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GIOACCHINO PECCI (Luego León XIII) LA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD Ediciones Populares Guadalajara México m © 2005 Morgan Software para la edición electrónica Este archivo pertenece a una biblioteca circulante. No puede venderse ni arrendarse. Tampoco imprimirse.

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GIOACCHINO PECCI(Luego León XIII)

LA PRÁCTICA DE LAHUMILDAD

Ediciones PopularesGuadalajara

México

m© 2005 Morgan Software para la edición electrónica

Este archivo pertenece a una biblioteca circulante. No puede venderse niarrendarse. Tampoco imprimirse.

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Gioacchino Pecci LA PRACTICA DE LA HUMILDAD

Titulo: LA PRACTICA DE LA HUMILDADCon Licencia Eclesiástica'EDICIONES POPULARESEn Guadalajara, Jal.Luis Cabrera 531, Colinas de la Normal. Tel. y Fax. 824-34-25 C.P. 44270En México, D.F.Sr. Joaquín Flores Merino. Guty Cárdenas 6, Col. Guadalupe Inn. Fax, Te!.593-63-26 C.P. 01020En Monterrey, N.L.Librería Beityala , S.A. de C.V.Av. San Pedro 106 Sur. Col. del Valle.Tels. 378-01-42 _356-86-55Fax: 335-00-80C.P. 66220

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Gioacchino Pecci LA PRACTICA DE LA HUMILDAD

PRESENTACIÓN

El mes de febrero de 1878 moría santamente enRoma Pío IX, a la edad de 86 años, después de unfecundo pontificado de treinta y un años, el máslargo que registran los anales del Papado. Aldécimo día de su muerte el Sacro ColegioCardenalicio se reunía en Cónclave y en el tercerescrutinio, setenta y dos horas más tarde, elegía alsucesor de Pío IX, el Cardenal Vicente JoaquínPecci, que tomaría el nombre de León XIII. Coneste Papa se abría una nueva etapa en la historiade la Iglesia. Privados los Romanos Pontífices delcarácter de príncipes temporales que durantesiglos les había acompañado, vivirían desdeentonces únicamente por ía Iglesia y para laIglesia como padres espirituales del Pueblo deDios.

- León XIII contaba 68 años de edad al subir altrono pontificio, y Dios le concedería aún 25 más,que el Papa iba a dedicar, sin escatimar esfuerzoy sacrificio, a una intensísima actividad pastoral,apostólica y diplomática, con infatigable amor yespíritu de servicio a la santa Iglesia. En julio de1903, luego de recibir con gran piedad

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la Unción de los Enfermos y tras una brevísimaagonía, León XIII terminaba serenamente sulargo peregrinar en esta tierra a la edad de 93años. La Iglesia perdía un hombre que, con pala-bras de uno de sus biógrafos, «había sido paratoda la humanidad una gran luz». 1

Años atrás, mucho tiempo antes de ser elegidoPapa, Gioacchino Pecci había sido nombradoobispo de Perugia y durante treinta y dos añoshabía ocupado la silla episcopal de aquellaciudad. Desde el principio de su gobierno en esadiócesis, el año 1846, Mons. Pecci había impul-sado con gran celo una fecunda labor de instruc-ción científica, moral y religiosa en todas lasclases de la sociedad, pero principalmente entrelos sacerdotes. Con particular energía y afecto sepreocupó de la formación de su clero, conce-diendo una especial atención al seminario dioce-sano, mejorando el programa de estudios, crean-do nuevas cátedras y proveyéndolas con los me-jores profesores, como también dirigiendo a los������������������������������ �����������������

1 Ferdinand Hayward, Biografía de León XIII, Ed. Luis de Geralt, Barcelona 1951, p.335.

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sacerdotes frecuentes exhortaciones pastorales ypublicando diversos escritos orientados a su per-feccionamiento moral.

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Fue precisamente en aquel período de su vidacuando, por mandato suyo, se realizó la - primeraedición italiana "del escrito que ahorapresentamos con el título de "La práctica de lahumildad".

Se ha discutido —y aún hoy no se ha llegado auna conclusión final— si esta obra fue escrita ensu totalidad por Gioacchino Pecci, o si más biense trata de un escrito inédito hasta entonces y deautor anónimo que, por la riqueza espiritual de sucontenido, el futuro Papa recopiló y publicóañadiendo tan sólo una "Introducción" de supropia pluma. Sea cual fuere la realidad al res-pecto, lo que sí resulta patente es el gran valordoctrinal y ascético de los conceptos vertidos enel libro y la importancia primordial que el Obispodaba a la práctica de la humildad como medioindispensable para alcanzar una sólida vida cris-tiana. Así lo hizo constar en la Introducción cita-da con estas palabras: «¿Queréis levantar el edi-ficio de las virtudes cristianas?, sabed que es deuna altura inmensa: procurad echar los cimientosmuy hondos con la humildad».

El libro en. realidad no pretende ni constituye untratado teológico, ni puede considerarse como unestudio erudito y sistemático sobre dicha

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virtud. Su carácter es distinto. Se trata de unselecto conjunto de consejos prácticos sobre lahumildad, aplicables a la vida ordinaria de todocristiano. Son señalamientos profundos y clarospara guiar certeramente la conducta humana ha-cia los ideales de santidad que Cristo nos propo-ne, a través de las diversísimas situaciones per-sonales en que cada alma puede encontrarse, y enlas múltiples y variadas relaciones del serhumano con sus hermanos los hombres.

La naturaleza del libro es ascética. Presenta unaamplia gama de advertencias e invitaciones quereflejan el celo ardiente del Pastor, urgido por eldeber de conducir a su grey y persuadidoíntimamente de que la humildad es imprescin-dible para lograr el éxito en el negocio más im-portante que cada hombre tiene entre manos: lasalvación de su alma.

Sus consejos son exigentes, difíciles de seguir —frecuentemente —, y en algunos casos demandanuna virtud heroica, lo cual no debe sorpren-dernos, pues es bien sabido de todos que la hu-mildad nunca ha sido virtud fácil de vivir: suejercicio pide un genuino amor por la verdad, quelleve al hombre a la aceptación serena y sincerade su propia insignificancia y al reconocí-

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miento honrado de sus numerosas miserias yerrores. Exige, por otra parte, la superaciónmagnánima del afán de dominio y del deseoíntimo de sobresalir y brillar por encima de losdemás, para sustituirlos por una actitud de ser-vicio hacia todos los que nos rodean siguiendo elejemplo de Cristo.

Ser humilde, por todo ello, cuesta mucho, yresulta solución fácil renunciar al intento de an-dar por ese camino. Sin embargo, quien conapoyo en la gracia divina y ánimo generoso sedecide a luchar por recorrer esa senda, no searrepentirá nunca de haberlo hecho.

Los frutos de la humildad son una recompensainmensamente grande que lleva a descubrir lainfinita bondad y misericordia de Dios, que norechaza al hombre a pesar de sus ofensas y supequeñez, abriendo así un cauce amplio parapoder convertir la vida entera en oración y ala-banza agradecida y gozosa a El. Asegura, por otraparte, el mérito de las buenas obras al con-ducirnos a no buscar la propia gloria sino la deDios. De esta manera el mérito se irá acumulandohasta formar un tesoro incorruptible para la vidaeterna, en lugar de quedar reducido a las cenizasde una efímera satisfacción pasajera.

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Además conduce gradualmente al hombre al ol-vido de sí mismo, y lo va capacitando para vivirel verdadero amor al prójimo con aquella caridadque San Pablo describe con fuerza en su primeracarta a los Corintios: «La caridad es magnánima,es benigna: no es envidiosa, no es jactanciosa, nose hincha; no es descortés, no busca lo suyo, nose irrita, no piensa mal; no se alegra de lainjusticia, se complace en ía verdad; todo loexcusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lotolera».2

Finalmente, la humildad comunica a quien la viveun optimismo irreductible y una permanenteaudacia apostólica que derivan directamente dehaber aprendido a no apoyarse en las propiasfuerzas, sino en la ayuda divina; la persona hu-milde cuenta siempre con Dios y confía en El, yde esta manera puede repetir con verdad laspalabras de i Apóstol: «Continuaré gozándome enmis debilidades para que habite en mí la fuerza

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2 13, 4-7.

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de Cristo [...], pues cuando parezco débil,entonces es cuando soy fuerte».3

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3 2 Cor 2, 9-10.

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Terminemos esta breve presentación recordando,como síntesis, aquella invitación del DivinoMaestro dirigida a sus discípulos de todos lostiempos: «Aprended de mí que soy manso yhumilde de corazón, y encontraréis descanso paravuestras almas».4

Ojalá que cada uno de nosotros sepa esucharlo yponer por obra su consejo.

Ignacio Campero Alatorre, Pbro.

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4 Mt 11, 29.

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Siendo Obispo de Perugia el que luego seríael Papa Pecci (S.S. León XIII), apareció, pormandato suyo, la primera edición italiana de Lapráctica de la humildad.

Aunque todas las ediciones aparecidas(tanto italianas como españolas) lo hacen bajo sunombre, no está totalmente claro que la obra sedeba a su pluma.

Aún cuando fuera cierto, como afirmanalgunos, que a León XIII únicamente se debe laIntroducción, el resto de su contenido debió serprofundamente conocido, meditado y, recopiladopor él.

