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LA SORDOUCH

POR OSCAR G. ANDRADE

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® Febrero 2015 – Todos los derechos reservados. Se prohíbe la

reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización del autor.

Ilustración de cubierta: Sebastián Witterbeng

Obra publicada única, oficial y exclusivamente por los siguientes

sitios:

www.amazon.com / o sus afiliadas en otros idiomas. (Kindle y

versión impresa)

www.literaturanova.com / en la sección del autor.

www.megustaescribir.com

Para más información de la novela visite/busque en Facebook: La

Sordouch, donde podrá comentar y conocer a más lectores, así como

mirar novedades.

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Entre también al sitio oficial www.sordouch.com

Última revisión/edición febrero 2015

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Sobre el autor

Oscar G. Andrade nace el 10 de enero de 1989 en la ciudad de

Mazatlán, Sinaloa, México. Comenzó a escribir desde muy niño. Al

principio sólo relatos en internet. Ha publicado el cuento infantil ―La

carta del elfo herido‖ en una antología en España, así como también

―El hallazgo‖, relato de suspenso y terror en la antología ―Retazos‖,

en su ciudad. Recibe también un reconocimiento por parte de la

firma Prada, desde Italia, por su relato ―Los otros ojos‖ (Prada

Journal, 2013).

Datos de contacto:

[email protected]

www.twitter.com/oscargandrade

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Sobre la novela

"Pase lo que pase nunca mires el resplandor.

Cuatro jóvenes de diferentes países han sido privados de su libertad

para ser llevados a un lejano continente en donde la traición y la

venganza están a la orden del día. Marlon descubre que para poder

regresar con su familia tiene que tocar, junto con Adam, Lourdes y

Damila, una extraña cosa llamada Sordouch, de la cual ni siquiera

sabe a ciencia cierta qué es ni dónde se encuentra. Por si esto fuera

poco, un ejército está en su contra y harán hasta lo imposible para

que nuestro planeta no fortalezca su fuente de vida original".

Una historia en apariencia sencilla pero que, espero, resulte mucho

más interesante de lo que parece, creando preguntas como: ¿por qué

ellos habiendo tantas personas en el mundo? ¿Cómo puede existir un

continente oculto? ¿En quién confiar? ¿Qué es con exactitud la

Sordouch? ¿Regresarán a sus países con vida?

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Quiero que el lector disfrute tanto como yo disfruté al

escribirla, y acompañe a Marlon, Damila, Adam y Lourdes en esta

aventura que estoy seguro podría hacerse un buen hueco en el

mundo de la literatura juvenil actual.

A quien corresponda le dejo esta historia con cariño,

Saludos.

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Oscar G. Andrade

LA SORDOUCH

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Capítulo 1 La voz que sigue

¿Ya vienen? Se les está avisando. ¿Son los indicados? Sin lugar a

dudas. ¿De distintos países? Sí. La Sordouch los espera, se está

muriendo. ¿Cuántos anuncios van? Dos, al tercero iré por ellos.

—Está todo pasando tan rápido –dijo el dueño de la otra voz.

—Sí, pero a la vez esperamos tanto –hizo notar To Ual, luego

caminó hacia el balcón del palacio y observó las tierras áridas y

oscuras de aquella parte de la tierra. Su larga cabellera se perdía por

el color negro de su bata—. Todo esto por culpa de una guerra que

nunca acabó.

—Te equivocas –soltó el otro hombre entre las sombras—. Todo

esto es por culpa del traidor y… ¿qué ocurre?

—Está pasando, están dando el tercer aviso –anunció To Ual,

mostrando asombro en su fino rostro—. Me tengo que ir… por ellos.

—¿A dónde primero?

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—México.

Marlon entró al salón de clases con toda la buena actitud, pero no fue

así como salió. Cuando el profesor iba dejando de tarea diez

ejercicios sobre la ecuación explicada en un minuto, él ya estaba con

su cuaderno en la mochila y un pie casi fuera del aula. Había

olvidado que ese día llegaría su abuela, que tenía que ir por ella a la

central de camiones, llevarla a casa a comer y después reunirse con

sus compañeros de la universidad para acabar juntos una tarea en

equipo. Había olvidado que a su abuela no le importaba que él

contara con diecinueve años, igual y le agarraba los cachetes como

de niño y en voz alta le hacía cariños, en plena calle, que lo ponían

rojo de la vergüenza. Desde que se iba bajando del autobús ella ya

tenía sus regordetas manos abiertas para querer apretujarle.

La ayudó a cargar la maleta por todo el centro, una grande y

de color café, mientras su abuela iba adelante mirando escaparates y

contando lo contenta que estaba de visitarlos. Marlon cargó la maleta

de todas las formas posibles, con la mano izquierda, con la derecha,

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apoyándola en su espalda e incluso arrastrándola por la banqueta sin

que su abuela viera. Pudo descansar hasta que entraron a una tienda

de antigüedades. En el fondo, entre estanterías de madera, se hallaba

el dueño del lugar, un anciano al que más de ochenta años atrás le

habían nombrado Pedro.

La abuela lo saludó mandándole un beso con la mano y se

dirigió a la estantería más próxima para apreciar viejos relojes con

manecillas de metal, adornos de porcelana y pergaminos con mapas

de difícil identificación. Marlon arrastró la maleta hacia donde se

hallaba Pedro; ambos se conocían muy bien, pues el joven había

trabajado un verano en aquella tienda. Se sabía de memoria los

precios de las reliquias más caras y que todavía no se vendían.

—Parece que tu abuela ahora se quedará más de un mes –comentó el

señor Pedro, haciendo referencia a la maleta.

—Sí, todo parece indicarlo –respondió Marlon con cara de pocos

amigos.

—Vamos, no es para tanto. Qué la soportas unos días y luego se va.

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—¡Lo estoy oyendo! –lanzó la abuela sin despegar la vista de una

mano de cristal que dentro contenía un líquido azulado.

El señor Pedro sonrió y luego se sacó de entre la bolsa de su

camisa un collar color negro, de tela, con lo que parecía ser un

pequeño dije de plata en forma de león. Para sorpresa de Marlon el

viejo lo colocó en el mostrador frente a él.

—Es para ti –le dijo.

Marlon tomó el collar y miró al león, con su hocico abierto y

sus patas delanteras estiradas.

—¿En serio? –preguntó.

—Claro –le dijo Pedro—. Hace tiempo que te lo quería dar. Pero la

última vez no viniste cuando te ocupé.

—Lo siento, usted recuerda ese trabajo de la universidad y…

—¡Listo! –interrumpió la abuela—. Esto es lo que buscaba, ¿cuánto

será, Pedrito?

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La mujer colocó en el mostrador un reloj de arena y sacó su

monedero para disponerse a pagarlo. Marlon guardó el collar en su

pantalón y tomó la maleta.

—Gracias –le dijo al señor Pedro.

El viejo le sonrió bajo su mata de pelo canoso. Y Marlon

salió de la tienda junto con su abuela sin saber que esa sería la última

vez que vería a su antiguo jefe, y que aquel collar significaría tantas

cosas.

En el camino a casa la abuela compró dos helados, incluso

cuando Marlon le había dicho que él no quería; así que ese fue el

pretexto perfecto para que ella caminara con uno en cada mano,

dando lengüetazo a éste y luego a aquel.

—¿Qué fue lo que te dio Pedro? –le preguntó cuando iban cruzando

una avenida principal, mientras los carros esperaban semáforo en

rojo.

—Un collar.

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Marlon se sacó el collar con el dije de león y se puso a

mirarlo. Iba recordando todos los sabios consejos que su viejo amigo

le había dado cuando trabajaban juntos. Pero sus pensamientos

fueron interrumpidos porque para su sorpresa la abuela decidió parar

un taxi.

—Pero sólo faltan dos cuadras y…

—¡Sube!

La mujer se subió adelante y Marlon en la parte trasera. En

menos de quince segundos llegaron a su destino.

—¿Cuánto es? –preguntó la abuela.

—Son… diez pesos, señora.

Marlon bajó la maleta y la cargó hacia el umbral de su casa.

Su padre estaba en el sillón leyendo un libro y su madre apareció

desde la cocina.

—¿Y tú abuela?

—Ya viene.

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La enorme mujer entró a la casa dando un rápido vistazo

alrededor, y luego abrazó a su hija. El padre de Marlon dejó el libro

en una mesa y se levantó para saludar a su suegra. Ella también le

dio un apretujón, cargándolo.

—Han tardado –hizo notar la madre de Marlon, quien era alta y

delgada. Su nombre era Lilia.

—Hemos andado por el centro –contestó la abuela, luego se dirigió a

una canasta que contenía caramelos—. ¡Son de chocolate!

Marlon seguía de pie en la entrada, ensimismado en la gran

fotografía de su hermana. La fotografía enmarcada se encontraba en

la pared de la sala y daba de inmediato la bienvenida a todos. Pero su

abuela apenas y había prestado atención; tal vez ya lo había

superado…

Diana tenía diez años cuando murió. Venía la familia de

regreso de vacaciones, en carretera y de noche, cuando el automóvil

empezó a girar. Los demás resultaron con heridas graves, pero Diana

no, ella había fallecido al instante de un golpe en la cabeza. Habían

pasado siete años desde el accidente, pero Marlon siempre lo

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recordaba como si hubiera sido ayer. Su hermana en la foto con su

sonrisa tan tierna y sus grandes ojos, parecida la belleza a la de Lilia.

Entonces llegó el tercer llamado…

Llega su momento.

La voz aquella, fría, como un susurro proveniente de un lugar

muy lejano, de nuevo. Era la tercera vez, se puso las manos sobre las

orejas.

—¿Te pasa algo, Marlon?

Giró la mirada al frente y vio a su madre, preocupada. La

abuela y su padre ya estaban en la cocina preparados para comer.

—Nada…

—¿Seguro?

— Es sólo que últimamente he escuchado una voz… algo como…

—¿Una voz?

—Sí, pero no es nada. Debe de ser algo que escuché y se me ha

quedado muy grabado –mintió.

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Lilia no parecía muy convencida, aun así tomó a su hijo de

los hombros y lo guio a la cocina. Marlon comió esa tarde con sus

padres y su abuela una rica sopa y ensalada, después la nieve

favorita de su abuela: vainilla con chocolate y nuez. Y disfrutó esos

momentos antes de irse a la playa donde se había quedado de ver con

sus amigos. Pero de haber sabido que pasaría muchísimo tiempo en

volver a sentirse así, que pasarían tantas cosas después de esa

comida, lo hubiera disfrutado más. Hubiera mirado fijamente el

rostro obeso de su padre, su bigote; las largas pestañas de su madre y

su fina nariz, y hasta a su abuela con la boca embarrada de nieve.

Porque de haberlo sabido tal vez ni se hubiera levantado de la silla y

hubiera dicho:

—Regreso más tarde.

Qué gran idea la de hacer la tarea en la playa, y con un día

tan perfecto. Apenas pisó la arena y distinguió no muy lejos a sus

compañeros de equipo, sentados en una banca alrededor de libretas,

libros, calculadoras, lápices y plumas. Marlon se sentó junto a

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Miriam, admiró lo linda que se veía ese día y agradeció la sonrisa

que ella le brindó.

—Has tardado –le dijo Gabriel, un joven de cara redonda que amaba

todo lo relacionado con los dinosaurios.

—Sí, es por mi abuela, he ido por ella.

—Así que por eso saliste tan apurado del salón –soltó Luís, alto y de

lentes. Él era jefe del equipo.

—Sí, por eso mismo.

—Bueno, comencemos –sugirió Miriam, luego se agarró el cabello y

empezó a escribir.

Eran las diez ecuaciones, si tan sólo hubiera puesto más

atención, pensaba Marlon. Fue el único de los cuatro que tuvo que

recurrir al libro de Geometría y Algebra para entender desde el

principio. Tenía el dedo índice en un subtema cuando una gota de

agua cayó al papel.

—¿Llueve? –murmuró.

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Poco a poco las gotas se iban incrementando.

—¿Lluvia con sol? –se preguntó Miriam, metiendo rápido sus útiles

a la mochila que llevaba.

—Vamos debajo de esa palapa –pensó Gabriel.

Se levantaron. Pero Marlon no caminó hacia la palapa, sino

que se acercó al mar.

—¿Qué ocurre? –le preguntó Miriam, aunque lo comprendió

enseguida; el mar se alejaba, poco a poco, luego con más rapidez.

Entonces sus piernas empezaron a temblarle y ella sintió la mano de

Luís tomando su brazo derecho.

—¡Eso es un tsunami! –decía el joven—. ¡Vámonos!

Gabriel ya subía las escalerillas hacia la banqueta del

malecón, huyendo tal vez en vano de lo que ya era inevitable.

—¡Marlon! –gritó Miriam, zafándose de Luís y yendo hacia su otro

amigo. Quiso jalarlo, moverlo, pero todo intento fue en vano. Estaba

duro como una piedra, petrificado. Marlon miraba la creciente ola

ante él. Miriam, asustada y con lágrimas en los ojos, accedió al

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llamado de alerta de Luis y le hizo caso. Los dos lograron alcanzar a

Gabriel, dejando solo a su otro compañero.

En los últimos días las cosas no iban muy bien en el mundo.

Se sabía de ciertos desastres naturales en otros países, terremotos,

más ciclones y huracanes que nunca, tsunamis y erupciones de

volcanes. Era como si el mundo se estuviera debilitando. Y Marlon

ahora sufriría las consecuencias. De verdad se había querido mover,

pero no pudo. Algo lo ataba a la arena y la gran ola producida en un

cielo que de pronto se había puesto nublado estaba por caer sobre él.

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Capítulo 2 El continente oculto

Qué manera de acabar la vida, pensó Marlon ante tan cantidad de

agua sobre su cabeza. Y por muy increíble que parezca no era mucho

el miedo que sentía. Pudo pensar, entre otras cosas, en esos segundos

que fueron una eternidad, que por fin se uniría con su hermana

Diana. Le contaría todo lo que había pasado en el tiempo en que no

habían estado juntos, cuando ella partió de este mundo. Le diría del

viaje que hizo en la preparatoria al Ecuador. De que su padre había

sido ascendido de puesto en su empleo y que su madre ahora se

dedicaba a vender perfumes por medio del internet. Que el conejo

que ambos habían querido la vez que los llevaron a la tienda de

mascotas había huido una noche que la puerta del patio quedó

entreabierta. Y casi absorbiendo la brisa de la ola, Marlon esperó…

Algo desconocido atravesó la ola con gran rapidez y no fue

hasta cuando se estacionó que se empezó a captar bien esa cosa

plateada, gigantesca, que fue enterrando sus patas en la arena. Era

una nave de forma triangular; Marlon giró a verla, apenas dando

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importancia al hecho de que ya se podía mover. Y la ola de frente,

como si Moisés la estuviese levantando. Entonces una parte de la

nave botó hacia adelante, pero sin separarse, haciéndose hacia la

izquierda y empezó a brotar una escalerilla negra que terminó

hundiéndose una parte en la arena.

De la nave plateada salió un hombre alto, de larga cabellera y

bata negra con escamas. Mantenía sus ojos fijos sobre Marlon,

observándole unos instantes antes de gritarle:

—¡¿Pero qué esperas?! ¡Sube!

—¿Qué? –soltó Marlon, asombrado de que hubiera aún voz en su

cuerpo.

—Sube, la ola está por caer. Morirás, ¡rápido!

El extraño se acercó más a Marlon y lo tomó de un brazo,

jalándolo hacia la nave. Marlon accedió, tan confundido como

sorprendido. En segundos sintió cómo sus pies subían las escalerillas

para guiarlo hacia la oscuridad de la nave. El extraño lo soltó y se

alejó.

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—Ya está –le dijo a alguien.

La nave se tambaleó, tal vez por el despegué o tal vez porque

la ola ya la había alcanzado. Marlon cayó al suelo, cerrando los ojos.

Lo cierto es que después de casi un minuto la calma volvió y pudo

comprobar que estaba a salvo. Se levantó de aquel frío suelo

plateado. Frente a él se encontraba el hombre extraño, cruzado de

manos.

—¿Quién es usted? –preguntó Marlon, echando un rápido vistazo a

los asientos de forro negro que estaban a los lados, los cientos de

botones y las pantallas que lanzaban imágenes de líneas y colores

verdes.

—Mi nombre es To Ual –le respondió, y luego caminó hacia un

ventanal—. Ven, observa.

Marlon se acercó y pudo ver algo que vivirá siempre en su

memoria. Era su ciudad, siendo devastada por el tsunami. La ola

alcanzando a personas, moviendo coches, inundando casas.

—¡No! –gritó.

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Y pensó en sus padres y en su abuela; la devastación, sus

vidas.

—Cálmate –pidió To Ual, tomándolo de los hombros y alejándolo

del ventanal. Lo dirigió hacia una de las sillas negras y lo sentó

ahí—. Calma, Marlon.

El joven lo miró. Fue inevitable que unas lágrimas le salieran

de sus ojos.

—¿Qué está pasando? Todos ellos van a…

—Estoy seguro que muchos se salvarán. La ola tardó mucho tiempo

amenazando, ¿no crees?

Marlon asintió, estando consciente de lo raro que era que

hubiera pasado eso.

—¿Cómo sabe usted mi nombre? ¿Cómo es que me ha rescatado

y…?

—El viaje será largo –le dijo To Ual, y se volvió a acercar al

ventanal. La nave había girado y ahora viajaban sobre el mar—. Ésa

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y otras muchas preguntas las puedes hacer después. Ahora mismo

tan sólo espera y confía en mí.

Marlon tragó saliva. To Ual caminó hacia la cabina,

dejándolo solo. El joven se mantuvo sentado, con la cabeza gacha,

mientras las preguntas recorrían su mente. No supo a ciencia cierta

cuánto tiempo estuvieron viajando, pero cuando las luces verdes

cambiaron a rojas se levantó algo asustado. Por el ventanal sólo vio

niebla. Decidió entrar a la cabina y pudo comprobar que había otro

hombre piloteando la nave y, a su lado como copiloto, se hallaba To

Ual.

—¿Qué ocurre? –les habló el chico.

—Oh, Marlon –Giró a verle To Ual—. Qué bien que has decidido

venir, llegas justo a tiempo para ver de frente al continente oculto.

Sólo se veía más niebla y pequeños rayos fugaces. Pero poco

a poco la imagen se fue esparciendo y se vio el mar de nuevo y…

—¿Continente oculto? –preguntó Marlon.

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Era grande, tal vez parecido a Oceanía. Antes de aterrizar

Marlon vio un gran desierto oscuro, en el norte un bosque verde y al

oeste cierta cantidad de construcciones sin terminar.

—Oculto de los que son como ustedes –mencionó quien piloteaba,

un hombre que llevaba capucha negra, apenas dejando un hueco para

sus ojos.

Aterrizaron ante lo que parecía ser un gran templo de paredes

blancas. To Ual indicó que podían bajar, y Marlon fue el primero en

regresar a esas escalerillas negras. Se encontró entre el medio de un

bosque. To Ual y el piloto, en cambio, se dirigieron de inmediato al

templo. Marlon les siguió.

—¿Qué país es este? –preguntó.

—Ninguno –respondió To Ual mientras subían las escaleras. Y a la

vez que se hacían paso al umbral prosiguió:—. ¿Por qué no crees

que éste sea un continente oculto a tu gente?

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—Porque eso es imposible –respondió Marlon, mirando los altos

pilares y las cientos de pinturas en el techo abovedado—. Todos los

continentes han sido descubiertos… La geografía está completa.

To Ual se detuvo de bruces, girándose para pararse justo

enfrente de él. El piloto en cambio continuó hasta perderse tras abrir

una puerta.

—¿Viste la niebla antes de llegar? –inquirió; Marlon asintió—. ¿Has

escuchado que hay un punto en el mundo, en el mar, en donde las

embarcaciones de tu gente, incluso las naves voladoras de tu gente,

han desaparecido? –Marlon asintió de nuevo y To Ual le guiñó un

ojo.

Siguieron caminando hasta llegar adonde los pilares

formaban una especie de círculo. A los lados había cinco puertas

rojas. Marlon giró la mirada al techo de esa parte y vio la pintura de

cinco hombres vistiendo batas blancas con sus manos extendidas.

—¿Y por qué me has traído aquí? –preguntó por fin.

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—Eso… tiene que esperar –murmuró To Ual—. Ahora elige un

cuarto y aguarda mi regreso. Allí encontrarás comida y una cama por

si quieres descansar.

—¡¿Qué?! ¿Yo querer descansar después de lo que he visto, después

de…?

To Ual se acercó a él y le tomó de los hombros, tratando de

tranquilizarlo.

—Confía en mí –le pidió—. Estás en un lugar seguro. Mi gente se

está moviendo, todos estamos ayudando. Pero llegará un momento

en que la única ayuda que necesitaremos será la tuya.

Marlon quiso decir algo más, pero aquel extraño le insistió en

tomar una habitación. Y así lo hizo. Un cuarto no muy grande, con

frutas en una mesa y una cómoda cama. Ni siquiera había ventanas.

Comió algo de uvas, sacó su celular. Intentó hacer una llamada pero

no había línea. Ni se escuchó la voz de la operadora, no había

contacto, tal vez, con ningún otro continente. ¿Cómo es posible que

los demás países ignoraran la existencia de ese lugar? ¿O acaso lo

sabían pero lo mantenían en extremo secreto? Pensó en los satélites,

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en las imágenes del planeta tierra. ¿Qué te hace creer que todo ha

sido descubierto? le murmuró una voz en su cabeza.

Debió tardar una hora esperando el regreso de To Ual. Para él

era demasiado tiempo, no podía seguir encerrado mientras allá

afuera su gente sufría. Decidió salir y ver si encontraba a alguien.

Abrió la puerta roja y caminó hasta los altos pilares y no tardó en

distinguir a una chica parada bajo la pintura de los cinco

encapuchados. Ella le miró venir, pero sin bajar sus brazos cruzados.

—Disculpe… —soltó Marlon.

La chica levantó una ceja. Vestía una blusa negra y unos

jeans ya muy usados. De cabello corto, castaño, la joven parecía

molesta.

—Veo que te habéis levantado –soltó con acento muy diferente al de

Marlon.

—Yo no estaba dormido –soltó él—. ¿Sabes dónde está To Ual?

—Se ha ido. Quizá vaya por más –respondió ella.

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Marlon miró hacia el umbral algo lejano. Había caminado

muy al fondo del templo al principio, ahora se daba cuenta.

—Así que To Ual también fue por ti —agregó Marlon—. ¿De dónde

eres?

—España –le dijo, bajando los brazos y caminando en círculos unos

momentos antes de proseguir:—. Mi nombre es Lourdes. Y vos,

¿cómo te llamas?

—Marlon. Yo… soy de México.

Después de esa breve conversación Lourdes no soltó más

palabra, aun cuando Marlon había querido continuar. Él había

preguntado si ella sabía con certeza en qué parte del mundo estaban,

y Lourdes tan sólo se había limitado a negar con la cabeza. Luego la

chica se sentó en el suelo del templo, cruzando las piernas. Marlon

se recargó en un pilar, también esperando el regreso de To Ual; en

esta ocasión no pasó mucho tiempo. Desde el umbral le veían venir

acompañado de otras dos personas.

—Sabía que los hallaría aquí –les dijo al llegar.

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Quienes le acompañaban eran también dos jóvenes que

parecían rondar la misma edad de Lourdes y Marlon. Una joven un

poco alta, de cabello lacio y grandes ojos, que vestía una blusa café

con un pantalón del mismo color, aunque algo más claro. Ella lucía

de los cuatro la más asustada, como si algo desagradable le acabara

de suceder. La otra persona, en cambio, estaba en calma. Este joven

era rubio, de playera blanca y pantalón oscuro. Sus ojos eran azules.

—Ella es Damila –señaló To Ual—. Y él es Adam.

Damila les sonrió. Adam levantó una mano en señal de

saludo.

—¿Pensáis que tenemos todo el tiempo? –se molestó Lourdes, de

nuevo con los brazos cruzados—. Ahora si diréis qué ocurre.

To Ual asintió. Adam caminaba por entre los muros, tratando

de hallar un mejor ángulo para ver en completitud la pintura de los

cinco. Entonces dijo:

—¿What kind of place is this?

—Not English, Adam –respondió To Ual—. They speak spanish.

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El anterior dialogo no significó otra cosa más que ―¿Qué

clase de lugar es este?‖, y como respuesta ―No inglés, Adam, ellos

hablan español‖.

—Oh –respondió el chico.

—Sé que se preguntan por qué están aquí –dijo To Ual dirigiéndose

a los cuatro. Se puso frente a ellos, lanzó un suspiró y continuó:—.

La Sordouch se está muriendo. La Sordouch los espera, y por lo

tanto…

—¿Qué es la Sordouch? –quiso saber Damila. Ella también tenía un

acento distinto.

—Es el centro de vida de este planeta –respondió To Ual. Aguardó

unos segundos más pero ninguno de los chicos mencionó nada—. Es

una energía que poco a poco se ha ido gastando, y ahora necesita de

ustedes. Tienen que tocarla; con eso, sólo con eso, bastará.

—¿Sólo con eso? Pues qué esperáis, traerla –musitó Lourdes.

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—Oh, no está aquí –le dijo To Ual—. Está protegida en otro templo,

algo lejos. Además está por anochecer. Lo mejor es que esperemos a

mañana.

—¿Esperar a mañana? –repitió Marlon—. Mi ciudad está siendo…

—Marlon, que ya no te preocupen esas cosas. Para cuando ustedes

se presenten ante la Sordouch tienen que estar en calma, eso es muy

necesario.

—¿Y qué es? –preguntó Adam—. Esa cosa llamada Sordouch, ¿qué

es?

To Ual mostró media sonrisa y apuntó con su dedo índice

hacia el fondo del lado contrario al umbral, donde un hueco oscuro

aguardaba.

—Háganse paso por el túnel –les dijo—. Y más respuestas estarán

allí —Los jóvenes intercambiaron miradas—. Anda, vamos. Dos de

mis hombres los esperan, los llevarán a la Sordouch y se las

enseñarán; ya verán qué hermosa es incluso cuando su brillo está por

morir.

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Marlon miró a los demás. Damila tan asustada, Lourdes con

el entrecejo fruncido y Adam… caminando hacia el túnel.

—¡Espera! –le ordenó Lourdes, yendo a paso rápido tras él.

To Ual asintió a la mirada inquisidora de Marlon, quien sintió

la confianza de aquellos ojos negros.

—¿Todo estará bien? –preguntó Damila.

—Sí –le dijo To Ual—. Llega su momento.

—Vos… —titubeó la chica—. ¡Vos eres el de esa voz!

To Ual subió un poco los hombros y luego los bajó. Parecía

que no daría ninguna otra respuesta. Sin esperar más, Marlon y

Damila alcanzaron a los otros dos jóvenes y los cuatro se internaron

en la oscuridad del túnel.

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Capítulo 3 La historia del pecado

Por un momento pensaron que había sido un error internarse en

aquella penumbra. No sabían qué tan ancha era, si estaban

caminando hacia un lado recto o dando vueltas en vano. Empezaban

a sentir desesperación hasta que una luz fue notándose y, tal y como

dijo To Ual, distinguieron a dos personas esperándoles justo al salir

del túnel.

—Han llegado –dijo el que era gordo y chaparro. Se acercó

corriendo a ellos, dejando atrás a su compañero, un hombre alto y de

cabello corto al que se le notaban los parpados caídos; vestía un

uniforme negro con una V roja en cada hombro.

Marlon, Damila, Adam y Lourdes observaron a los dos

extraños y en especial al que se había acercado. Lo notaron mejor en

la luz, su barbilla roja y su evidente calvicie.

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—Sabía que aparecerían de un momento a otro –dijo el hombre,

haciendo una reverencia ante ellos—. Vengan, sígannos, los

llevaremos a un lugar seguro.

—¿Seguro? –repitió Lourdes—. ¿Acaso estamos en peligro?

—Oh, yo no quise decir eso –soltó el hombre—. Vamos, vengan.

El hombre los encaminó hacia su compañero, subiendo el

camino empedrado. No tardaron en encontrarse ante una calle llena

de casas y puestos, en donde más personas iban y venían. Era como

si se hallaran en un pueblo de la edad media. La gente vestía ropa

anticuada y hasta algo descolorida, e incluso algunas mujeres

llevaban paños en la cabeza.

—Bienvenidos a Roxs –presentó el extraño.

—¿Quiénes son ustedes dos? –les preguntó Adam.

—Qué descorteses, ¿verdad? Yo soy Juar, y este es mi buen

compañero Baros.

Al escuchar que mencionaron su nombre, el alto con las uves

rojas realizó también una reverencia ante ellos. Marlon miró entre la

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gente a algunos niños patear una pelota y pudo sentir algo de

tranquilidad; si es que era cierto eso de que corrían peligro…

—¿Vos tenéis a la Sordouch? –siguió Lourdes.

—Oh no –respondió Juar—. Pero cómo es que piensas eso niña. La

Sordouch no es algo que se pueda traer con las dos manos.

Iban caminando por esa calle del pueblo Roxs, y las personas

les miraban y susurraban cosas al pasar. Aunque también eran varios

los que ni atención les pusieron.

—¿Adónde vamos? –preguntó Marlon.

—Al hotel Suli, creado especialmente para su regreso.

Los cuatro jóvenes intercambiaron miradas. Baros iba delante

de ellos, indicando con sus grandes brazos a la gente que hicieran

paso y no interrumpieran el camino de quienes venían detrás de él.

El hotel Suli apareció ante ellos como una enorme mansión de varios

pisos. Para entrar un guardia abrió una de las rejas y los jóvenes

pudieron distinguir el pasto muy verde que daba la bienvenida.

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Había arbolillos cortados en forma que representaban distintas

labores, como a un hombre panadero o a un albañil.

—El hotel Suli es uno de los lugares más venerados de este

continente –comentó Juar—. Aquí llegan los altos señores, y hay

habitaciones creadas especialmente para ustedes.

—¿Ya sabían que vendríamos? –preguntó Damila con voz aguda.

—Desde hace mucho –le dijo Juar.

Una vez dentro del hotel no los guio a ninguna habitación, ni

tampoco estuvieron en el vestíbulo, con cuadros de marco de oro,

sino que más bien los condujo hacia el elevador. Y tras picar un

botón éste bajó. En Roxs la tecnología se mezclaba con lo medieval.

—¿Adónde nos lleváis?

Pero ni Juar ni Baros respondieron a Lourdes. Al abrirse las

puertas del elevador se encontraron con una especie de bar. Varias

personas estaban en la barra bebiendo cerveza o café, y otros se

hallaban ante mesas conversando en palabras bajas.

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—Aquella –indicó Baros, hablando por primera vez. Señaló una

mesa que estaba al fondo y donde los seis cabrían a la perfección.

—¿Gustan tomar algo? –quiso saber Juar una vez que se sentaron. Y

aunque los jóvenes negaron, él llamó con una seña a una joven y ésta

se acercó—. Lo de siempre, para los seis. –La joven asintió y se

acercó a la barra.

—¿Cuándo tocaremos la Sordouch? –pregunta Marlon.

—Esperemos que mañana –respondió Juar—. Está apunto de

anochecer, aquí pasarán la noche. Tienen que confiar en nosotros.

Somos los indicados antes de la espera. Mañana con seguridad se

reencontrarán con To Ual y él los llevara hacia la Sordouch.

—¿Hasta mañana? –soltó Damila—. Pero…

—¿Quieren regresar a sus tierras? –los retó Juar—. ¿Quieren

regresar incluso cuando cosas feas están pasando? Ustedes lo saben,

lo vieron antes de venir.

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Los cuatro jóvenes se quedaron en silencio, y Marlon sólo

pensó en su ciudad, en su gente viviendo la desgracia de aquella ola

que casi estuvo a punto de acabar con su vida.

—To Ual dijo que tras pasar el túnel estarían las respuestas –

comentó Adam—. ¡Dénoslas!

—Es que son temas delicados –empezó Juar—. No sé si en realidad

somos los indicados para…

—¿Delicados? –repitió Lourdes—. ¿Creéis que a nosotros nos

importa todo esto, si ni siquiera sabemos dónde estamos ni qué es la

Sordouch?

