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LADRONES DE TINTA, DE ALFONSO MATEO-SAGASTA (2004). LA PRESENCIA DE CERVANTES Y LA CRÍTICA DEL QUIJOTE DE 1605 SANTIAGO LÓPEZ NAVIA Universidad S. E. K. (Segovia, España) 1. CUANDO LA LITERATURA SIRVE A LA LITERATURA «Fuera quien fuera, ¿por qué había esperado diez años?» 1 . Esta es una de las muchas preguntas que se plantea Isidoro Montemayor, protago- nista y narrador en primera persona de la novela Ladrones de tinta, de Al- fonso Mateo-Sagas ta, acerca del autor del Quijote publicado en 1614 por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, cuya verdadera identidad se in- tenta averiguar en el transcurso de una de las últimas recreaciones lite- rarias que conocemos de la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. A diferencia de otras novelas biográficas anteriores en las que es el protagonista indiscutible 2 , Ladrones de tinta es una novela coral en la que Cervantes asume una carga significativa de protagonismo en medio de un elenco de personajes envueltos en la trama del descubrimiento del misterio que envuelve al autor de la primera recreación significativa del Quijote*. En algunos casos, como más adelante comprobaremos, se trata 1 Alfonso Mateo-Sagasta, Ladrones de tinta, Barcelona, Ediciones B, 2004, pp. 339-340. 2 Es el caso, entre otras, de Vida (y muertes) de Cervantes, de Stephen Marlowe (Barcelo- na, Plaza yjanés, 1993), El comedido hidalgo, de Juan Eslava Galán (Barcelona, Planeta, 1994) y Cervantes. La novela de un genio, de Bruno Frank (Barcelona, Edhasa, 1995), de las que nos ocupamos en nuestros trabajos «La etapa andaluza de Cervantes (1587-c. 1600) en la novela biográfica: Bruno Frank, Stephen Marlowe yjuan Eslava Galán» (ap. Pedro Ruiz Pérez, ed., Actas del Coloquio Internacional Cervantes en Andalucía, Sevilla, Ayuntamiento de Estepa, 1999, pp. 257-274) y «De nuevo sobre el tratamiento de Cervantes en la novela biográfica: la etapa italiana según Bruno Frank y Stephen Marlowe» (ap. Alicia Villar Lecumberri, ed., Cervantes en Italia. Actas del X Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca, Asociación de Cervantistas, 2001, pp. 229-243). 3 Nos referimos a la continuación de Avellaneda como la primera recreación significati- va, no como la primera recreación. Recordemos que cinco años después de la aparición de la primera parte del Quijote se publica la ampliación anónima Homicidio de la fidelidad y la defensa del honor (á Paris, par Jean Richer), escrita en castellano y en francés, que recoge la historia del pastor Filidón, muerto por el amor de la pastora Marcela, y que contiene además un discurso de don Quijote acerca de la excelencia de las armas sobre las letras. Por otra parte, en 1614, «Cervantes y el Quijote.» Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004) CERVANTES Y EL QUIJOTE. Santiago LÓPEZ NAVIA. «Ladrones de tinta», de Alfonso Ma...

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LADRONES DE TINTA, DE ALFONSO MATEO-SAGASTA (2004). LA PRESENCIA DE CERVANTES

Y LA CRÍTICA DEL QUIJOTE DE 1605

SANTIAGO LÓPEZ NAVIA Universidad S. E. K. (Segovia, España)

1. C U A N D O L A L I T E R A T U R A SIRVE A L A L ITERATURA

«Fuera quien fuera, ¿por qué había esperado diez años?»1. Esta es una de las muchas preguntas que se plantea Isidoro Montemayor, protago­nista y narrador en primera persona de la novela Ladrones de tinta, de Al­fonso Mateo-Sagas ta, acerca del autor del Quijote publicado en 1614 por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, cuya verdadera identidad se in­tenta averiguar en el transcurso de una de las últimas recreaciones lite­rarias que conocemos de la vida de Miguel de Cervantes Saavedra.

A diferencia de otras novelas biográficas anteriores en las que es el protagonista indiscutible2, Ladrones de tinta es una novela coral en la que Cervantes asume una carga significativa de protagonismo en medio de un elenco de personajes envueltos en la trama del descubrimiento del misterio que envuelve al autor de la primera recreación significativa del Quijote*. En algunos casos, como más adelante comprobaremos, se trata

1 Alfonso Mateo-Sagasta, Ladrones de tinta, Barcelona, Ediciones B, 2004, pp. 339-340. 2 Es el caso, entre otras, de Vida (y muertes) de Cervantes, de Stephen Mar lowe (Barcelo­

na, Plaza yjanés, 1993), El comedido hidalgo, de Juan Eslava Galán (Barcelona, Planeta, 1994) y Cervantes. La novela de un genio, de Bruno Frank (Barcelona, Edhasa, 1995), de las que nos ocupamos en nuestros trabajos « L a etapa andaluza de Cervantes (1587-c. 1600) en la novela biográfica: B runo Frank, Stephen Marlowe y juan Eslava Ga lán» (ap. Pedro Ruiz Pérez, ed., Actas del Coloquio Internacional Cervantes en Andalucía, Sevilla, Ayuntamiento de Estepa, 1999, pp. 257-274) y « D e nuevo sobre el tratamiento de Cervantes en la novela biográfica: la etapa italiana según Bruno Frank y Stephen Mar lowe» (ap. Alicia Villar Lecumberr i , ed., Cervantes en Italia. Actas del X Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca, Asociación de Cervantistas, 2001, pp. 229-243).

