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La ética después de Auschwitz Introducción. El genocidio metódico como un resultado de la racionalidad moderna: Adorno y Horkheimer Theodor Adorno y Max Horkheimer integraron la denominada “Escuela de Frankfurt”, un grupo de intelectuales que, influidos por autores como Marx y Freud, llevaron adelante una serie de discusiones e invesgaciones en vistas de elaborar una teoría políca críca desnada a comprender y comprometerse con la transformación de las condiciones sociales imperantes. Hacia mediados del siglo XX, Horkheimer y Adorno editaron un conjunto de ensayos denominado “Dialécca de la Ilustración”. En este libro realizan un análisis de la subjevidad moderna, el fascismo, el rol de la razón en el sistema socio-políco moderno, y las condiciones que hicieron posible el holocausto. Lo que concluyen es que el holocausto no fue un evento aislado, sino que fue una consecuencia de las ideas y práccas establecidas por la sociedad occidental moderna. De ahí la importancia de revisar crícamente estas ideas y práccas, con el fin de evitar un genocidio semejante. Como vimos, Kant había fundado, con la idea del “imperavo categórico”, una éca formal basada en la racionalidad del sujeto; la capacidad de realizar actos morales radica en la autonomía del sujeto que, gracias a su razón, es capaz de legislar por sí mismo sin someterse a una ley ajena. La confianza en la razón refleja los ideales de la Ilustración que Kant abrazaba. Sin embargo, durante el siglo XX se dieron hechos que pusieron en duda este opmismo ilustrado. Específicamente, el desarrollo de matanzas masivas y sistemácamente organizadas, como fue el caso del Holocausto, parecían insinuar que quizás la racionalidad no fuera solamente fuente de moralidad, sino más bien lo contrario. O al menos eso fue lo que pensaron Adorno y Horkheimer. Adorno notó que la magnitud de la masacre hacía necesario pensar un nuevo po de “imperavo categórico”, esta vez no surgido como resultado de una deducción lógica propia de la razón pura, sino de la experiencia histórica real, del sufrimiento terrenal humano: “Hitler impuso a los hombres... un nuevo imperavo categórico: orientar su pensamiento y su acción de tal modo que Auschwitz no se repita, que no ocurra algo similar. Este imperavo es tan reacio a su fundamentación como en otro momento el hecho del kanano. Tratarlo discursivamente sería un crimen: en él se hace presente el momento del acercamiento corporal a lo éco” – Theodor Adorno Ese imperavo es: Que Auschwitz no se repita. Prof. Camila López 3ºBD. Liceo:_______________________________ Nombre del alumno:__________________________ Fecha de entrega:________________ Ficha 2

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La ética después de Auschwitz

Introducción. El genocidio metódico como un resultado de la racionalidad moderna: Adorno y Horkheimer

Theodor Adorno y Max Horkheimer integraron ladenominada “Escuela de Frankfurt”, un grupo deintelectuales que, influidos por autores como Marx yFreud, llevaron adelante una serie de discusiones einvestigaciones en vistas de elaborar una teoríapolítica crítica destinada a comprender ycomprometerse con la transformación de lascondiciones sociales imperantes. Hacia mediados delsiglo XX, Horkheimer y Adorno editaron un conjuntode ensayos denominado “Dialéctica de laIlustración”. En este libro realizan un análisis de lasubjetividad moderna, el fascismo, el rol de la razónen el sistema socio-político moderno, y lascondiciones que hicieron posible el holocausto. Lo

que concluyen es que el holocausto no fue un evento aislado, sino que fue una consecuencia de las ideas yprácticas establecidas por la sociedad occidental moderna. De ahí la importancia de revisar críticamenteestas ideas y prácticas, con el fin de evitar un genocidio semejante.Como vimos, Kant había fundado, con la idea del “imperativo categórico”, una ética formal basada en laracionalidad del sujeto; la capacidad de realizar actos morales radica en la autonomía del sujeto que, graciasa su razón, es capaz de legislar por sí mismo sin someterse a una ley ajena. La confianza en la razón reflejalos ideales de la Ilustración que Kant abrazaba.Sin embargo, durante el siglo XX se dieron hechos que pusieron en duda este optimismo ilustrado.Específicamente, el desarrollo de matanzas masivas y sistemáticamente organizadas, como fue el caso delHolocausto, parecían insinuar que quizás la racionalidad no fuera solamente fuente de moralidad, sino másbien lo contrario. O al menos eso fue lo que pensaron Adorno y Horkheimer.Adorno notó que la magnitud de la masacre hacía necesario pensar un nuevo tipo de “imperativocategórico”, esta vez no surgido como resultado de una deducción lógica propia de la razón pura, sino de laexperiencia histórica real, del sufrimiento terrenal humano:

“Hitler impuso a los hombres... un nuevoimperativo categórico: orientar su pensamiento ysu acción de tal modo que Auschwitz no se repita,que no ocurra algo similar. Este imperativo es tanreacio a su fundamentación como en otromomento el hecho del kantiano. Tratarlodiscursivamente sería un crimen: en él se hacepresente el momento del acercamiento corporal alo ético” – Theodor Adorno

Ese imperativo es: Que Auschwitz no se repita.

Prof. Camila López3ºBD. Liceo:_______________________________Nombre del alumno:__________________________Fecha de entrega:________________

Ficha 2

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Esto no supone abandonar la racionalidad, sino un cierto tipo de racionalidad instrumental que prevaleciódurante la consolidación de las sociedades modernas, y que prevalece aún hoy: la orientación de la acción enmiras de la utilidad, la eficiencia, eficacia, que no hizo más que convertirnos en “conciencias cosificadas”,frías. Veamos algunos fragmentos de “Dialéctica de la Ilustración” para comprender este punto:

“La caída del hombre actual bajo el dominio de la naturaleza es inseparable del progreso social. El aumento de laproductividad económica, que por un lado crea las condiciones para un mundo más justo, procura, por otro, al aparatotécnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. El individuo es anulado por completo frente a los poderes económicos. Al mismo tiempo, éstos elevan el dominio de lasociedad sobre la naturaleza a un nivel hasta ahora insospechado. Mientras el individuo desaparece frente al aparatoal que sirve, éste le provee mejor que nunca. En una situación injusta la impotencia y la ductilidad de las masas crecencon los bienes que se les otorga. La elevación, materialmente importante y socialmente miserable, del nivel de vida delos que están abajo se refleja en la hipócrita difusión del espíritu. Siendo su verdadero interés la negación de lacosificación, el espíritu se desvanece cuando se consolida como un bien cultural y es distribuido con fines de consumo.El alud de informaciones minuciosas y de diversiones domesticadas corrompe y entontece al mismo tiempo. No se tratade la cultura como valor, en el sentido de los críticos de la cultura: Huxley, Jaspers, Ortega y Gasset, etc. Se trata deque la Ilustración reflexione sobre sí misma, si se quiere que los hombres no sean traicionados por entero. No se tratade conservar el pasado, sino de cumplir sus esperanzas. Hoy, sin embargo, el pasado se prolonga como destrucción delpasado. Si la cultura respetable fue hasta el siglo XIX un privilegio, pagado con mayores sufrimientos por parte de losexcluidos de ella, la fábrica higiénica se ha logrado en nuestro siglo mediante la fusión de todo lo cultural en el crisolgigantesco. Lo cual no sería tal vez ni siquiera un precio tan alto, como piensan los defensores de la cultura, si no fueraporque la venta total de la misma contribuye a pervertir en su contrario las conquistas económicas.En las condiciones actuales incluso los bienes materiales se convierten en elementos de desdicha. Si la masa de ellosactuaba en el período anterior, por falta de sujeto social, como la denominada sobreproducción en las crisis de laeconomía interior, dicha masa produce hoy, en razón de la sustitución de aquel sujeto social por parte d grupos depoder, la amenaza internacional del fascismo: el progreso se invierte en regresión. El hecho de que la fábrica higiénica,con todo lo que implica: Volkswagen y palacios deportivos, liquide estúpidamente la metafísica, sería inclusoindiferente; pero que estos elementos se conviertan, dentro de la totalidad social, en metafísica, en cortina ideológicadetrás de la cual se condensa la desgracia, no resulta indiferente.” (DI, pp. 54-55)

