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La Santa Sede CARTA ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II A SUS HERMANOS EN EL EPISCOPADO AL CLERO A LAS FAMILIAS RELIGIOSAS A LOS FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA Y A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD EN EL CENTENARIO DE LA RERUM NOVARUM Venerables hermanos, amadísimos hijos e hijas: ¡Salud y bendición apostólica! INTRODUCCIÓN 1. El centenario de la promulgación de la encíclica de mi predecesor León XIII, de venerada memoria, que comienza con las palabras Rerum novarum 1, marca una fecha de relevante importancia en la historia reciente de la Iglesia y también en mi pontificado. A ella, en efecto, le ha cabido el privilegio de ser conmemorada, con solemnes documentos, por los Sumos Pontífices, a partir de su cuadragésimo aniversario hasta el nonagésimo: se puede decir que su íter histórico ha sido recordado con otros escritos que, al mismo tiempo, la actualizaban 2. Al hacer yo otro tanto para su primer centenario, a petición de numerosos obispos, instituciones eclesiales, centros de estudios, empresarios y trabajadores, bien sea a título personal, bien en cuanto miembros de asociaciones, deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia

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La Santa Sede

CARTA ENCÍCLICACENTESIMUS ANNUSDEL SUMO PONTÍFICE

JUAN PABLO IIA SUS HERMANOS EN EL EPISCOPADO

AL CLEROA LAS FAMILIAS RELIGIOSAS

A LOS FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICAY A TODOS LOS HOMBRES

DE BUENA VOLUNTADEN EL CENTENARIO DE LA RERUM NOVARUM

 

Venerables hermanos,amadísimos hijos e hijas:¡Salud y bendición apostólica!

 

INTRODUCCIÓN

1. El centenario de la promulgación de la encíclica de mi predecesor León XIII, de veneradamemoria, que comienza con las palabras Rerum novarum 1, marca una fecha de relevanteimportancia en la historia reciente de la Iglesia y también en mi pontificado. A ella, en efecto, le hacabido el privilegio de ser conmemorada, con solemnes documentos, por los Sumos Pontífices, apartir de su cuadragésimo aniversario hasta el nonagésimo: se puede decir que su íter históricoha sido recordado con otros escritos que, al mismo tiempo, la actualizaban 2.

Al hacer yo otro tanto para su primer centenario, a petición de numerosos obispos, institucioneseclesiales, centros de estudios, empresarios y trabajadores, bien sea a título personal, bien encuanto miembros de asociaciones, deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia

entera ha contraído con el gran Papa y con su «inmortal documento»3. Es también mi deseomostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de losaños, sino que, por el contrario, se ha hecho más fecunda. Dan testimonio de ello las iniciativasde diversa índole que han precedido, las que acompañan y las que seguirán a esta celebración;iniciativas promovidas por las Conferencias episcopales, por organismos internacionales,universidades e institutos académicos, asociaciones profesionales, así como por otrasinstituciones y personas en tantas partes del mundo.

2. La presente encíclica se sitúa en el marco de estas celebraciones para dar gracias a Dios, delcual «desciende todo don excelente y toda donación perfecta» (St 1, 17), porque se ha valido deun documento, emanado hace ahora cien años por la Sede de Pedro, el cual había de dar tantosbeneficios a la Iglesia y al mundo y difundir tanta luz. La conmemoración que aquí se hace serefiere a la encíclica leoniana y también a las encíclicas y demás escritos de mis predecesores,que han contribuido a hacerla actual y operante en el tiempo, constituyendo así la que iba a serllamada «doctrina social», «enseñanza social» o también «magisterio social» de la Iglesia.

A la validez de tal enseñanza se refieren ya dos encíclicas que he publicado en los años de mipontificado: la Laborem exercens sobre el trabajo humano, y la Sollicitudo rei socialis sobre losproblemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos 4.

3. Quiero proponer ahora una «relectura» de la encíclica leoniana, invitando a «echar una miradaretrospectiva» a su propio texto, para descubrir nuevamente la riqueza de los principiosfundamentales formulados en ella, en orden a la solución de la cuestión obrera. Invito además a«mirar alrededor», a las «cosas nuevas» que nos rodean y en las que, por así decirlo, noshallamos inmersos, tan diversas de las «cosas nuevas» que caracterizaron el último decenio delsiglo pasado. Invito, en fin, a «mirar al futuro», cuando ya se vislumbra el tercer milenio de la eracristiana, cargado de incógnitas, pero también de promesas. Incógnitas y promesas queinterpelan nuestra imaginación y creatividad, a la vez que estimulan nuestra responsabilidad,como discípulos del único maestro, Cristo (cf. Mt 23, 8), con miras a indicar el camino a proclamarla verdad y a comunicar la vida que es él mismo (cf. Jn 14, 6).

De este modo, no sólo se confirmará el valor permanente de tales enseñanzas, sino que semanifestará también el verdadero sentido de la Tradición de la Iglesia, la cual, siempre viva ysiempre vital, edifica sobre el fundamento puesto por nuestros padres en la fe y, singularmente,sobre el que ha sido «transmitido por los Apóstoles a la Iglesia»5, en nombre de Jesucristo, elfundamento que nadie puede sustituir (cf. 1 Co 3, 11).

Consciente de su misión como sucesor de Pedro, León XIII se propuso hablar, y esta mismaconciencia es la que anima hoy a su sucesor. Al igual que él y otros Pontífices anteriores yposteriores a él, me voy a inspirar en la imagen evangélica del «escriba que se ha hechodiscípulo del Reino de los cielos», del cual dice el Señor que «es como el amo de casa que saca

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de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mt 13, 52). Este tesoro es la gran corriente de laTradición de la Iglesia, que contiene las «cosas viejas», recibidas y transmitidas desde siempre, yque permite descubrir las «cosas nuevas», en medio de las cuales transcurre la vida de la Iglesiay del mundo.

De tales cosas que, incorporándose a la Tradición, se hacen antiguas, ofreciendo así ocasiones ymaterial para enriquecimiento de la misma y de la vida de fe, forma parte también la actividadfecunda de millones y millones de hombres, quienes a impulsos del magisterio social se hanesforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso con el mundo. Actuandoindividualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y organizaciones, ellos hanconstituido como un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de sudignidad, lo cual, en las alternantes vicisitudes de la historia, ha contribuido a construir unasociedad más justa o, al menos, a poner barreras y límites a la injusticia.

La presente encíclica trata de poner en evidencia la fecundidad de los principios expresados porLeón XIII, los cuales pertenecen al patrimonio doctrinal de la Iglesia y, por ello, implican laautoridad del Magisterio. Pero la solicitud pastoral me ha movido además a proponer el análisisde algunos acontecimientos de la historia reciente. Es superfluo subrayar que la consideraciónatenta del curso de los acontecimientos, para discernir las nuevas exigencias de laevangelización, forma parte del deber de los pastores. Tal examen sin embargo no pretende darjuicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito específico del Magisterio.

 

CAPÍTULO IRASGOS CARACTERÍSTICOS DE LA RERUM NOVARUM

4. A finales del siglo pasado la Iglesia se encontró ante un proceso histórico, presente ya desdehacía tiempo, pero que alcanzaba entonces su punto álgido. Factor determinante de tal proceso loconstituyó un conjunto de cambios radicales ocurridos en el campo político, económico y social, eincluso en el ámbito científico y técnico, aparte el múltiple influjo de las ideologías dominantes.Resultado de todos estos cambios había sido, en el campo político, una nueva concepción de lasociedad, del Estado y, como consecuencia, de la autoridad. Una sociedad tradicional se ibaextinguiendo, mientras comenzaba a formarse otra cargada con la esperanza de nuevaslibertades, pero al mismo tiempo con los peligros de nuevas formas de injusticia y de esclavitud.

En el campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus aplicaciones, sehabía llegado progresivamente a nuevas estructuras en la producción de bienes de consumo.Había aparecido una nueva forma de propiedad, el capital, y una nueva forma de trabajo, eltrabajo asalariado, caracterizado por gravosos ritmos de producción, sin la debida consideraciónpara con el sexo, la edad o la situación familiar, y determinado únicamente por la eficiencia con

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vistas al incremento de los beneficios.

El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y venderse librementeen el mercado y cuyo precio era regulado por la ley de la oferta y la demanda, sin tener en cuentael mínimo vital necesario para el sustento de la persona y de su familia. Además, el trabajador nisiquiera tenía la seguridad de llegar a vender la «propia mercancía», al estar continuamenteamenazado por el desempleo, el cual, a falta de previsión social, significaba el espectro de lamuerte por hambre.

Consecuencia de esta transformación era «la división de la sociedad en dos clases separadas porun abismo profundo»6. Tal situación se entrelazaba con el acentuado cambio político. Y así, lateoría política entonces dominante trataba de promover la total libertad económica con leyesadecuadas o, al contrario, con una deliberada ausencia de cualquier clase de intervención. Almismo tiempo comenzaba a surgir de forma organizada, no pocas veces violenta, otra concepciónde la propiedad y de la vida económica que implicaba una nueva organización política y social.

En el momento culminante de esta contraposición, cuando ya se veía claramente la gravísimainjusticia de la realidad social, que se daba en muchas partes, y el peligro de una revoluciónfavorecida por las concepciones llamadas entonces «socialistas», León XIII intervino con undocumento que afrontaba de manera orgánica la «cuestión obrera». A esta encíclica habíanprecedido otras dedicadas preferentemente a enseñanzas de carácter político; más adelante iríanapareciendo otras7. En este contexto hay que recordar en particular la encíclica Libertaspraestantissimum, en la que se ponía de relieve la relación intrínseca de la libertad humana con laverdad, de manera que una libertad que rechazara vincularse con la verdad caería en el arbitrio yacabaría por someterse a las pasiones más viles y destruirse a sí misma. En efecto, ¿de dóndederivan todos los males frente a los cuales quiere reaccionar la Rerum novarum, sino de unalibertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del hombre?

El Pontífice se inspiraba, además, en las enseñanzas de sus predecesores, en muchosdocumentos episcopales, en estudios científicos promovidos por seglares, en la acción demovimientos y asociaciones católicas, así como en las realizaciones concretas en campo social,que caracterizaron la vida de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX.

5. Las «cosas nuevas», que el Papa tenía ante sí, no eran ni mucho menos positivas todas ellas.Al contrario, el primer párrafo de la encíclica describe las «cosas nuevas», que le han dado elnombre, con duras palabras: «Despertada el ansia de novedades que desde hace ya tiempo agitaa los pueblos, era de esperar que las ganas de cambiarlo todo llegara un día a pasarse del campode la política al terreno, con él colindante, de la economía. En efecto, los adelantos de la industriay de las profesiones, que caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en las relacionesmutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y lapobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más

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estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado elplanteamiento del conflicto» 8.

El Papa, y con él la Iglesia, lo mismo que la sociedad civil, se encontraban ante una sociedaddividida por un conflicto, tanto más duro e inhumano en cuanto que no conocía reglas ni normas.Se trataba del conflicto entre el capital y el trabajo, o —como lo llamaba la encíclica— la cuestiónobrera, sobre la cual precisamente, y en los términos críticos en que entonces se planteaba, nodudó en hablar el Papa.

Nos hallamos aquí ante la primera reflexión, que la encíclica nos sugiere hoy. Ante un conflictoque contraponía, como si fueran «lobos», un hombre a otro hombre, incluso en el plano de lasubsistencia física de unos y la opulencia de otros, el Papa sintió el deber de intervenir en virtudde su «ministerio apostólico» 9, esto es, de la misión recibida de Jesucristo mismo de «apacentarlos corderos y las ovejas» (cf. Jn 21, 15-17) y de «atar y desatar» en la tierra por el Reino de loscielos (cf. Mt 16, 19). Su intención era ciertamente la de restablecer la paz, razón por la cual ellector contemporáneo no puede menos de advertir la severa condena de la lucha de clases, queel Papa pronunciaba sin ambages 10. Pero era consciente de que la paz se edifica sobre elfundamento de la justicia: contenido esencial de la encíclica fue precisamente proclamar lascondiciones fundamentales de la justicia en la coyuntura económica y social de entonces 11.

De esta manera León XIII, siguiendo las huellas de sus predecesores, establecía un paradigmapermanente para la Iglesia. Ésta, en efecto, hace oír su voz ante determinadas situacioneshumanas, individuales y comunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula unaverdadera doctrina, un corpus, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobreellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las mismas.

En tiempos de León XIII semejante concepción del derecho-deber de la Iglesia estaba muy lejosde ser admitido comúnmente. En efecto, prevalecía una doble tendencia: una, orientada haciaeste mundo y esta vida, a la que debía permanecer extraña la fe; la otra, dirigida hacia unasalvación puramente ultraterrena, pero que no iluminaba ni orientaba su presencia en la tierra. Laactitud del Papa al publicar la Rerum novarum confiere a la Iglesia una especie de «carta deciudadanía» respecto a las realidades cambiantes de la vida pública, y esto se corroboraría aúnmás posteriormente. En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a sumisión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina exponesus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y lasluchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador. Asimismo viene a ser una fuente deunidad y de paz frente a los conflictos que surgen inevitablemente en el sector socioeconómico.De esta manera se pueden vivir las nuevas situaciones, sin degradar la dignidad trascendente dela persona humana ni en sí mismos ni en los adversarios, y orientarlas hacia una recta solución.

La validez de esta orientación, a cien años de distancia, me ofrece la oportunidad de contribuir al

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desarrollo de la «doctrina social cristiana». La «nueva evangelización», de la que el mundomoderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluirentre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que, como entiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora de dar respuestaa los grandes desafíos de la edad contemporánea, mientras crece el descrédito de las ideologías.Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fueradel Evangelio y que, por otra parte, las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio deverdad y el debido planteamiento moral.

6. Con el propósito de esclarecer el conflicto que se había creado entre capital y trabajo, León XIIIdefendía los derechos fundamentales de los trabajadores. De ahí que la clave de lectura del textoleoniano sea la dignidad del trabajador en cuanto tal y, por esto mismo, la dignidad del trabajo,definido como «la actividad ordenada a proveer a las necesidades de la vida, y en concreto a suconservación»12. El Pontífice califica el trabajo como «personal», ya que «la fuerza activa esinherente a la persona y totalmente propia de quien la desarrolla y en cuyo beneficio ha sidodada»13. El trabajo pertenece, por tanto, a la vocación de toda persona; es más, el hombre seexpresa y se realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo tiene unadimensión social, por su íntima relación bien sea con la familia, bien sea con el bien común,«porque se puede afirmar con verdad que el trabajo de los obreros es el que produce la riquezade los Estados»14. Todo esto ha quedado recogido y desarrollado en mi encíclica Laboremexercens 15.

Otro principio importante es sin duda el del derecho a la «propiedad privada»16. El espacio que laencíclica le dedica revela ya la importancia que se le atribuye. El Papa es consciente de que lapropiedad privada no es un valor absoluto, por lo cual no deja de proclamar los principios quenecesariamente lo complementan, como el del destino universal de los bienes de la tierra 17.

Por otra parte, no cabe duda de que el tipo de propiedad privada que León XIII consideraprincipalmente, es el de la propiedad de la tierra18. Sin embargo, esto no quita que todavía hoyconserven su valor las razones aducidas para tutelar la propiedad privada, esto es, para afirmar elderecho a poseer lo necesario para el desarrollo personal y el de la propia familia, sea cual sea laforma concreta que este derecho pueda asumir. Esto hay que seguir sosteniéndolo hoy día, tantofrente a los cambios de los que somos testigos, acaecidos en los sistemas donde imperaba lapropiedad colectiva de los medios de producción, como frente a los crecientes fenómenos depobreza o, más exactamente, a los obstáculos a la propiedad privada, que se dan en tantaspartes del mundo, incluidas aquellas donde predominan los sistemas que consideran como puntode apoyo la afirmación del derecho a la propiedad privada. Como consecuencia de estos cambiosy de la persistente pobreza, se hace necesario un análisis más profundo del problema, como severá más adelante.