3 Nos referimos a la continuación de Avellaneda como la primera recreación significati­va, no como la primera recreación. Recordemos que cinco años después de la aparición de la primera parte del Quijote se publica la ampliación anónima Homicidio de la fidelidad y la defensa del honor (á Paris, par Jean Richer) , escrita en castellano y en francés, que recoge la historia del pastor Filidón, muerto por el amor de la pastora Marcela, y que contiene además un discurso de don Quijote acerca de la excelencia de las armas sobre las letras. Por otra parte, en 1614,

«Cervantes y el Qui jote . » Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004)

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de personajes tomados del universo literario áureo o del entorno de Cer­vantes; en otros, sin embargo, se trata de personajes creados por el au­tor, casi siempre relacionados con el protagonista de la novela.

Inmediatamente antes de ceder la voz de la narración a Isidoro, Al­fonso Mateo-Sagasta toma la palabra en el prólogo titulado «Al ocioso lector», cuya naturaleza ficticia queda también muy clara cuando nos to­pamos, tempranamente, con el recurso de la pseudohistoricidad, desde el momento en que el autor hace referencia al «manuscrito de Isidoro Montemayor encontrado por azar entre los documentos del archivo de la Casa de Cameros» 4. Hemos de aceptar el juego de entender, por lo tan­to, que todo lo que leeremos a partir de este prólogo es una transcrip­ción textual del manuscrito redactado por el protagonista, dirigido a un narratario no identificado y referido con el pronombre «usted», cuya pre­sencia se va diluyendo a medida que evoluciona la narración hasta los pá­rrafos finales de la obra, en los que vuelve a manifestarse a través del jue­go retórico desplegado por el narrador.

Parece afortunado, y nada casual, que una obra que se ocupa, entre otros asuntos, del texto del Quijote de 1605 y de las circunstancias que aclaran yjustifican la aparición de la continuación de Avellaneda se base en el guiño literario que supone el uso de un recurso desplegado con desigual fuerza y continuidad por los autores de ambos Quijotes5. Resul­ta igualmente pertinente el recurso del manuscrito para crear la ilusión de contemporaneidad que se deriva de acceder a la lectura de un texto pretendidamente escrito en los mismos años en los que se recrea el ori­ginal cervantino. En este juego, sin embargo, y sin que este hecho deba

el mismo año en que se publica el Quijote de Avellaneda, aparece en Madr id El caballero pun­tual (en Madrid , por Miguel Serrano de Vargas) , de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, imi­tación en la que leemos las aventuras cortesanas de d o n j u á n de Toledo, «caballero aventure­ro de la corte», que echará a perder su herencia en el intento de mantener sus aspiraciones nobiliarias sin reparar en engaños, sufriendo, como consecuencia, la burla y la desgracia. Para los conceptos de continuación, imitación y ampliación véase nuestro libro La ficción autorial en el Quijote y en sus continuaciones e imitaciones, Madrid, Universidad Europea de Madrid-CEES Ediciones, 1996, pp. 153-158.

4 Op. cit., p. 9. 5 La pseudohistoricidad, elaborada con relativo detalle por Cervantes en el Quijote de 1605

y reelaborada con más complejidad en su segunda parte -s in duda como consecuencia, en buena medida, de la publicación del Quijote de Avel laneda- , no se plantea con la misma fuer­za en su continuación de 1614, en la que el sabio Alisolán, presente desde el primer párrafo, no es el responsable de la elaboración de la historia, sino sólo de su hallazgo, a diferencia de Cide Hamete Benengel i , una de cuyas categorías paralelas es precisamente la de «autor» y por lo tanto responsable principal de la redacción de la historia que transcribe el narrador-segundo autor. En el Quijote de Avel laneda se usa el recurso de la pseudohistoricidad, pero no, a dife­rencia del Quijote cervantino, el de la ficción autorial ni sus ingredientes, como es el caso de las circunstancias de la traducción del texto original. Cfr. nuestro trabajo «Algunas considera­ciones acerca del tratamiento de la pseudohistoricidad en el Quijote apócrifo», ap. Ignacio Are -l lano et al, ed., Studia Áurea. Actas delIII Congreso de la AISO, Navarra, G. R. I. S. O.-L. E. M. S. O, 1996, v. III, pp. 289-295.

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entenderse como una debilidad, Mateo-Sagasta no ha tenido en cuenta la precaución de atenerse al inconfundible estilo del español clásico6, sal­vo que debamos entender, y sería forzado, que la transcripción del ma­nuscrito implica también una adaptación del registro original al español de nuestros días. Otra cosa es reconocer que Ladrones de tinta está escri­to en un estilo muy elaborado que se adecúa con acierto al registro cul­to de una obra de corte metaliterario, y este es, al mismo tiempo uno de sus aciertos y uno de sus riesgos, porque cabe presumir sin error a equivocarnos que el lector de la novela de Mateo-Sagasta se adscribirá preferentemente al grupo de lectores «informados», interesados por la literatura áurea en general y por Cervantes en particular, y por lo tanto razonablemente exigentes con el planteamiento del tema y con el estilo de la obra. Salvo error de percepción por nuestra parte, no creemos que una novela como Ladrones de tinta, tan útil y atractiva para el estudioso de la literatura de los Siglos de Oro, que el autor demuestra conocer en profundidad, concite el interés del gran público.