—Ocurre que… Está bien, creo que comenzaré con la historia del

pecado.

—¿La historia del peca…?

—Silencio Adam –le calló Lourdes.

—¡¿Qué?! ¿Sólo tú puedes hacer preguntas?

—No, pero…

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—Ya basta –les riñó Baros.

—Comenzaré con una historia que tal vez no revele mucho –dijo

Juar—. Se relata en los primeros libros de los Vasgols, así es como

nos hacemos llamar nosotros.

—¿Vasgols? –dijo Marlon—. No veo ninguna diferencia a nosotros.

—Es que estas son otras tierras, con muchas costumbres diferentes y

cosas no descubiertas por los tuyos.

—Entre ellas la Sordouch –señaló Adam—. Tal vez por eso ustedes

no estén muertos.

Hubo un silencio incómodo. La joven mesera trajo seis tazas

de café caliente con leche. Empezaron a tomar mientras Juar, con la

cabeza agachada, les contaba…

Historia del pecado

—Trescientos años antes—

En ese lugar de antaño miedo no había un suelo que mereciera la

pena. Las nubes siempre estaban negras y el cielo destellaba rojizo.

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Algunos autores llaman a aquellos días ―Los tiempos malos del

dolor‖, y yo estoy de acuerdo con ellos. Era cuando el continente

oculto empezaba a civilizarse, antes de que una sola raza se partiera

en dos. Y todo por culpa de ella, su diosa, yaciente con su poder y

belleza en lo alto de la colina. La Sordouch. Nadie se tenía

confianza; de cualquier momento a otro alguien se acercaría a ella y

querría robarla, a pesar de que antes de crearla los Cinco habían

advertido de los peligros de mirar el resplandor. Y es que la

Sordouch, con su círculo dorado en el medio, guarda un resplandor

peligroso. Entonces un hombre del norte subió a querer apoderarse

de ella, pero tal y como se predijo falló en el intento. Sed Sorbin su

nombre, de los primeros de su estirpe. Sed Sorbin el primer hombre

en mirar el resplandor, el único que se sabe ha cometido el pecado.

La raza se dividió, Vasgols nosotros y Doztrax ellos, hombres feos y

más horribles con sus máscaras de huesos y trajes llenos de grasa. Y

la Sordouch debilitándose, poco a poco, cada cierto tiempo. El

pecador murió de una grave enfermedad. Y su estirpe fue rechazada,

expulsada tanto de los Vasgols como de los Doztrax, viviendo

ocultos en los lugares más recónditos de estas tierras.

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—¿Sed Sorbin? –dijo Adam—. ¿Murió porque miró la Sordouch?

Entonces nosotros…

—Oh no –corrigió Juar—. Sólo su resplandor, pero no pasa nada si

la ven en general. Su misión será sólo tocarla.

—¿Y no mirar el resplandor?

—Así es, pase lo que pase no lo hagan.

—¿Y los Doztrax son enemigos de ustedes? –inquirió Marlon—.

¿Dónde habitan?

—Éramos una misma raza, pero por años nos han enfrentado y

rechazado. Dicen que los Sorbins son más como nosotros. Los

Doztrax se han vuelto humanos muy desagradables, malos. Tienen

muchas construcciones en el sur.

—¿Y mañana la tocamos? –siguió Lourdes—. Así, sin más. Espero

con ansias ese momento e irme de aquí.

—¿Las cosas malas dejarán de ocurrir? –preguntó entonces Damila,

esperanzada.

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—Así es. Pronto todos sabremos si ustedes son…

Baros le dio un codazo; se levantó y dijo:

—Ha sido demasiado por hoy. Síganme, los llevaré a sus

habitaciones.

—Pero aún tenemos muchas dudas –reprochó Marlon.

Juar se le quedó viendo con una expresión que parecía

significar que lo mejor era hacer caso.

—Tienen que descansar –dijo Baros, y sin agregar nada más caminó

hacia el elevador. Los jóvenes, no muy conformes, le siguieron,

dejando a Juar pensativo, con la vista fija en lo que le quedaba de

café.

Baros los llevó hacia un pasillo con muchas puertas. En el

trayecto entregó a cada quien una llave.

—Son las de sus habitaciones –explicó. Iban casi a mitad cuando se

detuvo ante una con el número veinte—. Esta es la de usted, señorita

Lourdes.

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Lourdes tragó saliva, levantó un hombro y dijo:

—¿A qué hora vendrá To Ual mañana?

—Temprano. Yo vendré a llamarle.

—Eso espero y… —No parecía querer entrar al cuarto.

—Dentro hay alimento y una cómoda cama, señorita Lourdes. Lo

mejor es que duerma bien, mañana puede que sea un día pesado.

—¿Dormir? –Miraba hacia arriba por lo alto que era Baros—.

¿Usted podría conciliar el sueño ante mi situación? Por supuesto que

no.

Le dio la espalda y batalló un poco con la cerradura antes de

poder abrir la puerta. A Damila le tocó la habitación contigua.

—Muchas gracias –dijo, regalando una tímida sonrisa a Baros.

—Bella chica –le dijo éste, poniendo una mano sobre su cabeza—.

Descansa.

Cinco habitaciones después llegaron a la de Adam.

—See you later.

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A Marlon le tocó dos habitaciones más adelante, de hecho la

última de ese pasillo.

—Señor Baros –le dijo al hombre cuando éste giraba para irse—.

¿Está lejos de aquí, la Sordouch?

Baros se detuvo y observó al chico unos instantes antes de

responder. Su mirada cálida, lanzó un profundo suspiro.

—Todo estará bien.

Marlon asintió y metió la llave a la cerradura. La habitación

tenía, tal y como dijo Baros, una cómoda cama y en una mesa

alimento. Además tal vez por ser la última habitación, contaba con

un enorme ventanal que daba a parar vista a las afueras del hotel;

podía distinguir las casas y los puestos de casi todo el pueblo de

Roxs.

Ya había oscurecido. Las estrellas que alumbraban esas

tierras desconocidas hasta ahora para los cuatro extranjeros

empezaban a distinguirse. La luna estaba llena y baja. Marlon comió

pan, una manzana y tomó leche antes de acostarse. Sólo observaba el

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techo. Se asombró de ver que el sueño le estaba ganando, de verdad

estaba muy cansado. Se sentía muy extraño, con un enorme vacío

pero también con algo de tranquilidad. Era como si supiera que

mañana al despertar se daría cuenta que todo había sido una

pesadilla. Y durmió con esa esperanza. Se dejó llevar por un sueño

pesado, de esos en los que casi nada hubiera hecho que se

despertarse, al menos que se tratara de…

Una explosión.

Abrió los ojos al instante y alcanzó a ver en la pared el reflejo

de la llamarada. Rápido se levantó de la cama y fue a observar por la

ventana; destrucción fue lo que halló. Roxs estaba siendo

incendiada. Era la maldita realidad, no había sido una pesadilla.

Seguía en el continente oculto, la Sordouch existía, esa extraña cosa

o… ¿persona? No mires el resplandor. Una segunda explosión más

fuerte. Allá afuera unos extraños tumbando las rejas, tomando a los

guardias y degollándolos con sus filosas espadas.

Era el fuego en todas partes, las familias inocentes corriendo,

huyendo hacia el refugio, sin querer ser atrapados. Los extraños de

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negro, con cascos, ropas sucias llenas de grasa, algunos incluso con

máscaras de hueso en sus rostros, gritando como salvajes, matando a

sus enemigos de siempre. Marlon paralizado, mirando aquella

terrorífica escena. Los hombres se iban acercando más al hotel. Eran

los enemigos de los Vasgols, e iban a matarles… a todos.

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Capítulo 4 La tumba de Sed Sorbin

La puerta de su habitación se abrió con estrépito. Marlon se

sobresaltó antes de encontrarse con una dama que vestía de blanco.

Ella, con una mano en el picaporte, le advirtió:

—¡Son Doztrax! ¡Venga!

Marlon salió detrás de ella y observó el estruendo que se

había producido en el pasillo. Los huéspedes de las otras

habitaciones habían salido e iban y venían por los ascensores o la

escalera.

—Juar no debe tardar –murmuró la joven, sobándose los brazos.

Damila y Lourdes aparecieron entre el gentío y al ver a

Marlon no dudaron en acercársele.

—¿Todavía no viene? –preguntó Lourdes, y la mujer de blanco negó

con la cabeza.

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La puerta de la habitación que estaba justo al lado de ellos se

abrió y por ella apareció un despreocupado y soñoliento Adam.

—¿Qué es todo este estruendo?

Y tan sólo al decir eso un tercer estallido se escuchó.

—¡Síganme! –les pidió la joven.

Los hizo tomar la escalera hacia el vestíbulo. Parte de las

llamas que incendiaban Roxs ya alcanzaban a iluminar al hotel Suli.

La mayoría de los huéspedes se dirigían a la parte trasera, donde

había una salida de emergencia.

—¿Adónde van todos? –preguntó Marlon.

—Al refugio –respondió. Entre la multitud asomó por fin la cabeza

de Juar, quien al verlos ordenó a la mujer:

—Trata de ayudar a los huéspedes del piso final, revisa que se haya

avisado a todos —La mujer asintió y corrió de regreso hacia la

escalera—. Ustedes –Se digirió a los chicos—. Por este camino.

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El hombrecillo los sacó del hotel, yendo a parar a una calle

llena de piedras. La gente estaba entrando a un hoyo en el suelo,

como una especie de sótano. Pero Juar no los guio hacia allí, sino

que utilizó otro camino. Un guardia que no se había alterado le abrió

una de las rejas y Juar le asintió en complicidad. Ahora los llevaba

por parte del pueblo.

—¿Por qué no entramos al refugio? –quiso saber Damila,

preocupada.

—Los matarán a todos –respondió Juar con frialdad.

Marlon sintió un hueco en su estómago. Llegaron a los pies

de lo que parecía ser una iglesia. Los portones estaban abiertos e iba

Juar a entrar cuando dos Doztrax altos y portadores de espadas

salieron de la oscuridad. Del techo de una casa saltó un tercero,

llevando como arma una cadena con una pesada bola de metal con

picos. La movía con mucha facilidad, amenazándoles.

—Ustedes no se nos escapan –dijo uno.

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Se iban acercando a ellos, y Juar se puso frente a los chicos,

tratando en vano de defenderles. Tres flechas en el aire. Cada una

para cada Doztrax. Pero el de la bola con picos no cayó al suelo

como sus compañeros, y quitándose la flecha del hombro buscó a

quien las había lanzado.

—¡Eh, tú!

El Doztrax giró su mirada hacia el campanario y desde allí

recibió la segunda flecha justo en su ojo izquierdo. Baros saltó hacia

el suelo.

—Hay más, vengan por acá –les dijo bajando su arco.

Juar y los otros cuatro jóvenes lo siguieron. Salieron a un

lugar en donde los puestos ardían en llamas; había incluso ya

cuerpos de Vasgols en el suelo. Damila no pudo contener las

lágrimas.

—Juar, llévalos en la carreta, sácalos de aquí –pidió Baros,

refiriéndose a una carreta con dos caballos que estaba amarrada a las

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afueras de una casa —Se escuchó un gritó y pronto oyeron el ruido

de varios Doztrax acercarse—. Llévalos a Vanela. ¡Aprisa!

Juar asintió y se acercó a la carreta, desamorrándola. Marlon

y Adam subieron, ayudando a las chicas a hacerlo. Los caballos no

tardaron en obedecer. Alcanzaron a ver, antes de partir entre los

callejones, a Baros enfrentando por sí solo, con su arco y flechas, a

los cinco Doztrax que habían llegado.

Esquivaron llamas y en más de alguna ocasión pasaron justo

por el centro de una pelea, en donde guardias de Roxs luchaban a

muerte contra los Doztrax. Pero algunos de éstos últimos reconocían

a quienes iban en la carreta y trataban de lastimar a los caballos

lanzándoles espadas, cuchillos o flechas. Pero Juar, experto, les

guiaba hacia la salida del pueblo, esperando que las cosas no se

pusieran más difíciles al llegar.

Los jóvenes permanecían agachados por orden del conductor.

Marlon alcanzaba a ver parte de la pelea, mientras ponía su brazo

protector en una acurrucada y temblorosa Damila. Lourdes fingía ser

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fuerte, sin embargo no dejaba de lanzar maldiciones. Y la mayoría

iban dirigidas a To Ual.

—Por habernos metido en esto…

Por fin llegaron a la entrada de Roxs y los caballos y las

ruedas de la carreta hicieron un estruendo al pasar sobre las rejas. El

griterío dejó de escucharse poco a poco y el fuego de Roxs,

incendiada, se alejaba. Fue cuando los chicos pudieron ponerse

cómodos. Juar mantenía fija la vista en el oscuro camino. Ahora iban

por un campo abierto, iluminados por las estrellas y la luna que

había vuelto a su forma habitual.

—Toda esa gente –murmuró Damila, ya más tranquila.

—¿A dónde nos lleváis? –preguntó Lourdes.

—A Vanela, primera ciudad de los Vasgols.

—¿Por qué han atacado esos hombres? –preguntó Marlon.

—Oh, ellos son Doztrax. De seguro supieron que estaban en Roxs

y…

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—Y nos quieren matar –terminó Lourdes.

Juar asintió, apresurando más a los caballos. Subieron colinas

pisando maleza, bajo grandes arbustos, tratando de que la carreta no

se internara tanto en parajes oscuros. La gran llamarada en que Roxs

se había convertido había desaparecido de su vista.

—¿To Ual ya sabrá de lo ocurrido? –preguntó Marlon.

—Espero que sí –dijo Juar en tono esperanzador—. Si es así, él debe

de ir rumbo a Vanela. Agucemos el oído ante los rescatistas Vagols,

pero también pongamos especial atención en los Doztrax, puede que

nos sigan.

Aquellas palabras no hicieron más que agrandar el temor que

los cuatro sentían. No tardaron mucho en presenciar el amanecer.

Los rayos del sol alumbraron sus desveladas caras. Se detuvieron un

momento en campo abierto para que los caballos descansaran y

comieran del pasto.

—Quiero tocar esa Sordouch y ya largarme de aquí –masculló

Lourdes.

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—Creo que ellos hacen lo que pueden –opinó Adam.

—Sí, ¿y ahora estáis de su lado? Prácticamente nos han secuestrado.

—Oh, de verdad no piense eso de nosotros –le pidió Juar—.

Nuestras intenciones son más que buenas.

El Vasgol dio un salto del asiento al suelo y se puso a

observar en los alrededores. Al norte prevalecían a lo lejos altas

montañas. Desde ese punto a Marlon el continente oculto le parecía

gigantesco, a pesar que desde las alturas le había apreciado si acaso

como una isla más grande de lo normal.

—¿Qué es lo que pasa en Argentina? –le preguntó entonces Lourdes

a Damila, y la chica, que estaba entre dormida y despierta, se puso

cómoda para responder:

—Temblores… uno fuerte… antes de que To Ual fuera a por mí.

Ahora Marlon sabía que Damila era de Argentina, aunque ya

lo había pensado por el acento de la joven.

—¿Y en tu país? ¿De dónde eres? –le pregunta Lourdes a él.

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—Yo… de México.

—Vaya.

—Vecino –comentó Adam—. Yo soy de arriba, Estados Unidos.

Marlon le sonrió, pero Lourdes aún esperaba más:

—Bueno –prosiguió Marlon—. En mi ciudad, antes de venir, una

gran ola…

No pudo continuar. Era fuerte lo que había visto desde el

ventanal de la nave. Por suerte Juar volvió a subir a la parte delantera

de la carreta e hizo que los caballos volvieran a trotar. Esta vez no

quedaba más remedio que introducirse en un bosque que tapaba el

camino. Contaba con grandes y anchos árboles muy viejos que

estaban algo separados unos de otros. En ciertos caminos el

transporte tenía que pasar por otro lado, y Marlon se preguntaba si

Juar sabía en realidad por dónde los llevaba. Sin embargo, pronto el

camino para la carreta fue imposible, pues se habían topado con un

cerro empedrado.

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—Tendremos que escalarlo –les dijo Juar, saltando de nuevo—. Y

dejar aquí la carreta con los caballos.

Los jóvenes bajaron por fin, desentumiéndose. Juar tentó la

gran roca antes de pensar cuál parte era la mejor para empezar. Para

su suerte el cerro no era muy alto, y si todo salía bien llegarían a su

cima en menos de cinco minutos, encontrándose con la otra parte del

bosque. A Damila fue quien más le costó subir. En más de alguna

ocasión resbaló y se raspó una rodilla. Una vez arriba Marlon le dio

la mano para que subiera del todo. Lourdes con las manos en la

cintura miraba el bosque que se extendía ante ellos.

—Falta mucho camino –dijo—. Esto es tan… ¿cómo es que no

previeron el ataque?

—Señorita Lourdes, no es tan fácil –respondió Juar, limpiándose la

tierra que había quedado en sus pantalones.

—Gracias –le dijo Damila a Marlon, y se sentó a revisarse su rodilla.

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Adam se agachó para ver si había sufrido alguna herida. Le

quitó el zapato deportivo, le levantó un poco el pantalón y vio que

había sido una raspadura leve.

—¿Puede continuar? –preguntó Juar a la joven, y Damila asintió.

—Más le vale que salgamos con vida –murmuró Lourdes.

—Sí, sí que lo harán –dijo Juar, nervioso y caminando en círculos—.

No han desayunado, deberían hacerlo. Sí, oh, ¡Aycin! Tienen que

probarla, y por aquí debe de haber, síganme.

La bajada del cerro fue fácil porque éste se inclinaba hacia la

tierra, uniéndose.

—¿Segura que puedes andar? –le preguntó Marlon a Damila

—Sí –dijo la joven, un tanto apenada.

Siguieron por esas partes del bosque, aguzando oído. Marlon

alcanzó a ver una serpiente en un árbol, pero no quiso decir nada

para no alarmar a las chicas. Juar iba con toda seguridad esta vez,

como si supiera muy bien el camino. Lourdes arrancó una espina de

un matorral y fue dejando una marca en cada árbol que pasaba.

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Parecía tener algo de experiencia en cuanto a los bosques. No

obstante el temor volvió cuando se escuchó el chillido de los

caballos.

—Los han tomado –comentó Juar—. Claro, valen una fortuna.

Juar los llevó a una parte en donde los árboles estaban tan

separados que dejaban un gran espacio para que el sol alumbrara.

Había alrededor muchos arbustos con un tipo de semillas rojas. El

Vasgol se acercó a tomar una, le dio un mordisco y mencionó lo

buena que era.

—Pruébenla –continuó—. Son Aycin rojas, difíciles de dar, pero

saben exquisitas.

Lourdes tomó una y la mordió. Tardo unos segundos antes

de…

—Carne –dijo—. Carne… fresca.

En efecto, cuando Marlon se metió una de esas semillas a la

boca le supo como si estuviera comiendo una pequeña cantidad de

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carne fresca, no cruda, como si ya estuviera asada y soltara a la vez

agua.

—Es como un paquete en una sola semilla, ¿verdad? –hizo notar

Juar con una gran sonrisa. Adam y Damila también probaron y no

tardaron en sentarse en el suelo como sus otros dos compañeros a

seguir comiendo. Juar no comía, sino que de pie les miraba contento,

como si fueran sus crías y éste se hubiera encargado de alimentarles.

Y les seguía observando con aquella sonrisa que de pronto era

maliciosa.

De un momento a otro empezó a temblar con fuerza. Una

neblina se apoderó del lugar en cuestión de segundos. Marlon sólo

veía a sus manos aferrarse a la tierra, quería levantarse pero el

temblor lo volvía al suelo. Miraba alrededor ante una niebla que sólo

le mostraba blancura. Luego de lo que pareció ser un minuto, el más

largo de sus vidas, la niebla se fue dispersando y había dejado de

temblar.

—¿Pero qué demonios? –soltó Lourdes, poniéndose de pie.

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Cuando Marlon se levantó vio ante ellos una escultura de

piedra muy grande. Juar, no obstante, no se miraba por ningún lado.

Damila y Adam se levantaron también y pusieron atención en lo que

había aparecido. Marlon se acercó para mirar más de cerca a lo que

surgió de la tierra.

Era como una tumba en el suelo, con palabras extrañas, y

sobre ella la estatua de un hombre que medía un poco más de un

metro. Se le mostraba el rostro con las cejas muy juntas, mirada fría,

como si acabara de cometer algo muy malo. Su pierna derecha

estaba doblada y sus manos se alzaban hacia adelante, pose de querer

abrazar algo.

—¿Quién será? –pregunta Damila.

Se escuchan unos pasos y Juar aparece entre los matorrales,

donde varias Aycin habían dejado de ser rojas para poseer el color

negro.

—Él es Sed Sorbin –dijo Juar—. Y esta es su tumba.

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A Marlon no le agradaba nada el tono que ahora había

adquirido la voz de Juar, y mucho menos la manera en que los

miraba. Caminaba alrededor de ellos.

—¿Lo están sintiendo? –les preguntó, pero no sabían a qué se

refería—. Es la Aycin planta veneno, asesina después de años.

—¿Veneno? –repitió Adam, y sintió un escalofrío recorrer su

cuerpo.

Pero Marlon no sentía nada extraño en su interior. No tenía

ningún malestar e incluso se sentía alimentado.

—¡Sí! Sus cuerpos caerán y ustedes morirán, pagarán el castigo.

Aunque empezaba a notarse nervioso, tal vez porque su plan

no estaba dando resultado y ninguno de los jóvenes mostraba

síntomas de malestar. E iba Marlon a preguntarle algo cuando Baros

salió entre la maleza y sorprendió a Juar pasándole una soga por su

cuello. El hombre empezó a ahorcar a quien los jóvenes creían era su

amigo. Juar estiró los brazos y sacó la lengua, como si de un sapo se

tratara. Ni Marlon, Lourdes, Damila y Adam sabían qué hacer, sólo

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contemplaban la escena con miedo y asombro. Aunque Juar había

hablado de que ellos morirían, y quizá por eso no hicieron nada para

ayudarle. El pequeño hombre cayó muerto al suelo y Baros lanzó la

cuerda junto a varias Aycin rojas y negras que estaban en la tierra.

—Sabía que era un traidor –dijo, tomando a Juar de las piernas y

llevándolo entre la maleza, haciendo a un lado algunas y metiendo

allí al hombrecillo—. Juar ha demostrado ser un Doztrax.

—No puede ser –dijo Marlon—. Él nos ha sacado de Roxs, ha hecho

que huyamos.

—Sí, pero mira adonde los ha traído –le dijo Baros, contemplado el

rostro de piedra de Sed Sorbin—. Creyó que la Aycin los mataría, y

para su sorpresa no fue así.

—¿Por qué? –preguntó Damila

Baros suspiró y mantuvo su mirada fija en el cielo mientras

decía:

—Es porque sí son ustedes, de no serlo hubieran muerto.

—¿Nosotros? –dijo Adam.

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—Sí, los destinados a tocar la Sordouch. Eso los ha salvado.

—Qué se pudran –dijo Lourdes—. ¿Ahora en quién confiaremos?

—Por favor, jóvenes. Sé que todo es confuso, sé que se mueren por

hacer tantas preguntas. Vanela nos espera. Si Juar ha mostrado

traición es cosa suya. Confíen en mí, yo los llevaré con To Ual. Yo

los acercaré más a la Sordouch.

Los cuatro intercambiaron miradas. Quizá ese hombre decía

la verdad. Sus ojos eran cálidos, además aún llevaba a su espalda el

arco con el que minutos antes les había defendido.

—¿Falta mucho? –preguntó Marlon.

—No, salimos del bosque y tomamos un tren.

—¿Trenes? –soltó Adam, sorprendido—. Siempre pensé en las

carretas…

Baros sonrió.

—Si quieren pueden llevarse Aycin, a ustedes no les hacen efecto —

Pero los jóvenes miraron a las plantas y sobre todo al cuerpo casi

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oculto de Juar y negaron—. Bueno, entonces síganme, los sacaré de

todo este embrollo.

Lo siguieron, pero antes de salir por completo de ese campo

Marlon se acercó de nuevo a la tumba de Sed Sorbin. Hubo entre los

caracteres raros y las palabras desconocidas unas que reconoció:

Yace aquí la presencia del cadáver pecador.

—Vamos Marlon, que te quedas atrás –le dijo Baros.

—¿Era un mal hombre? –inquirió Marlon en el camino. Los otros

tres jóvenes iban adelante.

—¿Quién? ¿Sed Sorbin? –Marlon asintió—. No lo creo. Fue sólo

alguien común que se dejó llevar por la avaricia y pagó caro por ello.

Nosotros los Vasgols ya lo perdonamos, pero los Doztrax se rehúsan.

Ellos pusieron la estatua, nosotros la tumba.

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Capítulo 5 Tormenta de un plan sin terminar

Llegaron a las vías del tren justo al cruzar la parte del bosque que les

quedaba. Baros había tomado un palo del suelo y como si fuera un

bastón con él se apoyaba para caminar. Marlon pudo observar que le

costaba un poco de trabajo mover su pierna derecha; pensó que los

Doztrax le habían lastimado en Roxs, justo antes de que partiera en

busca de ellos.

—¿Usted tomó los caballos? –le pregunta Marlon, recordando el

relinche de los animales.

—No, pero sí dos guardias Vasgols que venían conmigo. Les di la

orden de llevarlos de regreso a Roxs… o lo que queda de ese pueblo.

Baros les dijo que lo mejor era permanecer debajo de un

árbol, frente a las vías, para que el sol no les calara.

—¿Falta mucho para que pase ese tren? –quiso saber Adam.

—No lo creo, llegamos justo a tiempo.

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Y tenía razón, no tardaron en distinguir no muy lejos el humo

que lanzaba la máquina. Baros les avisó que en cuanto vieran al tren

se levantaran e hicieran señas para que el conductor fuera frenando.

—¿Va directo hacia esa ciudad que vos decís? –pregunta Damila.

—Sí, ¡allí está! Alcen las manos.

Los cuatro chicos y el Vasgol levantaron sus manos,

haciendo señas al viejo y negro tren que venía hacia ellos. La

máquina no tardó en aminorar su avance, y dejándolos un poco atrás

logró estacionarse. Un joven con traje rojo les abrió una puertilla y

se hizo a un lado para que subieran al quinto vagón de ocho que

tenía.

Lourdes tomó rápido asiento enseguida de una ventana. El

vagón estaba casi lleno; Baros les sugirió que se sentaran juntos.

Marlon dejó que Damila también se sentara enseguida de una

ventana y él la acompañó. Adam se sentó junto a Lourdes, quien

cruzada de brazos miraba el paisaje que dejaban.

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—Es bello, ¿no? –hizo notar el chico. Lourdes giró a verlo y luego

bajó la persiana de la ventana—. Oh, well.

—¿Cómo podéis estar tan tranquilo? –le preguntó ella, sin dirigirle

la mirada—. Debéis pensar que estas son como unas vacaciones,

nene consentido.

—¡Claro que no! Yo también estoy preocupado; en cuanto se pueda

quiero que me regresen a mi país.

—¡Ja! ¿Tú país? –Lourdes giró a verlo clavando sus oscuros ojos en

él—. América, ¿cierto? Esa nación…

—Estados unidos.

—Lo que sea. ¿Tú crees que ellos no sabían de la existencia de este

continente? ¿De esta gente y sus… malévolas cosas? Quizá hasta

sepan de la Sordouch. No confío en nada en tu país, si quieres

saberlo.

—Pues disculpa –empezó Adam—. No creo que mi país sea el

responsable de lo que estamos viviendo. ¿Y por qué no el tuyo?

Dímelo Lurdes.

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—L-o-u-rdes –corrigió ella; quiso decir algo más pero no encontró

argumentos. ¿Y si su país también le ocultaba secretos? Era todo el

mundo… ¿contra ellos?

—Ya verás que saldremos vivos de esto –le dijo Adam, guiñándole

un ojo. La chica mostró un poco sus dientes antes de sacar lo que

parecía ser un pequeño aparato negro que tocaba música. Se puso los

audífonos en las orejas y se dejó perder por la melodía.

Marlon sintió que por fin podría descansar un momento. A

pesar de que sí había dormido algo en la habitación del hotel Suli,

sentía que había pasado despierto una noche entera y estaba algo

cansado. Cerró los ojos, sintiendo el movimiento de las ruedas sobre

la vía. Damila mantenía su cabeza pegada al cristal, viendo pasar

rápido los cerros y los bosques de aquella parte del continente. No

podía dejar de pensar en su madre, en cómo la había dejado en aquel

restaurante, sola y llena de miedo. Todo se puso oscuro y no tardó en

escucharse el llanto de un niño.

—¿Pasa algo? –preguntó Marlon, quien había abierto los ojos para

reencontrarse con la oscuridad.

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—Es un túnel –le dijo Damila—. Creo que es uno largo.

El niño estaba siendo calmado por su madre, quien le decía

que no pasaba nada. Una vez que salieron del túnel, Marlon vio

mejor a Damila, manteniendo una mano en el pecho y dirigiendo fija

su mirada hacia sus rodillas.

—¿Cómo llegó To Ual a ti? –le pregunta el chico.

Damila gira a verlo, mordiéndose el labio inferior y responde:

—Estaba con mi madre comiendo. Era su cumpleaños –sonríe—. Y

todo fue muy rápido. Apareció To Ual en la entrada y… lo vi, supe

que era especial, alguien diferente. Su vestimenta, su bata negra con

escamas. Mi madre notó mi reacción y giró a verle también. Y To

Ual caminó hacia nosotras y me dijo: ―Algo muy malo está por

ocurrir, tendrá que venir conmigo‖. Y tan sólo…—Dirigió su mirada

al paisaje—. Tan sólo decir eso empezó a temblar y… Mi madre se

levantó y caminó hacia mí pero To Ual fue más rápido, él… Me jaló

y entre el temblor, entre todas las cosas moviéndose, la gente

asustada, él me sacó del restaurante y, en plena calle, me llevó y

subió a esa nave donde…

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—¿Dónde qué?

—Ya estaba él –Y señaló con la mirada a Adam.

Se quedaron en silencio unos segundos, el tren estaba

pasando por otro túnel. Al salir Marlon le dijo:

—Sé que tu madre está bien.

Damila le sonrió.

—Vos sos buena persona.

Marlon pensó entonces en sus padres y en su abuela, así

como también en el señor Pedro. Y de pronto lo recordó. Se sacó de

entre el pantalón el collar con el dije de león.

—¿Qué es eso? –preguntó Damila.

—Es un collar que me regalaron ayer.

Se lo pasó a Damila, quien lo dejó colgando entre sus dedos,

observándole.

—Es muy bonito, deberías traerlo puesto –Se lo pasó por el cuello—

. Qué así va.

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Pasaron por un siguiente túnel. El niño no lloró en esta

ocasión porque ya dormía con la cabeza apoyada en las piernas de su

madre. Al salir distinguieron un gran lago y no muy lejos tres barcas

blancas, tranquilas sobre el agua. Marlon buscó entre los cerros y las

laderas algunas casas o edificios, algo que le permitiera saber que

Vanela estaba cerca, pero no veía rastro de civilización. Baros

permanecía con los ojos cerrados, pero más despierto que nunca. Fue

por eso que antes de que la puerta de ese vagón se abriera, él ya

estaba levantado con su arco y flecha. El disparo no falló. El Doztrax

cayó hacia atrás y los demás tripulantes giraron para ver.

—¡Corran al otro! –fue la orden que dio Baros, y los cuatro jóvenes

supieron que se dirigía sólo a ellos. Se levantaron, y Adam fue el

primero en abrir la puertilla hacia el sexto vagón. Baros escuchaba

que venían más Doztrax. De alguna manera, vistiendo formales,

habían logrado hacerse pasar por Vasgols, lo cual se sabía era muy

común. Pero algo los había hecho actuar esta vez, alguien dio el

pitazo. Vio por la ventanilla de la puerta que otros dos se acercaban.

Corrió también siguiendo a los jóvenes, con arco y flecha preparada,

por si se hallaba a más intrusos.

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Marlon, Damila, Adam y Lourdes pasaron del sexto vagón al

séptimo, y antes de llegar al octavo Baros les alcanzó:

—Son Doztrax, de alguna manera supieron que estamos en el tren —

Marlon vio la preocupación en su rostro, aunque algo en él le

transmitía cierta valentía—. Jóvenes, no hay otra opción: tenemos

que saltar.

