la obsesión - daniel samper ortega

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LA OB~~ESION ~ 2- I " - POR DANIEL S.AMPER ORTEGA

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Novela del colombiano Daniel Samper Ortega de la década de 1920.

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  • LA OB~~ESION~ 2-I

    " -

    POR DANIEL S.AMPER ORTEGA

  • DA~IBl) 5AmpS~ O~TBGA.' J

    A OBSESIOfi

    BdiC3iones litetllli'ias de "Ctlomos"

    BANCO DF: l.A REPUBL/"'&IIBLIOTECA lU;' -_ '"'"

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  • Propiedad literaria registmdd confor-

    me B la ley. LB presente edicin perle-

    nece a Id Casd Editoridl de Cromos>.

  • PRIMERA PARTE

    LA SOMBRA DEL ENCOMENDERO

    I

    El rancho qued a oscuras. Slo cuando el,.iento iba hasta las brasas dE'! hogar. encenda enlos muros reflejos temblorosos. Ahora y despusllegaba en jirones un ladrido, :) el redoble sordo dtl' n trueno en las oquedades del monte.

    Nieves se enderez eon trabajo, tanteando elsuelo en busca de la palmatoria. Se acerc sollo-zando a la lumbre, sacudi SJ traje, y con puisaatormentado rehizo la trenza. Vista junto al fue-go que daba a su cuerpo tones bermejos, como enlos retablos de nimas, pareda una vestal de le-yt:nda.

    As que encendi luz fue a sentarse en untronco empotrado junto a la puerta a modo de ban-ca. Miraba sorprendida los oijetos familiares, cual

  • 2si acabase de salir de un sueo. De pronte se es-lremeci al posar la vista en la estampa de Jess:sinti miedo ante las pupilas de berilo V la manoQue sealaba el ensangrentado corazn. y arqueandohlgo el brazo para ocultar en l su rostro. rompi:\ llorar.

    Hasta all su existencia haba sido un db griscon fugaces claros de sol Las horas d~ ~u vida tU-vieron una misma semblanza: habJ'1 resbaladosin dejar huella en su espritu: apenas si algunaemocin-el minuto de sol-daba fisonoma pro-pia a algunos momentos de su vivir campesino yuniforme, cual si fuese un arroyo que murmura deidntico modo. as lleve sus aguas turbias de cien"o lucidas de azull que en ellas viaja. Pero aquellanoche- en el pozo de su alma cay una piedra. "las aguas. serenas hasta entonces. se inquietaron enun sentimiento de angustia. violento al principio.v menos acentuado a medida que la moza tornab;!de su estupor. tal corno se atenan. alejndose a laorilla. las roelas de un remanso.

    La mal cerrada puerta del rancho le permitaver siluetas de cerros. cuyas crestas dbilmente lu-minosas presagiaban a levante una luna de invierno. Tenues y confusos venan los ruidos de lanoche. Fuera. en el corredor. el filtro de piedragoteaba en la tinaja, y a comps del gotear se so-segaba el nimo de Nieves: que un detalle trivialb~sta. muchas veces. para cambiar de rumbo al pen-s:tmiento, El rumor de la gota que cae. ese len-guaje artificioso del agua. fue derrotero que la ima-f;,inacin de la nia segua sin darse cuenta. De la

  • D S{Jfnp~r Orfega

    inquietud pas al reposo, de las reflexiones al vagarncobe,'cnte por el campo de las aoranzas.

    Con el tinte rosmarino que tienen los recuerdoslejanos, iban apareciendo en su memoria episodioscasi olvidados, en callado enjambre. Uno que se leantoj con alas difanas, le recordaba su primeramueca. compaera de sus :1ambres y lgrimas deburfana; ese otro, cual mariposa de luz, era sm-bolo de castas emociones: la maana de abril de suprimera comunin; el de ms all, de alas negras.hizo nido en su alma desde que se le llevaron al ni-co hermanito en una caja.

    No supo de su madre :;no que fue hermosa_ ycuitada; y el padre, adusto y mezquino en palabras,no tuvo mimos para su hija. En su niez vivieon ellos una mujer que le pegaba por chicas razo-ms y le haba hecho amenaza de que.narle la bac:}cuando la oyese decir mentira.

    Partidos sus cabellos en dos trenzas y en-vueltos en paoln de colorines los hombros, ib3Nieves a la iglesia del pueb~o los domingos paraaprender la Doctrina. El cura enseaba pasendo-se a la largo del templo, entre dos hileras de cabe-. cit

  • 4- La Obse.5in

    tones, estaba ella a sus anchas . Verdad es que alr~.::ordar un San Roque ulceroso, oculto en la pe-llum bra e altarcico lateral. se levantaban en suSl]co bs untuosas lenguas del miedo. Pero encambio, b Virgen sonrea desde su nicho, un nicho(lena e resplandores. Era tan hermosa aquella\,'irgen! ,Sus ojos siempre seguan a las nias, aun-que sras ombiasen de sitio. Adems, en ese am-I,il'nte impregnado de incienso, se hallaba a cu-bierto de p,olpes y poda cuchichear de sus penitasIl de sus ilusiones con las amigas.

    Como apagados por la distancia de los aos.\'inieron a su memoria antiguos cnticos:

    Oh Mara, Madre ma!Oh consuelo del mortal!Ampar'ldnos y lleuadnosA la Patria celestial!

    o aquellos otros versos, que la hacan reme-l~'orar cuadros donde las indigentes nimas, en ac-titud de contorsin, aparecan incrustadas en unfondo rojo:

    Pecador, no te acuestesNunca en pecado,No sea que despiertesYa condenado!

    Mas de pronto, el eco de los cantos se converla en el sonsonete acostumbrado para recitar encoro el catecismo:

  • D. 5(jmper Orfegn 5

    --Quin form el credo?-. Los-aps-toles .y el sonsonete, a su VI~Z, cobrando un timbre

    rnellico, se dilataba por los campos como taer derampanas: Las campanas! Qu bien las conoca!1.. a bro'~~a no le gustaba, por su plaido grave en13 noche. al dar el toque de nimas; la otra, laMara-Teresa--N\eves le supo el nombre,-ten,dulce reson:lncia que el vie~1to iba esparciendo so-bre los sembrados, a la hora del ngelus. Y po:'ltimo, ]a ms pequea, la de repiques claros, pa-reca (,mtar de la alto del campanario con risueoalboroto. y se agitaba sin dzscanso en los das fes-tlVOS, llamando con sus tintines a misa. La Pl'''cuea era la mejor de las tres! A esa conclusin ha-Lan llegado Nieves y sus amigas, tras larga plti-(" sostenida en voz baja, mientras el cura enume-raba intilmente las obras de misericordia.

    En tanto que despertaban los recuerdos en lamente de ]a muchacha, el sollozar iba menguando.En el fogn tambin decreca el fuego; apenas detieMpo en tiempo, crepitaba un rescoldo.

    Reconocase Nieves en el patio de tierra de surancho. Ac y aIl crecan yerbas aromticas, entoda suerte de maltrechas vasijas. Cuando el sol pi-caba, la tierra se abra en grietas semejantes a lasvenas de las hojas, grietas qt:.e para la ni eran redde caminos, sobre los cuales haca andar, de un la-do a otro, torpes escarabajos. Si la compaera desu padre, saliendo al corredo:. vaciaba el lquido dealguna olla, con la mirada Nieves segua el curso

  • 6 LlJ Ob.se.sin

    veleidoso del agua. hasta que no quedaba de ellasino una mancha por donde mismo haba srpeado.

    Obligada a pro~urarse juguetes por s, la niaconsegu.l calabazas a las que ensartaba palillos aguisa de patas. para formar con ellas "el hato"; lams grande de todas era el toro; las otras. vacas de1:1 hacienda; y para fingir el terneraje, no faltaronpepinos. Suelta su imaginacin, Nieves se compade-ca al apartar los cros, a se le alumbraban los ojosde lgrimas cuando, imitando las crueldades de lavida. resolva dar por muerta una vaca y dejar des-amparado a su becerro. iQu mimos tuvo para lospepinillos esparcidos en el patio como hurfanos!/arepentasc de haber decretado ella misma tal or-tandad. y terminaba por recogerlos en su regazo.entre exclamaciones compasivas.

    Tambin era entretenido bajar al arroyoechar en la corriente hojas. que para ella represen-taban buques. como los que haba visto en lminasde la escuela. Esto. siempre que no tuviese qu~ la-var la ropa. porque entonces se atareaba en ello.mientrJs sus ojos se aldaban mirando el ca')rillcodel sol en el pozo y los rodeos de los escribanos.~us pensamientos, entre tanto, eran leves como lae~muma.

    De maana iba midiendo las horas por la al-tma de la faja de sol que daba en la pared delrancho; de tarde, por el ascenso de la sombra en elnluro frontero. hasta que el ocaso iba apagandolumbres; obligada a encerrarse por miedo a lasnimas que de noche vagan en pena sobre los pan-tanos. acuda a su mueca y. arrullndola, daha

  • D. Samper Ortega 7

    rienda suelta a los instintos maternales que tO1n.uj2r lleva en germen.

    Cmo recordaba ahora su muequita sucia.copa en que verti sus prim:ras ternuras. nubecllad ensueos aun vagarosa en el azul de su vida! Asu odo de cartn musitaba quejumbrosas palabras.cada vez que un desengao o,) un castigo le llama-ron lgrimas a los ojos; a las crenchas de borra hizo jas caricias que hallaba mimos en su cabecita; enlas mejillas pintadas pos sus labios de nia sinmadre; sobre aquella mueca desbordaron todos loss('ntimizntos de su corazn, en forma de arrullos,que ya eran alegres cantares aprendidos en las fies-tas del pueblo, ya deshilvanada musiquilla. quebra-cia por los sollozos. Asimi~mo, a ella vincul. ~i"ale la expresin, sus melancolas y su anhelos.

    Si senta fro. yerta la encontraba; si estabatriste, hubiera credo que la mueca lloraba conclla; y todas las noches la sinti reposar a su lado.cual1do Nieves dejaba de soar despierta. para se-guir soando.

    U n atardecer, de vuelta a casa, despus de laprocesin acostumbrada en el pueblo para dar final rosario del mes de Mara, el seor Higinio y lamujer que la acompaaba se detuvieron donde elc:lmino tuerce hacia el valle, :;ojuzgado ya por la pe-numbra. La nia prosigui su marcha sola, y almirar hacia atrs. los vio e:1 la alto de la cuesta;el fondo claro del cielo rekvaba sus siluetas: mo-.ian los brazos como si disputasen. Al cabo, elseor Higinio reanud el andar. mientras la mujer

  • 8 La Obsesin

    se fue en direccin opuesta. A poco de su llegadaal rancho. el viejo se volvi otra vez al pueblo.

    Anocheci sin que nadie pareciese por el ran-cha. Nieves lloraba. Era la primera vez que es-t,ndo sola vea sobrevenir las sombras. Se agaza-p en un rincn: a su memoria acudieron todas lashistorias de muertos y aparecidos; la tenue manchadel miedo le empaaba el mirar; distante y bronca.ta una campana el toque de nimas; le pesabana Nieves los prpados. mas se resista a cerrados.presa de toda suerte de temores. Al fin la venci elsueo, ..

    Desde el dia siguiente tuvo que preparar lascomidas y atender a la casa. porque la mujer quel pegaba ya no vino ms.

    Su padre se mostr por largo tiempo msadusto y callado que de costumbre; la falta de eario apenaba a la rapaza; pero. acaso haba conocido mimos alguna vez?

    Vino luego un recuerdo trgico: Juan. elprimer muerto que Nieves haba visto. tendido pe-cho al suelo, mustio y ensangrentado. los turbiosojos fura de las rbitas, y la frente surcada poruna lnea crdena. Cerca de all. humeaba toda-va una gran piedra. que disgreg la plvora enforma de rosa.

    Por qu la asaltaban tan confusamente mez-clados los recuerdos de la niez? Por qu al ladode hechos que imprimieron honda huella en su es-pritu, recordaba insignificancias como el hato decalabazas y el color de la tierra mojada? Continuevocando su vida, y la mismo que rfagas furio-

  • D. 5l1mper Ortega 9

    :a~ en el ambiente tranquilo. la escena desarrolladaall momentos antes, reapareca viva: el golpe secode la vela al caer al suelo. el chirriar de la puertaque don Pedro dej mal cerrada al salir. Nievessollozaba otra vez, pero al fijar la vista en el re9-coldo, cual si el fuego tuvi~se un poder sedante. laimaginacin retroceda en su vuelo. Y entoncesot,:a vez volva a verse ..