Se trata de 60 puntos que constituyen unguión de cómo se debe vivir para conseguir lavirtud de la humildad. "No creas que vas aadquirir la humildad sin las prácticas que le sonpropias" (punto VII). Este procedimiento directo,al alcance de cualquier mano, tuvonecesariamente que influir en la vida de JoaquínPecci, hasta el punto de que cabe dudar de sitranscribió al libro la experiencia del ejercicio desu propia virtud o si aprendió en el manuscritoanónimo la práctica constante de la humildad.

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INTRODUCCIÓN

El fundamento de la perfección cristiana,según opinión común de los santos Padres, es lahumildad. "Para hacerse grande - dice SanAgustín - hay que comenzar por hacerse pequeño.¿Queréis levantar el edificio de las virtudescristianas?, sabed que es de una altura inmensa:procurad echar los cimientos muy hondos con lahumildad, porque quien quiere construir unedificio excava los cimientos en proporción de sumole y de la altura a que lo quiere levantar

Este opúsculo que os dedicamos, hijoscarísimos, os enseña a practicar la humildad, esdecir, os enseña a echar los cimientos de laperfección cristiana. Considerad, pues, laimportancia que tiene para vosotros que estáisobligados a ser perfectos como vuestro Padrecelestial; por lo cual estamos seguros que nuestrodon será muy de vuestro agrado; porque es unanueva prenda del amor que os tenemos, y, sobretodo, un medio eficacísimo para la salvación devuestra alma, que es el negocio más importanteque tenéis entre manos.

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Un último motivo nos ha movido alaconsejaros este libro: el fin de la carreraeclesiástica que habéis emprendido. Fin queconsiste no sólo en alcanzar vuestra santificación,sino también en promover la de los demás,ampliando el reino de Cristo con los mismosmedios que Él empleó durante su vida mortal, yla humildad de corazón fue su enseña principal.Con esto podréis vencer la soberbia del mundo ysembrar en todos los corazones la mortificación yla humildad de la Cruz. Y, ya que Jesucristo antesde enseñar quiso hacer, si vosotros también, aejemplo suyo, entráis en el ministerio sacerdotalformados ya en la práctica de la humildad, de estemanantial inagotable de todas las virtudesbrotarán palabras de aliento, de estímulo, de celo,que confirmarán a los justos en la santidad yatraerán a los que caminan por el vicio y por laperdición al camino de las virtudes y de la salud.

Sed, pues, cada uno de vosotros esediscípulo que va recibiendo de esta obra que osdedicamos, como de un Maestro espiritual, laslecciones sobre la práctica de la humildad, y noolvidéis nunca, queridos hijitos, que el mayorconsuelo que nos podéis dar es que seáishumildes, mansos y obedientes. Confiando veros

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siempre así, y deseando que realmente lo seáis, albendeciros a todos en el Señor os recomendamos,una vez más, con todas nuestras fuerzas, quepongáis todo vuestro empeño en cumplir lo queeste libro os aconseja.

GIOACCHINO CARDENAL PECCI

Obispo de Perugia.

(Y, posteriormente, S.S. León XIII)

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LA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD

Es una verdad incontrovertible que no habrámisericordia para los soberbios, que para ellospermanecerán cerradas las puertas de los cielos, yque el Señor sólo las abrirá a los humildes.

Para convencerse, basta abrir las SagradasEscrituras, que continuamente nos enseñan queDios resiste a los orgullosos, que humilla a losque se ensalzan, que hay que hacerse semejantesa los niños para entrar en su gloria, que quien aellos no se asemeje será excluido, y, por último,que Dios sólo otorga su gracia a los humildes.

Nunca estaremos bastante convencidos delo importante que es para los cristianos, yespecialmente para los que han emprendido lacarrera eclesiástica, el esforzarse en practicar lahumildad y el arrojar del espíritu toda presunción,toda vanidad, todo orgullo. No hay que ahorraresfuerzo ni fatiga para salir airosos en unaempresa tan santa; y como es cosa que no sepuede lograr sin la gracia de Dios, hay quepedirlo insistentemente, sin cansarse nunca.

Todo cristiano ha contraído en el bautismola obligación de seguir las huellas de Jesucristo,que es el modelo al que debemos conformar

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nuestra vida. Ahora bien, este divino Salvador havivido la humildad hasta el extremo de hacerse eloprobio de la tierra, para abajar lo más elevado ycurar la llaga de nuestro orgullo, enseñándonoscon su ejemplo el único camino que lleva al cielo.Esta es, para hablar con propiedad, la lección másimportante del Salvador: Discite a me.

Tú, pues, oh discípulo de este divinoMaestro, si quieres adquirir esta perla preciosa,que es la prenda más segura de santidad y la señalmás cierta de predestinación, recibe dócilmentelos avisos que te voy a dar y ponlos fielmente enpráctica.

I

Abre los ojos de tu alma, y considera que notienes nada tuyo de que gloriarte. Tuyo sólotienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, encuanto a los dones de naturaleza y de gracia quehay en tí, solamente a Dios, de quien los hasrecibido como principio de tu ser, pertenece lagloria.

II

Concibe un profundo sentimiento de tu naday hazlo crecer continuamente en tu corazón a

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despecho del orgullo que te domina. Persuádeteen lo más intimo de ti mismo que no hay en elmundo cosa más vana y ridícula que querer serestimado por dotes que has recibido en préstamode la gratuita liberalidad del Creador; puesto que,como dice el Apóstol, si las has recibido, ¿Porqué te glorías como si no las hubieses recibido?

III

Piensa a menudo en tu debilidad, en tuceguera, en tu bajeza, en tu dureza de corazón, entu sensualidad, en la insensibilidad por Dios, entu apego a las criaturas y en tantas otrasinclinaciones viciosas que nacen en tu naturalezacorrompida; y que esto te lleve a abismarte decontinuo en tu nada y a ser muy pequeño y muybajo a tus ojos

IV

Imprime en tu espíritu el recuerdo de lospecados de tu vida pasada; persuádete de que elpecado de soberbia es un mal tan abominable,que cualquier otro en la tierra y en el infierno esmuy pequeño en comparación con él; este pecadofue el que hizo prevaricar a los ángeles en el cieloy los precipitó a los abismos; el que corrompió atodo el género humano y desencadenó sobre la

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tierra la multitud infinita de males que durarán loque dure el mundo, lo que dure la eternidad. Porotra parte, un alma cargada de pecados es sólodigna de odio, de desprecio, de tormento; mira,pues, qué estima puedes tener de tí mismo,después de tantos pecados de que te has hechoculpable.

V

Considera, además, que no hay delito. porenorme y detestable que sea, al que no se inclinetu malvada naturaleza y del que no puedashacerte reo; y que sólo por la misericordia deDios y por el auxilio de su gracia te has libradohasta el presente de cometerlo (según aquellasentencia de San Agustín, que no hay pecado enel mundo que el hombre no pueda cometer si lamano que hizo al hombre dejara de sostenerlo)Lamenta interiormente un estado tan deplorable yresuelve firmemente reputarte entre los másindignos pecadores.

VI

Piensa a menudo que más pronto o mástarde has de morir, y que tu cuerpo se pudrirá enla sepultura; ten siempre ante los ojos el tribunalinexorable de Jesucristo, ante el cual todos

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necesariamente hemos de comparecer; medita enlos eternos dolores que esperan a los malos en elinfierno, y especialmente a los imitadores deSatanás, que son los soberbios. Consideraseriamente que el velo impenetrable que escondeal ojo mortal los juicios divinos te impide saber siserás o no del numero de los réprobos, que encompañía de los demonios serán arrojadoseternamente a aquel lugar de tormentos para servíctima eterna de un fuego encendido por el soplode la ira divina. Esta incertidumbre te servirá paramantenerte en una extrema humildad y parainspirarte un saludable temor.

VII

No creas que vas a adquirir la humildad sinlas prácticas que le son propias, como son losactos de mansedumbre, de paciencia, deobediencia, de mortificación, de odio a tí mismo,de renuncia a tu propio juicio, a tus opiniones, dearrepentimiento de tus pecados y de tantos otros;porque éstas son las armas que destruirán en tímismo el reino del amor propio, ese terrenoabominable donde germinan todos los vicios ydonde se alinean y crecen a placer tu orgullo ypresunción.

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VIII

Mientras te sea posible, mantente ensilencio y recogimiento; mas que esto no sea conperjuicio del prójimo, y cuando tengas que hablarhazlo con contención, con modestia y consencillez. Y si sucediera que no te escuchan, pordesprecio o por otra causa, no des muestras dedisgusto; acepta esta humillación y súfrela conresignación y con ánimo tranquilo.

IX

Evita con todo cuidado las palabrasaltaneras, orgullosas o que indiquen pretensionesde superioridad; evita también las frasesestudiadas y las palabras irónicas; calla todo loque pueda darte fama de persona graciosa y dignade estimación. En una palabra, no hables nuncasin justo motivo de tí mismo y evita todo aquelloque pueda cosecharte honras y alabanzas.

X

En las conversaciones no te mofes nizahieras a los demás con palabras y sarcasmos;huye de todo lo que huela a espíritu del mundo.De las cosas espirituales no hables como unmaestro que da lecciones, a no ser que tu cargo ola caridad te lo impongan; conténtate con

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preguntar a persona avisada que puedaaconsejarte; porque el querer dárselas de maestrosin necesidad es echar leña al fuego de nuestraalma, que se consume ya en humo de soberbia.

XI

Reprime con todas tus fuerzas la curiosidadvana e inútil; por eso, no te afanes demasiado porver esas cosas que los mundanos tienen porbellas, raras y extraordinarias; esfuérzate, encambio, por saber cuál es tu deber y lo que puedeaprovecharte para tu salvación.

