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38 REVISTA JAVERIANA sí como la mayoría de las personas se muestran mecánicamente a favor del desarrollo sostenible, nos encontramos en un aula universitaria varios ecólogos y un economista compartiendo simultá- neamente la certeza de una convicción acompañada de muchas preguntas. ¿Qué puede decir una ecóloga sobre el Comercio Justo? ¿Qué puede responder un economista ante la pregunta sobre si todo el resto del comercio tradicional es injusto? ¿Qué puede pensar del Comercio Justo un ecólogo que se solidariza a la vez con los populares movimientos campesinos y con las iniciativas responsables de restauran- tes de élite? Para hacerle justicia al tema y a la diversidad de perspectivas que la Ecología promueve, cada uno de nosotros se puso a contemplar el Comercio Justo desde el lugar que le ofrece la perspectiva que más disfruta y conoce, siendo este artí- culo la integración de las reflexiones que logramos desde el espacio de libertad y acción que gozamos en la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad. Las dimensiones ambientales, rurales y sociales del Comercio Justo: reflexiones sobre sus retos y logros desde el enfoque de la Ecología Integral Martín Bermúdez-Urdaneta, Luis Baquero, Natalie Díaz, Camila Parra y Diego Soler* Frente a esta nueva invitación, los integrantes del Semillero pasamos rápidamente a la angustiosa sensación de saber que estábamos a favor del Comercio Justo, pero de no poder precisar razones de esa convencida posición. A * Profesor del Departamento de Desarrollo Rural y Regional, y estudiantes de la Carrera de Ecología, pertenecientes al Semillero de Investigación en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Uni- versidad Javeriana.

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38 REVISTA JAVERIANA

sí como la mayoría de las personas se muestran mecánicamente a favor del desarrollo sostenible, nos encontramos en un aula universitaria varios ecólogos y un economista compartiendo simultá-

neamente la certeza de una convicción acompañada de muchas preguntas. ¿Qué puede decir una ecóloga sobre el Comercio Justo? ¿Qué puede responder un economista ante la pregunta sobre si todo el resto del comercio tradicional es injusto? ¿Qué puede pensar del Comercio Justo un ecólogo que se solidariza a la vez con los populares movimientos campesinos y con las iniciativas responsables de restauran-tes de élite?

Para hacerle justicia al tema y a la diversidad de perspectivas que la Ecología promueve, cada uno de nosotros se puso a contemplar el Comercio Justo desde el lugar que le ofrece la perspectiva que más disfruta y conoce, siendo este artí-culo la integración de las reflexiones que logramos desde el espacio de libertad y acción que gozamos en la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad.

Las dimensiones ambientales, rurales y sociales del Comercio Justo:reflexiones sobre sus retos y logros desde el enfoque de la Ecología Integral

Martín Bermúdez-Urdaneta, Luis Baquero, Natalie Díaz, Camila Parra y Diego Soler*

Frente a esta nueva invitación, los integrantes del Semillero pasamos rápidamente a la angustiosa sensación de saber que estábamos a favor del Comercio Justo, pero de no poder precisar razones de esa convencida posición.

A

* Profesor del Departamento de Desarrollo Rural y Regional, y estudiantes de la Carrera de Ecología, pertenecientes al Semillero de Investigación en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Uni-versidad Javeriana.

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Reflexionando sobre el Comercio Justo desde el mercado Para la economía, los mercados son los espacios privile-giados para crear, mantener, entender y transformar las actividades productivas; son los puntos de encuentro de los circuitos económicos de producción y consumo de bienes y servicios, y los ámbitos apropiados para la correcta asigna-ción y distribución de materias, esfuerzos, costos y beneficios resultantes de las actividades económicas. Ahora bien, las muchas ventajas que los mercados tienen en términos de eficiencia, no siempre se equiparan a las desventajas que traen en términos de equidad. Precisamente, las reflexiones resultantes que economistas políticos como Adam Smith y Karl Marx hicieron sobre las posibilidades y limitaciones de los mercados frente a esta disyuntiva no fueron igualmente de optimistas, tal y como campesinos, comerciantes y con-sumidores pueden pensar diferenciadamente a diario en la vorágine de la globalización actual.