Además de lo que toca a la entrada enjuego de los autores del ba­rroco español que aquí actúan como personajes, la ilusión de contem­poraneidad que caracteriza al manuscrito depende también de los he­chos históricos del año 1614 que definen el telón de fondo de la trama, reflejados en las gacetillas de cuya redacción se encarga el protagonista de acuerdo con una de sus ocupaciones profesionales: el asedio de la pla­za de la Mamora por parte de los moros, las pretensiones del duque de Osuna en relación con el virreinato de Ñapóles, la entrada del ejército de Spínola en el ducado de Cleves-Juliers y las tensiones políticas y cor­tesanas del momento. La novela aporta, además, una instructiva visión de la vida de todos los días en ese fascinante Madrid del siglo X V I I que ha vuelto a recuperar la categoría de villa y corte: las casas de juego, los prostíbulos, el desempeño de los diversos oficios (taberneros, soldados o barberos que también se ganan la vida como dentistas), la picaresca de quienes intentan sobrevivir y aun medrar, los chascarrillos sobre la vida amorosa de algunas de las personas más famosas del país, las costumbres, las pretensiones de nobleza a toda costa... El resultado es una novela en la que se consigue crear la necesaria ilusión de proximidad gracias al de-

6 A diferencia de otros autores que, con mayor o menor detalle, recrean el español de la época en la que pretendidamente se escribe la historia. Es el caso, sin duda, de Juan Eslava Galán, que imita el español del siglo XV en En busca del unicornio (Barcelona, Planeta, 1987) o el del siglo XVII en El comedido hidalgo (Barcelona, Planeta, 1994), o el de Al fredo García-Fran­cés, que recrea las singularidades del español preclásico en El hidalgo segundón (Madrid, Mi-leto, 2003). Hasta donde nosotros sabemos, nadie se ha ajustado con tanta perfección a la fi­delidad al estadio diacrónico del castellano como Francisco Torres Oliver en su imitación del español medieval que podemos leer en el fragmento correspondiente a la fingida traducción castellana, publicada hacia 1300 en León, del apócrifo Necronomicon de Abdu l Alhazred, el ára­be loco inventado por Lovecraft, que el propio Torres Oliver dice haber encontrado en el Ar­chivo Histórico de Simancas (cfr. H . P. Lovecraft y otros, Los Mitos de Ctulhu, en la edición de Rafael Llopis en Madrid, Alianza Editorial, 1969, p. 7 ) .

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talle histórico y a la lograda dosis de protagonismo que comparten los verdaderos protagonistas de la historia y las letras de la época. Una vez más, la literatura es la mejor aliada de la literatura.

2. CERVANTES EN SU OCASO

En medio de su enfermedad, que el médico Gaspar Lanzueta ha diag­nosticado como un «mal de orina» incurable, Isidoro visita a Miguel de Cervantes, ocupado en la escritura de diversas obras literarias entre las que se encuentra la segunda parte del Quijote, cuyo manuscrito, plagado de correcciones y tachaduras, descubre el protagonista en casa del escri­tor, presionado por el editor Robles para que la acabe. En su conversa­ción con Isidoro, Cervantes se queja porque Lope le ha robado la gloria de haber sido el primero en dividir la acción en tres actos, y le confiesa su sufrimiento por un doloroso moüvo que el enigmático Avellaneda re­fleja de forma certera y que el escritor le reconoce con pesar al protago­nista: no tiene amigos, circunstancia a la que dedica un soneto, incluido al principio del Viaje del Parnaso, cuya eliminación encomienda a Mon-temayor para evitar dar la razón a su enemigo:

- N o es m e n t i r a t o d o lo q u e d i ce A v e l l a n e d a - s u s u r r ó d o n M i g u e l - . H a y a l g o e n l o q u e t iene r a zón , y es c u a n d o a f i rma q u e n o t e n g o a m i g o s ( . . . )

- L e h e m a n d a d o l l a m a r p a r a p e d i r l e u n e n o r m e favor - d i j o d o n M i g u e l c o n voz e n t r e c o r t a d a - . A c a b o d e r e c o r d a r q u e al f r en te d e l Viaje del Parna­so hay u n s o n e t o e n el q u e p r e c i s a m e n t e h a g o u n l a m e n t o d e la s o l e d a d e n l a q u e vivo y la falta d e a m i g o s v e r d a d e r o s . Es poes í a , ya s abe , p e r o q u é sa­t is facción p a r a ese A v e l l a n e d a si v i e ra c o n f i r m a d a s sus p a l a b r a s p o r m i p r o ­p i a p l u m a . N o p i e n s o da r l e ese gusto , así q u e le r u e g o q u e vaya a la i m p r e n t a y ret i re el s o n e t o de l o r i g i n a l 7 .

7 Op. cit., pp. 168-169. Se trata del soneto titulado «El autor a su p luma» , incluido, en efec­to, en los preliminares de su Viaje del Parnaso, publicado en 1614 al igual que el Quijote de Ave­llaneda. El sentimiento recreado por Mateo-Sagasta se expresa muy claramente en los dos cuar­tetos: «Pues veis que no me han dado algún soneto/que ilustre deste libro la portada, /venid vos, pítima mía mal cortada, /y hacedle, aunque carezca de discreto. /Haréis que escuse el te­merario aprieto/de andar de una en otra encrucijada, /mend igando alabanzas, escusada/fa-tiga e impertinente, yo os prometo» (citamos según la edición de Vicente Gaos, Madrid , Cas­talia, 1974, pp . 50-51). Mas adelante, en los w. 43-45 del capítulo TV, Cervantes abunda en sus quejas: « Po r esto me congojo y me lastimo/de verme solo en pie, sin que se apl ique/árbol que me conceda algún arr imo» (ed. cit., pp. 103-104). La alusión de Avellaneda a la circunstancia por la que se lamenta Cervantes se lee con la misma claridad en el pró logo a su Quijote, lo que deja claro que el autor del segundo Quijote conocía bien a su rival: «Y pues Miguel de Cer­vantes es (... ) por los años tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos, que cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, había de ahijarlos, como él dice al preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca» (ci­tamos según la edición de Fernando García Salinero, Madrid , Castalia, 1972, p. 53) . Mateo-Sagasta demuestra ser coherente con la secuencia de aparición del Quijote de Avellaneda, cuya

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En Ladrones de tinta Mateo-Sagasta tiene también en cuenta las rela­ciones amorosas de Cervantes con Ana Franca, de las cuales es fruto Isa­bel, a quien Magdalena, la hermana de Miguel, toma a su cargo y que él reconocerá tras la muerte de su amante. Esta es la hipótesis planteada por Chete, amigo de Isidoro, de quien discrepa Luis Vélez de Guevara, que se adhiere al rumor de que Isabel era hija de la misma Magdalena y de Juan de Urbina, padres amancebados de una niña cuya maternidad reconoce Ana Franca, amiga de la familia, por acuerdo de todas las par­tes, y cuya paternidad reconocerá luego Miguel para saldar su deuda con su hermana, que en su día sacrificó su dote para redimirle de la esclavi­tud. Vélez también está al tanto del incómodo asunto Ezpeleta, sucedi­do en Valladolid, y del fundamento que pueden tener las acusaciones de alcahuetería que en su día pesaron sobre Cervantes, único varón en una casa con varias mujeres.