7. En estrecha relación con el derecho de propiedad, la encíclica de León XIII afirma también

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otros derechos, como propios e inalienables de la persona humana. Entre éstos destaca, dado elespacio que el Papa le dedica y la importancia que le atribuye, el «derecho natural del hombre» aformar asociaciones privadas; lo cual significa ante todo el derecho a crear asociacionesprofesionales de empresarios y obreros, o de obreros solamente 19. Ésta es la razón por la cualla Iglesia defiende y aprueba la creación de los llamados sindicatos, no ciertamente por prejuiciosideológicos, ni tampoco por ceder a una mentalidad de clase, sino porque se trata precisamentede un «derecho natural» del ser humano y, por consiguiente, anterior a su integración en lasociedad política. En efecto, «el Estado no puede prohibir su formación», porque «el Estado debetutelar los derechos naturales, no destruirlos. Prohibiendo tales asociaciones, se contradiría a símismo»20.

Junto con este derecho, que el Papa —es obligado subrayarlo— reconoce explícitamente a losobreros o, según su vocabulario, a los «proletarios», se afirma con igual claridad el derecho a la«limitación de las horas de trabajo», al legítimo descanso y a un trato diverso a los niños y a lasmujeres 21 en lo relativo al tipo de trabajo y a la duración del mismo.

Si se tiene presente lo que dice la historia a propósito de los procedimientos consentidos, o almenos no excluidos legalmente, en orden a la contratación sin garantía alguna en lo referente alas horas de trabajo, ni a las condiciones higiénicas del ambiente, más aún, sin reparo para con laedad y el sexo de los candidatos al empleo, se comprende muy bien la severa afirmación delPapa: «No es justo ni humano exigir al hombre tanto trabajo que termine por embotarse su mentey debilitarse su cuerpo». Y con mayor precisión, refiriéndose al contrato, entendido en el sentidode hacer entrar en vigor tales «relaciones de trabajo», afirma: «En toda convención estipuladaentre patronos y obreros, va incluida siempre la condición expresa o tácita» de que se proveaconvenientemente al descanso, en proporción con la «cantidad de energías consumidas en eltrabajo». Y después concluye: «un pacto contrario sería inmoral»22.

8. A continuación el Papa enuncia otro derecho del obrero como persona. Se trata del derecho al«salario justo», que no puede dejarse «al libre acuerdo entre las partes, ya que, según eso,pagado el salario convenido, parece como si el patrono hubiera cumplido ya con su deber y nodebiera nada más»23. El Estado, se decía entonces, no tiene poder para intervenir en ladeterminación de estos contratos, sino para asegurar el cumplimiento de cuanto se ha pactadoexplícitamente. Semejante concepción de las relaciones entre patronos y obreros, puramentepragmática e inspirada en un riguroso individualismo, es criticada severamente en la encíclicacomo contraria a la doble naturaleza del trabajo, en cuanto factor personal y necesario. Si eltrabajo, en cuanto es personal, pertenece a la disponibilidad que cada uno posee de las propiasfacultades y energías, en cuanto es necesario está regulado por la grave obligación que tienecada uno de «conservar su vida»; de ahí «la necesaria consecuencia —concluye el Papa— delderecho a buscarse cuanto sirve al sustento de la vida, cosa que para la gente pobre se reduce alsalario ganado con su propio trabajo»24.

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El salario debe ser, pues, suficiente para el sustento del obrero y de su familia. Si el trabajador,«obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor, acepta, aun no queriéndola,una condición más dura, porque se la imponen el patrono o el empresario, esto es ciertamentesoportar una violencia, contra la cual clama la justicia»25.

Ojalá que estas palabras, escritas cuando avanzaba el llamado «capitalismo salvaje», no debanrepetirse hoy día con la misma severidad. Por desgracia, hoy todavía se dan casos de contratosentre patronos y obreros, en los que se ignora la más elemental justicia en materia de trabajo delos menores o de las mujeres, de horarios de trabajo, estado higiénico de los locales y legítimaretribución. Y esto a pesar de las Declaraciones y Convenciones internacionales al respecto 26 yno obstante las leyes internas de los Estados. El Papa atribuía a la «autoridad pública» el «deberestricto» de prestar la debida atención al bienestar de los trabajadores, porque lo contrario seríaofender a la justicia; es más, no dudaba en hablar de «justicia distributiva»27.

9. Refiriéndose siempre a la condición obrera, a estos derechos León XIII añade otro, queconsidero necesario recordar por su importancia: el derecho a cumplir libremente los propiosdeberes religiosos. El Papa lo proclama en el contexto de los demás derechos y deberes de losobreros, no obstante el clima general que, incluso en su tiempo, consideraba ciertas cuestionescomo pertinentes exclusivamente a la esfera privada. Él ratifica la necesidad del descanso festivo,para que el hombre eleve su pensamiento hacia los bienes de arriba y rinda el culto debido a lamajestad divina 28. De este derecho, basado en un mandamiento, nadie puede privar al hombre:«a nadie es lícito violar impunemente la dignidad del hombre, de quien Dios mismo dispone congran respeto». En consecuencia, el Estado debe asegurar al obrero el ejercicio de esta libertad29.

No se equivocaría quien viese en esta nítida afirmación el germen del principio del derecho a lalibertad religiosa, que posteriormente ha sido objeto de muchas y solemnes Declaraciones yConvenciones internacionales 30, así como de la conocida Declaración conciliar y de misconstantes enseñanzas31. A este respecto hemos de preguntarnos si los ordenamientos legalesvigentes y la praxis de las sociedades industrializadas aseguran hoy efectivamente elcumplimiento de este derecho elemental al descanso festivo.

10. Otra nota importante, rica de enseñanzas para nuestros días, es la concepción de lasrelaciones entre el Estado y los ciudadanos. La Rerum novarum critica los dos sistemas socialesy económicos: el socialismo y el liberalismo. Al primero está dedicada la parte inicial, en la cual sereafirma el derecho a la propiedad privada; al segundo no se le dedica una sección especial, sinoque —y esto merece mucha atención— se le reservan críticas, a la hora de afrontar el tema delos deberes del Estado 32, el cual no puede limitarse a «favorecer a una parte de losciudadanos», esto es, a la rica y próspera, y «descuidar a la otra», que representaindudablemente la gran mayoría del cuerpo social; de lo contrario se viola la justicia, que mandadar a cada uno lo suyo. Sin embargo, «en la tutela de estos derechos de los individuos, se debe

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tener especial consideración para con los débiles y pobres. La clase rica, poderosa ya de por sí,tiene menos necesidad de ser protegida por los poderes públicos; en cambio, la clase proletaria,al carecer de un propio apoyo tiene necesidad específica de buscarlo en la protección del Estado.Por tanto es a los obreros, en su mayoría débiles y necesitados, a quienes el Estado debe dirigirsus preferencias y sus cuidados»33.

Todos estos pasos conservan hoy su validez, sobre todo frente a las nuevas formas de pobrezaexistentes en el mundo; y además porque tales afirmaciones no dependen de una determinadaconcepción del Estado, ni de una particular teoría política. El Papa insiste sobre un principioelemental de sana organización política, a saber, que los individuos, cuanto más indefensos estánen una sociedad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en particular, laintervención de la autoridad pública.

De esta manera el principio que hoy llamamos de solidaridad y cuya validez, ya sea en el ordeninterno de cada nación, ya sea en el orden internacional, he recordado en la Sollicitudo rei socialis34, se demuestra como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de laorganización social y política. León XIII lo enuncia varias veces con el nombre de «amistad», queencontramos ya en la filosofía griega; por Pío XI es designado con la expresión no menossignificativa de «caridad social», mientras que Pablo VI, ampliando el concepto, de conformidadcon las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social, hablaba de «civilización delamor»35.

11. La relectura de aquella encíclica, a la luz de las realidades contemporáneas, nos permiteapreciar la constante preocupación y dedicación de la Iglesia por aquellas personas que sonobjeto de predilección por parte de Jesús, nuestro Señor. El contenido del texto es un testimonioexcelente de la continuidad, dentro de la Iglesia, de lo que ahora se llama «opción preferencialpor los pobres»; opción que en la Sollicitudo rei socialis es definida como una «forma especial deprimacía en el ejercicio de la caridad cristiana»36. La encíclica sobre la «cuestión obrera» es,pues, una encíclica sobre los pobres y sobre la terrible condición a la que el nuevo y confrecuencia violento proceso de industrialización había reducido a grandes multitudes. Tambiénhoy, en gran parte del mundo, semejantes procesos de transformación económica, social ypolítica originan los mismos males.

Si León XIII se apela al Estado para poner un remedio justo a la condición de los pobres, lo hacetambién porque reconoce oportunamente que el Estado tiene la incumbencia de velar por el biencomún y cuidar que todas las esferas de la vida social, sin excluir la económica, contribuyan apromoverlo, naturalmente dentro del respeto debido a la justa autonomía de cada una de ellas.Esto, sin embargo, no autoriza a pensar que según el Papa toda solución de la cuestión socialdeba provenir del Estado. Al contrario, él insiste varias veces sobre los necesarios límites de laintervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y lasociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de

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éstas, y no para sofocarlos 37.

A nadie se le escapa la actualidad de estas reflexiones. Sobre el tema tan importante de laslimitaciones inherentes a la naturaleza del Estado, convendrá volver más adelante. Mientrastanto, los puntos subrayados —ciertamente no los únicos de la encíclica— están en la línea decontinuidad con el magisterio social de la Iglesia y a la luz de una sana concepción de lapropiedad privada, del trabajo, del proceso económico de la realidad del Estado y, sobre todo, delhombre mismo. Otros temas serán mencionados más adelante, al examinar algunos aspectos dela realidad contemporánea. Pero hay que tener presente desde ahora que lo que constituye latrama y en cierto modo la guía de la encíclica y, en verdad, de toda la doctrina social de la Iglesia,es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en latierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma»38. En él ha impreso su imagen ysemejanza (cf. Gn 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable, sobre la que insisterepetidamente la encíclica. En efecto, aparte de los derechos que el hombre adquiere con supropio trabajo, hay otros derechos que no proceden de ninguna obra realizada por él, sino de sudignidad esencial de persona.

 

CAPÍTULO IIHACIA LAS "COSAS NUEVAS" DE HOY

12. La conmemoración de la Rerum novarum no sería apropiada sin echar una mirada a lasituación actual. Por su contenido, el documento se presta a tal consideración, ya que su marcohistórico y las previsiones en él apuntadas se revelan sorprendentemente justas, a la luz decuanto sucedió después.

Esto mismo queda confirmado, en particular, por los acontecimientos de los últimos meses delaño 1989 y primeros del 1990. Tales acontecimientos y las posteriores transformaciones radicalesno se explican si no es a la luz de las situaciones anteriores, que en cierta medida habíancristalizado o institucionalizado las previsiones de León XIII y las señales, cada vez másinquietantes, vislumbradas por sus sucesores. En efecto, el Papa previó las consecuenciasnegativas —bajo todos los aspectos, político, social, y económico— de un ordenamiento de lasociedad tal como lo proponía el «socialismo», que entonces se hallaba todavía en el estadio defilosofía social y de movimiento más o menos estructurado. Algunos se podrían sorprender de queel Papa criticara las soluciones que se daban a la «cuestión obrera» comenzando por elsocialismo, cuando éste aún no se presentaba —como sucedió más tarde— bajo la forma de unEstado fuerte y poderoso, con todos los recursos a su disposición. Sin embargo, él supo valorarjustamente el peligro que representaba para las masas ofrecerles el atractivo de una solución tansimple como radical de la cuestión obrera de entonces. Esto resulta más verdadero aún, si locomparamos con la terrible condición de injusticia en que versaban las masas proletarias de las

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naciones recién industrializadas.

Es necesario subrayar aquí dos cosas: por una parte, la gran lucidez en percibir, en toda sucrudeza, la verdadera condición de los proletarios, hombres, mujeres y niños; por otra, la nomenor claridad en intuir los males de una solución que, bajo la apariencia de una inversión deposiciones entre pobres y ricos, en realidad perjudicaba a quienes se proponía ayudar. De estemodo el remedio venía a ser peor que el mal. Al poner de manifiesto que la naturaleza delsocialismo de su tiempo estaba en la supresión de la propiedad privada, León XIII llegaba deveras al núcleo de la cuestión.

Merecen ser leídas con atención sus palabras: «Para solucionar este mal (la injusta distribuciónde las riquezas junto con la miseria de los proletarios) los socialistas instigan a los pobres al odiocontra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada estimando mejor que, en su lugar,todos los bienes sean comunes...; pero esta teoría es tan inadecuada para resolver la cuestión,que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es además sumamente injusta, puesejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión del Estado y perturbafundamentalmente todo el orden social»39. No se podían indicar mejor los males acarreados porla instauración de este tipo de socialismo como sistema de Estado, que sería llamado másadelante «socialismo real».

13. Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha dicho en lasencíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que añadir aquí que el errorfundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombrecomo un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien delindividuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte,considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de suresponsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así auna serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomode decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta erróneaconcepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejerciciode la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando carece de algoque pueda llamar «suyo» y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa adepender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores parareconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténticacomunidad humana.

Por el contrario, de la concepción cristiana de la persona se sigue necesariamente una justavisión de la sociedad. Según la Rerum novarum y la doctrina social de la Iglesia, la socialidad delhombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios,comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales,los cuales, como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin

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salirse del ámbito del bien común. Es a esto a lo que he llamado «subjetividad de la sociedad» lacual, junto con la subjetividad del individuo, ha sido anulada por el socialismo real 40.

Si luego nos preguntamos dónde nace esa errónea concepción de la naturaleza de la persona yde la «subjetividad» de la sociedad, hay que responder que su causa principal es el ateísmo.Precisamente en la respuesta a la llamada de Dios, implícita en el ser de las cosas, es donde elhombre se hace consciente de su trascendente dignidad. Todo hombre ha de dar esta respuesta,en la que consiste el culmen de su humanidad y que ningún mecanismo social o sujeto colectivopuede sustituir. La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente,la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de lapersona.

El ateísmo del que aquí se habla tiene estrecha relación con el racionalismo iluminista, queconcibe la realidad humana y social del hombre de manera mecanicista. Se niega de este modola intuición última acerca de la verdadera grandeza del hombre, su trascendencia respecto almundo material, la contradicción que él siente en su corazón entre el deseo de una plenitud debien y la propia incapacidad para conseguirlo y, sobre todo, la necesidad de salvación que de ahíse deriva.

14. De la misma raíz atea brota también la elección de los medios de acción propia delsocialismo, condenado en la Rerum novarum. Se trata de la lucha de clases. El Papa,ciertamente, no pretende condenar todas y cada una de las formas de conflictividad social. LaIglesia sabe muy bien que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente los conflictos deintereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos el cristiano no pocas veces debepronunciarse con coherencia y decisión. Por lo demás, la encíclica Laborem exercens hareconocido claramente el papel positivo del conflicto cuando se configura como «lucha por lajusticia social»41. Ya en la Quadragesimo anno se decía: «En efecto, cuando la lucha de clasesse abstiene de los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en unadiscusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia»42.