El comercio de bienes y servicios es fundamental en el sis-tema económico al conectar ofertas y demandas de bienes y servicios, lo hace crecientemente a través de canales de distribución facilitados por agentes intermediarios cuyos roles y posiciones deben ser entendidos antes que satanizados: empacadores, transportadores, distribuidores mayoristas y minoristas, agregadores de valor en mercadeo y ventas, son todos necesarios para lograr esta interconexión entre produc-tores originales y consumidores finales. Así, la justicia en el comercio debe pensarse no sólo desde los productores, sino que también debe involucrar a los consumidores (cuyos inte-reses también están llamados a ser pensados/defendidos), y a su vez ser reflexiva sobre la situación de muchos interme-diarios sin prejuzgarlos como generadores de las injusticias (e ineficiencias) de los mercados.

Sin embargo, es evidente que los múltiples progresos de la humanidad logrados en los últimos dos siglos de desarrollo económico no se han repartido ni consolidado de igual mane-ra, y que las crecientes distancias geográficas superadas por el comercio internacional han ido agregando más eslabones en las cadenas de agregación de valor, de las cuales muchos se quieren zafar. Así, a la aparición del Comercio Justo (Fair Trade) como oposición al Comercio Libre (Free Trade), se han sucedido el surgimiento de “mercados responsables”, “alternativas de intercambio” y del “comercio ético”.

En la reflexión necesaria desde el mercado sobre lo justo de los resultados comerciales, deben abordarse por igual las evaluaciones sobre la responsabilidad empresarial, y su contrapartida de consumo responsable, así como atender a las condiciones laborales de productores e intermediarios, y a las características de la extracción de recursos naturales y de la disposición de recursos. En la situación actual del planeta y del sistema económico internacional, la justicia debe pre-dominar como criterio de análisis de las condiciones estruc-turales que generan inequidades sociales, insostenibilidades ambientales y desigualdades económicas.

Desde el mercado, la reflexión sobre la justicia del comercio se debe hacer paralela a los denominados análisis de cade-nas de valor, donde justamente se pueden distinguir (sin separar) las etapas donde algunos agentes económicos se apropian de rentas generadas en la explotación, transforma-ción y circulación de bienes, recompensando injustamente a otro agente “hacia atrás” de la cadena, generando en otros casos sobrecostos arbitrarios “hacia delante”. Precisamente, la economía tradicional que defiende los libres mercados ha atacado las prácticas comerciales que ofrecen precios inferio-res a los costos (dumping) en los tratados internacionales, así como los sobrecostos generados a los productores externos (aranceles) a un mercado por la protección a sus competi-dores internos. El Comercio Justo busca precisamente que prácticas inapropiadas de condiciones laborales o de insoste-nibilidad en el uso de los recursos naturales sean sustitutivas de la competencia desleal. Sin embargo, estos respetables propósitos también han traído críticas contra las políticas de Comercio Justo por ser consideradas en algunos casos como barreras no-arancelarias que los países desarrollados quieren imponer a los demás después de la oleada neoliberal que redujo aranceles en todo el mundo en las tres décadas anteriores. Así, la reflexión final que la economía política puede hacer desde el mercado es recordar que en la insis-tencia en la buena voluntad de lo justo en los intercambios mercantiles se pueden estar invisibilizando tanto problemas generados en etapas diferentes al intercambio en sí, como la presencia de desbalances de poder entre agentes bajo el manto normativo de lo (in)justo.

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Reflexionando sobre el Comercio Justo desde el dosel y el paisaje Los ecosistemas terrestres y marinos son la fuente de los recursos que permiten lograr la satisfacción de la demanda de bienes y servicios en el mundo, pero no siempre son teni-dos en cuenta con justicia dentro de las cadenas de valor que conectan a los actores que las configuran (Koellner 2011).

Al ser estos el objeto de estudio principal de la ecología, es de su interés estudiar y entender tanto los procesos que generan estas cadenas en su interior, como las estructuras externas resultantes que pueden alterarlos (Lambin, Geist & Lepers 2003), para generar estrategias que puedan amortiguar estos efectos, especialmente en donde se realizan la extracción de materias primas y la disposición de residuos, así como las consecuencias de institucionalidades y regulaciones ambien-tales laxas y permisivas (Koellner 2011).

