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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 1 LA ORACIÓN DE JESUS PARADIGMA DE LA ORACIÓN DEL MONJE INTRODUCCIÓN Quiero comenzar por agradecer vivamente a toda la Junta Directiva de la SEDEM, particularmente a la Madre Kandida Saratxaga oc , y a Sor María Pilar osb , la oportunidad única que me dieron de poder profundizar un tema tan básico y fundamental para mi vida de monja Benedictina, como este de la Oración de Jesús, paradigma de la Oración del monje. Espero que este trabajo pueda ayudarnos a penetrar un poco mejor en aquél que es y permanecerá el profundo misterio de la Oración de Jesús y de la Oración cristiana del monje, misterio siempre fascinante e insondable. En nuestra vida cristiana, los momentos de verdadera Oración, son momentos de verdad , en que nos confrontamos con nuestra propia existencia. En la Oración, cuando nos retiramos a la soledad, para ponernos en la presencia de Dios, sólo entonces somos verdaderamente lo que somos, sin máscaras ni convencionalismos; una vez solos con nosotros mismos, con nuestra propia conciencia, y también con Dios, cara a cara con Dios, nada podemos esconderLe. Nuestras aspiraciones más profundas, nuestros ideales, nuestras flaquezas y nuestros pecados, todo queda expuesto a la Luz de Dios, claramente iluminado 1 . Cuando alguien reza, adquiere una visión clara y objetiva de sí propio, de su interior, y percibe más nítidamente la orientación fundamental de su propia existencia. La Oración nos eleva por encima de lo cotidiano de nuestras ocupaciones profanas, impidiéndonos quedar con una visión mundana de la vida; nos colocamos delante de Dios, en una actitud de súplica, de arrepentimiento o de acción de gracias, hablándoLe con confianza, como un hijo habla con su padre. Entramos así en el mundo de la Trascendencia de Dios, que, tenemos que reconocerlo, permanece inaccesible a la mayoría de las personas. “Nos hiciste para Vos, Señor, y nuestro corazón permanece inquieto, en cuanto no reposa en Vos”, decía San Agustín en el célebre pasaje del inicio de sus «CONFESIONES». 2 La Oración es el diálogo en el cual se realiza la Nueva Alianza (de Amor) entre Dios y el hombre. De hecho, si quisiéramos conocer el secreto profundo de la vida de alguien, para comprender lo que una persona es verdaderamente, tenemos que tentar penetrar en el misterio de su relación con Dios, en la intimidad de su Oración. Esto es válido también – y de forma eminente – para la persona de Jesús. Según los Evangelios, Jesús rezó muchas veces y en diversas circunstancias. Por la LECTIO y por los análisis de los textos que hablan de la Oración de Jesús, 1 Cf . DE LA POTTERIE , Ignace, La Prière de Jésus, Le Messie, le Serviteur de Dieu, Le fils du Père, Desckée, Paris, 1990 2 AUGUSTIN, Confesiones, I, 1,1 (CCL 17,1) cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit.

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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 1

LA ORACIÓN DE JESUS

PARADIGMA DE LA ORACIÓN DEL MONJE INTRODUCCIÓN

Quiero comenzar por agradecer vivamente a toda la Junta Directiva de la SEDEM, particularmente a la Madre Kandida Saratxagaoc, y a Sor María Pilarosb, la oportunidad única que me dieron de poder profundizar un tema tan básico y fundamental para mi vida de monja Benedictina, como este de la Oración de Jesús, paradigma de la Oración del monje.

Espero que este trabajo pueda ayudarnos a penetrar un poco mejor en

aquél que es y permanecerá el profundo misterio de la Oración de Jesús y de la Oración cristiana del monje, misterio siempre fascinante e insondable.

En nuestra vida cristiana, los momentos de verdadera Oración, son

momentos de verdad, en que nos confrontamos con nuestra propia existencia. En la Oración, cuando nos retiramos a la soledad, para ponernos en la presencia de Dios, sólo entonces somos verdaderamente lo que somos, sin máscaras ni convencionalismos; una vez solos con nosotros mismos, con nuestra propia conciencia, y también con Dios, cara a cara con Dios, nada podemos esconderLe. Nuestras aspiraciones más profundas, nuestros ideales, nuestras flaquezas y nuestros pecados, todo queda expuesto a la Luz de Dios, claramente iluminado1.

Cuando alguien reza, adquiere una visión clara y objetiva de sí propio, de

su interior, y percibe más nítidamente la orientación fundamental de su propia existencia. La Oración nos eleva por encima de lo cotidiano de nuestras ocupaciones profanas, impidiéndonos quedar con una visión mundana de la vida; nos colocamos delante de Dios, en una actitud de súplica, de arrepentimiento o de acción de gracias, hablándoLe con confianza, como un hijo habla con su padre. Entramos así en el mundo de la Trascendencia de Dios, que, tenemos que reconocerlo, permanece inaccesible a la mayoría de las personas. “Nos hiciste para Vos, Señor, y nuestro corazón permanece inquieto, en cuanto no reposa en Vos”, decía San Agustín en el célebre pasaje del inicio de sus «CONFESIONES». 2

La Oración es el diálogo en el cual se realiza la Nueva Alianza (de Amor)

entre Dios y el hombre. De hecho, si quisiéramos conocer el secreto profundo de la vida de alguien, para comprender lo que una persona es verdaderamente, tenemos que tentar penetrar en el misterio de su relación con Dios, en la intimidad de su Oración.

Esto es válido también – y de forma eminente – para la persona de Jesús.

Según los Evangelios, Jesús rezó muchas veces y en diversas circunstancias. Por la LECTIO y por los análisis de los textos que hablan de la Oración de Jesús,

1 Cf . DE LA POTTERIE , Ignace, La Prière de Jésus, Le Messie, le Serviteur de Dieu, Le fils du Père, Desckée, Paris, 1990 2 AUGUSTIN, Confesiones, I, 1,1 (CCL 17,1) cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit.

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aprendemos a conocerLo mejor, y podemos penetrar en Su vida interior, hasta el misterio de Su persona.

Los Evangelios nos muestran cómo Jesús alcanzó la más alta perfección

de la Oración, nos dejan percibir algo de la sublimidad, de la simplicidad y de la profundidad esencial de Su Oración, pero nos colocan al mismo tiempo, delante de un grande misterio, que es el de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Los textos nos confrontan con la persona de Jesús que, por un lado, vivió como un hombre entre los hombres, miembro de una familia humana, haciendo parte de la tradición religiosa de un pueblo, mas, por otro lado, Se reveló el Hijo de Dios hecho hombre.

Jesús nació en el Pueblo Judío, el pueblo más religioso del Oriente

Antiguo. Toda Su vida interior estuvo impregnada de las tradiciones religiosas de Israel, por eso, para hablar objetivamente sobre Su Oración, tenemos que situarlo en su encuadramiento histórico, en la práctica de la Oración entre los Judíos de Su tiempo. Y Jesús de Nazaret rezó frecuentemente. Sólo por esto, Él era, sin duda, un judío fuera de lo corriente. Su Oración tuvo una nota única, un carácter muy particular, una vez que en ella se revela todo el misterio de Su Ser humano-divino. Por esto la Oración de Jesús, queda siempre para nosotros, más o menos impenetrable.

Sin embargo, Jesús, tal como nos Lo presentan los Evangelistas, es un

Maestro incomparable de Oración3. En Él, la Oración es mucho más profunda, mas al mismo tiempo, mucho más espontánea y natural que la de los otros grandes maestros espirituales de todas las épocas, conocidos por su vida de oración. Jesús reza sin abundancia de palabras, al contrario de los paganos que, según S. Mateo, «imaginan que serán mejor atendidos cuanto más hablen» (Mt 6,7). Su Oración es diferente también de la de los fariseos, «que rezaban de pié en las Sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos» (cf. Mt 6,5). Por el contrario, según la recomendación de Jesús, el que quiera rezar, «entre en su cuarto, cierre la puerta y rece al Padre en secreto» (Mt 6,6).

La Oración de Jesús es un misterio de silencio interior, de unión íntima

con Dios Su Padre, que Él ama y por Quien se sabe amado, con Quien vive en perfecta unión. Sin embargo, Su Oración no fue sólo expresión de Su Filiación Divina, sino también expresión de Su total sumisión a la Voluntad del Padre, y por eso está estrechamente ligada con la realización de Su Misión Mesiánica de Salvación.

En las páginas siguientes, no pretendo abordar la Oración de Jesús en

una perspectiva dogmática, o teológica, ni siquiera exegética, para la cual no tengo la mínima competencia. Compartiré simplemente algunas reflexiones hechas en mi Lectio Divina personal, sobre todo a partir de los textos del Evangelio, con la ayuda preciosa de autores como Ignace de la Potteriesj o André Loufocso en una tentativa de comprender mejor la Oración de Jesús

3 Ch.-A. BERNARD, La Prière Chrétienne. Etude théologique, Desclée de Brouwer, Bruges, 1967, cap. II, p. 53-55, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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desde dentro, para que comprendamos mejor nuestra propia Oración. Para apercibirnos mejor cómo es que Jesús, siendo paradigma de la Oración del cristiano, del monje en particular, permanece Maestro e inimitable. Nos quedaremos a las puertas del misterio de la conciencia de Jesús, Dios y Hombre, Mesías, Siervo e Hijo.

