la moral y la espiritualidad: realidades inseparables en
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LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN EL
SEGUIMIENTO A CRISTO
FR. RICARDO LUIS FLORES VILLANUEVA OCD
Trabajo de grado para optar por el título de Bachiller en Teología
Tutora: María Isabel Gil Espinosa
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Facultad de Teología
Bogotá, D.C.
2015
2
DEDICATORIA
A mis hermanos y hermanas de la
Orden del Carmelo Descalzo, con
quienes vamos tras las huellas de
Jesucristo.
3
Tabla de contenido
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................ 4
CAPÍTULO I ................................................................................................................ 6
MORAL Y ESPIRITUALIDAD: SU SEPARACIÓN COMO PROBLEMA EN EL SEGUIMIENTO A
CRISTO .......................................................................................................................... 6
1.1. Aproximación a los términos: moral y espiritualidad ........................... 6
1.1.1. La moral cristiana ............................................................................................. 6
1.1.2. La espiritualidad cristiana .............................................................................. 10
1.2. Algunas causas que llevaron a la separación entre moral y
espiritualidad ....................................................................................................... 14
1.3 Consecuencias de la separación entre moral y espiritualidad para la
vida cristiana ........................................................................................................ 18
CAPÍTULO II ............................................................................................................. 23
MORAL Y ESPIRITUALIDAD: DOS REALIDADES INSEPARABLES EN UNA VIDA
AUTÉNTICAMENTE CRISTIANA ....................................................................................... 23
2.1. En el Nuevo Testamento ............................................................................. 24
2.2. Vida moral y vida espiritual en los Padres de la Iglesia ......................... 38
2.3. En el Concilio Vaticano II ............................................................................ 44
CAPÍTULO III ............................................................................................................ 53
UNIDAD ENTRE MORAL Y ESPIRITUALIDAD EN EL SEGUIMIENTO DE CRISTO: UNA
APROXIMACIÓN DESDE SANTA TERESA DE JESÚS Y LAS ORIENTACIONES DE VATICANO II
................................................................................................................................... 53
3.1. A la luz de Santa Teresa de Jesús ............................................................. 53
3.2. A partir de las orientaciones de Vaticano II .............................................. 66
CONCLUSIÓN .......................................................................................................... 78
4
INTRODUCCIÓN
En este proyecto de investigación nos plantearemos, la separación entre moral y
espiritualidad, como problema que tiene serias consecuencias en el seguimiento a
Cristo, que dicho en otras palabras tiene importantes implicaciones para la vida
cristiana en general. Por esta razón, la pregunta que será transversal a este
proyecto de investigación será ¿Por qué la importancia de la unidad entre la moral
y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo?
Para intentar responder a esta pregunta, intentaremos, en el primer capítulo,
mostrar cómo la separación entre moral y espiritualidad es un problema que tiene
serias consecuencias para la vida cristiana. En este capítulo, intentaremos explicar
los términos de moral y espiritualidad. En un segundo momento, intentaremos
explicar algunas causas que llevaron a la separación entre moral y espiritualidad; y
por último, presentaremos algunas consecuencias de esta separación, en la
experiencia de fe y seguimiento a Cristo.
En el segundo capítulo trataremos de presentar, a partir del Nuevo Testamento, los
Padres de la Iglesia y el Concilio Vaticano II, los fundamentos teológicos a partir de
los cuales podemos afirmar que estas dos realidades no se pueden comprender ni
vivir como compartimentos estancos, es decir, como realidades aisladas la una de
la otra.
Finalmente, en el tercer capítulo, a la luz de Santa Teresa y de las orientaciones
del Concilio Vaticano II, nos proponemos presentar algunas pautas que pueden
ayudarnos en este intento de buscar una convergencia entre moral y espiritualidad.
Al finalizar este proyecto, trataremos de ver cómo poner por obra, de cómo hacer
realidad en nuestro vivir como cristianos la unidad de la moral y la espiritualidad en
el camino del seguimiento a Cristo, para así responder a la pregunta, que se ha
planteado y ha atravesado ya todo nuestro trabajo. Y en el marco del V centenario
5
del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; y como hijo de esta
santa mística carmelita lo que corre por mis venas es efectivamente esta
espiritualidad teresiana y por lo tanto es lo que aportaría a la Iglesia; me sirvo de
esta reconocida Santa, para decir y justificar sin miedo alguno que moral y
espiritualidad convergen en la seguimiento a Cristo. Su vida espiritual desembocó
en una moral concreta, y vive una moral redimensionada por la espiritualidad. Y
finalmente en esta misma línea de cómo el cristiano tiene que encarnar y vivir la
unidad entre moral y espiritualidad en el seguimiento a Cristo traeré nuevamente
las orientaciones del Concilio Vaticano II como propuesta de una realización
auténtica.
