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LA SORDOUCH
POR OSCAR G. ANDRADE
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® Febrero 2015 – Todos los derechos reservados. Se prohíbe la
reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización del autor.
Ilustración de cubierta: Sebastián Witterbeng
Obra publicada única, oficial y exclusivamente por los siguientes
sitios:
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Sordouch, donde podrá comentar y conocer a más lectores, así como
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Última revisión/edición febrero 2015
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Sobre el autor
Oscar G. Andrade nace el 10 de enero de 1989 en la ciudad de
Mazatlán, Sinaloa, México. Comenzó a escribir desde muy niño. Al
principio sólo relatos en internet. Ha publicado el cuento infantil ―La
carta del elfo herido‖ en una antología en España, así como también
―El hallazgo‖, relato de suspenso y terror en la antología ―Retazos‖,
en su ciudad. Recibe también un reconocimiento por parte de la
firma Prada, desde Italia, por su relato ―Los otros ojos‖ (Prada
Journal, 2013).
Datos de contacto:
www.twitter.com/oscargandrade
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Sobre la novela
"Pase lo que pase nunca mires el resplandor.
Cuatro jóvenes de diferentes países han sido privados de su libertad
para ser llevados a un lejano continente en donde la traición y la
venganza están a la orden del día. Marlon descubre que para poder
regresar con su familia tiene que tocar, junto con Adam, Lourdes y
Damila, una extraña cosa llamada Sordouch, de la cual ni siquiera
sabe a ciencia cierta qué es ni dónde se encuentra. Por si esto fuera
poco, un ejército está en su contra y harán hasta lo imposible para
que nuestro planeta no fortalezca su fuente de vida original".
Una historia en apariencia sencilla pero que, espero, resulte mucho
más interesante de lo que parece, creando preguntas como: ¿por qué
ellos habiendo tantas personas en el mundo? ¿Cómo puede existir un
continente oculto? ¿En quién confiar? ¿Qué es con exactitud la
Sordouch? ¿Regresarán a sus países con vida?
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Quiero que el lector disfrute tanto como yo disfruté al
escribirla, y acompañe a Marlon, Damila, Adam y Lourdes en esta
aventura que estoy seguro podría hacerse un buen hueco en el
mundo de la literatura juvenil actual.
A quien corresponda le dejo esta historia con cariño,
Saludos.
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Oscar G. Andrade
LA SORDOUCH
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Capítulo 1 La voz que sigue
¿Ya vienen? Se les está avisando. ¿Son los indicados? Sin lugar a
dudas. ¿De distintos países? Sí. La Sordouch los espera, se está
muriendo. ¿Cuántos anuncios van? Dos, al tercero iré por ellos.
—Está todo pasando tan rápido –dijo el dueño de la otra voz.
—Sí, pero a la vez esperamos tanto –hizo notar To Ual, luego
caminó hacia el balcón del palacio y observó las tierras áridas y
oscuras de aquella parte de la tierra. Su larga cabellera se perdía por
el color negro de su bata—. Todo esto por culpa de una guerra que
nunca acabó.
—Te equivocas –soltó el otro hombre entre las sombras—. Todo
esto es por culpa del traidor y… ¿qué ocurre?
—Está pasando, están dando el tercer aviso –anunció To Ual,
mostrando asombro en su fino rostro—. Me tengo que ir… por ellos.
—¿A dónde primero?
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—México.
Marlon entró al salón de clases con toda la buena actitud, pero no fue
así como salió. Cuando el profesor iba dejando de tarea diez
ejercicios sobre la ecuación explicada en un minuto, él ya estaba con
su cuaderno en la mochila y un pie casi fuera del aula. Había
olvidado que ese día llegaría su abuela, que tenía que ir por ella a la
central de camiones, llevarla a casa a comer y después reunirse con
sus compañeros de la universidad para acabar juntos una tarea en
equipo. Había olvidado que a su abuela no le importaba que él
contara con diecinueve años, igual y le agarraba los cachetes como
de niño y en voz alta le hacía cariños, en plena calle, que lo ponían
rojo de la vergüenza. Desde que se iba bajando del autobús ella ya
tenía sus regordetas manos abiertas para querer apretujarle.
La ayudó a cargar la maleta por todo el centro, una grande y
de color café, mientras su abuela iba adelante mirando escaparates y
contando lo contenta que estaba de visitarlos. Marlon cargó la maleta
de todas las formas posibles, con la mano izquierda, con la derecha,
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apoyándola en su espalda e incluso arrastrándola por la banqueta sin
que su abuela viera. Pudo descansar hasta que entraron a una tienda
de antigüedades. En el fondo, entre estanterías de madera, se hallaba
el dueño del lugar, un anciano al que más de ochenta años atrás le
habían nombrado Pedro.
La abuela lo saludó mandándole un beso con la mano y se
dirigió a la estantería más próxima para apreciar viejos relojes con
manecillas de metal, adornos de porcelana y pergaminos con mapas
de difícil identificación. Marlon arrastró la maleta hacia donde se
hallaba Pedro; ambos se conocían muy bien, pues el joven había
trabajado un verano en aquella tienda. Se sabía de memoria los
precios de las reliquias más caras y que todavía no se vendían.
—Parece que tu abuela ahora se quedará más de un mes –comentó el
señor Pedro, haciendo referencia a la maleta.
—Sí, todo parece indicarlo –respondió Marlon con cara de pocos
amigos.
—Vamos, no es para tanto. Qué la soportas unos días y luego se va.
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—¡Lo estoy oyendo! –lanzó la abuela sin despegar la vista de una
mano de cristal que dentro contenía un líquido azulado.
El señor Pedro sonrió y luego se sacó de entre la bolsa de su
camisa un collar color negro, de tela, con lo que parecía ser un
pequeño dije de plata en forma de león. Para sorpresa de Marlon el
viejo lo colocó en el mostrador frente a él.
—Es para ti –le dijo.
Marlon tomó el collar y miró al león, con su hocico abierto y
sus patas delanteras estiradas.
—¿En serio? –preguntó.
—Claro –le dijo Pedro—. Hace tiempo que te lo quería dar. Pero la
última vez no viniste cuando te ocupé.
—Lo siento, usted recuerda ese trabajo de la universidad y…
—¡Listo! –interrumpió la abuela—. Esto es lo que buscaba, ¿cuánto
será, Pedrito?
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La mujer colocó en el mostrador un reloj de arena y sacó su
monedero para disponerse a pagarlo. Marlon guardó el collar en su
pantalón y tomó la maleta.
—Gracias –le dijo al señor Pedro.
El viejo le sonrió bajo su mata de pelo canoso. Y Marlon
salió de la tienda junto con su abuela sin saber que esa sería la última
vez que vería a su antiguo jefe, y que aquel collar significaría tantas
cosas.
En el camino a casa la abuela compró dos helados, incluso
cuando Marlon le había dicho que él no quería; así que ese fue el
pretexto perfecto para que ella caminara con uno en cada mano,
dando lengüetazo a éste y luego a aquel.
—¿Qué fue lo que te dio Pedro? –le preguntó cuando iban cruzando
una avenida principal, mientras los carros esperaban semáforo en
rojo.
—Un collar.
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Marlon se sacó el collar con el dije de león y se puso a
mirarlo. Iba recordando todos los sabios consejos que su viejo amigo
le había dado cuando trabajaban juntos. Pero sus pensamientos
fueron interrumpidos porque para su sorpresa la abuela decidió parar
un taxi.
—Pero sólo faltan dos cuadras y…
—¡Sube!
La mujer se subió adelante y Marlon en la parte trasera. En
menos de quince segundos llegaron a su destino.
—¿Cuánto es? –preguntó la abuela.
—Son… diez pesos, señora.
Marlon bajó la maleta y la cargó hacia el umbral de su casa.
Su padre estaba en el sillón leyendo un libro y su madre apareció
desde la cocina.
—¿Y tú abuela?
—Ya viene.
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La enorme mujer entró a la casa dando un rápido vistazo
alrededor, y luego abrazó a su hija. El padre de Marlon dejó el libro
en una mesa y se levantó para saludar a su suegra. Ella también le
dio un apretujón, cargándolo.
—Han tardado –hizo notar la madre de Marlon, quien era alta y
delgada. Su nombre era Lilia.
—Hemos andado por el centro –contestó la abuela, luego se dirigió a
una canasta que contenía caramelos—. ¡Son de chocolate!
Marlon seguía de pie en la entrada, ensimismado en la gran
fotografía de su hermana. La fotografía enmarcada se encontraba en
la pared de la sala y daba de inmediato la bienvenida a todos. Pero su
abuela apenas y había prestado atención; tal vez ya lo había
superado…
Diana tenía diez años cuando murió. Venía la familia de
regreso de vacaciones, en carretera y de noche, cuando el automóvil
empezó a girar. Los demás resultaron con heridas graves, pero Diana
no, ella había fallecido al instante de un golpe en la cabeza. Habían
pasado siete años desde el accidente, pero Marlon siempre lo
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recordaba como si hubiera sido ayer. Su hermana en la foto con su
sonrisa tan tierna y sus grandes ojos, parecida la belleza a la de Lilia.
Entonces llegó el tercer llamado…
Llega su momento.
La voz aquella, fría, como un susurro proveniente de un lugar
muy lejano, de nuevo. Era la tercera vez, se puso las manos sobre las
orejas.
—¿Te pasa algo, Marlon?
Giró la mirada al frente y vio a su madre, preocupada. La
abuela y su padre ya estaban en la cocina preparados para comer.
—Nada…
—¿Seguro?
— Es sólo que últimamente he escuchado una voz… algo como…
—¿Una voz?
—Sí, pero no es nada. Debe de ser algo que escuché y se me ha
quedado muy grabado –mintió.
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Lilia no parecía muy convencida, aun así tomó a su hijo de
los hombros y lo guio a la cocina. Marlon comió esa tarde con sus
padres y su abuela una rica sopa y ensalada, después la nieve
favorita de su abuela: vainilla con chocolate y nuez. Y disfrutó esos
momentos antes de irse a la playa donde se había quedado de ver con
sus amigos. Pero de haber sabido que pasaría muchísimo tiempo en
volver a sentirse así, que pasarían tantas cosas después de esa
comida, lo hubiera disfrutado más. Hubiera mirado fijamente el
rostro obeso de su padre, su bigote; las largas pestañas de su madre y
su fina nariz, y hasta a su abuela con la boca embarrada de nieve.
Porque de haberlo sabido tal vez ni se hubiera levantado de la silla y
hubiera dicho:
—Regreso más tarde.
Qué gran idea la de hacer la tarea en la playa, y con un día
tan perfecto. Apenas pisó la arena y distinguió no muy lejos a sus
compañeros de equipo, sentados en una banca alrededor de libretas,
libros, calculadoras, lápices y plumas. Marlon se sentó junto a
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Miriam, admiró lo linda que se veía ese día y agradeció la sonrisa
que ella le brindó.
—Has tardado –le dijo Gabriel, un joven de cara redonda que amaba
todo lo relacionado con los dinosaurios.
—Sí, es por mi abuela, he ido por ella.
—Así que por eso saliste tan apurado del salón –soltó Luís, alto y de
lentes. Él era jefe del equipo.
—Sí, por eso mismo.
—Bueno, comencemos –sugirió Miriam, luego se agarró el cabello y
empezó a escribir.
Eran las diez ecuaciones, si tan sólo hubiera puesto más
atención, pensaba Marlon. Fue el único de los cuatro que tuvo que
recurrir al libro de Geometría y Algebra para entender desde el
principio. Tenía el dedo índice en un subtema cuando una gota de
agua cayó al papel.
—¿Llueve? –murmuró.
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Poco a poco las gotas se iban incrementando.
—¿Lluvia con sol? –se preguntó Miriam, metiendo rápido sus útiles
a la mochila que llevaba.
—Vamos debajo de esa palapa –pensó Gabriel.
Se levantaron. Pero Marlon no caminó hacia la palapa, sino
que se acercó al mar.
—¿Qué ocurre? –le preguntó Miriam, aunque lo comprendió
enseguida; el mar se alejaba, poco a poco, luego con más rapidez.
Entonces sus piernas empezaron a temblarle y ella sintió la mano de
Luís tomando su brazo derecho.
—¡Eso es un tsunami! –decía el joven—. ¡Vámonos!
Gabriel ya subía las escalerillas hacia la banqueta del
malecón, huyendo tal vez en vano de lo que ya era inevitable.
—¡Marlon! –gritó Miriam, zafándose de Luís y yendo hacia su otro
amigo. Quiso jalarlo, moverlo, pero todo intento fue en vano. Estaba
duro como una piedra, petrificado. Marlon miraba la creciente ola
ante él. Miriam, asustada y con lágrimas en los ojos, accedió al
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llamado de alerta de Luis y le hizo caso. Los dos lograron alcanzar a
Gabriel, dejando solo a su otro compañero.
En los últimos días las cosas no iban muy bien en el mundo.
Se sabía de ciertos desastres naturales en otros países, terremotos,
más ciclones y huracanes que nunca, tsunamis y erupciones de
volcanes. Era como si el mundo se estuviera debilitando. Y Marlon
ahora sufriría las consecuencias. De verdad se había querido mover,
pero no pudo. Algo lo ataba a la arena y la gran ola producida en un
cielo que de pronto se había puesto nublado estaba por caer sobre él.
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Capítulo 2 El continente oculto
Qué manera de acabar la vida, pensó Marlon ante tan cantidad de
agua sobre su cabeza. Y por muy increíble que parezca no era mucho
el miedo que sentía. Pudo pensar, entre otras cosas, en esos segundos
que fueron una eternidad, que por fin se uniría con su hermana
Diana. Le contaría todo lo que había pasado en el tiempo en que no
habían estado juntos, cuando ella partió de este mundo. Le diría del
viaje que hizo en la preparatoria al Ecuador. De que su padre había
sido ascendido de puesto en su empleo y que su madre ahora se
dedicaba a vender perfumes por medio del internet. Que el conejo
que ambos habían querido la vez que los llevaron a la tienda de
mascotas había huido una noche que la puerta del patio quedó
entreabierta. Y casi absorbiendo la brisa de la ola, Marlon esperó…
Algo desconocido atravesó la ola con gran rapidez y no fue
hasta cuando se estacionó que se empezó a captar bien esa cosa
plateada, gigantesca, que fue enterrando sus patas en la arena. Era
una nave de forma triangular; Marlon giró a verla, apenas dando
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importancia al hecho de que ya se podía mover. Y la ola de frente,
como si Moisés la estuviese levantando. Entonces una parte de la
nave botó hacia adelante, pero sin separarse, haciéndose hacia la
izquierda y empezó a brotar una escalerilla negra que terminó
hundiéndose una parte en la arena.
De la nave plateada salió un hombre alto, de larga cabellera y
bata negra con escamas. Mantenía sus ojos fijos sobre Marlon,
observándole unos instantes antes de gritarle:
—¡¿Pero qué esperas?! ¡Sube!
—¿Qué? –soltó Marlon, asombrado de que hubiera aún voz en su
cuerpo.
—Sube, la ola está por caer. Morirás, ¡rápido!
El extraño se acercó más a Marlon y lo tomó de un brazo,
jalándolo hacia la nave. Marlon accedió, tan confundido como
sorprendido. En segundos sintió cómo sus pies subían las escalerillas
para guiarlo hacia la oscuridad de la nave. El extraño lo soltó y se
alejó.
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—Ya está –le dijo a alguien.
La nave se tambaleó, tal vez por el despegué o tal vez porque
la ola ya la había alcanzado. Marlon cayó al suelo, cerrando los ojos.
Lo cierto es que después de casi un minuto la calma volvió y pudo
comprobar que estaba a salvo. Se levantó de aquel frío suelo
plateado. Frente a él se encontraba el hombre extraño, cruzado de
manos.
—¿Quién es usted? –preguntó Marlon, echando un rápido vistazo a
los asientos de forro negro que estaban a los lados, los cientos de
botones y las pantallas que lanzaban imágenes de líneas y colores
verdes.
—Mi nombre es To Ual –le respondió, y luego caminó hacia un
ventanal—. Ven, observa.
Marlon se acercó y pudo ver algo que vivirá siempre en su
memoria. Era su ciudad, siendo devastada por el tsunami. La ola
alcanzando a personas, moviendo coches, inundando casas.
—¡No! –gritó.
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Y pensó en sus padres y en su abuela; la devastación, sus
vidas.
—Cálmate –pidió To Ual, tomándolo de los hombros y alejándolo
del ventanal. Lo dirigió hacia una de las sillas negras y lo sentó
ahí—. Calma, Marlon.
El joven lo miró. Fue inevitable que unas lágrimas le salieran
de sus ojos.
—¿Qué está pasando? Todos ellos van a…
—Estoy seguro que muchos se salvarán. La ola tardó mucho tiempo
amenazando, ¿no crees?
Marlon asintió, estando consciente de lo raro que era que
hubiera pasado eso.
—¿Cómo sabe usted mi nombre? ¿Cómo es que me ha rescatado
y…?
—El viaje será largo –le dijo To Ual, y se volvió a acercar al
ventanal. La nave había girado y ahora viajaban sobre el mar—. Ésa
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y otras muchas preguntas las puedes hacer después. Ahora mismo
tan sólo espera y confía en mí.
Marlon tragó saliva. To Ual caminó hacia la cabina,
dejándolo solo. El joven se mantuvo sentado, con la cabeza gacha,
mientras las preguntas recorrían su mente. No supo a ciencia cierta
cuánto tiempo estuvieron viajando, pero cuando las luces verdes
cambiaron a rojas se levantó algo asustado. Por el ventanal sólo vio
niebla. Decidió entrar a la cabina y pudo comprobar que había otro
hombre piloteando la nave y, a su lado como copiloto, se hallaba To
Ual.
—¿Qué ocurre? –les habló el chico.
—Oh, Marlon –Giró a verle To Ual—. Qué bien que has decidido
venir, llegas justo a tiempo para ver de frente al continente oculto.
Sólo se veía más niebla y pequeños rayos fugaces. Pero poco
a poco la imagen se fue esparciendo y se vio el mar de nuevo y…
—¿Continente oculto? –preguntó Marlon.
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Era grande, tal vez parecido a Oceanía. Antes de aterrizar
Marlon vio un gran desierto oscuro, en el norte un bosque verde y al
oeste cierta cantidad de construcciones sin terminar.
—Oculto de los que son como ustedes –mencionó quien piloteaba,
un hombre que llevaba capucha negra, apenas dejando un hueco para
sus ojos.
Aterrizaron ante lo que parecía ser un gran templo de paredes
blancas. To Ual indicó que podían bajar, y Marlon fue el primero en
regresar a esas escalerillas negras. Se encontró entre el medio de un
bosque. To Ual y el piloto, en cambio, se dirigieron de inmediato al
templo. Marlon les siguió.
—¿Qué país es este? –preguntó.
—Ninguno –respondió To Ual mientras subían las escaleras. Y a la
vez que se hacían paso al umbral prosiguió:—. ¿Por qué no crees
que éste sea un continente oculto a tu gente?
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—Porque eso es imposible –respondió Marlon, mirando los altos
pilares y las cientos de pinturas en el techo abovedado—. Todos los
continentes han sido descubiertos… La geografía está completa.
To Ual se detuvo de bruces, girándose para pararse justo
enfrente de él. El piloto en cambio continuó hasta perderse tras abrir
una puerta.
—¿Viste la niebla antes de llegar? –inquirió; Marlon asintió—. ¿Has
escuchado que hay un punto en el mundo, en el mar, en donde las
embarcaciones de tu gente, incluso las naves voladoras de tu gente,
han desaparecido? –Marlon asintió de nuevo y To Ual le guiñó un
ojo.
Siguieron caminando hasta llegar adonde los pilares
formaban una especie de círculo. A los lados había cinco puertas
rojas. Marlon giró la mirada al techo de esa parte y vio la pintura de
cinco hombres vistiendo batas blancas con sus manos extendidas.
—¿Y por qué me has traído aquí? –preguntó por fin.
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—Eso… tiene que esperar –murmuró To Ual—. Ahora elige un
cuarto y aguarda mi regreso. Allí encontrarás comida y una cama por
si quieres descansar.
—¡¿Qué?! ¿Yo querer descansar después de lo que he visto, después
de…?
To Ual se acercó a él y le tomó de los hombros, tratando de
tranquilizarlo.
—Confía en mí –le pidió—. Estás en un lugar seguro. Mi gente se
está moviendo, todos estamos ayudando. Pero llegará un momento
en que la única ayuda que necesitaremos será la tuya.
Marlon quiso decir algo más, pero aquel extraño le insistió en
tomar una habitación. Y así lo hizo. Un cuarto no muy grande, con
frutas en una mesa y una cómoda cama. Ni siquiera había ventanas.
Comió algo de uvas, sacó su celular. Intentó hacer una llamada pero
no había línea. Ni se escuchó la voz de la operadora, no había
contacto, tal vez, con ningún otro continente. ¿Cómo es posible que
los demás países ignoraran la existencia de ese lugar? ¿O acaso lo
sabían pero lo mantenían en extremo secreto? Pensó en los satélites,
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en las imágenes del planeta tierra. ¿Qué te hace creer que todo ha
sido descubierto? le murmuró una voz en su cabeza.
Debió tardar una hora esperando el regreso de To Ual. Para él
era demasiado tiempo, no podía seguir encerrado mientras allá
afuera su gente sufría. Decidió salir y ver si encontraba a alguien.
Abrió la puerta roja y caminó hasta los altos pilares y no tardó en
distinguir a una chica parada bajo la pintura de los cinco
encapuchados. Ella le miró venir, pero sin bajar sus brazos cruzados.
—Disculpe… —soltó Marlon.
La chica levantó una ceja. Vestía una blusa negra y unos
jeans ya muy usados. De cabello corto, castaño, la joven parecía
molesta.
—Veo que te habéis levantado –soltó con acento muy diferente al de
Marlon.
—Yo no estaba dormido –soltó él—. ¿Sabes dónde está To Ual?
—Se ha ido. Quizá vaya por más –respondió ella.
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Marlon miró hacia el umbral algo lejano. Había caminado
muy al fondo del templo al principio, ahora se daba cuenta.
—Así que To Ual también fue por ti —agregó Marlon—. ¿De dónde
eres?
—España –le dijo, bajando los brazos y caminando en círculos unos
momentos antes de proseguir:—. Mi nombre es Lourdes. Y vos,
¿cómo te llamas?
—Marlon. Yo… soy de México.
Después de esa breve conversación Lourdes no soltó más
palabra, aun cuando Marlon había querido continuar. Él había
preguntado si ella sabía con certeza en qué parte del mundo estaban,
y Lourdes tan sólo se había limitado a negar con la cabeza. Luego la
chica se sentó en el suelo del templo, cruzando las piernas. Marlon
se recargó en un pilar, también esperando el regreso de To Ual; en
esta ocasión no pasó mucho tiempo. Desde el umbral le veían venir
acompañado de otras dos personas.
—Sabía que los hallaría aquí –les dijo al llegar.
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Quienes le acompañaban eran también dos jóvenes que
parecían rondar la misma edad de Lourdes y Marlon. Una joven un
poco alta, de cabello lacio y grandes ojos, que vestía una blusa café
con un pantalón del mismo color, aunque algo más claro. Ella lucía
de los cuatro la más asustada, como si algo desagradable le acabara
de suceder. La otra persona, en cambio, estaba en calma. Este joven
era rubio, de playera blanca y pantalón oscuro. Sus ojos eran azules.
—Ella es Damila –señaló To Ual—. Y él es Adam.
Damila les sonrió. Adam levantó una mano en señal de
saludo.
—¿Pensáis que tenemos todo el tiempo? –se molestó Lourdes, de
nuevo con los brazos cruzados—. Ahora si diréis qué ocurre.
To Ual asintió. Adam caminaba por entre los muros, tratando
de hallar un mejor ángulo para ver en completitud la pintura de los
cinco. Entonces dijo:
—¿What kind of place is this?
—Not English, Adam –respondió To Ual—. They speak spanish.
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El anterior dialogo no significó otra cosa más que ―¿Qué
clase de lugar es este?‖, y como respuesta ―No inglés, Adam, ellos
hablan español‖.
—Oh –respondió el chico.
—Sé que se preguntan por qué están aquí –dijo To Ual dirigiéndose
a los cuatro. Se puso frente a ellos, lanzó un suspiró y continuó:—.
La Sordouch se está muriendo. La Sordouch los espera, y por lo
tanto…
—¿Qué es la Sordouch? –quiso saber Damila. Ella también tenía un
acento distinto.
—Es el centro de vida de este planeta –respondió To Ual. Aguardó
unos segundos más pero ninguno de los chicos mencionó nada—. Es
una energía que poco a poco se ha ido gastando, y ahora necesita de
ustedes. Tienen que tocarla; con eso, sólo con eso, bastará.
—¿Sólo con eso? Pues qué esperáis, traerla –musitó Lourdes.
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—Oh, no está aquí –le dijo To Ual—. Está protegida en otro templo,
algo lejos. Además está por anochecer. Lo mejor es que esperemos a
mañana.
—¿Esperar a mañana? –repitió Marlon—. Mi ciudad está siendo…
—Marlon, que ya no te preocupen esas cosas. Para cuando ustedes
se presenten ante la Sordouch tienen que estar en calma, eso es muy
necesario.
—¿Y qué es? –preguntó Adam—. Esa cosa llamada Sordouch, ¿qué
es?
To Ual mostró media sonrisa y apuntó con su dedo índice
hacia el fondo del lado contrario al umbral, donde un hueco oscuro
aguardaba.
—Háganse paso por el túnel –les dijo—. Y más respuestas estarán
allí —Los jóvenes intercambiaron miradas—. Anda, vamos. Dos de
mis hombres los esperan, los llevarán a la Sordouch y se las
enseñarán; ya verán qué hermosa es incluso cuando su brillo está por
morir.
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Marlon miró a los demás. Damila tan asustada, Lourdes con
el entrecejo fruncido y Adam… caminando hacia el túnel.
—¡Espera! –le ordenó Lourdes, yendo a paso rápido tras él.
To Ual asintió a la mirada inquisidora de Marlon, quien sintió
la confianza de aquellos ojos negros.
—¿Todo estará bien? –preguntó Damila.
—Sí –le dijo To Ual—. Llega su momento.
—Vos… —titubeó la chica—. ¡Vos eres el de esa voz!
To Ual subió un poco los hombros y luego los bajó. Parecía
que no daría ninguna otra respuesta. Sin esperar más, Marlon y
Damila alcanzaron a los otros dos jóvenes y los cuatro se internaron
en la oscuridad del túnel.
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Capítulo 3 La historia del pecado
Por un momento pensaron que había sido un error internarse en
aquella penumbra. No sabían qué tan ancha era, si estaban
caminando hacia un lado recto o dando vueltas en vano. Empezaban
a sentir desesperación hasta que una luz fue notándose y, tal y como
dijo To Ual, distinguieron a dos personas esperándoles justo al salir
del túnel.
—Han llegado –dijo el que era gordo y chaparro. Se acercó
corriendo a ellos, dejando atrás a su compañero, un hombre alto y de
cabello corto al que se le notaban los parpados caídos; vestía un
uniforme negro con una V roja en cada hombro.
Marlon, Damila, Adam y Lourdes observaron a los dos
extraños y en especial al que se había acercado. Lo notaron mejor en
la luz, su barbilla roja y su evidente calvicie.
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—Sabía que aparecerían de un momento a otro –dijo el hombre,
haciendo una reverencia ante ellos—. Vengan, sígannos, los
llevaremos a un lugar seguro.
—¿Seguro? –repitió Lourdes—. ¿Acaso estamos en peligro?
—Oh, yo no quise decir eso –soltó el hombre—. Vamos, vengan.
El hombre los encaminó hacia su compañero, subiendo el
camino empedrado. No tardaron en encontrarse ante una calle llena
de casas y puestos, en donde más personas iban y venían. Era como
si se hallaran en un pueblo de la edad media. La gente vestía ropa
anticuada y hasta algo descolorida, e incluso algunas mujeres
llevaban paños en la cabeza.
—Bienvenidos a Roxs –presentó el extraño.
—¿Quiénes son ustedes dos? –les preguntó Adam.
—Qué descorteses, ¿verdad? Yo soy Juar, y este es mi buen
compañero Baros.
Al escuchar que mencionaron su nombre, el alto con las uves
rojas realizó también una reverencia ante ellos. Marlon miró entre la
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gente a algunos niños patear una pelota y pudo sentir algo de
tranquilidad; si es que era cierto eso de que corrían peligro…
—¿Vos tenéis a la Sordouch? –siguió Lourdes.
—Oh no –respondió Juar—. Pero cómo es que piensas eso niña. La
Sordouch no es algo que se pueda traer con las dos manos.
Iban caminando por esa calle del pueblo Roxs, y las personas
les miraban y susurraban cosas al pasar. Aunque también eran varios
los que ni atención les pusieron.
—¿Adónde vamos? –preguntó Marlon.
—Al hotel Suli, creado especialmente para su regreso.
Los cuatro jóvenes intercambiaron miradas. Baros iba delante
de ellos, indicando con sus grandes brazos a la gente que hicieran
paso y no interrumpieran el camino de quienes venían detrás de él.
El hotel Suli apareció ante ellos como una enorme mansión de varios
pisos. Para entrar un guardia abrió una de las rejas y los jóvenes
pudieron distinguir el pasto muy verde que daba la bienvenida.
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Había arbolillos cortados en forma que representaban distintas
labores, como a un hombre panadero o a un albañil.
—El hotel Suli es uno de los lugares más venerados de este
continente –comentó Juar—. Aquí llegan los altos señores, y hay
habitaciones creadas especialmente para ustedes.
—¿Ya sabían que vendríamos? –preguntó Damila con voz aguda.
—Desde hace mucho –le dijo Juar.
Una vez dentro del hotel no los guio a ninguna habitación, ni
tampoco estuvieron en el vestíbulo, con cuadros de marco de oro,
sino que más bien los condujo hacia el elevador. Y tras picar un
botón éste bajó. En Roxs la tecnología se mezclaba con lo medieval.
—¿Adónde nos lleváis?
Pero ni Juar ni Baros respondieron a Lourdes. Al abrirse las
puertas del elevador se encontraron con una especie de bar. Varias
personas estaban en la barra bebiendo cerveza o café, y otros se
hallaban ante mesas conversando en palabras bajas.
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—Aquella –indicó Baros, hablando por primera vez. Señaló una
mesa que estaba al fondo y donde los seis cabrían a la perfección.
—¿Gustan tomar algo? –quiso saber Juar una vez que se sentaron. Y
aunque los jóvenes negaron, él llamó con una seña a una joven y ésta
se acercó—. Lo de siempre, para los seis. –La joven asintió y se
acercó a la barra.
—¿Cuándo tocaremos la Sordouch? –pregunta Marlon.
—Esperemos que mañana –respondió Juar—. Está apunto de
anochecer, aquí pasarán la noche. Tienen que confiar en nosotros.
Somos los indicados antes de la espera. Mañana con seguridad se
reencontrarán con To Ual y él los llevara hacia la Sordouch.
—¿Hasta mañana? –soltó Damila—. Pero…
—¿Quieren regresar a sus tierras? –los retó Juar—. ¿Quieren
regresar incluso cuando cosas feas están pasando? Ustedes lo saben,
lo vieron antes de venir.
40
Los cuatro jóvenes se quedaron en silencio, y Marlon sólo
pensó en su ciudad, en su gente viviendo la desgracia de aquella ola
que casi estuvo a punto de acabar con su vida.
—To Ual dijo que tras pasar el túnel estarían las respuestas –
comentó Adam—. ¡Dénoslas!
—Es que son temas delicados –empezó Juar—. No sé si en realidad
somos los indicados para…
—¿Delicados? –repitió Lourdes—. ¿Creéis que a nosotros nos
importa todo esto, si ni siquiera sabemos dónde estamos ni qué es la
Sordouch?
—Ocurre que… Está bien, creo que comenzaré con la historia del
pecado.
—¿La historia del peca…?
—Silencio Adam –le calló Lourdes.
—¡¿Qué?! ¿Sólo tú puedes hacer preguntas?
—No, pero…
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—Ya basta –les riñó Baros.
