la perla de murcia

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"La Perla de Murcia" En la calle San Antonio de Murcia estuvo ubicada durante mucho tiempo una pensión conocida como “La Perla”. Los dueños eran un matrimonio compuesto por Tomás y Josefa. Ella era muy popular en la ciudad y su entorno por su gran belleza. Era tan hermosa que todo el mundo la llamaba la Perla de Murcia. Eran padres de dos hijos, de ocho y seis años. Se dice que no eran demasiado felices, pues las discusiones entre ellos eran constantes. En el año 1893 ocurrió un suceso en la pensión que quedaría marcado en la historia de la ciudad. Un día de diciembre, Tomás dijo a Josefa que se iba a pasar la tarde en el teatro Romea. Comieron juntos en casa y tomaron café. Tomás no acabó el suyo porque estaba muy amargo y se marchó. Cuando iba caminando hacia el teatro empezó a sentirse muy mal, con dolores muy fuertes. Cayó retorciéndose en el suelo y unos vecinos lo llevaron a su casa, donde enseguida murió. En la pensión, la criada, que se llamaba Francisca y tenía sólo 13 años, se sintió también enferma, con los mismos dolores que Tomás, y murió también muy rápido. Poco antes, al retirar las tazas del café, la criada vio que la de Tomás estaba a la mitad y se bebió lo que quedaba. El juez y la Guardia Civil acudieron enseguida a la casa. Tras las primeras investigaciones, descubrieron que existía una relación entre Josefa y un huésped de la casa llamado Vicente. Era un hombre de 36 años, muy moreno y apuesto. Estaba casado y había venido a Murcia por un trabajo en la Secretaría de Instrucción Pública (Educación). Otra de las criadas mencionó a la policía que existía una botella de ron “Negrita”, que su dueña había ordenado esconder. La policía encontró la botella en el pozo de la casa, situado en el patio, y contenía el veneno que había causado la muerte de Tomás y la criada. Josefa y Vicente fueron detenidos, acusados de haber envenenado a Tomás en un crimen pasional. La Perla se defendió diciendo que el veneno era en realidad un medicamento y que se lo había dado

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Page 1: La Perla de Murcia

"La Perla de Murcia"

En la calle San Antonio de Murcia estuvo ubicada durante mucho tiempo una pensión conocida como “La Perla”. Los dueños eran un matrimonio compuesto por Tomás y Josefa. Ella era muy popular en la ciudad y su entorno por su gran belleza. Era tan hermosa que todo el mundo la llamaba la Perla de Murcia. Eran padres de dos hijos, de ocho y seis años. Se dice que no eran demasiado felices, pues las discusiones entre ellos eran constantes.

En el año 1893 ocurrió un suceso en la pensión que quedaría marcado en la historia de la ciudad. Un día de diciembre, Tomás dijo a Josefa que se iba a pasar la tarde en el teatro Romea. Comieron juntos en casa y tomaron café. Tomás no acabó el suyo porque estaba muy amargo y se marchó. Cuando iba caminando hacia el teatro empezó a sentirse muy mal, con dolores muy fuertes. Cayó retorciéndose en el suelo y unos vecinos lo llevaron a su casa, donde enseguida murió.

En la pensión, la criada, que se llamaba Francisca y tenía sólo 13 años, se sintió también enferma, con los mismos dolores que Tomás, y murió también muy rápido. Poco antes, al retirar las tazas del café, la criada vio que la de Tomás estaba a la mitad y se bebió lo que quedaba.

El juez y la Guardia Civil acudieron enseguida a la casa. Tras las primeras investigaciones, descubrieron que existía una relación entre Josefa y un huésped de la casa llamado Vicente. Era un hombre de 36 años, muy moreno y apuesto. Estaba casado y había venido a Murcia por un trabajo en la Secretaría de Instrucción Pública (Educación).

Otra de las criadas mencionó a la policía que existía una botella de ron “Negrita”, que su dueña había ordenado esconder. La policía encontró la botella en el pozo de la casa, situado en el patio, y contenía el veneno que había causado la muerte de Tomás y la criada.

Josefa y Vicente fueron detenidos, acusados de haber envenenado a Tomás en un crimen pasional. La Perla se defendió diciendo que el veneno era en realidad un medicamento y que se lo había dado a su marido con el fin de amortiguar sus celos y amor por el juego.

El juicio se celebró dos años después, el 21 de noviembre de 1895. La sala estaba abarrotada de público. La Perla y Vicente vestían de negro. Ella repitió su versión de que sólo trataba de calmar los celos de su marido y Vicente alegó que usaba el veneno en pequeñas dosis porque se lo había recetado un médico para calmar sus dolores de estómago.

El 21 de noviembre de 1.895 la sala de lo criminal de la Audiencia Provincial estaba abarrotada de público. Josefa vestía de negro, al igual que Vicente. Negó Josefa haber matado deliberadamente a su marido, alegando que le dio la estricnina en el café para quitarle los celos y su afición a las cartas. Vicente alegó que la estricnina la usaba para calmar sus dolores de estómago (por prescripción facultativa) y negó haberla comprado para matar a Tomás.

