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LA VIDA TEOLOGAL SEGÚN EL V A TIC ANO 11 y SAN JUAN DE LA CRUZ En el presente estudio no se pretende hacer un análisis detallado de la vida teologal en la doctrina del Vaticano II y en la vida y doctrina de San Juan de la Cruz, cotejando los resultados y describiéndolos, po- niendo de relieve así las convergencias mutuas como los matices dife- renciales. SerJa excesiva tarea. El objetivo es más modesto. Por un lado, llamar la atención sobre la importancia que el Concilio ha dado a la vida teologal, analizando brevemente su pensamiento; por otro, hacer una ligera ex<posición de la doctrina sanjuanista sobre el tema, para sacar las conclusiones pertinentes en orden a la actualidad de la doctrina del Místico Doctor y a la importancia de la vida teologal dentro de la vida espiritual en la Iglesia. En la exposición de la doctrina sanjuanista evi- tamos casi por completo el entretenernos en explicaciones interpreta- tivas. Y esto mismo hacemos con la doctrina vaticana 1. 1 Ponemos a continuación las abreviaturas empleadas al citar los documentos del Vaticano II: AA = Decr. Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los seglares (18-XI-1965). AG = Decr. Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia (7-XII-1965). CD = Decr. Christus Dominus sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia (20-X-1965L DV = Consto dogm. Dei Verbum sobre la divina revelación (18-XI-1965). GSp = Consto pasto Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual (7-XII-1965). LG = Consto dogm. Lumen Gentium sobre la Iglesia (21-XI-1964). OT = Decr. Optatam Totius sobre la formación sacerdotal (28-X-1965). PC' = Decr. Perjectae Caritatis sobre la adecuada reno- vación de la vida religiosa (28-X-1965). PO = Decr. Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio y vida de los presbíteros (7-XU-1965). se = Consto Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia (5-XU-1963). UR = Decr. Unitatis Redin- tegratio sobre el ecumenismo (21-XI-1964). A continuación de la abreviatura o sigla, citamos el número interno del documento; cur,tndo sigue otro número precedido de una coma se refiere al párrafo dentro del número (responde al punto y aparte). Para las citas de las obras de San Juan de la Cruz véase en este mismo número el articulo del P. otilio.

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LA VIDA TEOLOGAL SEGÚN EL V A TIC ANO 11 y SAN JUAN DE

LA CRUZ

En el presente estudio no se pretende hacer un análisis detallado de la vida teologal en la doctrina del Vaticano II y en la vida y doctrina de San Juan de la Cruz, cotejando los resultados y describiéndolos, po­niendo de relieve así las convergencias mutuas como los matices dife­renciales. SerJa excesiva tarea. El objetivo es más modesto. Por un lado, llamar la atención sobre la importancia que el Concilio ha dado a la vida teologal, analizando brevemente su pensamiento; por otro, hacer una ligera ex<posición de la doctrina sanjuanista sobre el tema, para sacar las conclusiones pertinentes en orden a la actualidad de la doctrina del Místico Doctor y a la importancia de la vida teologal dentro de la vida espiritual en la Iglesia. En la exposición de la doctrina sanjuanista evi­tamos casi por completo el entretenernos en explicaciones interpreta­tivas. Y esto mismo hacemos con la doctrina vaticana 1.

1 Ponemos a continuación las abreviaturas empleadas al citar los documentos del Vaticano II: AA = Decr. Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los seglares (18-XI-1965). AG = Decr. Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia (7-XII-1965). CD = Decr. Christus Dominus sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia (20-X-1965L DV = Consto dogm. Dei Verbum sobre la divina revelación (18-XI-1965). GSp = Consto pasto Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual (7-XII-1965). LG = Consto dogm. Lumen Gentium sobre la Iglesia (21-XI-1964). OT = Decr. Optatam Totius sobre la formación sacerdotal (28-X-1965). PC' = Decr. Perjectae Caritatis sobre la adecuada reno­vación de la vida religiosa (28-X-1965). PO = Decr. Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio y vida de los presbíteros (7-XU-1965). se = Consto Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia (5-XU-1963). UR = Decr. Unitatis Redin­tegratio sobre el ecumenismo (21-XI-1964). A continuación de la abreviatura o sigla, citamos el número interno del documento; cur,tndo sigue otro número precedido de una coma se refiere al párrafo dentro del número (responde al punto y aparte). Para las citas de las obras de San Juan de la Cruz véase en este mismo número el articulo del P. otilio.

VIDA TEOLOGAL 471

l. VIDA TEOLOGAL EN LA ENSE~ANZA iDE:L VATICANO II

l. La Iglesia comunidad de fe, de esperanza y de caridad.

Dice el Concilio: «Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la

tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos» (LG 8).

¿Qué significa aquí la palabra comunidad empleada por el Conci­lio? Creemos que analizando el texto y contexto se deduce que implica dos cosas: 1."' Comunión de fe, de esperanza y de caridad; 2." Organi­zación relacionada con dichas virtudes. Es decir, que no se trata sola­mente de una vivencia, interna y externa, de esas virtudes, entablando un lazo común entre los que las viven con la relación mutua y el co­rrespondiente comportamiento, sino también de una organización o ins­titución con su elemento externo característico.

Que entrañe lo primero, se sigue de lo que el mismo Concilio dice a continuación proponiendo a la Iglesia como una comunidad espiri­tual (ib.), como una comunión de vida, de caridad y de verdad (LG 9), comunidad universal de caridad (LG 23, 3; cfr. 13, 3; AG 22, 2), una nueva comunión fraterna fundada por Cristo entre los que le reciben (GSp 32, 4). El Espíritu Santo unifica la Iglesia en comunión y minis­terio (LG 4) Y difunde en los hijos de la Iglesia las tres virtudes teolo­gales (AA 3, 3; cfr. LG 13, 2). Según el mismo concilio por la partici­pación en la fracción del pan eucarístico somos elevados a una comu­nión con El y entre nosotros (LG 7, 2); Y el Padre quiere que comuni­quemos con los demás el amor del Padre Celestial (GSp 92). Finalmente podrían citarse otros muchos lugares en que se habla de comunión o plenitud de comunión, en la que implícitamente se puede percibir in­cluida la comunión en las tres virtudes teologales; o se habla parcial­mente de esa comunión teologal, v. gr. de la comunión fraterna de la fe, y comunión de la fe y la caridad (UR 14, 1).

Que se trate también de una organización externa, se confirma con la doctrina del Concilio sobre la Iglesia. En ella dice, por ejemplo, que el Primado es principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de fe y comunión (LG 18, 2). Con lo que diremos más adelante creo que se completará esta idea. De todos modos, aunque no sea exacta nues-

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tra interpretación del texto, la idea de que es una organización, etc., es válida.

¿Qué entendemos por comunión de fe, de esperanza y de caridad? Sin querer en ello comprometer al concilio, proponemos la siguiente explicación.

La Iglesia es una realidad visible y externa, espiritual, interior y so­brenatural, vivificada, unida e impulsada por el Espíritu Santo, que viene a realizar en ella funciones análogas a las que desempeña el alma humana en el cuerpo del hombre. Es el Cuerpo Místico de Jesucristo, de quien recibe la vida con la comunicación de su Espíritu. Este difunde las virtudes teologales en todos los hijos de la Iglesia (AA 3, 2).

Viviendo la fe, la esperanza y la caridad vivimos del Espíritu y en contacto con El, vivimos de Cristo y en contacto con El, nos comunica­mos con Ellos y llegamos al Padre. Es la dimensión vertical de la co­munión de fe, de esperanza y de caridad. De ella ha de derivar la dimensión horizontal, la que mira hacia los hombres. Cristo es cabeza de toda la Iglesia, el Espiritu Santo es el alma de ella y principio in~ terno de su unidad; la vida teologal, vida de comunión, ha de vincular a toda la Iglesia en Cristo y en su Espíritu, relacionar con todos los miembros de ella. Todos nos unimos a Cristo y en el Espíritu Santo (cf. LG 13, 2) con el Padre mediante la fe, la esperanza y la caridad. La comunidad de fe, de esperanza y de caridad es comunión en las mismas tres virtudes, participación de algo objetivo o vital que es tam­bién participado por otros; es común unión en algo; que lleva consi­guientemente una relación mutua y un comportamiento correspondiente. La comunión teologal lleva, pues, por una parte, unión con Dios, de quien el hombre participa por esas virtudes, y por ellas convive y se une con El; por otra parte, pide unión con los demás; a través de dichas virtudes se une a ellos en Cristo y en el Espíritu 2.

