la noción de sociograma
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LA NOCIÓN DE SOCIOGRAMA: Aspectos a considerar para su comprensión
Dra. Susana Gómez
En el contexto de la propuesta Sociocrítica, la noción de “sociograma” es probablemente uno de
los más discutidos y desafiantes para transmitir didácticamente. A la hora de comentarlo, surgen
dificultades para situar su complejidad en la red conceptual de una teoría que la redefine continuamente
y cuyas publicaciones no suelen ser accesibles en nuestro país. Por eso, tanto en la necesidad de
transmitirlo como en la importancia que conlleva para su transferencia en investigaciones sobre los
discursos sociales, resultaría útil al menos tener en claro algunos de sus aspectos más relevantes.1
Veremos esta noción ubicándonos en tres puntos de apoyo: En primer lugar, las referencias
contextualizadoras del sociograma; luego, su definición tal como es rescatada por la sociocrítica
aportando dos ejemplos propios y, finalmente, cómo el sociograma nos orienta hacia el problema de la
economía de la legibilidad social de los textos.
Bajtin y Foucault: nociones de abordaje
Aceptemos inicialmente que sociograma involucra al menos dos referencias conocidas para
nosotros: la interdiscursividad en M. M. Bajtin y las formaciones discursivas de M. Foucault.2 Hay
más nociones cercanas, que Régine Robin sistematiza en uno de los artículos que leeremos aquí (1992),
pero sólo consideraremos las que nos son más cercanas a las teorías literarias de la carrera de grado en
Letras.3
M. M. Bajtin reconoce la relación interdiscursiva como constituyente de una cadena de
enunciados que, lejos de simplemente remitir unos a otros, conforma una red epistémica a partir de la
cual se comprende activa y responsablemente una situación dada en el mundo. La palabra, slovo,
acredita la memoria discursiva –y con ello cultural– inscripta en los enunciados, a su vez respondientes
de otros, constituye un estatuto epocal de los discursos en el cual participa el hablante -en la vida del
enunciado- con igual responsabilidad. La presencia de los discursos sociales de una época a otra,
accediendo a un Gran Tiempo, está garantizada por esta relación interdiscursiva productora de
evaluaciones sociales que permiten comprenderlas en una relación más amplia (el Renacimiento, en el
Rabelais; la moderna caída del héroe en Dostoievsky). La polifonía integra el planteo bajtiniano, en
tanto las voces sociales ingresan en las obras (los enunciados), no como ecos que repitan lo ya dicho,
sino en su particular característica de ser productoras de sentido y de constituirse en señales de una
producción ideológica. La memoria discursiva radica en un registro que dialoga con el presente desde
el pasado inscripto en él, tal como se desprende de la idea de polifonía.
Por otra parte, vincularíamos al sociograma con algunos textos de Michel Foucault en que se
describe la formación discursiva como una regulación de lo decible en un estado dado de sociedad. Los
1 Podría circunscribirse este enfoque a un grupo de autores: Duchet, Angenot, Robin, Cros, Malcuzynski, a
partir de los estudios del CIADEST y de la incorporación de investigadores de habla francesa a una
perspectiva que se diversificó con el tiempo. Ver: http://www.sociocritique.mcgill.ca (en francés) 2 El término “formación discursiva” proviene también de Michel Pécheux, pero será dejado de lado por
ahora al no contar con la fuente primaria. 3 Otras nociones “que sirven de horizonte [...] pero que no son sinónimos, balizan el paradigma de la mediación del
pasaje de lo discursivo a lo textual, la manera en que se cristaliza el discurso social, se fija en ciertos puntos,
alrededor de palabras o de imágenes van a devenir ala materia primera de la ficción, que el escritor va a investir y
hacer trabajar en el texto.”, serían para Robin: Formación discursiva (Foucault). Topos cultural (Curtius) Modelo
ideológico (H. H. Wetzel), grilla cultural (M. Mougenot), aura (Benjamín), símbolo de masas (E. Canetti), omplejo
discursivo (P. Tort), Zócalo discursivo (Robin), ideologema (F.Jameson), palabra clave (M. Tournier), cliché cultural
(H. R. Jauss), tema revelador (P. Macherey) (Robin, 1993: 13)
2
discursos, dice Foucault, se agrupan entre sí, a veces de manera estructurada en centros de atención en
la historia social, a partir de sistemas que actúan en la formación de los objetos, los conceptos, los
sujetos, las elecciones estratégicas en la función enunciativa. Se pregunta: “¿Y qué especies de
relaciones hemos de reconocer valederas entre todos los enunciados que forman, sobre un modo cada
vez más familiar e insistente, una masa enigmática?” (1970 en 1990:51). Una de sus definiciones para
“formación discursiva” se lee así: “[…] es el sistema enunciativo general al que obedece un grupo de
actuaciones verbales, sistema que no es el único que lo rige, ya que debe obedecer además, y según sus
otras dimensiones, a unos sistemas lógico, lingüístico, psicológico” (1970 en 1990: 196).