XII

Muestra siempre un gran respeto yreverencia a tus superiores, una gran estima ycortesía a tus iguales y una gran caridad a losinferiores; persuádete que el obrar de otra manerasólo puede ser efecto de un espíritu dominado porla soberbia.

XIII

Conforme a la máxima del Evangelio, buscasiempre el lugar más bajo, en la sincerapersuasión de que precisamente por serlo es elque más te conviene. Asimismo, en lasnecesidades de la vida, no apuntes demasiado altoen tus deseos y en tus preocupaciones; conténtate

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con cosas sencillas y modestas, que son las quemás se compadecen con tu poquedad.

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XIV

Si te faltan los consuelos temporales y Dioste quita los espirituales, piensa que has tenidosiempre más de los que merecías; conténtate conlo que el Señor te envía.

XV

Cultiva siempre en tu interior la santacostumbre de acusarte, reprenderte y condenarte.Sé juez severo de todas tus acciones, que vansiempre acompañadas de mil defectos y de lascontinuas pretensiones del amor propio. Concibea menudo un justo desprecio por tí mismo alverte en tus acciones tan falto de prudencia, desencillez y de pureza de corazón.

XVI

Evita como un mal gravísimo el juzgar loshechos del prójimo; antes bien, interpretabenignamente sus dichos y hechos, buscando conindustriosa caridad razones con que excusarlos ydefenderlos. Y si fuera imposible la defensa, porser demasiado evidente el fallo cometido, procuraatenuarlo cuanto puedas, atribuyéndolo ainadvertencia o a sorpresa, o a algo semejante,

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según las circunstancias; por lo menos, nopienses más en ello, a no ser que tu cargo te exijaque pongas remedio.

XVII

No contradigas nunca a nadie en laconversación cuando se trate de cosas dudosas,que pueden tomarse por el sí o por el no (en unsentido o en otro). En las discusiones no teacalores, y si tu opinión la estiman falsa o menosbuena, cede modestamente y permanece en unhumilde silencio. Cede también y observa igualproceder en las cosas que no tienen importancia,aun cuando estés cierto de la falsedad de laopinión contraria. En las demás ocasiones en quesea necesario defender la verdad, actúa conenergía, pero sin furor ni despecho, y está segurode que obtendrás más éxito con la dulzura quecon el ímpetu y con el desdén.

XVIII

No ocasiones molestias a nadie, por ínfimoque sea, ni de palabra, ni de obra, ni con tucomportamiento, a no ser que te lo exijan eldeber, la obediencia o la caridad.

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XIX

Si alguien te fastidia con frecuencia y temortifica de intento en muchas ocasiones coninjurias y con ultrajes, no te aires, considéralomás bien como un instrumento del que se sirvepara tu bien la misericordia de Dios, que quierecurar de este modo la llaga inveterada de tuorgullo.

XX

La ira es un vicio aborrecible en toda clasede personas, y máxime en las espirituales, quedebe su violencia al orgullo que las sustenta;esfuérzate, pues, en acumular un caudal dedulzura, para que cuando te ultrajen, por hondaque sea la herida de la injuria, seas capaz deconservar la calma. En esas ocasiones noalimentes ni guardes en tu corazón sentimientosde aversión o de venganza para quien te ofendió;antes bien, perdónale de corazón, convencido deque no hay mejor disposición que ésta paraalcanzar de Dios el perdón de las injurias que lehas hecho. Este humilde sufrimiento te cosecharámuchos méritos para el cielo.

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XXI

Sufre con paciencia los defectos y lafragilidad de los otros, teniendo siempre ante losojos tu propia miseria, por la que has de ser tútambién compadecido de los demás.

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XXII

Muéstrate manso y humilde con todos, ymás aún con aquellos hacia los que sientes unacierta repugnancia y aversión; no digas comoalgunos: "Dios me libre de sentir odio haciaaquella persona, pero no quiero verla a mi lado,ni tener tratos con ella". Esta repugnancia tiene suorigen en la soberbia y en no haber vencido conlas armas de la gracia la orgullosa naturaleza y elamor propio; porque si se abandonaran a lasmociones de la gracia, sentirían esfumarse aimpulsos de una verdadera humildad todas lasdificultades que encuentran y soportarían conpaciencia aún las naturalezas más duras ysalvajes.

XXIII

Si te sobreviene alguna contradicción,bendice al Señor, que dispone las cosas del mejorde los modos; piensa que la has merecido, quemerecerías más todavía, y que eres indigno detodo consuelo; podrás pedir con toda simplicidadal Señor que te libre de ella, si así le place; pídeleque te dé fuerzas para sacar méritos de esacontrariedad. En las cruces no busques losconsuelos exteriores, especialmente si te das

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cuenta que Dios te las manda para humillarte ypara debilitar tu orgullo y presunción. En mediode ellas debes decir con el Rey Profeta: ¡Cuánbueno ha sido para mí Señor, que me hayashumillado, porque así he aprendido tus mandatos!

XXIV

En la comida no debes sentir disgustocuando los alimentos no sean de tu agrado; haz,más bien, como los pobrecitos de Jesucristo, quecomen de buen grado lo que les dan, y dan lasgracias a la Providencia.

XXV

Si alguien, por error, te reprende y te dicemalas palabras, o si censura tu conducta uno quees inferior a ti o más merecedor que tú dereprensión, y que debería más bien ocuparse desus cosas, no desprecies sus indicaciones, nirechaces los consejos que te da, ni dejes deexaminar con calma y a la luz de Dios tuconducta, y todo ello con la íntima persuasión deque caerías a cada paso si la gracia de Dios no tepreservara.

XXVI

Nunca anheles ser amado de manerasingular. Puesto que el amor depende de la

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voluntad, y la voluntad está inclinada hacia elbien por naturaleza, ser amado, y ser amadocomo bueno, es una misma cosa; ahora bien, elafán de ser estimado por encima de los demás esinconciliable con una sincera humildad. ¡Quégran fruto obtendrás si obras así! Tu alma, nomendigando ya el amor de las criaturas, serefugiará en las sagradas llagas del Salvador; allí,en el Corazón adorable de Jesús, experimentaráslas indecibles dulzuras divinas, y habiendorenunciado generosamente por Él al amor de loshombres, podrás gustar en abundancia la miel delos consuelos divinos, que le serían negados sihubiese sido presa del dulzor falso y mentiroso delos consuelos terrenos; porque los consuelosdivinos son tan puros y sinceros, que no puedenser mezclados con los consuelos de aquí abajo, ysomos inundados por aquéllos en la medida enque nos vaciamos de éstos. Por otra parte, tu almapodrá volverse libremente hacia Dios y reposaren Él con el pensamiento de su presencia y de susperfecciones infinitas. Por último, no habiendocosa más dulce que amar y ser amado, si te privasde este placer por amor de Dios, y Dios seposesiona de tu corazón, no dividido por el amorde otra criatura, ofrecerás un sacrificio muyacepto a Dios, y no temas que obrando así se

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vaya a enfriar tu amor al prójimo pues no leamarás por interés, por seguir tu inclinación, sinotan sólo por dar gusto a Dios, haciendo lo quesabes le agrada.

XXVII

Haz todas las cosas, por pequeñas que sean,con mucha atención y con el máximo esmero ydiligencia; porque el hacer las cosas con ligerezay precipitación es señal de presunción; elverdadero humilde está siempre en guardia parano fallar aun en las cosas más insignificantes. Porla misma razón, practica siempre los ejercicios depiedad más corrientes y huye de las cosasextraordinarias que te sugiere tu naturaleza;porque así como el orgulloso quieresingularizarse siempre, así el humilde secomplace en las cosas corrientes y ordinarias.

XXVIII

Convéncete de que no eres buen consejerode ti mismo, y por eso, teme y desconfía de tusopiniones, que tienen una raíz mala ycorrompida. Con esta persuasión, aconséjate, enlo posible, de hombres sabios y de buenaconciencia, y prefiere ser gobernado por uno quesea mejor que tú a seguir tu propio parecer.

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XXIX

Por alto que sea el grado de gracia y devirtud a que hayas llegado, por grande que sea eldon de oración que Dios te haya concedido,aunque hayas vivido durante mil años en lainocencia y en el fervor de la devoción, debescaminar siempre con temor y desconfiar de timismo, especialmente en materia de castidad: noolvides que llevas dentro de ti un fomesinextinguible y una fuente inagotable de pecados,y piensa que eres todo debilidad, inconstancia,infidelidad. Está siempre en guardia sobre timismo; cierra los ojos para no ver ni sentir lo quepodría manchar tu alma; huye siempre de lasocasiones peligrosas; evita todas lasconversaciones inútiles con personas del otrosexo, y en las necesarias mantente en la másescrupulosa modestia y contención; finalmente,puesto que sin la gracia de Dios no puedes hacernada bueno, pídele continuamente que tengamisericordia de ti y que no te deje solo en ningúnmomento.

XXX

¿Has recibido de Dios grandes talentos? ¿Oeres, por ventura, un grande del mundo?

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Esfuérzate en conocerte tal y como eres y procuraconvencerte de tu debilidad, de tu incapacidad yde tu nada; debes hacerte más pequeño que unniño; no andes tras las alabanzas de los hombres,ni ambiciones los honores; antes bien rechazaaquéllas y éstos.

XXXI

Si te hacen alguna injuria o te ocasionanalgún grave disgusto, en vez de indignarte conquien te ha ofendido, alza los ojos al cielo y miraal Señor, que con su infinita y amableprovidencia lo ha dispuesto así para hacerteexpiar tus pecados, o para destruir en ti el espíritude soberbia, obligándote a hacer actos depaciencia y de humildad.