“el que se imagine que él, producto de esta sociedad, está libre de la frialdad burguesa, abrigailusiones sobre sí mismo y sobre el mundo; sin esa frialdad nadie podría sobrevivir” (DI, p. 177)

Lo que necesitamos, dicen Adorno y Horkheimer, es ampliar el concepto de racionalidad incluyendoelementos afectivos y compasivos que fueron civilizatoriamente reprimidos.La gran pregunta es ¿cómo combatir esta conciencia “cosificada”, fría y utilitaria que hizo posible Auschwitz?

Adorno: la educación después de Auschwitz

La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todaslas que hay que plantear a la educación. Precede tan absolutamentea cualquier otra que no creo deber ni tener que fundamentarla. Nopuedo comprender por qué se le ha dedicado tan poca atenciónhasta el momento. Ante la monstruosidad de lo ocurrido,fundamentarla tendría algo de monstruoso. Que se haya tomado tanescasa conciencia de esta exigencia, y de los interrogantes ycuestiones que van con ella de la mano, muestra, no obstante, que lomonstruoso no ha calado lo bastante en las personas. Lo que no dejade ser un síntoma de la pervivencia de la posibilidad de repeticiónde lo ocurrido si depende del estado de conciencia y de inconcienciade las personas. Cualquier posible debate sobre ideales educativosresulta vano e indiferente en comparación con esto: que Auschwitz

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no se repita. Fue la barbarie, contra la que la educación enteraprocede. Se habla de una recaída inminente en la barbarie. Pero nose trata de una amenaza de tal recaída, puesto que Auschwitzrealmente lo fue. La barbarie persiste mientras perduren, en loesencial, las condiciones que hicieron posible aquella recaída. Ahíradica lo terrible. Por invisible que sea hoy la necesidad, la presiónsocial sigue gravitando. Empuja a las personas a lo inenarrable, queculminó en Auschwitz a escala histórico-universal. Entre las ideasfreudianas de mayor alcance efectivo también en la cultura y en lasociología destaca, en mi opinión, por su profundidad, el de que lacivilización engendra, a su vez, anticivilización, y la refuerzaprogresivamente. Habría que prestar mayor atención a sus obras Elmalestar de la cultura y Psicología de las masas y análisis del yo,precisamente en relación con Auschwitz. Si en el principio mismo dela civilización late la barbarie, luchar contra ella tieneconsecuentemente algo de desesperado. La reflexión sobre cómo impedir la repetición de Auschwitz vieneensombrecida por el hecho de que hay que tomar consciencia de esecarácter desesperado si no se quiere caer en la retórica idealista. Hay,con todo, que intentarlo, sobre todo a la vista de que la estructurabásica de la sociedad y con ella, la de sus miembros, que llevaronlas cosas hasta donde las llevaron, son hoy las mismas que haceveinticinco años. Millones de seres inocentes —indicar las cifras oregatear incluso sobre ellas es ya indigno de un ser humano— fueronexterminados de acuerdo con una planificación sistemática. Ningúnser vivo está legitimado para minimizar este hecho como un simplefenómeno superficial, como una desviación en el curso de la historia,irrelevante, en realidad, frente a la tendencia general del progreso,de la ilustración, de la presunta humanidad en ascenso. El simplehecho de que sucediera es ya, por sí mismo y como tal, expresión deuna tendencia social poderosa en sobremanera.(...) Como la posibilidad de transformar los presupuestos objetivos,es decir, sociales y políticos, en los que tales eventos encuentran sucaldo de cultivo, es hoy limitada en extremo, los intentos de cerrarel paso a la repetición se ven necesariamente reducidos al ladosubjetivo. Con ello me refiero también, en lo esencial, a la psicologíade las personas que hacen tales cosas. No creo que sirviera de muchoapelar a unos valores eternos sobre los que quienes son proclives atales crímenes se limitarían a encogerse de hombros; tampoco creoque fuera de mucha ayuda ilustrar sobre las cualidades positivas delas minorías perseguidas. Las raíces han de buscarse en losperseguidores, no en las víctimas, exterminadas con las acusacionesmás miserables. Lo urgente y necesario es lo que en otra ocasión hellamado, en este sentido, el viraje al sujeto. Hay que sacar a la luz losmecanismos que hacen a los seres humanos capaces de talesatrocidades; hay que mostrárselas a ellos mismos y hay que tratarde impedir que vuelvan a ser de este modo, a la vez que sedespierta una consciencia general sobre tales mecanismos. Losasesinados no son los culpables, ni siquiera en el sentido sofístico ycaricaturesco en el que muchos quisieran presentarlo hoy. Los únicosculpables son los que sin miramiento alguno descargaron sobre ellossu odio y su agresividad. Esa insensibilidad es la que hay quecombatir; las personas tienen que ser disuadidas de golpear hacia

¿A qué se refiere Adorno con “las condiciones que hicieron posible aquella recaída”?

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Algo interesante es que, si bien Adorno estáinfluenciado por Marx, en este aspecto seopone a un razonamiento marxista.

Karl Marx (1818-1883) era materialista:consideraba que la sociedad estaba formadapor una base real (infraestructura)económica, consistente en los modos deproducción propios de la situación histórica;base que condicionaba al resto de lasestructuras jurídicas, políticas e ideológicas(“superestructura”). Es decir, que elpensamiento, las ideas, la cultura, lasubjetividad del hombre en un momentohistórico dado, dependía de cómo seestructurara su base material. Por tanto,debían cambiarse esas condicionesmateriales para que cambiara la forma depensar del hombre, y no a la inversa. “No esla conciencia de los hombres la quedetermina la realidad; por el contrario, larealidad social es la que determina suconciencia”.

Sin embargo, esto parece contradecirse conlo que dice Adorno, ¿no? ¿Por qué?

