lo hueco de los nuevos principios europeos de libertad, igualdad y fraternidad.43

1886. Muere Sri Ramakrishna, el primer gran avatara de la unidad tras-cendente de las religiones en los último siglos44.

Se fabrican los primeros automóviles.

1890. Se ejecuta en Wounded Knee la trágica y famosa matanza de niños, mujeres y ancianos indios indefensos por parte del ejército americano.

1895. Muere Santa Teresita del Niño Jesús. El significado de su vida es conocido póstumamente por sus escritos y se convierte en un ejemplo de gran trascendencia para muchos creyentes. Abre una vía espiritual espe-cialmente adecuada a los últimos tiempos.

1897. Se celebra en Basilea el primer congreso mundial del Sionismo. Su organizador, T. Herzl, propone en su libro El Estado Judío crear un estado constituido por individuos de raza judía pura, «libres de cualquier mancha de mestizaje» y sin tener en cuenta la religión.

1898. Se termina la Torre Eiffel en París, paradigma orgulloso y colofón «estético» de las construcciones férreas levantadas de este medio siglo. Es el

43 Los libros de memorias de Amadou Hampaté Bâ publicados en la segunda mi-tad del siglo XX dan testimonio profundo de todo ello. 44 Existen notables precedentes históricos en Ibn al-Arabî (Al-Andalus siglo XIII) y Kabir (India siglo XV).

140

edificio más alto del mundo (324 m) hasta 1930-31 en que se concluyen los rascacielos Chrysler y Empire State en Nueva York. La construcción predecesora más alta había sido el obelisco monumento a Washington de la capital de EUA acabado en 1888 (170 m). Significativamente, los ante-riores edificios más altos hasta ese momento habían sido religiosos.

1898. Tras las guerras de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, España pierde los últimos vestigios de ultramar.

Una parte de la intelectualidad española del momento, autodenominada como generación del 98, se deja llevar por su propio pesimismo y se cues-tiona la naturaleza de lo español sin brillantes conclusiones.

La leyenda negra antiespañola –difundida durante siglos por Inglaterra y Francia– es ahora propagada por los Estados Unidos en todo el ámbito del mundo hispano, consiguiendo que quede poco rastro del cariño hacia Es-paña y del respeto por sus antiguas glorias.

La Música y la Literatura tienden a ser marcadamente subjetivistas y con un alto ingrediente de carácter nacionalista, épico y popular del que es un claro exponente Giuseppe Verdi, quien muere en 1901.

1900 – 1950. SOLIDIFICACIÓN DE LAS MASAS

Comienza «el siglo americano», como algunos lo llaman. Los EEUU van a constituirse en la gran potencia imperial del siglo XX. De antemano y en justicia, se ha de apuntar que el pueblo americano mantiene durante este siglo una religiosidad explícita y adherida tenazmente a una fe de ecos bí-blicos literales. Si bien, lo hace dentro de unos límites sentimentalistas, ma-terialistas, simplistas y superficiales, claramente correspondientes a las ten-dencias sudras de la edad y manipulados interesadamente por las modernas entidades masónicas entroncadas en las entrañas del poder.

141

Se va a generalizar el hormigón armado y el uso de los combustibles deri-vados del petróleo como energía motriz.

1900. Se fabrica la primera Coca-Cola y nace el Cine, el gran proyector de los sueños y mitos del siglo. Se convertirá en el arte más popular y produci-rá obras maestras significativas; pero también será el gran propagandista ideológico y manipulador social, con un efecto mayoritariamente descen-dente en el plano moral e intelectual.

1901. Se inaugura en Detroit la primera cadena de montaje de Oldsmobile Curved Dash, primer automóvil de gasolina producido en serie, logrando así mayor asequibilidad y extensión de su uso.

1902. El término «marketing» alcanza rango académico en los EUA.

Con el inicio del siglo se generaliza el tendido eléctrico y comienzan a esta-blecerse las redes telefónicas.

Comienzan a surcar el aire los primeros aeroplanos.

Los medios de comunicación –prensa, radio, propaganda, publicidad– al-canzan su plena envergadura como cuarto poder.

La filosofía nihilista va calando en la literatura y el pensamiento, solidifi-cando el concepto de la nada. Los relativismos derivados de Einstein y la caja de Pandora de los sicologismos freudianos se van situando como dog-mas absolutos en el terreno físico y filosófico. Todo va asentando los pilares de barro de la modernidad última pregonada por sus flautistas de Hamelín.

El espiritismo antiespiritual, los teósofos, antropósofos y otros grupos afi-nes continúan desviando los intelectos con el cebo de lo fenoménico a mu-chas de las almas que buscan salir de la sordidez materialista. Algunos artis-tas como Kandinski, Piet Mondrian o Malevich participan de esas corrien-tes pseudoespirituales y planifican la transformación de la faz del mundo a

142

su capricho. Schöemberg, Alban Berg y otros músicos planifican algo similar en la música. Se cuenta que los artistas judíos del gueto de Viena pactan destruir la sociedad a través de un arte manipulado para ello: una música que produzca vibraciones destructivas de las vísceras y la psique, imágenes que perviertan sentimientos, deseos e ideas... como venganza por las humillaciones y crímenes que, según ellos, se les infligía. La perversión de la intención no evita que los resultados puedan tener cierto interés. Por ejemplo, la aplicación de composiciones schoembergianas para subrayar el terror o los desequilibrios psíquicos en el cine corrobora la “maestría” destructora aplicada por el pacto de Viena.

Los errores antroposóficos o el propio subrealismo provocan una reacción y dan lugar a una revisión y revitalización intelectual iniciada por René Guénon. El demonio termina siempre sirviendo a Dios. Florece –como reac-ción y contestación intelectual al Reino de la Cantidad, y al espiritismo– una gran manifestación epigonal de la Sophia Perennis o Religio Perennis, mencio-nada al inicio del capítulo. Viene a clarificar las enseñanzas esenciales de las distintas religiones y tradiciones sapienciales por parte de algunos de sus re-presentantes. Pero sus voces claman en un desierto que no quiere oír ni saber. Su perspectiva común es la unidad trascendente de las tradiciones, que tuvo en Ramakrishna un gran precursor, como ya mencionamos. Entre sus princi-pales representantes destacamos a Ramana Maharshi, Shaykh Ahmad Al-Alawî, René Guénon, Frithjof Schuon, Ananda Coomaraswamy, Hari Prasad Shastri, Marco Pallis, Titus Burckhardt, Amadou Hampaté Bâ, Thomas Ye-llowtail, Leo Schaya, Thomas Merton, Martin Lings, Seyyed Hossein Nasr, Jean-Louis Michon, Jean Hani, Lanza del Basto, Joan Mascaró Fornés, etc.

Esa floración intelectual positiva se complementa con grandes manifesta-ciones de alcance popular y universal en el plano aparentemente restringi-do de la confesión católica: las apariciones de Fátima y Garabandal, las postreras personificaciones de santidad cristiana en el padre Pío de Pietrel-

143

cina, S. S. Pío XII o la pléyade de santos y santas como la Madre Maravi-llas, Sor Ángela de la Cruz, etc. Y podríamos añadir otras figuras modélicas surgidas en este siglo que aúnan admirablemente la espiritualidad y el de-ber de estado, como Gandhi o Nelson Mandela. Líderes como ellos vienen a demostrar una vez más que las rebeliones o las revoluciones sólo son legí-timas y positivas si buscan restaurar valores eternos y si de algún modo es-tán conectadas con los arquetipos superiores –pas de revolution sans Reve-lation– fundamentalmente por medio de la oración.

Pero la masa mayoritaria del mundo es arrastrada por encendidos genios individualistas que, directa o indirectamente, la lideran hacia derroteros muy distintos en la política, la ciencia, el pensamiento o el arte: Hitler, Stalin, Einstein, Freud, Picasso…

La artes plásticas marchan acordes con las ideologías de la época, consu-man sus últimas posibilidades extremas, perdiendo el frescor efervescente del siglo anterior. Las llamadas vanguardias diseccionan el arte, vendiendo las diversas partes de la obra artística como elementos estancos e indepen-dientes. Se suceden en forma de reacción a lo anterior un movimiento tras otro. Existe en ello una particular dialéctica autista y una pauta similar a la de las modas del vestir, pendulando sucesivamente entre postulados opues-tos: A las pesadillas y angustias elevadas a la categoría de arte por los su-brealismos45 y expresionismos les suceden y contestan las formas y colores efervescentes de los fauvismos y la eliminación de significados por parte de las abstracciones informalistas; a éstos les contestan los cubismos y estruc-turalismos con sus esqueletos estructurales como exponente formal… y así aparecen sucesivos movimientos que sobreacentúan o excluyen –según el

45 Preferimos utilizar esta denominación de uso frecuente en castellano para la co-rriente artística fundada por André Breton y sus secuelas. A nuestro entender acierta en su significado aunque sea una traducción errónea de surrealisme.

144

momento previo al que contradicen– el concepto, la materia, la textura, el gesto o cualquier otro elemento constitutivo de las artes plásticas tradicio-nales. Se llega a cultivar la fealdad por sí misma, desvinculada de su única posibilidad legítima que es la catarsis. Sin embargo, en medio de ese mare magnum y a pesar de sus efectos nocivos, se dan también algunos artistas que conservan valores cualitativos; aunque son tan poco tenidos en cuenta que resulta difícil reseñar ejemplos conocidos.

La ideología americanizante también contamina el mundo en el ámbito artístico. Algunas de sus ideas son de carácter tan cretinas como las del ex-presionista abstracto americano que llega a proclamar «Nos han liberado de las barreras, de la memoria, del mito y de todo lo que han sido las premisas de las diferentes culturas y del arte occidental en particular», a lo cual uno contestaría que lo conseguido con dicha «liberación» ha sido aglutinarnos en una vasta masa de hamburguesa.

La tesis evolucionista viene apuntalando la utopía industrial progresista. Ese dogma de fe en la evolución progresiva, continua y sin fin, como causa de todo, comienza a convertirse en uno de los axiomas fundamentales de la ideología materialista de la época. Aunque nunca se haya demostrado cien-tíficamente de modo definitivo y sólo pueda considerarse realmente la evo-lución como un efecto, nunca como causa primera. 46

Volviendo a la cronología, nos encontramos con las huelgas y las revueltas obreras que proliferan al inicio del siglo. Ejemplo de ello es la Semana Trá-gica de Barcelona, 1909.