Al finalizar esta introducción, pongo en claro, que con el presente trabajo no tengo
la intención de hacer un análisis detallado de términos, de adentrarme en exégesis,
etc., porque sería cosa de una única investigación; más bien lo que pretendo es de
dar una mirada concreta y general para responder a la pregunta que nos lanza y
además atraviesa nuestra investigación y que exige evidentemente una respuesta;
al final del trabajo creo que podremos tener elementos suficientes para responder
a nuestra pregunta que será el hilo conductor de esta investigación.
6
CAPÍTULO I
MORAL Y ESPIRITUALIDAD: SU SEPARACIÓN COMO PROBLEMA EN EL SEGUIMIENTO A
CRISTO
En este primer capítulo intentaremos, en primer lugar, explicar brevemente lo que
estamos comprendiendo por moral y por espiritualidad. En un segundo momento
trataremos de hacer una aproximación a las causas que llevaron a comprender y
vivir la moral y la espiritualidad como dos realidades separadas; finalmente,
intentaremos presentar algunas consecuencias y problemas que tal separación
presenta al seguimiento de Jesús.
1.1. Aproximación a los términos: moral y espiritualidad
Antes de iniciar el desarrollo de este primer capítulo, consideramos que es
importante presentar lo que estamos comprendiendo por moral y por espiritualidad.
La razón es que, aunque estos términos los manejamos cotidianamente, parece
que no siempre está claro su sentido y significado.
1.1.1. La moral cristiana
Es importante que empiece poniendo en consideración que en nuestros días
empleamos las palabras ética y moral sin mayor distinción1. Siendo así, la palabra
ética, procede del griego ethos, y tiene dos significados: el primero denota
residencia, morada, lugar donde se habita; luego, gradualmente, se pasa de una
comprensión de un lugar exterior (país o casa) al lugar interior (actitud). Así, en la
1 Mifsud, Tony. Una fe comprometida con la vida. Espiritualidad y ética, hoy. Santiago: San Pablo, 2002, 5.
7
tradición aristotélica llega a significar modo de ser y carácter, pero no en el sentido
pasivo de temperamento como estructura psicológica, sino en un modo de ser que
se va adquiriendo e incorporando a la propia existencia. El segundo significado de
ethos es hábito, costumbre. Sin embargo, en el paso del griego al latín se debilitó
uno de sus significados, ya que en latín sólo existe una palabra para expresar los
dos significados de ethos: este término es mos2, en plural, mores, de donde viene
la palabra moral y significa costumbre.
Para Juan Pablo II, la moral es:
(…) una reflexión científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de vida
nueva, sobre la vida según la verdad en el amor, sobre la vida de santidad de la
Iglesia, o sea, sobre la vida en la cual resplandece la verdad del bien llevado hasta
la perfección3.
En este sentido, se entiende también a la moral cristiana como el hogar del ser
humano, ya que propone el universo de sentidos, de ideales y de valores que hacen
posible y viable, es decir, habitable para todos y cada uno, la condición humana en
la sociedad4.
La moral cristiana es entonces una tarea, un quehacer, el crisol del carácter que
permite enfrentar la vida con altura humana. Por consiguiente, la moral cristiana es
una propuesta a partir del Evangelio, de un estilo de vida, individual y societal, que
busca la auténtica realización, humana y humanizante de la persona en sociedad
o de una sociedad conformada por sujetos5.
2 Santo Tomás de Aquino explica que mos puede significar dos cosas: unas veces tiene el significado de
costumbre (...); otras significa una inclinación natural o cuasi natural a hacer algo (...). Para esta doble
significación en latín hay una sola palabra; pero en griego tiene dos vocablos distintos, pues ethos, que
traducimos por costumbre, unas veces tiene su primera letra larga y se escribe con eta, y otras la tiene breve y
se escribe con épsilon. (Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 7). 3 Juan Pablo II. Veritatis Splendor, 110. 4 Ver. Vidal, Marciano. Nueva Moral Fundamental: el hogar teológico de la Ética. Bilbao: Desclée de Brouwer,
2000, 13. 5 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 6.
8
Es así, que la moral cristiana tiene indudablemente en la Trinidad no sólo su
paradigma de comportamiento sino también, y sobre todo, el fundamento del obrar
moral6. La moral cristiana debe ser entendida y vivida como una orientación
radicalmente cristocéntrica, la vida moral cristiana debe estar regida por el Espíritu7.