—Comenzaré con una historia que tal vez no revele mucho –dijo
Juar—. Se relata en los primeros libros de los Vasgols, así es como
nos hacemos llamar nosotros.
—¿Vasgols? –dijo Marlon—. No veo ninguna diferencia a nosotros.
—Es que estas son otras tierras, con muchas costumbres diferentes y
cosas no descubiertas por los tuyos.
—Entre ellas la Sordouch –señaló Adam—. Tal vez por eso ustedes
no estén muertos.
Hubo un silencio incómodo. La joven mesera trajo seis tazas
de café caliente con leche. Empezaron a tomar mientras Juar, con la
cabeza agachada, les contaba…
Historia del pecado
—Trescientos años antes—
En ese lugar de antaño miedo no había un suelo que mereciera la
pena. Las nubes siempre estaban negras y el cielo destellaba rojizo.
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Algunos autores llaman a aquellos días ―Los tiempos malos del
dolor‖, y yo estoy de acuerdo con ellos. Era cuando el continente
oculto empezaba a civilizarse, antes de que una sola raza se partiera
en dos. Y todo por culpa de ella, su diosa, yaciente con su poder y
belleza en lo alto de la colina. La Sordouch. Nadie se tenía
confianza; de cualquier momento a otro alguien se acercaría a ella y
querría robarla, a pesar de que antes de crearla los Cinco habían
advertido de los peligros de mirar el resplandor. Y es que la
Sordouch, con su círculo dorado en el medio, guarda un resplandor
peligroso. Entonces un hombre del norte subió a querer apoderarse
de ella, pero tal y como se predijo falló en el intento. Sed Sorbin su
nombre, de los primeros de su estirpe. Sed Sorbin el primer hombre
en mirar el resplandor, el único que se sabe ha cometido el pecado.
La raza se dividió, Vasgols nosotros y Doztrax ellos, hombres feos y
más horribles con sus máscaras de huesos y trajes llenos de grasa. Y
la Sordouch debilitándose, poco a poco, cada cierto tiempo. El
pecador murió de una grave enfermedad. Y su estirpe fue rechazada,
expulsada tanto de los Vasgols como de los Doztrax, viviendo
ocultos en los lugares más recónditos de estas tierras.
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—¿Sed Sorbin? –dijo Adam—. ¿Murió porque miró la Sordouch?
Entonces nosotros…
—Oh no –corrigió Juar—. Sólo su resplandor, pero no pasa nada si
la ven en general. Su misión será sólo tocarla.
—¿Y no mirar el resplandor?
—Así es, pase lo que pase no lo hagan.
—¿Y los Doztrax son enemigos de ustedes? –inquirió Marlon—.
¿Dónde habitan?
—Éramos una misma raza, pero por años nos han enfrentado y
rechazado. Dicen que los Sorbins son más como nosotros. Los
Doztrax se han vuelto humanos muy desagradables, malos. Tienen
muchas construcciones en el sur.
—¿Y mañana la tocamos? –siguió Lourdes—. Así, sin más. Espero
con ansias ese momento e irme de aquí.
—¿Las cosas malas dejarán de ocurrir? –preguntó entonces Damila,
esperanzada.
44
—Así es. Pronto todos sabremos si ustedes son…
Baros le dio un codazo; se levantó y dijo:
—Ha sido demasiado por hoy. Síganme, los llevaré a sus
habitaciones.
—Pero aún tenemos muchas dudas –reprochó Marlon.
Juar se le quedó viendo con una expresión que parecía
significar que lo mejor era hacer caso.
—Tienen que descansar –dijo Baros, y sin agregar nada más caminó
hacia el elevador. Los jóvenes, no muy conformes, le siguieron,
dejando a Juar pensativo, con la vista fija en lo que le quedaba de
café.
Baros los llevó hacia un pasillo con muchas puertas. En el
trayecto entregó a cada quien una llave.
—Son las de sus habitaciones –explicó. Iban casi a mitad cuando se
detuvo ante una con el número veinte—. Esta es la de usted, señorita
Lourdes.
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Lourdes tragó saliva, levantó un hombro y dijo:
—¿A qué hora vendrá To Ual mañana?
—Temprano. Yo vendré a llamarle.
—Eso espero y… —No parecía querer entrar al cuarto.
—Dentro hay alimento y una cómoda cama, señorita Lourdes. Lo
mejor es que duerma bien, mañana puede que sea un día pesado.
—¿Dormir? –Miraba hacia arriba por lo alto que era Baros—.
¿Usted podría conciliar el sueño ante mi situación? Por supuesto que
no.
Le dio la espalda y batalló un poco con la cerradura antes de
poder abrir la puerta. A Damila le tocó la habitación contigua.
—Muchas gracias –dijo, regalando una tímida sonrisa a Baros.
—Bella chica –le dijo éste, poniendo una mano sobre su cabeza—.
Descansa.
Cinco habitaciones después llegaron a la de Adam.
—See you later.
46
A Marlon le tocó dos habitaciones más adelante, de hecho la
última de ese pasillo.
—Señor Baros –le dijo al hombre cuando éste giraba para irse—.
¿Está lejos de aquí, la Sordouch?
Baros se detuvo y observó al chico unos instantes antes de
responder. Su mirada cálida, lanzó un profundo suspiro.
—Todo estará bien.
Marlon asintió y metió la llave a la cerradura. La habitación
tenía, tal y como dijo Baros, una cómoda cama y en una mesa
alimento. Además tal vez por ser la última habitación, contaba con
un enorme ventanal que daba a parar vista a las afueras del hotel;
podía distinguir las casas y los puestos de casi todo el pueblo de
Roxs.
Ya había oscurecido. Las estrellas que alumbraban esas
tierras desconocidas hasta ahora para los cuatro extranjeros
empezaban a distinguirse. La luna estaba llena y baja. Marlon comió
pan, una manzana y tomó leche antes de acostarse. Sólo observaba el
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techo. Se asombró de ver que el sueño le estaba ganando, de verdad
estaba muy cansado. Se sentía muy extraño, con un enorme vacío
pero también con algo de tranquilidad. Era como si supiera que
mañana al despertar se daría cuenta que todo había sido una
pesadilla. Y durmió con esa esperanza. Se dejó llevar por un sueño
pesado, de esos en los que casi nada hubiera hecho que se
despertarse, al menos que se tratara de…
Una explosión.
Abrió los ojos al instante y alcanzó a ver en la pared el reflejo
de la llamarada. Rápido se levantó de la cama y fue a observar por la
ventana; destrucción fue lo que halló. Roxs estaba siendo
incendiada. Era la maldita realidad, no había sido una pesadilla.
Seguía en el continente oculto, la Sordouch existía, esa extraña cosa
o… ¿persona? No mires el resplandor. Una segunda explosión más
fuerte. Allá afuera unos extraños tumbando las rejas, tomando a los
guardias y degollándolos con sus filosas espadas.
Era el fuego en todas partes, las familias inocentes corriendo,
huyendo hacia el refugio, sin querer ser atrapados. Los extraños de
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negro, con cascos, ropas sucias llenas de grasa, algunos incluso con
máscaras de hueso en sus rostros, gritando como salvajes, matando a
sus enemigos de siempre. Marlon paralizado, mirando aquella
terrorífica escena. Los hombres se iban acercando más al hotel. Eran
los enemigos de los Vasgols, e iban a matarles… a todos.
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Capítulo 4 La tumba de Sed Sorbin
La puerta de su habitación se abrió con estrépito. Marlon se
sobresaltó antes de encontrarse con una dama que vestía de blanco.
Ella, con una mano en el picaporte, le advirtió:
—¡Son Doztrax! ¡Venga!
Marlon salió detrás de ella y observó el estruendo que se
había producido en el pasillo. Los huéspedes de las otras
habitaciones habían salido e iban y venían por los ascensores o la
escalera.
—Juar no debe tardar –murmuró la joven, sobándose los brazos.
Damila y Lourdes aparecieron entre el gentío y al ver a
Marlon no dudaron en acercársele.
—¿Todavía no viene? –preguntó Lourdes, y la mujer de blanco negó
con la cabeza.
50
La puerta de la habitación que estaba justo al lado de ellos se
abrió y por ella apareció un despreocupado y soñoliento Adam.
—¿Qué es todo este estruendo?
Y tan sólo al decir eso un tercer estallido se escuchó.
—¡Síganme! –les pidió la joven.
Los hizo tomar la escalera hacia el vestíbulo. Parte de las
llamas que incendiaban Roxs ya alcanzaban a iluminar al hotel Suli.
La mayoría de los huéspedes se dirigían a la parte trasera, donde
había una salida de emergencia.
—¿Adónde van todos? –preguntó Marlon.
—Al refugio –respondió. Entre la multitud asomó por fin la cabeza
de Juar, quien al verlos ordenó a la mujer:
—Trata de ayudar a los huéspedes del piso final, revisa que se haya
avisado a todos —La mujer asintió y corrió de regreso hacia la
escalera—. Ustedes –Se digirió a los chicos—. Por este camino.
51
El hombrecillo los sacó del hotel, yendo a parar a una calle
llena de piedras. La gente estaba entrando a un hoyo en el suelo,
como una especie de sótano. Pero Juar no los guio hacia allí, sino
que utilizó otro camino. Un guardia que no se había alterado le abrió
una de las rejas y Juar le asintió en complicidad. Ahora los llevaba
por parte del pueblo.
—¿Por qué no entramos al refugio? –quiso saber Damila,
preocupada.
—Los matarán a todos –respondió Juar con frialdad.
Marlon sintió un hueco en su estómago. Llegaron a los pies
de lo que parecía ser una iglesia. Los portones estaban abiertos e iba
Juar a entrar cuando dos Doztrax altos y portadores de espadas
salieron de la oscuridad. Del techo de una casa saltó un tercero,
llevando como arma una cadena con una pesada bola de metal con
picos. La movía con mucha facilidad, amenazándoles.
—Ustedes no se nos escapan –dijo uno.
52
Se iban acercando a ellos, y Juar se puso frente a los chicos,
tratando en vano de defenderles. Tres flechas en el aire. Cada una
para cada Doztrax. Pero el de la bola con picos no cayó al suelo
como sus compañeros, y quitándose la flecha del hombro buscó a
quien las había lanzado.
—¡Eh, tú!
El Doztrax giró su mirada hacia el campanario y desde allí
recibió la segunda flecha justo en su ojo izquierdo. Baros saltó hacia
el suelo.
—Hay más, vengan por acá –les dijo bajando su arco.
Juar y los otros cuatro jóvenes lo siguieron. Salieron a un
lugar en donde los puestos ardían en llamas; había incluso ya
cuerpos de Vasgols en el suelo. Damila no pudo contener las
lágrimas.
—Juar, llévalos en la carreta, sácalos de aquí –pidió Baros,
refiriéndose a una carreta con dos caballos que estaba amarrada a las
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afueras de una casa —Se escuchó un gritó y pronto oyeron el ruido
de varios Doztrax acercarse—. Llévalos a Vanela. ¡Aprisa!
Juar asintió y se acercó a la carreta, desamorrándola. Marlon
y Adam subieron, ayudando a las chicas a hacerlo. Los caballos no
tardaron en obedecer. Alcanzaron a ver, antes de partir entre los
callejones, a Baros enfrentando por sí solo, con su arco y flechas, a
los cinco Doztrax que habían llegado.
Esquivaron llamas y en más de alguna ocasión pasaron justo
por el centro de una pelea, en donde guardias de Roxs luchaban a
muerte contra los Doztrax. Pero algunos de éstos últimos reconocían
a quienes iban en la carreta y trataban de lastimar a los caballos
lanzándoles espadas, cuchillos o flechas. Pero Juar, experto, les
guiaba hacia la salida del pueblo, esperando que las cosas no se
pusieran más difíciles al llegar.
Los jóvenes permanecían agachados por orden del conductor.
Marlon alcanzaba a ver parte de la pelea, mientras ponía su brazo
protector en una acurrucada y temblorosa Damila. Lourdes fingía ser
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fuerte, sin embargo no dejaba de lanzar maldiciones. Y la mayoría
iban dirigidas a To Ual.
—Por habernos metido en esto…
Por fin llegaron a la entrada de Roxs y los caballos y las
ruedas de la carreta hicieron un estruendo al pasar sobre las rejas. El
griterío dejó de escucharse poco a poco y el fuego de Roxs,
incendiada, se alejaba. Fue cuando los chicos pudieron ponerse
cómodos. Juar mantenía fija la vista en el oscuro camino. Ahora iban
por un campo abierto, iluminados por las estrellas y la luna que
había vuelto a su forma habitual.
—Toda esa gente –murmuró Damila, ya más tranquila.
—¿A dónde nos lleváis? –preguntó Lourdes.
—A Vanela, primera ciudad de los Vasgols.
—¿Por qué han atacado esos hombres? –preguntó Marlon.
—Oh, ellos son Doztrax. De seguro supieron que estaban en Roxs
y…
55
—Y nos quieren matar –terminó Lourdes.
Juar asintió, apresurando más a los caballos. Subieron colinas
pisando maleza, bajo grandes arbustos, tratando de que la carreta no
se internara tanto en parajes oscuros. La gran llamarada en que Roxs
se había convertido había desaparecido de su vista.
—¿To Ual ya sabrá de lo ocurrido? –preguntó Marlon.
—Espero que sí –dijo Juar en tono esperanzador—. Si es así, él debe
de ir rumbo a Vanela. Agucemos el oído ante los rescatistas Vagols,
pero también pongamos especial atención en los Doztrax, puede que
nos sigan.
Aquellas palabras no hicieron más que agrandar el temor que
los cuatro sentían. No tardaron mucho en presenciar el amanecer.
Los rayos del sol alumbraron sus desveladas caras. Se detuvieron un
momento en campo abierto para que los caballos descansaran y
comieran del pasto.
—Quiero tocar esa Sordouch y ya largarme de aquí –masculló
Lourdes.
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—Creo que ellos hacen lo que pueden –opinó Adam.
—Sí, ¿y ahora estáis de su lado? Prácticamente nos han secuestrado.
—Oh, de verdad no piense eso de nosotros –le pidió Juar—.
Nuestras intenciones son más que buenas.
El Vasgol dio un salto del asiento al suelo y se puso a
observar en los alrededores. Al norte prevalecían a lo lejos altas
montañas. Desde ese punto a Marlon el continente oculto le parecía
gigantesco, a pesar que desde las alturas le había apreciado si acaso
como una isla más grande de lo normal.
—¿Qué es lo que pasa en Argentina? –le preguntó entonces Lourdes
a Damila, y la chica, que estaba entre dormida y despierta, se puso
cómoda para responder:
—Temblores… uno fuerte… antes de que To Ual fuera a por mí.
Ahora Marlon sabía que Damila era de Argentina, aunque ya
lo había pensado por el acento de la joven.
—¿Y en tu país? ¿De dónde eres? –le pregunta Lourdes a él.
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—Yo… de México.
—Vaya.
—Vecino –comentó Adam—. Yo soy de arriba, Estados Unidos.
Marlon le sonrió, pero Lourdes aún esperaba más:
—Bueno –prosiguió Marlon—. En mi ciudad, antes de venir, una
gran ola…
No pudo continuar. Era fuerte lo que había visto desde el
ventanal de la nave. Por suerte Juar volvió a subir a la parte delantera
de la carreta e hizo que los caballos volvieran a trotar. Esta vez no
quedaba más remedio que introducirse en un bosque que tapaba el
camino. Contaba con grandes y anchos árboles muy viejos que
estaban algo separados unos de otros. En ciertos caminos el
transporte tenía que pasar por otro lado, y Marlon se preguntaba si
Juar sabía en realidad por dónde los llevaba. Sin embargo, pronto el
camino para la carreta fue imposible, pues se habían topado con un
cerro empedrado.
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—Tendremos que escalarlo –les dijo Juar, saltando de nuevo—. Y
dejar aquí la carreta con los caballos.
Los jóvenes bajaron por fin, desentumiéndose. Juar tentó la
gran roca antes de pensar cuál parte era la mejor para empezar. Para
su suerte el cerro no era muy alto, y si todo salía bien llegarían a su
cima en menos de cinco minutos, encontrándose con la otra parte del
bosque. A Damila fue quien más le costó subir. En más de alguna
ocasión resbaló y se raspó una rodilla. Una vez arriba Marlon le dio
la mano para que subiera del todo. Lourdes con las manos en la
cintura miraba el bosque que se extendía ante ellos.
—Falta mucho camino –dijo—. Esto es tan… ¿cómo es que no
previeron el ataque?
—Señorita Lourdes, no es tan fácil –respondió Juar, limpiándose la
tierra que había quedado en sus pantalones.
—Gracias –le dijo Damila a Marlon, y se sentó a revisarse su rodilla.
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Adam se agachó para ver si había sufrido alguna herida. Le
quitó el zapato deportivo, le levantó un poco el pantalón y vio que
había sido una raspadura leve.
—¿Puede continuar? –preguntó Juar a la joven, y Damila asintió.
—Más le vale que salgamos con vida –murmuró Lourdes.
—Sí, sí que lo harán –dijo Juar, nervioso y caminando en círculos—.
No han desayunado, deberían hacerlo. Sí, oh, ¡Aycin! Tienen que
probarla, y por aquí debe de haber, síganme.
La bajada del cerro fue fácil porque éste se inclinaba hacia la
tierra, uniéndose.
—¿Segura que puedes andar? –le preguntó Marlon a Damila
—Sí –dijo la joven, un tanto apenada.
Siguieron por esas partes del bosque, aguzando oído. Marlon
alcanzó a ver una serpiente en un árbol, pero no quiso decir nada
para no alarmar a las chicas. Juar iba con toda seguridad esta vez,
como si supiera muy bien el camino. Lourdes arrancó una espina de
un matorral y fue dejando una marca en cada árbol que pasaba.
60
Parecía tener algo de experiencia en cuanto a los bosques. No
obstante el temor volvió cuando se escuchó el chillido de los
caballos.
—Los han tomado –comentó Juar—. Claro, valen una fortuna.
Juar los llevó a una parte en donde los árboles estaban tan
separados que dejaban un gran espacio para que el sol alumbrara.
Había alrededor muchos arbustos con un tipo de semillas rojas. El
Vasgol se acercó a tomar una, le dio un mordisco y mencionó lo
buena que era.
—Pruébenla –continuó—. Son Aycin rojas, difíciles de dar, pero
saben exquisitas.
Lourdes tomó una y la mordió. Tardo unos segundos antes
de…
—Carne –dijo—. Carne… fresca.
En efecto, cuando Marlon se metió una de esas semillas a la
boca le supo como si estuviera comiendo una pequeña cantidad de
61
carne fresca, no cruda, como si ya estuviera asada y soltara a la vez
agua.
—Es como un paquete en una sola semilla, ¿verdad? –hizo notar
Juar con una gran sonrisa. Adam y Damila también probaron y no
tardaron en sentarse en el suelo como sus otros dos compañeros a
seguir comiendo. Juar no comía, sino que de pie les miraba contento,
como si fueran sus crías y éste se hubiera encargado de alimentarles.
Y les seguía observando con aquella sonrisa que de pronto era
maliciosa.
De un momento a otro empezó a temblar con fuerza. Una
neblina se apoderó del lugar en cuestión de segundos. Marlon sólo
veía a sus manos aferrarse a la tierra, quería levantarse pero el
temblor lo volvía al suelo. Miraba alrededor ante una niebla que sólo
le mostraba blancura. Luego de lo que pareció ser un minuto, el más
largo de sus vidas, la niebla se fue dispersando y había dejado de
temblar.
—¿Pero qué demonios? –soltó Lourdes, poniéndose de pie.
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Cuando Marlon se levantó vio ante ellos una escultura de
piedra muy grande. Juar, no obstante, no se miraba por ningún lado.
Damila y Adam se levantaron también y pusieron atención en lo que
había aparecido. Marlon se acercó para mirar más de cerca a lo que
surgió de la tierra.
Era como una tumba en el suelo, con palabras extrañas, y
sobre ella la estatua de un hombre que medía un poco más de un
metro. Se le mostraba el rostro con las cejas muy juntas, mirada fría,
como si acabara de cometer algo muy malo. Su pierna derecha
estaba doblada y sus manos se alzaban hacia adelante, pose de querer
abrazar algo.
—¿Quién será? –pregunta Damila.
Se escuchan unos pasos y Juar aparece entre los matorrales,
donde varias Aycin habían dejado de ser rojas para poseer el color
negro.
—Él es Sed Sorbin –dijo Juar—. Y esta es su tumba.
63
A Marlon no le agradaba nada el tono que ahora había
adquirido la voz de Juar, y mucho menos la manera en que los
miraba. Caminaba alrededor de ellos.
—¿Lo están sintiendo? –les preguntó, pero no sabían a qué se
refería—. Es la Aycin planta veneno, asesina después de años.
—¿Veneno? –repitió Adam, y sintió un escalofrío recorrer su
cuerpo.
Pero Marlon no sentía nada extraño en su interior. No tenía
ningún malestar e incluso se sentía alimentado.
—¡Sí! Sus cuerpos caerán y ustedes morirán, pagarán el castigo.
Aunque empezaba a notarse nervioso, tal vez porque su plan
no estaba dando resultado y ninguno de los jóvenes mostraba
síntomas de malestar. E iba Marlon a preguntarle algo cuando Baros
salió entre la maleza y sorprendió a Juar pasándole una soga por su
cuello. El hombre empezó a ahorcar a quien los jóvenes creían era su
amigo. Juar estiró los brazos y sacó la lengua, como si de un sapo se
tratara. Ni Marlon, Lourdes, Damila y Adam sabían qué hacer, sólo
64
contemplaban la escena con miedo y asombro. Aunque Juar había
hablado de que ellos morirían, y quizá por eso no hicieron nada para
ayudarle. El pequeño hombre cayó muerto al suelo y Baros lanzó la
cuerda junto a varias Aycin rojas y negras que estaban en la tierra.
—Sabía que era un traidor –dijo, tomando a Juar de las piernas y
llevándolo entre la maleza, haciendo a un lado algunas y metiendo
allí al hombrecillo—. Juar ha demostrado ser un Doztrax.
—No puede ser –dijo Marlon—. Él nos ha sacado de Roxs, ha hecho
que huyamos.
—Sí, pero mira adonde los ha traído –le dijo Baros, contemplado el
rostro de piedra de Sed Sorbin—. Creyó que la Aycin los mataría, y
para su sorpresa no fue así.
—¿Por qué? –preguntó Damila
Baros suspiró y mantuvo su mirada fija en el cielo mientras
decía:
—Es porque sí son ustedes, de no serlo hubieran muerto.
—¿Nosotros? –dijo Adam.
65
—Sí, los destinados a tocar la Sordouch. Eso los ha salvado.
—Qué se pudran –dijo Lourdes—. ¿Ahora en quién confiaremos?
—Por favor, jóvenes. Sé que todo es confuso, sé que se mueren por
hacer tantas preguntas. Vanela nos espera. Si Juar ha mostrado
traición es cosa suya. Confíen en mí, yo los llevaré con To Ual. Yo
los acercaré más a la Sordouch.
Los cuatro intercambiaron miradas. Quizá ese hombre decía
la verdad. Sus ojos eran cálidos, además aún llevaba a su espalda el
arco con el que minutos antes les había defendido.
—¿Falta mucho? –preguntó Marlon.
—No, salimos del bosque y tomamos un tren.
—¿Trenes? –soltó Adam, sorprendido—. Siempre pensé en las
carretas…
Baros sonrió.
—Si quieren pueden llevarse Aycin, a ustedes no les hacen efecto —
Pero los jóvenes miraron a las plantas y sobre todo al cuerpo casi
66
oculto de Juar y negaron—. Bueno, entonces síganme, los sacaré de
todo este embrollo.
Lo siguieron, pero antes de salir por completo de ese campo
Marlon se acercó de nuevo a la tumba de Sed Sorbin. Hubo entre los
caracteres raros y las palabras desconocidas unas que reconoció:
Yace aquí la presencia del cadáver pecador.
—Vamos Marlon, que te quedas atrás –le dijo Baros.
—¿Era un mal hombre? –inquirió Marlon en el camino. Los otros
tres jóvenes iban adelante.
—¿Quién? ¿Sed Sorbin? –Marlon asintió—. No lo creo. Fue sólo
alguien común que se dejó llevar por la avaricia y pagó caro por ello.
Nosotros los Vasgols ya lo perdonamos, pero los Doztrax se rehúsan.
Ellos pusieron la estatua, nosotros la tumba.
67
Capítulo 5 Tormenta de un plan sin terminar
Llegaron a las vías del tren justo al cruzar la parte del bosque que les
quedaba. Baros había tomado un palo del suelo y como si fuera un
bastón con él se apoyaba para caminar. Marlon pudo observar que le
costaba un poco de trabajo mover su pierna derecha; pensó que los
Doztrax le habían lastimado en Roxs, justo antes de que partiera en
busca de ellos.
—¿Usted tomó los caballos? –le pregunta Marlon, recordando el
relinche de los animales.
—No, pero sí dos guardias Vasgols que venían conmigo. Les di la
orden de llevarlos de regreso a Roxs… o lo que queda de ese pueblo.
Baros les dijo que lo mejor era permanecer debajo de un
árbol, frente a las vías, para que el sol no les calara.
—¿Falta mucho para que pase ese tren? –quiso saber Adam.
—No lo creo, llegamos justo a tiempo.
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Y tenía razón, no tardaron en distinguir no muy lejos el humo
que lanzaba la máquina. Baros les avisó que en cuanto vieran al tren
se levantaran e hicieran señas para que el conductor fuera frenando.
—¿Va directo hacia esa ciudad que vos decís? –pregunta Damila.
—Sí, ¡allí está! Alcen las manos.
Los cuatro chicos y el Vasgol levantaron sus manos,
haciendo señas al viejo y negro tren que venía hacia ellos. La
máquina no tardó en aminorar su avance, y dejándolos un poco atrás
logró estacionarse. Un joven con traje rojo les abrió una puertilla y
se hizo a un lado para que subieran al quinto vagón de ocho que
tenía.
Lourdes tomó rápido asiento enseguida de una ventana. El
vagón estaba casi lleno; Baros les sugirió que se sentaran juntos.
Marlon dejó que Damila también se sentara enseguida de una
ventana y él la acompañó. Adam se sentó junto a Lourdes, quien
cruzada de brazos miraba el paisaje que dejaban.
69
—Es bello, ¿no? –hizo notar el chico. Lourdes giró a verlo y luego
bajó la persiana de la ventana—. Oh, well.
—¿Cómo podéis estar tan tranquilo? –le preguntó ella, sin dirigirle
la mirada—. Debéis pensar que estas son como unas vacaciones,
nene consentido.
—¡Claro que no! Yo también estoy preocupado; en cuanto se pueda
quiero que me regresen a mi país.
—¡Ja! ¿Tú país? –Lourdes giró a verlo clavando sus oscuros ojos en
él—. América, ¿cierto? Esa nación…
—Estados unidos.
—Lo que sea. ¿Tú crees que ellos no sabían de la existencia de este
continente? ¿De esta gente y sus… malévolas cosas? Quizá hasta
sepan de la Sordouch. No confío en nada en tu país, si quieres
saberlo.
—Pues disculpa –empezó Adam—. No creo que mi país sea el
responsable de lo que estamos viviendo. ¿Y por qué no el tuyo?
Dímelo Lurdes.
70
—L-o-u-rdes –corrigió ella; quiso decir algo más pero no encontró
argumentos. ¿Y si su país también le ocultaba secretos? Era todo el
mundo… ¿contra ellos?
—Ya verás que saldremos vivos de esto –le dijo Adam, guiñándole
un ojo. La chica mostró un poco sus dientes antes de sacar lo que
parecía ser un pequeño aparato negro que tocaba música. Se puso los
audífonos en las orejas y se dejó perder por la melodía.
Marlon sintió que por fin podría descansar un momento. A
pesar de que sí había dormido algo en la habitación del hotel Suli,
sentía que había pasado despierto una noche entera y estaba algo
cansado. Cerró los ojos, sintiendo el movimiento de las ruedas sobre
la vía. Damila mantenía su cabeza pegada al cristal, viendo pasar
rápido los cerros y los bosques de aquella parte del continente. No
podía dejar de pensar en su madre, en cómo la había dejado en aquel
restaurante, sola y llena de miedo. Todo se puso oscuro y no tardó en
escucharse el llanto de un niño.
—¿Pasa algo? –preguntó Marlon, quien había abierto los ojos para
reencontrarse con la oscuridad.
71
—Es un túnel –le dijo Damila—. Creo que es uno largo.
El niño estaba siendo calmado por su madre, quien le decía
que no pasaba nada. Una vez que salieron del túnel, Marlon vio
mejor a Damila, manteniendo una mano en el pecho y dirigiendo fija
su mirada hacia sus rodillas.
—¿Cómo llegó To Ual a ti? –le pregunta el chico.
Damila gira a verlo, mordiéndose el labio inferior y responde:
—Estaba con mi madre comiendo. Era su cumpleaños –sonríe—. Y
todo fue muy rápido. Apareció To Ual en la entrada y… lo vi, supe
que era especial, alguien diferente. Su vestimenta, su bata negra con
escamas. Mi madre notó mi reacción y giró a verle también. Y To
Ual caminó hacia nosotras y me dijo: ―Algo muy malo está por
ocurrir, tendrá que venir conmigo‖. Y tan sólo…—Dirigió su mirada
al paisaje—. Tan sólo decir eso empezó a temblar y… Mi madre se
levantó y caminó hacia mí pero To Ual fue más rápido, él… Me jaló
y entre el temblor, entre todas las cosas moviéndose, la gente
asustada, él me sacó del restaurante y, en plena calle, me llevó y
subió a esa nave donde…
72
—¿Dónde qué?
—Ya estaba él –Y señaló con la mirada a Adam.
Se quedaron en silencio unos segundos, el tren estaba
pasando por otro túnel. Al salir Marlon le dijo:
—Sé que tu madre está bien.
Damila le sonrió.
—Vos sos buena persona.
Marlon pensó entonces en sus padres y en su abuela, así
como también en el señor Pedro. Y de pronto lo recordó. Se sacó de
entre el pantalón el collar con el dije de león.
—¿Qué es eso? –preguntó Damila.
—Es un collar que me regalaron ayer.
Se lo pasó a Damila, quien lo dejó colgando entre sus dedos,
observándole.
—Es muy bonito, deberías traerlo puesto –Se lo pasó por el cuello—
. Qué así va.
73
Pasaron por un siguiente túnel. El niño no lloró en esta
ocasión porque ya dormía con la cabeza apoyada en las piernas de su
madre. Al salir distinguieron un gran lago y no muy lejos tres barcas
blancas, tranquilas sobre el agua. Marlon buscó entre los cerros y las
laderas algunas casas o edificios, algo que le permitiera saber que
Vanela estaba cerca, pero no veía rastro de civilización. Baros
permanecía con los ojos cerrados, pero más despierto que nunca. Fue
por eso que antes de que la puerta de ese vagón se abriera, él ya
estaba levantado con su arco y flecha. El disparo no falló. El Doztrax
cayó hacia atrás y los demás tripulantes giraron para ver.
—¡Corran al otro! –fue la orden que dio Baros, y los cuatro jóvenes
supieron que se dirigía sólo a ellos. Se levantaron, y Adam fue el
primero en abrir la puertilla hacia el sexto vagón. Baros escuchaba
que venían más Doztrax. De alguna manera, vistiendo formales,
habían logrado hacerse pasar por Vasgols, lo cual se sabía era muy
común. Pero algo los había hecho actuar esta vez, alguien dio el
pitazo. Vio por la ventanilla de la puerta que otros dos se acercaban.
Corrió también siguiendo a los jóvenes, con arco y flecha preparada,
por si se hallaba a más intrusos.
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Marlon, Damila, Adam y Lourdes pasaron del sexto vagón al
séptimo, y antes de llegar al octavo Baros les alcanzó:
—Son Doztrax, de alguna manera supieron que estamos en el tren —
Marlon vio la preocupación en su rostro, aunque algo en él le
transmitía cierta valentía—. Jóvenes, no hay otra opción: tenemos
que saltar.
—¡¿Qué?! –soltó Lourdes—. ¡Estáis loco!