    1\ medida que el cuerpo de la nia cobrabagrciles curvas de nubilida{', a su alma iba pres-tando alas el ensueo. en sus ojos temblaban las l-grimas. y su voz desfallec2. en ocasones! As co-rrieron semanas y meses, hasta que lleg diciem-bIe con rumor de panderetas y castauelas. cieloslimpios y florecer de los su:cos. Y con el mes ale-~re de los agunaldos, vino la familia de don Pedroil la hacienda. De los hnchados almofrejes salie-ron colchones, palanganas y trapos de toda clase.Nicasa, la vieja cuidandera. vindose en aprieto:;para atender a tanta gente, pidi ayuda al seorHiginio. quien hizo ir a Nieves, para que sirviese\:on la casa, mientras durarafl las vacaCiones; Epifa-na ya no tuvo descanso. t::-ayendo y llevando bes-tias para las cabalgatas cotidianas; la gran puertadel corral permaneca abierta y daba paso a cachacas y mozas bullangueros; y las ventanas del casern, antes siempre cerrada:;, resplandecan ahorah;lsta la media noche.

    Las hijas de don Pelro mostraron deferencia a Nieves. y solan llevada con ellas, cundo almercado. cundo a rosario con plvora y murga. enla hacienda colindante; ora al cerro, en busca de

  • 10 La Obse5ilI

    musgo y quiches para el pesebre. ora al ro. dondese baaban entre retozonas alharacas. de maana.Por Nochebuena y Aonuevo. la mocita pas lasboras en vela. arrimada al marco de una puerta.viendo bailar a las seoritas y seores de la ciudad.rue en Aonuevo. justamente. cuando don Pedrole dijo la primera broma; pero ella. sorprendidaWI1 Jqucllas confianzas del amo, haba optado porrctirarse.

    Dias de ajetreo y alboroto fueron aquellos dediciembre. eon sus noches de luna. perfumadas yserenas, que hicieron soar a Nieves y despertaronCIl ella ignoradas ansias. Pero en breve se acab elbullicio. la familia del amo regres a la ciudad, yNieves a su rancho; y en las estancias de la casagrande volvieron a reinar el polvo y el silencio.

    El patrn. que nunca antes haba do a casadel seor Higinio, menudeaba ahora sus visitas, conftiles pretextos. muy complacido de platicar con laj0ven. Nieves tema el brillo que sorprendi a ve(.ES en las pupilas del seor. Las mujerucas de lahacienda la miraban con ojos largos, hablando ensecreto. El seor Higinio se torn ms hurao ydlO en cavilar con frecuencia.

    Muchas veces se quedaba atnito delante desu hija, como si quisiese adivinar las causas que haban apagado risas y cantares en la garganta de lamuchacha.

    As pasaba el tiempo. Pero aquella tarde,cuando las ltimas luces del sol se extinguan, vi-110 el mandadero a llamar al mayordomo, de parI.e del amo.

  • D. Samper Orlega 1 I

    Rezaba Nieves sus plegarias de costumbre, yde sbito se abri la puerta. a un empelln de donPedro. Nieves quiso gritar. por instinto. pC" mie-do, Ola! la voz desfalleca en su pecho. ROjas se leacerc, fosforescentes los oJ::>s. trmula la voz.Acongojda. quiso huir la joven hasta un rincn;pero el seor le iba en pos, intentando tranquili-7.arIa, y ella acab por echarse a llorar. azorada.

    Hmedas rachas azotaban los rboles, que pa-Lecan gemir en las tinieblas. As que el amo sefue. la puerta qued girando en los goznes Al recvrdar tal pesadilla. un gesto doloroso contrajo losbbios de la mocita. torpemente maltratados.

    Aquello suceda a principios del ao. cuandolos surcos. en cuyas entraas tambin iba a germi.-lIaf la vid;), comenzaban a engalanarse de renuevos.

  • Il

    J\s lJue hubo descabalgado, don Pedro Rojasentr en la casa seorial. con rumor de zamaIros y espuelas. sobre los mal sentados ladrillos. ElI'IOZ0 que dormitaba en el montn de heno, retu-\'0 del cabestro la cabalgadura y la desensill entrebostezos. Dr un golpe cerr el amo la puerta. yen los corredores temblaron los cristales. Maulla-ha en la noche un g.ll0. y su silueta encorvada s~mova en el tejado, agorera y fantstica.

    Con sus ventanas cerradas y su alma de silen-cio. yergue en la sombra sus muros. la que es an-ligua mansin colonial. de dos pisos, y edificadapor un encomendero, eon permiso del Rey. Igualque todas las de aquella poca hazaosa. de san-gre y de oro, de milagro y de cortesana, ostentagruesos muros de tierra apisonada y grandes arcossobre columnas redondas. En el patio, 'canta cIagua de una fuente que tiene esculpidos en piedral'sntdos de un Odior segundn. Las hmedas es-tancias bajas guardan entre moho enseres y herrat~lientas de labranza, y prestan servicio de graneros.A las piezas altas conduce escalera de lajas. sepa-I':!da en dos tramos por el descanso. en cuyo testerupende roto y mugroso lienzo de flmula con leyen-

  • D. 5tJmper 'Jrff'gl1

    ciar.. y en el cual se adivinan, a travs de la ptin;i' del polvo que la cubren, un rostro amarillento desanto en xtasis y la sarmentosa mano que sostieneel crucifijo ..

    Una vez en su alcoba. don Pedro encendi elquinqu. Sobre el tubo de cristal cabalgaba ungancho de cabeza. olvidado dl. La luz ilumin lamitad inferior del recinto, dejando en penumbra ros3da. a causa de la pantalla, los cuadros murales yuna parte del labrado espaldar de la cama.

    Don Pedro comenz a desvestirse. Puso lo~o.ios, medio apagados por el :meo. en el reloj calen-dario suspendido sobre el divn. Eran las once de lanoche. La aguja de las fechas sealaba el nueve(;On su puntita de lanza.

    --Nueve de marzo. ;Cmo !-pens el viejo.En tal da como aqul. diez a.os antes. hab

    mU2rto doa Margarita. hallndose de palique conflU hermana doa Luisa y con el seor Pen:tencia-riCl de la Catedral. Era anochecido. y rI slln de 1.1casa permaneca oscuro Tan atentos estaban loc;Ires a la conversacin que traian. que no se curaronde encender luces. Don Ped~o. en su escritorio. es-cuchaba el rumor de las voces de las mujeres. y elbronco runrn de la voz eclesistiC! De sbito. seabri la puerta. Hubirase credo que unCI sombrablanca atravesaba el lugar. apagando los pasos enla alfombra. Doa Luisa exhal un grito, y el Pe-nitenciario dijo con trmule acento la oracin absolutora. Acudi don PedlO. Doa Margarita sehallaba mal doblada sobre el brazo de la silla Allargo alarido de pavor de doa Luisa vino la ser-

  • 14 I.tl Obse5in

    vidumbre con luces titilantes, y las sombras de la&da se refugiaron detrs de las cortinas de damasco,oue con sus bullones hacen marco a las ventanas.['.a puerta torn a girar sola, lentamente. Llev-ronse en vila el cuerpo fl cido. entre gemidos. En~1 tapete qued una densa mancha de sangre.

    Sobre el tubo de cristal del quinqu vease elgancho que acaso haba sujetado en otros tiemposlos blondos cabellos de aquella rosa mstica, de al-ma y manos de lirio. Por primera vez en su vida,don Pedro se dio cuenta cabal de que para l lle-gara tambin la muerte: de que se iba haciendoviejo, y era ya tiempo de pensar en la eternidadf? etrocediendo, pues, con el pensamiento a la largo(le su existencia, evoc en su memoria lejanos dasde juventud.

    Se baha casado por amor, cuando era un mo-zo bien visto por las mujeres a travs de la leyen-da galante que rodeaba su nombre. Aquella ga-antera tradicional en su casta. de rancio abolengocastizo! Gustbale recordar las boras de su luna demiel. hords suaves. que tenan la sutil fragancia dehistorias viejas. Doa Margarita era delicada yci'ncca, como las vrgenes del Martirologio. y lavida fue sencilla. clara. la mismo que un regatode aguas tembIantes bajo el sombro de los helechales. La calma del llano inmenso reinaba en el ho-gar recin formado. y una chispa del sol qUe madu1'.1 las mieses brill siempre en los ojos amantes dedoa Margarita. El cario estaba fresco, como losJugosos pastales Las almas eran difanas, igual

  • D. Sampe;- Ortega 15

    que la columna de humo que todas las maanas sealzaba al cielo en la paz de los campos.

    El trabajo y el cario fueron las normas dela vida. Don Pedro recorra de sol a sombra last:lrdigas tierras donde lo:; ganados pastan mansa-~ente, y el viento hace Iemblar las hojas del mai-zal, promesa de abundancia. Ella cuidaba las f10res e iba por tiempos al corredor frontero del case-rn, esperando ver llegar " su marido. y le recibi:lentre sus brazos, blandos :-Jara ceir.

    Tres veces dio fruto aquel amor, nacido entrerubores y sonrisas, bendito una maana de octubre.y oculto lejos del bullicio del mundo, bajo el cristia-no techo alzado en plena Sabana, al amparo de r ..boles aosos. Los chiqui: los, con sus risas y gritos. ahuyentaron de la an~plia mansin el silencioque pareca dormir en los rincones. Y al oro desus espigas. pudo sumar don Pedro el de aquellasc;:becitas rubias.

    Margarita adquira insensiblemente ademanesreposados de mujer; y a la gracia festiva de los pri-meros aos de matrimonio, sucedi una dulzura serena. A medida que los hijos crecan. los padresiban tomando en serio la vida. Pero siempre alen-taba el amor. acendrado a:10ra, aunque ya sin los;\Dtiguos resplandores de pasin.

    U n da, las recuas que transitaban por la ca-rretera, cargadas de ollas y frutas, huyeron pavoridas, hasta perderse en la gndara; callaron los p'jaros, asustados: era que cruzaba la Sabana el pri-[,Jer automvil, envuelto en densa nube de polvo,

  • 16

    y espantando a su paso indios y animales, tradicio-IHS y leyendas.

    Coincidi esto con la fecha en que don Pe

  • D. 5amper Orlega 17 ,

    dada, Desde con hasto d tlamo nupcial. parabus:ar el calor de hembras sensuales. a la fresca be-lieza de doncellas rsticas, mgestivas y tentadoras';c'((.o las curvas de un cami ClOque no sabemos acnde lleva. Del sobresalto. del amor que se recataen 2a sombra, de la fiebre, del vrtigo. de todo su-l'a, cual si quisiera recuperar el tiempo. que ahorajuzgaba perdido. en que las horas de su mocedadhabian corrido cndidas,

    En tanto, doa Marga.:ita volvi a Dios los(1,OS, FriOlero, anegados en lgrimas; despus. conla resignacin de las almas blancas, convencida deque la existencia es slo larga jornada a travs deun vaUe amargo. pero que conduce al regazo deDos. que es paz y descanse:, Y as recorri elfllUndo, con la plegaria en los labios y la esperan-za puesta en esa eternidad luminosa. que diez aos~:'ltes haba amanecido para dia,

    Tornando a pensar en la hija del seor Higi-l,jO, el ayer se borraba en la memoria de don Pe-dro, Algo como la sombra de un remordim;entooscureci fugazmente su alma, Pero, ibah t tNoera l dueo de la hacienda? No le debian el seorHiginio y su hija el techo y el sustento? Ad~~s,eso habra de sucederle a Nieves tarde a temprano,~y qu ms daba si las flores de azahar que tuvo en'.U frente se deshojaban en las manos del patrn. yne. a la ruda caricia de un gan cualquiera? HastaCJcrto punto l. el amo, tenia un derecho consuetu-dinario sobre la rapaza, dere:ho ejercido antes contras muchas, Cuestin de nacimiento, 'de linaje.hasta de dinero. si se quiere, pero derecho al fin,

  • 18 La Obsesin

    Despus de desvestirse pausado y apagar elquinqu, rez las acostumbradas oraciones de la no-che, a que nunca haba dado de mano, complacidoS~ estir entre las sbanas de lino, y se durmi tran-quilamente.