Estamos ante nociones muy amplias, instaladas en una dimensión cultural de un estado dado de
sociedad, su historia y sus memorias. Se trataría de intentos por dar a conocer la existencia teórica de
un orden regulador en un gran sistema discursivo, entendido en cada caso de manera diferente, ante el
cual la sociedad regula sus intercambios en la producción de lo decible y pensable. Pero tienen en
común aquello que los distingue: devienen de una resultante de procesos ideológicos que permean en
todos los puntos de la red discursiva y generan para el individuo un lugar en el cual pensarse como
hablante social. En Bajtin esto se expresa en que el signo es indefectiblemente ideológico y en Foucault
en el sujeto en su relación con la verdad y el poder –una micropolítica–.
Estos dos aportes teóricos son relevantes para establecer porqué el sociograma es clave en la
observación de un estado dado de sociedad en el nivel de la discursividad social general (en Angenot,
Discurso Social) y específicamente en la emergencia de representaciones en textos particulares
vinculados entre sí por lazos interdiscursivos. Así, constatamos que el sociograma se ubica en el nivel
de las relaciones de sentido –en especial la doxa– en un gran período cultural e incluso en una “época”
que lo reproduce a otra consecuente pero que deja sellada una respuesta futura. Al observar el estatuto
de lo social en el texto, el sociograma viene a ser la piedra de toque de cualquier investigación
sociocrítica en tanto su perspectiva epistemológica asume la imposibilidad de abordar toda la red
sistémica de discursos epocales; cautela que por otra parte le permite situarse en la frontera –Bajitn
(1982)– entre textos y discursos, entre discursos y entre el discurso y la socialidad. Observemos, ahora
sí, algunos aspectos de este concepto desde la propia Sociocrítica.
Del complejo discursivo al “nudo” sociogramático: algunas precisiones y dos ejemplos de
investigación
El término habría sido propuesto por Claude Duchet en 1984, como explicaremos más adelante.
Pero tiene un antecedente, el “complejo discursivo”, definido por Patrick Tort (1978) y citado en
Angenot/Robin (1988) así: “Un complejo discursivo es una red de reacciones y de vectores, uno de
cuyos caracteres es del de permanecer abierto a la reactivación histórica de sus problemas nucleares”
(en Angenot/Robin, 1988:10).
Es evidente aquí el establecimiento de una definición descriptiva capaz de considerar la
heterogeneidad de los enunciados en un momento dado, motivando con ello la necesidad de incluir los
aspectos estratégicos que actúan en situaciones históricas concretas. Con esta noción Tort cuestiona los
criterios utilizados por la historia de las ideas para el reconocimiento de fenómenos o hechos concretos.