Baros abrió la puerta y llegó al pasillo a aire libre entre el
séptimo y octavo vagón. Dio una patada a una puertilla que no le
llegaba ni a la cintura, y ésta se abrió y cerró varias veces antes de
quedar hacia un lado.
—Saltaré yo primero –les dijo Baros, y al ver el rostro de miedo en
los chicos añadió:—. Tienen que hacerlo, si quieren seguir vivos.
Baros se puso en la orilla y sin pensarlo dos veces saltó hacia
la tierra y el pedrerío. Se sujetó al suelo, soltando una polvacera.
Marlon podía escuchar a los Doztrax abriendo la puerta hacia el
séptimo vagón.
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—¡Vamos! –instó a los demás, y fue el segundo en saltar. Si los
otros tres se habían animado lo ignoraba, sólo supo que de pronto
estaba dando vueltas y había tragado tierra. Al abrir los ojos se halló
a los pies de una colina, llenó de polvo y entre piedras. Alzó la
mirada y trató de distinguir mejor. No muy lejos se hallaba Damila
sentada en la tierra, parecía revisarse la rodilla. Lourdes salió de
entre unos matorrales y desde lejos se le escuchaba maldecir. Adam
estaba un poco más atrás de ellas; había sido el último en saltar para
asegurarse de que las chicas lo hicieran. Baros estaba un poco atrás
de Marlon y luego de acercarse ayudó al chico a ponerse de pie.
Pronto todos corrieron hacia Damila.
—Sólo ha sido un rasguño –decía ella, un poco apenada. Pero
Lourdes insistió, se agachó y le levantó el pantalón. La raspadura
que antes se había hecho cuando Juar los guiaba se había convertido
ahora, en base a la caída desde el tren, en tres verdaderos cortes.
Lourdes se llevó las manos a la boca al ver la sangre.
Baros sacó un pañuelo de su pantalón y limpió la herida de la
joven, luego la levantó entre sus brazos. Damila dijo que no era
76
necesario, y fue tal su insistencia que el hombre la dejó en el suelo.
Fue evidente el dolor que sintió al poner presión de nuevo en su
rodilla.
—¡Joder! –soltó Lourdes—. ¿Pero qué demonios está ocurriendo?
¿Por qué esos tíos nos persiguen? ¿Qué les hemos hecho?
—Son Doztrax, son enemigos de ustedes ahora, tienen que
entenderlo –contestó Baros.
—¿Sólo porque tocaremos la Sordouch? –dijo Adam.
—Así es, y ahora… —Baros tragó saliva y miró alrededor, muy
triste y preocupado.
—Lo que faltaba: más enemigos a mi vida –murmuró Lourdes, más
para ella misma, pensando en su pasado, en el orfanato, en los malos
tratos que había recibido, antes de estar con ellos, antes de To Ual
bajo el árbol.
—Creo que él sólo trata de ayudarnos –comentó Damila, sobándose
la rodilla—. Nos ha salvado en más de alguna ocasión.
—Damila tiene razón –dijo Marlon—. Tenemos que confiar en él.
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Lourdes se cruzó de brazos y escupió al suelo.
—¿Y ahora qué sigue? –quiso saber.
—Buscaremos a los dueños de las barcas en el lago que pasamos –
dijo Baros—. No debe de estar muy lejos su posada. Estoy seguro
que son Vasgols que nos ayudarán, de alguna manera.
Sin ninguna otra opción más que seguir las órdenes de Baros,
los jóvenes le siguieron por campo abierto. Damila fue ayudada por
Marlon para caminar, apoyándose en su pierna estable. El cielo
empezaba a oscurecer y amenazaban ahora unos nubarrones que
presagiaban una tormenta. El hambre regresaba, agregándose a una
más de las preocupaciones de Baros, quien ya había aceptado el
hecho de que el tren no volvería a pasar hasta el día siguiente. Las
gotas empezaron a caer.
Llegaron a orillas del lago, caminando hacia la parte sur.
Vieron que hacía falta una barca, pues sólo dos estaban amarradas en
el pequeño muelle construido. Para suerte de ellos, no muy al fondo
entre dos colinas y el inicio de un bosque se encontraba la posada.
Una construcción de doble planta y que contaba con una chimenea.
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Baros les apresuró hacia ella, pues las gotas de lluvia incrementaban.
Los relámpagos les alumbraron.
El Vasgol llamó a la puerta en más de una ocasión. La
tormenta había empezado. Por una ventana se veía luz en la casa, y
se vio pasar una silueta antes de que la puerta se abriera. Por ella
asomó una pequeña niña morena y de pelo rizado. Observó a los
extraños.
—Mamá –dijo—, no es papá.
Baros y los jóvenes esperaron hasta que apareció una mujer
detrás de la niña. También morena, de bello rostro y usando un largo
vestido floreado. Les observó de pies a cabeza, luego reparó en las
uves rojas de Baros.
—Oficial, ¡pero si se están empapando! –dijo ella, y abrió la puerta
completamente para dejarles pasar.
—Gracias –soltó Baros.
—Vengan, siéntense por acá –les pidió la mujer. Los dirigió hacia
una mesa redonda en el centro de una cocina, y fue jalando las sillas
79
para que los jóvenes y el hombre se sentaran—. Jazmín, trae toallas
–le pidió a su hija.
La niña asintió y se perdió escaleras arriba. Un fuerte trueno
se escuchó, y en una fracción de segundo hubo oscuridad. Se
escuchaba chiflar al viento.
—Qué inesperada tormenta –comentó Baros.
—Así es en estas tierras, oficial –le dijo la mujer—. Ya estamos
acostumbrados. Ahora mismo se secan, mientras déjenme les
caliento la sopa que preparé esta tarde.
—Se lo agradecería muchísimo.
Jazmín reapareció llevando cinco toallas y se las entregó a
cada una de las visitas. Marlon tomó una y se secó primero el
cabello. En tan poco tiempo de verdad se había mojado bastante.
Sentía algo de frío, pero poco a poco el calor de la posada le fue
calmando.
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—Ya casi –decía la mujer, moviendo en la olla la sopa que les daría,
mientras ésta se calentaba gracias al fueguillo de la estufa—. ¿De
dónde vienen?
—De Roxs –respondió Adam, y Baros le dio un codazo.
—En realidad del pueblo de arriba –mintió Baros.
—¿Por dónde el túnel labrado? –inquirió la mujer.
—Sí, sí.
—Oh, eso es lejos, e imposible en estas fechas, los Doztrax se
adueñaron del túnel.
La mujer fue dejando los platos con el ceño fruncido.
—La verdad es que los Doztrax nos siguen –se sinceró Baros.
—No me sorprende –dijo la mujer—. No es la primera vez que esta
casa sirve de refugio —Jazmín se había sentado enseguida de la
chimenea, y echaba de vez en cuando un vistazo hacia la puerta—.
Está preocupada –les dijo—. Quiere que su padre llegue ya. Anda
navegando, ante tal tormenta. En cuanto terminen deberían irse.
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Baros asintió. Marlon probó la sopa, estaba muy buena y se
dio cuenta de que había tenido mucha hambre.
—Muchas gracias por su hospitalidad –agradeció Baros—. Pero
sería realmente bueno que ustedes nos dieran posada al menos esta
noche, o en lo que pasa la tormenta.
—No es posible –informó la mujer, y se sentó junto con ellos.
Parecía muy apenada por decirlo—. Mi marido no debe de tardar, y a
él no le agrada que este lugar sirva de refugio a extraños. Usted sabe
lo que ha estado ocurriendo, los Doztrax se vuelven cada vez más
peligrosos. No podemos arriesgarnos. Además…—Parecía no
atreverse a decirlo, pero tomó valor:—. Además estos jóvenes, ¿son
extranjeros, verdad?
—Sí –dijo Baros—. Pero no son peligrosos. Todo el ejército Vasgol
agradecerá su ayuda esta noche si se la brinda a ellos.
—No –siguió la mujer—. No puedo desobedecer las órdenes de mi
marido. Por favor oficial, esto lo hago por mí, el tenerlos aquí
comiendo, pero me temo que tienen que irse en cuanto terminen.
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—Pues ya lo he hecho –dijo Lourdes, sorbiendo del plato.
La mujer se levantó y se dirigió a una ventana, observando la
tormenta.
—Me daría mucha pena que él llegara y los corriera –les dijo la
mujer—. En otros tiempos era diferente… pero ahora el mundo está
cambiando, se está debilitando, ¿será acaso cierto? ¿Será por lo que
decía el libro de los Cinco?
Baros se llevó el dedo índice a la boca, señal de que no
siguiera diciendo más.
—Gracias por su hospitalidad, buena señora –le dijo, y se levantó,
instando a los jóvenes de que también lo hicieran—. Pero si usted y
su familia no puede darnos resguardo no tenemos más qué hacer,
tenemos que irnos.
—De verdad perdonen.
—No se preocupe.
—Gracias por la sopa –dijo Damila—. Ha estado deliciosa.
83
La mujer se acercó a ella y le acarició una mejilla.
—Ojalá y ustedes no. –Y Damila no entendió del todo, mucho
menos esas lágrimas que asomaron de los ojos de la mujer. Pero
Damila llevaría esas palabras grabadas y no las comprendería sino
más adelante.
Salieron a la tormenta de nuevo, pero por suerte ésta había
aminorado un poco. Ahora era un fuerte viento y uno que otro
relámpago. Baros y ellos corrieron hacia el bosque; se paró a una
distancia donde la posada aún pudiera ser visible. Entonces su
intuición fue correcta, cuando un viejo camión llegó. El señor de la
familia de la posada bajó del camión. Iba cargando un costal con
pescados.
—Bien chicos –dijo Baros, sin despegar la vista del viejo y
azul camión, de los primeros transportes Vasgols existentes—. Este
es el plan, necesito que pongan mucha atención –Tenía que elevar un
poco la voz ya que el sonido del viento apenas le dejaba
escucharse—. Yo entraré a la posada de nuevo y les quitaré las
llaves del camión. Algunas cosas se tienen que hacer a la mala.
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—Pero esa pobre gente…—dijo Damila, siendo ignorada.
—Ustedes regresen hacia el muelle, pero no ahora, sino hasta que yo
esté dentro de la posada. ¿Entendieron?
Sólo Marlon fue quien asintió.
—¿Y si te hieren? –preguntó Adam.
—¿Quién? ¿El dueño? No lo creo… —Aunque no se le notaba muy
convencido.
—Ahora sí que estaríamos perdidos –dijo Lourdes.
Un fuerte trueno. Baros lanzó un suspiro y se quitó el arco de
la espalda, poniendo una flecha. Iba a salir cuando el sonido del
viento incrementó. Por un momento pensaron que se trataba de un
rayo cayendo sobre ellos. Marlon observó al cielo y dos grandes
luces casi lo ciegan. La nave plateada se estacionó, muy parecida a la
de To Ual.
Baros apuntó con su arco, alerta. Una puerta botó, haciéndose
a un lado y la escalerilla negra se posó en la tierra. Dos hombres
salieron. Uno de ellos les era desconocido, el otro…
85
—¿To Ual? –se dijo Adam, pero luego comprendió que estaba en un
error. Lo cierto es que era alguien muy parecido, con el cabello
largo y la misma altura, y también llevaba una bata escamada, solo
que ésta de color rojo. El otro vestía el traje de guardia Vasgol,
negro y con las uves. Llevaba el pelo amarrado en una cola y tenía el
tatuaje de una estrella bajo un ojo. Baros bajó el arco, no eran
enemigos.
—Aliresazz y Saúl Bontiréa –dijo—. ¿Cómo han dado con nosotros?
El hombre parecido a To Ual sonrió y se acercó a ellos.
—Llevamos todo el día buscándoles Baros, hasta que por fin les
vimos. Ahora tu misión ha terminado; los jóvenes tendrán que venir
con nosotros.
—Aunque lo mejor sería quedarnos aquí –dijo el otro hombre—. La
tormenta se ha calmado, pero puede que los vientos estén peores en
otros lados.
Su acompañante giró a verle y asintió.
—Pero Aliresazz –soltó Baros—, ¿les ha enviado To Ual?
86
—Por supuesto que no –dijo Aliresazz, quien era el de la bata roja—.
Hemos sido enviados por el señor alto de Vanela. De To Ual casi
nadie tiene noticias.
—Eso porque es un maldito mentiroso –dijo entonces Lourdes, y
todos voltearon a verla—. Él nos trajo con engaños, de pronto
desaparece y ahora… ¿irnos con vosotros?
—Pasaremos la noche aquí, señorita Lourdes –le dijo Aliresazz, y la
joven mostró asombro de que supieran su nombre.
—¿Está en esa ciudad Vanela, la Sordouch? –preguntó Marlon.
—No, no lo está –respondió el otro, quien era Saúl Bontiréa—. Pero
es necesario que vayan y vean al señor alto. Tratará de responder
todas sus dudas y él y su ejército les llevarán a donde la Sordouch se
encuentra.
Baros parecía seguro de dejar a los jóvenes en buenas manos.
Mencionó que lo mejor era regresar a Roxs para ver en qué podía
ayudar.
87
—¿Ahora? –le preguntó Damila—. ¿No puedes esperar a mañana?
¿Quedarte con nosotros?
Baros le sonrió y negó.
—Para nosotros los guardias –le dijo—, no importa el día ni la
noche, todas las horas son las mismas. Debo regresar ahora e ir a
ayudar a mi gente. Sé que les hemos pedido demasiado, pero por
favor, confíen en ellos.
—No…
Damila le dio un fuerte abrazo. Saúl Bontiréa asentía a las
órdenes de Aliresazz y se introdujo entre los árboles para buscar
leña. Baros se despidió de ellos, y Marlon le agradeció que ese día
les hubiera protegido. El hombre siguió por el campo, luego por el
lago hasta llegar al muelle, soltar una de las barcas blancas e irse
navegando en ella.
88
Capítulo 6 Noche de vigilancia
El cielo, con un tono de terciopelo azul oscuro, se mostraba
despejado en esa fría noche en la que fueron testigos de las estrellas
tras la tormenta. Saúl Bontiréa regresó con un puño de leña entre sus
brazos y la fue poniendo a una distancia de la nave, luego sacó una
especie de encendedor y prendió fuego.
—Ha sido un buen trabajo –le felicitó Aliresazz—. Ahora prepara
una segunda fogata para ellos; no tardarán en ponerse de acuerdo.
Marlon, Damila, Adam y Lourdes se encontraban dentro de
la nave. Acababan de alimentarse, ya que dentro habían encontrado
pan, frutas y jugos. Aliresazz les pidió que cenaran todo lo que
quisieran, pues toda esa comida era para ellos. Una vez que
terminaron se sentaron en los asientos negros para decidir quiénes
harían vigilia primero.
—Opino que lo mejor es que duerman ustedes –decía Marlon,
refiriéndose a las chicas.
89
—¡Por supuesto que no! –reprochó Lourdes—. Vosotros también
tienen derecho a descansar. ¿Sólo por qué somos mujeres?
—No creo que Marlon quiso decir eso –defendió Adam—. Pero él
tiene razón, ustedes deben de estar cansadas y…
—¿Y vosotros no están cansados? –inquirió Damila—. Como dice
Lourdes…
—Mejor hagamos algo –le interrumpió Marlon—. Yo con una de
ustedes vigilamos tres horas, y luego Adam con otra.
—Me parece bien –dijo Lourdes—. Eso es correcto. ¿A quién
eliges?
Marlon no esperaba aquello, creyó ponerse colorado.
—Vamos Lurdes, nosotros primero –se adelantó Adam, y la tomó de
un brazo llevándola fuera de la nave.
—¡L-o-urdes! –Alcanzaron a escuchar Marlon y Damila cuando
bajaban las escalerillas.
90
—Ves, te dije que no tardarían –le dijo Aliresazz a Saúl
Bontiréa, quien estaba a dos metros de distancia prendiendo una
segunda fogata.
Adam y Lourdes se acercaron a Saúl y esperaron a que la
fogata se prendiera bien.
—Aliresazz y yo estaremos en la otra –les dijo—. De verdad que no
es necesario que vigilen, ya les dijimos que nosotros lo haremos.
—Sí –soltó Lourdes—. Pero ya os dijimos también que no podemos
confiar en dos personas que acabamos de conocer, y menos en tales
circunstancias.
Saúl sonrió y regresó a con Aliresazz. Adam y Lourdes se
sentaron ante la fogata. Observaron las estrellas y al fuego crepitar.
Adam sacó su celular y vio que era cerca de media noche; a la vez
comprobó que seguía sin tener línea.
—¿Cómo llegó a ti To Ual? –le preguntó Lourdes, quien estaba
cruzada de piernas y dibujaba líneas en la tierra con una piedra.
91
—Bueno –empezó Adam—. Estaba cuidando a mi hermano menor,
mis padres se hallaban trabajando. Mi hermano se quedó dormido y
salí un momento a encestar.
—¿A qué te refieres?
—Baloncesto.
—Ah.
—Estaba encestando y de pronto la pelota se quedó suspendida en el
aire unos segundos, hasta que ardió.
—¿Ardió?
—Sí, como si hubiera explotado. Entonces fue cuando lo vi, parado
justo a un lado de la canasta y… ¿apareció de pronto? No lo sé, pero
era To Ual. Al mirarlo pude también observar otras cosas extrañas.
Las hojas de los árboles no se movían, no había ningún otro
movimiento más que los que hacíamos To Ual y yo. To Ual me dijo
esas palabras…
—¿Llega su momento?
92
—Sí… ya otras dos veces las había escuchado. Me dijo que le
siguiera, y así lo hice. Salimos y había gente en las calles
paralizadas, mis vecinos, incluso el agua de una manguera sin caer.
Y en el medio de la calle la nave. Me dijo que subiera. ¿Sabes por
qué seguí sus órdenes? Porque una parte de mí me decía que había
estado esperando ese momento desde hacía mucho tiempo. No me
importó dejar a mi hermano solo, ni siquiera hice muchas preguntas
y… Ahora estoy aquí.
—¿Crees que regresemos? ¿Qué saldremos con vida de esto?
Adam pensó un momento antes de responder:
—Espero que sí.
Dentro de la nave Marlon y Damila intentaban dormir. La
chica expandida sobre seis asientos, con la cabeza sobre sus manos.
Tenía los ojos cerrados pero no dormía, al igual que Marlon, quien
estaba observando el techo de la nave.
—¿Cómo crees que sea la Sordouch? –le pregunta Damila, en la casi
oscuridad.
93
—Nadie la ha descrito aún –dijo Marlon—. Debe de ser algo muy
grande, como con raíces.
—¿Raíces?
Marlon ni siquiera sabía muy bien por qué había dicho eso
con exactitud, pero trató de explicarlo:
—Sí, nos dijeron que la Sordouch era el centro de vida de la tierra…,
que por eso se está debilitando.
—Que no debemos dejar que muera.
Se quedaron en silencio unos minutos. Damila de nuevo
cerró los ojos, intentando conciliar el sueño. Marlon mantenía
todavía fija la vista en el techo. Sus padres… dos pérdidas.
—Diana –le murmuró a la nada.
—¿Cómo has dicho?
—Nada –respondió él, sorprendido del buen oído de la chica—. ¿Y
cómo te sientes de tu rodilla?
—Ha mejorado.
94
—Me alegro.
—Sí…
Y otra vez el silencio, hasta que Damila fue quedando
dormida. Al ver que él no tenía nada de sueño se levantó y salió de la
nave. En la primera fogata los dos Vasgols estaban enfrascados en
una conversación. Se acercó a con Adam y Lourdes; esperaba que
ésta última aceptara su propuesta.
—¿Qué ocurre? Aún no pasan las tres horas –le dijo ella.
—Sí, lo sé, pero no puedo dormir, me es imposible.
—¿Y Damila? –preguntó Adam.
—Ella ya duerme. Ha sido un día muy pesado. Lourdes, deberías ir
con ella a descansar, de verdad.
Lourdes retorció la boca, pero se le notaban sus ojos
cansados.
—Está bien, pero tenéis que prometerme que cuando pasen las tres
horas me levantaréis.
95
—Sí –le dijo Marlon, y la chica se levantó para ingresar a la nave.
Lo cierto es que Lourdes dormiría hasta el amanecer.
—¿Conoces la historia del conejo en la luna? –le preguntó Marlon a
Adam, viendo los dos hacia la luna brillante que asomaba tras la
tormenta.
—No, ¿de qué va?
—Es de mis antepasados. Un Dios llamado Quetzalcóatl, quien se
alimentó de un pequeño conejo y como recompensa decidió
plasmarlo en la luna, para recuerdo de cada noche humana.
—¿Crees en los Dioses?
Marlon asintió. La noche fue pasando. Aliresazz se acercó en
más de alguna ocasión para preguntarles si todo estaba bien; les
llevaba leña y verificaba que la fogata les diera el calor suficiente.
Adam le contó a Marlon que nunca había estado tan lejos de casa, y
que aunque al principio había accedido subir a la nave, ahora se daba
cuenta del error que pudo haber cometido.
—¿Pero y si no había otra opción? –le preguntó Marlon.
96
—Eso parecía. O eso nos hizo creer To Ual.
Mar tarde, sin embargo, Damila salió de la nave. Insistió en
que Adam también tenía derecho a descansar; ella creía que Marlon
había dormido algo. Adam accedió y se despidió de ellos.
—¿Lourdes ya duerme? –quiso saber Marlon.
—Como una roca –le respondió Damila.
—Qué bien. ¿Pero por qué te has levantado?
—Una parte de mí estaba consciente, y fue más fuerte que la que
dormía.
—Ya veo.
—¿Tienes hermanos? ¿Vives con tu familia?
—Sí, vivo con mis padres y… Tenía una hermana. Ella murió a los
diez años en un accidente.
Damila se llevó las manos a la boca y murmuró:
—Lo siento mucho.
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Marlon asintió y le sonrió. El fuego de la fogata había
disminuido. Decidió levantarse y ver si encontraba más leña no muy
lejos.
—Ve con cuidado –le pidió Damila.
Ni Aliresazz ni Saúl Bontiréa se dieron cuenta de que el
chico se había introducido entre los árboles y matorrales. Marlon iba
buscando, apoyado en la luz de las estrellas y la luna. Si giraba su
mirada aún vería las fogatas. Se metió un poco más, pero sin querer
alejarse mucho, entonces les vio.
Frente a él estaban parados seis Doztrax, mirándolo con
fiereza. Él más alto de ellos, calvo y con tres aretes en cada lado de
la nariz, se acercó a él.
—No cuentes nada –le advirtió-, sino entonces atacaremos y será
peor.
Marlon se dio cuenta de que no podía producir ningún
sonido. Los otros cinco Doztrax también se acercaron, enseñándole
98
sus armas, como espadas, una especie de pistola, escudos y lanzas.
El joven asintió, sintiendo las miradas penetrantes.
—¿Qué tal si lo matamos ahora mismo? –dijo uno que estaba lleno
de canas y tenía una cara larga y flaca.
—No –le contestó otro—. Recuerda que los quieren vivos.
—Además ellos nos guían –dijo el de los aretes en la nariz, y
enseguida el lleno de canas se hizo para atrás apenado.
Marlon observó que los hombres temblaban, sosteniendo esas
armas entre sus manos, como haciendo un gran esfuerzo por no
matarle. ¿No lo iban a matar porque los estaban guiando? ¿Adónde?
¿A la Sordouch?
—¡Largo! –le dijo el mismo Doztrax, mostrando sus feos y negros
dientes.
Marlon retrocedió unos pasos y luego casi corriendo llegó a
las fogatas. Por suerte Aliresazz y Saúl Bontiréa seguían enfrascados
en su conversación y tampoco ni le vieron llegar.
99
—¿Pero qué ocurre? –le preguntó Damila, preocupada de verlo
pálido.
—Nada… es… vi una serpiente, es todo –le mintió, y se sentó junto
a ella.
Damila se mordió el labio inferior. Marlon no despegaba la
vista de entre los matorrales, sabía que les estaban viendo; ¿desde
hace cuánto estaban allí? ¿Cuál era su plan? El Doztrax le advirtió de
no decir nada. Aliresazz y Saúl parecían buenos guerreros, pero
aquellos eran seis.
—Estás temblando –le hizo saber la chica.
—¿Sí? Perdón…
—No tienes porqué pedirme perdón, por Dios.
Marlon se sintió algo apenado. Pero ahora tenía que saber
manejar la situación y estar más alerta que nunca. Justo cuando la
fogata estaba por desaparecer, Aliresazz se acercó por cuarta ocasión
y dejó más leña. Marlon ni siquiera lo miró a los ojos, temía que los
Doztrax llegaran a pensar que a través de la mirada le pudiera avisar
100
de su presencia. Cuando el hombre se fue se sintió más tranquilo.
Damila bostezaba. El sueño, esa otra parte de ella que decía tener,
estaba ganando terreno. Se fue acercando un poco más a Marlon y de
pronto se acostó en la tierra, apoyando sus hombros y cabeza en las
piernas del chico. ¿Pero qué hace? Se dijo el joven. Damila quedó
dormida. La observó respirar, la escuchaba hablar entre sueños y
desde ese momento le tuvo un especial afecto.
Él, en cambio, se mantuvo despierto hasta que salió el sol y
el bosque se fue iluminando y ya no fue necesario el fuego de las
fogatas. Marlon sabía que se acercaba algo, según lo planeado,
estaban por partir en la nave hacia la ciudad de Vanela, ¿pero los
Doztrax que vigilaban les dejarían ir tan fácil?
101
Capítulo 6 Ser de ojos rojos
Lourdes salió de la nave tallándose un poco los ojos, ante el malestar
del sol. Vio que ya sólo quedaban restos de las fogatas, y Marlon y
Damila se encontraban junto con Aliresazz y Saúl Bontiréa. Parecían
platicar sobre las condiciones del viento. Cuando se acercó Aliresazz
decía:
—Podemos irnos sobre las colinas del norte, y luego aterrizar justo
en Vanela.
—Sería muy peligroso –espetó Saúl—. Sabes de los accidentes que
ha habido últimamente.
—Sí, pero nos ahorraría tiempo.
Marlon trataba de mantenerse un poco alejado de ellos, para
que los Doztrax no pensaran que les estaba advirtiendo, pero a la vez
ideaba alguna estrategia de hacérselos saber. Por su suerte Lourdes
instó en que el viaje empezara lo más pronto posible.
—No os hagáis patos y sáquennos de aquí como sea.
102
Los hombres intercambiaron miradas.
—El cómo llegar a Vanela lo vemos una vez lleguemos a los
terrenos del norte –le dijo Aliresazz a Saúl, luego se dirigió a los
chicos—. ¿Dónde está el otro de ustedes?
—Duerme aún –respondió Lourdes, refiriéndose a Adam.
Lo cierto es que cuando entraron a la nave le hallaron
despierto y rascándose la cabeza.
—De modo que no fue una pesadilla –les dijo Adam, y por primera
vez Lourdes rio.
Saúl Bontiréa se hizo al frente de la nave y tomó asiento para
pilotear. Aliresazz pidió a los jóvenes que se sentaran y se pusieran
el cinturón de seguridad.
—Despegamos en tres minutos.
La puerta se había cerrado, las luces se prendieron, en otro
idioma la voz de una mujer daba instrucciones. ¿Por qué no atacan
ahora? pensaba Marlon. ¿Debo decirles que no nos lleven a Vanela,
que es peligroso porque los Doztrax no están siguiendo? Se sujetó
103
fuerte del reposabrazos y sintió la nave despegar. Dejaban por fin
esos terrenos del lago. Cuando se levantó se acercó al ventanal para
ver si los Doztrax habían salido, pero no vio nada más que la posada
y al viejo camión. Poco a poco el lago se fue alejando y ellos
viajaban sobre las nubes.
—Cuando lleguen a Vanela, y antes de ver al señor alto, podrán
darse un baño y desayunar –explicó Aliresazz.
—¿Qué es un señor alto? –preguntó Adam.
—Los señores altos son los gobernantes de las ciudades en este
continente. El señor alto de Vanela les está esperando, y será él y su
ejército quienes les lleven hacia la Sordouch.
—¿Ejército? –repitió Lourdes. Aliresazz agachó la mirada,
sosteniendo sus brazos en su rodilla.—. No será tan fácil, ¿verdad?
—Puede que sí, puede que no –respondió el hombre.
Entonces Marlon vio una sombra pasar sobre la ancha ala
plateada de la nave… se le ocurrió, ¿podría ser posible?
—Los Doztrax –empezó—, ¿ellos también tienen naves?
104
Aliresazz levantó la mirada, curioso de la expresión
preocupada del joven.
—Sí, Marlon, ¿por qué la pregunta?
—Nos están siguiendo.
Aliresazz se levantó de un salto y caminó rápido hacia la
cabina, dio unas instrucciones a Saúl Bontiréa y luego se giró
bruscamente a con los jóvenes.
—Los vi en el bosque, pero ellos amenazaron –decía Marlon,
sintiéndose apenado.
—Está bien, no te preocupes, ahora… —La mente de Aliresazz
parecía trabajar al mil por hora—. Tenemos que perderlos de vista –
le dijo a Saúl—. ¿Crees que puedas hacerlo?
Vieron al Vasgol asentir.
—Dijeron que los estamos guiando… —continuaba Marlon.
—Sí, sí, al menos eso indica que no nos atacarán.
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—Aliresazz –llamó el piloto—, para perderlos tenemos que
introducirnos en los terrenos del norte, las picudas colinas de…
—Silencio –le interrumpió Aliresazz—. No podemos arriesgarnos
tanto, pero no hay otra opción. Me temo que tendrás que bajar
cuando llegues allí.
—Pero…
—¡Hazlo!
No pasó mucho tiempo para que sintieran que iban
aterrizando. Se vieron las nubes pasar y pronto un paisaje de piedras
tintas, viejas y con partes muy filosas les tapó la vista. Saúl Bontiréa,
con su gran manejo de la nave, logró hacerla aterrizar sobre una
colina más bien cuadrada y no picuda.
—El radar me los marcaba, pero logré perderlos, eso creo –dijo Saúl,
quitándose un casco y saliendo de cabina.
Los dos Vasgols y los cuatro jóvenes salieron de la nave.
Hacía mucho viento y se hallaron sobre aquella piedra gigante. A lo
106
lejos se veían más colinas picudas, y el ambiente estaba cubierto de
una niebla no muy fuerte en las partes bajas.
—Vanela no queda muy lejos, tendremos que caminar –dijo
Aliresazz, esperando los reproches.
—¿Por qué no ir en la nave? –inquirió Damila.
—El radar de los Doztrax nos detectaría, señorita –le dijo Saúl—.
No falta mucho de camino, aunque… —Dirigió su vista a su
compañero, pero éste se mantenía firme en su decisión.
Bajaron esa colina, adentrándose en la niebla por un
momento, la cual quedó sobre ellos una vez que se hallaron entre los
recodos formados. La nave, comentó Aliresazz, tendría que ser
dejada allí, y ya después él regresaría por ella junto con más
Vasgols. Marlon se sintió algo aliviado al saber que los Doztrax ya
no les seguían, aunque aquel terreno le causaba cierto escalofrío. Se
miraban cuevas en algunas partes, y ciertas colinas eran tan altas que
sus picos pasaban la niebla. Aliresazz iba delante de los cuatro
jóvenes y detrás de ellos Saúl Bontiréa, quien había sacado una
espada e iba con ella trazando una línea en la tierra; hecho que era
107
sólo por hacerlo, porque el viento hacía que la tierra desapareciera la
línea en segundos.
Se dirigían al norte, metiéndose por un camino muy estrecho
entre dos colinas. Tras unos minutos salieron a un espacio abierto.
Marlon vio telarañas en los principios de algunas cuevas, y más
caminos oscuros que les esperaban. Adam sacó su celular y se
detuvo un momento. Al parecer algo había captado su atención y le
quería tomar una foto. Estaba dirigiendo la vista hacia una roca tinta
que tenía escritos unos jeroglíficos extraños. Entonces la imagen fue
tapada al cien por ciento, levantó la mirada y vio al Doztrax frente a
él.
Saúl arrojó a Adam a la tierra, y el joven cayó raspándose. El
Doztrax fue asesinado con la espada del Vasgol, quien se la había
enterrado en el estómago. Aliresazz corrió hacia Adam y le ayudó a
levantarse. Pero entonces aparecieron más Doztrax, algunos de ellos
bajando corriendo de las colinas, otros salieron de los caminos
estrechos. Los dos Vasgols cubrieron a los jóvenes. Eran cinco
Doztrax los que les rodeaban, amenazándoles con sus armas.
