la santa del silencio

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Catalina Labour. La Santa del Silencio.Javier Ela La Milagrosa, 2001

CAPTULO I: LA SANTA DEL SILENCIOCatalina ha sido nombrada "la santa del silencio". Su vida madura se desarrolla en la oscura monotona de un asilo de ancianos de un humilde barrio de Pars, entre el recogimiento y el anonimato. Su carcter personal, su vocacin y su santidad se asientan en valores exquisitos de la realidad humana y la vivencia cristiana y religiosa. Desde su origen y educacin campesina, Catalina descubre el valor de la humildad y el silencio, el sentido del servicio y la amargura de la necesidad, la realidad del esfuerzo y la abnegacin cristiana, el amor fraterno y el amor a Dios. Desde el amor a la madre, Catalina es protagonista de las carencias afectivas maternofiliales, sobrevenidas por la ausencia definitiva de la madre natural, cuando todava es una nia. Incrustada por la existencia en la austeridad y serenidad que significa la vida de aldea, el amor a la Madre de Cielo llena su persona de recia e intensa piedad interior siendo protagonista gozosa, cuitada y misteriosa, y participante oculta, en el silencio de apariciones y conversaciones con la Virgen Mara a quien ha constituido para su vida como la madre del alma que reemplaza a la madre del cuerpo. Desde el misterio del destino personal y de la gracia, cuyo signo forma parte de los designios de Dios, y desde su trabajada vocacin a Hija de la Caridad y el enigma de su plena realizacin entre la vulgaridad y la normalidad, Catalina ha dejado para el futuro signos y seas de toda una vida testimonial expresa, silenciosa y humildemente dedicada a los secretos de la Virgen Mara y a la dedicacin, el cuidado y la atencin inmediata a los pobres de cercana, necesitados de pan, cario humano, compaa e iluminacin espiritual. Vicente de Pal, el personaje serio y triste del cuadro, de mirada profunda, directa y franca, fund para la Iglesia y para el Evangelio, all por los aos de 1630, la Congregacin de la Misin, sacerdotes de humilde vivir y asiduo predicar, a fin de evangelizar a los pobres del campo y avivar la caridad. Y fund tambin, junto con Luisa de Marillac, la Compaa de las Hijas de la Caridad, madres y sirvientes de los pobres y enfermos, testimonio callado de caridad, entrega y disponibilidad. Catalina, todava adolescente, descubre en un pueblo cercano a su aldea familiar, precisamente all donde ella mueve sus primeros pasos de joven y campesina, que las Hijas de la Caridad regentan un asilo de ancianos. Las Hijas de la Caridad, a instancias de sus fundadores, atienden a los pobres all donde stos estn y all en dnde stos se hacen presentes. Catalina Labour, desde muy pequea, apenas sin darse cuenta, al abrigo de sus esencias campesinas, se empapa de la piedad vicenciana de la caridad, la humildad, la sencillez y el servicio al prjimo pobre, y se deja llenar por la estricta piedad y disciplina que percibe en el0

entorno familiar bajo la austera y eficaz influencia de su padre. Ha dejado para la Iglesia, los cristianos y para las Congregaciones fundadas por San Vicente de Pal el testimonio y el emblema de la Seora Virgen Mara, recogida en la Medalla Milagrosa. Su vida personal y su vivencia religiosa son un manifiesto contundente de fe y humilde disponibilidad, de vocacin y dedicacin vicenciana; la expresin exacta, a veces rstica, pero siempre intensamente espiritual y servicial, de Hija de la Caridad, reflejando en su vivir comunitario y en sus actuaciones de trabajadora incansable, las ms puras exigencias del Evangelio y del mensaje viviente que Vicente de Pal y Luisa de Marillac sembraron para que sus Hijos e Hijas lo hicieran florecer. Las Hijas de la Caridad se han sealado en su vida personal, en su vida de comunidad y en el ejercicio del apostolado y servicio a los pobres, por la profunda oracin y religiosidad, las cuales las convierten en vivencia permanente, acompaada por la sencillez y la humildad, por la laboriosidad y la dedicacin, por el afecto y el servicio a los enfermos, a los ancianos, a los nios abandonados, al inmenso campo del sufrimiento que se extiende abundante en la sociedad humana en que se vive. Desde su trayectoria como Comunidad de caridad y servicio han sido ellas las madres de los pobres, las madres de los enfermos, las portadoras de la cercana del afecto haca las personas que sufren. A Catalina Labour la canoniz el Papa Po XII el da 27 de Julio de 1947. En la exposicin y charla de aquel da, el Papa la seal y destac como la "santa del silencio". Antes, en 1923, Sor Catalina haba sido beatificada por el Papa Po XI, quien la present a los creyentes y no creyentes como modelo de "vida oculta", como ejemplo de "vida en secreto", como "protagonista de una gran espiritualidad enriquecida por una tierna y fervorosa devocin a la Virgen Mara bajo cuyo manto realiz su vocacin de Hija de la Caridad" realizando una vida personal de "muchos aos en sombra".La Iglesia siempre tiene razones vlidas, serias e incontrastables para justificar con profundos argumentos sus decisiones. Ella decide con solvencia y extensos conocimientos sobre la hondura, extensin y significado de la perfeccin y santidad de aquellas personas a las que establece como ejemplos y modelos de vida cristiana, prototipos exquisitos del seguimiento de los criterios, la doctrina y la vida de Jesucristo, y adalides de vivencia espiritual y ejemplaridad de bien hacer para los cristianos. No es cuestin de poner en duda los criterios santificadores de la Iglesia y su autoridad, pero, desde la perspectiva y los conocimientos que acompaan al caminante interesado y desde las vivencias acerca de la realidad espiritual que ha dejado a la posteridad, quiz no sea excesivo aventurar que Santa Catalina parece ser considerada y contemplada como una santa impuesta por las circunstancias, una santa que responde a conveniencias que hay que justificar, una santa que es encumbrada por causas y razones de oportunidad, "una santa que ha entrado en el santoral con calzador". Catalina, la santa del silencio, es la mujer del humilde pueblo, perdido en los campos de Borgoa, que tras aos de juventud, oculta en la ignorancia y entre las rsticas faenas domsticas, arriba un da, a trancas y barrancas, al recinto sagrado de una Compaia religiosa de mujeres, floreciente y reconocida, pero sumida, por aquel entonces, en graves problemas de relajacin y conformismo. La Catalina Labour que llama a la puerta de las Hijas de la Caridad no es una "lumbrera" en conocimientos, ni en cultura, ni en economa familiar. Ha quedado hurfana de madre a los nueve aos, y las circunstancias de la familia le sumergen a los doce aos en la necesidad de asumir las tareas de "duea de la casa" en un pueblo de la campia y en una familia con abundante nmero de hermanos. A los 18 aos, no sabe leer ni escribir. Con 23 aos, vive una piedad profunda de campesina, y un amor entraable e intenso a la Virgen Mara.1

Cumplidos los 24 aos, la comunidad de las Hermanas del asilo la admite como aspirante. Meses ms tarde ingresa en la residencia de las Hijas de la Caridad especialmente dedicada a la formacin intensiva humana, espiritual y vicenciana de las jvenes animadas por la vocacin del servicio y dedicacin a los pobres. En este ao de preparacin, Catalina vive en visiones, apariciones y conversaciones con la Virgen Mara, guardando hasta su muerte, en absoluto silencio, el don de haber sido protagonista de encuentros con la Seora. Llega a la residencia de las Hijas de la Caridad en Pars con una leccin bien aprendida, la de amar profundamente a San Vicente de Pal, el sacerdote de ojos de profundo mirar que un da descubri en el hall de entrada del asilo de ancianos. Catalina sabe de granja, de pucheros y de cocina; tambin de lavados y coladas; sabe mucho de palomas, granos y animales; tambin sabe de rezos y oraciones. A pesar de todo se siente impulsada a la vocacin religiosa que la orienta a dedicar su vida al cuidado de los pobres y enfermos. Ama intensamente a la Virgen como Madre. Adems de no disfrutar de la suya desde los nueve aos, ha descubierto interiormente a la Seora como suplente perfecta que debe llenar su corazn de adolescente, de joven y de muchacha casadera. Ante los superiores de la Comunidad, su vida religiosa transcurre sin pena ni gloria durante los primeros meses de contacto y el ao intenso y estricto de preparacin. Como,- tantas otras jvenes venidas de pueblos y aldeas, supera sin estridencias la prueba y es admitida para ser Hija de la Caridad. Le dan el primer destino para cuidar de los pobres en el asilo de ancianos de Enghien. Ser el primero y definitivo, pues durante el resto de su vida, una bella suma de cuarenta y seis aos, desarrolla en este asilo su vocacin de Hija de la Caridad. Es una ms de la comunidad; ni la ms activa ni la ms deslumbrante. Aparentemente no asoman en ella por ningn lado vestigios de santidad. Las compaeras sabas, preparadas, inteligentes y prestigiosas, le llamarn sin ambages la tonta y la boba de la comunidad. Es aldeana, procede de pueblo, sus ocupaciones anteriores han estado marcadas por las faenas tpicas de granjera y cuidadora de animales. Pero las incidencias y avatares de cada da no inmutan a Catalina. No hace cuentas, tampoco previsiones; no espera galardones, ni preferencias. Est, sencillamente, dispuesta a lo que dicen, a lo que mandan los superiores. Su vida sigue siendo la de una humilde campesina, recogida, reservada, siempre dispuesta. No se muestra resignada, sino callada; no se la ve holgazana, rehuyendo la carga, sino trabajadora; no se la descubre urdiendo intrigas y splicas para puestos preferidos, sino aceptando con tranquilidad interior y exterior los ltimos cometidos, los trabajos no deseados, las tareas ms desagradables. La vida de Catalina, Hija la Caridad, puede considerarse como la prolongacin de su aprendizaje de infancia y adolescencia en la casa familiar. Al menos, en cuanto al carcter que imprime a sus actividades y a su compostura. Acepta los desempeos que se le encargan sin rechistar; los superiores son los que saben, los que mandan, los que gobiernan; a los sbditos les corresponde aceptar, obedecer, cumplir. Catalina es sumisa y reservada, como toda buena mujer que se precie de haber crecido en aldea y haber sido educada en el entorno de la actividad familiar campesina. Para el criterio humano y religioso de Catalina, aceptar lo que otros no quieren no es asunto suyo; ella acepta lo que le mandan. Excusarse para no aceptar los trabajos ms desagradables porque otras no saben, no le corresponde enjuiciar; ella los acepta porque lo mandan y porque sabe realizarlos con notable perfeccin. Ser cocinera, granjera, la aldeana ignorante de la comunidad, el mulo de carga, la siempre dispuesta, no son para Catalina