Propone que el análisis de los complejos discursivos ayudaría a comprender cómo abordar los juegos
(“enjeuxs”, en francés) en que se organiza estratégicamente la red de discursos alrededor a un tema, a
la vez que facilitar la comprensión de las situaciones históricas según las estrategias discursivas
utilizadas para producirlas desde la interpretación discursiva in situ y describirlas en su historización.4
4Este concepto está muy poco reseñado, contando sólo con referencias indirectas al no poder acceder a los
libros de Tort. Sin embargo, esta explicación nos es suficiente para reconocer el origen de la cita de
Angenot y Robin. Hay una reseña en el sitio web de Tort, en el Instituto Charles Darwin Internacional, por
él fundado: http://www.darwinisme.org/perso/index.html#ancre7
3
Angenot y Robin comentan el valor teórico del complejo discursivo en la consideración de la
heterogeneidad discursiva, señalando: “una configuración abierta de elementos, sin clausuras, que
van a permitir […] cristalizar en ellos los elementos polémicos de un debate.” (ibd:11). Con esta
aclaración introducen la definición de Claude Duchet, referencia principal para la noción de
sociograma: “Conjunto lábil [en francés flou], inestable, conflictivo, de representaciones parciales,
centradas en torno a un núcleo, interactuando unas con otras” (C. Duchet, 1984 en un seminario en la
UNAM, citado por Robin como inédito, 1991:11). Analicemos algunos aspectos centrales:
En primera instancia aparece el concepto problemático de representación, a ser atendido en
vistas a su emergencia en múltiples textualidades y en su presencia identificable con algún grado de
certeza en diferentes zonas de la discursividad. No se trataría de representaciones globales ni de una
única representación, sino de varias, vinculadas entre sí “en torno a un núcleo” (ibd:11). Lejos de ser
las representaciones, lo desafiante es el núcleo, que produce un efecto magnético sobre los enunciados.
Régine Robin se interroga acerca de la naturaleza de este núcleo en un artículo dedicado al
imaginario social, para intentar responder:
“un enunciado nuclear conflictivo que puede presentarse bajo formas distintas: un
estereotipo, una máxima, un sociolecto lexicalizado, un cliché cultural, una divisa, un
enunciado emblemático, un personaje emblemático, una noción abstracta, un objeto, una
imagen.” (Robin, 1993: 14, trad. mía).
En la redundancia evidente en esta cita está claro que el núcleo sociogramático es una
construcción discursiva conflictiva, debatible o polémica, cuya visibilidad se reconoce en una
dispersión de representaciones aun así marcadas por una imagen de superficie o un tema común. Dicho
de otro modo, si hay tal dispersión de representaciones estabilizadas en un cliché o una sentencia,
existe una disputa por el sentido en la trama interdiscursiva, además, ideológica. El núcleo puede no ser
lo más relevante del análisis del discurso, puesto que por lo general buscamos o bien conocer los
procesos de producción de sentido de lo social en una perspectiva sociosemiótica, o bien en una visión
sociocrítica, clarificar cómo los discursos ponen de manifiesto que la sociedad genera un “decible
global” a partir de lo cual se recorta también lo no decible. Pero dejar de lado que existe un sociograma
activo en ese estado de discurso o en el decible global –como dice Angenot en muchos escritos–,
supone obviar una entrada importante en el problema de la hegemonía discursiva: sus procesos
ideológicos.
Hay algo más que nos inquieta, el calificativo “lábil”, tal como se tradujo a la palabra flou en la
cita del texto en español, utilizada en francés para aludir a una propiedad de un objeto como borroso o
“vago”, desvanecido, vaporoso (Grand Dictionaire Larousse), cosa muy dispar con respecto a una
supuesta inestabilidad de estas representaciones. De hecho no lo son, a pesar de su carácter parcial ya
que de otra manera no serían reconocibles. Acudimos a ver esa acepción terminológica porque supone
un problema epistemológico aceptado por los propios teóricos sociocríticos: se trabaja con el principio
de la incertidumbre en el avistamiento y descripción en los textos de este conjunto de representaciones
que apenas si se logra reconocer en la generalidad de discursos que los atraviesan, definiendo los
sentidos en su recorrido entre una frontera y otra. Nos preguntamos: ¿cómo captamos sus trazados
orbitales alrededor del núcleo sociogramático que, sin embargo, se resiste a reunirlas en un todo
homogéneo, visible a simple vista en los textos?