La recreación de Mateo-Sagasta no soslaya los detalles que determi­naron las acusaciones de homosexualidad que en su día pudieron pesar sobre Cervantes. A través de una interpretación un tanto forzada8, Isido­ro considera primero la posibilidad de que Avellaneda abundase en este aspecto, y escucha más adelante la relación de fray Melchor, el fraile mé­dico que curará sus hemorroides, que le refiere las imputaciones de so­domía que Blanco de Paz hizo contra Cervantes ante el tribunal de la Inquisición, basadas en la posibilidad de que Miguel, que finalmente fue declarado inocente, fuese amante de Hasán Bajá. Isidoro considera la posibilidad de que Avellaneda estuviera al tanto de estos hechos y los re­flejase más o menos claramente en su continuación.

3. U N LUGAR PARA LA CRÍTICA LITERARIA. JUICIOS Y OPINIONES SOBRE EL QUIJOTE DE 1605

3.1. Los juicios del editor y las dos segundas partes del Quijote

Resultan de especial interés, en el juego crítico de los diferentes per­sonajes de la recreación de Mateo-Sagasta, los detalles de la estrategia co­mercial de Francisco de Robles. El editor del Quijote presume del olfato que ha sabido tener a la hora de vislumbrar el éxito de los diferentes tí­tulos que ha publicado. Es consciente de haber acertado con el Guztnán

licencia es suscrita el 4 de ju l io de 1614 por Francisco de Torme y de Liori, y el Viaje del Par­naso, cuya tasa determina He rnando de Vallejo el 17 de noviembre del mismo año. El final de Ladrones de tinta es hábilmente coherente con la realidad al margen de toda ficción, y su­giere que finalmente Isidoro no cumpliría su promesa: «Mañana por la mañana, en cuanto me levante, voy a la imprenta de Cuesta y le doy la carta de Cervantes para que retire de una vez el maldito soneto. D e verdad. L o prometo. A primera hora sin falta. O por la tarde, si la condesa manda otra cosa» (op. cit., p. 572).

8 Cfr. pp. 196-197.

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de Alfarache y con el Viaje entretenido de Agustín de Rojas, y aunque con­sidera al Quijote una obra de menor entidad que el Guzmán, lo que le dice a Montemayor evidencia que también es consciente del éxito que ha ob­tenido la obra de Cervantes:

-No es el Guzmán, pero no hay que ser siempre el número uno. Mateo Alemán es un genio, yo no le pido tanto a don Miguel. Pero aunque no fue­ra una maravilla fue mi primer buen negocio de verdad con esto de la lite­ratura desde que heredé la librería. Y eso que tenía mis dudas, lo reconoz­co, pero el olfato, ¡ay amigo!,el olfato (...) Por aquel entonces me la jugué y acerté. En dos meses dos ediciones, más de tres mil libros. Claro que lue­go lo editaron en Lisboa y en Valencia y bajaron las ventas, normal9.

Robles está muy interesado en que Cervantes escriba una segunda par­te de su obra, e interpreta la dilación en atender al encargo como un abu­so de su buena voluntad. Para el editor, las obras en las que ha venido tra­bajando Cervantes —las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso— tienen un interés menor, como el teatro que todavía insiste en hacer. El resultado de este retraso tiene importantes implicaciones en los intereses econó­micos de Robles, que sólo ha vendido un centenar de los casi cuatro mil ejemplares de la tercera edición - «un montón enorme de volúmenes en cuarta, de papel malo» 1 0 - , que ordenó tirar confiado en que Cervantes entregaría la segunda parte mucho antes y los dos volúmenes podrían venderse juntos, de acuerdo con una estrategia elemental de aumento de las ventas basada en el efecto de recuperación del interés de una obra cuando se publica su continuación1 1. Por si sus objetivos comerciales no se hubieran visto ya suficientemente perjudicados, la aparición del Qui­jote de Avellaneda -cuyo editor, Felipe Roberto, le ha enviado un ejem­plar y le pregunta, para su desesperación, si tiene interés en que le envíe más ejemplares para venderlos en su librería de Madrid— viene a com­plicar más las cosas, razón por la cual el editor encomienda al protago­nista que descubra su verdadera identidad a toda costa.

3.2. Los juicios de los literatos

Una de las aportaciones más sugestivas de Ladrones de tinta es su tra­tamiento del universo literario barroco, algunos de cuyos principales re-

9 Op. cit., pp. 33-34. 10 Op. cit., p. 35. 1 1 N o por casualidad, Mateo-Sagasta dibuja un movimiento estratégico muy común en la

promoción editorial de nuestros días. A u n q u e anterior a la publicación de su primer best-se­ller en España, y sin ser una «pr imera parte», la aparición de Angeles y demonios de Dan Brown en septiembre de 2004 ha contribuido al mantenimiento de las ventas de El código Da Vinci, indiscutible número uno entre los libros más vendidos en nuestro país a lo largo de los meses anteriores.

