la transmisión de la fe
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Desafíos Actuales, Pedro MorandéTRANSCRIPT
La Transmisión de la Fe: Desafíos Actuales
Pedro Morandé
1. Las dificultades que presenta la transmisión de la fe en el contexto cultural actual se
manifiestan, por una parte, en la progresiva deserción de los bautizados de su pertenencia
efectiva a la comunión eclesial y, lo que parece aún más grave, la renuncia consciente y libre
de los padres a transmitirle la fe a sus hijos, con el argumento de que ellos decidan libremente
cuando sean adultos. Fue el tema del encuentro mundial del Papa con las familias el 2006 en
Valencia y fue también una de las preocupaciones prioritarias de la conferencia de Aparecida,
donde también se menciona la preocupación de que allí donde no hay transmisión de la fe
tampoco puede haber transmisión de la cultura, pues el núcleo de toda cultura es la actitud que
asume el hombre ante el misterio más grande, el misterio de Dios (cf. Centesimus annus n.
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2. Esta preocupación está en la base de la principal novedad de la Conferencia de Aparecida
que es la vinculación indisoluble del discipulado y la misión, “dos caras de una misma
moneda” según lo denominó Benedicto XVI. La fecundidad de la misión dependerá en gran
medida de la profundización del discipulado, puesto que el contexto cultural actual afecta los
criterios con los cuales observamos la realidad y por ello, como dijo el Papa en el discurso
inaugural de Aparecida, debemos preguntarnos cuán real es nuestra fe, ¿aceptamos que es
Dios mismo el fundamento de todo lo real o lo ponemos entre paréntesis, como si Dios no
existiese, según recomendaban los filósofos de la Ilustración? No se trata, en consecuencia, de
llevar a cabo una gran campaña misionera, sino más bien que la Iglesia se ponga en estado
permanente de misión, puesto que ella nace del gozo que tengamos del don de la fe que hemos
recibido y del testimonio que demos de ella a otros. El Papa ha vuelto a plantear este mismo
tema de la misión, ahora en clave de la esperanza que salva.
3. Al analizar el entorno social de la experiencia humana en nuestro tiempo, merece
destacarse, por su importancia, el papel creciente que desempeñan los medios y tecnologías de
comunicación de masas (radio, televisión abierta, televisión por cable, internet, teléfonos
celulares) en la definición de lo que es “real” para la población, incluida la hipótesis de operar
como si Dios no existiese. Las encuestas relativas a la credibilidad y prestigio de las
instituciones otorgan a los medios una credibilidad muy alta, precisamente porque la
población los reconoce como las ventanas a través de las cuales comparece la realidad
cotidiana y encuentra en ellos su principio de intelección. Estos medios han cambiado y están
cambiando hábitos y conductas tradicionales de los chilenos, tanto en el espacio público y
como en el privado, así como también las prioridades y valores de la población. Todo ello de
manera muy significativa y de un modo más rápido y profundo que lo que tradicionalmente
realizaba la escuela.
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4. En las formas precedentes de la organización de la sociedad, la ordenación de los valores y
de su jerarquía correspondía a la costumbre (en las sociedades de tradición oral) y a las
instituciones (en las sociedades de tradición escrita, especialmente, a las que alcanzaron a
desarrollar el Estado de Derecho). La reconocida autoridad de la tradición y de la autoridad de
la ley permitía transferir el saber y su sabiduría de una generación a la otra, a condición de que
cada nueva generación estuviese dispuesta a cultivarse a sí misma, es decir, a transformar la
propia persona según las virtudes y valores que la tradición recomendaba como aquellos más
altos y sublimes. La cultura se asociaba entonces a la perfección, a la realización de una
existencia que aspiraba al ideal más alto.
5. La organización funcional de la sociedad, en cambio, vuelve a la sociedad progresivamente
“acéntrica” o “policéntrica”, donde cada subsistema interactúa con los otros en términos de
prestaciones recíprocas de servicios, sin que ninguno de ellos pueda reivindicar o imponer una
estructura jerárquica al conjunto. La economía, la ciencia, la política, la educación, el arte, los
medios de comunicación tiene cada una un código propio y no se pueden transferir
automáticamente el valor de expresado en un código a otro. Para la economía, el valor se
expresa en precios y aquello que no alcanza un precio, por ejemplo, lo que llamamos “la
gratuidad” no tiene valor económico. ¿Cómo podría expresarse en precios una elección
democrática, un descubrimiento científico, un triunfo deportivo o una obra de arte? El
resultado de conjunto es que la realidad se vuelve policontextual y el único valor común que
se expresa en todos los códigos funcionales es la eficacia: lo que resulta, lo que funciona.