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reproches ni bajezas, son, sencillamente, expresiones de la disponibilidad haca "todo" que debe ofrecer siempre una Hija de la Caridad. En esta aceptacin de las obligaciones, en este cumplimiento diario del deber es donde se esconde la grandeza espiritual, sencilla, servicial, campesina, profunda de Catalina Labour. Si todo esto es acompaado por una profunda vida interior espiritual, vida de oracin y sacrificio, y la actitud de la persona se traduce en un ofrecimiento permanente de consejo, orientacin y splica, no cabe duda de que la conclusin de haber celebrado la santidad de Catalina ha sido un gran acierto de la Iglesia y tambin para las Hijas de la Caridad. Contemplada desde una perspectiva religiosa y espiritual, Catalina es reconocida la santa del silencio, faceta femenina difcil, casi imposible. Es una humilde Hermana que une la esencial interioridad del alma con lo sobrenatural en las actividades ms sencillas de realizacin personal, y expresa en su vida del cada da la fe de campesina propia de las almas pobres en conocimientos y ricas en sentimientos, cifrada en el amor tierno al esposo mstico Jesucristo y la aceptacin sublime de los designios de Dios. Analizando su vivencia de integracin en una comunidad, es la hermana reservada y trabajadora, perdida en el anonimato y en la insignificancia, sumisa y obediente para con los superiores, respetuosa y comprensiva con las compaeras, colaboradora eficiente en el trabajo y cordial sugerente de oportunas orientaciones ante las dificultades que revolotean en las conciencias. Conocida desde el misterio de la vocacin religiosa, es la humilde y sencilla Hija de la Caridad sumida en el misterio de la comunin con Dios, amante fiel del padre Vicente de Pal y de la madre Luisa de Marillac, desprendida de s misma, dispuesta al trabajo y al servicio, cumplidora exacta de las reglas, confiada en la presencia de Dios que se hace voz en los superiores, escondida en las tareas, pero eficaz. La Iglesia ha querido personificar la perfeccin de Catalina destacndola como fiel seguidora y servidora del Seor, la hija querida de la Santsima Virgen Mara, la protagonista de las apariciones de la Virgen. Ha sido elegida para traer al culto cristiano y a la devocin de las gentes los signos de santidad y grandeza de la Madre Inmaculada, por medio de la Medalla Milagrosa, cuyo emblema recoge simblicamente las prerrogativas y ttulos de la Madre de Dios, la cual llena de gozosas satisfacciones espirituales a las almas de innumerables fieles creyentes que sufren en su espritu y en su cuerpo las consecuencias de los reiterados vaivenes de la vida diaria y de las dudas que enturbian la frgil fe de los cristianos.

CAPTULO II.- LA CASA FAMILIARCatalina Labour nace en Fains-le-Moutiers, un pueblecito de la Borgoa francesa, regin situada entre los Alpes y Pars. A esta regin se le llama la "Costa de Oro", pues, aunque no hay signos de mar ni de oro, sus campos estn cubiertos por extensos viedos, cuyo prestigio es reconocido ms all de las fronteras de su prspera campia. Borgoa es regin floreciente en posibilidades econmicas que se manifiestan en oportunas facilidades para conseguir y mantener una respetable holgura en cuestiones materiales y econmicas, sea a base de establecer el propio negocio o a base de trabajar mediante contrato en negocios y pequeas empresas constituidas por gentes de medios econmicos y saber. Los extensos y abundantes campos plantados de vides dan para estas holguras familiares, aunque la necesidad de trabajar y ajustarse a una buena organizacin no priva a los moradores de los numerosos y pequeos pueblos, agrcolas y vinicultores, para estar sujetos a una determinada filosofa propia de los ambientes campesinos. La mayora de los habitantes hacen fortuna, desarrollan su vida personal y familiar y se especializan en la3

profesin que rinde homenaje a la produccin y comer civilizacin del vino, tanto dentro como fuera de la regin. Fains-les-Moutiers es un pueblecito muy parecido a otros muchos que puntean en la campia; apenas tiene doscientos habitantes. El nombre de Moutiers hace pensar a los entendidos en un monasterio fundado en el siglo VI y destruido por la Revolucin a finales del siglos XVIII. A esta regin se la ha llamado tambin la "Borgoa Mstica". Es la patria de san Bernardo, muy cerca de Moutiers; y la de santa Juana de Chantal, compaera de san Francisco de Sales; y la de Mauricio Blondel, filsofo y mstico del siglos XIX; y de Madame Royer, apstol de Sagrado Corazn, y actualmente la de los monjes de Taiz. Estos ilustres personajes fueron miembros de la nobleza o burguesa de Borgoa. Gentes econmicamente fuertes, socialmente prestigiosos, con slidas influencias sociales e intelectualmente cultivados. Los hombres de Fains son labradores propietarios. Trabajan tierras propias y cultivan tierras que son suyas. Cada familia debe proveerse y mantener sus propios animales, aperos, mquinas y herramientas con sus medios propios para realizar las tareas del campo y conseguir almacenar la cosecha en los graneros. El padre de Catalina es propietario de una surtida granja y poseedor de tierras de cultivo. El matrimonio Labour es la expresin elocuente de la familia numerosa. La hacienda se agita poblada con criados y sirvientes, y con muchos hijos. En el cmputo total Pedro Labour y Magdalena Gontard le obsequian al Seor con diecisis vstagos, que llevan su apellidos y las ms puras esencias de ser por conviccin profundamente cristianos y autnticos labradores. Los hijos hacen grupo compacto alrededor de la mesa, llenan las habitaciones y son alegra y carga interminable para los padres; aportan tambin un simblico apoyo infantil a las tareas y obligaciones del campo, la granja y la casa. Catalina es la novena hija de la pareja. Superadas las dificultades de los primeros aos de crecimiento, al matrimonio le quedan diez robustos jvenes, siete hijos y tres hijas: Humberto, Mara Luisa, Santiago, Antonio, Carlos, Jos, Pedro, Catalina (Zoe), Mara Antonieta (Tonina) y Augusto. Los muchos hijos llegan a la familia Labour demandados por las costumbres religiosas y sociales de la poca y por la necesidad familiar de sacar adelante las tareas propias. Aquello de "un hijo viene con un pan bajo el brazo" tambin es aplicable a la familia de Pedro Labour. Algunos interesados, distrados por el afn de rebuscar semejanza de matices y protagonismo con otras apariciones acaecidas en la poca, han querido presentar a Catalina como rudimentaria pastora y pobre criada de granja, pretendiendo asemejarla con las videntes de La Salette y de Lourdes. No es exactamente as. Pedro Labour es un labrador acomodado, con tierras y granja, y a Catalina le corresponde ser, por necesidad y circunstancias familiares, "la suplente de la madre", "la duea de la casa", y la que desempea las funciones de "ama y seora de la granja". La casa familiar de Catalina es la casa de "Los Labour". Esto significa no solo la casa de piedra, las fincas, los animales, sino fundamentalmente las personas que la componen, los hijos, el padre y la madre. Las miembros (le la familia llenan la casa, manejan los animales, emplean las herramientas y realizan las tareas de la actividad diaria en ensamblada y conjunta organizacin. Da tras da, son muchos a compartir y reclamar el pan, que no siempre el trabajo, pues los ms pequeos no levantan cuatro palmos (lel suelo. La casa edificio, slida, rstica, austera, no slo es recinto de recogimiento interior familiar, sino instrumento de trabajos sin fin, lugar de tareas sin cuento, almacn de granos y sacrosanta despensa, corral poblado y cuadra de incontables animales. El entendido hombre de ciudad puede ver en este campesino y rstico amontonamiento la expresin de una4

promiscuidad animal y sucia; sobre todo, cuando animales y personas comen, duermen y viven bajo el mismo techo. Pero el campesino, hombre sabio, cauteloso, prudente y previsor, sabe que arropa entre sus muros la esencia y la fuerza de su vida entera y la de su familia. La granja Labour, con su tejado de color gris oscuro, forma un rectngulo casi cerrado. Los edificios crean un gran patio en el centro, una especie de claustro, que sirve de lugar de esparcimiento para los cros y los jvenes y para desentumecimiento de los animales que ocupan las cuadras. La puerta principal comunica a una explanada por un amplio porche que la protege y que muchas veces se cierra mediante una enorme puerta de madera de dos hojas. Fuera del porche, en una esquina, un esbelto y ancho palomar de unos 10 metros de altura. Granja, casa, patio y palomar dan a entender que la familia que los habita es una de las casas principales del pueblo. Oh no! Los Labour eran de una situacin por encima de la nuestra. No se nos permita ir a su casa sin algn motivo. Eran muy ricos. Eran de las mejoras casas de Fains, dice la seora del pueblo de la misma edad que Catalina, cuando le preguntan por la infancia. La solariega casa "Labour" parece recordar un antiguo monasterio. As lo dicen los mayores. Los pequeos no se detienen en esas cosas. Simplemente estn ah. Usan la casa, son de la casa, se recogen en casa. Los miembros de la familia utilizan, para cuanto sea menester, los rincones y espacios, las habitaciones, graneros y cubiertos. Disfrutan de la cocina, de la gran sala, del porche, de las escaleras, de la cuadras, del desvn, del pajar, del palomar, de la explanada. Duermen en los cuartos de arriba. La casa tiene muchas habitaciones. Cada lugar, arriba o abajo, dentro o fuera, tiene un destino. Cada hueco se aprovecha con intensidad. Colgados en las paredes repletas de clavos y estacas se ven toda clase de ropas y herramientas de trabajo; son elementos de uso diario que llenan el ambiente de sentido labrador y olor a sudor, a polvo y a hierba. Delante de la puerta principal, una amplia explanada rodeada de recios olmos que enseorean sus frondosas sombras alrededor de la casa. En una esquina, las aseas para beber los animales; en otro lado, se destaca la chepa del horno casero donde se cuece el pan de la familia cada semana. La explanada es lugar predilecto para charlas y concentraciones de vecindario. En ella vecinos y vecinas han contado muchos secretos. Los atardeceres son bellos momentos para la conversacin. Los lugares exteriores a la intimidad de la familia - el hrreo, el palomar, el corral, el granero, el matorral, la zanja, el sendero, el prado, el soto - son parajes personales y recatados guardianes de mil secretos; en ellos, chiquillos y jvenes encuentran rincones propicios para la distraccin, la cuitada conversacin, la sigilosa travesura y el lugar de reiteradas tareas. Sin embargo, en lo ms recndito se hace presente la figura del padre y la madre; unas veces, vigilante, aleccionadoras otras, correctoras, hacendosas siempre; los padres, quieras que no, todo lo advierten, todo lo tienen, todo lo tienen organizado. La casa familiar de "los Labour" es la casa y hacienda que Pedro ha recibido de sus padres con el fin de mantenerla compacta; a l corresponde conservarla y darle continuidad en su propia familia. Los Labour son, desde muchos aos, familia entroncada en Fains, fuerte econmicamente y slida en prestigio local. El padre, el marido, es el nico administrador de los bienes de la comunidad familiar. Sus poderes no tienen otros lmites que los estipulados en el contrato matrimonial. En la tradicional mentalidad de los pueblos de la poca la Familia, con patrimonio o sin l, es un sistema econmico de gestin, de procreacin, de presente y de futuro. La familia y la tierra se confunden y sus necesidades se imponen a los individuos que forman parte de ella. El hogar est constituido como unidad econmica de base; en consecuencia, la familia es5