2. Vida teol'ogal de la Iglesia.

a) En la Iglesia pel'egl'ínante en general. La Iglesia de Cristo, tan­to bajo el aspecto de institución como bajo el aspecto carismático está compenetrada con la vida teologal; tiene una vida y una misión teolo-

2 Cfr. J. IlAMER, La Iglesia es una comunión. Trad. de J. M. Baguñá. Barce­lona, Estela, 1965. En esta obra puede verse una ulterior bibliografía. Para el concepto de comunidad puede consultarse J. HOFFNER, Comunidad, en Conceptos fundamentales de la teología, dirigido por H. FRIES. Traducción castellana. T. I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1966. p. 225-233. No queda descartado que en el texto conciliar explicado sea equivalente sociedad a comunión. Pablo VI en el discurso en la apertura del Sínodo de los Obispos (Roma 29-IX-1967) dice que la Iglesia es una comunión, una sociedad fundada sobre la fe y la caridad (AAS 59/1967/p. 968).

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gales. En realidad, ambos aspectos no han de separarse. La misma vida teologal funciona como aglutinante y vivificante y operante en la rea­lidad total eclesial.

La Iglesia está al servicio de las virtudes teologales, o quizá con más exactitud, ha de servir y comunicar vida teologal a los hombres y ella misma ha de someterse a dicha vida tanto en orden a Dios como en orden a los hombres. El Concilio nos dice que vuelve a tratar el tema de la Revelación, siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano 1, a fin de que se viva la vida teologal:, «para que todo el mun, do lo escuche y C1'ea, c1'eyendo espere, espe1'ando ame» (DV 1).

La Iglesia por ser santa, esencialmente misionera y por su carácter escatológico, está impregnada de vida teologal; informada e impulsada por la caridad difunde la fe en Cristo, ejercitando la esperanza en es­pera de la etapa final y definitiva, la cual prepara por su acción en el mundo.

Es depositaria y ha de ser testimonio vivo de fe, del mensaje salvador de Cristo; en lo que tiene de estructuración pasajera está indicanno nna etap:l definitiva y consiguientemente debe considerarse peregrina, anhe­lando la vuelta de su Divino Fundador Cristo, y, mientras espera, pre­pararla (cf. LG 48, 3).

Propaga la fe (AG); la cual se recibe a través de ella (AG 14, 1:); la explica (DV 10, 2) Y la aplica a la vida (GSp). Es enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de 'Dios a todos los hombres (AG 10-12); en su misión entra perfectamente el fomentar la unidad y la caridad de todos los hombres (Decl. Nostra aetate, 1). La caridad ha de regir las relaciones de la Iglesia con todos los no católicos y de los miem­bros de la Iglesia entre sí (cf. UR, y Decl. Dignitatis huinanae, 14). La acción caritativa es distintivo del apostolado cristiano (AA 8, 3). La Iglesia hace presentes y como visibles al Padre y al Hijo principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta y el amor fraterno de los fieles que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio (GSp 21, 5).

La Iglesia, como realidad vital, espiritual y carismática, no puede marginal' la vida teologal, que le es fundamental e ünprescindible, pues ya hemos visto que es comunidad de fe, de esperanza y de caridad y co­munión de vida, de caridad y de verdad. Por su unión vital con Cristo y con el Espíritu Santo vive el amor a Dios y a Cristo, y vive el amor de Dios y de Cristo a los hombres. Está informada, a su manera, por el Es­píritu Santo, principio e impulsor de las virtudes teologales. Por las vir­tudes teologales es fermento del mundo (GSp 42, 3), inyectándole el sen­tido de Cristo y poniéndole a ~u servicio (cfs. GSp 38 y 45).

Glorificando a Cristo se hace más semejante a El, progresando conti­nuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y obedeciendo en todo la voluntad divina (LG 65). La fe y la caridad constituyen el fun-

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damento indisoluble de su unidad en el Espíritu Santo (GSp 42, 3). La liturgia es alimento y ejercicio de la fe (Se 33), ejercicio y estímulo de esperanza (Se 8) y de caridad (Se 10 y 59).

La Eucaristía es misterio de fe (Se 48), sacramento de la fe (GSp 38, 2), vínculo de caridad y prenda de la gloria venidera (Se 47). Los sacra­mentos suponen la fe, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras; por esto se llaman sacramentos de la fe (Se 59); su celebración prepara perfectamente a los fieles para practicar la caridad (Se 59). La fe debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto al necesitado (GSp 21, 5).

Las congregaciones de fieles, cada día más conscientes, se hacen comunidades vivas de fe, de liturgia y de caridad (AG 19). También apa­rece el aspecto teologal en las relaciones de la Iglesia peregrinante con la gloriosa. La caridad es el vínculo que la une con ésta y con la purgan­te (LG 49; cf. 51, 2). El verdadero culto a los santos está sobre todo en un amor activo (LG 51, 1), que por su naturaleza termina en Cristo y por Cristo en Dios (LG 50, 3). Más que la ejemplaridad de los santos, se busca en él que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio de la caridad fraterna (LG 50,3). También tiene su fun­ción de esperanza, de estímulo en la búsqueda del cielo (LG 50, 2).

La caridad es lazo de unión, motor y fuerza de la Iglesia que tiene por finalidad de todo su ser y de toda su actividad la glorificación de Dios, glorificación que va unida a la caridad.

Por la esperanza la Iglesia camina hacia la vida eterna y conduce hacia ella, y se inserta en el mundo para transformarlo y someterlo a Cristo. La esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino, más bien, proporciona nuevos motivos para su ejercicio (GSp 21,3).

La Iglesia encuentra en la Virgen Santísima un modelo de su vida teologal (cf. LG 6ili; 63; 64; 65; 67; 68; se 103; PO 18, 2; AA 4, 10).

Podemos concluir que las virtudes teologales son básicas para la Iglesia en su ser, en su misión y en su actividad.

b) Vida teologal en los miembros de la Iglesia pe1'egl'ínante.

l. Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (LG 11, 3; 39; 40, 2; 42, 5). Pero cada uno, según los dones y funciones que le son propios, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe, que engendra la esperanza y obra por la caridad (LG 41, 1). El ejercicio de

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las virtudes teologales es, pues, camino obligado de santidad para todos. El cristiano está obligado a confesar la fe delante de los hombres

(LG 11, 1). Por la fe asiente y se abraza con lo revelado, se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje de su entendimiento y de su voluntad {DV 5). La fe lo ilumina todo y manifiesta el plan divi­no sobre la entera vocaCión del hombre (GSp 11, 1; LG 48, 2). A su luz el cristiano lo ve todo, lo juzga todo, lo hace todo (AA 29, 6); vive de ella en el misterio de la creaCión y de la redención (AA 29, 3). Todo el Pue­blo de Dios tiene el sentido sobrenatural de la fe, suscitado y mantenido por el espíritu de verdad; con ese sentido se adhiere indefectiblemente a la fe, penetra en ella más profundamente y la aplica con más plenitud a la vida, guiado en todo por el sagrado MagisteriO' (LG 12, 1).

Un grave error de nuestrO' tiempo es preCisamente el divorciO' entre la fe y la vida diaria de muchos (GSp 43, 1). Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, buscar su voluntad en todos los acontecimientos, ver a Cristo en todos los hombres y juzgar con rectitud sobre el verda­dero sentido y valor de las realidades temporales en sí mismas y en orden al fin último del hombre (AA 4, 3).

La esperanza le despega del mundo, le hace anhelar los bienes eter­nos y le impulsa a trabajar por instaurar el reino de Cristo en este mun­do (LG 35, 1; 42, 5; 48).

La caridad es el signo distintivO' del verdadero discípulo de Cristo (LG 42, 1:; AA 8, 2); que en la caridad operante ejercita su regio sacer­docio (LG 10, 2). El amor de Dios y del prójimo es el primero y mayor mandamiento (AA 8, 2; GSp 24, 2). Ambos son inseparables (GSp ib.). La caridad ha de regirlo todo en la vida. CO'n ella amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por El. Es el primero y más imprescindible don; vínculo de perfección y plenitud de la ley; rige todos los medios de santificación, los informa y conduce a su fin (LG 42, 1). Ha de ejerci­tarse ante todo en la vida ordinaria (GSp 38).

2. Todos los cristianos están llamados al apostolado (AA). Todos participan de la función profética de Cristo (cfr. LG 12; 33; 35). Todo ejerciciO' de apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad (AA 8, 1) y es una urgencia de la misma (AA 3, 2). El apostoladO' se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia (AA 3, 3). El cristiano, participe de la función profética de CristO', da testimonio vivo de El, sobre todo con la vida de fe y de caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de ala­banza (LG 12, 1; cf. AG 36, 2).