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afuera sin reflexionar sobre sí mismas. La educación solo podría tenersentido como educación para la autorreflexión crítica. Pero como, deacuerdo con los conocimientos de la psicología profunda, loscaracteres, en general, incluso los de quienes en edad adultaperpetúan tales crímenes, se forman en la primera infancia, laeducación llamada a impedir la repetición de dichos hechosmonstruosos tendrá que concentrarse en ella. Ya les recordé la tesisfreudiana sobre el malestar de la cultura. Pues bien, su alcance estodavía mayor de lo que Freud supuso; ante todo porque entretantola presión civilizatoria que él observó se ha multiplicado hasta loinsoportable. Y con ello, las tendencias explosivas sobre las quellamó la atención han adquirido una violencia que él apenas pudoprever. El malestar en la cultura tiene, con todo, un lado social —algoque Freud no ignoró, por mucho que no lo investigaraconcretamente. Puede hablarse de la claustrofobia de la humanidaden el mundo administrado, de un sentimiento de encierro dentro deun nexo enteramente socializado tejido como una tupida red. Cuantomás tupida es la red, más se procura escapar, y al mismo tiempoprecisamente su espesor impide la salida. Esto refuerza la furiacontra la civilización, una furia que se vuelve violenta eirracionalmente contra ella.Un esquema confirmado por la historia de todas las persecuciones esque la ira se dirige contra los débiles, sobre todo contra lospercibidos como socialmente débiles y a la vez —con razón o sin ella— como felices. Sociológicamente me atrevería a añadir que nuestrasociedad, a la vez que se integra cada vez más, alimenta en su senotendencias a la descomposición. Unas tendencias que, ocultas bajo lasuperficie de la vida ordenada, civilizada, están muy avanzadas. Lapresión de lo general dominante sobre todo lo particular, sobre laspersonas individuales y las instituciones particulares, tiende adesintegrar lo particular e individual, así como su capacidad deresistencia. Junto con su identidad y su fuerza de resistencia laspersonas pierden también las cualidades gracias a las que les seríadado oponerse a lo que eventualmente pudiera tentarles de nuevoal crimen. Quizá sean ya apenas capaces de resistir si los poderesestablecidos les conminan a reincidir, siempre que esto ocurra ennombre de un ideal en el que creen a medias o incluso no creen ya enabsoluto.(...)Personas bien intencionadas, que no quieren que vuelva a ocurrir,citan a menudo el concepto de obligación. Responsable de loocurrido sería, en efecto, el hecho de que las personas no tengan yaobligaciones. Y, desde luego, el hecho de una de las condiciones delterror sádico-autoritario depende de la pérdida de autoridad. Al sanosentido común le parece posible invocar obligaciones llamadas acontrarrestar, mediante un enérgico "No debes", lo sádico, lodestructivo, lo desintegrador. Por mi parte, considero ilusorioesperar que la apelación a obligaciones o incluso la exigencia decontraer otras nuevas sirva realmente para que el mundo y laspersonas mejoren. La falsedad de las obligaciones y ataduras que seexigen sólo para conseguir algo —aunque este algo sea bueno—, sinser experimentadas todavía por las personas como substanciales ensí mismas, es percibida enseguida. Es sorprendente lo pronto que

En “El malestar en la cultura”,Freud habla de una condición paradójicade la cultura. El ser humano creó lacultura para reprimir las pulsionesinstintivas eróticas y agresivas y así hacerposible la convivencia; sin embargo esarepresión, a su vez, genera sentimientosde culpabilidad y frustración quedesembocan en nuevas formas deagresividad. La civilización, entonces, ensu afán por evitar la barbarie, generabarbarie.

Adorno se cuestiona: ¿Cómo hacer paraevitar esta agresividad contenida en lasformas de organización social?

Muchas veces creemos que podemoscontener la violencia poniendo normasmás severas, más obligaciones, mássanciones. Sin embargo, él cree que estono soluciona nada, ya que significaesperar una conducta más heterónomadel ser humano: que actúe por miedo a lasanción, y no porque razone que está mallo que hace. Y no queremos hombres quesigan reglas por miedo a la sanción (¡esopuede llevar a seguir cualquier regla,aunque sea absurda o inhumana! ¡Seguirreglas es lo que ha hecho posible queexistieran torturadores en sistemastotalitarios como el nazismo!), sino sereshumanos autónomos que sean capacesde reflexionar ellos mismos acerca de lamoralidad de sus acciones, sin caer en laburda trampa de solo seguir órdenes.

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reaccionan hasta las personas más disparatadas e ingenuas cuandose trata de husmear en las debilidades de los mejores. Con facilidadlas llamadas obligaciones se convierten o bien en un certificado desensatez —se las acepta para poder dárselas uno de buen ciudadano—, o bien generan un rencor odioso; es decir, lo contrario,psicológicamente hablando, de lo que se esperaba de ellas. Significanheteronomía, un hacerse dependiente de órdenes, de normas queno se justifican ante la propia razón del individuo. Lo que lapsicología llama super-yo, la conciencia moral, es reemplazado ennombre de la obligación por autoridades exteriores, facultativas,intercambiables, como ha podido observarse del modo más claro enla propia Alemania tras el derrumbe del Tercer Reich. Sólo queprecisamente la disposición a ponerse de parte del poder einclinarse externamente, asumiéndolo como norma, ante lo másfuerte, constituye la idiosincrasia típica de los torturadores, unaidiosincrasia que no debe volver a levantar la cabeza. Por esoresulta tan fatal la recomendación de obligaciones. Las personas quede mejor o peor grado las aceptan se ven reducidas a un estado depermanente necesidad de recibir órdenes. La única fuerza verdaderacontra el principio de Auschwitz sería la autonomía, si se mepermite valerme de la expresión kantiana; la fuerza de reflexionar,de autodeterminarse, de no entrar en el juego.(...)Las personas que se encuadran a ciegas en colectivos se conviertena sí mismas en algo casi material, se borran como seresautodeterminados. Con ello se corresponde la disposición a tratar alos otros como una masa amorfa. En "La personalidad autoritaria"hablé, a propósito de quienes se comportan así, de caráctermanipulador, y ello en una época en la que el diario de Hóss o lasnotas de Eichmann aún no se conocían. Mis descripciones delcarácter manipulador datan de los últimos años de la Segunda GuerraMundial. En ocasiones la psicología social y la sociología dan enconstruir conceptos que sólo más tarde se confirman plenamenteempíricos. El carácter manipulador —cualquiera puede controlarlo enlas fuentes relativas a esos líderes nazis, que están a disposición detodos— se distingue por su manía organizadora, por su absolutaincapacidad para tener experiencias humanas inmediatas, por undeterminado tipo de falta de emoción, por un realismo exagerado.Quiere llevar adelante a cualquier precio una presunta, aunqueilusoria, política realista. Ni por un momento se imagina o desea elmundo de otro modo que como es; poseído por la voluntad dedoing things, de hacer cosas, independientemente del contenido deese hacer. Convierte la actividad, la llamada eficiencia como tal, enun culto que encuentra eco en la propaganda a favor del hombreactivo. Entretanto, este tipo humano —si mis observaciones no meengañan y algunas investigaciones sociológicas permiten generalizar— ha alcanzado una difusión muy superior a lo que cabría imaginar.Lo que en su día ejemplificaron algunos monstruos nazis podríaconstatarse hoy en muchas personas, como delincuentes juveniles,jefes de bandas y similares, sobre los que los periódicos informan díatras día. De tener que reducir a una fórmula este tipo de caráctermanipulador —tal vez no se debiera, pero puede ayudar a lacomprensión—, lo caracterizaría como el tipo de la conciencia

Hay veces que las personas se identificancon un colectivo y se desdibuja suindividualidad. Se transforman en partede un sistema y lo único que les preocupaes ser eficientes, hacen lo que hacen confines utilitarios –todo es medio para unfin-; pero son incapaces de reflexionarsobre sí mismas como seres autónomos ytomar decisiones más allá de lo queimpone la sociedad, la masa, o elsistema. Más que seres autónomosracionales se comportan como cosas, ytratan a los demás como cosas, comomedio para un fin: son concienciascosificadas.