  • III

    En el entretanto, el seor Higinio regresaba aSil rancho, al portantllo de la jaca. El amo le h.1-ba enviado a sorprender ajenos animales en el ~l-timo potrero de la hacienda. El seor Higinio qui-so en vano convencerIe de que el portillo por don-de entraban a merodear las bestias del vecino nl)exista sino en la mente de don Pedro. Este sos-tuvo con obstinacin que al amparo de la nocheotros aprovechaban los pastales de su finca, y cimayordomo hubo de partir, aunque rezongando,por

  • 20 Ld Obsesin

    Envidiable paz, sin embargo. la de su con-cIencia Por ninguna razn hubiera acrecentadosus ahorros con un maraved que le pareciese malhabido; pero tambin pensaba que no iba en men-gua de S\1 honradez deshacerse eon provecho de al-gn desgarbilado rocinante. Adems, si es verdadque en tratndose de caballos sola ocultar los de-fl'ctos que tuvieran, jams enga al compradorque iba a la hacienda por una yegua. Motivo deestE: curioso proceder diferente, fue la poca inclina-cin que profesaba a toda clase de hembras. Teniad seor Higinio leal y respetuoso el carcter. yarraigada la fe Era ms gordo que flaco, y de"moratada faz, eon bigotes de esos que ostentanun fimbria de alimentos, que se atusaba despus delyantar, con el dorso de la mano, recia como los eri-zados pelos de su cabeza. Refera don Pedro Rojasque cierta vez iba llevando consigo al mayordomo.Cabalgaba ste un potro, aun no muy hecho a las:IJa. El animal se encabrit de sbito, y el seiior!:liginio, que fiucaba su orgullo en mantenerse fir-me sobre el ms arisco bridn, fue a dar de cabe-za contra la tierra. As que don Pedro le vio le-vantarse atontado, vino a preguntarle qu le habLlsucedido.

    -Pues nada, patrn-replic el otro. -Por-que, afortunadamente, el golpe la recib en ta C3-beza .

    .\rreciaba la llovizna, y sobre el sendero gre-doso resbal la jaca; acucila el seor Higinio, conucseo de llegar pronto. En la oscuro se entreveala puerta rojeante del rancho.

  • IV

    Al sentir llegar a su padre. Nieves se irgui,lsustada. enjugndose los ojm,. Ya el mayordomohabia desensillado la bestia. y sobre el corredorsonaron los zamarras y el tntin de los estribosal dar UllO contra otro Higinio. colgado que hubo10$ arreos "I garabato fijo en una columna. se qui-t- la ruana para sacudida:

    ---j Jess. qu noche!Canelo, el viejo perro c.lIe dormia sobre dos

    cnjalmas arrinconadas cerca. slli al encuentro delamo. y arqueaba el dorso. es:irndose con pereza.mientras sus fauces tuvieron. al bostezar. un ruidocomo de a::tllidos truncos.

    Padre e hija entraron en d rancho. Fuera resping la jaca, oliscando el pasto.

    Azorada ante la idea de que su padre pudieseadivinarle en os ojos lo sl~cediclo. Nieves trasegabasin oJjeto con los cacharros ce cocina. esquivandomiraco. Senta en ascuas las mejill1s. y pens queel viejo no tardara en ver su rubor. Hubiera quelido ,.ca1121:las palpitaciones d( su corazn, no fm." 'lue se oyeran.

    Nieves---lIarn Higinio

  • 22 LlI ObsesinLa muchac};}a se volvi bruscamente. cual si la

    hubiesen sorprendido ejecutando una mala accin.SC'bresaltada y plida. repuso:

    --Seor?--Dme agua de panela. pero que prngue.-En seguida va a estar.Se inclin sobre las brasas. dando la espalda

    al mayordomo, y bendijo aquella coyuntura quele permita ocultarse en la penumbra donde estabael hogar.

    iSi su padre supiese la ocurrido! iLe pegarabsta matarla, aun cuando ella no tuvo culpa! ElmI hombre de carcter spero, inflexible y hasta ....por qu no decido? .. cruel. s. cruel. Es claroque ella haba sido vctima de la fuerza, de la cohi-bicin l'n que se hallaba para emplear todos los me-~lios de defensa. por tratarse del amo. Pero cmodemostrar al seor Higinio su inocencia? Ahora iba\'iendo claro por qu razn don Pedro envi lejo5del rancho al mayordomo en tal noche como sa.~1ientras el bueno del seor Higinio. en cumpli-miento de St1 deber, sc E'xponia a matarse. cabal-gando a oscuras por senderos resbalosos. el patrn,ri rico que poda descansar tranquilo en aquel hom-ber leal y bueno, se amparaba en la sombra, para ...qu nombre dar a aquello? Para robar la que ellano quiso. ivamos! la que. in! es de-cil .. ;qu confusin, Virgen Santa! Y ella, pobrerapaza, qu mal habia hecho para que as la maltra-tasen. igual que a una bestia? No podan los hom-bres ser menos duros, menos violentos? Qu ne-cesidad haha de hacer sufrir a una msera campesi-

  • D. 5amper Ortega 23

    n~. que slo se preocupaba de servir al amo en con-ciencia?

    Al pensar en don Pedro, pensaba tambin, co-mo para relacionar uno con otro, en el odioso toronegro que haba en el potrero de las novillas .. Ver-dad es que don Pedro era el dueo. Acaso tuviese al-110 como un derecho. Qu~z no fue maldad haberprocedido as con ella .. Suceda la mismo a las de-ll\s doncellas del lugar. En medio de todo.

    -Nieves, hija! Se durmi?-Ya va, taita, ya va.En amplia taza de hierro esmaltado trajo el agUJ

    cil' panda a su padre Qud esperando frente a l,W!l los ojos bajos. Se oa fuera el rumor de la lIu-y ia: un murmullo confuso, de risilla sofocada. corta-de a trechos por el golpe claro de las gotas, ya en latinaja, ya sobre el barril vaco que estaba cado bajoP.l alero.

    Se produjo entonces uno de esas silencios enlIue cada uno. olvidado del otro, deja volar su pen~amiento. El del seor Higinio iba del trigal a la va-ra barcina. y del cura, con quien haba tropezado porla tarde, a un roto que sufrieron sus zamarros, a alproyecto de ir ell la prxima semana donde su compa-dre Eulogio. Y con aquella promiscuidad de los re-ruerdos en la subconciencia. ora estaba diez aosatrs con personas que mur:eron hace mucho, oraadelante, armando con memcrias de ftiles escenas vi-vias y con sueos de otras por vivir, andamios depequeas ilusiones, all en el futuro.

    En la mente de la jove-n se mezclaban, entre-tanto. con el recuerdo de una gallina y de ladridos

  • 24 Ll1 Obsesin

    de Canelo, el de palabras sin importancia escuchada~durante el da, a el del murmullo del agua qu~ hierveal fuego; con el aspecto del patio lleno de sol, la evo-cacin de un castigo a la esperanza de un traje nue ..va. Y limando en negro aquella confusa mezcla d~aoranzas, anhelos, cosas e imgenes, el ademn, elrumor, el aliento del patrn en el amargo trance qU2acababa de pJsar. Su pensamiento era, pues, como unchorro de agua que cae uniforme, pero sobre el cuals(lpla de lado el viento por rfagas y le destrenza ylE:desva. Tales soplos, en la memoria de Nieves. fue-1',:)0 los momentos en que pensaba en don Pedro. Enuno de ellos se le escap un sollozo.

    -Qu tene, hija? Llora?-Quin, yo?-Pues claro est.-N . Por qu voy a llorar?---Eso mesmo es la que quiero que me diga

    Algo le pasa.-No me pasa nada, taita. Se la aseguro.--Mreme a los ojos.Era mucho pedir a la pobre, que vndo.;e

    traicionada por aquel sollozo involuntario, y prxi-ma a un temido interrogatorio, se ech il llorar. Que-dse desconcertado el seor Higinio, observndolalargo rato, sin decir palabra. Nunca antes haba vis-to a su hija llorar de improviso. Al cabo, cual fusi.iazo que rasga la oscuridad, tuvo una idea embriona-na, una sospecha informe, y pregunt:

    -.Quin ha estado aqu?Silencio por parte de Nieves- Quin ha estado aqu?

  • D. 5amper Ortega 25

    -Nadie. j Qu idea!--Nadie. nadie j Eso pa otro! A yo no

    fOC engaa el olfato.--Pero quin haba de ser, pues?--Me 10 va a decir ahora mismo . Yo no quie-

    ro lapujos en mi casa.--Ay, padre!--jHblel Dje un lao el miedo!-j Si le digo que son ias! .:t-Ella paseaba por toda la estancia los ojos. evi

    tando ~ncontrarse con los de su padre. Mas sbita-mentE' palideci: en el ruede de estera, extendido al[1ic de la banca, haba visto las huellas de don Pe-dro. El mayordomo. que con la suya iba siguiendob mrada de su hja en torno del cuartucho, detuvotambin los ojos sobre el esparto sucio de barro. NoSf. percataba. Nieves mir a otro lado y a otro, perolar huellas tornaban a atraer su atencin. Se diraque las almas del padre y dE' la hija, convertidas enmiradas. se perseguan. En una de tntas dilacionesdI' los ojos sobre el mismo ~unto, el seor Higiniocomprendi que tena delante el rastro de unos pies;se puso rojo, y su ndice tembloroso y severo seal()junto a la banca:

    --Esas patas embarradas que estn ah--dijo--$,)11 de un hombre, j Maldita sea!

    Irguise colrico, y agarrando a la moza de unaOIucca. zarandebala:

    _H'j Hbla. por Cristo, condenada!La infeliz dobl las rodillas:--Perdn. perdn! Yo no tengo culpa!-Ah. conque era cier~o! SU nombre! Ded-

  • 26 LlJ Obsesin

    Infame!.iPobreci

    Illl' su nombre! iEntoava no estoy tan viejo que noJo pueda matar!

    -i Perdn ... , perdn, taita!El seor Higinio solt, a mejor an, tir lejos

    de s el brazo que tena preso en sus manotas recias,y comenz a pasearse de extremo a extremo del ran-cho, mascullando entre dientes maldiciones y frasestruncas. De sbito, levantando del suelo la esterilla.~e puso a mirada con detenimiento:

    -El que vino era uno de botines, verdad?Nieves asinti con un movimiento de cabeza.--Me las ha de pagar! Me las ha de pagar!Intensamente plido, bebiendo aire con ruido.

    cual si se asfixiase, y encarado con la muchacha:-Ser .l .. ?-pregunt, sin atreverse a

    pronunciar un nombre.Nieves no dijo palabra. El viejo alz los brazos

    ll cielo, cerrados los puos, rechinando los dientes.Mas a poco fue doblando las rodillas junto a ella, co-mo si la clera que le embargaba se hubiese despeda-z:ldo contra un muro infranqueable. Enredaba 105torpes dedos en la cabeza de la rapaza Llor amar ..gamente. como un nio, con intenso dolor. conamargura infinita.

    _h Infame! Ay. de m!Pobre hija ma! Pobres los pobres!ta pobrecita!

  • v

    Vctima de extraa sensaClOn de pena y rebel-da. el mayordomo ensill de nuevo la jaca. con losprimeros resplandores del alba. y se dirigi a los ea-I't"Jles de la casa grande. para ver el ordeo, Antoj-Lasele negra pesadilla la escena tenida con su hija lat'lvche anterior, Estaba car.sado. cual si le pesase lavejez. no sentida hasta entonces, Mas nada de estoprest mrito para apartarlo del cumplimiento de sudeber. a que estaba habituado en muchos aos de tra-bajo,

    Aun persista la llovizna, Del lado de orienteera ms claro el gris uniforme del amanecer, A meelida que se acercaba a la casa. iba percibiendo los diversos rumores de una hacienda que despierta: mu-gidos de las vacas. risotadas de los ordeadores. re-chinar de ruedas de algn carro. a la lejos,

    En el corral sinti el chasquido que hacen losvies de los jornaleros al ,,',minar entre barro: des-pus. el caer de la leche en las vasijas: las voces detino que ataja al becerro discolo. el resoplido de una1'l~Sque olfatea al que se le acerca, Menguada y par-Jadeante, la luz amarilla de un farol alargaba lassombras y haca parecer deformes los animales,

  • 28 LB Obsesin

    Despus comenz el despertar dentro de la casa.Primero el golpe de una puerta; en seguida, eco de ca-sos en los corredores; risas apagadas y runrn de ur,avoz; ruido de goznes mohosos en la ventana que.;tI abrirse, tiende en el corral dbil faja de luz.