El alma de todo apostolado es la caridad (LG 33, 2; AA 3, 1). Los fieles han de amar a todos los hombres con la misma caridad con que Dios nos ha amado (AG 12, 1; cf. dedo Dignitatis humanae, 14). El apos-

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talado de la fe es impuesto más estrictamente a todo cristiano por la con­firmación (LG 11, 1). Por doquier también dé testimonio de Cristo y a quienes lo pidan dé razón de la esperanza que tiene en la vida eterna (LG 10, 11).

3. El Concilio, muy en consonancia con su carácter pastoral, habla también con mayor o menor amplitud, ya parcialmente ya de modo más completo, de la vida teologal de los obispos, de los sacerdotes, de los pá­rrocos, de los diáconos, del misionero, de los candidatos al sacerdocio, de los clérigos, de los religiosos, de los laicos, de los esposos cristianos, de los catecúmenos. Nos contentamos con recoger numerosas referen­cias en nota (3).

JI. VIDA TEOLOGAL SEGUN SAN JUAN DE LA CRUZ

La importancia de la vida teologal en la doctrina del Místico Doctor es manifiesta. La finalidad general de su doctrina es enseñar el camino para la unión con Dios y en ese camino es insoslayable el papel de las virtudes teologales y su ejercicio; ellas son el eje en torno al cual gira todo lo demás en la persona que aspira a unirse con Dios. Las virtudes teologales son el único medio por el que el alma se une con El en esta vida(2S 6, 1; 2N 21, 11-12). Y ellas de una o de otra forma han de im­pregnar toda la vida terrena del cristiano. No es algo limitado a los reli­giosos o a los contemplativos, sino algo que nace como exigencia de la vida sobrenatural cristiana. Sin ellas es imposible llegar a la perfección de unión con D~os por amor (2N 21, 12).

Tanto en lo que la vida espiritual y cristiana tiene de purificación y de renuncia, como lo que tiene de actividad y de entrega, ha de ser vivencia teologal. De lo contrario se moverá en un plano inferior al debido, aunque, por hipótesis, éste, en sí mismo considerado, pueda ser

3 Los obispos: vivencia personal (caridad: CD 15, 3; 16; 28, 2; 42, 2; ef. 36, 1; LG 23, 1); apostolado teologal (fe: LG 25; 26, 3; cn 6, 2; 12; 14; caridad: cn 13,2,15,2; 16; 17; LG 27, 3). Los sacerdotes: vivencia personal (fe: LG 28, ,1; PO 13, 2. 4; 15, 2; 17, 1; 18, 2; 22, 3; esperanza: PO 13, 4; caridad: LG 28; cn 30, 4; OT 2, 1; 10, 1; PO 6; 7, 2; 8; 9; 11, 2; 13; 14; <17, 3.4; 22, 2, 3; LG 41, :,l.3); apostolado teologal (fe: PO 6; caridad: PO 6; GSp 52, 5, 7). Los párrocos: en 3; 30. Los misioneros: AG 24; 25. Diáconos: LG 29. 1. Candidatos al sacer­docio: OT 8; 9; 11; 14; 16; 19. Clérigos: LG 41,4. Los'religiosos: Fe: PC 2, d; 14, 1, 2; 25; esperanza: PO' 25; GSp 38; caridad: LG 42, 3, 4; 43, 1; 44, 1, 2; 45, 1; 46, 2; PO' 1, 3; 2, d; 5, 5; 6; 8, 2; 9; 11; 12; 13, 5; 14,2,3; 15, 1; 25; AG 40, 1, 2. Los laicos: Fe: LG 31. 2; 32, 2, 3; 35. 1, 2: AA 13,2; 16, 4, 5; 29, 3, 6; esperanza: LG 31, 2; 35, .1; caridad: AA 7, 5; 13, 2; 16, 4, 6; 17, 2; 19, 1; 31, e; LG 31, 2; 32, 2. 4; 37, 1; GSp 72; 12, 3; AG 21, 3; apostolado teologal: LG 35, 2; 36, 2; AA 19: AG 19, 2; 21, 3; GSp 72,.1. Esposos cristianos: LG 35. 3; 41, 5, 6, 7; AA 11; GSp 48-49; OT 2, 1. Catecumenos: AG 14.

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bueno. La vida teologal es la actualización e información de las actitu­des y del comportamiento de la persona por las tres virtudes teologales. Ellas integran, orientan, impulsan y transforman la persona y la vida, confiriéndoles una proyección total hacia Dios. Vida de fe, de esperanza y de caridad con todo lo que entraña de exigencias divinas y de renun­cias humanas, espirituales y terrenas.

Querer analizar y estudiar la vida teologal en la doctrina de San Juan de la Cruz supondría prácticamente analizar y estudiar toda su doc~ trina en uno u otro aspecto. Ello exige ya de por sí recortar el tema, y mucho más si tenemos en cuenta nuestro propósito. Nos limitaremos, pues, a algunas cuestiones más generales (4).

A. DESCRIPCIÓN SUMARlA DE LA VIDA TEOLOGAL

1. Vida de fe. A todo lo largo de los escritos sanjuanistas se encuen­tran referencias a la vida de fe, pero de manera especial en la Subida del Monte Carmelo. !Describe la fe con más detalles en los capítulos 3, 6 y 9 del libro n, en el capítulo 21 de libro II de la Noohe Oscura y en la canción 12 del Cántico espiritual, redacción B (en el A, cn. 1111). Es también muy importante el capítulo 22 del libro II de la Subida.

1) Descripción somera de la fe.

La fe es un hábito cierto y oscuro, que si bien hace cierto al entendi­miento, no le hace claro, sino oscuro (2S 3,1; 6, 2; CB 12, 2; sobre oscu­ridad de la fe: 1 S 2, 111, 5; 2 S4, 1,6; 6,1; 9, 2, 3; 10, 1; 16, 15; 19, 5, etc.). Es oscura tiniebla y noche oscura, pero que da luz y alumbra (2 S 3). Es luz oscura (2 S 16, 115); luz, porque es comunicación de la luz de Dios; oscura, porque ciega toda otra luz, precisamente en fuerza del exceso de luz (2 S 3, 4; 3, 1). Es cubierta y velo de las verdades de Dios (CB 12, 2); porque propone las verdades oscuras y encubiertas (GB 12, 4, 5) y lo que comunica lo comunica en noticias informes y oscuras (CB, 12, 2); de ahí que la noticia de las verdades infundidas por fe no es perfecta, no es conocimiento perfecto (CB 12,6). Sin embargo, da el mismo Dios y es el medio proximo y proporcionado para unirse con El (2 S 9, 1; 8, 1; 16, 12; 19, 14; 30, 5; LB 3, 48). Es la escala para subir y llegar a El (2 S 1, 1); es medio para encontrar al Amado (CB 1', 11). Por ella el alma va segura (2 S 1, 1, 2, 3; 2, 2), amparada contra el demonio (2N 21, 3; 2 S 1, 1). Al fin ella es «pura en las verdades y fuerte y clara, limpia de errores y formas naturales» (CB 12,3). Es doctrina sana y segura (2 S 16, 14); fun-

4 Cfr. FEDERICO RUIZ SALVADOR, ocd, Introducción a San Juan de la Cruz. Madrid, 1968 (BAC, 279). sobre todo los capítulos 16, 20, 21, 24, aunque podemos decir que hace al caso casi toda la !II y IV parte del libro. Alguna bibliografía sobre nuestro tema puede verse citada en este libro.

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damento y principio de las demás virtudes (2 N 21, 4); consentimiento firme y cierto de alma de lo que entra por el oído (2 S 3, 3; 6, 2); adhe­sión a la persona del Amado (2 N 21, 5; CB 31, 9).

Otros aspectos irán apareciendo en lo que diremos. De momento bas" te añadir que la fe (aparte del hábito) puede considerarse como acto, como actitud y como estado. Como acto realizado por el sujeto a través de la potencia informada por la fe; como actitud o adhesión de la perso­na creyente a Dios que revela y se revela; como estado, en contraposi­ción al estado beatífico o simplemente de término. En la fe se destaca, por un lado, la trascendencia y por otro, la oscuridad. Es oscura, no por falta de luz, sino por sobreabundancia y exceso. Como transcendente introduce en la luz de Dios.

2) Funciones de la fe.