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presentantes intervienen en la trama, bien dejando constancia de su opi­nión acerca del Quijote cervantino, bien como sujetos y objetos de las pes­quisas de Isidoro de Montemayor en torno a la identidad del enigmáti­co Avellaneda. Presentes tanto de una forma como de otra, la inclusión de los escritores áureos es una muestra del sólido conocimiento que demuestra Mateo-Sagasta de la época histórica que recrea y de sus prin­cipales protagonistas literarios, y la verosimilitud del resultado de la inclusión de estos últimos se refleja en buena medida en sus diálogos e intervenciones.

Mateo-Sagasta no hace descansar la eficacia de su recreación en la ga­rantía que suponen los nombres de los autores que el lector podría re­conocer con mayor facilidad, sino que demuestra una mayor ambición cultural a la hora de elaborar sus personajes, satisfaciendo así las expec­tativas del lector informado sin que su propuesta tenga que dejar de ser interesante y atractiva para el lector común. Así, al lado de escritores como Vélez de Guevara o Lope de Vega, que cualquier lector con una cultura literaria mínima podría identificar, pone también en acción a autores como Baltasar Elisio de Medinilla o José de Valdivielso, sólo reconocibles por quienes conocen más profundamente el panorama literario del ba­rroco español.

Según Medinilla, el Quijote de Cervantes es una «chapuza», y no cono­ce «historia peor trabada» 1 2 a causa de sus incoherencias: una, lo absur­do del hecho de que don Quijote niegue conocer el latín y sin embargo sea capaz de traducirlo sin problemas más adelante ( «poco después tra­duce un párrafo con soltura» 1 3); otra, la insensatez -en palabras de Me-

12 Op. cit, p. 115. El protagonista y narrador se refiere a Medinil la como «poeta» y «a ve­ces, corrector», al igual que él, y como «amigo y seguidor devoto» de Lope de Vega. Gracias a las aportaciones de Rodríguez Mar ín sabemos bien que este Medinilla, poeta especialmente interesado en temas sacros y autor de La limpia concepción de la Virgen Nuestra Señora, publica­do en 1617, no es el que aparece en los versos 196-201 del capítulo II del poema cervantino («Este que brota versos por los poros/y halla patria y amigos donde quiera, /y tiene en los aje­nos sus tesoros, /es Medinilla, el que la vez primera/cantó el romance de la tumba escura, /entre cipreses puestos en hilera», ed. cit., p. 74) . Cervantes se refiere a Pedro Med ina Medi ­nilla, que publicó el romance aludido («Funestos y altos cipreses, /frondosas y verdes hayas...») en el Primer cuaderno de la segunda parte de varios romances los más modernos que hasta hoy se han cantado (Valencia, junto al mol ino de la Rouella, 1593), cuando Baltasar Elisio de Medinilla, el personaje de Ladrones de tinta, sólo tenía ocho años (cjr. la edición del Viaje del Parnaso de Francisco Rodríguez Marín, C. Bermejo, Impresor, 1935, n. 35, pp. 191-192).

13 Op. cit, p. 115. En Quijote, I, 19, cuando el bachiller herido por don Quijote - a l que lue­go volveremos- recuerda a su agresor las primeras palabras ( «Si quis suadente d iabo lo » ) del decreto en virtud del cual queda excomulgado «por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada» (el cuerpo muerto que estaba siendo trasladado desde U b e d a hasta Segovia), don Quijote contesta « N o entiendo ese latín». N o resulta fácil identificar, sin embargo, el con­texto al que se refiere el narrador de Ladrones de tinta cuando dice que don Quijote «poco des­pués traduce un párrafo con soltura», y no resulta fácil precisamente porque el texto de la no­vela de Mateo-Sagasta dice literalmente «poco después». N o creo que podamos hacer basar la incongruencia significada por Medinilla en la posibilidad de que, al responder inmediatamente don Quijote «yo sé bien que no puse las manos, sino este lanzón», esté sobreentendiendo las

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dinilla- de que el protagonista cene tranquilamente a pesar de que unos cabreros le hayan arrancado de una pedrada cinco muelas de arriba y dos de abajo1 4. Los acompañantes de Medinilla, que el narrador no identifi­ca, añaden por su parte algunos datos en el mismo sentido: las dos cenas seguidas que los personajes hacen en alguna ocasión1 5, la injustificable intervención del estudiante herido «que se va con la pierna quebrada des­pués de pelear con don Quijote y en la página siguiente interviene en la conversación como si no se hubiera movido del sitio» 1 6, y las circunstan­cias del robo del burro de Sancho, que aparece y desaparece, complica­das con las adiciones que hace Cervantes en la segunda edición del Qui­jote para enmendar el error y explicar, escribiendo un párrafo nuevo,

cómo Ginés de Pasamonte había robado el burro una noche mientras dor­mían y otro describiendo la escena en la que Sancho reconoce a su rucio y el ladrón, al verse descubierto, se da a la fuga. En principio todo bien, pero luego va y coloca los añadidos en donde no les corresponde, creando ya el auténtico caos en la historia17.

Para José de Valdivielso1 8, que participa en el debate tomando parti­do por Cervantes, estos son detalles menores que no restan mérito al Qui-

palabras siguientes del decreto XVII, 4 del Decretum aureumDomini Gratiani cuyo comienzo cita el bachiller ( «Si quis suadente diabolo huius sacrilegio vitium vel crimen incurrerit, quod in clericum vel monachum violenter manus iniecerit, anathematis vinculo subiaceat» ) , y no lo creo porque el bachiller dice explícitamente que don Quijote queda excomulgado - r e c o r d e m o s -«por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada». La segunda parte del Quijote, que que­da fuera (i. e., pretendidamente después) del ámbito textual susceptible de ser citado y criti­cado por los personajes, sí ofrecerá contextos que ilustrarán esta incoherencia, porque en­tonces quedará claro, en distintos fragmentos, que el protagonista tiene un conocimiento más que satisfactorio del latín, como permite comprobar la última pista de la nota 206. 47 de las «Notas complementarias» del Volumen complementario de la edición del Quijote de Francisco Rico (Barcelona, Crítica, 1998), que seguimos para nuestras citas.