6. Esta nueva disposición alcanza incluso a la realidad jurídica. Aunque en este plano existe
una clara jerarquización de valores y conductas que se expresan en las normas
constitucionales, la actitud de las personas ante la majestad de la ley se debilita cuando ella no
se acompaña de una cultura coherente de la jerarquización de valores en los restantes planos
de la vida social, como son las familias, los medios de información, la educación y las
expresiones artísticas. Hay una creciente desaprensión y hasta desafección frente al orden
legal, lo que explica el crecimiento de la delincuencia, de las actividades ilícitas, de la
corrupción, de la violencia y de otras formas de regulación que sólo reconocen la eficiencia y
la eficacia como sus valores supremos. Todo vale si se consiguen con ello resultados.
7. Esta nueva realidad policontextual es la que se refleja nítidamente en los medios de
comunicación de masas. El Documento de Aparecida destaca la fragmentación con que se
presenta la realidad a los ojos de las personas, cuya vocación de sentido incluye la
interpretación unitaria y coherente del significado de todo lo real. La sociedad ya no ofrece
representaciones suficientes de la síntesis y de la unidad, y deja esta tarea prácticamente
librada a las búsquedas personales y subjetivas. Por ello valora, sobre todo, la diversidad y
fomenta los procesos de individuación, poniendo en riesgo la transmisión de un patrimonio
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cultural e histórico que pueda ser reconocido con autoridad moral y como un estándar de
calidad y nobleza cultural. La fragmentación no sólo produce dispersión, sino también, falta de
jerarquización en un canon compartido.
8. Por ello, el Documento de Aparecida ve con preocupación la creciente dificultad de
transmitir la cultura a las nuevas generaciones, comenzando por la familia, pero también en la
escuela y en los medios de comunicación. El fenómeno afecta hasta la misma conciencia
religiosa y la transmisión de la fe en los ámbitos antes mencionados. La religiosidad popular
sigue siendo un precioso patrimonio cultural que ha tenido la virtud de proponer un sentido
unitario de la existencia, pero ella compite crecientemente con prácticas esotéricas de copiosa
oferta en el mercado y con la urbanización creciente de la población que lleva a hacer del
tiempo el bien más escaso en medio de las necesidades de desplazamiento y de circulación. Se
requiere, por tanto, un salto cualitativo en el desarrollo de la conciencia religiosa que concilie
la dimensión racional con la dimensión sapiencial de la realidad. Esta última es la más
olvidada, pero cuando ello ocurre, se deforma también la visión racional de la realidad.
9. Afectada la cultura en su capacidad de conducir la diversidad a un destino histórico común,
se sobrevalora, como compensación, la subjetividad individual y la imaginación centradas en
un vivir al día. La preocupación por el bien común, por los derechos sociales y solidarios, se
sustituye por la realización inmediata de los deseos y expectativas. La publicidad y el
consumo generan la ilusión de que todo deseo puede ser satisfecho por los productos y
servicios que se ofrecen en el mercado y que con ellos es posible alcanzar la felicidad.
Expresado en lenguaje de la DSI, la cuestión es cómo alcanzar el delicado equilibrio entre
solidaridad y subsidiariedad. La solidaridad sin subsidiariedad conduce al paternalismo, la
sobreprotección de la juventud y la prolongación de un estado de adolescencia más allá de la
edad de la vida adulta. La subsidiariedad sin solidaridad, produce un creciente desinterés e
indiferencia por todos aquellos sectores de la población que no están inmediatamente
vinculados a la vida cotidiana de cada uno y parecen producir un individualismo pragmático y
narcisista.
10. En países como Chile y los llamados emergentes, donde la brecha histórica de inequidad y
falta de oportunidades es muy grande, esta mentalidad cultural desfavorece la adopción de
medidas efectivas que garanticen la inclusión y disminuyan la exclusión. Aunque el orden
institucional proclama y reconoce la inclusión universal y la no-discriminación, la exclusión se
ha transformado en la variable empírica de ajuste, lo que lleva a que muchos grupos de
personas transiten oscilantemente de un grupo a otro sin lograr echar raíces entre los incluidos.