Estas diversas funciones que asignamos a la fe hay que encuadrarlas dentro del conjunto de las otras dos virtudes teologales. Van las tres her­manadas y unidas.

a) Función comunicativa de Dios. La fe comunica al mismo Dios (CB 12, 4; 2 S 9, 3); ella contiene en sí la divina luz (2 S 9, 3); !Dios es 1:;1 sustancia de la fe y el concepto de ella (CB 1, ,lO); esa misma sustancia que ahora creemos vestida y encubierta en la oscuridad de la fe, habe­mos de ver y gozar en la otra vida al descubierto (GB 12, 4); debajo de la tiniebla de la fe está Dios escondido (2 S 9, 1), se encierra y encubre la figura y hermosura del Amado (CB 12, 1), el mismo Esposo del alma (CB 1, 11). Al alma en fe «se le comunica toda la Sabiduría de Dios generalmente, que es el Hijo de Dios» (2 S 29, 6). Por estos últimos textos se puede comprobar la relación más Íntima de la fe con el Hijo, Verbo y Sabiduría de Dios, la cual relación se estreohará aún más con su Encarnación.

¿Como puede explicarse este darnos la fe la misma realidad de Dios? De una manera completa, creemos que sólo teniendo en cuenta su unian con la caridad de que hablaremos más adelante. Sin embargo, dentro de una línea más intelectualista cabe cierta explicación, al menos inicial. La fe, ha dicho el Doctor Místico, es consentimiento del alma y es adhe­sión al mismo Dios. Por la fe se adhiere a lo que Dios revela y al mismo Dios que revela (cf. 3 S 32, 3); cree, asintiendo a lo que Dios revela, pero asiente no a lo que él comprende de lo revelado, sino a lo que Dios en ello comprende. Se une, pues, al conocimiento que Dios mismo tiene, a Dios entendiéndose al revelarse y entendiendo las verdades reveladas.

La fe, al comunicar a Dios, entabla una relación personal; no se trata de simple aprendizaje, sino de colocar al creyente frente a Dios y li­garle a El.

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b) Función orientadora. La fe es luz y guía. Esa misión tiene y ha de cumplir en la vida del cristiano. Este ha de tomarla por guía de ciego (2 S, 1, 2; 3, 6); dejarse guiar por ella (2 S, 4, 1); cogerla por guía y luz (2 S 4, 2), pues ella es su verdadera guía (2 S 4, 3); Y es doctrina sana y segura con que ha de caminar adelante en el camino espiritual (2 S 16, 14); el alma ha de caminar a Dios por fe (2 S 9, 1; 2 N 21, ,12) y buscarle en fe y en amor (CB 1, ll).

La fe está fundada en Cristo y siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó (2 S 22, 8), Y guiarse por ello y remediar así las ignorancias y flaquezas espirituales (2 S 22, 7). El verdadero espiritual se gobierna según las tres virtudes teologales (2 S 6, 7).

De esta doctrina sanjuanista se deduce que la fe es guía no sólo por lo que respecta a Dios, sino también al hombre, a las cosas humanas, a los medios para ir a Dios; todO' ha de ser iluminadO' y visto a su luz. Esto se deriva aun con más fuerza si se tiene en cuenta el aspectO' puri­ficativÜ' de la fe; la cual, si priva y ciega de otras luces, no las elimina, sino más bien las encuadra en su debido lugar y las subordina a ella. Esta subordinación, es obvio, no puede ser idéntica en todo género de conocimientO' humano. Aquí el concepto de fe hay que ampliarlo, no limitándÜ'IÜ' a lo estrictamente reveladO' en cuanto tal.

La visian de las cosas a la luz de la fe (véase, v. gr., el Cántico espi­ritual), supone purificación y lleva cierta eliminación de iuicios y valo­raciones, incompatibles con ella, perO' no elimina el conocimiento de las cosas, sino que lo potencia y le da mayor profundidad.

Esta función orientadora de la fe abarca la vida entera del hombre en todas sus direcciones y proyecciones. Exige, además, otra función, la purifica tiva.

c) Función pUl'ificativa. Para que uno pueda ser guiado en todo por la luz de la fe, ha de renunciar a dejarse guiar por ninguna otra luz con­tI'aria a ella o con independencia de ella. Ha de quedar a oscuras de su entender, gustar, sentir, e imaginar para guiarse por lo que enseña la fe, pues ésta es sobre todo aquel entender y gustar y sentir e imaginar (2 S 4, 2). El campo objetivo a que ha de extenderse este quedarse a os­curas es amplísimo: todo lo que respecta a las criaturas y a lo temporal y todo lO' que respecta a Dios y a lo espiritual (2 S 4, 2); y abarca tanto a las potencias sensitivas como a las espirituales del hombre: «todo lo priva, así en entendimiento como en sentido» (2 S 2, 3). De este modo la fe, cegando da luz, es decir, da una luz que cieg,a a las otras luces en el sentido de que dejan de ser rectoras y se las purifica de todo lo que sea incompatible o no esté subordinado a la luz de la fe. «y así el alma, si estriba en algún saber suyo o gustm' o saber de Dios (como quiera que ello aunque más sea, sea muy poco y disímil de lo que es Dios) para ir

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por este camino, fácilmente yerra o se detiene, por no se querer quedm' bien ciega en fe~ que es su verdadera guía» (2 S 4, 3).

Grandemente se estorba el cristiano en el camino de la unión, «cuan­do se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquier otra cosa u obra suya, no sabiéndose d~sasir y desnuda1' de todo ello» (2 S 4, 4), «Porque, cuanto más piensa que es aquello que entiende; gusta e imagina, y cuanto más lo estima, ahom sea espiritual, ahora no, tanto más quita del supremo bien y más se retarda de ir a él. Y cuanto menos piensa que es lo que puede tener, por más que ello sea, en respecto del sumo bien, tanto más pone' en él y le estima, y, consiguientemente~ tanto más se llega a él» (2 S 4, 6).

Esto que aquí aplica el santo a la unión con Dios, hay que decirlo también en orden a la valoración del hombre y del mundo en relación con la perfección sohrenatural cristiana, pues es correlativo a la función orientadora de la fe. En la valoración de lo científico como tal, la fe no se entromete; ni anula el lugar que ha de tener la razón en la vida humana (cf, 2 S 21, 4).

De esta manera la fe causa en el entendimiento, vacío y oscuridad de entender (2 S 6, 2; 2 N 21, ll); vacío que ha de extenderse a todas las cosas (2 S 6, 4), Del vacío especial que lleva consigo la unión contem­plativa en fe, nada decimos aquí por no alargar (y quizá oscurecer) el tema.

d) Función dispositiva para la unión. Es una consecuencia de la función anterior. «Porque la fe oscurece y vacía el entendimiento de toda su inteligencia natu1'al, y en esto lo dispone para unirle con Za Sabiduría divin(J) (2 N 21, ll). Es el medio y disposición para la unión del alma con Dios (2 S 6, 6). El entendimiento está dispuesto para la unión cuan­do está vacío y puesto en fe (2 S 9, 1). De las relaciones entre esta fun­ción dispositiva y la función untitiva nada decimos aquí ni diremos ade­lante,

e) Función unitiva, La fe es el medio próximo y proporcionado para unirse el alma con Dios. «Cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios» (2 S 9, 111; cf. 1 N ll, 4). «El alma no se une con Dios en esta vida por el entende1' ni por el imaginar, ni por otro cualquier medio, sino sólo por la fe según el entendimiento, y por esperanza según la memoria, y por amor según la voluntad» (2 S 6, 1; cf. LB 3, 48). «Porque estas vi1'­tudes tienen por oficiO' apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, le tienen consiguientemente de juntarla con Dios» (2 N 21, ll).

Esta fuerza unitiva de la fe no puede concebirse prescindiendo del amor, mediante el cual se une el alma con Dios (LB 1, 13); sólo el amor une y junta el alma con Dios (2 N 18, 5; cf. 3 S 30, 4). La unión divina es, sobre todo, unión de amor (cf. 2 S 5), que es el que completa y per­fecciona todo, El mismo santo dice que el alma se queda sola en fe, no

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como excluye la caridad, sino las otras noticias del entendimiento (1 S 2, 3). Aunque el alma tenga altísimas noticias de Dios y contemplación y conociere todos los misterios, si no tiene amor, no le hace nada al caso para unirse con Dios (CB 13, 11; CA 12, 10). Por eso el entendimiento oscuro ha de ir por amor en fe (2 S 29, 5). La unión es «un'Íón de amor en fe» (3 S 13, 7); una fe viva (2 N 115, 1). La «noticia oscura y am01'Osa, que es la fe, sirve en esta vida para la divina unión ... » (2 S 24, 4).

f) Función contemplativa. Esta función la desempeña, sobre todo, la fe ilustrada. Es la noticia amorosa y oscura que «sirve en esta vida pam la divina unión como la lumbre de gloria si1've en la otra de medio pam la clara visión de Dios» (2 S 24, 4); es «la fe ilustradísima», median­te la cual el alma «da a Díos más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina: y ca~or divino y soledad» (LB 3, 80). Es el «oscuro y desnudo há:bito de fe», por medio del cual goza de divinas y altísimas noticias (3 S 32, 4).