Por ello dice bellamente Billy, que: “la vida moral del cristiano ha de contar con la
mística a la hora de plantear y de solucionar los interrogantes de la existencia
cristiana”8. En este mismo sentido Juan Pablo II, considera que: “la reflexión moral
de la Iglesia, ha de estar hecha siempre a la luz de Cristo, el Maestro Bueno”9,
porque él es evidentemente el modo cómo Dios nos piensa.
Por lo tanto, el objeto de la moral cristiana es el comportamiento humano
responsable, en cuanto orientado hacia el bien y “considerado a la luz de la
revelación y de la fe”10. La teología moral tiene un aspecto completamente diferente
del de la filosofía moral, si está debidamente informada por las Sagradas Escrituras;
resulta ser, pues, la doctrina sobre el aspecto práctico de la vida del hombre que
vive del misterio de Cristo y de la salvación, revelado en la Palabra. Por tanto, el
principio último de la moral cristiana no es la razón, sino la fe, por el cual recibimos
la revelación del misterio de Cristo y de nuestra salvación. La moral cristiana, tiene
que ser el aspecto práctico de la fe11.
Santo Tomás se pregunta, por qué la moral del cristiano, el comportamiento
responsable ha de entrar en el ámbito de la Teología, que en principio debería
reservarse a la reflexión sobre Dios. El santo subraya el papel que la gracia, como
ley interior, juega en ese comportamiento por el que el hombre mismo se hace así
6 Ver. Vidal, Marciano. Moral y Espiritualidad: de la separación a la convergencia. Madrid: Perpetuo Socorro,
1997, 14. 7 Ibid., 16. 8 Billy, D. J. Mysticism and Moral Theology, Studia Moralia 34 (1996), 389-415. 9 Veritatis Splendor, 9. 10 Flecha, José Román. La vida en Cristo, fundamentos de la moral cristiana. Salamanca: Sígueme, 2000, 41. 11 Ver. Fuchs, Joseph. La Moral y la Teología Moral Postconciliar. Barcelona: Herder, 1969, 54.
9
mismo. Por lo tanto, es Teología también la que considera las acciones del hombre,
creado por Dios. Acciones que, a fin de cuentas, en él tienen su origen y sólo en su
contemplación como Sumo Bien encuentran su orientación definitiva12.
La moral cristiana tiene que ser un vivir del hombre desde ese encuentro con Cristo,
desde ese estar con Dios; y esto es posible desde el amor, el amor es el que marca
el encuentro entre Dios y el hombre, y entre el hombre y Dios; el amor es el ñudo
que junta dos cosas tan desiguales13, el que nos acerca a ese misterio que nunca
abarcamos14; y es desde allí que descubrimos nuestra responsabilidad moral con
el Otro y los otros y el gusto de la espiritualidad, de la mística15.
Juan Pablo II, en la Encíclica Veritatis Splendor afirma que a los teólogos
moralistas, les compete “subrayar en la reflexión científica el aspecto dinámico que
ayuda a resaltar la respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el
proceso de su crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica”16.
Ante la vocación del que es imagen de Dios, la Encíclica une aquí la moral y la
mística cristiana17.
12 Ver. Abba, G. Lex et Vitus sll´ evoluzione della dottrina morale di san Tommaso d´Aquino. Roma: Las, 1983,
163. 13 Ver. Álvarez, Tomás, Ed. Santa Teresa, Obras Completas. Poesía 6. Burgos: Monte Carmelo, 2009. 14 Ver. Vallés G, Carlos. Dejar a Dios ser Dios: Imagen de la divinidad. Bilbao: Sal Terrae, 1997, 25. 15 Y ya que inconscientemente al lado de la palabra espiritualidad puse la palabra mística como sinónimos,
quiero aclarar la realidad de estos dos términos para más adelante si volviere a salir sepamos a qué me refiero.
La espiritualidad lo entendemos como la fuerza de Dios que actúa en los hombres y la mística como la
experiencia del hombre del Misterio; es así que las dos capacitan al hombre para un vivir y actuar desde la
voluntad de Dios. Tanto la espiritualidad como la mística, nos llevan a una unión amorosa con ese Otro; por lo
tanto me he de referir aquí a estas dos palabras como sinónimas; aun sabiendo que etimológicamente puede
tener raíces distintas; pero el hecho es que, dentro de la vida cristiana las dos nos hablan de un mismo encuentro,
el encuentro con Dios en nuestro caminar, de hacer una amistad con él y cómo ello nos lleva a la búsqueda del
sentido último de las cosas en Dios. A estas dos palabras también se uniría una tercera “contemplación” también
lo tomamos como una palabra que significa lo mismo. Nos aclara Marciano Vidal estos términos diciendo que:
los término de mística y ascética llegan hasta después de la mitad de siglo, en los últimos cincuenta años la
palabra espiritualidad ha ido consolidándose y al mismo tiempo remplazando a la palabra mística, es así que
hoy se prefiere hablar de espiritualidad o teología espiritual (Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 57-65). 16 Veritatis Splendor, 111. 17 Flecha, José Román, Teología Moral Fundamental. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, 24.
