la mujer, el amor y la picaresca en boccaccio

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La mujer, el amor y la picaresca en Boccaccio por Hugo Blumenthal INTRODUCCION ¿Cómo se forja una concepción? Son muchos y variados los elementos que constituyen cualquier concepción que de algo un hombre pueda forjarse. Entran allí toda su vida, sus experiencias, en mayor o menor medida. Aun los más “simples” objetos, si se los mira, cargan con una particular concepción que de ellos tenemos. Y si el objeto es otro ser humano, o esta cargado de humanidad, (cuando lo que se intenta poseer, definir, parece inaprehensible), como son “La mujer” y “El amor”, esos elementos resultan casi imposibles de enumerar en su totalidad. Para un hombre como Giovanni Boccaccio –al que no le tocó la publicidad moderna–, la literatura y sus relaciones con el otro sexo, enmarcadas ambas en el sentir de su época, próximas aún al fine amour que le había dado palabra, nombrado y delimitado a ese sentimiento llamado “amor” y otorgado a las mujeres, aparentemente, el señorío de sus propios cuerpos y almas, ambas, digo, parecen ser los medios que fundamentalmente influyeron en sus ideas sobre el amor y las mujeres. Literatura y relaciones próximas a aquel anterior sentir, pero ya alejándose por medio de otras corrientes (como la de la cultura griega, que daría pie al humanismo). Pero si hoy conservamos algunas secuelas del amor cortés, en el siglo XIV éste contaba aún con un gran poder, al menos ideológicamente. En El Decamerón aún puede sentirse con fuerza su influencia al intervenir el enunciador “Boccaccio”. La noticia de que Dios ha muerto no hace atea inmediatamente a Europa, pero “la adopción de cierto lenguaje convencional implica y favorece naturalmente el desarrollo de los sentimientos latentes que resultan ser los más aptos para expresarse de esa manera.” 1 Sin embargo, como un escritor deja obras deja asimismo en ellas testimonio de una concepción del mundo entero, suya y de su sociedad. Así, Boccaccio dejó un registro de inestimable valor, de las concepciones que de la mujer y el amor, entre otras, tuvo él y su época (sabemos que no fue un eremita, ni que estaba demasiado “adelantado a su tiempo”). Concepciones que, si bien fueron variando a través de toda su vida, y que quedaron plasmadas en varias de sus obras, aquí me propongo estudiar las dos anteriormente señaladas (el amor y la mujer) a partir de El Decamerón y de las principales influencias que del amor cortés le hubieran podido sobrevivir en él. I. LA CONCEPCION BOCCACCIANA DEL AMOR Un amor alto y noble, objeto de dolor En el proemio a El Decamerón Boccaccio escribe que desde muy joven se vio encendido por el Hugo Blumenthal © 2007 1 1 Denis de Rougemont, “El mito en la literatura.” El amor y Occidente. P. 178.

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La mujer, el amor y la picaresca en Boccacciopor Hugo Blumenthal

INTRODUCCION

¿Cómo se forja una concepción?Son muchos y variados los elementos que constituyen cualquier concepción que de algo un hombre pueda forjarse. Entran allí toda su vida, sus experiencias, en mayor o menor medida. Aun los más “simples” objetos, si se los mira, cargan con una particular concepción que de ellos tenemos. Y si el objeto es otro ser humano, o esta cargado de humanidad, (cuando lo que se intenta poseer, definir, parece inaprehensible), como son “La mujer” y “El amor”, esos elementos resultan casi imposibles de enumerar en su totalidad.

Para un hombre como Giovanni Boccaccio –al que no le tocó la publicidad moderna–, la literatura y sus relaciones con el otro sexo, enmarcadas ambas en el sentir de su época, próximas aún al fine amour que le había dado palabra, nombrado y delimitado a ese sentimiento llamado “amor” y otorgado a las mujeres, aparentemente, el señorío de sus propios cuerpos y almas, ambas, digo, parecen ser los medios que fundamentalmente influyeron en sus ideas sobre el amor y las mujeres.

Literatura y relaciones próximas a aquel anterior sentir, pero ya alejándose por medio de otras corrientes (como la de la cultura griega, que daría pie al humanismo). Pero si hoy conservamos algunas secuelas del amor cortés, en el siglo XIV éste contaba aún con un gran poder, al menos ideológicamente. En El Decamerón aún puede sentirse con fuerza su influencia al intervenir el enunciador “Boccaccio”.

La noticia de que Dios ha muerto no hace atea inmediatamente a Europa, pero “la adopción de cierto lenguaje convencional implica y favorece naturalmente el desarrollo de los sentimientos latentes que resultan ser los más aptos para expresarse de esa manera.”1 Sin embargo, como un escritor deja obras deja asimismo en ellas testimonio de una concepción del mundo entero, suya y de su sociedad. Así, Boccaccio dejó un registro de inestimable valor, de las concepciones que de la mujer y el amor, entre otras, tuvo él y su época (sabemos que no fue un eremita, ni que estaba demasiado “adelantado a su tiempo”). Concepciones que, si bien fueron variando a través de toda su vida, y que quedaron plasmadas en varias de sus obras, aquí me propongo estudiar las dos anteriormente señaladas (el amor y la mujer) a partir de El Decamerón y de las principales influencias que del amor cortés le hubieran podido sobrevivir en él.