XXXII

Cuando se te presente la ocasión de prestaralgún servicio bajo y abyecto al prójimo, hazlocon alegría y con la humildad con que lo harías sifueras el siervo de todos. De esta práctica sacarástesoros inmensos de virtud y de gracia.

XXXIII

No te preocupes por aquellas cosas que noestán a tu cuidado y de las que no tienes querendir cuenta ni a Dios ni a los hombres; porque

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el ocuparse en ellas es signo de secreta soberbia yde vana presunción de sí mismo, alimenta y hacecrecer la vanidad y es causa de milpreocupaciones, inquietudes y distracciones. Porel contrario, si atiendes sólo a ti mismo y a tudeber, hallarás un manantial de paz y detranquilidad, según las palabras de la Imitaciónde Cristo: No te entrometas en lo que no te hanencomendado; así podrá ser que pocas veces omuy de tarde en tarde te turbes.

XXXIV

Si haces alguna mortificaciónextraordinaria, procura preservarte del veneno dela vanagloria, que destruye a menudo todo sumérito; hazla tan sólo porque desdeciría de unpecador que viviera según su propio capricho, ytambién por tantas deudas como tienes que saldarante la justicia divina. Piensa que los actos depenitencia te son tan necesarios para detener laviolencia de las pasiones y mantenerte dentro delos límites del deber, como la brida y el frenopara domar un impetuoso caballo.

XXXV

Cuando sientas el aguijón de la impacienciay seas presa de la tristeza en tus tribulaciones y

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humillaciones, resiste fuertemente esa tentación,acordándote de tantos pecados, por los que hasmerecido castigos mucho más duros de los queestás sufriendo. Adora la justicia infinita de Diosy recibe respetuosamente sus golpes, que sonpara ti fuentes de misericordia y de gracia. Sipudieses comprender cuan saludable es ser heridoen esta miserable vida por la mano de un Padretan dulce como es Dios, te abandonarías porcompleto en sus manos. Repite a menudo conSan Agustín: Quema y arranca de mí en esta vidatodo lo que quieras, no perdones nada ni meahorres ningún sufrimiento, como tal que meperdones y me los ahorres todos en la eternidad.Rehusar las tribulaciones es rebelarse contra lasaludable justicia de nuestro Dios, es rechazar elcáliz que misericordiosamente nos brinda, y en elque el mismo Jesucristo, aunque inocente, haquerido beber el primero.

XXXVI

Si cometes alguna falta que es motivo paraque te desprecie quien la presenció, siente unvivo dolor de haber ofendido a Dios y de haberdado un mal ejemplo al prójimo, y acepta ladeshonra como un medio que Dios te envía parahacerte expiar tu pecado y para hacerte más

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humilde y virtuoso. Si, por el contrario, el vertedeshonrado te atormenta y te contrista, es que noeres verdaderamente humilde y que estás todavíaenvenenado por la soberbia. Pide entonces alSeñor con mucha insistencia que te cure y te librede ese veneno, porque si Dios no se apiada de ticaerás en otros abismos.

XXXVII

Si entre los que te rodean hay alguno que teparece despreciable, obrarás sabia yprudentemente si en vez de publicar y censurarsus defectos te fijas en las buenas cualidadesnaturales y sobrenaturales de que Dios le hadotado, y que le hacen digno de respeto y honor.Al menos, ve siempre en él a una criatura deDios, formada a su imagen y semejanza,rescatada con la sangre preciosa de Jesucristo, uncristiano marcado con la luz del rostro de Dios,un alma capaz de verle y poseerle por toda laeternidad, y quizá un predestinado por el consejosecreto de su adorable providencia. ¿Sabes tú,acaso, las gracias que el Señor ha derramadosobre él, o las que va a derramar? Pero sin entraren más averiguaciones, quizá lo mejor seríarechazar inmediatamente todos esos

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pensamientos de desprecio como venenosasinspiraciones del tentador.

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XXXVIII

Cuando te alaben, en vez de llenarte devanagloria, piensa si aquellas alabanzas no seránla recompensa de lo poco bueno que has hecho.Evoca interiormente tu miseria merecedora deldesprecio de los demás, y procura cortar laconversación, no para cosechar más alabanzas,como los soberbios que fingen ser humildes, sinocon tal tacto y discreción, que no se vuelvan aacordar de ti. Y si no lo consigues, refiere a Diostodo el honor y toda la gloria, diciendo conBaruch y Daniel: A ti, Señor, toda honra y gloriay a nosotros, la vergüenza y el oprobio.

XXXIX

En la misma proporción en que debencausarte disgusto las alabanzas a ti dispensadas,debes experimentar alegría por los elogios yhonores a los demás y, por tu parte, debescontribuir a honrarles en la medida en que lafranqueza y la verdad te lo permitan. Losenvidiosos no saben soportar las glorias delprójimo, porque estiman que van en disminuciónde las propias; precisamente por esto deslizanhábilmente en las conversaciones ciertas palabrasambiguas o frases de doble sentido, dirigidas a

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menguar o a hacer dudosos los méritos que, conresentimiento por su parte, adornan a los demás.Tú no debes obrar así porque alabando a tuprójimo, alabas simultáneamente al Señor y leagradeces los dones que distribuye y losbeneficios que se pueden obtener para Suservicio.

XL

Cuando oigas que difaman a tu prójimo,siente un verdadero dolor, y busca una excusapara el maledicente; pero tienes que salir endefensa de la persona que es blanco de lamurmuración, y con tal destreza, que tu defensano se convierta en una segunda acusación; así,ora insinuarás sus cualidades, ora pondrás derelieve la estima que merece a los otros y a tímismo, ora cambiarás hábilmente deconversación o harás ostensible tu desagrado.Obrando de esta manera, harás un gran bien a tímismo, al maledicente, a los oyentes y a aquel dequien se habla. Mas si tú, sin hacerte la másmínima violencia, te complaces en ver a tuprójimo humillado y te disgustas cuando loensalzan, ¡cuánto te falta todavía para alcanzar eltesoro incomparable de la humildad!

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XLI

No habiendo cosa más provechosa para elprogreso espiritual que el ser advertido de lospropios defectos, es muy conveniente y necesarioque los que te hayan hecho alguna vez estacaridad se sientan estimulados por tí a hacértelaen cualquier ocasión. Luego que hayas recibidocon muestras de alegría y de reconocimiento susadvertencias, imponte como un deber el seguirlas,no sólo por el beneficio que reporta el corregirse,sino también para hacerles ver que no han sidovanos sus desvelos y que tienes en mucho subenevolencia. El soberbio, aunque se corrija, noquiere aparentar que ha seguido los consejos quele han dado, antes bien los desprecia; elverdadero humilde tiene a honra someterse atodos por amor de Dios, y observa los sabiosconsejos que recibe como venidos de Diosmismo, cualquiera que sea el instrumento de queÉl se haya servido.

XLII

Abandónate por completo en las manos deDios y sigue las disposiciones de su amableProvidencia, como un hijo cariñoso se abandonaen los brazos de su amado padre. Déjale hacer lo

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que Él quiera, sin turbarte e inquietarte por lo quepueda suceder; acepta con alegría, con confianzay con respeto todo lo que de Él venga. Obrar deotro modo sería una ingratitud hacia la bondad desu corazón, sería desconfiar de Él. La humildadnos abisma de manera infinita bajo el ser infinitode Dios; pero al mismo tiempo nos enseña que enDios está toda nuestra fortaleza y todo nuestroconsuelo.

XLIII

Es evidente que sin Dios no puedes hacernada bueno, que sin Él caerías a cada paso, y lamínima tentación te vencería; reconoce tudebilidad e impotencia para practicar el bien, yno olvides que en todas tus acciones necesitassiempre del concurso divino. Que laconsideración de estas verdades te mantengainseparablemente unido a Él, como un niño queno conociendo otro refugio se aprieta contra elseno de su madre. Repite con el Profeta: Si elSeñor no me hubiera ayudado, mi alma habitaríaen la región del silencio , y: mírame y apiádate demí, porque estoy solo y desvalido ; oh Dios, venen mi auxilio, apresúrate a ayudarme No dejesnunca de dar gracias a Dios con todo tu corazón,y dale gracias, sobre todo, por los cuidados de

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que te rodea, y pídele en todo momento que no tefalte la ayuda que sólo Él te puede dar.

XLIV

Acude a la oración persuadido de tuindignidad y bajeza y lleno de un temor sagradopor la presencia de la suprema Majestad, cuyaprotección te atreves a implorar. ¿Hablaré a miSeñor yo que soy polvo y ceniza? Si recibesalgún favor extraordinario, júzgate indigno de él,y piensa que Dios te lo ha concedido por sulargueza y misericordia. No te complazcasvanamente atribuyéndolo a tus méritos. Si norecibes ningún don señalado, no te muestresdescontento; considera que te queda mucho porhacer para merecerlo, y que Dios tiene hartabondad y paciencia permitiendo que estés a suspies; como el mendigo que permanece durantehoras enteras a la puerta del rico para alcanzaruna pequeña limosna que remedie su miseria.