LOS SITIOS DONDE JESÚS REZABA Jesús no era un revolucionario. Como ya he dicho, era un judío de Su

época y vivió en el marco de la religión judaica. Jesús no abolió la tradición, al contrario, la renovó y la profundizó a partir de dentro.

Sobre todo después del regreso del exilio, el Pueblo de Israel consideraba cada vez más el Templo de Jerusalén como el centro de su culto4. Sólo ahí se podían ofrecer sacrificios, y era ahí donde se celebraba, tres veces al día – por la mañana, al mediodía y a la tarde – la Oración oficial. Las fiestas de la Pascua, de Pentecostés y de los Tabernáculos, eran ocasión de peregrinación del Pueblo a Jerusalén. El Salterio se hace eco de estas tradiciones – sobre todo los Salmos llamados «graduales», o «cánticos de las subidas», desde el Sl. 120 al Sl. 134. Así en el tiempo de Jesús, el Templo tenía una importancia central para los judíos, lo cual se percibe muy bien en el diálogo de Jesús con la Samaritana (Jo. 4,20): «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vos decís que es en Jerusalén donde se debe adorar».5

Después del Templo, la Sinagoga era considerada el lugar más apropiado para la Oración6. Claro que se podía también rezar en otro sitio, como por ejemplo en la calle (Mt. 6,5), en casa, en la terraza o en el cuarto de encima (Dn. 6,11; Hech. 10,9), sin embargo, estando fuera de la Sinagoga, para rezar, el Judío tenía que volverse en la dirección del Templo de Jerusalén.

Por los textos evangélicos podemos ver cuánto respetó Jesús las tradiciones de Oración de su Pueblo. Como cualquier otro niño judío, Jesús fue educado en el grande deseo de ir al Templo, donde, a los doce años, sus padres lo llevaron, e incluso lo perdieron. Cuando finalmente Lo encontraron, Jesús respondió a sus angustiados padres: «No sabíais que debía estar en casa de mi Padre?» (Lc. 2,49). Por primera vez Jesús Se refiere a Dios llamándole «Mi Padre» e identifica el Templo con la Casa de Su Padre.

Tenemos la seguridad de que Jesús rezó en el Templo; los Evangelios nos lo dicen muchas veces; a lo largo de Su vida pública, Jesús fue a Jerusalén para tomar parte en las grandes fiestas. El primer año fue a la Fiesta de la Pascua (Jo. 2,13); en el segundo fue nuevamente a una Fiesta, tal vez la de Pentecostés (Jo. 5,1); algunos meses más tarde, en Otoño, fue a la Fiesta de los Tabernáculos (Jo. 7,2,10); en invierno volvió para la Dedicación del Templo (Jo. 10,22; Lc. 13,22). Por fin, volvió a Jerusalén en Su última Pascua, tal como nos lo relatan los cuatro Evangelistas (Mt. 11,11; Lc. 19,45; Mc. 21,10-14; Jo. 12,12-20).

Es de advertir que, cada vez que los Evangelistas mencionan una ida de Jesús al Templo, con los otros peregrinos, toda la atención se concentra 4 J. BONSIRVEN, Le Judaïsme palestinien au temps de Jésus Christ, II, Beauchesne, Paris, 1935, p. 107-129, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit. 5 Según el Pentateuco, solo un Templo era reconocido, de ahí la polémica con los Samaritanos que tenían su Templo en el Monte Garizim, en Samaria. Nota de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit. 6 STRACK-BILLERBECK, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash, I, Beck, München, 1922, p. 397, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit.

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exclusivamente sobre Su persona. ¡Lo importante en los Evangelios, ya no es el Templo en sí, ni las celebraciones que en él se hacen, ni las Oraciones que en él se rezan, sino la persona de Jesús, que es el nuevo Templo!

Habitualmente, Jesús tomaba parte en los Oficios, en la Sinagoga. Los Evangelios hacen referencia a algunas idas de Jesús, en Sábado, a la Sinagoga para allí enseñar (Mc. 1,21 y Lc. 4,31; Mc. 6,2 y Lc. 4,16; Lc. 13,10; ver también Mc. 1,39; Mt. 4,23 y 9,35), «según Su costumbre», acrecienta S. Lucas (Lc 4,16). Sabiendo que el que leía la Escritura era habitualmente el que orientaba la Oración7, es muy probable que Jesús también lo haya hecho varias veces. De este modo, Jesús debía ser considerado en su medio ambiente, como Alguien que respetaba y observaba fielmente las tradiciones de Israel.

Sin embargo, los Evangelistas tienen aquí el mismo cuidado de concentrar nuestra atención en la persona de Jesús, como lo hacen con relación al Templo. Por ejemplo, cuando S. Lucas narra la ida de Jesús a la Sinagoga de Nazaret (Lc. 4,16), donde fue lector del célebre texto profético de Isaías (Is. 61,1-2), lo importante fue la proclamación que Jesús hizo del comienzo de la Buena Nueva a partir de Sí propio:

«El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Me ungió, para anunciar la Buena Nueva a los pobres; Me envió a proclamar la liberación a los cautivos y a los ciegos el recobrar de la vista; a mandar en libertad a los oprimidos, a proclamar un año de Gracia del Señor».

(Lc. 4,18-19) Y S. Lucas continúa:

«Después, enrolló el libro, lo entregó al empleado y Se sentó. Todos los que estaban en la Sinagoga tenían los ojos clavados en Él. Comenzó entonces a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabáis de oír”» (Lc. 4,20-21)

Salta a la vista una realidad: el Evangelio nunca menciona claramente la «ORACIÓN DE JESÚS» ya en el Templo, ya en la Sinagoga; nunca dice que Jesús ahí rezase; para afirmarlo tenemos que deducir del contexto, lo que hasta parece paradojal. Pero los Salmos, por ejemplo, refieren explícitamente que los judíos subían al Templo para rezar (Sl. 122,1-4); Lo mismo acontece con el Libro de los Hechos de los Apóstoles, donde está escrito que «Pedro y Juan subían al Templo para la Oración de la tarde» (Hech. 3,1)

Con Jesús, por el contrario, Su Oración, ya en el Templo, ya en la Sinagoga, nunca es mencionada, lo que nos lleva a suponer que Su Oración debía ser diferente de la de cualquier otro judío piadoso; y esta suposición no nos convida más que a profundizar Su relación única con Dios, sobre todo en la Oración.

Cuando los Evangelios refieren que Jesús va a rezar, Él va habitualmente sólo, para un sitio cualquiera, en la naturaleza, de preferencia en sitios solitarios. Y fue una de las cosas que más despertó a los discípulos para la «novedad» de Su Oración – Jesús, hasta en el rezar era diferente de los otros, fueran judíos o no judíos.

Jesús escogía normalmente un sitio retirado, una montaña, el huerto de los olivos, etc. (ver Mc. 1,35; 6,45; Lc. 4,42; 6,12; 9,18). «Dondequiera», dice S. Lucas; a veces hasta acontecía que los discípulos quedaban junto al Maestro, 7 E. SCHÜRER, Geschichte dês jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, II Hinrich, Leipzig, 1907, 531, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit

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en cuanto Él rezaba (Mc. 9,18; 9,28; Mc. 9,1; Mt. 17,2), pero de preferencia, Jesús procuraba la soledad.

Parece por tanto claro, por lo que dicen los Evangelios, que para la Oración no oficial, siempre que Jesús quería hablar libre e íntimamente con Su Padre, prefería la soledad. Es más, se la recomendó a sus discípulos (Mt. 6,6) y procediendo así, Jesús instituyó una nueva tradición de Oración. Jesús fue todavía más lejos, porque tomó partido contra la hipocresía de aquellos que rezaban preferentemente en público, para ser vistos y elogiados. De ahí en adelante, ni el Templo ni la Sinagoga serían lugares obligatorios para estar con Dios, y lo importante, según Jesús, es que la adoración a Dios se haga en Espíritu y Verdad, en cualquier lugar (Jo. 4,21)

Jesús es el nuevo «Templo». Él es el «camino», la «puerta» para Dios. Sus primeros discípulos, todavía orientados por Juan Bautista, Le preguntaron: «Maestro dónde habitas?» (Jo. 1,38). Guillaume de Saint-Thierry comenta así este pasaje: «Tu lugar es Tu Padre;… el lugar del Padre, eres Tú…».8 Y Jesús, previendo la dispersión de sus discípulos en la confusión de Su Pasión, afirmó: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jo. 16,32). Aquí se hace bien perceptible la morada de Jesús, en el Padre.

LAS HORAS EN QUE JESÚS REZABA El Pueblo de Israel, siendo muy religioso, procuraba aproximarse de Dios

por la Oración. Los Salmos se hacen eco de este deseo que los judíos tenían de estar con Dios, no sólo en la hora de la Oración en el Templo (Sl. 55,18), sino siete veces al día (Sl. 119,164), durante todo el día (Sl. 119,97), desde la mañana temprano hasta incluso durante la noche (Sl. 5,4; 77,3). El ideal del Salmista, era caminar siempre en la presencia de Dios. (Sl. 88,10; 16,8).