—¡¿Qué?! –soltó Lourdes—. ¡Estáis loco!

Baros abrió la puerta y llegó al pasillo a aire libre entre el

séptimo y octavo vagón. Dio una patada a una puertilla que no le

llegaba ni a la cintura, y ésta se abrió y cerró varias veces antes de

quedar hacia un lado.

—Saltaré yo primero –les dijo Baros, y al ver el rostro de miedo en

los chicos añadió:—. Tienen que hacerlo, si quieren seguir vivos.

Baros se puso en la orilla y sin pensarlo dos veces saltó hacia

la tierra y el pedrerío. Se sujetó al suelo, soltando una polvacera.

Marlon podía escuchar a los Doztrax abriendo la puerta hacia el

séptimo vagón.

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—¡Vamos! –instó a los demás, y fue el segundo en saltar. Si los

otros tres se habían animado lo ignoraba, sólo supo que de pronto

estaba dando vueltas y había tragado tierra. Al abrir los ojos se halló

a los pies de una colina, llenó de polvo y entre piedras. Alzó la

mirada y trató de distinguir mejor. No muy lejos se hallaba Damila

sentada en la tierra, parecía revisarse la rodilla. Lourdes salió de

entre unos matorrales y desde lejos se le escuchaba maldecir. Adam

estaba un poco más atrás de ellas; había sido el último en saltar para

asegurarse de que las chicas lo hicieran. Baros estaba un poco atrás

de Marlon y luego de acercarse ayudó al chico a ponerse de pie.

Pronto todos corrieron hacia Damila.

—Sólo ha sido un rasguño –decía ella, un poco apenada. Pero

Lourdes insistió, se agachó y le levantó el pantalón. La raspadura

que antes se había hecho cuando Juar los guiaba se había convertido

ahora, en base a la caída desde el tren, en tres verdaderos cortes.

Lourdes se llevó las manos a la boca al ver la sangre.

Baros sacó un pañuelo de su pantalón y limpió la herida de la

joven, luego la levantó entre sus brazos. Damila dijo que no era

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necesario, y fue tal su insistencia que el hombre la dejó en el suelo.

Fue evidente el dolor que sintió al poner presión de nuevo en su

rodilla.

—¡Joder! –soltó Lourdes—. ¿Pero qué demonios está ocurriendo?

¿Por qué esos tíos nos persiguen? ¿Qué les hemos hecho?

—Son Doztrax, son enemigos de ustedes ahora, tienen que

entenderlo –contestó Baros.

—¿Sólo porque tocaremos la Sordouch? –dijo Adam.

—Así es, y ahora… —Baros tragó saliva y miró alrededor, muy

triste y preocupado.

—Lo que faltaba: más enemigos a mi vida –murmuró Lourdes, más

para ella misma, pensando en su pasado, en el orfanato, en los malos

tratos que había recibido, antes de estar con ellos, antes de To Ual

bajo el árbol.

—Creo que él sólo trata de ayudarnos –comentó Damila, sobándose

la rodilla—. Nos ha salvado en más de alguna ocasión.

—Damila tiene razón –dijo Marlon—. Tenemos que confiar en él.

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Lourdes se cruzó de brazos y escupió al suelo.

—¿Y ahora qué sigue? –quiso saber.

—Buscaremos a los dueños de las barcas en el lago que pasamos –

dijo Baros—. No debe de estar muy lejos su posada. Estoy seguro

que son Vasgols que nos ayudarán, de alguna manera.

Sin ninguna otra opción más que seguir las órdenes de Baros,

los jóvenes le siguieron por campo abierto. Damila fue ayudada por

Marlon para caminar, apoyándose en su pierna estable. El cielo

empezaba a oscurecer y amenazaban ahora unos nubarrones que

presagiaban una tormenta. El hambre regresaba, agregándose a una

más de las preocupaciones de Baros, quien ya había aceptado el

hecho de que el tren no volvería a pasar hasta el día siguiente. Las

gotas empezaron a caer.

Llegaron a orillas del lago, caminando hacia la parte sur.

Vieron que hacía falta una barca, pues sólo dos estaban amarradas en

el pequeño muelle construido. Para suerte de ellos, no muy al fondo

entre dos colinas y el inicio de un bosque se encontraba la posada.

Una construcción de doble planta y que contaba con una chimenea.

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Baros les apresuró hacia ella, pues las gotas de lluvia incrementaban.

Los relámpagos les alumbraron.

El Vasgol llamó a la puerta en más de una ocasión. La

tormenta había empezado. Por una ventana se veía luz en la casa, y

se vio pasar una silueta antes de que la puerta se abriera. Por ella

asomó una pequeña niña morena y de pelo rizado. Observó a los

extraños.

—Mamá –dijo—, no es papá.

Baros y los jóvenes esperaron hasta que apareció una mujer

detrás de la niña. También morena, de bello rostro y usando un largo

vestido floreado. Les observó de pies a cabeza, luego reparó en las

uves rojas de Baros.

—Oficial, ¡pero si se están empapando! –dijo ella, y abrió la puerta

completamente para dejarles pasar.

—Gracias –soltó Baros.

—Vengan, siéntense por acá –les pidió la mujer. Los dirigió hacia

una mesa redonda en el centro de una cocina, y fue jalando las sillas

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para que los jóvenes y el hombre se sentaran—. Jazmín, trae toallas

–le pidió a su hija.

La niña asintió y se perdió escaleras arriba. Un fuerte trueno

se escuchó, y en una fracción de segundo hubo oscuridad. Se

escuchaba chiflar al viento.

—Qué inesperada tormenta –comentó Baros.

—Así es en estas tierras, oficial –le dijo la mujer—. Ya estamos

acostumbrados. Ahora mismo se secan, mientras déjenme les

caliento la sopa que preparé esta tarde.

—Se lo agradecería muchísimo.

Jazmín reapareció llevando cinco toallas y se las entregó a

cada una de las visitas. Marlon tomó una y se secó primero el

cabello. En tan poco tiempo de verdad se había mojado bastante.

Sentía algo de frío, pero poco a poco el calor de la posada le fue

calmando.

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—Ya casi –decía la mujer, moviendo en la olla la sopa que les daría,

mientras ésta se calentaba gracias al fueguillo de la estufa—. ¿De

dónde vienen?

—De Roxs –respondió Adam, y Baros le dio un codazo.

—En realidad del pueblo de arriba –mintió Baros.

—¿Por dónde el túnel labrado? –inquirió la mujer.

—Sí, sí.

—Oh, eso es lejos, e imposible en estas fechas, los Doztrax se

adueñaron del túnel.

La mujer fue dejando los platos con el ceño fruncido.

—La verdad es que los Doztrax nos siguen –se sinceró Baros.

—No me sorprende –dijo la mujer—. No es la primera vez que esta

casa sirve de refugio —Jazmín se había sentado enseguida de la

chimenea, y echaba de vez en cuando un vistazo hacia la puerta—.

Está preocupada –les dijo—. Quiere que su padre llegue ya. Anda

navegando, ante tal tormenta. En cuanto terminen deberían irse.

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Baros asintió. Marlon probó la sopa, estaba muy buena y se

dio cuenta de que había tenido mucha hambre.

—Muchas gracias por su hospitalidad –agradeció Baros—. Pero

sería realmente bueno que ustedes nos dieran posada al menos esta

noche, o en lo que pasa la tormenta.

—No es posible –informó la mujer, y se sentó junto con ellos.

Parecía muy apenada por decirlo—. Mi marido no debe de tardar, y a

él no le agrada que este lugar sirva de refugio a extraños. Usted sabe

lo que ha estado ocurriendo, los Doztrax se vuelven cada vez más

peligrosos. No podemos arriesgarnos. Además…—Parecía no

atreverse a decirlo, pero tomó valor:—. Además estos jóvenes, ¿son

extranjeros, verdad?

—Sí –dijo Baros—. Pero no son peligrosos. Todo el ejército Vasgol

agradecerá su ayuda esta noche si se la brinda a ellos.

—No –siguió la mujer—. No puedo desobedecer las órdenes de mi

marido. Por favor oficial, esto lo hago por mí, el tenerlos aquí

comiendo, pero me temo que tienen que irse en cuanto terminen.

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—Pues ya lo he hecho –dijo Lourdes, sorbiendo del plato.

La mujer se levantó y se dirigió a una ventana, observando la

tormenta.

—Me daría mucha pena que él llegara y los corriera –les dijo la

mujer—. En otros tiempos era diferente… pero ahora el mundo está

cambiando, se está debilitando, ¿será acaso cierto? ¿Será por lo que

decía el libro de los Cinco?

Baros se llevó el dedo índice a la boca, señal de que no

siguiera diciendo más.

—Gracias por su hospitalidad, buena señora –le dijo, y se levantó,

instando a los jóvenes de que también lo hicieran—. Pero si usted y

su familia no puede darnos resguardo no tenemos más qué hacer,

tenemos que irnos.

—De verdad perdonen.

—No se preocupe.

—Gracias por la sopa –dijo Damila—. Ha estado deliciosa.

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La mujer se acercó a ella y le acarició una mejilla.

—Ojalá y ustedes no. –Y Damila no entendió del todo, mucho

menos esas lágrimas que asomaron de los ojos de la mujer. Pero

Damila llevaría esas palabras grabadas y no las comprendería sino

más adelante.

Salieron a la tormenta de nuevo, pero por suerte ésta había

aminorado un poco. Ahora era un fuerte viento y uno que otro

relámpago. Baros y ellos corrieron hacia el bosque; se paró a una

distancia donde la posada aún pudiera ser visible. Entonces su

intuición fue correcta, cuando un viejo camión llegó. El señor de la

familia de la posada bajó del camión. Iba cargando un costal con

pescados.

—Bien chicos –dijo Baros, sin despegar la vista del viejo y

azul camión, de los primeros transportes Vasgols existentes—. Este

es el plan, necesito que pongan mucha atención –Tenía que elevar un

poco la voz ya que el sonido del viento apenas le dejaba

escucharse—. Yo entraré a la posada de nuevo y les quitaré las

llaves del camión. Algunas cosas se tienen que hacer a la mala.

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—Pero esa pobre gente…—dijo Damila, siendo ignorada.

—Ustedes regresen hacia el muelle, pero no ahora, sino hasta que yo

esté dentro de la posada. ¿Entendieron?

Sólo Marlon fue quien asintió.

—¿Y si te hieren? –preguntó Adam.

—¿Quién? ¿El dueño? No lo creo… —Aunque no se le notaba muy

convencido.

—Ahora sí que estaríamos perdidos –dijo Lourdes.

Un fuerte trueno. Baros lanzó un suspiro y se quitó el arco de

la espalda, poniendo una flecha. Iba a salir cuando el sonido del

viento incrementó. Por un momento pensaron que se trataba de un

rayo cayendo sobre ellos. Marlon observó al cielo y dos grandes

luces casi lo ciegan. La nave plateada se estacionó, muy parecida a la

de To Ual.

Baros apuntó con su arco, alerta. Una puerta botó, haciéndose

a un lado y la escalerilla negra se posó en la tierra. Dos hombres

salieron. Uno de ellos les era desconocido, el otro…

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—¿To Ual? –se dijo Adam, pero luego comprendió que estaba en un

error. Lo cierto es que era alguien muy parecido, con el cabello

largo y la misma altura, y también llevaba una bata escamada, solo

que ésta de color rojo. El otro vestía el traje de guardia Vasgol,

negro y con las uves. Llevaba el pelo amarrado en una cola y tenía el

tatuaje de una estrella bajo un ojo. Baros bajó el arco, no eran

enemigos.

—Aliresazz y Saúl Bontiréa –dijo—. ¿Cómo han dado con nosotros?

El hombre parecido a To Ual sonrió y se acercó a ellos.

—Llevamos todo el día buscándoles Baros, hasta que por fin les

vimos. Ahora tu misión ha terminado; los jóvenes tendrán que venir

con nosotros.

—Aunque lo mejor sería quedarnos aquí –dijo el otro hombre—. La

tormenta se ha calmado, pero puede que los vientos estén peores en

otros lados.

Su acompañante giró a verle y asintió.

—Pero Aliresazz –soltó Baros—, ¿les ha enviado To Ual?

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—Por supuesto que no –dijo Aliresazz, quien era el de la bata roja—.

Hemos sido enviados por el señor alto de Vanela. De To Ual casi

nadie tiene noticias.

—Eso porque es un maldito mentiroso –dijo entonces Lourdes, y

todos voltearon a verla—. Él nos trajo con engaños, de pronto

desaparece y ahora… ¿irnos con vosotros?

—Pasaremos la noche aquí, señorita Lourdes –le dijo Aliresazz, y la

joven mostró asombro de que supieran su nombre.

—¿Está en esa ciudad Vanela, la Sordouch? –preguntó Marlon.

—No, no lo está –respondió el otro, quien era Saúl Bontiréa—. Pero

es necesario que vayan y vean al señor alto. Tratará de responder

todas sus dudas y él y su ejército les llevarán a donde la Sordouch se

encuentra.

Baros parecía seguro de dejar a los jóvenes en buenas manos.

Mencionó que lo mejor era regresar a Roxs para ver en qué podía

ayudar.

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—¿Ahora? –le preguntó Damila—. ¿No puedes esperar a mañana?

¿Quedarte con nosotros?

Baros le sonrió y negó.

—Para nosotros los guardias –le dijo—, no importa el día ni la

noche, todas las horas son las mismas. Debo regresar ahora e ir a

ayudar a mi gente. Sé que les hemos pedido demasiado, pero por

favor, confíen en ellos.

—No…

Damila le dio un fuerte abrazo. Saúl Bontiréa asentía a las

órdenes de Aliresazz y se introdujo entre los árboles para buscar

leña. Baros se despidió de ellos, y Marlon le agradeció que ese día

les hubiera protegido. El hombre siguió por el campo, luego por el

lago hasta llegar al muelle, soltar una de las barcas blancas e irse

navegando en ella.

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Capítulo 6 Noche de vigilancia

El cielo, con un tono de terciopelo azul oscuro, se mostraba

despejado en esa fría noche en la que fueron testigos de las estrellas

tras la tormenta. Saúl Bontiréa regresó con un puño de leña entre sus

brazos y la fue poniendo a una distancia de la nave, luego sacó una

especie de encendedor y prendió fuego.

—Ha sido un buen trabajo –le felicitó Aliresazz—. Ahora prepara

una segunda fogata para ellos; no tardarán en ponerse de acuerdo.

Marlon, Damila, Adam y Lourdes se encontraban dentro de

la nave. Acababan de alimentarse, ya que dentro habían encontrado

pan, frutas y jugos. Aliresazz les pidió que cenaran todo lo que

quisieran, pues toda esa comida era para ellos. Una vez que

terminaron se sentaron en los asientos negros para decidir quiénes

harían vigilia primero.

—Opino que lo mejor es que duerman ustedes –decía Marlon,

refiriéndose a las chicas.

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—¡Por supuesto que no! –reprochó Lourdes—. Vosotros también

tienen derecho a descansar. ¿Sólo por qué somos mujeres?

—No creo que Marlon quiso decir eso –defendió Adam—. Pero él

tiene razón, ustedes deben de estar cansadas y…

—¿Y vosotros no están cansados? –inquirió Damila—. Como dice

Lourdes…

—Mejor hagamos algo –le interrumpió Marlon—. Yo con una de

ustedes vigilamos tres horas, y luego Adam con otra.

—Me parece bien –dijo Lourdes—. Eso es correcto. ¿A quién

eliges?

Marlon no esperaba aquello, creyó ponerse colorado.

—Vamos Lurdes, nosotros primero –se adelantó Adam, y la tomó de

un brazo llevándola fuera de la nave.

—¡L-o-urdes! –Alcanzaron a escuchar Marlon y Damila cuando

bajaban las escalerillas.

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—Ves, te dije que no tardarían –le dijo Aliresazz a Saúl

Bontiréa, quien estaba a dos metros de distancia prendiendo una

segunda fogata.

Adam y Lourdes se acercaron a Saúl y esperaron a que la

fogata se prendiera bien.

—Aliresazz y yo estaremos en la otra –les dijo—. De verdad que no

es necesario que vigilen, ya les dijimos que nosotros lo haremos.

—Sí –soltó Lourdes—. Pero ya os dijimos también que no podemos

confiar en dos personas que acabamos de conocer, y menos en tales

circunstancias.

Saúl sonrió y regresó a con Aliresazz. Adam y Lourdes se

sentaron ante la fogata. Observaron las estrellas y al fuego crepitar.

Adam sacó su celular y vio que era cerca de media noche; a la vez

comprobó que seguía sin tener línea.

—¿Cómo llegó a ti To Ual? –le preguntó Lourdes, quien estaba

cruzada de piernas y dibujaba líneas en la tierra con una piedra.

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—Bueno –empezó Adam—. Estaba cuidando a mi hermano menor,

mis padres se hallaban trabajando. Mi hermano se quedó dormido y

salí un momento a encestar.

—¿A qué te refieres?

—Baloncesto.

—Ah.

—Estaba encestando y de pronto la pelota se quedó suspendida en el

aire unos segundos, hasta que ardió.

—¿Ardió?

—Sí, como si hubiera explotado. Entonces fue cuando lo vi, parado

justo a un lado de la canasta y… ¿apareció de pronto? No lo sé, pero

era To Ual. Al mirarlo pude también observar otras cosas extrañas.

Las hojas de los árboles no se movían, no había ningún otro

movimiento más que los que hacíamos To Ual y yo. To Ual me dijo

esas palabras…

—¿Llega su momento?

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—Sí… ya otras dos veces las había escuchado. Me dijo que le

siguiera, y así lo hice. Salimos y había gente en las calles

paralizadas, mis vecinos, incluso el agua de una manguera sin caer.

Y en el medio de la calle la nave. Me dijo que subiera. ¿Sabes por

qué seguí sus órdenes? Porque una parte de mí me decía que había

estado esperando ese momento desde hacía mucho tiempo. No me

importó dejar a mi hermano solo, ni siquiera hice muchas preguntas

y… Ahora estoy aquí.

—¿Crees que regresemos? ¿Qué saldremos con vida de esto?

Adam pensó un momento antes de responder:

—Espero que sí.

Dentro de la nave Marlon y Damila intentaban dormir. La

chica expandida sobre seis asientos, con la cabeza sobre sus manos.

Tenía los ojos cerrados pero no dormía, al igual que Marlon, quien

estaba observando el techo de la nave.

—¿Cómo crees que sea la Sordouch? –le pregunta Damila, en la casi

oscuridad.

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—Nadie la ha descrito aún –dijo Marlon—. Debe de ser algo muy

grande, como con raíces.

—¿Raíces?

Marlon ni siquiera sabía muy bien por qué había dicho eso

con exactitud, pero trató de explicarlo:

—Sí, nos dijeron que la Sordouch era el centro de vida de la tierra…,

que por eso se está debilitando.

—Que no debemos dejar que muera.

Se quedaron en silencio unos minutos. Damila de nuevo

cerró los ojos, intentando conciliar el sueño. Marlon mantenía

todavía fija la vista en el techo. Sus padres… dos pérdidas.

—Diana –le murmuró a la nada.

—¿Cómo has dicho?

—Nada –respondió él, sorprendido del buen oído de la chica—. ¿Y

cómo te sientes de tu rodilla?

—Ha mejorado.

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—Me alegro.

—Sí…

Y otra vez el silencio, hasta que Damila fue quedando

dormida. Al ver que él no tenía nada de sueño se levantó y salió de la

nave. En la primera fogata los dos Vasgols estaban enfrascados en

una conversación. Se acercó a con Adam y Lourdes; esperaba que

ésta última aceptara su propuesta.

—¿Qué ocurre? Aún no pasan las tres horas –le dijo ella.

—Sí, lo sé, pero no puedo dormir, me es imposible.

—¿Y Damila? –preguntó Adam.

—Ella ya duerme. Ha sido un día muy pesado. Lourdes, deberías ir

con ella a descansar, de verdad.

Lourdes retorció la boca, pero se le notaban sus ojos

cansados.

—Está bien, pero tenéis que prometerme que cuando pasen las tres

horas me levantaréis.

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—Sí –le dijo Marlon, y la chica se levantó para ingresar a la nave.

Lo cierto es que Lourdes dormiría hasta el amanecer.

—¿Conoces la historia del conejo en la luna? –le preguntó Marlon a

Adam, viendo los dos hacia la luna brillante que asomaba tras la

tormenta.

—No, ¿de qué va?

—Es de mis antepasados. Un Dios llamado Quetzalcóatl, quien se

alimentó de un pequeño conejo y como recompensa decidió

plasmarlo en la luna, para recuerdo de cada noche humana.

—¿Crees en los Dioses?

Marlon asintió. La noche fue pasando. Aliresazz se acercó en

más de alguna ocasión para preguntarles si todo estaba bien; les

llevaba leña y verificaba que la fogata les diera el calor suficiente.

Adam le contó a Marlon que nunca había estado tan lejos de casa, y

que aunque al principio había accedido subir a la nave, ahora se daba

cuenta del error que pudo haber cometido.

—¿Pero y si no había otra opción? –le preguntó Marlon.

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—Eso parecía. O eso nos hizo creer To Ual.

Mar tarde, sin embargo, Damila salió de la nave. Insistió en

que Adam también tenía derecho a descansar; ella creía que Marlon

había dormido algo. Adam accedió y se despidió de ellos.

—¿Lourdes ya duerme? –quiso saber Marlon.

—Como una roca –le respondió Damila.

—Qué bien. ¿Pero por qué te has levantado?

—Una parte de mí estaba consciente, y fue más fuerte que la que

dormía.

—Ya veo.

—¿Tienes hermanos? ¿Vives con tu familia?

—Sí, vivo con mis padres y… Tenía una hermana. Ella murió a los

diez años en un accidente.

Damila se llevó las manos a la boca y murmuró:

—Lo siento mucho.

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Marlon asintió y le sonrió. El fuego de la fogata había

disminuido. Decidió levantarse y ver si encontraba más leña no muy

lejos.

—Ve con cuidado –le pidió Damila.

Ni Aliresazz ni Saúl Bontiréa se dieron cuenta de que el

chico se había introducido entre los árboles y matorrales. Marlon iba

buscando, apoyado en la luz de las estrellas y la luna. Si giraba su

mirada aún vería las fogatas. Se metió un poco más, pero sin querer

alejarse mucho, entonces les vio.

Frente a él estaban parados seis Doztrax, mirándolo con

fiereza. Él más alto de ellos, calvo y con tres aretes en cada lado de

la nariz, se acercó a él.

—No cuentes nada –le advirtió-, sino entonces atacaremos y será

peor.

Marlon se dio cuenta de que no podía producir ningún

sonido. Los otros cinco Doztrax también se acercaron, enseñándole

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sus armas, como espadas, una especie de pistola, escudos y lanzas.

El joven asintió, sintiendo las miradas penetrantes.

—¿Qué tal si lo matamos ahora mismo? –dijo uno que estaba lleno

de canas y tenía una cara larga y flaca.

—No –le contestó otro—. Recuerda que los quieren vivos.

—Además ellos nos guían –dijo el de los aretes en la nariz, y

enseguida el lleno de canas se hizo para atrás apenado.

Marlon observó que los hombres temblaban, sosteniendo esas

armas entre sus manos, como haciendo un gran esfuerzo por no

matarle. ¿No lo iban a matar porque los estaban guiando? ¿Adónde?

¿A la Sordouch?

—¡Largo! –le dijo el mismo Doztrax, mostrando sus feos y negros

dientes.

Marlon retrocedió unos pasos y luego casi corriendo llegó a

las fogatas. Por suerte Aliresazz y Saúl Bontiréa seguían enfrascados

en su conversación y tampoco ni le vieron llegar.

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—¿Pero qué ocurre? –le preguntó Damila, preocupada de verlo

pálido.

—Nada… es… vi una serpiente, es todo –le mintió, y se sentó junto

a ella.

Damila se mordió el labio inferior. Marlon no despegaba la

vista de entre los matorrales, sabía que les estaban viendo; ¿desde

hace cuánto estaban allí? ¿Cuál era su plan? El Doztrax le advirtió de

no decir nada. Aliresazz y Saúl parecían buenos guerreros, pero

aquellos eran seis.

—Estás temblando –le hizo saber la chica.

—¿Sí? Perdón…

—No tienes porqué pedirme perdón, por Dios.

Marlon se sintió algo apenado. Pero ahora tenía que saber

manejar la situación y estar más alerta que nunca. Justo cuando la

fogata estaba por desaparecer, Aliresazz se acercó por cuarta ocasión

y dejó más leña. Marlon ni siquiera lo miró a los ojos, temía que los

Doztrax llegaran a pensar que a través de la mirada le pudiera avisar

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de su presencia. Cuando el hombre se fue se sintió más tranquilo.

Damila bostezaba. El sueño, esa otra parte de ella que decía tener,

estaba ganando terreno. Se fue acercando un poco más a Marlon y de

pronto se acostó en la tierra, apoyando sus hombros y cabeza en las

piernas del chico. ¿Pero qué hace? Se dijo el joven. Damila quedó

dormida. La observó respirar, la escuchaba hablar entre sueños y

desde ese momento le tuvo un especial afecto.

Él, en cambio, se mantuvo despierto hasta que salió el sol y

el bosque se fue iluminando y ya no fue necesario el fuego de las

fogatas. Marlon sabía que se acercaba algo, según lo planeado,

estaban por partir en la nave hacia la ciudad de Vanela, ¿pero los

Doztrax que vigilaban les dejarían ir tan fácil?

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Capítulo 6 Ser de ojos rojos

Lourdes salió de la nave tallándose un poco los ojos, ante el malestar

del sol. Vio que ya sólo quedaban restos de las fogatas, y Marlon y

Damila se encontraban junto con Aliresazz y Saúl Bontiréa. Parecían

platicar sobre las condiciones del viento. Cuando se acercó Aliresazz

decía:

—Podemos irnos sobre las colinas del norte, y luego aterrizar justo

en Vanela.

—Sería muy peligroso –espetó Saúl—. Sabes de los accidentes que

ha habido últimamente.

—Sí, pero nos ahorraría tiempo.

Marlon trataba de mantenerse un poco alejado de ellos, para

que los Doztrax no pensaran que les estaba advirtiendo, pero a la vez

ideaba alguna estrategia de hacérselos saber. Por su suerte Lourdes

instó en que el viaje empezara lo más pronto posible.

—No os hagáis patos y sáquennos de aquí como sea.

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Los hombres intercambiaron miradas.

—El cómo llegar a Vanela lo vemos una vez lleguemos a los

terrenos del norte –le dijo Aliresazz a Saúl, luego se dirigió a los

chicos—. ¿Dónde está el otro de ustedes?

—Duerme aún –respondió Lourdes, refiriéndose a Adam.

Lo cierto es que cuando entraron a la nave le hallaron

despierto y rascándose la cabeza.

—De modo que no fue una pesadilla –les dijo Adam, y por primera

vez Lourdes rio.

Saúl Bontiréa se hizo al frente de la nave y tomó asiento para

pilotear. Aliresazz pidió a los jóvenes que se sentaran y se pusieran

el cinturón de seguridad.

—Despegamos en tres minutos.

La puerta se había cerrado, las luces se prendieron, en otro

idioma la voz de una mujer daba instrucciones. ¿Por qué no atacan

ahora? pensaba Marlon. ¿Debo decirles que no nos lleven a Vanela,

que es peligroso porque los Doztrax no están siguiendo? Se sujetó

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fuerte del reposabrazos y sintió la nave despegar. Dejaban por fin

esos terrenos del lago. Cuando se levantó se acercó al ventanal para

ver si los Doztrax habían salido, pero no vio nada más que la posada

y al viejo camión. Poco a poco el lago se fue alejando y ellos

viajaban sobre las nubes.

—Cuando lleguen a Vanela, y antes de ver al señor alto, podrán

darse un baño y desayunar –explicó Aliresazz.

—¿Qué es un señor alto? –preguntó Adam.

—Los señores altos son los gobernantes de las ciudades en este

continente. El señor alto de Vanela les está esperando, y será él y su

ejército quienes les lleven hacia la Sordouch.

—¿Ejército? –repitió Lourdes. Aliresazz agachó la mirada,

sosteniendo sus brazos en su rodilla.—. No será tan fácil, ¿verdad?

—Puede que sí, puede que no –respondió el hombre.

Entonces Marlon vio una sombra pasar sobre la ancha ala

plateada de la nave… se le ocurrió, ¿podría ser posible?

—Los Doztrax –empezó—, ¿ellos también tienen naves?

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Aliresazz levantó la mirada, curioso de la expresión

preocupada del joven.

—Sí, Marlon, ¿por qué la pregunta?

—Nos están siguiendo.

Aliresazz se levantó de un salto y caminó rápido hacia la

cabina, dio unas instrucciones a Saúl Bontiréa y luego se giró

bruscamente a con los jóvenes.

—Los vi en el bosque, pero ellos amenazaron –decía Marlon,

sintiéndose apenado.

—Está bien, no te preocupes, ahora… —La mente de Aliresazz

parecía trabajar al mil por hora—. Tenemos que perderlos de vista –

le dijo a Saúl—. ¿Crees que puedas hacerlo?

Vieron al Vasgol asentir.

—Dijeron que los estamos guiando… —continuaba Marlon.

—Sí, sí, al menos eso indica que no nos atacarán.

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—Aliresazz –llamó el piloto—, para perderlos tenemos que

introducirnos en los terrenos del norte, las picudas colinas de…

—Silencio –le interrumpió Aliresazz—. No podemos arriesgarnos

tanto, pero no hay otra opción. Me temo que tendrás que bajar

cuando llegues allí.

—Pero…

—¡Hazlo!

No pasó mucho tiempo para que sintieran que iban

aterrizando. Se vieron las nubes pasar y pronto un paisaje de piedras

tintas, viejas y con partes muy filosas les tapó la vista. Saúl Bontiréa,

con su gran manejo de la nave, logró hacerla aterrizar sobre una

colina más bien cuadrada y no picuda.

—El radar me los marcaba, pero logré perderlos, eso creo –dijo Saúl,

quitándose un casco y saliendo de cabina.

Los dos Vasgols y los cuatro jóvenes salieron de la nave.

Hacía mucho viento y se hallaron sobre aquella piedra gigante. A lo

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lejos se veían más colinas picudas, y el ambiente estaba cubierto de

una niebla no muy fuerte en las partes bajas.

—Vanela no queda muy lejos, tendremos que caminar –dijo

Aliresazz, esperando los reproches.

—¿Por qué no ir en la nave? –inquirió Damila.

—El radar de los Doztrax nos detectaría, señorita –le dijo Saúl—.

No falta mucho de camino, aunque… —Dirigió su vista a su

compañero, pero éste se mantenía firme en su decisión.

Bajaron esa colina, adentrándose en la niebla por un

momento, la cual quedó sobre ellos una vez que se hallaron entre los

recodos formados. La nave, comentó Aliresazz, tendría que ser

dejada allí, y ya después él regresaría por ella junto con más

Vasgols. Marlon se sintió algo aliviado al saber que los Doztrax ya

no les seguían, aunque aquel terreno le causaba cierto escalofrío. Se

miraban cuevas en algunas partes, y ciertas colinas eran tan altas que

sus picos pasaban la niebla. Aliresazz iba delante de los cuatro

jóvenes y detrás de ellos Saúl Bontiréa, quien había sacado una

espada e iba con ella trazando una línea en la tierra; hecho que era

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sólo por hacerlo, porque el viento hacía que la tierra desapareciera la

línea en segundos.

Se dirigían al norte, metiéndose por un camino muy estrecho

entre dos colinas. Tras unos minutos salieron a un espacio abierto.

Marlon vio telarañas en los principios de algunas cuevas, y más

caminos oscuros que les esperaban. Adam sacó su celular y se

detuvo un momento. Al parecer algo había captado su atención y le

quería tomar una foto. Estaba dirigiendo la vista hacia una roca tinta

que tenía escritos unos jeroglíficos extraños. Entonces la imagen fue

tapada al cien por ciento, levantó la mirada y vio al Doztrax frente a

él.