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cosificada. Se trata, en primer lugar, de personas de una índole talque se han asimilado en cierto modo a las cosas. Seguidamente, y sipueden, asimilan los demás a las cosas.(...)En los intentos de oponerse a la repetición de Auschwitz seríaesencial, en mi opinión, poner en claro, en primer lugar, cómoaparece el carácter manipulador, con vistas a impedir, en la medidade lo posible, su surgimiento mediante la transformación de lascondiciones. Quiero hacer una propuesta concreta: que se estudie alos culpables de Auschwitz con todos los métodos de que dispone laciencia, sobre todo con psicoanálisis prolongados durante años, decara a descubrir, si es posible, cómo surgen tales seres humanos.Ellos, por su parte, y éste es el bien que aún podían hacer, ayudaríanasí tal vez, en contradicción con su propia estructura caracteriológica,a que el horror no se repitiera, siempre, claro es, que quisierancolaborar en la investigación de su génesis. No sería fácil, encualquier caso, hacerles hablar; bajo ningún concepto sería lícitoaplicar nada parecido a sus métodos para averiguar cómo llegaron aconvertirse en lo que se convirtieron. De momento se sienten —precisamente en su colectivo, en el sentimiento de ser todos ellosviejos nazis— tan protegidos, no obstante, que apenas alguno deellos ha mostrado sentimientos de culpa. Pero es de suponer quetambién existirán en ellos, o al menos en algunos, puntospsicológicos de abordaje al hilo de los que sería posible transformaresto. Pienso, por ejemplo, en su narcisismo o, dicho llanamente, ensu vanidad. Cuando pueden hablar sin inhibiciones de sí mismos,como Eichmann, quien, por cierto, llenó bibliotecas enteras con susdeclaraciones, tienen la ocasión de sentirse importantes. Cabepresumir, por último, que también en estas personas habrá, si seprofundiza en ellas, algún resto de la vieja instancia de la concienciamoral, una instancia hoy en buena medida en vías de disolución. Unavez conocidas las condiciones internas y externas que los hicieronasí —si me es concedido operar con la hipótesis de la posibilidad deaveriguarlas efectivamente— podrían quizá sacarse algunasconsecuencias prácticas encaminadas a evitar que vuelva a ocurriralgo parecido. La utilidad o inutilidad del intento sólo se mostrarácuando se emprenda; no quiero sobrevalorarlo. Hay que tener bienclaro que los seres humanos no pueden ser explicadosautomáticamente a partir de tales condiciones. En igualdad decondiciones unos salieron así y otros de modo muy distinto. A pesarde todo, valdría la pena. Ya el simple planteamiento de la cuestión decómo alguien ha llegado a convertirse en lo que es encierra unpotencial de ilustración. Porque corresponde a los estadosperniciosos de consciencia e inconsciencia al que el ser-así propio —el que uno sea así y no de otro modo— sea tomado falsamente pornaturaleza, por algo dado de un modo inalterable y no simplementeocurrido. Cité el concepto de conciencia cosificada. Pues bien, estaconciencia es, ante todo, una conciencia que se ciega frente a todoser devenido, frente a toda penetración cognitiva en lo condicionadode uno mismo, una conciencia, en fin, que absolutiza lo que es-así. Sise lograra romper este mecanismo compulsivo, algo se ganaría. Esaes, al menos, mi opinión.

El concepto de “conciencia cosificada” sevincula con el concepto marxista de“alienación” o “enajenación”. Estostérminos expresan una extrañeza delsujeto respecto de sí mismo, así como laindependización del objeto o de loscontenidos de la idea (teorías) respectode la actividad humana. En otraspalabras, el ser humano se ve a sí mismocomo un esclavo de los objetos o ideasque en realidad son de su producción; suvida ya no es un fin sino un “medio paravivir”. Lo mismo con el trabajo; ya no esuna forma de humanización sino algo delo cual soy esclavo -no se trabaja paravivir, sino que se vive para trabajar-.

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La relación con la técnica tendría que ser también tratada de modopreciso, en un siguiente paso, y no solo en los pequeños grupos, enconexión con la conciencia cosificada. Se trata de una relación tanambivalente como la existente en el deporte, con el que, por otraparte, no deja de tener cierto parentesco. Cada época produce, poruna parte, las personalidades —tipos de distribución de energíapsíquica—, que socialmente necesita. Un mundo como el actual, enel que la técnica ocupa una posición central, produce hombrestecnológicos, acordes con la técnica. Lo que no deja de tener suracionalidad específica: en su estrecho ámbito serán máscompetentes, pudiendo ello influir luego en lo general. En la relaciónactual con la técnica, hay, por otra parte, algo de exagerado, deirracional, de patógeno. Tal cosa guarda relación con el "velotecnológico". Las personas tienden a tomar la técnica por la cosamisma, tienden a considerarla como un fin en sí misma, como unafuerza dotada de entidad propia, olvidando al hacerlo que la técnicano es otra cosa que la prolongación del brazo humano. Los medios—y la técnica es la encarnación suprema de unos medios para laautoconservación de la especie humana— son fetichizados, porquelos fines —una vida humana digna— han quedado cubiertos por unvelo y han sido erradicados de la conciencia de las personas. Al nivelde generalidad en el que lo he formulado, esto debería ser evidente.Pero se trata de una hipótesis todavía demasiado abstracta. No sesabe en absoluto de un modo preciso cómo se impone lafetichización de la técnica en la psicología individual de los seresparticulares; no se sabe dónde radica el umbral entre una relaciónracional con la técnica y esa sobrevaloración que lleva, finalmente, aque quien proyecta un sistema de trenes para llevar las víctimas aAuschwitz, sin interferencias y del modo más rápido posible, olvide loque ahí ocurre con ellas. El tipo inclinado a la fetichización de latécnica es, dicho llanamente, el correspondiente a personasincapaces de amar. Esta afirmación no debe ser tomada en unsentido sentimental ni moralizante; designa simplemente unarelación libidinal deficiente con otras personas: se trata de seresabsolutamente fríos, que tienen que negar en su fuero interno laposibilidad del amor, y que rechazan de entrada, antes de quepueda desarrollarse, su amor a los demás. La capacidad de amor quesobrevive aún en ellos es forzosamente volcada a los medios. Laspersonalidades cargadas de prejuicios y afectos a la autoridad de lasque nos ocupamos en "La personalidad autoritaria", en Berkeley,suministraron no pocas pruebas al respecto. Un sujeto deexperimentación —y ya esta misma expresión es propia de laconsciencia cosificada— decía de sí mismo: "I like nice equipment(me gustan los equipos bonitos, los aparatos bonitos)”, prescindiendopor completo de cuáles fueran tales aparatos. Su amor era absorbidopor cosas, por las máquinas como tales. Lo alarmante en todo esto—alarmante, porque permite ver lo inútil de oponerse—, es que setrata de una tendencia profundamente coincidente con la tendenciacivilizatoria global. Combatirla equivale a algo así como ir en contradel espíritu del mundo; pero con ello no hago sino repetir algo quecaracterice al comienzo como el aspecto más sombrío de unaeducación contra Auschwitz.

Fetichismo: Adoración de los objetos alpunto de olvidar que son una producciónhumana. Nosotros los creamos, peroluego dependemos de ellos.

La técnica, que fue originalmentecreación humana para servir de medio aciertos fines, termina siendo un fin en símisma.