2. Vida de espemnza. San Juan de la Cruz, en su sistema doctrinal, liga la esperanza a la memoria. Dejando a un lado la problemática teoló­gico-filosófica que ello implica, pasaremos a estudiar las funciones de la esperanza.

Funciones de la esperanza.

La esperanza, vida de esperanza, está íntimamente relacionada con el amor sobrenatural, en el que encuentra su fortaleza (2 N 20,1), y supo­ne la fe. La esperanza impulsa y fortalece, pone en tensión hacia Dios, suscita anhelos de lo divino y gemido ante su ausencia, estimula a la per­fección.

a) La esperanza impulsa y f01'talece. El santo habla de la esperanza viva en Dios, la cual da viveza y animosidad y levantamiento a las cosas de la vida eterna (2 N 21, 6). Con la esperanza el alma va segura del mundo, su segundo enemigo, ya que cubre todos los sentidos de la cabe­za del alma, de manera que nO' se engolfan en nada del mundo, ni pueden por nada de él ser heridos (2 N 21, 7; Cf. Carta 40, ed. Simeón; 20 ed. Silverio; 22 ed. Lucinio).

Tensión hacia Dios. La esperanza mueve al alma y la pone en ten­sión hacia Dios. El oficiO' que ella hace de ordinario en el alma es levan­tar los ojos sólo a mirar a Dios (2 N 21, 7); siempre está mirando a Dios (n. 8) y en él lleva sus ojos y su cuidado (n. 9). Fortalecida por el amor, corre con celeridad por la esperanza (2 N 20, 1). Cuanto mayor es el amor, es tanto más impaciente por la posesión de su 'Dios, a quien espe­ra (LB 3, 22); su vacío hace al alma deshacerse y derretirse por la pose­sión de Dios (lb. 21; cf. CB 2, 6-7).

Estimula a la perfección. Como tiene lumbre de fe, en que espera vida eterna, pone los ojos y el gozo el alma en servir y honrar a 'Dios con sus

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obras y virtudes que, practicándolas por amor de Dios, le adquieren vida eterna (3 S 27, 4).

AnhelO' de Dias y gemido pOI' su ausencia. «El gemido es anejo a la esperanza» (CB 1, 14). Gime por lo que le falta. La ausencia del Amado causa continuo gemir en el amante (lb.). Gime esperando la acabada po­sesión de la adopción de hijos de Dios (LB 1, 27). El aumento de cono­cimiento y de amor de Dios aumenta el gemido de la esperanza y el afecto y deseo de nios (GB 1,14; 9, 5-8).

Mueve a Dios. La esperanza porfiada es la que mueve y vence (2 N 21, 8). De Dios cuanto más espera el alma tanto más alcanza (3 S 7, 2; cL 2 S 21, 5).

b) Función purificativa. En comparación de lo que espera, todo lo del mundo le parece al alma, como es la verdad, seco y lacio y muerto, de ningún valor. Consiguientemente, la esperanza despoja y desnuda de todo lo de este mundo, no poniendo el corazan en nada, ni esperando el alma nada de lo que hayo ha de haber en él (2 N 21; 6). Como todo lo espera de Dios, nada espera de otra parte (n. 7), ni pone los ojos, ni el cuidado en otra cosa, sino en IDios (nn. 8, 9) Y sólo de El se paga (n. 8). La razón de esta negación es que la esperanza es de lo que no se posee; ele ahí que el vivir en esperanza supone el vivir desposeído en vacío de toda posesión (2 S 6, 1, 2, 3; cf. 2 N 21, 11; 3 S 7, 3; 15, 1). Solamente así la esperanza será entera en Dios (3 S 11, 1).

En la Subida del Monte Carmelo, mirando hacia la unión contem­plativa, insiste San Juan de la Cruz en la desposesión de toda noticia distinta en la memoria (cf. 3 S 1-15; Y LB 3, 52). Sin embargo,expresa­mente advierte el Santo doctor que «no ha de dejar el hombre de pen­Sal' y acordarse de lo que debe hacer y saber, que, comO' no haya aficiones de propiedad, no le harán daño» (3 S 15, 1). Lo importante es que no se detenga más de lo obligado y conveniente, y no ponga el afecto en ello. Con esto prácticamente se proyecta el problema en la vida de fe y de caridad.

Es de advertir que esa desposesión es en relación con lo que no es Dios para dejar lugar a Dios. Al fin, Dios, todo bien y esperanza del alma, está en ella (CB 1, 7); pero esta posesión es en esperanza, es inicial y por su fuerza interna tiende a llegar a su plenitud; mientras tanto podemos decir-extendiendo un tanlo el alcance y sentido de la frase sanjuanista­el alma anda «gimiendO' por la soleda,d de todas las cosas hasta hallar a su Esposo en cumplida posesión» (CB 34, 5). El Santo aconsejaba a una dirigida suya seglar:, «i1' por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia, y sólo viví1' en fe, O'scura y verdadera, y esperanza cierta y cmidad entera~ y esperar allá nuestros bienes, vivienda acá coma pe1'egrinos, po­bres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, espemndo allá

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todo» (Carta a D.a Juana de Pedraza, 12-X-1589: ed. Simeón, 35; ed. Síl­verío, 18; ed. Lucinio, 19).

c) Función dispositiva y unitiva. Pueden leerse los textos de 2 N 21, 11; 3 S 1, 1; 7, 2; 11, 1; 12, 3; 15, 1.

3. Vida de caridad o amor. Todos son llamados a la perfección del amor, pues para este fin de amor fuimos creados (CB 29, 3); Y para poder venir a la transformación de amor crió, Dios al alma a su imagen y seme­janza (GB 39, 4). Y del amor será el examen a la tarde de la vida. «A la tat·de te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amadO' y deja tu condición» (Dichos de luz y amor, 57).

La vida de amor es la principal y sin ella todas las demás quedarían mancas. La carídad perfecta es la que entrega a Dios toda la persona y todas las energías y toda la vida del cristiano. El panorama de la doctri­na sanjuanista en este punto de la vida de amor es inmenso. Dejando por completo a un lado el desarrollo y progreso del amor caritativo en el alma y otros problemas con ello relacionados, y no tocando el estudio de la naturaleza del mismo amor con toda la problemática que ello entraña desde nuestro punto de vista, vamos a sintetizar algunos aspectos o fun­ciones de ese amor.

Dos funciones fundamentales podemos asignar al amor en este caso: La, centrar en Dios toda la persona y todo lo de ella, transformándolos; 2.a purificarla y liberarla de todo lo que sea incompatible con esa unión y transformación.

1\.a La caridad une y transforma. a) El amor es fruto del amor de Dios al hombre. Dios, al mirar al alma con amor, la hace graciosa y agra­dable a El (CB 32, 1). «Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo» (GB 32, 6). gl amor a Dios por parte del hombre es respuesta al amor de lDios. «De manem que no basta que Dios nos tenga amor pam damos virtudes, sino que también nosotros se le tengamos a él para recibirlas y conservarlas» (CB 30, 9; cf. n. 6). «Díos no pone su gracia y armar en el alma sino según la voluntad y amOJ' del alma» (CB 13, 12).

La caridad es amor y el amor es de por sí unitivo y transformativo, pues iguala y hace semejante, e incluso sujeta el amante a lo que ama (1 S 4, 3; 5, 1; 2 N 13, 9; CE 28, 1; 36, 3). «Goma el amor es unión del Padre y del Hijo, así lo es del alma con Dios» ~CB 13, 12). Ya citamos anteriormente, al tratar de la fe, textos en que aparece el valor unitivo del amor. La caridad dispone y une la voluntad (el alma según la volun­tad: 2 S 6, 1) con Dios (2. N 21, 11), y cuando es perfecta supone confor­midad perfecta de la voluntad humana con la voluntad divina (2 S 5, 3-4). «El amor nunca llega a estar pe1'fecto hasta que emparejan tan en uno lO's amantes, que se transfigura el uno en el otro, y entonces está el amor

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todo sana» ~GB 111~ 12). Existe, además del dibujo de la fe, el dibujo de amor en el alma del amante según la voluntad, «en la cual de tal manem se dibuja la figura: del Amado y tan conjunta y vivamente se retrata, cuando hay unión de: amor, que es vel'dad deci1' que el Amado vive en el amante y el amante en el Amado. Y tal manera de semejanza hace el amor en la transformación de los amados, que se puede decil' que cada uno es el otro y que entrambos son uno. La razón es porque en la unión y transformación de amor el un'o da posesión de sí al otro y cada uno se deja y trueca por el ot1'O; y así, cada uno vive en e~ otro, y es el otro y entrambos son uno po/' transformación de amor» (OB 12, 7).