10
Finalmente, decimos que la exigencia moral cristiana brota del buen anuncio de la
salvación, de la experiencia del resucitado en el interior de la vida, del amor que
deja a Dios ser Dios y conocer los rasgos de su eterno encarnar18. Dios que
ensancha el corazón y nos impulsa al encuentro de los otros. La moral cristiana es
una consecuencia inevitable de una fe vivida, es la obra de una espiritualidad
original, es decir, dónde la experiencia de amor en el Amor se hace visible.
1.1.2. La espiritualidad cristiana
Por la espiritualidad cristiana se entiende, como el conjunto de aspiraciones y de
convicciones que animan interiormente a los cristianos en su relación con Dios, así
como el conjunto de las reacciones y de las experiencias personales o colectivas y
de las formas exteriores visibles que concretizan dicha relación. Y la espiritualidad
cristiana, por su carácter histórico, tiene que responder a las necesidades de la
época y expresarse en categorías culturales correspondientes19. Así, la
espiritualidad cristiana es la experiencia de amor de Dios que atraviesa toda la vida
del cristiano.
También es bueno aclarar esto, y es que, por el término espiritualidad no hay que
entenderlo dentro de un esquema antropológico de signo dualístico, oponiendo
espíritu a cuerpo; más bien como algo de la realización de la persona integral. La
espiritualidad hay que entenderlo como que nos estamos refiriendo a una
dimensión específica de la existencia cristiana que trata de traducir en vida el
mensaje cristiano de salvación.
18 Ver. Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 45. 19 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 11.
11
En este sentido, “la espiritualidad se entiende, que es la vida que fluye de la vida
trinitaria”20. Es la Trinidad “aquella eterna fonte” de donde “todo origen viene”21. La
espiritualidad cristiana no es otra cosa que el despliegue, en el tiempo histórico y
biográfico, del misterio de Dios22. La vida espiritual es un trato de amistad con quien
sabemos nos ama, es un vivir en él, en Cristo y, consiguientemente, como Cristo.
“El camino espiritual es el itinerario del Espíritu en cada creyente y en la comunidad
de los creyentes”23. La vida espiritual es la honda experiencia de Dios, de su
presencia; para elevar al sumo potencial la acción del hombre a favor de los otros24,
de allí, que el amor entre las criaturas, ha de ser como el amor de Dios por estos
mismos (Jn 13,34).
La espiritualidad cristiana nos lleva a reconocer el amor de Dios por nosotros, el
que nos hace contemplarlo y quedar radiantes (Sal 34,6). Amándolo es que
reconocemos su amor, dándonos es como se nos da, y el darse de él es
salvándonos; este es el amor que se tiene que prolongar de nosotros hacia el otro,
salvarlo dándonos; nuevamente vemos que la moral es definitivamente un
compromiso real y concreto con el otro. La espiritualidad es la experiencia de
sabernos que moramos en el corazón del Padre, de sabernos que moramos en la
casa del gran Rey dirá bellamente Santa Teresa de Jesús, o que Dios está en
nuestro profundo centro dirá San Juan de la Cruz; y es esta experiencia de Dios
que nos impulsa a actos concretos.
La espiritualidad cristiana, es sabernos envueltos en su imagen y semejanza de
Dios; dirá San Pablo, es sabernos que ya no vivo yo, sino en dejar que él viva en
mi (Ga 2, 20), para transparentarle; entonces, “la espiritualidad es una forma
concreta, movida por el Espíritu, de vivir el Evangelio”25, la espiritualidad no es algo
20 Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 21 Pacho, Eulogio, Ed. San Juan de la Cruz, Obras completas. Poesía 8, 2. Burgos: Monte Carmelo, 2009. 22 Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 23 Ibid., 16. 24 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas. 25 Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Salamanca: Sígueme, 1990, 244.
12
que nos hace indiferentes a la vida, a la realidad; por el contrario, la espiritualidad
nos invita a un vivir con los ojos abiertos, a una forma de vivir coherente con el
Evangelio en toda su radicalidad26, por tanto con un compromiso real y concreto en
esta vida, “cuanto más espirituales, más conversables”27, más comprometidos con
el otro, con el mundo, con la realidad; es un compromiso desde Dios.
