la naturaleza y la contaminación...en lugar de quedarse en la bodega del barco, el petróleo se...

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La naturaleza y la contaminación Se acabaron las vacaciones Claudia y Félix siempre iban de vacaciones a la montaña. Pero el año pasado, después de la última marcha de cinco horas por caminos empinados, protestaron tanto que sus padres decidieron que este año pasarían dos semanas en la playa. Una noche, diez días antes de la salida, mientras su padre estaba viendo el telediario, Félix, Claudia y su madre escucharon un grito y fueron al salón inmediatamente: —¿Qué pasa? —preguntó inquieta la madre. —Nos hemos quedado sin vacaciones, es una catástrofe —respondió el padre. —¿Por qué? ¿Ya no nos vamos? —gritó Claudia—. ¿Por qué ya no quieres que vayamos? —Un petrolero ha tenido un accidente frente a la playa a la que íbamos a ir. Dentro de unos días, el agua estará negra de petróleo y la arena estará cubierta de chapapote; harán falta meses para poder limpiarlo todo. —¡Esto me lo puedo creer! ¡Una marea negra justo donde teníamos que ir! —se lamentó la madre. —¿Qué es una marea negra? —preguntó Félix, inquieto al ver a sus padres tan preocupados. En lugar de quedarse en la bodega del barco, el petróleo se vierte al mar. Entonces, flotará sobre el agua y se extenderá por las rocas y las playas. Félix y Claudia aún no saben que hay cosas peores que no poder ir de vacaciones: y es que ese accidente va a matar a miles de peces, gaviotas, cormoranes, estrellas de mar, centollos, mejillones… Sí, pero ¡qué bien viene! —Papá, ¿me llevas al campo de fútbol? Es que hace demasiado calor para ir andando —le pide Miguel a su padre. —Qué exagerado, solo tardas un cuarto de hora andando.

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La naturaleza y la contaminación

Se acabaron las vacaciones

Claudia y Félix siempre iban de vacaciones a

la montaña. Pero el año pasado, después de la

última marcha de cinco horas por caminos

empinados, protestaron tanto que sus padres

decidieron que este año pasarían dos semanas

en la playa. Una noche, diez días antes de la

salida, mientras su padre estaba viendo el

telediario, Félix, Claudia y su madre escucharon

un grito y fueron al salón inmediatamente:

—¿Qué pasa? —preguntó inquieta la madre.

—Nos hemos quedado sin vacaciones, es una catástrofe —respondió el padre.

—¿Por qué? ¿Ya no nos vamos? —gritó Claudia—. ¿Por qué ya no quieres que

vayamos?

—Un petrolero ha tenido un accidente frente a la playa a la que íbamos a ir.

Dentro de unos días, el agua estará negra de petróleo y la arena estará cubierta de

chapapote; harán falta meses para poder limpiarlo todo.

—¡Esto me lo puedo creer! ¡Una marea negra justo donde teníamos que ir! —se

lamentó la madre.

—¿Qué es una marea negra? —preguntó Félix, inquieto al ver a sus padres tan

preocupados.

En lugar de quedarse en la bodega del barco, el petróleo se vierte al mar. Entonces, flotará

sobre el agua y se extenderá por las rocas y las playas. Félix y Claudia aún no saben que hay

cosas peores que no poder ir de vacaciones: y es que ese accidente va a matar a miles de

peces, gaviotas, cormoranes, estrellas de mar, centollos, mejillones…

Sí, pero ¡qué bien viene!

—Papá, ¿me llevas al campo de fútbol? Es que hace demasiado calor para ir

andando —le pide Miguel a su padre.

—Qué exagerado, solo tardas un cuarto de hora andando.

—Sí, pero hoy me toca llevar todas las camisetas del equipo y la bolsa me pesa

mucho. En coche solo tardamos dos minutos.

—Bueno, vale, pero que sepas que eres un vago.

El coche arranca, así que Miguel puede agradecérselo a todos los petroleros que surcan los

océanos. Sin ellos, no habría gasolina para que funcionasen los coches. Son peligrosos para los

océanos, eso está claro... Sí, pero ¡qué bien viene ir al campo de fútbol sin cansarse!

Irene llena el lavavajillas, pone una pastilla de detergente, acciona el programa y

se va a su cuarto a leer mientras la máquina funciona.