108
—¿De verdad pensaron que este es buen camino para perderse? –les
dijo el Doztrax alto y de aretes en la nariz. Marlon vio que eran los
mismos que anteriormente se había topado.
—No les conviene hacerles daño –advirtió Aliresazz—. Vale más
que nos dejen llevarles a Vanela.
—¿Y quién dijo que les lastimaríamos a ellos? A quienes mataremos
será a ustedes dos, Vasgols.
Saúl levantó su espada ensangrentada, y Aliresazz sacó lo
que parecía ser una pistola plateada, apuntándoles. Los Doztrax se
acercaron más, sin temer. Pero interrumpió las agallas un rugido
penetrante. Un rugido que sonó por entre todas las colinas, que hizo
eco en todas las cuevas. Un rugido que les puso a todos los humanos
a sus pies los pelos de punta. Los Doztrax incluso agrandaron los
ojos, pues sabían de quién se trataba, y no parecieron sorprendidos
de ver que estaban en sus terrenos.
—¡Corran! –fue la orden que dio Aliresazz, en especial a su equipo.
109
Era un ser de ojos furiosos que salió de una cueva, corriendo
con sus cuatro extremidades a gran velocidad. Como un lobo muy
grande de pelaje café oscuro, dientes afilados y esos ojos rojos; fue
lo que alcanzó a distinguir Marlon antes de ser jalado por Damila
para que corriera. Todo lo demás fue polvo y sangre.
Los Doztrax fueron los primeros en no correr con buena
suerte. La bestia se lanzó sobre uno de ellos, de una mordida le
arrancó el rostro, y luego, utilizando el cuerpo como trampolín saltó
sobre otro, le tomó con sus patas delanteras y le clavó sus afiladas
uñas en los hombros, penetrándole la nuca con sus dientes. Marlon
escuchaba los gritos, y de pronto se halló corriendo solo entre
sombras y tierra. Un segundo rugido.
El Doztrax líder de ese grupo esperó con su espada a la
bestia, la cual salió entre el terregal y se le dejó ir. No logró atinarle,
pues el ser de ojos rojos esquivó el ataque y tan sólo caer volvió a
abalanzarse contra quien le había atacado. Le mordió una pierna,
tumbándolo y después le comió la parte baja de su cuerpo. Al
110
terminar de hacerlo escupió un pie al suelo y corrió en busca de los
demás.
Marlon se encontró con los inicios de una colina tinta; el
camino era bloqueado. Vio que los demás subían, excepto Saúl, pues
no se miraba por ninguna parte. Empezó también a escalar, hasta que
se topó con la niebla. Hubo un tercer rugido, la fiera ahora se
abalanzaba sobre ellos. Escuchó un grito, de mujer. Cerró los ojos,
temblando pero escalando, presa del pánico. Algo lo empujó, sintió
un cuerpo caer. Se encontró tirado en la cima.
La calma volvió. Se levantó y encontró a Aliresazz con una
mano tapándose la boca y el entrecejo fruncido. Adam ayudaba a
Lourdes a ponerse de pie, pero la joven no dejaba de murmurar algo.
Parecía estar a punto de soltar el llanto. Marlon buscó a Damila por
todos lados pero no la encontró… ella, ese grito, pensó.
Un brazo apareció, y poco a poco Saúl Bontiréa, lleno de
raspaduras y con la ropa raída, subió a la cima. Aliresazz se acercó a
él.
—¿Estás bien?
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—Sí, pero la joven…
Apretó los puños y se quedó hincado en la tierra. Marlon
miró perplejo la expresión de Aliresazz. La habían perdido. Lourdes
lanzó un sollozo y Adam la abrazó, pero la joven no tardó en
quitárselo de encima, se separó de él, con una mano en la barbilla,
temblando, dijo:
—Ella…Damila… ha muerto… ha sido la primera; nosotros…
—No es así –empezó Aliresazz.
—¡Sí! Sí que lo es, ahora es ella y pronto seremos nosotros. ¿Dónde
demonios está To Ual? Nos han mentido, nos han traído a un maldito
lugar.
—Señorita Lourdes…
—Ella tiene razón –dijo Marlon, a quien también la tristeza y la
rabia le dominaba—. Ella… —Se le quebró la voz y tragó saliva.
—¡Sáquenos de aquí! –gritó Adam.
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Aliresazz asintió, luego le pidió a Saúl que se pusiera de pie.
El hombre así lo hizo.
—Iré en busca de Damila –dijo—. No sabemos si está muerta, ¿o sí?
–Saúl negó—. Entonces puede que haya una esperanza. Lleva a los
jóvenes a Vanela, está el campo al sólo bajar.
No podían verlo por la niebla, pero el Vasgol parecía decir la
verdad porque ninguna otra piedra tinta les tapaba la vista.
—¿Qué era esa cosa? –preguntó Marlon.
—Era un lobo de este continente –respondió Saúl Bontiréa.
Aliresazz, tras haber dado la orden, se perdió de vista bajando
la colina e introduciéndose de nuevo en la niebla. Pero a ninguno de
los chicos les preocupó, lo único que deseaban era que encontrara a
Damila con vida. Marlon, Adam y Lourdes siguieron a Saúl Bontiréa
hacia el otro lado de la colina, y tan sólo pasar la niebla distinguieron
un gran campo que se extendía al norte, y no muy lejos la estructura
de una ciudad.
—Ésa es Vanela –les dijo Saúl—. La primera ciudad de los Vasgols.
113
El hombre les instaba a caminar rápido. Lourdes iba con los
brazos cruzados, aún con lágrimas en los ojos. La chica ruda se había
quebrado. Marlon no podía sacarse de la cabeza que tan sólo esa
noche había escuchado a Damila respirar dormida. Cuando viera a la
Sordouch no sólo la tocaría, probablemente la estrangularía por todo
lo que les había hecho pasar. Lo que Marlon no sabía es que la
Sordouch no era algo que tuviera pescuezo.
Vanela se fue mostrando ante ellos, cada vez más cerca.
Había torres que se distinguían, así como también un viejo edificio.
Cuando llegaron se toparon con la más grande cerca circular, y al
estar ante la puerta custodiada por guardias, Saúl les informó:
—Venimos a ver al señor alto, vengo con tres.
El guardia, vistiendo una bata color verde y un casco con la
uve roja, les miró sorprendido de pies a cabeza y asintió. La gran
puerta de metal se abrió para que ellos pasaran.
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Capítulo 7 El señor alto
Cuando les vio, deseó con todas sus fuerzas que esta vez sí fueran
los indicados. Habían los tres llegado ante sus ojos después de haber
cruzado media ciudad Vanela, entre sus peculiares quioscos y
edificios viejos, llegando hasta su torre. El guardia entró primero y
avisó su presencia. Que pasen, le dijo. Y los tres jóvenes, junto con
Saúl Bontiréa, se hicieron paso en la habitación para asuntos
meramente oficiales. Les miró sucios, delgados, con raspaduras.
Pobres, ¿por cuántas cosas no han pasado?
—Señor alto –le dijo Saúl, haciendo una reverencia ante él.
El señor alto cruzó los brazos en una cruz, lo que significaba
en aquel continente que la reverencia podía terminar. Marlon
observó aquello muy extrañado, y sus ojos curiosos examinaban al
señor alto que, de alto no tenía nada. Era llenito y chaparro, con un
gran collar de oro, y llevaba una toga roja con una especie de botas,
muy parecidas a las vaqueras, pensó el chico. El señor alto, que se
115
había levantado de su escritorio, posó sus manos en la mesa y les
dijo:
—Qué bueno es verlos llegar; les esperaba con ansias.
—¿Dónde está To Ual? –preguntó Marlon, quien ya estaba harto de
presentaciones y reverencias.
—Supongo que se les ha comunicado que él llegará dentro de dos
días.
—¿Dos días? –repitió Lourdes—. ¿Y la Sordouch? ¿Qué es esa
cosa? Llevadnos ya a ella.
—No podemos sacarlos de la ciudad sin antes llegar To Ual –explicó
el señor alto.
—¿Eso significa que la Sordouch no está aquí? –preguntó Adam, y
el hombre negó.
De nuevo la mentira, el Bontiréa retrocedió cuatro pasos.
—Jóvenes, pronto todo acabará –les dijo el señor alto, quitando sus
manos de la mesa y saliendo de su escritorio. Detrás de él estaba un
116
gran ventanal que daba vista al resto de la ciudad Vanela, con una
segunda torre, casas y un edificio que parecía un gusano levantado.
—¡No! –gritó entonces Lourdes, furiosa—. Una de nosotros quizá…
ella esté muerta. Hay guardias por todos lados, gente inocente ha
muerto en el primer pueblo donde estuvimos y…
Calló. El orfanato, los niños más chicos. ¿Qué estaba
pasando en España?
—Sólo pedimos respuestas, queremos saber cuándo regresaremos
y… —empezó Marlon.
—Saúl –interrumpió el señor alto—. ¿Es verdad lo que dice esta
joven? ¿Uno de ellos…?
—Aliresazz se ha quedado a buscarle, pero es posible que la
hayamos perdido, señor.
—¿Y qué si le pasó algo? –continuó Marlon—. ¿Ustedes
responderán?
El señor alto cruzó mirada con Saúl, preocupado.
117
—¿Cuáles son sus nombres? –les preguntó.
Cada uno de los chicos mencionó su nombre con desdén. El
señor alto les dio la espalda y caminó hacia la ventana, mirando su
pueblo.
—¿Estamos seguros en esta ciudad? –preguntó Adam.
—Sí, lo están –respondió el señor alto, sin girarse. Cuando lo hizo
dijo:—. El día de mañana gente importante vendrá a verles, sí, a
ustedes. Espero que en ese evento encuentren al menos algunas de
las respuestas a las cientos de preguntas que deben de tener. Sé por
lo que han pasado…
—No, no lo sabe –soltó Lourdes.
—Supe lo de Roxs –siguió el señor alto, como si no hubiera sido
interrumpido—. Ese antiguo y noble pueblo envuelto en llamas. Los
Doztrax siguiéndoles, esos… —Levantó un puño.—. Pagarán, sólo
están metiéndose en lo que no les importa. ¿Cuál era el nombre de la
chica?
—¿Era? –repitió Marlon.
118
—Es, es, quiero decir –corrigió el señor alto.
—Damila.
—Damila, sí, extraño nombre, bello… pero extraño. Ahora bien,
mandaré a más guardias a la búsqueda. Aliresazz es un buen
soldado, pero solo está en peligro.
—No nos importa si él muere –dijo Lourdes, hecho del cual más
tarde se arrepentiría. El silencio llegó. El señor alto con la cabeza
agachada ordenó:
—Guardia Bontiréa, hágame el favor de buscar al joven Pasor, por
favor.
Saúl Bontiréa asintió y salió de la habitación. Durante ese
tiempo los chicos permanecieron en silencio, y el señor alto,
nervioso, no dejaba de mirar hacia un reloj que colgaba de la pared.
La puerta volvió a abrirse y por ella apareció un joven delgado, con
pecas y gran nariz, de cabello pelirrojo.
—Hola señor –dijo con torpeza, y el señor alto sonrió.
119
—Pasor, por favor lleva a los jóvenes al palacio de Ope –Pasor
asintió, jugueteando con sus dedos como una mosca o una rata con
un pedazo de queso—. Enséñales a cada uno su habitación y
muéstrales la ropa que se pondrán una vez se alimenten y se den un
baño.
El joven pidió que le siguieran pero Marlon, Lourdes y Adam
se negaban.
—Por favor –les pidió Pasor, mostrando sus grandes y afilados
dientes delanteros.
El señor alto se sentó de nuevo ante su escritorio.
—Les garantizo la vida –les dijo.
El palacio de Ope resultó ser el edificio con esa extraña
estructura que parecía ser un gusano levantado. Para nada era por
fuera un palacio, quizá Ope, pero no sabían qué significaba aquello.
Al entrar vieron, en cambio, que el trayecto hacia el techo era recto y
el primer salón era ancho, con algunas personas yendo y viniendo, y
muchas habitaciones a los lados. Había una gran escalera en espiral
120
que llevaba a los otros pisos. Antes de que Pasor llevara a cada uno a
su habitación pudieron notar que en esta ciudad los Vasgols les
prestaban más atención. Subieron la escalera hacia el tercer piso.
—Aquí están, estas son sus habitaciones –les dijo Pasor, parándose
frente a unas puertas del medio—. Si gusta usted aquí, señorita –
Señaló la que estaba justo enfrente—. Dentro hallará comida, ropa y
un baño. Ya está todo ordenado.
Lourdes asintió y tomó el picaporte de la puerta.
—¿A qué hora será la reunión mañana? –preguntó.
—¿Reunión? –repitió Pasor, luego lo recordó—. Ah, ya veo que el
señor alto se adelantó. Será muy temprano, esperen a que yo venga
por ustedes.
La chica entró a la habitación, y a la del lado derecho entró
Adam, quien preguntó si más tarde podría salir a dar una vuelta por
Vanela.
—Por supuesto que sí –respondió Pasor—. Sólo que no se les ocurra
salir de la ciudad; cualquier cosa estaré en el primer piso.
121
Marlon encontró dentro de la habitación de paredes grises
una cómoda cama donde arriba estaba ropa, y en el fondo un baño.
Había un espejo sobre una mesa con fruta y un plato con una especie
de ensalada, así como también una olla donde se hallaba pollo recién
asado, como si lo acabaran de llevar. Había incluso una bandeja con
agua y un tarro para que él se sirviera. Se sentó a comer en cuanto
terminó de bañarse y ponerse el pantalón café y la playera negra que
le dieron. El sueño le estaba venciendo y se acostó. No sabía qué
hora era, pero aún el sol daba fuerte. Durmió por fin en tranquilidad.
El descanso esperado.
***
Cuando Marlon despertó el sol se iba metiendo y el cielo había
adquirido ese peculiar tono naranja. Salió de su habitación y bajó la
escalera hacia el primer piso, donde se encontró a Pasor leyendo un
periódico.
—Joven Marlon, veo que se ha levantado –le dijo el pelirrojo. Al ver
que Marlon no dijo nada añadió:—. Lourdes y Adam también lo han
hecho, salieron a dar un paseo.
122
—Bien, gracias –dijo Marlon, asintiendo. Salió del palacio de Ope
con la esperanza de alcanzarlos.
Anduvo entre las calles adoquinadas, dándose cuenta que en
cada esquina estaba un guardia Vasgol vigilándole. Llegó a una parte
circular de la ciudad, donde había templetes y en el centro un
quiosco. No muy lejos se distinguía la torre del señor alto. Buscó con
la mirada pero ni rastro de Lourdes o Adam. Entonces Saúl Bontiréa
apareció detrás de un pilar del quiosco, tirando y cachando una
moneda. Tal vez él podría saber algo.
Al acercarse Marlon comprobó que no se trataba de Saúl,
sino de alguien muy parecido a él. Tenía bajo el ojo izquierdo un sol
en lugar de una estrella, y tenía en los brazos varias pulseras
plateadas. Era demasiado tarde como para fingir que no quería
hablar con él.
—Me imagino que pensaste… —dijo el Vasgol, y Marlon asintió.
Siguió cachando la moneda y luego se recargó en un pilar,
guardándosela en el bolsillo—. Saúl ha partido con más guardias
123
para buscar a Aliresazz y a la joven. Yo soy su hermano… gemelo.
Mi nombre es Raúl Bontiréa.
—¿No has visto a…?
—Están del otro lado de la plaza, puedes seguir por ese callejón.
—Bien.
—Espera –Raúl Bontiréa se cruzó de brazos y le miró de pies a
cabeza—. ¿Sientes que eres tú el indicado para tocar la Sordouch?
—Eso… no lo sé.
—Hace mucho tiempo –empezó Raúl—, una mujer originaria de esta
ciudad contó que la Sordouch no existía, que eran puros cuentos.
Ella fue desterrada, y todo por andar promulgando que el gobierno
quería meter miedo a la gente. Dime, ¿qué pensarías si todo fuera
mentira? ¿Y si la Sordouch en realidad no existe?
A Marlon aquello le tomó por sorpresa, mantuvo la boca
abierta unos segundos antes de responder:
124
—¿Qué podemos hacer? Estamos en un lugar desconocido y han
pasado tantas cosas, esto es algo que se nos sale de control, a mí y a
ellos.
—Eres inteligente –le dijo Raúl y se volvió a sacar la moneda para
cacharla de nuevo.
—Iré a buscar a los otros –le dijo Marlon, retrocediendo. Raúl
asintió y el joven giró para tomar el callejón que le había dicho.
En una calle encontró a Adam sentado en una banqueta.
Jugueteaba con un perrito de pelaje café y orejas grandes.
—Hola –le dijo a Marlon cuando le vio llegar.
—¿Y ese perro?
Adam acercó al animal y le acarició la cabeza:
—Le di un hueso y me ha estado siguiendo desde el mercado.
—¿Dónde está Lourdes?
—Mmm. No lo sé, creí que estaba contigo.
125
Se prendieron las luces de las calles, pues estaba empezando
a anochecer. Marlon jugó también con el perro, quien con la lengua
salida saltaba de un lado a otro; no tardaron en acercarse niños
Vasgols. Un guardia vigilaba todo desde corta distancia.
Lourdes llegó a la plaza. Ahora vestía unos pantalones cortos
y una blusa azul, lo que le quitaba casi del todo su aspecto rebelde.
Se acercó a ellos con las manos en los bolsillos y miró al perro ir y
venir.
—Pensé que estabais en el palacio –les dijo.
—Claro que no, ¿de dónde vienes? –le preguntó Adam.
—De la biblioteca. Deberían ir a ver la cantidad de libros
extrañísimos que tiene esta gente, muchos de ellos en un idioma que
jamás en mi vida había visto.
Pasor salió del callejón. Se le veía preocupado y ordenó a los
niños que regresaran a sus casas. Cargó al perro entre sus brazos y
dijo que él se haría cargo.
126
—¿Pero por qué? ¿Ocurre algo? –quiso saber Adam, quien ya se
había encariñado con el perro.
—Sí, tienen que regresar al palacio y quedarse allí hasta mañana.
Los guardias y Saúl Bontiréa acaban de llegar y… —Se mantuvo en
silencio, pero continúo tras las miradas inquisidoras de los jóvenes—
. Mañana seguirá la búsqueda. Por ahora no han encontrado a la
joven Damila, pero sí el cadáver de… Aliresazz.
127
Capítulo 8 Cree
El desayuno de bienvenida a la ciudad de Vanela le espera esta
mañana. Se plantearán temas sobre la ubicación de la Sordouch y
más.
Atentamente, Consejero del Señor Alto.
Marlon había encontrado esa carta pegada a la puerta. ¿Así
que les iban a explicar de una vez por todas dónde estaba la
Sordouch? Era el momento de cerrar viejas tramas. Pasor les estaba
esperando fuera del palacio, tal y como les dijo. Lourdes había
vuelto a su ropa negra y parecía muy contenta con ella. Hacía un sol
tremendo, y muchos madrugadores Vasgols se dirigían a sus trabajos
(algunos fuera de la ciudad), otros al mercado y los niños a lo que
parecía ser la escuela, una torre que se encontraba en el centro.
Pasor los guio un poco más allá de la torre del señor alto,
dejándolos en la entrada de una casona blanca. Había un ala de la
puerta abierta y por ella asomaba una mujer, invitándoles a pasar.
128
Marlon entró primero al enorme salón. La mujer cerró la puerta
regalándole una gran sonrisa a Pasor, quien quedó fuera.
—Síganme por aquí –les dijo ella, apenas dándoles tiempo de mirar
ese salón iluminado, con cientos de plantas y una fuente en el medio.
El tono de voz de ella era chillón y mandón. Traía un largo vestido
blanco y un pelo recogido hacia arriba. Cuando pasaban por un
pasillo se presentó:—. Qué mal educada, ¿verdad? Mi nombre es
Elisa.
El siguiente salón era mucho más amplio, con estatuas de
soldados de mármol en cada esquina y, en el centro, una enorme
mesa rectangular donde estaban varias personas esperándoles. Tan
sólo verles llegar uno a uno se fue levantando. Vieron en el medio de
todos ellos al señor alto, quien fue el primero en hacerles una
reverencia; también los demás lo hicieron, pero sólo duró unos
segundos y se volvieron a sentar. Elisa les pidió que se sentaran en
tres de las cinco sillas que había vacías. Ella fue a ocupar la suya
enseguida del señor alto. Marlon vio que todas las demás personas
eran adultos, un anciano en una esquina, una señora algo llenita y de
129
cejas muy delineadas, un hombre con el traje de guardia Vasgol,
pero que se diferenciaba de los demás por las insignias en su pecho;
era el capitán. Había dos señoras de vestidos amarillos y sombreros
negros, y un hombre que vestía igual que el señor alto, sólo que un
collar de plata en vez de oro. Justo enseguida de Elisa un hombre
muy delgado y que tenía un pañuelo amarrado en la frente, así como
en el otro lado de la mesa otro de lentes de media luna, gran nariz,
que parecía estar en disgusto con algún olor.
—Buenos días jóvenes –les saludó el señor alto—. Estábamos
esperándoles para empezar el desayuno.
Marlon ni había notado los platos y los cubiertos, así como
varias cazuelas tapadas. Las personas las fueran destapando y se
fueron sirviendo. Había entre los platillos una ensalada de color
rosado, un pastel de chocolate y carne bañada en jugo. Dos guardias
entraron y fueron sirviendo en las copas una bebida amarrilla.
—Prueben de esto también –les invitaba Elisa, quien destapaba
cazuelas y con el cucharon les ponía algo que ella ni siquiera sabía si
querían. Lourdes fue la primera en probar la bebida, y por su
130
expresión pareció sorprendida del buen sabor. Adam se atragantaba
con un emparedado.
—¿Y durmieron bien? –les preguntó el señor alto, limpiándose la
boca con una servilleta.
Marlon fue el único que respondió, asintiendo, mientras
masticaba la ensalada rosa, que no resultó ser otra cosa que un
aderezo lo que le daba el color.
Cuando terminaron de desayunar los mismos dos guardias
entraron y empezaron a retirar los platos. Mientras lo hacían y,
conforme a lo acordado, el señor alto presentó a cada una de las
personas que ahí estaban; algunos eran representantes de señores
altos, y otros pertenecían a ―La orden de la estabilidad y el
ocultismo del sexto continente‖.
—Ahora bien –decía el señor alto—, cuéntenme todo lo que ha
pasado, lo que saben, paso a paso. –Y cruzó los dedos de sus manos,
mirándoles serio.
131
Marlon, Adam y Lourdes intercambiaron miradas, pero fue
ésta última la que empezó a hablar:
—To Ual llegó a nosotros con mentiras –dijo la chica—. Nos hizo
creer que existía una cosa llamada Sordouch y que necesitaba ser…
—¡La Sordouch existe! –interrumpió el hombre de los lentes de
media luna, y empezaron los murmullos. La mayoría se mostraban
molestos. Entonces Marlon recordó lo que Raúl Bontiréa le había
contado en el quiosco, lo de aquella mujer que hacía mucho había
sido desterrada de Vanela por contar que la Sordouch no existía.
—¿Y dónde está entonces? –siguió Lourdes, y como palabras
mágicas el silencio llegó—. No estaba en Roxs, y al parecer tampoco
está aquí.
—¿Dónde estuvieron? –preguntó el señor alto—. Después de que
Roxs ardió, ¿dónde?
—Un tipo llamado Juar nos llevó por entre el bosque –respondió
Adam—. Pero después nos quiso envenenar.
132
El señor alto agrandó los ojos y las señoras de vestidos
amarillos se llevaron una mano a la boca.
—¿Cómo es eso posible? ¡Un traidor! –soltó el anciano del grupo.
—No debería sorprendernos –dijo el capitán Vasgol—. En estos
tiempos los Doztrax están haciendo a muchos Vasgols de los suyos,
y hay traicioneros… por todos lados.
Aquellas palabras agregaron tensión e incomodidad. Marlon
fue el siguiente en hablar:
—Pero hubo un Vasgol que nos ayudó. Él... su nombre es Baros.
—El buen Baros –dijo el capitán—. Ése sí es digno de confianza.
—¿Qué pasó con el traicionero?
—Lo mató Baros –respondió Marlon, tajante—. Desde ese momento
su plan fue traernos a esta ciudad. Pero en el camino los Doztrax nos
seguían.
—Hubo… —dijo Lourdes, manteniendo la mirada en la mesa,
recordando algo que no le gustaba. Al levantar la mirada soltó—.
133
Hubo una bestia que acabó con ellos, los destrozó, los... Y Damila,
ella cayó, la vi caer.
—Encontramos rastros de los Doztrax –le dijo el señor alto—. De
Damila nada. Y el día de ayer, no sé si ya lo sepan, fue encontrado el
cadáver de Aliresazz.
—¿Quién le mató? –preguntó Adam.
—Una flecha de un Doztrax o tal vez… un Jendario. Tenía también
rasguños y su cara…
—¿Qué es un Jendario?
Pero la pregunta no fue respondida, pues la puerta del salón
volvió a abrirse. Los tres jóvenes giraron a ver, pues vieron la
reacción sorprendida de las personas a su frente. Se trataba de un
hombre muy alto y flaco, barba grande y pelo largo. Vestía unos
pantalones sucios y pesados, bajo una camisa grande y negra que
tenía a los lados las singulares uves rojas. Y había alguien detrás de
él.
134
—Me presento ante ustedes con el permiso del señor alto de Yuna –
dijo, haciendo una reverencia—. Soy antiguo soldado de Vanela,
Cree, desterrado hace cinco años – Se sacó un papel blanco de entre
la cintura y se acercó con él extendido. El señor alto hizo señas a
Elisa de que se levantara y ella, con paso tembloroso, se acercó a
Cree y le quitó el papel. Lo leyó primero para sí misma y luego en
voz alta:
—Con la presente hago constar mi permiso de una hora con veinte
minutos para que el ex soldado de clase alta Cree visite la ciudad de
Vanela para la única misión de entregar a la joven Damila y…
Lo que dijo después no fue escuchado, pues los murmullos
incrementaron. Entonces la persona detrás de Cree apareció. Damila
llevaba el cabello largo y brillante, usando un vestido blanco. Les
sonrió a todos. Marlon fue el primero en levantarse, y luego lo
hicieron Lourdes y Adam. Los tres jóvenes se abalanzaron sobre
ella, dándose un primer abrazo en grupo.
135
A pesar de lo bella que se veía, Marlon no pudo evitar darse
cuenta de los rasguños en su brazo derecho y una raspadura en una
mejilla.
—Siéntense, por favor –dijo el señor alto, y al ver que sólo los
cuatro jóvenes lo hicieron, agregó:— Cree, usted también, es
necesario que nos explique.
El señor alto se mostraba el más emocionado y feliz por lo
que había pasado. Años posteriores se publicaría un libro titulado
―De cómo el gobierno del décimo sexto señor alto de Vanela logró el
rescate de Damila‖, en el cual se mencionaría a Cree no como
desterrado, sino como un guardia más de Vanela que siguió órdenes.
—Estaba en casa cuando escuché los disparos –contó Cree, y todos
se mantuvieron en silencio prestándole toda la atención—. Como
sabrán, es muy raro escuchar de otros en esas tierras peligrosas, y
desde que la bestia anda rondando nadie se acerca. Yo no le tengo
miedo, he llegado a controlarla –Y les mostró a todos una pequeña
flauta blanca—. El ser obedece a mi sonido y termina yéndose. Fue
lo que hice cuando llegue y vi que estaba a punto de atacar a Damila
136
–La chica asintió, confirmando sus palabras—. La bestia agachó la
cabeza, empezó a retroceder y entonces salió corriendo perdiéndose
entre una de las cuevas. Le teme al sonido que produce esta flauta, es
a lo único que ese maldito ser le teme.
—¿Es verdad lo que está diciendo? –pregunta la señora llenita de
cejas delineadas.
—Sí –responde Damila—. Este hombre me ha salvado y no sólo eso,
sino que también me llevó a su hogar y curó mis heridas. Yo estaba
peor de la rodilla –Se dirigió especialmente a Marlon, Lourdes y
Adam cuando dijo eso—. También tenía raspaduras en los brazos y
como ven en el rostro; estaban peores. Le debo mucho a Cree.
—Esperé a que mejorara para traerla el día de hoy y…
—¡Debiste haber matado a esa bestia! –le dijo el capitán—. Uno de
nuestros hombres fue quizá atacado por ella después. ¡Debiste
matarla!
Se refería a Aliresazz. Se notó el nerviosismo en el rostro de
Cree. La verdad es que él nunca había pensado en asesinar a la
137
bestia, juntos sin quererse compartían esas partes del continente
oculto.
—Él hizo lo que pudo –le defendió Damila—. Y lamento mucho lo
de Aliresazz.
Se mantuvieron callados, pero el señor alto tenía un dedo en
la cien, abriendo y cerrando la boca varias veces hasta que halló las
palabras correctas:
—Usted ha hecho un acto heroico, Cree. Será condecorado esta
tarde, antes del funeral de Aliresazz. Así que se le alarga su estadía
en Vanela por veinte horas más, después… tendrá que irse.
—¡No es justo! –soltó Damila—. Este hombre no puede seguir
siendo desterrado, no puede seguir viviendo en tal lugar.
—No te preocupes, Damila –le dijo Cree, pero la chica prosiguió:
—Es tan importante para ustedes que nosotros toquemos la
Sordouch, ¿no? ¿Tenemos que ser los cuatro? Si yo hubiera muerto
todo se hubiera echado a perder ¿no? El plan de To Ual, Che.
138
—Así se habla –apoyó Lourdes—. Este hombre ha salvado a
Damila, algo que To Ual no hizo, ni vosotros lograron encontrarla.
—No me importa volver a vivir en Vanela –dijo entonces Cree, y al
decir eso se levantó; casi al mismo tiempo también Damila. La alejó
a la entrada y le murmuró unas palabras de despedida. Todos vieron
cómo la chica lo abrazaba y Cree abría un ala de la puerta.
—¡Espere! –le dijo el señor alto, haciendo un gran esfuerzo por
comportarse amable—. No olvide la condecoración, por favor, Cree.
—No lo haré, no desaprovecharé ningún momento en esta ciudad. –
Y al decir eso lanzó una mirada de complicidad con Elisa, que sólo
muy pocos notaron más no entendieron. Salió de la sala cerrando
fuertemente la puerta.
Cuando Damila volvió a la mesa todos se hallaban hablando,
discutiendo la decisión tomada por el señor alto. Algunos decían que
Cree podría hacer algo peligroso en esas veinte horas, que podría
vengarse, y otros, como el anciano, daban su aprobación, diciendo
que había perdonado al hombre.
139
—Es buena persona –dijo Damila, pero nadie la escuchó.
—¡¿Pensáis decirnos dónde está la Sordouch de una vez?! –habló
Lourdes en voz alta, y todos dirigieron la vista a ella.
—Se encuentra en un templo del norte, pasando la capital de los
Vasgols. Mañana partiremos en Viltersax –respondió el capitán.
—¿En qué? ¿Mañana? –repitió Adam—. Un día más…
—¿Cuándo la toquemos nos regresarán a nuestros países? –preguntó
Marlon.
—Ése es un hecho que les garantizo también –dijo el señor alto.
—Mientras más rápido nos saquen de aquí mejor –soltó Lourdes—.
¿Por qué nosotros habiendo tantas personas? ¿Por qué?
Entonces la mujer llenita de cejas delineadas soltó una
exhalación. Se le notaba furiosa y la estaba señalando con un dedo:
—¿Y serás tú la indicada, chiquilla? –le dijo, y en seguida se mostró
también el enojo en Lourdes—. Ustedes piensan que son los únicos
140
que están sufriendo, ¿eh? ¿Cómo se atreven a hablarnos de tal
manera, a nosotros superiores que ustedes?