XLV

Da gloria a Dios por el feliz éxito de losasuntos que te han sido encomendados, y no teatribuyas a tí mismo más que los fallos que hayahabido; sólo éstos te pertenecen: todo lo bueno esde Dios y a Él se debe la gloria y gratitud. Graba

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con tal fuerza en tu espíritu esta verdad, quenunca más se borre de él; piensa que cualquierotro que hubiera tenido la gracia que tú tuviste lohubiera hecho mucho mejor y no habría cometidotantas imperfecciones. Rechaza las alabanzas quete hagan por el éxito obtenido, porque no sedeben a un vil instrumento como tú, sino a Él,soberano Artífice, que, si así lo quiere; puedeservirse de una vara para hacer brotar el agua deuna roca, o de un poco de tierra para devolver lavista a los ciegos y operar infinidad de milagros.

XLVI

Si, en cambio, van mal los asuntosconfiados a tu cuidado, harto es de temer que elinfeliz resultado haya de atribuirse a tu ineptitudy negligencia. Tu amor propio y tu soberbia,enemigas acérrimas de cualquier humillación,querrían echar la culpa a los demás, y si no loconsiguen, intentarán atenuarla. Mas tú nosecundes sus viciosas inclinaciones, examina tuconducta, en conciencia, y temiendo haberfallado en algo, cúlpate ante Dios y acepta lahumillación como un castigo merecido. Si tuconciencia no te acusa de culpa alguna, adoratambién en este caso las disposiciones divinas, ypiensa que quizá tus faltas anteriores y tu

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excesiva presunción han alejado de tí lasbendiciones del cielo.

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XLVII

Si en la Comunión tu corazón estáinflamado de amor divino, tu espíritu debe estarpenetrado de sentimientos de verdaderahumildad. ¿Cómo no asombrarte al considerarque un Dios infinitamente puro e infinitamentesanto llegue a esos extremos de amor por unamiserable criatura como tú, y se te dé a Sí mismoen alimento? Abísmate en las profundidades de tuindignidad; acércate a la adorable santidad deDios con suma reverencia, y cuando a esteamable Señor, que es todo caridad, le plazcaacariciarte, haciéndote partícipe de sus inefablesdulzuras no disminuyas en nada el respeto debidoa su infinita Majestad, no salgas nunca del lugarque te corresponde, y que es la sumisión, laabyección y la nada; pero que el sentimiento detu pobreza y de tu miseria no te lleve a cerrar tucorazón y a menguar en nada esa santa confianzaque debes tener en tan celestial banquete; antes,por el contrario, debe hacerte crecer en amor a tuDios que se humilla hasta convertirse en alimentode tu alma.

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XLVIII

Ten con tu prójimo vísceras de caridad y unmanantial perenne de afabilidad y dulzura; buscacon santa avidez la manera de ayudarle en todo;pero hazlo siempre por dar gusto al Señor;examina bien los motivos que te impulsan a obrarpara descubrir las emboscadas de la vanidad y delamor propio; sólo a Dios debes referir todo elbien que hagas, porque has de saber que es unagran ganancia mantener oculta y secreta una obrabuena de modo que sólo Dios la conozca; si pordescuido tuyo viene a ser conocida de loshombres, pierde casi todo su valor, como unhermoso fruto que los pájaros han empezado apicotear.

XLIX

Ese saludable temor de desagradar a Diosque debes tener irá siempre acompañado de unacontinua súplica para que no te deje caer e impidacon su infinita misericordia tan gran desastre.Este es el santo gemir del corazón, recomendadopor los santos, que lleva a estar en guardia entodas nuestras acciones, a meditar en las verdadesdivinas y a despreciar las cosas temporales, apracticar la oración interior y a mantenersealejado de todo lo que no sea Dios. En una

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palabra, la fuente de la verdadera humildad ypobreza de espíritu; no la abandones nunca y, enlo posible, pídela sin interrupción.

L

Un enfermo que desea vivamente lacuración procura evitar todo lo que puedaretrasarla; toma con temor aun los alimentos másinofensivos y casi a cada bocado se para a pensarsi le sentarán bien; también tú, si deseas decorazón curarte de la funesta enfermedad de lasoberbia, si verdaderamente anhelas adquirir estapreciosa virtud, has de estar siempre en guardiapara no decir o hacer lo que pueda impedírtelo;por esto, es bueno que pienses siempre si lo quevas a hacer te lleva o no a la humildad, parahacerlo inmediatamente o para rechazarlo contodas tus fuerzas.

LI

Otro motivo poderoso que debe impulsartea practicar la hermosa virtud de la humildad es elejemplo de nuestro divino Salvador, al cual debesconformar toda tu vida. Él ha dicho en el santoEvangelio: Aprended de mí, que soy manso yhumilde de corazón Y, como nota San Bernardo,¿qué orgullo hay tan obstinado que no pueda ser

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abatido por la humildad de este divino Maestro?.Se puede decir con toda verdad que sólo Él se hahumillado realmente y se ha abajado; nosotros nonos abajamos, nos colocamos en el lugar que noscorresponde; porque siendo ruines criaturas,culpables de mil delitos, sólo tenemos derecho ala nada y al castigo; pero nuestro SalvadorJesucristo se ha colocado por debajo del lugarque le corresponde. Él es el Dios omnipotente, elSer infinito e inmortal, el Árbitro supremo detodo; sin embargo, se ha hecho hombre, débil y.pasible, mortal y obediente hasta la muerte. Se harebajado hasta lo más ínfimo de las cosas. Aquelque es en el cielo la gloria y bienaventuranza delos Ángeles y de los Santos ha querido hacersevarón de dolores y ha tomado sobre sí lasmiserias de la Humanidad; la Sabiduría increaday el principio de toda sabiduría ha cargado con lavergüenza y los oprobios del insensato; el Santode los Santos y la Santidad por esencia haquerido pasar por un criminal y un malhechor;Aquel a quien adoran en el cielo los innumerablesejércitos de los bienaventurados ha deseado morirsobre una cruz; el Sumo Bien por naturaleza hasufrido toda suerte de miserias temporales. Ydespués de este ejemplo de humildad, ¿quédeberemos hacer nosotros, polvo y cenizas?

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¡Podrá parecernos dura alguna humillación anosotros, miserables pecadores!

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LII

Considera también los ejemplos que noshan dejado los santos de la antigua y nuevaAlianza. Isaías, aquel profeta tan virtuoso yobservante, se creía impuro delante de Dios, yconfesaba que toda su justicia, es decir, susbuenas obras, eran como un paño lleno desuciedad . Daniel, a quien el mismo Dios llamósanto, capaz de detener con su oración la cóleradivina, hablaba a Dios como un pecador que estálleno de vergüenza y confusión. Santo Domingo,milagro de inocencia y santidad, había llegado atal grado de desprecio por sí mismo, que creíaatraer la maldición del cielo sobre las ciudadespor las que pasaba. Y por eso, antes de entrar encualquiera de ellas, se postraba con el rostro entierra y decía llorando: Yo os conjuro, Señor, porvuestra amabilísima misericordia, que no miréis amis pecados; para que esta ciudad que me va aservir de refugio no deba sufrir los efectos devuestra justísima venganza. San Francisco, que,por la pureza de su vida, mereció ser imagen deJesús Crucificado, se tenía por el más perversopecador de la tierra, y este pensamiento estabatan grabado en su corazón, que nadie se lohubiera podido quitar, y argumentaba diciendo

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que si Dios le hubiese concedido aquellas graciasal último de los hombres, habría usado mejor queél y no le habría pagado con tanta ingratitud.Otros Santos se consideraban indignos delalimento que comían, del aire que respiraban y delos vestidos con que se cubrían; otros tenían porun gran milagro el que la misericordia divina lossoportase sobre la tierra y no los precipitara en elinfierno; otros se maravillaban de que loshombres los tolerasen y que las criaturas no losexterminaran y aniquilaran. Todos los santos hanabominado las dignidades, las alabanzas y loshonores, y, por el gran desprecio que sentían porsí mismos, no deseaban sino las humillaciones ylos oprobios. ¿Eres tú quizá más santo que ellos?¿Porqué, siguiendo su ejemplo, no te tienes poralgo despreciable a tus ojos? ¿Porqué no buscas,como ellos, las delicias de la santa humildad?

LIII

Para crecer más en esta virtud y paraendulzar y familiarizarte con las humillaciones tesería muy provechoso que te representaras amenudo en la imaginación las afrentas que tepueden sobrevenir y te esforzaras en aceptarlas,aun a costa de la naturaleza recalcitrante, comoprenda segura del amor que Dios te tiene y como

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medio seguro de santificación. Quizá para ellotendrás que sostener muchos combates; pero sévaliente y esforzado en la pelea hasta que tesientas firme y decidido a sufrirlo todo conalegría por amor de Jesucristo.

LIV

Que no pase un solo día sin que te hagas losreproches que te podrían dirigir tus enemigos, nosólo para endulzártelos por anticipado, sino parahumillarte y para despreciarte a ti mismo. Siluego, en medio de la tempestad de algunaviolenta tentación, te impacientas y te lamentasinteriormente al ver cómo te prueba Dios,reprime en seguida esos movimientos y dicontigo mismo: ¿podrá quejarse un ruin ymiserable pecador como yo de esta tribulación?¿Por ventura no he merecido castigosinfinitamente más duros? ¿No sabes, alma mía,que las humillaciones y los sufrimientos son elpan con que te ha socorrido el Señor a fin de quete levantases de una vez de tu miseria eindigencia? Si lo rehúsas, te haces indigna de él yrechazas un rico tesoro, que quizá te será quitadopara dárselo a otros que hagan mejor uso de él. ElSeñor quiere hacerte del número de sus amigos ydiscípulos del Calvario, y tú, por cobardía, ¿vas a

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huir el combate? ¿Cómo quieres ser coronado sinhaber peleado? ¿Cómo pretendes el premio sinhaber sostenido el peso del día y del calor? Estasy otras consideraciones semejantes encenderán tufervor y excitarán en ti el deseo de llevar una vidade sufrimiento y de humillación como la denuestro Salvador Jesucristo.