La importancia que reviste este detalle de la noción de sociograma radicaría en al menos dos de
sus consecuencias: a) nos motiva a ubicarnos en una dimensión general de los discursos; su
conflictividad es perceptible por el analista en la trama interdiscursiva que surge ante sus ojos al reunir
materiales discursivos diversos e incluso no ligados entre sí pero que tampoco están amalgamados en
un estado o campo discursivo dado. Y, b) el grado de conflictividad del sociograma facilita la
comprensión de fenómenos discursivos más allá de los textos pero a partir de ellos, en las fronteras en
4
que estos dispositivos interdiscursivos (Angenot/Robin, 1985 en ed 1991: 77) dinamizan las siempre
tensivas relaciones entre los distintos componentes del sociograma: reenvíos, citaciones, imaginarios,
procesos en que se estereotipan expresiones o términos-clave.
Así, el analista sociocrítico atiende los sistemas discursivos que vectorizan estratégicamente la
presencia de los discursos en las prácticas socio-históricas, como la literatura. Se vería perdido si
quisiera analizar “el sociograma tal o cual”; sería una tarea por demás ambiciosa. Pero conocerlo es una
ayuda para comprender el Discurso Social en su conjunto, especialmente por lo no dicho, que está en
las sombras de la emergencia textual de los enunciados.
Allí donde se ven actuaciones alrededor del núcleo del sociograma hay una disputa discursiva
que ha llegado a un punto de decantación integrado a la hegemonía. Es suficiente que un cliché se haga
evidente o bien que se imponga un estereotipo como estrategia de articulación discursiva, para que sólo
se hable de ello. Por ejemplo, la dicotomía política “civilización y barbarie” en Argentina señala un
sociograma, o más precisamente una dominante discursiva (Angenot/Robin, ibd.: 5) heredera del
discurso del rosismo, que está aún vigente y permea en la discursividad. Sigue siendo un reenvío
permanente en el léxico político o periodístico, se enseña en las escuelas despojada de una comprensión
histórica y hasta sigue funcionando en la reflexión acerca de los acontecimientos ligados a la vida civil,
la literatura o la propia identidad del puerto/las provincias. Aunque su sentido se haya modificado con
el paso de ya dos siglos, es una referencia discursiva que no olvida su origen. Este ejemplo nos alerta
sobre otra propiedad del sociograma: su presencia en la sociedad durante largos períodos de la historia
enunciativa.
Un sociograma no se clausura en un lapso de tiempo concreto o concertado, sino que pervive en
su redefinición en estados de discurso cuya temporalidad es difícilmente aislable del continuum
discursivo (volveríamos sobre el dialogismo, en Bajtin). Además, puede ser reconocido en otro;
podemos hallar filiaciones sociogramáticas en un trabajo arqueológico consistente en reunir, a los fines
del análisis, diferentes representaciones cercanas en una historia de los discursos a los cuales remiten.