Detrás del lavavajillas hay un tubo que Irene no puede ver y, por ese tubo, litros y litros de

agua se dirigen hacia los ríos y el mar. Esa agua está llena de los productos químicos del

detergente... Sí, pero ¡qué bien viene no tener que lavar los platos uno mismo!

Pedro saca las salchichas y las chuletas del frigorífico mientras Lola enciende la

barbacoa en el jardín. Cuando está bien caliente, pone la carne en la parrilla, sobre el

carbón y un delicioso olor invade el jardín.

Mientras Lola y Pedro disfrutan con su comida, un humo lleno de un gas peligroso asciende

desde la barbacoa. Sí, pero ¡qué gusto poder disfrutar de esa comida en el jardín, con patatas y

una bebida bien fresca!

El gato de la vecina ha muerto

Gonzalo le encanta ponerse al volante coche de sus padres y hacer como conduce.

Ese día, al entrar en el coche, Gonzalo se da cuenta de que las llaves están puestas.

No pasa nada porque el garaje siempre está cerrado.

“Me apetece girar la llave para escuchar el motor”, piensa Gonzalo. “Seguro que si

no doy a las marchas no hay peligro, el coche no se puede mover.”

Duda un poco, pero no puede aguantarse. El motor arranca a la primera. Gonzalo

se siente un verdadero conductor.

—¡A la mesa! ¡Ya está la pizza! —grita su madre desde la cocina.

Gonzalo sale a toda prisa cerrando la puerta del garaje tras de sí.

Pero se le han escapado un par de cosas: se le ha olvidado apagar el motor y no ha

visto que, mientras jugaba, el viejo gato que siempre ronda por su casa, el gato de la

vecina, se ha colado en el garaje. Unas horas más tarde, cuando su madre abre la

puerta del garaje para ir a la compra, el coche sigue ahí, pero también encuentra al

gato con las cuatro patas hacia arriba.

Está muerto.

Nadie ha aplastado al gato, pero como el garaje estaba cerrado, sin entrada de aire, el animal

ha respirado los gases que salían del tubo de escape. Esos gases son mortales. ¡Es increíble!

Para desplazarse, el hombre ha inventado una máquina que expulsa en el aire gases mortales.

Por eso, en los sitios donde hay mucho tráfico, cada vez más gente sufre enfermedades

respiratorias, como asma o bronquitis. Sin embargo, no tener que andar 100 kilómetros para ir

a ver a un amigo, conducir sentado cómodamente, salir cuando nos apetece, ir a donde

queremos, sentir la velocidad, todas esas cosas nos parecen más importantes que mantener el

aire limpio. Obviamente, a todo el mundo le gustaría que los coches contaminasen menos.

Pero hasta que no se han visto satisfechos con su comodidad, las personas no han empezado a

preguntarse qué deben hacer para contaminar menos el planeta.

El partido de Diana

Diana ha decidido crear un nuevo partido político. Ya le ha puesto nombre, se

llama el partido Contaminación Cero. Ya se han afiliado diez amigos suyos y espera

poder convencer a todo el colegio, incluso a los profes, así que organiza una reunión

para presentar su programa.

Ir en bici, patines o monopatín y solo subirse en coches eléctricos.

Rechazar las bolsas de plástico de los supermercados.

Recoger los excrementos de perro en la calle.

Lavar los platos a mano utilizando la menor cantidad de producto posible.

Comprar solo cuadernos fabricados con papel reciclado y forrar los libros

con papel reciclado.

Comer exclusivamente alimentos “biológicos”.

Se escuchan aplausos en la sala. Pero alguien se levanta y toma la palabra.

“¿Cómo te atreves a llamarte Contaminación Cero con un programa así? ¡No

tienes ni idea! Yo os voy a decir lo que hay que hacer y cómo hay que vivir para no

contaminar.”

El chico, muy agresivo, se levanta y escribe en la pizarra:

Utilizar solo ropa de algodón, tejida a mano, y lavarla a mano.

Tirar todos los juguetes que funcionan con pilas.

No viajar en avión.

No utilizar la electricidad, ni el gas, ni el frigorífico, ni el congelador, usar velas.

Negarse a ir al hospital, rechazar los medicamentos y las radiografías que

emiten ondas nocivas.

NO hay quien lo pare. Todo el mundo

se pone en pie, Diana intenta imponer la

calma, parece que va a haber pelea.