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El fiscal acusó de dos asesinatos a Vicente y a Josefa de parricidio y asesinato. La sentencia fue de pena de muerte para Josefa y cadena perpetua para Vicente, siendo recurrida y sancionada por el Tribunal Supremo.

El 28 de diciembre llegó a Murcia el verdugo titular de Valencia escoltado por la Guardia Civil. Era un individuo bajo de estatura, flaco, renegrido. Iba vestido de negro. Una muchedumbre lo esperaba en la estación, abucheándole. Ningún cochero lo quiso trasladar a la cárcel. El ayuntamiento de Murcia, en sesión extraordinaria, pidió el indulto de Josefa y hasta se remitió un telegrama al Papa solicitando su intervención ante el gobierno de España.

El cadalso se levantó el 29 de octubre, junto al Molino del Marqués. La noche anterior, Josefa, entró en capilla, siendo confortada con los auxilios espirituales de la Religión por varios sacerdotes. El verdugo la visitó y le pidió perdón. Josefa lo perdonó de todo corazón. A las 8,25 de la mañana Josefa subió al patíbulo con gran entereza. Le cubrió la cabeza un sacerdote y fue rápidamente agarrotada. Presenció la ejecución una muchedumbre indignada y vociferante de aficionados al género. A la mañana siguiente cerraron todos los comercios de la ciudad en señal de luto. Fue la última ejecución pública de la historia judicial española.

Josefa fue detenida tras el primer interrogatorio. Confesó que Vicente le había aconsejado administrar a su marido cierta cantidad de estricnina «para calmarle los celos y el gusto por el juego». Y la mujer así lo hizo. Otra criada declararía que, el día de autos, Josefa le ordenó tirar una botella al pozo y reveló que su ama mantenía relaciones con Vicente.

Ella lo negó hasta la muerte, aunque dijo que él se le había insinuado. Josefa fue acusada de parricidio y asesinato, lo que le valió la pena de muerte, y Vicente, con dos asesinatos, cadena perpetua.

El farragoso juicio y el desamparo en que quedarían el hijo y la hija de Josefa hizo reaccionar a la sociedad murciana.

El 23 de octubre de 1896, Martínez Tornel publicaba la noticia de que no habría indulto para la mujer, quien en su celda se negaba a probar bocado. Caían en saco roto las «súplicas de perdón y clemencia de todas las autoridades, de todas las corporaciones, de todas las personas de valía e influencia». La sociedad murciana enfureció. Desde Cartagena se trasladaron 40 soldados de infantería para mantener el orden.

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El 28 de octubre llegó desde Valencia el verdugo. Se llamaba Pascual, padre de tres hijos. Su anterior profesión era la de carpintero. Los ciudadanos llenaron calles y plazas para increparlo. Ningún mozo en la estación de trenes se ofreció a coger su maletín y no hubo carruajes dispuestos a trasladarlo. Entró a pie en la ciudad, escoltado por cinco guardias civiles y varios soldados, que no evitaron que alguien le lanzara un pedrusco al atravesar el Puente Viejo. Muy cerca de allí, junto al muro del río, comenzó a levantarse el patíbulo.

Más guardias civiles

Las protestas arreciaron hasta el extremo de que el verdugo dirigió un telegrama al Consejo de ministros: «En vista del triste espectáculo que Murcia presenciará, y sin que esto signifique apocamiento de mi ánimo, pido el indulto a la desventurada rea».

En la Central de Telégrafos establecieron contacto permanente con Madrid por si se concedía esta gracia mientras llegaban a la ciudad más guardas civiles. Los párrocos también se movilizaron para acompañar a Josefa en la cárcel durante el día y la noche que le restaban de vida.

El Ayuntamiento de Murcia se reunió en sesión extraordinaria para forzar el indulto. Incluso acordaron constituir el Consistorio permanente hasta el instante de la ejecución. Desde La Glorieta parten telegramas de última hora para el rey Alfonso XII, su madre y el mismísimo Papa. Poco después, el gobernador recibe al Ayuntamiento en pleno y envía un nuevo telegrama al presidente, Cánovas del Castillo. La respuesta, que será criticada por su rival político, Práxedes Mateo Sagasta, es desoladora: «La horrible frecuencia con que se cometen crimenes como el de Josefa Gómez impiden al Gobierno aconsejar su indulto. Se cumplirá por tanto la Ley».

El día anterior a su muerte, Josefa asistió a una misa en la cárcel, rodeada de sacerdotes y hermanos de la Cofradía del Rosario. Los cronistas relatan el fervor de la condenada, manifestando que ante Dios era inocente y consolando a quienes intentaban consolarla. Llegaría a advertir: «Son ya de más las horas que estoy en este mundo. Sólo quiero que la Virgen me lleve a su lado».