una empresa, la casa un espacio de ti abajo, y los papeles respectivos de padres e hijos, de jvenes y viejos, de hombres y mujeres, se hallan rigurosamente establecidos. La pequea empresa familiar podr ser terrenos de cultivo, granja, tienda, comercio, factora, pero ser algo tan sagrado para el padre como intocable para las ambiciones y apetencias de los hijos. Pedro Labour es acrrimo defensor de estos principios; por ellos vive y trabaja y por ellos engendra hijos y los educa. El cabeza de familia hace y har los arreglos pertinentes destinados a mantener la unidad de la explotacin familiar en manos del mayor, del preferido, o del ms capaz. A los segundones y a los ms jvenes les procurar una ayuda especial, y les facilitar la salida para que puedan establecerse lejos del hogar y buscarse la vida, renunciando a toda opcin de apostar por la consecucin de la propiedad y gestin de la hacienda de los padres. Son costumbres que responden a la teora del "mayorazgo"; el mayor queda en casa, recibe la hacienda, la trabaja y la conserva indivisible. De esta manera la hacienda no se rompe en sucesivas generaciones de hijos, eliminando con ello el riesgo de desaparecer o empobrecerse en pequeas parcelaciones. Estas costumbres consolidan, pues, la ancestral situacin de recurrir a la emigracin familiar por necesidad de realizacin personal. La casa familiar donde Catalina se inicia en las tareas y verdades de la vida aglutina secretos de viejas penas y rancias alegras. Ha sido fuente de vida y energas. Quedan marcadas entre sus agrietadas paredes mil vivencias y recuerdos. A lo largo de los das se hacen presentes, aunque confusos, recuerdos de incontables actuaciones, ingenuas experiencias, lecciones aprendidas y secretos bien guardados, que levitan en la lejana de la vida infantil. Rincones, objetos, lugares, muebles, personas, animales han sido parte de la esencia de la vida infantil de Catalina. La vieja casa sigue erguida, aunque reparada, y se mantiene como noble caparazn que envuelve y protege a cuanto en ella se cobija y crece. Personas y animales son la razn de ser de las familias. Las viejas casas acogen en su interior con igual naturalidad a las gentes y a los animales. La reata de animales son la expresin y el ndice de la fortuna material de la familia. La compaa de personas y animales, vitalmente asumida, marca las posibilidades de subsistencia de hombres y mujeres. La cruda verdad de las gentes campesinas de Fains emerge de la circunstancia y necesidad de afrontar su existencia, en base al hecho de haber aposentado su vida en este aireado y luminoso pueblo campesino, estampa vistosa colgada de las suaves laderas, empinado siempre, y visible claramente desde todos los puntos de la comarca. Los primeros aos de Catalina entre las paredes de la misma casa le sirven para descubrir, poquito a poco, las actividades propias de las gentes que la habitan. Constituyen y llenan las entraas del vetusto hogar fami1 lar, las ocupaciones duras e interminables del padre, seor cabeza de la familia, la presencia constante de la madre n faenas interminables, las compaa ruidosa de muchos I ici manos, como racimo denso que se hace presente en kakis los ajetreos. Llegados a la edad de mocero los hermanos segundones ms jvenes emigran de la casa del padre para buscar su fututo: Humberto se alista en las milicias del rey; Mara Luisa se va a las Hijas de la Caridad; Santiago se establece como vendedor de vinos; Antonio monta una farmacia y trabaja de farmacutico; Carlos se convierte en hotelero; Jos monta un negocio de vendedor de botellas; Pedro encuentra trabajo como empleado de comercio. El ntimo problema personal al que Catalina se ha de enfrentar a sus veinte aos para conseguir dar va libre a la realizacin de vocacin personal es el de la soledad y aislamiento del padre, a quien quiere con fervor de hija agradecida.

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CAPTULO III: EL PADRE Y LA MADRELos padres de Catalina hacen pareja armnica y bien compenetrada. Fsicamente, el padre es de contextura fuerte y de mediana estatura. La madre luce figura y nombre catre las seoras de pueblo, pero es ms delicada y ms frgil. Su armona transmite consistencia y seguridad. Los hijos no perciben la ms mnima discrepancia en los asuntos importantes de ndole familiar. En la actividad y ajetreos propios de la casa y de la hacienda, en la realizacin de los trabajos, en la utilizacin de medios y animales, su conexin es compacta, respetndose uno a otro el rea particular de sus propias actividades. En consecuencia, los Labour, son consistencia pura, dedicacin absoluta a lo suyo y demostracin continua de modos y maneras en favor de los hijos y de la casa. Pedro Labour ha crecido desahogadamente su infancia y juventud en las hermosas campias de la Borgoa desde su nacimiento en el ao 1767. Las crudas reacciones que han ido preparando la Revolucin, apenas percibidas en el campo, no han sido obstculo para iniciarse en los estudios clericales. A los 20 aos est estudiando en el seminario para ser sacerdote. Pero el cariz que toman los acontecimientos a raz de la Revolucin, el ensaamiento contra los valores religiosos y clericales, la quema de iglesias, la persecucin a los signos y personajes de la Iglesia, el feroz acosamiento a los nobles y gentes destacadas, que se producen por estas fechas, influyen decididamente para que Pedro retorne a la hacienda familiar. Dos das despus de la proclamacin en Pars de las revueltas que conducen al Terror del 4 de junio de 1793, se casa con Luisa Magdalena Gontard, joven institutriz del vecino pueblo de Senayville. Cuando Catalina marca los primeros pasos, la persona y figura del padre se vislumbra envuelta en un sin fin de actividades que lo identifican totalmente con la vida montona de un pequeo pueblo rural y con el ajetreo que requieren los trabajos del campo y la granja. El padre es hombre maduro; su edad se asienta en los 38 aos. Define su figura, la constancia y dedicacin a las tareas de la granja y al campo, de sol a sol, la paciente aceptacin de las inclemencias del clima, la sencilla organizacin de tiempos y ocupaciones, el conocimiento de los animales, las mquinas y herramientas, el prestigio personal ante los vecinos, el ponderado acierto en la solucin callada y silenciosa de los problemas cotidianos, el aprovechamiento de todo aquello que puede ser un recurso ms y una ayuda mejor para la actividad, la seriedad y exigencia a los hijos requiriendo su colaboracin en los trabajos y rectos comportamientos. El padre es para Catalina un magnfico pedazo de persona y trabajador. Los pocos estudios de juventud adquiridos en el seminario han ayudado a Pedro Labour a conseguir, un da tras otro da, un notable prestigio entre el vecindario, llegando a ejercer de alcalde. Junto a muchos contratiempos y dificultades, el orgullo y la satisfaccin del padre se hacen notar. La verdad es simple: la ingente manada crecen sanos, fuertes, templados y avispados, cual cervatillos salvajes. Pedro Labour, es hombre campechano, amigo de sus amigos y prudente con los ajenos, servicial con los vecinos, cumplidor respetuoso de las obligaciones religiosas. La sabidura personal la ha conseguido de lo que le ense su padre, de los estudios entre los curas, del interminable contacto con la tierra y de las ocupaciones que acompaan a una vida de granjero labrador. Se muestra orgulloso de lo que es y lo que tiene; de las actividades de ganadero, de los campos de hierbas y forraje, de los ganados, de los hijos y la familia. Este orgullo lo transmite en el propio porte, cuando han sido superadas dificultades llegadas de repente o cuando se zanjan situaciones inquietantes en las acciones diarias y en la convivencia vecinal.7

El padre de de Catalina es extremadamente cuidadoso de la casa, de sus bienes, de sus animales, de los aperos y de las herramientas. Pedro Labour es ese tipo de persona que ama lo que tiene, defiende lo que cosecha, guarda lo que puede ser necesario y, como sin darle importancia, vigila con esmerada atencin los comportamientos y actuaciones dy los hijos que ha tenido de su mujer. Conserva la alegra del hombre feliz y sencillo de pueblo, a pesar del cansancio, el esfuerzo y el duro trabajo. Acepta con resignacin la adversidad del tiempo, las enfermedades, la poca consistencia de los medios materiales, las incertidumbres, compaeras de la llegada de la noche y del amanecer del da. Est pendiente de los animales; ellos son su fortuna, su actividad y su negocio. Tiene la picarda del hombre del campo y la tozudez de quien sabe que se vale con pocos recursos. Acepta la suerte de vivir con holgura, pero no es tacao. Posee la inteligencia que da la naturaleza y se enriquece con la experiencia. Sabe ser previsor para conseguir buenos resultados de las cosas y situaciones ms sencillas. Son circunstancias y cualidades esenciales en la apretada vida del granjero y labrador. Catalina percibe la personalidad del padre, como autntico y testarudo defensor de su patrimonio. El es el verdadero rey de la casa; sea cuando regresa del campo o cuando se sienta a la mesa o cuando hace tertulia con los compadres o cuando descansa en su viejo silln o cuando se ocupa de los animales en cuadras y corrales o cuando est enfrascado en sus herramientas. Habla poco, pero cuando lo hace sus palabras son decisivas. Son palabras que representan autoridad, experiencia y sabidura, incluso en aquellos dominios en que la actividad pudiera ser ms propia de mujeres, como son la cocina y la sala de estar. Durante muchos aos Catalina guardar de su padre un recuerdo respetuoso y una admiracin sincera. El se gan lo mejor, se mereci el premio reservado a los hombres honestos, justos y religiosos. Para Catalina, si el recuerdo difuminado de la madre es la expresin viva del silencio y la serenidad, el padre es la personificacin de la tenacidad, la destreza y el ingenio. Pedro y Magdalena sembraron la casa de hijos y dejaron plantadas, cual semillas profundas en tierra, la honradez y el respeto, el esfuerzo y el coraje, el orgullo y la decencia, la sencillez y la religiosidad, la fe y el amor. Desde lo ms profundo del ser, Catalina levanta un monumento, no de piedra sino de consideracin y respeto, quienes han sido sus padres. Las ocupaciones caseras, las necesidades de los hijos, las urgencias y acontecimientos domsticos hacen que Catalina recuerde a la madre, cual mujer muy ocupada: guisando en el fogn, extremando habitaciones, realizando los mil quehaceres de todos los das, rodeada de gallinas y animales, sosteniendo un cro pequeo en brazos, rezando sus rezos en la iglesia. La madre tiene en la cocina su palacio, y tambin su santuario; la cocina es taller de labores, guardera de hijos y rincn sagrado para las conversaciones con hijos y esposo.