La relación de doble vía resultante entre los sistemas sociales y naturales es así estudiada por la Ecología, porque la satis-facción (o insatisfacción) de las demandas depende inevita-blemente de las fuentes y transformaciones generadas por las ofertas productivas. Es por esto que el comercio, como estrategia de intercambios mercantiles, resulta interesante desde los estudios ambientales, al ser el escenario en el que se toman decisiones que determinan el uso y la conservación de recursos específicos, ecosistemas, y la sostenibilidad de los sistemas socioecológicos en general.

El Comercio Justo es una apuesta hacia la inclusión del medio ambiente en estas relaciones de manera justa que, sin embargo, al sólo tener en cuenta la escala global puede enmascarar los problemas que ocurren en dimensiones regionales y locales (Koellner 2011), por lo que es necesario hacer un acercamiento a escalas más finas para rastrear mejor las cadenas de valor, por lo cual la Ecología y su enfo-que integral multiescalar resulta útil para hacer estos análisis (Sueur et al. 2014; Levin 1992).

En los últimos años, se ha propuesto el Etiquetado del Paisaje, una manera de generar esta inclusión, internali-zando externalidades positivas que generan determinados sistemas productivos en la escala del paisaje (Ghazoul et al. 2009). En lugar de reconocer los beneficios prestados por fincas individuales, esta propuesta busca certificar las prácticas que se dan en todo un paisaje, entendiendo este como el área definida por las comunidades locales a través de acuerdos, y no como un área delimitada en sí misma, por lo que ellas determinan hasta dónde va la etiqueta (Ghazoul et al. 2009).

Los objetivos de esta propuesta son: por un lado, que se pueda hacer un pago por servicios ecosistémicos que permi-ta la conservación de los mismos y de la biodiversidad que los suministra, y por otro lado contribuir a la mitigación de la pobreza de manera realista, al darle acceso a estas comu-nidades a un nuevo nicho y asegurándoles un sobreprecio, entre otras razones (Ghazoul et al. 2009).

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Los sistemas agroforestales entran en esta propuesta, como es el caso de los cafetales con sombrío, que permiten que se puedan dar tanto la producción como la conservación, al complejizar la estructura de la vegetación y aumentar los nichos que puedan ocupar diversas especies (Montagnini 2015). Estudios realizados en estos sistemas han encontrado 90% más aves que en cafetales a libre exposición, incluidas especies migratorias (CLAC - Red Café 2010). También, al hacer comparaciones entre bosques maduros y sistemas agroforestales, se ha encontrado similitud en cuanto a rique-za de avifauna (Bhagwat et al. 2008) y artrópodos (Hughell & Newsom 2013). Respecto a los suelos, al disminuirse sustan-cialmente el uso de agroquímicos se reduce la contaminación en los cuerpos de agua, y debido a la densificada estructura en la vegetación se previene la erosión y la remoción de suelo por lluvia (CLAC - Red Café 2010).

De otra parte, se da una mayor captación de dióxido de carbono que permite mitigar el cambio climático, y se reduce el uso de combustibles al hacer el secado del café al sol y no mediante maquinarias. Por último, al promover la diversidad de plantas cultivadas los productores tiene la posibilidad de acceder a sus propias fuentes de alimentación, promoviendo así mismo su seguridad y soberanía alimentarias (CLAC - Red Café 2010).

Vale la pena aclarar, que aunque en estos sistemas se gene-ren las condiciones que proveen mejores hábitats para las especies y por tanto promuevan su conservación, en muy pocos casos existen estándares que deban ser alcanzados en cuanto a la “cantidad de biodiversidad” que se deba tener, más bien se hace énfasis en promover las condiciones para que esa biodiversidad pueda estar allí, lo cual se puede tomar como una aproximación a la misma (Tscharntke et al. 2015). En conclusión se ha confirmado que la conservación y la producción pueden convivir en un mismo sistema integrado (Bobryk et al. 2015), y que si estos se agrupan con otros sistemas similares se pueden lograr objetivos a escalas de coberturas forestales y de paisaje.