En torno a 1911 los países europeos se siguen repartiendo los territorios africanos e islámicos bajo la denominación eufemística de «protectorados».

46 En el planteamiento inicial y en el propio desarrollo cíclico aquí expuesto ya de-jamos clara nuestra postura al respecto.

145

Se continuará creando así una profunda herida en el orgullo de esos pue-blos, que terminará produciendo sus efectos de un modo u otro.

El 15 de abril de 1912 se hunde en el mar el buque Titanic durante su via-je inaugural, arrastrando al fondo del mar a más de 1.500 personas. El le-ma de su publicidad era «Ni Dios puede hundirlo».

1912. Se inicia la Guerra de los Balcanes. Las sucesivas luchas en la zona son un detonante para la Primera Gran Guerra Mundial de 1914, cuyo ca-rácter será monstruosamente masivo por el uso de modernos ingenios: ca-rros blindados de combate, aviones, torpedos, horribles gases letales…

1917. Estados Unidos entra en la Gran Guerra. Ese mismo año la Virgen se aparece en Fátima llamando a la oración y anunciando tragedias y espe-ranzas, como el proceso ruso a lo largo del siglo. Tres meses más tarde los bolcheviques toman el poder en Rusia y darán nacimiento a la Unión So-viética, que auspiciará revoluciones y movimientos comunistas en todo el mundo y logrará gran peso como potencia internacional y como losa aplas-tante de la espiritualidad. Los comunismos, como los fascismos posteriores, dan lugar a modernos estados totalitarios y nacionalistas de carácter expan-sionista. Se calcula que a lo largo del siglo las ideas de Marx han causado la muerte de más de 150 millones de víctimas en todo el mundo.

1920. Se pone punto final a la Primera Guerra Mundial. Pero la situación resultante es tan precaria que constituye en sí misma una bomba de reloje-ría con múltiples focos y efectos: Por un lado, la humillación de Alemania provocará el inicio de la Segunda Gran Guerra. Por otro lado, el complejo desmembramiento final del antiguo Imperio Otomano dará lugar a la si-niestra y sórdida Turquía moderna de Kemal Ataturk en 1923. Aprove-chando el caos resultante en los territorios que pertenecían al imperio tur-co, Inglaterra y Francia ampliarán sus aplastantes y corrosivos «protectora-dos» en el mundo islámico. Oriente Próximo queda totalmente desequili-

146

brado, dando pie a la implantación en Palestina del Estado sionista de Is-rael (establecido en 1921 y oficializado en 1948) y a la usurpación del po-der en Arabia por parte de la tribu Saudí con la ayuda del Reino Unido –esa tribu se aliará con los reformistas wahabíes dando origen a la desviación radical islamista moderna contraria al Islam tradicional.

Gran Bretaña reorganiza su imperio a través de la fórmula de la Common-wealth, ya creada en el siglo XVII. Irlanda del Sur, Canadá y Australia ad-quieren estatus de estados independientes.

1922. Toma el poder italiano el movimiento fascista liderado por Mussoli-ni, quien hasta entonces era el número tres del Partido Socialista Italiano. Al mismo tiempo se gesta en Alemania el nazismo –contracción de Nationalsozialismus, nacional-socialismo–. Los modernos nacionalismos afloran sus aspectos más totalitarios.

1923. Comienza en España la dictadura del general Primo de Rivera con la aprobación de Alfonso XIII. Dura hasta 1931. España se ha enriquecido mate-rialmente durante la 1ª Guerra Mundial por su neutralidad, el Banco de Es-paña se ha llenado de oro –que se irá a Rusia durante la Guerra Civil de 1936 como pago del armamento del ejército republicano–; pero la efervescencia de dinero fácil y de ideologías dispares, traídas por quienes buscaban protección en su neutralidad, producen una corrupción sistemática y un caos ideológico.

1929. Se produce el «Crack del 29», la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa en Estados Unidos. Desde el enfoque de estos apuntes podríamos reflexionar en que su efecto fue debido al he-cho de que la Bolsa se masificara, participando en ella hasta los limpiabo-tas. Es un claro ejemplo de los efectos de la usurpación en el ejercicio de una casta –el comercio es el ámbito de los vaishas– por parte de otra que no está cualificada para ello –shudras y descastados.

147

1931. El general Primo de Rivera dimite en medio de una compleja situa-ción internacional. Se proclama la II República en España. Su inicial acep-tación popular evoluciona rápidamente hacia un caos semi-revolucionario que termina desencadenando la guerra civil. Ese mismo año se inaugura el rascacielos Empire State Building, símbolo soberbio del creciente imperia-lismo americano, como su nombre indica –será el más alto hasta finalizar la construcción del World Trade Center en 1972.

1933. Hitler toma el poder en Alemania al ser elegido democráticamente. La iconografía y acciones desarrolladas por su movimiento ya en el poder se convierten en paradigmas de los más significativos y siniestros aspectos férricos del siglo XX. Ese mismo año José Antonio Primo de Rivera funda en España la Falange Española.

1936. Se inicia la Guerra Civil en España. Tanto en el marco de la II Repú-blica como en la contienda resulta patente la confrontación postrera entre los shudras y la alianza de kshatriyas y vaishas. Resulta interesante la conjun-ción decisiva del brazo católico con el islámico dentro de las vanguardias y tropas de choque del bando sublevado: los católicos tradicionalistas «Reque-tés» y los musulmanes «Regulares». Significativamente, ambos tienen en el General Varela una figura común que les lidera en cierta medida y ambos aportan un número de combatientes muy similar. Respecto al papel del Is-lam, tras siglos de ausencia en la península, quizás no se haya prestado sufi-ciente atención a sus datos y significados47. Respecto a los «Requetés» ya hemos comentado, al hablar de las guerras carlistas del siglo XIX, que lo-

47 Eran musulmanes, incluso sufíes, la mayoría de los combatientes que tomaron Sevilla –primera y fundamental victoria del «Alzamiento»–, los primeros enclaves del Sur y la mayor parte de las plazas decisivas de la península. Léase el sorpren-dente libro de José Mª Pemán sobre el General Varela. Y para mayor precisión do-cumental: «Las tropas marroquíes en la guerra civil española 1936-1939». Musta-pha El Merroun. Almena Ed. Madrid 2003.

148

gran en esta guerra victorias que nunca habían logrado, pero en contrapar-tida sufren su derrota definitiva al ser disueltos con la fusión a la Falange Española en el Decreto de Unificación. Ante tal decepción van a surgir de su seno nuevas desviaciones usurpadoras respecto a sus ideales fundacionales hacia el nacionalismo vasco y del catalán.

1939. El mismo año en que finaliza la Guerra Civil Española estalla la Se-gunda Guerra Mundial, que resulta más masiva y genocida que la Primera Gran Guerra, de la que es secuela; muestra de ello son los bombardeos ma-sivos, los campos de exterminio y el terrible final en 1945: la destrucción sistemática de las ciudades alemanas por parte de los bombarderos aliados y las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, cuando el armisticio es-taba prácticamente firmado. Existe una diferencia significativa con la Pri-mera Guerra Mundial: en la segunda la masa mayor de muertos son pobla-ción civil mientras en la primera habían sido fundamentalmente militares, lo cual pone en escena el uso de la población civil como argumento y chan-taje para tomar decisiones «democráticas», que se impondrá en delante de modo general. Significa también un finiquito de las virtudes kshatriyas que permanecían en los militares, quienes hasta entonces consideraban la pro-tección de los civiles como uno de sus fines y no al contrario.

Tras la Segunda Gran Guerra se establece la dialéctica internacional entre los bloques materialistas del siglo, el capitalismo y el marxismo, encabeza-dos por los EEUU y la URSS.

1947. La India se independiza después de 347 años de dominio británico. A pesar de los esfuerzos de Gandhi, quedará dividida y convertida en un peligroso y sangriento polvorín por una moderna identificación entre reli-gión y Estado, dando lugar a Pakistán, Bangladesh y la India moderna.

Cabe señalar un acto importante de Gandhi relacionado con los funda-mentos de estos apuntes. Se trata de su prohibición de los abusos discri-

149

minatorios hacia los intocables en la Constitución de la nueva India. A nuestro entender, ello no desacredita el tradicional sistema de castas, sólo señala una decadencia y un abuso consecuente por la pérdida de sus valores tras miles de años de eficacia colectiva y espiritual. De hecho, se habían dado movimientos regeneradores del sistema en tiempos anteriores –pensemos en las enseñanzas del santo brahmán Adi Shankara en el siglo VIII y XIX, en un Ramakrishna del siglo XIX o las santas de nuestro tiempo Ma Anandamayí y Mata Amrita, quienes también actuaron contra la apli-cación abusiva del sistema–. Se puede ver un paralelo con las decadencias y disoluciones finales de las castas en Europa determinantes en los cambios de las edades en nuestra Era. No obstante, la India dio un gran ejemplo de sabiduría, altura moral y capacidad de regeneración a pesar de sus milenios de existencia. Algo que, como comenta Martin Luther King en sus memo-rias, no habían logrado por esas fechas los EEUU respecto a sus intocables de color, a pesar de su relativa juventud como nación y sus alardes de liber-tad, igualdad y fraternidad.

1949. La primera cincuentena del siglo XX se despide con la proclamación de la República Popular China.

Se da una curiosa paradoja en la relación entre maoísmo y cristianismo: Aquel régimen antirreligioso y cruel sirvió de salvaguarda en China frente al futuro desastre del Concilio Vaticano II, pues el régimen maoísta obligó a la jerarquía eclesiástica china a independizarse de Roma, bajo amenaza de ser perseguidos como representantes de un estado extranjero hostil. De ese mo-do continuaron con los ritos y criterios del catolicismo tradicional. Fue algo similar a lo ocurrido en la Rusa Soviética con la Iglesia Ortodoxa tras los años de la persecución estalinista: Se le permitió existir con restricciones como la prohibición de modernizarse y la obligación de números clausus en los conventos. Los soviets pensaban que así acabaría extinguiéndose la reli-

150

gión por sí misma, pero ello tuvo un efecto paradójicamente contrario, co-mo queda reflejado en los libros de Tatiana Goricheva. Dios es más sabio.