Los Evangelios mencionan varias veces que Jesús, según las costumbres judías, pronunció la Bendición: cuando la multiplicación de los panes, Él bendijo los panes y los peces (Mc. 6,41; 8,7; Mt. 14,19; 15,36; Lc. 9,16; Jo. 6,11); Bendecía todos los niños que Le acercaban (Mc. 10,16); En la Última Cena, bendijo solemnemente el pan y el vino (Mc. 14, 22-23; Lc. 22,19-20; Mt. 26, 26-27), y después de la Resurección, repitió este gesto en Emaús, de tal manera, que los discípulos Lo reconocieron por este signo (Lc. 24,30); Finalmente, en Su Ascensión, bendijo a los discípulos por última vez, y fue «mientras los bendecía, que Se elevó al Cielo» (Lc. 24, 50-51).

En lo que se refiere a las horas y al ritmo de la Oración de Jesús, los sinópticos – sobre todo S. Lucas – subrayan la estrecha relación con los momentos decisivos de Su Misión Mesiánica. Jesús no retomó simplemente una tradición religiosa; siempre que Jesús rezó, fue sobre todo en los momentos más importantes y más decisivos para la venida del Reino de Dios. Los Evangelios dicen que Jesús Se retiraba muchas veces a rezar, lo que acontecía especialmente después de los grandes milagros9, como sintiendo una enorme necesidad de encontrarSe a solas con el Padre, para agradecerLe y alabarLo por la manifestación de Su poder y de Su bondad.

8 GUILLAUME DE SAINT-THIERRY, La contemplatio de Dieu. L’Orasion de Dom Guillaume (SC 61,126)- cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit. 9 Ver, por ejemplo, Mc. 1,35 y Lc. 4,42, después de las innumerables curaciones en Cafarnaun; Lc. 5,16, después de la curación de un leproso; Mc. 6,46 y Lc. 9,18, después de la multiplicación de los panes.

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LA ACTITUD DE JESÚS EN LA ORACIÓN Con Su enseñanza y con Su ejemplo, Jesús orientó definitivamente la

Oración en la dirección de una gran interioridad, que por otra parte, ya se encontraba en los Salmos y en los Profetas. Los Evangelistas captaronLe algunas expresiones de gran densidad, que vinieron a ser normas de Oración Cristiana para todos los tiempos:

• Se debe procurar a Dios en espíritu y en verdad (Jo. 4,23-24); • Sin muchas palabras (Mt. 6,7) o prácticas exteriores (Mc. 7,6); • Preferentemente en secreto (Mt. 6,6), pues una sola cosa es necesaria

(Lc. 10, 39-42) Según los Evangelios, rezar, para Jesús, consiste fundamentalmente en

vivir Su relación íntima y única con Dios, Su Padre; pero Su Oración estaba al mismo tiempo intensamente ligada a Su Misión Mesiánica y a la Salvación de los hombres. Los Evangelistas subrayan que Jesús Se consideraba a Sí propio el nuevo Templo, y unía las grandes etapas de Su Misión de Salvación con las Fiestas Judaicas y los momentos litúrgicos oficiales del Judaísmo. Hay, por tanto, en la Oración de Jesús, una enorme confluencia de elementos, que nos ayudan a percibir Su persona, descubriéndose así, en su Oración, una parte del misterio de Su Ser profundo.

EL SECRETO DE LA ORACIÓN DE JESÚS Después de haber percibido el encuadramiento de la Oración de Jesús,

en Su contexto y en Su tiempo, vamos ahora a la cuestión del Misterio de Su Oración. En la vida de Jesús, a través de Su apariencia exterior de hombre, adivinamos el Misterio del «Hijo Único que viene de junto al Padre» (Jo. 1,14).

El gran secreto de la Oración de Jesús parece ser la palabra Padre, Su relación con el Padre, misterio de Su vida profunda, del secreto de Su persona y de Su Misión entre nosotros. Muchos son los autores que dicen, y con razón, que la Oración de Jesús nos confronta con el Misterio de Su Persona.

Sin tener la pretensión de descubrirLe el secreto, surge entonces una pregunta muy pertinente:

¿ES POSIBLE LA ORACIÓN DEL HIJO DE DIOS? Reconocer a Jesús la capacidad, y hasta el deber, la obligación de rezar,

de pedir, equivale a reconocer Su naturaleza humana y Su voluntad humana. ¿«Jesús era capaz de rezar»? Ya Sto. Tomás intentó dar una respuesta

válida a esta pregunta, formulada por autores que negaban esta posibilidad. Él responde simplemente que los Evangelios afirman que Jesús rezó realmente: «En aquellos días, Jesús subió a un monte para rezar, y pasó la noche orando a Dios» (Lc. 6,12). Esta es la verdad. ¿Cómo es que entonces se puede afirmar que Jesús no era capaz de rezar? Tan sencillo como esto; pero Santo Tomás va más lejos, dando una explicación de carácter teológico y filosófico: «Una vez que hay en Él dos voluntades, la voluntad divina y la voluntad humana, y que la voluntad humana no es capaz por sí misma de realizar lo que quiere, si no fuera gracias al poder divino, Cristo, en cuanto hombre, poseyendo una voluntad humana, era capaz de rezar»10. Pienso que con esto, quedamos suficientemente clarificados sobre esta materia.

10 THOMAS D’AQUIN, Summa Theologica, III, 21, 1, obj. 3 y res. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit.

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EL MISTERIO DE LA CONCIENCIA DE JESÚS Otra característica evidente de la Oración de Jesús, es que no se

encuentra en ella el menor indicio de conciencia de pecado, una vez que en Él, no existe ninguna culpabilidad; Nunca rezó para obtener el perdón para Sí propio; Jesús no tenía necesidad de este género de Oración. En el Padrenuestro, Él nos enseñó a implorar: «Perdónanos nuestras ofensas, […] y no nos dejes caer en tentación», pero para Sí, personalmente, no Le conocemos esta clase de petición. Jesús está siempre al lado de Aquél que perdona, no está nunca del lado de los que necesitan perdón11.

La persona de Jesús, tal como dicen los Evangelios, aparece, sin sombra de duda, con una conciencia auténtica y profunda, pero nunca con una conciencia de pecado. Porque El fue en todo igual a nosotros, excepto en el pecado.

Tenemos, por tanto, que tener en cuenta el misterio de la conciencia de Jesús, porque es de Su Ser profundo, de esa fuente interior y secreta, de donde brota Su Oración. Y los Evangelios nos permiten reconocer que Jesús tenía conciencia de ser el Mesías, de ser el Siervo de Yahvé, siendo al mismo tiempo el Hijo Único del Padre.

LA ORACIÓN DE SÚPLICA DEL MESÍAS, REVELADORA DE LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE JESÚS

Siguiendo el pensamiento de Ignace de la Potteriesj, en su libro sobre «La

Oración de Jesús», reconozcamos sencillamente que la gran Misión de Jesús, fue anunciar la llegada del Reino de Dios. Si agrupamos todas las perícopas evangélicas que hablan de la Oración de Jesús, disponiéndolas por orden cronológica, desde el inicio de Su vida pública hasta la Cruz, fácilmente constatamos que la mayoría de Sus Oraciones están relacionadas con Su Misión Mesiánica.

• En Su Bautismo (Lc. 3,21-22) • En la elección de los Doce Apóstoles (Lc. 6,13-16) • En la multiplicación de los panes (Mt. 14, 22-23; Mc. 6, 45-46) • En la confesión mesiánica de Pedro (Lc. 9, 18-22) • En la Transfiguración en el Monte Tabor (Lc. 9, 28-34) • En la Última Cena (Mt. 26, 26-28; Mc. 15, 34; Lc. 22, l7-20; Jo. 17) • En la Cruz (Mt. 27, 46; Mc. 14, 22-24; Lc. 23, 34) Si analizamos detalladamente todos estos textos, nos damos cuenta que

es en la Oración Mesiánica de Jesús, donde se manifiesta, de forma muy explícita, el significado apostólico de la Oración solitaria y contemplativa de cualquiera de nosotros, la cual, si fuera auténtica, será siempre una Oración de súplica por el mundo, por la Iglesia, por todos los hombres. La fórmula más explícita, que para mí constituye el exponente máximo de la Oración Mesiánica de Jesús, es sin duda, Su Oración al Padre, la llamada Oración Sacerdotal, del capítulo 17 de S. Juan.

11 L. DE GRANDMAISON, Jesus Christ, Sa personne, Son message, Ses preuves, II, Beauchesne, Paris, 1941, 97-98, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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La Oración al Padre (Jo. 17) El discurso del adiós de Jesús en la Última Cena, según S. Juan, termina

con la llamada Oración Sacerdotal12, u «Oración de la Hora de Jesús», o sencillamente «Oración al Padre», como se prefiere designar actualmente.

Esta Oración es la cumbre, el punto más alto de todo cuanto los Evangelios nos revelan sobre la Oración de Jesús. Al mismo tiempo que Jesús reza al Padre, va describiendo Su Misión Mesiánica. Así:

a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5) b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19) c) Jesús reza por todos los creyentes (vv. 20-26)

a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5) En el fin de la Cena, en el momento más solemne de este último

encuentro con Sus discípulos, Jesús se dirige al Padre. Llegó Su «Hora», la Hora de su Pasión y Muerte, que es también la Hora de Su propia glorificación.