    Ya ms daro, distingua grupos diseminadosaqu y all. Una india, en cudillas al pie de la vaca;p1 becerro que da de cabezadas a la madre; un hombre'lue corre a atajar esa vaca joven, que ha abierto laruerta, a fuerza de rascarse contra ella; el perro rece-loso, que pasa de largo, pegndose al muro; y al sonido de una vasija que rueda al suelo, las paloma~qlle se alborotan en el tejado.

    El seor Higinio clav los ojos en la ventanaque corresponda a la alcoba del patrn: estaba cerrada. Sobre la cornisa saliente del marco que sostienelo~ gruesos barrotes protectores, se mova un pajari-110. El fro de la maana obligaba al mayordomo ahacer uso frecuente del pauelo. un gran pauelo d.?(,)Iorines con la punta desgarrada. Alguien tosa.

    Terminado el ordeo, el seor Higinio hizo eal1iino al barbecho. Al verle llegar, dos potros levantaron la cabeza, para hur lugo, entre corcoveos y re-inchos. Con apresurado batir de alas escap de en-tre los mismos cascos de su bestia pintado pajarraco:cIro gorjeaba en la rama cimera del cerezo. De lasmgras heridas que le hizo el arado, la quebrantadatierra exhalaba: un vaho tibio. All iba la yunta,entre crujidos del yugo, resoplar de los animales ygr:tos del boyero. La llovizna segua cayendo, y 1;1rlaana estaba agrisada y triste.

    Triste como el pobre viejo, de ojos enrojec ~

  • D. 5amper Orlega 29

    C'.osy manos temblonas. Sopl el dolor sobre su casamientras l. engaado por e. amo. recorra los potre-ros. ajeno a su desgracia. Ya no era rabia lo quesenta: era fatiga. No es jr.sto. n. que el rico dis-ponga as de las hijas de lo~.pobres; pero, quin va

  • 30 Ld Ohsesin

    Mas la cierto es que ahora, tratndose de suNieves, Higinio miraba las cosas de distinta manera.

    Despus de cerciorarse de que los trabajos an-daban a derechas. el seor Higinio torn a pasar porfrente a la casa de la hacienda Don Pedro, de pali-que con el mozo mandadero, en el patio exterior,tranquilo, risueo y bien dormido, denotaba en elrostro la satisfaccin que dan la buena vida y el nolaber hecho mal a nadie,'

    Al verla, el mayordomo sinti afluir al rostrotoda la sangre ele su cuerpo: atropellndose en sue~piritu le avasallaron simultneamente el odio, elmiedo. la clera, la humildad, y quiso pasar delargo. como si no hubiese notado la presencia delamo.

    -i Higinio!El aludido sofren la bestia. que hubo de pa-

    rar en seco, doblados los cuartos traseros y tiesoslos de adelante:

    -Buenos das, patrn-repuso mirndolo fi-amente.

    Don Pedro le sostuvo la mirada, cual si no sos'pechase que ya el viejo estaba enterado de la ocu-rrido a su hija Al fin. el mayordomo baj lo~OJos.

    -- Fuiste al barbecho?-S. seor.-Han adelantado bastante?-S. seor.--Cundo se podr sembrar!'-Para la semana que viene.-Est bien--dijo el amo;-y reanud la coo-

  • D. SlJmper Ortega 31

    versaclOn con el mozo mand.dero. El mayordomono se atrevi a marcharse. Aguardaba pensativo, ysu cabalgadura al resollar con fuerza mova al jinete,

    -i Patrn, patrn !-dijo en esto un chico qu~\'cna corriendo. -Asmese pa ac sumerc, pa quI'vea el guila que se le escach el otro da

    -Dnde est?-Aqu nomasito, en el potrero de junto.--Hgnio: and bajrr. e la escopeta. Ten

    cuidado, que est cargada.El mayordomo descabal:~, y poniendo los

    zamarras esparrancados sobre la silla, despus deamarrar la bestia, entr en la casa.

    Cuando voivi, don Pedro estaba de espaldasa la puerta, Por la mente de Higinio cruz una ideaoscura: hizo ademn de disparar. iSi l se atrevie-ra! Era asunto de mover un dedo, y el violador desu hja pagara su falta. Despus dira que aquellofue involuntario.

    -j Imbcil! -grit el seor. Quit de ah laescopeta: no ves que si se te :;ale el tiro me la ajus-(;s a m? Ech pa ac.

    y tomando el arma, don Pedro se encamindetrs del chico que le trajo razn del guila. Aos pocos pasos se detuvo:

    -Ala, Higinio: me le decs a la Nieves que se[tase por aqu.

    El viejo se puso plido. Abri la boca paragritar, mejor an, para restaJar en el rostro delamo estas palabras: iDesvergonzado, infame, ruin,canalla! ... Pero, j tena encima cuatro siglos desc1avitud, y slo pudo responder:

    -Est bien, patrn.

  • VI

    hia de la maana. despejada como todas lasJe diciembre, Nieves tendi sobre los trboles la ra-p'. que haba trado del arroyo. hmeda y blancaSoplaba un airecillo rumoroso en la arboleda, ju-~uetn al rizar el agua y sofocado cuando. preso ba-jo las piezas tendidas al sol, las hencha blandamen-le en olas cndidas.

    PU'lstos en jarra los brazos, suelto el endrinocabello mojado, donde la luz parece cuajarse enl hispas azuladas, la joven se queda mirando en vagoy con una sonrisa triste pasmada en sus labios. La-dra un perro en la loma, escarbando la tierra. y ms"Jl se alza de un rancho pausada trenza de humo.corno en las alegoras de paz y pureza de los librosentonatorios. Oyese el gorgor del arroyo cercano yla ms alta rama de un sauce se dobla a levanta .llos esguinces de un gorrin que en ella se alegra.

    Del lado del rancho rompe a cacarear una gallina. Al escucharla. Nieves abandona aquel mirarsin ver. y vuelve a transcurrir el tiempo, que habadetenido para ella el andar. Recoge ligeramente sutalda, y endereza hacia la loma.

    Antes habra subido corriendo, y al llegar a laalto apenas si las ventanllas de la nariz se le hu-

  • D. 5amper Ortega .33

    bieran dilatado en movimiento ms rpido; pero"hora tiene que subir despacio, entreabierta la bocaen busca de aire, y haciendo altos de rato en ratoVuelve entonces a apoyar en las caderas sus brazos.\' se entretiene en mirar haci: abajo, mientras la fal-da. que la brisa cie a su cuerpo, acenta las pier-lias y hace resaltar ms an ::a causa de su fatiga.

    Por fin llega hasta los matorrales de chite que(Jor grupos cubren y disimulan la aridez del suelo.ayrno de tierra negra. y rec:oge un brazado de ra-was enjutas, que al ser quebradas en la cepa chas-quean.

    En la hondonada corrm dos gaanes, persi-.gui211doun buey que al sentirse por un momento Iibre deI yugo, procura esquivar el trabajo. A su lado, dos gozques ladran furiosamente, emparejados:\1 animal en su carrera.

    Nieves pens con tristeza en las injusticias deb existencia. que asi la obligaba a ella a pagar, sinquererIo, su tributo a la humanidad, como forzabaa desgarrar la tierra a aquel manso animal. que' aca-so eludi la faena bajo la influencia de oculto do-ror. Si por ella fuese. 10 dejada vagar Cmo eraposible. a no ser por descor..ocida causa, que hu-yese as r.riatura tan mansa, resignada, melanclicay dulce para sobrellevar los golpes del boyero?

    iOesoladora semejanza la que palpaba entreella y el rebelde bueyecillo! No haba vivido ellatambin soportndo sin protesta su msera existen-cia, y ceida ~ la cotidiana lahor, sin esperar otra re-compensa que la tranquilida d de espritu? Y sin

    S

  • L/j Obsesin

    embargo, un da, nueve meses antes. quien era amode ella y del buey desgarr brutalmente aquella cal-ma. cual el perro que se arroja en la zanja y rompela alfombra de algas que una larga quietud hacen"cer sobre el agua.

    Vnole. recordando aquello. como un vago de-sro de esquivarse a s misma. de hur de las horas'-iue haba vivido desde aquella noche en que se rin-diera al capricho del amo, hasta el momento, ya pr->..imo, en que sus entraas se viesen libres del intru-so que alentaba en ellas. Tuvo la ilusin de queDios, compadecido de sus sufrimientos y practican-do su poder infinito. trocase la realidad en pesadi-ha. iDespertar de ella en el punto donde dio co-mienzo su padecer! No sera esto posible?

    Pero, a qu obedecan sus temores. su repul-sin a ser madre? Quiz la muchacha no se dabacuenta de las causas. En el fondo. acaso. los moti-vos eran 10 que haba sufrido en los meses de espe-ra, y una tforme rebelda contra el amo que afuerza le impona el pago de tal tributo a la natu-raleza, antes que la misma naturaleza, despertan-o en su sangre dormidos instintos. la hubiese echa-do sobre los ojos un velo de pasin. para cuandoSe tendiera su mirada sobre ese porvenir doloroso del(l.mor.

    iCun largo se le hizo el tiempo de aquel dapara ac, y cun fugaces los das vividos hasta en-tonces! Sumados todos los aos de su niez inocent~. no valan la que un instante de los inacabablesmeses que pas su espritu en vela.

    Qu la mantuvo en constante meditacin?

  • D. 5amper Ortega 35

    Fueron tal vez los padecimientos corporales, desd~que una vida nueva, al germinar dentro de su vida,ensanch sus entraas, y la Jen de ideas fnebres,d'.' veleidades y caprichos, d~ nuseas, de sollozos?

    Lament como nunca la muerte de su madre,(:11 quien sin conocerla adivinaba la amiga paracompartir su tristeza y abandono, la desesperacinque iba cubriendo su alma. El seor Higinio no pu-do comprender los padecimientos de su hija, no supomedir el dolor inenarrable de aquellas miradas vaas. 'mientras en el caos del cerebro, an adolescente,se agitaban embrionarios anhelos y sentires, protes-las informes contra la injusticia de su sno, y nos-talgias de un mundo ms humano.

    Ya en el rancho. Niev~s hizo una escoba conlas ramas que trajera, y al barrer las hojas secas(adas en el patinillo de tierra dura, vio venir a supadre, sendero abajo, segui(~o de Canelo, que lehaca fiestas a guisa de bienvenida. El seor Higi-Ilia lleg sudoroso, desprendiendo con torpes dedosles amores prendidos a su ruana al paso por la ori-lb del arroyo. El da estaba ardiente, y en el cam-po reinaba ese silencio de las maanas claras, pre-lado de rumores lejanos y de la voz de la tierra quebrc al sol sus poros. Canelo se tendi a la sombra,aczando; y la escoba que las manos de Nieves ma-nejaban, iba marcando a la largo del patio anchasfajas limpias.

    El padre, cual sola, hizo a la hija un recuen-10 del trabajo cumplido en la maana, de los suce-,os ocurridos en la hacienda, de sus proyectos parata tarde. Refiri que la mul;] rucia haba muerto la

  • Lil Obsesin

    noche anterior. reventada por haber comido carretnverde: que la "Mojicona" haba parido dos becerros:que or Cipriano estaba a punto de perder "lasIembra de maz, caso que no se descolgara aprisita\.ln aguacero"; y agreg que "en los tiempos que co-rren, todo est muy malo", y que el seor cura an-daba diciendo que "se aprevinieran pa trancarles enlas elecciones a esos rojos condenaos. que horamesmo estaban con el decir de sbelo Dios qu he-rejas". Dijo tambin que ya tena "apalabreada al11isiCrisanta pa la de Nieves, que en estico habade totiar; que a la tarde s' iba pa onde su compa-dre Manuel a darle una manita en 10 dei potro ala-L,3n, que ya estaba jecho pa la operacin: y que lesirviera volandito la papa, porque trya el est-mago huero" .