La espiritualidad cristiana es el descubrir la voluntad de Dios en la vida de cada uno
de nosotros, es una experiencia de Dios en la vida del creyente. Dios Padre ha
enviado a su Hijo al mundo, porque una sola palabra tenía que decirnos y es él28,
su Hijo, y su Espíritu sigue comunicándose a los creyentes. Dios se ha
autorrevelado totalmente en el Hijo y el Espíritu sigue comunicando la Buena
Noticia. Por ello, lo que define la espiritualidad es la irrupción de una presencia
transformadora, Dios haciéndose presente en la vida de las personas. La
espiritualidad es una vida según el Espíritu29. Por ello, la espiritualidad nos abre a
la acción del Espíritu en nuestras vidas; implica una centralidad en la Persona de
Jesús el Cristo (Flp 3,7-11), la construcción de la Iglesia como comunidad fraterna
en misión (1 Cor 12-14), en una actitud de acción de gracias y en el gozo del
anuncio del Evangelio (Rm 1, 14-17), privilegiando una preocupación hacia los más
débiles y marginados de la sociedad por su condición de predilectos sacramentales
de lo divino (Mt 25, 31-26). La espiritualidad también entonces, se vive en un
proceso continuo de conversión como respuesta -vocación al proyecto de Dios
hacia nosotros30.
El cristiano que asume su espiritualidad, ha de expresar concretamente una opción
fundamental en su existencia, que cambia su horizonte de significados y sentidos,
porque la experiencia de Dios implica un compromiso con el proyecto divino sobre
26 Castillo Sánchez, José María. Los peligros de la espiritualidad. Proyección 43 (1996), 225. 27 Ver. Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 41,7. 28 Ver. San Juan de la Cruz. Subida al Monte II, 22, 3-6. 29 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 2. 30 Ver. Buvinic, Marcos. "Espiritualidad: la pregunta por el Espíritu que nos habita", en Cuadernos de
Espiritualidad, Espiritualidad: ¿de qué se trata?, (Santiago: CEI, 1993), pp. 7-8.
13
la historia humana, porque la conversión a Dios se traduce en una conversión hacia
el otro como imagen y semejanza divinas, de allí, que dirá Santa Teresa “la
perfección verdadera es el amor a Dios y del prójimo”31 y no hay negocio en ello,
esto es el precio del camino espiritual “obras, obras quiere el Señor”32, puesto que
todo comienza en él y acaba en nosotros, “Dios es el que ensancha el corazón”33.
En efecto, la esencia de la espiritualidad cristiana, es el seguimiento a Cristo bajo
la guía de la acción del Espíritu. La espiritualidad cristiana, es una existencia que
se deja interpelar por la presencia divina y que se transforma en un estilo de vida,
real y concreto en el mundo en el cual vivimos.
En conclusión, La moral y la espiritualidad nacen de la misma fuente que es la vida
nueva en Cristo y las dos realizan el designio de salvación de Dios sobre la historia.
Estamos llamados a una vida nueva en donde “la espiritualidad se hace
compromiso ético y la moral se nutre de la experiencia espiritual”34. Cuando las dos
se integran en la vida, en el seguimiento a Cristo, la moral queda redimensionada
por la espiritualidad cristiana; y la espiritualidad alcanza su verificación mediante la
vida moral35, por ello que no pueden estar divorciadas, y hablábamos casi al inicio
de la importancia de la comunión de ambas. Se debe de subrayar lo que el cristiano
es desde la gracia de Dios, para deducir de allí lo que debe ser, en su esfuerzo
diario, siempre iluminado y apoyado por la fuerza del Espíritu Santo36.
La espiritualidad consiste en una vida guiada por el Espíritu del Hijo y del Padre; la
acción moral es un comportamiento inspirado por este mismo Espíritu. En esta vida
nueva, la espiritualidad se hace compromiso moral y la moral es motivada por la
coherencia con esta experiencia espiritual. La acción moral es justamente un estilo
31 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 2. 32 Santa Teresa de Jesús. Moradas quintas, 3,11. 33 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 2,4. 34 Juan Pablo II. Redentor Hominis. 18. 35 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 23. 36 Flecha, La vida en Cristo, 38.
14
de vida coherente y consecuente con la vida de gracia recibida37. La moral y la
espiritualidad, realidades inseparables en el seguimiento a Cristo.
1.2. Algunas causas que llevaron a la separación entre moral y espiritualidad
Si nos disponemos a hablar de causas que llevan a la separación entre moral y
espiritualidad, significa que estas dos realidades, no siempre han estado
separadas. En este apartado intentaremos presentar algunas causas que llevaron
a la separación entre moral y espiritualidad.