Lo que hay de nuevo en la glorificación inminente de Jesús, que será fruto del acontecimiento de la Pascua, es que de ahora en adelante, Su «carne», Su humildad será transformada, para quedar totalmente transparente Su vida Filial. Jesús será glorificado por el Padre, pero sólo después de haber cumplido Su Misión. Y la glorificación de Jesús, la glorificación del Hijo de Dios, envuelve toda Su Humanidad, y en ella, a todos los hombres. Es la venida definitiva del Reino de Dios.

Esta Oración es típicamente Juanina y característica de la Teología del cuarto Evangelio, por causa de la «anticipación escatológica» que ella implica. De hecho, para S. Juan, la vida eterna no es futura, es una realidad ya presente.

b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19) También para los discípulos de Jesús, llegó la Hora privilegiada, la Hora

de la última reunión con el Maestro, la Hora difícil de la separación, que será al mismo tiempo la Hora de la manifestación de Su Amor extremo en la Eucaristía, y de la proclamación del «Mandamiento Nuevo» del Amor mutuo.

Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos unidos en la Fe: «que sean uno, como Nosotros somos uno» (Jo. 17,11). Jesús los llamó y los envió (Jo. 17,18; ver Jo. 4,38). Ellos no serán liberados de pruebas, luchas y sufrimientos, tal como Su Maestro, pero Jesús reza para que sean protegidos del maligno (Jo. 17,15). Sólo por una santificación continua – a ejemplo de Jesús – conseguirán trabajar en el mundo, sin ser contaminados por el espíritu del mundo (Jo. 17, 17-19).

El Nombre de Dios, en el cual Jesús quiere que los discípulos permanezcan «uno», es el nombre del Padre. Jesús, en Su conciencia humana, sabe que es el Hijo del Padre, sabe que el Nombre del Padre Le pertenece, a Él que vive totalmente como Hijo de Dios. Lo que Jesús pide y desea para los Suyos, es que ellos reciban igualmente la herencia de esta revelación, para que se hagan también hijos del Padre, «hijos en el Hijo», participantes de la vida trinitaria.

La revelación de la paternidad de Dios es un factor de Unidad, que si fuera acogido, transforma la existencia en ágape, en el propio Amor de Dios. 12 Fue en el Renacimiento cuando se dio este título al Capítulo 17 de S. Juan, no siendo esta fórmula nada feliz, dado que el tema de Cristo Sacerdote no es Juanino. Más vale hablar de «Oración de la Hora de Jesús».

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Un amor que es unificante, como en la Trinidad. Los discípulos son por tanto, llamados a participar en la Unidad de Dios Uno y Trino. Son convidados a imitar a Jesús, a santificarse como Él Se santificó, a través de Su obediencia al Padre, y a través del modo como vivió Su vida Filial.

c) Jesús reza por todos los creyentes (vv.20-26) Se ensancha el horizonte de la Oración de Jesús, que piensa ahora en el

futuro. Él no pide solamente por Sus Apóstoles, pide también por todos los que, atraídos por su predicación, van a entrar en la Verdad (Jo. 10,16). En este sentido, podemos hablar aquí de la «Oración de Jesús por Su Iglesia»13. La unanimidad entre los cristianos, deberá ser en el mundo el gran «signo» de la veracidad del mensaje de Jesús y de la autenticidad de Su Misión.

Aquí se encuentran las raíces del verdadero ecumenismo. La Trinidad es el modelo, glorioso pero difícil, que Jesús dio a los Suyos, en vista de una unidad que es participación en la vida trinitaria. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana: «La multitud de los que habían abrazado la fe tenía un solo corazón y una sola alma» (Act, 4,32). Es el Amor que une todas las diferencias, pues sólo el amor es el lazo de la Unidad, tanto en la comunidad humana como en la comunidad trinitaria.

Finalmente, la Oración de Jesús se proyecta más allá de las fronteras de la Iglesia, pidiendo por todos los creyentes: «para que el mundo crea» (Jo. 17,23). «Indirectamente, Jesús reza también por el mundo, donde será siempre preciso que nuevos cristianos vengan a juntarse a la Iglesia»14.

¡«Yo en ellos»! Es el último pedido de Jesús al Padre. Jesús vino del Padre (descenso) y estuvo con Sus discípulos

(permanencia); subió al Padre (ascenso); mas después de la Pascua y al final de los tiempos, Él volverá (descenso). Son estos los cuatro movimientos de Jesús en el Misterio de la Salvación, que V. Pasquetto tan bien describe en su tesis. 15

En toda su vida, Jesús aparece realmente consciente de Su Misión Mesiánica, y Se considera a Sí propio como Aquél en Quien se realiza la soberanía divina; sin embargo, Él permanece sumiso al Padre. ¡Es tan paradojal! De nuevo somos confrontados con el Misterio de la Persona de Jesús: por un lado, Jesús reza a Dios, porque sabe que es el Mesías, Aquel que trae el Reino de Dios; mientras tanto, Se somete a la voluntad de Dios, porque sabe que es Su Siervo; y por otro lado, Le habla como el Hijo que es UNO con el Padre.

Una Oración única, en la Tradición cristiana, tanto en cuanto al tono, como cuanto al contenido. Jesús repite seis veces la invocación «Padre», lo que nos permite percibir la tonalidad y la intensidad de la relación de Jesús con Su Padre:

v. 1 «Padre, llegó la hora: glorifica a Tu Hijo»... v. 5 «Ahora glorifícame Tú, Padre, junto a Ti mismo…» v. 11 «Padre Santo, guarda en Tu nombre aquellos que Me diste…»

13 G. SEGALLA,Giovanni, Ed. Paoline, Roma, 1976, 424, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit. 14 J. KEULERS, Het Evangelie van Joannes, Romen, Roermond, 1936, 389, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit. 15 V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione com Dio. La venuta di Gesú nel mondo e il suo ritorno al luogo di origine, secondo il IV Vangelo, Teresianum, Roma, 1982, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesus», op.cit.

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v. 21 «…como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti…» v. 24 «Padre, quiero que los que Me diste…» v. 25 «Padre Justo, si el mundo no Te conoció…» La tonalidad de toda esta Oración es de estrecha unión, íntima, entre el

Padre y el Hijo, que se manifiesta y es comunicada por Dios en Jesús, unión que nos es dada como modelo para la unión entre los cristianos. Por esta Oración, entramos más profundamente en el secreto de la relación del Padre con el Hijo. No se trata de una piadosa unión, sino de una comunidad de vida personal, en la cual Jesús recibe todo de Su Padre: Su Misión, Su conocimiento, Su poder, Su propio Ser.

¡Qué diferente es la Oración de los Salmos, por ejemplo, si la comparamos con la soberana serenidad de la Oración de Jesús! En los Salmos, la Unión con Dios es una aspiración ardiente, «Como la cierva ansía las aguas vivas…» (Sl. 42, 2.3.), «Mi alma está sedienta de Vos» (Sl. 62), o es un deseo de vivir en la serenidad y en la felicidad de la presencia de Dios: «Para mí la felicidad es estar junto a Dios» (ver Sl. 73,23.28). En Jesús, la Unión con Dios no es un deseo, es una realidad.

LA ORACIÓN DE OBLACIÓN DEL SIERVO «Cristo, según Su naturaleza humana, estaba sumiso al Padre»16. En su

Oración Mesiánica, Jesús rezaba, sobre todo, por Su Misión y por Sus discípulos. Pero en Sus relaciones más directas y más personales con el Padre, Se revelaba al mismo tiempo como Siervo de Dios e Hijo del Padre.

La Voluntad del Padre La voluntad del Padre constituye el objeto específico de la Oración de

Jesús. Todo lo que Él pide al Padre es que Su Voluntad sea cada vez más conocida, amada, glorificada. Incluso para Sí propio, Jesús no pide nada, sino la Voluntad de su Padre, ya en la Oración, ya en toda Su vida.

«Yo hago siempre lo que Le agrada» (Jo. 8,29). En la vida y en la conciencia de Jesús, la Voluntad del Padre ocupa un

lugar absolutamente central. Cada vez que habla de ella, transparenta un santo ardor, una disponibilidad filial, un celo apasionado. ¡Es verdaderamente impresionante! A propósito de esto, la Carta a los Hebreos considera todo el Misterio de la Encarnación a la luz de la total disponibilidad de Cristo al cumplimiento de la Voluntad del Padre; y en realidad, toda Su vida terrestre fue un acto de obediencia al Padre. Este doble misterio de la Filiación Divina de Jesús y de Su Obediencia a la Voluntad del Padre, está íntimamente ligado con el Misterio de Su Persona. S. Juan es el Evangelista que más subraya este misterio: «Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquél que Me envió a realizar Su obra» (Jo. 4,34; 5,30; 6,38; 8,29; 8,55; 9,4).

Dígase todavía que, en el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a pedir: «hágase Tu voluntad»; pero tenemos que reconocer, que el Padrenuestro no es una Oración del propio Jesús. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñase a rezar, después de haberLo visto tantas veces retirarse a la 16 THOMAS D’AQUIN, Summa theologica, III, 20,1, ad. 2um. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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soledad, Jesús no les dijo: «Venid conmigo y rezaremos juntos al Padre». No. No fue así. Jesús les dijo expresamente: «Cuando oréis, DECID», dándoles un modelo de Oración, para ellos. En verdad, Jesús nunca Se juntó al grupo de los discípulos como siendo uno igual a ellos, lo cual aparece muy claro, cuando después de resucitar dice a María de Magdala: «Vuelva con Mis hermanos y diles que voy a subir para Mi Padre y vuestro Padre, Mi Dios y vuestro Dios» (Jo. 20,17). Esta sutil distinción, es verdad, aparece regularmente en los Evangelios, para expresar que entre Jesús y los Suyos, hay una diferencia grande en la relación con Dios.

