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Manuel Ibáñez Escofet La memoria és un gran cementiri Barcelona: Edicions 62, Biografíes i memdries, 1990 El estratega del yo o el memorialismo cautivo o Manuel Ibáñez Escofet LA MEMORIA ÉS UN GRAN CEMENTIRI Un espléndid testímoni sobre un temps i un país escrit per la mestra d'un deis millors periodistes que ha donat Catalunya LA MEMORIA HISTÓRICA ha sido generosa y probablemente justa con Manuel Ibáñez Escofet. Para buena parte de la progresía urbana de los setenta, su nombre va ligado al vespertino Tele/Express, donde se bailaban las rumbas de Joan de Sagarra -tan a menudo radiografías de la cotidianeidad de una gauche divine neuroti- zante- o se adquiría la adicción a la firma de un expresidiario como Manuel Vázquez Montalbán. La dirección de Tele/Express sólo es uno de los episodios de una larga trayectoria profesional que no siempre fue tan arriesgada, ni tan gratificante, como alrededor de aquellos años del final del franquismo: son los mismos años que ahora vuelven a la memoria de los autores, aunque memoria desganada, como en el caso del último Jesús Pardo, Memorias de memoria (Anagrama, Barcelona, 2000). Con La memoria és un gran cementiri (Edicions 62, Barcelona, 1990), Ibáñez Escofet asumía la voluntad de ser autor de algo más que un relato autobiográfico: no mero anecdotario sino reflexión y meditación sobre el pasado personal y colectivo. Ibáñez Escofet pone en escena a un yo estratega que acentúa el desequilibrio entre propósitos y resultados, entre expectativa o tono de voz y material realmente ofrecido a la atención del lector. Pero también existe la impresión más fuerte aún de una deliberada ocultación de la persona, de un ejercicio de enmascaramiento consciente, calculado y literario. La singularidad de la obra proviene de una voluntad de estilo pero también de datos del pensamiento, de la actitud vital e incluso moral y religiosa del autor. De la destilación de todas ellas se obtiene una imagen suficientemente coherente, no exenta de contradicciones internas y dotada de una fuerza definidora que la hace característica de un tipo de elaboración de la memoria y el testimonio personal. La frecuentación de unos ambientes católicos y religiosos, la magnificación del nacionalismo como "idea fuerza" -y el pujolismo declarado que de ello se deriva-, la apología verbal de un escepticismo neutralista y dialogante conducen al lector hacia el perfil más esencial de una amplísima franja de lectores clásicos de la prensa diaria barcelonesa. Aquella biografía segmentada y Boletín de la Unidad de Estudios Biográficos, nQ 5, Universitat de Barcelona, 2001

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Manuel Ibáñez Escofet

La memoria és un gran cementiriBarcelona: Edicions 62, Biografíes i memdries, 1990

El estratega del yo o el memorialismo cautivo

o

Manuel IbáñezEscofet

LA MEMORIAÉS UN GRANCEMENTIRI

Un espléndid testímoni sobre un tempsi un país escrit per la má mestra d'undeis millors periodistes que ha donat

Catalunya

LA MEMORIA HISTÓRICA ha sido generosa y probablementejusta con Manuel Ibáñez Escofet. Para buena parte de la progresíaurbana de los setenta, su nombre va ligado al vespertino

Tele/Express, donde se bailaban las rumbas de Joan de Sagarra -tan amenudo radiografías de la cotidianeidad de una gauche divine neuroti-zante- o se adquiría la adicción a la firma de un expresidiario comoManuel Vázquez Montalbán. La dirección de Tele/Express sólo es uno delos episodios de una larga trayectoria profesional que no siempre fue tanarriesgada, ni tan gratificante, como alrededor de aquellos años del finaldel franquismo: son los mismos años que ahora vuelven a la memoria delos autores, aunque memoria desganada, como en el caso del último JesúsPardo, Memorias de memoria (Anagrama, Barcelona, 2000). Con Lamemoria és un gran cementiri (Edicions 62, Barcelona, 1990), IbáñezEscofet asumía la voluntad de ser autor de algo más que un relatoautobiográfico: no mero anecdotario sino reflexión y meditación sobre elpasado personal y colectivo.