1 4 Medinil la se refiere, obviamente, a lo sorprendente que resulta comprobar, al final del capítulo I, 19, cómo los hambrientos protagonistas «tendidos sobre la verde yerba, con la sal­sa de su hambre , almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mismo punto» , a pesar de que al final del capítulo anterior, Sancho Panza, metiendo sus dedos en la boca de su amo, hace saber a don Quijote, apedreado por los pastores que intentan defender a los carneros que él confunde con ejércitos de caballeros andantes, que «en esta parte de abajo no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba, ni media, ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano » .

1 5 En efecto, y como bien se ha puesto en evidencia en repetidas ocasiones, los persona­jes cenan dos veces en la venta, una en el capítulo I, 30 y otra en el capítulo I, 37.

16 Ibidem. C o m o advierte Medinilla, después de leer en I, 19 que «con esto se fue el ba­chiller» que se había roto la pierna como consecuencia de la caída de la muía ante el ataque de don Quijote, el herido vuelve a intervenir casi al final del mismo capítulo como si no hu­biera desaparecido de la escena.

17 Op, cit, p. 116. Medinil la pone el dedo en la llaga de la falta de atención que prestó Cer­vantes a la necesaria revisión de las adiciones y cambios que fue experimentando el texto en las sucesivas ediciones de su obra.

1 8 A u n q u e su fama no ha trascendido en la misma medida que la de algunos de sus coe­táneos, José de Valdivielso, capellán de la capilla mozárabe y del cardenal de Toledo y firmante

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jote. Según el capellán del arzobispo de Toledo, es muy posible que Cer­vantes cambiase de sitio los capítulos en los que se desarrolla la historia de Crisóstomo y Marcela, alterando de esta manera la secuencia narrati­va inicial y motivando la confusión ocasionada por las circunstancias del robo del asno de Sancho. Valdivielso no desestima la posibilidad, inclu­so, de que este lapsus deba ser achacado al impresor de la obra, y no a su autor. Por otra parte, y en contra de la opinión de Medinilla, Valdivielso defiende con sólidos fundamentos de preceptiva literaria la pertinencia de intercalar novelas en la trama principal de la obra:

-Cualquier autor sabe que es casi imposible mantener demasiado tiem­po la atención del lector sobre una única historia. Léase a López Pinciano y ya verá cómo me da la razón. La variedad es lo que otorga calidad a una obra de estas características19.

Sin embargo, Medinilla insiste en la falta de ingenio que demuestra Cervantes al haber usado el mismo argumento para escribir una de las dos novelas intercaladas, El capitán cautivo, y una obra de teatro, Los baños de Argel. Valdivielso replica a este argumento insistiendo en otros méritos del Quijote, como el que supone el juego de la ficción autorial en torno al ma­nuscrito de Cide Hamete Benengeli, y Medinilla contrarréplica a su vez significando la falta de originalidad del recurso, ya usado por Ginés Pé­rez de Hita en Las guerras civiles de Granada. Valdivielso, sin embargo, apre­cia una importante diferencia, puesta de relieve por la crítica filológica:

-Pérez de Hita se limita a citar a un árabe como autor de su obra -pro­testó Valdivielso-, pero don Miguel da vida al suyo, establece con él un diá­logo...20

Lo importante, en fin, es la voluntad del autor, su libertad para deci­dir lo que conviene o no a su historia y para abundar en detalles o pres­cindir de ellos según su criterio. Por eso Valdivielso reivindica el dere­cho de Cervantes a no aclarar, por ejemplo, el uso que hace Sancho de los escudos que hay en la maleta que los protagonistas encuentran en Sie­rra Morena.

de una de las tres aprobaciones del Quijote de 1615, fue, sin duda, u n o de los poetas más re­levantes de su tiempo. Amigo de Lope , al igual que Medinilla, y también dedicado preferen­temente a la poesía religiosa - m á s concretamente a la recreación «a lo divino» de otros poe­mas -pub l i có en Toledo en 1612 el Romancero espiritual, obra de gran popularidad en su tiempo. Entre otros géneros, también destacó como autor teatral, y doce años después de haber ob­tenido la aprobación de los lectores con su principal obra poética publ icó también en Tole­do Doce autos sacramentales. Dos comedias divinas. Cfr. J. M. Aguirre,y<w« de Valdivielso y la poesía religiosa tradicional, Toledo, Publicaciones del Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1965.

19 Op. cit., p. 117. 20 Op. cit.,p. 118.

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Luis Vélez de Guevara, por su parte, elogia la originalidad y ameni­dad del Quijote, y confiesa haber disfrutado especialmente con las puyas que Cervantes lanza a Lope de Vega que, molesto por estas alusiones paródicas, declinó la cortesía de escribir algún poema laudatorio de la obra cervantina y además vetó la aportación de otros poetas en el mismo sentido. La respuesta del autor del Quijote fue un acierto, según Vélez de Guevara:

- ( . . . ) Ce r van te s se c r ec i ó y le devo lv ió el g o l p e c o n u n p r ó l o g o fantás­tico y u n o s n o t a b l e s versos j o c o s o s . D e s d e m i p u n t o d e vista conv i r t ió la d e ­r r o t a e n victoria , y e n c i m a a p r o v e c h ó p a r a h a c e r a ú n m á s e s ca rn i o d e L o p e al i n t r o d u c i r a lu s i ones i rón icas a La Arcadia y El Isidro, tan l l enos d e d e d i ­cator ias d e sus fieles, citas c é l e b r e s y e r u d i c i ó n i n n e c e s a r i a 2 1 .