Lo que se condena en la lucha de clases es la idea de un conflicto que no está limitado porconsideraciones de carácter ético o jurídico, que se niega a respetar la dignidad de la persona enel otro y por tanto en sí mismo, que excluye, en definitiva, un acuerdo razonable y persigue no yael bien general de la sociedad, sino más bien un interés de parte que suplanta al bien común yaspira a destruir lo que se le opone. Se trata, en una palabra, de presentar de nuevo —en elterreno de la confrontación interna entre los grupos sociales— la doctrina de la «guerra total», queel militarismo y el imperialismo de aquella época imponían en el ámbito de las relacionesinternacionales. Tal doctrina, que buscaba el justo equilibrio entre los intereses de las diversasnaciones, sustituía a la del absoluto predominio de la propia parte, mediante la destrucción delpoder de resistencia del adversario, llevada a cabo por todos los medios, sin excluir el uso de lamentira, el terror contra las personas civiles, las armas destructivas de masa, que precisamente

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en aquellos años comenzaban a proyectarse. La lucha de clases en sentido marxista y elmilitarismo tienen, pues, las mismas raíces: el ateísmo y el desprecio de la persona humana, quehacen prevalecer el principio de la fuerza sobre el de la razón y del derecho.

15. La Rerum novarum se opone a la estatalización de los medios de producción, que reduciría atodo ciudadano a una «pieza» en el engranaje de la máquina estatal. Con no menor decisióncritica una concepción del Estado que deja la esfera de la economía totalmente fuera del propiocampo de interés y de acción. Existe ciertamente una legítima esfera de autonomía de laactividad económica, donde no debe intervenir el Estado. A éste, sin embargo, le correspondedeterminar el marco jurídico dentro del cual se desarrollan las relaciones económicas ysalvaguardar así las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una ciertaigualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere talmente en poder a la otra que lapueda reducir prácticamente a esclavitud 43.

A este respecto, la Rerum novarum señala la vía de las justas reformas, que devuelven al trabajosu dignidad de libre actividad del hombre. Son reformas que suponen, por parte de la sociedad ydel Estado, asumirse las responsabilidades en orden a defender al trabajador contra el íncubo deldesempleo. Históricamente esto se ha logrado de dos modos convergentes: con políticaseconómicas, dirigidas a asegurar el crecimiento equilibrado y la condición de pleno empleo; conseguros contra el desempleo obrero y con políticas de cualificación profesional, capaces defacilitar a los trabajadores el paso de sectores en crisis a otros en desarrollo.

Por otra parte, la sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales adecuados almantenimiento del trabajador y de su familia, incluso con una cierta capacidad de ahorro. Estorequiere esfuerzos para dar a los trabajadores conocimientos y aptitudes cada vez más amplios,capacitándolos así para un trabajo más cualificado y productivo; pero requiere también unaasidua vigilancia y las convenientes medidas legislativas para acabar con fenómenosvergonzosos de explotación, sobre todo en perjuicio de los trabajadores más débiles, inmigradoso marginales. En este sector es decisivo el papel de los sindicatos que contratan los mínimossalariales y las condiciones de trabajo.

En fin, hay que garantizar el respeto por horarios «humanos» de trabajo y de descanso, y elderecho a expresar la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin ser conculcados de ningúnmodo en la propia conciencia o en la propia dignidad. Hay que mencionar aquí de nuevo el papelde los sindicatos no sólo como instrumentos de negociación, sino también como «lugares» dondese expresa la personalidad de los trabajadores: sus servicios contribuyen al desarrollo de unaauténtica cultura del trabajo y ayudan a participar de manera plenamente humana en la vida de laempresa 44.

Para conseguir estos fines el Estado debe participar directa o indirectamente. Indirectamente ysegún el principio de subsidiariedad, creando las condiciones favorables al libre ejercicio de la

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actividad económica, encauzada hacia una oferta abundante de oportunidades de trabajo y defuentes de riqueza. Directamente y según el principio de solidaridad, poniendo, en defensa de losmás débiles, algunos límites a la autonomía de las partes que deciden las condiciones de trabajo,y asegurando en todo caso un mínimo vital al trabajador en paro 45.

La encíclica y el magisterio social, con ella relacionado, tuvieron una notable influencia entre losúltimos años del siglo XIX y primeros del XX. Este influjo quedó reflejado en numerosas reformasintroducidas en los sectores de la previsión social, las pensiones, los seguros de enfermedad y deaccidentes; todo ello en el marco de un mayor respeto de los derechos de los trabajadores 46.

16. Las reformas fueron realizadas en parte por los Estados; pero en la lucha por conseguirlastuvo un papel importante la acción del Movimiento obrero. Nacido como reacción de la concienciamoral contra situaciones de injusticia y de daño, desarrolló una vasta actividad sindical,reformista, lejos de las nieblas de la ideología y más cercana a las necesidades diarias de lostrabajadores. En este ámbito, sus esfuerzos se sumaron con frecuencia a los de los cristianospara conseguir mejores condiciones de vida para los trabajadores. Después, este Movimientoestuvo dominado, en cierto modo, precisamente por la ideología marxista contra la que se dirigíala Rerum novarum.

Las mismas reformas fueron también el resultado de un libre proceso de auto-organización de lasociedad, con la aplicación de instrumentos eficaces de solidaridad, idóneos para sostener uncrecimiento económico más respetuoso de los valores de la persona. Hay que recordar aquí sumúltiple actividad, con una notable aportación de los cristianos, en la fundación de cooperativasde producción, consumo y crédito, en promover la enseñanza pública y la formación profesional,en la experimentación de diversas formas de participación en la vida de la empresa y, en general,de la sociedad.

Si mirando al pasado tenemos motivos para dar gracias a Dios porque la gran encíclica no haquedado sin resonancia en los corazones y ha servido de impulso a una operante generosidad,sin embargo hay que reconocer que el anuncio profético que lleva consigo no fue acogidoplenamente por los hombres de aquel tiempo, lo cual precisamente ha dado lugar a no pocas ygraves desgracias.

17. Leyendo la encíclica en relación con todo el rico magisterio leoniano 47, se nota que, en elfondo, está señalando las consecuencias de un error de mayor alcance en el campo económico-social. Es el error que, como ya se ha dicho, consiste en una concepción de la libertad humanaque la aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, también del deber de respetar losderechos de los demás hombres. El contenido de la libertad se transforma entonces en amorpropio, con desprecio de Dios y del prójimo; amor que conduce al afianzamiento ilimitado delpropio interés y que no se deja limitar por ninguna obligación de justicia 48.

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Este error precisamente llega a sus extremas consecuencias durante el trágico ciclo de lasguerras que sacudieron Europa y el mundo entre 1914 y 1945. Fueron guerras originadas por elmilitarismo, por el nacionalismo exasperado, por las formas de totalitarismo relacionado con ellas,así como por guerras derivadas de la lucha de clases, de guerras civiles e ideológicas. Sin laterrible carga de odio y rencor, acumulada a causa de tantas injusticias, bien sea a nivelinternacional bien sea dentro de cada Estado, no hubieran sido posibles guerras de tantacrueldad en las que se invirtieron las energías de grandes naciones; en las que no se dudó antela violación de los derechos humanos más sagrados; en las que fue planificado y llevado a caboel exterminio de pueblos y grupos sociales enteros. Recordamos aquí singularmente al pueblohebreo, cuyo terrible destino se ha convertido en símbolo de las aberraciones adonde puedellegar el hombre cuando se vuelve contra Dios.

Sin embargo, el odio y la injusticia se apoderan de naciones enteras, impulsándolas a la acción,sólo cuando son legitimados y organizados por ideologías que se fundan sobre ellos en vez dehacerlo sobre la verdad del hombre 49. La Rerum novarum combatía las ideologías que llevan alodio e indicaba la vía para vencer la violencia y el rencor mediante la justicia. Ojalá el recuerdo detan terribles acontecimientos guíe las acciones de todos los hombres, en particular las de losgobernantes de los pueblos, en estos tiempos nuestros en que otras injusticias alimentan nuevosodios y se perfilan en el horizonte nuevas ideologías que exal- tan la violencia.

18. Es verdad que desde 1945 las armas están calladas en el continente europeo; sin embargo, laverdadera paz —recordémoslo— no es el resultado de la victoria militar, sino algo que implica lasuperación de las causas de la guerra y la auténtica reconciliación entre los pueblos. Por muchosaños, sin embargo, ha habido en Europa y en el mundo una situación de no- guerra, más que depaz auténtica. Mitad del continente cae bajo el dominio de la dictadura comunista, mientras la otramitad se organiza para defenderse contra tal peligro. Muchos pueblos pierden el poder deautogobernarse, encerrados en los confines opresores de un imperio, mientras se trata de destruirsu memoria histórica y la raíz secular de su cultura. Como consecuencia de esta división violenta,masas enormes de hombres son obligadas a abandonar su tierra y deportadas forzosamente.

Una carrera desenfrenada a los armamentos absorbe los recursos necesarios para el desarrollode las economías internas y para ayudar a las naciones menos favorecidas. El progreso científicoy tecnológico, que debiera contribuir al bienestar del hombre, se transforma en instrumento deguerra: ciencia y técnica son utilizadas para producir armas cada vez más perfeccionadas ydestructivas; contemporáneamente, a una ideología que es perversión de la auténtica filosofía sele pide dar justificaciones doctrinales para la nueva guerra. Ésta no sólo es esperada y preparada,sino que es también combatida con enorme derramamiento de sangre en varias partes delmundo. La lógica de los bloques o imperios, denunciada en los documentos de la Iglesia y másrecientemente en la encíclica Sollicitudo rei socialis 50, hace que las controversias y discordiasque surgen en los países del Tercer Mundo sean sistemáticamente incrementadas y explotadaspara crear dificultades al adversario.

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Los grupos extremistas, que tratan de resolver tales controversias por medio de las armas,encuentran fácilmente apoyos políticos y militares, son armados y adiestrados para la guerra,mientras que quienes se esfuerzan por encontrar soluciones pacíficas y humanas, respetuosaspara con los legítimos intereses de todas las partes, permanecen aislados y caen a menudovíctima de sus adversarios. Incluso la militarización de tantos países del Tercer Mundo y lasluchas fratricidas que los han atormentado, la difusión del terrorismo y de medios cada vez máscrueles de lucha político-militar tienen una de sus causas principales en la precariedad de la pazque ha seguido a la segunda guerra mundial. En definitiva, sobre todo el mundo se cierne laamenaza de una guerra atómica, capaz de acabar con la humanidad. La ciencia utilizada parafines militares pone a disposición del odio, fomentado por las ideologías, el instrumento decisivo.Pero la guerra puede terminar, sin vencedores ni vencidos, en un suicidio de la humanidad; por locual hay que repudiar la lógica que conduce a ella, la idea de que la lucha por la destrucción deladversario, la contradicción y la guerra misma sean factores de progreso y de avance de lahistoria 51. Cuando se comprende la necesidad de este rechazo, deben entrar forzosamente encrisis tanto la lógica de la «guerra total», como la de la «lucha de clases».

19. Al final de la segunda guerra mundial, este proceso se está formando todavía en lasconciencias; pero el dato que se ofrece a la vista es la extensión del totalitarismo comunista amás de la mitad de Europa y a gran parte del mundo. La guerra, que tendría que haber devueltola libertad y haber restaurado el derecho de las gentes, se concluye sin haber conseguido estosfines; más aún, se concluye en un modo abiertamente contradictorio para muchos pueblos,especialmente para aquellos que más habían sufrido. Se puede decir que la situación creada hadado lugar a diversas respuestas.

En algunos países y bajo ciertos aspectos, después de las destrucciones de la guerra, se asiste aun esfuerzo positivo por reconstruir una sociedad democrática inspirada en la justicia social, quepriva al comunismo de su potencial revolucionario, constituido por muchedumbres explotadas yoprimidas. Estas iniciativas tratan, en general, de mantener los mecanismos de libre mercado,asegurando, mediante la estabilidad monetaria y la seguridad de las relaciones sociales, lascondiciones para un crecimiento económico estable y sano, dentro del cual los hombres, graciasa su trabajo, puedan construirse un futuro mejor para sí y para sus hijos. Al mismo tiempo, setrata de evitar que los mecanismos de mercado sean el único punto de referencia de la vida socialy tienden a someterlos a un control público que haga valer el principio del destino común de losbienes de la tierra. Una cierta abundancia de ofertas de trabajo, un sólido sistema de seguridadsocial y de capacitación profesional, la libertad de asociación y la acción incisiva del sindicato, laprevisión social en caso de desempleo, los instrumentos de participación democrática en la vidasocial, dentro de este contexto deberían preservar el trabajo de la condición de «mercancía» ygarantizar la posibilidad de realizarlo dignamente.

Existen, además, otras fuerzas sociales y movimientos ideales que se oponen al marxismo con laconstrucción de sistemas de «seguridad nacional», que tratan de controlar capilarmente toda la

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sociedad para imposibilitar la infiltración marxista. Se proponen preservar del comunismo a suspueblos exaltando e incrementando el poder del Estado, pero con esto corren el grave riesgo dedestruir la libertad y los valores de la persona, en nombre de los cuales hay que oponerse alcomunismo.

Otra forma de respuesta práctica, finalmente, está representada por la sociedad del bienestar osociedad de consumo. Ésta tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo,mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de satisfacer las necesidadesmateriales humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo tambiénlos valores espirituales. En realidad, si bien por un lado es cierto que este modelo social muestrael fracaso del marxismo para construir una sociedad nueva y mejor, por otro, al negar suexistencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, así como a la cultura y a la religión,coincide con el marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a lasatisfacción de las necesidades materiales.

20. En el mismo período se va desarrollando un grandioso proceso de «descolonización», envirtud del cual numerosos países consiguen o recuperan la independencia y el derecho a disponerlibremente de sí mismos. No obstante, con la reconquista formal de su soberanía estatal, estospaíses en muchos casos están comenzando apenas el camino de la construcción de unaauténtica independencia. En efecto, sectores decisivos de la economía siguen todavía en manosde grandes empresas de fuera, las cuales no aceptan un compromiso duradero que las vincule aldesarrollo del país que las recibe. En ocasiones, la vida política está sujeta también al control defuerzas extranjeras, mientras que dentro de las fronteras del Estado conviven a veces grupostribales, no amalgamados todavía en una auténtica comunidad nacional. Falta, además, unnúcleo de profesionales competentes, capaces de hacer funcionar, de manera honesta y regular,el aparato administrativo del Estado, y faltan también equipos de personas especializadas parauna eficiente y responsable gestión de la economía.

Ante esta situación, a muchos les parece que el marxismo puede proporcionar como un atajopara la edificación de la nación y del Estado; de ahí nacen diversas variantes del socialismo conun carácter nacional específico. Se mezclan así en muchas ideologías, que se van formando demanera cada vez más diversa, legítimas exigencias de liberación nacional, formas denacionalismo y hasta de militarismo, principios sacados de antiguas tradiciones populares, ensintonía a veces con la doctrina social cristiana, y conceptos del marxismo-leninismo.

21. Hay que recordar, por último, que después de la segunda guerra mundial, y en parte comoreacción a sus horrores, se ha ido difundiendo un sentimiento más vivo de los derechos humanos,que ha sido reconocido en diversos documentos internacionales 52, y en la elaboración, podríadecirse, de un nuevo «derecho de gentes», al que la Santa Sede ha dado una constanteaportación. La pieza clave de esta evolución ha sido la Organización de la Naciones Unidas. Nosólo ha crecido la conciencia del derecho de los individuos, sino también la de los derechos de las

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naciones, mientras se advierte mejor la necesidad de actuar para corregir los gravesdesequilibrios existentes entre las diversas áreas geográficas del mundo que, en cierto sentido,han desplazado el centro de la cuestión social del ámbito nacional al plano internacional 53.

Al constatar con satisfacción todo este proceso, no se puede sin embargo soslayar el hecho deque el balance global de las diversas políticas de ayuda al desarrollo no siempre es positivo. Porotra parte, las Naciones Unidas no han logrado hasta ahora poner en pie instrumentos eficacespara la solución de los conflictos internacionales como alternativa a la guerra, lo cual parece ser elproblema más urgente que la comunidad internacional debe aún resolver.