I. LA CONCEPCION BOCCACCIANA DEL AMOR

Un amor alto y noble, objeto de dolorEn el proemio a El Decamerón Boccaccio escribe que desde muy joven se vio encendido por el

Hugo Blumenthal © 2007

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1 Denis de Rougemont, “El mito en la literatura.” El amor y Occidente. P. 178.

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amor, por un amor alto y noble, casi que increíble. Así pues, por algo parecido a un fuego, elevado y noble, que no se cree digno de merecer.

Las características que entonces apunta, además de estar estrechamente ligadas entre sí, provienen del amor cortés, para el cual “[…] el amor es una elevación, un cambio de estado: los amantes transcienden, por un momento al menos, su condición temporal y, literalmente, se transportan a otro mundo.”2 Y si allí la nobleza del amor se puede confundir con la nobleza del ser amado, como Boccaccio no hace diferenciación se puede presuponer que la causa de sus juicios es doble. Y ciertamente él se refiere al amor (y no tan directamente a la mujer amada) como algo que le otorgó un cambio de estado, que lo elevó, no tanto por un conocimiento del corazón, por la experiencia amorosa que pudiera darle, sino más bien porque lo consideraba como un camino que podía conducirlo a la felicidad.

Por el otro lado, el amor cortés también oponía una pareja desigual, uno de cuyos miembros estaba por naturaleza destinado a caer (generalmente la Dama, la única que podía caer, por ser su posición la “superior”).3 Y así, con Boccaccio y su amada María de Aquino el obstáculo estará representado por una exigencia moral: no será una ascesis mística sino el refinamiento de su espíritu (por medio de la literatura, y literatura reconocida por su sociedad,) lo que le puede llevar a merecer su don.4

Pero, ¿qué fue lo que pudo haber atraído a Boccaccio en María de Aquino, en aquel amor de juventud? Haciendo analogía con lo expuesto por George Duby, ¿será que acaso pudo haber sido un amor a su privilegiada posición? Difícilmente el mismo Boccaccio hubiera podido llegar a saberlo, pues no se puede afirmar que una alta condición no de excelentes damas, quizá más dignas de ser amadas que otras. Pero como tampoco puede negarse el encanto que sienten muchos por la realeza (juego que más que todo se da en las jóvenes, esperando un príncipe azul), la posibilidad debe permanecer allí.

Pero a pesar de que su amor fuera, como el mismo Boccaccio dice, fervoroso, y que ninguna indecisión, consejo, oprobio o peligro pudiera romperlo ni doblegarlo (un amor indomeñable), era asimismo causa de dolores (y se guarda de dejar en claro que no a causa de la crueldad de la amada. Y si para el amor cortés “la Dama de corazón despiadado es claramente la mujer que desvía el Amor en su provecho,”5 ¿será a esto a lo que hace referencia? Se volverá más adelante sobre ello.) porque incitaba en su mente a poco reguladas apetencias.

Pone en claro que eran pasiones mentales para no ensuciar públicamente la imagen de la amada diciendo que ella pudiera asociarse para él con algo bajo (una pasión puramente sexual, por ejemplo). Pero en lo de “reguladas apetencias”, que no se contentaban dentro de limite razonable alguno (él creía que debía haber un límite razonable), enseña una dicotomía fundamental de su concepción del amor: la insatisfacción ligada a lo irracional, y la satisfacción ligada a lo racional.

[…] Los ejercicios lúdicos […] exaltaban ese valor que la época situaba en la cima de los valores viriles […] la vehemencia sexual, y para que se avivase el placer del hombre

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2 Octavio Paz, “La dama y la santa.” La llama doble. Pp. 87–88.3 George Duby, “A propósito del llamado amor cortés.” El amor en la Edad Media y otros ensayos, p. 68.4 Rougemont, Op. cit. P. 181.5 Ibíd. P. 185.

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le pedía que disciplinara su deseo.6 […] [Y] se esperaba que este código, al ritualizar el deseo, orientase hacia la regularidad, hacia una especie de legitimidad, las insatisfacciones […]7

Boccaccio puede que no se sienta con las armas suficientes pero deseará en todo caso disciplinar su deseo, por medio de la racionalización, única posibilidad a sus insatisfacciones. Sus “desaforadas pasiones” cargaran pues con la culpa de su infelicidad ya que sólo considera la posibilidad de un amor placentero y agradable dentro de una pasión “normal”, regulada por la razón. Y como apuntaba Octavio Paz,

en los amores de Tristán e Isolda los elementos mágicos –el filtro que beben por error los amantes– contribuyen poderosamente a subrayar las potencias irracionales del erotismo. Víctimas de estos poderes, no les queda a los amantes otra salida que la muerte.8

Es de derivarse entonces la relación irracional–insatisfacción–dolor–muerte opuesta a lo racional– satisfacción–felicidad–vida en Boccaccio. Muerte contemplada como salida a la que lo llevaría la insatisfacción de sus deseos y el dolor que estos le provocan, que es más del conveniente (un dolor moderado sería por lo demás casi que inseparable del amor).