Son especialmente reveladoras las opiniones de Lope de Vega, uno de los principales sospechosos en la lista de Montemayor, que empieza por afirmar, significativamente, que el personaje creado por Miguel de Cervantes ha dejado ya de pertenecerle, y se extraña, poco más adelan­te, de que la continuación de Avellaneda haya suscitado tanto interés, a diferencia de las continuaciones de otras obras anteriores (la segunda par­te del Lazarillo de Tormes, La hija de la Celestina de Alonso Jerónimo de Sa­las Barbadillo, la segunda parte del Guzmán deAlfarache de Mateo Lujan, o la misma Arcadia de Lope, continuación de la de Sannazaro, entre otros ejemplos). Por otra parte, y aunque entremos un momento en las pes­quisas del protagonista sobre la verdadera identidad de Avellaneda, hay que tener en cuenta que Lope deja muy claras, pretenciosamente claras,

21 Op. cit., p. 121. La identificación de algunos de estos «versos jocosos» -obviamente lo-calizables en los versos preliminares del Quijote áe 1605- ha sido propuesta po r Adr ienne Las-kier Martin, que ve una alusión evidente al lema «único y solo», con el que solía presentarse Lope de Vega, en los dos primeros versos del soneto «Or l ando furioso a don Quijote de la Man­cha» ( «Si no eres par, tampoco le has tenido: / que par pudieras ser entre mil pares», ed. cit., p. 31) y aplica el sentido del segundo cuarteto a la publicación de La hermosura de Angélica por parte del Fénix ( «O r l ando soy, Quijote, que, perd ido/por Angélica, vi remotos mares, /ofre­ciendo a la Fama en sus altares/aquel valor que respetó el olvido», Ibidem), además de enten­der que los tres adjetivos finales referidos a Dulcinea en el último verso del segundo terceto del soneto «El Caballero del Febo a don Quijote de la Mancha » suponen una alusión paródi­ca a Micaela de Lujan, amante de Lope ( «Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro, /po r Dulci­nea sois al m u n d o eterno, /y ella, por vos, famosa, honesta y sabia»; ed. cit., p. 32) . Por lo de­más, muchos editores del Quijote coinciden en significar las críticas a la erudición fácil que derrocha L o p e en algunas de sus obras que hace Cervantes en el pró logo de la primera par­te de la obra (cfr. p. e., Rodríguez Marín, Madrid , Espasa-Calpe, 1975, v. I, p. 22, n. 3, citando a Clemencín; Avalle-Arce, Madrid, Alambra, 1979, v. I., p. 59, n. 11, p. 60, n. 17 y p. 61 n. 25; Martín de Riquer, Barcelona, Planeta, 1980, p. 13, n. 7, p. 15, n. 10, p. 16, n. 15 y p. 17 n. 20; Luis Andrés Murillo, Madrid , Castalia, 1982, v. I, p. 53, n. 16 y p. 56, n. 33; John Jay Alien, Ma­drid, Cátedra, 1989, v. I., p. 84, n. 18; Florencio Sevilla y Antonio Rey, Madrid , Alianza Edito­rial, 1996, v. I., p. 15, n. 16, p l 8 , n. 32 y p. 21 n. 50; cfr también las referencias que plantea en este sentido Mar io Socrate en el volumen complementario de la edición de Rico, pp. 13-14).

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las razones por las que él debe quedar fuera de toda sospecha, de las que se deduce su opinión sobre la calidad del Quijote, que él se considera muy capaz de mejorar:

-Mire, cuando yo hago una continuación o una segunda parte no es­condo mi nombre. No me avergüenzo. Al contrario, yo siempre mejoro el original22.

Por el hecho de ser autor de La hermosura de Angélica, continuación del Orlando furioso de Ariosto, Lope se considera aludido cuando Cer­vantes dice que quiere acabar con los libros de caballerías, y además se siente especialmente molesto a causa de la exaltación del teatro de Lu-percio de Argensola 2 3, motivada por el hecho de que éste era el secre­tario del Conde de Lemos, quien le había encargado que reuniese una selecta corte de artistas para que le acompañasen en su viaje a Italia. Es evidente, según Lope, que las alabanzas al teatro de Lupercio buscaban la recompensa del viaje. Por eso Isidoro, en una interpretación que nos parece poco clara, entiende que Cervantes, resentido porque finalmen­te se queda en España, ya no sea tan generoso con los Argensola en el Viaje del Parnaso24. Por último, Lope cierra sus apreciaciones adversas sobre Cervantes despreciando con evidentes insultos el elogio que pro­bablemente se le dispensa en el Quijote cuando se alude a «un felicísimo ingenio» 2 5 :

22 Op. cit., p. 285. 2 3 En efecto, en Quijote, I, 48, el canónigo que dialoga con el cura se refiere muy favora­

blemente a La Isabela, La Filis y La Alejandra, obras de Lupercio Leonardo de Argensola, «tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vul­go como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que trein­ta de las mejores que después acá se han hecho» .

2 4 N o es fácil rastrear en el Viaje del Parnaso los contextos de « tono poco agradable, casi rencoroso» (op. cit., p. 288) sobre los Argensola que Mateo-Sagasta hace interpretar a Isidoro Montemayor, porque las alusiones a «los Lupercios», como se los conocía, no son precisamente desfavorables. D e hecho, es algo aceptado por la crítica que dos de las tres coronas enviadas a Parténope (Ñapóles ) por Apo lo en el capítulo VIII (cjr. w . 85-87) son precisamente para los Argensola, que a tiempo de escribir Cervantes el Viaje se encontraban en aquella ciudad ita­liana con el séquito del conde de Lemos.