—Romina, no es… —empezó el señor alto, pero la mujer no se
calló:
—Mi hijo partió hacia el templo donde está la Sordouch, ¿y si los
Doztrax ya lo mataron? Ah, pero ustedes sólo se preocupan en
querer ver a To Ual, como si ese bastardo…
—¿Cómo es? –preguntó Marlon, justo a tiempo ya que Lourdes
estaba a punto de maldecir—. ¿Cómo es la Sordouch?
—Es… —dijo Romina, sin apuntar a Lourdes pero con el dedo
levantado—. Es una cosa que brilla con fuerza, que tiene carne y
también piedra, que respira y bombea sangre, que te comunica pero
no habla. Es el mal de los cinco y… su resplandor, hermoso pecado.
El señor alto se levantó:
—La reunión ha terminado –dijo—. Elisa, lleva a los jóvenes de
regreso al palacio de Ope, por favor.
141
Elisa asintió y uno a uno los presentes se fueron levantando.
Marlon, Damila, Adam y Lourdes siguieron a la mujer hacia las
afueras del salón, caminando de nuevo por aquella mañana movida
de Vanela.
—¿Dónde andará Cree? –se preguntó Damila, pero Elisa de buen
oído escuchó su murmuro.
—De seguro anda con el arquitecto Nirte –dijo—. Son grandes
amigos, y los dos, míos también. –Se detuvo y les guiñó un ojo—.
Creo que no los llevaré al palacio de Ope, qué aburrido. Mejor… –
Levantó las manos y las abrió y cerró varias veces, pensando—. ¡Sí!
Vamos al bar Xilius.
—Es muy temprano para emborracharnos –dijo Adam.
—¿Cómo podéis pensar en cerveza? –le riñó Lourdes.
—¿Por qué está Cree desterrado? –preguntó Marlon a Damila,
mientras pasaban por el mercado.
—Eso no me lo dijo –respondió la chica.
142
—Es por una tontería –les dijo Elisa—. Cree, antiguo soldado de
Vanela, contó entre los de su clan que era probable que la Sordouch
no existiera. Fue desterrado por eso.
—Ya recuerdo, algo así me contó Raúl… —quedó callado porque
justo le acababa de ver.
En medio de una multitud alcanzó a ver a Raúl Bontiréa
batiéndose a duelo con su hermano Saúl. Se acercaron y como los
demás fueron testigos de movimientos de piernas y brazos, patadas y
golpes entre ellos pero sin golpearse, una especie de baile, de
espectáculo marcial. Saúl saltó sobre el pecho de Raúl y con una
voltereta regresó al suelo, luego se agachó para no recibir la patada
recta de su hermano.
—¡Pero si son idénticos! –exclamó Lourdes.
—Son hermanos, los Bontiréa –le explicó Elisa—. Jóvenes
guerreros, parientes cercanos de los Sorbins.
—¿Sorbins? Eso me suena –soltó Adam.
—Sigamos.
143
Dejaron a los Bontiréa con sus artes y se adentraron media
cuadra más adelante en un bar tapizado de madera, tanto por fuera
como por dentro. Estaba muy iluminado por la luz de la mañana y se
dieron cuenta que fueron los primeros en llegar. Elisa los llevó a una
mesa del centro y no tardó en acercarse una mesera.
—Acabamos de desayunar, ¿o quieren algo ustedes? –Los chicos
negaron.
La mesera hizo una extraña mueca con la boca y se retiró
descontenta.
—¿Por qué hemos venido aquí? –preguntó Marlon.
—Cree vendrá para acá –dijo Elisa.
—¿Cree?
La mujer asintió, mirando hacia la entrada.
—No debe de tardar –dijo.
—¿Cómo sabe él que venimos a este bar? –inquirió Marlon.
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—Él estaba entre la multitud viendo a los Bontiréa, ¿no le vieron? –
Y soltó una risilla.
Pero aunque por un momento pensaron que todo se trataba de
una trampa, las palabras de la mujer se confirmaron y Cree entró al
bar Xilius. Al sólo verles se dirigió a ellos. Primero que nada
agradeció a Elisa.
—Tenía que despistar un poco –murmuró la joven, sonrojándose, y
él sonrió.
Damila intercambió una mirada con Lourdes.
—Bien, creo que será él –dijo Cree, y señaló a Marlon. De inmediato
los otros tres chicos y Elisa le observaron curiosos—. Vamos, ven.
Un confundido Marlon se levantó y siguió a Cree hacia una
mesa del fondo, a considerable distancia para no ser escuchados.
—Prestar mucha atención –le dijo Cree, una vez sentados entre las
casis sombras—. Ni los Doztrax son tan buenos como los Vasgols,
aunque deberían confiar un poco más en estos últimos. Todos se
mueven entre sí. Tienen que estar atentos. Mi vieja amiga Elisa ha
145
entendido mi mensaje, y quiero que seas tú quien termine con la
misión.
—¿Yo? –soltó Marlon, con apenas sonido.
—Sí. Mi amigo el arquitecto Nirte vive en el último piso de la torre
roja, ¿la viste al llegar?
—Sí.
—Esta tarde, justo cuando el reloj de Vanela marque las tres, ve a
visitarlo. ¿Qué dónde está el reloj? Lo puedes ver desde tu
habitación en el palacio, todas las ventanas dan a parar justo a él,
pues se encuentra instalado en lo alto de la torre del señor alto.
—Está bien.
—Toma, entrégale esto –Y se sacó de entre un bolsillo de su saco
viejo y pesado un sobre blanco—. Cuando él lo lea entenderá y ya
verá qué hacer contigo— Marlon tragó saliva—. No tienes que
contarle a nadie de esto, ni siquiera a ellos, ni siquiera a Damila.
—Sí, sí…
146
—Sabía que podía contar contigo, no me falles. Por cierto, ese es un
bonito dije de león, en el continente oculto se dan poco… los felinos.
Marlon quería preguntarle más cosas, pero Cree se levantó y
se dirigió a la otra mesa, dejándolo solo. El hombre abrazó con
fuerza a Damila y se despidió de ella y los demás. Cuando Marlon
regresó Elisa les dijo que lo mejor era que regresaran al palacio de
Ope.
—¿Y de qué han hablado? –no tardó en preguntarle Adam cuando
caminaban de nuevo por el mercado, donde el espectáculo de los
Bontiréa ya había finalizado.
—De mi dije de león –respondió Marlon. Adam se mostró confuso.
147
Capítulo 9 Pasos robados
Desde la ventana del palacio de Ope, Marlon pudo ver que el reloj en
la torre del señor alto marcaba las tres de la tarde. Salió de su
habitación y bajó las escaleras de caracol, topándose a mitad de
camino con Pasor.
—¿A dónde va usted, joven Marlon?
—Iré a dar un paseo –mintió—. ¿Puedo?
Pasor se rascó la barbilla con su delgada mano.
—Recuerde que al oscurecer será el funeral de Aliresazz, les quieren
a los cuatro allí.
—Sí.
Pasor asintió entonces. Marlon llegó a las afueras del palacio,
pero una segunda persona le detuvo. Se trataba de Damila.
—Parece que llevas mucha prisa –le dijo ella.
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—La verdad es que sí –confirmó Marlon, consciente de que el
tiempo para su misión estaba corriendo.
—Es sobre lo que platicaron Cree y tú esta mañana, ¿verdad?
—Así es… Él…
—Es un buen hombre que salvó mi vida. Estoy segura que algo
importante te encomendó.
—Así es.
—Pues anda, qué pierdes tiempo.
—Gracias –Ya había girado pero se volvió de nuevo—. Yo… todos
estamos contentos de que estés bien, de que hayas regresado.
Damila le sonrió, y Marlon se quedó esos segundos sin poder
moverse, luego volvió a la realidad. Anduvo por las calles de
Vanela, ya con menos gente, pues la mayoría se encontraba en sus
casas comiendo, hasta que divisó la torre roja. En la entrada un
guardia Vasgol custodiaba. Cree no le había advertido sobre eso.
—Hola –saludó—, vengo a entregar algo al arquitecto Nirte.
149
El guardia le miró de pies a cabeza.
—¿Y qué le vas a entregar?
—Es un sobre… un sobre que le manda el señor alto –se las ingenió.
Se sacó el sobre blanco que Cree le había entregado y se lo enseñó al
guardia-. Me pidió que nadie debía abrirlo, sólo Nirte. -Para su
suerte el Vasgol asintió y le dejó pasar.
En su interior esta torre era muy parecida a la del señor alto,
sólo que con las paredes de un verde oscuro y cuadros con imágenes
de personas que, seguramente, habían sido muy importantes antes en
el continente oculto. Si bien recordaba, el arquitecto Nirte se
encontraba en el último piso, así que volvió a subir escalones ese día.
Al llegar a la puerta final, una de madera y con telarañas, llamó tres
veces hasta que una abertura se abrió y por ella unos enormes ojos le
inspeccionaron.
—¿Quién anda ahí? –dijo una voz en tono agudo.
—Hola, buenas tardes, soy Marlon y vengo de parte de Cree.
150
—¿Cree? ¿Has dicho…? —La puerta se abrió y se distinguió la
figura de un anciano encorvado, vistiendo una bata blanca y unos
lentes de gran aumento—. Anda, pasa.
Marlon entró y se encontró ante un despacho lleno de
estanterías con libros, telarañas en las paredes, mesas con recipientes
de vidrio que contenían líquidos azules y purpuras, tijeras,
microscopios, reglas, termostatos y más cosas para la medición o
cálculo de cualquier cosa que alguien pudiese estar investigando en
dicho espacio.
Nirte cerró la puerta y a paso lento se dirigió a Marlon
poniéndose frente a él y estudiándolo con sus ojos entrecerrados,
como si quisiera encontrarle algo.
—Oh sí –soltó Marlon—. Tenga, aquí está.
Se sacó de entre el bolsillo el sobre y se lo entregó a Nirte. El
viejo estaba batallando en abrirlo, hasta que recordó las tijeras que
tenía en su escritorio; fue a por ellas y logró abrirlo, pero había
partido la carta en dos, por lo que, con torpeza, para poder leerla
juntó los dos pedazos. Leyó con su delgada y vieja voz:
151
—Amigo…bla…bla…Nirte…los Doztrax que se avecinan…por lo
tanto ellos tienen que conocer la manera correcta y… bla…bla…
¡Oh!...El antiquísimo libro…. –Arrugó los dos pedazos y los guardó
en el bolsillo de su bata—. ¡Ya está! Por aquí debe de estar.
Se acercó a la estantería que estaba justo frente a ellos y
empezó a buscar. Segundos más tarde, y sacándolo de una esquina
de la parte baja, sacó un grueso volumen negro. Cargándolo con algo
de dificultad se dirigió a su escritorio y posó el libro en la mesa.
Buscó entre las páginas hasta que pareció encontrar lo que buscaba.
—Este libro es la única copia existente en el continente sobre el libro
antiquísimo, el cual fue escrito por los Cinco –comentó Nirte—. Se
dice que el original yace en una pirámide del norte. Aquí, joven
Marco…
—Marlon.
—Aquí está escrita la forma correcta en que tú y los demás deben de
tocar la Sordouch. Sí, sí, hay pasos a seguir, sino podrían morir.
—¿Pasos?
152
—¿A poco pensaste que sólo la tocarían y ya? ¡Por supuesto que no!
Ese inútil de To Ual siempre explicando mal las cosas –Se rascó el
cuello y luego se quedó pensativo. Marlon pensó que el viejo estaba
a punto de caer dormido—. Ya, ya, lo mejor será que tú lleves el
libro, oculto a la vista de todos los demás y que leas el capítulo
setenta y cuatro y memorices las instrucciones.
—¿Yo? ¿Instrucciones para tocar la Sordouch, los pasos?
—¡Así es! Tonto no eres Marco.
—¿Pero por qué lo debo de ocultar?
—Porque hay gente que no quiere que ustedes sepan esto. De hecho
muy pocos, entre ellos Cree, saben de la existencia de esta copia.
Los Cinco escribieron el manuscrito original incluso antes de crear la
Sordouch, después ellos…
Pero Marlon no supo qué pasó después de que los Cinco
crearan la Sordouch, pues una fuerte explosión se escuchó y él cayó
al piso del impacto. Habían brotado chispas, y de pronto la
habitación se llenó de un humo negro. Marlon no podía ver nada, tan
153
sólo se escuchaba al arquitecto Nirte forcejear y decir que no.
Cuando el humo se fue disipando Marlon pudo ver a un hombre
sosteniéndose del alfeizar de la ventana. Vestía todo de negro,
incluso con capucha. Lanzó una mirada fugaz al joven en el suelo y
saltó al vacío llevando consigo el libro.
Marlon se levantó y vio tirado en el suelo a Nirte, con sus
propios líquidos cayéndole encima y lleno de tierra. Le ayudó a
ponerlo en pie, preguntándole más de una vez si estaba bien, pero el
viejo insistía en que lo estaba.
—Alguien te siguió –decía Nirte—. Alguien supo del plan de Cree,
¿a quién le contaste? ¡¿A quién?! –preguntaba el viejo, sosteniéndolo
de su camisa y zarandeándolo.
—A nadie –respondió Marlon, quitándoselo de encima—. No le
conté a nadie.
—Ése era un Doztrax, sin lugar a dudas –dijo Nirte y caminó hacia
la ventana, mirando hacia abajo los techos de las casas en Vanela, las
calles por las que ni rastro del ladrón—. Esto complica las cosas, no
te imaginas cuánto.
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—De verdad, yo no le conté a nadie…
Nirte se volvió y le sonrió.
—Lo sé –Se acercó a él y le dio una palmada en el hombro, luego
regresó a su escritorio—. Puedes irte, si ves a Cree coméntale lo
sucedido, a él o Elisa. Diles que el plan ha fallado.
—Sí… yo lo haré.
—Gracias.
Marlon asintió y salió del despacho. Bajó las escaleras casi
corriendo. En la entrada miró a dos guardias platicar, ignorantes de
lo que arriba había ocurrido. Recordó las palabras de Cree, los
Doztrax se movían entre ellos. Tenía que contarle lo que acababa de
pasar, pero no sabía dónde podía encontrarlo. Su segunda opción era
Elisa, así que se dirigió al salón dónde habían desayunado esa
mañana, para ver si podía encontrarla allí. La halló con otras dos
damas de vestidos largos y sombreros de plumas en la cabeza,
sentadas ante una mesilla afuera, jugando con unas cartas. Elisa se
levantó en cuanto le vio y se acercó a él. En voz baja le preguntó:
155
—¿Y el libro?
—Lo han robado –respondió Marlon con agitación.
—¿Pero cómo? –Ella se llevó una temblorosa mano a la boca—. ¿Un
espía? ¡Hay un espía entre nosotros!
Las otras dos mujeres voltearon a verlos asustadas, luego una
de ella dejó su carta en la mesa y la otra rápido prestó atención a cuál
era. Murmuró que ella tenía las de ganar.
—El arquitecto Nirte me ha dicho que se lo dijera a usted o Cree.
—¿Cree? Mmm. No sé dónde esté, es el Vasgol más raro que existe.
Tal vez lo veamos en el funeral de Aliresazz. Bueno, gracias por
avisar…, es una desgracia.
—¿Nadie sabe los pasos para tocarla, es decir, sin el libro?
—Me temo que sí… hay alguien. Pero ahora regresa al palacio de
Ope y no le cuentes a nadie de lo ocurrido –Marlon asintió—. No
olvides que en la tarde es el funeral y su última noche en ciudad
Vanela.
156
***
Despedir a un soldado de Vanela era un acto que llamaba la atención
de todo el pueblo. En el medio de la plaza yacía el cuerpo de
Aliresazz dentro de una pirámide de cristal, la que brillaba por luces
de colores entre sus líneas. Había a los lados soldados con trompetas
y tambores, y desde un podio el señor alto daba unas palabras. Ya
era de noche cuando el evento había empezado, y Marlon llegó en
cuanto Pasor le indicó que saliera.
—Se te hizo tarde –le hizo notar Lourdes.
Ella, Adam y Damila ya estaban entre la multitud de gente,
escuchando las palabras de honor del señor alto; al terminar de
hablar el hombre cruzó sus manos en una cruz y los soldados
realizaron una reverencia que no terminó hasta un minuto después,
cuando los brazos del señor alto regresaron a la normalidad. Hubo un
chiflido y en seguida el cielo se iluminó de fuegos artificiales. De
una casa salieron un montón de jovencitas con vestidos y pañuelos,
que bailaron alrededor de la pirámide. Algunos Vasgols aplaudían
junto con el lamento de ciertas mujeres.
157
Damila se miraba muy triste, e incluso Marlon pudo notar
una lágrima en su ojo izquierdo. De seguro no podía sacarse de la
cabeza que Aliresazz había muerto mientras la buscaba. Quiso
acercarse a ella para comentarle algo que la animara, pero Lourdes
se adelantó.
—Era un buen soldado –le dijo—. Lo conocimos poco, ¿verdad?
—Sí –respondió Damila, y se limpió la lágrima y le regaló una
sonrisa—. Muchas cosas están pasando, personas están perdiendo la
vida y…
—No es por culpa de nosotros –dijo Lourdes—. Es por culpa de la
Sordouch, sea lo que sea, y de los Doztrax. Ya mañana veremos a To
Ual y todo acabará.
—Sí, regresaremos a nuestros países –Se mantuvo en silencio unos
segundos, mirando el espectáculo de las bailarinas—. ¿Hay alguien
que te espera? –preguntó entonces—. ¿Alguien especial?
Lourdes lo pensó, luego negó. Pero era mentira. Sí había
alguien. Andrés la había visto justo antes de que ella fuera bajo el
158
árbol y se encontrara con To Ual. Andrés la quería, le había
confesado su amor ese día. Se movió un poco la manga y se vio la
rosa negra tatuada en su brazo derecho.
Entonces la música paró, los fuegos artificiales dejaron de
iluminar, y de la misma casa de la que habían salido las bailarinas,
apareció una mujer vieja, de larga cabellera llena de canas y una
bata, quien llevaba una antorcha encendida. Caminaba en silencio, a
paso lento, hacia la pirámide.
—¡Oh no! –soltó Damila, sabiendo lo que pasaría.
—Vengan –Se acercó Marlon a ellos—. Les tengo que contar algo.
Adam, Lourdes y Damila le siguieron hacia el bar Xilius.
Ninguno pudo ver a la pirámide de cristal bañarse en fuego con el
cadáver dentro. Marlon se asombró de ver que había gente en el bar,
pensaba que la mayoría estaba en el funeral. Buscó una mesa del
fondo y los llevó a ella. El lugar, de noche, era iluminado por velas y
sólo un candelabro con luz eléctrica colgaba en el centro del techo.
Una mesera se acercó.
159
—¿Gustan algo?
Los cuatro se voltearon a ver.
—¿Cómo se paga aquí? –preguntó Adam.
—Con moneda Vasgol de la capital –les respondió ella con una
sonrisa—. ¡Pero ustedes son los cuatro! Todo es gratis en el
continente oculto para ustedes durante su estadía.
—¿En serio? –soltó Lourdes—. ¿Tan importantes somos?
Pidieron chocolate caliente, excepto Adam quien pidió una
cerveza.
—Vamos, tenemos que ver a qué sabe la cerveza en un continente
desconocido –se justificó.
—Hay algo que tengo que contarles –les dijo Marlon—. Estamos
metidos en un lío.
—¿No me digas? –se bufó Lourdes.
Los cuatro rieron.
160
—No, de verdad, es mucho más serio de lo que pensábamos. Hay
pasos, sí, pasos –repitió ante las miradas inquisidoras—. La misión
que me encomendó Cree –Miró a Damila, y luego en general cuando
prosiguió:—, era sobre ir por un libro, al parecer muy importante
que… explicaba los pasos correctos para tocar la Sordouch, pero ha
sido robado.
—¿De modo que ahora no sólo será tocarla y ya? Sino que es más
difícil –preguntó Adam.
—Eso creo.
—Pero To Ual puede saber esos pasos, ¿no creen? –inquirió
Damila—. Mañana que lo veamos le preguntamos.
—¿Y cómo fue que lo robaron? –quiso saber Lourdes.
—Un Doztrax, Elisa piensa que un espía, nos atacó a mí y a la
persona que me daría el libro.
—¿Y ahora qué haremos? –soltó Adam.
—Seguir instrucciones y confiar –respondió Marlon—. Confiar en
que saldremos vivos de esto.
161
Se quedaron en silencio. La mesera regresó con las tres tazas
de chocolate caliente y la cerveza. Afuera se escuchaba el sonido de
las trompetas, como última despedida al alma de Aliresazz. Mañana
llegaría To Ual, pensaba Marlon, después de todo por lo que habían
pasado. ¿Qué haría al verlo?
162
Capítulo 9 Las patadas del Bontiréa
Ese día en Vanela había mucha gente. Marlon fue levantado por
Pasor cuando daban las diez de la mañana. El Vasgol le quitó la
almohada de la cabeza de un jalón y el joven, tallándose los ojos, se
puso en pie medio adormilado.
—¿Qué pasa?
—Qué te están esperando abajo –le dijo Pasor, entrelazando los
dedos y mostrando sus dientes.
—¿Ya llegó? –Se refería a To Ual, el hombre asintió.
Salieron del palacio de Ope. La mayoría de las personas
estaban reunidas en la plaza. La pirámide con las cenizas ya había
sido retirada, y sólo quedaban ciertos residuos de la noche anterior,
como confeti o serpentinas. Marlon y Pasor anduvieron entre el
gentío, esquivando a los comerciantes que se dirigían al mercado,
con sus carretas llenas de tomates, cebollas y zanahorias. Entre las
personas Marlon distinguió algo que nunca había visto; de hecho
163
eran dos de su tipo. En vez de cuatro llantas, este largo transporte
tenía una llanta ancha y ovalada que se extendía de principio a fin. El
frente estaba cristalizado, dejándose ver el asiento del conductor,
ahora vacío. La boca del vehículo era ancha, de color rojo eléctrico,
y se iba haciendo delgada hasta topar en la mitad, donde se volvía a
alzar con una figura llameante, para terminar colgando en una
especie de polea. Para los pasajeros estaba una ventanilla
rectangular. Elisa se acercó a Pasor, y Marlon aprovechó para
acercarse a Damila y Lourdes, que estaban solas, algo confusas, en
medio de la multitud.
—¿Qué es toda esta gente? –les preguntó.
—Hasta que despertáis –riñó Lourdes.
—No lo sé –respondió obstante Damila—. No sé si todos ellos nos
acompañarán, aunque sólo hay dos Viltersax.
—¿Dos qué?
—Son esos transportes, vienen de la capital y con ellos nos llevarán
hacia la Sordouch.
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Marlon prestó de nuevo atención, y de un Viltersax apareció
Adam. Dio un saltó al suelo y se dirigió a ellos.
—¡Estas máquinas son geniales! –dijo emocionado.
—¿Y dónde está…? –Pero Marlon calló, pues le acababa de ver.
To Ual, quien había estado platicando con el señor alto y
otros hombres, giró su mirada para ver directamente hacia los cuatro.
Parecía que todo el mundo se movía menos ellos. Mencionó algo al
señor alto y luego caminó directo hacia los jóvenes. Vestía su misma
bata negra con escamas, y debajo esa vestimenta pegada al cuerpo,
de color blanco. Llegó con una sonrisa.
—Hola chicos –dijo.
—Hola –respondió sólo Damila.
—Me alegro mucho de verlos de nuevo y de que estén bien –
Lourdes presionó los puños—. Han pasado por muchas cosas en tan
poco tiempo, me lo ha contado el señor alto.
—¿Dónde estabas? –le preguntó Marlon.
165
—Yo… Estaba lejos de ustedes como para poder ayudarles, les
ruego me perdonen.
—¿Qué estabais haciendo? –inquirió Lourdes—. Nos dejaste con un
Doztrax, ese Juar… ¡Nos mentiste!
—No, no lo vean así –pidió To Ual—. No pensé que las cosas se
pondrían peligrosas. No pensé que los Doztrax iban a estar atentos
y… que les seguirían.
—¿Y por qué no tú? –preguntó Adam, y Marlon sabía a la
perfección a qué se refería—. ¿Por qué nosotros habiendo tantas
personas tenemos que tocar la Sordouch?
To Ual pareció nervioso.
—Tal vez ni sean ustedes –dijo en casi un murmuro—. Se les
regresará a su país, todo está por acabar. Además no podemos ser
nosotros los Vasgols, ni tampoco los Doztrax, tiene que ser gente
como ustedes.
166
—Pero si no hay ninguna diferencia entre ustedes a nosotros –soltó
Marlon—. Son personas que sólo los dividió una creencia, como lo
es la Sordouch.
—¡Calla! Baja la voz, tú menos que nadie debe de andar hablando de
creencias –bufó To Ual—. Por favor, confíen una vez más en mí. La
Sordouch está cerca, pronto la verán, la tocarán y todo esto habrá
terminado.
Marlon estuvo a punto de contarle del libro que había sido
robado, pero supo elegir sus palabras:
—¿Tocarla solamente? ¿No hay pasos para hacerlo?
To Ual levantó la quijada y suspiró. ¿Cómo era posible que le
preguntara eso?
—No existen pasos, no sé quién les ha metido eso en la cabeza, pero
no existen pasos –dijo—. Sólo la tocarán y ya. Los Viltersax les
llevarán. El señor alto, dos coordinadores, un consejero y yo iremos
en el de adelante. También irán jinetes custodiando. Partimos en
media hora.
167
Tras decir esto, To Ual se dirigió de regreso con el señor alto,
quien desde lejos había prestado atención a toda la conversación.
Elisa y Pasor se acercaron a ellos al ver que se quedaron solos.
—¿Todo bien? –preguntó Elisa.
—Eso parece –masculló Lourdes—. Nos ha dicho que en media hora
partimos. ¿Vosotros vendréis?
—No –respondió Elisa, y Pasor también negó con la cabeza—. En
cambio ellos sí –Y señaló hacia varios soldados. Algunas cabalgaban
caballos, y no muy lejos Saúl y Raúl Bontiréa examinaban el filo de
sus espadas.
—¿Dónde está Cree? –preguntó Damila.
—No lo sé, puede que se haya ido de Vanela –respondió Elisa con
tristeza—. Recuerda que es un desterrado.
—Hubiera sido genial que él nos acompañara –comentó Marlon.
Elisa se cruzó de brazos y les miró con cariño.
168
—Todo saldrá bien –les dijo—. Cuando todo acabe espero no se
olviden de nosotros, a pesar de las malas experiencias que han vivido
en el continente oculto.
—En Vanela nos han tratado muy bien –hizo notar Adam.
De pronto la gente se notó alterada, y algunos soldados
señalaban hacia el cielo, en donde una nave plateada volaba
alejándose de Vanela. Un guardia obeso corría algo cansado hacia
todos y no se detuvo hasta llegar a To Ual. Muchos guardaban
silencio, esperando escuchar lo que diría:
—Señor…señor To Ual…su nave… ¡su nave la han robado!
El señor alto se llevó una mano a la cabeza, y cinco guardias
corrieron en dirección de donde había venido su compañero. El
murmullo de las personas incrementó por todas partes.
—¿Han robado la nave de To Ual? –mencionó Lourdes—. ¿Y si se
trata de la misma persona que robó el libro? –le murmuró a Marlon,
y éste presionó sus labios.
—Puede ser.
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Saúl Bontiréa se acercó a ellos. Su hermano era uno de los
que había corrido con los otros guardias. To Ual parecía
despreocupado.
—Jóvenes, lo mejor es que suban ya al Viltersax –les pidió el
Bontiréa—. A como están las cosas es mejor que partan ya.
—¿Tú vendrás? –le preguntó Marlon.
—No, pero mi hermano Raúl sí, será uno de los jinetes escudo.
Elisa dio un abrazo a cada joven, y al terminar se limpió con
un pañuelo las lágrimas de sus ojos. Pasor dio una reverencia ante
los cuatro.
—No es necesario –dijo Adam.
Saúl Bontiréa los llevó hacia el segundo Viltersax. Marlon y
Adam dieron una mano a las chicas para ayudarles a subir. El Vasgol
desde fuera les sonrió.
—Mucha suerte, jóvenes –les dijo—. Sé que lo harán bien.
—Gracias –respondió Damila.
170
—Sí, gracias por todo –soltó Marlon.
Lourdes en cambio ya había encontrado su lugar, sentándose
al fondo junto a la ventanilla. Los asientos eran forrados en negro y
había un espacio al frente donde podían ver la cabina del conductor.
—Es como un carruaje del futuro –comentó Adam una vez que Saúl
se hubo retirado—. ¡It´s crazy!
Nada supieron del ladrón de la nave, ninguna persona en
Vanela decía haberle visto. To Ual iba y venía, saludando a éste y a
aquel. Marlon le miraba desde la cabina, cómo sonreía, cómo se
ponía serio. Parecía tan lejano el día en que le había, supuestamente,
rescatado de aquel tsunami. La inevitable imagen de su familia.
—¿Te pasa algo? –le preguntó Damila.
—No, nada –respondió él tras salir de su ensimismamiento.
To Ual, el señor alto y otras tres personas subieron al primer
Viltersax, junto con el conductor. Cinco jinetes rodearon ese primer
transporte, y luego otros cinco al segundo, entre ellos iba Raúl
Bontiréa, con la mirada firme. Intercambió una mirada rápida con
171
Marlon y le guiñó un ojo, dejando verse su tatuaje del sol. Un
hombre de gran nariz y con un uniforme tinto subió al Viltersax y se
dirigió a la cabina.
—Mi nombre es Humberto –les dijo—. Y seré su conductor.
—Vale, vale –soltó Lourdes.
El Viltersax empezó a moverse, aunque apenas sintiéndose.
Era como si estuviera flotando. Salieron de aquella plaza hasta
dirigirse a la salida de la ciudad. La gente desde sus casas les
despedían con pañuelos, y algunos niños y perros les seguían, pero
sin acercarse demasiado a los jinetes, quienes portaban espadas y al
parecer una especie de pistolas en sus cinturones. Adam fue el
primero que aprovechó la ocasión para desde la ventanilla decirle
adiós a aquellas personas, y pronto se unieron los demás; incluso
Lourdes, quien desde la otra ventana mostraba su natural sonrisa a
los Vasgols.
De esa manera pues, los cuatro jóvenes, custodiados y
acompañados esta vez por la persona que a tal continente les había
llevado, salían de ciudad Vanela y se dirigían por fin hacia la
172
Sordouch. Desde la torre roja el arquitecto Nirte miró partir a los
Viltersax y los jinetes, y deseó con todas sus fuerzas que todo saliera
bien.
No tardaron en encontrarse en campo abierto, con las
montañas y los cerros no muy lejos, al este la niebla de las tierras
tintas donde vivía el ser de ojos furiosos, las cuales perdieron de
vista minutos después. Pronto se vieron rodeados de bosques, y
seguían por el norte, parajes deshabitados, en donde no había camino
trazado, pero los transportes se las ingeniaban muy bien. Hacía un
clima perfecto para el viaje, no mucho sol, pero sí un cielo tan azul
con sus nubes brillantes.
—¿Cómo creen que sea? –preguntó de pronto Damila—. Sí, la
Sordouch –agregó ante las miradas curiosas.
—Pues… —empezó Adam—. La mujer esa, en la reunión, dijo que
era algo que parecía tener vida.
—Me la imagino como parada esperándonos, pero a la vez muy
débil –describió Marlon.
173
—Y recuerden –interrumpió Humberto el conductor—, que pase lo
que pase no deben mirar el resplandor.
—Sí, que nos han dicho eso –dijo Lourdes.
—Ya ven lo que le pasó al pobre Sed Sorbin, y no sólo a él, sino a
toda su estirpe; fueron desterrados.
Cerca del mediodía Marlon empezó a sentir hambre. No
había ni desayunado, y buscó en los alrededores del Viltersax pero
no parecía haber comida. Se preguntaba si los demás sentían lo
mismo. Fue una suerte cuando, cerca de las tres de la tarde de ese
día, se detuvieron en un camino elevado, donde estaba una cabaña.
—Pueden bajar –confirmó Humberto, flotándose las manos.
Los jinetes ya amarraban a sus caballos en los árboles del
lado, mientras To Ual y los hombres del primer Viltersax se hacían
paso dentro de la cabaña, la cual tenía una bandera verde en lo alto.