Por caso, en una investigación mía (Gómez, 2005) rastrear el sociograma que permite ver la
Revolución Cubana como proceso transformador, supuso involucrar en sus representaciones el cliché
del cambio radical desde la Revolución Francesa, pasando por las revoluciones (o lo que así se
denominó) en el siglo XIX latinoamericano. Pensemos en las derivaciones también estereotipadas que
funcionaron en Argentina en torno al concepto de “revolución”, para nombrar en el Siglo XX, la
Revolución Justicialista del ´45, la Revolución Libertadora de 1955, esa misma noción en la lucha
armada en los años ´70, la “revolución productiva” menemista y hasta en el “que se vayan todos” del
discurso político popular en la caída de Fernando De la Rúa. La “revolución”, sostenida por las
tensiones que resultan de una interlegibilidad general del sociograma, se abre a sus diferentes sentidos
en el discurso político en sus especificaciones particulares. Ya no plantea la necesidad de reconocer sus
filiaciones discursivas, porque la doxa las está sosteniendo por igual en un concepto, una significación,
un estereotipo y, finalmente, en un enclave discursivo en el cual funciona cualquier asignación del
carácter “revolucionario” a algún acontecimiento histórico concreto. Esto es aclarado por Robin (1993)
al explicar su papel en la formación de imaginarios sociales (en nuestros ejemplos anteriores, la
polaridad como constituyente de la identidad nacional, el cambio radical como aspiración colectiva).5
Otro ejemplo cercano se halla en la literatura argentina post-dictadura, que hizo evidentes las
tensiones generadas en el trabajo de la memoria. Hubo discursos que la literatura no había sido capaz
de representar hasta mediados de los años ´90, dado el silencio que siguió actuando en la creación
5Su artículo cita a Duchet para incluir el par “diagrama/sociograma”: “[los diagramas constituyen las nervaduras
de sus conjuntos móviles de representaciones, en suspenso en el texto, que propuse llamar sociogramas]” (Robin,
1998:13). Acude a nosotros la idea de un esquema que marca en sus líneas relacionales el conjunto completo del
sociograma. Por otro lado, Nicolás Rosa habla de un socio-drama, pretendiendo incluir también las prácticas y
políticas de representación del sociograma que colocan, lado a lado doxa y para-doxa en un diálogo casi teatral.
5
artística por las dificultades del lenguaje para narrar o mostrar el horror (Arán 2005, Dalmaroni, 2004,
entre otros). El autoritarismo se volvió una referencia obligada en el discurso social argentino acerca
de la memoria. La tarea de recordar obliga a reconocer líneas de ingreso de las semiosis epocales en
textos literarios posteriores al momento histórico de referencia. Así, la novela postdictatorial argentina
se escribe durante la década siguiente al fin de la dictadura militar, con dificultades hasta fines de los
´90 en que comienza otro momento en la dicción postdictatorial, ahora revisora de lo dicho. Sin
embargo, el autoritarismo sigue actuando en la formación de discursos –su doxa, su tópica y su
verosímil–, por eso son reconocibles los sentidos que las representaciones creadas en el final de los ´80
dejaron en estado de cliché. El trabajo de la memoria en esa etapa instituye el nombrar la dictadura
pero no complejiza la reflexión sobre los objetos que devienen de ella y por ende, el sociograma remite
a todos los procesos dictatoriales –y con meramente designarlos parece dar por sentado de qué se
habla– en representaciones nunca completas de una casi inverosímil memoria del dolor: Lo que no ha
sido narrado en los discursos de la supervivencia no lo está tampoco en la novela, indicando con esta
ausencia el silencio con que se concretaron los indultos y las leyes de Punto Final. Lo no decible
impera sobre el detalle, dejando ver que el sociograma sigue vigente en los discursos de la esfera
pública que dice lo que las praxis discursivas sólo logran invocar o sugerir, apenas señalar. Sobre el
signo indicial del silencio se apoya entonces el cliché sociogramático, tal como lo manifiestan los
cronotopos novelísticos: la mirada en búsqueda en un régimen de obediencia en que hay visibilidad
desde adentro e invisibilidad desde afuera junto al de la paternitas en Dos veces Junio de Martín
Kohan; el cronotopo del cuerpo en El fin de la historia de Liliana Heker y otros textos del corpus.6 En
la lectura sociocrítica de estas novelas se descubre que la cronotopía es un aporte interesante para
pensar ese sociograma que se hace presente en la descripción de la intersección de sentidos que es el
aquí-ahora del cronotopo novelesco. Tal herramienta de lectura ayuda a reconocer las representaciones
parciales en tensión y, con ellas, a los ideologemas que, en otro nivel de los discursos, están mostrando
también un sociograma vigente, dolorosamente activo. ¿Qué le cabe a la literatura sino profundizar este
carácter “abierto” del sociograma, en su necesidad de ser vinculada una y otra vez a su regularidad de
origen desde el presente de su lectura? ¿Hasta qué punto se logra este reenvío?