    Ms durara la pltica si Nieves, palideciendode sbito, no hubiera lanzado un grito:

    - Qu tiene?-Ay, taita! Un dolor pero ya va pa"

    sando.--Habrs gi.ielto a COIHerguayabas en ayu~as.-Qu guayabas!Los dos entraror, en el rancho, donde la olla

    hava fragante sobre el fogn. Canelo, al sentir-los, se levant desperezndose para ir a echarse alpie del seor Higinio, quien sentado en tosco tabu-rete de cuero sin curtir, y apoyando la espalda con-tra la pared, silbaba. Nieves quiso poner la mesa,pero otra vez se puso blanca y exhal una queja. EllLlayordomo la mir de arriba a abajo, y como sihablase consigo mismo, dijo:

  • D. 5fJmper ;)rfegd '37

    -Esto es mano de llarr..ar a la agela. En na-dita voy y gelvo.

    Los dolores de Nieves continuaban cada vezms frecuentes. Canelo agitaba dormido las ma-nos, igual que si soase estar de carrera. La olla se-gua cnucheando en el fuego, Y el sol dibujaba en elpatio las sombras trmulas de los rboles. Lejos,;lUY lejos, alguien grit:

    --iAtaa . jenloo ataa.

  • VII

    La seora Crisanta, andando lentamente. fuehasta el extremo de la huerta e inclinndose sobred brocal. atisb por entre dos tablas el pozo. quesemejaba un nido de silencio. hondo y sombro;apart las maderas que la cubran, y el agua des-pert llena de azul y rebosante de estrellas; al er,harrn ella la vasija. sujeta de una cuerda. la luna quebaba en el fondo se rompi en hilos dorados. y el

  • 39D. 5(Jmper Ortegti

    visto ms patente el castigo cel pecado mortal. Por-que pecados. y graves. eran los de amor; a su debidotiempo llega el sufrir en qUE: la seora Crisanta to-maba parte muy principal. Unas veces, el angelitodvena muerto. o falleca ". las pocas horas; esto.cuando la vspera del da temido la madre se encon-traba de improviso frente a algn chulo, ave de ma-la sombra; otras. si est de Dios que mientras tardaen nacer la criatura. cante una torcaz, la madre pue-de ir pidiendo los leos; tambin es de mal ageroque venga a la casa una lechuza. si no se trata deprimeriza. que sindolo. la lechuza no pasa de serun indicio. Mas ninguna e estas seas concurrien el caso de Nieves y. no obstante. la seora Cri-santa no tuvo que lidiar en toda su perra vida. al de-rir de ella misma. un caso ms dificultudo

    De rato atrs. Nieves haba terminado poradormecerse en el deleitoso :meo que es consecuen-cia del agotamiento fsico; en sueo remedo de lalnuerte. en que ni se duerme del todo ni se deja devivir; los rumores del mundo llegan apagados.Ioientras la nebulosa de la quimera envuelve el es-pritu en cendales de suavidad. de ficcin y de re-poso. As, el relincha de un caballo en la mangacercana se trocaba dentro de la mente de la mocitaen leve columna de humo. la cual iba tomando laforma que en su imaginacin tenan los espritu9:tral1sformbase el humo en rumor. si la seora Cri-santa. empapando un trapo. lo retorca lugo sobrerI cubo; y el ruido a su vez vino a ser luz: la lnealuminosa que enmarca la puerta mal cerrada. y quehiere los ojos de Nieves. entleabiertos y nublados de

  • +0 .Lll Ob"esin

    somnolencia. Por momentos so estar murindo-SI': aflua toda su sangre al cerebro. le pesaban ho-lriblemente los prpados, y segura de no poder gri-tar pidiendo socorro. quisiera reunir todas sus fuer-zas para mover un dedo, con la vana esperanza deque su padre a la seora Crisanta entendiesen. alverla, que deban despertarIa de aquella horrenda pesadilla. Mas como ninguno de ellos se percatase. lamuerte, avanzando. llenbale la cabeza de truenos yla arrojaba en un profundo abismo; la sensacin dela cada era perfecta; pero ya en el momento mis-mo de estrellarse en el fondo despertaba. y conven-cida de la mentira. iba de nuevo sucumbiendo a lalI~odorra .

    Mientras la seora Crisanta. sin hacer ruidopara no despertar a Nieves. fregaba con lienzos h ..rnedos la estera de la salita. donde se haba derra-mado una pocin. el seor Higinio. sentado en unabanqueta, el rostro entre las manos y acodado en lasrodillas, mantuvo los ojos en el suelo: ni la respira-cin entrecortada de Sll hija, suspirosa y cas sollozante. ni los golpes que la manija del cubo dio contra ste cuando la comadre la empujaba sobre el pi-~() para cambiado de sitio. n los vagidos con que elnio se haca notar, le sacaron de su mutismo. Sidira que el viejo era vctima de una de esas idea!permanentes, que suelen revolar en el cerebro a lamanera de una mariposa loca que busca salida.

    La seora Crisanta termin de poner en ordenla habitacin, y sentndose frente al mayordomo.dijo:

    -Alabao sea Dios.

  • D. SlJmper OrfeglJ 4-1

    Hubo un largo silencio antes que el otro, exh:1lando un suspiro. respondiese:

    -Jh!. Alabao Todo sea por su SantoNombre!

    Otra pausa, en que el 3eor Higinio se entre-tllVO en sacar sonsonete con las uas en la madera.

    -Malos estn los tiempos. seor Higinio.-Malos. comadre.--Las cosas que Se ve:'l ahora. y na tan

    pobre!-Vust qu .. ganas de quejarse sern!-No la creiga.-No le abunda el oLeio. pues?- V ust se cree?-No se queje. comadre. no sea decidora.-No es por decir. n. Pero ya no me caen

    genas clientas. A como se ban puesto las cosas cone.~tode la medecina ... Antes s la bamos pasando.Pero dende que se descolg por aqu el doptor, ahi~s mi si Crsanta por los sedas. y pa la que sa-r.e! Si todo son engaifas y porqueras enfrascadas.y ponerles a los males unos nombres ... Mre quevenirme a m con que el do :or de costao no es taldolor de costao sino numona! Y sabe cmo lenombra al tabardillo? Tifo! Tifo ser l. que eltabardillo es tabardillo. y por seas que se cura conalcaparro molido. iSi creer semejante barblampi.lo que sabe ms que yo. yo que he tratao ms d~estas garroteras que dolores padeci Mara Santsima! Hum! Pero asina se le' muri Nicanora de nu-mana y todo, que si a yo me ll:fman le doy su me-dio limn suasao. y santas pascuas! Y al torzn

  • 42 Lll Obsesinno puede usted percatar cmo lo apellida? Apendi-dta! Apendicita ser, pero con sobijos se cura, que10 que importa es descuajar lo que se atasca, que pa-ra algo tengo yo mis amigos en tierra caliente, quebay grar.adas Cmo estn los tiempos, mi Jessmo! Gracias a mi padre y seor San Jos que lashembras no se le quieren hacer clientes. porque, va-ya usted seor Higinio. a parir un angelito cuales-quiera s le quitan los lazos pa hacer el esjuerzo!

    La seora Crisanta era pacfica hasta el extre-mo. Pero que no le trajeran a cuento el tema de lamedecina, porque eso s la sacaba de sus casillas; ent('!Dcespareca que las palabras silbasen en su bocallena de raigones, y el prpado del ojo derecho selargaba a bailar una zarabanda, mesmamente que sile entrara el mal de San Vito. Ponase Crsantamuy nerviosa con ello, y all del trasiego con losmechones blancos y salientes por bajo del pauelonegro que le cea la frente; estarse quieta entoncescIa imposible, ni ms ni menos que un cristiano conI ;onada. Por ver si el fresco le haca bien, dej alrrayordomo entregado a sus cavilaciones, para ir alpatio en busca del relente.

    Otra vez solo, en el espritu del seor Higiniovolvieron a levantarse como enjambre zumbador laspreocupaciones. Sin que acertara a explicarse la cau-S.l, es 10 cierto que el viejo no poda pensar en elamo sin rencor, y aun casi con vagos anhelos de ven-ganza. Pero venganza de qu? Aqu nl donde sele enredaba el discernimiento, pues con la vida here-.16 de sus padres el respeto al patrn, y por msque le cegara el cario a su hija, y le dOlirra que la

  • D. 5(Jmper Orlego

    hubiesen sacrificado sin contar con ella misma. tuvoque fPwnocer que ya era rr'.ucho cuento el que supropia sangre estuviese mezclada :1 la d~l s~or en eltedn nacido. Sin embargo. a tiempo que Nievesrec:ba de don Pedro agasajos y golpe,_ segn sopla-ra el viento. la hija de su compadre Manuel. que unao atrs haba abandonado la casa paterna para ir-~e con Fermn. quien le haba dado palabra de ma-trimonio si del ensayo resultaba el amaarse, hubode sobrellevar tambin trepas y finezas. A pesar deesto. mientras su compadre Manuel, y Fermn, y todos, espiaban con gozo el progreso de tales amores.d seor Higinio y su Nieves miraron con angustiaaproximarse la hora en que habra de nacer el hijo dedon Pedro, que Nieves lIev'.ba en las entraas. Lasdos rapazas empero hallbar.se "ajuntadas sin bendiClOn, de manera que nada tena que ver en esoel mayordomo "con las teologas". Pero ... iY estepero, que el seor Higinio JlO logr poner en claro,era la causa de aquellos sentimientos imposibles declasificar. y que en resumen significaban una simplesublevacin de su espritu contra esa ley que con-cede al rico todo derecho sobre el cuerpo y el almadel pobre!

    En la lucha que sostuvo con su ignorancia porhallar explicacin l sus pesares, el mayordomo re-memoraba todo la que su hija padeci durante losr.1esesde espera. El no fue jams carioso cori Nie-ves, pero tena su amor paternal escondido en el al-ma, como fuentecilla que corre entre follaje; quienpJse de largo no la ve; pero quienquiera que la bus-que encontrar sus aguas puras, asombradas, llenas

  • rie una frescura que no se halla en las que serpeanal sol.

    y no haba sido su repulsin una corazona-da? ... j Porque el chiquillo! ... Pensando en l.p;lsbase las manos por los ojos. cual si quisiese ahuy~ntar una mala visin. A qu pudo obedecer2quello?

    La seora Crisanta. calmada ya de la danza delf)irpado. volvi a la casa. Poco a poco. los dos fueron atando otca vez el hilo de la conversacin. Desi llovera a n. pasaron a chismes del poblado; deall. sin sentido. a recordar tiempos lejanos. y deesas horas remotas. vinieron a parar en narracionesde espantos y almas en pena. a la cual invitaba lanoche. En la pieza siguiente se oan con claridad]

  • VIn

    Jos~ 'l"obo haba nacido bajo los rboles quesmbrean la carretera entre Paipa y Sogamoso. Sumadre, forzada a ganarse 1,1 vida llevando al mer-cacia los frutos de la estancia, no pudo permaneceren el rancho, y echndose a cuestas la carga de costumbre, fue a sumarse a la multitud que negrea a lalargo de las veredas, en los das de fiesta. No ima-gi.n ella que el celo le de::arase tan presto el hijoque esperaba, y en cuanto su naturaleza la previnodel advenimiento, se apart de los grupos. Horasdcspus,:eanud camino, llzvando en brazos a supequeo y apoyndose. cuando le faltaban fuerzas,CIl la compasiva mujer que con ella se haba reza~gado para ayudada en el tr".nce.

    Acostumbrada a una existencia animal msque humana. como es la que llevan en Boyac todoslc'.; de su casta, no le hizo rr.:ella ninguna el acciden-te, ni a nadie sorprendi verla llegar a Sogamosotrayendo a la espalda el cric, que revolva a uno yotro lado los ojillos tiernos. velados an por esaniebla azulina que Dios pone misericordiosamenteen la mirada del r~cin nacido. para hacerIe ms suave su despertar en el mundo,

    El chico fue creciendo en el desaseo y el ham-brc, que son las nodrizas de los desheredados. En

  • La Ohsesin

    cuanto supo andar, sus pies sangraron en los guijarros de la carretera, y sobre sus endebles espaldas soport el haz de horquetas que una cincha, ceidaa la frente, le ayudaba a sostener. De resto, era suoficio apacentar un rebao, mientras su concienci:liba despertando lenta, al modo de una florecilla sil-vestre, que abre sus ptalos sin que nadie se cuided(; ella. El sol fue su primer amigo, y el viento,que a veces se interna gimiendo en el bosque, puso~n su nimo las primeras sensaciones del miedo.Cuando el corderillo negro de la manada se despe., le dieron los primeros azotes: contaba entonces{\latro aos.