“¡Lo que quiere es que volvamos a la

Prehistoria!”, grita alguien al fondo de la

sala.

Para resolver los problemas de contaminación,

ese chico propone suprimir la civilización que

los seres humanos han estado construyendo

durante miles de años.

Los círculos de Margarita

Margarita se pasa el día pastando hierba y haciendo caca. Sus enormes boñigas se

mezclan con la tierra y se convierten en abono que hace que la hierba crezca. Por eso

Margarita puede seguir pastando, porque la hierba vuelve a crecer, y ella vuelve a

hacer boñigas, y la hierba vuelve a crecer, y ella vuelve a pastar, entonces vuelve a

hacer boñigas, y así sucesivamente hasta que Margarita se muera de vieja.

¡Pero si son círculos concéntricos! Hierba-comida de Margarita-boñigas-abono-hierba-comida

de Margarita-boñiga-abono-hierba... círculos y círculos... Eso está muy bien, porque siempre

habrá vacas, tendrán terneritos y siempre habrá hierba.

Es lo que llamamos ciclo. Un ciclo natural, porque este ciclo solo funciona con cosas naturales:

vacas, hierba, agua, sol y aire.

Juan tiene diez vacas como Margarita. Las deja pastar en el prado y, por las

noches, las ordena para vender la leche. A veces, mata a una vaca para tener carne,

pero no muy a menudo, para que así les dé tiempo a tener terneritos.

Juan ha entrado a formar parte el ciclo natural, y saca provecho con la leche y la carne. Él

también ayuda a que el ciclo funcione: guarda la paja para alimentar a las vacas en invierno, las

cambia de prado, pone estiércol en los campos para que las plantas crezcan mejor...

Juanjo, destructor de ciclos

Juan se ha hecho viejo y decide vender su granja. Juanjo se la compra. Pero le

parece que las vacas no producen ni leche ni carne suficiente y que el prado donde

pastan podría dar patatas en lugar de hierba. Así pues, Juanjo compra sacos de

alimentos para vacas, que se comen muy a gusto y que las hacen engordar mucho

más deprisa. También ara el campo para sembrar patatas y se ha dado cuenta de que

las patatas salen antes y son más grandes si les echa abonos químicos. Juanjo

produce diez veces más leche y quince veces más carne que Juan y cosecha cientos de

kilos de patatas. Pero, después de unos anos, acaban ocurriendo cosas muy raras en

la granja: el mes pasado murieron dos vacas revolcándose por el suelo y el veterinario

no sabe por qué. Además, hay decenas de peces muertos flotando en el río que pasa

detrás de la granja, y el campo ya solo produce unas patatas diminutas. Después de

una investigación, no hay dudas: las vacas se han puesto enfermas con sus nuevos

alimentos, los abonos químicos para el campo han llegado hasta el río y han

envenenado a los peces; la tierra, de tanto forzarla para que produzca, se ha

agotado.

Desde siempre, los hombres han cogido lo que necesitaban de la naturaleza. Es normal:

madera para construir sus casas, para calentarse, para fabricar herramientas; piedra para

construir caminos; agua para regar sus campos... Pero, a veces, los hombres cogen demasiado,

se aprovechan demasiado e interrumpen los ciclos de la naturaleza. En lugar de entrar a

formar parte de los ciclos naturales que funcionan bien, los destruyen, como ha hecho Juanjo.

Más rápido, más alto, más lejos, más fuerte…

En lugar de cultivar la naturaleza, Juanjo la ha

explotado para sacarle el máximo provecho.

Ciertos deportistas hacen lo mismo con su cuerpo.

Para ganar más medallas, contaminan su cuerpo

con abonos químicos, toman drogas o se inyectan

sustancias para correr o nadar más rápido, saltar

más alto, pedalear más fuerte, lanzar el peso más

lejos... Explotan sus cuerpos al máximo hasta que

los músculos terminan por desgarrarse, los

tendones se rompen, las rodillas se destrozan, la

espalda sufre. Algunos deportistas se dopan o drogan hasta ponerse muy enfermos, incluso

hasta morir. Lo mismo podemos hacer con la naturaleza, explotarla hasta que se ponga

gravemente enferma, incluso hasta que muera.

Cuando cortamos árboles y no replantamos, los bosques desaparecen. Entonces se

producen corrimientos de tierra, deja de llover y avanza el desierto. Cuando

inventamos desodorantes que lanzan al aire un determinado tipo de gases, se abre un

agujero en la capa de ozono que protege la Tierra del sol. Por ese agujero pasan rayos

peligrosos para la piel y los ojos.