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Decía que esos hombres son fríos de un modo muy especial.Permítanme que dedique unas breves palabras a la frialdad engeneral. Si la frialdad no fuera un rasgo antropológico general, estoes, propio de la constitución de los seres humanos tal como estosson realmente en nuestra sociedad, y si éstos no fueran,consecuentemente, de todo punto indiferentes a lo que les ocurre alos demás, con excepción de unos pocos con los que estáníntimamente unidos y con los que comparten intereses, Auschwitzno hubiera sido posible; las personas no lo hubieran tolerado. En suactual estructura —y desde hace siglos, sin duda— la sociedad nodescansa, como se asume ideológicamente desde Aristóteles, en laatracción, sino en la persecución del interés propio en detrimentode los intereses de los demás. Esto ha troquelado el carácter de loshombres hasta en su más íntima entraña. Lo que se opone a ello, elinstinto gregario de la llamada lonely crowd, de la muchedumbresolitaria, es una reacción en contra, un conglomerado de gente fríaque no soporta su propia frialdad, pero que tampoco puedetransformarla. Todos los hombres, sin excepción, se sienten hoy pocoamados, porque ninguno de ellos puede amar suficientemente. Laincapacidad para la identificación fue, sin duda alguna, la condiciónpsicológica más importante para que pudiera ocurrir algo comoAuschwitz entre personas en cierta medida bien educadas einofensivas. Lo que suele llamarse "colaboracionismo" fue en unprincipio interés de negocio: que la ventaja propia prevalecierasobre cualquier otra, y para no ponerla en peligro, cerrar la boca.Ésta es una ley general de lo establecido. El silencio bajo el terror fuetan sólo una consecuencia suya. La frialdad de la mónada social, delcompetidor aislado, fue, en cuanto indiferencia frente al destino delos demás, el factor condicionante de que muy pocos se movieran.Los esbirros que se encargan de la tortura lo saben muy bien; locomprueban de nuevo una y otra vez.

El colaboracionismo fue fundamental enel régimen nazi.

Arendt cuenta que “...los representantesdel pueblo judío formaban listas deindividuos de su pueblo, con expresión delos bienes que poseían; obtenían dinerode los deportados a fin de pagar losgastos de su deportación y exterminio;llevaban un registro de las viviendas quequedaban libres; proporcionaban fuerzasde policía judía para que colaboraran enla detención de otros judíos y losembarcaran en los trenes que debíanconducirles a la muerte; e incluso, comoun último gesto de colaboración,entregaban las cuentas del activo de losjudíos, en perfecto orden, para facilitar alos nazis su confiscación”. Incluso el actomaterial de matar estaba a cargo decomandos judíos: estos “trabajaban enlas cámaras de gas y en los crematorios,que arrancaban los dientes de oro ycortaban el cabello a los cadáveres,cavaron las tumbas, y, luego, lasvolvieron a abrir para no dejar rastro delos asesinatos masivos; fueron técnicosjudíos quienes construyeron las cámarasde gas de Theresienstadt, centro este enel que la «autonomía» judía habíaalcanzado tal desarrollo que incluso elverdugo al servicio de la horca era judío.”¿Es moralmente aceptable, en unasituación límite, dañar a otro serhumano para beneficiarse a símismo?

1) Sintetiza en menos de cinco enunciados el planteo de Adorno.

2) Compara: ¿qué puntos en común y qué diferencias presentan las reflexioneséticas de Adorno y de Kant?

3) Adorno hace referencia a un tipo de personalidad frío y absorbido por la técnica, cosificado. De acuerdo a él, lo alarmante es que se trata de una tendencia mundial. ¿Estás de acuerdo con el autor? Explica y argumenta.

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Hannah Arendt: la “banalidad del mal”

Hannah Arendt (1906-1975) fue una filósofa alemana, de familia hebrea,discípula de Heidegger y Jaspers. En 1933 emigró a Francia y luego, en 1941, a losEE.UU. donde, tras adquirir la nacionalidad americana en 1950, enseñó endiversas universidades del país. En sus obras predomina el interés por la filosofíapolítica y, en particular, por el estudio de las causas y origen del totalitarismo -fenómeno político que critica con toda dureza y al que considera como el «malradical»-, del antisemitismo y de la crisis y decadencia de la sociedad de masas,cuyo origen sitúa en la confusión de los órdenes de la esfera privada (la vidasocial y económica) y la esfera pública (la libre actuación política colectiva), nodebidamente diferenciados en la sociedad moderna.En este caso, trabajaremos un fragmento de su obra “Eichmann en Jerusalén. Uninforme sobre la banalidad del mal”. Arendt fue enviada como corresponsaldel New Yorker a cubrir el juicio en Jerusalén contra Adolf Eichmann, uno de losdirigentes nazis responsables de la “solución final” por la cual fueronexterminados millones de judíos. Aprovechando su trabajo como corresponsal,

Arendt realizó análisis del juicio a Eichmann para intentar comprender de qué modo un hombre que noparece ser un ser diabólico sino más bien un burócrata mediocre, acabó siendo un funcionario eficiente paraorganizar con diligencia la masacre cometida por el nazismo.

El caso EichmannOtto Adolf Eichmann (1906-1962) fue un teniente coronel de las SS nazis. Más precisamente, era el encargadode la organización de la logística de transportes del Holocausto. En un principio, a partir de 1939, su trabajoconsistía en organizar la deportación de judíos; fue el artífice de la creación de los “consejos judíos” oJudenräte, que colaboraban en las deportaciones facilitando la identificación de los habitantes de los guetos.Luego, con la implementación de la “solución final” desde el año 1942, se encargó de planificar y administrarel transporte de cientos de miles de judíos hacia campos de concentración. Tareas éstas que cumplió conrapidez y eficacia. Hasta el final de sus días aseguró no ser un antisemita –como reconocía, tenía parientes yamigos judíos-, sino haberse dedicado a cumplir diligentemente con su deber. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Eichmann, que se hacía llamar Otto Eckmann, fue capturado porel Ejército de los Estados Unidos, que desconocía su verdadera identidad. En 1946 se escapó, se mantuvooculto en Alemania un tiempo, y finalmente acabó instalándose en Argentina gracias a la obtención de unsalvoconducto. Allí vivió una década con su familia muy precariamente, trabajando en distintos oficios, hastaque fue descubierto por el Mossad, una de lasagencias de inteligencia israelí. En 1960, agentes delMossad lo secuestraron cerca de su casa en BuenosAires, lo obligaron a firmar una nota dejandosentada su voluntad de retirarse del país (“Yo, AdolfEichmann, por medio de esta carta declaro que voya Israel por mi propia voluntad a limpiar miconciencia.”), y lo sacaron ilegalmente del país condocumentos de identidad falsos. La cancilleríaargentina, al enterarse, reclamó una grave violaciónde la soberanía ante el Consejo de Seguridad de lasNaciones Unidas, pero pese al apoyo del organismoel reclamo nunca prosperó: Israel no teníaintenciones de devolverlo a Argentina.La captura fue muy polémica y difundida. Se celebró un juicio en Jerusalén, donde Eichmann fue juzgado porun tribunal conformado por Moshe Landau, Benjamin Halevy y Yitzhak Raveh. Su abogado defensorfue Robert Servatius. El juicio fue público y tuvo una amplia cobertura mediática.

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Eichmann alegó en su defensa que las acciones que cometió eran bajo la obediencia debida a sus superiores.El jurado lo encontró culpable de genocidio, y Eichmann fue sentenciado a pena de muerte. La sentencia secumplió en mayo de 1962.