 

CAPÍTULO IIIEL AÑO 1989

22. Partiendo de la situación mundial apenas descrita, y ya expuesta con amplitud en la encíclicaSollicitudo rei socialis, se comprende el alcance inesperado y prometedor de los acontecimientosocurridos en los últimos años. Su culminación es ciertamente lo ocurrido el año 1989 en lospaíses de Europa central y oriental; pero abarcan un arco de tiempo y un horizonte geográficomás amplios. A lo largo de los años ochenta van cayendo poco a poco en algunos países deAmérica Latina, e incluso de África y de Asia, ciertos regímenes dictatoriales y opresores; en otroscasos da comienzo un camino de transición, difícil pero fecundo, hacia formas políticas másjustas y de mayor participación. Una ayuda importante e incluso decisiva la ha dado la Iglesia, consu compromiso en favor de la defensa y promoción de los derechos del hombre. En ambientesintensamente ideologizados, donde posturas partidistas ofuscaban la conciencia de la comúndignidad humana, la Iglesia ha afirmado con sencillez y energía que todo hombre —sean cualessean sus convicciones personales— lleva dentro de sí la imagen de Dios y, por tanto, merecerespeto. En esta afirmación se ha identificado con frecuencia la gran mayoría del pueblo, lo cualha llevado a buscar formas de lucha y soluciones políticas más respetuosas para con la dignidadde la persona humana.

De este proceso histórico han surgido nuevas formas de democracia, que ofrecen esperanzas deun cambio en las frágiles estructuras políticas y sociales, gravadas por la hipoteca de unadolorosa serie de injusticias y rencores, aparte de una economía arruinada y de graves conflictossociales. Mientras en unión con toda la Iglesia doy gracias a Dios por el testimonio, en ocasionesheroico, que han dado no pocos pastores, comunidades cristianas enteras, fieles en particular yhombres de buena voluntad en tan difíciles circunstancias, le pido que sostenga los esfuerzos detodos para construir un futuro mejor. Es ésta una responsabilidad no sólo de los ciudadanos deaquellos países, sino también de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. Setrata de mostrar cómo los complejos problemas de aquellos pueblos se pueden resolver pormedio del diálogo y de la solidaridad, en vez de la lucha para destruir al adversario y en vez de la

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guerra.

23. Entre los numerosos factores de la caída de los regímenes opresores, algunos merecen serrecordados de modo especial. El factor decisivo que ha puesto en marcha los cambios es sinduda alguna la violación de los derechos del trabajador. No se puede olvidar que la crisisfundamental de los sistemas que pretenden ser expresión del gobierno y, lo que es más, de ladictadura del proletariado da comienzo con las grandes revueltas habidas en Polonia en nombrede la solidaridad. Son las muchedumbres de los trabajadores las que desautorizan la ideología,que pretende ser su voz; son ellas las que encuentran y como si descubrieran de nuevoexpresiones y principios de la doctrina social de la Iglesia, partiendo de la experiencia, vivida ydifícil, del trabajo y de la opresión.

Merece ser subrayado también el hecho de que casi en todas partes se haya llegado a la caídade semejante «bloque» o imperio a través de una lucha pacífica, que emplea solamente lasarmas de la verdad y de la justicia. Mientras el marxismo consideraba que únicamente llevandohasta el extremo las contradicciones sociales era posible darles solución por medio del choqueviolento, las luchas que han conducido a la caída del marxismo insisten tenazmente en intentartodas las vías de la negociación, del diálogo, del testimonio de la verdad, apelando a laconciencia del adversario y tratando de despertar en éste el sentido de la común dignidadhumana.

Parecía como si el orden europeo, surgido de la segunda guerra mundial y consagrado por losAcuerdos de Yalta, ya no pudiese ser alterado más que por otra guerra. Y sin embargo, ha sidosuperado por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poderde la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de laverdad. Esta actitud ha desarmado al adversario, ya que la violencia tiene siempre necesidad dejustificarse con la mentira y de asumir, aunque sea falsamente, el aspecto de la defensa de underecho o de respuesta a una amenaza ajena 54. Doy también gracias a Dios por habermantenido firme el corazón de los hombres durante aquella difícil prueba, pidiéndole que esteejemplo pueda servir en otros lugares y en otras circunstancias. ¡Ojalá los hombres aprendan aluchar por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas,así como a la guerra en las internacionales!

24. El segundo factor de crisis es, en verdad, la ineficiencia del sistema económico, lo cual no hade considerarse como un problema puramente técnico, sino más bien como consecuencia de laviolación de los derechos humanos a la iniciativa, a la propiedad y a la libertad en el sector de laeconomía. A este aspecto hay que asociar en un segundo momento la dimensión cultural y lanacional. No es posible comprender al hombre, considerándolo unilateralmente a partir del sectorde la economía, ni es posible definirlo simplemente tomando como base su pertenencia a unaclase social. Al hombre se le comprende de manera más exhaustiva si es visto en la esfera de lacultura a través de la lengua, la historia y las actitudes que asume ante los acontecimientos

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fundamentales de la existencia, como son nacer, amar, trabajar, morir. El punto central de todacultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios.Las culturas de las diversas naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas de plantearla pregunta acerca del sentido de la existencia personal. Cuando esta pregunta es eliminada, secorrompen la cultura y la vida moral de las naciones. Por esto, la lucha por la defensa del trabajose ha unido espontáneamente a la lucha por la cultura y por los derechos nacionales.

La verdadera causa de las «novedades», sin embargo, es el vacío espiritual provocado por elateísmo, el cual ha dejado sin orientación a las jóvenes generaciones y en no pocos casos las hainducido, en la insoslayable búsqueda de la propia identidad y del sentido de la vida, a descubrirlas raíces religiosas de la cultura de sus naciones y la persona misma de Cristo, como respuestaexistencialmente adecuada al deseo de bien, de verdad y de vida que hay en el corazón de todohombre. Esta búsqueda ha sido confortada por el testimonio de cuantos, en circunstanciasdifíciles y en medio de la persecución, han permanecido fieles a Dios. El marxismo habíaprometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados handemostrado que no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón.

25. Los acontecimientos del año 1989 ofrecen un ejemplo de éxito de la voluntad de negociacióny del espíritu evangélico contra un adversario decidido a no dejarse condicionar por principiosmorales: son una amonestación para cuantos, en nombre del realismo político, quieren eliminardel ruedo de la política el derecho y la moral. Ciertamente la lucha que ha desem- bocado en loscambios del 1989 ha exigido lucidez, moderación, sufrimientos y sacrificios; en cierto sentido, hanacido de la oración y hubiera sido impensable sin una ilimitada confianza en Dios, Señor de lahistoria, que tiene en sus manos el corazón de los hombres. Uniendo el propio sufrimiento por laverdad y por la libertad al de Cristo en la cruz, es así como el hombre puede hacer el milagro dela paz y ponerse en condiciones de acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindadque cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava.

Sin embargo, no se pueden ignorar los innumerables condicionamientos, en medio de los cualesviene a encontrarse la libertad individual a la hora de actuar: de hecho la influencian, pero no ladeterminan; facilitan más o menos su ejercicio, pero no pueden destruirla. No sólo no es lícitodesatender desde el punto de vista ético la naturaleza del hombre que ha sido creado para lalibertad, sino que esto ni siquiera es posible en la práctica. Donde la sociedad se organizareduciendo de manera arbitraria o incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamentela libertad, el resultado es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social.

Por otra parte, el hombre creado para la libertad lleva dentro de sí la herida del pecado originalque lo empuja continuamente hacia el mal y hace que necesite la redención. Esta doctrina no sóloes parte integrante de la revelación cristiana, sino que tiene también un gran valor hermenéuticoen cuanto ayuda a comprender la realidad humana. El hombre tiende hacia el bien, pero estambién capaz del mal; puede trascender su interés inmediato y, sin embargo, permanece

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vinculado a él. El orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y nooponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien losmodos de su fructuosa coordinación. De hecho, donde el interés individual es suprimidoviolentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático queesteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto deuna organización social perfecta que hace imposible el mal, piensan también que pueden usartodos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierteentonces en una «religión secular», que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en estemundo. De ahí que cualquier sociedad política, que tiene su propia autonomía y sus propias leyes55, nunca podrá confundirse con el Reino de Dios. La parábola evangélica de la buena semilla yla cizaña (cf. Mt 13, 24-30; 36-43) nos enseña que corresponde solamente a Dios separar a losseguidores del Reino y a los seguidores del Maligno, y que este juicio tendrá lugar al final de lostiempos. Pretendiendo anticipar el juicio ya desde ahora, el hombre trata de suplantar a Dios y seopone a su paciencia.

Gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, la victoria del Reino de Dios ha sido conquistada de unavez para siempre; sin embargo, la condición cristiana exige la lucha contra las tentaciones y lasfuerzas del mal. Solamente al final de los tiempos, volverá el Señor en su gloria para el juicio final(cf. Mt 25, 31) instaurando los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), pero,mientras tanto, la lucha entre el bien y el mal continúa incluso en el corazón del hombre.

Lo que la Sagrada Escritura nos enseña respecto de los destinos del Reino de Dios tiene susconsecuencias en la vida de la sociedad temporal, la cual —como indica la palabra misma—pertenece a la realidad del tiempo con todo lo que conlleva de imperfecto y provisional. El Reinode Dios, presente en el mundo sin ser del mundo, ilumina el orden de la sociedad humana,mientras que las energías de la gracia lo penetran y vivifican. Así se perciben mejor lasexigencias de una sociedad digna del hombre; se corrigen las desviaciones y se corrobora elánimo para obrar el bien. A esta labor de animación evangélica de las realidades humanas estánllamados, junto con todos los hombres de buena voluntad, todos los cristianos y de maneraespecial los seglares 56.

26. Los acontecimientos del año 1989 han tenido lugar principalmente en los países de Europaoriental y central; sin embargo, revisten importancia universal, ya que de ellos se desprendenconsecuencias positivas y negativas que afectan a toda la familia humana. Tales consecuenciasno se dan de forma mecánica o fatalista, sino que son más bien ocasiones que se ofrecen a lalibertad humana para colaborar con el designio misericordioso de Dios que actúa en la historia.

La primera consecuencia ha sido, en algunos países, el encuentro entre la Iglesia y el Movimientoobrero, nacido como una reacción de orden ético y concretamente cristiano contra una vastasituación de injusticia. Durante casi un siglo dicho Movimiento en gran parte había caído bajo lahegemonía del marxismo, no sin la convicción de que los proletarios, para luchar eficazmente

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contra la opresión, debían asumir las teorías materialistas y economicistas.

En la crisis del marxismo brotan de nuevo las formas espontáneas de la conciencia obrera, queponen de manifiesto una exigencia de justicia y de reconocimiento de la dignidad del trabajo,conforme a la doctrina social de la Iglesia 57. El Movimiento obrero desemboca en un movimientomás general de los trabajadores y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación dela persona humana y a la consolidación de sus derechos; hoy día está presente en muchospaíses y, lejos de contraponerse a la Iglesia católica, la mira con interés.

La crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de opresiónexistentes, de las que se alimentaba el marxismo mismo, instrumentalizándolas. A quienes hoydía buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia ofrece no sólo la doctrinasocial y, en general, sus enseñanzas sobre la persona redimida por Cristo, sino también sucompromiso concreto de ayuda para combatir la marginación y el sufrimiento.

En el pasado reciente, el deseo sincero de ponerse de parte de los oprimidos y de no quedarsefuera del curso de la historia ha inducido a muchos creyentes a buscar por diversos caminos uncompromiso imposible entre marxismo y cristianismo. El tiempo presente, a la vez que hasuperado todo lo que había de caduco en estos intentos, lleva a reafirmar la positividad de unaauténtica teología de la liberación humana integral 58. Considerados desde este punto de vista,los acontecimientos de 1989 vienen a ser importantes incluso para los países del llamado TercerMundo, que están buscando la vía de su desarrollo, lo mismo que lo han sido para los de Europacentral y oriental.

27. La segunda consecuencia afecta a los pueblos de Europa. En los años en que dominaba elcomunismo, y también antes, se cometieron muchas injusticias individuales y sociales, regionalesy nacionales; se acumularon muchos odios y rencores. Y sigue siendo real el peligro de quevuelvan a explotar, después de la caída de la dictadura, provocando graves conflictos y muertes,si disminuyen a su vez la tensión moral y la firmeza consciente en dar testimonio de la verdad,que han animado los esfuerzos del tiempo pasado. Es de esperar que el odio y la violencia notriunfen en los corazones, sobre todo de quienes luchan en favor de la justicia, sino que crezca entodos el espíritu de paz y de perdón.

Sin embargo, es necesario a este respecto que se den pasos concretos para crear o consolidarestructuras internacionales, capaces de intervenir, para el conveniente arbitraje, en los conflictosque surjan entre las naciones, de manera que cada una de ellas pueda hacer valer los propiosderechos, alcanzando el justo acuerdo y la pacífica conciliación con los derechos de los demás.Todo esto es particularmente necesario para las naciones europeas, íntimamente unidas entre sípor los vínculos de una cultura común y de una historia milenaria. En efecto, hace falta un granesfuerzo para la reconstrucción moral y económica en los países que han abandonado elcomunismo. Durante mucho tiempo las relaciones económicas más elementales han sido

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distorsionadas y han sido zaheridas virtudes relacionadas con el sector de la economía, como laveracidad, la fiabilidad, la laboriosidad. Se siente la necesidad de una paciente reconstrucciónmaterial y moral, mientras los pueblos extenuados por largas privaciones piden a sus gobernanteslogros de bienestar tangibles e inmediatos y una adecuada satisfacción de sus legítimasaspiraciones.

Naturalmente, la caída del marxismo ha tenido consecuencias de gran alcance por lo que serefiere a la repartición de la tierra en mundos incomunicados unos con otros y en recelosacompetencia entre sí; por otra parte, ha puesto más de manifiesto el hecho de lainterdependencia, así como que el trabajo humano está destinado por su naturaleza a unir a lospueblos y no a dividirlos. Efectivamente, la paz y la prosperidad son bienes que pertenecen a todoel género humano, de manera que no es posible gozar de ellos correcta y duraderamente si sonobtenidos y mantenidos en perjuicio de otros pueblos y naciones, violando sus derechos oexcluyéndolos de las fuentes del bienestar.

28. Para algunos países de Europa comienza ahora, en cierto sentido, la verdadera postguerra.La radical reestructuración de las economías, hasta ayer colectivizadas, comporta problemas ysacrificios, comparables con los que tuvieron que imponerse los países occidentales delcontinente para su reconstrucción después del segundo conflicto mundial. Es justo que en laspresentes dificultades los países excomunistas sean ayudados por el esfuerzo solidario de lasotras naciones: obviamente, han de ser ellos los primeros artífices de su propio desarrollo; perose les ha de dar una razonable oportunidad para realizarlo, y esto no puede lograrse sin la ayudade los otros países. Por lo demás, las actuales condiciones de dificultad y penuria son laconsecuencia de un proceso histórico, del que los países excomunistas han sido a veces objeto yno sujeto; por tanto, si se hallan en esas condiciones no es por propia elección o a causa deerrores cometidos, sino como consecuencia de trágicos acontecimientos históricos impuestos porla violencia, que les han impedido proseguir por el camino del desarrollo económico y civil.

La ayuda de otros países, sobre todo europeos, que han tenido parte en la misma historia y de laque son responsables, corresponde a una deuda de justicia. Pero corresponde también al interésy al bien general de Europa, la cual no podrá vivir en paz, si los conflictos de diversa índole, quesurgen como consecuencia del pasado, se van agravando a causa de una situación de desordeneconómico, de espiritual insatisfacción y desesperación.