Sin embargo, con todo esto, la amada –como inevitable ocasión de tortura– se prefiere a todo. El amor es como enfermedad en la que se desea permanecer. (–Pero, ¿qué es lo que te pasa? –pregunta Neruda al cartero. –Que estoy enamorado. –Eso es algo que se puede remediar. –Qué remediar... No, lo que yo quiero es permanecer enfermo).9

Sin embargo en el amor cortés el hombre no arriesgaba su tranquilidad sino que exponía su cuerpo,

[…] arriesga su vida con intención de perfeccionarse, de aumentar su valor... pero también de ganar, de obtener gusto, de capturar al adversario después de haber roto sus defensas, después de haberle desarmado, derivado, vencido.10

Y la arriesga a una sola opción, a una sola mujer amada, o al menos así debe parecer para que sea respetado. (El donjuanismo llevaba al limite estas cualidades del amante cortés, y desenmascaraba una realidad que la sociedad no quería ver). Para Boccaccio no será precisamente su cuerpo el que será puesto en vilo por su pasión sino la tranquilidad de su mente y su felicidad. Boccaccio no querrá jugar ese juego donde “la mujer es un señuelo”,11 pero ese juego, por medio del sujeto implicado (las mujeres) y de la concepción del buen gusto en el amor, será una realidad de la que no podrá escapar fácilmente, por lo que su dolor y desesperación serán tanto más real que aquel al cual ya habían estado acostumbrados muchos anteriores amantes.

Pero si “el juego amoroso era, en primer lugar, educación de la mesura […] también incitaba a la

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6 Duby, Op. cit., p. 68.7 Ibíd, p. 70.8 Paz, Op. cit. p. 96.9 Aquí me refiero, libremente, a la película El cartero (Il postino).10 Duby, Op. cit. p. 68.11 “¿Acaso no se invitaba a la mujer a engalanarse, a ocultar y enmascarar sus encantos, a hacerse rogar durante mucho tiempo, a no entregarse más que poco a poco mediante progresivas concesiones, con el fin de que, en las prolongaciones de la tentación y del peligro, el joven aprend[iera] a controlarse, a dominar su cuerpo?” Ibíd. p. 68.

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competencia. Se trataba, superando a los contrarios, de ganar lo que estaba en juego, la Dama.”12 Lo que ya para Boccaccio será de todo punto inaceptable (y puede entenderse entonces que la crueldad de la amada radica en que no lo elija a él incondicionalmente, por el amor que él le tiene, sino que pueda considerar otros amantes). Lo que habría que preguntarse es hasta qué punto participa de buena gana Boccaccio en el juego del amor cortés, pues ¿no fueron acaso algunas de sus obras una sutil forma de ganarse el aprecio de sus amadas?

Otros sancionadoresEse amor de Boccaccio por María de Aquino (a la cual hace referencia, veladamente, en El Decamerón), único y gran amor de su juventud, que lo marcaría con demasiada fuerza, fue en su tiempo alabado por los amigos de Boccaccio, haciendo que aumentara la reputación de éste a sus ojos. Eso al menos por lo que cuenta el mismo Boccaccio de los amigos discretos (y una vez más, al aclarar señala que algunos no lo eran).

Alabanza y reputación que no parecen más que una sanción tímica (afectiva–euforica) a primera vista, pero que por “la razón” que representaban los otros sirve además como sanción cognitiva que ayuda a Boccaccio a saber que lo que le sucede es natural y más o menos aceptable; y que en última instancia reconoce que fue lo que no le permitió morir (en la irracionalidad de sus pasiones).

Así, pues, no era un amor guardado muy celosamente. A ojos de Boccaccio no tenía bien por qué serlo, aunque comprendiera que ella, la amada, así lo desease por lo alto de su posición social. Pero esto último no parece que hubiera tenido un peso mayor en él que la necesidad de buscar reconocimiento en los otros. Entonces habría que recordar y preguntar por el papel que jugaban los confidentes dentro del amor cortés. ¿Podían identificarse plenamente como ayudantes, que buscaban igual fin, y, por lo tanto, como una prolongación del sujeto? No, por cuanto el fin apenas les tocaba como deseo del amigo. Y entonces vemos cuán cerca estaba aún Boccaccio de amar bajo unos patrones impuestos por el amor cortés.

Mas como todo pasa –de una forma u otra–, y como todo es obra de Dios... éste al fin dispone que ese amor mundano (al parecer lejos de ser como el de Dante por Beatriz) tenga fin para Boccaccio, y lo dispone por inconmutable ley (es decir, no será posible en adelante volver a amar así).

Pero esa intervención divina no se cumple por milagro sino por obra de la naturaleza (del tiempo), que la hace una sanción pragmática. El tiempo hace que ese amor disminuya por sí mismo. Y teniendo en cuenta la fuerza que le había adjudicado a ese amor, confesar cualquier otra causa hubiera sido deshonrarlo. A lo más se puede confesar que era algo mundano.