Eichmann en Jerusalén

Eichmann: un hombre normal

Durante el juicio, Eichmann intentó aclarar, sin resultados positivos,el segundo punto base de su defensa: «Inocente, en el sentido enque se formula la acusación». Según la acusación, Eichmann no solohabía actuado consciente y voluntariamente, lo cual él no negó, sinoimpulsado por motivos innobles, y con pleno conocimiento de lanaturaleza criminal de sus actos. En cuanto a los motivos innobles,Eichmann tenía la plena certeza de que él no era lo que se llama uninnerer Schweinehund, es decir, un canalla en lo más profundo de sucorazón; y en cuanto al problema de conciencia, Eichmann recordabaperfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso deque no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes deenviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños, con lamayor diligencia y meticulosidad. Evidentemente, resulta difícilcreerlo. Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era unhombre «normal». «Más normal que yo, tras pasar por el trance deexaminarle», se dijo que había exclamado uno de ellos. Y otroconsideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud haciasu esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era«no solo normal, sino ejemplar». Y, por último, el religioso que levisitó regularmente en la prisión, después de que el TribunalSupremo hubiera denegado el último recurso, declaró que Eichmannera un hombre con «ideas muy positivas». Tras las palabras de losexpertos en mente y alma, estaba el hecho indiscutible de queEichmann no constituía un caso de enajenación en el sentido jurídico,ni tampoco de insania moral.(...) Peor todavía, Eichmann tampoco constituía un caso de anormalodio hacia los judíos, ni un fanático antisemita, ni tampoco unfanático de cualquier otra doctrina. «Personalmente» nunca tuvonada contra los judíos, sino que, al contrario, le asistían muchas«razones de carácter privado» para no odiarles. Cierto es que entresus más íntimos amigos se contaban fanáticos antisemitas, como, porejemplo, Lászlo Endre, secretario de Estado encargado de asuntospolíticos (judíos) en Hungría, que fue ahorcado en Budapest el año1946. (...)Pero nadie le creyó. El fiscal no le creyó por razones profesionales, esdecir, porque su deber era no creerle. La defensa hizo caso omiso deestas declaraciones porque, a diferencia de su cliente, no estabainteresada en problemas de conciencia. Y los jueces tampoco lecreyeron, porque eran demasiado honestos, o quizá estabandemasiado convencidos de los conceptos que forman la base de suministerio, para admitir que una persona «normal», que no era undébil mental, ni un cínico, ni un doctrinario, fuese totalmente incapazde distinguir el bien del mal. Los jueces prefirieron concluir,

¿Cómo se explica que alguien sea capazde llevar a cabo crímenes tan terriblescomo los que se le imputaban aEichmann? ¿Tenía problemaspsiquiátricos? ¿No se daba cuenta de quelo que hacía estaba mal?Los psiquiatras que estudiaron aEichmann determinaron que era unapersona “normal”.

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basándose en ocasionales falsedades del acusado, que seencontraban ante un embustero, y con ello no abordaron la mayordificultad moral, e incluso jurídica, del caso. Presumieron que elacusado, como toda «persona normal», tuvo que tener conciencia dela naturaleza criminal de sus actos, y Eichmann era normal, tanto máscuanto que «no constituía una excepción en el régimen nazi». Sinembargo, en las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, tansolo los seres «excepcionales» podían reaccionar «normalmente».Esta simplísima verdad planteó a los jueces un dilema que nopodían resolver, ni tampoco soslayar.

¿Qué sabía Eichmann? ¿De qué se lo puede considerar responsable?

(...) Eichmann solo vio justamente lo necesario para estarperfectamente enterado del modo en que la máquina dedestrucción funcionaba; para saber que había dos métodos paramatar, el gasea-miento y el disparo de armas de fuego; que elsegundo método lo empleaban los Einsatzgruppen, y que el primerose utilizaba en los campos de exterminio, ya en cámaras, ya mediantecamiones; y que en los campos de exterminio se tomabancomplicadas medidas a fin de engañar a las víctimas, acerca de sudestino, hasta el último instante.

(...) Pero, como sea que Eichmann no se dedicó a matar, sino atransportar, quedaba abierta la cuestión, por lo menos desde unpunto de vista formal, legal, de si sabía o no el significado de lo quehacía. Y también estaba la cuestión de determinar si se hallaba ensituación de apreciar la enormidad de sus actos, de saber si erajurídicamente responsable, prescindiendo del hecho de queestuviera o no, médicamente hablando, en su sano juicio. Ambasdudas fueron resueltas en sentido afirmativo. Eichmann había vistolos lugares a los que las expediciones estaban destinadas, y, al verlos,quedó impresionadísimo. Los magistrados, en especial el presidentedel tribunal, formularon una y otra vez una pregunta más, que quizásea la que mayor inquietud produce: ¿la matanza de judíos eracontraria a la conciencia de Eichmann? Pero esta es una cuestión deorden moral, por lo que probablemente carecía de trascendenciajurídica.Sin embargo, al quedar firmemente establecidos los hechos, sesuscitaron dos cuestiones jurídicas más. Primera: ¿cabía eximirle deresponsabilidad criminal, invocando la Sección 10 de la ley deaplicación a su caso, por cuanto Eichmann había actuado «a fin deprecaverse del peligro de muerte inmediata»? Segunda: ¿podíaEichmann alegar la concurrencia de circunstancias atenuantes, alamparo de la Sección 11 de la misma ley, debido a que había «hechocuanto estuvo en su poder para aminorar la gravedad de lasconsecuencias del delito» o «para impedir consecuencias todavíamás graves que las resultantes del delito»? Es evidente que lasSecciones 10 y 11 de la ley de 1950 de castigo de los nazis y suscolaboradores fueron redactadas pensando en «colaboradores»judíos.

¿Qué tipo de responsabilidad cabeimputar a Eichmann?Eichmann no participó de ningunamatanza “con sus propias manos”; sinembargo, integró los engranajesadministrativos que posibilitaron eldesarrollo de una matanza sistemática.¿Qué culpabilidad le corresponde a quienfue ejecutor del acto material de matar; yqué culpabilidad corresponde a quien, sintomar un arma, participó de laorganización administrativa delgenocidio?

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En el acto material de matar se habían empleado, en todas partes, losllamados Sonderkommandos (unidades especiales) judíos, muchosjudíos habían cometido actos criminales «a fin de precaverse delpeligro de muerte inmediata», y los jefes y consejos judíos habíancolaborado porque creyeron que podían «impedir consecuenciastodavía más graves que las resultantes del delito». En el caso deEichmann sus propias declaraciones despejaron ambos interrogantes,y las contestaciones fueron terminantemente negativas.(...) En suúltima declaración ante el tribunal de Jerusalén, Eichmannreconoció que hubiera podido apartarse del cumplimiento de sufunción, tal como otros habían hecho. Pero siempre consideró quetal actitud era «inadmisible», e incluso en los días del juicio no lajuzgaba «digna de admiración»; tal comportamiento hubierasignificado algo más que el traslado a otro empleo bien pagado. Laidea, nacida después de la guerra, de la desobediencia abierta no eramás que un cuento de hadas: «En aquellas circunstancias uncomportamiento así era imposible; nadie se portaba de estamanera». Era «inimaginable». Si le hubieran nombrado comandantede un campo de exterminio, como le ocurrió a su buen amigo Höss,Eichmann se hubiera suicidado porque se consideraba incapaz dematar. (...)Pero era muy improbable que a Eichmann le dieran una tarea de estaclase, ya que sus superiores «sabían muy bien los límites de cadaindividuo». No, Eichmann no corrió «peligro de muerte inmediata», ycomo sea que aseguraba con gran orgullo que siempre «habíacumplido con su deber», que siempre había obedecido las órdenes,tal cual su juramento exigía, siempre había hecho, como es lógico,cuanto estuvo en su mano para agravar, en vez de aminorar, «lasconsecuencias del delito». La única circunstancia atenuante quealegó fue la de haber evitado, «en cuanto pudo, los sufrimientosinnecesarios» al llevar a cabo su misión, y, prescindiendo del hechode si esto era verdad o no, y prescindiendo también del hecho deque, caso de ser verdad, difícilmente hubiera podido constituir unacircunstancia atenuante en el concreto caso de Eichmann, lo cierto esque la alegación de Eichmann carecía de validez por cuanto «evitarlos sufrimientos innecesarios» era una de sus obligaciones, comoestablecían las órdenes generales recibidas. En consecuencia, desdeel momento en que se pasó la cinta magnetofónica ante el tribunal,la sentencia con pena de muerte era un resultado previsto en eljuicio...