Ibáñez Escofet pone en escena a un yo estratega que acentúa eldesequilibrio entre propósitos y resultados, entre expectativa o tono devoz y material realmente ofrecido a la atención del lector. Pero tambiénexiste la impresión más fuerte aún de una deliberada ocultación de lapersona, de un ejercicio de enmascaramiento consciente, calculado yliterario. La singularidad de la obra proviene de una voluntad de estilopero también de datos del pensamiento, de la actitud vital e incluso moraly religiosa del autor. De la destilación de todas ellas se obtiene una imagensuficientemente coherente, no exenta de contradicciones internas ydotada de una fuerza definidora que la hace característica de un tipo deelaboración de la memoria y el testimonio personal. La frecuentación deunos ambientes católicos y religiosos, la magnificación del nacionalismocomo "idea fuerza" -y el pujolismo declarado que de ello se deriva-, laapología verbal de un escepticismo neutralista y dialogante conducen allector hacia el perfil más esencial de una amplísima franja de lectoresclásicos de la prensa diaria barcelonesa. Aquella biografía segmentada y

Boletín de la Unidad de Estudios Biográficos, nQ 5, Universitat de Barcelona, 2001

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parcial informa de vacilaciones y afectos que proba¬blemente fueron compartidos no exclusivamentepor los círculos más reducidos o íntimos del autor,sino por toda una clase social que hizo frente asituaciones que pedían juego de piernas, cinturaflexible y un talento singular para la supervivencia.Programa vital que encuentro involuntariamenteexpuesto en esta inquietante confesión sobre laprimera juventud:

Jo volia ser el gos de poblé que se la campa, que saltaa l'entom del capellá, del batlle, de la fomera i delcaptaire. Es molt difícil ser un gos de tothom i teñirla cua sempre a punt de remenar-la. En la metamor¬fosi de gos a home, gairebé impossible. [22]

Hay un rasgo reiteradamente presente -poralusión o por elusión- a lo largo de estas páginasque no pasa inadvertido. La autodefinición másusual de Ibáñez Escofet está casi indefectiblementevinculada al candor del adolescente que fue y a laspesadas migajas que en la madurez arrastra todavía.Poco importa ahora si el autodiagnóstico es o no esdiscutible -y yo me inclino por discutirlo. En todocaso, es más interesante el hecho de que páginasescritas a lo largo de veinte años aludan a ello enclave justificadora o explicativa de la experienciapropia, y de esta o aquella decisión. El candor esuna especie de piedra de toque necesaria paracompletar una personalidad pública explicadadesde la intimidad, el sosiego de la reflexión histó¬rica y el desencanto.

A los dieciocho años "desprenia la bonaaroma del candor" [22], de "noi organitzat ambordre i coto fluix" [84], que caracteriza pocodespués como "ideología feta de pau i d'amor", de"fe en un poblé que havíem idealitzat" y "d'arrel noviolenta, es vulgui o no, petitburgesa" [72]. Aquelcandor no lo extirpa definitivamente laexperiencia biográfica, ni la maduración personal,ni una guerra civil:

Massa sovint em surten grans del candor, que sónnaturals a la pubertat, pero no quan ja s'és unhome fet i dret. [247]

Aún así, el lector ha conocido nada más pasarla primera página del volumen la taxativa seguridadde los que vuelven con el paso lento y el gesto

patriarcal: “No cree en res, és cert. Hi ha una

impossibilitat fisiológica per a creure ais que teníemdivuit anys el 36. No podem aixecar banderes, nicridar, ni entusiasmar-nos” [17], -aunque no hayredactor de algún diario de finales del franquismoque no recuerde, con un escalofrío, los fenomenalesgritos que el periodista era capaz de combinar con lamás afectuosa cordialidad, sin transición.