Un amor agradable y placenteroEl amor de Boccaccio por María de Aquino fue su amor más idealizado. Luego, después de algunas otras mujeres ya más de carne y hueso, Boccaccio conocerá bastante del juego del amor (no necesariamente demasiado cortés) como para atormentarse.

Al escribir El Decamerón sólo le queda el “placer que suele otorgar la pasión amorosa a quien no

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12 Ibíd. Pp. 71–72.

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se adentra en exceso en la navegación de sus piélagos tenebrosos.” Entonces puede amar (porque no ha dejado de amar, porque aunque el perro tenga la cabeza blanca no ha dejado de tener el rabo verde) dentro de lo razonable, donde no es expuesto todo su ser. Podría decir que “la naturaleza triunfa sobre el espíritu y la razón sobre la pasión,”13 porque le sigue pareciendo natural amar, y preferible que ese amar esté de acuerdo con la razón (la cual no deja que se caiga en muy dolorosas pasiones).

Así, pues, donde antes encontrara fatigas, ahora, al desprenderse de sus afanes (y aquí los acusa de ser germen de la destrucción del amor excesivo, pues el amor crea los afanes, los afanes destruyen el amor), ha llegado a encontrar deleites. Se revela contra el amor cortés que le había dictado sus anteriores pasiones y encuentra mayores deleites que el de su propia angustia, deleites que considera razonables y por ello mismo más placenteros.

Motivos para amarPara los mayoría de los representantes del amor cortés la Dama “era puramente simbólica”. Una bien podía hacer el papel de otra. Pero no era éste el caso de Boccaccio, para el cual sus damas eran muy reales y definidas (aunque no se excluye que pudiera idealizarlas en alguna forma; en totalidad, por ejemplo). Y el amor cortés era, paradójicamente, “ampuloso y frío cuando sólo alaba a la mujer, pero ardiente de sinceridad cuando celebra la Sabiduría del amor,”14 cuando Boccaccio hace lo contrario: celebra a las mujeres y cuestiona la sabiduría del amor (pues no todo lo natural quiere decir que sea sabio).

Pero si “el amor cortés no sólo era indiferente a esta finalidad [la de la procreación en la unión carnal] sino que sus ritos exaltaban un placer físico ostensiblemente desviado de la reproducción,”15 tampoco debe creerse que Boccaccio amaba a las mujeres como futuras madres de sus hijos. Y si en el amor cortés “el amor nace de la vista de un cuerpo hermoso, [si] los grados del amor van de lo físico a lo espiritual, la belleza del amado como vía hacia la contemplación de las formas eternas,”16 belleza que reiteradamente parece señalar Boccaccio como un motivo que le impulsa a amar, ¿deseaba éste sólo contemplar las formas eternas de María de Aquino, o de cualquier otra?

Llegamos a una pregunta fundamental: ¿Boccaccio ama a las mujeres o al amor? A diferencia de otros, se nos muestra como un verdadero amante de mujeres reales. En él no parece repetirse el caso de Dante, donde Beatriz se asemeja más a un Espíritu Santo que a una mujer de carne y hueso. Es Fiammetta realmente tratada como mujer, como ser humano, con contradicciones, preferencias caprichosas y superficialidad.

Como sabemos, la retórica cortés del siglo XIV tendió a idealizar los objetos totalmente profanos que describía. En Boccaccio hizo que se interesara por lo profano, pero ya no para idealizarlo sino para ponerlo en su lugar (naturalismo). Así, no va a exaltar la continencia y los amores castos sino la honestidad de las pasiones y el amor correspondido como fuente de felicidad. Sin embargo, refiriéndose al amor y a las mujeres, y proponiéndose agradar a ciertas damas, no podrá dejar de

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13 Rougemont, Op. cit. p. 181.14 Ibíd. p. 183.15 Paz, Op. cit. p. 93.16 Ibíd. p. 82.

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hacer uso de una aparente idealización en sus intervenciones en El Decamerón. Allí confiesa que las mujeres le placen en demasía, y que se esfuerza en complacerlas (porque me

place, me esfuerzo en complacer: formula cortés) y como excusa pregunta –citando los amorosos besos, placenteros abrazos y deleitosas coyundas (uniones ¿matrimoniales?) que con ellas pueden tenerse, y sus maneras, belleza, ornado donaire y femenina honestidad (¿a qué puede referirse con esto último?) –si acaso, con todo lo anterior, otros pueden maravillarse de que las ame. Así, esas características son presentadas como excusa, como un motivo natural para amar.

Devolviendo favores recibidosDe acuerdo a Rougemont,

a partir del momento en que se supera el instinto , a partir del momento en que se convierte en pasión verdaderamente, tiende en el mismo movimiento a relatarse a sí misma, sea para justificarse, para exaltarse o simplemente para mantenerse (y conversar consigo)17

Función análoga parece dar Boccaccio a sus obras, que le sirven de justificación, exaltación, o para devolver favores recibidos. Y tampoco puede dejarse de notar otra analogía: los textos del amor cortés fueron escritos bajo la mirada de príncipes, y para satisfacer sus deseos; Boccaccio escribe El Decamerón “bajo la mirada” de las mujeres que son de su agrado, y para satisfacerlas.