En primer lugar debemos señalar que tanto moral como espiritualidad tienen sus
propias particularidades y peculiaridades que las distingue; Marciano Vidal afirma
que:
La espiritualidad se sitúa preferentemente en la verticalidad; su mirada está dirigida
hacia la dimensión trascendente de la vida. Su camino es el de la interioridad. La
moral pertenece preferentemente a la horizontalidad; su rostro se fija en la
dimensión de la vida cristiana. Su camino es el de la exterioridad38.
Sin embargo, la afirmación de Marciano Vidal no indica exclusividad o realidades
que no pueden estar jamás juntas, esto no; lo que se indica con ello es
sencillamente preferencias. Porque, “la espiritualidad tiene también un dinamismo
hacia la horizontalidad, hacia la inmanencia y hacia la exterioridad. Por su parte, la
moral también se abre a la interioridad, a la trascendencia y a la verticalidad”39. Por
tanto, no hay razón para que se diga que deben hacer su camino autónoma y
aisladamente, algo así como dándose la espalda y cortando toda comunicación.
37 Ver. Redemptor Hominis. 18. 38 Vidal, Moral y Espiritualidad, 20. 39 Ibid.
15
Una causa que encontramos, y que ayudó a que moral y espiritualidad se separaran
fue la moral de Guillermo de Ockham, que como afirma Román Flecha:
La moral de Guillermo de Ockham es con mucho la más pura, la más radical, la
más intransigente moral de la obligación. Sólo la obligación permite a la acción
humana acceder a la dignidad del orden moral. Ni su fin ni su objeto confieren a
nuestros actos valor alguno. En una tal moral, diríamos, no hay más una virtud
específica: la obediencia. Las relaciones entre Dios y el hombre, así como de los
hombres entre ellos, no son más que relaciones de fuerza. Ya no se trata de
investigar los valores morales, o de discernir las leyes fundamentales del ser, sino
únicamente del conocer las leyes positivas impuestas por Dios en su libertad
absoluta. No hay necesidad de interés moral, ni de justificación racional de una ley
por su armonía con las otras: cada obligación se impone independientemente de
todas. No hay impulso vital, ni dinamismo interno, ni inclinación del ser hacia su
meta, sino la realización material de un cierto número de prescripciones jurídicas,
fuera de las cuales el hombre queda a merced de su absoluta libertad. Cumplir la
ley exterior es, para Ockham, el summum de la perfección40.
Aquí encontramos, propiamente, la primera moral de la obligación ya que con
Ockham, surge la formación de una estructura nueva de la moral. El centro de la
moralidad está en la obediencia a la ley. Es, pues, una moral legalista, que se
interesa sólo por los actos.
Por consiguiente, la relación de la moral con la Sagrada Escritura va a modificarse
sutilmente; aunque la Sagrada Escritura sigue siendo considerada como la
expresión de la voluntad de Dios, sólo los pasajes que manifiestan una obligación
legal estricta interesarán a los moralistas y estos tenderán a interpretarlos en su
libertad material, como se hace en los textos jurídicos. Bajo esta influencia, la
40 Flecha, Teología Moral Fundamental, 51.
16
relación de la teología moral con la Sagrada Escritura se reducirá cada vez más41,
rompiendo así la unidad que había conservado hasta el siglo XIII42. Esto significó
evidentemente un debilitamiento entre la moral y la espiritualidad. Si ya es una
moral que se va alejando de la Sagrada Escritura, de la Palabra, se aleja del espíritu
del Señor; la Sagrada Escritura no es un Libro obviamente de normas, sino de una
experiencia salvífica, una moral sin esta característica se vuelve opresora, y en
consecuencia querrá menos saber de la espiritualidad.
Además, otra de las causas que contribuyeron a separar la moral, de la experiencia
espiritual y de la mística; es el nominalismo, esta corriente subrayaba la idea de la
ley y de la obligación, en detrimento de la espontaneidad interior y del impulso que
son propios del amor y que forman la base de la vida espiritual y mística. La ruptura
que así se establece entre la moral y la mística va a reforzarse por la aplicación de
la distinción entre los preceptos y los consejos a toda la moral. La moral se ocupará
esencialmente de los preceptos que fijan las obligaciones en los diferentes sectores
del obrar humano y que se imponen a todos indistintamente. Los consejos
describirán un dominio suplementario, el de los actos supererogatorios, dejados a
la libre iniciativa de cada uno y, por este hecho, reservados a una élite que busca
la perfección: este será el terreno de la espiritualidad y de la mística. Esta distinción
constituye una verdadera separación, reforzada por la desconfianza respecto de la
espontaneidad, en una moral fundada sobre la construcción de la ley; y respecto
de la mística, considerada como un fenómeno extraordinario43.