Lo que me interesa de estas citas es el espaciointerpuesto entre el nihilismo verbal y laexperiencia narrada desde una estructura moralestable. Aquel escéptico decepcionado y envejecidose tambalea demasiadas veces al leer episodios de lapropia historia e invita a la hipótesis fecunda de leercon la previsión de que aquello es autobiografía y,

por tanto, en una u otra medida, enmascaramiento,invención y literatura. La dosis de inocencia explí¬citamente declarada es quizás excesiva para lo queel autor mismo transmite y calla. El lector sospechala probablemente involuntaria -inconsciente-confección de una imagen íntimamente satisfac¬toria a sus propios ojos y a los del destinatarioprevisto. Y lo subrayo: no a cualquier destinatarioporque enseguida nacen algunos interrogantes paraadivinar la esencia más concreta de este candorinicial que el tiempo diluirá en los ácidos del escép¬tico. Los bandazos de un ánimo al otro no son preci¬samente insignificantes sino exactamente al revés:particularmente significativos porque responden auna imagen querida más que al diagnóstico asépticoy distanciado -que por otra parte no está obligado adar. Quizás ni estos bandazos son tan acusados ni elescepticismo tan radical.

El libro suministra un perfil ideológicopreciso, partidista y comprometido, pero siempre -

y este es el rasgo decisivo-, presidido por la contra¬dictoria mezcla de la pérdida de la confianza en elhombre y la subsistencia de la fe en él. Este cóctelse diluye casi siempre -pero con mecanismosdistintos, como veremos- en una especie detolerancia sensata, en una ortodoxia final nadaextremista, en un código de equilibrios y contra¬pesos que dan un típico tono gris, tibio, apagado, alrelato de una vida entera.

O casi siempre. Porque, dentro de este hiloargumental, es relevante precisamente una

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ausencia: la vida interior del franquismo, lasordidez y la oscuridad de una atmósfera que en símisma constituiría una extremosidad temática no

asequible al equilibrio, al tono medio y transaccio-nista de la crónica. La tibieza, el rechazo de laheterogeneidad y la heterodoxia, la apología delcentro elástico y oportunista, el elogio del pacto, laflexibilidad y la transigencia rechinarían en uncontexto flagrantemente injusto: comparte lamisma pátina de las memorias de Llorenf Gomis,De memoria (Edicions 62, Barcelona, 1996), pero

huye de toda posible comparación con lo que haceúnicas y corrosivas las memorias de un periodistaque parece, a veces, de otro planeta, el Jesús Pardode Autorretrato sin retoques (Anagrama, Barcelona,1996). Al acabar La memdria és un gran cementiri, ellector se da cuenta de que ha vivido vicariamentela experiencia de un adolescente católico ante laguerra civil, punto desde el que ha sido transpor¬tado a una etapa más moderna e ilusionante, a losmomentos que rozan con la transición política, o

aquellos que la preparan (por ejemplo el detalle delcaso Huertas Clavería, y hay que ver ahora su

propio relato circunstanciado en Cada taula un

Víetnam, La Magrana, Barcelona, 1998).

El paréntesis cronológico, sin ser absoluto,obviamente, es muy revelador. La incomodidad delperíodo, la mezquindad intelectual y su mismasordidez, hubieran sumergido al lector -y al autor- enuna memoria indeseable, en una experiencia áspera,íntimamente violenta y, en todo caso, incompatiblecon el espíritu comprensivo, transigente y candoroso,justamente, de una voluntad de estilo memorialís-tico. El estratega que es siempre el yo memorialistatenía que evitar el choque con cuanto pudiese hacermarrar el conjunto de la operación.

La memoria és un gran cementiri ejemplificaun tipo de autobiografía más reflexiva que confe¬sional, determinada por una vocación de supervi¬viente moral y civil. O, más precisamente, deter¬minada por un prejuicio o un rasgo distintivo quela dota privilegiadamente para el equilibrio y laortodoxia. Incluso cuando la pretensión es justa¬mente la contraria: opinar temerariamente, escan¬

dalosamente, o consignar un motivo de escándalo.Se hace necesario explicar esta última contradic¬ción porque ilumina la raíz voluntarista de una

autoimagen a la vez que las concesiones impercep¬tibles al talante más irreprimible del personaje. Ode otra manera: ilumina la fracasada persecuciónde un modelo literario, el de Josep Pía.