Para Boccaccio, el amor en los hombres es más factible de que pueda recibir consuelo, o de que al menos el sufrimiento pueda aplacarse practicando diferentes actividades. Entonces es como si olvidara el sufrimiento de su juventud, o como si sólo pudiera identificarlo con el sufrimiento de las mujeres que aman, al menos en el momento en que se encuentra escribiendo El Decamerón. Claro, él está devolviendo en esa forma los favores recibidos, y como no se puede hacer todo de una vez... Pero también se refiere (a creer en la fidelidad de la traducción de Juan G. de Luaces)18 en estar acorriendo y favoreciendo a los que aman. No dice “a las que aman.” ¿O será que toma a los que aman únicamente como mujeres? Y sino ¿por qué esa identificación? ¿Es una identificación necesaria para la devolución de los favores anteriormente recibidos?

Por otra parte, como “esta literatura [del amor cortés] fue aceptada […] hubo aceptación, y por tanto juego de reflejos, doble refracción,”19 Boccaccio asimismo operó un cambio en la concepción del amor establecida por el amor cortés, ya que si hubo doble refracción (y la hubo), esta refracción no fue perfecta (dos espejos paralelos).

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17 Rougemont, Op. cit. p. 178.18 Giovanni Boccaccio, Il decamerone (Trad. cast. de Juan G. de Luaces. El Decamerón. Barcelona: Plaza & Janés, 1987). Esta versión es en la que me baso.19 Duby, Op. cit., pp. 67–67.

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II. EL CONCEPTO DE “LA MUJER” EN BOCCACCIO

EstadiosA este punto ya es posible ver que el amor cortés no había propuesto por aparte un cambio en la concepción del amor y de las mujeres. Había nombrado el amor en relación a la mujer, y lo había propuesto en una determinada concepción que a su vez determinaba lo que se pensaba que una mujer era o tenía que ser. Así, bajo este marco, debe comprenderse que también se encontraba influenciado Boccaccio, no sólo por el amor cortés sino por la estructura misma, como en un circulo vicioso: una mujer le abre los ojos al amor, amor que en adelante le hará ver de diferente forma a las mujeres, mujeres que le abrirán los ojos sobre otras particularidades del amor, etc. (Por lo demás no existe la mujer sin particularidades. “La mujer” no existe más que como concepto. Y si se quiere dar una definición a aquel concepto, se cae en que todas las mujeres, con todas sus particularidades, son “la mujer”; es decir, mostrando la imposibilidad de responder).

En El Decamerón Boccaccio confiesa que fue su cuerpo (la naturaleza) el que lo inclinó a las mujeres desde su infancia. Entonces las primeras ideas que tendrá sobre “la mujer” se ven forjadas por tempranas relaciones con algunas de sus representantes, quizá no con las más idóneas para tal fin.

En ellas la virtud de la luz de sus ojos (la pureza), la suavidad de sus melifluas palabras (la delicadeza asociada a la superficialidad encantadora) y el fuego (la pasión) que le encendían sus tiernos suspiros (la ternura)... todo confluyó a que desde muy temprano el joven Boccaccio prácticamente se postrara a los pies de “la mujer” y se afanara como un servidor, intentando agradar para recibir esos preciados dones.

Por esa mujer idealizada, Filoloco será compuesta a instancias de María de Aquino:La dama, dueña de su corazón desde el primer instante, acepta en este momento su compañía y le ruega que le explique en forma original la historia de los amores de Flores y Blancaflor y que escriba para ella, sobre este tema, una novelita en lengua vulgar.20

Luego Boccaccio –¡cerca a los cuarenta años!– superará esa idealización con una mujer radicalmente diferente. Experta en los rigurosos y placenteros lances de amor, a su parecer ésta se aprovechará de él y al final de una segunda etapa amorosa Boccaccio sólo sacara una cosa en claro: “[…] todas las mujeres son iguales […] Todo es un engaño que los poetas tejen en torno a la peor criatura de la humanidad.”21

“La mujer” de El DecamerónBoccaccio empieza a escribir El Decamerón en 1348, ya hace tiempo agotada su juvenil idealización y su rencor contra las mujeres. Y, curiosamente, “le mueve, ante todo, el recuerdo de la hermosa María de Aquino, entregada ahora a otros amores,”22 a quien ya no le va a reprochar nada, ni tampoco a idealizar, sino que le permitirá ser en Fiammetta una mujer cualquiera, con virtudes y defectos. Asimismo hará con otras, pues

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20 Angela Cardona de Gibert, “Estudio preliminar”. Introducción a El Decamerón (Barcelona: Bruguera, 1974), p. 15.21 Ibíd. p. 18.22 Ibíd. p. 21.

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Pampinea es una moza de Nápoles a la que Boccaccio amo […] Emilia es otra dama florentina que hizo vivir jornadas inolvidables al novelista y Elisa es también una mujer de carne y hueso a la que Boccaccio–poeta celebró en una de sus obras […]23

Si bien como personajes las mujeres van a lograr allí una cierta objetividad, no puede decirse lo mismo de aquellas en las que piensa Boccaccio al escribir El Decamerón. Eso debido a que Boccaccio realmente escribe para ellas, porque en ellas el consuelo de las melancolías del amor le parece más necesario, y por ende donde más utilidad va a rendir, teniéndose en más aprecio.