LV

Aunque en medio de los desprecios y de lascontradicciones conserves la paz y la alegría, nocreas por esto haber alcanzado la humildad,porque, a menudo, la soberbia no está sinoadormecida, y basta con que se despierte para quecomience a hacer estragos. Sean tus armas, de lasque nunca debes separarte, el conocimiento de timismo, la huida de las alabanzas y el amor a lashumillaciones. Cuando hayas adquirido esta ricaheredad no temas perderla ya, porque elhumillarse es el medio más seguro para conservarel don precioso de la humildad.

LVI

Si quieres que Dios te conceda másfácilmente ese beneficio, toma por abogada yprotectora a la Santísima Virgen. San Bernardodice que María se ha humillado como ninguna

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otra criatura, y que siendo la más grande detodas, se ha hecho la más pequeña en el abismoprofundísimo de su humildad. Gracias a esto,María ha recibido la plenitud de la gracia y se hahecho digna de ser Madre de Dios. María es, almismo tiempo una madre de misericordia y deternura, a la que nadie ha recurrido en vano;abandónate lleno de confianza en su senomaterno; pídele que te alcance esa virtud que Ellatanto apreció; no tengas miedo de no seratendido, María la pedirá para ti de ese Dios queensalza a los humildes y reduce a la nada a lossoberbios; y como María es omnipotente cerca desu Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre aElla en todas tus cruces, en todas tus necesidades,en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, seaMaría tu consuelo; pero la principal gracia quedebes pedirle es la santa humildad; no te cansesde pedírsela hasta que te la conceda, y no tengasmiedo de importunaría; ¡cuánto le gusta a Maríaque la importunes por la salud de tu alma y paraser más agradable a su divino Hijo! Pídele, porúltimo, que te sea propicia. Se lo pedirás por suhumildad, que fue la causa de que fuese elevada ala dignidad de Madre de Dios, y por suMaternidad, que fue el fruto inefable de suhumildad.

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LVII

Asimismo, acude a aquellos santos que máshan destacado en esta virtud. A San Miguel, quefue el primer humilde, como Lucifer fue elprimer soberbio; a San Juan Bautista, que,aunque llegó a tan alto grado de santidad, que letomaron por el Mesías, tenía tan bajo concepto desí mismo; que se juzgaba indigno de desatar lacorrea de sus zapatos; a San Pablo, el Apóstolprivilegiado, que fue arrebatado al tercer cielo, yque, después de haber escuchado los arcanos dela divinidad, se tenía por el último de losapóstoles, hasta el punto de no merecer nisiquiera ese nombre ; a San Gregorio Papa, que,por escapar al Sumo Pontificado de la Iglesia, seesforzó más que los ambiciosos por conseguir losmayores honores; a San Agustín, que, en la cimade la gloria que recibía de todos como SantoObispo y Doctor de la Iglesia católica. dejó en sulibro admirable de las Confesiones y en el de lasRetractaciones un monumento inmortal de suhumildad; a San Alejo, que, en la casa paterna,prefirió los desprecios y los ultrajes de susservidores a los honores y dignidades quefácilmente hubiera podido cosechar; a San LuisGonzaga, que siendo señor de un rico

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marquesado renunció a él con alegría y cambiólas grandezas del siglo por una vida humilde ymortificada; en fin, recurrirás a tantos y tantossantos que resplandecen con luz muy viva por suhumildad en las festividades de la Iglesia. Todosestos humildes siervos de Dios intercederán en elcielo por ti, para que te cuentes en el número delos imitadores de su virtud.

LVIII

La frecuencia en la Confesión y en laComunión te proporcionará la ayuda más eficazpara perseverar en la práctica de la humildad. LaConfesión, por la que revelamos a uno que essemejante a nosotros las miserias más secretas yvergonzosas de nuestra alma, es el acto mássublime de humildad que Jesucristo ha mandadoa sus discípulos. La Santa Comunión, por la querecibimos en nuestro pecho a Dios hecho hombrey anonadado por amor nuestro, es unamaravillosa escuela de humildad y un medio muypoderoso para adquirirla. ¿Cómo podrás dudarque tu amable Jesús no te la vaya a comunicarcuando su Sagrado Corazón, tan manso yhumilde, horno de amor y de caridad, reposesobre tu corazón, que se la pide con todo el fervordel alma? Acércate con la mayor frecuencia que

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puedas a recibir ese adorable Sacramento, y si lohaces con las disposiciones necesarias,encontrarás siempre el maná escondido,reservado a los que de veras le buscan.

LIX

Mantente siempre firme a pesar de lasdificultades que encuentres en las prácticas quehasta aquí te he enseñado, a pesar de la oposiciónque encuentres en ti mismo. No digas como losdiscípulos del Evangelio: dura es esta doctrina,¿quién podrá practicarla? Porque yo te aseguroque todas las amarguras que experimentes alprincipio se convertirán bien pronto en dulzurasinefables y en consuelos celestiales. Laperseverancia en estos ejercicios te librará de milangustias del espíritu e infundirá en tu corazónuna paz y un sosiego que te harán gustar poradelantado del goce preparado por el Señor en elcielo a sus fieles servidores. Si por pereza dejasde poner los medios necesarios para alcanzar lahumildad, te sentirás pesaroso, inquieto,descontento y harás la vida imposible a ti mismoy quizá también a los demás, y, lo que másimporta, correrás gran peligro de perderteeternamente; al menos se te cerrará la puerta de laperfección, ya que fuera de la humildad no hay

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otra puerta por la que se pueda entrar. Ármate,pues, de un santo atrevimiento para que nadie tepueda abatir; alza los ojos y mira allá arriba aJesús Crucificado, que, cargado con su cruz, teenseña el camino de la humildad y de lapaciencia, que han recorrido ya muchos santosque reinan con El en el cielo; mira cómo te animaa seguir su camino y el de los verdaderosimitadores de su virtud. Mira a los santos ángelescómo ansían tu salvación, mira cómo te animan aque tomes la senda angosta, la única segura, laúnica que conduce al cielo y que nos hace ocuparesos lugares del paraíso que dejó vacíos lasoberbia de los ángeles rebeldes. ¿No oyes cómolos bienaventurados proclaman por todo elparaíso que la única vía que les ha permitidogozar de esa gloria inmensa es la de lashumillaciones y sufrimientos? Contempla cómogozan y se alegran contigo por esos primerosdeseos que has concebido de imitarlos; miracómo te animan a no perder el ánimo. Ármate,pues, de fuerza y de: valor para comenzar sintardanza esa gran obra. Acuérdate de lossacrosantos juramentos que has hecho en elBautismo, y tiembla ante el solo pensamiento deviolar la santidad de las promesas que hiciste aDios en ese día. Son palabras de Cristo que el

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reino de los cielos sufre violencia .Bienaventurado mil y mil veces si, estandoconvencido de ello, te resuelves verdaderamentea practicar la humildad que te merecerá la eternagrandeza del paraíso.

LX

Piensa, por último, que nuestro divinoMaestro aconsejaba a sus discípulos que setuviesen por siervos inútiles aun después de haberhecho todo lo que les había sido mandado . De lamisma manera, tú, cuando hayas observado conla máxima exactitud estos consejos, debes tenertepor siervo inútil; convéncete que lo debes no atus fuerzas y méritos, sino a la bondad y a lainfinita misericordia de Dios; dale gracias por tangran beneficio de todo corazón. Finalmentepídele todos los días que te conserve este tesorohasta el momento en que tu alma, desligada delos vínculos que la tenían atada a las criaturas,vuele libremente hacia el seno de su Creador paragozar allí eternamente de la gloria que estáreservada a los humildes.

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SERMÓN DE SAN AGUSTÍN

SOBRE EL TEMOR DE DIOS Y LAVERDADERA HUMILDAD

David, profeta y salmista, que, como ates-tigua la Escritura, fue elegido según el corazón deDios, y que hizo siempre y en todo su voluntad,nos muestra en un lugar lo que desea y amanuestro Creador, diciendo: «¿Quién es semejanteal Señor, Dios nuestro, que habita en las alturas, ytiene cuidado de las cosas humildes en el cielo yen la tierra?»21 Y en verdad, si el Altísimo Señorde infinita excelencia y grandeza, en todas suscriaturas, tanto en las más elevadas como en lasmás pequeñas, es decir, en los ángeles y en loshombres, tiene en mu che y premia la humildad,¿cómo no va a mirar continuamente por nuestrahumildad y a conservárnosla siempre y en todo,por agradar a nuestro Creador? La grandeza deesta virtud se deduce fácilmente de las palabrasdel Señor, que, para condenar la soberbia de losfariseos, dice: «El que se exalta será humillado, yel que se humilla será exaltado».22 Sólo a pasosde humildad se sube a lo alto de los cielos;porque allí arriba, al Dios excelso, no se llega conla soberbia, sino con la humildad. Está escritoque Dios resiste a los soberbios y a los humildes