El Misterio de la Obediencia de Jesús El estrecho lazo entre la perfecta obediencia de Jesús para con su Padre

y la Filiación Divina, es muy evidente. Toda la Misión de Jesús fue un puro acto de obediencia al Padre. «Señor, muéstranos al Padre» (Jo. 14,8). Respuesta inmediata de Jesús: «Felipe, quien Me ve a Mí, ve al Padre» (Jo. 14,19).

En los Evangelios, somos por tanto confrontados con la grande paradoja del Misterio de Jesús: Su perfecta obediencia humana al Padre, y Su Filiación Divina. S. Juan, los Padres de la Iglesia, y muchos autores modernos, ponen en evidencia que la Obediencia, siendo el aspecto más exterior de esta paradoja, es la manifestación explícita de la Filiación Divina, y en ella se enraíza. Queda así descubierto uno de los aspectos más importantes de la conciencia humana de Jesús: Él vivió como un hombre que Se entregó totalmente, identificándoSe con Su Misión sobrenatural; un hombre que Se abandonó totalmente en las manos del Padre, porque Él era el Hijo. Esta es la realidad más profunda de Su Ser: Jesús vivió totalmente como Hijo de Dios Padre, y estuvo siempre orientado hacia Él.

LA ORACIÓN FILIAL DE JESÚS, EL HIJO ÚNICO DEL PADRE

Según el Canónigo A. Bernard, «La singularidad de la Oración de Jesús, comparada con la de cualquier otro orante, consiste en esto: se funda sobre una comunión inicial del Hijo con el Padre»17. Está claro que una tal comunión no se encuentra en nadie más, y es esto mismo lo que distingue la Oración de Jesús de la de los místicos cristianos; de nuestra Oración, de mi Oración. Una persona no consigue llegar a este encuentro sino por el camino crucificante de la purificación. Pensemos en la noche oscura de S. Juan de la Cruz, o en las expresiones igualmente significativas de otros místicos cristianos. Según A. Vergote, Jesús, por el contrario, puede ser visto por la sicología religiosa como el «místico sin deseo místico»18. En Él, no se descubre ningún esfuerzo penitente, no existe necesidad de purificación para llegar hasta Dios, ni ningún sentimiento de incapacidad para conseguirlo, como es habitual en los místicos. Según los Evangelios, Jesús vivió siempre y muy sencillamente, en una perfecta y serena comunión con el Padre.

17 Ver Ch.-A. Bernard, La Prière Chrétienne. Étude théologique, Desclée de Brower, Bruges, 1967, p. 55. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit. 18 A. VERGOTE, Jesus de Nazareth sous le regard de la psycologie religieuse, en la colección Jésus Christ Fils de Dieu, Fac. Univ. St-Louis, Bruxelles, 1981, pp. 115-146. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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Jesús tiene la certeza de que el Padre Lo atiende siempre, incondicionalmente, lo que se puede constatar en el texto de la Oración de Jesús en el túmulo de Lázaro: «Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, Te doy gracias por haberMe oído. Yo bien sé que siempre me oyes, pero dijo esto por causa de la multitud que estaba alrededor, para que crean que Tú Me enviaste”» (Jo. 11,41-42).

Lo que es maravilloso, es el tono de certeza, de paz, de calma y de profunda serenidad de las palabras de Jesús. Esta es una Oración en que se ve claramente la profunda unión de Jesús con su Padre, una unión realizada, efectiva.

La Oración de Jesús es siempre sobria y calma. Jesús no desea, como nosotros, la unión con Dios, Él la vive intensamente; es Su esencia profunda. Comprendemos así mejor el misterio de Su Oración. Claro que toda Oración tiende a la unión con Dios; cuanto más seria y pura, más nos lleva a darnos cuenta de nuestros límites. Nada de esto pasa con Jesús, que no aspira a estar con Dios, pero que está en Dios, en una comunión perfecta, de vida «en el seno del Padre» (Jo. 1,18). La Oración de Jesús es una experiencia y una expresión de lo que Él realmente es. Su Oración es la expresión de Su relación con el Padre, la manifestación, expuesta delante del Padre, de Su esencia más profunda de ser Su Hijo Único.

«Yo soy el camino, la verdad y la vida; Nadie va al Padre sino por Mí» (Jo. 14,6)

Siendo el camino, Jesús nos abre también el camino para el Padre. Toda la vida de Jesús fue un caminar para el Padre; como Él, también nosotros debemos seguir el mismo camino que Él. Siendo el Hijo Único en camino hacia el Padre, Su Oración tuvo siempre, como hemos comprobado, la marca esencialmente filial, una Oración vivida, existencial: El Hijo de Dios hecho hombre, era Oración permanente, era, en su esencia profunda, la Oración personificada. En esta Oración es donde debemos participar todos cuantos somos llamados a ser hijos de Dios, y así nos volvemos realmente, por la fe, y por la Oración, a Él y al Padre.

La conciencia de ser Hijo, es el corazón de la humanidad de Jesús; el misterio de Su conciencia es el misterio de Su Corazón y el misterio de Su Oración. En realidad, sólo lo podemos descubrir a través de nuestro propio corazón y de nuestra propia Oración.

LA ORACIÓN DE JESÚS, PARADIGMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA DEL MONJE

El deseo de rezar surgió en el corazón de los discípulos cuando vieron a

Jesús rezar, por eso le pidieron: ¡«Señor, enséñanos a rezar»! (Lc. 11,1) 19. Y Jesús debe haber rezado mucho. Algunas veces pasaba toda una

noche en Oración (Lc. 6.12), completamente solo, en la Naturaleza. S. Lucas es el Evangelista que más insiste en describir los momentos de recogimiento de Jesús en Oración. Antes de cada gran acontecimiento de Su Vida Pública, Jesús se retiraba para rezar. Por ejemplo, antes de la elección de los doce discípulos como Apóstoles, Jesús rezó. Otra vez, lo sabemos bien, subió con Pedro, Santiago y Juan a una alta montaña, y estando todos en soledad, les reveló Su Gloria, TransfigurándoSe (Lc. 9, 28-36).

19 Cf. LOUF, d. André, Seigneur, apprends-nous à prier, Ed. Foyer Notre Dame, Bruxelles, 1972.

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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 13

Nunca nadie supo rezar como Jesús rezó. Su modo de rezar fue, en aquel tiempo, un acontecimiento extraordinario, indecible, totalmente nuevo.

La Oración de Jesús tiene que ser percibida y comprendida, teniendo en cuenta que en Él, el Verbo Se hizo carne, por eso Jesús es al mismo tiempo Dios y Hombre. En su Oración de Hombre, Jesús expresa la relación Padre – Hijo que vive en el seno de la Santísima Trinidad. El Hijo que brota del Padre, permanece en el seno del Padre (Jo. 1,18). Esta realidad divina está presente en la Oración de Jesús de una manera única; transparenta en Él el Amor que Lo habita en plenitud, la Voluntad del Padre que es su único alimento, el Espíritu Santo que recibe continuamente del Padre.

Hasta la venida de Jesús, el pueblo rezaba, es cierto, pero la Oración estaba encerrada dentro de un horizonte muy limitado. En Jesús, la Oración gana voz, y puede expresarse en plenitud. Esto no fue tan fácil como puede parecer a primera vista. Del mismo modo que Jesús tuvo que vencer nuestro pecado con Su perfección de Hombre, de la misma manera tuvo que arrancar la Oración de la impureza de la palabra humana, tan inepta e inadecuada, tan diferente del Verbo de Dios. Como Hombre, Jesús tuvo que aprender a rezar. Por extraño que parezca, Él no puede hacerlo más que del mismo modo con que venció el pecado: en la tentación. Para Jesús, la tentación fue Escuela de Oración.

La tentación Es imposible abordar el tema de la Oración, sin hablar de pecado y de

tentación. Porque ninguna Oración puede brotar del corazón humano, sin escapar tangencialmente al circuito del pecado; al mismo tiempo que quiebra las cadenas del pecado, escapando a su circuito, la Oración sumerge a la persona en la confianza y en el Amor para con Dios, único libertador de la tentación.

«Vigilad y orad, dice Jesús, para que no caigáis en tentación» (Mt. 26, 41) – llamada hecha en el momento en que Jesús escapó de la más terrible tentación de Su vida, antes de su muerte.

Es evidente que Jesús no era un pecador, pero como Hombre, tuvo que enfrentar el pecado. Inevitablemente, el cuerpo humano que Jesús asumió, era todavía «carne de pecado» (Col. 1, 22; Rom. 8, 3). No podía ser de otro modo.