1950 – 2000. DISOLUCIÓN DE LOS SISTEMAS Y DE LA ERA

Como venimos indicando en las demás edades, la cuarta edad y su cuarta época tienen una correspondencia especialmente marcada por su número ordinal. Ésta es la época en que se manifiesta de modo pleno la disolución en el propio proceso disolutivo final de la Era Cristiana, precipitandose en una compleja progresión.

1950. La Santa Sede aprueba la organización religiosa de sacerdotes y laicos del Opus Dei, tras un proceso de formación iniciado en 1933. Siguiendo la guía central de estas páginas –la evolución del cristianismo– este hecho apa-rentemente menor marca un contrapunto a la época y a la vez es un signo de ella misma. Esta organización es criticada y comparada a la masonería por su semi-ocultación y su tráfico de influencias, pero se le han de recono-cer valores espirituales y morales, máxime teniendo en cuenta la carencia de tales en las ideologías modernas de los tiempos en que le ha tocado operar. Sus valores –por más que sean limitados y relativos– son positivos y difieren de los planteamientos disolventes de las masonerías más modernistas. Per-mítasenos decir que el Opus Dei aparece en el momento más significativo de la edad de los operarios, tomando el relevo de la Compañía de Jesús, que tu-vo su hegemonía en la edad de las compañías comerciales.

También en 1950 se postula el carácter interdisciplinar del marketing, con la publicación de «Theory in Marketing», de Alderson y Cox. La Publici-dad y la Propaganda –términos casi idénticos pero con ligeras diferencias según su cariz sea más económico o ideológico– se van a convertir en gran-des mecenas culturales, financiando y coaccionando a los medios de co-

151

municación y las artes, de modo directo o indirecto pero siempre en busca de los intereses de sus clientes.

En 1953 Elvis Presley logra su primer éxito discográfico. Se considera el hito que marca el nacimiento del Rock&Roll. Esta nueva corriente musi-cal, bajo eventuales máscaras edulcoradas o a cara descubierta, va a resultar un potente agente para apartar a las nuevas generaciones de los principios tradicionales, difundiendo consignas disolventes y exaltando las pasiones más bajas: soberbia, rebeldía sin causa, egoísmo… y la revolución sexual que surge en respuesta a cierto estado de coagulación e hipocresía social que han propiciado una moralidad sexual estrecha y obsesiva de unas nor-mas apropiadas para elites espirituales pero excesivas para la masa generali-zada. Como en la mayoría de las revoluciones, se da pie a unos excesos peores que los que las motivan.

América seduce al devastado mundo de la postguerra con su pretendida alegría de vivir, su Coca-Cola, su Rock&Roll y sus inventos. Pero detrás subyace la guerra fría y las continuas guerras calientes alentadas o provoca-das por la CIA en países de todo el mundo.

Los inventos de la era industrial se globalizan haciéndose asequibles para el común de los habitantes del mundo desarrollado. La electricidad y el agua corriente se consideran ya indispensables. El coche, los servicios públicos de transporte –incluso el avión– comienzan a ser de uso común. El cine, la fotografía, el teléfono, la radio, la prensa diaria… son los medios para una red mundial de comunicación y propaganda ideológica. La televisión co-mienza a imponerse como el gran medio manipulador de masas del final de la Era, convirtiéndose en el altar central de los hogares del mundo. La comunicación visual se convierte en axioma cultural. El lema «una imagen vale por mil palabras» es el talismán de la nueva Cultura de la Imagen. Ese lema conlleva un desprecio hacia la capacidad de la palabra y su función tradicional para alcanzar planos más elevados que los de la imagen. La frase

152

original tenía un sentido relativo y era más amplia, continuaba «… pero una sola palabra es capaz de evocar más de diez mil imágenes». Se trata pues de una media verdad –una mentira y media–. Algo similar ocurre con la traducción abusiva de la frase de Churchill «de todos los sistemas posi-bles para nuestro tiempo, la democracia es el menos malo», pues se elimina el final «para nuestro tiempo» abusando así de la idea.

La energía atómica comienza a usarse de forma falsamente positiva en las centrales nucleares, acelerando aún más el gran estigma de la edad Indus-trial: El ajenjo contaminante de la tierra, el aire y el agua.

Se produce el triste y significativo fenómeno del abandono masivo del medio rural para ir a la ciudad en busca de utópicas mejoras del medio de vida. La industrialización de la ciudad y del campo produce una disminución drástica de puestos de trabajo agrario y un aumento en las ciudades industriales. El fenómeno venía produciéndose desde el inicio de la edad en los países más «desarrollados», pero ahora se acelera de modo desorbitado a nivel mundial, produciéndose extremos dramáticos en ciudades que crecen desmesurada-mente como Bombay, México DF, Los Ángeles… Este fenómeno tiene un aspecto totalmente disolvente de unos modos de vida –casi neolíticos, como alguien ha dicho– que persistían casi intactos en el medio rural. Resulta muy patente el proceso en España durante los cincuenta. La introducción del tractor también determina el abandono de tierras cuyo cultivo ya no resulta rentable por las dificultades que suponen para esta máquina.

Haciendo caso omiso a señales claras en los mensajes de Fátima o de Garabandal, la facción modernista de Iglesia Católica oficial sienta en el Concilio Vaticano II las bases para la disolución del tradicional contenido sagrado del Catolicismo. Dicha facción modernista fue encabezada por Juan XXIII, a quien el Tribunal de la Fe había declarado en anatema por cuestiones doctrinales siendo cardenal –invalidándole para ser elegido Papa–. Parecen existir además evidencias documentales de su adhesión a

153

una logia masónica de carácter disolvente. Se ha de decir que no sería el primer príncipe de la Iglesia masón, Pío IX también lo fue pero tiempo antes de ser elegido Papa comprendió la incompatibilidad, salió de su logia y escribió en sus encíclicas fuertes críticas a dicha organización. Según consta en algunos informes, había más de cuarenta cardenales masones en la época del último concilio. Se ha dicho que su número ha aumentado progresivamente, a pesar de que papas como Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII, León XII, Pío VIII, Pío IV o León XIII se manifestaron condenatoriamente en sus encíclicas y alocuciones, incluso Benedicto XVI dictamina en el siglo XXI que un católico que entre en la Masonería comete pecado mortal al recibir un sacramento.

Con estas afirmaciones no pretendemos criticar la Masonería más ortodoxa sino señalar el problema radical en la contradicción entre Iglesia tradicional y Masonería moderna como dos polos antagónicos, cuyo contacto produce un cortocircuito inevitablemente destructivo.

F. Schuon: «A partir de la Revolución Francesa, la Iglesia está por decirlo así substancialmente a merced de las repúblicas laicistas –incluidas las pseudomonarquías de hecho republicanas–, pues es su ideología la que decide quién es digno de ser obispo; y gracias a una coyuntura histórica particularmente favorable, la política ha conseguido introducir en el molde de la Iglesia una materia humana heterogénea con respecto a la Iglesia. El último concilio fue ideo-político y no teológico; su irregularidad resulta del hecho de que no estuvo determinado por situaciones concretas evaluadas a partir de la teología, sino por abstracciones ideo-políticas opuestas a esta última, o, más precisamente, por el democratismo del mundo, que hizo monstruosamente las veces de Espíritu Santo. La «humildad» y la «caridad», manejables a voluntad y a partir de ahora en sentido único, están ahí para asegurar el éxito de la empresa». (FORMA Y SUBSTANCIA DE LAS

RELIGIONES. J. J. Olañeta, Editor. Palma de Mallorca, 1998).

154

Esta desacralización coincide –en España especialmente– con una profunda modernización social y un progresivo abandono generalizado de la Iglesia Católica por parte de religiosos y laicos. Ilustra su gravedad el hecho de que durante los quince años posteriores al Concilio se produzcan en el mundo católico más de 32.000 abandonos de la función sacerdotal, mientras que en los cincuenta anteriores a 1963 sólo se habían producido 355. Son tam-bién significativos los abandonos en la práctica religiosa católica, especial-mente al considerar que durante los últimos años ocurre justamente lo contrario en la Iglesia Ortodoxa, en el Evangelismo y en el Islam, donde sigue creciendo el número de fieles a pesar de la tendencia del mundo hacia el ateísmo y la ignorancia –agnóstico es etimológicamente sinónimo de ig-norante–. Desgraciadamente se extienden también las sectas heterodoxas y las desviaciones religiosas de toda clase, desplegando un peligroso abanico de necedades que a veces acaban en tragedias siniestras.

El sicologismo jungiano sustituye al freudiano con una engañosa apertura «espiritual» similar a la de los movimientos teosóficos y antroposóficos. Uno de sus errores más nefastos radica en la confusión conceptual de los arqueti-pos superiores con los ecos residuales del subconsciente, lo cual conlleva a todos los efectos una inversión satánica por su deificación del inconsciente. Desvía especialmente en quienes quieren reorientar su alma –mirando algu-nos literalmente a Oriente– desencantados por la limitación materialista oc-cidental pero no quieren dejar de ser modernos ni materialistas.

El existencialismo alcanza desde mediados del siglo una gran eclosión pú-blica. Su disolvente concepto existencial da lugar a otros movimientos re-volucionarios más o menos subterráneos y exponenciales del subjetivismo, del nihilismo y del absurdo, como los hippys o el mayo francés del 68 con sus mimados enfants terribles.

En fenómenos como el movimiento hippy se pueden admitir causas atenuan-tes y eventualmente positivas, como sus pervivencias románticas y sus mira-

155

das a la sabiduría oriental o a las culturas más primordiales, que sirven a al-gunos como primer paso en su búsqueda de una vía espiritual operativa. Pe-ro en conjunto y en sí mismos resultan operativamente nulos y disolventes, además de ser un vehículo para la expansión de las drogas y del rock, que conducen a la juventud hacia rebeldías sin causa y auto-aniquilaciones.