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Para la madre de Catalina la jornada es larga y muy larga. Ella es la primera en levantarse, a la par que el canto del gallo rebrinca en el gallinero, a la par que las primeras luces del alba asoman silenciosas por las rendijas de la ventana. Ella es la primera sorprendida cuando al salir el sol ve los campos y rboles cubiertos de nieve. La madre es la ltima en acostarse, cuando las luces del pueblo se han apagado al completo, cuando la luna ha galopado gran parte de su cielo, cuando los aullidos de los perros han dejado de sorprender el silencio de la noche, cuando en el interior de la casa solo sirve la luz de un viejo candil. Ella es la ltima que, cuando la noche se ha adueado silenciosa del ambiente, sube escaleras arriba para acostarse y reposar dando cabida al sueo reparador. An le queda un suspiro de tiempo, cario y cuidado para comprobar que cada hijo est bien recogido y acostado en su cama. La' madre sabe de todo y para todo tiene soluciones: cocinera, costurera, ama de casa, organizadora, remedio de las necesidades. Gobierna la casa con aplomo y tranquilidad. Es reina complaciente en la cocina y en la casa, y es seora cuando sale a la iglesia. Bajo los altos olmos de la explanada, con su cesto de calceta en el regazo, rodeada de pollos y gallinas, con los gatos dormitando en cada esquina, transmite a los pequeos y mayores toda la paz y el equilibrio del mundo. Es el momento de la serenidad de la tarde. La madre transparenta la paz familiar y la satisfaccin entraable de los suyos. Es la expresin sublime del silencio, del esmero y la laboriosidad. Su presencia inspira afecto e intensa reverencia. Representa para los hijos una sensacin placentera de compaa, proteccin y cario. La madre es mujer de casa y cocina, abastecedora de platos, alforjas y pesebres. La madre es mujer de misa y rosario, educadora cristiana, vigilante del rezo diario de las oraciones, exigente cumplidora de la Misa del domingo, callada y devota, respetuosa con las personas, las cosas y los chismes del vecindario; es madre de muchos cros, suave y slido guardin en los peligros entre los que se nueve la chiquillera. En el corazn infantil de cada hijo, la madre tiene un altar. No admite remilgos ni caprichos en la mesa. Los lloros constantes de los ms pequeos impactan poco. Las discusiones y peleas inofensivas entre los ya crecidos no alteran la armona; son cosas de todos los das. Su tarea, su oficio, su dedicacin son la casa, los hijos, los rezos y los animales. Los padres transmiten a sus hijos los valores esenciales y fuertes de la vida: el respeto a los mayores, la obediencia a los padres, la consideracin hacia los ancianos, la solidaridad con los dems, la hospitalidad para el recin llegado, la colaboracin con los vecinos, el sentido del trabajo, el valor del esfuerzo, la vitalidad del servicio, la ayuda a los dems, la religin de Jesucristo, el cumplimiento de las normas y mandamientos, y la importancia personal de un correcto comportamiento. Los padres de Catalina, Pedro y Magdalena, ensean a sus hijos desde muy pequeos las esencias de una vida asentada en los principios cristianos: Dios, la Virgen, la oracin, el Rosario, el amor a los dems, la moral, los buenos comportamientos y la dedicacin continuada al trabajo para llegar a valerse por uno mismo. Catalina percibe en el entorno pueblerino y familiar cmo el padre y la madre se mantienen erguidos cual rboles vigorosos, seguros y consistentes. Ellos deparan proteccin, conexin, entrega, dedicacin y cario a la nutrida prole de sus pequeos hijos. Catalina guarda un inefable recuerdo de la madre. La disfrut de cerca durante los primeros nueve aos. A partir de esa edad la disfruta en el silencio de su corazn. Es un recuerdo que anida en todo el ser personal; es su respuesta de justicia, entre respeto y veneracin, entre nostalgia y devocin, entre agradecimiento y satisfaccin. La madre es y ha sido para Catalina la mujer valiente, delicada, discreta, generosa, prudente, trabajadora, sufridora, piadosa, pendiente, atenta, apuesta, hogarea.

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Para Catalina los padres son ejemplos particulares y constantes de rectitud, coraje humano, fortaleza espiritual, esfuerzo personal y profunda dedicacin desinteresada. Llenan la vida de contenido, y ofrecen a quien los conoce autnticos testimonios de laboriosidad, abnegacin, sacrificio, renuncia y piedad. Aposentan y hacen crecer en su entorno un sentido religioso de la vida, que se manifiesta por la fe profunda en Dios, la aceptacin cristiana de las contrariedades, el amor a la Virgen Mara, los principios cristianos, el respeto al seor cura, el reconocimiento de lo sobrenatural. Valores que son transmitidos espontneamente a los hijos que crecen arracimados en la vieja casa al abrigo de la prudente tutela de los padres. Al tiempo de nacer Catalina, sus padres llevan casados trece aos. En trece aos de vida conyugal el matrimonio de Pedro y Magdalena han engendrado un promedio de un hijo cada diecisis meses. La madre muere el da 9 de Octubre de 1815 despus de haber rebasado los 46 aos. La vida del matrimonio ha durado 22 aos y de los diecisiete hijos engendrados sobreviven diez. Duro esfuerzo para la madre, no slo por su permanente estado de embarazo, sino por el cuidado y ocupacin que significa la crianza y educacin de tantos nios pequeos.

CAPTULO IV: CRECIENDO SIN CALOR DE MADRELas gentes dedicadas a la labranza viven en unin consustancial con el campo y dependientes de la naturaleza, del tiempo y los climas. Saben de fros y calores, de hielos, escarchas y nieves; tienen conocimientos de tierras y plantas, saben de abonos y semillas, cuidan y cran animales, entienden de aves de corral. Su trabajo, conocimientos y actividad significan no solo conseguir buenos rendimientos, sino evitar decepciones frustrantes, penurias intensas y un sin fin de problemas. Ser labrador en Fains conlleva la prctica de la carrera de agricultor, horticultor, ganadero, almacenista, comerciante y mercader. La vida del labrador se hermana fundamentalmente con la esperanza. Mira cada da al cielo con franqueza y se asienta sobre la tierra donde aprende a vivir encarnado en la paciencia. El nacimiento de la simiente y la floracin del grano dependen de la lluvia y el sol, por eso el labrador vive colgado del firmamento y aprende a discernir, desde la contemplacin del color del cielo y la frescura del viento, si las condiciones que se avecinan respondern favorablemente o no a las necesidades de la tierra. El labrador, aposentado bajo el ancho cielo, sorprendido por la tormenta, castigado por el sol ardiente del medioda, que vive en relacin directa y constante con la tierra, los animales y las mquinas, descubre y se gobierna por un criterio bsico de supervivencia: valerse por uno mismo. En los frutos de la tierra, el labrador encuentra cama y almohada, mesa y silln. Sobre la tierra, el labrador comparte con los suyos la angustia de la espera y la intranquilidad del quebranto o la sorpresa. La finca, la huerta, el campo, la fuente, el rbol, el monte, la cuadra, las pocilgas, el gallinero son para el labrador despensa segura, aunque muy trabajada. Los sacos de trigo apilados en el granero, la paja almacenada en el pajar, la hierba recin cortada, las verduras de la huerta, los pollos del corral esconden en su gozosa cosecha, muchas gotas de sudor y muchas horas de fro y de calor. Las berzas y lechugas, las patatas y tomates, las alubias y garbanzos, servidos en la mesa cada da ocultan en el plato muchos pozales de agua subidos del pozo, muchos golpes de azada, muchas idas y venidas a la huerta. Lucha callada y tenaz es la vida de labrador. La dependencia de la naturaleza y la inseguridad ante lo que ofrecer la tierra bien trabajada no quiebra la tenacidad del esfuerzo y la voluntad del labrador. La fuerza y la maa no son bastantes para la plena realizacin de las1

tareas. Se precisan animales adiestrados, fuertes y sumisos, bueyes, vacas, caballos, mulas, asnos. Todos ellos dirigidos en armnica conexin con aperos y mquinas por hombres y mozos, personal experto y conocedor de los mnimos detalles. Los estudios del labrador no se basan en los libros, sino que se cimentan en el diario trabajo, en las lecciones de los mayores, en la experiencia de muchos das, en el sentido comn, en la observacin del cielo y la tierra, en el conocimiento de plantas y animales. Aprender es un continuo descubrir lo que otros hacen, un repetido trabajar junto a los que saben. Para los ms pequeos los inicios del aprendizaje vienen envueltos mitad en juego, mitad en tarea. Participan con los mayores en los trabajos que ocupan la actividad de la familia: faenas de siembra, poda y vendimia, trabajos tras el arado. Durante el ao abonan los campos, escardan la tierra, siegan y acarrean la mies, trillan en la era y almacenan la cosecha en graneros y pajares. Cuadras y corrales estn llenos animales, as que cada miembro de la familia ha de saber manejarse con acierto y precisin. La naturaleza es muy sabia y el campo tambin. La vida y trabajo en el campo no solo proporciona a los labradores recia salud, sino adems un sentido prctico de las cosas. Hacen crecer en las personas que los trabajaban el estilo propio y especial del labrador: valorar los productos que ofrece la tierra. Hombres y mujeres adquieren muy pronto el significado del esfuerzo. Aprenden desde nios a conocer la direccin del viento y el sentido de las nubes. El labrador no hace planes definitivos. Los ciclos del tiempo le ensean a vivir y actuar y la natural sabidura del labrador determina sus faenas con orden y parsimonia. "El terruo", es decir, la casa, la tierra, las fincas, la huerta, los animales, la cuadra, el granero..., son el espacio y ocupaciones que conciernen radicalmente al ser y crecer del campesino, que, si cabe, comparte con los suyos lo suyo y, si dan opcin, tambin con los otros. Le acompaa all donde est y all a donde va. El campesino cuida con cazurra vigilancia sus lindes y sus fronteras, sus bichos y sus manadas; sus aperos y sus graneros. Para l, duro trabajador esperanzado, hay que tener cuidado con los extraos, tambin con los ajenos, y sobre todo con los desconocidos. El, sufrido compaero del sol, la luna y los vientos, defiende Con calor su parcela, la que es de tierra y la que es de hijos. Estas esencias campesinas marcan la vida de los hijos de Labour. La identidad campesina llega a ser tan arraigada como las races de los rboles que pueblan las arboledas, pues lo propio y familiar tiene un sentido local ms que especial. El hombre del campo vive como nadie los signos del cielo y del tiempo, los lmites de la propiedad, las vivencias del trabajo y actividad, las historias de familia, parientes y vecinos. Catalina nace el viernes 2 de mayo de 1806, a las dos de la tarde. En esas fechas, corretean por el patio de la casa siete nios pequeos. Magdalena, la madre, se recupera rpidamente de tensiones, comadronas y mdicos y se siente ms feliz que unas castauelas. Los relajantes efectos del calor primaveral acompaan los primeros lloriqueos de la recin nacida, aposentada en la amplia sala de la casa Labour. Son das buenos para disfrutar del sol caliente, la suave brisa de primavera y el alegre reverdecer de rboles y campos. Hasta los seis aos la infancia primera de Catalina es un largo tiempo sin recuerdos. Llega a saber algo de s misma por lo que otros dicen. Los padres, los hermanos mayores, los vecinos le cuentan y le descubren ancdotas, incidencias, actitudes y comportamientos, de los cuales la hacen protagonista y le ensean cmo era y qu haca. Entre todos le trenzan mil y una historias, agradables de recordar y revivir, fotografiando con detalles particulares cuando Catalina era nia. La primavera de la vida se inicia con la historia de la infancia. Y deja huellas que reviven cuando la persona se adentra en etapas de juventud y madurez, y cuando se ve curtida en2