11. El DA valora como dimensión positiva de la tendencia a la progresiva individuación de la
sociedad el valor que adquiere la conciencia y la experiencia individual, la búsqueda de
sentido y de la trascendencia, la vivencia personal y el testimonio. Este anhelo de encontrar
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razones para la existencia pone en movimiento el deseo de encontrarse con otros y de
compartir lo vivido. A pesar del peso de la cultura globalizada, subsiste el valor de la familia,
de la solidaridad local, de la amistad. Todo esto es muy valioso. Pero se corre el riesgo de
vivir paralelamente y sin la adecuada integración un pequeño mundo personalizado donde
reina el sentido y la convivencia pacífica, frente a un amplio espacio despersonalizado, donde
reina la desconfianza, la resignación, la violencia y la inequidad, y se valoriza el utilitarismo y
lo que da resultados.
12. Juan Pablo II fue muy insistente en su enseñanza de que la cultura es el verdadero lugar de
la soberanía de los pueblos, de la personalización de la vida, del aprendizaje de una libertad
que asume la responsabilidad no sólo de cada uno consigo mismo, sino solidariamente con
todo el pueblo con que se comparte una misma historia y destino. También la llamó la
“subjetividad de la sociedad”, es decir, aquella instancia donde se asume la condición de ser
sujeto y protagonista del propio destino.
13. Sin embargo, esta personalización de la vida no sería posible si las familias no transmiten
la tradición y los valores culturales de padres a hijos, especialmente, su núcleo más íntimo que
es la conciencia religiosa, la actitud ante el misterio más grande. ¿Es real sólo lo eficiente, lo
que tiene éxito, lo que satisface el deseo inmediato, lo que funciona? Como plantea Grygiel,
hace falta comprender la familia dentro de una antropología “dramática” (el término es de A.
Scola) en que se pone en juego la libertad que nace de la acogida y respuesta al don. Sólo las
personas son libres en su relación con el misterio más grande. De modo que desde la familia se
forma un círculo virtuoso o, por el contrario, ruinoso, entre personalización y libertad. La
verdad de la persona es ser-para-el-don corresponder a la gracia recibida como don. Por ello,
sin personalización, la libertad se reduce a un voluntarismo individualista que no asume el
cuidado por la vida de los otros y que termina siendo una ilusión que termina pronto en la
desesperanza. La ilusión de la libertad entendida como hacer cada cual lo que quiera, sólo
puede ser salvada por la libertad que nace como respuesta al amor. Es la actitud del “fiat mihi”
de María, modelo antropológico de la libertad.
14. El principal obstáculo que quita nobleza a las culturas es el divorcio entre la información
que transmiten los medios y las instituciones y la experiencia personal de la búsqueda del
sentido último y unitario de la realidad, es decir, la pérdida de la dimensión sapiencial de la
cultura. Cuando la cultura deja de interpelar a las personas en su vocación universal a la
santidad, no las motivan a su perfeccionamiento, al cultivo de sí mismas. La cultura se
transforma así en artefacto o herramienta, en objeto decorativo, en simbolismo
despersonalizado (ritualismo), en producto de masas para el consumo. Pareciera que éste es el
mayor desafío pastoral para la Iglesia, volver a interpelar en nombre de Cristo a cada ser
humano en su vocación personal a la santidad, a la vida según la sabiduría del Espíritu, a la
experiencia de comunión en la verdad y en la caridad. Como señaló Benedicto XVI en
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Aparecida, “sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo
adecuado y realmente humano”.
15. El Documento de Aparecida muestra cómo la Iglesia tiene muchas formas de contribuir a
la formación, crecimiento y constante desarrollo de esta subjetividad de la sociedad, a través
de la liturgia, de la oración, particularmente de la lectio divina, la familia, la catequesis, la
educación escolar, la vida en comunidad en las diócesis, parroquias, movimientos y
asociaciones, la vida consagrada, etc. Pero dando respuesta al desafío más profundo que
presenta al ser humano una sociedad que se comprende a sí misma desde los medios de
comunicación de masas, ha puesto todas estas expresiones bajo la común denominación de
discípulos misioneros. Sólo el seguimiento de Cristo en la comunión eclesial puede dar
testimonio y ser interpelante de la vocación universal a la santidad propia de todo ser humano,
llamado a ser persona en la comunión del amor personal trinitario.