Los movimientos de la llamada New Age se expanden. Se combinan sincré-ticamente múltiples elementos de diversas tradiciones para dar continuidad camuflada a la línea falsificadora y disolvente del Teosofismo moderno, con plena conciencia por parte de sus principales ideólogos. Deriva hacia una aparente moda de consumo, un subproducto o versión light desvirtuada de esas diversas tradiciones, pero sus efectos no son light sino corrosivos.

Es significativo que algún sociólogo haya llamado generación de los descreí-dos a los nacidos en torno a 1950. Las generaciones nacidas hacia la mitad de siglo fueron educadas aún con ciertos principios tradicionales, pero han terminado tomando los derechos de los sentidos por delante del sentido del deber, cayendo en el abandono de las creencias en que fueron educados. El hedonismo subjetivista es el «ideal» de esta nueva colectividad «liberada de los viejos tabúes gracias a los logros revolucionarios». Los nuevos criterios se reducen a conjugar el «me gusta» y el «me apetece».

Durante la primera mitad de la década de los sesenta se independizan la mayoría de los países africanos. Pero esa descolonización es sólo aparente, pues el neocolonialismo posterior de las multinacionales producirá unos efectos mucho más nocivos y devastadores en todo el continente.

Comienza a hacerse masivo el fenómeno del turismo. El fútbol y los depor-tes se convierten en espectáculos de masas y canalizan los instintos de com-bate y de orgullo gregario.

La MODA impregna todo, se convierte en el latir social, convulsivo y esten-tóreo. Es una dictadura basada por lo general en la provocación transgreso-

156

ra y en una histeria camuflada. Se acelera cada vez más hacia la nada, tanto en su contenido como en su duración. Es como una superstición dialéctica de la Era, con sus acciones y reacciones, sus retros y sus avances. Confronta elementos de modo engañoso, pues tan pronto adora los nuevos materiales de la industria plástica como explota los elementos tradicionales o natura-les. Es el paradigma de la modernidad.

En 1971 la NASA envía una expedición a la Luna y se muestra por televi-sión al mundo cómo la pisa un hombre. Se da por hecho, aunque algunas voces argumenten científicamente una posible falsificación en base a algu-nas pruebas como las imágenes del alunizaje. Respecto ello, Pablo VI publi-ca en ese momento uno de sus escandalizadores comentarios, diciendo en-tre otras cosas: «Nosotros los modernos, hombres de nuestro tiempo, deseamos que todas las cosas sean nuevas. Nuestros viejos, los tradicionalis-tas, los conservadores, medirían el valor de las cosas según su cualidad de duración. Nosotros, al contrario, que queremos lo actual, queremos que todo sea perpetuamente nuevo, y sea expresado de un modo cada vez más dinámico, es decir improvisado y original».48

1975. Justo al llegar a la mitad de esta época muere Franco y aflora en Es-paña un proceso complejo. Entre otras cosas, cabe destacar el afán de visua-lizar una puesta al día en la modernidad, buscando imperiosamente y con cierto grado de acomplejamiento una renovación superficial de la imagen del país –exponente significativo de su banalidad es «La Movida»–. Al mismo tiempo se acelera un proceso de rechazo hacia cualquier principio tradicional tachándolo de franquista.

48 Citado, junto a otros detalles y comentarios similares expresados por Pablo VI, por Rama Comaraswamy en THE DESTRUCTION OF THE CHRISTIAN TRADITION y

Martin Lings en THE ELEVENTH HOUR.

157

Las artes plásticas van a la deriva49. La disolución se manifiesta en ellas. Aunque presuman de lo contrario, se mueven a bandazos, con altibajos es-peculativos, carentes de contenidos válidos y de auténtica genialidad. Si-guen reelaborando y divulgando propuestas vanguardistas de la primera mitad de siglo, como si fueran nuevas. Van siendo absorbidas y determina-das por los medios de comunicación y por el consumo. Su protagonismo es eclipsado por las estrellas del cine, de la música pop y rock, de la televi-sión… Los artistas plásticos intentan utilizar los mass media, con sus siste-mas y modos de promoción, entrando en la efímera dinámica de lo mediá-tico. Salvo excepciones particulares, las artes son ya una avanzadilla del criterio fundamental de los parias: la trasgresión por la trasgresión. Un nuevo «régimen» artístico se impone por coacción, a través de una taimada y táci-ta inquisición ejercida por críticos, galerías, museos, ferias de arte y los propios artistas del sistema. Sólo se acepta como válido lo que se preesta-blece como contemporáneo en virtud de unas premisas tan faltas de clari-dad como de consistencia. Se excluye todo lo que sea ajeno a la difusa ideo-logía de las últimas corrientes, que en general sólo tiene un sentido: el descenso cualitativo. Veremos en páginas posteriores cómo el mundo artís-tico comparte con el científico algunas problemáticas del modus vivendi.

Van desapareciendo progresivamente las fronteras entre culturas. Ello su-pone aspectos positivos pero también relativismos, interferencias, confu-siones, sincretismos y otros múltiples efectos disolventes. Resulta significa-tivo que al mismo tiempo afloren progresivamente sentimientos de agravio nacionalista, provocando acciones y reacciones en cadena. Los orgullos pa-sionales desatados precipitan ciegos y brutales terrorismos fundamentalistas de toda clase. El concepto nacionalista llega a sus más bajas consecuencias,

49 Recomendamos un ensayo cuyo título coincide con esta frase ya escrita en la primera publicación de estos apuntes en 2000: ¿EL ARTE A LA DERIVA? Marie-Claire Uberquoi. DeBolsillo. Barcelona, 2004.

158

quedando reducido a un conglomerado de orgullo colectivo y removido por una continua e interesada memorización de agravios más o menos imaginarios. Se pierden de vista los auténticos valores colectivos y se pro-mueven ciegos afanes de venganza.

A pesar de todo, llega en este fin de siglo la benéfica influencia de notables y verídicos epígonos espirituales, como las dos santas hindúes citadas Ma Anandamayí y Mata Amrita, afines y complementarias entre sí. Pudiéndose también añadir en este contexto a la madre Teresa de Calcuta. Y no olvi-demos que siguen vivos y activos algunos representantes de la Sofia Peren-nis, con su influencia positiva a través de sus obras y sus oraciones.

El 26 de abril de 1986 un grave fallo en la central nuclear de Chernóbil (Ucrania) produce el mayor desastre nuclear conocido. Se ha dicho que aquel día se inauguraba un «festival del triunfo de la ciencia sobre Dios» a pocos kilómetros, en Kiev, capital de Ucrania y cuna de la Santa Rusia.

Tras años de demagogia criminal y «guerra fría», caen estruendosamente los totalitarismos comunistas soviéticos, carcomidos por el absurdo y su sistemática opresión humana. Los libros de Tatiana Goricheva dan cuenta del auténtico agente positivo del cambio: el intenso y subterráneo proceso espiritual que vivió Rusia durante los años setenta y ochenta. Desgracia-damente, el lastre kármico de la época soviética y las tendencias generales del mundo de hoy impiden que ese heroico proceso espiritual transmute plenamente el caos dejado tras el derrumbamiento bolchevique.

El ordenador e internet se implantan mundialmente. Son el paradigma del consumismo y del progresismo evolucionista, la guinda de los inventos modernos en su interminable renovación. Lo digital invade y domina todo.

Los desastres ecológicos ponen de relieve los pies de barro de la idolatrada tecnología, pero el progreso es un tren que nadie parece poder parar.

159

Crecen en extremo las multinacionales. Todas las empresas comienzan a seguir ese modelo en mayor o menor medida, pareciendo caricaturas de los antiguos imperios: han de crecer y crecer hasta encontrar algo que las de-tenga y las haga caer con graves consecuencias sociales.

Durante estos cincuenta años finales parece existir un período de paz y gran confort –así se percibe desde Europa– pero se trata de una mera apa-riencia, pues las guerras se suceden a lo largo y ancho del planeta, incluso en los territorios europeos de los Balcanes. Sus horrores se televisan y ma-nipulan. Siempre parecen tener causas nacionalistas, implicaciones ajenas de otras naciones y oscuros intereses de la industria armamentista, del con-trol de los oscuros líquidos subterráneos o del cultivo de la droga –los «mo-tores» de la economía mundial moderna.

La disolución general sufrida por África en la última década del siglo es un calvario más atroz que todas las anteriores penalidades conocidas por ese continente. Europa sembró con su colonialismo las semillas de la corrup-ción y ahora utiliza sus frutos para una explotación sin piedad ni límite. La buena intención de los misioneros –aunque involuntarios agentes de la co-lonización cultural– la fortaleza del sufismo en algunas regiones y la extra-ordinaria naturaleza espiritual del pueblo africano son contrapuntos de luz en esa oscura, continua y extrema tragedia.

Los signos de los tiempos muestran el despuntar de algo a lo que se da el nombre quimérico y ambiguo de globalización, que no es sino la consuma-ción de la más global de las disoluciones: el Nuevo Orden Mundial.

Quedan disueltas cualitativamente las ideologías y las castas.

La antigua Europa parece disolverse definitivamente en esa corruptible asepsia virtual llamada Unión Europea. Sin embargo, resulta curioso y pa-radójico que los elementos de su emblema y su bandera hayan sido extraí-dos del Apocalipsis. Leímos que su creador representó consciente y explíci-

160

tamente las doce estrellas de la visión de la Virgen en dicho libro y el color azul del manto mariano en la iconografía tradicional.

+

161

EPÍLOGO

¿Y después? La pregunta inevitable

CUANDO LAS NOCHES

OCULTAN SU OSCURIDAD Y

LAS ESTACIONES SE DIFUMINAN

Ved la higuera y todos los árboles; cuando echan ya brotes,

viéndolos, conocéis por ellos que se acerca el verano.

Así también vosotros, cuando veáis estas cosas, conoced

que está cerca el reino de Dios (San Lucas 21, 29-32)

o es el objetivo de estos apuntes hacer futurología. Lo que vaya a pasar parece estar en nuestras manos, en el sentido volitivo y

también en sentido quiromántico. Pero todo está en la mano de Dios en definitiva y Él nos ha dado signos y capacidades para reflexionar.