arrugas o vistiendo serenas canas. A lo largo de los das aquellos momentos que fueron los comienzos de la existencia consciente, recogidos desde el sentimiento y la frgil memoria, recuperan no slo el valor personal de los recuerdos, sino que permanecen corno ejemplos y lecciones aprendidas y vividas en el nido de lo que fue hogar familiar. Los aos de infancia son aos de despreocupacin. Los nios crecen ajenos a obligaciones. Para el nio, toda su actividad se concentra en el juego y en el aprendizaje distrado de cuanto le rodea. La infancia y la adolescencia arrancan como raz de crecimiento hacia adelante, hacia el Futuro, hacia el mocero, hacia la independencia y la madu1 e/., alimentadas por la savia fecunda de las lecciones primeras recogidas en el hogar. El hogar es la escuela natural y espontanea de ejemplos e instrucciones. Son los padres los autnticos maestros de la experiencia y de la vida. Ellos logran la familia, ellos tejen recios y prolongados efectos de empaque e influencia familiar. As es como los primeros dios se asientan en lo ms hondo de la conciencia personal de Catalina como el primer aprendizaje profundo y espontneo, como la inicial formacin natural de la voluntad y el nimo como la adecuada y correcta valoracin de las personas y las cosas. La pena es que la buena madre de Catalina, despus de tantos esfuerzos y sacrificios, se va muy pronto, demasiado pronto. Se va calladamente, sin dar guerra, sin molestar, sin apenas disfrutar de la esperada y necesitada satisfaccin del deber cumplido. Los hijos e hijas llenaron su vida. Por ser pequeos, exigieron renuncias y sacrificios. Ms tarde ellos mismos asentarn su destino rodeados de hijos y de recuerdos La muerte de Magdalena Gontard supone un gran duelo para el pueblo y una incalculable tragedia para la familia. Ha sido una muerte venida muy deprisa. Cuarenta y seis aos de vida no son cupo suficiente para que la muerte venga y se la lleve. Educada en ambiente bien, seora principal entre las damas del pueblo, ha sucumbido bajo el peso de la casa, los hijos y la hacienda familiar. A pesar del buen nivel econmico, ha tenido que bregar duro, porque le ha tocado vivir vida de pueblo, porque muchos hijos tenidos del prestigioso marido requeran de continuo su atencin. A la hora de la muerte, los duelos vecinales son concurridos y lastimeros pero duran poco y se acaban pronto. Los vecinos, los criados, los parientes, se acercan a la casa para dar su psame y ofrecer sus servicios al esposo viudo. Es granjero importante, tiene tierras, una buena recua de ganados y una gran casa. Pedro Labour acaba de cerrar su ciclo de alcalde del pueblo. La tragedia familiar lleva el tormento silencioso al padre viudo, a los pequeos hijos hurfanos y a la familia entera. Nada en el futuro ser como antes. A la difunta la han puesto en la sala principal. Recogida en el atad y vestida con sus mejores prendas, tiene las manos juntas enlazadas por el rosario, cuyas cuentas ha pasado cada noche junto a sus diez hijos rezando padrenuestros y avemaras. La sala es un rumor de congojas y cuchicheos. Todos hablan, casi todos lloran. Los ms expertos susurran la tremenda desgracia que ha venido sobre la casa Labour, el padre y los pobres chicos que tanto necesitan de la madre. Los vecinos entran sin hacer ruido, saludan con signos de pena, gimen en silencio y rezan el responso, el credo y los padrenuestros de rigor. Desde este momento en la casa "Labour" va a faltar la madre, pero el padre est ah, los hijos varones estn ah y las hijas, jvenes mujeres todava por hacerse, tambin estn ah. A las jvenes mujeres les va a corresponder desde ahora suplir a la madre. La muerte de la seora pondr de relieve todo lo que ella haca y ya no hace; y la forma elegante, seorial y cuidadosa, de ser madre, seora y vecina quedar como un grato recuerdo y una penosa nostalgia. La madre que de joven fue institutriz se ha ido sin poder ensear a sus hijos a leer y escribir.3

Cuando sobreviene el acontecimiento de la muerte de la madre, Mara Luisa tiene 18 aos y est a punto de marcharse a las Hijas de la Caridad. Las circunstancias la obligarn a retrasar el ingreso para echar una mano en la casa donde el ladre ha quedado sumido en soledad y tristeza. Catalina tiene 18 aos y Tonina 7. Pocas mujeres para hacer frente al gobierno de la casa. Pocas, inexpertas, jvenes y tiernas. Estn ms en edad de aprender que de ensear, de ser conducidas y educadas que de gobernar la casa y asumir responsabilidades que sus hombros difcilmente podrn soportar. El padre tiene 49 aos, el hijo mayor 22 y el ms pequeo cinco aos. Pocos das despus, Catalina y su hermana Tonina dejan la granja natal. Se las llevan a casa de ta Margarita, hermana del padre, que vive en Saint-Rmy a nueve kilmetros de Fains. Es un lugar agradable. La opinin del padre, que quiere cimentar con esmero la educacin de Catalina y aliviar la tragedia de la ausencia de su madre, sugiere son precisos el toque y la presencia de una mujer mayor y de confianza. Ta Margarita, con seis hijos en edad adolescente, asume esta funcin maternal en los aos en que la orientacin es fundamental para una nia que empieza a crecer. La casa es acogedora, con techo de tejas y un gran portaln por donde van y vienen los clientes del to que se dedica a vender vinagre al por menor y al por mayor. Los tos tienen seis hijos entre 10 y 18 aos, dos chicos y cuatro chicas. Sin embargo, la estancia en Saint-Remy no resulta para Catalina estar de vacaciones, sino en un sufrido destierro. Permanece en Saint-Remy dos aos, de noviembre de 1815 a Diciembre de 1817; los aos 10 y 11 de su vida. No se desconecta del ambiente agricultor, ni de la vida sencilla de las gentes de pequeo pueblo perdido en la campia. La familia de Margarita vive profundamente las verdades religiosas de la fe. En consecuencia, la nueva familia cumple una esmerada funcin de educacin y la prepara con rectitud y seriedad para participar sacramentalmente en la vida cristiana. Las lecciones de catecismo e Historia Sagrada, las enseanzas de moral y la insistencia en los buenos comportamientos la conducen espontneamente a la preparacin de la Primera Comunin. La falta de la madre impacta seriamente en la vida interior de Catalina. Va a tener que empezar sin ella la entrada en la adolescencia, edad en la que se confunden las luces y las sombras en la vida personal de la muchacha. En SaintRmy tambin percibe la ausencia del padre para quien es la preferida. Al cabo de dos aos, la ausencia de la esposa suscita en el padre la aoranza. Catalina y Tonina son reclamadas para retornar. Quiz sea excusa suficiente el hecho de que Catalina con once aos cumplidos debe tomar la Primera Comunin, fecha que se fija para Enero de 1818. El da 25 de enero de 1818 Catalina recibe la Primera Comunin. La emocin de lo religioso se inicia con la espera y preparacin del gran da. Y vive con la posibilidad de "comulgar" con Jess todos los das en el futuro, al menos los das de fiesta. Los nios de su poca reciben la Primera Comunin a los doce aos. Es la costumbre. Hacia 1853 los Concilios provinciales de Albi, de Toulouse y de Auch publican algunas advertencias. Es preciso que los nios hagan su Comunin oportunamente: "A la edad en que, sabiendo ya discernir el Cuerpo del Seor, conservan su primera conciencia exenta an de las contaminaciones del vicio". Catalina ha cursado el catecismo. Las lecciones las ha recibido y aprendido de "viva voz". No sabe leer. Ha obtenido buenos resultados que le dan derecho a "un gran diploma" y a las felicitaciones de los seores curas. Los das anteriores a la fiesta recibe algunos obsequios: un libro de Misa blanco, un neceser de marfil, un crucifijo, un rosario y algunos libros de piedad. Los das 22, 23 y 24 son jornadas de retiro, que finalizan con una confesin general. Catalina pone en orden su conciencia y su4

alma. Interiormente arregla ante Dios y el sacerdote las pequeas cosas que han podido ser causa y motivo de pena y dolor para sus hermanos, padres, amigos y parientes. Desea con toda su ingenuidad espiritual que todos ellos la acompaen recibiendo tambin la Comunin. La ceremonia del da 25 est llena de solemnidad, la solemnidad extraordinaria que puede darse en una humilde iglesia de pueblo. Hay cnticos; las gentes se aderezan con los vestidos del da de fiesta, y la iglesia est llena a rebosar. Han venido parientes de otras localidades. Las nias lucen en la procesin vestidos blancos y coronas de flores. La intensidad de la fiesta se mezcla con la intensidad de la plegaria, la devocin y el fervor. "Oh! Recordar durante toda mi vida la emocin que he experimentado en estos instantes", dir ms tarde. Ha pasado ya la fiesta de la Primera Comunin. Los parientes han regresado a sus casas. Los vecinos han retornado a sus actividades de todos los das. Catalina se ha aposentado en la casa de los padres. Pero percibe un hecho rotundo: falta la madre. La verdad de su ausencia se hace ms acuciante y angustiosa ahora que descubre su clida presencia mucho ms necesaria que nunca. Tiene doce aos. Mara Luisa se ha hecho cargo de la casa durante los aos de permanencia de Catalina en Saint-Rmy. Pero sus objetivos son claros: a los 18 aos, cuando muri su madre, estaba dispuesta a "pedir" la entrada en la Hijas de la Caridad de Langrs donde haba crecido. El regreso de Catalina va a hacer posible que este objetivo se haga realidad. Catalina tiene iniciativa, es fuerte y sana; se entiende perfectamente con su padre. As que Mara Luisa el da 5 de mayo regresa a Langrs para comenzar su andadura con las Hijas de la Caridad. La infancia de Catalina est marcada por aos de guerras. Esta circunstancia es un asidero ms para adiestrar a cuantos las viven en la sobriedad, en la acerba austeridad, en la entrega generosa al trabajo, en el hondo sentido de la hospitalidad, en la serenidad ante las adversidades y dificultades, en la alegra por la solidaridad, en el profundo sentido de la religiosidad cristiana. Cuenta la historia que, por estas fechas del ao 1806, en los pueblos de Francia estaban viviendo una desafortunada guerra. Los hombres desempolvan sus viejas escopetas y trabucos, se echan al hombro sus armas de guerra y caza, y se enzarzan hasta matarse. Es la recepcin nacional que se le hace a Catalina cuando inicia su entrada definitiva en este conflictivo mundo. Aos ms tarde, cuando Catalina guarda en silencio las visitas de la Virgen Mara, la presencia cercana de revueltas, asesinatos, saqueos, persecuciones y ajusticiamientos significarn otra humillacin para esta humanidad y un intenso dolor para las gentes de bien. Fains ha tenido cura y prroco, pero ahora no tiene ni cura ni prroco. Son consecuencias de la revolucin. El cura prroco ha sido personaje importante en el pueblo, eje Fundamental de las actuaciones y criterios que modelan espiritualmente la vida de las gentes, habituada a encontrar los valores del espritu consuelo y entusiasmo para sobrellevar los avatares de la vida personal y familiar. La iglesia parroquial es una pequea reliquia medieval. Se levanta en el centro del pueblo, cerca de casa Labour Conserva un coqueto retablo con sencillas pinturas y esculturas dedicadas a los patronos del pueblo y a los pasajes de la % ida de Jess y Mara. La pequea nave central con dos hileras de bancos y dos capillas laterales resume el espacio interior. En la base de la torre, debajo del coro, la pila bautismal y unos reclinatorios para las mujeres completan la nave. La iglesia es centro de reunin, lugar de rezos y oraciones, sermones y confesiones, es el santuario formativo y espiritual de las gentes de Fains; es el espacio ideal para recoger y5