Hay que tener en cuenta que entonces, por la acción combinada de la Iglesia y la monarquía, las mujeres habían vuelto a perder muchas de las libertades que habían podido gozar en el apogeo del amor cortés. Libertades que tampoco habían sido muchas, pues si bien “el amor cortés otorgaba a las damas el señorío más preciado: el de su cuerpo y su alma,”24 eso era en gran parte aparente. Y era aparente porque en realidad un señorío sobre la propia humanidad de una mujer es imposible de ser otorgado. Sólo ella mismo puede otorgársela. Otro, el que parece otorgarlo, no hace más que reafirmar su poder (el amante cortés, por ejemplo, quien le “cede” su señorio para poder proponerse como su esclavo).

Boccaccio comienza a preocuparse realmente por las mujeres como seres humanos fundando la necesidad en que son víctimas. Pero víctimas no de que “los acuerdos de los esponsales […] (concluyan) sin tener en cuenta para nada los sentimientos de los prometidos […]”25 sino de la Fortuna (del destino), que se muestra avara en consolarlas de las penas de amor cuando es donde menos forzoso resultaría (aparentemente para Boccaccio, que las considera sencillas). No habrá critica social.

Boccaccio se siente impelido a contrarrestar ese descuido, pensando que Dios tiene muchas otras cosas en que ocuparse y por lo cual las mujeres enamoradas han permanecido tan olvidadas de su justicia. Por eso escribe El Decamerón, y en las conclusiones declara que si al consuelo de ellas se ha aplicado en tan larga tarea, fue además con la ayuda de la divina gracia (de Dios), presumiblemente debida a sus ruegos (de las mujeres). Sería algo así como que las mujeres se dirigieron a Dios para buscar consuelo, y que este nombró a Boccaccio para la tarea. Boccaccio sería entonces un instrumento divino, por lo cual apenas tendría que excusarse. Pero entonces ¿por qué rinde tanto gracias a Dios como a ellas?

Boccaccio al final va a sentirse orgulloso de haber compuesto en sí aquel libro llamado Decamerón (o sea, una autosanción tímica ya no simplemente por el efecto que espera lograr con él), el cual no hubiera sido posible si no se lo hubiera propuesto para ellas. Debe, pues, dar las gracias, al menos a Aquel.

Por otra parte, y ateniéndonos más al motivo que Boccaccio esgrime, entonces él aparece como una especie de sirviente de sus lectoras, haciéndose juzgar al mismo tiempo por ellas. Su influencia del amor cortés es la que le dicta esta forma de performancia. Recuérdese que los poetas provenzales se habían confesado sirvientes de sus damas, damas que tendrán entonces “la función de estimular el ardor de los jóvenes (y) de apreciar con sabiduría, juiciosamente, las virtudes de cada uno.”26 Sin

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23 Ibíd. p. 27.24 Paz, Op. cit. p. 94.25 Duby, Op. cit. p. 70.26 Ibíd. p. 72.

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embargo para Boccaccio, como vemos, no todo quedaba allí, y en eso radica su diferencia. Con El Decamerón, narraciones escritas para alejar la melancolía de las mujeres, Boccaccio aprovechará para hacer el papel de “predicador” de un nuevo amor, más libre, más humano y menos convencional. (“[…] podrán sacar de él útiles consejos para conocer lo que deben rehuir y lo que deben imitar,”27 dice Boccaccio de su libro). Y además, como pretende estar atendiendo al placer de las mujeres, ¿no será también una forma de hacerse valer como hombre? Al final les pide: “[…] acordaos de mí si a alguna en algo le aprovecha el haberme leído.”28 Y ¿no es el recuerdo por parte de la amada una especie de recompensa?

Sin embargo Boccaccio escribe El Decamerón, y lo escribe para ellas. Veamos entonces a quiénes se refiere como sus lectoras, siendo que el libro se encuentra predestinado: la lectora de El Decamerón debe ser delicada, timorata y vergonzosa, de las que esconden sus pasiones, y con lo que además hacen que cobren más fuerza (todas características (¿coincidencialmente?) que el amor cortés había impuesto como inherentes a la mujer ideal –fuera de lo timorata, que es un delicado y tierno juicio moral–, y notese que el sustraerse de la mujer aún parece necesario para inflamar las pasiones). Eso –continúa diciendo–

lo saben quienes las han saboreado y saborean [es susceptible de ser saboreada por el buen gusto del hombre, como si de un manjar se tratara] […] viven restringidas […] por las ordenes de padres, madres, hermanos y maridos [condición dependiente de las mujeres de la época], y están reclutadas la más de las veces en el círculo reducido de sus cámaras, donde permanecen casi ociosas [estarían obligadas a la ociosidad], queriendo en un instante lo que dentro de la misma hora dejan de querer [fluctuantes] y debatiéndose en pensamientos diversos [¿reconoce que pueden pensar? Más parece ser que los pensamientos las asaltan, y que por ello] […] no es posible que sean siempre alegres. Y si en ellas alguna melancolía, hija de fogosos deseos [fogosidad en sus pasiones] sobreviene, en sus mentes es forzoso que se guarde si nuevos razonamientos no la expulsan; y aun todo esto que alego es sin contar que las mujeres son menos susceptibles de confortarse [inconfort, ¿algo fisiológico o de la época?] que los varones.29