En este recorrido por dos milenios nos hemos centrado en las diversas for-mas culturales relacionadas directa o indirectamente con las concepciones cristianas. Llegado a este momento epilogal surge la cuestión de cómo con-jugar la actual situación histórica con los mensajes del conjunto de las tra-diciones y sus procesos cíclicos.

Podemos constatar claves acordes entre las distintas tradiciones. Desde el punto de vista cristiano se puede acudir a ciertos pasajes del Nuevo Testa-mento, como los Evangelios (San Mateo 24, San Marcos 13, San Lucas 21) o el Libro de la Revelación –el Apocalipsis de San Juan– que profetiza el triunfo final de lo Eterno sobre lo perecedero, más allá de la descripción de

N

162

desastres finales con que se asocia su título. El Hinduismo habla en sus es-crituras y tradiciones sobre el final del Kali Yuga. Se pueden ver significa-dos acordes en el Buda Maytreya del Budismo, en las visiones de la tradi-ción piel roja, en los anuncios sobre el Mesías del Judaísmo, en las profecías sobre el Mahdí y la nueva venida de Cristo en el Islam… O simplemente, se puede mirar en nuestro entorno para considerar la situación actual del mundo y del hombre en él. Incluso, se puede comprobar cómo se están cumpliendo casi literalmente algunas novelas como «El Mundo Feliz» de A. Huxley o «1984» de G. Orwel.

Siguiendo nuestro esquema general hemos de hablar ahora del «fuera de casta», el paria, que encarna el caos por su mezcla desestructurada de cas-tas. La clave de este tipo humano está en la existencia de elementos heredi-tarios o culturales desiguales en una misma persona. El sistema hindú nos ayuda una vez más, explicando que de la unión de un padre y una madre de castas diferentes nacen hijos sin homogeneidad de casta. Desde ese co-nocimiento de la naturaleza humana, se plantea que cuanto mayor es la di-ferencia de casta entre los progenitores los hijos resultan más caóticos y más antagónicos a los hombres de naturaleza homogénea.

«El intocable tiene tendencia a realizar las posibilidades psicológicas excluidas por los demás hombres, de donde su tendencia a la transgresión; encuentra su satisfacción en aquello que rechazan los demás […] El paria, sean cuales fueren su origen étnico y su ambiente cultural, constituye un tipo definido que vive normalmente al margen de la sociedad y agota las posibilidades con las que ningún otro quiere tomar contacto; fácilmente tiene algo de ambiguo, de descentrado, a veces simiesco y proteico cuando tiene dotes, que le hace capaz de todo y nada, si puede decirse […] desholli-nador, saltimbanqui, vendedor ambulante, verdugo, sin hablar de activi-dades ilícitas; en una palabra, tiene tendencia, sea a ejercer actividades fuera de lo normal o siniestras, sea simplemente a desdeñar reglas establecidas». (Fithjof Schuon).

163

Sin embargo, la cantidad de elementos parias en el mundo actual provoca un efecto de compensación y homogeneidad por ley cósmica. Fithjof Schuon habla de ello como una «substancia absorbente, pues la masa como tal tiene algo de la inocencia niveladora de la tierra […] así la transgresión congénita del paria, luego su “impureza”, ha de atenuarse al final de los tiempos, e incluso reabsorberse completamente en muchos casos […] El tipo paria puro carece de centro, vive, pues, en la periferia y la inversión; si tiende a la transgresión es porque ésta le da, en cierto sentido, el centro que él no tiene y lo libera así ilusoriamente de su naturaleza equívoca. El paria es una subjetividad descentralizada, luego centrífuga y limitada; rehuye la ley y la norma porque lo conduciría al centro que él rehuye por su propia naturaleza.»

Resulta significativo que en nuestra época se haya implantado la transgre-sión como norma cultural suprema. Esa norma de la transgresión a la nor-ma es una paradoja absurda y contradictoria en sí misma, un bucle imposi-ble que acaba por bloquear cualquier tipo de lógica. Es el absurdo de los llamados principios ácratas o anarquistas, que quieren imponer a los seres sin norma postreros la norma de abolir toda norma. Podríamos pensar que ya planteaban algo similar Diógenes y los antiguos cínicos postsocráticos, pero aquellos utilizaban sus extremas paradojas a modo de koan.

Significativo es también que la abstracción anicónica –como negación de la iconografía tradicional, no como evocación a las abstracciones sagradas tradicionales– y la transgresión iconográfica contra lo sagrado o natural sean el centro de las artes visuales en estos tiempos postreros. No olvide-mos que la iconografía sagrada fue el arte por excelencia de las edades cris-tianas premodernas y quizá sea herencia de ello la «sacralidad profana» con-ferida a la pintura moderna. El arte contemporáneo, cuyo propio término conlleva la continua impermanencia, es como una «religión laica», en cuyos templos de mercaderes –galerías, ferias, centros y museos– se canoniza a artistas por su carácter autodestructivo (como Modigliani o Basquiat), por

164

su depravación moral (como Klimt o Francis Bacon), por su carácter tirá-nico, soberbio o cínico (como Picasso o Warhol)… Como ocurre con las estrellas del rock y en otros mundos artísticos contemporáneos. Entiéndase que lo dicho no impide que sean valorables ciertos aspectos de la obra de algunos de estos artistas, en ello radica precisamente el cebo-trampa tendi-do al espectador.

Otro signo evidente es el dogma de la descentralización, una consecuencia más de la tendencia disolvente generalizada y la pérdida del principio sim-bólico del centro, tan propia del paria. No olvidemos que la concentración es el fundamento de todo método espiritual.

Hay otras palabras talismán significativas de este tiempo y empleadas como indicador de modernidad vanguardista como desestructuración e hibrida-ción, éste último concepto tan emblemático está vinculado con la esterili-dad y la pérdida de casta.

Se habla de Nueva Era pero no hay nuevas ideas ni una auténtica era nue-va; sus pseudo-neo-doctrinas son sincretismos híbridos, compuestos por recortes desestructurados de diversos mundos tradicionales y modernos. Tal como vimos anteriormente, se trata de modernos «pseudo-teosofismos» encubiertos bajo otros nombres.

Podemos incluso atisbar un signo de los tiempos en el acceso generalizado de hijos de shudras a las licenciaturas universitarias. Una Universidad de carác-ter cognoscitivo sólo sería accesible para mentalidades de naturaleza cognos-citiva –lo cual no excluiría excepcionales estudiantes de mentalidad brahmá-nica nacidos de familias shudras– pero la invasión de la mentalidad shudra en las universidades ha producido un efecto hibridante, descastado e innoble en los campos intelectuales y científicos.

Desaparece toda concepción jerárquica natural, todo sentido de la verticali-dad, de las proporciones o de lo sagrado. Y están implantados de modo in-

165

contestable todos los dogmas progresistas que fueron asentándose en la edad anterior: evolucionismo, relativismo, psicologismo, cientificismo, igualita-rismo, democratismo, globalización… El entorno del hombre está envuelto de plásticos, drogas y máquinas que le esclavizan y ciegan, aunque crea que le liberan. Todo ello sin que ese pretendido progresismo logre que quien tenga un cargo superior tienda a humillar a sus inferiores, a aprovecharse de ellos y a obtener beneficios corruptos.

Las Sagradas Escrituras dicen que «no quedará piedra sobre piedra» y se va cumpliendo en sus diversos sentidos y planos.

Resulta interesante considerar un contrapunto compensador que se podría desprender en un diálogo interreligioso: El Islam comporta en su perspec-tiva primigenia un modelo de disolución positiva y armónica de las castas, que quizá sea una de las razones de su gran expansión como la última reli-gión revelada. Su Profeta fue a un mismo tiempo receptáculo de la más alta metafísica espiritual, noble amante y guerrero, honesto mercader y humil-de servidor de Dios.

No se puede negar que en el mundo islámico de hoy también tienden a manifestarse ciertas modernas perversiones e inversiones que desvirtúan su propia perspectiva. Nada libra a nadie de su propia responsabilidad, por más que esas manifestaciones puedan ser consideradas como influencias del mundo moderno occidental, como reacciones extremas contra los conti-nuos ataques sufridos a lo largo de la Historia, como contaminaciones de la decadencia global o como muestra del abandono que sufren las tradiciones en general.

La disolución de castas sólo es positiva si se enmarca en la tradición espiri-tual. Para ello es imprescindible una revitalización de todos los principios refractados en el conjunto de las castas –verdad, piedad, combate interior, belleza, humildad y demás virtudes–. Por el contrario, la disolución por lo

166

bajo da como resultado una modalidad descastada y degradante, tanto en el mundo occidental de hoy como en cualquier otro. Ahí estaría, por ejem-plo, la causa de la deriva producida durante el siglo XX en algunos de los llamados países islámicos hacia la obcecación terrorista, el caos, la suciedad y la corrupción en sus múltiples planos, con el abandono de las grandes prendas de su mundo tradicional. Parece haberse ido olvidando el sentido del tradicional saludo de Paz en Dios –As-salamu ‘alaikun– y de su máxima coránica «En verdad Dios es Bello y ama la Belleza».50

50 Con posterioridad a la primeras ediciones de estos apuntes han ocurrido hechos significativos de los nuevos tiempos parias iniciados con el siglo XXI. Nos referimos a los hechos y consecuencias de los llamados 11-S de 2001, el 11-M de 2004, el 7-J de 2005, otros hechos similares y sus infaustas consecuencias. La complejidad de las evidencias que hay detrás de todos esos acontecimientos resulta muy revelado-ra. Señalemos sólo dos detalles:

1. Además de las múltiples pruebas científicas en contra de la versión oficial del 11-S está la explosión del edificio 7 del World Trade Center que, separado de las «torres gemelas» por otros edificios no afectados, se destruyó de modo idéntico sin que cho-cara contra él ningún avión. Su propietario era el mismo de las «gemelas» y se sospe-cha que un avión hipotéticamente desaparecido pretendía ir hacia dicho edificio.