Esta exigencia, sin embargo, no debe inducir a frenar los esfuerzos para prestar apoyo y ayuda alos países del Tercer Mundo, que sufren a veces condiciones de insuficiencia y de pobrezabastante más graves 59. Será necesario un esfuerzo extraordinario para movilizar los recursos,de los que el mundo en su conjunto no carece, hacia objetivos de crecimiento económico y dedesarrollo común, fijando de nuevo las prioridades y las escalas de valores, sobre cuya base sedeciden las opciones económicas y políticas. Pueden hacerse disponibles ingentes recursos conel desarme de los enormes aparatos militares, creados para el conflicto entre Este y Oeste. Éstos

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podrán resultar aún mayores, si se logra establecer procedimientos fiables para la solución de losconflictos, alternativas a la guerra, y extender, por tanto, el principio del control y de la reducciónde los armamentos incluso en los países del Tercer Mundo, adoptando oportunas medidas contrasu comercio 60. Sobre todo será necesario abandonar una mentalidad que considera a los pobres—personas y pueblos— como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo queotros han producido. Los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materialesy de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más prósperopara todos. La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural eincluso económico de la humanidad entera.

29. En fin, el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajouna dimensión humana integral 61. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al niveldel que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida másdigna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad deresponder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios. El punto culminante deldesarrollo conlleva el ejercicio del derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo y vivir según talconocimiento 62. En los regímenes totalitarios y autoritarios se ha extremado el principio de laprimacía de la fuerza sobre la razón. El hombre se ha visto obligado a sufrir una concepción de larealidad impuesta por la fuerza, y no conseguida mediante el esfuerzo de la propia razón y elejercicio de la propia libertad. Hay que invertir los términos de ese principio y reconoceríntegramente los derechos de la conciencia humana, vinculada solamente a la verdad natural yrevelada. En el reconocimiento de estos derechos consiste el fundamento primario de todoordenamiento político auténticamente libre 63. Es importante reafirmar este principio por variosmotivos:

a) porque las antiguas formas de totalitarismo y de autoritarismo todavía no han sido superadascompletamente y existe aún el riesgo de que recobren vigor: esto exige un renovado esfuerzo decolaboración y de solidaridad entre todos los países;

b) porque en los países desarrollados se hace a veces excesiva propaganda de los valorespuramente utilitarios, al provocar de manera desenfrenada los instintos y las tendencias al goceinmediato, lo cual hace difícil el reconocimiento y el respeto de la jerarquía de los verdaderosvalores de la existencia humana;

c) porque en algunos países surgen nuevas formas de fundamentalismo religioso que, velada otambién abiertamente, niegan a los ciudadanos de credos diversos de los de la mayoría el plenoejercicio de sus derechos civiles y religiosos, les impiden participar en el debate cultural,restringen el derecho de la Iglesia a predicar el Evangelio y el derecho de los hombres queescuchan tal predicación a acogerla y convertirse a Cristo. No es posible ningún progresoauténtico sin el respeto del derecho natural y originario a conocer la verdad y vivir según lamisma. A este derecho va unido, para su ejercicio y profundización, el derecho a descubrir y

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acoger libremente a Jesucristo, que es el verdadero bien del hombre 64.

 

CAPÍTULO IVLA PROPIEDAD PRIVADA

Y EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

30. En la Rerum novarum León XIII afirmaba enérgicamente y con varios argumentos el carácternatural del derecho a la propiedad privada, en contra del socialismo de su tiempo 65. Estederecho, fundamental en toda persona para su autonomía y su desarrollo, ha sido defendidosiempre por la Iglesia hasta nuestros días. Asimismo, la Iglesia enseña que la propiedad de losbienes no es un derecho absoluto, ya que en su naturaleza de derecho humano lleva inscrita lapropia limitación.

A la vez que proclamaba con fuerza el derecho a la propiedad privada, el Pontífice afirmaba conigual claridad que el «uso» de los bienes, confiado a la propia libertad, está subordinado aldestino primigenio y común de los bienes creados y también a la voluntad de Jesucristo,manifestada en el Evangelio. Escribía a este respecto: «Así pues los afortunados quedanavisados...; los ricos deben temer las tremendas amenazas de Jesucristo, ya que más pronto omás tarde habrán de dar cuenta severísima al divino Juez del uso de las riquezas»; y, citando asanto Tomás de Aquino, añadía: «Si se pregunta cómo debe ser el uso de los bienes, la Iglesiaresponderá sin vacilación alguna: "a este respecto el hombre no debe considerar los bienesexternos como propios, sino como comunes"... porque "por encima de las leyes y de los juicios delos hombres está la ley, el juicio de Cristo"»66.

Los sucesores de León XIII han repetido esta doble afirmación: la necesidad y, por tanto, la licitudde la propiedad privada, así como los límites que pesan sobre ella 67. También el ConcilioVaticano II ha propuesto de nuevo la doctrina tradicional con palabras que merecen ser citadasaquí textualmente: «El hombre, usando estos bienes, no debe considerar las cosas exteriores quelegítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido deque no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás». Y un poco más adelante: «Lapropiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zonaabsolutamente necesaria de autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como unaampliación de la libertad humana... La propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene tambiénuna índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes»68. La mismadoctrina social ha sido objeto de consideración por mi parte, primeramente en el discurso a la IIIConferencia del Episcopado latinoamericano en Puebla y posteriormente en las encíclicasLaborem exercens y Sollicitudo rei socialis 69.

31. Releyendo estas enseñanzas sobre el derecho a la propiedad y el destino común de los

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bienes en relación con nuestro tiempo, se puede plantear la cuestión acerca del origen de losbienes que sustentan la vida del hombre, que satisfacen sus necesidades y son objeto de susderechos.

El origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado el mundoy el hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos(cf. Gn 1, 28-29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todossus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destinouniversal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer lasnecesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana. Ahorabien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sinel trabajo. Mediante el trabajo, el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominarla yhacer de ella su digna morada. De este modo, se apropia una parte de la tierra, la que se haconquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. Obviamente le incumbetambién la responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte del don de Dios,es más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra.

A lo largo de la historia, en los comienzos de toda sociedad humana, encontramos siempre estosdos factores, el trabajo y la tierra; en cambio, no siempre hay entre ellos la misma relación. Enotros tiempos la natural fecundidad de la tierra aparecía, y era de hecho, como el factor principalde riqueza, mientras que el trabajo servía de ayuda y favorecía tal fecundidad. En nuestro tiempoes cada vez más importante el papel del trabajo humano en cuanto factor productivo de lasriquezas inmateriales y materiales; por otra parte, es evidente que el trabajo de un hombre seconecta naturalmente con el de otros hombres. Hoy más que nunca, trabajar es trabajar con otrosy trabajar para otros: es hacer algo para alguien. El trabajo es tanto más fecundo y productivo,cuanto el hombre se hace más capaz de conocer las potencialidades productivas de la tierra y veren profundidad las necesidades de los otros hombres, para quienes se trabaja.

32. Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importanciano inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber. En estetipo de propiedad, mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las nacionesindustrializadas.

Se ha aludido al hecho de que el hombre trabaja con los otros hombres, tomando parte en un«trabajo social» que abarca círculos progresivamente más amplios. Quien produce una cosa lohace generalmente —aparte del uso personal que de ella pueda hacer— para que otros puedandisfrutar de la misma, después de haber pagado el justo precio, establecido de común acuerdomediante una libre negociación. Precisamente la capacidad de conocer oportunamente lasnecesidades de los demás hombres y el conjunto de los factores productivos más apropiadospara satisfacerlas es otra fuente importante de riqueza en una sociedad moderna. Por lo demás,muchos bienes no pueden ser producidos de manera adecuada por un solo individuo, sino que

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exigen la colaboración de muchos. Organizar ese esfuerzo productivo, programar su duración enel tiempo, procurar que corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer,asumiendo los riesgos necesarios: todo esto es también una fuente de riqueza en la sociedadactual. Así se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano,disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, comoparte esencial del mismo trabajo 70.

Dicho proceso, que pone concretamente de manifiesto una verdad sobre la persona, afirmada sincesar por el cristianismo, debe ser mirado con atención y positivamente. En efecto, el principalrecurso del hombre es, junto con la tierra, el hombre mismo. Es su inteligencia la que descubrelas potencialidades productivas de la tierra y las múltiples modalidades con que se puedensatisfacer las necesidades humanas. Es su trabajo disciplinado, en solidaria colaboración, el quepermite la creación de comunidades de trabajo cada vez más amplias y seguras para llevar acabo la transformación del ambiente natural y la del mismo ambiente humano. En este procesoestán comprometidas importantes virtudes, como son la diligencia, la laboriosidad, la prudenciaen asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, laresolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas, pero necesarias para eltrabajo común de la empresa y para hacer frente a los eventuales reveses de fortuna.

La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de lapersona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. En efecto, la economía esun sector de la múltiple actividad humana y en ella, como en todos los demás campos, es tanválido el derecho a la libertad como el deber de hacer uso responsable del mismo. Hay, además,diferencias específicas entre estas tendencias de la sociedad moderna y las del pasado inclusoreciente. Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra y luego lo fue elcapital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumentales, hoy día elfactor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, quese pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, asícomo la de intuir y satisfacer las necesidades de los demás.

33. Sin embargo, es necesario descubrir y hacer presentes los riesgos y los problemasrelacionados con este tipo de proceso. De hecho, hoy muchos hombres, quizá la gran mayoría,no disponen de medios que les permitan entrar de manera efectiva y humanamente digna en unsistema de empresa, donde el trabajo ocupa una posición realmente central. No tienen posibilidadde adquirir los conocimientos básicos, que les ayuden a expresar su creatividad y desarrollar suscapacidades. No consiguen entrar en la red de conocimientos y de intercomunicaciones que lespermitiría ver apreciadas y utilizadas sus cualidades. Ellos, aunque no explotados propiamente,son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, por encima desu alcance, limitando incluso los espacios ya reducidos de sus antiguas economías desubsistencia. Esos hombres, impotentes para resistir a la competencia de mercancías producidascon métodos nuevos y que satisfacen necesidades que anteriormente ellos solían afrontar con

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sus formas organizativas tradicionales, ofuscados por el esplendor de una ostentosa opulencia,inalcanzable para ellos, coartados a su vez por la necesidad, esos hombres forman verdaderasaglomeraciones en las ciudades del Tercer Mundo, donde a menudo se ven desarraigadosculturalmente, en medio de situaciones de violencia y sin posibilidad de integración. No se lesreconoce, de hecho, su dignidad y, en ocasiones, se trata de eliminarlos de la historia medianteformas coactivas de control demográfico, contrarias a la dignidad humana.

Otros muchos hombres, aun no estando marginados del todo, viven en ambientes donde la luchapor lo necesario es absolutamente prioritaria y donde están vigentes todavía las reglas delcapitalismo primitivo, junto con una despiadada situación que no tiene nada que envidiar a la delos momentos más oscuros de la primera fase de industrialización. En otros casos sigue siendo latierra el elemento principal del proceso económico, con lo cual quienes la cultivan, al ser excluidosde su propiedad, se ven reducidos a condiciones de semiesclavitud 71. Ante estos casos, sepuede hablar hoy día, como en tiempos de la Rerum novarum, de una explotación inhumana. Apesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carenciashumanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejosde haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido ladel saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia.

Por desgracia, la gran mayoría de los habitantes del Tercer Mundo vive aún en esas condiciones.Sería, sin embargo, un error entender este mundo en sentido solamente geográfico. En algunasregiones y en sectores sociales del mismo se han emprendido procesos de desarrollo orientadosno tanto a la valoración de los recursos materiales, cuanto a la del «recurso humano».

En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía delaislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. Lahistoria reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado hanexperimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo lospaíses que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas anivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguir un acceso equitativoal mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursosnaturales, sino sobre la valoración de los recursos humanos 72.

Con todo, aspectos típicos del Tercer Mundo se dan también en los países desarrollados, dondela transformación incesante de los modos de producción y de consumo devalúa ciertosconocimientos ya adquiridos y profesionalidades consolidadas, exigiendo un esfuerzo continuo derecalificación y de puesta al día. Los que no logran ir al compás de los tiempos pueden quedarfácilmente marginados, y junto con ellos, lo son también los ancianos, los jóvenes incapaces deinserirse en la vida social y, en general, las personas más débiles y el llamado Cuarto Mundo. Lasituación de la mujer en estas condiciones no es nada fácil.

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34. Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libremercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a lasnecesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son «solventables»,con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son «vendibles», esto es, capaces dealcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienensalida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sinsatisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos porellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir losconocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para podervalorar mejor sus capacidades y recursos. Por encima de la lógica de los intercambios a base delos parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, envirtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad desobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad.

En el contexto del Tercer Mundo conservan toda su validez —y en ciertos casos son todavía unameta por alcanzar— los objetivos indicados por la Rerum novarum, para evitar que el trabajo delhombre y el hombre mismo se reduzcan al nivel de simple mercancía: el salario suficiente para lavida de familia, los seguros sociales para la vejez y el desempleo, la adecuada tutela de lascondiciones de trabajo.

35. Se abre aquí un vasto y fecundo campo de acción y de lucha, en nombre de la justicia, paralos sindicatos y demás organizaciones de los trabajadores, que defienden sus derechos y tutelansu persona, desempeñando al mismo tiempo una función esencial de carácter cultural, parahacerles participar de manera más plena y digna en la vida de la nación y ayudarles en la vía deldesarrollo.

En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendidocomo método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios deproducción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre 73. En la lucha contraeste sistema no se pone, como modelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es uncapitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en laparticipación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exige que éste seacontrolado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice lasatisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad.

La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de laempresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sidoutilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechasdebidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único índice de las condiciones de laempresa. Es posible que los balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo loshombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos

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en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible, esto no puede menos de tener reflejosnegativos para el futuro, hasta para la eficiencia económica de la empresa. En efecto, finalidad dela empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma dela empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción desus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedadentera. Los beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; juntocon ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que, a largo plazo, son por lomenos igualmente esenciales para la vida de la empresa.

Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja alcapitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y losmonopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos—individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo.Este objetivo exige esfuerzos programados y responsables por parte de toda la comunidadinternacional. Es necesario que las naciones más fuertes sepan ofrecer a las más débilesoportunidades de inserción en la vida internacional; que las más débiles sepan aceptar estasoportunidades, haciendo los esfuerzos y los sacrificios necesarios para ello, asegurando laestabilidad del marco político y económico, la certeza de perspectivas para el futuro, el desarrollode las capacidades de los propios trabajadores, la formación de empresarios eficientes yconscientes de sus responsabilidades 74.

Actualmente, sobre los esfuerzos positivos que se han llevado a cabo en este sentido grava elproblema, todavía no resuelto en gran parte, de la deuda exterior de los países más pobres. Esciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigiro pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales quellevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que lasdeudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario—como, por lo demás, está ocurriendo en parte— encontrar modalidades de reducción, dilación oextinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia yal progreso.

36. Conviene ahora dirigir la atención a los problemas específicos y a las amenazas, que surgendentro de las economías más avanzadas y en relación con sus peculiares características. En lasprecedentes fases de desarrollo, el hombre ha vivido siempre condicionado bajo el peso de lanecesidad. Las cosas necesarias eran pocas, ya fijadas de alguna manera por las estructurasobjetivas de su constitución corpórea, y la actividad económica estaba orientada a satisfacerlas.Está claro, sin embargo, que hoy el problema no es sólo ofrecer una cantidad de bienessuficientes, sino el de responder a un demanda de calidad: calidad de la mercancía que seproduce y se consume; calidad de los servicios que se disfrutan; calidad del ambiente y de la vidaen general.