Cuando se pescan demasiados peces, algunas especies no tienen tiempo de

reproducirse y desaparecen.

El problema aparece cuando se explota la naturaleza hasta destruir sus ciclos. Eso es la

contaminación.

Fabricas de desechos

Solemos olvidar que producir y absorber desechos es una actividad natural para todos los

seres vivos: todo el oxígeno del aire que respiramos procede de las plantas, sobre todo de lo

que expulsan las algas que llevan en el mar miles de años. Las plantas reutilizan el gas

carbónico emitido por los animales y los hombres; los excrementos de los animales alimentan

a las plantas. Todos los seres vivos son fábricas de desechos, pero fábricas limpias: solo

desechan lo que los otros pueden absorber y, a su vez, saben absorber lo que los otros

desechan. Los problemas de contaminación surgen cuando las actividades humanas producen

desechos que la naturaleza es incapaz de absorber.

La contaminación no son los desechos de los seres vivos. La contaminación es lo que está mal

desechado, o lo que desechamos en exceso.

Hacer algo diferente

—Mira, en la parte inferior de todas las páginas de mi libro hay un dibujito, ¿qué

es? —le pregunta Tamara a Luisa, su hermana mayor, mientras le muestra un dibujo

diminuto.

—Es un árbol y se ven las raíces bajo el tronco —responde Luisa.

—Vale, eso ya lo veo yo, que no soy tonta, pero ¿por qué han puesto un arbolito

en cada página?

—No sé, seguro que para que quede bonito.

—La verdad es que yo no le veo el interés, es un libro policiaco y no tiene nada que

ver con los árboles.

El dibujo, aunque no tenga ninguna relación con la historia del libro, es muy importante.

Significa que para fabricar ese libro no se ha cortado ningún árbol. Significa que el libro se ha

fabricado de forma diferente: no se han cortado árboles para hacer papel nuevo, no se han

quemado libros usados, ni se han emitido gases tóxicos. En su lugar se ha recuperado el papel

de los libros usados para fabricar papel nuevo.

Esta es una de las muchas técnicas que el hombre es capaz de inventar para hacer algo

distinto: recuperar los desechos y reutilizarlos. De este modo, las personas pueden reconstruir

los ciclos gracias al reciclaje de sus desechos.

Un único planeta... muchos países

Después de haber investigado lo ocurrido, sabemos que las vacaciones de Claudia

y Félix han sido un desastre. Un barco que venía de un país lejano ha contaminado la

playa con chapapote. Para no gastar dinero, el dueño del barco no lo había

mantenido en buen estado. Y como el barco iba demasiado cargado, se hundió.

“Es una vergüenza”, dice Claudia. “El país de donde viene tendría que haberle

prohibido zarpar. Aunque no tenemos nada que ver, somos nosotros los que pagamos

el pato.”

Es cierto, puede que otro país hubiera controlado el barco y hubiera obligado al dueño a

repararlo o a cambiarlo. Pero las reglas y las leyes no son iguales en todos los sitios.

Es el final del verano, empieza el frío. Sissi, la oca salvaje, abandona los países del

Norte para dirigirse a África. Es la primera vez que emprende el vuelo sin miedo:

Pacifio, el país que está sobrevolando, ha votado una ley que prohíbe a los cazadores

disparar contra las ocas en su viaje migratorio hacia África.

Pero al cabo de unas horas de viaje tranquilo, ocurre algo terrible.

Por todas partes hay disparos, y Sissi tiene que evitar las balas. ¿Desde cuándo los

humanos no respetan las leyes? Sissi no sabe que lleva dos horas volando fuera de los

límites de Pacifio. Está sobre otro país, un país que carece de ley para proteger a las

ocas salvajes durante su migración.

Los animales no conocen las fronteras, solo tienen un planeta, uno solo. La naturaleza solo

tiene un país: el planeta. Pero los humanos han dividido la Tierra en muchos países. Por eso, si

los países no se ponen de acuerdo entre ellos, resulta difícil proteger la naturaleza y luchar

contra la contaminación.