2. Sin negar que los talibanes afganos profesen un extremismo literalista –herético y antitradicional en múltiples aspectos– resulta revelador que hubieran recibido el mes anterior a los sucesos en los EUA un ultimátum con amenazas de guerra si no firmaban unos contratos de tema energético y no permitían volver a cultivar los campos de opio que ellos estaban prohibiendo progresivamente. Ya habían prohi-bido el 80% del total de los cultivos y es un hecho que la heroína que se consume en Estados Unidos se produce a partir del opio que se cultiva en ese país.

Los motivos geoestratégicos, comerciales y armamentísticos camuflados bajo las posteriores «liberaciones», «búsquedas del culpable» y «primaveras árabes» resultan evidentes. Se intuyen palpablemente motivos muy perniciosos. Los hechos han sido manipulados por todos los medios para una mayor disolución de criterios. Se han cometido crímenes para justificar acciones bélicas, que incluso se reutilizan

167

Podemos mirar hacia el Oriente Próximo y Extremo para ver cómo se van cumpliendo en sus distintos planos literarios los anuncios del Apocalipsis:

«…derramó su copa sobre el gran río Éufrates, y secose su agua, de suerte que quedó expedito el camino a los reyes del naciente del Sol.»

La moderna China –el gran engendro del materialismo dialéctico, la sínte-sis comunismo/capitalismo– va implantando de modo taimado su reino mundial después de haber sido precedida por avanzadillas menos sospecho-sas de los reinos del sol naciente. Nuestros contemporáneos no han sabido valorar que en siglos pasados las tierras del Islam en el Próximo y Medio Oriente tenían una función puente, realmente protectora, amortiguadora y equilibrante entre Occidente y Oriente.

Es interesante considerar que el año 200051 del Cristianismo corresponde al año 1420 del Islam. El mundo islámico parece vivir convulsiones com-parables a las de los inicios de la Edad Moderna y el final de la Edad Me-

para provocar y atribuir respuestas en forma de atentados criminales de falsa ban-dera. La serpiente se muerde la cola de modo disolvente y la mentira del paria se haya más institucionalizada que nunca. 51 En «El gran cambio» (F. Trías de Bes, Temas de Hoy, 2013) se señala la con-fluencia de hechos en 2001: Los atentados del 11-S y sus consecuencias en todos los ámbitos. Se disuelven las monedas europeas en el euro. Se pone en marcha la banda ancha de Internet –tras años de funcionamiento precario– imponiendo fulminantes cambios en la información, la comunicación y los mercados–. China entra oficialmente en la Organización Mundial del Comercio. Se «liberan» los sis-temas financieros...

Recordemos también –como hicimos al inicio de estos apuntes– que en la escritu-ra arábiga los valores numéricos de las letras sólo llegan hasta el 1999, a partir de dicha cantidad sólo se puede utilizar cifras propiamente numéricas. Ello hace pen-sar en cómo la cantidad tiende a desdibujar la cualidad a partir de cierto límite y en cómo el año 2000 parece marcar un límite.

168

dia. Pensemos en los puritanismos y fundamentalismos protestantes o con-tra-reformistas de entonces, el aburguesamiento progresivo y agravante de las inquisiciones, el cardenal Cisneros, Savonarola, el Calvinismo, el Han-senismo, el desarrollo del sentimentalismo individualista, etc.

No obstante, para concluir las reflexiones sobre las relaciones entre Cristia-nismo e Islam, volvamos a mirar las mejores prendas de éste y valoremos la piedad espiritual que puede encontrarse aún en la mayoría de los musul-manes y musulmanas52. Su espiritualidad está por encima del generalizado desierto espiritual que el mundo moderno post-cristiano enmascara bajo su aséptica fachada. Los buenos musulmanes no han olvidado que el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. Por amor a Él siguen atestiguando su conocimiento sagrado, rezando, ayunando, dando limos-nas, peregrinando y esforzándose en su comportamiento moral.

La disolución de castas, predicada por diversos brahmanes, intenta buscar una vía positiva por lo alto, enmarcada en la tradición. Ejemplo de ello es la actual manifestación avatárica de la gran santa hindú Ma Amrita –nacida en una familia paria– que es hoy por hoy la gran santa del siglo XXI. Su mensaje espiritual significa la vuelta a la primordialidad con alcance uni-versal. Ha sido ya reconocida explícitamente como santa por representantes legítimos de todas las tradiciones, lo cual es algo único en la Historia. To-do en ella tiene un significado revelador –apocalíptico desde los múltiples sentidos del libro profético–. Ma Amrita manifiesta entre nosotros la mejor posibilidad de la naturaleza sin casta. Se trata de algo similar a cómo se manifestaba en la edad precedente la potencialidad espiritual natural de la cuarta casta –la clase humilde– en santos como el cura de Ars, el padre Pío y las niñas de Lourdes, Fátima o Garabandal.

52 Aunque la manía actual de separar géneros es ajena a la tradición de la lengua castellana y resulte ridícula, los separo aquí en atención a que el Corán lo hace.

169

Entre estas reflexiones finales cabe apuntar que los principios de las castas se suceden en un proceso demiúrgico, a través de caídas causadas por limi-taciones y carencias. Las castas superiores contienen en su origen las cuali-dades de las inferiores, pero sólo ocurre a la inversa en benditos casos ex-cepcionales como los mencionados en el párrafo anterior. De ahí la gran dificultad práctica para que los estados inferiores, personales o colectivos, puedan entender a los superiores.

Podemos ver que las edades han tenido una duración mayor cuando la es-tructura social ha correspondido a una jerarquía más conforme a la natura-leza de las cosas y su orden ontológico: espíritu, alma, cuerpo y materia.

Resuena la pregunta inevitable de cuánto durará este Tiempo Paria. La res-puesta exacta no está a nuestro alcance y las escrituras sagradas lo ratifican. Lo que realmente importa es la respuesta en nuestra actitud y el aviso de urgencia contenido en esas fuentes sagradas. No obstante, encontramos en el Apoca-lipsis una reiteración de la medida de tres tiempos y medio tras el Milenio. Contando a partir de 1400 –momento hipotético como inicio del período tras el Milenio, según vimos– y aplicando la medida hipotética de dos siglos para cada uno de esos tiempos resultaría una duración de siete siglos y un alcance hipotético de hasta unos 100 años después del año 2000. Se daría así una cadencia tríptica de 4, 2, 1 –4 siglos vaishas, 2 siglos sudras y 1 siglo paria– en los «períodos materialistas» tras el Milenio. Pero sólo podemos dar importancia a estas cábalas a nivel simbólico. El Nuevo Testamento deja claro que no se puede predecir el momento y que se adelantarán los aconteci-mientos para evitar que hasta los justos se condenen –San Marcos 13 (20 y 32); San Mateo 24 (22)–. No sabemos si ese adelantamiento es una eventua-lidad o si se trata del ya implícito en la aceleración de la Historia, tanto en la cadencia tríptica recién mencionada como en la tetráctica general.

Si miramos a nuestro alrededor vemos al digno obrero shudra substituido o dirigido por seres sin casta y máquinas que computan, ordenan y mandan

170

hasta el más extremo confín. El poder de la coalición de parias y máquinas es un signo de los tiempos. El Nuevo Orden Mundial y su globalización es otro signo claro. Su sistema es la ciega y maquinal búsqueda del poder económico al servicio de perversas subideologías.

Las multinacionales dominan el mundo, quitan y ponen gobiernos títeres, manipulan la opinión pública, no tienen auténticos dirigentes humanos, carecen de límite territorial y de consideración autentica hacia el pueblo. El hombre, sus deberes y sus derechos, incluso el más elemental a la vida, se supeditan a los intereses de entidades sin escrúpulos. Si el director de una gran empresa restringe sus beneficios por algún principio humanitario o ecológico, el consejo de administración le substituye por otro, salvo que demuestre un beneficio para la empresa cuantificable a corto o medio plazo por efecto de esa acción. Los principios no forman parte del sistema operati-vo de las máquinas multinacionales, salvo como eventuales oportunismos de imagen. Se trata de la corrupción extrema del sistema industrial.

El mundo es gobernado por una oligarquía multinacional, articulada fun-damentalmente por las industrias del armamento, del combustible y del automóvil, implicadas eventualmente con los medios de comunicación, las industrias del cine, música, informática, farmacia o drogas, entrelazándose e implicándose con otros grupos de poder sin llegar a saberse claramente quien utiliza a quien –pseudojudaismo sionista, pseudoislamismo jihadista, masonería irregular, mafias del crimen organizado, redes terroristas…

Con la llegada de la «nueva edad» el espejismo virtual sucede y substituye al materialismo industrial. Podemos ver signos menores que lo ratifican, como el que se hable desde finales del siglo XX de postmodernidad y postindustria-lismo o que el primer gobierno español del siglo XXI substituyera el Minis-terio de Industria por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Se pasa de la democracia industrial a la tecnocracia virtual.

171

La saturación y dispersión en la información y las ideas es propiciada por los nuevos dispositivos de comunicación.

La ciencia empírica es puesta en entredicho justamente cuando comienza a tomar conciencia de sus limitaciones y del fracaso ecológico-social de sus sobrevalorados logros. Pero ese entredicho no es por motivos ascendentes y constructivos sino porque la máquina económica quiere impedir a toda cos-ta ver amenazados sus beneficios. Para impedirlo y mantener el control, el sistema53 somete a los científicos en una supervivencia precaria, acuciándo-les hacia el éxito-espectáculo –como a los artistas– o hacia el rendimiento económico directo, acallándoles cuando intenten decir lo que no interesa o suplantándoles hasta extremos insospechados por sus sucedáneos: tecnólo-gos, tecnócratas y divulgadores científicos. 54

Posteriormente a la redacción de estos apuntes hemos leído los reveladores análisis de Naomi Klein en sus libros «No logo» y «La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre». Si bien se le podría achacar la falta de una propuesta vertical alternativa, resulta clarificador su análisis de las perversas directrices de la «elite» del mundo de hoy.