Reflexionando sobre el Comercio Justo desde la parcela y la plazaCuando desde la Ecología se explora lo justo y lo ético de los intercambios comerciales a lo largo de diversificados canales de distribución, se enfatiza en el escenario rural puesto que en él están los primeros eslabones de las cadenas de valor, se ve reflejada la naturaleza dinámica de los modos de pro-ducción y el medio ambiente, y la influencia que tienen las complejas relaciones entre productores y consumidores. Así, la Ecología se aproxima también a las valiosas luchas cam-pesinas que buscan justicia y equidad, dado que el mercado es sumamente ineficiente para asignar costos y beneficios sociales y ambientales entre grupos sociales. El discurso clásico-liberal de “seres racionales”, egoísmo y disyuntivas entre crecimiento y equidad logró, impulsar un modelo de desarrollo en donde la naturaleza se convirtió en un medio para lograr beneficios individuales, sus daños colectivos se naturalizaron y se relegaron a ser considerados como asuntos externos, que la economía misma denomina como externalidades. Así, las luchas campesinas por la justicia van también de la mano con la soberanía y seguridad alimentaria, la autonomía territorial, y la conservación ambiental. El descontento generalizado de los campesinos a nivel mun-dial, se presenta tanto en países desarrollados como en vía de serlo (según la denominación convencional). En el Reino Unido, por ejemplo, los productores rurales levantaron la voz recientemente, exigiendo investigar los efectos negativos del patrón británico de acumulación desigual de tierras producti-vas, un mayor apoyo a la agricultura campesina como alter-nativa social, el mejoramiento de las condiciones de vivienda rural de bajo impacto ambiental, invertir en sistemas descen-tralizados de energía renovable para el campo, recompensar a los trabajadores –no propietarios– por las prácticas pro-ductivas cuidadosas con el medio ambiente, incrementar las oportunidades en los medios de vida rurales, reconectar a la juventud con la naturaleza, e invertir en vías de comunicación para el medio rural (The Land Workers’ Alliance & The Land Magazine, 2016). También en el escenario internacional, se ha consolidado una propuesta originada en Italia desde finales de los 80 conocida como SlowFood que pretende prevenir la desaparición de las

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comidas, culturas y tradiciones locales ante la amenaza que representa la estandarización gastronómica de la mano de la globalización y el auge de lo que ellos llaman FastFood:

“Si la Fast Life, en nombre de la productividad, ha modificado nuestra vida y amenaza el ambiente y el paisaje, Slow Food es hoy la respuesta de vanguar-dia. Y está aquí, en el desarrollo del gusto y no en su empobrecimiento, la verdadera cultura, es aquí donde puede comenzar el progreso con un intercambio inter-nacional en la historia, en los conocimientos y proyec-tos.” (Slow Food, 1989)

Los múltiples llamados campesinos en diversas regiones del mundo se pueden ver también en el movimiento campesino internacional llamado La Vía Campesina, iniciado a mediados de los 90 y que aglutina actualmente a más de 200 millones de campesinos de 75 países del mundo. Este movimiento presenta dentro de sus banderas la soberanía alimentaria y apoya la agroecología como una de las formas más apropia-das para su consecución.

“La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente adecuados, pro-ducidos mediante métodos sostenibles, así como su derecho a definir sus propios sistemas agrícolas y ali-mentarios. Desarrolla un modelo de producción cam-pesina sostenible que favorece a las comunidades y su medio ambiente. Sitúa las aspiraciones, necesidades y formas de vida de aquellos que producen, distribuyen y consumen los alimentos en el centro de los sistemas alimentarios y de las políticas alimentarias, por delante de las demandas de mercados y empresas.” (La vía campesina, 2011)

En nuestro país, el Comercio Justo ha estado presente en el discurso de muchos movimientos sociales. En escenarios donde el mercado libre parece tomarse el poder, los campe-sinos han demandado por mayor justicia productiva, como se observa en el pliego de exigencias “Mandato para el buen vivir, la democracia y la paz”. Allí exigen el desmonte de los tratados de libre comercio, la participación campesina en los acuerdos comerciales internacionales y “el fortalecimiento de los mercados campesinos y locales, buscando la integración regional, en el marco de las prácticas de Comercio Justo y eliminando la figura de los intermediarios.” Puede decirse, entonces, que el pequeño campesino se encuentra enfrentado a grandes productores de alimentos, a la concentración de la tierra, a la carencia de vías para la comercialización de sus productos, al abandono en la presta-ción de los servicios públicos, a la homogenización de la gas-tronomía comercial, la retención arbitraria de ganancias por parte de intermediarios comerciales, al deterioro de suelos y fuentes hídricas, la dependencia de insumos agroquímicos y paquetes tecnológicos, el reemplazo de los cultivos alimen-tarios por los agroindustriales, la pérdida de terreno por la expansión urbana, industrial y extractiva, la no tenencia de la

tierra, el latifundio, entre muchas otras, como aquellas rela-cionadas con conflictos sociales y políticos que tienen una expresión violenta, armada e infortunada para el campesino.