recobrar en piadoso silencio la religiosidad profunda de las buenas gentes. Las vivencias y estancias en el recogimiento de la iglesia son contrapunto de fuerza interior a las duras tareas del campo y a las vicisitudes problemticas de padres de familia, devotas madres y abuelas, as como de la creciente energa de los chicos y chicas y de la exuberante y rstica primera relacin formal entre mozos y mozas. La religin y las fiestas de guardar han sido siempre razn y foco de concentracin para las gentes en la iglesia del pueblo. La moral cristiana, la predicacin de los domingos, los sacramentos del bautismo, comunin y extremauncin, los sonidos de las campanas, la puerta abierta de la casa parroquial, la seorial presencia del seor cura han hecho de la vida ordinaria de los habitantes de Fains una constante plegaria, pues las gentes encuentran en la vivencia religiosa el apoyo y consistencia que inspiran sus acciones y gobiernan sus actuaciones. La presencia diaria de Catalina en la pequea iglesia, dedicada a la oracin, el rezo y la comunin, significa una toma de energa espiritual para el resto de la jornada en las faenas de la casa. A las doce en punto del medioda el sonido penetrante y seorial de la campana de la iglesia anuncia la oracin del ngelus. Cada vecino, mujer u hombre maduro, joven o nio, deja reposar la azada, se quita el sombrero y se detiene para rezar el ngelus a la Virgen Mara. Haga sol, viento o fro, el campesino descubre su cabeza, mira al cielo, al tajo o al ganado y reza en voz alta el ngelus y las varias Avemaras reglamentarias, El da termina con el toque de oracin. Cuando la noche comienza a caer sobre las casas y el campo, otra vez la campana de la torre de la iglesia recuerda al vecindario la hora de la Salve. Es la hora de recogida. Y una invitacin al rezo colectivo del Santo Rosario en la iglesia o en la cocina de la casa familiar. -Mujeres, mozas, nios y ancianos se acercan hasta el recinto sagrado de la iglesia. En la penumbra de la reducida nave, ocupando cada uno su banco o reclinatorio, vecinos y vecinas rezan y repiten las Avemaras para acompaar los Misterios de la vida del Seor y de la Virgen Mara, dirigidos por la saludable voz de seor cura. Una mortecina luz ilumina la nave. A veces huele a incienso, pero siempre inspira reflexin, susurro, interioridad y seriedad. La Misa de los domingos y das festivos tiene para los vecinos de Fains el empaque de acontecimiento importante. El vecindario acude a la iglesia y se concentra en manifestacin religiosa como expresin gozosa de fiesta. El domingo es da de descanso para personas y animales. No hay tareas en el campo, ni obligacin de trabajar. La Misa del domingo significa vestirse de fiesta, ponerse la ropa de los domingos, lavarse y, a veces, estrenar vestido nuevo, jersey nuevo, zapatos nuevos. Se vive la alegra de la fiesta y la necesidad del descanso. El seor cura esmera dedicacin, prepara el sermn y reclama a las mujeres para que rematen con diligencia la limpieza de la iglesia y la adornen con flores. Los momentos antes y despus de la Misa del domingo son ocasin de tertulia, de relajacin y lucimiento de ropas nuevas.

CAPTULO V: LA DUEA DE LA CASALas familias y las gentes del campo estn acostumbradas a sobrellevar con decisin, arrojo y valenta las inclemencias del tiempo y los latigazos que da la vida. Es lo que da carcter a su ser de personas campesinas. La falta de la madre y la decisin de Mara Luisa, hacen que Catalina con 12 aos sea declarada "ama de casa". La casa tiene "nueva ama", una "reina trabajadora muy joven", que manda al mismo tiempo sobre los "sirvientes", sobre una "criada" y hace funciones de "seora de la casa" para el seor y la familia. Una posicin y funcin que muchas mujeres slo alcanzan en la comarca a los cincuenta aos, o quizs6

nunca. Catalina es "reina" de la granja Labour, cerrada como un baluarte, casa fuerte entre las fuertes del pueblo. Cuando finaliza el ao 1818, Pedro Labour tiene 51 aos. Hace dos que ha quedado viudo. De sus hijos, el mayor Humberto ha cumplido 24 y se ha enrolado en la fuerzas policiales donde consolidar su futuro. Mara Luisa ha cumplido 22 y se ha ido a las Hijas de la Caridad. Supuestamente, el resto de hermanos sigue aferrado a los lindes familiares: Santiago: 21 aos; Antonio: 19; Carlos: 17; Jos: 15; Pedro: 14; Catalina: 12; Tonina: 10; Augusto: 8. Esta situacin dice suficiente por s misma de los quebraderos de cabeza del padre, y de cunto coraje y corazn habr de tener la mujer que haya de llevar las riendas de tal familia. Para Catalina se inicia una tarea verdaderamente de persona mayor. Es el momento de echar mano al zurrn de las lecciones aprendidas, de revivir las experiencias de trabajo junto a la madre, de tomar buena nota de las indicaciones del padre, A Catalina le gustan la granja, su ajetreo, sus bichos, el trabajo; Catalina, no por orgullo, sino por amor y dedicacin, est decidida a demostrar a su padre y a sus hermanos que es muy capaz de gobernar la casa y gobernarlos a ellos, bravucones jovenzuelos. Est plenamente convencida de que su puesto y lugar estn junto a su familia, cerca del padre, cerca de los hermanos, ocupados en las interminables faenas que la granja lleva consigo. Centrada en la responsable misin de joven ama de casa le dice a su hermana Tonina: "Nosotras dos haremos que marche la casa" (L. 17). Tonina ha cumplido diez aos. Dos bonitas, tiernas y frescas flores de jardn para un florero. El reino de Catalina es la granja entera, el palomar, el cercado, el establo, el huerto. El rey es el padre, soporte y orientador de decisiones y actuaciones. La reina de la casa domina en la cocina, en los ms pequeos, en el horno, en el jardn, en el gallinero. A Catalina le gusta este mundo ruidoso y alborotado de vacas, potrillos, gallinas, pollos, patos y gansos, pichones y palomas. En l se encuentra a gusto. Al igual que su madre, es la primera en levantarse y la ltima en acostarse. Sus ojos se abren con el alba y se cierran a la luz de un viejo candil. Le gustan las praderas verdes en primavera, las vias lozanas cuajadas de negras uvas en verano, la blanca nieve cubriendo las praderas y los montes cercanos en invierno, la brisa y el perfume del campo. Le gustan la cocina, el fogn, los pucheros y las cacerolas. Cada da ha de preparar comidas abundantes para el padre, los hermanos y los criados. Grandes cuencos llenos de leche, pan y miel; pesados y redondos calderos de verduras, legumbres, patatas y tocino. Y siempre pan tierno recin sacado del horno. Y a punto, la jarra de vino. Catalina aprende pronto que "quien bien come, bien crece", y vive con satisfaccin el momento en el que las grandes hogazas de pan tierno recin cocido son sacadas del horno. El almuerzo puede ser de plato, cazuela o de fiambrera, segn se tome en casa o el campo. Para los pequeos es suficiente un mendrugo de pan tierno untado en el puchero o la sartn. Las alforjas dan mucho de s. La comida del medioda se inicia con un abundante y caliente plato de garbanzos, alubias, patatas o lentejas. Muchas son las bocas a llenar, pues son muchas las voces a pedir. Pedir no es seal de hambre, sino de apetito. Los platos, al fin, quedan tan limpios como si estuvieran casi fregados. Sobre la mesa una gran hogaza de pan, un enorme cuchillo, una jarra de vino y otra de agua fresca. Cada miembro de la familia se sienta en su sitio. El padre en la cabecera, la "duea y seora de la casa" sirviendo. Un da a la semana se amasa el pan en el horno de la familia. Es trabajo duro. La casa se llena de olor a pan recin hecho. Amasar en la artesa precisa arte, maa, paciencia y fuerza: llenar la artesa con harina de trigo o de centeno, echar el agua precisa, mezclar la levadura, y amasar pacientemente, metiendo las manos hasta el fondo, hundiendo los brazos hasta el codo;7

luego, tapar la masa con una manta vieja dejndola reposar. Asentada la masa, se moldean las grandes y redondas hogazas para de inmediato introducirlas con la pala en el horno. Comprobado por la panadera que el pan se ha cocido, sta saca, una a una, las hogazas relucientes. La artesa y el horno son exponentes del autoservicio que nunca falta en las familias campesinas de pueblo. Despensa, graneros, cuadras, pocilgas, corrales y bodegas guardan en sus secretos todo lo necesario para la alimentacin y el sustento de la familia. La duea de la casa sabe destacar los acontecimientos agradables e importantes de la familia con el buen hacer y las sorpresas en la cocina. Los xitos, calladamente conseguidos por la mujer de la casa, tienen mucho que ver con la cocina limpia y caliente y los pucheros al fuego. En la casa campesina se ofrece al que llega, al pobre o al mendigo, al vecino y al forastero algo substancioso que hace de su visita un encuentro feliz y una agradable conversacin La "matanza" es da de gozo familiar y de mucho trabajo, porque es el punto de arranque para llenar la despensa. En casa de los Labour se matan dos cerdos al ao: en Octubre y en Febrero. Conlleva interminables trabajos y profundas satisfacciones: preparar vasija, revolver la sangre, separar perniles, jamones y tocino, hacer mondongos y morcillas, adobar lomo y salar piernas y braceros..., "Todo el cerdo se hace bueno desde que nace hasta que se lo comen". Catalina es joven, pero es fuerte y tiene un corazn de madre que se le escapa del pecho. Catalina tiene un cuerpo robusto y resistente. Revive en su alma el carcter de campesina, expresin de la riqueza humana de aldeana y de la compasin haca los pobres. Franqueza, dedicacin, servicio, superacin, esfuerzo y generosidad son virtudes que un hijo de campesino, labrador o granjero, aprende de los padres y del ambiente familiar. La han establecido como "seora de la casa" y al mismo tiempo es duea y criada. Manda y trabaja, ordena y vigila; pero en igual medida paga con su persona, con su cario, con su atencin y con sus desvelos, la dedicacin del padre, las exigencias de los hermanos y el esfuerzo de los criados. No interviene en la conversacin, pero est al cabo de cuanto en la conversacin se dice. Su puesto de mujer de la casa la hace ser protagonista de la escuela del respeto a los mayores, a los hombres, y del silencio en las reuniones habidas alrededor de la mesa. El silencio, la reflexin y la interior valorizacin de lo que se dice y se hace la proyectarn a opinar y hacer que lo imposible se haga posible, si es necesario. Catalina ha aprendido de la madre lo que todas las amas de casa hacen, a ser fiel guardiana de la limpieza. La escoba y el delantal, el pozal y la fregona, los pucheros y cacerolas, la espuerta y el cestao son sus herramientas de todas las horas del da. La "colada semanal" es trabajo duro para cualquier mujer, pero la limpieza es la hermana pobre del lujo y del capricho, es la compaera fiel de la pobreza y la utilidad que no de la tacaera. No hay agua corriente en la casa, pero s un robusto fregadero pblico donde no slo se lavan las ropas de la familia, sino que las vecinas aventan da tras da las noticias y sucesos de cada familia, cada gente y cada novedad. La colada es trabajo de puo y refriega. Al fin, las mujeres consiguen tender al aire y al sol las variadas prendas que cubren intimidades y resguardan de los elementos. Catalina frecuenta el fregadero con igual seoro con que frecuenta la fuente pblica de agua fresca o la portalada de la iglesia. La gente menuda es instruida para colaborar en el manejo conveniente y necesario de los utillajes domsticos, de los aperos y de las herramientas. Son frgiles aportaciones que unidas a las de los mayores completan y enriquecen el ciclo de participacin en el trabajo. Estas actitudes son normas elementales de ocupacin y descanso en el entramado conjunto de la familia Labour. Por consiguiente, estn establecidas tareas y deberes domsticos para8