Las castas cualitativas están disueltas y campea un insurgente «hombre-máquina» que no sabe realmente lo que es rezar, pensar, crear, combatir por lo justo… y llama trabajo a extrañas actividades mecánicas y mutantes. Esos nuevos seres pueden ser programados para seguir ciegamente las consignas del progreso, incluso para tomar en vano los nombres de su patria

53 Resulta curioso ver la concomitancia del término sistema en el ámbito de lo so-cial y la informática. Ya no se usa el término régimen. 54 Las piruetas de las teorías del calentamiento global son muy significativas. En-mascaran falsedades para lograr el retorno a la energía nuclear cuando ya había quedado demostrado su carácter terrible y funesto.

172

o de Dios, hasta morir matando por unos ideales tergiversados. Aunque sólo Dios conoce qué hay en cada alma.

El concepto de nación ya sólo se utiliza con fines disolventes, para canalizar sentimientos de soberbia y otros oscuros intereses. Recordemos cómo el hombre de la Edad Antigua cristiana situaba su nación en el espíritu, en el Cielo. El hombre medieval determinaba su nación en su fidelidad a su señor, como representante del Cielo en la Tierra. La concepción burguesa deter-minaba la nación por unos límites territoriales. El hombre industrial imponía su nacionalismo democrático, regido por los sentimientos manipu-lables de la masa popular en función de ideologías materialistas, dialéc-ticamente enfrentadas en apariencia. Y en los tiempos parias cunde un mestizaje desestructurado de ideas residuales –políticamente correctas o no– y el mundo se mueve por la inercia del caos dominante o por las directrices de listillos universitarios sin inteligencia. Pero no olvidemos que el principio de entropía concluye su proceso con una vuelta a la armonía natural.

Puede pensarse que estos extremos de decadencia han existido siempre, pe-ro el modo generalizado en que hoy se dan tiene un cariz especialmente satánico y afín a los tiempos que corren. Es significativo que justo al llegar el año 2000 los gobiernos de Inglaterra y EEUU se plantearan oficialmente la clonación humana. Podríamos hacer la amarga broma de que el eslabón perdido –del hombre al mono– está a punto de ser encontrado. Quizá esté actuando en algún reality show.

Otro signo de los tiempos es el sentimentalismo cegador que también con-funde al animal con el ser humano. Se producen movimientos llamados animalistas que entrañan graves contradicciones, como el genocidio animal y cultural que entraña el movimiento antitaurino. Lo cual es significativo de la mentalidad descastada, incapaz de comprender de modo coherente la natura-leza y jerarquía de las cosas. Como tantas otras cosas, la manifestación tauri-na hispana propia de la última edad –siglos XIX y XX– parece irse retirando

173

por activa y por pasiva a su arquetipo, mientras los profesionales e intelectua-les de la tauromaquia le dedican su propia elegía a modo de canto del cisne.

Dos anécdotas personales: Al salir de una exposición en que figuraban al-gunas de las esculturas más híper-sub-reales e inquietantes que puedan verse –del contemporáneo Ron Mueck– Londres parecía poblado de personajes idénticos a los de aquellas esculturas, faltos de ánima y de ánimo, infra-animales por tanto. Por contra, después de una subyugante contemplación de la máscara de Tutankamón, El Cairo me parecía poblado de las más be-llas altezas del antiguo Egipto.

La alternativa real al mundo en que vivimos no está en la disolución de los principios de las cuatro castas básicas, en el caos del paria, ni en la mera re-signación al estado de cosas. La superación sólo es posible a nivel superior, a través de la dimensión vertical interior del eje dorado central –cenit-nadir quintaesencial– que siempre tiene representantes en el mundo manifes-tado, pues su existencia requiere de encarnaciones individuales sucesivas, de mayor o menor dimensión. Hombres y mujeres que empujen a supe-rarse, estando por encima del cuaternario de las castas y que a su vez lo abarquen y sinteticen. Sus prototipos son el sannyâsi hindú, el profeta semítico, el maestro espiritual, el chamán hiperbóreo, el antiguo anaco-reta… o esos monjes y monjas de clausura que todavía hoy dedican su vida a la intimidad con Dios y que son olvidados por la mayoría de sus con-temporáneos. Esas alternativas no son utopías imposibles, existen de modo tan intenso que se perfilan como fenómenos compensatorios de los tiem-pos postreros. Entre sus manifestaciones de las últimas décadas podríamos destacar el resurgimiento del Monte Athos (Grecia) y de Vanatori-Neamt (Rumania), como primero y segundo de los centros monásticos ortodoxos en el mundo, ambos en plena restauración, expansión y florecimiento.

El eje dorado central está siempre al alcance en sus diversos modos. Sólo él constituye el verdadero flujo vital a lo largo de la Era Cristiana o de cualquier

174

otro ciclo. Esa línea dorada se sintetiza operativamente en la ORACIÓN, el vehículo perenne para la realización quintaesencial en todas las tradicionales espirituales auténticas. Ella actualiza la presencia de la Divinidad y la comunicación real entre Cielo y Tierra, ella canaliza e irradia el AMOR, a través de ella se transciende la puerta del TEMOR –necesario según la tradición para alcanzar el CONOCIMIENTO– y ella constituye la más sintética y atemporal prefiguración de una nueva Edad de Oro y de la Jerusalén Celeste final.

Siempre hay mujeres y hombres que no se dejan arrastrar por las tendencias colectivas que les rodean. En toda época se puede alcanzar la realización es-piritual, conjugando la propia existencia con el tiempo en que se vive o manteniéndose al margen. En toda época hay también hombres y mujeres coetáneos que manifiestan la pervivencia o prefiguración de las edades ante-riores o posteriores, tanto en sus tendencias ascendentes como descendentes. En toda época hay quien es lo que debe ser, consciente o inconscientemen-te, sin preocuparse demasiado de si está fuera de su tiempo o de si los valo-res a los que se mantiene fiel corresponden a otra época. Y siempre hay quien compensa activamente los desequilibrios de su época, aunque sea de modo mínimo y oculto, logrando que la vida conserve su sentido. Basta buscar un poco en la Biblia o en la Historia para comprobarlo.

La Historia de la Era Cristiana ha acontecido como toda manifestación cósmica o microcósmica. Germinó con el descenso del espíritu en la mate-ria –el verbo se hizo carne– extendiéndose gradualmente y floreciendo en las teocracias de la antigüedad y del medievo; después se fue coagulando y ale-jando del espíritu por la ilusión materialista, hasta irse disolviendo final-mente en una masa de cadáveres exquisitos 55. Aunque, en definitiva, el ver-

55 Cadáver exquisito es un juego subrealista –como ya hemos dicho anteriormente, preferimos utilizar esta denominación de uso frecuente en castellano para la co-rriente artística fundada por André Breton; aunque sea una traducción errónea acierta en su significado–. En ese juego varios artistas escriben distintas palabras o

175

bo vital permanece en el último aliento de los creyentes hasta su retorno al ser puro, el verdadero fin de todo ciclo.

Todo está en manos de Dios. Él está más cerca de nosotros que nuestra ve-na yugular, como dice el Corán, aunque parezca estar hoy más oculto que nunca. Su ocultación parece subrayar que en éste tiempo la religión ha de retirarse hacia la interioridad, tal como confirman las enseñanzas de los úl-timos maestros espirituales y las palabras de Cristo «Mi reino no es de este mundo». El mundo de hoy margina la religión y el recuerdo de Dios, cumpliendo a su pesar los designios del Cielo, pues con esa marginación todas las religiones vivas se ven abocadas a refugiarse exclusivamente en la vida interior, como en sus primeros días, «facilitando» que cada hombre busque el camino espiritual a través de la interiorización. Es un signo más de los tiempos. Dios quiere en definitiva nuestro bien espiritual.

Todo lo dicho aquí bastaría como respuesta a las acusaciones de pesimismo o antiprogresismo que estas páginas pueden provocar entre algunos lectores. Reconocemos que translucen cierto pesimismo y que quizá no mencionen suficientemente las compensaciones que las últimas edades conllevan o las oscuridades propias del Kali Yuga que las primeras edades de la Era también manifestaban, queda para el lector ese ejercicio de discernimiento.

No nos identificamos con un progreso del hombre contrario a su propia naturaleza principial, creemos necesario contestar al optimismo triunfalista de nuestro tiempo, su vano orgullo endocéntrico y su asfixiante progresis-mo –evolucionista, relativista, materialista y disolutorio–, con el que juzga, deforma y dicta sus sentencias respecto a la Historia.

pintan partes de un cuerpo sin ver lo que han escrito o pintado los otros. Obvia-mente, el resultado suele ser monstruoso.

176

Por lo demás, no hay nada más optimista que el triunfo final de los valores eternos y la evidencia de que sin ellos sólo hay progreso hacia la decaden-cia. Quien tenga ojos para ver sabrá hacia dónde enfocar su optimismo, su acción y su progresión.

Es en la noche cuando mejor se manifiesta el brillo de los astros. Pero para percibirlo es necesario alejarse de la polución luminaria de las modernas ciudades. Quien dice modernas ciudades dice civilización moderna ◆

177

ANEXO

Carta de Alejandro Corniero

a modo de resumen final

Querido Ángel:

Desde que me diste, tan amablemente, el pasado otoño, tu trabajo Las eda-des de una era sabía que iba a escribirte sobre él. Pero no por un mero vo-luntarismo, sino porque sabía que llegaría el momento en que me abriría a la comunicación. Ese es el momento que llega ahora.

Me atraía el tema. Desde hace años había ido elaborando y reelaborando un esquema histórico que empieza en el 4000 a. J.C. y abarca todas las grandes civilizaciones. Pero no como sistema cíclico. Es la aplicación de la tetractys lo que confiere un especial encanto a tu trabajo, incardinando los hechos simbólicos en la naturaleza de las cosas, con lo cual adquieren un relieve actualizante. Porque, en efecto, esa incardinación me parece sufi-cientemente justificada, madurada, evidente. La mañana. El mediodía. La tarde. La noche. El reloj cósmico que se acelera concéntricamente hasta el paroxismo actual, cuando el Mensaje cristiano cambia de era coincidiendo con su disolución ad extra.