(...)La conciencia de Eichmann quedó tranquilizada cuando vio el celoy el entusiasmo que la «buena sociedad» ponía en reaccionar talcomo él reaccionaba. No tuvo Eichmann ninguna necesidad de«cerrar sus oídos a la voz de la conciencia», tal como se dijo en eljuicio, no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuvieraconciencia, sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, conla voz de la respetable sociedad que le rodeaba.

(...)

LOS DEBERES DE UN CIUDADANO CUMPLIDOR DE LA LEY

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...Eichmann tuvo abundantes oportunidades de sentirse como unnuevo Poncio Pilatos y, a medida que pasaban los meses y pasabanlos años, Eichmann superó la necesidad de sentir, en general. Lascosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en lasórdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, almenos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor dela ley. Tal como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, élcumplía con su deber; no solo obedecía órdenes, sino que tambiénobedecía la ley. Eichmann presentía vagamente que la distinciónentre órdenes y ley podía ser muy importante, pero ni la defensa nilos juzgadores le interrogaron al respecto. Los manidos conceptos de«órdenes superiores» y «actos de Estado» iban y veníanconstantemente en el aire de la sala de audiencia. Estos fueron losconceptos alrededor de los que giraron los debates sobre estasmaterias en el juicio de Nuremberg, por la sola razón de queproducían la falsa impresión de que lo totalmente carente deprecedentes podía juzgarse según unos precedentes y unas normasque los mismos hechos juzgados habían hecho desaparecer.Eichmann, con sus menguadas dotes intelectuales, era ciertamente elúltimo hombre en la sala de justicia de quien cabía esperar quenegara la validez de estos conceptos y acuñara conceptos nuevos.Además, como fuere que solamente realizó actos que él considerabacomo exigencias de su deber de ciudadano cumplidor de las leyes, y,por otra parte, actuó siempre en cumplimiento de órdenes —tuvo entodo momento buen cuidado de quedar «cubierto»—, Eichmannllegó a un tremendo estado de confusión mental, y comenzó a exaltarlas virtudes y a denigrar los vicios, alternativamente, de la obedienciaciega, de la «obediencia de los cadáveres», Kadavergehorsam, talcomo él mismo la denominaba.Durante el interrogatorio policial, cuando Eichmann declarórepentinamente, y con gran énfasis, que siempre había vivido enconsonancia con los preceptos morales de Kant, en especial con ladefinición kantiana del deber, dio un primer indicio de que tenía lavaga noción de que en aquel asunto había algo más que la simplecuestión del soldado que cumple órdenes claramente criminales,tanto en su naturaleza como por la intención con que son dadas. Estaafirmación resultaba simplemente indignante, y tambiénincomprensible, ya que la filosofía moral de Kant está tanestrechamente unida a la facultad humana de juzgar que elimina enabsoluto la obediencia ciega. El policía que interrogó a Eichmann nole pidió explicaciones, pero el juez Raveh, impulsado por la curiosidado bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atrevieraa invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interrogar alacusado sobre este punto. Ante la general sorpresa, Eichmann diouna definición aproximadamente correcta del imperativo categórico:«Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mivoluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyesgenerales» (lo cual no es de aplicar al robo y al asesinato, porejemplo, debido a que el ladrón y el asesino no pueden desear vivirbajo un sistema jurídico que otorgue a los demás el derecho derobarles y asesinarles a ellos). A otras preguntas, Eichmann contestóañadiendo que había leído la Crítica de la razón práctica. Después,explicó que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la

¿Qué ocurre cuando las leyes deEstado ordenan realizar tareas quedañan la integridad humana(torturas, secuestros o asesinatos)?

¿Cómo se articula con esteproblema la idea de los derechoshumanos? ¿Cómo se legitiman losderechos humanos en el marco deuna legalidad que ordena el abuso?

¿Qué rol juega la soberanía de unpaís en la determinación de estasleyes? ¿Qué papel corresponde a losdemás países tomar frente a estasituación?

¿El hombre es libre de elegir en uncontexto como éste?

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práctica la Solución Final, había dejado de vivir en consonancia conlos principios kantianos, que se había dado cuenta de ello, y que sehabía consolado pensando que había dejado de ser «dueño de suspropios actos» y que él no podía «cambiar nada». Lo que Eichmannno explicó a sus jueces fue que, en aquel «período de crímeneslegalizados por el Estado», como él mismo lo denominaba, no sehabía limitado a prescindir de la fórmula kantiana por haber dejadode ser aplicable, sino que la había modificado de manera que dijera:compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el delos actos del legislador o el de la ley común. O, según la fórmula del«imperativo categórico del Tercer Reich», debida a Hans Franck, quequizá Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera, que si elFührer te viera aprobara tus actos» (Die Technik des Staates, 1942,pp. 15 -16). Kant, desde luego, jamás intentó decir nada parecido. Alcontrario, para él, todo hombre se convertía en un legislador desde elinstante en que comenzaba a actuar; el hombre, al servirse de su«razón práctica», encontró los principios que podían y debían ser losprincipios de la ley. Pero también es cierto que la inconscientedeformación que de la frase hizo Eichmann es lo que este llamaba laversión de Kant «para uso casero del hombre sin importancia». Eneste uso casero, todo lo que queda del espíritu de Kant es laexigencia de que el hombre haga algo más que obedecer la ley, quevaya más allá del simple deber de obediencia, que identifique supropia voluntad con el principio que hay detrás de la ley, con lafuente de la que surge la ley. En la filosofía de Kant, esta fuente era larazón práctica; en el empleo casero que Eichmann le daba, esteprincipio era la voluntad del Führer. Gran parte de la horrible ytrabajosa perfección en la ejecución de la Solución Final —unaperfección que por lo general el observador considera comotípicamente alemana, o bien como obra característica del perfectoburócrata— se debe a la extraña noción, muy difundida enAlemania, de que cumplir las leyes no significa únicamenteobedecerlas, sino actuar como si uno fuera el autor de las leyes queobedece. De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del merocumplimiento del deber.Sea cual sea la importancia que haya tenido Kant en la formación dela mentalidad del «hombre sin importancia» alemán, no cabe lamenor duda de que, en un aspecto, Eichmann siguió verdaderamentelos preceptos kantianos: una ley era una ley, y no cabíanexcepciones. En Jerusalén, Eichmann reconoció haber hecho dosexcepciones. Durante aquel período en que cada alemán, de losochenta millones que formaban la población, tenía su «judíodecente», Eichmann prestó ayuda a un primo suyo medio judío y a unmatrimonio judío de Viena, en cuyo favor había intercedido su tío.Incluso en Jerusalén, estas desviaciones le hacían sentirse un tantodescontento de sí mismo, y cuando en el curso de las repreguntas leinterrogaron al respecto, Eichmann adoptó una actitud de francoarrepentimiento y dijo que había «confesado sus pecados» a sussuperiores. Esta impersonal actitud en el cumplimiento de susasesinos deberes condenó a Eichmann ante sus jueces, mucho másque cualquier otra cosa, lo cual es muy comprensible, pero según élesto era precisamente lo que le justificaba, tal como anteriormentehabía sido lo que acalló el último eco de la voz de su conciencia. No,

Experimentos sobre la obediencia

A raíz del juicio a Eichmann, elpsicólogo de la Universidad deYale Stangley Milgram quiso ponera prueba hasta dónde obedecemos lasórdenes sin llegar a plantearnos estasinstrucciones y diseñó un experimentoen el que los participantes tenían queapretar un botón que provocaba unadescarga eléctrica cada vez que otroparticipante fallaba una pregunta.Quien apretaba el botón no sabía quequien iba a recibir las descargas enrealidad estaba actuando y no sufríadolor ninguno.