Cuando Marlon bajó pudo estirarse y sentir el aire fresco. Humberto
les explicó que podían pasar para comer, pues resultó que dentro de
la cabaña les esperaba un onceavo jinete, quien había preparado un
174
banquete especial. Dogi, que así se llamaba, era llenito de nariz
gruesa, ojos pequeños y una sonrisa amable. Al ver llegar a los
jóvenes les pidió con cortesía que tomaran asiento y descansaran un
poco.
—Han llegado muy pronto –dijo Dogi a To Ual—. Les esperaba
cerca de las seis.
—Sí, pero ha habido un inconveniente –contó—. Alguien ha robado
mi nave y hemos decidido partir ya. No sabemos qué intenciones
tenga ese ladrón.
—Ya veo, tiene razón. Mientras más rápido lleguemos a la Sordouch
mejor.
—Señor To Ual –interrumpió Raúl Bontiréa, quien estaba sentado en
un mueble verde—. Cuando terminen ellos dos –Señaló a Adam y
Marlon—, ¿pueden acompañarme por agua para los caballos?
—Sí, claro –respondió To Ual, y luego continuó su conversación con
Dogi, apenas escuchando el ―Gracias‖ del Bontiréa.
175
Raúl se levantó del sillón y se acercó a Marlon y Adam,
quienes disfrutaban de la comida. Les dio una palmada a cada uno en
el hombro y les dijo:
—Los espero afuera.
Los dos jóvenes asintieron.
—No entiendo por qué ustedes –murmuró Lourdes—. ¿No pueden
ayudarle otros jinetes?
Marlon frunció el entrecejo, y Adam subió y bajó los
hombros; qué importaba en ese momento, la comida estaba
demasiado buena. Dogi, que portaba un sombrero de cocinero, iba y
venía de la cocina a la mesa, preguntando si todo estaba bien. To Ual
salió de la cabaña. Parecía que quería evitar ser cuestionado por los
jóvenes.
Cuando terminaron de comer, Marlon y Adam fueron
llamados por Raúl desde la puerta. Al salir vieron que los guardias
daban zanahorias a sus caballos.
176
—Pronto tendrán sed, tomen esas cubetas –les pidió el Bontiréa,
señalando dos cubetas de metal que estaban sobre el pasto. Los
chicos fueron a por ellas y le siguieron entre el bosque, yendo de
bajada entre los pinos y los matorrales—. El río está justo aquí
bajando. Y díganme, ¿qué tal les ha tratado el continente oculto?
Los dos chicos bajaban con dificultad, deteniéndose de vez
en cuando apoyados del tronco de un pino.
—Suponemos que bien –respondió Adam por lo bajo.
—¿Piensan que los Doztrax nos están siguiendo? –le preguntó
Marlon.
—Esperemos que no sea así –dijo Raúl, sin girar a verlos.
Llegaron al río. Marlon y Adam se agacharon para llenar las
cubetas, mientras Raúl, con las manos en la cintura examinaba a los
alrededores. No, nadie los había seguido, pensó.
—Faltará más agua –comentó—. Pero que venga José y Elías a
acompañarme en la segunda ronda.
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Marlon cargó su cubeta y fue el primero en subir de nuevo de
regreso; Adam le siguió y el Bontiréa, masticando una hierba,
caminó tras ellos. Iban a la mitad cuando Marlon quiso saber si iban
por el camino correcto, pero no recibió respuesta.
—No está… —soltó Adam.
En efecto, Raúl Bontiréa no se hallaba por ningún lado.
—¿Pero qué…?
Dejaron las cubetas en el suelo y se pusieron a escudriñar
entre las ramas de los pinos y los matorrales, pero sólo se topaban
con los rayos del sol filtrándose. Entonces una sombra les cubrió y
dejó de hacerlo; se escucharon los crujidos sobre ellos. Vieron al
soldado saltando de brazo en brazo de cada pino, con las manos
cruzadas por detrás, con una increíble destreza. Hasta que saltó de
nuevo al suelo, frente a ellos. Sonreía de lado, y sus oscuras pupilas
se posaban con frialdad. Llevaba en sus manos unas hojas de un
libro, y como si se tratara de naipes, las abrió unas a la izquierda y
otras a la derecha. Hizo que le taparan el rostro hasta la nariz,
ocultando su sonrisa.
178
—Se me perdieron de vista los dos –les dijo—. Eso merece un
castigo.
—¿A qué te refieres? –le preguntó Marlon—. Se supone que tú nos
ibas siguiendo.
Habló sin dejar de zumbarle en sus oídos la palabra castigo.
—¿Sabes qué son estas hojas? –le preguntó, luego las bajó y su
expresión ahora era seria—. Pertenecen al capítulo setenta y cuatro
del libro de los Cinco.
Eso le sonaba a Marlon… le vino a la mente la imagen del
arquitecto Nirte; ¡él había mencionado ese capítulo!
—¿Tú? ¡Eres tú quien robó el libro!
El Bontiréa asintió y se acercó a ellos, con total naturalidad.
Le extendió a Marlon las hojas, y el joven las tomó. Dando un saltó,
el Vasgol volvió a posarse sobre la rama de un pino y volvió a saltar
más adelante de ellos, luego regresaba y en un segundo se pasaba a
las de enfrente del camino. Adam le veía confuso, hasta que accedió
al llamado de Marlon.
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—Dime si puedes leerlas –le pidió.
Adam tomó las hojas. Estaban escritas con unos caracteres
que nunca había visto pero… les entendía.
—Sí, sí puedo. ¿Pero cómo?
—No lo sé –respondió Marlon—. Yo no conozco este idioma, nunca
antes le había visto pero… le entiendo, al igual que tú.
—¿Y si este es el idioma original de los Vasgols?
—¿Y si todo este tiempo han estado hablando otro idioma
desconocido pero que entendemos?
—¿Cómo es eso posible?
Raúl les sobresaltó, cayendo justo enfrente de ellos y
arrebatándoles las hojas. Tal sólo tenerlas en su poder, se inclinó un
poco hacia atrás y lanzó una patada recta, fuerte, al estómago de
Marlon, quien cayó al suelo sofocado. Adam se agachó para ver si
estaba bien.
180
—Estos –les dijo Raúl, caminando dos metros adelante—, son los
pasos para tocar la Sordouch. El Doztrax espía soy yo.
Adam ayudó a Marlon a ponerse en pie. El Bontiréa volvió a
saltar hacia los pinos; de nuevo saltaba y saltaba entre sus brazos,
hasta que se perdió de vista.
—Tenemos…que huir…de aquí –jadeó Marlon.
—Sí, sí –decía Adam, buscando—. Vamos.
Apenas habían dado unos pasos cuando Adam sintió una
fuerte patada en su espalda. Cayó al suelo, tumbando también a
Marlon; éste, ya más repuesto no tardó en ponerse en pie.
—¡Adam!
El Bontiréa dio una voltereta con las piernas levantadas y
propinó su segundo golpe a Marlon, pero esta vez con un pie y luego
con el otro. Marlon cayó al suelo. Sentía su cabeza zumbar, a pesar
de que el golpe había sido uno en su estómago y otro en su brazo
derecho.
181
Raúl Bontiréa reía. Mostró las hojas del libro de los Cinco y
espero a que las miradas de sus dos víctimas estuvieran fijas en él.
Fue cuando rompió a la mitad un capítulo entero.
—Ahora les daré un golpe final –les dijo—. No los mataré, les
llevaré a la ciudad de los Doztrax.
Los dos jóvenes, jadeantes, yacían en el suelo. Adam estaba a
punto de levantarse, pero Marlon lo hizo primero.
—¡NO! –fue el grito que lanzó.
La calma del bosque se vio interrumpida. Los pájaros
salieron volando, los pinos se movieron, la energía perturbó la
naturaleza. La cabeza de Raúl Bontiréa estalló, como un globo de
agua que ha sido pinchado. La sangre brotó por todos lados. El
cuerpo sin cabeza cayó al suelo. Marlon se quedó temblando,
incrédulo, hasta que fue perdiendo el conocimiento. Adam no daba
crédito a lo que veía. Cayó y aruñó la tierra, quedando echado junto
a los otros dos cuerpos.
182
Capítulo 10 El rostro de piedra
La parte sur del continente oculto iniciaba con el desierto oscuro, los
restos del fuego, le decían algunos, pues su arena parecía ceniza.
Existían allí los volcanes, y uno en particular, el más grande y que
siempre parecía estar a punto de exhalar una llamarada. A sus pies se
encontraba alguien desterrado y líder de su tribu, los Sorbins,
quienes no siendo aceptados ni por los Vasgols ni por los Doztrax,
habitaban ocultos en los restos del fuego.
La nave plateada aterrizó un poco lejos del volcán, lanzando
una gran cantidad de arena oscura a su alrededor. La puertilla botó
hacia adelante y por las escaleras fue bajando Cree, quien había
robado esa nave de ciudad Vanela. Cree le buscaba a él, a el hombre
de las cenizas, como le nombraban algunos. Dejaría la nave ahí y se
acercaría al volcán, donde se dice estaban los Sorbins. Portaba su
espada y una pistola Vasgol en el cinturón, consciente de que los
Sorbins no confiaban en nadie y podrían atacarlo. Aparte no muy
183
lejos se hallaba la ciudad de los Doztrax, por lo tanto tenía que poner
especial atención.
Bajó una colina y a los pies del volcán divisó alrededor diez
pequeñas casas de madera; también vio fogatas. Se miraban a los
Sorbins sobreviviendo pero a la vez acostumbrados. Iba a bajar la
colina cuando sintió un filo en su espalda.
—Gira –le ordenó una voz.
Cree fue girando con lentitud. El hombre de las cenizas se
encontraba ante él, apuntándole con una especie de lanza.
—No lastimarías a tu viejo amigo –le dijo Cree con las manos medio
levantadas.
—¿A qué ha venido Cree el desterrado a tan lejanas tierras? –
preguntó el otro, bajando la lanza.
Cree le sonrió, pero no recibió igual respuesta. El rostro del
hombre de las cenizas se mantenía frío.
—¿Has olvidado la promesa que realizaste al señor alto de la
capital? –le preguntó.
184
—Por supuesto que no.
—Eso es bueno, porque ahora más que nunca necesitamos los
servicios de Liad Sorbin.
Liad enterró la lanza en la arena y caminó hacia las orillas de
la colina, donde se quedó un rato viendo a su gente. Era joven, no
debía pasar los treinta años. De cabello castaño y delgado, usaba
ropa desgastada y una capa verde.
—¿Han hecho venir a otros? –preguntó.
—Sí, son cuatro esta vez.
—Si me ocupan es porque saben que son ellos.
—Aún no está confirmado, pero hay un alto porcentaje a que lo
sean… muchos lo sienten.
—¿Cómo te has hecho de esa nave? La vi desde acá cómo
aterrizaba.
—Es la nave de To Ual… en ella te llevaré, si aceptas.
185
Liad Sorbin le miró. Sabía que si aceptaba su vida cambiaría.
Dejaría a su familia, a todos allá abajo, quizá para siempre. Él había
sido el elegido por los demás Sorbins para pagar el pecado que su
antepasado había cometido, el de mirar el resplandor. Sólo así serían
aceptados de nuevo entre los Vasgols.
—Los Doztrax no quieren que sea yo –dijo entonces—. ¿No
atacarán en el momento preciso?
—Es lo más seguro. Tenemos que estar allí cuando suceda,
ayudarles. Liad, por favor.
El Sorbin caminó hacia la lanza y la desenterró. La cargo ante
sí mirando su vieja arma, observando el filo.
—¿Y si no funciona?
—Entonces ellos tocarán la Sordouch –mencionó Cree, y tras unos
segundos Liad asintió.
***
186
Lourdes llegó con los paños mojados de agua caliente y le pasó uno
a Damila; les colocaron en la frente de sus compañeros. El jinete
Dogi prohibía el paso en la entrada de la cabaña. To Ual caminaba
de un lado a otro, preocupado. Al igual que todos se preguntaba qué
había ocurrido. Los jóvenes habían sido traídos por José y Cali, dos
de sus jinetes, quienes al ver que Raúl ya había tardado mucho con el
agua para los caballos, bajaron a buscar y encontraron al cuerpo y a
los chicos inconscientes. Al regresar con los dos jóvenes,
cargándolos, José apenas y podía hablar, y fue Cali, con voz
temblorosa, quien explicó:
—Abajo se halla… Raúl sin cabeza. Es terrible.
To Ual, acompañado del señor alto y otro soldado, bajaron a
revisar. Tal y como Cali lo dijo: el escenario era terrible, sangre por
todas partes y el cuerpo sin cabeza.
—Dejarlo aquí –ordenó To Ual, sin importarle los reproches del
señor alto.
—Era un buen soldado –dijo éste—. ¿Es posible que uno de los dos
chicos haya hecho esto?
187
To Ual asintió
Desde ese momento la atención se había centrado en Marlon
y Adam, y todos esperaban a que despertaran para que contaran lo
ocurrido.
—No les mataron y no se los llevaron –decía Dogi desde la puerta—
. Entonces no fueron Doztrax, al menos que…
—¡Sabía que despertarías! –soltó Lourdes, y Adam se sentó
en el borde de la cama, cerrando y abriendo los ojos. Poco a poco
recordaba dónde estaba y quiénes eran aquellas personas. To Ual se
acercó a él para preguntarle si se sentía bien o le dolía alguna parte
de su cuerpo. Adam se tocó la espalda; trató de contar lo ocurrido.
—…Y entonces la cabeza le explotó, en pedazos –terminó de contar.
—¿Explotó? –murmuró Lourdes en voz baja.
Por suerte Marlon no tardó en despertar y él también contó su
versión de los hechos.
—¿Rompió las hojas de ese libro? –preguntó To Ual, incluso cuando
los dos ya lo habían mencionado.
188
—Qué sí –respondió Marlon—. Él lo robó de la torre en Vanela,
Cree me había mandado a por él.
—¿Cree? —To Ual perdió su vista en la nada, sabiendo ahora quién
había robado su nave.
—¿Entonces el hermano de Saúl Bontiréa era un Doztrax? –
preguntó Damila, y Marlon asintió.
—Espero que él haya sido el único espía entre nosotros –murmuró
To Ual mirando para las afueras de la cabaña, donde se veían a los
otros jinetes platicando—. ¡Dogi! –El guardia gordo le miró
asustado—. Prepara todo para partir.
Dogi asintió y se retiró de la entrada, yendo a la cocina para
preparar las provisiones para el viaje que les aguardaba.
—¿Por qué no me habías mencionado lo del libro? –le preguntó To
Ual a Marlon.
—Este… se supone debía mantenerlo en secreto. Ese libro contenía
los pasos para tocar la Sordouch y…
189
To Ual se llevó el dedo índice a los labios, pidiendo que
callara.
—No te preocupes –le dijo—. Una vez lleguen a la Sordouch ustedes
cuatro sabrán, simplemente, qué hacer.
El Vasgol se levantó y salió de la cabaña.
—Tienes un raspón aquí –dijo Damila, y con el paño le limpió a
Marlon parte de su nariz.
—Gracias.
—Es bueno saber que están bien –dijo Lourdes, y cruzada de brazos
salió de la cabaña.
—Muy en el fondo se preocupa por nosotros –comentó Adam.
Una vez que Dogi preparó todo y subió la comida a los
Viltersax, los guardias volvieron a montar sus caballos, no sin antes
amarrar el del Bontiréa en la parte trasera del segundo transporte. En
esta ocasión, To Ual subió con los jóvenes para hacerles compañía.
190
—¿Todo en orden? –preguntó Humberto, y presionó un botón verde
que activó el comando de arranque.
Dejaron atrás la cabaña, bajando por el campo, aplastando
maleza y divisando un camino lleno de árboles secos, con sus
troncos blancos, como si un frío de hace mucho les hubiera
congelado. To Ual estaba sentado entre Marlon y Lourdes,
mostrando un rostro de tranquilidad.
—¿Les gusta? –preguntó, y señaló hacia afuera, donde muchas flores
rojas y amarillas adornaban entre los troncos blancos.
—Sí –respondió Damila, y posó sus manos en la ventanilla.
Lourdes mantenía la cabeza contra el cristal, mirando las
flores, buscando alguna negra, parecida a la que él le había tatuado.
—Disfruten del continente oculto –continuó To Ual—. Siéntanse
privilegiados.
—Menuda cosa decís –soltó Lourdes—. ¿Privilegiados? Un tipo ha
muerto y ni siquiera sabemos por qué le pasó eso…
191
Adam no pudo evitar mirar a Marlon, y éste le desafió con la
mirada: ¿Me estás culpando? Adam prefirió mirar hacia otro lado.
¿Me estás culpando? Volvió a pensar Marlon. Pero no, él no había
sido… ¿cómo era posible? No quería, pero la imagen de Raúl
Bontiréa no se le salía de la mente.
—Humberto –llamó To Ual, y el conductor se sobresaltó—,
adelántate para que te sigan. Ve hacia la derecha, sino me equivoco
el mar está cerca.
Los Viltersax y los jinetes bajaron una pendiente hasta
divisar el mar brillante. El sol estaba por caer. Marlon sintió el
peculiar olor que tanto conocía, como el de su ciudad, como el de la
ola; se tocó el dije de león. To Ual fue el primero en bajar.
—¿Mar? –se preguntó Lourdes, y los otros tres giraron a verle.
—No lo conoces, ¿cierto? –le preguntó Adam, y la chica asintió.
Lourdes caminaba a paso lento por la arena, apenas podía
creer que ante ella se encontrara aquella inmensidad azul. Sólo había
algo que no cuadraba.
192
—¿Qué es aquello? –le preguntó Marlon a To Ual.
Se trataba de unas rejas que se encontraban a unos metros
mar adentro, y las cuales se extendían a los lados hasta perderse.
Detrás de las rejas se divisaba una niebla.
—Es la protección del continente oculto, ¿ahora entiendes?
Marlon no lo podía creer, era como estar rodeados, atrapados.
¿Qué ocurría con aquellas embarcaciones que se topaban con dichas
rejas? ¿Existirían registros? Lourdes se acercó para que una ola
llegara a sus pies. El jinete Dogi salió de entre los matorrales con un
palo, al cual le había amarrado carne cruda.
—Servirá como carnada –mencionó guiñándoles un ojo. El jinete
Cali le siguió detrás con una lanza, lista para encajársela al primer
pez que cayera en la trampa.
Se mostraba ante ellos el crepúsculo. To Ual mencionó que lo
mejor era acampar ahí; sería peligroso viajar de noche. El señor alto
mandó a los demás jinetes a que buscaran leña, mientras Humberto y
el otro conductor preparaban las casas de campaña. Marlon, Lourdes,
193
Adam y Damila se sentaron en la arena, cada uno pensando una cosa
distinta, mirando aquel mar tan desconocido, hasta que de pronto...
un celular sonó. Fueron tres pitidos. Los cuatro intercambiaron
miradas; ¡había señal!
Marlon descubrió que no en el suyo, así como Lourdes. Pero
Adam sí; había sido su celular. Leía los mensajes con los ojos muy
abiertos.
—¡Me están buscando! ¡Aquí dice que me están buscando!
Y la emoción le hizo seguir hablando pero en inglés,
mencionando los nombres de las personas que se habían
comunicado. Decía que tenía catorce mensajes nuevos.
—Intenta llamar –sugirió Marlon, pero la operadora mencionó que
no había red en tal lugar.
—Qué raro –hizo notar Damila—. Debe de estar llegando por
momentos, tal vez porque estamos cerca del mar y… —Clavó su
mirada hacia las rejas, a la niebla, ¿a qué dirección estaba
194
Argentina?; se le ocurrió:—. ¿Y si eso significa que estamos cerca
de Estados Unidos?
Durante buen rato Adam caminó por las orillas del mar con el
celular en la mano, tratando de que éste agarrara señal. To Ual
comentó que era imposible, y que tuvo una suerte entre mil que por
esos segundos los mensajes hubieran llegado.
—Y claro que le están buscando, a todos ustedes –comentó, mientras
observaba cómo los guardias iban acumulando la leña en las afueras
de las casas de campaña ya montadas. Sobre una roca Dogi lanzó un
grito de triunfo. Vieron cómo Cali alzaba la lanza con un salmón
bien atrapado.
La noche llegó y todos se sentaron alrededor de una fogata.
El cielo estaba lleno de estrellas y miraban el movido reflejo de la
luna en el mar. El gran salmón estaba ensartado aún en el palo,
dándole el fuego. Dogi tenía las salsas preparadas. También cinco
cangrejos se calentaban en una improvisada parrilla. Ya antes
Lourdes había mencionado que ella no comería eso.
195
—¡Pero sí están deliciosos! –le comentó Dogi cuando estuvieron
listos, poniéndole un plato ante su cara.
—No, gracias, que soy vegetariana.
—Ya decía que Lurdes es rara –le susurró Adam a Marlon.
—L-o-urdes –le corrigió ella, quien sí había escuchado.
To Ual estaba muy metido en la conversación con el señor
alto, y le parecía trazar un mapa en la arena, a lo que el otro asentía o
negaba. Mientras estaban ahí, algunos guardias riendo, Dogi
contándole a Damila historias de su niñez, Marlon se preguntaba si
entre las palmeras, en la oscuridad, no se encontrarían los Doztrax;
aunque a la vez pensaba que estaban muy lejos y les habían dejado
atrás. Esa noche ninguno de los cuatro hizo vigilancia. Durmieron
Lourdes y Damila en una casa de campaña y Adam y Marlon en la
otra. Los guardias harían vigilia. To Ual descansaría dentro de un
Viltersax y el señor alto en el otro.
Apenas iba amaneciendo cuando Marlon despertó. Vio a
Adam profundamente dormido, con el celular en la mano. Salió de la
196
casa de campaña y caminó por la arena fría, a pesar del sol que ya
hacía. Dogi le saludó; se encontraba con algunos guardias en los
restos de la fogata, mientras José se daba un baño en el mar. Nadie
más se había levantado. Anduvo con las manos en los bolsillos del
pantalón, mirando hacia las rejas de metal a lo lejos y la niebla que
era menos densa que la tarde anterior. Y sintió una extraña
sensación, como si alguien le llamara desde los arbustos detrás, bajo
las palmeras.
Ningún guardia se dio cuenta de la desaparición de Marlon;
el chico había dejado atrás la arena fina para toparse pisando la
tierra, las hierbas entre cocos tirados y gruesas ramas secas. Una
extraña energía parecía jalarlo, absorberlo, y él sólo obedecía al
llamado, porque, en primera instancia no le parecía peligroso. Fue
entonces cuando la vio; se trataba de una extraña piedra en el suelo,
grande y con la forma de una cabeza. Al acercarse la percibió
azulada y mostrando la forma de un rostro serio, imponente. Le
llamaba, se agachó y le tocó…
197
Los recuerdos corrieron con prisa pero también con lentitud.
El elegante coctel en la boda, los novios bailando el vals, y él
sentado con su familia, los cuatro. Diana sonriente, aplaudiendo con
su vestido blanco. Sus padres felices también, todos ignorando lo
que estaba por suceder. Ya en la madrugada iban de regreso al hotel
donde se hospedarían. La curva tan angosta, tan mal hecha, la luz del
automóvil de enfrente. Un rayo. El automóvil giró. Vidrios rotos, un
grito. El hospital. Los tripulantes del otro automóvil se habían
detenido, por suerte. Su hija ha muerto, mencionó el doctor. Un
segundo grito, el de su madre, el peor de todos. Diana.
Fue sacado de los recuerdos, jalado hacia atrás por una mano
salvadora. Al levantar la mirada se encontró con To Ual, quien le
observaba preocupado.
—¿Qué… qué fue eso? –preguntaba confuso.
To Ual le tomó de los hombros:
—¿Qué es lo que has visto?
—Yo…yo… ¡Quiero largarme de aquí! ¡Lléveme a México!
198
To Ual lo soltó y dio unos pasos con las manos cruzadas por
detrás:
—Ocupo que me describas lo que has visto, Marlon.
—Vi…vi el accidente donde murió mi hermana…yo…
—Cálmate, por favor. Estas piedras son muy peligrosas. El Soberano
ha colocado varias esparcidas a lo largo del continente oculto. Si
vuelves a ver otra no acudas a su llamado.
—¿Por qué me ha mostrado eso?
—Es el rostro de piedra, así se les llama. Provocan recuerdos en las
personas. Lo importante, y lo que lo hace especial, es que este rostro
de piedra te ha hecho venir a ti, ¿no es cierto? —Y Marlon recordó
la sensación de llamado que tan sólo unos minutos antes había
sentido—. Me temo que el rostro de piedra en realidad quería
mostrarte otra cosa, que recordaras algo esencial. Pero el recuerdo de
la muerte de tu hermana lo ha bloqueado; no ha podido mostrarte el
recuerdo que en realidad quería.
—¿Y cuál podría ser?
199
—Eso no lo sé –soltó—. Ahora ven, vámonos de aquí.
Marlon lanzó una última mirada al rostro de piedra antes de
seguir a To Ual hacia donde estaban los demás.
200
Capítulo 11 La caída del señor alto
Una vez que todos estuvieron despiertos y luego del desayuno que
preparó Dogi, volvieron los guardias a montar los caballos y los
otros a subir a los Viltersax. To Ual decidió esta vez regresar al
primer transporte, junto con el señor alto, el consejero y los dos
coordinadores.
—Estás muy callado –le hizo notar Damila a Marlon, pues el joven
mantenía la cabeza hacia un lado, recargada en el cristal. El chico
volvió en sí.
—Es… no dormí muy bien –mintió. La verdad era que aún no podía
sacarse de su cabeza el recuerdo que el rostro de piedra le había
mostrado.
—¡Cómo que no! –dijo Adam—. Pero si te escuché roncar.
Humberto lanzó una carcajada.
201
—No se preocupen, para la noche llegaremos a la capital y dormirán
en un cuarto lujoso y con camas muy cómodas –les dijo—.
Aunque…
Miró el mapa virtual que mostraba una pantalla de la cabina.
No parecían dirigirse hacia el punto verde que estaba marcado. Las
palabras de Humberto no habían servido de mucho para subir la
moral de Marlon; el hecho de que tendrían que pasar otra noche en la
capital significaba que tardarían más en ver a la Sordouch.
Iban por senderos de pasto amarillo con montículos de piedra
que salían de vez en cuando a interrumpir el camino. Se iban
adentrando más al centro del continente, en vez de al norte, que era
donde marcaba el radar. No tardaron en descubrir las verdaderas
intenciones del conductor del primer Viltersax. Se distinguían a los
lejos unas veinte casas de madera y una especie de iglesia en el
centro. Había animales sueltos a la intemperie, como cerdos y
gallinas. Al hacerse paso la gente del pueblo miraba curiosa; algunos
incluso dejaron de contar la cosecha obtenida del día para prestar
atención.
202
—Este es el pueblo de Alrada –les dijo Humberto—. De seguro
vienen de rápido por el guardia que hace falta.
El líder de Alrada salió de sus aposentos para darles la
bienvenida; era moreno y alto, vistiendo una gabardina café. Al igual
que los otros, los cuatro jóvenes salieron del Viltersax. Los guardias
bajaron de los caballos para desentumirse. To Ual y el señor alto se
dirigieron al líder.
—Necesitamos a uno de tus hombres –explicó To Ual, evitando toda
presentación.
El líder frunció el entrecejo; si accedería sería sólo por orden
del señor alto de Vanela, pueblo con el que Alrada mantenía
comercio.
—Uno de nuestros hombres ha caído en combate –prosiguió el señor
alto—. Tenemos puesto para un jinete; será muy buena paga.
El líder asintió, luego dijo:
203
—¿Quiénes son? —To Ual se hizo a un lado para que pudiera ver a
Marlon, Damila, Adam y Lourdes, quienes fuera del Viltersax
observaban la tranquilidad del pueblo—. No creo que sean ellos.
—Es probable que sí –le dijo To Ual—. Ahora bien… ¿a quién nos
das?
Varios hombres soltaron sus palas o rastrillos y se acercaron
poniéndose alrededor de su líder y pidiendo cada uno que le eligiera.
Al final hubo un hombre al que tocó del hombro y le jaló hacia los
llegados.
—Este es Quevedo, trabajador y honesto.
Quevedo se sonrojó; era joven, con pecas y de pelo castaño.
—Dogi –habló To Ual—, entregarle al caballo y darle armas.
Damila jaló a Lourdes hacia la capilla del centro; dentro un
hombre anciano daba clases a los niños de Alrada, sentados todos en
el suelo, atentos a lo que el hombre decía:
—El señor alto mandó a la construcción de las tres torres, cada una
en honor de sus tres hijos muertos en combate. La primera al sur del
204
continente; algunos cuentan fue derribada por Nigel el Doztrax
destructor, en el año 580 del continente oculto. La segunda se
encuentra en las cordilleras nevadas, donde se dice se guardan los
trajes de sus tres guerreros. La tercera está colocada en un islote al
oeste. Es como un faro para los viajeros, pues es blanca como la
nieve.
—¿Es cierto que la torre tercera está llena de oro? –preguntó un
niño.
—Estaba –aclaró el maestro—. Todo el oro fue arrebatado por el
gobierno de la capital. Muchas monedas se realizaron con él.
En el centro del pueblo el señor alto le platicaba al líder lo
ocurrido en el viaje y cuál era el plan para llegar hacia donde estaba
la Sordouch. To Ual escuchaba sin mencionar nada, hasta que se dio
cuenta que hacían falta las dos chicas; se sintió aliviado al verlas
venir desde la capilla.
—No se separen del grupo –les pidió cuando llegaron.
—¿Teme que haya otro traidor? –le preguntó Marlon por detrás.
205
To Ual negó.
En Alrada aprovecharon algunos para hacer sus necesidades,
y una vez que Quevedo se puso su traje de guardia, el señor alto se
despidió del líder y su gente. Los chicos volvieron a subir al
Viltersax, y el viaje empezó de nuevo, con los jinetes alrededor. El
maestro había dado permiso a los niños de salir, y éstos,
empujándose y emocionados, les decían adiós con sus manos
levantadas.
Regresó el pasto verde. El día se había tornado nublado.
Pasaban entre las colinas y vieron a una de ellas envuelta en ramos
espinados. Quevedo miró hacia atrás, en donde Alrada se mostraba
en la lejanía.
—¿Les dejaremos en la capital? –preguntó a José, quien cabalgaba
delante de él.
—Es el plan –respondió éste.
—¿Y sí son ellos?
206
—Entonces, mi estimado, hazte a la idea de que puede que no
regreses.
A Quevedo se le hizo un nudo en la garganta y lanzó una
última mirada a su pueblo. Al menos recibiría quinientas monedas de
la capital, las cuales le servirían para por fin mudarse a Vanela y
obtener el permiso de trabajo.
—¿Está en la capital, la Sordocuh? –preguntó Lourdes.
—No –dijo el conductor unos segundos después—. Ésta se encuentra
en un templo creado por los Cinco.
—¿Quiénes fueron los Cinco? –preguntó Marlon—. He escuchado
sobre ellos, pero…
—Los Cinco crearon la Sordouch, ellos dieron parte de su poder y su
vida para lograr tal objetivo. La colocaron al principio en lo alto de
un cerro para que fuera cuidada por los habitantes de aquel entonces,
pero Sed Sorbin se acercó a ella y miró el resplandor, cometiendo el
pecado. De esa manera la Sordouch se fue debilitando y los Cinco
trabajaron en la construcción del templo para guardarla, y allí es
207
donde se dice que está, donde yace en su interior. Algunos
desterrados dijeron que era mentira, que ese templo está vacío. Yo sé
que ustedes lo demostrarán, ustedes entrarán y la tocarán. El mundo
regresará a la estabilidad, ya no más tormentas destructoras, no
señor.
—Apenas han pasado unos días y siento que llevamos una eternidad
–hizo notar Damila, sobándose el brazo.
—Y con esta lentitud duraremos un año aquí –masculló Lourdes—.
No entiendo por qué no ir volando en una de esas naves que tienen.
—Es sencillo –respondió Adam—. Me imagino que en el aire somos
un objetivo fácil para los Doztrax.
—¡Así es! –felicitó Humberto.
Pero pronto Adam descubrió que estaba algo equivocado.