Chernóbil

El 16 de abril de 1986, en Chernóbil, una ciudad de Ucrania, hubo una explosión en

una central nuclear, una fábrica que produce electricidad. Justo después de la

explosión, un polvo radioactivo se escapó de la fábrica, Y este polvo radioactivo envió

rayos invisibles y mortíferos a todos los seres vivos. Dentro de la fábrica no quedaron

supervivientes. Fuera, la gente no murió de inmediato, pero padeció enfermedades

que casi no les dejaron ninguna esperanza de vida.

Los árboles, las plantas y los animales también fueron contaminados. En ese lugar,

la tierra no podrá cultivarse hasta dentro de muchísimos años.

No todos los pequeños elementos radioactivos se quedaron en la región, muchos

ascendieron hasta el aire y las nubes. El viento sopló y se llevó esas nubes hasta

Europa y Asia. El polvo radioactivo siguió enviando sus rayos, aunque menos intensos

que en Ucrania. Pero incluso a miles de kilómetros de la explosión, quedaban rastros

de radiación en las verduras y las frutas, así que era peligroso comerlas. Hubo más

casos de cáncer en países que estaban lejos de Chernóbil.

La catástrofe de Chernóbil no es una película de miedo: es la realidad. Y no fue una catástrofe

solo para Ucrania, lo fue para todo el mundo. No hay fronteras para la contaminación.

Si los hombres y las mujeres de todos los países del mundo no se ponen de acuerdo sobre las

leyes para proteger a la naturaleza y a sí mismos, si no establecen las reglas de seguridad para

las fábricas, la forma de cultivar la tierra, de pescar o de cazar, será imposible resolver el

problema de la contaminación.

Crear riesgos

Cuando el hombre inventó el fuego y quemó leña, contaminó el aire con el humo.

Cuando el hombre descubrió la energía nuclear, produjo catástrofes como la de

Chernóbil. Inventar el fuego también significa inventar los incendios; inventar el

cuchillo también significa inventar las heridas; inventar los barcos, también significa

inventar los naufragios...

Desde los comienzos de la civilización, los inventos del hombre han creado nuevos riesgos y

nuevos tipos de contaminación.

Los ojos castaños de Elisa

Elisa acaba de nacer.

Tiene los ojos castaños, la piel blanca y el pelo negro. Por supuesto, también tiene

dos piernas, dos brazos, dos manos, dos ojos...

Cuando el espermatozoide de su padre y el óvulo de su madre se encontraron, Elisa no se

parecía nada a esta descripción. Pero sus rasgos ya estaban programados: en las minúsculas

células que se multiplicaron para formar el embrión, luego el feto y finalmente el bebé había

genes. En esos genes, estaba previsto que Elisa tuviese los ojos castaños y no azules, la piel

blanca y no negra... Todos los seres vivos tenemos genes. Por ejemplo, en el caso del guisante,

son sus genes los responsables de su color, su forma, su sabor...

La última invención de los hombres es modificar los genes de los seres vivos para cambiar lo

que estaba previsto al principio.

¡Abracadabra!

Se modifican los genes de unas plantas para fabricar otras plantas que

producirán... plástico. Se modifican los genes del maíz para que, cuando el maíz

crezca, en su interior surja... un veneno capaz de impedir se lo coman los insectos.

Esto no es magia. Esas plantas existirán en un futuro, ese tipo de maíz ya existe. A estos

organismos cuyos genes han sido modificados se los llama “transgénicos”.

Van a ocurrir cosas fantásticas: se van a modificar genes para salvar vidas, para evitar

enfermedades, malformaciones y minusvalías. Algunos llegan a afirmar que gracias a la mejora

de la agricultura, los alimentos transgénicos resolverán el problema del hambre en el mundo...

Pero ¿qué les pasará a los insectos cuando coman plantas que fabrican plástico? ¿Y qué

ocurrirá cuando esos insectos piquen a las personas? ¿Y cuando los animales o los hombres

coman maíz envenenador de insectos...? Puede que no ocurra nada. Pero no deberíamos

fiarnos. También pensábamos que no ocurriría nada si les dábamos harinas animales a las

vacas, pero les hicieron contraer la enfermedad de las “vacas locas”. Algo ocurrió: provocó una

enfermedad mortal para el hombre.

El derecho a saber...

Es imposible decir: “Lo paramos todo, es

demasiado peligroso”. Lo importante es

comprender los riesgos, medirlos, no ocultarlos.