,111.ili

los pequeos. Son actividades sencillas que no exigen recursos personales. Son fciles ocupaciones caseras de apoyo. Las hijas aprenden de la madre, los hijos aprenden del padre y de los hermanos mayores. Unas son tareas agradables, otras no tanto. Al final de la tarde, cuando la oscuridad de la noche se ha entrado sin pedir permiso por las puertas y ventanas, todava queda tiempo para el rezo familiar. Siguiendo las enseanzas de los mayores, Catalina rene a la familia en la sala principal y dirige como "seora" de la casa el rezo de padrenuestros, avemaras y letanas. Es el rezo del Santo Rosario, plegara obligada en la familia, que adentra a los mayores en la recogida reflexin e ilustra a los ms pequeos en las creencias de la fe cristiana y en el conocimiento de los personajes y acontecimientos de la Historia Sagrada. La jornada de Catalina est llena de animales ruidosos que todo lo ensucian, de hermanos exigentes que reclaman, de criados pendientes, de coladas grandiosas, de fogones calientes, de comidas abundantes, de platos en la fregadera, de trapos y remiendos. Son ciertamente trabajos duros para una jovencita adolescente, aunque sea campesina. Catalina Labour se siente orgullosa de ser hija de granjero y labrador. Los dieciocho primeros aos los cursa entre labradores y granjeros, y en su familia son hijos de campesinos, granjeros y labradores. Un hombre acostumbrado a la presencia gratificante de la esposa, que asume las obligaciones educativas haca los hijos, se sabe sumergido en su propia soledad afectiva si le falta la sabia compaa femenina. No hay duda de que Pedro Labour ha de sentirse vencido por la contrariedad y el desconcierto. Pero delegar y descargar las funciones de madre, seora y regidora de la casa en manos de una jovencita no deja de ser una aventura cuyo desenlace puede ser inesperado. La soledad del padre es una realidad personal. Pedro es hombre duro y recio, es hombre acostumbrado a las dificultades y luchador. Para Catalina su padre es medio mundo. Hacia l se encauzan los impulsos interiores de agradecimiento, respeto y veneracin. Empujada por un estmulo entusiasta y filial, educada dentro de las esencias campesinas, donde a los acontecimientos se les domina con un coraje y sentido especial, siente que la carga de la responsabilidad no es insoportable. Percibe, de pronto, tal hondura espiritual y filial que la llena de la energa y decisin necesarias para poner manos a la obra y tratar de remediar las consecuencias personales y familiares que ha supuesto la muerte prematura de la madre. En 1820 Catalina ha cumplido los 14 aos. La experiencia de los dos ltimos le ha dado solvencia y conocimientos. Tambin le ha enseado que ms y mejores rendimientos ofrece el calor del corazn que la intencin de quien trabaja y sirve para cobrar la soldada. Defiende sus dominios con autoridad de "duea de la casa", y atiende las necesidades segn rango y situacin: el padre, el hermano enfermo, los otros hermanos, las personas, los animales, el orden y juicio reinante en la granja y en el trabajo. A Catalina que se gobierna por estos criterios, le cunde bien el trabajo. Tonina tiene 12 aos. Su ayuda es importante. Cuando se le presenta una buena ocasin decide terminar con los servicios de la criada. Desde los doce a los veintids aos, ocupaciones y gentes le prohben vivir oeces, caprichos, veleidades y fantasas de juventud que acompaan estos aos a las jovencitas cultas, refinadas, peripuestas, de familias bien o de familias fuertes. A ella le ha correspondido ser madre sin tener hijos, ser esposa sin estar casada, ser matrona sin tener edad, ser mujer antes de ser joven. A ella la ha elegido el Seor para curtirse desde pequea en el silencio de la vida del campo, en el duro esfuerzo de la responsabilidad familiar, en la misin cuajada de silencio y misterio con que Dios protagoniza actuaciones transcendentales en la Historia de la Iglesia.

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Durante el tranquilo o accidentado recorrido de la juventud, madurez y ancianidad de Catalina, las cuestas y revueltas del camino de la vida han sido algunas. Han surgido tropiezos y decepciones. Muchas gentes y experiencias vividas personalmente permanecen selladas en el alma. Experiencias, apariciones, conversaciones, vivencias, encuentros, gentes, destinos llenan el libro particular de Catalina arrancando con las lecciones aprendidas en la infancia. Las unas aprovechadas, las otras ilustradoras. Las vivencias de aquellos aos seguirn siendo lecciones de criterios y comportamientos. Catalina completa su infancia y juventud como parte de un gran racimo de personas, cuyo conjunto se protege y fortalece, se distrae y divierte en compacto grupo. El grupo ensea e ilustra, pues adentra en su mundo de realidades, necesidades, satisfacciones y alegras, y las races tiernas recogen los principios y valores que actan en el ambiente social y familiar, econmico y religioso. Cuando la inspiracin de Dios y el destino personal han situado a Catalina lejos de los speros caminos recorridos durante la niez, el impacto del padre y la madre, personas religiosas, humildes, sencillas y trabajadoras, permanece en ella como testimonio de abnegacin humana y cristiana, fuente que refresca siempre la seguridad de ir caminando haca la santidad callada del deber cumplido. Bajo su orientacin y vigilancia se gobernaron los indefensos e ingenuos aos de la infancia, y sus personas han sido antorcha viva que ilumina su juventud y el largo, escabroso y enigmtico camino que le resta por caminar. Los padres han empleado las diarias realidades de la vida como manual elemental de educacin y enseanza, y han mostrado que las situaciones y circunstancias que rodean a la familia estn impregnadas de esfuerzo, rigor, orden y sufrimiento, siendo, por tanto, necesario que los elementos que componen la familia carguen el nimo con decisin y valor, con esfuerzo y resignacin, con colaboracin y cooperacin. Los acontecimientos de la infancia, la responsabilidad y el trabajo de juventud, las personas que, sencilla e intensamente, la inician en la modelacin de hacerse mujer, Hija de la Caridad, vidente de la Virgen Mara, seguirn marcando fuerte huella en la conciencia y en el carcter, en las actitudes y en los hbitos de Catalina. Lo que fueron e hicieron aquellas personas le ha servido de leccin recordada y mantenida, y su ejemplo honrado y eficiente ha llenado de reflexin muchas de sus decisiones y actuaciones. CAPTULO VI: LLAMADA A LA CARIDAD En la habitacin de la madre de Catalina haba una imagen de la Virgen Mara. Una imagen hermosa con los brazos abiertos extendidos haca el suelo. El da de la muerte de la madre Catalina entra en la habitacin, tiene los ojos llenos de lgrimas, y como es pequea acerca una silla a la imagen, se sube a ella y en tierno abrazo a la Seora le dice mientras solloza: "Ahora, querida Virgen Mara, t sers mi madre". Lo ha dicho Tonina, a quien se lo cont la criada de la casa. Los bigrafos de Catalina jams hablan de lgrimas en sus ojos; solamente en esta ocasin. Admitiremos que seguramente no fueran las primeras, aunque quiz tampoco las ltimas. Catalina no es una santa de marfil a partir de este momento. Se ir haciendo poco a poco en silencio, en madurez. Sera ridculo pensar que no es as. En las casas y familias de los pueblos del campo siempre hay una imagen de la Virgen; son races de piedad familiar. Representa la expresin de la piedad que se acuna en el seno familiar. La propician la madre, la abuela, las jvenes de la familia, el seor cura prroco. Catalina percibe de cerca el sentir religioso en la familia, a pesar de las refriegas y actuaciones que envuelven al pas en revolucin y al duro ajetreo de la actividad. La revolucin no mata los sentimientos profundos de las sencillas gentes del pueblo. En Fains ni10

siquiera consigue que las imgenes religiosas sean retiradas o escondidas. Estn ah porque son importantes para dar luz, fuerza y orientacin a las dificultades personales que se cien en el entorno. En la familia de Catalina se reza todos los das. La oracin es la llave de la maana y el cerrojo de la noche. Sus miembros frecuentan la iglesia los domingos y las fiestas de guardar, mantienen con honor y conviccin los valores religiosos que se transmiten de padres a hijos, excelentemente guardados por los mayores. Desde antiguo la familia Labour en Fains ha contribuido seriamente a la construccin y conservacin de la iglesia del pueblo; ahora se encarga de su mantenimiento y limpieza. Su casa est muy cerca de la iglesia; esta proximidad parece dar propiedad a las virtudes de los vecinos y al sentido espiritual que desde la iglesia se desprende hacia los corazones de quienes se acogen a su vera. Durante los primeros aos de Catalina, Fains no tiene cura ni prroco, porque la Revolucin ha esquilmado la clase clerical y tambin las ilusiones y esfuerzos de muchos aspirantes al sacerdocio. La religiosidad es vivencia principal en las convicciones y manifestaciones del pueblo campesino. El campo arrecia la confianza en las fuerzas de lo alto. Vivir mirando al cielo no slo llena el alma de esperanza, sino que la convierte en una manifestacin de comunin con el Dios de las estrellas y con las figuras que ayudaron a su presencia entre los hombre. La Virgen Mara tiene en cada iglesia un altar y en cada corazn devoto, un amante fiel y un fervoroso orante que suplica por la solucin a las necesidades. Las gentes sencillas del campo no sabrn posiblemente de libros, ciencias y tendencias, pero saben muy bien dnde asentar su corazn. El contacto con la naturaleza limpia, y la dureza del trabajo enriquece la religiosidad, la confianza en Dios y la disponibilidad. Por eso, la campia, el firmamento, la vida sencilla de las gentes son para Catalina un verdadero plpito. F'ains vive con intensidad y dedicacin la festividad de los acontecimientos religiosos de la vida cristiana. El ao litrgico repite, ao tras ao, los momentos claves que ensean al campesino la vida y la doctrina de Jesucristo. Navidad, vestida de nieve y fro, el gran acontecimiento del Nacimiento, felicidad y bochorno. La Semana Santa, cargada de negro, de silencio y de misterio. La muerte del Hijo de la Virgen Mara, injusticia, infamia y la peor desgracia del hermano, bellaquera de los jefes y seores, turbia vergenza de jueces y dirigentes. Catalina se contagia de la piedad de su gente. Entra, sin saber, sin sentir, en la conciencia infantil y juvenil de la muchacha que no tiene otros horizontes para aprender que la vida de los suyos y las expresiones de los vecinos. Son maestros buenos, si no cultos s portadores de hondos sentimientos cercanos a la verdad. La verdad que les ayuda a timar al cielo y comprender en la tierra la relativa importancia que tienen las cosas; porque as como vienen, se van; porque como los ciclos de la naturaleza, todos los aos se presenta airosa la primavera y acaba durmiendo en el silencio del fro invierno, despus de pasar por el caluroso vera- y el decrpito otoo A la edad de diez aos, a los doce aos, para una nia a punto de entrar en la adolescencia, la presencia de la madre supone casi todo: calor de madre, enseanzas de Vida, ejemplos de trabajo, consuelo de incertidumbres, orientacin de tareas, proteccin, cario. Catalina lo necesita tanto que se refugia en la figura hermosa de la Virgen Mara, la que todo lo puede, la que todo lo sabe, la que todo lo comprende. La necesidad palpada en el propio ambiente familiar curte el nimo y despeja de fantasas la imaginacin. Su corazn infantil crece, pero se ve privado del calor de la madre. A partir de la ausencia de la madre, las estrecheces de la vida, las interminables obligaciones adyacentes a la asistencia11