Por otra parte, son aquellos productores con prácticas justas, ecológicas, orgánicas y responsables los que deben asumir los costos para certificarlo, cuando deberían ser los otros los que certifiquen que sus prácticas no son tan dañinas, sus modos de producción no son tan perjudiciales y sus produc-tos no pueden traer inconvenientes a la salud. También se generan dinámicas injustas que impactan a los consumidores de manera distinta dependiendo de su capacidad adquisitiva. Aquellos con mayor capacidad económica tienen acceso a los productos con mayor calidad, mientras que los de menor calidad son consumidos por los menos pudientes. Lo ante-rior resulta contradictorio ya que la producción con menores impactos ambientales y la de mayores beneficios sociales resulta siendo la más costosa, y por lo general la menos apoyada.

Así pues, lograr los cambios que proponen dichos movimien-tos sociales de naturaleza rural es sin duda una tarea urgente para superar las dificultades de transformación estructural del modelo de mercados libres generadores de injusticias.

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Las resistencias existentes en prácticas agrícolas sostenibles y la innovación para lograr cultivos y redes de distribución más eficientes y culturalmente enriquecedoras, prueban que numerosos Quijotes anónimos están comprometidos con lo que consideran, y consideramos, causas justas.

Reflexionando sobre el Comercio Justo desde la cocina y la mesa Visto desde la cotidianidad, la relación del Comercio Justo con la alimentación se puede escalar a reflexiones sobre la identidad cultural y la transformación de relaciones sociales entre productores y consumidores. En ese sentido, puede pensarse que el Comercio Justo puede ayudar a enfrentar el fetichismo de los alimentos, al permitir que los campesinos no solo ofrezcan productos, sino que reconozcan las demandas y necesidades de los consumidores, y que estos hagan lo propio, fomentándose así nuevas relaciones sociales, más orgánicas que las frías cadenas de valor.

La Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 determinó como factores que garantizan la seguridad alimentaria: “el acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para así suplir las necesidades ener-géticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana” (FAO, 2011). Este elemento depende de otros factores como las condiciones sociales que propician el acceso y la disponibilidad de los alimentos, la manera como se utilizan y su permanencia en el tiempo. Infortunadamente acciones económicas, jurídicas y culturales han generado inseguridad alimentaria manifiesta en fenómenos de esca-

sez, desnutrición, malnutrición, agotamiento de recursos y pérdida de ecosistemas (Gordillo de Anda, 2004; Lara, 2001). En la actualidad los desafíos para cumplir con la seguridad alimentaria son enormes por los cambios acelerados en la estabilidad planetaria y los conflictos sociales que afectan a las sociedades tanto desarrolladas como en desarrollo (Calis-to Frant, 2016).

Como sinónimo de un camino en pro al crecimiento social, al cuidado del ambiente y a la estabilidad económica aparece el Comercio Justo, el cual tiene la capacidad de enmarcar acciones que sin haber sido rotuladas antes como de Comer-cio Justo, en sus variantes terminan otorgando a la sociedad la creación de oportunidades, la reducción de desventajas, la responsabilidad, la dignidad laboral, el respeto por el medio ambiente y la justicia en pagos y prácticas comerciales las cuales son características de esta forma de comercio. El Comercio Justo se basó en la idea de crear espacios donde pudiera llevarse el disfrute de medios de vida seguros y sostenibles de pequeños productores agrícolas y trabajado-res (Calisto Frant, 2016). Así, se ha defendido la soberanía alimentaria como un derecho, en donde la existencia de ali-mentos en buen estado y culturalmente adecuados, se logre por métodos sostenibles y autónomos (Rosset, 2003).