La vida de caridad tiende, pues, a la entrega total de la persona a Dios y es la que la realiza.

La entrega total de la persona supone la entrega de todo. un mundo de fuerzas y energías, integradas en aquella y puestas al servicio activo de 'Dios en amor. Ello está incluido en el primer precepto. del decálogo (Deut. 6, 5), en el que «se manda al hombre que todas Zas potencias y afectos y operaciones y aficiones de su alma emplee en Dios, de manem qtbe toda la habilidad y fuerza del alma no sirva más que para esf}o» (3 S 16, 1; cf. 2 N 11, 3-4). Es también una consecuencia intrínseca de la filiación adoptiva (2 S 5, 5). Con ello llega el alma al más profundo cen­tro en Dios, que es llegar según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinacion (LB 1, 12); aunque esto, hablando con propiedad, se verifique solamente en el estado. beatífico (lb., 14).

Por eso el alma esposa, que ha llegado al matrimonio espiritual, pue­de cantal': «que solo en amar es mi ejercicio»; pues, «toda la habilidad de mi alma y cuerpo, memmia, entendimiento y voluntad, sentidos inte­riores y exteriores y apetitos de la parte sensitiva y espiritual, todo se mueve por amor y en el amar, hacienda todo lo que hago con am01' y pa­deciendo todo lo que padezca con sabor de amar» (GH 28, 8).

b) La caridad integra y perfecciona. En realidad va incluido este aspecto en lo expuesto, pero es conveniente estudiarlo. por separado por su importancia.

l. La caridad valo1'iza. El valo.r de las buenas o.bras del cristiano «no Se" funda tanto en la cuantía y cualidad de ellas, sino en el amor de Dios que él lleva en ellas; y que entonces van tanto más calificadas, cuanto con más puro y entero am01' de Dios van hechas» (3 S 27, 5). «Porque, ¿qué aprovecha y qué vale delante de Dios lo que na es amo",?» (3 S 30, 5). En el amor de Dios está la salud del alma y cuando lo tuviere perfecto, será su salud cumplida (CB 11, 11). Dios solamente se sirve de que el alma le ame (CB 28, 1) Y nada precia y de nada se sirve fuera del amor (CB 27, 8). . ,

2. La caridad perfecciona. El amor es forma y ser de la perfección (CB 27, 8). El estado de perfección consiste en perfecto amor de Dios y

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desprecio de sí mismo (2 N 18, 6). Cuando el amor está único y sólido en Dios, también las virtudes están perfectas y acabadas y floridas mucho en el amor de Dios (GB 30, 10). Por el contrario, el alma que está flaca en el amor, lo está también para obrar las virtudes heroicas (CB 11, 13). El amor de Dios enlaza y ase las virtudes en el alma y las sustenta en ella; «en este amOl' del alma están las virtudes y dones sobrenaturales tan necesariamente asidos, que, sí quebrase faltando a Dvos, luego se des­atarían todas las virtudes y falta1'ían del aZma» (CB 30, 9). El santo apoya su doctrina en el texto paulino: es la caridad el vínculo y atadura de la perfección-Col. 3, 14-(cf. CB 13, 11; 30, 9; 31, 1). En el disfraz del alma caminante en la noche oscura: «Sobl'e el blanco y verde, para 1'e~ mate y peljección de este disfraz y librea, lleva el alma aquí el tel'Cel' color que es una excelente toga colorada»-la caridad-(2 N 21, 10). Remata, pues, y perfecciona todo el vestido espiritual. Por otro lado, la perfección es la unión con Dios (CB 31, }), la cual no se puede conce­bir sin la caridad (CB 13, 11); la vida espiritual perfecta es posesión de Dios por union de amor (LB 3, 32) Y cuanto un alma más ama tanto es más perfecta en aquello que ama y cuando «ya está perfecta todo es amo1'» (CB 27, 8).

3. La carvdad pe1jecciona e integra. El bien moral. Este «consiste en la rienda de las pasiones y freno de los apetitos desordenados; de lo cual se sigue en el alma tranquilidad, paz, sosiego y virtudes morales, que es el bien moral» (3 S 5, 1). Sin este bien moral, el alma no es capaz del bien espiritual, el cual no se imprime sino en el alma moderada y puesta en paz (3 S 5, 3). Esas buenas obras y buenas costumbres valen delante de Dios tan só,lo cuando, haciéndolas por amor de Dios, busca el alma servirle y honrarle con ellas; solo hechas por amor de Dios le ad­quieren vida eterna (3 S 27, 4) Y van, como ya hemos visto, tanto más calificadas cuanto con más puro y entero amor de Dios van hechas (ib., 5). «Debe, pues, gozarse el cristiano, no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres, sino en si las hace por amor de Dios solo, sin otro respecto alguno» (ib., n. 4).

Las virtudes y dones sobrenaturaZes. Todos han de ir unidos, entre­tejidos y sustentados por la caridad (CB 30, 9); y están tan necesaria­mente asidos a ella, que, si quebrase faltando a Dios, luego se desatarían todos y faltarían del alma, así como quebrando el hilo en la guirnalda, se caerían las flores (ib.). Y se trata de virtudes y dones incluso perfectos (ib., nn. 5-6).

La librea de la caridad, que es ya la del amor, «hace válidas a las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza para amparar al alma, y gracia y donaire para agradar al Amado con ellas, porque sin caridad ninguna virtud es graciosa delante de Dios» (2 N 21, 10).

Las virtudes teologales, fe y esperanza. La caridad da gracias a los

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otros dos colores, es decir, al blanco de la fe y al verde de la esperanza (2 N 21, 10). Por la caridad «las obras hechas en fe son vivas y tienen gran valor, y sin ella no valen nada; pues, como dice Santiago [2, 20], si.n obras de carida.d, la fe es muertm> (3 S 16, 1).

Las grac'ias «gratis datas». No ha de gozarse el hombre en si tiene tales gracias y las ejercita, sino en si sirve a Dios en ellas con verda­dera caridad, en que está el fruto de la vida eterna. «y de esta manera se une la voluntad con Dios por estos bienes sobrenaturales», es decir, las gracias gratis datas- (3 S 30, 5).

El uso de los bienes, La caridad ha de motivar también el uso de los bienes (3 S 17, 2): temporales (3 S 18,3.4.6; 20, 3), naturales (3 S 21, 11; 23, 1), sensibles (3 S 24, 3-7; 26, 5.6.8), etc.

Podemos concluir que la caridad entrega y pone al servicio de Dios por Dios solo la persona entera con todas sus energías, naturales y so­brenaturales, y todos sus actos.

4. La caridad estimula y vigoriza. El amor tiene un papel primor­dial en la noche oscura (1 S 14, 1-2; 1 N 11, 1-2; 13, 12) Y negación de todo por nios (2 S 7, 5,12). El que de veras ama a 'Dios, buscándole irá por el ejercicio de virtudes, de mortificación, de penitencias y ejercicios espirituales, no deteniéndose en los gustos y contentamientos y deleites que le podrían impedir el camino si cogerlos y admitirlos quisiera, sean gustos temporales, sensuales o espirituales, y sin temer los a taques del mundo, del demonio y de la carne (cf. CB 3). «Cualquier alma que ama de veras a Dios no puede querer satisfacerse ni contentarse hasta poseer de veras a Dios. Porque todas las demás cosas no solamente no la satisfa­cen, mas antes, como habemos dicho, le hacen crecer el hambre y ape­tito de verle a él como es» (CB 6, 4).