Lo que podríamos llamar el “funcionamiento social” del sociograma es un tema pendiente
requerido aún de investigaciones más amplias; lo indicado aquí intenta dejarlo anotado para
considerarlo en futuros proyectos, más todavía en relación la legibilidad social (Cros, 1986/87) de los
discursos, aquella capacidad del sentido para ingresar en los textos transfiriendo lo social.
La diferencia sociocrítica: El sociograma en una economía de la legibilidad
Llegados aquí, nos preguntamos si la lógica sociogramática configura la doxa, sus conflictos o
solamente los señala. Podríamos presumir que sí, al recordar la tarea de la Sociocrítica de observar el
ingreso-egreso del sentido en las fronteras en que la doxa da sostén a los textos sin olvidar que la
ideología atraviesa la materialidad del texto, en negociación con la hegemonía. Ma. Pierrette
Malcuzynski realiza una afirmación relevante para acompañar esta idea:
“El sociograma organiza la economía hegemónica de forma que se pueden concretar los
puntos nodales y se vuelven descifrables, decodificables y por lo tanto, producibles
textualmente. Ahí mismo donde el sociograma permite identificar lo que en el seno de lo
hegemónico se llama „discurso social‟, vuelve inteligible el fuera-del-texto y por
consiguiente leíble.” (Malcuzynski, 1998: 202/03)
6Gómez, S. (2003):“Lectura cronotópica y regímenes de obediencia: la legibilidad del mundo en la novela.”
Inédito. Y (2004) “La voz de qué cuerpo: metáforas de los cuerpos sociales en la novela posdictadura sobre
la dictadura”, inédito. Cátedra de Teoría y Metodología II, materiales de clase.
6
Entonces, el rol del sociograma en los procesos sociodiscursivos consistiría entre otras cosas en
establecer una capacidad de lectura de los textos, una posibilidad de hacer funcionar los mecanismos
textuales como herramientas de legibilidad, regulados por la hegemonía; de otro modo, no serían
legibles, o al menos inteligibles. Es decir, “pone de manifiesto las condiciones de la textualización”
(ibd: 203).
Malcuzynski recupera para su revisión del sociograma el estatuto sociométrico tomada de la
investigación de las interacciones sociales y consistente en una medida establecida en los individuos al
reconocerse un margen de actuación frente a otros (rechazos o aceptación; atracción o aversión) que, en
la estructuración gráfica de las respuestas de un grupo, pasa a denominarse sociograma. Sigue siendo
una medida, que la autora considera que debe ser cuestionada al investigar la discursividad, ya que el
sociograma se forma en una zona de (in)diferencia ubicada entre dos polos, positivo y negativo, que se
convierte en una diferencia para la Sociocrítica. En la (in)diferencia las fronteras del campo discursivo
se ven modificadas y éste se altera o se fragmenta; el sociograma puede “triturar lo ideológico de tal
manera que se volviera garante de tal elasticidad, manifestándose está última en una medida en
términos de grados de (in) diferencia.” (ibd: 204)
Esto nos permite considerar la diferencia que el analista habrá de percibir en relación con la
ideología y que problematiza otra vez la frontera como propiedad necesaria de los discursos.
¿Podríamos hablar de fronteras flexibles si no fuera por un sociograma que relativice la ideología como
conjunto estable de representaciones sobre el mundo?
El analista logra ver las representaciones sociogramáticas al situarse en esa mirada fronteriza que
va del texto del análisis (sus corpus ad hoc, sus recortes diacrónicos) al discurso como una instancia
creadora de redes, en un proceso descriptivo nunca acabado, ya que “El sociograma no cesa de
reconfigurarse, de cambiar sus regímenes de sentido, de desplazar la significación de las palabras”
(Robin, ibd: 14, trad. mía). Quizás por eso sea factible de reconocer un sociograma antiguo en lo que
creemos es uno nuevo o reciente. En nuestro ejemplo, Proceso de Reorganización Nacional en
Argentina no es otra cosa que una representación (un imaginario, un signo ideológico, una disputa
nocional) del autoritarismo como mundo forzosamente ordenado (1984 de Orwell, el stalinismo) bajo
la mirada omnipresente y panóptica que registra todo acto vital y lo determina.