Saúl arrojó a Adam a la tierra, y el joven cayó raspándose. El

Doztrax fue asesinado con la espada del Vasgol, quien se la había

enterrado en el estómago. Aliresazz corrió hacia Adam y le ayudó a

levantarse. Pero entonces aparecieron más Doztrax, algunos de ellos

bajando corriendo de las colinas, otros salieron de los caminos

estrechos. Los dos Vasgols cubrieron a los jóvenes. Eran cinco

Doztrax los que les rodeaban, amenazándoles con sus armas.

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—¿De verdad pensaron que este es buen camino para perderse? –les

dijo el Doztrax alto y de aretes en la nariz. Marlon vio que eran los

mismos que anteriormente se había topado.

—No les conviene hacerles daño –advirtió Aliresazz—. Vale más

que nos dejen llevarles a Vanela.

—¿Y quién dijo que les lastimaríamos a ellos? A quienes mataremos

será a ustedes dos, Vasgols.

Saúl levantó su espada ensangrentada, y Aliresazz sacó lo

que parecía ser una pistola plateada, apuntándoles. Los Doztrax se

acercaron más, sin temer. Pero interrumpió las agallas un rugido

penetrante. Un rugido que sonó por entre todas las colinas, que hizo

eco en todas las cuevas. Un rugido que les puso a todos los humanos

a sus pies los pelos de punta. Los Doztrax incluso agrandaron los

ojos, pues sabían de quién se trataba, y no parecieron sorprendidos

de ver que estaban en sus terrenos.

—¡Corran! –fue la orden que dio Aliresazz, en especial a su equipo.

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Era un ser de ojos furiosos que salió de una cueva, corriendo

con sus cuatro extremidades a gran velocidad. Como un lobo muy

grande de pelaje café oscuro, dientes afilados y esos ojos rojos; fue

lo que alcanzó a distinguir Marlon antes de ser jalado por Damila

para que corriera. Todo lo demás fue polvo y sangre.

Los Doztrax fueron los primeros en no correr con buena

suerte. La bestia se lanzó sobre uno de ellos, de una mordida le

arrancó el rostro, y luego, utilizando el cuerpo como trampolín saltó

sobre otro, le tomó con sus patas delanteras y le clavó sus afiladas

uñas en los hombros, penetrándole la nuca con sus dientes. Marlon

escuchaba los gritos, y de pronto se halló corriendo solo entre

sombras y tierra. Un segundo rugido.

El Doztrax líder de ese grupo esperó con su espada a la

bestia, la cual salió entre el terregal y se le dejó ir. No logró atinarle,

pues el ser de ojos rojos esquivó el ataque y tan sólo caer volvió a

abalanzarse contra quien le había atacado. Le mordió una pierna,

tumbándolo y después le comió la parte baja de su cuerpo. Al

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terminar de hacerlo escupió un pie al suelo y corrió en busca de los

demás.

Marlon se encontró con los inicios de una colina tinta; el

camino era bloqueado. Vio que los demás subían, excepto Saúl, pues

no se miraba por ninguna parte. Empezó también a escalar, hasta que

se topó con la niebla. Hubo un tercer rugido, la fiera ahora se

abalanzaba sobre ellos. Escuchó un grito, de mujer. Cerró los ojos,

temblando pero escalando, presa del pánico. Algo lo empujó, sintió

un cuerpo caer. Se encontró tirado en la cima.

La calma volvió. Se levantó y encontró a Aliresazz con una

mano tapándose la boca y el entrecejo fruncido. Adam ayudaba a

Lourdes a ponerse de pie, pero la joven no dejaba de murmurar algo.

Parecía estar a punto de soltar el llanto. Marlon buscó a Damila por

todos lados pero no la encontró… ella, ese grito, pensó.

Un brazo apareció, y poco a poco Saúl Bontiréa, lleno de

raspaduras y con la ropa raída, subió a la cima. Aliresazz se acercó a

él.

—¿Estás bien?

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—Sí, pero la joven…

Apretó los puños y se quedó hincado en la tierra. Marlon

miró perplejo la expresión de Aliresazz. La habían perdido. Lourdes

lanzó un sollozo y Adam la abrazó, pero la joven no tardó en

quitárselo de encima, se separó de él, con una mano en la barbilla,

temblando, dijo:

—Ella…Damila… ha muerto… ha sido la primera; nosotros…

—No es así –empezó Aliresazz.

—¡Sí! Sí que lo es, ahora es ella y pronto seremos nosotros. ¿Dónde

demonios está To Ual? Nos han mentido, nos han traído a un maldito

lugar.

—Señorita Lourdes…

—Ella tiene razón –dijo Marlon, a quien también la tristeza y la

rabia le dominaba—. Ella… —Se le quebró la voz y tragó saliva.

—¡Sáquenos de aquí! –gritó Adam.

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Aliresazz asintió, luego le pidió a Saúl que se pusiera de pie.

El hombre así lo hizo.

—Iré en busca de Damila –dijo—. No sabemos si está muerta, ¿o sí?

–Saúl negó—. Entonces puede que haya una esperanza. Lleva a los

jóvenes a Vanela, está el campo al sólo bajar.

No podían verlo por la niebla, pero el Vasgol parecía decir la

verdad porque ninguna otra piedra tinta les tapaba la vista.

—¿Qué era esa cosa? –preguntó Marlon.

—Era un lobo de este continente –respondió Saúl Bontiréa.

Aliresazz, tras haber dado la orden, se perdió de vista bajando

la colina e introduciéndose de nuevo en la niebla. Pero a ninguno de

los chicos les preocupó, lo único que deseaban era que encontrara a

Damila con vida. Marlon, Adam y Lourdes siguieron a Saúl Bontiréa

hacia el otro lado de la colina, y tan sólo pasar la niebla distinguieron

un gran campo que se extendía al norte, y no muy lejos la estructura

de una ciudad.

—Ésa es Vanela –les dijo Saúl—. La primera ciudad de los Vasgols.

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El hombre les instaba a caminar rápido. Lourdes iba con los

brazos cruzados, aún con lágrimas en los ojos. La chica ruda se había

quebrado. Marlon no podía sacarse de la cabeza que tan sólo esa

noche había escuchado a Damila respirar dormida. Cuando viera a la

Sordouch no sólo la tocaría, probablemente la estrangularía por todo

lo que les había hecho pasar. Lo que Marlon no sabía es que la

Sordouch no era algo que tuviera pescuezo.

Vanela se fue mostrando ante ellos, cada vez más cerca.

Había torres que se distinguían, así como también un viejo edificio.

Cuando llegaron se toparon con la más grande cerca circular, y al

estar ante la puerta custodiada por guardias, Saúl les informó:

—Venimos a ver al señor alto, vengo con tres.

El guardia, vistiendo una bata color verde y un casco con la

uve roja, les miró sorprendido de pies a cabeza y asintió. La gran

puerta de metal se abrió para que ellos pasaran.

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Capítulo 7 El señor alto

Cuando les vio, deseó con todas sus fuerzas que esta vez sí fueran

los indicados. Habían los tres llegado ante sus ojos después de haber

cruzado media ciudad Vanela, entre sus peculiares quioscos y

edificios viejos, llegando hasta su torre. El guardia entró primero y

avisó su presencia. Que pasen, le dijo. Y los tres jóvenes, junto con

Saúl Bontiréa, se hicieron paso en la habitación para asuntos

meramente oficiales. Les miró sucios, delgados, con raspaduras.

Pobres, ¿por cuántas cosas no han pasado?

—Señor alto –le dijo Saúl, haciendo una reverencia ante él.

El señor alto cruzó los brazos en una cruz, lo que significaba

en aquel continente que la reverencia podía terminar. Marlon

observó aquello muy extrañado, y sus ojos curiosos examinaban al

señor alto que, de alto no tenía nada. Era llenito y chaparro, con un

gran collar de oro, y llevaba una toga roja con una especie de botas,

muy parecidas a las vaqueras, pensó el chico. El señor alto, que se

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había levantado de su escritorio, posó sus manos en la mesa y les

dijo:

—Qué bueno es verlos llegar; les esperaba con ansias.

—¿Dónde está To Ual? –preguntó Marlon, quien ya estaba harto de

presentaciones y reverencias.

—Supongo que se les ha comunicado que él llegará dentro de dos

días.

—¿Dos días? –repitió Lourdes—. ¿Y la Sordouch? ¿Qué es esa

cosa? Llevadnos ya a ella.

—No podemos sacarlos de la ciudad sin antes llegar To Ual –explicó

el señor alto.

—¿Eso significa que la Sordouch no está aquí? –preguntó Adam, y

el hombre negó.

De nuevo la mentira, el Bontiréa retrocedió cuatro pasos.

—Jóvenes, pronto todo acabará –les dijo el señor alto, quitando sus

manos de la mesa y saliendo de su escritorio. Detrás de él estaba un

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gran ventanal que daba vista al resto de la ciudad Vanela, con una

segunda torre, casas y un edificio que parecía un gusano levantado.

—¡No! –gritó entonces Lourdes, furiosa—. Una de nosotros quizá…

ella esté muerta. Hay guardias por todos lados, gente inocente ha

muerto en el primer pueblo donde estuvimos y…

Calló. El orfanato, los niños más chicos. ¿Qué estaba

pasando en España?

—Sólo pedimos respuestas, queremos saber cuándo regresaremos

y… —empezó Marlon.

—Saúl –interrumpió el señor alto—. ¿Es verdad lo que dice esta

joven? ¿Uno de ellos…?

—Aliresazz se ha quedado a buscarle, pero es posible que la

hayamos perdido, señor.

—¿Y qué si le pasó algo? –continuó Marlon—. ¿Ustedes

responderán?

El señor alto cruzó mirada con Saúl, preocupado.

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—¿Cuáles son sus nombres? –les preguntó.

Cada uno de los chicos mencionó su nombre con desdén. El

señor alto les dio la espalda y caminó hacia la ventana, mirando su

pueblo.

—¿Estamos seguros en esta ciudad? –preguntó Adam.

—Sí, lo están –respondió el señor alto, sin girarse. Cuando lo hizo

dijo:—. El día de mañana gente importante vendrá a verles, sí, a

ustedes. Espero que en ese evento encuentren al menos algunas de

las respuestas a las cientos de preguntas que deben de tener. Sé por

lo que han pasado…

—No, no lo sabe –soltó Lourdes.

—Supe lo de Roxs –siguió el señor alto, como si no hubiera sido

interrumpido—. Ese antiguo y noble pueblo envuelto en llamas. Los

Doztrax siguiéndoles, esos… —Levantó un puño.—. Pagarán, sólo

están metiéndose en lo que no les importa. ¿Cuál era el nombre de la

chica?

—¿Era? –repitió Marlon.

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—Es, es, quiero decir –corrigió el señor alto.

—Damila.

—Damila, sí, extraño nombre, bello… pero extraño. Ahora bien,

mandaré a más guardias a la búsqueda. Aliresazz es un buen

soldado, pero solo está en peligro.

—No nos importa si él muere –dijo Lourdes, hecho del cual más

tarde se arrepentiría. El silencio llegó. El señor alto con la cabeza

agachada ordenó:

—Guardia Bontiréa, hágame el favor de buscar al joven Pasor, por

favor.

Saúl Bontiréa asintió y salió de la habitación. Durante ese

tiempo los chicos permanecieron en silencio, y el señor alto,

nervioso, no dejaba de mirar hacia un reloj que colgaba de la pared.

La puerta volvió a abrirse y por ella apareció un joven delgado, con

pecas y gran nariz, de cabello pelirrojo.

—Hola señor –dijo con torpeza, y el señor alto sonrió.

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—Pasor, por favor lleva a los jóvenes al palacio de Ope –Pasor

asintió, jugueteando con sus dedos como una mosca o una rata con

un pedazo de queso—. Enséñales a cada uno su habitación y

muéstrales la ropa que se pondrán una vez se alimenten y se den un

baño.

El joven pidió que le siguieran pero Marlon, Lourdes y Adam

se negaban.

—Por favor –les pidió Pasor, mostrando sus grandes y afilados

dientes delanteros.

El señor alto se sentó de nuevo ante su escritorio.

—Les garantizo la vida –les dijo.

El palacio de Ope resultó ser el edificio con esa extraña

estructura que parecía ser un gusano levantado. Para nada era por

fuera un palacio, quizá Ope, pero no sabían qué significaba aquello.

Al entrar vieron, en cambio, que el trayecto hacia el techo era recto y

el primer salón era ancho, con algunas personas yendo y viniendo, y

muchas habitaciones a los lados. Había una gran escalera en espiral

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que llevaba a los otros pisos. Antes de que Pasor llevara a cada uno a

su habitación pudieron notar que en esta ciudad los Vasgols les

prestaban más atención. Subieron la escalera hacia el tercer piso.

—Aquí están, estas son sus habitaciones –les dijo Pasor, parándose

frente a unas puertas del medio—. Si gusta usted aquí, señorita –

Señaló la que estaba justo enfrente—. Dentro hallará comida, ropa y

un baño. Ya está todo ordenado.

Lourdes asintió y tomó el picaporte de la puerta.

—¿A qué hora será la reunión mañana? –preguntó.

—¿Reunión? –repitió Pasor, luego lo recordó—. Ah, ya veo que el

señor alto se adelantó. Será muy temprano, esperen a que yo venga

por ustedes.

La chica entró a la habitación, y a la del lado derecho entró

Adam, quien preguntó si más tarde podría salir a dar una vuelta por

Vanela.

—Por supuesto que sí –respondió Pasor—. Sólo que no se les ocurra

salir de la ciudad; cualquier cosa estaré en el primer piso.

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Marlon encontró dentro de la habitación de paredes grises

una cómoda cama donde arriba estaba ropa, y en el fondo un baño.

Había un espejo sobre una mesa con fruta y un plato con una especie

de ensalada, así como también una olla donde se hallaba pollo recién

asado, como si lo acabaran de llevar. Había incluso una bandeja con

agua y un tarro para que él se sirviera. Se sentó a comer en cuanto

terminó de bañarse y ponerse el pantalón café y la playera negra que

le dieron. El sueño le estaba venciendo y se acostó. No sabía qué

hora era, pero aún el sol daba fuerte. Durmió por fin en tranquilidad.

El descanso esperado.

***

Cuando Marlon despertó el sol se iba metiendo y el cielo había

adquirido ese peculiar tono naranja. Salió de su habitación y bajó la

escalera hacia el primer piso, donde se encontró a Pasor leyendo un

periódico.

—Joven Marlon, veo que se ha levantado –le dijo el pelirrojo. Al ver

que Marlon no dijo nada añadió:—. Lourdes y Adam también lo han

hecho, salieron a dar un paseo.

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—Bien, gracias –dijo Marlon, asintiendo. Salió del palacio de Ope

con la esperanza de alcanzarlos.

Anduvo entre las calles adoquinadas, dándose cuenta que en

cada esquina estaba un guardia Vasgol vigilándole. Llegó a una parte

circular de la ciudad, donde había templetes y en el centro un

quiosco. No muy lejos se distinguía la torre del señor alto. Buscó con

la mirada pero ni rastro de Lourdes o Adam. Entonces Saúl Bontiréa

apareció detrás de un pilar del quiosco, tirando y cachando una

moneda. Tal vez él podría saber algo.

Al acercarse Marlon comprobó que no se trataba de Saúl,

sino de alguien muy parecido a él. Tenía bajo el ojo izquierdo un sol

en lugar de una estrella, y tenía en los brazos varias pulseras

plateadas. Era demasiado tarde como para fingir que no quería

hablar con él.

—Me imagino que pensaste… —dijo el Vasgol, y Marlon asintió.

Siguió cachando la moneda y luego se recargó en un pilar,

guardándosela en el bolsillo—. Saúl ha partido con más guardias

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para buscar a Aliresazz y a la joven. Yo soy su hermano… gemelo.

Mi nombre es Raúl Bontiréa.

—¿No has visto a…?

—Están del otro lado de la plaza, puedes seguir por ese callejón.

—Bien.

—Espera –Raúl Bontiréa se cruzó de brazos y le miró de pies a

cabeza—. ¿Sientes que eres tú el indicado para tocar la Sordouch?

—Eso… no lo sé.

—Hace mucho tiempo –empezó Raúl—, una mujer originaria de esta

ciudad contó que la Sordouch no existía, que eran puros cuentos.

Ella fue desterrada, y todo por andar promulgando que el gobierno

quería meter miedo a la gente. Dime, ¿qué pensarías si todo fuera

mentira? ¿Y si la Sordouch en realidad no existe?

A Marlon aquello le tomó por sorpresa, mantuvo la boca

abierta unos segundos antes de responder:

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—¿Qué podemos hacer? Estamos en un lugar desconocido y han

pasado tantas cosas, esto es algo que se nos sale de control, a mí y a

ellos.

—Eres inteligente –le dijo Raúl y se volvió a sacar la moneda para

cacharla de nuevo.

—Iré a buscar a los otros –le dijo Marlon, retrocediendo. Raúl

asintió y el joven giró para tomar el callejón que le había dicho.

En una calle encontró a Adam sentado en una banqueta.

Jugueteaba con un perrito de pelaje café y orejas grandes.

—Hola –le dijo a Marlon cuando le vio llegar.

—¿Y ese perro?

Adam acercó al animal y le acarició la cabeza:

—Le di un hueso y me ha estado siguiendo desde el mercado.

—¿Dónde está Lourdes?

—Mmm. No lo sé, creí que estaba contigo.

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Se prendieron las luces de las calles, pues estaba empezando

a anochecer. Marlon jugó también con el perro, quien con la lengua

salida saltaba de un lado a otro; no tardaron en acercarse niños

Vasgols. Un guardia vigilaba todo desde corta distancia.

Lourdes llegó a la plaza. Ahora vestía unos pantalones cortos

y una blusa azul, lo que le quitaba casi del todo su aspecto rebelde.

Se acercó a ellos con las manos en los bolsillos y miró al perro ir y

venir.

—Pensé que estabais en el palacio –les dijo.

—Claro que no, ¿de dónde vienes? –le preguntó Adam.

—De la biblioteca. Deberían ir a ver la cantidad de libros

extrañísimos que tiene esta gente, muchos de ellos en un idioma que

jamás en mi vida había visto.

Pasor salió del callejón. Se le veía preocupado y ordenó a los

niños que regresaran a sus casas. Cargó al perro entre sus brazos y

dijo que él se haría cargo.

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—¿Pero por qué? ¿Ocurre algo? –quiso saber Adam, quien ya se

había encariñado con el perro.

—Sí, tienen que regresar al palacio y quedarse allí hasta mañana.

Los guardias y Saúl Bontiréa acaban de llegar y… —Se mantuvo en

silencio, pero continúo tras las miradas inquisidoras de los jóvenes—

. Mañana seguirá la búsqueda. Por ahora no han encontrado a la

joven Damila, pero sí el cadáver de… Aliresazz.

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Capítulo 8 Cree

El desayuno de bienvenida a la ciudad de Vanela le espera esta

mañana. Se plantearán temas sobre la ubicación de la Sordouch y

más.

Atentamente, Consejero del Señor Alto.

Marlon había encontrado esa carta pegada a la puerta. ¿Así

que les iban a explicar de una vez por todas dónde estaba la

Sordouch? Era el momento de cerrar viejas tramas. Pasor les estaba

esperando fuera del palacio, tal y como les dijo. Lourdes había

vuelto a su ropa negra y parecía muy contenta con ella. Hacía un sol

tremendo, y muchos madrugadores Vasgols se dirigían a sus trabajos

(algunos fuera de la ciudad), otros al mercado y los niños a lo que

parecía ser la escuela, una torre que se encontraba en el centro.

Pasor los guio un poco más allá de la torre del señor alto,

dejándolos en la entrada de una casona blanca. Había un ala de la

puerta abierta y por ella asomaba una mujer, invitándoles a pasar.

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Marlon entró primero al enorme salón. La mujer cerró la puerta

regalándole una gran sonrisa a Pasor, quien quedó fuera.

—Síganme por aquí –les dijo ella, apenas dándoles tiempo de mirar

ese salón iluminado, con cientos de plantas y una fuente en el medio.

El tono de voz de ella era chillón y mandón. Traía un largo vestido

blanco y un pelo recogido hacia arriba. Cuando pasaban por un

pasillo se presentó:—. Qué mal educada, ¿verdad? Mi nombre es

Elisa.

El siguiente salón era mucho más amplio, con estatuas de

soldados de mármol en cada esquina y, en el centro, una enorme

mesa rectangular donde estaban varias personas esperándoles. Tan

sólo verles llegar uno a uno se fue levantando. Vieron en el medio de

todos ellos al señor alto, quien fue el primero en hacerles una

reverencia; también los demás lo hicieron, pero sólo duró unos

segundos y se volvieron a sentar. Elisa les pidió que se sentaran en

tres de las cinco sillas que había vacías. Ella fue a ocupar la suya

enseguida del señor alto. Marlon vio que todas las demás personas

eran adultos, un anciano en una esquina, una señora algo llenita y de

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cejas muy delineadas, un hombre con el traje de guardia Vasgol,

pero que se diferenciaba de los demás por las insignias en su pecho;

era el capitán. Había dos señoras de vestidos amarillos y sombreros

negros, y un hombre que vestía igual que el señor alto, sólo que un

collar de plata en vez de oro. Justo enseguida de Elisa un hombre

muy delgado y que tenía un pañuelo amarrado en la frente, así como

en el otro lado de la mesa otro de lentes de media luna, gran nariz,

que parecía estar en disgusto con algún olor.

—Buenos días jóvenes –les saludó el señor alto—. Estábamos

esperándoles para empezar el desayuno.

Marlon ni había notado los platos y los cubiertos, así como

varias cazuelas tapadas. Las personas las fueran destapando y se

fueron sirviendo. Había entre los platillos una ensalada de color

rosado, un pastel de chocolate y carne bañada en jugo. Dos guardias

entraron y fueron sirviendo en las copas una bebida amarrilla.

—Prueben de esto también –les invitaba Elisa, quien destapaba

cazuelas y con el cucharon les ponía algo que ella ni siquiera sabía si

querían. Lourdes fue la primera en probar la bebida, y por su

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expresión pareció sorprendida del buen sabor. Adam se atragantaba

con un emparedado.

—¿Y durmieron bien? –les preguntó el señor alto, limpiándose la

boca con una servilleta.

Marlon fue el único que respondió, asintiendo, mientras

masticaba la ensalada rosa, que no resultó ser otra cosa que un

aderezo lo que le daba el color.

Cuando terminaron de desayunar los mismos dos guardias

entraron y empezaron a retirar los platos. Mientras lo hacían y,

conforme a lo acordado, el señor alto presentó a cada una de las

personas que ahí estaban; algunos eran representantes de señores

altos, y otros pertenecían a ―La orden de la estabilidad y el

ocultismo del sexto continente‖.

—Ahora bien –decía el señor alto—, cuéntenme todo lo que ha

pasado, lo que saben, paso a paso. –Y cruzó los dedos de sus manos,

mirándoles serio.

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Marlon, Adam y Lourdes intercambiaron miradas, pero fue

ésta última la que empezó a hablar:

—To Ual llegó a nosotros con mentiras –dijo la chica—. Nos hizo

creer que existía una cosa llamada Sordouch y que necesitaba ser…

—¡La Sordouch existe! –interrumpió el hombre de los lentes de

media luna, y empezaron los murmullos. La mayoría se mostraban

molestos. Entonces Marlon recordó lo que Raúl Bontiréa le había

contado en el quiosco, lo de aquella mujer que hacía mucho había

sido desterrada de Vanela por contar que la Sordouch no existía.

—¿Y dónde está entonces? –siguió Lourdes, y como palabras

mágicas el silencio llegó—. No estaba en Roxs, y al parecer tampoco

está aquí.

—¿Dónde estuvieron? –preguntó el señor alto—. Después de que

Roxs ardió, ¿dónde?

—Un tipo llamado Juar nos llevó por entre el bosque –respondió

Adam—. Pero después nos quiso envenenar.

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El señor alto agrandó los ojos y las señoras de vestidos

amarillos se llevaron una mano a la boca.

—¿Cómo es eso posible? ¡Un traidor! –soltó el anciano del grupo.

—No debería sorprendernos –dijo el capitán Vasgol—. En estos

tiempos los Doztrax están haciendo a muchos Vasgols de los suyos,

y hay traicioneros… por todos lados.

Aquellas palabras agregaron tensión e incomodidad. Marlon

fue el siguiente en hablar:

—Pero hubo un Vasgol que nos ayudó. Él... su nombre es Baros.

—El buen Baros –dijo el capitán—. Ése sí es digno de confianza.

—¿Qué pasó con el traicionero?

—Lo mató Baros –respondió Marlon, tajante—. Desde ese momento

su plan fue traernos a esta ciudad. Pero en el camino los Doztrax nos

seguían.

—Hubo… —dijo Lourdes, manteniendo la mirada en la mesa,

recordando algo que no le gustaba. Al levantar la mirada soltó—.

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Hubo una bestia que acabó con ellos, los destrozó, los... Y Damila,

ella cayó, la vi caer.

—Encontramos rastros de los Doztrax –le dijo el señor alto—. De

Damila nada. Y el día de ayer, no sé si ya lo sepan, fue encontrado el

cadáver de Aliresazz.

—¿Quién le mató? –preguntó Adam.

—Una flecha de un Doztrax o tal vez… un Jendario. Tenía también

rasguños y su cara…

—¿Qué es un Jendario?

Pero la pregunta no fue respondida, pues la puerta del salón

volvió a abrirse. Los tres jóvenes giraron a ver, pues vieron la

reacción sorprendida de las personas a su frente. Se trataba de un

hombre muy alto y flaco, barba grande y pelo largo. Vestía unos

pantalones sucios y pesados, bajo una camisa grande y negra que

tenía a los lados las singulares uves rojas. Y había alguien detrás de

él.

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—Me presento ante ustedes con el permiso del señor alto de Yuna –

dijo, haciendo una reverencia—. Soy antiguo soldado de Vanela,

Cree, desterrado hace cinco años – Se sacó un papel blanco de entre

la cintura y se acercó con él extendido. El señor alto hizo señas a

Elisa de que se levantara y ella, con paso tembloroso, se acercó a

Cree y le quitó el papel. Lo leyó primero para sí misma y luego en

voz alta:

—Con la presente hago constar mi permiso de una hora con veinte

minutos para que el ex soldado de clase alta Cree visite la ciudad de

Vanela para la única misión de entregar a la joven Damila y…

Lo que dijo después no fue escuchado, pues los murmullos

incrementaron. Entonces la persona detrás de Cree apareció. Damila

llevaba el cabello largo y brillante, usando un vestido blanco. Les

sonrió a todos. Marlon fue el primero en levantarse, y luego lo

hicieron Lourdes y Adam. Los tres jóvenes se abalanzaron sobre

ella, dándose un primer abrazo en grupo.

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A pesar de lo bella que se veía, Marlon no pudo evitar darse

cuenta de los rasguños en su brazo derecho y una raspadura en una

mejilla.

—Siéntense, por favor –dijo el señor alto, y al ver que sólo los

cuatro jóvenes lo hicieron, agregó:— Cree, usted también, es

necesario que nos explique.

El señor alto se mostraba el más emocionado y feliz por lo

que había pasado. Años posteriores se publicaría un libro titulado

―De cómo el gobierno del décimo sexto señor alto de Vanela logró el

rescate de Damila‖, en el cual se mencionaría a Cree no como

desterrado, sino como un guardia más de Vanela que siguió órdenes.

—Estaba en casa cuando escuché los disparos –contó Cree, y todos

se mantuvieron en silencio prestándole toda la atención—. Como

sabrán, es muy raro escuchar de otros en esas tierras peligrosas, y

desde que la bestia anda rondando nadie se acerca. Yo no le tengo

miedo, he llegado a controlarla –Y les mostró a todos una pequeña

flauta blanca—. El ser obedece a mi sonido y termina yéndose. Fue

lo que hice cuando llegue y vi que estaba a punto de atacar a Damila

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–La chica asintió, confirmando sus palabras—. La bestia agachó la

cabeza, empezó a retroceder y entonces salió corriendo perdiéndose

entre una de las cuevas. Le teme al sonido que produce esta flauta, es

a lo único que ese maldito ser le teme.

—¿Es verdad lo que está diciendo? –pregunta la señora llenita de

cejas delineadas.

—Sí –responde Damila—. Este hombre me ha salvado y no sólo eso,

sino que también me llevó a su hogar y curó mis heridas. Yo estaba

peor de la rodilla –Se dirigió especialmente a Marlon, Lourdes y

Adam cuando dijo eso—. También tenía raspaduras en los brazos y

como ven en el rostro; estaban peores. Le debo mucho a Cree.

—Esperé a que mejorara para traerla el día de hoy y…

—¡Debiste haber matado a esa bestia! –le dijo el capitán—. Uno de

nuestros hombres fue quizá atacado por ella después. ¡Debiste

matarla!

Se refería a Aliresazz. Se notó el nerviosismo en el rostro de

Cree. La verdad es que él nunca había pensado en asesinar a la

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bestia, juntos sin quererse compartían esas partes del continente

oculto.

—Él hizo lo que pudo –le defendió Damila—. Y lamento mucho lo

de Aliresazz.

Se mantuvieron callados, pero el señor alto tenía un dedo en

la cien, abriendo y cerrando la boca varias veces hasta que halló las

palabras correctas:

—Usted ha hecho un acto heroico, Cree. Será condecorado esta

tarde, antes del funeral de Aliresazz. Así que se le alarga su estadía

en Vanela por veinte horas más, después… tendrá que irse.

—¡No es justo! –soltó Damila—. Este hombre no puede seguir

siendo desterrado, no puede seguir viviendo en tal lugar.

—No te preocupes, Damila –le dijo Cree, pero la chica prosiguió:

—Es tan importante para ustedes que nosotros toquemos la

Sordouch, ¿no? ¿Tenemos que ser los cuatro? Si yo hubiera muerto

todo se hubiera echado a perder ¿no? El plan de To Ual, Che.

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—Así se habla –apoyó Lourdes—. Este hombre ha salvado a

Damila, algo que To Ual no hizo, ni vosotros lograron encontrarla.

—No me importa volver a vivir en Vanela –dijo entonces Cree, y al

decir eso se levantó; casi al mismo tiempo también Damila. La alejó

a la entrada y le murmuró unas palabras de despedida. Todos vieron

cómo la chica lo abrazaba y Cree abría un ala de la puerta.

—¡Espere! –le dijo el señor alto, haciendo un gran esfuerzo por

comportarse amable—. No olvide la condecoración, por favor, Cree.

—No lo haré, no desaprovecharé ningún momento en esta ciudad. –

Y al decir eso lanzó una mirada de complicidad con Elisa, que sólo

muy pocos notaron más no entendieron. Salió de la sala cerrando

fuertemente la puerta.

Cuando Damila volvió a la mesa todos se hallaban hablando,

discutiendo la decisión tomada por el señor alto. Algunos decían que

Cree podría hacer algo peligroso en esas veinte horas, que podría

vengarse, y otros, como el anciano, daban su aprobación, diciendo

que había perdonado al hombre.

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—Es buena persona –dijo Damila, pero nadie la escuchó.

—¡¿Pensáis decirnos dónde está la Sordouch de una vez?! –habló

Lourdes en voz alta, y todos dirigieron la vista a ella.

—Se encuentra en un templo del norte, pasando la capital de los

Vasgols. Mañana partiremos en Viltersax –respondió el capitán.

—¿En qué? ¿Mañana? –repitió Adam—. Un día más…

—¿Cuándo la toquemos nos regresarán a nuestros países? –preguntó

Marlon.

—Ése es un hecho que les garantizo también –dijo el señor alto.

—Mientras más rápido nos saquen de aquí mejor –soltó Lourdes—.

¿Por qué nosotros habiendo tantas personas? ¿Por qué?

Entonces la mujer llenita de cejas delineadas soltó una

exhalación. Se le notaba furiosa y la estaba señalando con un dedo:

—¿Y serás tú la indicada, chiquilla? –le dijo, y en seguida se mostró

también el enojo en Lourdes—. Ustedes piensan que son los únicos

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que están sufriendo, ¿eh? ¿Cómo se atreven a hablarnos de tal

manera, a nosotros superiores que ustedes?