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La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sílegítimo; sin embargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos aesta fase histórica. En el mundo, donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempreuna concepción más o menos adecuada del hombre y de su verdadero bien. A través de lasopciones de producción y de consumo se pone de manifiesto una determinada cultura, comoconcepción global de la vida. De ahí nace el fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevasnecesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es necesario dejarse guiar por unaimagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine lasmateriales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente asus instintos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, sepueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia inclusoperjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee en sí mismocriterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacciónde las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de unapersonalidad madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural, quecomprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad deelección, la formación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todoen los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria intervenciónde las autoridades públicas.

Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del hombre y queciertamente no es fácil controlar, es el de la droga. Su difusión es índice de una grave disfuncióndel sistema social, que supone una visión materialista y, en cierto sentido, destructiva de lasnecesidades humanas. De este modo la capacidad innovadora de la economía libre termina porrealizarse de manera unilateral e inadecuada. La droga, así como la pornografía y otras formas deconsumismo, al explotar la fragilidad de los débiles, pretenden llenar el vacío espiritual que se havenido a crear.

No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume comomejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sinopara consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo 75. Por esto, esnecesario esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad,de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimientocomún sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de lasinversiones. A este respecto, no puedo limitarme a recordar el deber de la caridad, esto es, eldeber de ayudar con lo propio «superfluo» y, a veces, incluso con lo propio «necesario», para daral pobre lo indispensable para vivir. Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en unlugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral y cultural.Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, ladecisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, estáasimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo

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cual muestra las cualidades humanas de quien decide.

37. Es asimismo preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculadocon él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de sery de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su mismavida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, pordesgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad detransformar y, en cierto sentido, de «crear» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste sedesarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte deDios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a suvoluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y queel hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar supapel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con elloprovoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él 76.

Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseode poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actituddesinteresada, gratuita, estética que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leeren las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado. A este respecto, lahumanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su cometido para con lasgeneraciones futuras.

38. Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más graveaún del ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención.Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los«habitat» naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nosdamos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de latierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica«ecología humana». No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarlarespetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso elhombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moralde la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de lamoderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, asícomo la debida atención a una «ecología social» del trabajo.

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todoordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por laestructura social en que vive, por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementospueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales seconstituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo laplena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales

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estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exigevalentía y paciencia 77.

39. La primera estructura fundamental a favor de la «ecología humana» es la familia, en cuyoseno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere deciramar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona. Se entiendeaquí la familia fundada en el matrimonio, en el que el don recíproco de sí por parte del hombre yde la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar suspotencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único eirrepetible. En cambio, sucede con frecuencia que el hombre se siente desanimado a realizar lascondiciones auténticas de la reproducción humana y se ve inducido a considerar la propia vida y así mismo como un conjunto de sensaciones que hay que experimentar más bien que como unaobra a realizar. De aquí nace una falta de libertad que le hace renunciar al compromiso devincularse de manera estable con otra persona y engendrar hijos, o bien le mueve a considerar aéstos como una de tantas «cosas» que es posible tener o no tener, según los propios gustos, yque se presentan como otras opciones.

Hay que volver a considerar la familia como el santuario de la vida. En efecto, es sagrada: es elámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra losmúltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de unauténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye lasede de la cultura de la vida.

El ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las fuentes dela vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia en el mundo, más que adefender y abrir las posibilidades a la vida misma. En la encíclica Sollicitudo rei socialis han sidodenunciadas las campañas sistemáticas contra la natalidad, que, sobre la base de unaconcepción deformada del problema demográfico y en un clima de «absoluta falta de respeto porla libertad de decisión de las personas interesadas», las someten frecuentemente a «intolerablespresiones... para plegarlas a esta forma nueva de opresión»78. Se trata de políticas que contécnicas nuevas extienden su radio de acción hasta llegar, como en una «guerra química», aenvenenar la vida de millones de seres humanos indefensos.

Estas críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un sistema ético-cultural. En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividadhumana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro dela vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, lacausa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hechode que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado,limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios 79.

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Todo esto se puede resumir afirmando una vez más que la libertad económica es solamente unelemento de la libertad humana. Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombrees considerado más como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto queproduce y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona humana ytermina por alienarla y oprimirla 80.

40. Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son elambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por lossimples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía eldeber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el nuevo capitalismo elEstado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas,constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente susfines individuales.

He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no puedenser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan asu lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar.Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, autilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo, dan laprimacía a la voluntad y a las preferencias de la persona, que, en el contrato, se confrontan conlas de otras personas. No obstante, conllevan el riesgo de una «idolatría» del mercado, queignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías.

41. El marxismo ha criticado las sociedades burguesas y capitalistas, reprochándoles lamercantilización y la alienación de la existencia humana. Ciertamente, este reproche está basadosobre una concepción equivocada e inadecuada de la alienación, según la cual ésta dependeúnicamente de la esfera de las relaciones de producción y propiedad, esto es, atribuyéndole unfundamento materialista y negando, además, la legitimidad y la positividad de las relaciones demercado incluso en su propio ámbito. El marxismo acaba afirmando así que sólo en una sociedadde tipo colectivista podría erradicarse la alienación. Ahora bien, la experiencia histórica de lospaíses socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sinoque más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficaciaeconómica.

La experiencia histórica de Occidente, por su parte, demuestra que, si bien el análisis y elfundamento marxista de la alienación son falsas, sin embargo la alienación, junto con la pérdidadel sentido auténtico de la existencia, es una realidad incluso en las sociedades occidentales. Enefecto, la alienación se verifica en el consumo, cuando el hombre se ve implicado en una red desatisfacciones falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidadauténtica y concreta. La alienación se verifica también en el trabajo, cuando se organiza demanera tal que «maximaliza» solamente sus frutos y ganancias y no se preocupa de que el

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trabajador, mediante el propio trabajo, se realice como hombre, según que aumente suparticipación en una auténtica comunidad solidaria, o bien su aislamiento en un complejo derelaciones de exacerbada competencia y de recíproca exclusión, en la cual es considerado sólocomo un medio y no como un fin.

Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el concepto de alienación, descubriendo enél la inversión entre los medios y los fines: el hombre, cuando no reconoce el valor y la grandezade la persona en sí mismo y en el otro, se priva de hecho de la posibilidad de gozar de la propiahumanidad y de establecer una relación de solidaridad y comunión con los demás hombres, paralo cual fue creado por Dios. En efecto, es mediante la propia donación libre como el hombre serealiza auténticamente a sí mismo 81, y esta donación es posible gracias a la esencial«capacidad de trascendencia» de la persona humana. El hombre no puede darse a un proyectosolamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona,puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y elúnico que puede acoger plenamente su donación 82. Se aliena el hombre que rechazatrascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de unaauténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada unasociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil larealización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana.

En la sociedad occidental se ha superado la explotación, al menos en las formas analizadas ydescritas por Marx. No se ha superado, en cambio, la alienación en las diversas formas deexplotación, cuando los hombres se instrumentalizan mutuamente y, para satisfacer cada vezmás refinadamente sus necesidades particulares y secundarias, se hacen sordos a las principalesy auténticas, que deben regular incluso el modo de satisfacer otras necesidades 83. El hombreque se preocupa sólo o prevalentemente de tener y gozar, incapaz de dominar sus instintos y suspasiones y de subordinarlas mediante la obediencia a la verdad, no puede ser libre. La obedienciaa la verdad sobre Dios y sobre el hombre es la primera condición de la libertad, que le permiteordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlos según una justajerarquía de valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio decrecimiento. Un obstáculo a esto puede venir de la manipulación llevada a cabo por los medios decomunicación social, cuando imponen con la fuerza persuasiva de insistentes campañas, modasy corrientes de opinión, sin que sea posible someter a un examen crítico las premisas sobre lasque se fundan.

42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso delcomunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzosde los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo quees necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progresoeconómico y civil?

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La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económicoque reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedadprivada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la librecreatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunquequizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», osimplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual lalibertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la pongaal servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de lamisma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.

La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación yexplotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana,especialmente en los países más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza la vozde la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral.El fracaso del sistema comunista en tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora deafrontar de manera adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Esmás, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechazaincluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intentode afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas demercado.

43. La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficacespueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos losresponsables que afronten los problemas concretos en todos sus aspectos sociales, económicos,políticos y culturales que se relacionan entre sí 84. Para este objetivo la Iglesia ofrece, comoorientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual —como queda dicho—reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos hande estar orientados hacia el bien común. Esta doctrina reconoce también la legitimidad de losesfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios másamplios de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando juntamente conotros y bajo la dirección de otros, puedan considerar en cierto sentido que «trabajan en algopropio» 85, al ejercitar su inteligencia y libertad.

El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece másbien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo, por más que esto puede debilitar centrosde poder ya consolidados. La empresa no puede considerarse única- mente como una «sociedadde capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar partede manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario parasu actividad y los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendonecesario todavía un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es laliberación y la promoción integral de la persona.

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A la luz de las «cosas nuevas» de hoy ha sido considerada nuevamente la relación entre lapropiedad individual o privada y el destino universal de los bienes. El hombre se realiza a símismo por medio de su inteligencia y su libertad y, obrando así, asume como objeto e instrumentolas cosas del mundo, a la vez que se apropia de ellas. En este modo de actuar se encuentra elfundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedad individual. Mediante su trabajo el hombrese compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor de los demás y con los demás: cadauno colabora en el trabajo y en el bien de los otros. El hombre trabaja para cubrir las necesidadesde su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda lahumanidad 86. Colabora, asimismo, en la actividad de los que trabajan en la misma empresa eigualmente en el trabajo de los proveedores o en el consumo de los clientes, en una cadena desolidaridad que se extiende progresivamente. La propiedad de los medios de producción, tanto enel campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; peroresulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtenerunas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sinomás bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de lasolidaridad en el mundo laboral 87. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación yconstituye un abuso ante Dios y los hombres.

La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, underecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas depolítica económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, nopuede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social 88. Así como la persona se realizaplenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmentecuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimientohumano para todos.

 

CAPÍTULO VESTADO Y CULTURA

44. León XIII no ignoraba que una sana teoría del Estado era necesaria para asegurar eldesarrollo normal de las actividades humanas: las espirituales y las materiales, entrambasindispensables 89. Por esto, en un pasaje de la Rerum novarum el Papa presenta la organizaciónde la sociedad estructurada en tres poderes —legislativo, ejecutivo y judicial—, lo cual constituíaentonces una novedad en las enseñanzas de la Iglesia 90. Tal ordenamiento refleja una visiónrealista de la naturaleza social del hombre, la cual exige una legislación adecuada para protegerla libertad de todos. A este respecto es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderesy otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del«Estado de derecho», en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.

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A esta concepción se ha opuesto en tiempos modernos el totalitarismo, el cual, en la formamarxista-leninista, considera que algunos hombres, en virtud de un conocimiento más profundode las leyes de desarrollo de la sociedad, por una particular situación de clase o por contacto conlas fuentes más profundas de la conciencia colectiva, están exentos del error y pueden, por tanto,arrogarse el ejercicio de un poder absoluto. A esto hay que añadir que el totalitarismo nace de lanegación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuyaobediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro quegarantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, loscontraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa lafuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone paraimponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. Entonces elhombre es respetado solamente en la medida en que es posible instrumentalizarlo para que seafirme en su egoísmo. La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negaciónde la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y,precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, elgrupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de uncuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola, explotándola oincluso intentando destruirla 91.

45. La cultura y la praxis del totalitarismo comportan además la negación de la Iglesia. El Estado,o bien el partido, que cree poder realizar en la historia el bien absoluto y se erige por encima detodos los valores, no puede tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y del mal, porencima de la voluntad de los gobernantes y que, en determinadas circunstancias, puede servirpara juzgar su comportamiento. Esto explica por qué el totalitarismo trata de destruir la Iglesia o,al menos, someterla, convirtiéndola en instrumento del propio aparato ideológico 92.

El Estado totalitario tiende, además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, lascomunidades religiosas y las mismas personas. Defendiendo la propia libertad, la Iglesia defiendela persona, que debe obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 5, 29); defiende lafamilia, las diversas organizaciones sociales y las naciones, realidades todas que gozan de unpropio ámbito de autonomía y soberanía.

46. La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participaciónde los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir ycontrolar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica93. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, porintereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado.

Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de unarecta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para lapromoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos

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ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras departicipación y de corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismoescéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticasdemocráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella confirmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad seadeterminada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A estepropósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acciónpolítica, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmentepara fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismovisible o encubierto, como demuestra la historia.

La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, ennombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer alos demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdadcristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema lacambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia encondiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente latrascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad 94.

La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En unmundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia delas pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve(cf. Jn 8, 31-32), proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de suvocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres y estando atento a laparte de verdad que encuentra en la experiencia de vida y en la cultura de las personas y de lasnaciones, el cristiano no renuncia a afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correctoejercicio de su razón 95.

47. Después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes totalitarios y de«seguridad nacional», asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático juntocon una viva atención y preocupación por los derechos humanos. Pero, precisamente por esto, esnecesario que los pueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia unauténtico y sólido fundamento, mediante el reconocimiento explícito de estos derechos 96. Entrelos principales hay que recordar: el derecho a la vida, del que forma parte integrante el derechodel hijo a crecer bajo el corazón de la madre, después de haber sido concebido; el derecho a viviren una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; elderecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y elconocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierray recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar librementeuna familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad.Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como

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derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de lapropia persona 97.

También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre sonrepetados totalmente estos derechos. Y nos referimos no solamente al escándalo del aborto, sinotambién a diversos aspectos de una crisis de los sistemas democráticos, que a veces parece quehan perdido la capacidad de decidir según el bien común. Los interrogantes que se plantean en lasociedad a menudo no son examinados según criterios de justicia y moralidad, sino más bien deacuerdo con la fuerza electoral o financiera de los grupos que los sostienen. Semejantesdesviaciones de la actividad política con el tiempo producen desconfianza y apatía, con lo cualdisminuye la participación y el espíritu cívico entre la población, que se siente perjudicada ydesilusionada. De ahí viene la creciente incapacidad para encuadrar los intereses particulares enuna visión coherente del bien común. Éste, en efecto, no es la simple suma de los interesesparticulares, sino que implica su valoración y armonización, hecha según una equilibradajerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta comprensión de la dignidad y de losderechos de la persona 98.

La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno paraexpresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ellaofrece en este sentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que semanifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado 99.

48. Estas consideraciones generales se reflejan también sobre el papel del Estado en el sector dela economía. La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puededesenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone unaseguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetarioestable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la degarantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de sutrabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta deseguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropiasde enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en actividades ilegales o puramenteespeculativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico.

Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos enel sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino decada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad. El Estadono podría asegurar directamente el derecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos, sinestructurar rígidamente toda la vida económica y sofocar la libre iniciativa de los individuos. Locual, sin embargo, no significa que el Estado no tenga ninguna competencia en este ámbito,como han afirmado quienes propugnan la ausencia de reglas en la esfera económica. Es más, elEstado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que

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aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola enmomentos de crisis.

El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopoliocreen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de armonización ydirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situacionesexcepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiado débiles o en víasde formación, sean inadecuados para su cometido. Tales intervenciones de suplencia, justificadaspor razones urgentes que atañen al bien común, en la medida de lo posible deben ser limitadastemporalmente, para no privar establemente de sus competencias a dichos sectores sociales ysistemas de empresas y para no ampliar excesivamente el ámbito de intervención estatal demanera perjudicial para la libertad tanto económica como civil.