Como acentuación posible, creo que los elementos romanos –juridicistas, canonistas, dialécticos– del Cristianismo –que conforman, grosso modo, su exoterismo– son los que lógicamente han precipitado su solidificación y finalmente su disolución; y que sus elementos originales –quizás podría llamárseles «esénicos», esotéricos– pueden caracterizarse bien como «orien-

178

tales», en el sentido copto, o etíope, o armenio, o libanés; o en el sentido de los Evangelios apócrifos de la Infancia; en definitiva, de Reyes Magos, para utilizar un simbolismo que enraíza al Cristianismo en la Tradición Primordial. Y que el pueblo ha mantenido inconscientemente a lo largo de los siglos de una manera tan activa que al final de la Edad Media Roma in-tervino, seca, áspera, dogmatizante, para neutralizarlo. Esta acentuación me parece especialmente sugerente en conexión con esa complementariedad entre libre albedrío y destino a la que te refieres respecto a la tetractys.

Leyendo sobre esa Mañana del Cristianismo que fue la Edad Antigua, en la que el sol de la objetividad se alza irradiando en silencio que lo Real es lo Inmutable, he visto, surgiendo entre anacoretas tempranos y sacerdotes audaces al Santo prototipo del guerrero sacrificial dando forma a un espíri-tu heroico y mártir; hasta que finalmente se integra en el Imperio. Es signi-ficativo que no haya «arte cristiano» sino en la esencialidad del icono –su esencia milagrosa–, en la medida en que esa tariqah sin shari’a encuentra en sociedad su justificación en la redención a todos los niveles, y en conse-cuencia el siervo no se siente humillado: sabe dónde está el Reino.

Cuando el «gentil» Saulo prescribió la abolición de la tradición judaica, hay un momento de una importancia fundamental en la medida en que Jesu-cristo fue realmente el Sumo Sacerdote de Israel. Esta israelización de la nueva religión se inteligibiliza en esa expresión de la Patrística que citas: «toda región es patria del cristiano». «Y toda patria, pasajera» añade el Pa-dre de la Iglesia con signatura verdaderamente nómada. «Apegarse a una tierra es apegarse al cuerpo»: como aforismo, debería significar el frontispi-cio de la Iglesia verdadera. Esta es la germinación de la fe cristiana.

Su floración va efectivamente pareja con la lenta caída del Imperio. Hasta el vuelco constantiniano del siglo IV que oficializa un espíritu y es cuando la Iglesia tiene que asumir un mundo, el romano, juridicista y dialéctico, hasta el punto de tener al senado convertido en sínodo. Es lógico que em-

179

piece entonces a vivirse la sola tariqah, lo que cristaliza en el anacoretismo egipcio y en el Hesycasmo. Y que se abra la brecha de las herejías extrínse-cas como la de Arrio, Sacerdote de Alejandría, un oriental paleocristiano. Y que en el 431, en Éfeso precisamente, el espíritu quiera quedar dogmatiza-do: Theothokos.

La solidificación tiene concomitancias con ese senado-sínodo y Justiniano es como su estandarte codificador –incluso del calendario– y como cons-tructor físico del espíritu de la Theothokos en la Hagia Sophia. Roma es de-vastada y el monaquismo irlandés e hispánico es remanente: los rincones de Europa.

Con la llegada del Islam en el VII efectivamente se gesta la Edad Media, disolviéndose la Edad Antigua. Me gusta esa significante protección de la Iglesia Copta por Omar, en la medida en que es el Oriente esotérico lo que protege respecto a una Bizancio bizantínamente occidentalizada. Y con el iconoclasmo, tan defensivo, se acaba una época de albores milagrosos que ya no podrá dar más de sí.

Todo final es un principio. A la clara mañana sigue el esplendoroso me-diodía. Se perdió el albor anacorético, tan oriental, y se ganó carácter o in-teligencia en acción, tan subjetiva, tan occidental. A la claridad silenciosa sigue esa cadena de monasterios-castillos, «fortalezas frente al mundo», pues la eficacia del acto frente a la fatalidad dada es la justificación del se-ñor, del príncipe –cardenalicio, en la Iglesia–, del guerrero protector de la ciudadela feudal. El monje-guerrero es el fruto precioso de esta época solar (en la que Roma se ve abocada a la hipocresía al exigir un celibato imposi-ble al clero). Y la coronación de Carlomagno viene a ser el acto simbólico de la germinación de esa Edad Media como ecuación de los dos factores que la componen: Occidente y Cristianismo; con un vacío artístico muy propio de una civilización que germina desde lo más íntimo del esoteris-mo, donde el mundo como de nueva planta, se construye a modo y seme-

180

janza del Reino de Cristo. Así se fue formando esa shari’a cristiana que flo-reció con el espíritu benedictino reflejado en los cánones románicos de Cluny, equilibrando aquella tariqah, en la que efectivamente el modelo is-lámico ejerció un influjo paraclético.

Merece especial atención esa confusión de planos que señalas y que fomen-tará, a la larga, la ideología del progreso con esa Iglesia triunfante al final del trayecto temporal. La Roma sedentaria va pronto a identificarse con esa imagen germen de descomposición, finalmente cuando la civilización cris-tiana pase a ser burguesa e industrial.

Es una buena imagen de la floración ese entramado de monasterios y con-ventos por todas las encrucijadas de Europa y Asia Menor, en la que se ac-tualiza la verdadera enseñanza cristiana vehiculada por el latín. Ahí parecen vivirse los jardines interiores del Cristianismo original.

En Hispania se puede decir que no hubo Edad Media como tal, sino en la medida en que el influjo de Cluny utilizó el Camino de Santiago. El Cali-fato de Córdoba es el Oriente islamizado entrando como punta de lanza sintética, y hace crujir toda cronología. Y Toledo, bastión del monoteísmo unitarista –influyó favorablemente el substrato «arriano», alejandrino– aca-bó, con los siglos, perdiendo la batalla con los Estados Pontificios, una ba-talla secular singularmente propagandística, pues el sentido de «cruzada» terminó imponiéndose también contra la Hispania almohade. En el ma-greb de Occidente. En su Oriente, la Rusia cristianizada fue como un mar encastrando sus orillas.

El espíritu europeo arde en el gótico y en el ímpetu de cruzada. Sí, ese ánimo marcial acabará solidificando aquel espíritu encarnado en la caballe-ría, donde la ecuación del Occidente cristiano cristalizó de maravilla. Es la Sainte Chapelle su diamante vivo. Fuerza rajásica que –creo– fue término medio entre la sátvica de San Francisco y el Maestro Eckhart y la tamásica

181

de la corrupción del espíritu de cruzada que, quizá, representó la campaña contra los cátaros, sin hablar ya del saqueo de Constantinopla por la «IV Cruzada», estigma histórico del desmán occidental.

La época de solidificación significativamente se equipara con la progresiva sedentarización cultural. Con los Templarios ardiendo se quema también la Edad Media como tal, es decir, el espíritu nómada de la fidelidad, no a la tierra, no al cuerpo, sino al señor, símbolo del Señor en una época en la que el símbolo aún vive. Arde ese espíritu y llega la peste negra. Arde ese espíritu y se alteran todos los valores convirtiéndose la muerte cada vez más en factor inasumible. Contradicción en la que yace el germen fatal de la época siguiente, ese atardecer de la Edad Moderna, más comprimida, más acelerada, más ávida hacia un objetivo descarriado.

Esa nueva situación encuentra a Roma dogmatizando petrificantemente el espíritu que ha olvidado. Fiel reflejo de la mente occidental, en la que se separa ciencia y religión, y la ciencia se convierte en cientifismo cada vez más maquinal y la religión en moralismo cada vez más canonista.

Sí, el príncipe renacentista es el olvido de que «Mi Reino no es de este mundo»: utiliza la guerra para ejercer el control territorial con ejércitos de mercenarios financiados por banqueros, cuando la cultura burguesa se ha burocratizado al ritmo aprisionador de la urbe creciente, donde el «bur-gués» es el nuevo prohombre y el comercio la actividad central del mundo. Ese hombre no puede concebir ya el Cielo sino de forma pasional, muscu-losa, sanguínea, a lo Capilla Sixtina, y solo puede concebir la religión como un negocio de acumulación de méritos de cara al otro mundo. El hincapié que haces en la masificación de la esclavitud es muy certero, como signo olvidado del mundo interior y exterior que fabrica el hombre-mercader, ese «burgués» administrador, legalista y finalmente fanático: Occidente ya ha entrado en la patología esquizofrénica.

182

Aceleradísima dinámica comprimida en dos siglos la última edad de la Era, cuando los industriosos sudras forjan su canon como ley del mundo. Las necesidades inmediatas del hormiguero humano han de quedar reguladas en un proceso en continua aceleración que, por definición, jamás puede llegar a su objetivo. El cientifismo ya ha sustituido a la religión como oráculo civilizacionista: es el ídolo Progreso, al que la sociedad adora y ofrece en holocausto alma, vida y entendimiento. No es menester hablar más de ello, cuando vivimos en este albor de nuevo siglo que parece un es-calofriante remake del XX en un clima de gélido hipnotismo y sonambulis-mo global: la noche más tenebrosa, cuando parece no quedar ni un rescol-do de conciencia. Parece.

Ángel, he querido ir siguiendo tu trabajo tetráctyco de esta manera a vuela-pluma, acentuando los aspectos que más me han llamado la atención para hilvanar con ellos esta carta en la que he pretendido un diálogo contigo a partir de una tónica inmutable que va quedando, en la sinfonía histórica, cada vez más interiorizada, más invisible, hasta el presente que vivimos de pura interiorización, mientras la pompa de jabón a la que la Sociedad se apega como una lapa, crece y crece. Esta raga acabará, al desvanecerse lo evanescente, en el nuevo Amanecer.

Y Dios es más sabio.

Con mis mejores deseos de Paz y de Bendición

Alejandro Corniero

Santa Pau, 29 de abril de 2002

183

EL CUERPO FUNDAMENTAL

DE ESTOS APUNTES

FUE ESCRITO EN MALLORCA

DURANTE EL MES DE AGOSTO

DEL AÑO

2000

ESTA EDICIÓN

CONTIENE REVISIONES POSTERIORES

Y FUE ACTUALIZADA

EL DÍA

13 DE SEPTIEMBRE DE 2018

+

+ +

+ + +

+ + + +

+ + +

+ +

+

L A U S D E O