Fue como una avalancha que viniera hacia ellos, eso que se escuchó
afuera. Eran algunos ocho, montando sus caballos y dejándose ir
contra los jinetes Vasgols, a quienes tomaron desprevenidos.
208
Algunos alcanzaron a actuar, no obstante, y se escuchó el choque de
espadas y uno que otro disparo.
—¡Nos atacan! –gritó Humberto, y movió el Viltersax a su
conveniencia, mientras el otro se iba por la derecha, bajando con
dificultad. Por la ventanilla Marlon observó a algunos caídos, a Dogi
bajar de su caballo y girar con dos espadas, amenazando al que se
acercara. José y Elías hacían equipo, espalda contra espalda,
atacando por igual.
Los jinetes Vasgols intentaban a toda costa que los Doztrax
no se acercaran a los Viltersax. Ellos también tenían pistolas y
ocultándose entre las rocas disparaban a los Doztrax, quienes con sus
trajes negros y sus tatuajes o mascaras de huesos, se movían con
destreza dirigiéndose al Viltersax que bajaba la pendiente. A mitad
del camino inició un segundo enfrentamiento. En ese día que había
estado tranquilo, nublado, sólo se escuchaban los golpes, los gritos y
los disparos.
El Viltersax se detuvo. El Doztrax rompió el vidrio de un
solo puñetazo y sacó al conductor, quien ya muy anciano pataleaba
209
al aire. To Ual fue el primero en bajar, y antes de que un Doztrax
pudiera atacarle éste sacó una pistola muy pequeña y dorada y le
disparó directamente en la cabeza. Los coordinadores y el consejero
acudieron a la defensa del conductor, por orden del señor alto, pero
era ya demasiado tarde, pues el Doztrax le había atravesado el
estómago con su espada.
—¡Aquí no vienen! –gritó otro—. ¡Están en aquel!
Y fue lo último que dijo antes de que fuera aniquilado junto
con su compañero.
Pero Humberto había hecho avanzar bastante al otro
Viltersax. El disparo que lanzó el jinete Quevedo fue mortal para el
Doztrax que más se iba acercando. Bajó su pistola con una A verde
estampada y examinó el casi final de la batalla. Sólo un Doztrax
quedaba, y corría en dirección hacia el señor alto. Nadie lo pudo
detener. El señor alto, que en realidad era tan chaparro como un
enano, bajaba de salto en salto, confuso y nervioso, cuando recibió el
disparo en su espalda. Todos le vieron caer, rodar hacia el pasto
verde donde quedó. Fue José quien le vengó, llegando con su caballo
210
a toda velocidad y clavando la espada en el pecho del enemigo, sin
verlo y con firmeza hacia el frente. El señor alto lanzaba algo de
sangre por su boca. Sus últimas palabras fueron: ―Que no caiga,
Vanela‖.
El silencio regresó. Marlon y los demás bajaron del Viltersax
y corrieron hacia el lugar de la batalla. Había uno que otro jinete
herido. En medio del campo yacía en el suelo el señor alto, mientras
José le lloraba en silencio. Dogi corría con dificultad; tenía una
herida en una pierna. Logró por fin llegar ante el cuerpo del señor
alto y lanzó un grito. Damila prefería mirar hacia otro lado, aunque
luego se dio cuenta que era preferible ocultarse ante el abrazo de
Marlon, pues por un lado estaba la también desgarradora imagen del
segundo conductor con la espada en el estómago, sobre el frente del
Viltersax, y no muy lejos los cadáveres de los Doztrax.
—Han hecho un buen trabajo –dijo To Ual a todos—. Han peleado
bien, les han defendido –Sólo al decir eso pareció dirigirse
especialmente a Marlon, Damila, Adam y Lourdes, luego habló para
todos—. Es cierto que este ataque nos ha tomado por sorpresa pero a
211
la vez le esperábamos. El día de hoy el señor alto ha caído. Ha caído
antes de llegar a la capital y presentarles a ustedes, el ejército de los
Cinco. Ahora tenemos que partir, estamos cerca y no podemos
darnos por vencido.
—¡¿Y dejarles aquí?! –preguntó un desconcertado José.
—Así es –dijo To Ual—. No podemos hacer nada más, no estamos
para sepulturas ni dignas despedidas, esto es guerra y bien lo saben.
Por favor, dejen los cadáveres de estos dos buenos hombres en el
interior del bosque.
—¡Eso no es de Dios! –soltó Dogi.
—No tenemos otra opción, hay que partir y llevarles a ellos, así
tengamos que morir todos nosotros.
Lo dijo de una manera fría, tal vez fue eso lo que molestó a
Lourdes. La chica se acercó a él con la mano abierta y le propinó un
fuerte golpe en la mejilla. Todos miraron sorprendidos, los guardias
no daban crédito a lo que Lourdes acababa de hacer. La reacción de
To Ual, en cambio, fue despreocupada; se sobó un momento la
212
mejilla y luego le preguntó a uno de los coordinadores si podría
manejar el Viltersax, a lo que el hombre asintió.
Lourdes se acercó a una piedra y se sentó, dando la espalda a
la terrible escena. Marlon, Damila y Adam se acercaron a ella. Se
quedaron callados mientras detrás de ellos dos jinetes retiraban el
cuerpo del conductor y Dogi cargaba a su espalda al señor alto.
Dirigieron los cadáveres hacia el bosque.
—Pudieron habernos matado –comentó Adam—. Pero se
equivocaron de Viltersax. Murieron esos pobres hombres… ¿por
nuestra culpa?
Marlon le pidió que no comentara nada más. Lourdes lanzó
un suspiro y dirigió su mirada al cielo nublado. Estaban en una
guerra, había dicho To Ual, lo había afirmado, por primera vez. La
guerra, pensó Marlon, qué cosa tan absurda. No eran muy diferentes
los Doztrax de los Vasgols, humanos, al fin de cuentas, divididos por
una ideología, por una religión, tal vez. No eran muy diferente ellos
a esa gente, en otro continente, personas, al fin de cuentas. Les
213
miraba quitar las armas a los Doztrax, buscando como zopilotes qué
pistolas o espadas se podían llevar. La Sordouch… sintió un mareo.
Damila fue la primera en notar que estaba por llover, una
gota de agua cayó en su brazo. Miró también hacia el cielo y un
relámpago se dejó ver. Humberto manejaba posicionando el
transporte, y una vez que los dos Viltersax volvieron a estar
acomodados, los jinetes les rodearon. Dogi se acercó a los chicos y
les pidió que volvieran a entrar al Viltersax. Las gotas de lluvia
incrementaban. Y allí dejaron a los dos cuerpos, en el interior del
bosque, la lluvia sobre ellos. El señor alto entre orquídeas.
Uno de los planes de To Ual consistía en que varios guardias
de la capital fueran después por los cadáveres para darles digna
sepultura, pero eso sólo lo comentó con los coordinadores y el
consejero, quienes estuvieron de acuerdo. Tiempo después, en el
centro de Vanela se colocaría una estatua del señor alto donde
pondrían: ―Quien peleó dignamente y logró derrotar a dos Doztrax
antes de caer muerto por su enemigo, a quien le había cortado un
brazo‖.
214
—¿Por qué golpeaste a To Ual? –preguntó Adam.
—Esa… fue una reacción natural –respondió Lourdes, y no pudo
evitar sonreír.
Pronto la fuerte lluvia golpeaba los cristales del Viltersax.
Los Jinetes luchaban contra el viento, la tierra se hizo lodo.
Encontraron un refugio un poco más adelante, uno inesperado y
curioso.
215
Capítulo 12 Última ciudad de los Jendarios
La pena que se sentía por la pérdida de los dos Vasgols era
inevitable. Escuchaban a Humberto lloriquear mientras conducía el
Viltersax al interior del refugio que les protegería de la lluvia. Se
trataba de una estructura grande, larga y ancha, como si fuera un
caracol gigante, y era, de hecho, su piedra blanca y bien pulida lo
que le daba tal aspecto. Había a los lados pilares también blancos,
seis, puestos a su alrededor. Dejaron los dos Viltersax entre los
pilares, y los guardias cabalgaron hasta adentro. Marlon y los demás
siguieron a To Ual, los coordinadores y el consejero hacia el interior
del refugio.
—Bienvenidos –dijo Humberto, mientras se sacudía el cabello
mojado—, a la última ciudad de los Jendarios.
Dentro apenas y estaba iluminado. Era realmente grande
como para caber una pequeña ciudad apretujada. Había los indicios
de que en antaño la vida recorría los rincones. Piedras talladas que
daban el aspecto de mesas y sillas, camas y en las alturas puentes;
216
algunos eran también de madera, ya sin tablas en ciertas partes, que
conectaban a cuevas. Al fondo la oscuridad no permitía, sin
embargo, seguir viendo qué cosas ocultaba la supuesta ciudad.
—Parece estar abandonada y ser segura –comentó José, mientras que
con una toalla limpiaba el cuello de su caballo.
—¿Quiénes son los Jendarios? –preguntó Damila.
—Bueno –respondió To Ual—, seguro han escuchado de los Vasgols
y los Doztrax, quienes eran una sola raza la cual se dividió por
envidias y rencores y, principalmente por la Sordouch. En cambio,
los Jendarios no son muchos; ellos tienen energías, estudian todas las
lenguas, son muy inteligentes y nunca se quedan en un único lugar.
Este espacio es muy famoso, ya que se dice que estuvieron aquí más
de dos años; de ahí en adelante poco se ha sabido.
El guardia Dogi sacaba alimentos del Viltersax y los
colocaba en la mesa de piedra. Iba a preparar emparedados. To Ual
se sumergió en una plática con los coordinadores, acerca de si podría
haber más Doztrax siguiéndoles y qué camino tomar mejor para
poder llegar a la capital, la cual ya no estaba muy lejos.
217
—Al paso que vamos llegaremos en cuanto empiece el anochecer –
mencionó un coordinador calvo y de bata azul.
Había dejado de llover, y pronto el sol iluminó el campo y los
rayos se filtraron por los huecos de la ciudad, lo que les permitió ver
un poco más hacia el fondo, donde vieron escaleras hacia abajo y
hacia arriba, pinturas extrañas y un montón de caracteres
desconocidos para los chicos, quienes contemplaban los alrededores
sentados en una banca.
To Ual terminó los planes con los tres Vasgol y se introdujo
un poco más en la ciudad. Caminó por las escaleras hacia la parte
baja, tentando las paredes, yendo a parar justo al salón que buscaba.
No le daba miedo, él antes estuvo ahí, había platicado con los
Jendarios, tratando de convencerlos de que se unieran a él. Pero ella
no había querido, su líder. Se detuvo frente al mural que iluminaba
alrededor, pues sus caracteres dorados brillaban. Recordó sus tres
meses viviendo con ellos, aprendiendo de sus artes, de sus magias.
Ella le había enseñado el poder de ―La voz que sigue”. Sólo bastaba
pensar en la persona que querías comunicarte y darle el mensaje,
218
manteniendo la posición y pensamientos en el orden correcto
enseñado. Y a su vez él había enseñado ese poder a sus tres fieles
ayudantes, quienes tan sólo días antes se habían encargado de llamar
a los cuatro jóvenes y darles el último aviso en el momento indicado.
Ella le había dado una principal instrucción: ―No utilices lo
que has aprendido para hacer el mal‖. ¿Adónde estarían ahora los
Jendarios? Existían rumores de que su nueva ciudad se encontraba
en los límites del oeste, aunque otros mencionaban que les habían
visto en el sur. Tanta vida en esa ciudad y ahora telarañas.
Al regresar con los demás se dio cuenta que Dogi ya había
terminado los emparedados y también una ensalada. Todos se
sentaron ante la mesa de piedra, mientras el guardia les servía agua
de limón en vasos. Lourdes se mostraba contenta con aquella
comida.
—Brindemos un momento por los caídos –mencionó To Ual, quien
estaba en el centro de todos y se levantó con su vaso alzado, como si
fuera una copa y dentro tuviese vino. Los demás le imitaron y
empezaron a chocar los vasos—. Descansen en paz.
219
Tal comentario no agradó del mucho a los guardias, los
coordinadores y el consejero, pues recordaban perfectamente que los
cuerpos se encontraban en el bosque. Se volvieron a sentar y
comieron en silencio. Marlon pensó que tal escena era parecida a la
de ―la última cena‖ de Da Vinci, a pesar de que eran cerca de las
cuatro de la tarde.
—Escuché rumores de que estuviste buen tiempo en esta ciudad, To
–le dijo el consejero a To Ual, jalando el jamón del pan con sus
dientes.
—Sí, buenas personas son los Jendarios, muy raros, pero buenos –
respondió el Vasgol, sin mirar a nadie en particular.
—¿Le enseñaron algún truco? –preguntó José.
—Sí, lo hicieron. –Daba la sensación de que To Ual no estaba muy
contento de ser cuestionado.
—A mí me dijeron que ellos manejan magia blanca pero también
negra, muy oscura –comentó Dogi por lo bajo, como si temiera que
algún Jendario estuviera por ahí.
220
To Ual no pudo evitar recordar cuando aquel suelo ahora frío
y desnudo estaba cubierto por bellas alfombras rojas con bordes
amarillos y en las paredes colgaban muchas antorchas que daban
bastante iluminación. Parecía como si hubiera sido ayer cuando los
Jendarios iban y venían por la pequeña ciudad, con sus propias
reglas, su propia forma de transacción e incluso su propia bandera. Y
ella al fondo en su trono, firme en sus ideas. La vio. Sus ojos azules,
la vio en un bosque y…
—¿Le pasa algo? –le preguntó uno de los coordinadores, al ver que
le estaban temblando las manos.
—No, nada –respondió—. He terminado, partimos en media hora.
To Ual se levantó y caminó hacia las afueras de la ciudad.
—¿Quieren echar un vistazo? –les invitó Dogi a Marlon, Damila,
Adam y Lourdes.
Conscientes de que nunca más volverían, los jóvenes le
siguieron. Subieron escaleras, contrario a To Ual, llegando al
segundo piso. Había dibujos trazados en las paredes, como personas
221
de grandes ojos y caras alargadas; también círculos alrededor de
triángulos. Dogi se detuvo y pasó su dedo índice entre las ranuras
que dejaban en la pared la forma de un rombo con un círculo dentro.
—Este lugar es tétrico –comentó Adam—. ¿Escuché mencionar
magia oscura?
—Oh, no teman –trató de tranquilizar Dogi.
—Ahora resulta que teméis a los espíritus –mencionó Lourdes.
—¡No es así! –se defendió Adam-. Yo hasta he ido a cementerios a
las doce de la noche.
—Eres un pillo, tío.
Damila siguió subiendo escaleras, Marlon fue detrás. Estaban
en el tercer piso. Dogi y los otros dos chicos habían quedado abajo,
contemplando una especie de cabeza que parecía ser de oro. ―La
habrán olvidado‖ comentaron escuchar al guardia.
—A mi padre le encantaría este lugar –mencionó Damila, parándose
a mitad del puente de piedra. Marlon detrás le escuchaba:—. Él es
222
arquitecto, no vive con nosotros y... no sé si ya sepa de mi
desaparición.
—Creo que ya lo debe de saber –la animó Marlon—. Los nuestros
nos deben de estar buscando, así como a Adam le buscan. Sin tan
sólo los celulares funcionaran.
—Yo no tengo móvil como vosotros –le dijo ella—. Lo olvidé en la
mesa del restaurante donde estaba con mi madre cuando To Ual fue
por mí. Y…
Cruzaron el puente y se hacían paso a un salón muy
iluminado, donde las paredes eran azules y había estatuas de
hombres con batas y espadas hacia arriba, todos pareciendo defender
a cinco encapuchados. Los rayos del sol pasaban por encima de los
hombros de aquellas personas sin vida. Al fondo vieron un trono de
metal entre las estatuas.
—¿Has sentido que este lugar no es tan desconocido? –le pregunta
Damila.
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Marlon niega con la cabeza, luego de un momento lo piensa
mejor y dice:
—¿Sientes que habías estado aquí antes?
—No, no, en este lugar no. Me refiero al continente oculto, que así le
llaman, siento que no me es desconocido del todo. Es como si yo
supiera desde antes que este día llegaría, el de estar aquí, el que To
Ual hubiera venido por mí. Una parte de mí le esperaba.
—¿Tú escuchaste los llamados también, verdad?
—Llega su momento, decía esa voz. ¿Lo has analizado?
—¡Así que aquí están! –dijo alguien, y al girarse se encontraron con
Dogi, y detrás Lourdes y Adam.
—¡Wow! –soltó Adam—. Esos deben de ser los cinco, ¿verdad? Qué
estatuas.
Marlon y Damila intercambiaron una mirada que parecía
dejar en claro que existía un tema pendiente. Lo que no sabían es que
pasaría mucho tiempo para que volvieran a estar solos y platicaran
del tema. El destino estaba por cambiar la jugada.
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Dogi se acercó al trono y se hincó ante él, con las miradas
curiosas detrás. Cruzó los brazos en señal de cruz y se quedó un
buen rato así, hasta que se levantó y les dijo que era momento de
regresar. To Ual y los guardias les esperaban afuera; los conductores
ya estaban en los Viltersax.
—La capital está a tres horas, llegaremos al anochecer –anunció To
Ual; luego se dirigió a los jóvenes—. Mañana a temprana hora
estarán ante ella. Por fin conocerán y tocarán la Sordouch, y ella se
los agradecerá enormemente.
Diciendo esto subió al Viltersax. Lourdes se cruzó de brazos
y lanzando un suspiro fue la primera que subió al otro. Marlon se
sentó junto a Adam, quien tomaba fotografías con su celular a la
última ciudad de los Jendarios; dos, una de cerca y otra cuando se
alejaban.
225
Capítulo 13 Los que fallaron
Había anochecido cuando llegaron a la capital. Primero creyeron que
a lo lejos se encontraba un espectáculo de fuegos artificiales, o que
se trataba de alguna aurora boreal, pero no fue así; al acercarse
comprobaron las grandes y aluzadas estructuras de los edificios de la
capital, ciudad que contrastaba del todo con los pueblos que con
anterioridad habían visto, como Roxs, Vanela o una sencilla y
humilde Alrada.
En lo alto, la ciudad se conectaba por puentes iluminados con
cientos de foquillos, y en el centro destacaba un edificio con una
estrella de color zafiro tridimensional, que aluzaba hacia todos lados,
como un faro de seis picos. Iban entrando cuando se dieron cuenta
de la presencia de más Viltersax siendo conducidos por las calles o
algunos estacionados. Vasgols bien vestidos, con sombreros y botas
elegantes, iban y venían por las calles, unos con libros y otros con
bolsas de compras. Era una metrópolis oculta a las demás metrópolis
del mundo. Y Marlon estaba seguro que de saberse su existencia
226
muchas grandes ciudades quedarían atrás. Porque era maravillosa,
por ejemplo, la escultura de los Cinco por la que recorrían torrentes
de agua que daban a parar a la base cristalizada.
Se estacionaron en las afueras del edificio con la estrella. Los
guardias siguieron andando por otra calle, y Humberto explicó que
iban a dejar los caballos a una estancia especial. To Ual dio un salto
al suelo, saliendo después los coordinadores y el consejero; éste
último se tronó los dedos y el cuello, de lo cansado que le había
resultado el viaje.
Sin esperar a los guardias, entraron al vestíbulo y fueron
recibidos por el señor alto de la capital. Era un anciano de barba
grande, que usaba un saco azul sobre una playera oscura. Llevaba en
todos sus dedos anillos, y al verles llegar dio un fuerte abrazo a To
Ual, y luego miró con mucha atención a los cuatro jóvenes.
—¿Crees que sean ellos esta vez? –le preguntó el anciano a To Ual,
sin reparos, a lo que el Vasgol pareció molesto, lo tomó del hombro
y lo llevó hacía unos sillones de piel roja que estaban al fondo.
Desde allí platicaron en voz baja.
227
—En unos momentos les darán sus habitaciones –comentó el
consejero a los chicos.
—Eso espero, muero de sueño –dijo Adam, y seguido lanzó un
bostezo.
Había guardias de la capital fuera del elevador, y desde una
especie de recepción eran mirados por dos damas y un joven
uniformado.
—¡Oh no! –había lanzado el señor alto de la capital, y es que To Ual
le acababa de contar la caída del de Vanela.
Los dos hombres se levantaron por fin de los sillones y
regresaron a la entrada. El señor alto hizo señas a un guardia para
que se acercara.
—Llama al capitán Logurus, necesito hablar con él.
El guardia asintió y salió corriendo del edificio.
—¿Harás que vayan por ellos a estas horas? –preguntó To Ual.
228
—¡Pues claro! El cuerpo del señor alto de Vanela no puede estar
echado así como si nada en medio del bosque, tienen que encontrarle
ahora.
El consejero y los coordinadores intercambiaron miradas,
dando su consentimiento.
—Es que usted entenderá…
—¡Nada! –riñó el señor alto, sin querer escuchar el reparo, pero To
Ual insistió:
—Puedo prestarle a uno de mis hombres para que acompañe a los
suyos y los lleve al lugar donde fuimos atacados.
—Sí, esa es buena idea.
Tras decir esto el anciano se cruzó de brazos y se puso frente
a Adam. Le tomó con sus delgadas manos la cabeza y la examinó
como si fuera la de una pieza de plástico. Le levantó el mentón y le
estiró un cachete. Luego se dirigió a Damila, a la cual le alzó un
brazo, le pasó una mano por la cabeza y manteniéndola en la misma
distancia, sin bajarla, la llevó hacia el cuerpo de Lourdes, pero
229
sobraba, pues ésta era más pequeña. La bajó para darle tres leves
golpes en la cabeza, a lo que la chica lanzó un bufido, y luego la
volvió a alzar para llevarla al cuerpo de Marlon, pero la mano esta
vez topó con la barbilla.
—Curioso –comentó.
—¿Piensa que es mejor que vayan ahora? –le preguntó To Ual.
—¡Sí! –respondió el señor alto, volviendo a cruzar sus manos por
detrás y poniendo una expresión fría—. Sino son ellos es mejor
saberlo hoy, para qué hacernos esperanzas. Pero sí lo son entonces
que vayan a descansar mucho, que mañana será un día pesado.
—¡No es justo! –soltó entonces uno de los coordinadores, y el otro
trató de calmarlo. Se había puesto rojo y se notaba su evidente enojo
a algo que los chicos desconocían. Los cuatro sólo observaban, hasta
que Marlon preguntó:
—¿Adónde tenemos que ir?
To Ual se cruzó de brazos y prefirió mirar hacia afuera. ¿Qué
estaba pasando? ¿Por qué todos estaban de pronto actuando tan raro?
230
—Síganme –les pidió el señor alto.
Subieron con él el elevador, dejando en el primer piso a To
Ual con los otros tres Vasgols. El señor alto no pronunció ninguna
palabra hasta que las puertas se abrieron. Se encontraron con un
pasillo muy iluminado y que daban las ventanas vistas a la ciudad.
Estaban en uno de los últimos pisos, pues era mucha la altura.
Algunas personas que pasaban saludaban con la cabeza al anciano y
luego miraban con interés a los chicos. A mitad de camino el señor
alto se detuvo ante una ancha puerta de metal e introdujo lo que
parecía ser una tarjeta. La puerta accedió.
El siguiente pasillo estaba algo oscuro, apenas iluminado por
luces rojas. El piso estaba compuesto por rendijas de metal muy
juntas, lo que hacía que se escuchara el eco de sus pasos.
—¿Hacia dónde nos lleva? –preguntó Damila, con un toque de
miedo.
—Vamos a que les hagan la prueba –respondió el anciano, yendo a
paso rápido—. Sólo será un piquetito y listo.
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—¿Piquetito? ¿Sangre? –preguntó Adam, quien odiaba las
inyecciones.
—¿Por qué? –quiso saber Marlon.
—Necesitamos estar seguros de que ustedes son los indicados para
tocar la Sordouch –respondió el señor alto—. Y para eso tenemos
una parte del templo que crearon los Cinco para custodiarla. Si esa
parte reacciona a ustedes, o su sangre como dice este chico, entonces
eso significa que son… aptos, por así decirlo.
El señor alto tomó por un recodo. La oscuridad era más
presente, pues una lámpara de las rojas terminaba ahí. Cuando
regresó la iluminación comprobaron que el anciano se les había
perdido.
—¿Dónde se habrá metido este vejete? –gruñó Lourdes.
Vieron a Adam de puntillas, pegado a la pared, mirando algo
por una ventanilla. Mantenía la boca abierta, y para comprobar que
era cierto lo que había estado viendo, tentó la pared enseguida de la
ventanilla y sintió el picaporte de una puerta que apenas se
232
vislumbraba; la abrió e ingresó. Marlon, Damila y Lourdes le
siguieron, aunque segundos después hubieran querido no hacerlo.
La habitación era algo ancha y alta, iluminada por una
especie de contenedores de cristal que estaban en el fondo, grandes,
muy juntos unos de otros y formando medio circulo a mitad del
espacio. Adam miraba incrédulo, y pronto los demás, al darse cuenta
de lo que había dentro.
Eran cuerpos desnudos y blancos, de personas jóvenes,
hombres y mujeres. Flotaban cinco en un primer contenedor lleno de
agua, cinco en otro y cuatro en el último. Algunos daban la espalda,
y otros de frente con la cabeza agachada y la boca abierta, sus
cabellos ondulando en el agua. Marlon se acercó para leer lo que
decía la placa de metal que estaba en el centro del contenedor:
Nombres: ∞
Edad: 19
Proyecto: Los que fallaron.
233
—¿Qué edad tienen ustedes? –preguntó un asustado Marlon,
dándose cuenta de que nunca les había escuchado decir eso.
—Diecinueve –respondió primero Lourdes.
—Diecinueve –dijo también casi al mismo tiempo Damila.
Adam asintió para confirmar lo que Marlon temía. El último
contenedor tenía a cuatro, y ellos eran cuatro… un escalofrío les
recorrió. La puerta volvió a abrirse.
—Ustedes, ¿qué hacen aquí? –soltó el señor alto, con voz
temblorosa—. Anda, salgan… de aquí.
—No… ¡No! –gritó Marlon, y ya no pudo callarse—. ¡¿Qué es lo
piensan hacernos?! ¿Qué les hicieron a ellos? –Y señaló a los que
fallaron.
—No están muertos –trató de tranquilizar el anciano, con las manos
levantadas—. A ustedes no les pasará nada, no teman, ellos no son…
Pero el señor alto no pudo seguir hablando. La mano derecha
se le estaba doblando, como si un fantasma le estuviese atacando. Un
fuerte viento recorrió la habitación.
234
—Marlon no… —decía Adam—. No lo hagas.
Una rabia le inundaba. Veía al viejo sostenerse de un
barandal, las luces rojas de la habitación se prendieron. Raúl
Bontiréa en el bosque… la cabeza le había explotado y… Se detuvo.
Sintió un mareo y Damila pudo sujetarlo antes de que cayera. El
señor alto respiraba aliviado, pero miraba con los ojos de par en par
a Marlon, sin poderlo creer. El viento se había detenido y las luces
rojas habían vuelto a apagarse, siendo la única iluminación la de los
contenedores.
—Son… Sí son ustedes –dijo el señor alto, volviendo poco a poco a
respirar normal. Marlon también ya estaba recuperando energía—.
No les pasará nada, no teman, por favor.
Ese señor alto les daba algo de lastima y parecía más
confiable incluso que el anterior, el de Vanela. El viejo se dio media
vuelta y le siguieron. Caminaron por el pasillo oscuro hasta llegar a
un salón ancho y circular. Había sillas ante mesas cortas de metal,
una pantalla que pasaba datos verdes a muy rápida velocidad y en el
techo guardias con cascos portando largas pistolas negras.
235
—Tomen asiento, chicos –les pidió una joven con uniforme blanco.
Era de tez morena y de cabello en roles. El señor alto asintió con las
manos hacia adelante para alentarlos.
Marlon, Damila, Adam y Lourdes tomaron asiento cada uno
en su escritorio
—Coloquen su brazo izquierdo así –les pidió la mujer, tomando el
brazo de Damila y colocándolo estirado sobre la mesa, de tal manera
que la palma de la mano quedara hacia arriba.
Adam tragó saliva, su premonición se cumpliría. La mujer
fue a un escritorio y tras unos segundos regresó con una charola que
contenía cuatro jeringas y algodones. Empezó con Damila, a quien le
sacó un poco de sangre de la vena. Al terminar le dio un algodón
para que se limpiara. Esto mismo hizo con los otros tres, luego se
quedó en el centro de la habitación con la charola en las manos.
—Está hecho –dijo a uno de los guardias de arriba, quienes todo
habían observado. El hombre asintió y de la pared presionó un botón
amarillo en forma de rombo. Se escuchó el sonido de algo abrirse en
236
el techo y de entre las cuchillas que se hicieron a un lado fue bajando
un pedazo de piedra sostenido por unos gruesos lazos negros.
La mujer dejó la charola en el suelo y tomó una jeringa.
Vació la sangre sobre la piedra. Mientras hacía lo mismo con las
demás, el señor alto les dijo:
—Esa piedra forma parte del templo que crearon los Cinco para
custodiar la Sordouch. Es la única parte que se ha logrado quitar,
pues está hecho de una piedra muy especial. Se dice que el templo
sólo se abrirá al llamado de los destinados a tocar la Sordouch, si
ustedes son debería…
Se quedó callado para ver si había una reacción a la piedra.
Los guardias levantaron sus armas. Marlon temió lo peor, pero
entonces la piedra empezó a brillar, no como una luz blanca o
amarilla, sino como si estuviera hecha de cientos de cristales
preciosos. La mujer de blanco se llevó las dos manos a la boca y los
ojos se le llenaron de lágrimas.
—Sí son, sí lo son –decía.
237
Los guardias bajaron sus armas de nuevo, dejándolas en el
suelo a un lado de ellos, y todos, los ocho que eran, cruzaron sus
brazos en señal de cruz. El señor alto estaba con la boca abierta.
—Mañana –dijo por fin—, ustedes entrarán a ese templo y tocarán la
Sordouch, porque ustedes…
—No fallaron –terminó de decir Damila.
Al pasar de regreso por el pasillo donde estaba la puerta un
escalofrío les recorrió. El lado más oscuro de los Vasgol había
aparecido, Cree le advirtió en Vanela a Marlon: Ni los Doztrax son
tan buenos como los Vasgols, aunque deberían confiar un poco más
en estos últimos. Todos se mueven entre sí. Tienen que estar atentos.
—Ellos duermen, despertarán un día y se les dará una vida digna en
el continente oculto –explicó el señor alto con frialdad cuando iban
en el elevador, refiriéndose a los que fallaron—. Ellos no pueden
regresar a sus países y contar lo que han visto.
Un segundo escalofrío recorrió a Marlon.
238
—¿Y nosotros? Cuando toquemos la Sordouch, ¿nos harán lo
mismo? –quiso saber.
—No, por supuesto que no. Estaremos tan agradecidos que ustedes
podrán regresar, incluso si nos preocupa el hecho de ser
descubiertos.
No, no, algo no cuadraba, pensaba Marlon. De pronto estaba
más esparcido el rompecabezas. Y los demás pensaban lo mismo.
—¿Y si huimos? –les murmuró Lourdes cuando estaban sentados en
los sillones rojos del vestíbulo, algo alejados de los demás. El señor
alto daba emocionado la noticia a To Ual de que ellos sí eran los
indicados, y él hombre recibía felicitaciones por parte del
coordinador y el consejero, quienes no paraban de decirle que había
hecho un buen trabajo.
—¿Huir a adónde? –le preguntó Adam—. No sabemos ni en qué
parte del mundo estamos, y ni siquiera sabemos cómo salir de este
continente, ¿o tienes alguna idea?
239
—Podemos buscar algún escondite en lo que encontramos una
manera de irnos –respondió.
—No lo sé –dijo Damila—. Siento que podríamos huir y empeorar
las cosas. Lo mejor es dejar ver qué ocurrirá mañana.
—Confiar, una vez más –soltó Marlon.
—O morir –agregó Lourdes.
Los cuatro no dejaban de pensar en esos pobres jóvenes
inocentes. ¿Qué había pasado cuando no habían resultado ser los
indicados? ¿Esos guardias que en la parte alta de la habitación de la
que venían les habían disparado algo para dormirlos? ¿Dejarles
inconscientes para después ponerlos como maniquíes dentro de esos
contenedores?