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da su gracia;23 y en los Salmos se dice: «Excelsoes el Señor, que cuida de las cosas humildes yconoce desde lejos las elevadas».24 Aquilascosas elevadas son los soberbios; cuida de loshumildes para exaltarlos,-y conoce las cosaselevadas, es decir, a los soberbios, para abatirlos.Aprendamos la humildad, que nos acerca a.Dios,-como El mismo dice en el Evangelio: «Aprendedde mí, que soy manso y humilde de corazón, yhallaréis el descanso para vuestras almas».25 Porla soberbia la admirable criatura angélica fuearrojada del cielo, y por la humildad de Dios lafrágil naturaleza humana io conquistó, como diceSalomón: "Domle hay soberbia, hay discordia;donde hay humildad, hay sabiduría».26 Otrosabio dice también: «Cuanto más grande seas,humíllale más y hallarás gracia ante Dios»;21 y elmismo Dios dice: «Mis miradas se posan sobrelos humildes y sobre los de contrito corazón quetemen mis palabras». En el que no es humilde ymanso no puede habitar la gracia del EspírituSanto. Dios se ha hecho humilde para salvarnos,avergüéncese el hombre de ser soberbio. Cuantomás se abaja el corazón por la humildad, más selevanta hacia la perfección; porque el humildeserá exaltado en la gloria. El primer grado de lahumildad es escuchar humildemente las palabras

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de la verdad, grabarlas en la memoria y ponerlaspor obra. Es cierto que la verdad huye siempre delas mentes que no son humildes. Cuanto máshumilde sea el hombre ante sí mismo, más grandeserá ante Dios; el soberbio, cuanto más gloriosoaparece ante los hombres, más abyecto es delantede Dios. El que reúne todas las demás virtudes yno tiene caridad es como el que transporta elpolvo contra el viento. Además, la Escritura dice:«¿De qué te ensoberbeces, polvo y cenizas», si elviento de la soberbia disuelve y dispersa cuantohas reunido con ayunos y limosnas? No te gloríespor tus virtudes, porque no serás tú tu juez, sinootro, ante el cual procura humillarte en tucorazón, a fin de que El te exalte en el tiempo dela retribución. Baja si quieres subir, humíllate siquieres ser exaltado, para que cuando seasexaltado no vengas a ser humillado, porque elque es deforme a sus propios ojos es hermosodelante de Dios; el que se disgusta a sí mismoagrada a Dios; sé, pues, pequeño a tus ojos paraque seas grande a los de Dios; porque serás tantomás precioso a . los ojos de Dios cuanto más bajoseas ante ti mismo. En el sumo honor, ten sumahumildad; la alabanza del honor es la virtud de lahumildad.

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Pero nadie puede alcanzar la virtud de lahumildad sin la del temor de Dios; porque la unano puede existir sin la otra. Escuchad, hijos míos,cuáles son los efectos del temor de Dios: el temorde Dios es el principio de la sabiduría;-® el temerde la presencia de Dios es el gran medio paraevitar el pecado; quien teme a Dios con todas susfuerzas se guarda de pecar; a quien teme a Dios leirá bien en sus postrimerías y el día de su finhallará gracia.

Quien se avergüenza de pecar delante de loshombres, cuánto mejor haría si se avergonzara dehacer el mal en presencia de Dios, que ve no sólolas obras sino también los corazones. Quien temea Dios santamente procura hacer su beneplácito.Distinto es el temor del siervo: el siervo teme pormiedo a la pena; el hijo, por amor al padre. Sisomos hijos de Dios temámosle por la dulzura dela caridad, no por la amargura del temor. Elhombre sabio obra siempre con temor de Dios,porque sabe que es imposible huir de supresencia; como dice a Dios el Salmista: «¿Dón-de podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huirde tu presencia?»? y en otro lugar añade que ni enOriente ni en Occidente podrá nadie escondersede Dios. Quien teme al Señor recibe su doctrina,

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y quien es celoso en observar sus mandamientoshallará la bendición sempiterna. Dichosa el almade quien teme a Dics, está fuerte contra lastentaciones del diablo: «Bienaventurado elhombre que persevera en el temor» y a quien leha sido dado tener siempre ante los ojos el temorde Dios. Quien teme al Señor se aparta del malcamino y dirige sus pasos por la senda de lavirtud; el temor de Dios hace al hombre pre-cavido y vigilante para no pecar. Donde no haytemor de Dios reina la vida disoluta; el que noteme a Dios en la prosperidad, témalo al menosen la adversidad y refúgiese en el que azota ysana. Bienaventurado el hombre que teme al Se-ñor, y que se deleita en gran manera en sus man-damientos',- el temor de Dios repele el temor delinfierno, porque hace que el hombre huya delpecado y multiplique sus buenas obras. Tras locual llegará a aquel temor que se llama santo, ypermanece para siempre?- porque está fundadoen el amor. Así, hermanos míos, debemos temer aDios, para que lleguemos a amar; porque laperfecta caridad echa fuera el temor servil, y deese modo podemos tener firme seguridad y ple-nitud de todo bien. Por esto dice el Profeta:"Temed al Señor, vosotros sus santos, pues nadafalta los que le temen; se empobrecen los ricos y

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en la penuria pasan hambre, pero nunca faltaránada a los que buscan al Señor».

Por lo cual os exhorto, amadísimos, a tenersiempre ante los ojos de vuestra mente el temorde Dios y a no olvidar nunca sus preceptos, y aconsiderar que quien menosprecia y rechaza susmandamientos irá al dolor eterno; os suplico quetengáis interiormente en vuestro corazón la ver-dadera humildad y que la inculquéis en vuestrosprójimos con normas no fingidas, de tal modoque también ellos, edificados por vuestros buenosejemplos, den gloria a Dios y se esfuercen, enunión con vosotros, en recibir en el cielo la eternarecompensa con la ayuda y con la gracia denuestro Señor Jesucristo, que vive y reina portodos los siglos de los siglos. Así sea.

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EXHORTACIONES A LA HUMILDAD

I

Sepan los humildes que nuestro Redentor sehumilló a sí mismo, haciéndose obediente al Pa-dre hasta la muerte, sepan los soberbios que de sucapitán está escrito: El es el rey de todos los hijosde la soberbia. Por tanto, la soberbia del diablofue la causa de nuestra ruina, y el fundamento denuestra redención fue la humildad de Dios. Puesnuestro enemigo, criatura como las otras, quisomostrarse más soberbio que todas; en cambio,nuestro Redentor, el mayor entre todas las cosas,se dignó hacerse el más pequeño de todos.Dígase, pues, a los humildes que, al par que ellosse abajan, aumenta su semejanza con Dios; ydígase a los soberbios que, al par que ellos seengríen, descienden, a imitación del ángelapóstata. Y, en verdad, ¿qué cosa hay más bajaque la soberbia, que cuanto más se levanta, másse aleja de la cima de la verdadera elevación? ¿Yqué hay más sublime que la humildad, que cuantomás se abaja más se allega a su Autor, que moraen lo más alto?

San Gregorio Magno Past., part.. III, Adm., XVIII

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II

Estas dos virtudes, es decir, la humildad y lacaridad, son tan indivisibles y tan inseparables,que el que se establece en una de ellas de la otraforzosamente se adueña, porque así como la hu-mildad es una parte de la caridad, así la caridades una parte de la humildad. Y así, si nos paramosa mirar las cosas que el Apóstol llamó estérilessin el bien de la caridad, observamos que esasmismas son también infructuosas si falta laverdadera humildad. Y en verdad, ¿qué frutopuede dar la ciencia con la soberbia, o la fe con lagloria humana, o la ostentación por. la limosna, oel martirio con el orgullo? Por lo cual, ya que lomismo la humildad que la caridad tienden aderribar a la soberbia, valga de la una lo que selia dicho de la otra.

San Ambrosio Epíst., lib. X, Ad Demetriadem

III

Con la humildad se conserva la caridad, yaque no hay cosa que más pronto la viole que lasoberbia. Por esto, el Señor no dijo: "Tomad miyugo y aprended de mí, que he resucitado cadá-veres de cuatro días y expulso de los hombres losdemonios, curo las enfermedades y hago otras

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maravillas semejantes", sino que dijo: Tomad miyugo y aprended de mí, que soy manso y humildede corazón,*® porque esos milagros son signosde cosas espirituales, mientras que el ser manso yhumilde es la custodia de la caridad.

San Agustín In exposií. Epist. ad Gálatas

IV

El que sabe que es ceniza y tierra, y que seconvertirá muy pronto en polvo, no puede jamásensoberbecerse. Y quien, después de haber con-siderado la eternidad de Dios, reflexione sobreeste breve intervalo — casi un punto en el espa-cio—, que es la vida humana, tendrá siempre antelos ojos la muerte y será humilde y sumiso.Porque este cuerpo corruptible pesa sobre elalma, y nuestro espíritu, vuelto a muchas cosas,se ve oprimido por este habitáculo terreno. Por locual, digamos con toda humildad: Señor, no seensoberbece mi corazón, ni son altaneros misojos, ni corro tras de grandezas ni de casasdemasiado altas para mí.41 La humildad no debeestar tanto en las palabras como en la mente;debemos estar convencidos en nuestro interiorque somos nada y que nada valemos.

San Jerónimo

In exposit. Epíst. ad Ephes., cap. IV.