En un nivel muy básico, el del estilo ensentido estricto, hay un par de momentos quellaman poderosamente la atención. Se trata de dosinstantes furiosos y encendidos, donde habla unavisceralidad absolutamente contradictoria con latónica y la gesticulación medrosa del mismo autor.Contradictoria incluso con las consideraciones o lasreflexiones que justifican exabruptos calculados yliterarios. La sombra de Josep Pía es exactamenteeso: una sombra y la presencia de un deseo. En undeterminado momento de una página acusadoracontra la historia que le ha tocado vivir, y en elmomento álgido de un sensible in crescendo, leemos:"Em cago amb [sic] la puta mare que va parir a totsels que tenien trenta, quaranta, cinquanta oseixanta anys quan jo només en tenia divuit" [16].Muchas páginas más tarde, al hablar de lahipocresía institucional de Alberto Martín Artajo,señala que "ais vuit dies [d'ésser ministre d'AfersEstrangers] ja entrava en el més vulgar i repugnantcuite a la personalitat, a la fundó de llepaculs ambcrostes ais llavis" [235].

No le será fácil al lector encontrar momentos

de esta virulencia en el resto de las páginas. Pero nosólo en el nivel verbal, tampoco en el de la reflexiónincisiva y punzante, en el de la acusación razonada yarticulada para evidenciar el trasfondo que explicaexabruptos de este tipo. El propio Martín Artajo,solo unas líneas más arriba, ha sido caracterizadocon una síntesis muy plana -donde la ironía, de estar,se funde con el grado cero de la escritura: "Franco vafer ministre Alberto Martín Artajo, de laconsciencia cristiana del qual no dubto, pero sí queel trobo ambigú com a demócrata" [235], Es ésta latónica a que hago referencia cuando hablo de lamano de tibieza que lo baña todo: el exabruptoadjetival es insólito y destaca justamente porque

rompe la placidez -amarga, naturalmente- de unrelato que profundiza escasamente en los motivos dereflexión aunque la pretensión de hacerlo seencuentre en el tono meditativo, en la elección delos episodios narrados, en el aire sosegado y solemnede quien mira hacia el pasado.

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Pero este tipo de candor se manifiestatambién en niveles menos superficiales oinmediatos que el del estilo. Asume la categoría derasgo ético esencial de la persona literaria, aunquesu magnificación lo hace poco menos que ficiticioy no creíble. La credibilidad del autorretrato seresiente al hacerse desde la reinvención actual dela inocencia que ya no se tiene, o poniendo volun-tariosamente entre paréntesis la experiencia vivida(y lo que se ha aprendido). Es de interés histórico y

sociológico, por ejemplo, saber de las dificultadesde los diarios para sugerir candidatos posibles a unGobierno Civil, pongamos por caso, porque oficial¬mente se pretendía que "aquí l'únic que escollia eraFranco des de la seva soledat d'El Pardo" [259].Ahora bien, demasiado cerca del dato banal ocandoroso está el abandono autocrítico que revelael comentario inmediatamente siguiente: "No eraben cert, perqué darrere de cada nom patrocinat hihavia la veu, les aptituds electives i els raonamentsdeis que podien acostar-se al general. Com sempre,es movien les influencies cortesanes i hi havia més

d'una intriga" [259]. Precisiones superfluas como

éstas, tan por debajo del nivel real de informacióndel autor, constituyen las piedras del collar de unamemoria deliberadamente empobrecida y banali-zada, de la que parecen haberse omitido o eclipsadomomentos que exigirían explicaciones máscomplejas, enlaces y antecedentes, quizás inclusoesfuerzos comprensivos adicionales por parte dellector. Apenas salimos de precisiones redundantespara caer en otras igualmente obvias y consabidas -

contra la íntima convicción de que el autor calla elpedazo más sustancioso.

Este tipo de inocencia, o de inopiaestudiada, emerge en muchos momentos. Otromuy evidente, y significativo del mundo personaldel autor, aparece, cuando glosa el comentariolascivo que una modelo le hace al oído ante una

copa de menta: "Oh, menta! Posa la titacontenta...". A continuación explica el autor: "Siels dic que no vaig fer res més de bo en tota la nit,em poden creure" [308]. El puritanismo monacaldel tono es premeditadamente impostado y seaviene bastante mal con el hombre que ha dejadode creer en nada; con más dificultades aún con un

hombre de su experiencia, profesión, vitalidad einiciativa. Leemos más bien un esfuerzo de recons¬

trucción del personaje en función de un excul-pador modelo o patrón, el del adolescente cando¬roso y nunca del todo liberado de una espiritua¬lidad católica más o menos firme.