—Romina, no es… —empezó el señor alto, pero la mujer no se

calló:

—Mi hijo partió hacia el templo donde está la Sordouch, ¿y si los

Doztrax ya lo mataron? Ah, pero ustedes sólo se preocupan en

querer ver a To Ual, como si ese bastardo…

—¿Cómo es? –preguntó Marlon, justo a tiempo ya que Lourdes

estaba a punto de maldecir—. ¿Cómo es la Sordouch?

—Es… —dijo Romina, sin apuntar a Lourdes pero con el dedo

levantado—. Es una cosa que brilla con fuerza, que tiene carne y

también piedra, que respira y bombea sangre, que te comunica pero

no habla. Es el mal de los cinco y… su resplandor, hermoso pecado.

El señor alto se levantó:

—La reunión ha terminado –dijo—. Elisa, lleva a los jóvenes de

regreso al palacio de Ope, por favor.

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Elisa asintió y uno a uno los presentes se fueron levantando.

Marlon, Damila, Adam y Lourdes siguieron a la mujer hacia las

afueras del salón, caminando de nuevo por aquella mañana movida

de Vanela.

—¿Dónde andará Cree? –se preguntó Damila, pero Elisa de buen

oído escuchó su murmuro.

—De seguro anda con el arquitecto Nirte –dijo—. Son grandes

amigos, y los dos, míos también. –Se detuvo y les guiñó un ojo—.

Creo que no los llevaré al palacio de Ope, qué aburrido. Mejor… –

Levantó las manos y las abrió y cerró varias veces, pensando—. ¡Sí!

Vamos al bar Xilius.

—Es muy temprano para emborracharnos –dijo Adam.

—¿Cómo podéis pensar en cerveza? –le riñó Lourdes.

—¿Por qué está Cree desterrado? –preguntó Marlon a Damila,

mientras pasaban por el mercado.

—Eso no me lo dijo –respondió la chica.

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—Es por una tontería –les dijo Elisa—. Cree, antiguo soldado de

Vanela, contó entre los de su clan que era probable que la Sordouch

no existiera. Fue desterrado por eso.

—Ya recuerdo, algo así me contó Raúl… —quedó callado porque

justo le acababa de ver.

En medio de una multitud alcanzó a ver a Raúl Bontiréa

batiéndose a duelo con su hermano Saúl. Se acercaron y como los

demás fueron testigos de movimientos de piernas y brazos, patadas y

golpes entre ellos pero sin golpearse, una especie de baile, de

espectáculo marcial. Saúl saltó sobre el pecho de Raúl y con una

voltereta regresó al suelo, luego se agachó para no recibir la patada

recta de su hermano.

—¡Pero si son idénticos! –exclamó Lourdes.

—Son hermanos, los Bontiréa –le explicó Elisa—. Jóvenes

guerreros, parientes cercanos de los Sorbins.

—¿Sorbins? Eso me suena –soltó Adam.

—Sigamos.

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Dejaron a los Bontiréa con sus artes y se adentraron media

cuadra más adelante en un bar tapizado de madera, tanto por fuera

como por dentro. Estaba muy iluminado por la luz de la mañana y se

dieron cuenta que fueron los primeros en llegar. Elisa los llevó a una

mesa del centro y no tardó en acercarse una mesera.

—Acabamos de desayunar, ¿o quieren algo ustedes? –Los chicos

negaron.

La mesera hizo una extraña mueca con la boca y se retiró

descontenta.

—¿Por qué hemos venido aquí? –preguntó Marlon.

—Cree vendrá para acá –dijo Elisa.

—¿Cree?

La mujer asintió, mirando hacia la entrada.

—No debe de tardar –dijo.

—¿Cómo sabe él que venimos a este bar? –inquirió Marlon.

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—Él estaba entre la multitud viendo a los Bontiréa, ¿no le vieron? –

Y soltó una risilla.

Pero aunque por un momento pensaron que todo se trataba de

una trampa, las palabras de la mujer se confirmaron y Cree entró al

bar Xilius. Al sólo verles se dirigió a ellos. Primero que nada

agradeció a Elisa.

—Tenía que despistar un poco –murmuró la joven, sonrojándose, y

él sonrió.

Damila intercambió una mirada con Lourdes.

—Bien, creo que será él –dijo Cree, y señaló a Marlon. De inmediato

los otros tres chicos y Elisa le observaron curiosos—. Vamos, ven.

Un confundido Marlon se levantó y siguió a Cree hacia una

mesa del fondo, a considerable distancia para no ser escuchados.

—Prestar mucha atención –le dijo Cree, una vez sentados entre las

casis sombras—. Ni los Doztrax son tan buenos como los Vasgols,

aunque deberían confiar un poco más en estos últimos. Todos se

mueven entre sí. Tienen que estar atentos. Mi vieja amiga Elisa ha

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entendido mi mensaje, y quiero que seas tú quien termine con la

misión.

—¿Yo? –soltó Marlon, con apenas sonido.

—Sí. Mi amigo el arquitecto Nirte vive en el último piso de la torre

roja, ¿la viste al llegar?

—Sí.

—Esta tarde, justo cuando el reloj de Vanela marque las tres, ve a

visitarlo. ¿Qué dónde está el reloj? Lo puedes ver desde tu

habitación en el palacio, todas las ventanas dan a parar justo a él,

pues se encuentra instalado en lo alto de la torre del señor alto.

—Está bien.

—Toma, entrégale esto –Y se sacó de entre un bolsillo de su saco

viejo y pesado un sobre blanco—. Cuando él lo lea entenderá y ya

verá qué hacer contigo— Marlon tragó saliva—. No tienes que

contarle a nadie de esto, ni siquiera a ellos, ni siquiera a Damila.

—Sí, sí…

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—Sabía que podía contar contigo, no me falles. Por cierto, ese es un

bonito dije de león, en el continente oculto se dan poco… los felinos.

Marlon quería preguntarle más cosas, pero Cree se levantó y

se dirigió a la otra mesa, dejándolo solo. El hombre abrazó con

fuerza a Damila y se despidió de ella y los demás. Cuando Marlon

regresó Elisa les dijo que lo mejor era que regresaran al palacio de

Ope.

—¿Y de qué han hablado? –no tardó en preguntarle Adam cuando

caminaban de nuevo por el mercado, donde el espectáculo de los

Bontiréa ya había finalizado.

—De mi dije de león –respondió Marlon. Adam se mostró confuso.

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Capítulo 9 Pasos robados

Desde la ventana del palacio de Ope, Marlon pudo ver que el reloj en

la torre del señor alto marcaba las tres de la tarde. Salió de su

habitación y bajó las escaleras de caracol, topándose a mitad de

camino con Pasor.

—¿A dónde va usted, joven Marlon?

—Iré a dar un paseo –mintió—. ¿Puedo?

Pasor se rascó la barbilla con su delgada mano.

—Recuerde que al oscurecer será el funeral de Aliresazz, les quieren

a los cuatro allí.

—Sí.

Pasor asintió entonces. Marlon llegó a las afueras del palacio,

pero una segunda persona le detuvo. Se trataba de Damila.

—Parece que llevas mucha prisa –le dijo ella.

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—La verdad es que sí –confirmó Marlon, consciente de que el

tiempo para su misión estaba corriendo.

—Es sobre lo que platicaron Cree y tú esta mañana, ¿verdad?

—Así es… Él…

—Es un buen hombre que salvó mi vida. Estoy segura que algo

importante te encomendó.

—Así es.

—Pues anda, qué pierdes tiempo.

—Gracias –Ya había girado pero se volvió de nuevo—. Yo… todos

estamos contentos de que estés bien, de que hayas regresado.

Damila le sonrió, y Marlon se quedó esos segundos sin poder

moverse, luego volvió a la realidad. Anduvo por las calles de

Vanela, ya con menos gente, pues la mayoría se encontraba en sus

casas comiendo, hasta que divisó la torre roja. En la entrada un

guardia Vasgol custodiaba. Cree no le había advertido sobre eso.

—Hola –saludó—, vengo a entregar algo al arquitecto Nirte.

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El guardia le miró de pies a cabeza.

—¿Y qué le vas a entregar?

—Es un sobre… un sobre que le manda el señor alto –se las ingenió.

Se sacó el sobre blanco que Cree le había entregado y se lo enseñó al

guardia-. Me pidió que nadie debía abrirlo, sólo Nirte. -Para su

suerte el Vasgol asintió y le dejó pasar.

En su interior esta torre era muy parecida a la del señor alto,

sólo que con las paredes de un verde oscuro y cuadros con imágenes

de personas que, seguramente, habían sido muy importantes antes en

el continente oculto. Si bien recordaba, el arquitecto Nirte se

encontraba en el último piso, así que volvió a subir escalones ese día.

Al llegar a la puerta final, una de madera y con telarañas, llamó tres

veces hasta que una abertura se abrió y por ella unos enormes ojos le

inspeccionaron.

—¿Quién anda ahí? –dijo una voz en tono agudo.

—Hola, buenas tardes, soy Marlon y vengo de parte de Cree.

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—¿Cree? ¿Has dicho…? —La puerta se abrió y se distinguió la

figura de un anciano encorvado, vistiendo una bata blanca y unos

lentes de gran aumento—. Anda, pasa.

Marlon entró y se encontró ante un despacho lleno de

estanterías con libros, telarañas en las paredes, mesas con recipientes

de vidrio que contenían líquidos azules y purpuras, tijeras,

microscopios, reglas, termostatos y más cosas para la medición o

cálculo de cualquier cosa que alguien pudiese estar investigando en

dicho espacio.

Nirte cerró la puerta y a paso lento se dirigió a Marlon

poniéndose frente a él y estudiándolo con sus ojos entrecerrados,

como si quisiera encontrarle algo.

—Oh sí –soltó Marlon—. Tenga, aquí está.

Se sacó de entre el bolsillo el sobre y se lo entregó a Nirte. El

viejo estaba batallando en abrirlo, hasta que recordó las tijeras que

tenía en su escritorio; fue a por ellas y logró abrirlo, pero había

partido la carta en dos, por lo que, con torpeza, para poder leerla

juntó los dos pedazos. Leyó con su delgada y vieja voz:

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—Amigo…bla…bla…Nirte…los Doztrax que se avecinan…por lo

tanto ellos tienen que conocer la manera correcta y… bla…bla…

¡Oh!...El antiquísimo libro…. –Arrugó los dos pedazos y los guardó

en el bolsillo de su bata—. ¡Ya está! Por aquí debe de estar.

Se acercó a la estantería que estaba justo frente a ellos y

empezó a buscar. Segundos más tarde, y sacándolo de una esquina

de la parte baja, sacó un grueso volumen negro. Cargándolo con algo

de dificultad se dirigió a su escritorio y posó el libro en la mesa.

Buscó entre las páginas hasta que pareció encontrar lo que buscaba.

—Este libro es la única copia existente en el continente sobre el libro

antiquísimo, el cual fue escrito por los Cinco –comentó Nirte—. Se

dice que el original yace en una pirámide del norte. Aquí, joven

Marco…

—Marlon.

—Aquí está escrita la forma correcta en que tú y los demás deben de

tocar la Sordouch. Sí, sí, hay pasos a seguir, sino podrían morir.

—¿Pasos?

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—¿A poco pensaste que sólo la tocarían y ya? ¡Por supuesto que no!

Ese inútil de To Ual siempre explicando mal las cosas –Se rascó el

cuello y luego se quedó pensativo. Marlon pensó que el viejo estaba

a punto de caer dormido—. Ya, ya, lo mejor será que tú lleves el

libro, oculto a la vista de todos los demás y que leas el capítulo

setenta y cuatro y memorices las instrucciones.

—¿Yo? ¿Instrucciones para tocar la Sordouch, los pasos?

—¡Así es! Tonto no eres Marco.

—¿Pero por qué lo debo de ocultar?

—Porque hay gente que no quiere que ustedes sepan esto. De hecho

muy pocos, entre ellos Cree, saben de la existencia de esta copia.

Los Cinco escribieron el manuscrito original incluso antes de crear la

Sordouch, después ellos…

Pero Marlon no supo qué pasó después de que los Cinco

crearan la Sordouch, pues una fuerte explosión se escuchó y él cayó

al piso del impacto. Habían brotado chispas, y de pronto la

habitación se llenó de un humo negro. Marlon no podía ver nada, tan

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sólo se escuchaba al arquitecto Nirte forcejear y decir que no.

Cuando el humo se fue disipando Marlon pudo ver a un hombre

sosteniéndose del alfeizar de la ventana. Vestía todo de negro,

incluso con capucha. Lanzó una mirada fugaz al joven en el suelo y

saltó al vacío llevando consigo el libro.

Marlon se levantó y vio tirado en el suelo a Nirte, con sus

propios líquidos cayéndole encima y lleno de tierra. Le ayudó a

ponerlo en pie, preguntándole más de una vez si estaba bien, pero el

viejo insistía en que lo estaba.

—Alguien te siguió –decía Nirte—. Alguien supo del plan de Cree,

¿a quién le contaste? ¡¿A quién?! –preguntaba el viejo, sosteniéndolo

de su camisa y zarandeándolo.

—A nadie –respondió Marlon, quitándoselo de encima—. No le

conté a nadie.

—Ése era un Doztrax, sin lugar a dudas –dijo Nirte y caminó hacia

la ventana, mirando hacia abajo los techos de las casas en Vanela, las

calles por las que ni rastro del ladrón—. Esto complica las cosas, no

te imaginas cuánto.

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—De verdad, yo no le conté a nadie…

Nirte se volvió y le sonrió.

—Lo sé –Se acercó a él y le dio una palmada en el hombro, luego

regresó a su escritorio—. Puedes irte, si ves a Cree coméntale lo

sucedido, a él o Elisa. Diles que el plan ha fallado.

—Sí… yo lo haré.

—Gracias.

Marlon asintió y salió del despacho. Bajó las escaleras casi

corriendo. En la entrada miró a dos guardias platicar, ignorantes de

lo que arriba había ocurrido. Recordó las palabras de Cree, los

Doztrax se movían entre ellos. Tenía que contarle lo que acababa de

pasar, pero no sabía dónde podía encontrarlo. Su segunda opción era

Elisa, así que se dirigió al salón dónde habían desayunado esa

mañana, para ver si podía encontrarla allí. La halló con otras dos

damas de vestidos largos y sombreros de plumas en la cabeza,

sentadas ante una mesilla afuera, jugando con unas cartas. Elisa se

levantó en cuanto le vio y se acercó a él. En voz baja le preguntó:

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—¿Y el libro?

—Lo han robado –respondió Marlon con agitación.

—¿Pero cómo? –Ella se llevó una temblorosa mano a la boca—. ¿Un

espía? ¡Hay un espía entre nosotros!

Las otras dos mujeres voltearon a verlos asustadas, luego una

de ella dejó su carta en la mesa y la otra rápido prestó atención a cuál

era. Murmuró que ella tenía las de ganar.

—El arquitecto Nirte me ha dicho que se lo dijera a usted o Cree.

—¿Cree? Mmm. No sé dónde esté, es el Vasgol más raro que existe.

Tal vez lo veamos en el funeral de Aliresazz. Bueno, gracias por

avisar…, es una desgracia.

—¿Nadie sabe los pasos para tocarla, es decir, sin el libro?

—Me temo que sí… hay alguien. Pero ahora regresa al palacio de

Ope y no le cuentes a nadie de lo ocurrido –Marlon asintió—. No

olvides que en la tarde es el funeral y su última noche en ciudad

Vanela.

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***

Despedir a un soldado de Vanela era un acto que llamaba la atención

de todo el pueblo. En el medio de la plaza yacía el cuerpo de

Aliresazz dentro de una pirámide de cristal, la que brillaba por luces

de colores entre sus líneas. Había a los lados soldados con trompetas

y tambores, y desde un podio el señor alto daba unas palabras. Ya

era de noche cuando el evento había empezado, y Marlon llegó en

cuanto Pasor le indicó que saliera.

—Se te hizo tarde –le hizo notar Lourdes.

Ella, Adam y Damila ya estaban entre la multitud de gente,

escuchando las palabras de honor del señor alto; al terminar de

hablar el hombre cruzó sus manos en una cruz y los soldados

realizaron una reverencia que no terminó hasta un minuto después,

cuando los brazos del señor alto regresaron a la normalidad. Hubo un

chiflido y en seguida el cielo se iluminó de fuegos artificiales. De

una casa salieron un montón de jovencitas con vestidos y pañuelos,

que bailaron alrededor de la pirámide. Algunos Vasgols aplaudían

junto con el lamento de ciertas mujeres.

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Damila se miraba muy triste, e incluso Marlon pudo notar

una lágrima en su ojo izquierdo. De seguro no podía sacarse de la

cabeza que Aliresazz había muerto mientras la buscaba. Quiso

acercarse a ella para comentarle algo que la animara, pero Lourdes

se adelantó.

—Era un buen soldado –le dijo—. Lo conocimos poco, ¿verdad?

—Sí –respondió Damila, y se limpió la lágrima y le regaló una

sonrisa—. Muchas cosas están pasando, personas están perdiendo la

vida y…

—No es por culpa de nosotros –dijo Lourdes—. Es por culpa de la

Sordouch, sea lo que sea, y de los Doztrax. Ya mañana veremos a To

Ual y todo acabará.

—Sí, regresaremos a nuestros países –Se mantuvo en silencio unos

segundos, mirando el espectáculo de las bailarinas—. ¿Hay alguien

que te espera? –preguntó entonces—. ¿Alguien especial?

Lourdes lo pensó, luego negó. Pero era mentira. Sí había

alguien. Andrés la había visto justo antes de que ella fuera bajo el

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árbol y se encontrara con To Ual. Andrés la quería, le había

confesado su amor ese día. Se movió un poco la manga y se vio la

rosa negra tatuada en su brazo derecho.

Entonces la música paró, los fuegos artificiales dejaron de

iluminar, y de la misma casa de la que habían salido las bailarinas,

apareció una mujer vieja, de larga cabellera llena de canas y una

bata, quien llevaba una antorcha encendida. Caminaba en silencio, a

paso lento, hacia la pirámide.

—¡Oh no! –soltó Damila, sabiendo lo que pasaría.

—Vengan –Se acercó Marlon a ellos—. Les tengo que contar algo.

Adam, Lourdes y Damila le siguieron hacia el bar Xilius.

Ninguno pudo ver a la pirámide de cristal bañarse en fuego con el

cadáver dentro. Marlon se asombró de ver que había gente en el bar,

pensaba que la mayoría estaba en el funeral. Buscó una mesa del

fondo y los llevó a ella. El lugar, de noche, era iluminado por velas y

sólo un candelabro con luz eléctrica colgaba en el centro del techo.

Una mesera se acercó.

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—¿Gustan algo?

Los cuatro se voltearon a ver.

—¿Cómo se paga aquí? –preguntó Adam.

—Con moneda Vasgol de la capital –les respondió ella con una

sonrisa—. ¡Pero ustedes son los cuatro! Todo es gratis en el

continente oculto para ustedes durante su estadía.

—¿En serio? –soltó Lourdes—. ¿Tan importantes somos?

Pidieron chocolate caliente, excepto Adam quien pidió una

cerveza.

—Vamos, tenemos que ver a qué sabe la cerveza en un continente

desconocido –se justificó.

—Hay algo que tengo que contarles –les dijo Marlon—. Estamos

metidos en un lío.

—¿No me digas? –se bufó Lourdes.

Los cuatro rieron.

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—No, de verdad, es mucho más serio de lo que pensábamos. Hay

pasos, sí, pasos –repitió ante las miradas inquisidoras—. La misión

que me encomendó Cree –Miró a Damila, y luego en general cuando

prosiguió:—, era sobre ir por un libro, al parecer muy importante

que… explicaba los pasos correctos para tocar la Sordouch, pero ha

sido robado.

—¿De modo que ahora no sólo será tocarla y ya? Sino que es más

difícil –preguntó Adam.

—Eso creo.

—Pero To Ual puede saber esos pasos, ¿no creen? –inquirió

Damila—. Mañana que lo veamos le preguntamos.

—¿Y cómo fue que lo robaron? –quiso saber Lourdes.

—Un Doztrax, Elisa piensa que un espía, nos atacó a mí y a la

persona que me daría el libro.

—¿Y ahora qué haremos? –soltó Adam.

—Seguir instrucciones y confiar –respondió Marlon—. Confiar en

que saldremos vivos de esto.

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Se quedaron en silencio. La mesera regresó con las tres tazas

de chocolate caliente y la cerveza. Afuera se escuchaba el sonido de

las trompetas, como última despedida al alma de Aliresazz. Mañana

llegaría To Ual, pensaba Marlon, después de todo por lo que habían

pasado. ¿Qué haría al verlo?

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Capítulo 9 Las patadas del Bontiréa

Ese día en Vanela había mucha gente. Marlon fue levantado por

Pasor cuando daban las diez de la mañana. El Vasgol le quitó la

almohada de la cabeza de un jalón y el joven, tallándose los ojos, se

puso en pie medio adormilado.

—¿Qué pasa?

—Qué te están esperando abajo –le dijo Pasor, entrelazando los

dedos y mostrando sus dientes.

—¿Ya llegó? –Se refería a To Ual, el hombre asintió.

Salieron del palacio de Ope. La mayoría de las personas

estaban reunidas en la plaza. La pirámide con las cenizas ya había

sido retirada, y sólo quedaban ciertos residuos de la noche anterior,

como confeti o serpentinas. Marlon y Pasor anduvieron entre el

gentío, esquivando a los comerciantes que se dirigían al mercado,

con sus carretas llenas de tomates, cebollas y zanahorias. Entre las

personas Marlon distinguió algo que nunca había visto; de hecho

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eran dos de su tipo. En vez de cuatro llantas, este largo transporte

tenía una llanta ancha y ovalada que se extendía de principio a fin. El

frente estaba cristalizado, dejándose ver el asiento del conductor,

ahora vacío. La boca del vehículo era ancha, de color rojo eléctrico,

y se iba haciendo delgada hasta topar en la mitad, donde se volvía a

alzar con una figura llameante, para terminar colgando en una

especie de polea. Para los pasajeros estaba una ventanilla

rectangular. Elisa se acercó a Pasor, y Marlon aprovechó para

acercarse a Damila y Lourdes, que estaban solas, algo confusas, en

medio de la multitud.

—¿Qué es toda esta gente? –les preguntó.

—Hasta que despertáis –riñó Lourdes.

—No lo sé –respondió obstante Damila—. No sé si todos ellos nos

acompañarán, aunque sólo hay dos Viltersax.

—¿Dos qué?

—Son esos transportes, vienen de la capital y con ellos nos llevarán

hacia la Sordouch.

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Marlon prestó de nuevo atención, y de un Viltersax apareció

Adam. Dio un saltó al suelo y se dirigió a ellos.

—¡Estas máquinas son geniales! –dijo emocionado.

—¿Y dónde está…? –Pero Marlon calló, pues le acababa de ver.

To Ual, quien había estado platicando con el señor alto y

otros hombres, giró su mirada para ver directamente hacia los cuatro.

Parecía que todo el mundo se movía menos ellos. Mencionó algo al

señor alto y luego caminó directo hacia los jóvenes. Vestía su misma

bata negra con escamas, y debajo esa vestimenta pegada al cuerpo,

de color blanco. Llegó con una sonrisa.

—Hola chicos –dijo.

—Hola –respondió sólo Damila.

—Me alegro mucho de verlos de nuevo y de que estén bien –

Lourdes presionó los puños—. Han pasado por muchas cosas en tan

poco tiempo, me lo ha contado el señor alto.

—¿Dónde estabas? –le preguntó Marlon.

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—Yo… Estaba lejos de ustedes como para poder ayudarles, les

ruego me perdonen.

—¿Qué estabais haciendo? –inquirió Lourdes—. Nos dejaste con un

Doztrax, ese Juar… ¡Nos mentiste!

—No, no lo vean así –pidió To Ual—. No pensé que las cosas se

pondrían peligrosas. No pensé que los Doztrax iban a estar atentos

y… que les seguirían.

—¿Y por qué no tú? –preguntó Adam, y Marlon sabía a la

perfección a qué se refería—. ¿Por qué nosotros habiendo tantas

personas tenemos que tocar la Sordouch?

To Ual pareció nervioso.

—Tal vez ni sean ustedes –dijo en casi un murmuro—. Se les

regresará a su país, todo está por acabar. Además no podemos ser

nosotros los Vasgols, ni tampoco los Doztrax, tiene que ser gente

como ustedes.

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—Pero si no hay ninguna diferencia entre ustedes a nosotros –soltó

Marlon—. Son personas que sólo los dividió una creencia, como lo

es la Sordouch.

—¡Calla! Baja la voz, tú menos que nadie debe de andar hablando de

creencias –bufó To Ual—. Por favor, confíen una vez más en mí. La

Sordouch está cerca, pronto la verán, la tocarán y todo esto habrá

terminado.

Marlon estuvo a punto de contarle del libro que había sido

robado, pero supo elegir sus palabras:

—¿Tocarla solamente? ¿No hay pasos para hacerlo?

To Ual levantó la quijada y suspiró. ¿Cómo era posible que le

preguntara eso?

—No existen pasos, no sé quién les ha metido eso en la cabeza, pero

no existen pasos –dijo—. Sólo la tocarán y ya. Los Viltersax les

llevarán. El señor alto, dos coordinadores, un consejero y yo iremos

en el de adelante. También irán jinetes custodiando. Partimos en

media hora.

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Tras decir esto, To Ual se dirigió de regreso con el señor alto,

quien desde lejos había prestado atención a toda la conversación.

Elisa y Pasor se acercaron a ellos al ver que se quedaron solos.

—¿Todo bien? –preguntó Elisa.

—Eso parece –masculló Lourdes—. Nos ha dicho que en media hora

partimos. ¿Vosotros vendréis?

—No –respondió Elisa, y Pasor también negó con la cabeza—. En

cambio ellos sí –Y señaló hacia varios soldados. Algunas cabalgaban

caballos, y no muy lejos Saúl y Raúl Bontiréa examinaban el filo de

sus espadas.

—¿Dónde está Cree? –preguntó Damila.

—No lo sé, puede que se haya ido de Vanela –respondió Elisa con

tristeza—. Recuerda que es un desterrado.

—Hubiera sido genial que él nos acompañara –comentó Marlon.

Elisa se cruzó de brazos y les miró con cariño.

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—Todo saldrá bien –les dijo—. Cuando todo acabe espero no se

olviden de nosotros, a pesar de las malas experiencias que han vivido

en el continente oculto.

—En Vanela nos han tratado muy bien –hizo notar Adam.

De pronto la gente se notó alterada, y algunos soldados

señalaban hacia el cielo, en donde una nave plateada volaba

alejándose de Vanela. Un guardia obeso corría algo cansado hacia

todos y no se detuvo hasta llegar a To Ual. Muchos guardaban

silencio, esperando escuchar lo que diría:

—Señor…señor To Ual…su nave… ¡su nave la han robado!

El señor alto se llevó una mano a la cabeza, y cinco guardias

corrieron en dirección de donde había venido su compañero. El

murmullo de las personas incrementó por todas partes.

—¿Han robado la nave de To Ual? –mencionó Lourdes—. ¿Y si se

trata de la misma persona que robó el libro? –le murmuró a Marlon,

y éste presionó sus labios.

—Puede ser.

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Saúl Bontiréa se acercó a ellos. Su hermano era uno de los

que había corrido con los otros guardias. To Ual parecía

despreocupado.

—Jóvenes, lo mejor es que suban ya al Viltersax –les pidió el

Bontiréa—. A como están las cosas es mejor que partan ya.

—¿Tú vendrás? –le preguntó Marlon.

—No, pero mi hermano Raúl sí, será uno de los jinetes escudo.

Elisa dio un abrazo a cada joven, y al terminar se limpió con

un pañuelo las lágrimas de sus ojos. Pasor dio una reverencia ante

los cuatro.

—No es necesario –dijo Adam.

Saúl Bontiréa los llevó hacia el segundo Viltersax. Marlon y

Adam dieron una mano a las chicas para ayudarles a subir. El Vasgol

desde fuera les sonrió.

—Mucha suerte, jóvenes –les dijo—. Sé que lo harán bien.

—Gracias –respondió Damila.

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—Sí, gracias por todo –soltó Marlon.

Lourdes en cambio ya había encontrado su lugar, sentándose

al fondo junto a la ventanilla. Los asientos eran forrados en negro y

había un espacio al frente donde podían ver la cabina del conductor.

—Es como un carruaje del futuro –comentó Adam una vez que Saúl

se hubo retirado—. ¡It´s crazy!

Nada supieron del ladrón de la nave, ninguna persona en

Vanela decía haberle visto. To Ual iba y venía, saludando a éste y a

aquel. Marlon le miraba desde la cabina, cómo sonreía, cómo se

ponía serio. Parecía tan lejano el día en que le había, supuestamente,

rescatado de aquel tsunami. La inevitable imagen de su familia.

—¿Te pasa algo? –le preguntó Damila.

—No, nada –respondió él tras salir de su ensimismamiento.

To Ual, el señor alto y otras tres personas subieron al primer

Viltersax, junto con el conductor. Cinco jinetes rodearon ese primer

transporte, y luego otros cinco al segundo, entre ellos iba Raúl

Bontiréa, con la mirada firme. Intercambió una mirada rápida con

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Marlon y le guiñó un ojo, dejando verse su tatuaje del sol. Un

hombre de gran nariz y con un uniforme tinto subió al Viltersax y se

dirigió a la cabina.

—Mi nombre es Humberto –les dijo—. Y seré su conductor.

—Vale, vale –soltó Lourdes.

El Viltersax empezó a moverse, aunque apenas sintiéndose.

Era como si estuviera flotando. Salieron de aquella plaza hasta

dirigirse a la salida de la ciudad. La gente desde sus casas les

despedían con pañuelos, y algunos niños y perros les seguían, pero

sin acercarse demasiado a los jinetes, quienes portaban espadas y al

parecer una especie de pistolas en sus cinturones. Adam fue el

primero que aprovechó la ocasión para desde la ventanilla decirle

adiós a aquellas personas, y pronto se unieron los demás; incluso

Lourdes, quien desde la otra ventana mostraba su natural sonrisa a

los Vasgols.

De esa manera pues, los cuatro jóvenes, custodiados y

acompañados esta vez por la persona que a tal continente les había

llevado, salían de ciudad Vanela y se dirigían por fin hacia la

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Sordouch. Desde la torre roja el arquitecto Nirte miró partir a los

Viltersax y los jinetes, y deseó con todas sus fuerzas que todo saliera

bien.

No tardaron en encontrarse en campo abierto, con las

montañas y los cerros no muy lejos, al este la niebla de las tierras

tintas donde vivía el ser de ojos furiosos, las cuales perdieron de

vista minutos después. Pronto se vieron rodeados de bosques, y

seguían por el norte, parajes deshabitados, en donde no había camino

trazado, pero los transportes se las ingeniaban muy bien. Hacía un

clima perfecto para el viaje, no mucho sol, pero sí un cielo tan azul

con sus nubes brillantes.

—¿Cómo creen que sea? –preguntó de pronto Damila—. Sí, la

Sordouch –agregó ante las miradas curiosas.

—Pues… —empezó Adam—. La mujer esa, en la reunión, dijo que

era algo que parecía tener vida.

—Me la imagino como parada esperándonos, pero a la vez muy

débil –describió Marlon.

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—Y recuerden –interrumpió Humberto el conductor—, que pase lo

que pase no deben mirar el resplandor.

—Sí, que nos han dicho eso –dijo Lourdes.

—Ya ven lo que le pasó al pobre Sed Sorbin, y no sólo a él, sino a

toda su estirpe; fueron desterrados.

Cerca del mediodía Marlon empezó a sentir hambre. No

había ni desayunado, y buscó en los alrededores del Viltersax pero

no parecía haber comida. Se preguntaba si los demás sentían lo

mismo. Fue una suerte cuando, cerca de las tres de la tarde de ese

día, se detuvieron en un camino elevado, donde estaba una cabaña.

—Pueden bajar –confirmó Humberto, flotándose las manos.

Los jinetes ya amarraban a sus caballos en los árboles del

lado, mientras To Ual y los hombres del primer Viltersax se hacían

paso dentro de la cabaña, la cual tenía una bandera verde en lo alto.