Más adelante hará énfasis en que: “ofrecí estos afanes míos a las mujeres ociosas... a las que os sobra todo el tiempo que en los amorosos placeres no consumís,” como si realmente no hicieran nada más.30

A este ideal de lectora Boccaccio se encuentra dirigiéndose a través de todo El Decamerón. Y para dirigirse a ellas se vale de diferentes “formalismos agradables”, no con frialdad u objetividad. Se refiere a ellas como: gentiles, delicadas, queridísimas, discretas, preciadas, jóvenes, dulcísimas, gentilísimas, bellas, nobilísimas y agradables. Todo puro formalismo derivado del amor cortés, cuyo valor radica esencialmente en su utilidad (Boccaccio no está pensando allí en definirlas). Asimismo, abundan los diminutivos para referirse a algunas cosas, como es costumbre hablar a los niños pequeños. Y a Boccaccio no le quedará dificil ver en sus lectoras a un rebaño de niñas, pues él es

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27 Boccaccio, Op. cit. p. 9.28 Ibíd. p. 640.29 Ibíd. p. 8.30 Ibíd. p. 639.

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muy superior a ellas en cuanto a inteligencia, educación y experiencia de la vida. Basta recordar cuando justifica la forma en que ha escrito sus narraciones, pues

habiendo de hablar a jovencitas sencillas como vosotras sois en vuestra mayoría, sandez hubiera sido andar buscando y fatigándose en hallar cosas exquisitas [y aquí no parece que las estuviera ofendiendo, sino todo lo contrario], y poner gran cuidado en hablar mesuradamente […] [y] como ninguna de vosotras ha ido a estudiar a Atenas, ni a París, ni a Bolonia, más extendidamente hablaros conviene que a quienes en los estudios han aguzado el ingenio.31

Por este tipo de mujer, ideal tan sólo como lectora de El Decamerón (pues pone de manifiesto, como virtudes, cosas que la sociedad no puede aceptar como tales, p. ej. la ociosidad, y que se resiste a reconocer que hacen en las mujeres), será duramente criticado. Por militar en este servicio será “acometido, molestado y desgarrado” (su buen nombre). Y aunque crea que a sus exclusivas lectoras les compete realmente su defensa en aquello, Boccaccio por sí mismo esgrimirá muchos motivos, y hasta ejemplos, para su defensa.

A modo de ejemplo, allí estaban Guido Cavalcanti, Dante Alighieri y Cino de Pistoia, todos ellos que alguna de sus obras habían dedicado a mujeres y que, por lo demás, las estimaban placenteras.

Y a modo de excusa, no son acaso suficienteslos amorosos besos, los placenteros abrazos y deleitosas coyundas que con [ellas] a menudo se tienen […] [y] sus decorosas maneras, su gentil belleza y ornado donaire, aparte de su femenina honestidad.32 […] [También] las Musas son mujeres, y aunque las mujeres no valgan lo que las Musas […] se parecen a ellas, de manera que, si por otra cosa no me compluguieren [y si lo hacen], por eso me debieron complacer.33

Eso aunque en realidad sus lectoras le sirvieron en el papel de Musas para El Decamerón, y fuera de que otras “le mostraron cómo componer […] estas cosas, aunque humildísimas, cuando algunas veces acudieron a acompañarme, quizá en servicio y honor del parecido que […] tienen con ellas [las Musas]”34

Las mujeres gazmoñasEn oposición a su ideal de lectoras, Boccaccio va a arremeter contra sus críticos que, o bien no son mujeres, o si lo son, las que leyéndolo han dicho que las otras (Boccaccio da por sentado que no puede ser, realmente, una de las que él ha intentado complacer) le placen en demasía y que no es honesto que tanto se ocupe de agradarles y consolarlas, o (peor aún) de alabarlas, las definirá como mujeres gazmoñas, “de esas para quienes las palabras pesan más que los hechos y más que en ser buenas se esfuerzan en parecerlo.”35 Y tal como va a deshacerse de sus críticos, aduciendo que de seguro no han llegado a amar a ese tipo de mujeres (llegando hasta a referirse a ellos como de posibles pasiones corrompidas (¿homosexuales?)), también se deshará de sus criticas aduciendo que

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31 Ibíd. p. 639.32 Ibíd. p. 240.33 Ibíd. p. 241.34 Ibíd. p. 241.35 Ibíd. p. 637.

