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San Agustín “Fue Jesús, Jesús en persona, quien se hizo, en efecto, radiante como el sol, para darnos a entender ser él la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que para los ojos de la carne es el sol, Éste lo es para los ojos del corazón; lo que aquél para los cuerpos, lo es éste para las almas”. San Pío de Pietrelcina “Jesucristo, en la transfiguración en el Tabor, fue primero visible para los apóstoles y después se volvió invisible, porque quedó envuelto en una nube luminosa. El esconderse de Dios en la oscuridad supone un agigantarse a nuestras miradas y que, de visible e inteligible, se transforma en puro ser divino. La lucha con el enemigo no debe asustaros: cuanto más íntimo al alma se hace Dios, más dentro suele estar el adversario. Ánimo, pues. Al hablar de la oscuridad, he dado también respuesta al hecho de las sombras que parece que se agolpan en vosotras. No son sombras, mis queridas hijas, sino luz, y luz tan potente y luminosa que aturde al alma, que está habituada a pensar de Dios de un modo normal y casi humano. Dad gracias al Señor si, ya desde esta vida, os dispone a pregustar aquella visión en la que, no viendo nada, se ve todo”. Comentario al Evangelio realizado por los Jóvenes de la Basílica Autores: Anabel Pedrajas y Álvaro Nieves. SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA Ciclo A: 8 marzo 2020 La Transfiguración de Cristo como aliento de fe y esperanza

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Page 1: La transfiguración de Cristo - Comentario › wp-content › uploads › 2020 › ...de Cuaresma en el cual nos preparamos para vivir la muerte y resurrección de Cristo. Jesús muestra

San Agustín

“Fue Jesús, Jesús en persona, quien se hizo, en efecto, radiante como el sol, para darnos a entender ser él la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que para los ojos de la carne es el sol, Éste lo es para los ojos del corazón; lo que aquél para los cuerpos, lo es éste para las almas”.

San Pío de Pietrelcina

“Jesucristo, en la transfiguración en el Tabor, fue primero visible para los apóstoles y después se volvió invisible, porque quedó envuelto en una nube luminosa. El esconderse de Dios en la oscuridad supone un agigantarse a nuestras miradas y que, de visible e inteligible, se transforma en puro ser divino. La lucha con el enemigo no debe asustaros: cuanto más íntimo al alma se hace Dios, más dentro suele estar el adversario. Ánimo, pues. Al hablar de la oscuridad, he dado también respuesta al hecho de las sombras que parece que se agolpan en vosotras. No son sombras, mis queridas hijas, sino luz, y luz tan potente y luminosa que aturde al alma, que está habituada a pensar de Dios de un modo normal y casi humano. Dad gracias al Señor si, ya desde esta vida, os dispone a pregustar aquella visión en la que, no viendo nada, se ve todo”.

Comentario al Evangelio realizado por los Jóvenes de la Basílica

Autores: Anabel Pedrajas y Álvaro Nieves.

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Ciclo A: 8 marzo 2020

La Transfiguración de Cristo como aliento de fe y esperanza

Page 2: La transfiguración de Cristo - Comentario › wp-content › uploads › 2020 › ...de Cuaresma en el cual nos preparamos para vivir la muerte y resurrección de Cristo. Jesús muestra

En el Evangelio del segundo domingo de Cuaresma, el Señor nos invita a confiar en él, a acompañarle en su camino hacia la cruz y a mantener la esperanza y la fe en nuestro día a día pero sobre todo, en este periodo de Cuaresma en el cual nos preparamos para vivir la muerte y resurrección de Cristo.

Jesús muestra en la montaña, lugar por excelencia de la revelación, a tres de sus discípulos un adelanto de su naturaleza resucitada que, abarcando la carne, el cuerpo, está atravesada por el Espíritu. Por otro lado, el cuerpo, aunque es Templo del Espíritu Santo, en este tiempo termina por marchitarse enseñándonos la caducidad de los bienes materiales a los que acudimos para satisfacer nuestras necesidades y encontrar la felicidad. Pero nuestro cuerpo, a diferencia de los bienes de este mundo, está llamado a la gloria de la resurrección.

La luz tan radiante fruto del Espíritu y que ciega brevemente a los tres discípulos otorga una felicidad diferente a la material, es un gozo inconmensurable, sanador e imperecedero. Cuando la luz del Espíritu nos toca, nos hace sentir plenos. Notamos que entramos en el paraíso y nos sentimos cobijados por la presencia de Dios. Este júbilo y hermosura que también siente Pedro es el que le incita a querer quedarse ahí junto a Moisés, Elías y Jesús.

Moisés y Elías son los representantes de la Ley y los profetas. El Señor en su día les hizo a ambos una promesa y les encomendó la misión de hacer llegar a los demás el mensaje de que un día, el Hijo de Dios se haría hombre. Para llevar a cabo este cometido tuvieron que pasar por un largo camino de búsqueda y esfuerzo. Como consecuencia de aquella difícil “cuaresma”, dejándose hacer y respetando los tiempos del Señor, pudieron acompañar a Cristo en ese momento. De la misma manera, gracias a la transformación que experimenta Jesús en una montaña alta, los tres discípulos se llenan de dicha y emoción.

Por primera vez ven a Jesús en su forma gloriosa y a pesar del temor que les envuelve se enamoran de esa belleza. Al igual que Pedro, Santiago y Juan, nosotros también tenemos que enamorarnos del Señor y reposar nuestro corazón en él. Este amor verdadero nos da una inmensa felicidad que nos abre a permitir que el Espíritu Santo nos atraiga hacia el Señor. Cuando nos dejamos conquistar por Cristo, somos capaces de seguirle, tanto en los momentos donde hay luz y todo es más fácil, como cuando tenemos que cargar con nuestra cruz y acompañarnos los unos a los otros en los momentos de sufrimiento y sacrificio. En aquellos días donde nuestras debilidades pueden jugar en contra nuestra debemos mirar a Jesús y el camino que tuvo que seguir hasta ser crucificado, ese camino de sufrimiento fue en gran medida consolado por todo el amor que nos tenía y la gracia que el Padre le dio, por eso cuando nos sintamos desbordados por nuestra debilidad o sintamos que no somos dignos de su amor, debemos recordar la promesa de felicidad y vida eterna que el Señor nos hizo y tenemos que rezar y pedir que la misma gracia que le dio a su Hijo, también nos alcance a nosotros. Jesús, al igual que hizo con los Apóstoles, siempre nos tranquilizará y sostendrá. Por eso, en los momentos más oscuros se nos invita a recordar que Jesús permanece a nuestro lado.

La Transfiguración que narra San Mateo es un regalo que nos otorga el ánimo suficiente para decir sí al Señor, aún con las posibles dudas y las tentaciones que se nos pueden presentar en nuestra vida diaria y que podemos superar si nos mantenemos junto al Señor para que nos cuide y nos ame. Nosotros también podemos tener la oportunidad, como la tuvieron los tres discípulos, de encontrarnos con el Señor y enamorarnos de Él leyendo el Evangelio, aprendiendo y meditando lo que enseñó a los Apóstoles. Del mismo modo que hicieron los discípulos, los cristianos estamos llamados a comprender que Jesús no morirá en la cruz inútilmente, sino que los planes de salvación que tiene Dios, el camino para alcanzar la gloria y la vida eterna pasan por ese camino y por tanto, la cruz solo es el medio para llegar a ello. La Transfiguración de Cristo es, por tanto, una promesa del paraíso que nos espera gracias al gran sacrificio que hizo Cristo al morir por nosotros en la cruz.