    Nunca tuvo otro compaero que Clavel, goz-'1ue habituado a ensear los dientes a todo transen-te. Jos gustaba de llevado consigo al pueblo, y deregreso sola dade la cesta del pan para que el pe-rro la trajera en la boca. y poder prestar l mejorltencn a la botija de la chicha.

    Clavel tena un ojo negro y otro claro, quede noche, en sueos. iba creciendo hasta convertirseen profunda sima, en cuyo fondo muchas veces lehizo muecas la muerte. Jos despertaba gritando, y~u madre le rea. Al buscar arrimo contra ella. lorechazaba con golpes. Para conciliar el sueo pona-~e a mirar la estrella que a travs de la ventana ru-tilaba; en sus odos se iban apagando los rumoresde la noche, y volva a despertar con la luz rosadatlel alba.

    Nio y perro fueron grandes amigos hasta lalarde en que un automvil parti en dos a Clavel.

  • D. Samper Orlega 47

    V a la pena de perder as al nico sr que lo habaquerido de veras, el muchacbo hubo de agregar la deuna nueva paliza, tan fuertE, que por varios das leimpidi levantarse de la estera donde dorma.

    Pero bien dice el vulgo que no hay mal que porbien no venga. Sin la consabida zurra, Jos no hu-biera hecho migas con el antiptico gato de ojosamarillos, ni con el gallo bermejo que su madre es-taba engordando para el cura. La vecindad del fo-gn tent al micho, que si al principio era esquivo,vino por ltimo a pasar y repasar entre las piernasdel rapaz, frotndose contra ellas el espinazo. Deah a buscar calor contra su antiguo enemigo, nohubo ms que unas horas. Jos, al segundo da dei:lvalidez, pudo comprobar una completa tranquili-dad de espritu en el gato, que xtrem sus pruebasde confianza hasta ronronear cuando el otro le aca-riciaba. El gallo, ms prudente, hizo varias tentativas de visita al enfermo, pero sin resolverse nuncaa llegar al alcance de su mano. Acercbase, receloso,estirando la cab~za en tres tiempos, cual si estuviesemarcando un comps; sin embargo, al menor movi-miento de Jos, echbase a cuestas su dignidad degallo para salir de un revuelo, alborotando el co-rral. Jos esparci en torno a la estera granos demaz, y la voracidad y el miedo trabaron desde en-t)nces reida lucha en el .nimo de aquel sibarita;con esto, y quietud, el chico logr echarle la zarpaencima, y se entretuvo largo rato observando el pa-\ior del msero, que haca c:biles tentativas de eva-sin, entreabierto el pico y congestionada la crest~.

  • 48 La Obsesin

    Cuando Tobo cumpli diez aos, su madre lael\Viaba tres das por semana a trabajar para elamo, que en esa forma cobra el alajor del rancho le-vantado en sus tierras. El peso del azadn haca su-dar al muchacho, y los cinco centavos de jornal ape-nas eran suficientes para la chicha, su nico sustentoen tales das. Si al cavar tropezaba con algn lagar-lO, la parta en dos por ver si en realidad ambasp:utes quedan vivas y se buscan para unirse. Y sial pasar junto a las zanjas lograba atrapar un sapo,dbase 3 golpeado contra el suelo hasta vedo reventar. Mas no la haca por crueldad, sino llevado, aca-so, del instinto que con la sangre indgena heredarade sus ignorados abuelos.

    Ya ms entrado en aos, el alcalde del puebloI~ impuso trabajo todos los sbados en el arreglo deO~ caminos, ocupacin que Tobo detestaba, pues ams de la mucho que le hacan dar de s, nunca lepagaron un cntimo. Pero, con todo, mal que bien.iba viviendo al lado de su madre; hasta que el al-calde le envi a la ciudad para reemplazar en el ser-vicio militar al hijo del sastre.

    Por ese entonces era ya mozo, y con amores.La chica a quien requera, no le quiso mal. Pero diola desventura de que el alcalde tuvo empeo en ha-c~rla suya. y como la opulenta juventud de Josfue un obstculo para sus pretensiones de viejo verde,resolvi deshacerse de l envindolo:ll cuartel. sindesdear la coyuntura para cobrar de paso al sastre1?1 rescate de su hijo.

    Al doblar la postrera vuelta del canino, JosTobo mir por ltima vez el techo rojo, donde la

  • D. SlImper Ortegll

    novia estara. quiz cantando, mientras daba fin a latarea; despus quiso buscar el humo de la matern3choza. que a esa hora sola elevarse al cielo por entrels rboles que la rodean; pero el llanto nubl su\ista. y en la garganta se le hizo un nudo. que a lse le antojaba formado, ms que por el dolor. porun odio sbitamente nacido hacia los mandones delpueblo.

    Pocos das llevaba en la ciudad. soportandobofetadas e insultos del sargento, cuando un paisanoque haba venido a vender' a:pargatas. la impuso dela muerte de su madre. as como de la fuga del al-c.'tlde. que se larg del pueblo llevndose algunosdineros y la novia de Tobo. Aquello fue una tarde.despus de los ejercicios acostumbrados en la Plazade Armas. Y como a las grandes penas van siempreasociados en la memoria detalles comunes que depronto adquieren un relieve imborrable. para Joscobraron vida intensa y dolc:rosa la faja de sombraque el tejado proyectaba sobre el patio. semejante alerizado filo de una sierra. y d clangor de una corne-ta. que pareca expresar. con aguda queja, tad:!la rebelda. la' angustia y la miseria del alma del sol-dado. ,

    Las nuevas de su desgracia le conmovieron tanhondamente. que no supo prestar atencin en lasclases nocturnas; el sargento. irritado. dile una bo-fetada; el mozo sinti que su dolor se transformabaen ira e hizo el amago de responder con otra: ta-maa falta de disciplina no poda perdonarse, y eltl?niente le envi tres das al calabozo, a pan yagua.

    4

  • .50 La Obsesin

    j Pobre Jos! En el fondo del alma considerinjusto el castigo. Ignoraba que los humildes notienen derecho a Ilorar cuando la fatalidad clava enellos sus hierros. Pero la soledad del calabozo fueun lenitivo para su espritu. y all llor amarga-mente a la madre muerta y a la novia perdida.

    Hizo resolucin de no volver a su pueblo. Aqu tornar a recorrer las veredas donde ya n~nca es-cuchara palabras de cario? Todos sus sueos. suspohres sueos tan sencillos, estaban definitivamen-te idos.

    Sordo, como agua que taladra la tierra. fue in-filtrndose en su corazn el rencor: llevando en lasmanos los puales de la Venganza. cuando recordaba al alcalde, al teniente. al sargento; y envueltoen desdn. al pensar en la novia fementida que assacrificara su doncellez. acaso por dinero. cuando l.J(ls. ni siquiera se atreva a mirarla con deseo, por:no manchar la pureza que pareca envolverla comoen un halo de luz.

    La vida militar era dura, mas el espritu delmozo comenz a despertar en el cuartel. De unaparte. el roce con camaradas venidos de regionesdonde se les trataba de un modo ms hum,?no. y deotra, las clases que recibiera. fueron abrindole harizontes Cuando supo leer. miraba con admira-cin hacia su pasado de ignorancia. y compadeci :llos compaeros de su niez. que habran de morir~in ser nunca hombres como los dems.

    Como se mostrara despejado, al cumplir sutiempo de servicio. los superiores propusieron ilTobo que se enganchase de nuevo. ascendido a cabo.

  • D. 5amper Ortega SI

    Jos no tena ya nexos ningur.os fuera del cuartel yresolvi quedarse. Asi pasaron dos aos ms. duran-te los cuales sus penas. sus odios. hasta sus recuerdosfueron borrndose, como se borraban en las tardesapacibles de la nativa parroquia los surcos y lasmieses Apenas quedaron en su memoria recuerdosaislados, al igual de grupos de rboles en el llano.que de noche parecen grumos de sombra.

    Un da el capitn lo envi a su pieza para quele trajera los anteojos de canpaa A esta saznlIotaron la prdida de algn objeto y sobre Jos re-cayeron las sospechas del robo. Nadie quiso orIoptra probar su inocencia. En consideracin a su bue-na conducta anterior, se limitaron a despedido delcnartel. Tobo. ya en la calle, con su atado de ropaal hombro, mir en todas direcciones sin saber adnde dirigir sus pasos. Hay personas para quienes1'1 infinito comienza en la primera curva de un ca-nlino. En el cuartel quedaban los pocos amigos conquienes parta su pan. sus emociones y sus quimeras.

    y as que sus ojos dejaran de ver el horizontec.ue les era familiar, qu otra cosa sera para l lat:erra sino dilatado desierto donde todos somos mi-nsculos granos de arena? Opt finalmente por mar-char con rumbo al norte a la bu~na de Dios y sofocan-do ci llanto que le hinchaba el pecho ante la nuevainjsticia que sufra.

    Entonces conoci el calvario de los que nece-sitan ganarse la vida y no encuentran quehaceres.Ell todas las haciendas del trnsito brindaba susmscu~os robustos, y en todas partes 1

  • 52ncdas que traa del cuartel iban quedando en losmesones. Por fin el hambre le impeli a tender hmano a un rico, en demanda de socorro.

    -j Parece mentira que pida usted limosna conesa salud que tiene! Es mucha falta de vergenza lasuya.

    --Seor: no encuentro trabajo.--Disculpa de holgazanes. Largo d~ aqu!Ante el insulto, Jos sinti pasar por su cere-

    bro, levantando en l antiguos rencor.$, el pensa-micnto de matar, como pasa un soplo de viento so-bre rescoldo que despierta chispeante. Pero no fuesino una idea fugaz.

    Sigui andando. y la consideracin de su pro-pi miseria le hizo sonrer. Era ya media tarde; nu-bes de chisgas cruzaban volando el camino. alboro-tadas y piadoras: el viento en los jarales del cerro yel agua entre las piedras hacan un mismo rumor;y el polvo que se alzaba de la ruta p:ueca doradocendal que flotase a ras de tierra. Se detuvo; susojos tropezaron con una linda moza. que puesta encnclilbs al pie del agua, golpeaba contra las piedrasde la orilla ropas qUe lavando se hallaba, muy dis-trada.

    -Buenas y santas tardes--

  • D. 5Bmper Orteg~

    --- Onde se podr hablar con el mayordomo?-Es pa buscar trabaje?-Es ust curiosa par un casual?--Es que el mayordomo es mi taita, pa que \0

    sepa.--Pues la felicito. y pa muchos aos. Y su

    pap estar por aqu nomasto?--Ha~ta ya habr llegao ai rancho.-.Ust no va pa all?-Mismamente.---Entonces. djeme ust que le lleve esos mu-

    'les. y che adelante. Caray eon los ojos que tieneusll

    Nieves baj los suyos, y en seguida. alzando1'1 ar..tebrazo para defender la frente del sol y paraC'cultar la turbacin que el req i.liebro le produca, re-puso, rndose:

    --iHoy s que est fuerte esta condenl1a luz 1

  • IX

    En horas de mocedad el dolor resbala sobre lavida cual soplo de aire que de paso hace flamear un;cortina de seda; porque la juventud es agua de rodonde las penas, como las ramas, son tan slo tem-blorosa sombra fugaz.

    Mediaba la maana. Una de esas maanas sabane-ras en que Se ve palpitar el aire sobre los sembrados.Jos suspendi la faena. y con el dorso de la mano sequit el Sil dar de la frente. A su derecha. la que ayerfue triga era hoy una gran planada vestida de nabo;y sobre el dorado aqul y el verde de los yerba les des-trenzaban los sauces. junto al ro, sus melanclicosflecos. en larga hilera partida por el puente.

    Tres meses iban corridos ya desde que el mozofue recibido en la hacienda de don Pedro Rojas,donde por su natural despejado supo conquistar elaprecio del amo. Adems, lo. conocimientos &adqui-ridas en el servicio militar le haban valido paraser una especie de segundo del mayordomo, pues sibien el seor Higinio se jactaba de poseer grande experiencia en las labores del campo. reconoca no obs-tante en Jos la superioridad que da el poder llevar enun papel la cuenta de las cargas de trigo, sin nece-sidad de ayudarse con granos de maz que, a su de-

  • D. Somper Orlego 55

    bido tiempo. pasan de una totuma a otr3- segn quelas cargas entren al granero o salgan de l.