En los últimos años ha tenido lugar una vasta ampliación de ese tipo de intervención, que hallegado a constituir en cierto modo un Estado de índole nueva: el «Estado del bienestar». Estaevolución se ha dado en algunos Estados para responder de manera más adecuada a muchasnecesidades y carencias tratando de remediar formas de pobreza y de privación indignas de lapersona humana. No obstante, no han faltado excesos y abusos que, especialmente en los añosmás recientes, han provocado duras críticas a ese Estado del bienestar, calificado como «Estadoasistencial». Deficiencias y abusos del mismo derivan de una inadecuada comprensión de losdeberes propios del Estado. En este ámbito también debe ser respetado el principio desubsidiariedad. Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de ungrupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debesostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demáscomponentes sociales, con miras al bien común 100.

Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca lapérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados porlógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enormecrecimiento de los gastos. Efectivamente, parece que conoce mejor las necesidades y lograsastisfacerlas de modo más adecuado quien está próximo a ellas o quien está cerca delnecesitado. Además, un cierto tipo de necesidades requiere con frecuencia una respuesta quesea no sólo material, sino que sepa descubrir su exigencia humana más profunda. Convienepensar también en la situación de los prófugos y emigrantes, de los ancianos y enfermos, y entodos los demás casos, necesitados de asistencia, como es el de los drogadictos: personas todasellas que pueden ser ayudadas de manera eficaz solamente por quien les ofrece, aparte de loscuidados necesarios, un apoyo sinceramente fraterno.

49. En este campo la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, su Fundador, está presente desde siemprecon sus obras, que tienden a ofrecer al hombre necesitado un apoyo material que no lo humille nilo reduzca a ser únicamente objeto de asistencia, sino que lo ayude a salir de su situación

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precaria, promoviendo su dignidad de persona. Gracias a Dios, hay que decir que la caridadoperante nunca se ha apagado en la Iglesia y, es más, tiene actualmente un multiforme yconsolador incremento. A este respecto, es digno de mención especial el fenómeno delvoluntariado, que la Iglesia favorece y promueve, solicitando la colaboración de todos parasostenerlo y animarlo en sus iniciativas.

Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un compromisoconcreto de solidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia con la mutua ayuda de losesposos y, luego, con las atenciones que las generaciones se prestan entre sí. De este modo lafamilia se cualifica como comunidad de trabajo y de solidaridad. Pero ocurre que cuando la familiadecide realizar plenamente su vocación, se puede encontrar sin el apoyo necesario por parte delEstado, que no dispone de recursos suficientes. Es urgente, entonces, promover iniciativaspolíticas no sólo en favor de la familia, sino también políticas sociales que tengan como objetivoprincipal a la familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecuados einstrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para la atenciónde los ancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y consolidando las relaciones entrelas generaciones 101.

Además de la familia, desarrollan también funciones primarias y ponen en marcha estructurasespecíficas de solidaridad otras sociedades intermedias. Efectivamente, éstas maduran comoverdaderas comunidades de personas y refuerzan el tejido social, impidiendo que caiga en elanonimato y en una masificación impersonal, bastante frecuente por desgracia en la sociedadmoderna. En medio de esa múltiple inter- acción de las relaciones vive la persona y crece la«subjetividad de la sociedad». El individuo hoy día queda sofocado con frecuencia entre los dospolos del Estado y del mercado. En efecto, da la impresión a veces de que existe sólo comoproductor y consumidor de mercancías, o bien como objeto de la administración del Estado,mientras se olvida que la convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni elEstado, ya que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y elmercado. El hombre es, ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla yprofundizarla en un diálogo continuo que implica a las generaciones pasadas y futuras 102.

50. Esta búsqueda abierta de la verdad, que se renueva cada generación, caracteriza la culturade la nación. En efecto, el patrimonio de los valores heredados y adquiridos, es con frecuenciaobjeto de contestación por parte de los jóvenes. Contestar, por otra parte, no quiere decirnecesariamente destruir o rechazar a priori, sino que quiere significar sobre todo someter aprueba en la propia vida y, tras esta verificación existencial, hacer que esos valores sean másvivos, actuales y personales, discerniendo lo que en la tradición es válido respecto de falsedadesy errores o de formas obsoletas, que pueden ser sustituidas por otras más en consonancia conlos tiempos.

En este contexto conviene recordar que la evangelización se inserta también en la cultura de las

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naciones, ayudando a ésta en su camino hacia la verdad y en la tarea de purificación yenriquecimiento 103. Pero, cuando una cultura se encierra en sí misma y trata de perpetuarformas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación sobre la verdad delhombre, entonces se vuelve estéril y lleva a su decadencia.

51. Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene una recíproca relación conella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la participación directa de todo elhombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y delos demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal,de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y másimportante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete aconstruir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino. Es aeste nivel donde tiene lugar la contribución específica y decisiva de la Iglesia en favor de laverdadera cultura. Ella promueve el nivel de los comportamientos humanos que favorecen lacultura de la paz contra los modelos que anulan al hombre en la masa, ignoran el papel de sucreatividad y libertad y ponen la grandeza del hombre en sus dotes para el conflicto y para laguerra. La Iglesia lleva a cabo este servicio predicando la verdad sobre la creación del mundo,que Dios ha puesto en las manos de los hombres para que lo hagan fecundo y más perfecto consu trabajo, y predicando la verdad sobre la Redención, mediante la cual el Hijo de Dios hasalvado a todos los hombres y al mismo tiempo los ha unido entre sí haciéndolos responsablesunos de otros. La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favor delhermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abarcar a todos loshombres.

Esta exigencia no se limita a los confines de la propia familia, y ni siquiera de la nación o delEstado, sino que afecta ordenadamente a toda la humanidad, de manera que nadie debeconsiderarse extraño o indiferente a la suerte de otro miembro de la familia humana. En efecto,nadie puede afirmar que no es responsable de la suerte de su hermano (cf. Gn 4, 9; Lc 10, 29-37;Mt 25, 31-46). La atenta y diligente solicitud hacia el prójimo, en el momento mismo de lanecesidad, —facilitada incluso por los nuevos medios de comunicación que han acercado más alos hombres entre sí— es muy importante para la búsqueda de los instrumentos de solución delos conflictos internacionales que puedan ser una alternativa a la guerra. No es difícil afirmar queel ingente poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias y pequeñaspotencias, y la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muyarduo o prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto.

52. Los Pontífices Benedicto XV y sus sucesores han visto claramente este peligro 104, y yomismo, con ocasión de la reciente y dramática guerra en el Golfo Pérsico, he repetido el grito:«¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, queenseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuelade rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han

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provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema dela venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también esurgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay queolvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticiassufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masashumanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones porlas vías de la paz.

Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo 105. Igual que existe la responsabilidadcolectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover eldesarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social queoriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesariastambién intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo decomprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias. He ahí la deseadacultura que hace aumentar la confianza en las potencialidades humanas del pobre y, por tanto, ensu capacidad de mejorar la propia condición mediante el trabajo y contribuir positivamente albienestar económico. Sin embargo, para lograr esto, el pobre —individuo o nación— necesita quese le ofrezcan condiciones realmente asequibles. Crear tales condiciones es el deber de unaconcertación mundial para el desarrollo, que implica además el sacrificio de las posicionesventajosas en ganancias y poder, de las que se benefician las economías más desarrolladas 106.

Esto puede comportar importantes cambios en los estilos de vida consolidados, con el fin delimitar el despilfarro de los recursos ambientales y humanos, permitiendo así a todos los pueblosy hombres de la tierra el poseerlos en medida suficiente. A esto hay que añadir la valoración delos nuevos bienes materiales y espirituales, fruto del trabajo y de la cultura de los pueblos hoymarginados, para obtener así el enriquecimiento humano general de la familia de las naciones.

 

CAPÍTULO VIEL HOMBRE ES EL CAMINO DE LA IGLESIA

53. Ante la miseria del proletariado decía León XIII: «Afrontamos con confianza este argumento ycon pleno derecho por parte nuestra... Nos parecería faltar al deber de nuestro oficio sicallásemos»107. En los últimos cien años la Iglesia ha manifestado repetidas veces supensamiento, siguiendo de cerca la continua evolución de la cuestión social, y esto no lo hahecho ciertamente para recuperar privilegios del pasado o para imponer su propia concepción. Suúnica finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre, confiado a ella por Cristomismo, hacia este hombre, que, como el Concilio Vaticano II recuerda, es la única criatura queDios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en lasalvación eterna. No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se

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trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se haunido Cristo para siempre a través de este misterio 108. De ahí se sigue que la Iglesia no puedeabandonar al hombre, y que «este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en elcumplimiento de su misión..., camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conducea través del misterio de la encarnación y de la redención»109.

Es esto y solamente esto lo que inspira la doctrina social de la Iglesia. Si ella ha ido elaborándolaprogresivamente de forma sistemática, sobre todo a partir de la fecha que estamosconmemorando, es porque toda la riqueza doctrinal de la Iglesia tiene como horizonte al hombreen su realidad concreta de pecador y de justo.

54. La doctrina social, especialmente hoy día, mira al hombre, inserido en la compleja trama derelaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la filosofía ayudan a interpretar lacentralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí mismo,como «ser social». Sin embargo, solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera, yprecisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas lasaportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de lasalvación.

La encíclica Rerum novarum puede ser leída como una importante aportación al análisissocioeconómico de finales del siglo XIX, pero su valor particular le viene de ser un documento delMagisterio, que se inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia, junto con otros muchosdocumentos de la misma índole. De esto se deduce que la doctrina social tiene de por sí el valorde un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación enCristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo estaperspectiva se ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del«proletariado», la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedadnacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz, así como del respeto ala vida desde el momento de la concepción hasta la muerte.

55. La Iglesia conoce el «sentido del hombre» gracias a la Revelación divina. «Para conocer alhombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI,citando a continuación a santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea:«En la naturaleza divina, Deidad eterna, conoceré la naturaleza mía»110.

Por eso, la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología y, por esa misma razón,la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo decomportarse en el mundo, «pertenece... al campo de la teología y especialmente de la teologíamoral»111. La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actualesproblemas de la convivencia humana. Lo cual es válido —hay que subrayarlo— tanto para lasolución «atea», que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como para las

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soluciones permisivas o consumísticas, las cuales con diversos pretextos tratan de convencerlode su independencia de toda ley y de Dios mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina porperjudicarle a él y a los demás.

La Iglesia, cuando anuncia al hombre la salvación de Dios, cuando le ofrece y comunica la vidadivina mediante los sacramentos, cuando orienta su vida a través de los mandamientos del amora Dios y al prójimo, contribuye al enriquecimiento de la dignidad del hombre. Pero la Iglesia, asícomo no puede abandonar nunca esta misión religiosa y trascendente en favor del hombre, delmismo modo se da cuenta de que su obra encuentra hoy particulares dificultades y obstáculos.He aquí por qué se compromete siempre con renovadas fuerzas y con nuevos métodos en laevangelización que promueve al hombre integral. En vísperas del tercer milenio sigue siendo«signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana»112, como ha tratado dehacer siempre desde el comienzo de su existencia, caminando junto al hombre a lo largo de todala historia. La encíclica Rerum novarum es una expresión significativa de ello.

56. En el primer centenario de esta Encíclica, deseo dar las gracias a todos los que se handedicado a estudiar, profundizar y divulgar la doctrina social cristiana. Para ello es indispensablela colaboración de las Iglesias locales, y yo espero que la conmemoración sea ocasión de unrenovado impulso para su estudio, difusión y aplicación en todos los ámbitos.

Deseo, en particular, que sea dada a conocer y que sea aplicada en los distintos países donde,después de la caída del socialismo real, se manifiesta una grave desorientación en la tarea dereconstrucción. A su vez, los países occidentales corren el peligro de ver en esa caída la victoriaunilateral del propio sistema económico, y por ello no se preocupen de introducir en él los debidoscambios. Los países del Tercer Mundo, finalmente, se encuentran más que nunca ante ladramática situación del subdesarrollo, que cada día se hace más grave.

León XIII, después de haber formulado los principios y orientaciones para la solución de lacuestión obrera, escribió unas palabras decisivas: «Cada uno haga la parte que le corresponde yno tenga dudas, porque el retraso podría hacer más difícil el cuidado de un mal ya tan grave»; yañade más adelante: «Por lo que se refiere a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto ellaregateará su esfuerzo»113.

57. Para la Iglesia el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino,por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción. Impulsados por este mensaje,algunos de los primeros cristianos distribuían sus bienes a los pobres, dando testimonio de que,no obstante las diversas proveniencias sociales, era posible una convivencia pacífica y solidaria.Con la fuerza del Evangelio, en el curso de los siglos, los monjes cultivaron las tierras; losreligiosos y las religiosas fundaron hospitales y asilos para los pobres; las cofradías, así comohombres y mujeres de todas las clases sociales, se comprometieron en favor de los necesitados ymarginados, convencidos de que las palabras de Cristo: «Cuantas veces hagáis estas cosas a

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uno de mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí» (Mt 25, 40) no deben quedarse en unpiadoso deseo, sino convertirse en compromiso concreto de vida.

Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por eltestimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna. De esta conciencia derivatambién su opción preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria deotros grupos. Se trata, en efecto, de una opción que no vale solamente para la pobreza material,pues es sabido que, especialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobrezano sólo económica, sino también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los pobres, que esdeterminante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, noobstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas.En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos yenfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados; en lospaíses en vías de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si no se toman a tiempomedidas coordinadas internacionalmente.

58. El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, seconcreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombresno reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como sifuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo estaconciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténticapara ayudar a otro hombre. En efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar apueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo del desarrolloeconómico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundoproduce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos deproducción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad. Nose trata tampoco de destruir instrumentos de organización social que han dado buena prueba desí mismos, sino de orientarlos según una concepción adecuada del bien común con referencia atoda la familia humana. Hoy se está experimentando ya la llamada «economía planetaria»,fenómeno que no hay que despreciar, porque puede crear oportunidades extraordinarias demayor bienestar. Pero cada día se siente más la necesidad de que a esta crecienteinternacionalización de la economía correspondan adecuados órganos internacionales de controly de guía válidos, que orienten la economía misma hacia el bien común, cosa que un Estado solo,aunque fuese el más poderoso de la tierra, no es capaz de lograr. Para poder conseguir esteresultado, es necesario que aumente la concertación entre los grandes países y que en losorganismos internacionales estén igualmente representados los intereses de toda la gran familiahumana. Es preciso también que a la hora de valorar las consecuencias de sus decisiones, tomensiempre en consideración a los pueblos y países que tienen escaso peso en el mercadointernacional y que, por otra parte, cargan con toda una serie de necesidades reales y acuciantesque requieren un mayor apoyo para un adecuado desarrollo. Indudablemente, en este campoqueda mucho por hacer.

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59. Así pues, para que se ejercite la justicia y tengan éxito los esfuerzos de los hombres paraestablecerla, es necesario el don de la gracia, que viene de Dios. Por medio de ella, encolaboración con la libertad de los hombres, se alcanza la misteriosa presencia de Dios en lahistoria que es la Providencia.

La experiencia de novedad vivida en el seguimiento de Cristo exige que sea comunicada a losdemás hombres en la realidad concreta de sus dificultades y luchas, problemas y desafíos, paraque sean iluminadas y hechas más humanas por la luz de la fe. Ésta, en efecto, no sólo ayuda aencontrar soluciones, sino que hace humanamente soportables incluso las situaciones desufrimiento, para que el hombre no se pierda en ellas y no olvide su dignidad y vocación.

La doctrina social, por otra parte, tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnarcada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamentecambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversasdisciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse ahorizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de suvocación.

Junto a la dimensión interdisciplinar, hay que recordar también la dimensión práctica y, en ciertosentido, experimental de esta doctrina. Ella se sitúa en el cruce de la vida y de la concienciacristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan losindividuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, paradarles forma y aplicación en la historia.