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no era para ellas para quien escribió El Decamerón.Sin embargo llega a considerar que puede haberse dado el caso de que entre sus lectoras (la

posibilidad, aunque ínfima, no parece poderse descartar del todo) algunas digan que en unas de las narraciones se ha tomado demasiada licencia (licencia otorgada por la honestidad y la virtud de ellas), haciendo decir y escuchar a las mujeres cosas no muy convenientes para mujeres honestas (la honestidad, como se ve, es usada como sinónimo de virtuosismo). A esto si Boccaccio, si bien arguye que “[…] nada hay tan deshonesto que, diciéndolo con honestos vocablos, siente mal a nadie […]”36 no va a pretender discutirles pues vencerían (formula de cortesía). Eso además porque realmente a ellas les corresponde juzgar la virtud de su empresa.

III. PICARESCA Y AMOR CORTES

Picardía contra amor cortésLa trama puesta de moda por el amor cortés nos hacía ver como todo terminaba por funcionar bien al final. Los encuentros furtivos, a donde iban los amantes disfrazados, perdidos y creyéndose poder ser en cualquier momento frustrados, parecen terminar, pero no se acaban sin haber encontrado justificación. Al final, esos elementos adversos siempre son pruebas de la constancia y la virtud de los amantes, que lograron contener el infortunio hasta que los causantes de sus penas no pudieron tener más influencia sobre ellos.

El héroe estaba bien definido. En vez de contar con una particular característica o interés, encarna la sencillez, o unidad de perfección, en una acumulación de buenas cualidades. Ella será bella, virtuosa, hablará un español perfecto, él será apuesto, valiente, inteligente, virtuoso e ingenioso. Y sus cualidades son constantes. Ni siquiera titubeaban. Todo en ellos encaja perfectamente, mostrando un orden perfecto, de perfectas cualidades. Sus decisiones se encuentran ordenadas por un sencillo e invencible sentimiento en el que fijan todas sus perfecciones: el amor. Y el amor que cada uno va a sentir por el otro será tan perfecto como ellos mismos.

Sin embargo este “genero” del amor cortés va a dar pie a otro muy particular, que será algo así como su antítesis. La picardía va a glorificar “la voluptuosidad exactamente con el mismo exceso que la otra [el amor cortés] aporta a la glorificación de la castidad […] cinismo contra idealismo.”37 Y el modelo y el significado de las tramas comunes al amor cortés contrastará radicalmente con la trama episodica de la novela picaresca. Lo único que tendrán de común será que “la picardía, tanto como la cortesía, [será, asimismo,] una ficción romántica.”38

En la picaresca, el caos de la vida va a asaltar al héroe de una situación a otra, y así continuará hasta el final. Sus caracteres aparecerán y desaparecerán sin mayores consecuencias. El protagonista no buscará ninguna relación estable con otro, y si lo intenta será frustrado. Ya no habrán más ordenes misteriosas que liguen un momento a otro, que terminen llevando al personaje a un fin especial. Estrictamente hablando, muy poco va a suceder. El final no será muy diferente del principio. La

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36 Ibíd. p. 637.37 Rougemont, Op. cit. p. 191.38 Ibíd. p. 192.

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picaresca apenas dejará una constancia, por fragmentos, de lo que sucede entre esos dos momentos.El “héroe” de la novela picaresca poseerá orígenes inciertos, y se convertirá rápidamente en un

pícaro más, rodeado de un mundo de picaros. No podrá amar o sentir ninguna emoción fuerte y noble. Será asimismo incapaz de arraigar en un ideal de conducta. Su caos interno se verá externamente reflejado en sus proteicos papeles. La inestabilidad de su persona será mostrada como reflejo del caos exterior. Así al menos no será apenas un bribón, pues su caótica personalidad será mucho más que un caos moral: reflejará una perdida de “orden” en el mundo, no sólo ética sino también de estructura social.

Pasos hacia la picarescaAsí como los fabliaux van a anunciar la novela cómica, que a su vez anunciará la novela de costumbres, etc., el divertido realismo que logrará Boccaccio en El Decamerón, influido a su vez –en parte, como hemos visto– por el amor cortés, va a anunciar la picardía como genero literario. Pues como anotaba Rougemont,

cada momento de esta progresión hacia lo “verdadero” se encuentra vinculado, más estrechamente que el precedente, a un momento correspondiente en la progresión hacia lo “precioso”, de donde nace por reacción.39

Así, la picaresca en su mayor parte surgirá como reacción a aquella visión ideal (demasiado ideal y bella) impuesta por el amor cortés, con Boccaccio como uno de sus intermedios.

Boccaccio dará los primeros pasos con algunas narraciones de El Decamerón, como por ejemplo las de Miccer Ciappelletto. En esa y otras cuantas se van a encontrar ya en germen los elementos que constituirán luego la picaresca: el pícaro como protagonista, las burlas bien llevadas a cabo, el desdén por las complicaciones sociales del amor, y la indulgencia hacia las mentiras y los egoísmos de la vida sexual.40 Elementos que entonces tenían una doble intención: ilustrar y divertir, en una mezcla de naturalismo y picardía. Pero si en Boccaccio aún no se encuentra una historia que pueda ser considerada netamente picaresca, es de creerse que fue más a causa de sus buenos modales que a falta de instrumentos.

Hugo BlumenthalCali, 1996

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39 Ibíd. p. 192.40 Ibíd. p. 192.