Con cada error se incrementaba laintensidad de la descarga, pero apesar de que quien las recibía gritabacada vez más, pidiendo que seinterrumpiera la prueba, el 65% de losparticipantes llegaba a infligir el dolormáximo y sólo el 35% paró antes dellegar a este nivel. Muchos seguían apesar de mostrarse nerviosos einseguros, obedeciendo a unexperimentador que les dirigía frasescomo “por favor, continúe” o “notiene otra opción, debe continuar”.(...) Cuanto más cerca estuviera quienadministraba las descargas de quienlas recibía, menos corriente llegaba aadministrar. Si Milgram añadía másexperimentadores que animaban aseguir con el experimento, más lejosllegaban, “pero cuando estoscompinchados simulaban rebelarsecontra la autoridad, el participanteestaba más inclinado a desobedecer.Aun así, el 100% llegó a administraruna ‘descarga fuerte’ de al menos 135voltios”.

No fue el único experimento similar.En 1966, el psiquiatra Charles K.Holfing diseñó otro en el que médicosdesconocidos pedían a enfermeras dehospitales que administraran dosispeligrosas de un medicamento(ficticio) a sus pacientes. Aun sabiendoque su actuación podía ser letal, 21 delas 22 enfermeras obedecieron estasórdenes.

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no hacía excepciones. Y esto demostraba que siempre había actuadocontra sus «inclinaciones», fuesen sentimentales, fuesen interesadas.En todo caso, él siempre cumplió con su deber.

(...)

En Jerusalén, al tener Eichmann las pruebas documentales de suextraordinaria lealtad a Hitler y a las órdenes del Führer, intentó, endiversas ocasiones, explicar que en el Tercer Reich «las palabras delFührer tenían fuerza de ley» (Führerworte baben Gesetzeskraft), locual significaba, entre otras cosas, que si la orden emanabadirectamente de Hitler no era preciso que constara por escrito.Eichmann procuró explicar que esta era la razón por la que nuncapidió que le dieran una orden escrita del Führer (jamás se ha podidohallar un solo documento de tal índole, referente a la Solución Final,y probablemente nunca lo hubo), pero que, en cambio, sí pidió que leenseñaran las órdenes de Himmler. Ciertamente, este estado decosas era verdaderamente fantástico, y se han escrito montones delibros, verdaderas bibliotecas, de muy «ilustrados» comentariosjurídicos demostrando que las palabras del Führer, susmanifestaciones orales, eran el derecho común básico.En este contexto «jurídico», toda orden que en su letra o espíritucontradijera una palabra pronunciada por Hitler era, por definición,ilegal. En consecuencia, la posición de Eichmann ofrecía unextremadamente desagradable parecido a la de aquel soldado, tantasveces citado, que hallándose en una situación normalmente legal, seniega a cumplir órdenes que son contrarias a su ordinario concepto yexperiencia de lo que es legal, por lo cual las considera criminales. Laabundante literatura existente sobre este tema suele basar susrazonamientos en el significado, comúnmente equívoco, de lapalabra «ley», que en este contexto significa, a veces, la ley común —es decir, la ley promulgada y positiva—, y, otras veces, la ley quesegún se dice está grabada por igual en el corazón de todos loshombres. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, para poderdesobedecer una orden es necesario que esta sea «manifiestamenteilegal», y la ilegalidad debe «flamear» como una bandera negra enestas órdenes, como un aviso que rece ¡Prohibido!, tal como lasentencia hizo constar. En un régimen político criminal, la banderanegra con su aviso flamea, «manifiestamente, sobre órdenes queserían las legales en regímenes normales —por ejemplo, «no matar aciudadanos inocentes por el solo hecho de ser judíos»—, tal comoondea sobre una orden criminal dada en circunstancias normales.Recurrir a la inequívoca voz de la conciencia o, dicho sea en ellenguaje todavía más vago que emplean los juristas, al «generalsentimiento de humanidad», no solo constituye una petición deprincipio, sino que significa rehusar conscientemente a enfrentarsecon el más básico fenómeno moral, jurídico y político de nuestrosiglo.(...)

...Comprendo que el subtítulo de la presente obra puede dar lugar auna auténtica controversia, ya que cuando hablo de la banalidad delmal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me limito

Para Arendt, Eichmann no era un“monstruo” tal como fue presentadoen el juicio: era un burócrata, unfuncionario que se dedicó a cumplircon diligencia y meticulosidad sudeber. En el contexto del régimennazi, su deber se vinculó con laorganización logística del transportede cientos de miles de judíos hacialugares donde serían asesinados.Pero no lo hizo Eichmann movidopor el sadismo, ni por nantisemitismo extremo, ni poransias de matar, sino por cumplircon su deber. La imposibilidad dereflexionar sobre el sentido de susactos (la ausencia de algo tal comouna conciencia autorreflexiva) hizoque ni siquiera fuera capaz de notarsu responsabilidad en el exterminiode judíos.

No hace falta estar loco paracometer actos de extrema crueldad:los mecanismos que guiaron laconducta de Eichmann son lospropios de una persona común.

A esto se refiere la autora con laexpresión “banalidad del mal”: paraEichmann, la solución final“constituía un trabajo, una rutinacotidiana, con sus buenos y malosmomentos. Se trata de un nuevotipo de maldad que a través de laburocracia transforma “a loshombre en funcionarios y simplesruedecillas de la maquinariaadministrativa”

¿Cómo se vincula esto con la“racionalidad instrumental” y la“conciencia cosificada” de la quehablaba Adorno?

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a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente.Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar máslejos de sus intenciones que «resultar un villano», al decir de RicardoIII. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por suextraordinaria diligencia en orden a su personal progreso. Y, en símisma, tal diligencia no era criminal; Eichmann hubiera sidoabsolutamente incapaz de asesinar a su superior para heredar sucargo. Para expresarlo en palabras llanas, podemos decir queEichmann, sencillamente, no supo jamás lo que se hacía. Y fueprecisamente esta falta de imaginación lo que le permitió, en el cursode varios meses, estar frente al judío alemán encargado de efectuarel interrogatorio policial en Jerusalén, y hablarle con el corazón en lamano, explicándole una y otra vez las razones por las que tan solopudo alcanzar el grado de teniente coronel de las SS, y que ningunaculpa tenía él de no haber sido ascendido a superiores rangos.Teóricamente, Eichmann sabía muy bien cuáles eran los problemasde fondo con que se enfrentaba, y en sus declaraciones postrerasante el tribunal habló de «la nueva escala de valores prescrita por elgobierno [nazi]». No, Eichmann no era estúpido. Únicamente la puray simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a laestupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayorcriminal de su tiempo.Y si bien esto merece ser clasificado como «banalidad», e inclusopuede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabeatribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto quetampoco podemos decir que sea algo normal o común. No es enmodo alguno común que un hombre, en el instante de enfrentarsecon la muerte, y, además, en el patíbulo, tan solo sea capaz de pensaren las frases oídas en los entierros y funerales a los que en el cursode su vida asistió, y que estas «palabras aladas» pudieran velartotalmente la perspectiva de su propia muerte. En realidad, una delas lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que talalejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más dañoque todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturalezahumana. Pero fue únicamente una lección, no una explicación delfenómeno, ni una teoría sobre el mismo.

1) ¿A qué refiere la expresión “banalidad del mal”?

2) Llevemos la noción de “banalidad del mal” a la actualidad. ¿Es posible aplicar la expresión a algún hecho o rasgo de nuestra sociedad actual? Argumenta y piensa en posibles ejemplos.