5. La ca:ridad excluye otros amores. «En el alma ni ha de faltar amor de Dios para ser digno altar, ni tampoco otro amor ajeno se ha de mezclar» (1 S 5, 7). «IDe donde en esto se conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta» (CB 1, 14). El enamorado no tiene corazón para sí, pues le tiene robado, puesto en la cosa amada. Esta es la señal del amor puro a Oios: «porque si le ama [de esa manera] no tendrá corazón para sí propia [el hombre] ni para mirar su gusto y provecho, sino para honra y gloria de Dios y darle a El gusto, porque cuanto más tiene corazón para sÍ, menos le tiene para Dios» (CB 9, 5). Si se pone el centro en Dios, no se puede poner en sí propio. Si el amor de Dios llena al alma, desaloja al amor propio. «Porque donde hay verdadero amor de Dios, no entrará amor de sí ni de sus cosas» (2 N 21, 10).

Esta exclusión de otros amores nos lleva a estudiar la función puri­ficativa de la caridad.

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2. a La caridad purifica y libem de todo lo que sea incompatihl'e con la unión y tmnsfol'mación en Dios.

El Místico Doctor nos ha dado esta definición de amor: «el ama1' es Obl'(J¡J' en despojarse y desnuda1'se por Dios de todo lo que no es Dios» (2 S 5, 7). Con ello nos revela su inmensa fuerza purificadora. Es, sin embargo, obvio, que no es algo que se da hecho, sino que en la medida que el cristiano vive el amor y sus exigencias, se va purificando. Así la caridad «hace vacío de todas las cosas en la voluntad, pues nos obliga a amar a Dios sobre todas ellas, lo cual no puede ser sino apartando el afecto de todas ellas, para ponerle entero en Dios» (2 S 6, 4; cf. LB 3, 51). De por sí, pues, se trata del afecto de las cosas, no de las cosas mismas o del uso de ellas. Es interesante y reveladora la glosa que añade el Santo al traducir el texto de S. Lucas (14, 33), en el lugar citado y en 1 S 5, 2: El que no renuncia todas las cosas que posee con la voluntad, no puede ser mi discípulo. Es la doctrina que en otro lugar aplica a la noche de los apetitos y a la pobreza (1 S 3, 4) Y en general al vacío y muerte que exige la unión con Dios (2 S 4, 2; 7, 6). En otro lugar es­cribe, traduciendo también a San Lucas (18, 24). «Cuan dificultosamen­te entrarán en el reino de los cielos los que tiene riquezas! es a sabe'/'. eZ gozo en ellas» (3 S 18, 1). ~

Se trata de un gozo y un afecto no purificados, con asimiento de propiedad. -De ahí que la purificación desemboque en un mayor gozo de las cosas (cfr. 3 S 20, 2).

El alma ha de quedar sin codicia de todo y tan desasida como si ello no fuese para ella ni ella para ello (1 S n, 8). Lo confirma con el testimonio de San Pablo (1 Cal' 7, 29-31). Ha de negar la propiedad del corazón (1 S 5, 6-7; 2 S 'l!, 1; 7, 5; 3 S 20; 1 N 3, 1; 3 S 15, 1; 28, 9; 35, 5.6; 38, 1.2). El servicio de Dios ha de hacerse por El sola­mente. «Porque la causa por que Dios ha de ser servido es sólo por ser él quien es, y no interponiendo otros fines. Y así, no sirviéndole sólo por quien él es, es servirle sin causa final de Dios» (3 S 38, 3).

Todo ello es, además, una consecuencia del amoi' a Dios, pues «el que anda de veras enamorado luego se deja perder a todo lo demás por ganarse más en aquello que ama» (CB 29, 10). Por eso el alma es­posa se hace perdidiza, que es dejarse perder de industria a sí misma y a todas las cosas. Surge de la sobreestima que tiene de Dios (recuér­dese la definición que da de gozo: 3 S 17, 1), no del desprecio de las criaturas. «Porque no puede uno poner los ojos de la estimación en una cosa que no los quite de las demás» (3 S 22, 2; cf. 2 S 4, 6; 3 S 12, 1-2). Querer compaginar ambos afectos (el de Dios y el de las cosas) sería hacer agravio a IDios (1 S 5, 5). Por el contrario, la sobreestima de Dios lleva consigo glorificación del mismo, «porque cuanto uno más y ma-

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yores cosas desprecia por otro, tanto más le estima y engrandece» (3 S 32, 2).

Las demás cosas, lejos de satisfacer al alma tocada de amor de Dios, le hacen crecer el hambre y apetito de El (CB 6, 4).

Junto a esta labor de purificacion viene la imitación de Cristo a base de la propia abnegacion en la negacion real de las cosas y en la vida de sufrimiento -no idénticas para todos-, pero que no se pueden identificar con esa labor purificativa, de elíminacion, pues es positiva asimilación e identificacion con Cristo (cf. 2 S 7).

4. Unidad de la vida teovogal. El desarrollo de las tres virtudes va al unísono. El arraigarse e infundir se más la fe, lleva un mayor arraigo e infusion de caridad y de esperanza, <~por cuanto estas tres virtudes teologales andan en uno» (2 S 24, 8; cf. 29, 6; 3 S 32, 4). En orden a la purificacion y unión, «no es posible que, si el espiritual instruyere bien al entendimiento en fe según la doctrina que se le ha dado [en lib. II de la Subida], no instruya también de camino a las otras dos potencias en las otras dos virtudes [esperanza y caridad], pues las ope­raciones de unas dependen de las otras» (3 S 1, 1). Es consecuencia, por tanto, del funcionamiento de las potencias y de las virtudes. Se sigue, además, de la fuerza integradora de la caridad. Nada se habría hecho en purgar al entendimiento para fundarle en fe, y a la memoria para fundarla en esperanza, si no se purifica la voluntad acerca de la cari­dad (3 S 16, 1).

Las tres virtudes son los tres colores del disfraz del alma en la noche oscura y «sin caminar a las veras con el traje de estas tres virtudes, es imposible llegar a la perfección de un ion con Dios por amor» (2 N 21, 12).

En última instancia, la unidad de la vida teologal viene exigida por el principio y término de todo (según se considere), que es la persona que la vive. Ni la unión misma excluye ninguna de las tres virtudes ni su actuación. La caridad no, pues es union de amor; la vida de espe­ranza tampoco, pues el amor anhela más amor (CB 9, 7), ni la fe, puesto que el alma no se une con D~os en esta vida si no es en fe.

B. ALGUNOS ASPECTOS DE LA VIDA TEOLOGAL

Nos limitaremos a breves referencias. a) Aspecto cristológico. Primeramente aparece en la ejemplaridad

de Cristo relativa a la aniquilacion y desembarazo, desnudez y vacío de todo, exigidas por la vida teologal (2 S 7; d. 1 S 13, 3). Cristo es el camino (2, S 7; 29, 9) o ha enseñado ese camino (1 S 5, 2.6; N. prol. 2; 1 N 7, 4; 11, 4; CB 3, 5), y es la puerta. Es el maestro (2 S 22, 5). El móvil que impulsa a vivir la vida teologal es el amor de Cristo y el

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congraciarse con El y ganarle la voluntad (2 N 21, 1). El aspecto cris­tológico de la fe está magistralmente desarrollado en 2 S 22. Cristo aparece como plenitud de la revelación, como dirá también el Concilio Vaticano II (DV, 2-4).

Cristo es también la esperanza del alma (CB 1, 7) Y el premio (2 S 22, 5). La transformación y unión de amor es desposorio con Cristo (CB 1, 10) Y es transformación en Cristo (CB 12, 7-8; 22, 6; LB 2, 34; cfr. CB 11, 112; CA 36; 2 S 15, 4). Lo mismo se despraende de la con­sideración de la filiación adoptiva que se vive a través de la vida teo­logal. Es nuestro hermano (2 S 22, 5); Hijo de Dios por naturaleza, nosotros por adopción (CB 36, 5).

b) Aspecto eclesial. La fe no es una fe individualista, sino en Cristo y en la Iglesia, única para todos (cf. 2 S 22; CB 12; 2 S 3, 5; 27,4).

La caridad es vinculo de toda la Iglesia: «pero todos son un cuerpo -de la Esposa que decía-; que el amor de un mismo Esposo una es­posa los hacía» (Romance 4). Hay, sin embargo, diferencia entre el amor de la Iglesia militante y el amor de la Iglesia triunfante (LB 1, 16). El valor del amor solitario y contemplativo para la Iglesia es inapre­ciable ~CB 29, 2-S). «Los mejores y más principales bienes de su casa, esto es, de su Iglesia, así militante como triunfante, acumula Dios en el que es más amigo suyo, y lo ordena para más honrarle y glorificarle» (CB 3S, 8). La Iglesia es la Esposa de Cristo (CB 2S, S) y cada alma lo es por el bautismo (lb. n. 6). A ella le comunica Cristo su amor (Romance 4), Y en ella engendra las almas (CB 30, 7). Este nuevo na­cimiento, desarrollándose por la vida teologal (2 S 5, 5; LB S, 37), llega a la unión y transformación aquí inacabado y a plenitud en la visión beatífica (CB 36, 5; S9, 4-6; LB 1, 27; 2, 34; S, 78-79); formando las almas así renacidas una guirnalda para el Esposo Cristo (CB SO, 7) Y junto con El viviendo transformadas en la Trinidad (CB S7, 6).