Cuando Marlon bajó pudo estirarse y sentir el aire fresco. Humberto

les explicó que podían pasar para comer, pues resultó que dentro de

la cabaña les esperaba un onceavo jinete, quien había preparado un

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banquete especial. Dogi, que así se llamaba, era llenito de nariz

gruesa, ojos pequeños y una sonrisa amable. Al ver llegar a los

jóvenes les pidió con cortesía que tomaran asiento y descansaran un

poco.

—Han llegado muy pronto –dijo Dogi a To Ual—. Les esperaba

cerca de las seis.

—Sí, pero ha habido un inconveniente –contó—. Alguien ha robado

mi nave y hemos decidido partir ya. No sabemos qué intenciones

tenga ese ladrón.

—Ya veo, tiene razón. Mientras más rápido lleguemos a la Sordouch

mejor.

—Señor To Ual –interrumpió Raúl Bontiréa, quien estaba sentado en

un mueble verde—. Cuando terminen ellos dos –Señaló a Adam y

Marlon—, ¿pueden acompañarme por agua para los caballos?

—Sí, claro –respondió To Ual, y luego continuó su conversación con

Dogi, apenas escuchando el ―Gracias‖ del Bontiréa.

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Raúl se levantó del sillón y se acercó a Marlon y Adam,

quienes disfrutaban de la comida. Les dio una palmada a cada uno en

el hombro y les dijo:

—Los espero afuera.

Los dos jóvenes asintieron.

—No entiendo por qué ustedes –murmuró Lourdes—. ¿No pueden

ayudarle otros jinetes?

Marlon frunció el entrecejo, y Adam subió y bajó los

hombros; qué importaba en ese momento, la comida estaba

demasiado buena. Dogi, que portaba un sombrero de cocinero, iba y

venía de la cocina a la mesa, preguntando si todo estaba bien. To Ual

salió de la cabaña. Parecía que quería evitar ser cuestionado por los

jóvenes.

Cuando terminaron de comer, Marlon y Adam fueron

llamados por Raúl desde la puerta. Al salir vieron que los guardias

daban zanahorias a sus caballos.

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—Pronto tendrán sed, tomen esas cubetas –les pidió el Bontiréa,

señalando dos cubetas de metal que estaban sobre el pasto. Los

chicos fueron a por ellas y le siguieron entre el bosque, yendo de

bajada entre los pinos y los matorrales—. El río está justo aquí

bajando. Y díganme, ¿qué tal les ha tratado el continente oculto?

Los dos chicos bajaban con dificultad, deteniéndose de vez

en cuando apoyados del tronco de un pino.

—Suponemos que bien –respondió Adam por lo bajo.

—¿Piensan que los Doztrax nos están siguiendo? –le preguntó

Marlon.

—Esperemos que no sea así –dijo Raúl, sin girar a verlos.

Llegaron al río. Marlon y Adam se agacharon para llenar las

cubetas, mientras Raúl, con las manos en la cintura examinaba a los

alrededores. No, nadie los había seguido, pensó.

—Faltará más agua –comentó—. Pero que venga José y Elías a

acompañarme en la segunda ronda.

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Marlon cargó su cubeta y fue el primero en subir de nuevo de

regreso; Adam le siguió y el Bontiréa, masticando una hierba,

caminó tras ellos. Iban a la mitad cuando Marlon quiso saber si iban

por el camino correcto, pero no recibió respuesta.

—No está… —soltó Adam.

En efecto, Raúl Bontiréa no se hallaba por ningún lado.

—¿Pero qué…?

Dejaron las cubetas en el suelo y se pusieron a escudriñar

entre las ramas de los pinos y los matorrales, pero sólo se topaban

con los rayos del sol filtrándose. Entonces una sombra les cubrió y

dejó de hacerlo; se escucharon los crujidos sobre ellos. Vieron al

soldado saltando de brazo en brazo de cada pino, con las manos

cruzadas por detrás, con una increíble destreza. Hasta que saltó de

nuevo al suelo, frente a ellos. Sonreía de lado, y sus oscuras pupilas

se posaban con frialdad. Llevaba en sus manos unas hojas de un

libro, y como si se tratara de naipes, las abrió unas a la izquierda y

otras a la derecha. Hizo que le taparan el rostro hasta la nariz,

ocultando su sonrisa.

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—Se me perdieron de vista los dos –les dijo—. Eso merece un

castigo.

—¿A qué te refieres? –le preguntó Marlon—. Se supone que tú nos

ibas siguiendo.

Habló sin dejar de zumbarle en sus oídos la palabra castigo.

—¿Sabes qué son estas hojas? –le preguntó, luego las bajó y su

expresión ahora era seria—. Pertenecen al capítulo setenta y cuatro

del libro de los Cinco.

Eso le sonaba a Marlon… le vino a la mente la imagen del

arquitecto Nirte; ¡él había mencionado ese capítulo!

—¿Tú? ¡Eres tú quien robó el libro!

El Bontiréa asintió y se acercó a ellos, con total naturalidad.

Le extendió a Marlon las hojas, y el joven las tomó. Dando un saltó,

el Vasgol volvió a posarse sobre la rama de un pino y volvió a saltar

más adelante de ellos, luego regresaba y en un segundo se pasaba a

las de enfrente del camino. Adam le veía confuso, hasta que accedió

al llamado de Marlon.

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—Dime si puedes leerlas –le pidió.

Adam tomó las hojas. Estaban escritas con unos caracteres

que nunca había visto pero… les entendía.

—Sí, sí puedo. ¿Pero cómo?

—No lo sé –respondió Marlon—. Yo no conozco este idioma, nunca

antes le había visto pero… le entiendo, al igual que tú.

—¿Y si este es el idioma original de los Vasgols?

—¿Y si todo este tiempo han estado hablando otro idioma

desconocido pero que entendemos?

—¿Cómo es eso posible?

Raúl les sobresaltó, cayendo justo enfrente de ellos y

arrebatándoles las hojas. Tal sólo tenerlas en su poder, se inclinó un

poco hacia atrás y lanzó una patada recta, fuerte, al estómago de

Marlon, quien cayó al suelo sofocado. Adam se agachó para ver si

estaba bien.

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—Estos –les dijo Raúl, caminando dos metros adelante—, son los

pasos para tocar la Sordouch. El Doztrax espía soy yo.

Adam ayudó a Marlon a ponerse en pie. El Bontiréa volvió a

saltar hacia los pinos; de nuevo saltaba y saltaba entre sus brazos,

hasta que se perdió de vista.

—Tenemos…que huir…de aquí –jadeó Marlon.

—Sí, sí –decía Adam, buscando—. Vamos.

Apenas habían dado unos pasos cuando Adam sintió una

fuerte patada en su espalda. Cayó al suelo, tumbando también a

Marlon; éste, ya más repuesto no tardó en ponerse en pie.

—¡Adam!

El Bontiréa dio una voltereta con las piernas levantadas y

propinó su segundo golpe a Marlon, pero esta vez con un pie y luego

con el otro. Marlon cayó al suelo. Sentía su cabeza zumbar, a pesar

de que el golpe había sido uno en su estómago y otro en su brazo

derecho.

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Raúl Bontiréa reía. Mostró las hojas del libro de los Cinco y

espero a que las miradas de sus dos víctimas estuvieran fijas en él.

Fue cuando rompió a la mitad un capítulo entero.

—Ahora les daré un golpe final –les dijo—. No los mataré, les

llevaré a la ciudad de los Doztrax.

Los dos jóvenes, jadeantes, yacían en el suelo. Adam estaba a

punto de levantarse, pero Marlon lo hizo primero.

—¡NO! –fue el grito que lanzó.

La calma del bosque se vio interrumpida. Los pájaros

salieron volando, los pinos se movieron, la energía perturbó la

naturaleza. La cabeza de Raúl Bontiréa estalló, como un globo de

agua que ha sido pinchado. La sangre brotó por todos lados. El

cuerpo sin cabeza cayó al suelo. Marlon se quedó temblando,

incrédulo, hasta que fue perdiendo el conocimiento. Adam no daba

crédito a lo que veía. Cayó y aruñó la tierra, quedando echado junto

a los otros dos cuerpos.

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Capítulo 10 El rostro de piedra

La parte sur del continente oculto iniciaba con el desierto oscuro, los

restos del fuego, le decían algunos, pues su arena parecía ceniza.

Existían allí los volcanes, y uno en particular, el más grande y que

siempre parecía estar a punto de exhalar una llamarada. A sus pies se

encontraba alguien desterrado y líder de su tribu, los Sorbins,

quienes no siendo aceptados ni por los Vasgols ni por los Doztrax,

habitaban ocultos en los restos del fuego.

La nave plateada aterrizó un poco lejos del volcán, lanzando

una gran cantidad de arena oscura a su alrededor. La puertilla botó

hacia adelante y por las escaleras fue bajando Cree, quien había

robado esa nave de ciudad Vanela. Cree le buscaba a él, a el hombre

de las cenizas, como le nombraban algunos. Dejaría la nave ahí y se

acercaría al volcán, donde se dice estaban los Sorbins. Portaba su

espada y una pistola Vasgol en el cinturón, consciente de que los

Sorbins no confiaban en nadie y podrían atacarlo. Aparte no muy

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lejos se hallaba la ciudad de los Doztrax, por lo tanto tenía que poner

especial atención.

Bajó una colina y a los pies del volcán divisó alrededor diez

pequeñas casas de madera; también vio fogatas. Se miraban a los

Sorbins sobreviviendo pero a la vez acostumbrados. Iba a bajar la

colina cuando sintió un filo en su espalda.

—Gira –le ordenó una voz.

Cree fue girando con lentitud. El hombre de las cenizas se

encontraba ante él, apuntándole con una especie de lanza.

—No lastimarías a tu viejo amigo –le dijo Cree con las manos medio

levantadas.

—¿A qué ha venido Cree el desterrado a tan lejanas tierras? –

preguntó el otro, bajando la lanza.

Cree le sonrió, pero no recibió igual respuesta. El rostro del

hombre de las cenizas se mantenía frío.

—¿Has olvidado la promesa que realizaste al señor alto de la

capital? –le preguntó.

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—Por supuesto que no.

—Eso es bueno, porque ahora más que nunca necesitamos los

servicios de Liad Sorbin.

Liad enterró la lanza en la arena y caminó hacia las orillas de

la colina, donde se quedó un rato viendo a su gente. Era joven, no

debía pasar los treinta años. De cabello castaño y delgado, usaba

ropa desgastada y una capa verde.

—¿Han hecho venir a otros? –preguntó.

—Sí, son cuatro esta vez.

—Si me ocupan es porque saben que son ellos.

—Aún no está confirmado, pero hay un alto porcentaje a que lo

sean… muchos lo sienten.

—¿Cómo te has hecho de esa nave? La vi desde acá cómo

aterrizaba.

—Es la nave de To Ual… en ella te llevaré, si aceptas.

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Liad Sorbin le miró. Sabía que si aceptaba su vida cambiaría.

Dejaría a su familia, a todos allá abajo, quizá para siempre. Él había

sido el elegido por los demás Sorbins para pagar el pecado que su

antepasado había cometido, el de mirar el resplandor. Sólo así serían

aceptados de nuevo entre los Vasgols.

—Los Doztrax no quieren que sea yo –dijo entonces—. ¿No

atacarán en el momento preciso?

—Es lo más seguro. Tenemos que estar allí cuando suceda,

ayudarles. Liad, por favor.

El Sorbin caminó hacia la lanza y la desenterró. La cargo ante

sí mirando su vieja arma, observando el filo.

—¿Y si no funciona?

—Entonces ellos tocarán la Sordouch –mencionó Cree, y tras unos

segundos Liad asintió.

***

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Lourdes llegó con los paños mojados de agua caliente y le pasó uno

a Damila; les colocaron en la frente de sus compañeros. El jinete

Dogi prohibía el paso en la entrada de la cabaña. To Ual caminaba

de un lado a otro, preocupado. Al igual que todos se preguntaba qué

había ocurrido. Los jóvenes habían sido traídos por José y Cali, dos

de sus jinetes, quienes al ver que Raúl ya había tardado mucho con el

agua para los caballos, bajaron a buscar y encontraron al cuerpo y a

los chicos inconscientes. Al regresar con los dos jóvenes,

cargándolos, José apenas y podía hablar, y fue Cali, con voz

temblorosa, quien explicó:

—Abajo se halla… Raúl sin cabeza. Es terrible.

To Ual, acompañado del señor alto y otro soldado, bajaron a

revisar. Tal y como Cali lo dijo: el escenario era terrible, sangre por

todas partes y el cuerpo sin cabeza.

—Dejarlo aquí –ordenó To Ual, sin importarle los reproches del

señor alto.

—Era un buen soldado –dijo éste—. ¿Es posible que uno de los dos

chicos haya hecho esto?

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To Ual asintió

Desde ese momento la atención se había centrado en Marlon

y Adam, y todos esperaban a que despertaran para que contaran lo

ocurrido.

—No les mataron y no se los llevaron –decía Dogi desde la puerta—

. Entonces no fueron Doztrax, al menos que…

—¡Sabía que despertarías! –soltó Lourdes, y Adam se sentó

en el borde de la cama, cerrando y abriendo los ojos. Poco a poco

recordaba dónde estaba y quiénes eran aquellas personas. To Ual se

acercó a él para preguntarle si se sentía bien o le dolía alguna parte

de su cuerpo. Adam se tocó la espalda; trató de contar lo ocurrido.

—…Y entonces la cabeza le explotó, en pedazos –terminó de contar.

—¿Explotó? –murmuró Lourdes en voz baja.

Por suerte Marlon no tardó en despertar y él también contó su

versión de los hechos.

—¿Rompió las hojas de ese libro? –preguntó To Ual, incluso cuando

los dos ya lo habían mencionado.

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—Qué sí –respondió Marlon—. Él lo robó de la torre en Vanela,

Cree me había mandado a por él.

—¿Cree? —To Ual perdió su vista en la nada, sabiendo ahora quién

había robado su nave.

—¿Entonces el hermano de Saúl Bontiréa era un Doztrax? –

preguntó Damila, y Marlon asintió.

—Espero que él haya sido el único espía entre nosotros –murmuró

To Ual mirando para las afueras de la cabaña, donde se veían a los

otros jinetes platicando—. ¡Dogi! –El guardia gordo le miró

asustado—. Prepara todo para partir.

Dogi asintió y se retiró de la entrada, yendo a la cocina para

preparar las provisiones para el viaje que les aguardaba.

—¿Por qué no me habías mencionado lo del libro? –le preguntó To

Ual a Marlon.

—Este… se supone debía mantenerlo en secreto. Ese libro contenía

los pasos para tocar la Sordouch y…

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To Ual se llevó el dedo índice a los labios, pidiendo que

callara.

—No te preocupes –le dijo—. Una vez lleguen a la Sordouch ustedes

cuatro sabrán, simplemente, qué hacer.

El Vasgol se levantó y salió de la cabaña.

—Tienes un raspón aquí –dijo Damila, y con el paño le limpió a

Marlon parte de su nariz.

—Gracias.

—Es bueno saber que están bien –dijo Lourdes, y cruzada de brazos

salió de la cabaña.

—Muy en el fondo se preocupa por nosotros –comentó Adam.

Una vez que Dogi preparó todo y subió la comida a los

Viltersax, los guardias volvieron a montar sus caballos, no sin antes

amarrar el del Bontiréa en la parte trasera del segundo transporte. En

esta ocasión, To Ual subió con los jóvenes para hacerles compañía.

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—¿Todo en orden? –preguntó Humberto, y presionó un botón verde

que activó el comando de arranque.

Dejaron atrás la cabaña, bajando por el campo, aplastando

maleza y divisando un camino lleno de árboles secos, con sus

troncos blancos, como si un frío de hace mucho les hubiera

congelado. To Ual estaba sentado entre Marlon y Lourdes,

mostrando un rostro de tranquilidad.

—¿Les gusta? –preguntó, y señaló hacia afuera, donde muchas flores

rojas y amarillas adornaban entre los troncos blancos.

—Sí –respondió Damila, y posó sus manos en la ventanilla.

Lourdes mantenía la cabeza contra el cristal, mirando las

flores, buscando alguna negra, parecida a la que él le había tatuado.

—Disfruten del continente oculto –continuó To Ual—. Siéntanse

privilegiados.

—Menuda cosa decís –soltó Lourdes—. ¿Privilegiados? Un tipo ha

muerto y ni siquiera sabemos por qué le pasó eso…

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Adam no pudo evitar mirar a Marlon, y éste le desafió con la

mirada: ¿Me estás culpando? Adam prefirió mirar hacia otro lado.

¿Me estás culpando? Volvió a pensar Marlon. Pero no, él no había

sido… ¿cómo era posible? No quería, pero la imagen de Raúl

Bontiréa no se le salía de la mente.

—Humberto –llamó To Ual, y el conductor se sobresaltó—,

adelántate para que te sigan. Ve hacia la derecha, sino me equivoco

el mar está cerca.

Los Viltersax y los jinetes bajaron una pendiente hasta

divisar el mar brillante. El sol estaba por caer. Marlon sintió el

peculiar olor que tanto conocía, como el de su ciudad, como el de la

ola; se tocó el dije de león. To Ual fue el primero en bajar.

—¿Mar? –se preguntó Lourdes, y los otros tres giraron a verle.

—No lo conoces, ¿cierto? –le preguntó Adam, y la chica asintió.

Lourdes caminaba a paso lento por la arena, apenas podía

creer que ante ella se encontrara aquella inmensidad azul. Sólo había

algo que no cuadraba.

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—¿Qué es aquello? –le preguntó Marlon a To Ual.

Se trataba de unas rejas que se encontraban a unos metros

mar adentro, y las cuales se extendían a los lados hasta perderse.

Detrás de las rejas se divisaba una niebla.

—Es la protección del continente oculto, ¿ahora entiendes?

Marlon no lo podía creer, era como estar rodeados, atrapados.

¿Qué ocurría con aquellas embarcaciones que se topaban con dichas

rejas? ¿Existirían registros? Lourdes se acercó para que una ola

llegara a sus pies. El jinete Dogi salió de entre los matorrales con un

palo, al cual le había amarrado carne cruda.

—Servirá como carnada –mencionó guiñándoles un ojo. El jinete

Cali le siguió detrás con una lanza, lista para encajársela al primer

pez que cayera en la trampa.

Se mostraba ante ellos el crepúsculo. To Ual mencionó que lo

mejor era acampar ahí; sería peligroso viajar de noche. El señor alto

mandó a los demás jinetes a que buscaran leña, mientras Humberto y

el otro conductor preparaban las casas de campaña. Marlon, Lourdes,

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Adam y Damila se sentaron en la arena, cada uno pensando una cosa

distinta, mirando aquel mar tan desconocido, hasta que de pronto...

un celular sonó. Fueron tres pitidos. Los cuatro intercambiaron

miradas; ¡había señal!

Marlon descubrió que no en el suyo, así como Lourdes. Pero

Adam sí; había sido su celular. Leía los mensajes con los ojos muy

abiertos.

—¡Me están buscando! ¡Aquí dice que me están buscando!

Y la emoción le hizo seguir hablando pero en inglés,

mencionando los nombres de las personas que se habían

comunicado. Decía que tenía catorce mensajes nuevos.

—Intenta llamar –sugirió Marlon, pero la operadora mencionó que

no había red en tal lugar.

—Qué raro –hizo notar Damila—. Debe de estar llegando por

momentos, tal vez porque estamos cerca del mar y… —Clavó su

mirada hacia las rejas, a la niebla, ¿a qué dirección estaba

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Argentina?; se le ocurrió:—. ¿Y si eso significa que estamos cerca

de Estados Unidos?

Durante buen rato Adam caminó por las orillas del mar con el

celular en la mano, tratando de que éste agarrara señal. To Ual

comentó que era imposible, y que tuvo una suerte entre mil que por

esos segundos los mensajes hubieran llegado.

—Y claro que le están buscando, a todos ustedes –comentó, mientras

observaba cómo los guardias iban acumulando la leña en las afueras

de las casas de campaña ya montadas. Sobre una roca Dogi lanzó un

grito de triunfo. Vieron cómo Cali alzaba la lanza con un salmón

bien atrapado.

La noche llegó y todos se sentaron alrededor de una fogata.

El cielo estaba lleno de estrellas y miraban el movido reflejo de la

luna en el mar. El gran salmón estaba ensartado aún en el palo,

dándole el fuego. Dogi tenía las salsas preparadas. También cinco

cangrejos se calentaban en una improvisada parrilla. Ya antes

Lourdes había mencionado que ella no comería eso.

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—¡Pero sí están deliciosos! –le comentó Dogi cuando estuvieron

listos, poniéndole un plato ante su cara.

—No, gracias, que soy vegetariana.

—Ya decía que Lurdes es rara –le susurró Adam a Marlon.

—L-o-urdes –le corrigió ella, quien sí había escuchado.

To Ual estaba muy metido en la conversación con el señor

alto, y le parecía trazar un mapa en la arena, a lo que el otro asentía o

negaba. Mientras estaban ahí, algunos guardias riendo, Dogi

contándole a Damila historias de su niñez, Marlon se preguntaba si

entre las palmeras, en la oscuridad, no se encontrarían los Doztrax;

aunque a la vez pensaba que estaban muy lejos y les habían dejado

atrás. Esa noche ninguno de los cuatro hizo vigilancia. Durmieron

Lourdes y Damila en una casa de campaña y Adam y Marlon en la

otra. Los guardias harían vigilia. To Ual descansaría dentro de un

Viltersax y el señor alto en el otro.

Apenas iba amaneciendo cuando Marlon despertó. Vio a

Adam profundamente dormido, con el celular en la mano. Salió de la

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casa de campaña y caminó por la arena fría, a pesar del sol que ya

hacía. Dogi le saludó; se encontraba con algunos guardias en los

restos de la fogata, mientras José se daba un baño en el mar. Nadie

más se había levantado. Anduvo con las manos en los bolsillos del

pantalón, mirando hacia las rejas de metal a lo lejos y la niebla que

era menos densa que la tarde anterior. Y sintió una extraña

sensación, como si alguien le llamara desde los arbustos detrás, bajo

las palmeras.

Ningún guardia se dio cuenta de la desaparición de Marlon;

el chico había dejado atrás la arena fina para toparse pisando la

tierra, las hierbas entre cocos tirados y gruesas ramas secas. Una

extraña energía parecía jalarlo, absorberlo, y él sólo obedecía al

llamado, porque, en primera instancia no le parecía peligroso. Fue

entonces cuando la vio; se trataba de una extraña piedra en el suelo,

grande y con la forma de una cabeza. Al acercarse la percibió

azulada y mostrando la forma de un rostro serio, imponente. Le

llamaba, se agachó y le tocó…

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Los recuerdos corrieron con prisa pero también con lentitud.

El elegante coctel en la boda, los novios bailando el vals, y él

sentado con su familia, los cuatro. Diana sonriente, aplaudiendo con

su vestido blanco. Sus padres felices también, todos ignorando lo

que estaba por suceder. Ya en la madrugada iban de regreso al hotel

donde se hospedarían. La curva tan angosta, tan mal hecha, la luz del

automóvil de enfrente. Un rayo. El automóvil giró. Vidrios rotos, un

grito. El hospital. Los tripulantes del otro automóvil se habían

detenido, por suerte. Su hija ha muerto, mencionó el doctor. Un

segundo grito, el de su madre, el peor de todos. Diana.

Fue sacado de los recuerdos, jalado hacia atrás por una mano

salvadora. Al levantar la mirada se encontró con To Ual, quien le

observaba preocupado.

—¿Qué… qué fue eso? –preguntaba confuso.

To Ual le tomó de los hombros:

—¿Qué es lo que has visto?

—Yo…yo… ¡Quiero largarme de aquí! ¡Lléveme a México!

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To Ual lo soltó y dio unos pasos con las manos cruzadas por

detrás:

—Ocupo que me describas lo que has visto, Marlon.

—Vi…vi el accidente donde murió mi hermana…yo…

—Cálmate, por favor. Estas piedras son muy peligrosas. El Soberano

ha colocado varias esparcidas a lo largo del continente oculto. Si

vuelves a ver otra no acudas a su llamado.

—¿Por qué me ha mostrado eso?

—Es el rostro de piedra, así se les llama. Provocan recuerdos en las

personas. Lo importante, y lo que lo hace especial, es que este rostro

de piedra te ha hecho venir a ti, ¿no es cierto? —Y Marlon recordó

la sensación de llamado que tan sólo unos minutos antes había

sentido—. Me temo que el rostro de piedra en realidad quería

mostrarte otra cosa, que recordaras algo esencial. Pero el recuerdo de

la muerte de tu hermana lo ha bloqueado; no ha podido mostrarte el

recuerdo que en realidad quería.

—¿Y cuál podría ser?

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—Eso no lo sé –soltó—. Ahora ven, vámonos de aquí.

Marlon lanzó una última mirada al rostro de piedra antes de

seguir a To Ual hacia donde estaban los demás.

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Capítulo 11 La caída del señor alto

Una vez que todos estuvieron despiertos y luego del desayuno que

preparó Dogi, volvieron los guardias a montar los caballos y los

otros a subir a los Viltersax. To Ual decidió esta vez regresar al

primer transporte, junto con el señor alto, el consejero y los dos

coordinadores.

—Estás muy callado –le hizo notar Damila a Marlon, pues el joven

mantenía la cabeza hacia un lado, recargada en el cristal. El chico

volvió en sí.

—Es… no dormí muy bien –mintió. La verdad era que aún no podía

sacarse de su cabeza el recuerdo que el rostro de piedra le había

mostrado.

—¡Cómo que no! –dijo Adam—. Pero si te escuché roncar.

Humberto lanzó una carcajada.

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—No se preocupen, para la noche llegaremos a la capital y dormirán

en un cuarto lujoso y con camas muy cómodas –les dijo—.

Aunque…

Miró el mapa virtual que mostraba una pantalla de la cabina.

No parecían dirigirse hacia el punto verde que estaba marcado. Las

palabras de Humberto no habían servido de mucho para subir la

moral de Marlon; el hecho de que tendrían que pasar otra noche en la

capital significaba que tardarían más en ver a la Sordouch.

Iban por senderos de pasto amarillo con montículos de piedra

que salían de vez en cuando a interrumpir el camino. Se iban

adentrando más al centro del continente, en vez de al norte, que era

donde marcaba el radar. No tardaron en descubrir las verdaderas

intenciones del conductor del primer Viltersax. Se distinguían a los

lejos unas veinte casas de madera y una especie de iglesia en el

centro. Había animales sueltos a la intemperie, como cerdos y

gallinas. Al hacerse paso la gente del pueblo miraba curiosa; algunos

incluso dejaron de contar la cosecha obtenida del día para prestar

atención.

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—Este es el pueblo de Alrada –les dijo Humberto—. De seguro

vienen de rápido por el guardia que hace falta.

El líder de Alrada salió de sus aposentos para darles la

bienvenida; era moreno y alto, vistiendo una gabardina café. Al igual

que los otros, los cuatro jóvenes salieron del Viltersax. Los guardias

bajaron de los caballos para desentumirse. To Ual y el señor alto se

dirigieron al líder.

—Necesitamos a uno de tus hombres –explicó To Ual, evitando toda

presentación.

El líder frunció el entrecejo; si accedería sería sólo por orden

del señor alto de Vanela, pueblo con el que Alrada mantenía

comercio.

—Uno de nuestros hombres ha caído en combate –prosiguió el señor

alto—. Tenemos puesto para un jinete; será muy buena paga.

El líder asintió, luego dijo:

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—¿Quiénes son? —To Ual se hizo a un lado para que pudiera ver a

Marlon, Damila, Adam y Lourdes, quienes fuera del Viltersax

observaban la tranquilidad del pueblo—. No creo que sean ellos.

—Es probable que sí –le dijo To Ual—. Ahora bien… ¿a quién nos

das?

Varios hombres soltaron sus palas o rastrillos y se acercaron

poniéndose alrededor de su líder y pidiendo cada uno que le eligiera.

Al final hubo un hombre al que tocó del hombro y le jaló hacia los

llegados.

—Este es Quevedo, trabajador y honesto.

Quevedo se sonrojó; era joven, con pecas y de pelo castaño.

—Dogi –habló To Ual—, entregarle al caballo y darle armas.

Damila jaló a Lourdes hacia la capilla del centro; dentro un

hombre anciano daba clases a los niños de Alrada, sentados todos en

el suelo, atentos a lo que el hombre decía:

—El señor alto mandó a la construcción de las tres torres, cada una

en honor de sus tres hijos muertos en combate. La primera al sur del

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continente; algunos cuentan fue derribada por Nigel el Doztrax

destructor, en el año 580 del continente oculto. La segunda se

encuentra en las cordilleras nevadas, donde se dice se guardan los

trajes de sus tres guerreros. La tercera está colocada en un islote al

oeste. Es como un faro para los viajeros, pues es blanca como la

nieve.

—¿Es cierto que la torre tercera está llena de oro? –preguntó un

niño.

—Estaba –aclaró el maestro—. Todo el oro fue arrebatado por el

gobierno de la capital. Muchas monedas se realizaron con él.

En el centro del pueblo el señor alto le platicaba al líder lo

ocurrido en el viaje y cuál era el plan para llegar hacia donde estaba

la Sordouch. To Ual escuchaba sin mencionar nada, hasta que se dio

cuenta que hacían falta las dos chicas; se sintió aliviado al verlas

venir desde la capilla.

—No se separen del grupo –les pidió cuando llegaron.

—¿Teme que haya otro traidor? –le preguntó Marlon por detrás.

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To Ual negó.

En Alrada aprovecharon algunos para hacer sus necesidades,

y una vez que Quevedo se puso su traje de guardia, el señor alto se

despidió del líder y su gente. Los chicos volvieron a subir al

Viltersax, y el viaje empezó de nuevo, con los jinetes alrededor. El

maestro había dado permiso a los niños de salir, y éstos,

empujándose y emocionados, les decían adiós con sus manos

levantadas.

Regresó el pasto verde. El día se había tornado nublado.

Pasaban entre las colinas y vieron a una de ellas envuelta en ramos

espinados. Quevedo miró hacia atrás, en donde Alrada se mostraba

en la lejanía.

—¿Les dejaremos en la capital? –preguntó a José, quien cabalgaba

delante de él.

—Es el plan –respondió éste.

—¿Y sí son ellos?

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—Entonces, mi estimado, hazte a la idea de que puede que no

regreses.

A Quevedo se le hizo un nudo en la garganta y lanzó una

última mirada a su pueblo. Al menos recibiría quinientas monedas de

la capital, las cuales le servirían para por fin mudarse a Vanela y

obtener el permiso de trabajo.

—¿Está en la capital, la Sordocuh? –preguntó Lourdes.

—No –dijo el conductor unos segundos después—. Ésta se encuentra

en un templo creado por los Cinco.

—¿Quiénes fueron los Cinco? –preguntó Marlon—. He escuchado

sobre ellos, pero…

—Los Cinco crearon la Sordouch, ellos dieron parte de su poder y su

vida para lograr tal objetivo. La colocaron al principio en lo alto de

un cerro para que fuera cuidada por los habitantes de aquel entonces,

pero Sed Sorbin se acercó a ella y miró el resplandor, cometiendo el

pecado. De esa manera la Sordouch se fue debilitando y los Cinco

trabajaron en la construcción del templo para guardarla, y allí es

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donde se dice que está, donde yace en su interior. Algunos

desterrados dijeron que era mentira, que ese templo está vacío. Yo sé

que ustedes lo demostrarán, ustedes entrarán y la tocarán. El mundo

regresará a la estabilidad, ya no más tormentas destructoras, no

señor.

—Apenas han pasado unos días y siento que llevamos una eternidad

–hizo notar Damila, sobándose el brazo.

—Y con esta lentitud duraremos un año aquí –masculló Lourdes—.

No entiendo por qué no ir volando en una de esas naves que tienen.

—Es sencillo –respondió Adam—. Me imagino que en el aire somos

un objetivo fácil para los Doztrax.

—¡Así es! –felicitó Humberto.

Pero pronto Adam descubrió que estaba algo equivocado.