Los políticos deben informarnos; debemos saber

si los agricultores están plantando transgénicos,

si las vacas comen cadáveres de cerdo o de

pollo; debemos saber qué hay en el aire, qué

hay en las industrias químicas, si las nubes de

Chernóbil están cruzando nuestro país...

... y el derecho a decidir

Una vez que hayamos comprendido los riesgos, tendremos que decidir si los asumimos o no.

Pero ¿quién decide? ¿Los investigadores, los científicos, los políticos? No. Todos los habitantes

del planeta tienen derecho a dar su opinión acerca de lo que comen, y respiran. Los gobiernos

también deben preguntarnos si nos parece bien comer alimentes transgénicos, si aceptamos

que la energía proceda de centrales nucleares, si queremos ir en bicicleta o en coche...

¿Filete, bicicleta, electricidad nuclear?

“Yo sigo comiendo carne, me gustan los filetes”, dice Zoé.

“Yo voy en bici todos los días y no compro pollos criados en jaula”, decide Simón.

Como ya están informados, Zoé y Simón pueden elegir por sí mismos. Son decisiones que

pueden tomar todos los individuos, decisiones personales. Pero Zoé y Simón no pueden elegir

la forma en que se produce la electricidad, ni pegar las etiquetas de “transgénico” o “no

transgénico” en los alimentos, ni extender los carriles bici... Estas decisiones deben tomarse de

manera colectiva. Para decidir hay que hablar, debatir.

Constantemente hay debates: ¿Cada cuántos años tiene que haber elecciones? ¿Cuántas

vacaciones tienen que tener los niños? ¿Se puede ir con patines por las aceras? Todos son

debates democráticos, porque los responsables políticos quieren conocer la opinión de la

gente. Pero ¿acaso nos preguntan nuestra opinión acerca de las cosas más importantes?

Decidir sobre el futuro de la naturaleza, el planeta y los seres vivos también es una cuestión

democrática. Una de las más importantes.

Tornado, ¿una herramienta o un amigo?

El señor Pik tiene un caballo que utiliza para labrar la tierra y tirar del carro para ir

al mercado. Todos los días lo cepilla, le deja tiempo para descansar, lo alimenta bien,

lo acaricia, siempre le da azucarillos…

Si el caballo se pusiera enfermo o se rompiera una pata, para el señor Pik sería

una catástrofe, porque lo necesita en su trabajo. Sin embargo, no solo lo cuida por

eso: el señor Pik quiere a su caballo, se siente muy unido a él. Tanto, que le ha puesto

nombre: Tornado.

El caballo del señor Pik es su herramienta de trabajo. Pero Tornado no es solo una

herramienta, como un martillo o un tractor. Por el contrario, el señor Pik le tiene cariño, se

siente unido a Tornado como se sentiría unido a un amigo. La naturaleza es útil para los seres

humanos, la necesitan para vivir, igual que el señor Pik necesita a su caballo. Pero sabemos

que entre los seres humanos y la naturaleza existe un vínculo más fuerte, igual que entre el

señor Pik y Tornado.

Baldosas de Mar

Ya se sabe, la arena es un incordio. Tos padres te riñen si se la echas en la toalla y

hace daño en las piernas cuando hay viento. Se mete en el bañador y pica en los ojos.

Así que, para evitar problemas a los turistas, el alcalde de Azul de Mar ha puesto

baldosas en las playas. Está muy contento con su idea y ha decidido cambiar el

nombre del pueblo por el de “Baldosas de Mar”. Unos años después, en Baldosas de

Mar hay un drama: las playas están desiertas y las tiendas, los restaurantes y los

hoteles vacíos. El alcalde no entiende nada, ¡pero si él ha hecho todo lo posible para

facilitarles la vida a los turistas!

No hay marea negra ni nadie puede acusar al alcalde de haber contaminado el entorno. Pero la

diferencia entre andar descalzos por la arena o por las baldosas es evidente. Es igual que el

placer de deslizarse por la nieve, mirar las estrellas de noche, jugar con las olas, coger moras,

subir a los árboles. Tocar la naturaleza, sentirla, incluso hablar con ella es un placer.

La naturaleza ofrece al hombre alegría, emociones, sensaciones como las de las sonrisas, las

caricias y los besos de los que nos quieren. Todo lo que impide la intimidad entre las personas

y la naturaleza también es contaminación.