La más antigua Teología del Nuevo Testamento intentó aclarar este Misterio con la imagen del Siervo de Yahvé sacada del deutero-Isaías (Is. 42, 1-4; 49,1-3; 50,4-9; 52,13–53,12). Lleno de paciencia y humildad, Dios camina con nosotros hasta la frontera del pecado. En Jesús, Dios Se vacía de Sí mismo, asume los trazos del Siervo de Yahvé y se hace como pecador con los pecadores, aceptando ser contado entre ellos. El Nuevo Testamento habla de Kénosis (vacío, aniquilamiento), de humillación, de abajamiento (Fil. 2, 5-8). «Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nos hiciésemos en Él santidad de Dios» (II Cor. 5, 21).

No siendo pecador como nosotros, Jesús también tuvo que combatir el pecado. Así Su Oración se sitúa en la frontera del pecado y de la misericordia, esto es, entre nuestros pecados y la misericordia de Dios Padre, de Quien Él es, en Su humanidad, la plena Revelación. No podemos dejar de reconocer que la Oración de Jesús se identifica totalmente con Su papel de Redentor. Jesús es el segundo Adán, y vino a ayudarnos a reencontrar el camino para el Padre, hasta entonces cerrado por el pecado del primer Adán.

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Jesús es el primer verdadero Orante, y sólo con Él podemos aprender a rezar. Él asumió nuestra humanidad, sobre la cual reina el pecado, para vencer el pecado en su propio hábitat.

Jesús, en Su Cuerpo Resucitado, es el Camino – «nadie va al Padre sino por Mí» (Jo. 14,6). Así se comprende, que Jesús se haya hecho Hombre y no Ángel (cf. Heb. 2,14-18). Un Hombre vulgar, como cualquier otro, cercado de fragilidad (Heb. 5,2).

Toda la vida de Jesús fue una tentación y una confrontación con el «príncipe de este mundo» (Jo. 12,31). El Evangelio está repleto de señales de Su lucha contra el mal: las curaciones que operó, las resurrecciones de los muertos que obtuvo de Su Padre, los demonios que expulsó de los posesos, Su propia Oración, a veces durante noches enteras. «Hay demonios», decía Jesús a Sus discípulos, «que no se consiguen expulsar sino a fuerza de Oración y de ayuno» (cf. Mt. 17,21). El combate contra el demonio tuvo su apogeo en las grandes tentaciones que encuadran la Vida de Jesús: la tentación de los cuarenta días de ayuno en el desierto, antes de comenzar su Vida Pública, y la última tentación, en el corazón del misterio pascual, en sus dos etapas, primero en el Huerto de los Olivos y después en la muerte en la Cruz.

Jesús enfrentó la tentación rezando. Su combate – Su propia agonía – fue un combate de Oración. Su abandono a la Voluntad del Padre, vencidas todas las tentaciones, Su obediencia, fue una obediencia de Oración. Su Sacrificio, fue un Sacrificio de Oración. Es el mismo sacrificio que continúa celebrando en la Gloria: ¡«Él vive para siempre, a fin de interceder», a fin de rezar por nosotros! (cf. Heb. 7,25). Volveremos aquí más adelante.

La Obediencia Quiero todavía acrecentar que es igualmente imposible hablar de la

Oración sin hablar de Obediencia. No de la obediencia sociológica, que dice relación a cualquier grupo. Pero sí de la obediencia – Kénosis – despojo de nuestras propias ideas y deseos – la voluntad – delante de la Voluntad de Otro – concretamente aquí, delante de la Voluntad del Padre.

Esta actitud de despojo, proporciona, en aquel que obedece, una relación nueva con el Otro, lo transforma por dentro, creando en sí una vida nueva. En cierto modo, lo transforma en el Otro, así la obediencia sea libre y espontánea, sin degenerar nunca en esclavitud. De ambos lados, una tal obediencia requiere un Amor grande y puro.

Jesús tenía la certeza del Amor del Padre, por eso no había en Él ninguna duda ante la Voluntad del Padre. Jesús es AMÉN, como Le llama el Libro del Apocalipsis (Apoc. 3,14), lo cual quiere decir: SÍ, PADRE (Mt. 11,26). Jesús dice que no tiene en la tierra otro alimento sino hacer la Voluntad de Su Padre (Jo. 4,34), y que fue para eso que Se hizo Hombre (Jo. 6,38). Su obediencia de Hombre, se convertirá en Sacrificio de la Nueva Alianza, lo que no Le fue nada fácil. 20

Para Jesús, esta experiencia tuvo el precio del dolor. Porque cuando Jesús intentó vivir esta obediencia en Su naturaleza humana, Su cuerpo Lo abandonó, sudó sangre y agua, y murió. Sólo el Padre pudo llamarLo a la vida, revistiendo Su Cuerpo de Su propia Gloria.

20 Cf. LOUF, D. André, Seigneur, apprends-nous à prier, Ed. Foyer Notre Dame, Bruxelles, 1972.

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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 15

El confrontamiento sangrante con la Voluntad del Padre atravesó Su Oración: «No se haga como Yo quiero, sino como Tú quieres» (Mat. 26,39). Fue rezando que Jesús tuvo este combate, siendo oído sólo después de Su muerte. Su Oración gritó Su obediencia, y Su obediencia era el objetivo único de Su Oración. En Jesús, la Voluntad del Padre coincidía profundamente con Su atracción por la Oración. Más aún, Jesús era obediencia de Oración, en su actitud íntima de cara al Padre, en el corazón de Su Ser. Por eso Él nos enseñó en el Padrenuestro: «Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo».

Delante de la Voluntad del Padre, Jesús renunció a Su propia Voluntad. No con la negación de Sí propio, pero sí, según la noción bíblica de la Voluntad de Dios, con una adhesión incondicional, que no es otra cosa sino aspiración, deseo, amor, alegría. A lo largo de toda la Sagrada Escritura, la Voluntad de Dios es alegría, es un gran Amor por Su pueblo, a pesar de la infidelidad.

La plenitud de este amor de Dios por su pueblo, se asienta ahora sobre Jesús, en Quien el Padre reposa, con todo su Deseo, Amor y Felicidad. Este es el sentido, probablemente único, de la Palabra de Dios Padre sobre Su Hijo, ya en el momento del Bautismo, ya en la hora de la Transfiguración: «Tú eres mi Hijo muy amado, en Ti he puesto todo Mi Amor» (Mt. 3,17 y Mt. 17,5; Mc. 1,11; Lc, 3,33; y en la II Ped. 1,17). El Padre da testimonio de que la plenitud de Su Voluntad – en el sentido de Amor, Deseo, Alegría – reposa ahora sobre Su Hijo Bien-Amado.

Jesús es Él propio, lugar por excelencia de la Revelación del Padre, es Epifanía de la Alegría y de la Voluntad del Padre. Ni podía ser de otro modo, una vez que nació antes de todos los siglos, del seno del Padre, de Su deseo más profundo y de Su Amor superabundante. Ahora, en la plenitud de los tiempos, Jesús expresa de forma humana, el modo como fue generado, no criado por el Padre, a través de Su obediencia. El Amor del Padre invade todo Su Ser, y en Él, a toda la humanidad. A la Voluntad de Dios Padre, el primer Adán dijo NO, y Jesús, el Hombre Nuevo, Se adhirió plenamente, diciendo SÍ.

En Su Vida de Oración, Jesús se apropia totalmente de la Voluntad de Dios Padre. Es de notar que, tanto en el momento del Bautismo como en el de la Transfiguración, la Palabra del Padre fue respuesta a la Oración del Hijo. Este pormenor no escapó a S. Lucas: «En el momento en que Jesús se encontraba en Oración,… el Cielo se abrió… y una Voz vino del Cielo» (Lc. 3,21). Jesús estaba de nuevo en Oración, cuando de repente se transfiguró, y Sus vestidos se pusieron blancos como la nieve (Lc. 9,29). Su Oración era de abandono a la Voluntad del Padre, a medida que la Voluntad del Padre se iba manifestando en Su Oración.

La confrontación más difícil con la Voluntad del Padre tuvo lugar en el Huerto de Gethsémani. Oración y lucha hasta la extenuación. En numerosos y muy antiguos manuscritos neotestamentarios, los versículos más realistas de esta perícopa de S. Lucas fueron cuidadosamente omitidos, pues algunos copistas no osaron transcribirlos. Fue un momento tan duro para Jesús, que el Ángel de Yahvé tuvo que intervenir, como ya había acontecido en el Antiguo Testamento, en los momentos más decisivos de la Historia de Israel, sobre todo en los campos de batalla. Porque en Su Oración, Jesús sostuvo un durísimo combate: «Y lleno de una angustia mortal, rezaba todavía más ardientemente» (Lc. 22,44). La palabra AGONÍA, guarda aquí su doble significado: angustia, depresión, desespero – y también combate. En este

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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 16

combate fue donde Jesús avanzó hacia la muerte; combate de Obediencia, pero también de Oración. Jesús afrontó este combate con Su Corazón y con Su Cuerpo, aprendiendo por Sí mismo, cuán flaca es la carne humana, aun cuando el Espíritu es ardiente y fuerte.

El Nuevo Testamento hace de este combate decisivo otra descripción, no-menos realista, donde aparecen lado a lado el combate, la obediencia y la Oración, acrecentados por un nuevo elemento: Jesús fue consagrado Sumo Sacerdote, según dice el texto de la Carta a los Hebreos:

«En los días de su vida mortal, ofreció, con grande clamor y lágrimas, Oraciones y súplicas a Aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue atendido por Su piedad (Lc. 22,42-44; Mt. 27,46). A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió a obedecer, sufriendo, y, una vez alcanzada la perfección, se hizo para todos los que Le obedecen fuente de Salvación eterna, habiendo sido proclamado por Dios Sumo Sacerdote según la orden de Melquisedec».

