la planta de los libros - xavier frías conde

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Cuento incluido en "El devorador de libros y otros cuentos" (Lastura, 2013)

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Xavier Frías Conde

La planta de los libros

Cuento incluido en

El devorador de libros y otros cuentos

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De El devorador de libros y otros cuentos:

© Texto: Xavier Frías Conde

© Maquetación: Lidia López Miguel © Ilustraciones: Enrique Carballeira

© Lastura 2013

www.lastura.org [email protected]

D.L.: TO-398-2013

ISBN: 978-84-942087-0-6

Todos los derechos reservados. All rights reserved worldwide.

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La planta de los libros

Juan dejó el libro encima de la mesita de noche.

Solo había leído unas páginas, pero estaba siempre

tan cansado cuando era la hora de irse a dormir que

ni tenía fuerzas para coger el libro. Le bastaba pasar

los ojos por cuatro líneas y ya caía dormido como un

bebé.

Y roncaba. Roncaba como un oso en hibernación

hasta que el despertador sonaba a la mañana siguiente.

Y así, aquel libro se quedó días, semanas, meses

encima de la mesita de noche sin que ya Juan ni lo

llegara a abrir. Se había olvidado completamente de

él, como si el libro fuera parte de la mesita.

Pero fue durante la primavera cuando las cosas

cambiaron. Y no porque Juan de repente quisiera leer

nuevamente el libro.

No. Fue por otra razón.

Y es que al libro comenzaron a surgirle raíces,

como si fuera una planta. Eran unas raíces muy

pequeñitas al principio. Tan solo atravesaban la pri-

mera tabla de la mesa.

Además, se alimentaba de las gotas de agua que

cada noche caían en la mesita cuando Juan dejaba en-

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cima el vaso después de beber.

Y fue así como, sin que Juan se diese cuenta, el

libro se fue transformando en una planta semejante a

un geranio.

Felizmente, la planta crecía y crecía poco a poco.

Hasta que un buen día, la planta comenzó a echar

ramas y de las ramas deberían haber brotado hojas.

Pero no fue así.

Lo que realmente había brotado habían sido pe-

queños libros. Al principio eran minúsculos. Eran

seguramente libros bebé.

El pobre Juan estaba tan acostumbrado a ver ya

aquella planta que hasta pensaba que él mismo la había

colocado allí encima de la mesa.

Pero un día, Raquel, la hermana de Juan, fue a

visitar a su hermano. Entró en su cuarto y descubrió

aquella planta que en vez de hojas daba libros.

No sabía lo que era, pero abrió uno de los libros sin

arrancarlo. Y comenzó a leerlo.

—Oye, Juan, es fantástica esta planta que da libros.

Además, este que estoy leyendo es muy interesante.

Como ya os podéis imaginar, Juan no tenía ni idea

de lo que le estaba contando su hermana.

—¿Te has vuelto loca o qué?

—No. Mira aquí.

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Ella le mostró aquel libro y también los otros que

colgaban de la planta.

Juan, que entonces no estaba tan cansado, abrió otro

libro y le gustó. Además, como eran muy pequeños, se

leían muy bien.

—Están bien, ¿no? —reconoció Juan.

Juan estaba tan contento con su planta que en-

seguida contó aquello a todos sus amigos.

Además, cuando un libro estaba maduro, se caía de

la planta y luego comenzaba a formarse otro.

Juan comenzó a regalar libros a todos sus amigos. Las

historias de los libros eran preciosas.

Poco a poco, todo el barrio tenía libros de Juan. Pero

a él le gustaba sobre todo uno pequeñito que contaba la

historia de un perro que quería aprender la lengua de

los gatos, aunque cuando quería practicarla con ellos,

los felinos salían corriendo. Pobrecillo el perro... Juan

estaba decidido a leer aquel libro hasta al final, por

eso se lo metió en la carpeta para poder leerlo cuando

viajaba en autobús al trabajo.

Sin embargo, la alegría del Juan, de sus amigos y de

los vecinos, duró poco. La noticia del árbol que daba

libros llegó a los oídos de las autoridades.

Un cierto martes aparecieron en casa de Juan unos

agentes forestales del Ayuntamiento para preguntarle

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si tenía licencia municipal para tener aquella planta

exótica.

Juan, lógicamente, no tenía nada, solo el compro-

bante de compra del libro, pero eso no servía.

Los agentes forestales se iban a llevar la mesita de

noche al Ayuntamiento cuando, de repente, entraron

unos agentes de la SDPDDAQSLN, que quiere decir:

Sociedad De Protección De Derechos De Autor Que

Son Los Nuestros.

—¿Usted tiene derechos de autor de todos los libros

que produce esta planta?

—No... —respondió Juan muy preocupado.

—Entonces tendrá que pagar una multa de varios

millones de euros...

—Pero si yo solo tengo trescientos euros, una co-

lección de cucharas de café y un MP3.

—Entonces confiscamos la planta —dijeron los

agentes de la SDPDDAQSLN.

Pero también los agentes forestales del Ayunta-

miento estaban allí para confiscar la planta. Entonces

se pusieron a discutir entre ellos para ver quién tenía

más derecho a quedarse con la planta. Entre gritos,

habían sacado la mesita de noche fuera de la casa

de Juan. Pero la planta, en cuanto estuvo fuera, se

secó. Los vecinos contemplaban aterrorizados aquella

escena.

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Al ver la planta muerta encima de la mesita de noche,

los agentes forestales del Ayuntamiento se marcharon

por la derecha, mientras los agentes de la SDPDD

AQSLN se marcharon por la izquierda.

A Juan se le escapó una lágrima de tristeza. Reco-

gió su mesita de noche y se la llevó para su cuarto.

Retiró la planta muerta.

Y unos días después, recordó que aún conservaba

aquel libro del perro que quería hablar la lengua de los

gatos. Pero estaba siempre tan cansado... Por eso dejó

el libro encima de la mesita de noche... Hasta que,

después de unas semanas, sin que Juan se diera cuenta,

aquel librito también empezó a estirar sus raíces por la

mesa.

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