Debemos tener presente que cuando apareció el primer volumen de las
Instituciones Morales de Juan Azor en 1600, la moral se empieza a constituir en
41 Pinckaers, Servais. Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia. Pamplona:
EUNSA, 2000, 307. 42 Ibid., 309. 43 Ibid., 311.
17
disciplina autónoma propiamente dicha, pero ésta se va haciendo cada vez más,
ajena a la espiritualidad y a la mística44.
En este proceso, el Concilio de Trento ejercerá una influencia muy importante en la
nueva concepción de la Teología moral ya que es a partir de este momento que se
inicia la elaboración de los Manuales de moral, que tenían como finalidad preparar
a los sacerdotes para la confesión y la solución de los casos de conciencia. En
adelante la Teología moral se desvincula de la síntesis teológica general y se
organiza según los postulados metodológicos del derecho, los diez mandamientos,
los mandamientos de la Iglesia y sigue, así, el proceso de una creciente
juridización45; Servais señala al respecto:
Azor anuncia una división cuatripartita de la moral: 1) los diez mandamientos de
Dios. 2) los siete sacramentos. 3) las censuras y penas eclesiásticas. 4) los estados
de vida y los fines últimos. Se trata evidentemente de una distribución nueva de la
materia de moral que sustituye a la organización tradicional que seguía las virtudes,
y que a partir de ahora la enfoca enteramente según las obligaciones que expresan
los diferentes mandamientos, pues hasta los sacramentos y los estados de vida
están estudiados desde el punto de vista de las obligaciones peculiares que
implican. Claro que las virtudes no serán olvidadas en la exposición (…), pero serán
relacionadas y sometidas a determinados mandamientos y siempre tratadas en la
perspectiva de las obligaciones que les afectan46.
Podemos ver, que una las características generales de estos manuales es la
excesiva separación de la moral respecto a la Sagrada Escritura, por tanto de la
espiritualidad. Porque la fuente de la moral es la ley contenidas en los
mandamientos y no la Palabra de Dios47. La moral logra su autonomía al
44 Ver. Vereecke, Louis. Introducción a la historia de la Teología Moral. Estudios de historia de la Moral.
Madrid: Perpetuo Socorro, 1969, 66-67. 45 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 60-61. 46 Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 316. 47 Ver. Flecha, Teología Moral Fundamental, 55.
18
desvincularse de la Teología dogmática, sin ninguna referencia a la espiritualidad,
ya que estaba al servicio del confesor, es decir, dedicada a la orientación en la
práctica del sacramento de la penitencia48.
Sin embargo, en la reflexión actual sobre la moral y la espiritualidad, no podemos
separar ambas realidades ello supondría empobrecer el saber teológico49 y la
vivencia de una vida cristiana autentica. Por tanto, debemos trabajar por una
articulación ya que su unidad nos ayuda a expresar el misterio unitario de la fe
cristiana. La unidad en la diversidad constituye la clave epistemológica para
comprender las diversas dimensiones de la existencia humana. La contemplación
del significado cristiano, la vivencia de su misterio, su implicación ética en la
transformación de la historia son distintas manifestaciones de una misma y única
opción de vida50.
Más aún, no podríamos hablar de un seguimiento a Cristo, solo desde una
perspectiva o la moral o la espiritualidad, porque el seguimiento se hace desde
estas dos dimensiones, son como una especie de pilares que se necesitan
mutuamente. La espiritualidad me ayuda a discernir, a comprender la voluntad de
Dios en la vida concreta para el mundo, y la moral, la podemos entender como la
realización desde ese querer de Dios, por eso bien se dice en el Evangelio de Lucas
“por sus frutos los conoceréis” (Lc 6, 43-44), frutos que hablan de nuestro ser
cristianos y de nuestra vida moral.
1.3 Consecuencias de la separación entre moral y espiritualidad para la vida
cristiana
48 Vidal, Nueva Moral Fundamental, 902-903. 49 Ver. Optatam Totius, 16. 50 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 5.
19
En este apartado intentaremos aproximarnos a las consecuencias e implicaciones
que tal separación tiene para el seguimiento a Cristo. En primer lugar nos podemos
dar cuenta que la separación entre la moral y la espiritualidad, lleva a una carencia
de fundamento teológico tanto para la moral como para la misma espiritualidad51,
y es así como la moral se reduce a una observancia de preceptos”52 y la
espiritualidad a los consejos53.
En segundo lugar, y por las razones que ya explicamos; la inserción de tantas
cuestiones canónicas en la teología moral no ayuda a percibir el sentido y el valor
de la moralidad cristiana. La inclusión del derecho en la enseñanza de la moral no
agrada ni a los mismos canonistas54 llega afirmar Fuchs.