To Ual les acompañó a sus habitaciones, las cuales estaban
en el último piso del edificio. Por las ventanas se veía fuerte la luz
que lanzaba la estrella de color zafiro. Marlon fue el último en ser
guiado por el Vasgol.
240
—El señor alto me ha contado lo ocurrido –le dijo To Ual antes de
que el chico ingresara a la habitación—. No teman, serán regresados
cada uno a su país tal y como les traje. Ahora nos tocará a nosotros
confiar en ustedes.
—Eso espero.
To Ual le puso una mano en el hombro.
—Han sido valientes –le dijo—. Descansen, que mañana por fin la
verán.
Marlon se encontró solo en tan enorme habitación,
acurrucado en medio de la gran cama. Los ventanales cubiertos por
unas cortinas rojas de tres metros de altura. Había cenado algo de
comida que estaba en la mesa, y luego de lo cansado que se sentía se
acostó. Lloró, por primera vez desde que había llegado. Y por
primera vez en su vida se hizo la pregunta existencialista que
entendería definía u definiría a la existencia humana:
―¿Quién soy?‖. Pero él estaba en todo su derecho.
241
Capítulo 14 La tristeza de Lourdes
A la mañana siguiente, y antes de partir, hubo un desayuno de
despedida. El señor alto y To Ual presentaron a los guardias que
acompañarían a la misión final. No sólo los de Vanela y Quevedo de
Alrada, sino también otros diez más que pertenecían a la capital. El
templo donde se decía que estaba la Sordouch quedaba a tan sólo
una hora de viaje.
Marlon no quiso comer mucho. Sentía que era muy temprano
para tanta comida que estaba servida en la mesa. A un lado del
guardia Dogi se encontraba la enfermera que el día anterior les había
sacado sangre, y notaba su mirada sobre ellos. De vez en cuando le
susurraba algo emocionada a Dogi, quien asentía y agrandaba sus
ojos.
Fuera del edificio la multitud se congregaba para despedirles.
Familias que movían banderillas blancas y que cuando vieron salir a
los cuatro jóvenes aplaudieron contentos. Humberto le pidió a los
chicos que subieran rápido al Viltersax, sino querían ser arrollados.
242
To Ual se despidió del señor alto y, acompañado de los
coordinadores y el consejero, subió al siguiente Viltersax. Los
jinetes alrededor, ahora diecinueve. De esa manera los viajeros
abandonaban la capital, siendo bien despedidos por su gente.
La estrella de seis picos fue quedando atrás y regresaron los
paisajes del campo abandonado. Los jinetes se mantenían atentos,
sabían que ahora que estaban más cerca de la Sordouch lo Doztrax
no dudarían en atacar.
—¿Te ocurre algo? –le preguntó Adam a Lourdes.
Pero la chica no respondió. Tenía su cabeza contra el cristal
de la ventana, con sus ojos perdidos. Adam se encogió de hombros y
puso sus brazos detrás de la cabeza, poniéndose cómodo.
—Es la primera vez que paso de la capital –comentó Humberto—.
Mi padre me advirtió sobre estos lares.
—¿Es peligroso adonde vamos? –le preguntó Marlon.
—No debería, son terrenos abandonados.
—¿No está por aquí la guarida de los Doztrax? –preguntó Damila.
243
—No, eso está al sur, por las tierras de ceniza.
—Antes han intentado abrir el templo, ¿verdad? –quiso saber
Marlon.
Humberto pensó antes de responder:
—Sí, lo han intentado, tanto Doztrax como Vagols, y no dudo que
hasta Jendarios, pero no han podido, es simplemente impenetrable…
excepto para ustedes.
—¿Por qué? –preguntó Adam, a quien le tocaba dar la espalda y
estar de frente a Marlon y Damila.
—Chicos, ¿cuántas veces han hecho esa pregunta? A ver… ¿alguien
les ha respondido lo que de verdad quisieran?
Y Marlon recordó: ni Juar, ni Baros, ni Aliresazz, ni los
Bontiréa, ni siquiera To Ual, ni Cree.
—¿Somos los primeros que logramos pasar de la capital? –preguntó
con temor a la respuesta.
—Sí –respondió Humberto con tristeza.
244
Durante el viaje hacia el templo no fueron atacados por los
Doztrax, porque cuando llegaron se dieron cuenta que los Doztrax ya
estaban allí. Habían llegado primero que ellos y vigilaban la entrada
principal del templo. Les vieron desde arriba, desde lo alto de una
colina. Estacionaron los Viltersax y los guardias bajaron de sus
caballos. Les sirvieron los arbustos y la lejanía para no descubrirse.
Marlon vio por fin el templo, allá abajo, y a algunos cincuenta
Doztrax, todos de negro, con sus espadas, pistolas, hachas y lanzas,
vigilando la entrada principal.
—Se cumplió mi mayor temor –comentó To Ual, mientras su cabello
se movía por el viento de aquella mañana.
—Podremos ir nosotros a atacar y dejarles el camino libre –comentó
un guardia de la capital, pero To Ual negó.
—No, eso sería demasiado arriesgado. Sabrían que estamos muy
cerca y vendrían a buscar a los chicos. No podemos ponerlos en
riesgo.
El templo donde estaba la Sordouch era grande y construido
de piedra blanca. En su entrada principal se miraban cuatro pilares
245
sobre las escalerillas. Algunos Doztrax estaban sentados en círculos.
Parecía que allí habían pasado la noche. Otros estaban como
centinelas ante la puerta principal, la cual también se veía era de
piedra.
—¿Entonces qué propone? –preguntó el Consejero.
—Tenemos que pensar en una manera de que los chicos entren al
templo sin ser vistos.
Fue cuando Dogi se acercó, con torpeza levantando una
mano.
—En el libro ―Textos de un viaje‖, ¿alguien lo ha leído?
Los guardias se voltearon a ver.
—Deja de hablar tonterías –le pidió José.
—No, no, escuchen. En el libro Textos de un viaje se menciona que
existe una segunda entrada en el templo.
—¿Una…? –soltó To Ual.
246
—Sí, sí. ¿Qué no lo han leído? La entrada secreta se haya al oeste,
pequeña piedra salida, abertura para un cuerpo delgado, así dice, así.
—Si existiera esa entrada ya muchos hubieran entrado –mencionó
Quevedo.
—No, no… hay una ilustración. La entrada está bloqueada y
supongo también podrá… desbloquearse si uno de ellos la toca.
—Podría ser –dijo To Ual cruzándose de brazos.
—¡Pues no estaría mal intentarlo! –soltó un coordinador.
—Sí, pero hay que pensar todo con mucho cuidado –opinó To Ual.
De esa manera el líder de los guardias de la capital, José de
Vanela, el Consejero y To Ual se unieron algo alejados de los demás,
cada uno dando su mejor estrategia. Los cuatro jóvenes sólo habían
mirado y escuchado todo. Por primera vez Marlon sintió que era una
de las personas más importantes del mundo.
—Ustedes relájense –les pidió el coordinador que se había
quedado—. Todo saldrá bien. Antes del atardecer estarán de vuelta
en sus casas.
247
A Lourdes no pareció gustarle ese comentario. Soltó una
palabra que apenas y escucharon y se introdujo entre los matorrales.
Marlon la siguió. Por un momento temió que hubiera huido, tal y
como lo había mencionado anoche. Pero no fue así, la encontró
recargada a un árbol, mirando las aguas tranquilas de un río. Un
pájaro chiflaba.
—¿Estás bien? –le preguntó.
Lourdes giró para verle.
—Es sólo que –dijo, dándole de nuevo la espalda—, todo está por
terminar; tocaremos a la Sordouch y dicen que nos regresarán a
nuestros países. Sabéis una cosa… son tonterías, lo sé, pero eso me
pone algo triste. He llegado a tomarles cariño, a ustedes, incluso a
Adam que no ha dejado de darme la contra. Cuando todo acabe
regresará la realidad.
—Pero Lourdes, esta es también realidad –corrigió Marlon.
—No me entiendes –Se quedó callada unos segundos, soltó su mano
del tronco del árbol y le miró con los ojos más tristes con los que
248
alguien había mirado a Marlon—. Mis padres fallecieron cuando yo
era una cría. Me llevaron a un orfanato… en Madrid. Estar allí me ha
hecho conocer poco el mundo, han sido buenas personas, no puedo
negarlo, pero… no me he sentido en un hogar. Allá estoy
desequilibrada, le he roto el corazón al chico que me quería –Se sobó
la rosa negra en su brazo—. Estar aquí, en cambio, me ha permitido
ver el mundo, sus paisajes y conocer el mar. Yo nunca he salido de
España, no me importa si este es un continente oculto a la vista de
los demás, para mí es ya un segundo hogar que me ha acogido…
pero eso, repito, todo lo que digo, son tonterías.
—No, claro que no –la calmó Marlon. Luego de un silenció en el
que Lourdes volvió a recargar su cuerpo en el árbol, el chico
añadió:—. Este paisaje, con este río y la luz del día reflejándose, le
vi en el cuadro de una pintura de una tía. Pero es imposible, ¿no?
¿Cómo pudo un pintor de nuestros lados venir a estas tierras?
Lourdes se giró y le sonrió.
—He visto cómo te mira Damila –le dijo—. Ella encuentra valor en
ti.
249
—¿Ella… me mira a mí?
—¡Sí! Y tú a ella.
Se escucharon los pasos de alguien bajando y pronto
distinguieron a Dogi.
—Vengan, ya han tomado una decisión.
To Ual explicó el plan una vez estuvieron todos reunidos de
vuelta. Nada debería fallar. Bajarían la colina, él y otros cinco
guardias acompañando a los jóvenes, en busca de la entrada secreta.
En caso de ser descubiertos los otros catorce guardias saldrían al
ataque, tratando de defender en todo momento a los chicos y que los
Doztrax no se acercaran a ellos.
Damila se sobaba los brazos y se mordía el labio inferior.
Siguieron a To Ual y los cinco guardias, bajando la colina. Se iban
ocultando entre los árboles y tratando de tomar camino algo alejado
a la vista de los Doztrax. El templo se iba distinguiendo cada vez
mejor. Se escuchaban ya las voces de los Doztrax, sus risas e incluso
sus entrenamientos con espadas. El lado oeste era justo donde
250
estaban ellos, la entrada secreta debería verse incluso a tal distancia.
Llegaron al punto de estar justo enfrente de todos los Doztrax, y el
templo a tan sólo unos pasos. De pronto la fuerza del viento
incrementó. Los arbustos se movían con fuerza y del cielo se
escuchaba un rugir. Los Doztrax lanzaron gritos y algunos se
levantaron. Todos en alerta miraban hacia el cielo.
Una nave plateada iba bajando frente a ellos y el templo. To
Ual la reconoció enseguida como la suya. Hubo polvo y más viento
cuando por fin la nave aterrizó. Los Doztrax esperaron. Marlon y los
chicos observaban también atentos. Los guardias cargaron sus armas,
Quevedo sacó su espada.
—No hagan nada –pidió To Ual.
—¡Pero pudieron vernos desde las alturas! –advirtió el capitán.
—Sí, pero…—La puertilla de la nave se abrió. Por ella bajó primero
Cree, seguido de Liad Sorbin, el hombre de las cenizas—. Ellos no
son enemigos.
251
Capítulo 15 Ojos que miran el resplandor
Los Doztrax sabían que los dos Vasgols tenían algo que decir, no
pensaban que fueran tan valientes como para ellos solos quererse
enfrentar a su ejército. Así que el líder se hizo paso entre sus
soldados y se puso frente a ellos. Era alto y de espalda ancha, con
dos líneas blancas pintadas desde los ojos hasta la mandíbula. Tenía
sólo un mechón de pelo en la coronilla, y arrastraba en el suelo el
filo de su espada. Cree habló primero:
—Soy ex soldado del ejército de Vanela, en el este. Mi acompañante
pertenece a los Sorbins, su nombre es Liad.
—El hombre de las cenizas –masculló el líder Doztrax—. ¿Debes
pensar que le dejaremos pasar?
—Es por el bien de todos, tanto de ustedes como nosotros, y él está
dispuesto.
252
Liad asintió, luego dio unos pasos para ponerse al lado de
Cree. Sus palabras fueron:
—Pienso pagar por el pecado que mi ancestro cometió. Con mi
perdida la Sordouch será destruida, lo única que pido es la
aceptación de mi pueblo, el que les dejen en paz.
Ante tal comentario varios Doztrax rieron, pero su líder
levantó una mano para advertirles que era mejor callar.
—¿Qué ganamos nosotros con eso? –dijo—. Lo que queremos es
que la Sordouch viva y permanezca en equilibrio con la tierra. La
queremos para nosotros.
—Eso es imposible –le dijo Cree—. La Sordouch se está muriendo y
tiene que ser destruida de la mejor manera. Si muere por si sola
entonces todos sufriremos las consecuencias.
—¡Falso! –gritó el Doztrax—. No nos convencerán. Les hicieron
venir, a cuatro. No deben de tardar en llegar y ellos la tocarán, tan
sólo les estamos esperando. Cuando la toquen nos haremos de la
Sordouch.
253
—Ellos no vendrán, fallaron –mintió Cree.
—No, sabemos que no.
Y el jefe de los Doztrax lanzó una carcajada, pero ningún
otro se atrevió a imitarle. Su líder era muy raro y podría matarles de
improviso.
—¿Quién es el que viene con Cree? –preguntó Damila desde lejos,
oculta con los demás, quienes atentos observaban pero no
escuchaban muy bien lo que decían.
—Es Liad Sorbin –le respondió To Ual—. El hombre de las cenizas
y representante de la estirpe Sorbin. Él quiere pagar con su vida el
precio de su ancestro Sed Sorbin por haber cometido el pecado de
mirar el resplandor.
Marlon se dio cuenta que Liad aún era joven, y aunque
trataba de mostrarse valiente había algo en su mirada que denotaba
temor. ¿Por qué tendría él que pagar por algo que un ancestro hizo
cientos de años atrás? ¿Pagar con su vida?
254
—Pareciera que Cree quiere convencerlos de que se vayan –comentó
el capitán de los guardias—. Deberíamos esperar a ver si lo
consigue.
—Por supuesto que no lo hará –soltó To Ual.
—¡Están empuñando sus armas! –hizo notar Adam, a lo que To Ual
le indicó con un dedo en la nariz que bajara la voz.
Aunque en efecto, Cree mantenía una mano en la pistola
plateada que le colgaba del cinturón y Liad estaba empuñando su
espada.
—Les convendrá dejarlo pasar por las buenas –decía Cree—. Es
tiempo de la unión entre su pueblo con el mío. No tienen opción. La
Sordouch dejará que el templo abra sus puertas en cuanto Liad las
toque, pues entenderá que viene a pagar el pecado que Sed Sorbin
cometió años atrás. Déjenlo que pague con su vida, nos convendrá a
todos.
—Qué pase –le dijo el Doztrax—. Aunque tal vez no llegue con vida
a la Sordouch.
255
Fue así como inició la batalla, como en los viejos tiempos.
Hacía tanto que Cree no luchaba, y era la primera vez que Liad tenía
la oportunidad de descargar tanta furia contenida. El líder tan sólo
dio unos pasos hacia atrás, dejando que sus hombres atacaran. Los
Doztrax lanzaban hachazos o sus lanzas, pero Cree con su arma daba
disparos por todos lados. Liad encajaba en estómagos, rajaba piernas
o cortaba cabezas. Pero no iban a poder los dos solos. Desde lo alto
de la colina se dejaron venir los demás jinetes Vasgols que habían
quedado, catorce como fuegos lanzados desde una catapulta. Los
Doztrax señalaban y gritaban a sus compañeros de la nueva
amenaza.
—¡¿Qué hacemos?! –preguntaba Marlon desesperado—. ¡Tenemos
que entrar al templo ahora!
—No, no –le paraba To Ual—. Sería demasiado peligroso.
—Pero es la oportunidad, ¡la entrada secreta!
Pero To Ual insistía que no. Para él era más importante
mantenerlos ocultos. Desde lejos miraban a los hombres caer. Un
Vasgol fue tomado por sorpresa con una lanza y cayó al suelo. El
256
jinete Dogi se hizo de dos Doztrax en cuanto llegó, y bajando de su
caballo les esperaba con su espada y su pistola.
—¡Tenemos que apoyarles! –decía Quevedo.
—No, ellos podrán –aseguró To Ual.
Pero lo cierto es que eran más Doztrax que Vasgols, y el líder
de los primeros se regocijaba en la entrada del templo, acompañado
de los centinelas. Cree recibió un disparo en el hombro derecho.
—¡No! –fue el grito que vino desde el bosque, y fue como si la
batalla se hubiera detenido para que todos vieran venir corriendo a
Damila. Al líder se le agrandaron los ojos. Todo resultaba mejor de
cómo lo pensó.
Cree cayó al suelo y Damila se hincó ante él. Un Doztrax se
acercó a la chica y estuvo a punto de cortarle la cabeza con su espada
cuando escuchó la orden de una voz que conocía muy bien:
—¡No lo hagas! No deben morir –soltó To Ual, apareciendo en el
campo de batalla y juntándose con los suyos… con los Doztrax.
257
Damila se quedó con la boca abierta. ¿To Ual dándole
ordenes al supuesto enemigo? El Doztrax asintió y bajó la espada.
—¿Dónde están los demás? –preguntó el líder a To Ual, y éste
señaló hacia los arbustos.
—¡No! –gritó Cree, haciendo a un lado a Damila y cubriéndola.
—¡Marlon ha entrado al templo! –gritó entonces el capitán de los
guardias Vasgols, saliendo también al campo de batalla. To Ual
frunció el entrecejo, se sacó una pistola dorada de entre su bata y
disparó al soldado.
—Idiota –murmuró.
Las puertas del templo se abrieron. Liad Sorbin había posado
sus manos sobre ellas. Los centinelas yacían muertos en el suelo, y el
líder Doztrax jadeaba con una herida en el brazo.
—¡Tras él! –gritó furioso.
Pero los guardias Vasgols no dejarían que muchos Doztrax
entraran. Antes de que las puertas volvieran a cerrarse, sólo el líder y
258
otros dos Doztrax pudieron entrar. Dentro estaba Marlon ante la
Sordouch, y Liad Sorbin iba a con él.
Marlon había corrido hacia la entrada secreta en cuanto vio
que Damila salió del escondite tras Cree. No, se había dicho, yo no
puedo ver cómo la matan. No, esto tiene que terminar, debo tocarla.
Y sin previo aviso había corrido hacia la piedra salida en el lado
oeste del templo. Al tocarla ésta brilló, tal y como la piedra en la
habitación de la capital donde les habían sacado sangre; lo que había
estado tapando la entrada secreta al templo se había hecho a un lado,
sólo un momento para que él ingresara.
El templo era alto y grande. Había pilares a los lados y el
suelo parecía ser de mármol. La luz provenía de tres huecos en el
techo, cada uno separado por dos metros. Los huecos tenían
ventanas. En las paredes se encontraban pinturas de los Cinco,
tomados de las manos y mirando en dirección hacia donde se
encontraba su creación.
La Sordouch apenas brillaba, era muy grande, la piedra más
preciosa que el chico había visto. Estaba inclinada, como parada, y
259
en el medio había un diminuto punto dorado que apenas brillaba. La
Sordouch tenía varios golpes, le faltaban pedazos, como si se hubiera
caído de algún lugar y se hubiera quebrado; ello era más que una
joya. La Sordouch se estaba muriendo, y por alguna extraña razón al
chico le dieron ganas de llorar. En algunos puntos la piedra brillaba
apenas, pareciendo que tenía un sistema respiratorio que trabajaba
con toda la fuerza posible. Parecía un pulmón a punto de morir.
Marlon sabía lo que tenía que hacer, simple y sencillamente tocarla.
Levantó sus brazos y se vio las yemas de sus dedos, y de nuevo esas
preguntas surgieron… ¿Por qué yo? ¿Qué tienen mis dedos que no
tengan los de otra persona?
La imagen de su casa llegó a su cabeza, la imagen de su
madre y de su padre, nunca había tenido tantas ganas de verlos como
en ese instante. Era estúpido, ¿cómo una piedra puede morirse? ¿Qué
maldita sea era aquella cosa? ¿Por qué le daban ganas de echarse a
llorar y no tener el valor de tocarla simplemente? «Hay pasos» le
dijo una voz en su cabeza, «Un libro que fue robado».
260
—¡No la toques! –le gritó alguien que venía corriendo. Marlon se
encontró cara a cara con Liad Sorbin.
—Tú… no quieres hacerlo –le dijo el chico.
Liad Sorbin giró y pudo con su espada lanzar lejos la flecha
que venía directo hacia él, pues tres Doztrax le seguían. El líder
sonrió con malicia.
—Dos pájaros de un tiro –dijo, mirando a Liad y a Marlon—. No
pudo haber sido mejor. Maten al Vasgol, solamente.
Los otros dos Doztrax se lanzaron contra Liad, pero el Sorbin
fue más rápido y demostró lo que había aprendido en las tierras de
ceniza. Se agachó y clavó su espada en el estómago del primer
Doztrax, y luego rodó por el suelo para llegar a los pies del otro y
tumbarle de una patada. Fue tan sólo tocarle el cuello con el filo de
la espada para que éste se empezara a desangrar. El líder aplaudió.
—Buen entrenamiento –dijo—. ¿Y así quieres morir? Serías un
buen… ¡NO!
261
Antes de que Liad pudiera cortarse alguna parte de su brazo
con la espada y así derramar la sangre sobre la Sordouch, el líder le
lanzó un disparo en la pierna. Liad cayó al suelo, ante los pies de la
Sordouch. El Doztrax se acercaba ahora para dar el golpe final, pero
todo pasó muy rápido. Marlon había mirado el resplandor…
El circulo dorado del centro de la Sordouch le había llamado.
Eran llamas doradas y los cinco encapuchados estaban dando vueltas
unos sobre otros, como espectros en esa dimensión o, quizá, el
interior de la Sordouch. El Doztrax fue lanzado por la Sordocuh
metros atrás. La fuerza que emanó fue increíble, y Marlon yacía
flotando junto con la Sordouch hasta que también fue lanzado al
suelo. Liad se puso en pie, rengueando, buscando a Marlon con la
mirada mientras los pilares estaban a punto de curtirse y las piedras y
ventanas del techo caían. Le encontró inconsciente, al nuevo
pecador.
262
Capítulo 16 Despedidas
To Ual había ordenado a los Doztrax que no siguieran atacando y
que esperaran a que su líder saliera victorioso con Marlon del templo
y la Sordouch por fin viva, brillante, lista para ellos poderla tomar.
—¿Han traído la nave? –le preguntó a uno de los Doztrax, y éste
asintió.
—¡Traidor! –le gritó Damila. Dogi se había acercado a Cree y le
estaba enrollando un trapo en la herida—. Eras la última esperanza
que teníamos de salir de aquí, ¡sos un…!
Una fuerte fuerza la cayó, sintió su cuerpo moverse y fue
como si estuviera temblando. Se escuchaba al templo derrumbarse
por dentro. Cree se levantó y con ayuda de Damila y Dogi fue
dirigido hacia los arbustos, donde Quevedo cuidaba de Adam y
Lourdes. —¡La nave! ¡La nave! –gritaba To Ual furioso, y cuatro
Doztrax corrieron hasta internarse en los matorrales.
—¿Qué está pasando? –preguntaba Quevedo.
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—El templo… se está…
—¡No! –soltó Lourdes—. ¡Marlon está dentro!
Damila se lanzó al suelo y empezó a llorar. Adam le tomó la
barbilla con la mano, para que alzara la mirada y viera cómo Liad
Sorbin salía del templo con Marlon entre los brazos. Antes de que
To Ual pudiera atacarle la luz de la Sordouch les impactó a todos en
los rostros, una luz roja. La energía que lanzaba los ponía en el
suelo. Los pilares de la entrada se cayeron por fin. La puerta se vino
abajo, el templo se derrumbó ante tal energía. To Ual ponía su brazo
para taparse los ojos, y como pudo corrió junto con los demás
Doztrax hacia el interior del bosque.
Liad se hincó dejando a Marlon en el suelo. Fue así como
Damila, Adam, Lourdes y los Vasgols pudieron también conocer a la
Sordouch, brillante como cuando la crearon, flotando en el centro de
la destrucción. Dogi se hincó en el suelo e hizo la señal de la cruz.
Quevedo le imitó.
—Aquí están Sordouch, ante ti –murmuró Cree.
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Entonces el plan de To Ual y los Doztrax se vio al
descubierto. Y una pieza más fue encajada al rompecabezas. Una
enorme nave negra salió de entre los antiguos árboles, volando sobre
ellos y provocando más ventarrones. La nave negra se detuvo sobre
la Sordouch, la cual poco a poco perdía su brillo. Pudieron ver así su
original estado, quebrado y con un palpitar lento; el hecho de que
Marlon hubiera visto también el resplandor le provocaba más daño.
De la parte de abajo de la nave salieron cuatro Doztrax
colgando en cables y llevando unos artefactos muy raros. Y Cree
intuyó lo que iban a hacer, y supo que no podían hacer nada. Esta
vez lo Doztrax habían ganado.
Dichos artefactos eran como escudos que tenían una especie
de imán. Estaba compuesta la parte donde le tomaban de metal azul
marino, y en el centro llevaba grabada una insignia roja que
resultaba ser una D. Los cuatro se pusieron alrededor de la
Sordouch, acercando los escudos lo más que podían a ella.
—¡Se la van a robar! –gritó Lourdes.
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Dogi salió corriendo pero fue detenido por el guardia Elías,
quien le negó con la cabeza. Así pues, los Doztrax eran regresados a
la nave con la Sordouch en su poder. Entraron y la puerta de la nave
se cerró de nuevo. Las turbinas lanzaron fuego y en unos segundos
partía hacia el norte.
—To Ual…—dijo Cree—. To Ual ha jugado bien…
—Es… es –soltó Lourdes, y lanzó un grito de furia.
Adam y Damila corrieron hacia donde estaba Liad con el
cuerpo de Marlon. La chica se llevó las manos a la boca, sollozando.
—Sólo está inconsciente –la tranquilizó Liad, pero ella no dejaba de
llamarle.
Entonces vieron a cuatro hombres bajar la colina. Era
Humberto, los dos coordinadores y el consejero.
—¡Por el perdón de los Cinco! –decía Humberto—. ¡¿Cómo tanta
desgracia?!
Cree, con una mano sobre su hombro derecho, se acercó a los
demás. Dogi pidió que despejaran para darle aire a Marlon.
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—Yo lo cuidaré –dijo.
Liad se levantó con una mano en la cabeza.
—Estuve… ¡estuve tan cerca!
—No es tu culpa –le dijo Cree.
—Lo ha mirado, Cree… ¡Ha mirado el resplandor!
—¿Quién?
—¡El joven! –Y Liad señaló a Marlon.
Todos se quedaron en silencio. Dogi le limpiaba el polvo de
la cara. Damila no se quería separar. Liad no pudo seguir fingiendo
que no le dolía su pierna y se sentó para recibir también
tratamientos. Muy cerca de los escombros permanecían los
cadáveres de los caídos; eran más Doztrax. El capitán de los Vasgols
se hallaba rodeado de un charco de sangre; otros tres de sus guardias
habían muerto en batalla.
—To Ual… ¿por qué se fue con ellos? –decía uno de los
coordinadores—. ¿Por qué?
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—¿Por qué será, viejo tonto? –riñó Quevedo—. ¡Qué todo este
tiempo le dejaron la misión más importante, la de llamarle a ellos, a
un traidor!
Lourdes estaba cruzada de brazos, mirando hacia el cielo.
—Nada ha servido –dijo Adam—. Todo fue inútil. Ahora ellos…
¿Qué va a pasar?
El chico había hecho la pregunta esencial. Liad se tapó el
rostro con una mano y luego de unos segundos la retiró. Parecía que
estaba a punto de decir algo que no hubiera querido:
—Yo me llevaré a Marlon –afirmó por fin.
—¡¿Qué?! –soltó Elías.
—Eso nunca –murmuró Dogi.
—Es lo mejor –les dijo—. Ha mirado el resplandor. Ahora tenemos
que saber qué consecuencias puede traer… Tú lo sabes Cree,
tenemos que llevarlo a con ella.
Cree asintió.
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—Sí… tú conoces el camino, llévalo y después nos encuentras en la
nación.
—¿Puedo tomar la nave? Así llegaremos más rápido.
Liad se refería a la nave plateada con la que habían llegado y
por suerte aún estaba en el mismo lugar de aterrizaje.
—Sí –le dijo Cree—. Nosotros tenemos a los Viltersax. Llegaremos
a la nación en pocas horas.
—¿Para qué llevarles a la nación sino logramos que tocarán la
Sordouch? –preguntó molesto el consejero.
—No les llevaremos a que les alaben –aseguró Cree—. Vamos todos
para recibir ayuda y pensar qué es lo que sigue.
Marlon se estaba levantando. Con ayuda de Damila se puso
de pie.
—¿Entonces en eso quedamos? –preguntó Liad para confirmar, y
Cree asintió. Él también se levantó una vez que Dogi le hubo
detenido la hemorragia de su pierna—. Joven Marlon, venga
conmigo.
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—¿Yo? –Marlon estaba más que confundido, apenas recordando lo
que había pasado. Adam y Lourdes se acercaron a él—. ¿Adónde
tengo que ir?
—¡No dejaremos que le llevéis! –gritó entonces Lourdes.
—Somos los cuatro o nada –dijo Adam.
—Así es –soltó Damila, y tomó la mano de Marlon con la suya.
Aquello conmovió a todos. Liad intercambió una mirada con
Cree, ninguno hubiera querido que pasara aquello.
—Has mirado el resplandor, Marlon –le dijo Liad—. Ahora tienes
que venir conmigo y después te reunirás de nuevo con ellos.
—Por favor –les dijo Cree—. No hagan esto más difícil de lo que es.
Los chicos permanecían firmes. Pero fue Marlon quien
accedió, pensando que era el culpable de tal desenlace, pues había
mirado el resplandor a pesar de las advertencias. A su memoria vino
la estatua del pecador sobre la tumba. Al fin de cuentas ya había ido
y venido por tantos lugares del continente, conocido a tantas
personas, le habían tratado como un títere, una pieza de ajedrez
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moviéndola a su antojo; entonces por qué no acceder a la última
petición, dejar que el río fluya.
—Está bien, iré.
Se giró y se quitó el collar con el dije de león. Lo colocó en el
cuello de Damila, quien quedó sorprendida.
—Esto significa que volveré –les dijo—. Pase lo que pase.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas y le dio un fuerte
abrazo. Así como estaban fueron abrazados también por Adam y
Lourdes, los cuatro de nuevo. Habían entendido, por fin, que sólo
entre ellos podían confiar ciegamente, ya que estaban pasando por lo
mismo, en un lugar desconocido.
Marlon se separó y caminó hacia Liad.
—¿Te sientes bien? –le preguntó el Vasgol. El joven asintió—.
Vamos, entonces.
Marlon le siguió, subiendo las escalerillas detrás de él,
regresando a la nave en la que días atrás había llegado junto con To
Ual a tal continente. Y cuando los demás subían la colina para ir
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hacia donde estaban los Viltersax, les vieron partir. La nave se fue
volviendo un punto diminuto al alejarse. Lourdes lanzó una última
mirada a los restos de la batalla y al templo destruido. Adam pensó
que ya nunca más volvería a casa, parecía hacerse a la idea. Damila
sujetaba el dije de león.
En México, la señora Lilia colgaba junto a la fotografía de su
hija Diana una fotografía de Marlon.
—No –le dijo su esposo, retirando el cuadro y abrazando a su
esposa—. Él está vivo, regresará.
El Tsunami había arrasado con la ciudad y muchas vidas se
habían perdido. Pero Marlon estaba vivo, lo sentían. La abuela no
paraba de mirar el reloj de arena, un lado abajo y luego arriba,
esperando a su nieto.
En esos días las cosas no iban bien en el mundo. Su centro de
vida, ignorado por muchos, estaba perdiendo fuerza en algún lugar
del continente oculto. La Sordouch agonizaba en las manos del
enemigo.
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Título: La Sordouch
Autor: Oscar G. Andrade