El caso de la producción de alimentos en la Sabana de Bogotá y los espacios aledaños, se ha convertido en un escenario donde han ido surgiendo modelos alternativos que buscan equidad en el Comercio Justo la integración de actores locales, que preferiblemente cosechan productos sin aprovechamientos biotecnológicos y con técnicas de impac-tos ambientales bajos o intermedios. Sus acciones incluyen diálogo, transparencia, respeto, protección de fuentes de producción, conciencia de los consumidores y fomento eco-nómico local. Lo anterior se ha logrado con plataformas como La Canasta1, una red de confianza creada en 2012, que une agricultores de Boyacá y Cundinamarca, con comensales responsables en Bogotá; el Mercado Agroecológico Campe-sino2 con ventas directas a consumidores en la ciudad capital cada fin de semana; o la Granja de San Ildefonso3 con un punto de venta fijo en el centro de Bogotá. Las anteriores son redes de intercambio que junto con propietarios de huertas familiares o comunitarias, han tenido la iniciativa y el interés de unir al sector campesino en un entorno que pueda brindar a otros ciudadanos una mayor seguridad alimentaria, y una soberanía alimentaria basada en la protección de la identidad cultural y el origen territorial de los alimentos.

Los aportes dados desde los consumidores son importantes, desde compradores individuales, familiares o a partir de quie-nes dirigen establecimientos donde los productos obtenidos son transformados en comidas o bebidas. Todo lo anterior constituye las demandas que pueden elegir cómo utilizar las ofertas nacionales o locales, orgánicas, y comprometidas

CUANDO DESDE LA ECOLOGÍA SE EXPLORA lo justo y lo ético de los intercambios comerciales a lo largo de diversificados canales de distribución, se enfatiza en el escenario rural puesto que en él están los primeros eslabones de las cadenas de valor, se ve reflejada la naturaleza dinámica de los modos de producción y el medio ambiente, y la influencia que tienen las complejas relaciones entre productores y consumidores.

1. http://la-canasta.org/

2. https://www.facebook.com/MercadoAgroEcologicoCampesino/

3. http://lagranjadesanildefonso.blogspot.com.co/

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con la equidad. Por el lado de los restaurantes es interesante ver el ejemplo del grupo El Origen de la Comida4, donde el restaurante Donostia se especializa en cocina de mercado, cuyos insumos obtiene diariamente en la central de Abastos de Paloquemao según la temporada, para precisamente realzar los valores culturales de la ruralidad y la sostenibilidad ambiental. Otro caso similar es Mini-mal5, que resalta la comi-da autóctona del país, reconociendo y apoyando como auto-res anónimos a pescadores y agricultores del Pacífico colom-biano, quienes fueron la fuente de inspiración del restaurante mismo. Otro ejemplo relacionado con los litorales y cuencas pacíficas es el restaurante Wok6, en donde la relación con las comunidades pesqueras de la región es esencial para surtir los platos de gastronomía oriental que tiene el restaurante.

Los ejemplos abundan, y no sólo en la alimentación, ya que existen otras iniciativas como la producción de artesanías, la fabricación de mobiliarios, y formas de turismo local, comuni-tario y justo. Es rescatable y satisfactorio ver cómo múltiples ideas se conectan y actúan inevitablemente juntas, desde un propósito individual o colectivo por proteger el ambiente, por articular personas con los mismos roles en el uso de recursos, por desarrollar espacios laborales amigables, con la pasión y la necesidad de construir redes de inclusión que superen condiciones de aislamiento geográfico o falta de reconocimiento y divulgación. Así la realización de un Comer-cio Justo entre miembros locales de sociedades complejas y dinámicas son elementos para crear confianza e identidad social en medio de la competencia frente a otros comercios que tienen predominancia masiva.

ConclusionesAsí como el Comercio Justo abre la posibilidad para que agentes económicos distantes se acerquen y se reconozcan como seres humanos participantes de la compleja red de circuitos económicos y procesos de agregación de valor, el tema nos permitió al interior del Semillero reflexionar desde la Ecología sobre la interdependencia y complementariedad de los estudios ambientales, rurales y sociales desde perspecti-vas tan abstractas como los mercados, tan concretas como las plazas, tan elevadas como el dosel y el paisaje, y tan arraigadas y cotidianas como son las parcelas, o la mesa y la cocina. El breve recorrido realizado por las variadas aristas del Comercio Justo permite relacionar dinámicas propias del sistema económico internacional, de la sinergia entre produc-ción rural y conservación ambiental, y de la tensión entre la simplificación de los consumos urbanos y la complejización de las movilizaciones y resistencias rurales. Una vez más gozamos de la versatilidad de la ecología para abordar temas que como el Comercio Justo aparentan inicialmente ser parte del menú de economistas y juristas, y terminan siendo el trigo, el horno y el pan de todos cada día .

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