    Jos posea tambin otras virtudes muy dignasde tenerse en cuenta. Era el lector de las noticiasen los papeles que traen de la ciudad. y los compa-f.(ros de trabajo escuchaban su comentario eon unaespecie de temor supersticioso. pintado en lo~ ojos;sobre saber leerlas. supo asimismo narrar an~en3Shistorias; escriba, sin cobrar sus gruesus palotes, lasCoartas del veci ndario; y por 1;i esto no fuese bastan-te. era preciso verIe los domir:gos tiple en mano, ta-ciada la ruana sobre el hombro, el jipa de merlio la-do; tosia con estrpito para clarear el pecho, y des-pus de unos cuantos rasgueos preliminares s,)ltab,tin vozarrn magnfico, desg2.Cgantndose casi ~n !

  • .56 LlJ Obsesin

    -Es que delante de vust me agarra una bobera ...

    Nieves se pona colorada y llevbase los dedosil la boca para hacer sonar las uas contra los dien-tes. disimulando un melindre, en tanto que Canelo,l'l perro viejo de la estancia, los miraba con fijezaentre batir y batir de la cola.

    Una tarde el scor Higinio invit a Jos a en-lrar en el rancho:

    -Pero taitica!~xclam Nieves angustiada.El viejo, lugo de rascarse un rato la cabeza,

    dijo:--Pues entonces arrim unos asientos pa deba-

    jo del breva.Tobo no comprenda ese grito angustiado d~

    la joven ni el temor que ella iba mostrando a medida que l se acercaba a la casa. Como todo el per-sonal de la finca saba que la muchacha era madrede un chico, hijo del patin. Pero, evidentemente,sobre aquella casita toda blanca tenda sus velos elmisterio. Nadie, salvo la seora Crisanta, y Nievesy su padre, vio nunca al nio, sobre quien corrieronlas ms extraas leyendas; unos aseguraban que elamo pasaba a Nieves pensin, a cambio de que noDlostrase al rorro, por el mucho parecido que tenttcon el padre. pudor inexplicable en un hombre co-mo don Pedro; decan otros que la criatura sufraun horrible ml; los ms atribuyeron el encierro aextremada vergenza de la mocita. Y la seora Cri-santa, que jams pudo callar nada, con respecto a escnio, no toleraba preguntas.

  • D. 5amper Ortega 57

    Lo nico en que estaban todos acordes, era enq\::e los ojos de Nieves se nublaron de llanto al nom"brar a su nio, y en que al seor Higinio era me-jl): no mencionarle el nieto. Mas con el correr delli~mpo se habia ido modEnndo la curiosidad delvecindario, y ya nadie, a

  • 58 La Obs~5jn

    pronto el pavor, y una angustia cruel cortaba elvuelo de sus sueos, al igual de esos gritos perdidosque en la hondo de la noche desgarran el silencio.Una vez pens confiar su secreto a Jos; pero sustrmulos labios palidecieron y las palabras se tro-caron en gemidos iQuin podra medir la torturaJe su alma, llena a un tiempo de maternal ternuray de congojas sin nombre?

    Empero, tarde a temprano, habra de llegar elmomento en que Tobo conociese la verdad. Ochodlas atrs el mozo habl con el seor Higinio sobred proyecto de casarse con Neves, y el viejo se ha-ha mostrado jubiloso porque, segn su propio de-Lir, "no era geno que la hembra anduviese sola, yil ms, de los sesenta pa arriba la sepultura nos re-lincha como burro en ferias".

    El se iba sintiendo ya viejo y presto habra de. cerrar el ojo"; bien que le gustaba saber antes dela "estirada de la pata" a su hija casada y en buenacompaa para el resto de su vida. De otra parte,Nieves estaba decidida en favor de Jos; y entre elcario y el temor, su espritu concluy por tendersebacia el mozo, como llama al soplo que l\eva elviento.

    Levantando a su paso mariposillas cndidas,Nieves se encamin a la cerca donde Jos la espe-raba.

    -Dichosos los ojos que la ven, nia . Ya es-l.lba creyendo yo que hoy tampoco.

    -Vngame a decir ahora que se haba acord:loue yo.

  • D. 5amper Ortega

    -Por sta-replic el muchacho, haciendouna cruz con los dedos y besndoselos--que no b&becho ms que mirar pal !ao de su rancho (en es-tos mesmas ojos que se ha de tragar la tierra.

    La joven le alarg la mano, despus de limopiarIa en el delantal.

    Jos la retuvo con la diestra, mientras con laizquierda sobaba y resobaba el moreno brazo de lamoza.

    -j Ah bracitos stos ms fregos pa dejarsen(oger!

    -jEso qu!~xc1am ella.-Geno; y en qu :?aramos tocante a aque-

    llito?-Pus .. ah ser decir que .. ' gen~on-

    test Nieves, tapndose la c:ara.Jos no caba en s de gozo. Descubrindole

    de un impulso el ruboroso semblante, la bes en laboca.

    -- iQueto, queto! Eso es pa endespus del ca-snrio .

    --Dejte de melindres, boba, que ya pa la quefalta la mesmo da atrs que en las espaldas.

    -Eso pensars vos.-y vos tambin; cunto apostamos?y como Jos porfiase en besarla, ella escap,

    riente y feliz. Cuando hubo saltado la .chamba,volvse al mocetn, apoyado el pulgar de su manoderecha en la barbeta y abiertos los dedos en fila,frente al rostro, para moverlos con burla, como di-ciendo:

    -Ahora s cogme .. si pads.

  • 60 L(J ObsesinJos la miraba alejarse, y una vez que la per

    di de vista, dijo reanudan:to el trabajo:--- iAh arrastrada sta ms. rejuda! Pero

    ,,~;ina me gustan las mujeres: blanditas por fuera )'t1rsas por dentro!

  • La infernal zarabanda de los prpados, queunto la molestaba, haba venido aumentando conIns meses, pesados como :os para la fIaca huma-r.idad de la seora Crisanta. Los ojos !lorolles, eltemblor de las manos huesudas y cierta mueo de laLoca, cuyo labio inferior se largaba en frecuente:;viajes hacia la izquierda, eran indicios ciertos de quelel tierra ya la !lamaba.

    Tal se deca Jos jun:o a la fuente que, en mi-tad de la plaza, desplegaba sobre el ancho tazn cir-(Jlar de la base siete 'chorros simtricos.

    Como todos los das feriados, la plaza presen-la un aspecto de animacir.. que no tiene entre sem3-l'a. En el largo corredor (~e la casa municipal, mercJderes venidos de lejos presentan sus chucheri::1s,e:1tre grandes pauelos de yerbas, prendidos a la lar-go de una cuerda. En el atrio de la iglesia, a me-dio construr, aguardan a que acabe la misa los des..creidos del pueblo, terciada la ruana, albas los jipas.retorcidas las puntas de un bigotejo de mal gusto, ymirando dulzarronamente a las mozas que vienen enlltraso, sonredas y limpias, entre rumor de telasy taconeo de zapatos domi.:J.gueros.

  • Lll Obsesin

    -Pero no piensa ust dentrar a misa?-pre-~unt la seora Crisanta a Jos. haciendo esfuerzosI:or dominar las contracciones del labio.

    --Ana voy. agela. sino que tengo que echar~OJl list una manita de conversa.

    --Ya se me pona a yo. cristiano. que Q1e es-Ir. debiendo el remojo.

    ---De qu?--De la novia que te has echao. sin tan ti ea.---Agela. ust tiene conoscencia ms que to-

    dos de que el remojo se la debe es don Pedro. To-unte a este punto es que quiero que ust me con-verse el pormenor.

    --Mir. Jos--repuso elIa.-que manque semE:'hubieran de quitar por de siempre estos bailoteosde los ojos. con slo decir esta boca es ma. ni unamigaja de nada habrs de saber por m. A la Nievesle pas su calamid y hasta ah te cuento. Pero to-c:tnte a la que sigue. o sase al criatura. and y pre-guntle a ella.

    -Dejmos en paz al cro. que con l me toca-r cargar sin mirar/e el diente. por el aqul de que elburro no le venden sin las angarillas. y asina es co-Ina la tenemos apalabreao con la Nieves. El respec-t.o de hablar con esta agela no es sino de quin lar,('sgrac.

    - Acaso no la sabs?---j Pero Nieves me ha dicho que fue sm su

    :uerencia t-Y qUIen la est negando. pues? El patrn

    :omenz a arrastrarle el ala. y ella. ni esto; que to-m este espejo. y esta zaraza pa que te hags un ca-

  • 63

    misn. y ella. ni esto; que t~ vaya quitar ]a estancia. y como la verd es que poder s puede, quepara eso es de su tierra de d .. , y asina sera quesucedi. No eS que yo sepa nada, que con la Nie-Vl'S no he conversao tocante al patrn; pero pa-algo soy ya agela, y s la de la Nicasia y la de Sacramento, y la de Usebia, y la de Mara Enduviges.que asina fue como te la estoy contando.

    -Pero. oiga, agela: y endespus la Nievesvolvi a ver al patrn?

    -Pst ... Los hombres son como Jas tomine-jas: ande han picao una vez, ya pa qu es seguir picando.

    Hasta los dos interlocutores vino el rumor delrgano, sobre el cual se alzaba a espacios el canto,para quedar ahogado otra vez por las notas del ins(rumento y seguir de nuevo entre los trmolos eje-cutados a mitad de la escala. Se dira que notas yvoces formaban como una trenza imaginaria, donde(oc;hilos montan y se hunden unos sobre otros.Ms cerca, el gorgoteo del agua en la pila y e] run-rn de las conversaciones de marchantes y merca-chifles en los baratillos. Y sobre rumores y muchedumbre pasaban manchas dE~sol. olas de sombra,segn bogasen en el azul las nubes de aquel da !terem a .

    En tanto, en el interior del templo adelantabael rito. Al pie del comulgatorio, en el crculo de luzCJuela cpula proyecta sobre el pavimento, halI-bnse los bancos de las familias pudientes, congrandes letreros en el espaldar. Cuando no estabanocupados por sus dueos, tenan atravesado de bra-

  • L" Ob5esin

    zo a brazo y sujeto con candados. un madero paraimpedir el uso a quienes no llevasen la llave. De;>.quel punto hacia abajo. parta el reeinto en dosporciones doble fila de otros bancos que. por tenermuchos brazos divisorios. as como por el color o!-ro y grasiento de la madera, evocaban el coro mis-taioso y umbro de algn aejo monasterio, dondeel tiempo, la quietud y el incienso. imprimieron elsello de la pasado sobre las cosas. Por entre aque-llas filas iba el cura revestido de capa pluvial e hi-sopo en mano, echando asperges a uno y otro lado;los hacendados ricos humedecan el pulgar en el hi~opo. que el prroco les presentaba con una sonrisa.para distinguirlos de la grey comn. Una voz cascada cantaba latinajos, acompaada en el rgano porel m;estro de escuela. cuyos dedos hacan piruetassobre el teclado. Y al comenzar la misa. al murmu-llo del intrito sumbanse rumores de enaguas al-l'1donadas, toses, tmidas escalas a la sordina. y ri~otadas de la lora en el vecino huerto de la casa pa-rroquial. Anchas fajas de luz penetraban il travsde los vidrios multicolores de las ventanas. y losrcstros de los fieles parecan rojos, azules a lvidos,segn fuese el color de la faja luminosa.

    Sentada en la tarima de un confesonario, Nie-ves atenda por igual a la misa y al cancel de lapuerta, esperando ver entrar a su novio. Por espa-CIOS se quedaba alelada, mientras en el armonio so-paba un remedo de valse, salpicado de tropezones en(lUC la cadencia se rompa.

    La campana bronca reson, de improviso, en laalto; ante el altar suba una nube de incienso entre

  • D. Sa:n[>cr Ortega 0.5

    la cual lucan como manchas de oro las llamas d~los cirios: hubo un murmuJo, seguido de silencioabsoluto. Cesaron en la plaza toda conversacin -/lodo movimiento; rasg cI aire un cohcte, y otro, yotro: un trueno formidable. asust a los ani males enlas calles vecinas. Despus, :.os bronces ms agudosIepicaron alegres, y la sagra:a pausa qued rota.