Dientes blancos como el Mulhacén

Alba y Luis están a 300 metros del pico más alto de España, el Mulhacén. ¡Es

precioso! A Luis le gustaría hacer una pausa para comer un bocata antes de empezar

la última subida. Pero no encuentra ningún sitio donde sentarse y disfrutar de la vista.

—No, ahí no, ya ves que hay un cartel de publicidad de aceite Rico que no nos deja

ver la montana de enfrente.

—Ya, es que me están deslumbrando las luces de la discoteca del pueblo —

responde Luis.

—Bueno, entonces ven hacia la izquierda, se ve el valle entre el anuncio de

detergente Súper Limpio y el de dentífrico Blanco Mulhacén.

—Ya está, he encontrado un sitio. Si nos quedarnos de pie, un poco a la izquierda,

solo se ve el tapón de la botella gigantesca de Soda-Coca y molesta menos.

¿A quién le apetece escalar una montaña llena de anuncios

publicitarios? Sin embargo, los carteles no contaminan ni el aire,

ni el agua, ni las flores, ni si siquiera atacan a los animales. Los

carteles contaminan algo diferente: contaminan las emociones

que sentimos cuando paseamos por paisajes bonitos. Si somos

capaces de inventar coches que no contaminan y que son

totalmente silenciosos, ¿de verdad queremos seguir viendo cada

vez más coches, o inmensos parkings en medio de los bosques o

junto a las playas?

La comida de Oscar

La comida de Oscar ha durado 14 segundos. De entrada, una pastilla verde para

las vitaminas; de segundo, una pastilla roja para las proteínas; de postre, una

amarilla, porque tiene gimnasia esta tarde y necesita azúcar.

“No te dejes la pastilla rosa para la merienda, te faltan oligoelementos y la rosa

tiene muchos”, le recomienda su madre.

Para la cena hay una sorpresa: su madre ha comprado las pastillas arcoíris en

forma de corazón para celebrar el cumpleaños de su hermana. Son las pastillas más

bonitas, pero no las toman muy a menudo, porque llevan demasiada cafeína.

No parece muy apetitoso, ¿verdad?

Podríamos alimentarnos con pastillas muy saludables. Al igual que se pueden criar pollos sin

ningún sabor en fábricas-cárceles para aves. O conseguir que las fresas engorden con luz

artificial, hinchándolas con agua. Aunque los especialistas hagan pruebas y experimentos, se

demostrará que todas estas cosas no son peligrosas para la salud. Y, sin duda, será cierto.

Como también es cierto que los enormes edificios de cemento gris no contaminan, que el

ruido no ensucia, que los malos olores no matan a nadie.

Sin embargo, los humanos no solo somos un cuerpo que hay que mantener en buen estado.

Hay más cosas además de la salud: el placer, el juego, la dulzura, la belleza… Comer alimentos

sin sabor, no ver el cielo, dejar de escuchar el rumor del agua y el canto de los pájaros, dejar de

oler el aroma de las flores, todo eso también es contaminación. No contaminación para la

naturaleza, sino contaminación para la vida humana.

Ser civilizados con la naturaleza

Al principio, el ser humano era un habitante de la naturaleza, uno más entre los animales, las

plantas y todos los seres vivos. Formaba parte de la naturaleza. La vida de los seres humanos

era difícil: debían luchar por su supervivencia, temían a la naturaleza, las tormentas, las

noches, las sequías, los terremotos...

Gracias a su inteligencia, el ser humano ha inventado miles de cosas que le han hecho la vida

más fácil. Ha domesticado a la naturaleza como se domestica a un animal salvaje. A medida

que ha construido la civilización, ha ido sintiéndose cada vez más importante, superior a los

demás seres vivos. Y entonces ha empezado a tratar a la naturaleza como un inmenso depósito

del que coge todo lo que quiere y en el que tira todo tipo de basura: un objeto que puede

manipular a su antojo. El hombre ha olvidado que forma parte de los seres vivos de la

naturaleza, seres que están unidos entre sí. Para seguir viviendo en esta Tierra, debemos unir

nuestra civilización con los ciclos de la naturaleza. ¡Y eso no tiene nada que ver con volver al

estado salvaje! Podríamos seguir siendo civilizados, pero vivir cada vez mejor, aprendiendo a

ser respetuosos, responsables y atentos con la naturaleza.

Brigitte Labbé, Michel Puech La naturaleza y la contaminación

Madrid: SM, 2004