(Heb. 5, 7-10) Jesús ofreció oraciones. Su obediencia y Su muerte en la Cruz fueron un

Sacrificio, el gesto del Sumo Sacerdote. Y fue en el corazón mismo de la obediencia y del sacrificio de Oración, que fue consagrado sacerdote (téleiôtheis), según el sentido especial de la palabra en toda la Epístola, y proclamado como tal por el Padre.

Todo esto sucedió en el mayor sufrimiento y en la tentación. Y si con la tentación Jesús aprendió a rezar, como ya vimos atrás, también podemos afirmar, que con el sufrimiento, Jesús aprendió a obedecer y a rezar. Así, el sufrimiento fue para Jesús, Escuela de Obediencia y de Oración.

Podemos darnos cuenta de lo difícil que fue vencer esta tentación, por el grito de desesperación que Jesús dejó escapar de Sus labios: ¿«Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»? En la Cruz, Jesús pasó al mismo tiempo por el absurdo de la muerte y por la incomprensible “ausencia” del Padre. La tentación fue de desesperación. Los propios soldados allí presentes, no comprendieron este grito, ni reconocieron las palabras del Salmo 21, prefiriendo burlarse de Él:

«Confió en Dios; que Él lo libre ahora, si Lo ama, pues dijo: ‘Yo soy el Hijo de Dios’» (Mt. 27,43). El Amor del Padre, declarado en el Bautismo y en la Trasfiguración, resuena ahora de la boca de Sus enemigos, como una censura, una provocación. La Madre de Jesús, allí al pié de la Cruz, y S. Juan, tendrían idea de lo que estaba a pasar dentro de Él?

A pesar de todo, Jesús cree y sabe, contra toda esperanza humana, que el Padre lo salvará, porque Lo ama; no sin la muerte, ni escapando a la muerte, sino a través de la muerte, para una vida nueva. El sufrimiento y la muerte fueron para Jesús, Escuela, donde aprendió el Amor del Padre, hasta al aniquilamiento más total, para la Vida Eterna. «Padre, en Tus Manos entrego Mi espíritu» (Lc. 23,46; Sl. 31,6) – Fue el SÍ postrero, la Oración final, de obediencia y adhesión a la Voluntad del Padre. Es impresionante ver cómo Jesús acepta perder el pié, abandonarSe, entregarSe, incondicionalmente, porque sabe estar en las Manos del Padre!

En la Cruz, Jesús no Se entregó a la muerte, sino al Amor. Jesús penetró hondamente en la comprensión de las palabras del Padre, al morir: «Tú eres Mi Hijo Amado, en Ti puse todo Mi Amor». Fue preciso gastar la vida entera, rezar mucho, recorrer todo el camino de descubrimiento de la Voluntad del Padre, para conocer humanamente el Amor, y poder ahora rezar verdaderamente.

Si Jesús hubiese caído en la tentación, nosotros permaneceríamos en la muerte eternamente, y el camino de la Oración estaría impedido para siempre.

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Pero ahora el camino está abierto y libre, y Jesús es el propio Camino… ¡y la Vida! (Jo. 14,6)

«Vivo para siempre, a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25) Este es el papel de Jesús como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza –

Mediador entre Dios Padre y la humanidad pecadora. Él abrió el camino, al recorrerlo. El sacrificio de Oración – sacrificium laudis – que Jesús inició en la obediencia y en la muerte, lo celebra ahora para siempre en el Cielo. Él está «vivo para siempre a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25), «Ayer, hoy y por toda la eternidad» (Heb. 13,8).

Y es en Jesús Resucitado, donde se encuentra la fuente eterna de nuestra Oración. Gracias a la Oración estamos cerca de Él, podemos quebrar y ultrapasar los límites del tiempo, respirar la vida eterna, permaneciendo delante del Rostro del Padre, unidos a Jesús.

Para llegar ahí, necesitamos recorrer el mismo camino que Jesús: no hay otro sino el de la cruz y de la muerte. Y ya estamos en camino, en la medida en que por la Oración, ya habitamos en Su Casa. Todo cristiano que vive con Jesús, ofrece, como Él, un sacrificio de Oración, confesando e invocando Su Nombre sin cesar. Al monje orante, Dios le repite sin cesar: «Tu eres Mi Hijo muy amado».

El Cap. 13 de la Carta a los Hebreos, habla todavía de la doble liturgia que el cristiano debe celebrar: por un lado, el sacrificio de la Oración –sacrificium laudis – por el cual invocamos incesantemente el Nombre de Jesús, e intercedemos por todos los hombres; por otro lado, el sacrificio de Amor, en el cual compartimos con todos los hermanos los dones recibidos del Padre. Nosotros, los cristianos, en cuanto Iglesia, estamos profundamente implicados en este gran Misterio de la Oración de Jesús.

Puede hasta suceder en esta vida efímera, que una persona en Oración pueda irradiar la Gloria que ha de venir y recibir en la resurrección, tal como sucedió con Jesús en Su Transfiguración, en el Monte Tabor.

«Un hombre vino a buscar Abba Arsénio, en su celda. Esperó en la puerta, y vio Abba Arsénio como en fuego, de los pies a la cabeza»

(Apotegmas; Arsénio, 27). La Oración que quemaba el corazón de Arsénio, atravesaba y consumía su

cuerpo como un fuego. Era ya un reflejo de la Gloria que brilla en el Rostro de Jesús (II Cor. 4,6), una participación en la Luz increada que Dios es (cf. Col. 1,12).

CONCLUSIÓN

Todos tenemos la idea de que ningún otro hombre rezó nunca como Jesús. En Su Oración, encontramos los trazos más puros y profundos de la Oración del Antiguo Pueblo de Israel, sobre todo de los Salmos. Sin embargo, la Oración de Jesús es más profunda, más serena, más esencial que la de los Salmos. Nace de Su Corazón, donde vive en unión con el Padre y con el Espíritu. Cuando reza por la venida del Reino de Dios, del Reino de Su Padre, es más que nada para llevar a los hombres a Dios, para colocarlos delante de Su Padre.

Jesús reza como un hombre que se siente UNO con los otros hombres, pidiendo por los que sufren, por sus discípulos, por Sus enemigos. En sus peticiones al Padre, Jesús acepta con toda realidad, los acontecimientos: Él acepta el sufrimiento, la muerte, el mal, el peso del pecado que Lo rodea; Jesús acepta sobre todo la realidad de la Voluntad de Dios, venida de arriba.

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En Su Oración, Jesús integra toda la realidad humana, tanto el bien como el mal, con simplicidad y realismo. Por eso Su Oración es tan justa y auténtica.

Pero, si en Su Oración, Jesús asumió todo lo que es humano, le dio al mismo tiempo una nueva orientación, un valor hasta entonces desconocido, restituyéndolo directamente a Dios. La mirada de Jesús nunca se limita a los horizontes terrestres. Su mirada va siempre más lejos y más alto, restituyendo a Dios toda la Creación y la Humanidad entera. Para Él, Dios no es la Majestad inaccesible, cuya presencia llena de pavor y de angustia; ni el Absoluto, lejano, que deja las personas en la ignorancia o en la indiferencia. Para Jesús, Dios está próximo, está presente, es un Padre que nos ama, de Quien nos podemos aproximar con la sencillez y la confianza de hijos. «En la palabra “Padre” es donde se encuentra todo el secreto de Su vida y de Su Oración»21.

Pero para rezar, Jesús usa muchas veces palabras de los Salmos, que en Sus labios, suenan de otro modo. ¡Es verdaderamente un misterio! Por muy humana que sea la Oración de Jesús, nosotros presentimos en ella cualquier cosa muy profunda y misteriosa, una paz y una tranquilidad para nosotros desconocidas. Jesús reza al Padre como un Siervo, con total abandono a Su Voluntad, y al mismo tiempo como siendo igual al Padre. El habla del mundo Divino, no como de cualquier cosa lejana, sino como de un dominio que Le pertenece desde toda la eternidad: está en su casa. De los labios de Jesús nunca sale una confesión de culpabilidad, ni una palabra de arrepentimiento. Jesús no pide perdón para Sí mismo, sino que con la autoridad que le pertenece, perdona. Es Él mismo Quien perdona22. Está, por tanto, del lado de Dios. Al contrario de las personas muy religiosas y místicas, cuyo deseo profundo es la unión con Dios, Jesús está siempre con el Padre, en perfecta unión, en comunión de vida con Él, que es permanente, espontánea, natural, evidente.

En esta relación de Jesús con su Padre, se puede percibir un doble aspecto. Por un lado, la obediencia total y algunas veces heroica de Jesús Hombre, Aquel que vino a la tierra como Siervo de Dios, para cumplir Su Misión Salvífica, que Lo llevó a la Cruz; por otro lado, en su Oración, una serenidad, una paz, una unión, una alegría de hijo que vive en comunión con el Padre, y que sabe que es amado del Padre.

Tal es el secreto que la Oración de Jesús nos revela. Él reza como persona, como uno cualquiera de nosotros; sin embargo, Su Voz resuena como venida de otro mundo, porque viene de lo alto, de junto al Padre.