    Jos y la scora Crisanta se detuvieron ante el(hucha dcl antioqueo Tefilo, para comprar unp:

  • [(1 Obsesin

    A Jos "no le entr nunca el tal Tefilo".J l1zgbalo uno de esos aventureros afortunados queno arraigan en parte alguna. porque a la postre tie-nen que huir por causa de sus mismas picardias:vfas por una curiosa coincidencia que siempre se repite en la historia de la humanidad. esos tipos mis-teriosos que dondequiera tropiezan con la descon-fianza y mala voluntad de los hombres. suelen desrertar simpata entre las mujeres. Es cosa averi-guada que siempre han tentado a las hembras el des-,:ro y la audacia.

    Como a la tarde habra procesin, ceremoniltradicional en el da de Corpus. la calle que da es-palda a la iglesia hallbase plagada de tendejonesdonde los que quisieran almorzar en el pueblo podrancomprar presas de gallna, mazorcas asadas a papascon queso. que en grandes artesas se [rnan expueslas con las botellas de aguas gaseosas. los vasos y lasti)tumas timanes; alguna de stas. a cada rfaga de1,iento, bogJba en redondo del rebosante tonel. eak'cado bajo la mesa.

    El gento comenz a salir de la iglesia. entreempellones. Jipas blancos. amarillentas corroseas ypaolones y jergas. se mezclaban en confuso vaivn.La multitud se iba dc:;parramando por la plaza. yel! el atrio no quedaron sino grupos de mujeres quP.[l'Jian al brazo su catrecillo plegadizo. un tapetepara arrodillarse a el libro de oraciones, descuader-nado. gordo y mugroso. ceido por la camndulJ.

    -Te quedaste sin misa-dijo Nieves a Jos.fingindose enojada con l. pero sin poder evitar ensus ojazos una lumbre de cario que vala por la

  • D. 50mper Orfegtl 07

    sonrisa escondida a la fuerza entre sus labios. -Msm'gruras que guards pa dedr la culpa endespus.

    -jAh! Me habs echao de menos? Gena se-ra la devocin que tenas vo:;.

    -Hora la van a pegar aqu?-intervino els~or Higinio. -Abajmonos del altozano pa no5torbar.

    La seora Crisanta se vino en derechura algrupo:

    -Y ese milagro. comadre?-Ya 10 ve, compadre. cada da estoy ms vie-

    ja y peor de renea. Pero cono yerba mala no mue-re ..

    -Eso qu! Pa viejo dgase el suscrito. que seme ha acortao la vista pa mi rar de cerca y me ajus-ran unos retortijones ...

    -Ay, compadre Higinio!-replic la seoraCrisanta con mucha dificultad, pues tena observadoque los malditos viajes de su labio inferior se acele-raban al usar palabras que llevasen g y j ;~s queva vams siendo age ... a~;elos.

    -Razn tendr vust cuando lo dice. y quchiripa es toparla por aqu?

    -El menester de verlo, compadre. pa que meemprieste un consejo; que me ha salido mi compa-dre Celestino que me merca el pedacito de tierra, vcon:o estoy por liarIas pa el lao de la calor ..

    - y ust qu va a hao:er all abajo?-Pa tentar a ver si se me alejan estas garrote

    laS y este engarruao de los dedos que hasta romadizo ser.

  • ---Andele con maa a mi compadre Celestino.Que se es muy sabido.

    A la tarde cundi el alarma por el pueblo.pues el cielo. poco antes azul. mostraba ahora un co-ior gris. augurio de lluvia. El seor Higinio, sinembargo, pudo asegurar que no llovera, pues elviento iba hacia la estancia de su compadre Manuel.La nube amenazante pas en efecto y entre los re-zagas aborregados deI firmamento aparecieron denuevo jirones de turqu. En punto de cinco repicron a procesin, y entre clamores de las campanasy de la multitud, apareci el cortejo en la puerta dela iglesia. Primero la cruz alta, y los ciriales de lULdbil, casi perdida contra el blanco de los muros;lllcgo una doble hilera de fieles que llevaban titilan-tes cirios. ms luminosos mientras ms se internabanlas filas en la penumbra del interior. Reventabanlino tras otro los cohetes, se colmaron de gente lascalles. DeI pie de la torre ascenda lento el humo delos incensarios, que tornasolaba en lo alto. contrOlel sol.

    -j Ya viene, ya viene!-j Silencio !-respondi otra vozSerpeando lentamente, las filas avanzaron so-

    ure los camellones de aserrn, y bajo los arcos don-ch', a veces, enredbase el asta de algn estandartp ..Seguan repicando las campanas y los vanos de latorre se poblaron de curosos. Solemne, con las ga-fas a media nariz y un gran escapulario blanco 'iO-bre la mantilla. la maestra vena delante de las niJsescolares, todas muy aseaditas, peinadas de trellZ:I,y de andar timorato. Un segundo est3ndart~. y en

  • D. Samper Orfega 69

    pos los chicos, atentos, ms Gue a la procesin, adesprender de los cirios la ceta chorreada. Domi-nando todos los ruidos muge un toro en el COS, ylos icos se miran con la risa en los labios; mas encuanto el maestro vuelve a mirar, hay un vaivn decabezas rapadas y un abrirse asombrado de lus cji-Ilos :nquietos.

    Ms all adelantan trabajosamente seis forni-do!: mozos que traen el armonio. En 1.1 rueet) apa-rece por fin el palio: los magnates del pueblo llevanI;lS varas, y entre ellos viene don Pedro Rojas. reco-gido, como hidalgo de la edad media. Deb.ljo des-tl.'llan la custodia y los ornamentos dei prww yalbean sus canas. En las esquinas se dctien2 la pro-cesin, suena el armonio. y las voces de los cantolesse pierden casi en la vastedad de la plaza. Al :abose reanuda la marcha, y vuelven a reventar los cohe-IE'S y a taer los bronces.

    La alfombra de aserrn tendida entre arco yarco, queda deshecha. Un nio recoge varas de co-betes. y otro chilla entre la muchedumbre aprztuja-da, que avanza a lado y lado de la calle. El vientodispersa el humo que an flota ante el altar abando-nado.

    En tanto, el sol declina y la penumbra aL:ulad.ldl' la tarde se tiende sobre el pueblo. Cobran brillolas luces y alientan ms rojas las ascuas d~ los turi-frrarios. El coro est ms ronco. Los que viven le-jos se escurren. Comienza a lloviznar. Los cohe-If'S no se oyen ahora sino de rato en rato. En h chichera se oye un runrn de voces.

  • 70 La Obsesin

    Sbito cunde el silencio. Es que la procesinlleg a la iglesia, y el cura, fuera del palio, impartea los fieles la bendicin con el Santsimo. Todos se.IlTodillan. Callan las campanas. El agua cat> sincesar en la pila.

    Rato despus, el seor Higinio inici la mar-cha de retorno a la heredad del de Rojas. Resbala-ban en la greda hmeda del camino y en la oscuri-dad las luces de los ranchos eran como flores de ja-ramago. Primero se oan las voces de los caminan-les que iban al pueblo; se precisaban, y en segui-da. ya perdidos otra vez en la sombra, an se escurh;!ban un trecho ms las conversaciones.

    Por fin llegaron a la estancia, pese a los ena-morados, que disfrutaron a sus anchas la oscuridad\' la resbaloso del camino. Canelo vino a recibidoshumillndose. El seor Higinio encendi lu2'..

    -Conversen ah, mientras voy a echarle un[Joco de tamo a la yegua-dijo Higinio.

    Los novios quedaron solos. Cuando 105 pasosdd padre se apagaron, Jos, tomando el rostro dela muchacha, la bes en la boca. Nieves tuvo unt.:mblor. Irguise para huir, pero qued enfrenta-da a su novio. El pensamiento de que ya no eraposible dilatar ms el decir a Tobo su secreto, hizopalidecer sus labios Con voz que era casi un suspi-10, musit:

    -Gime,. Jos, la que te vaya decir.-And diciendo. Pero no te pongas as, no

    ieas boba. Ests que ni un papel de blanca.-Es que..

  • D. SBmper Orfego 7\

    -Pues entonces no me digs nada todava. ytoc un poco de esta pa que emborrachs la vergenza.

    Nieves senta reseca la garganta. Le temblabanlos senos bajo la blusa de zaraza. Continu:

    --Sabs que hace tres G.os yo tuve ...- U 11 hijo del patrr,? Eso les ha pasao

    .1 todas las mujeres. Aqu t el mundo tiene qu\'er con don Pedro.

    ---Pero es que el mo. al mo nadie lo havisto porque iQu desgraciada que soy, Diosbendito!

    Un escalofro recorri '., Jos de pies a cabezaPor qu se asustaba as Nieves para contade unacosa tan natural? Quin en la moz: que hubieravivido en la hacienda. si:1 entregarse ;l amo,cuando l lo quera as? No es tradicin que lospatrones hagan el amor a la5' hijas a mujeres de susarrendatarios? La misma madre de Nieves. segnoy contar Tobo, no hab, cado tambin en lasgarras de ese hombre. antes que naciese la rapaza?Es de suponer que el seor Higinio la supo a tiem-1'0 y nunca le dio importancia a los quereres dl'lamo y su mujer. Conque, a qu venan los arru-macos de su noyia?

    -Acab-dijo en tono seco.-Mi nio es .. , es ..y de pronto. haciendo un esfuerzo para con-

    c1ur, Nieves fue hasta la puerta de la pieza conti-gua. donde dormitaba su hijo, la abri de par enpar, y repuso:

  • 72 La Obse5-in-Algn da lo habrs de ver. Entr. pues!L~v?ntse el otro desconcertado, y con el andar

    Je quien camina a tientas, entr en la alcoba. Sobrel.1 cama del abuelo reposaba el nio. Fij en l lamirada. A medida que su vista se haca a la penum-bra, iba distinguiendo mejor a la criatura: cabezagrande. cabello liso. la hoca pequea. la.

    Sbitamente retrocedi en instintivo movi-miento de repulsin. Aquel desgraciado tena lap:>.rte superior del rostro como una tabla rasa. sinojos.

  • x

    Circuda de sauces y cer~zos. con la sabana in-mensa por fondo. su sembra:lo en que vaguean lasgallinas y su patio de tierra limpia en el frente. lacasita de zcalo rojo y blancas paredes era como unremanso donde la vida se sosiega. Cuando pasabael t~en. atronador y trepidante. largas guedejas dthumo venan a enredarse en los rboles del contarno. hasta que la blanda brisa las llevaba cielo arri-ba a llanura adentro.

    Defenda la casa del sol un viejo fresno. cu-yas races corvas hacan arcos a flor de terra; elt':or..co centenario mostraba amplia caverna. lamidapor el fuego que encendieron a su abrigo manos des~wnocidas. y era todo rugoso y duro como un tos-ca dolo de bronce; en una ::-ama mutilada se enre-daban bejucos de madreselv

  • 74 La ObsesinA su fresca sombra iba a correr serenamente un

    idilio. Jos cuid con esmero carioso las florecilla,>ciel jardn; hizo marcos de corteza a los bonito~anuncios lustrados que le regalaron cuando estuvoen la ciudad; fabric las sillas rsticas que habra deenclavar junto a la puerta: y a la cabecera de la ca-nu colg una Dolorosa. rodeada de cintas, caracolesy lentejuelas.

    j Por fin amaneca en su vida la felicidad. Deah para atrs el pasado se borraba con su cauda grisy montona. punteada a espacios de memorias tris-tcs. que ahora le parecieron dulces y de aoranzasnlegres. que ..istas a la lejos tenan un leve matizmelanclico. Entre todos sus recuerdos el de la ma-dre muerta en abandono y vejez. y el de Clavel, pe-rro leal y nico amigo de su infancia. se alzabandolientes al travs de los aos. para cmpaarle la,ojos y tornar nuevamente al olvido. j Cun vagosv remotos se mostraban ahora la aldea nativa y dtecho pajizo de la paterna heredad. a travs de cu-y.os vanos rutilaban las estrellas! Y cmo hoy. a lalumbre del nuevo amor. ya no le dola la evocacinde aquella zagala boyacense. incentivo otro tiempode sus ensueos!

    Nacicnte febrero, vino la sazn de los trigosY con la madurez de las dciles espigas. que ondula-ban rumorosas al viento. lleg el amanecer tan espe-rado en que haba de ir por Nieves para llevada a laiglesia.

    De lejos advirti al seor Higinio. caballe