La esperanza gime por esa adopción perfecta (CB 1, 14; eA 1, 6). Esta adopción es meta de toda la Iglesia (GB 35, 6). Cristo llevará su Iglesia, unida en el amor, al Padre, donde gozará del mismo deleite de Dios y, a semejanza de las Tres Personas divinas, dentro de Dios ab­sorta, vida de :Dios vivirá (Romance 4).

c) Aspecto trinitario. La unión de amor lleva consigo el hacer Dios al alma, vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios (LB prol. 2). Ciertos actos de transformación, y la transformación misma, son transformación trinitaria (CA 38, 2-4; CB S9, 4-6; LB 1, 6.15; 3, 79-80; cfr. 1 S 5, 5).

La Trinidad es, por otra parte, la que hace en el alma la obra divina de la unión (LB 2, 1); y es el origen de toda vida sobrenatural (<<Qué bien sé yo la fonte»".); si bien el origen de todo está en el Padre (ib., 2 N 16, 5; CB 30, 6; LB 111, 15; S, 47).

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La fe une a Dios Trino (2 S 9, 1) Y es revelación del Padre a través del Hijo Encarnado (2 S 22). La caridad asemeja de modo especial al Espíritu Santo que une al Hijo y al Padre en la Trinidad (cf. CB 13, n; 39, 5; LB 3, 82). La esperanza termina en la Trinidad, a quien el alma anhela gozar, viviendo la perfecta filiación adoptiva (CB 36, 5; 1, 14; 39, 5). La unión se relaciona con el Espíritu Santo, Espíritu del Hijo (CB 17, 8; 18, 6; 39,4; 26, 1; LB 1, 3) Y que une con el Hijo al Padre (cf. CA 37, 2-3; CB 38, 3).

d) Aspecto escatoMgico. San Juan de la Cruz establece este prin­cipio luminoso: «Todos los bienes p1'ime1'Os y post1'el'Os, mayores y me­n01'es que Dios hace al alma, siempre se Zas hace con motivo de llevarla a vida eterna» (LB 3, 10).

Todo mira hacia lo escatológico. La vida teologal es el comienzo de una vida que no tendrá plenitud más que en la vida beatífica. In­cluso el aspecto purificador que entraña, de no realizarse en esta vida, tendrá lugar en el purgatorio 5. La tensión escatológica de las tres vir­tudes teologales es clara. Buscando a Dios en fe y en amor, se le en­contrará un día en la clara visión (CB 1, 11). El Santo Doctor relaciona varias veces la fe con la visión beatífica (2 S 4, 5; 9, 1; 24, 4; LB 3, 80). Aquélla está llamada a terminal' en ésta (2 S 9, 3-4; CB 1, 10; 12, 4). La fe es como dibujo, la visión es como perfecta y acabada pintura (CB 12, 6).

La caridad tiende por su naturaleza a su propia perfección (CB 9, 7), que sólo en la otra vida encuentra, pues «aunque, por ventura, el hábito de la caridad pueda el alma tener en esta vida tan perfecto como en la otra, mas no la operación ni el fruto» (LB 1, 14; cf. CB 38, 5). Sólo en la otra vida puede llegar al más profundo centro en Dios (LB 1, 10-14). El matrimonio espiritual de esta vida queda siempre imper­fecto (cf. CB 36-40). Con razón el alma esposa anhela ser transladada de este matrimonio en la Iglesia militante al glorioso matrimonio triun­fante (CB 40, 7); donde se da la perfecta vida espiritual en Cristo (CB 12, 8; LB 3, 10) Y la anhelada transformación cristológica (CB 36-37) y trinitaria (CB 39).

Aquí abajo las virtudes en el alma están como en flor, en la otra vida como en fruto (CB 116, 7). No obstante, en esta vida el Espíritu Santo puede hacer saber al alma «a qué sabe la vida eterna» (LB 1, 6; 2, 21). El último grado de la escala del amor sólo tendrá lugar en la clara visión y hará asemejarse el alma totalmente a 'Dios, porque todo lo que ella es se hará semejante a (Dios (2 N 20, 5).

La esperanza es esperanza de vida eterna (3 S 27, 4); gime por lo que le falta por conseguir de posesión de Dios ~CB 1, 14; LB 1, 27).

5 2N 6, 6; 12, 1; LB 1, 24. Cfr. URBANO BARRIENTOS, OCD, Purificación y pur­gatorio. Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1960.

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«Cuanto mayor es el amor, es tanto más impaciente por la posesión de su Dios, a quien espera por momentos de intensa codicia» (LB 3, 22).

El mismo vacío purificativo en general, tiende a avivar el ansia de Dios (LB 3, 18-21). El sufrimiento y la imitación de Crislo terminan en los deleites y goces de Dios (cf. CB 36, 12-13; 1, 10-11).

El destino final de la Iglesia Esposa, unida en el amor de Dios y de Cristo es con deleite divino y absorta en Dios vivir vida de Dios (Romance 4).

CONCLUSION

Creemos que lo expuesto entraña una enseñanza de interés: la actua­lidad de San Juan de la Cruz en este punto. La importancia dada por él a la vida teologal encuentra su confirmación en la doctrina del Con­cilio Vaticano n.

Diferencias de matices no invalidan esa conclusión general; tenían que darse supuesta la diversa finalidad perseguida. Las diferencias son de matiz y de extensión más que de otra cosa. He aquí algunas según nuestro entender.

En el Concilio se aprecia un mayor relieve eclesial y litúrgico; en lo referente a la caridad, una mayor preocupación por la caridad hacia el prójimo; en la esperanza, su conexión con la instauración del reino de Dios aquÍ en la tierra y con el progreso y quehacer temporal; en la fe, una mayor explicitación de algunas de sus actuaciones en la vida ordinaria del cristiano; una relación más detallada y explícita de la vida teologal global con el apostolado; aplicación pastoral de la vida teolo­gal, Íntegra o parcial, a las diversas categorías de miembros de la Igle­sia; ausencia de la vida teologal en su aspecto místico contemplativo.

San Juan de la Cruz da mayor extensión y profundidad a la expli­cación de la vida teologal, penetrando en estratos y funciones más pro-­fundas de la vida espiritual; mayor relieve y extensión al aspecto ver­tical de la vida teologal, es decir, al aspecto que mira hacia Dios, como objeto, en contraposición al prójimo; presta menos atención a la cari­dad para con el prójimo, aunque marca firmemente la mutua relación del amor de Dios y del prójimo en el siguiente texto que ilumina de un solo golpe toda la doctrina sanjuanista y revela toda su fecundidad en este punto: «Cuanto más crece este amOl' [al prójimo], tanto más crece el de Díos; y cuanto más el de Díos, tanto más este del prójimo» (3 S 23, 1; cf. Dictámenes 5-7. Lo confirma la propia vida del Santo); y no deja de indicar la repercusión en la caridad para con el prójimo,

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de la presencia o ausencia de purificación en el alma 6; en cambio, desarrolla con gran amplitud la caridad para con Dios, y ofrece una panorámica maravillosa del aspecto místico contemplativo de la vida teologal.

Pero dentro de estas diferencias comprensibles, queda en pie la va­lidez, como hemos dicho, y urgencia de la vida teologal; y queda tam­bién que en el Místico Doctor se encuentra una descripción de ella ver­daderamente doctoral. Incluso, no obstante la direccion encarnacionista del Concilio -lo aplicamos de manera asertiva, no exclusiva-, sobre todo en algunos documentos, ofrece coincidencias sorprendentes con la doctrina sanjuanista 7,

IsAfAS RODRÍGUEZ, ocd Madn'd.

6 Cf. lS 10, 4; 3S 22, 2; 23, 1; 25, 5; 28, 9; IN 7, 1; 12, 8; 13. 7-8; 3, 2, Es nota curiosa que mientras el Concilio aplica el texto de S. Jn 17, 20-21 a la unión de los fieles entre si (GSp 24), el Místico Doctor aplica Jn 17, 20-23 a la unión con Dios (CB 39, 5).

7 Cfr. v. gr. LG 31, 2; 38; 42, 5; GSp 72, 1; AA 4, 6.