Esto trae como consecuencia la posibilidad de que en un estado dado de discurso vivan varios
sociogramas que cumplen su función en distintas esferas de las prácticas socio-históricas, cada uno de
ellos en una etapa propia de su proceso de formación y establecimiento. De este modo reconocemos su
papel en la formación de imaginarios sociales y en la constitución de la doxa, toda vez que el
sociograma hace evidente una “actividad ideológica intensa” (Robin, ibd: 16, trad. mía) en la cual se
están redefiniendo sus valores y objetos, y cuya visibilidad acaece una vez que se han articulado a su
alrededor los clichés, las palabras claves o las imágenes estandarizadas (el color rojo, la foto del Che,
las cadenas rotas, el borde blanco de tiza que iconiza a los desaparecidos). La legibilidad social, vista
desde el sociograma en tanto noción teórica, se configura en su economía ideológica a partir de las
representaciones que orbitan el núcleo conflictivo, de manera nunca aleatoria aunque tampoco estable,
en que ellas realizan sus agenciamientos del sentido hacia los textos para que retornen, respondidos, a
los discursos.
Gracias a esa connivencia que supone su lectura, el analista puede dar cuenta de los contrastes en
la doxa y de la interpelación entre ideologemas contiguos que le permiten luego reconocer los procesos
discursivos transformadores, polémicos, de crisis o fuertes quiebres que acompañan los cambios
sociales radicales en épocas señaladas por grandes lapsos temporales –otra vez, Tort– . Nunca un
sociograma se forma sobre una conformidad, sólo es posible allí donde no la hay, donde parece que
“sólo se habla de eso” porque las políticas discursivas colocan sus representaciones en una dispersión
tal que resulta difícil no remitirse a ellas para formular mucho de lo que se dice en un momento dado.
7
Finalmente, sería importante redactar la pregunta que guía este ensayo, a modo de apertura:
¿Sobre qué opera el analista frente a los sociogramas? Sobre aquello que arraiga la ideología: la doxa,
su memoria del mundo.
Agosto 2005- octubre 2006
BIBLIOGRAFÍA:
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Rosario).
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CROS, Edmond (1986/87): “Practiques sociales et mediations intertextuelles“, en Texte, 5/6, (Número
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MALCUZYNSKI, Ma. Pierrette, comp. (1991): Sociocríticas, prácticas textuales, cultura de fronteras,
Amsterdam - Atlanta, Rodopi.
(1997): “A propósito de la sociocrítica...” en Acta poética 18/19, 1997-1998, México, UNAM
ROBIN, Régine (1992): “Pour une socio-poétique de l’imaginaire social”. En NEEFS, Jacques y
ROPARS, Marie Claire (eds.) La politique du texte, enjeux sociocritiques, Lille, Presses
Universitaires de Lille.
La página de Marc Angenot es:
http://groups.msn.com/PAGEDEMARCANGENOT/_homepage.msnw?
NOTA.
Este trabajo resultó de un intento de clarificar el concepto de sociograma en una indagación en su
momento informal y ahora investigación acreditada que llevamos a cabo con la Dra. Pampa Arán en
Teoría y Metodología II (Letras) relacionada con una lectura sociocrítica de las novelas
postdictatoriales que narran acontecimientos del pasado reciente. Agradezco a la Dra. Arán sus
comentarios a la primera versión de este trabajo sobre el cual pude avanzar hasta hoy y a la Dra. Silvia
Barei, quien acompañó las discusiones sobre este concepto desde la dirección de mi tesis doctoral.