El ejemplo sublime que Jesús Hombre nos da en Su Oración Filial, es para nosotros una invitación a rezar como Él rezó. Pero al mismo tiempo, sabemos que podemos en nuestra Oración, dirigirnos a Él, el Hijo de Dios Padre.

Como buen teólogo, el Padre Yves Congar dice respecto a esto: «En cuanto hombre, Jesús reza a Dios: en cierta manera Él se pone a nuestro nivel, pero sólo en cierto modo. Cuando reza siendo Hombre, a Quien Él invoca es a un título absolutamente único y divino, el Padre de la Persona Santa a la Cual pertenece esta oración humana: es el Padre, en el sentido absoluto de la ontología divina trinitaria».23

21 J. JEREMIAS,«Das Gebetsleben Jesu», ZNW 25 (1926), p. 140. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit. 22 L. DE GRANDMAISON, Jesus Christ. Sa personne, Son message, Ses preuves, II, Beauchesne, Paris, 1941, p. 98. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit. 23 Y. CONGAR, «La Prière de Jesus», L avie spirituelle, 110, nº 502 (1964), p. 157-174. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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Podemos entonces sintetizar sencillamente: en cuanto Hombre, en cuanto Siervo de Dios, Jesús reza al Padre, pero Aquél que en Él reza al Padre, es siempre el Hijo. Somos llevados, pues, nítidamente, a percibir: en la Oración de Jesús, descubrimos el Misterio de Jesús, en toda su profundidad, como verdadero Hombre y verdadero Dios, Hijo de Dios Padre.

ALGUNOS DESAFÍOS CONCLUSIVOS, PARA LA ORACIÓN PERSONAL DEL MONJE En la Escuela de Jesús, en la clausura del Monasterio, que según S.

Benito no es más que una «ESCUELA DEL SERVICIO DEL SEÑOR», el monje debe aprender con Jesús, en su vida de Oración y de trabajo, a ser Siervo, Enviado (Apóstol – Bautizado) e Hijo de Dios-Abba. Al asumir, como Jesús, esta conciencia de Siervo, Enviado e Hijo, el monje tiene que tener conciencia de ser diferente de Él, de ser un pecador deseoso de perdón, un desobediente deseoso de llegar a la unión con Dios, por la Obediencia. Identificándose plenamente con Jesús, su Modelo y su Maestro, deberá procurar incansablemente Su Rostro, en la Oración y en los hermanos, volviéndose él mismo un reflejo transparente del Amor de Dios por los hombres.

S. Benito no formuló, en su Regla, una Teología de la Oración. Para la Oración del monje, mucho contribuyó la Tradición, la Filosofía, las Sentencias de los Padres, las Colaciones de los Santos; pero el ejemplo y la enseñanza de Jesucristo, Modelo y Maestro de Oración, tiene para mí la máxima importancia. Porque cuando rezo, es Cristo que reza en mí. Y Lo descubro en mi humanidad por Él compartida. En mi oración personal, descubro mi experiencia vital con Dios – Uno y Trino, esencia de mi vida de monja benedictina.

La Regla de S. Benito también nos da algunos consejos importantísimos, porque va a la raíz del Evangelio, sobre todo en los Capítulos XIX y XX, en lo que dice respecto al Oficio Divino y a la Oración particular, incluidos en el Código Litúrgico que va del Cap. VIII al Cap XX. Realzo particularmente el carácter Cristocêntrico de la Regla de S. Benito que le da actualidad. Vivo una Regla que me conduce permanentemente a Cristo, por eso es tan actual.

Hace mucho tiempo que pienso cómo la vida monástica debe formar gente capaz de seguir a Jesús, de rezar como Él rezó, en la soledad, en el diálogo con el Padre, gente con valentía para subir con Él a Jerusalén, sin perder tiempo con niñerías ni con falsas santidades. Tal vez venga a propósito esta historia:

Era una vez tres monjes que rezaban muy recogidos, de madrugada, en la capilla, con los hermanos. El primero juzgó haber visto a Jesús descender de la Cruz y quedar inmóvil, en el aire, delante de él. «Por fin», exclamó, «ahora sé lo que es la contemplación». El segundo se sintió arrebatado, encima del lugar que ocupaba en el Coro. Voló sobre la comunidad y subió hasta la cúpula de la iglesia, que pudo contemplar desde arriba, antes de descender y volver a su lugar en el Coro. «El Señor me concedió la gracia de un pequeño milagro», dijo, «pero con toda la humildad, tengo que guardar este secreto sólo para mí». El tercero tuvo un gran dolor en las rodillas y sintió las piernas flacas. Su imaginación vagueó hasta parar delante de un famoso hamburgo, guarnecido con cebollas y pepinos. «Yo bien quiero», dijo el diablillo a su maestro, «pero nunca consigo tentar a este tercer monje».24 Moral de la historia: La falsa santidad nos traiciona. El mundo actual no

necesita monjes perdidos en las nubes o en las tinieblas, desencarnados de la realidad. Por el contrario, el mundo de hoy necesita religiosos, monjes, que, en 24 CHITTISTER, Joan, Le Feu sous les Cendres, Bellarmin, Québec, 1998, pp. 319-320.

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su adhesión a Cristo, sepan identificarse con Él, con los pies en la tierra. Monjes que sepan percibir que el fin último de la Oración es realmente nuestra «divinización», pero que supone el trabajo de toda una vida de donación.

Vida de Oración no puede ser vida individualista, tiene que ser vida radicalmente altruista. Bajo pena de que la Vida Religiosa pierda su carácter profético25. Los monjes y las monjas de hoy tienen que ser formados en la búsqueda radical y seria de la Voluntad de Dios, a ejemplo de Jesús, a través de la seriedad de su vida de Oración. Una oración humilde y reverente, breve y pura, pero frecuente, como nos aconseja S. Benito: ¡unos por los otros!

La Liturgia, en cuanto ritmo de celebración de la fe de la Iglesia, es profundamente Cristocêntrica. Nosotros, monjes, sabemos que la vivimos así. En todos los tiempos litúrgicos, celebramos en Iglesia el Misterio de Jesucristo, el Enviado de Dios, que nos da la posibilidad de contemplar en un rostro humano, el propio rostro de Dios. Y contemplar el rostro de Cristo es, de hecho, nuestro mayor deseo. Con los salmos, cantamos tantas veces: «Busco Tu rostro, Señor, Tu rostro busco» (Sl. 27,8).

Todos los días, en la celebración de la Eucaristía, nos reencontramos con la Pascua de Cristo. Todos los días, en nuestras celebraciones comunitarias, actualizamos nuestra esperanza.

¡Cristo está con nosotros! Podemos encontrarLo realmente, en el rostro de quien sufre, en la alegría de quien sonríe, en la generosidad de quien sirve, en la valentía de quien lucha, en la fraternidad comunitaria, porque sabemos que lo que hagamos al más pequeño de nuestros hermanos, a Él se lo hacemos.

¡Hoy, tenemos que renacer, a partir del Evangelio, a partir de Cristo26, con el corazón abrasado, ardiendo como el de los discípulos de Emaús, seamos Hoy testigos de la Resurrección! ¡Por nuestra Oración, seamos redentores con Cristo Redentor!

Que mucha gente Lo pueda encontrar y contemplar en la intimidad de la comunión de Amor que llamamos Oración. Porque el feliz descubrimiento de la Oración, es una experiencia decisiva para vivir la vida con la misma esperanza de Jesús, con los mismos sentimientos de Jesús. O con la misma adhesión de María, Su Madre, manteniéndonos, como Ella, en permanente estado de «Anunciación».

Con conciencia de no haber agotado este tema, a pesar de todo el tiempo que empleé en decir tanto, termino con la misma súplica de los Discípulos al Maestro, súplica que permanece dentro de mí:

¡Señor, enséñanos a rezar!

Roriz, 11 de Julio de 2003

En la Solemnidad de nuestro Patriarca S. Benito

Ir. Maria Reis Catarino osb

25

CHITTISTER, Joan, Le Feu sous les Cendres, Bellarmin, Québec, 1998 26 Cf. «PARTIR DE CRISTO – Renovado compromisso da Vida Consagrada», Ed. A.O., Braga, Agosto de 2002.

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INDICE

1 – INTRODUCCIÓN Los sitios donde Jesús rezaba Las horas en que Jesús rezaba La actitud de Jesús en la Oración El secreto de la Oración de Jesús ¿Es posible la Oración del Hijo de Dios? El Misterio de la conciencia de Jesús

2 – LA ORACIÓN DE SÚPLICA DEL MESÍAS, REVELADORA DE LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE JESÚS

La Oración al Padre (Jo. 17) : a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5) b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19) c) Jesús reza por todos los creyentes (vv. 20-26)

3 – LA ORACIÓN DE OBLACIÓN DEL SIERVO La Voluntad del Padre El misterio de la Obediencia de Jesús

4 – LA ORACIÓN FILIAL DE JESÚS, EL HIJO ÚNICO DEL PADRE

5 – LA ORACIÓN DE JESÚS, PARADIGMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA DEL MONJE

La tentación La Obediencia «Vivo para siempre, a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25)

6 – CONCLUSIÓN Algunos retos conclusivos, para la Oración personal del monje

7 – BIBLIOGRAFIA