Fue como una avalancha que viniera hacia ellos, eso que se escuchó

afuera. Eran algunos ocho, montando sus caballos y dejándose ir

contra los jinetes Vasgols, a quienes tomaron desprevenidos.

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Algunos alcanzaron a actuar, no obstante, y se escuchó el choque de

espadas y uno que otro disparo.

—¡Nos atacan! –gritó Humberto, y movió el Viltersax a su

conveniencia, mientras el otro se iba por la derecha, bajando con

dificultad. Por la ventanilla Marlon observó a algunos caídos, a Dogi

bajar de su caballo y girar con dos espadas, amenazando al que se

acercara. José y Elías hacían equipo, espalda contra espalda,

atacando por igual.

Los jinetes Vasgols intentaban a toda costa que los Doztrax

no se acercaran a los Viltersax. Ellos también tenían pistolas y

ocultándose entre las rocas disparaban a los Doztrax, quienes con sus

trajes negros y sus tatuajes o mascaras de huesos, se movían con

destreza dirigiéndose al Viltersax que bajaba la pendiente. A mitad

del camino inició un segundo enfrentamiento. En ese día que había

estado tranquilo, nublado, sólo se escuchaban los golpes, los gritos y

los disparos.

El Viltersax se detuvo. El Doztrax rompió el vidrio de un

solo puñetazo y sacó al conductor, quien ya muy anciano pataleaba

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al aire. To Ual fue el primero en bajar, y antes de que un Doztrax

pudiera atacarle éste sacó una pistola muy pequeña y dorada y le

disparó directamente en la cabeza. Los coordinadores y el consejero

acudieron a la defensa del conductor, por orden del señor alto, pero

era ya demasiado tarde, pues el Doztrax le había atravesado el

estómago con su espada.

—¡Aquí no vienen! –gritó otro—. ¡Están en aquel!

Y fue lo último que dijo antes de que fuera aniquilado junto

con su compañero.

Pero Humberto había hecho avanzar bastante al otro

Viltersax. El disparo que lanzó el jinete Quevedo fue mortal para el

Doztrax que más se iba acercando. Bajó su pistola con una A verde

estampada y examinó el casi final de la batalla. Sólo un Doztrax

quedaba, y corría en dirección hacia el señor alto. Nadie lo pudo

detener. El señor alto, que en realidad era tan chaparro como un

enano, bajaba de salto en salto, confuso y nervioso, cuando recibió el

disparo en su espalda. Todos le vieron caer, rodar hacia el pasto

verde donde quedó. Fue José quien le vengó, llegando con su caballo

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a toda velocidad y clavando la espada en el pecho del enemigo, sin

verlo y con firmeza hacia el frente. El señor alto lanzaba algo de

sangre por su boca. Sus últimas palabras fueron: ―Que no caiga,

Vanela‖.

El silencio regresó. Marlon y los demás bajaron del Viltersax

y corrieron hacia el lugar de la batalla. Había uno que otro jinete

herido. En medio del campo yacía en el suelo el señor alto, mientras

José le lloraba en silencio. Dogi corría con dificultad; tenía una

herida en una pierna. Logró por fin llegar ante el cuerpo del señor

alto y lanzó un grito. Damila prefería mirar hacia otro lado, aunque

luego se dio cuenta que era preferible ocultarse ante el abrazo de

Marlon, pues por un lado estaba la también desgarradora imagen del

segundo conductor con la espada en el estómago, sobre el frente del

Viltersax, y no muy lejos los cadáveres de los Doztrax.

—Han hecho un buen trabajo –dijo To Ual a todos—. Han peleado

bien, les han defendido –Sólo al decir eso pareció dirigirse

especialmente a Marlon, Damila, Adam y Lourdes, luego habló para

todos—. Es cierto que este ataque nos ha tomado por sorpresa pero a

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la vez le esperábamos. El día de hoy el señor alto ha caído. Ha caído

antes de llegar a la capital y presentarles a ustedes, el ejército de los

Cinco. Ahora tenemos que partir, estamos cerca y no podemos

darnos por vencido.

—¡¿Y dejarles aquí?! –preguntó un desconcertado José.

—Así es –dijo To Ual—. No podemos hacer nada más, no estamos

para sepulturas ni dignas despedidas, esto es guerra y bien lo saben.

Por favor, dejen los cadáveres de estos dos buenos hombres en el

interior del bosque.

—¡Eso no es de Dios! –soltó Dogi.

—No tenemos otra opción, hay que partir y llevarles a ellos, así

tengamos que morir todos nosotros.

Lo dijo de una manera fría, tal vez fue eso lo que molestó a

Lourdes. La chica se acercó a él con la mano abierta y le propinó un

fuerte golpe en la mejilla. Todos miraron sorprendidos, los guardias

no daban crédito a lo que Lourdes acababa de hacer. La reacción de

To Ual, en cambio, fue despreocupada; se sobó un momento la

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mejilla y luego le preguntó a uno de los coordinadores si podría

manejar el Viltersax, a lo que el hombre asintió.

Lourdes se acercó a una piedra y se sentó, dando la espalda a

la terrible escena. Marlon, Damila y Adam se acercaron a ella. Se

quedaron callados mientras detrás de ellos dos jinetes retiraban el

cuerpo del conductor y Dogi cargaba a su espalda al señor alto.

Dirigieron los cadáveres hacia el bosque.

—Pudieron habernos matado –comentó Adam—. Pero se

equivocaron de Viltersax. Murieron esos pobres hombres… ¿por

nuestra culpa?

Marlon le pidió que no comentara nada más. Lourdes lanzó

un suspiro y dirigió su mirada al cielo nublado. Estaban en una

guerra, había dicho To Ual, lo había afirmado, por primera vez. La

guerra, pensó Marlon, qué cosa tan absurda. No eran muy diferentes

los Doztrax de los Vasgols, humanos, al fin de cuentas, divididos por

una ideología, por una religión, tal vez. No eran muy diferente ellos

a esa gente, en otro continente, personas, al fin de cuentas. Les

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miraba quitar las armas a los Doztrax, buscando como zopilotes qué

pistolas o espadas se podían llevar. La Sordouch… sintió un mareo.

Damila fue la primera en notar que estaba por llover, una

gota de agua cayó en su brazo. Miró también hacia el cielo y un

relámpago se dejó ver. Humberto manejaba posicionando el

transporte, y una vez que los dos Viltersax volvieron a estar

acomodados, los jinetes les rodearon. Dogi se acercó a los chicos y

les pidió que volvieran a entrar al Viltersax. Las gotas de lluvia

incrementaban. Y allí dejaron a los dos cuerpos, en el interior del

bosque, la lluvia sobre ellos. El señor alto entre orquídeas.

Uno de los planes de To Ual consistía en que varios guardias

de la capital fueran después por los cadáveres para darles digna

sepultura, pero eso sólo lo comentó con los coordinadores y el

consejero, quienes estuvieron de acuerdo. Tiempo después, en el

centro de Vanela se colocaría una estatua del señor alto donde

pondrían: ―Quien peleó dignamente y logró derrotar a dos Doztrax

antes de caer muerto por su enemigo, a quien le había cortado un

brazo‖.

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—¿Por qué golpeaste a To Ual? –preguntó Adam.

—Esa… fue una reacción natural –respondió Lourdes, y no pudo

evitar sonreír.

Pronto la fuerte lluvia golpeaba los cristales del Viltersax.

Los Jinetes luchaban contra el viento, la tierra se hizo lodo.

Encontraron un refugio un poco más adelante, uno inesperado y

curioso.

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Capítulo 12 Última ciudad de los Jendarios

La pena que se sentía por la pérdida de los dos Vasgols era

inevitable. Escuchaban a Humberto lloriquear mientras conducía el

Viltersax al interior del refugio que les protegería de la lluvia. Se

trataba de una estructura grande, larga y ancha, como si fuera un

caracol gigante, y era, de hecho, su piedra blanca y bien pulida lo

que le daba tal aspecto. Había a los lados pilares también blancos,

seis, puestos a su alrededor. Dejaron los dos Viltersax entre los

pilares, y los guardias cabalgaron hasta adentro. Marlon y los demás

siguieron a To Ual, los coordinadores y el consejero hacia el interior

del refugio.

—Bienvenidos –dijo Humberto, mientras se sacudía el cabello

mojado—, a la última ciudad de los Jendarios.

Dentro apenas y estaba iluminado. Era realmente grande

como para caber una pequeña ciudad apretujada. Había los indicios

de que en antaño la vida recorría los rincones. Piedras talladas que

daban el aspecto de mesas y sillas, camas y en las alturas puentes;

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algunos eran también de madera, ya sin tablas en ciertas partes, que

conectaban a cuevas. Al fondo la oscuridad no permitía, sin

embargo, seguir viendo qué cosas ocultaba la supuesta ciudad.

—Parece estar abandonada y ser segura –comentó José, mientras que

con una toalla limpiaba el cuello de su caballo.

—¿Quiénes son los Jendarios? –preguntó Damila.

—Bueno –respondió To Ual—, seguro han escuchado de los Vasgols

y los Doztrax, quienes eran una sola raza la cual se dividió por

envidias y rencores y, principalmente por la Sordouch. En cambio,

los Jendarios no son muchos; ellos tienen energías, estudian todas las

lenguas, son muy inteligentes y nunca se quedan en un único lugar.

Este espacio es muy famoso, ya que se dice que estuvieron aquí más

de dos años; de ahí en adelante poco se ha sabido.

El guardia Dogi sacaba alimentos del Viltersax y los

colocaba en la mesa de piedra. Iba a preparar emparedados. To Ual

se sumergió en una plática con los coordinadores, acerca de si podría

haber más Doztrax siguiéndoles y qué camino tomar mejor para

poder llegar a la capital, la cual ya no estaba muy lejos.

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—Al paso que vamos llegaremos en cuanto empiece el anochecer –

mencionó un coordinador calvo y de bata azul.

Había dejado de llover, y pronto el sol iluminó el campo y los

rayos se filtraron por los huecos de la ciudad, lo que les permitió ver

un poco más hacia el fondo, donde vieron escaleras hacia abajo y

hacia arriba, pinturas extrañas y un montón de caracteres

desconocidos para los chicos, quienes contemplaban los alrededores

sentados en una banca.

To Ual terminó los planes con los tres Vasgol y se introdujo

un poco más en la ciudad. Caminó por las escaleras hacia la parte

baja, tentando las paredes, yendo a parar justo al salón que buscaba.

No le daba miedo, él antes estuvo ahí, había platicado con los

Jendarios, tratando de convencerlos de que se unieran a él. Pero ella

no había querido, su líder. Se detuvo frente al mural que iluminaba

alrededor, pues sus caracteres dorados brillaban. Recordó sus tres

meses viviendo con ellos, aprendiendo de sus artes, de sus magias.

Ella le había enseñado el poder de ―La voz que sigue”. Sólo bastaba

pensar en la persona que querías comunicarte y darle el mensaje,

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manteniendo la posición y pensamientos en el orden correcto

enseñado. Y a su vez él había enseñado ese poder a sus tres fieles

ayudantes, quienes tan sólo días antes se habían encargado de llamar

a los cuatro jóvenes y darles el último aviso en el momento indicado.

Ella le había dado una principal instrucción: ―No utilices lo

que has aprendido para hacer el mal‖. ¿Adónde estarían ahora los

Jendarios? Existían rumores de que su nueva ciudad se encontraba

en los límites del oeste, aunque otros mencionaban que les habían

visto en el sur. Tanta vida en esa ciudad y ahora telarañas.

Al regresar con los demás se dio cuenta que Dogi ya había

terminado los emparedados y también una ensalada. Todos se

sentaron ante la mesa de piedra, mientras el guardia les servía agua

de limón en vasos. Lourdes se mostraba contenta con aquella

comida.

—Brindemos un momento por los caídos –mencionó To Ual, quien

estaba en el centro de todos y se levantó con su vaso alzado, como si

fuera una copa y dentro tuviese vino. Los demás le imitaron y

empezaron a chocar los vasos—. Descansen en paz.

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Tal comentario no agradó del mucho a los guardias, los

coordinadores y el consejero, pues recordaban perfectamente que los

cuerpos se encontraban en el bosque. Se volvieron a sentar y

comieron en silencio. Marlon pensó que tal escena era parecida a la

de ―la última cena‖ de Da Vinci, a pesar de que eran cerca de las

cuatro de la tarde.

—Escuché rumores de que estuviste buen tiempo en esta ciudad, To

–le dijo el consejero a To Ual, jalando el jamón del pan con sus

dientes.

—Sí, buenas personas son los Jendarios, muy raros, pero buenos –

respondió el Vasgol, sin mirar a nadie en particular.

—¿Le enseñaron algún truco? –preguntó José.

—Sí, lo hicieron. –Daba la sensación de que To Ual no estaba muy

contento de ser cuestionado.

—A mí me dijeron que ellos manejan magia blanca pero también

negra, muy oscura –comentó Dogi por lo bajo, como si temiera que

algún Jendario estuviera por ahí.

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To Ual no pudo evitar recordar cuando aquel suelo ahora frío

y desnudo estaba cubierto por bellas alfombras rojas con bordes

amarillos y en las paredes colgaban muchas antorchas que daban

bastante iluminación. Parecía como si hubiera sido ayer cuando los

Jendarios iban y venían por la pequeña ciudad, con sus propias

reglas, su propia forma de transacción e incluso su propia bandera. Y

ella al fondo en su trono, firme en sus ideas. La vio. Sus ojos azules,

la vio en un bosque y…

—¿Le pasa algo? –le preguntó uno de los coordinadores, al ver que

le estaban temblando las manos.

—No, nada –respondió—. He terminado, partimos en media hora.

To Ual se levantó y caminó hacia las afueras de la ciudad.

—¿Quieren echar un vistazo? –les invitó Dogi a Marlon, Damila,

Adam y Lourdes.

Conscientes de que nunca más volverían, los jóvenes le

siguieron. Subieron escaleras, contrario a To Ual, llegando al

segundo piso. Había dibujos trazados en las paredes, como personas

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de grandes ojos y caras alargadas; también círculos alrededor de

triángulos. Dogi se detuvo y pasó su dedo índice entre las ranuras

que dejaban en la pared la forma de un rombo con un círculo dentro.

—Este lugar es tétrico –comentó Adam—. ¿Escuché mencionar

magia oscura?

—Oh, no teman –trató de tranquilizar Dogi.

—Ahora resulta que teméis a los espíritus –mencionó Lourdes.

—¡No es así! –se defendió Adam-. Yo hasta he ido a cementerios a

las doce de la noche.

—Eres un pillo, tío.

Damila siguió subiendo escaleras, Marlon fue detrás. Estaban

en el tercer piso. Dogi y los otros dos chicos habían quedado abajo,

contemplando una especie de cabeza que parecía ser de oro. ―La

habrán olvidado‖ comentaron escuchar al guardia.

—A mi padre le encantaría este lugar –mencionó Damila, parándose

a mitad del puente de piedra. Marlon detrás le escuchaba:—. Él es

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arquitecto, no vive con nosotros y... no sé si ya sepa de mi

desaparición.

—Creo que ya lo debe de saber –la animó Marlon—. Los nuestros

nos deben de estar buscando, así como a Adam le buscan. Sin tan

sólo los celulares funcionaran.

—Yo no tengo móvil como vosotros –le dijo ella—. Lo olvidé en la

mesa del restaurante donde estaba con mi madre cuando To Ual fue

por mí. Y…

Cruzaron el puente y se hacían paso a un salón muy

iluminado, donde las paredes eran azules y había estatuas de

hombres con batas y espadas hacia arriba, todos pareciendo defender

a cinco encapuchados. Los rayos del sol pasaban por encima de los

hombros de aquellas personas sin vida. Al fondo vieron un trono de

metal entre las estatuas.

—¿Has sentido que este lugar no es tan desconocido? –le pregunta

Damila.

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Marlon niega con la cabeza, luego de un momento lo piensa

mejor y dice:

—¿Sientes que habías estado aquí antes?

—No, no, en este lugar no. Me refiero al continente oculto, que así le

llaman, siento que no me es desconocido del todo. Es como si yo

supiera desde antes que este día llegaría, el de estar aquí, el que To

Ual hubiera venido por mí. Una parte de mí le esperaba.

—¿Tú escuchaste los llamados también, verdad?

—Llega su momento, decía esa voz. ¿Lo has analizado?

—¡Así que aquí están! –dijo alguien, y al girarse se encontraron con

Dogi, y detrás Lourdes y Adam.

—¡Wow! –soltó Adam—. Esos deben de ser los cinco, ¿verdad? Qué

estatuas.

Marlon y Damila intercambiaron una mirada que parecía

dejar en claro que existía un tema pendiente. Lo que no sabían es que

pasaría mucho tiempo para que volvieran a estar solos y platicaran

del tema. El destino estaba por cambiar la jugada.

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Dogi se acercó al trono y se hincó ante él, con las miradas

curiosas detrás. Cruzó los brazos en señal de cruz y se quedó un

buen rato así, hasta que se levantó y les dijo que era momento de

regresar. To Ual y los guardias les esperaban afuera; los conductores

ya estaban en los Viltersax.

—La capital está a tres horas, llegaremos al anochecer –anunció To

Ual; luego se dirigió a los jóvenes—. Mañana a temprana hora

estarán ante ella. Por fin conocerán y tocarán la Sordouch, y ella se

los agradecerá enormemente.

Diciendo esto subió al Viltersax. Lourdes se cruzó de brazos

y lanzando un suspiro fue la primera que subió al otro. Marlon se

sentó junto a Adam, quien tomaba fotografías con su celular a la

última ciudad de los Jendarios; dos, una de cerca y otra cuando se

alejaban.

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Capítulo 13 Los que fallaron

Había anochecido cuando llegaron a la capital. Primero creyeron que

a lo lejos se encontraba un espectáculo de fuegos artificiales, o que

se trataba de alguna aurora boreal, pero no fue así; al acercarse

comprobaron las grandes y aluzadas estructuras de los edificios de la

capital, ciudad que contrastaba del todo con los pueblos que con

anterioridad habían visto, como Roxs, Vanela o una sencilla y

humilde Alrada.

En lo alto, la ciudad se conectaba por puentes iluminados con

cientos de foquillos, y en el centro destacaba un edificio con una

estrella de color zafiro tridimensional, que aluzaba hacia todos lados,

como un faro de seis picos. Iban entrando cuando se dieron cuenta

de la presencia de más Viltersax siendo conducidos por las calles o

algunos estacionados. Vasgols bien vestidos, con sombreros y botas

elegantes, iban y venían por las calles, unos con libros y otros con

bolsas de compras. Era una metrópolis oculta a las demás metrópolis

del mundo. Y Marlon estaba seguro que de saberse su existencia

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muchas grandes ciudades quedarían atrás. Porque era maravillosa,

por ejemplo, la escultura de los Cinco por la que recorrían torrentes

de agua que daban a parar a la base cristalizada.

Se estacionaron en las afueras del edificio con la estrella. Los

guardias siguieron andando por otra calle, y Humberto explicó que

iban a dejar los caballos a una estancia especial. To Ual dio un salto

al suelo, saliendo después los coordinadores y el consejero; éste

último se tronó los dedos y el cuello, de lo cansado que le había

resultado el viaje.

Sin esperar a los guardias, entraron al vestíbulo y fueron

recibidos por el señor alto de la capital. Era un anciano de barba

grande, que usaba un saco azul sobre una playera oscura. Llevaba en

todos sus dedos anillos, y al verles llegar dio un fuerte abrazo a To

Ual, y luego miró con mucha atención a los cuatro jóvenes.

—¿Crees que sean ellos esta vez? –le preguntó el anciano a To Ual,

sin reparos, a lo que el Vasgol pareció molesto, lo tomó del hombro

y lo llevó hacía unos sillones de piel roja que estaban al fondo.

Desde allí platicaron en voz baja.

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—En unos momentos les darán sus habitaciones –comentó el

consejero a los chicos.

—Eso espero, muero de sueño –dijo Adam, y seguido lanzó un

bostezo.

Había guardias de la capital fuera del elevador, y desde una

especie de recepción eran mirados por dos damas y un joven

uniformado.

—¡Oh no! –había lanzado el señor alto de la capital, y es que To Ual

le acababa de contar la caída del de Vanela.

Los dos hombres se levantaron por fin de los sillones y

regresaron a la entrada. El señor alto hizo señas a un guardia para

que se acercara.

—Llama al capitán Logurus, necesito hablar con él.

El guardia asintió y salió corriendo del edificio.

—¿Harás que vayan por ellos a estas horas? –preguntó To Ual.

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—¡Pues claro! El cuerpo del señor alto de Vanela no puede estar

echado así como si nada en medio del bosque, tienen que encontrarle

ahora.

El consejero y los coordinadores intercambiaron miradas,

dando su consentimiento.

—Es que usted entenderá…

—¡Nada! –riñó el señor alto, sin querer escuchar el reparo, pero To

Ual insistió:

—Puedo prestarle a uno de mis hombres para que acompañe a los

suyos y los lleve al lugar donde fuimos atacados.

—Sí, esa es buena idea.

Tras decir esto el anciano se cruzó de brazos y se puso frente

a Adam. Le tomó con sus delgadas manos la cabeza y la examinó

como si fuera la de una pieza de plástico. Le levantó el mentón y le

estiró un cachete. Luego se dirigió a Damila, a la cual le alzó un

brazo, le pasó una mano por la cabeza y manteniéndola en la misma

distancia, sin bajarla, la llevó hacia el cuerpo de Lourdes, pero

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sobraba, pues ésta era más pequeña. La bajó para darle tres leves

golpes en la cabeza, a lo que la chica lanzó un bufido, y luego la

volvió a alzar para llevarla al cuerpo de Marlon, pero la mano esta

vez topó con la barbilla.

—Curioso –comentó.

—¿Piensa que es mejor que vayan ahora? –le preguntó To Ual.

—¡Sí! –respondió el señor alto, volviendo a cruzar sus manos por

detrás y poniendo una expresión fría—. Sino son ellos es mejor

saberlo hoy, para qué hacernos esperanzas. Pero sí lo son entonces

que vayan a descansar mucho, que mañana será un día pesado.

—¡No es justo! –soltó entonces uno de los coordinadores, y el otro

trató de calmarlo. Se había puesto rojo y se notaba su evidente enojo

a algo que los chicos desconocían. Los cuatro sólo observaban, hasta

que Marlon preguntó:

—¿Adónde tenemos que ir?

To Ual se cruzó de brazos y prefirió mirar hacia afuera. ¿Qué

estaba pasando? ¿Por qué todos estaban de pronto actuando tan raro?

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—Síganme –les pidió el señor alto.

Subieron con él el elevador, dejando en el primer piso a To

Ual con los otros tres Vasgols. El señor alto no pronunció ninguna

palabra hasta que las puertas se abrieron. Se encontraron con un

pasillo muy iluminado y que daban las ventanas vistas a la ciudad.

Estaban en uno de los últimos pisos, pues era mucha la altura.

Algunas personas que pasaban saludaban con la cabeza al anciano y

luego miraban con interés a los chicos. A mitad de camino el señor

alto se detuvo ante una ancha puerta de metal e introdujo lo que

parecía ser una tarjeta. La puerta accedió.

El siguiente pasillo estaba algo oscuro, apenas iluminado por

luces rojas. El piso estaba compuesto por rendijas de metal muy

juntas, lo que hacía que se escuchara el eco de sus pasos.

—¿Hacia dónde nos lleva? –preguntó Damila, con un toque de

miedo.

—Vamos a que les hagan la prueba –respondió el anciano, yendo a

paso rápido—. Sólo será un piquetito y listo.

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—¿Piquetito? ¿Sangre? –preguntó Adam, quien odiaba las

inyecciones.

—¿Por qué? –quiso saber Marlon.

—Necesitamos estar seguros de que ustedes son los indicados para

tocar la Sordouch –respondió el señor alto—. Y para eso tenemos

una parte del templo que crearon los Cinco para custodiarla. Si esa

parte reacciona a ustedes, o su sangre como dice este chico, entonces

eso significa que son… aptos, por así decirlo.

El señor alto tomó por un recodo. La oscuridad era más

presente, pues una lámpara de las rojas terminaba ahí. Cuando

regresó la iluminación comprobaron que el anciano se les había

perdido.

—¿Dónde se habrá metido este vejete? –gruñó Lourdes.

Vieron a Adam de puntillas, pegado a la pared, mirando algo

por una ventanilla. Mantenía la boca abierta, y para comprobar que

era cierto lo que había estado viendo, tentó la pared enseguida de la

ventanilla y sintió el picaporte de una puerta que apenas se

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vislumbraba; la abrió e ingresó. Marlon, Damila y Lourdes le

siguieron, aunque segundos después hubieran querido no hacerlo.

La habitación era algo ancha y alta, iluminada por una

especie de contenedores de cristal que estaban en el fondo, grandes,

muy juntos unos de otros y formando medio circulo a mitad del

espacio. Adam miraba incrédulo, y pronto los demás, al darse cuenta

de lo que había dentro.

Eran cuerpos desnudos y blancos, de personas jóvenes,

hombres y mujeres. Flotaban cinco en un primer contenedor lleno de

agua, cinco en otro y cuatro en el último. Algunos daban la espalda,

y otros de frente con la cabeza agachada y la boca abierta, sus

cabellos ondulando en el agua. Marlon se acercó para leer lo que

decía la placa de metal que estaba en el centro del contenedor:

Nombres: ∞

Edad: 19

Proyecto: Los que fallaron.

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—¿Qué edad tienen ustedes? –preguntó un asustado Marlon,

dándose cuenta de que nunca les había escuchado decir eso.

—Diecinueve –respondió primero Lourdes.

—Diecinueve –dijo también casi al mismo tiempo Damila.

Adam asintió para confirmar lo que Marlon temía. El último

contenedor tenía a cuatro, y ellos eran cuatro… un escalofrío les

recorrió. La puerta volvió a abrirse.

—Ustedes, ¿qué hacen aquí? –soltó el señor alto, con voz

temblorosa—. Anda, salgan… de aquí.

—No… ¡No! –gritó Marlon, y ya no pudo callarse—. ¡¿Qué es lo

piensan hacernos?! ¿Qué les hicieron a ellos? –Y señaló a los que

fallaron.

—No están muertos –trató de tranquilizar el anciano, con las manos

levantadas—. A ustedes no les pasará nada, no teman, ellos no son…

Pero el señor alto no pudo seguir hablando. La mano derecha

se le estaba doblando, como si un fantasma le estuviese atacando. Un

fuerte viento recorrió la habitación.

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—Marlon no… —decía Adam—. No lo hagas.

Una rabia le inundaba. Veía al viejo sostenerse de un

barandal, las luces rojas de la habitación se prendieron. Raúl

Bontiréa en el bosque… la cabeza le había explotado y… Se detuvo.

Sintió un mareo y Damila pudo sujetarlo antes de que cayera. El

señor alto respiraba aliviado, pero miraba con los ojos de par en par

a Marlon, sin poderlo creer. El viento se había detenido y las luces

rojas habían vuelto a apagarse, siendo la única iluminación la de los

contenedores.

—Son… Sí son ustedes –dijo el señor alto, volviendo poco a poco a

respirar normal. Marlon también ya estaba recuperando energía—.

No les pasará nada, no teman, por favor.

Ese señor alto les daba algo de lastima y parecía más

confiable incluso que el anterior, el de Vanela. El viejo se dio media

vuelta y le siguieron. Caminaron por el pasillo oscuro hasta llegar a

un salón ancho y circular. Había sillas ante mesas cortas de metal,

una pantalla que pasaba datos verdes a muy rápida velocidad y en el

techo guardias con cascos portando largas pistolas negras.

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—Tomen asiento, chicos –les pidió una joven con uniforme blanco.

Era de tez morena y de cabello en roles. El señor alto asintió con las

manos hacia adelante para alentarlos.

Marlon, Damila, Adam y Lourdes tomaron asiento cada uno

en su escritorio

—Coloquen su brazo izquierdo así –les pidió la mujer, tomando el

brazo de Damila y colocándolo estirado sobre la mesa, de tal manera

que la palma de la mano quedara hacia arriba.

Adam tragó saliva, su premonición se cumpliría. La mujer

fue a un escritorio y tras unos segundos regresó con una charola que

contenía cuatro jeringas y algodones. Empezó con Damila, a quien le

sacó un poco de sangre de la vena. Al terminar le dio un algodón

para que se limpiara. Esto mismo hizo con los otros tres, luego se

quedó en el centro de la habitación con la charola en las manos.

—Está hecho –dijo a uno de los guardias de arriba, quienes todo

habían observado. El hombre asintió y de la pared presionó un botón

amarillo en forma de rombo. Se escuchó el sonido de algo abrirse en

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el techo y de entre las cuchillas que se hicieron a un lado fue bajando

un pedazo de piedra sostenido por unos gruesos lazos negros.

La mujer dejó la charola en el suelo y tomó una jeringa.

Vació la sangre sobre la piedra. Mientras hacía lo mismo con las

demás, el señor alto les dijo:

—Esa piedra forma parte del templo que crearon los Cinco para

custodiar la Sordouch. Es la única parte que se ha logrado quitar,

pues está hecho de una piedra muy especial. Se dice que el templo

sólo se abrirá al llamado de los destinados a tocar la Sordouch, si

ustedes son debería…

Se quedó callado para ver si había una reacción a la piedra.

Los guardias levantaron sus armas. Marlon temió lo peor, pero

entonces la piedra empezó a brillar, no como una luz blanca o

amarilla, sino como si estuviera hecha de cientos de cristales

preciosos. La mujer de blanco se llevó las dos manos a la boca y los

ojos se le llenaron de lágrimas.

—Sí son, sí lo son –decía.

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Los guardias bajaron sus armas de nuevo, dejándolas en el

suelo a un lado de ellos, y todos, los ocho que eran, cruzaron sus

brazos en señal de cruz. El señor alto estaba con la boca abierta.

—Mañana –dijo por fin—, ustedes entrarán a ese templo y tocarán la

Sordouch, porque ustedes…

—No fallaron –terminó de decir Damila.

Al pasar de regreso por el pasillo donde estaba la puerta un

escalofrío les recorrió. El lado más oscuro de los Vasgol había

aparecido, Cree le advirtió en Vanela a Marlon: Ni los Doztrax son

tan buenos como los Vasgols, aunque deberían confiar un poco más

en estos últimos. Todos se mueven entre sí. Tienen que estar atentos.

—Ellos duermen, despertarán un día y se les dará una vida digna en

el continente oculto –explicó el señor alto con frialdad cuando iban

en el elevador, refiriéndose a los que fallaron—. Ellos no pueden

regresar a sus países y contar lo que han visto.

Un segundo escalofrío recorrió a Marlon.

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—¿Y nosotros? Cuando toquemos la Sordouch, ¿nos harán lo

mismo? –quiso saber.

—No, por supuesto que no. Estaremos tan agradecidos que ustedes

podrán regresar, incluso si nos preocupa el hecho de ser

descubiertos.

No, no, algo no cuadraba, pensaba Marlon. De pronto estaba

más esparcido el rompecabezas. Y los demás pensaban lo mismo.

—¿Y si huimos? –les murmuró Lourdes cuando estaban sentados en

los sillones rojos del vestíbulo, algo alejados de los demás. El señor

alto daba emocionado la noticia a To Ual de que ellos sí eran los

indicados, y él hombre recibía felicitaciones por parte del

coordinador y el consejero, quienes no paraban de decirle que había

hecho un buen trabajo.

—¿Huir a adónde? –le preguntó Adam—. No sabemos ni en qué

parte del mundo estamos, y ni siquiera sabemos cómo salir de este

continente, ¿o tienes alguna idea?

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—Podemos buscar algún escondite en lo que encontramos una

manera de irnos –respondió.

—No lo sé –dijo Damila—. Siento que podríamos huir y empeorar

las cosas. Lo mejor es dejar ver qué ocurrirá mañana.

—Confiar, una vez más –soltó Marlon.

—O morir –agregó Lourdes.

Los cuatro no dejaban de pensar en esos pobres jóvenes

inocentes. ¿Qué había pasado cuando no habían resultado ser los

indicados? ¿Esos guardias que en la parte alta de la habitación de la

que venían les habían disparado algo para dormirlos? ¿Dejarles

inconscientes para después ponerlos como maniquíes dentro de esos

contenedores?