Es un patrón que favorece la magnanimidad,tal como la recibe un personaje como SebastiánSánchez-Juan, censor y poeta. En estas páginas estátambién el hombre pusilánime y delicado victimi-zado por el régimen al destinarlo desdichadamenteen funciones de censor. La memoria parece recibirel contagio de la ternura imaginable en el perso¬

naje, poeta poco dotado pero también poco prolí-fleo. Es un ejemplo más de la insuficiencia del resul¬tado respecto a la pretensión que le anima y, sobretodo, respecto a la modalidad expresiva que ensaya,haciendo andar la pluma de una reflexión a otra sinsalirse de un tono gris, de un tono medio, y quizásincluso de una banalidad confortadora o consola¬dora de la ansiedad. La memoria és un gran cementiriofrece un precioso material para la reflexión sobrela autobiografía, los mecanismos del autorretrato y,más pedantemente, la poética de la memoria.

Hay algunas observaciones especialmenteiluminadoras de esta manera de hacer. Compartentodas ellas una simplificación, o un reduccionismoque obtendrá su proyección ideológica más trans¬parente en el apoyo al nacionalismo puj olistacomo patente única e incuestionable de progre¬sismo o la alusión a los fascismos históricos, que es

peligrosamente rápida pero quizás motivada por unnacionalismo ideológico que elude hurgar dondela herida puede abrirse. De Hitler y Mussolinisabemos que "eren uns malalts. El mal que feren,enorme i historie, és el que a la seva escalaprodueix el psicópata armat d'un fusell, que cajavianants des del pis més alt de qualsevol univer-sitat americana. Fet real que tots hem llegit aisdiaris" [98]. La puerilidad e inexactitud radical delsímil son sorprendentes: pertenecen al géneroepisódico del desbarajuste de un periódico más queal producto de la reflexión sosegada. Este tipo desimplificaciones rápidas no acaban de compade¬cerse con el inicial deseo de "expressar les videsviscudes i els grans canvis, les grans convulsionsdes d'una perspectiva doméstica" [7] -si no eshaciendo sinónimo de domesticidad un margen deimprovisación intuitiva muy generoso.

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Pienso también en otro momento extraño.

Ibáñez Escofet confiesa que en la guerra civil elbando franquista ejercía "una simple i fredarepressió de classe" [82], pese a que justamente deaquella guerra extrajo lo que llama su "interclas-sisme" y comprendió "que no val la pena, és injusti imbécil, dividir els homes per raons económiques"[69]. El lector encuentra el testimonio sobre laguerra de una persona que tampoco ahora, dice, laha llegado a comprender, como si una instintivabarrera se interpusiera entre la lucidez intelectual ycultural y la ferocidad de unos hechos que superansu umbral de resistencia a la barbarie. Percute en ellector la imagen del eremita que no era IbáñezEscofet, incapaz de asimilar y discutir las razones

para regar de metralla un país.

Esta óptica anuncia, con todo, una propen¬sión a la simplificación de alcance más peligrosocuando procura señalar filiaciones éticas e ideoló¬gicas personalmente ineludibles. Me refiero a

Cataluña, el nacionalismo y la ideología delpujolismo con la oportuna dosis religiosa. Porque eneste caso el estupor del lector no irá más allá del que

experimenta al vivir la hegemonía nacionalista delas dos últimas décadas. Lo que sorprende es, portanto, la inserción en el discurso privado que sonunas memorias, del discurso público de un políticoque conjuga convicciones nacionalistas con una

ideología instrumentalmente favorecida por aquellaprimera bandera. No hay candor ni ingenuidad enel programa político del nacionalismo catalán dederechas, pero Ibáñez Escofet parece sufrir elcontagio de la propaganda y la imantación naciona¬lista al excitar los instintos doméstico-patrióticos.