60. Al enunciar los principios para la solución de la cuestión obrera, León XIII escribía: «Lasolución de un problema tan arduo requiere el concurso y la cooperación eficaz de otros»114.Estaba convencido de que los graves problemas causados por la sociedad industrial podían serresueltos solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas. Esta afirmación ha pasadoa ser un elemento permanente de la doctrina social de la Iglesia, y esto explica, entre otras cosas,por qué Juan XXIII dirigió su encíclica sobre la paz a «todos los hombres de buena voluntad».

El Papa León, sin embargo, constataba con dolor que las ideologías de aquel tiempo,especialmente el liberalismo y el marxismo, rechazaban esta colaboración. Desde entonces hancambiado muchas cosas, especialmente en los años más recientes. El mundo actual es cada vezmás consciente de que la solución de los graves problemas nacionales e internacionales no essólo cuestión de producción económica o de organización jurídica o social, sino que requiereprecisos valores ético-religiosos, así como un cambio de mentalidad, de comportamiento y deestructuras. La Iglesia siente vivamente la responsabilidad de ofrecer esta colaboración, y —comohe escrito en la encíclica Sollicitudo rei socialis— existe la fundada esperanza de que también esegrupo numeroso de personas que no profesa una religión pueda contribuir a dar el necesariofundamento ético a la cuestión social 115.

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En el mismo documento he hecho también una llamada a las Iglesias cristianas y a todas lasgrandes religiones del mundo, invitándolas a ofrecer el testimonio unánime de las comunesconvicciones acerca de la dignidad del hombre, creado por Dios 116. En efecto, estoy persuadidode que las religiones tendrán hoy y mañana una función eminente para la conservación de la pazy para la construcción de una sociedad digna del hombre.

Por otra parte, la disponibilidad al diálogo y a la colaboración incumbe a todos los hombres debuena voluntad y, en particular, a las personas y los grupos que tienen una específicaresponsabilidad en el campo político, económico y social, tanto a nivel nacional comointernacional.

61. Fue «el yugo casi servil», al comienzo de la sociedad industrial, lo que obligó a mi predecesora tomar la palabra en defensa del hombre. La Iglesia ha permanecido fiel a este compromiso enlos pasados cien años. Efectivamente, ha intervenido en el período turbulento de la lucha declases, después de la primera guerra mundial, para defender al hombre de la explotacióneconómica y de la tiranía de los sistemas totalitarios. Después de la segunda guerra mundial, hapuesto la dignidad de la persona en el centro de sus mensajes sociales, insistiendo en el destinouniversal de los bienes materiales, sobre un orden social sin opresión basado en el espíritu decolaboración y solidaridad. Luego, ha afirmado continuamente que la persona y la sociedad notienen necesidad solamente de estos bienes, sino también de los valores espirituales y religiosos.Además, dándose cuenta cada vez mejor de que demasiados hombres viven no en el bienestardel mundo occidental, sino en la miseria de los países en vías de desarrollo y soportan unacondición que sigue siendo la del «yugo casi servil», la Iglesia ha sentido y sigue sintiendo laobligación de denunciar tal realidad con toda claridad y franqueza, aunque sepa que su grito nosiempre será acogido favorablemente por todos.

A cien años de distancia de la publicación de la Rerum novarum, la Iglesia se halla aún ante«cosas nuevas» y ante nuevos desafíos. Por esto, el presente centenario debe corroborar en sucompromiso a todos los «hombres de buena voluntad» y, en concreto, a los creyentes.

62. Esta encíclica de ahora ha querido mirar al pasado, pero sobre todo está orientada al futuro.Al igual que la Rerum novarum, se sitúa casi en los umbrales del nuevo siglo y, con la ayudadivina, se propone preparar su llegada.

En todo tiempo, la verdadera y perenne «novedad de las cosas» viene de la infinita potenciadivina: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Estas palabras se refieren alcumplimiento de la historia, cuando Cristo entregará «el reino a Dios Padre..., para que Dios seatodo en todas las cosas» (1 Co 15, 24. 28). Pero el cristiano sabe que la novedad, que esperamosen su plenitud a la vuelta del Señor, está presente ya desde la creación del mundo, yprecisamente desde que Dios se ha hecho hombre en Cristo Jesús y con él y por él ha hecho«una nueva creación» (2 Co 5, 17; Ga 6, 15).

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Al concluir esta encíclica doy gracias de nuevo a Dios omnipotente, porque ha dado a su Iglesia laluz y la fuerza de acompañar al hombre en el camino terreno hacia el destino eterno. También enel tercer milenio la Iglesia será fiel en asumir el camino del hombre, consciente de que noperegrina sola, sino con Cristo, su Señor. Es él quien ha asumido el camino del hombre y lo guía,incluso cuando éste no se da cuenta.

Que María, la Madre del Redentor, la cual permanece junto a Cristo en su camino hacia loshombres y con los hombres, y que precede a la Iglesia en la peregrinación de la fe, acompañecon materna intercesión a la humanidad hacia el próximo milenio, con fidelidad a Jesucristo,nuestro Señor, que «es el mismo ayer y hoy y lo será por siempre» (cf. Hb 13, 8), en cuyo nombreos bendigo a todos de corazón.

Dado en Roma, junto a san Pedro, el día 1 de mayo —fiesta de san José obrero— del año 1991,décimo tercero de pontificado.

 

IOANNES PAULUS PP. II

 

1. León XIII, Enc. Rerum novarum (15 mayo 1891): Leonis XIII P. M. Acta, XI, Romae 1892, 97-144.

2. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931): AAS 23 (1931), 177-228; Pío XII,Radiomensaje 1 junio 1941: AAS 33 (1941), 195-205; Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra (15mayo 1961): AAS 53 (1961), 401-464; Pablo VI, Cart. Apo. Octogesima adveniens (14 mayo1971): AAS 63 (1971), 401-441).

3. Cf. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, III: l. c., 228.

4. Enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987): AAS 84 ( 1988), 513-586.

5. Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, I, 10; III, 4, 1: PG 7, 549 s.; 855 s.; S. Ch. 264, 154 s.; 211,44-46.

6. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 132.

7. Cf., por ejemplo, León XIII, Enc. Arcanum divinae sapientiae (10 febrero 1880): Leonis XIII P.M. Acta, II, Romae 1882, 10-40; Enc. Diuturnum illud (29 junio 1881): Leonis XIII P. M. Acta, II,Romae 1882, 269-287; Enc. Libertas praestantissimum (20 junio 1888): Leonis XIII P. M. Acta,VIII, Romae 1889, 212-246; Enc. Graves de communi (18 enero 1901): Leonis XIII  P. M. Acta,

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XXI, Romae 1902, 3-20.

8. Enc. Rerum novarum: l. c., 97.

9. Ibid.: l. c., 98.

10. Cf. ibid.: l. c., 109 s.

11. Cf. ibid., 16: descripción de las condiciones de trabajo; asociaciones obreras anticristianas: l.c., 110 s.; 136 s.

12. Ibid.: l. c., 130; cf. también 114 s.

13. Ibid.: l. c., 130.

14. Ibid.: l. c., 123.

15. Cf. Enc. Laborem exercens, 1, 2, 6: l. c., 578-583; 589-592.

16. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 99-107.

17. Cf. ibid.: l. c., 102 s.

18. Cf, ibid.: l. c., 101-104.

19. Cf, ibid.: l. c., 134 s.; 137 s.

20. Ibid.: l. c., 135.

21. Ibid.: l. c., 128-129.

22. Ibid.: l. c., 129.

23. Ibid.: l. c., 129.

24. Ibid.: l. c., 130 s.

25. Ibid.: l. c., 131.

26. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

27. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 121-123.

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28. Cf , ibid.: l. c., 127.

29. Ibid.: l. c., 126.

30. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre; Declaración sobre la eliminación detoda forma de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en la convicción.

31. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa, Juan PabloII, Carta a los Jefes de Estado (1 septiembre 1980): AAS 72 (1980),1252-1260; Mensaje para laJornada Mundial de la Paz 1988: AAS 80 (1988), 278-286.

32. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 99-105; 130 s.; 135.

33. Ibid.: l. c., 125.

34. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 38-40; l. c., 564-569; Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, l. c.,407.

35. Cf. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 114-116; Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, III: l. c.,208; Pablo VI, Homilía en la misa de clausura del Año Santo (25 diciembre 1975): AAS 68 (1976),145; Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1977: AAS 68 ( 1976), 709.

36. Enc. Sollicitudo rei socialis, 42: l. c., 572.

37. Cf. León XIII, Enc. Rerum novarum: l. c., 101 s.;104 s.; 130 s.; 136.

38. Conc. Ecum. Vat. II, Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.

39. Enc. Rerum novarum: l. c., 99.

40. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 15, 28: l. c., 530; 548 s.

41. Cf. Enc. Laborem exercens, 11-15: l. c., 602-618. 

42. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, III: l. c., 213.

43. Cf. Enc. Rerum novarum: l.c., 121-125.

44. Cf. Enc. Laborem exercens, 20: l. c., 629-632; Discurso a la Organización Internacional delTrabajo (O.I.T.) en Ginebra (15 junio 1982): Insegnamenti V/2 (1982), 2250-2266; Pablo VI,Discurso a la misma Organización ( 10 junio 1969): AAS 61 ( 1969), 491-502.

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45. Cf. Enc. Laborem exercens, 8: l. c., 594-598.

46. Cf. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno: l. c., 181.

47. Cf. Enc. Arcanum divinae sapientiae ( 10 febrero 1880): Leonis XIII P. M. Acta, II, Romae1882, 10-40; Enc. Diuturnum illud (29 junio 1881): Leonis XIII P. M. Acta, II, Romae 1882, 269-287; Enc. Immortale Dei ( 1 noviembre 1885 ): Leonis XIII P. M. Acta, V, Romae 1886, 118-150;Enc. Sapientiae christianae (10 enero 1890): Leonis XIII P. M. Acta, X, Romae 1891,10-41; Enc.Quod Apostolici muneris (28 diciembre 1878): Leonis XIII P. M. Acta, I, Romae 1881,170-183;Enc. Libertas praestantissimum (20 junio 1888): Leonis XIII P. M. Acta, VIII, Romae 1889, 212-246.

48. Cf. León XIII, Enc. Libertas praestantissimum: l. c., 224-226.

49. Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1980: AAS 71 (1979), 1572-1580.

50. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 20: l. c., 536 s.

51. Cf. Juan XXIII, Enc. Pacem in terris (11 abril 1963), III; AAS 55 ( 1963 ), 286-289.

52. Cf. Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948; Juan XXI I I, Enc. Pacem interris, IV: l. c., 291-296; «Acta Final» de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación enEuropa (CSCE), Helsinki 1975.

53. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 61-65: AAS 59 (1967), 287-289.

54. Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1980: l. c., 1572-1580.

55. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Gaudium et spes, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual, 36;39.

56. Cf. Exh. Ap. Christifideles laici (30 diciembre 1988), 32-44: ASS 81 (1989), 431-481.

57. Cf. Enc. Laborem exercens, 20: l. c., 629-632.

58. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberaciónLibertatis conscientia (22 marzo 1986): ASS 79 (1987), 554-559.

59. Cf. Discurso en la sede del Consejo de la C.E.A.O., en ocasión del X aniversario de la«Llamada a favor del Sahel» (Ouagadougou, Burkina Faso, 29 enero 1990): ASS 82 (1990), 816-821.

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60. Cf. Juan XXIII, Enc. Pacem in terris, III: l, c., 286-288.

61. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 27-28: l. c., 547-550; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 43-44: l. c., 278 s.

62. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 29-31: l. c., 550-556.

63. Cf. Acta de Helsinki y Acuerdo de Viena; León XIII, Enc. Libertas praestantissimum: l. c., 215-217.

64. Cf. Enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990): L'Osservatore Romano, ed. semanal enlengua española, 25 enero 1991.

65. Cf. Enc, Rerum novarum: l. c., 99-107; 131-133.

66. Ibid.: l. c., 111.113 s.

67. Cf, Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, II: l. c., 191; Pío XII, Radiomensaje, 1 de junio de 1941: l,c., 199; Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra: l. c., 428-429; Pablo VI, Enc. Populorum progressio,22-24: l. c., 268 s.

68. Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69; 71.

69 Discurso a los Obispos latinoamericanos en Puebla, 28 de enero de 1979, III, 4: AAS 71(1979),199-201; Enc, Laborem exercens, 14: l. c., 612-616; Enc. Sollicitudo rei socialis, 42: l. c.,572-574.

70. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 15: l.c., 528-531.

71.Cf. Enc. Laborem exercens, 21: l.c., 632-634.

72. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 33-42: l. c., 273-278.

73. Cf. Enc. Laborem exercens, 7: l.c., 592-594.

74. Cf. ibid., 8: l. c., 594-598.

75. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35;Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 19: l. c., 266 s.

76. Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 34: l. c., 559 s.; Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz1990: AAS 82 ( 1990), 147-156.

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77. Cf. Exh. Ap. Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 16: AAS 77 (1985), 213-217; PíoXI, Enc. Quadragesimo anno, III: l. c., 219.

78. Enc. Sollicitudo rei socialis, 25: l. c., 544.

79. Ibid., 34: l. c., 559 s.

80. Cf. Enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 ( 1979), 286-289.

81. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const, past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.

82. Cf . ibid., 41.

83. Cf. ibid., 26.

84. Cf. ibid. Pablo VI, Cart. Ap. Octogesima adveniens, 2-5: L. c., 402-405.

85. Cf. Enc. Laborem exercens, 15: l. c., 616-618.

86. Cf. ibid,, 10: l. c., 600-602.

87. Cf, ibid,, 14: l. c., 612-616.

88. Cf. ibid., 18: l. c., 622-625.

89. Cf. Enc. Rerum novarum: l. c., 126-128.

90. Cf. ibid.: l. c., 121 s,

91. Cf. León XIII, Enc. Libertas praestantissimum: l. c., 224-226.

92. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76.

93. Cf. ibid., 29; Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 diciembre 1944): AAS 37 (1945), 10-20.

94. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa.

95. Cf. Enc. Redemptoris missio, 11: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25enero 1991.

96. Enc. Redemptor hominis, 17: l. c., 270-272.

55

97. Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988: l. c., 1572-1580; Mensaje para laJornada Mundial de la Paz 1991: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21diciembre 1990; Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa 1-2.

98. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.

99. Cf. ibid., 22.

100. Cf. Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, I: l.c., 184-186.

101. Cf. Exh. Ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 45: AAS 74 (1982), 136 s.

102. Cf. Alocución a la UNESCO (2 junio 1980): AAS 72 (1980), 735-752.

103. Cf. Enc. Redemptoris missio, 39; 52: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lenguaespañola, 25 enero 1991.

104. Cf. Benedicto XV, Exh. Ubi primum (8 setiembre 1914): AAS 6 (1914), 501 s.; Pío XI,Radiomensaje a todos los fieles católicos y a todo el mundo (29 setiembre 1938): AAS 30 (1938),309 s.; Pío XII, Radiomensaje a todo el mundo (24 agosto 1939): AAS 31 (1939), 333-335; JuanXXIII, Enc. Pacem in terris, III: l c., 285-289; Pablo VI, Discurso a la O.N.U. (4 octubre 1965): AAS57 ( 1965 ), 877-885.

105. Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 76-77: l. c., 294 s.

106. Cf. Exh. Ap. Familiaris consortio, 48: l. c., 139 s.

107. Enc. Rerum novarum: l. c., 107.

108. Cf. Enc. Redemptor hominis, 13: l. c., 283.

109. Ibid., 14: l. c., 284 s.

110. Pablo VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7 diciembre 1965): AAS58 (1966), 58.

111. Enc. Sollicitudo rei socialis, 41: l. c., 571.

112. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76; cf.Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 13: l. c., 283.

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113. Enc. Rerum novarum: l. c., 143.

114. Ibid., 13: l.c., 107.

115. Cf. Sollicitudo rei socialis, 38: l. c., 564-566.

116. Cf. ibid., 47: l. c., 582.

 

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