de la familia llenan de coraje la voluntad de Catalina para hacerse persona comprometida. Debe actuar como madre, necesitando a la suya; tiene que aprender de prisa lo que no es propio para una nia en edad escolar. En 1820, a los 14 aos, Catalina es moza de robusto cuerpo y recio corazn. Es una mujercita que cultiva las vivencias de lo espiritual. Administra bien su tarea, coordinando unas con otras. La casa va bien, el padre se siente feliz, los hermanos mayores siguen la desbandada. Pero Catalina comienza a descubrirse preocupada por situaciones y realidades que nada tienen que ver con la granja, sino con la interioridad de s misma. Siente un gran amor a la gente. No le obsesionan el dinero ni el tocado ni el vestido ni el lucimiento personal ni las fantasas juveniles. Se da cuenta que su gestin interior y espiritual es algo ms que la gestin econmica de la hacienda familiar, cosa que, por lo dems, es asunto esencial puesto y conservado en las manos del padre. Las tareas de la casa le dejan cada tarde desocupada un pequeo hueco de tiempo. Ha completado su faena. Pero siente la necesidad interior de aprovechar algunos ratos en oracin, reflexin y descubrimientos espirituales. Se va a la iglesia. All est la Seora, la buena Seora que hace de madre. All est el Seor a quien ama intensamente desde el Da de la Primera Comunin. La iglesia est cerca. Tiene su propio banco, su sitio de siempre. Se pone la mantilla y se va sola. Reza por unos, por otros, por ella. Reza de rodillas, sin susurrar, en silencio, cogiendo el corazn con el puo para que no explote. En otoo las tardes son frescas; en invierno son fras. Se dice que fue en los largos silencios y en los fros rincones de la iglesia de su pueblo donde contrajo la artritis que tuvo que soportar durante toda la vida. Al pie del altar, debajo del cuadro de la Virgen Mara, en el silencio de los primeros bancos de la Iglesia de Fains, Catalina se inicia su preparacin para formar parte del grupo selecto de los servidores de Dios. Desde muy joven, entre las races de las vivencias religiosas de su familia y de su pueblo, Dios parece preparar los caminos que ha de seguir en el futuro. Son instrumentos con los cuales en principio no se cuenta, pero sobre los que recae la gracia santificadora de Dios. A los 14 aos, sin sacerdote en el pueblo, sin saber leer ni escribir, sin apenas haber salido fuera del pueblo, inicia una carrera digna de reflexin para los ajenos: se decide a ayunar viernes y los sbados. Las ideas y costumbres eclesiales de la poca animan y exigen a los cristianos el ayuno y la abstinencia cuaresmal. Son convicciones religiosas fuertemente marcadas dentro de la esfera familiar y transmitidas generacionalmente. Son costumbres ciertamente dificultosas teniendo en cuenta las energas que se agotan en las labores diarias y los medios de alimentacin habituales para una familia del campo: carnes y aves de corral. Pero Catalina time fuego en el corazn y pasin en la voluntad, de forma que, escondida en el silencio y la decisin personal, sublima su alma y se purifica del valor terrenal que las cosas, an esenciales, tienen para su vida que se declara ya pletrica de religiosidad, desprendimiento y sacrificio. Las vecinas, seoras de mucho saber y mucho hablar, se dicen unas a otras que "los rezos no hacen adelantar la faena" (L.26). Son seoras de mucho faenar y de mucho murmurar. Catalina ha terminado sus obligaciones, ha dejado las cosas como y donde deben estar, y tiene tiempo. Es fuerte y tiene salud. Es joven y tiene la fantasa de juventud, la fuerza del carcter, y el encanto de ser servicial, cariosa, comprensiva, amable. Sabe sonrer, reza mucho en la iglesia y en la casa, en la cocina y en el corral. Tambin las vecinas dicen que tanto tiempo en la iglesia es tiempo perdido. Catalina le ha tomado gusto a la iglesia y no pierde tiempo, porque para ella rezar a la Virgen, estar junto al Seor Sacramentado es una faena, la faena principal para su alma. Y se siente muy bien.12

Vive con Dios, vive con la Virgen. Los visita en su casa, les hace compaa y conversa con ellos de muchas cosas. Vive la fe y vive el amor. El amor que deja posar cada da entre las palomas y conejos, entre los pucheros y cazuelas, entre los hermanos, salvajes y potrillos, y el padre serio pero bueno. En la iglesia se encuentra con la Virgen. La imagen del prtico tiene al Nio en brazos; la que est en el presbiterio tiene las manos abiertas en gesto de acogida. El Sagrario est vaco, pero la iglesia es la casa del Seor, y todas las cosas que hay en ella lo recuerdan: el Cristo crucificado, los pasos del Viacrucis, la mesa del Altar, la figura de su Madre. Hasta las campanas cuando suenan lo recuerdan a viva voz para alentar a los vecinos al rezo de las oraciones. Aos ms tarde, metida en los 18, cuando Catalina ha aprendido a leer y escribir, escribir a su hermana Mara Luisa: "Vaya religin la que tenemos en este pueblo! Una misa los domingos y hasta tiene que venir el sacerdote de fuera para poderla decir! Las vsperas las canta el maestro de escuela y por tanto no tenemos bendicin. Para que se confiesen los enfermos, tenemos que enviar a buscar al sacerdote. Fjate si la poca religin que hay estar segura!" (L.28). Cumplidos los 15 aos, le confa a su hermana Tonina la claridad de un proyecto personal: la vocacin. Pero no sabe ni dnde ni cundo. No se trata de hacer como Mara Luisa, sino que se trata de algo muy ntimo, muy personal entre ella y Dios. Y tiene muy claro en su foro interior, y as se lo expresa a Tonina, con quien las conversaciones adquieren fuerza de confidencia por la edad y por las circunstancias de la granja: "No, nunca me casar; estoy comprometida con Jesucristo". Sin embargo, estas confidencias permanecen en el sagrado secreto de las jvenes hermanas. Llegados los 16 aos, es tiempo fiable para detectar una madurez vocacional y para sentirse comprometida en una respuesta de entusiasmada plenitud a favor de la fidelidad religiosa. Es esta poca cuando comienzan a producirse en mi vida personal las manifestaciones espirituales. Catalina no sabe bailar ni leer ni escribir. Prcticamente, no ha salido de su pueblo, a excepcin de los dos aos transcurridos Saint-Rmy. Es el ao 1822. Comienza la peregrinacin de un duro y difcil caminar maanero haca Moutiers-Saint-Jean para participar en la de la parroquia. El camino es spero, la madrugada fra, la distancia bastante, la ilusin mucha, el amor intenso. Catalina, junto con Tonina, hacen todos los das el camino a Moutiers con el nico objetivo de asistir a la misa, rezar ante el Seor y comulgar. En otoo e invierno las noches son largas y el alba se hace esperar para el inicio de tareas fuera de la casa. Algo especial aviva en el interior de Catalina para no darle a este gesto la transparencia que se desprende de la iluminacin de Dios sobre su alma. De esta oracin y comunicacin de la maana con el Seory la Seora saca Catalina no solo la luz que ilumina su conciencia sino la fuerza para que su persona y actividad sean rayos luminosos que se depositan en las personas que con ella conviven. Otros ratos libres de faena los dedica a visitar a los enfermos del lugar. Posiblemente, nada sabe de medicina, salvo las lecciones caseras aprendidas de la madre y de las tas, pero s sabe acompaar a los enfermos y a los abuelos, recogidos en su casa. No slo les ofrece ayuda reconfortante sino la expresin personal que rebrota de las fibras del amor y la dedicacin aprendidas de la vida de la Virgen Mara. Catalina est tan cerca de ella que no puede menos de imitar sus actitudes y demostrarle su entera confianza. Para una mocita estas cosas no dejan de ser signos de particular eleccin y del designio misterioso que Dios tiene preparado para ella. La existencia de la joven Catalina se adentra en los 16 aos absorbida por la faenas de la casa, la atencin al padre, el cuidado de los hermanos, la atencin a los animales y las visitas13

calladas a la iglesia. Sigue cumpliendo a rajatabla los ayunos de viernes y sbados que inici con 14 aos. Esto disgusta a Tonina, porque piensa que no es bueno para la salud de Catalina. Intenta persuadirla, pero es en vano. Intenta amedrentarla con decrselo a su padre, pero tambin es en vano. La chiquita quinceaera ha adquirido la personalidad que da el duro esfuerzo y que consolida la oracin personal de muchas tardes junto al Sagrario vaco. El corazn se llena de fe, de amor sublime, de ilusin por un futuro que todava no sabe cul puede ser. "Aquellas seoritas, Catalina y Tonina, eran piadosas; nunca iban a divertirse con las dems muchachas" (L.28), dice una anciana de 88 aos contempornea de Catalina. Ciertamente Catalina no es "juguetona" ni sensiblera ni mojigata ni parlanchina jovencita ni alborotada insustancial, cual sucede con las chicas de tal edad. Las duras tareas de la granja la han hecho madurar. Los descubrimientos espirituales interiores son fuente que llena de serenidad, paz y servicio las emociones interiores de Catalina. Pero sabe jugar y sabe divertirse con la alegra que surge espontnea del corazn, cuando el corazn est lleno de equilibrio, de paz y de luminosidad. "Catalina no era bonita, pero muy buena y servicial: siempre se mostraba amable y complaciente con sus compaeras, incluso cuando la hacamos rabiar como suelen hacer los nios. Si se presentaba un pobre, le daba las golosinas que tena. En la Misa del patrono San Roberto Catalina rezaba como un ngel, sin mirar a la derecha ni a la izquierda" (L.30), recuerda la muchacha de Cormarn, compaera de Catalina, que, cuando esto dice en 1896, tiene cumplidos 80 aos. Corre el ao 1824, Catalina ha cumplido 18 aos y tiene "un sueo extrao". Se encuentra en la iglesia de Fains, en capilla de los Labour, en su sitio d