2 5 Poco más adelante, también en el mismo capítulo I, 48 del Quijote, poco antes citado, el cura habla de las «muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio des-tos reinos, con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lle­no el m u n d o de su fama». Según el personaje Ximenet, amigo de Isidoro Montemayor, este capítulo del Quijote en el que los personajes que dialogan critican las comedias del momento y manifiestan su añoranza por las de antes es una crítica al Arte nuevo de hacer comedias de Lope . Siempre según Ximenet, Cervantes queda desautorizado tanto para criticar la falta de verosi­militud en el teatro cuando escribe una obra como La Numancia, en la que habla hasta el mis­mísimo río Duero , como para hacer lo propio con la falta de unidad de tiempo y espacio cuan­do la acción de Elrufián dichosose desarrolla en Castilla y México (cfr. op. cit., pp. 151-152).

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-Esa es su especialidad -respondió el Fénix con desprecio-. Un Judas. Te besa para condenarte26.

3.3. El entorno del protagonista

Por fin, hay que tener en cuenta la opinión de los personajes del en­torno del protagonista, implicados en sus averiguaciones y tan capaces como el que más de echar su cuarto a espadas con fundamentos y crite­rio. Así, el barbero y dentista Ximenet demuestra haber profundizado con detalle en las alusiones paródicas que se hacen a Lope de Vega en el tex­to del Quijote, empezando por la andanada, ya vista antes, que encierra el soneto preliminar de Orlando furioso y por las críticas de las que es objeto en el prólogo del Quijote de 1605.

Sin embargo, no siempre las interpretaciones de Ximenet, a veces forzadas y muy discutibles, se basan en contextos tan claros. Así, cuan­do en El peregrino en su patria Lope de Vega se refiere a Camila Lucinda como su «serrana hermosa» precisamente porque era de un pueblo de Sierra Morena y cuando en el mismo poema cuenta cómo el poeta ena­morado se adentra en la sierra por su amor y se refugia en un lugar pe­queño e incómodo 2 7, Ximenet identifica los contextos literarios lopescos que Cervantes parodia en los capítulos I, 25 y I, 26, donde el enamora­do don Quijote se interna en Sierra Morena para hacer penitencia de amor por Dulcinea del Toboso. En el mismo sentido, la descripción de los ejércitos de caballeros andantes que don Quijote ve en los rebaños de ovejas del capítulo I, 18 es una parodia de la galería de bustos de per­sonajes históricos que Dardanio describe a su amigo Anfriso en el libro tercero de La Arcadia28, y la mención de «el del Ave Fénix» en 1,19 como ejemplo de los sobrenombres que los caballeros andantes adoptaban es

26 Op. cit, p. 288. 2 7 En el libro tercero de El peregrino en su patria se incluye el largo poema mencionado por

Ximenet , cuyo primer verso empieza precisamente con las dos palabras con las que L o p e se refiere a Camila Lucinda ( «Serrana hermosa, que de nieve helada/fueras como en color en el efeto, /si amor no hallara en tu rigor posada » ) . Poco más adelante, identificamos el verso que cita literalmente Ximenet en la p. 143 de Ladrones de tinta y los siguientes, en los que se da cuenta del lugar de nacimiento de Micaela Lujan: «L legué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño, /en tres veces que el sol me vio tan triste, /a la aspereza de un lugar pequeño , /a quien de murtas y peñascos viste/Sierra Morena , que se pone en medio/del dichoso lugar en que naciste» (citamos la edición de El peregrino en su patria de Juan Bautista Avalle-Arce en Madr id , Castalia, 1973; los versos transcritos están, respectivamente, en la p. 262 y en la p. 265.)

2 8 L a prolija descripción que hace Dardanio a Anfriso en el l ibro tercero de La Arcadia se hace tanto en prosa como en verso, a partir del momento en que ambos entran en la estan­cia de la cueva en la que el pr imero ha puesto «algunos mármoles, retratos de personas ilus­tres, de ellas que ya han pasado, y de ellas que aún no han nacido, de Grecia, Italia y España» (citamos La Arcadia de Lope de Vega según la edición de Edwin S. Morby en Madrid , Casta­lia, 1975. El fragmento citado está en la p. 225, y la descripción de Dardanio puede leerse des­de aquí hasta la p. 246).

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una alusión al sobrenombre de Lope, «Fénix de los Ingenios», así como el adjetivo del «de la Ardiente Espada» debe entenderse en relación con el que empleaba para firmar sus escritos en la academia del conde de Sal-daña, que era precisamente «el Ardiente». Para acabar de forzar las co­sas, Ximenet entiende que los sobrenombres «el del Unicornio» y «el de las Doncellas» también «parecen alusiones a la aireada rijosidad de quien ya sabemos»2 9.

Por su parte, el banquero Pablo Cimorro interpreta que «Dulcinea» es un acróstico de [Camila] «Lucinda», nombre literario de la amante de Lope, Micaela Lujan. La «e » que le falta a «Lucinda» para llegar a ser «Dulcinea» es añadida por Cervantes para ennoblecer a una campesina con «un sonido más pastoril, al estilo de Galatea o Dorotea» 3 0.

Sujeto a la opinión de unos y de otros, el Quijote de Cervantes se con­vierte en Ladrones de tinta en centro de análisis, opiniones y comentarios, anticipando, por la vía del juego de la recreación literaria, el interés per­manente que la obra original ha suscitado desde su misma publicación: el interés de los editores, que son conscientes de los caprichos y las ser­vidumbres del mercado literario; el interés de las personas comunes, que incorporan la literatura al ritmo de su vida diaria en medio de sus tareas, y el interés de los mismos escritores, celosos de su jerarquía y conscien­tes de las castas que define el universo de la creación. En el centro de todos ellos, jugando a anticipar la importante presencia de la reflexión literaria que despliega en el Quijote de 1615, Cervantes ya se revela, sin duda, como el primer cervantista.

29 Op. cit., p. 145. 30 Op. cit., p. 143.

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QUIJOTE DE AVELLANEDA

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