El momento más triste se produjo con la última visita de sus dos hijos, de apenas 8 y 10 años de edad. Así lo relata Martínez Tornel: «No lloró porque ni sus ojos tenían ya lágrimas. Las pobres criaturas llevaban pintada en sus semblantes la más triste amargura». Josefa, al ver al

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niño llorar, le dijo: «¿Válgame Dios, hijo, un hombre como tú llorar!». «Los que presenciaron tan trágica escena no la olvidarán nunca», apostilla Martínez Tornel.

El día de su ejecución, Josefa fue trasladada al patíbulo en una carreta. Todos los comercios cerraron en señal de luto. Unos 12.000 murcianos la acompañaban. Sus últimas palabras fueron para el párroco de San Antolín, que le preguntó si daba por bien empleados los sufrimientos pasados en esta vida.

«Yo no he sufrido nada comparado con el bien que voy a lograr de mi salvación», respondió ella. «A las 8 y 25 minutos -publicaría después El Diario-, arrepentida, contrita, santificada, e indudablemente santa, ha entregado el cuello al verdugo y su alma a Dios». Acababa de celebrarse la última ejecución pública en España.

Fdo. Capitán Centellas

El juicio final de La Perla

12 NOVIEMBRE 2009

por candismel

Ejecución de "La Perla" (Libro "Murcia, crimen y castigo")

“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24).

Con justo juicio o no, fue ejecutada el 29 de octubre de 1896 una mujer de 33 años que conmocionó a la ciudad de Murcia, no por su delito, sino porque dividió a la sociedad murciana en dos bandos, los que estaban a favor de las ejecuciones públicas y los que estaban en contra.

En la Plaza Ronda de Garay se reunió una concentración de personas que observanban el patíbulo, donde se levantaba el garrote vil, a la espera de la ajusticiada, Josefa Gómez, alías La Perla.

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Según el historiador José Jesús Hourcade, “La Perla fue la última ejecución pública de España”. Explica, que las ejecuciones en público era la forma en que los monarcas, del siglo XVIII, demostraban su autoridad al pueblo, castigando a los criminales. Hourcade recuerda el papel de la prensa de esa época:

Hablar de La Perla de Murcia, es recordar la tragedia que ocurrió en el interior de esta casa de huéspedes en 1893, la muerte de dos personas.

D. José Tomás Huertas y Francisca Guirgue, son las víctimas que fallecieron bajo los efectos de la estricnina. El primero, un hombre de 35 años, dueño de La Perla de Murcia, no sabía que aquella tarde del 8 de diciembre al beberse su café traería consigo el fin de su vida. Mientras que la segunda, una joven de 13 años criada de esta casa, muere al beber los restos de café que dejó D. Tomás.

Titular del periódico de Madrid "Correspondencia de España".

La autora de estas dos muertes es Josefa Gómez, esposa de Tomás Huertas. Cuando se presentó en la casa el forense, ella fingió estar enferma para darle a entender que todos se habían envenedado, pero el médico la descubrió al ver que estaba sana.

Al principio, Josefa negó el delito, decía que nunca tuvo la intención de matar a su marido, que sólo quería darle un disgusto ya que ella echó la estricnina en una botella de ron y no en el café de D. Tomás. El frasco del veneno fue hallado en el fondo del pozo de la casa.

El veneno utilizado en este crimen, se obtenía en la farmacia porque en esa época era utilizado, en bajas dósis, como remedio.

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Algunas versiones de esta historia cuentan que La Perla envenenó a su marido por influencia de su amante D. Vicente Castillo, el cual fue sentenciado a cadena perpetua por estar implicado en la trama. José Hourcade, explica como era la sociedad murciana en 1896:

A pesar, que la población pedía el indulto para Josefa Gómez, la Audiencia de Murcia declaró la pena de muerte. Esta murciana tuvo que enfrentar su castigo, dejando a dos hijos uno de 8 y otro de 9 años de edad. Hourcade, comenta:

«Que Josefa muera agarrotada»

Los murcianos 'tomaron' las calles para impedir la última ejecución pública en España

Válgame Dios, con lo que yo quería a mi Tomás!». Estas fueron las palabras exactas que Josefa Gómez, 32 años, de extraordinario porte y belleza, pronunció al ser detenida por el envenenamiento de su marido, Tomás Huertas, y de una criada, Francisca Griéguez, de 13 años. Sucedió en 1893, en la casa de huéspedes La Perla de Murcia, que el matrimonio regentaba en la calle Porche de San Antonio, detrás de San Bartolomé.

En La Perla se hospedó algún tiempo Vicente del Castillo, de 36 años, casado y apuesto, quien a menudo tomaba estricnina porque padecía del estómago. El 8 de diciembre de 1893, Tomás bebió una taza de café de puchero, al que añadió ron Negrita, antes de dirigirse al Teatro Romea. Nunca lo alcanzó. A los pocos minutos regresó agonizante. La criada, que también había tomado café, caía fulminada. Los médicos hallaron los cuerpos ennegrecidos y desfigurados, apenas reconocibles.

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