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Hijo mío, atiende a la humildad, que es lavirtud más sublime y la escalera para subir a lacima de la perfección; porque los propósitos sólose cumplen por humildad, y las fatigas de muchosaños por la soberbia quedan reducidas a h nada.El hombre humilde es semejante a Dios, y lolleva consigo en el templo de su pecho; elsoberbio es odioso a Dios, y se asemeja al demo-nio. El humilde, aunque externamente parezcaruin y despreciable, resplandece por sus virtudes,y el soberbio, aunque parezca hermoso y diáfanoa los ojos de los que le contemplan, sin embargosus obras proclaman su insignificancia, y lasoberbia se le nota en la manera de andar o encualquiera de sus movimientos, y su ligereza ladenuncia bien a las claras su conversación. Andasiempre mendigando las alabanzas de loshombres, y, siendo pobre en toda suerte de vir-tudes, pretende aparentar que las tiene en abun-dancia. No puede estar sujeto a nadie, aspirasiempre a ser el primero, y hace todo lo que estáen su mano para elevarse a mayor altura; lo queno puede obtener por sus méritos lo usurpa consu ambición. Está siempre lleno de aire como unodre, y en cualquiera de sus acciones es tan volu-ble, que parece una nave sin piloto que es juegode las olas. El humilde, por el contrario, se man-

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tiene alejado de los honores terrenos y se tienepor el último de los hombres; aunque exterior-mente parezca poca cosa, es de gran valor anteDios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor leha maridado, afirma no haber hecho nada, y andasolícito por esconder todas las virtudes de sualma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras,da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta yle concede todo lo que le pide en su oración.

San Basilio Magno Admonitiones ad filios spirít.

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VI

El pobre de espíritu es humilde de corazón;es pobre de espíritu el que se tiene en poco; encambio, es rico de espíritu el que se estima enmucho y no cumple el mandato de Cristo quedice: Si no os hacéis como este niño, no entraréisen el reino de los cielos. Porque el que se hahecho ya niño es pobre de espíritu. Y, aunquesegún el testimonio de Cristo y el del Apóstol,44la plenitud de la ley es el amor, sin embargo, laraíz del amor es la humildad y la madre del odioes la soberbia. Así, pues, el principio de todo bienes la humildad y el de todo mal es la soberbia.

VII

He aquí cuál es el fundamento de la humil-dad: tenerse por un pecador y creerse incapaz dehacer nada bueno delante de Dios. He aquí cuales la práctica de la humildad: el amor al silencio,no medirse con nadie, no contradecir, estar suje-to..., tener ante ios ojos la muerte, aborrecer lamentira, huir del hablar vano y soberbio, no opo-nerse a los mayores, no ser obstinado en lospropios juicios, sufrir las injurias, odiar el vicio,no rehuir los trabajos y estar siempre con ánimovigilante. Hermano mío, procura observar dili-

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gentemente estos preceptos si no quieres que tualma se convierta en cubil de las más viciosasaficiones: esfuérzate en cumplir cada uno de ellospara que no se convierta en algo vacío y estéril elbreve curso de tu vida.

San Juan Damasce.no Sacra Parallela, lib. III, cap. LXXXIV

VIII

La verdadera humildad de los fieles es ésta:no ensoberbecerse de nada, no murmurar denadie, no ser desagradecido, no lamentarse niquejarse. Siempre y en todo dad gracias a Diospor todo lo que os suceda.

SAN ANSELMO Comm. in I. Tress., cap. V

IX

Yo soy la flor del campo y el lirio de los va-lles... El justo florecerá como el lirio. ¿Y quiénpuede ser justo sin ser humilde? Cuando el Señorse inclinó bajo las manos de San Juan Bautista,que no era sino su siervo, y éste, con veneración atan soberana Majestad, se resistía a bautizarle, ledijo: Déjame obrar ahora, que así conviene quecumplamos toda justicia', fundando, sin duda, laconsumación de la justicia en la humildad. Eljusto, pues, es humilde; el justo es el valle. Ynosotros, si somos hallados humildes,

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germinaremos también como el lirio y florece-remos eternamente en la casa del Señor. ¿Nomostrará El que es verdaderamente lirio cuandotransforme el cuerpo de nuestra humildad y lohaga semejante al suyo glorioso? No dice nuestrocuerpo, sino el cuerpo de nuestra humildad,significando que solamente los humildes seránesclarecidos y revestidos de la blancura maravi-llosa del lirio. Y basta lo dicho para inteligenciade ¡i3? palabras del Esposo en que dice ser El laflor del campo y el lirio de los valles.

San Bernardo Super Cántica, Serm. 47

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X

La verdadera humildad no muestra que loes, ni anda diciendo palabras humildes, porque nosólo desea ocultar las otras virtudes, sino prin-cipalmente ocultarse a sí misma, y si le fueselícito mentir, fingir o escandalizar al prójimo,prorrumpiría en acciones arrogantes y altivas,para encubrirse con ellas y vivir enteramentedesconocida y oculta. Por tanto, mi sentir es que,o no digamos palabras humildes, o las digamosde todo corazón, pensando interiormente lo mis-mo que exteriormente pronunciamos: no bajemoslos ojos sin humillar el corazón al mismo tiempo,no demos a entender que queremos el últimolugar sin quererlo verdaderamente... El verdaderohumilde más quiere que otro diga que esmiserable, que es nada, que nada vale, que nodecirlo é! mismo; o por lo menos, cuando sabeque lo dicen así, no lo contradice, sino que debuena gana se conforma; porque como lo creefirmemente, se alegra de que sigan su opinión.

San Francisco de Sales

Introd. a la vida devota, parte III, cap. V

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XI

Si recibes alguna afrenta, súfrela conpaciencia, a fin de que te sirva para aumentar tuamor por quien te menosprecia. Esta es la piedrade toque para saber si una persona es humilde ysanta. Si se rebela, aunque hiciese milagros seríacomo una caña movediza. Decía el P. BaltasarAlvarez que cuando llegan las humillaciones es elmomento de ganar preciosos tesoros. Ganarásmás si recibes con paz un desprecio que con diezayunos a pan y agua. Son buenas las humillacio-nes con que probamos a los demás, pero muchomejor es aceptar las humillaciones que nos hacen,porque en éstas hay menos nuestro y más deDios; de aquí que nos reporten mayores bene-ficies si las sabemos sufrir. Porque ¿qué sabehacer un cristiano si no sabe sufrir un despreciopor Dios? ¡Cuántos desprecios sufrió Jesucristopor nosotros: bofetadas, burlas, azotes, salivazos!Si amásemos a Jesucristo no nos quejaríamos delas afrentas, sino que nos gloriaríamos en ellaspor amor de Jesucristo.

San Alfonso Ma. de Ligorio Obras espirituales

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Gioacchino Pecci LA PRACTICA DE LA HUMILDAD

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XII

Ayuda mucho a vivir con mayor humildad,que otros conozcan nuestros defectos y los re-prendan. Cuando un hombre se humilla por susdefectos, fácilmente aplaca a los demás y conpoca dificultad satisface a los que están irritadoscontra él. Dios defiende y saca libre al humilde,lo ama y le consuela, se inclina hacia él, le con-cede abundantes gracias y después de su abati-miento le levanta a gran honra. Le descubre sussecretos, le atrae dulcemente hacia Sí y le con-vida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz,porque descansa en Dios y no en el mundo. Nopienses haber aprovechado algo si no te estimaspor el más pequeño de todos.

Tomás de Kempis

Imitación de Cristo, lib. II, cap. 2

XIII

Es común sentir de los teólogos que tendrámás lumen gloriae el que tenga mayor caridad.Esta gloria sólo se dará a los humildes de cora-zón, ya que la verdadera caridad se adapta a lascosas humildes para ascender a las elevadas. Pero¿por qué te ensoberbeces en medio del fastomundano tú que eres polvo y ceniza, masa de

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podredumbre, pasto de gusanos? Conócetemuy bien a ti mismo si quie-res avergonzarte yllenarte de confusión. De todos los males, la raízes la soberbia; de todos los bienes, la raíz es lacaridad; pero ésta no la podrás plantar si no hasarrancado aquélla. Para desarraigarla sírvete de lacaridad, que es la única que te puede enseñarcómo resistir al espíritu de soberbia. Podrás hacerfrente a la soberbia si ocultas tus virtudes y ponesde manifiesto tus defectos. Pon mucho cuidadoen esto; que la soberbia está precisamente en nopoder sufrir que otro te diga lo que tú de buengrado dirías de ti mismo.

CARD.JUAN BONA DeArt. Div.Am., cap. 19

XIV

Si alguno eres, ser algo, se engaña a símismo, ¡mes es nada.49 Si se entendiesen bienestas pala-br us que el Apóstol propone a tuconsideración, la vanagloria habría desaparecidodel mundo. ¿Por qué será que la gente seensoberbece cada vez más? Superbia eorum quiodemnt te ascendit semper. Porque la ceguera lesimpide conocerse a sí mismos. Creen que sonalgo y no son nada. Y esas palabras van dirigidasa todos. Si alguno, el que sea, si alguno cree seralgo, no dice algo grande, sino simplemente algo;

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si alguno cree ser algo, se engaña a sí mismo,pues es nada. Esta es, pues, la gran verdad de quete has de convencer: que tú por ti mismo no eresnada. ¿Y por qué? Porque tú de ti mismo notienes nada, a excepción del pecado, que es elpeor mal. Todo lo que posees fuera del pecado esde Dios. Para conseguir la verdadera humildadhay que abismarse en este conocimiento. Porque,aunque la esencia de la humildad está en lavoluntad que se abaja modestamente, sinembargo, la voluntad se abaja siguiendo ladirección y en la medida que le señala elentendimiento.

P. Paolo segneri Man. dell'an., XI, Agost.

XV

Cuando alguien te alabe y te honre, únete alos desprecios, a las burlas, a las afrentas quesufrió el Hijo de Dios. Ten por cierto que un almaverdaderamente humilde halla ocasión dehumillarse tanto en los desprecios como en lasalabanzas, y hace como la abeja que vaelaborando su miel no del rocío caído sobre elajenjo, sino del que ha bañado a la rosa.

San Vicente de Paúl