Estas impresiones son mucho más punzantesal comprobar que el autor identifica aisladamentelos ingredientes ideológicos y culturales que sonasumibles por un nacionalismo y una Cataluña.Cuando el autor refiere su participación en deter¬minados cursillos que organizó la Asociaciación dela Prensa de Barcelona, aún con Franco, precisa quequiso aprovecharlo para "expressar el meu enamo-rament per Catalunya i vaig mirar d'introduir un

esperit liberal, comprensiu i tolerant en lesrelacions de convivencia" [264]. Es un lenguajemuy de aquellos años, y que habían comenzadomucho tiempo atrás, en los primeros cincuenta, los

hombres de la primera Revista. Lo que ahora llamala atención son las restricciones implícitas que

significa la materialización concreta de aquelprograma de convivencia. Más de una vez parece

que la apropiación total de un nombre, Cataluña,por una ideología, hace necesarias otras precisiones,supuestamente secundarias e incluso auxiliares.Una idea-fuerza demanda por definición la exclu¬sión, transitoria en el mejor de los casos, del que nose considera incluido en ella. Esto parece indicar elestremecedor reduccionismo de usar Montserrat

para explicar en aquellos cursillos "la unitat delpoblé catalá" [264]. Desde aquello que alguienllamó maliciosamente nacional-catolicismo local,quizás sí que la unidad del pueblo catalán se simbo¬liza en Montserrat. Pero es marcadamente objetablesi ustedes se sienten tibios en el terreno de lasreligiones nacionales. Será factible entenderse si se

habla de la Cataluña montserratina o la interior deJosep Pía, o la de un Joan Oliver. Pero querer hacerentendible Cataluña a los propios catalanes subra¬yando la unidad que simboliza Montserrat es unatemeridad que deja fuera de la barca a demasiadaspersonas. Y, naturalmente, también la herenciacultural de los dos escritores que acabo de nombrar.

Puede pecar de pueril la pretensión de elevarel candor, o una cierta ingenuidad impostada, me

parece que intencionadamente banal, a categoríadescriptiva de un texto literario. El riesgo intelec¬tual, con todo, tiene que ver esencialmente con lacaracterización posible de una prosa que tantasveces como se quiere lírica participa también delregistro propio del ensayo, de las anotacionesrápidas y de la reflexión articulada pero breve. Elafán explicativo de este o aquel episodio y la decla¬rada alergia por las memorias como inventario deanécdotas -que reitera Ibáñez Escofet- rozan con undiseño no demasiado lejano del ensayo como

género literario y, más previsiblemente, con elperiodismo de opinión como ejercicio profesionalregular del autor.

El rasgo más significativo de esta autobio¬grafía podría ser, por lo tanto, una óptica cándida y

neutralizadora, aplicada con el fin de eliminarestridencias, hacer menguar las inocultables y

adaptar la narración en el presente al termómetromoral deseado, escogido estratégicamente como

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herramienta literaria. La necesidad de sobrevivirutilizando los recursos a mano, la sumisión a loslímites convencionales y oficiales del pensamientoy la imaginación crítica, el rechazo de formasheterodoxas de asimilar la realidad se proyectannecesariamente en un estilo cuya cualidad es laneutralidad prudente, cauta y segura. Y lo es condi¬cionada por una banalidad impostada, por unatrivialización que contamina episodios -y etapas-que intuimos queridamente recortados y parce¬lados: permanecemos más pendientes de lo que

podría decir que de lo que dice porque la artificio-sidad de la voz es demasiado obvia. El pacto con larealidad del presente y sus compromisos dan un

margen de maniobra estrecho y el resultadonecesariamente afecta al tono medio tan civilizadocomo impersonal -más allá del exabrupto o de laestampa lírica y descriptiva. El precio que paga esla ausencia de los ingredientes más cautivadores dela autobiografía como género literario: la veracidadposible, la inteligencia no hipotecada por elcompromiso inmediato, la inhibición de la presiónsocial cotidiana. En estas memorias, y en las que

responden a su tipología, el yo estratega ha dejadomaniatada y cautiva a la memoria.

Jordi Gracia