To Ual les acompañó a sus habitaciones, las cuales estaban

en el último piso del edificio. Por las ventanas se veía fuerte la luz

que lanzaba la estrella de color zafiro. Marlon fue el último en ser

guiado por el Vasgol.

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—El señor alto me ha contado lo ocurrido –le dijo To Ual antes de

que el chico ingresara a la habitación—. No teman, serán regresados

cada uno a su país tal y como les traje. Ahora nos tocará a nosotros

confiar en ustedes.

—Eso espero.

To Ual le puso una mano en el hombro.

—Han sido valientes –le dijo—. Descansen, que mañana por fin la

verán.

Marlon se encontró solo en tan enorme habitación,

acurrucado en medio de la gran cama. Los ventanales cubiertos por

unas cortinas rojas de tres metros de altura. Había cenado algo de

comida que estaba en la mesa, y luego de lo cansado que se sentía se

acostó. Lloró, por primera vez desde que había llegado. Y por

primera vez en su vida se hizo la pregunta existencialista que

entendería definía u definiría a la existencia humana:

―¿Quién soy?‖. Pero él estaba en todo su derecho.

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Capítulo 14 La tristeza de Lourdes

A la mañana siguiente, y antes de partir, hubo un desayuno de

despedida. El señor alto y To Ual presentaron a los guardias que

acompañarían a la misión final. No sólo los de Vanela y Quevedo de

Alrada, sino también otros diez más que pertenecían a la capital. El

templo donde se decía que estaba la Sordouch quedaba a tan sólo

una hora de viaje.

Marlon no quiso comer mucho. Sentía que era muy temprano

para tanta comida que estaba servida en la mesa. A un lado del

guardia Dogi se encontraba la enfermera que el día anterior les había

sacado sangre, y notaba su mirada sobre ellos. De vez en cuando le

susurraba algo emocionada a Dogi, quien asentía y agrandaba sus

ojos.

Fuera del edificio la multitud se congregaba para despedirles.

Familias que movían banderillas blancas y que cuando vieron salir a

los cuatro jóvenes aplaudieron contentos. Humberto le pidió a los

chicos que subieran rápido al Viltersax, sino querían ser arrollados.

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To Ual se despidió del señor alto y, acompañado de los

coordinadores y el consejero, subió al siguiente Viltersax. Los

jinetes alrededor, ahora diecinueve. De esa manera los viajeros

abandonaban la capital, siendo bien despedidos por su gente.

La estrella de seis picos fue quedando atrás y regresaron los

paisajes del campo abandonado. Los jinetes se mantenían atentos,

sabían que ahora que estaban más cerca de la Sordouch lo Doztrax

no dudarían en atacar.

—¿Te ocurre algo? –le preguntó Adam a Lourdes.

Pero la chica no respondió. Tenía su cabeza contra el cristal

de la ventana, con sus ojos perdidos. Adam se encogió de hombros y

puso sus brazos detrás de la cabeza, poniéndose cómodo.

—Es la primera vez que paso de la capital –comentó Humberto—.

Mi padre me advirtió sobre estos lares.

—¿Es peligroso adonde vamos? –le preguntó Marlon.

—No debería, son terrenos abandonados.

—¿No está por aquí la guarida de los Doztrax? –preguntó Damila.

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—No, eso está al sur, por las tierras de ceniza.

—Antes han intentado abrir el templo, ¿verdad? –quiso saber

Marlon.

Humberto pensó antes de responder:

—Sí, lo han intentado, tanto Doztrax como Vagols, y no dudo que

hasta Jendarios, pero no han podido, es simplemente impenetrable…

excepto para ustedes.

—¿Por qué? –preguntó Adam, a quien le tocaba dar la espalda y

estar de frente a Marlon y Damila.

—Chicos, ¿cuántas veces han hecho esa pregunta? A ver… ¿alguien

les ha respondido lo que de verdad quisieran?

Y Marlon recordó: ni Juar, ni Baros, ni Aliresazz, ni los

Bontiréa, ni siquiera To Ual, ni Cree.

—¿Somos los primeros que logramos pasar de la capital? –preguntó

con temor a la respuesta.

—Sí –respondió Humberto con tristeza.

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Durante el viaje hacia el templo no fueron atacados por los

Doztrax, porque cuando llegaron se dieron cuenta que los Doztrax ya

estaban allí. Habían llegado primero que ellos y vigilaban la entrada

principal del templo. Les vieron desde arriba, desde lo alto de una

colina. Estacionaron los Viltersax y los guardias bajaron de sus

caballos. Les sirvieron los arbustos y la lejanía para no descubrirse.

Marlon vio por fin el templo, allá abajo, y a algunos cincuenta

Doztrax, todos de negro, con sus espadas, pistolas, hachas y lanzas,

vigilando la entrada principal.

—Se cumplió mi mayor temor –comentó To Ual, mientras su cabello

se movía por el viento de aquella mañana.

—Podremos ir nosotros a atacar y dejarles el camino libre –comentó

un guardia de la capital, pero To Ual negó.

—No, eso sería demasiado arriesgado. Sabrían que estamos muy

cerca y vendrían a buscar a los chicos. No podemos ponerlos en

riesgo.

El templo donde estaba la Sordouch era grande y construido

de piedra blanca. En su entrada principal se miraban cuatro pilares

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sobre las escalerillas. Algunos Doztrax estaban sentados en círculos.

Parecía que allí habían pasado la noche. Otros estaban como

centinelas ante la puerta principal, la cual también se veía era de

piedra.

—¿Entonces qué propone? –preguntó el Consejero.

—Tenemos que pensar en una manera de que los chicos entren al

templo sin ser vistos.

Fue cuando Dogi se acercó, con torpeza levantando una

mano.

—En el libro ―Textos de un viaje‖, ¿alguien lo ha leído?

Los guardias se voltearon a ver.

—Deja de hablar tonterías –le pidió José.

—No, no, escuchen. En el libro Textos de un viaje se menciona que

existe una segunda entrada en el templo.

—¿Una…? –soltó To Ual.

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—Sí, sí. ¿Qué no lo han leído? La entrada secreta se haya al oeste,

pequeña piedra salida, abertura para un cuerpo delgado, así dice, así.

—Si existiera esa entrada ya muchos hubieran entrado –mencionó

Quevedo.

—No, no… hay una ilustración. La entrada está bloqueada y

supongo también podrá… desbloquearse si uno de ellos la toca.

—Podría ser –dijo To Ual cruzándose de brazos.

—¡Pues no estaría mal intentarlo! –soltó un coordinador.

—Sí, pero hay que pensar todo con mucho cuidado –opinó To Ual.

De esa manera el líder de los guardias de la capital, José de

Vanela, el Consejero y To Ual se unieron algo alejados de los demás,

cada uno dando su mejor estrategia. Los cuatro jóvenes sólo habían

mirado y escuchado todo. Por primera vez Marlon sintió que era una

de las personas más importantes del mundo.

—Ustedes relájense –les pidió el coordinador que se había

quedado—. Todo saldrá bien. Antes del atardecer estarán de vuelta

en sus casas.

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A Lourdes no pareció gustarle ese comentario. Soltó una

palabra que apenas y escucharon y se introdujo entre los matorrales.

Marlon la siguió. Por un momento temió que hubiera huido, tal y

como lo había mencionado anoche. Pero no fue así, la encontró

recargada a un árbol, mirando las aguas tranquilas de un río. Un

pájaro chiflaba.

—¿Estás bien? –le preguntó.

Lourdes giró para verle.

—Es sólo que –dijo, dándole de nuevo la espalda—, todo está por

terminar; tocaremos a la Sordouch y dicen que nos regresarán a

nuestros países. Sabéis una cosa… son tonterías, lo sé, pero eso me

pone algo triste. He llegado a tomarles cariño, a ustedes, incluso a

Adam que no ha dejado de darme la contra. Cuando todo acabe

regresará la realidad.

—Pero Lourdes, esta es también realidad –corrigió Marlon.

—No me entiendes –Se quedó callada unos segundos, soltó su mano

del tronco del árbol y le miró con los ojos más tristes con los que

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alguien había mirado a Marlon—. Mis padres fallecieron cuando yo

era una cría. Me llevaron a un orfanato… en Madrid. Estar allí me ha

hecho conocer poco el mundo, han sido buenas personas, no puedo

negarlo, pero… no me he sentido en un hogar. Allá estoy

desequilibrada, le he roto el corazón al chico que me quería –Se sobó

la rosa negra en su brazo—. Estar aquí, en cambio, me ha permitido

ver el mundo, sus paisajes y conocer el mar. Yo nunca he salido de

España, no me importa si este es un continente oculto a la vista de

los demás, para mí es ya un segundo hogar que me ha acogido…

pero eso, repito, todo lo que digo, son tonterías.

—No, claro que no –la calmó Marlon. Luego de un silenció en el

que Lourdes volvió a recargar su cuerpo en el árbol, el chico

añadió:—. Este paisaje, con este río y la luz del día reflejándose, le

vi en el cuadro de una pintura de una tía. Pero es imposible, ¿no?

¿Cómo pudo un pintor de nuestros lados venir a estas tierras?

Lourdes se giró y le sonrió.

—He visto cómo te mira Damila –le dijo—. Ella encuentra valor en

ti.

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—¿Ella… me mira a mí?

—¡Sí! Y tú a ella.

Se escucharon los pasos de alguien bajando y pronto

distinguieron a Dogi.

—Vengan, ya han tomado una decisión.

To Ual explicó el plan una vez estuvieron todos reunidos de

vuelta. Nada debería fallar. Bajarían la colina, él y otros cinco

guardias acompañando a los jóvenes, en busca de la entrada secreta.

En caso de ser descubiertos los otros catorce guardias saldrían al

ataque, tratando de defender en todo momento a los chicos y que los

Doztrax no se acercaran a ellos.

Damila se sobaba los brazos y se mordía el labio inferior.

Siguieron a To Ual y los cinco guardias, bajando la colina. Se iban

ocultando entre los árboles y tratando de tomar camino algo alejado

a la vista de los Doztrax. El templo se iba distinguiendo cada vez

mejor. Se escuchaban ya las voces de los Doztrax, sus risas e incluso

sus entrenamientos con espadas. El lado oeste era justo donde

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estaban ellos, la entrada secreta debería verse incluso a tal distancia.

Llegaron al punto de estar justo enfrente de todos los Doztrax, y el

templo a tan sólo unos pasos. De pronto la fuerza del viento

incrementó. Los arbustos se movían con fuerza y del cielo se

escuchaba un rugir. Los Doztrax lanzaron gritos y algunos se

levantaron. Todos en alerta miraban hacia el cielo.

Una nave plateada iba bajando frente a ellos y el templo. To

Ual la reconoció enseguida como la suya. Hubo polvo y más viento

cuando por fin la nave aterrizó. Los Doztrax esperaron. Marlon y los

chicos observaban también atentos. Los guardias cargaron sus armas,

Quevedo sacó su espada.

—No hagan nada –pidió To Ual.

—¡Pero pudieron vernos desde las alturas! –advirtió el capitán.

—Sí, pero…—La puertilla de la nave se abrió. Por ella bajó primero

Cree, seguido de Liad Sorbin, el hombre de las cenizas—. Ellos no

son enemigos.

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Capítulo 15 Ojos que miran el resplandor

Los Doztrax sabían que los dos Vasgols tenían algo que decir, no

pensaban que fueran tan valientes como para ellos solos quererse

enfrentar a su ejército. Así que el líder se hizo paso entre sus

soldados y se puso frente a ellos. Era alto y de espalda ancha, con

dos líneas blancas pintadas desde los ojos hasta la mandíbula. Tenía

sólo un mechón de pelo en la coronilla, y arrastraba en el suelo el

filo de su espada. Cree habló primero:

—Soy ex soldado del ejército de Vanela, en el este. Mi acompañante

pertenece a los Sorbins, su nombre es Liad.

—El hombre de las cenizas –masculló el líder Doztrax—. ¿Debes

pensar que le dejaremos pasar?

—Es por el bien de todos, tanto de ustedes como nosotros, y él está

dispuesto.

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Liad asintió, luego dio unos pasos para ponerse al lado de

Cree. Sus palabras fueron:

—Pienso pagar por el pecado que mi ancestro cometió. Con mi

perdida la Sordouch será destruida, lo única que pido es la

aceptación de mi pueblo, el que les dejen en paz.

Ante tal comentario varios Doztrax rieron, pero su líder

levantó una mano para advertirles que era mejor callar.

—¿Qué ganamos nosotros con eso? –dijo—. Lo que queremos es

que la Sordouch viva y permanezca en equilibrio con la tierra. La

queremos para nosotros.

—Eso es imposible –le dijo Cree—. La Sordouch se está muriendo y

tiene que ser destruida de la mejor manera. Si muere por si sola

entonces todos sufriremos las consecuencias.

—¡Falso! –gritó el Doztrax—. No nos convencerán. Les hicieron

venir, a cuatro. No deben de tardar en llegar y ellos la tocarán, tan

sólo les estamos esperando. Cuando la toquen nos haremos de la

Sordouch.

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—Ellos no vendrán, fallaron –mintió Cree.

—No, sabemos que no.

Y el jefe de los Doztrax lanzó una carcajada, pero ningún

otro se atrevió a imitarle. Su líder era muy raro y podría matarles de

improviso.

—¿Quién es el que viene con Cree? –preguntó Damila desde lejos,

oculta con los demás, quienes atentos observaban pero no

escuchaban muy bien lo que decían.

—Es Liad Sorbin –le respondió To Ual—. El hombre de las cenizas

y representante de la estirpe Sorbin. Él quiere pagar con su vida el

precio de su ancestro Sed Sorbin por haber cometido el pecado de

mirar el resplandor.

Marlon se dio cuenta que Liad aún era joven, y aunque

trataba de mostrarse valiente había algo en su mirada que denotaba

temor. ¿Por qué tendría él que pagar por algo que un ancestro hizo

cientos de años atrás? ¿Pagar con su vida?

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—Pareciera que Cree quiere convencerlos de que se vayan –comentó

el capitán de los guardias—. Deberíamos esperar a ver si lo

consigue.

—Por supuesto que no lo hará –soltó To Ual.

—¡Están empuñando sus armas! –hizo notar Adam, a lo que To Ual

le indicó con un dedo en la nariz que bajara la voz.

Aunque en efecto, Cree mantenía una mano en la pistola

plateada que le colgaba del cinturón y Liad estaba empuñando su

espada.

—Les convendrá dejarlo pasar por las buenas –decía Cree—. Es

tiempo de la unión entre su pueblo con el mío. No tienen opción. La

Sordouch dejará que el templo abra sus puertas en cuanto Liad las

toque, pues entenderá que viene a pagar el pecado que Sed Sorbin

cometió años atrás. Déjenlo que pague con su vida, nos convendrá a

todos.

—Qué pase –le dijo el Doztrax—. Aunque tal vez no llegue con vida

a la Sordouch.

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Fue así como inició la batalla, como en los viejos tiempos.

Hacía tanto que Cree no luchaba, y era la primera vez que Liad tenía

la oportunidad de descargar tanta furia contenida. El líder tan sólo

dio unos pasos hacia atrás, dejando que sus hombres atacaran. Los

Doztrax lanzaban hachazos o sus lanzas, pero Cree con su arma daba

disparos por todos lados. Liad encajaba en estómagos, rajaba piernas

o cortaba cabezas. Pero no iban a poder los dos solos. Desde lo alto

de la colina se dejaron venir los demás jinetes Vasgols que habían

quedado, catorce como fuegos lanzados desde una catapulta. Los

Doztrax señalaban y gritaban a sus compañeros de la nueva

amenaza.

—¡¿Qué hacemos?! –preguntaba Marlon desesperado—. ¡Tenemos

que entrar al templo ahora!

—No, no –le paraba To Ual—. Sería demasiado peligroso.

—Pero es la oportunidad, ¡la entrada secreta!

Pero To Ual insistía que no. Para él era más importante

mantenerlos ocultos. Desde lejos miraban a los hombres caer. Un

Vasgol fue tomado por sorpresa con una lanza y cayó al suelo. El

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jinete Dogi se hizo de dos Doztrax en cuanto llegó, y bajando de su

caballo les esperaba con su espada y su pistola.

—¡Tenemos que apoyarles! –decía Quevedo.

—No, ellos podrán –aseguró To Ual.

Pero lo cierto es que eran más Doztrax que Vasgols, y el líder

de los primeros se regocijaba en la entrada del templo, acompañado

de los centinelas. Cree recibió un disparo en el hombro derecho.

—¡No! –fue el grito que vino desde el bosque, y fue como si la

batalla se hubiera detenido para que todos vieran venir corriendo a

Damila. Al líder se le agrandaron los ojos. Todo resultaba mejor de

cómo lo pensó.

Cree cayó al suelo y Damila se hincó ante él. Un Doztrax se

acercó a la chica y estuvo a punto de cortarle la cabeza con su espada

cuando escuchó la orden de una voz que conocía muy bien:

—¡No lo hagas! No deben morir –soltó To Ual, apareciendo en el

campo de batalla y juntándose con los suyos… con los Doztrax.

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Damila se quedó con la boca abierta. ¿To Ual dándole

ordenes al supuesto enemigo? El Doztrax asintió y bajó la espada.

—¿Dónde están los demás? –preguntó el líder a To Ual, y éste

señaló hacia los arbustos.

—¡No! –gritó Cree, haciendo a un lado a Damila y cubriéndola.

—¡Marlon ha entrado al templo! –gritó entonces el capitán de los

guardias Vasgols, saliendo también al campo de batalla. To Ual

frunció el entrecejo, se sacó una pistola dorada de entre su bata y

disparó al soldado.

—Idiota –murmuró.

Las puertas del templo se abrieron. Liad Sorbin había posado

sus manos sobre ellas. Los centinelas yacían muertos en el suelo, y el

líder Doztrax jadeaba con una herida en el brazo.

—¡Tras él! –gritó furioso.

Pero los guardias Vasgols no dejarían que muchos Doztrax

entraran. Antes de que las puertas volvieran a cerrarse, sólo el líder y

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otros dos Doztrax pudieron entrar. Dentro estaba Marlon ante la

Sordouch, y Liad Sorbin iba a con él.

Marlon había corrido hacia la entrada secreta en cuanto vio

que Damila salió del escondite tras Cree. No, se había dicho, yo no

puedo ver cómo la matan. No, esto tiene que terminar, debo tocarla.

Y sin previo aviso había corrido hacia la piedra salida en el lado

oeste del templo. Al tocarla ésta brilló, tal y como la piedra en la

habitación de la capital donde les habían sacado sangre; lo que había

estado tapando la entrada secreta al templo se había hecho a un lado,

sólo un momento para que él ingresara.

El templo era alto y grande. Había pilares a los lados y el

suelo parecía ser de mármol. La luz provenía de tres huecos en el

techo, cada uno separado por dos metros. Los huecos tenían

ventanas. En las paredes se encontraban pinturas de los Cinco,

tomados de las manos y mirando en dirección hacia donde se

encontraba su creación.

La Sordouch apenas brillaba, era muy grande, la piedra más

preciosa que el chico había visto. Estaba inclinada, como parada, y

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en el medio había un diminuto punto dorado que apenas brillaba. La

Sordouch tenía varios golpes, le faltaban pedazos, como si se hubiera

caído de algún lugar y se hubiera quebrado; ello era más que una

joya. La Sordouch se estaba muriendo, y por alguna extraña razón al

chico le dieron ganas de llorar. En algunos puntos la piedra brillaba

apenas, pareciendo que tenía un sistema respiratorio que trabajaba

con toda la fuerza posible. Parecía un pulmón a punto de morir.

Marlon sabía lo que tenía que hacer, simple y sencillamente tocarla.

Levantó sus brazos y se vio las yemas de sus dedos, y de nuevo esas

preguntas surgieron… ¿Por qué yo? ¿Qué tienen mis dedos que no

tengan los de otra persona?

La imagen de su casa llegó a su cabeza, la imagen de su

madre y de su padre, nunca había tenido tantas ganas de verlos como

en ese instante. Era estúpido, ¿cómo una piedra puede morirse? ¿Qué

maldita sea era aquella cosa? ¿Por qué le daban ganas de echarse a

llorar y no tener el valor de tocarla simplemente? «Hay pasos» le

dijo una voz en su cabeza, «Un libro que fue robado».

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—¡No la toques! –le gritó alguien que venía corriendo. Marlon se

encontró cara a cara con Liad Sorbin.

—Tú… no quieres hacerlo –le dijo el chico.

Liad Sorbin giró y pudo con su espada lanzar lejos la flecha

que venía directo hacia él, pues tres Doztrax le seguían. El líder

sonrió con malicia.

—Dos pájaros de un tiro –dijo, mirando a Liad y a Marlon—. No

pudo haber sido mejor. Maten al Vasgol, solamente.

Los otros dos Doztrax se lanzaron contra Liad, pero el Sorbin

fue más rápido y demostró lo que había aprendido en las tierras de

ceniza. Se agachó y clavó su espada en el estómago del primer

Doztrax, y luego rodó por el suelo para llegar a los pies del otro y

tumbarle de una patada. Fue tan sólo tocarle el cuello con el filo de

la espada para que éste se empezara a desangrar. El líder aplaudió.

—Buen entrenamiento –dijo—. ¿Y así quieres morir? Serías un

buen… ¡NO!

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Antes de que Liad pudiera cortarse alguna parte de su brazo

con la espada y así derramar la sangre sobre la Sordouch, el líder le

lanzó un disparo en la pierna. Liad cayó al suelo, ante los pies de la

Sordouch. El Doztrax se acercaba ahora para dar el golpe final, pero

todo pasó muy rápido. Marlon había mirado el resplandor…

El circulo dorado del centro de la Sordouch le había llamado.

Eran llamas doradas y los cinco encapuchados estaban dando vueltas

unos sobre otros, como espectros en esa dimensión o, quizá, el

interior de la Sordouch. El Doztrax fue lanzado por la Sordocuh

metros atrás. La fuerza que emanó fue increíble, y Marlon yacía

flotando junto con la Sordouch hasta que también fue lanzado al

suelo. Liad se puso en pie, rengueando, buscando a Marlon con la

mirada mientras los pilares estaban a punto de curtirse y las piedras y

ventanas del techo caían. Le encontró inconsciente, al nuevo

pecador.

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Capítulo 16 Despedidas

To Ual había ordenado a los Doztrax que no siguieran atacando y

que esperaran a que su líder saliera victorioso con Marlon del templo

y la Sordouch por fin viva, brillante, lista para ellos poderla tomar.

—¿Han traído la nave? –le preguntó a uno de los Doztrax, y éste

asintió.

—¡Traidor! –le gritó Damila. Dogi se había acercado a Cree y le

estaba enrollando un trapo en la herida—. Eras la última esperanza

que teníamos de salir de aquí, ¡sos un…!

Una fuerte fuerza la cayó, sintió su cuerpo moverse y fue

como si estuviera temblando. Se escuchaba al templo derrumbarse

por dentro. Cree se levantó y con ayuda de Damila y Dogi fue

dirigido hacia los arbustos, donde Quevedo cuidaba de Adam y

Lourdes. —¡La nave! ¡La nave! –gritaba To Ual furioso, y cuatro

Doztrax corrieron hasta internarse en los matorrales.

—¿Qué está pasando? –preguntaba Quevedo.

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—El templo… se está…

—¡No! –soltó Lourdes—. ¡Marlon está dentro!

Damila se lanzó al suelo y empezó a llorar. Adam le tomó la

barbilla con la mano, para que alzara la mirada y viera cómo Liad

Sorbin salía del templo con Marlon entre los brazos. Antes de que

To Ual pudiera atacarle la luz de la Sordouch les impactó a todos en

los rostros, una luz roja. La energía que lanzaba los ponía en el

suelo. Los pilares de la entrada se cayeron por fin. La puerta se vino

abajo, el templo se derrumbó ante tal energía. To Ual ponía su brazo

para taparse los ojos, y como pudo corrió junto con los demás

Doztrax hacia el interior del bosque.

Liad se hincó dejando a Marlon en el suelo. Fue así como

Damila, Adam, Lourdes y los Vasgols pudieron también conocer a la

Sordouch, brillante como cuando la crearon, flotando en el centro de

la destrucción. Dogi se hincó en el suelo e hizo la señal de la cruz.

Quevedo le imitó.

—Aquí están Sordouch, ante ti –murmuró Cree.

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Entonces el plan de To Ual y los Doztrax se vio al

descubierto. Y una pieza más fue encajada al rompecabezas. Una

enorme nave negra salió de entre los antiguos árboles, volando sobre

ellos y provocando más ventarrones. La nave negra se detuvo sobre

la Sordouch, la cual poco a poco perdía su brillo. Pudieron ver así su

original estado, quebrado y con un palpitar lento; el hecho de que

Marlon hubiera visto también el resplandor le provocaba más daño.

De la parte de abajo de la nave salieron cuatro Doztrax

colgando en cables y llevando unos artefactos muy raros. Y Cree

intuyó lo que iban a hacer, y supo que no podían hacer nada. Esta

vez lo Doztrax habían ganado.

Dichos artefactos eran como escudos que tenían una especie

de imán. Estaba compuesta la parte donde le tomaban de metal azul

marino, y en el centro llevaba grabada una insignia roja que

resultaba ser una D. Los cuatro se pusieron alrededor de la

Sordouch, acercando los escudos lo más que podían a ella.

—¡Se la van a robar! –gritó Lourdes.

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Dogi salió corriendo pero fue detenido por el guardia Elías,

quien le negó con la cabeza. Así pues, los Doztrax eran regresados a

la nave con la Sordouch en su poder. Entraron y la puerta de la nave

se cerró de nuevo. Las turbinas lanzaron fuego y en unos segundos

partía hacia el norte.

—To Ual…—dijo Cree—. To Ual ha jugado bien…

—Es… es –soltó Lourdes, y lanzó un grito de furia.

Adam y Damila corrieron hacia donde estaba Liad con el

cuerpo de Marlon. La chica se llevó las manos a la boca, sollozando.

—Sólo está inconsciente –la tranquilizó Liad, pero ella no dejaba de

llamarle.

Entonces vieron a cuatro hombres bajar la colina. Era

Humberto, los dos coordinadores y el consejero.

—¡Por el perdón de los Cinco! –decía Humberto—. ¡¿Cómo tanta

desgracia?!

Cree, con una mano sobre su hombro derecho, se acercó a los

demás. Dogi pidió que despejaran para darle aire a Marlon.

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—Yo lo cuidaré –dijo.

Liad se levantó con una mano en la cabeza.

—Estuve… ¡estuve tan cerca!

—No es tu culpa –le dijo Cree.

—Lo ha mirado, Cree… ¡Ha mirado el resplandor!

—¿Quién?

—¡El joven! –Y Liad señaló a Marlon.

Todos se quedaron en silencio. Dogi le limpiaba el polvo de

la cara. Damila no se quería separar. Liad no pudo seguir fingiendo

que no le dolía su pierna y se sentó para recibir también

tratamientos. Muy cerca de los escombros permanecían los

cadáveres de los caídos; eran más Doztrax. El capitán de los Vasgols

se hallaba rodeado de un charco de sangre; otros tres de sus guardias

habían muerto en batalla.

—To Ual… ¿por qué se fue con ellos? –decía uno de los

coordinadores—. ¿Por qué?

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—¿Por qué será, viejo tonto? –riñó Quevedo—. ¡Qué todo este

tiempo le dejaron la misión más importante, la de llamarle a ellos, a

un traidor!

Lourdes estaba cruzada de brazos, mirando hacia el cielo.

—Nada ha servido –dijo Adam—. Todo fue inútil. Ahora ellos…

¿Qué va a pasar?

El chico había hecho la pregunta esencial. Liad se tapó el

rostro con una mano y luego de unos segundos la retiró. Parecía que

estaba a punto de decir algo que no hubiera querido:

—Yo me llevaré a Marlon –afirmó por fin.

—¡¿Qué?! –soltó Elías.

—Eso nunca –murmuró Dogi.

—Es lo mejor –les dijo—. Ha mirado el resplandor. Ahora tenemos

que saber qué consecuencias puede traer… Tú lo sabes Cree,

tenemos que llevarlo a con ella.

Cree asintió.

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—Sí… tú conoces el camino, llévalo y después nos encuentras en la

nación.

—¿Puedo tomar la nave? Así llegaremos más rápido.

Liad se refería a la nave plateada con la que habían llegado y

por suerte aún estaba en el mismo lugar de aterrizaje.

—Sí –le dijo Cree—. Nosotros tenemos a los Viltersax. Llegaremos

a la nación en pocas horas.

—¿Para qué llevarles a la nación sino logramos que tocarán la

Sordouch? –preguntó molesto el consejero.

—No les llevaremos a que les alaben –aseguró Cree—. Vamos todos

para recibir ayuda y pensar qué es lo que sigue.

Marlon se estaba levantando. Con ayuda de Damila se puso

de pie.

—¿Entonces en eso quedamos? –preguntó Liad para confirmar, y

Cree asintió. Él también se levantó una vez que Dogi le hubo

detenido la hemorragia de su pierna—. Joven Marlon, venga

conmigo.

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—¿Yo? –Marlon estaba más que confundido, apenas recordando lo

que había pasado. Adam y Lourdes se acercaron a él—. ¿Adónde

tengo que ir?

—¡No dejaremos que le llevéis! –gritó entonces Lourdes.

—Somos los cuatro o nada –dijo Adam.

—Así es –soltó Damila, y tomó la mano de Marlon con la suya.

Aquello conmovió a todos. Liad intercambió una mirada con

Cree, ninguno hubiera querido que pasara aquello.

—Has mirado el resplandor, Marlon –le dijo Liad—. Ahora tienes

que venir conmigo y después te reunirás de nuevo con ellos.

—Por favor –les dijo Cree—. No hagan esto más difícil de lo que es.

Los chicos permanecían firmes. Pero fue Marlon quien

accedió, pensando que era el culpable de tal desenlace, pues había

mirado el resplandor a pesar de las advertencias. A su memoria vino

la estatua del pecador sobre la tumba. Al fin de cuentas ya había ido

y venido por tantos lugares del continente, conocido a tantas

personas, le habían tratado como un títere, una pieza de ajedrez

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moviéndola a su antojo; entonces por qué no acceder a la última

petición, dejar que el río fluya.

—Está bien, iré.

Se giró y se quitó el collar con el dije de león. Lo colocó en el

cuello de Damila, quien quedó sorprendida.

—Esto significa que volveré –les dijo—. Pase lo que pase.

Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas y le dio un fuerte

abrazo. Así como estaban fueron abrazados también por Adam y

Lourdes, los cuatro de nuevo. Habían entendido, por fin, que sólo

entre ellos podían confiar ciegamente, ya que estaban pasando por lo

mismo, en un lugar desconocido.

Marlon se separó y caminó hacia Liad.

—¿Te sientes bien? –le preguntó el Vasgol. El joven asintió—.

Vamos, entonces.

Marlon le siguió, subiendo las escalerillas detrás de él,

regresando a la nave en la que días atrás había llegado junto con To

Ual a tal continente. Y cuando los demás subían la colina para ir

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hacia donde estaban los Viltersax, les vieron partir. La nave se fue

volviendo un punto diminuto al alejarse. Lourdes lanzó una última

mirada a los restos de la batalla y al templo destruido. Adam pensó

que ya nunca más volvería a casa, parecía hacerse a la idea. Damila

sujetaba el dije de león.

En México, la señora Lilia colgaba junto a la fotografía de su

hija Diana una fotografía de Marlon.

—No –le dijo su esposo, retirando el cuadro y abrazando a su

esposa—. Él está vivo, regresará.

El Tsunami había arrasado con la ciudad y muchas vidas se

habían perdido. Pero Marlon estaba vivo, lo sentían. La abuela no

paraba de mirar el reloj de arena, un lado abajo y luego arriba,

esperando a su nieto.

En esos días las cosas no iban bien en el mundo. Su centro de

vida, ignorado por muchos, estaba perdiendo fuerza en algún lugar

del continente oculto. La Sordouch agonizaba en las manos del

enemigo.

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Título: La Sordouch

Autor: Oscar G. Andrade