La moral desvinculada de la espiritualidad, pasa a concentrar su interés en el
análisis de la conducta moral en orden a la práctica del sacramento de la
penitencia; por consiguiente, el Concilio de Trento, en la administración del
sacramento de la penitencia, va a exigir una exacta declaración de los pecados,
especificando su número, su especie y sus circunstancias. Por ello, la formulación
de la reflexión moral se sitúa en un contexto jurídico, de aplicación de las leyes
eclesiásticas a los casos o situaciones y, básicamente, referida al pecado,
desvinculada de la gran síntesis teológica55. Tal sacramento se veía como un
tribunal a donde se da la absolución, en vez de una experiencia del amor de Dios.
Y es el paradigma que va a perdurar desde el Concilio de Trento hasta el Concilio
51 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 13. 52 Los preceptos se entenderían como exigencias que se imponen y que no los podemos descuidar so pena de
desobedecer a Dios y por ende no alcanzar ni la perfección ni la salvación. 53 Y por consejos se entendería como recomendación, parecer, estímulo, que da lugar a la gratuidad, a la
iniciativa, en una palabra, a la libertad de hacer o no hacer. Nadie está obligado a seguir un consejo, aunque
seguirlo es algo mejor y más perfecto. 54 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 62. 55 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 37.
20
Vaticano II56. Es lamentable que luego del Concilio de Trento disminuyera la
presencia de la Sagrada Escritura, de la vida espiritual en la reflexión moral57.
Por tanto, en la moral que no cabe ya la espiritualidad, también pareciera que la
espiritualidad tampoco necesitara para nada a la moral. En consecuencia, se
propiciará la aparición de reflexiones autónomas sobre la perfección cristiana, las
cuales traerán ya en el siglo XX la disciplina de la ascética y de la mística
trasformada hoy en espiritualidad o Teología espiritual58.
Dice Román Flecha, que la clásica división entre Teología Moral y Teología
Espiritual ha terminado por modelar una cierta mentalidad. Como si la Teología
Espiritual hubiera de estudiar el comportamiento positivo y la Teología Moral el
comportamiento negativo. A la Teología Moral quedaría reservado el primer
capítulo del Sermón de la Montaña (sobre todo los versos 17-19) –tal vez
excluyendo las bienaventuranzas, con tal de que se pasara a la Teología Espiritual
ese último verso del capítulo 5 del Evangelio según San Mateo “Vosotros, pues, ser
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48)59.
Sin embargo, dada la independencia entre la moral y la espiritualidad, cada una
tratará de tomar su camino que cree ser correcto. La Teología moral, alejada de la
espiritualidad y de la síntesis teológica, “cobra un tono más jurídico para poder
responder a su finalidad de ayuda al confesor en la práctica del sacramento de la
penitencia y queda unilateralmente asociada al pecado”60, a tal falta, tal sentencia;
olvidando tal vez que la mirada de Dios es de compasión y misericordia ( Lc 15, 11-
32; Mt 9,5).
56 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 67. 57 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 77. 58 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 68. 59 Flecha, Teología Moral Fundamental, 27. 60 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 9.
21
La Teología espiritual aparece como disciplina autónoma dentro del saber teológico
a comienzos del siglo XX. En 1918 comienza a funcionar la cátedra de Ascético-
Mística en la Pontificia Universidad Gregoriana. La Constitución Apostólica Rerum
Scientiarum Dominus (1931) la declara como materia obligatoria en las facultades
de teología. Gradualmente, en la década de los cincuenta, se abandona el uso de
la terminología Ascética y Mística a favor de Teología espiritual61.
Llegando al siglo XX acontece ya un cambio fundamental en el capítulo de la
espiritualidad: la temática anteriormente considerada como profana, llega a formar
parte de la espiritualidad y, por ello, ésta ilumina y se identifica con la vida moral.
La división entre dos espacios (sagrado y profano) se supera. La vivencia de la
espiritualidad no implica una separación ni una huida del mundo, sino se sitúa en
lo cotidiano62.
Finalmente, el camino de la santidad no se relaciona unilateralmente con la vida
religiosa sino se identifica con la vocación cristiana. Todo cristiano, todo bautizado
está llamado, es decir, tiene la vocación, a la santidad. En palabras del Concilio
Vaticano II: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita
un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena"63, en la sociedad que
clama justicia.
Por ello, es interesante observar que las limitaciones de la moral casuista nacen de
una mentalidad que polariza los mismos aspectos positivos. Así, hubo una
tendencia a caer en una moral segura pero no siempre crítica; una moral marcada
por el pesimismo; una moral legalista del mínimo exigido, y una moral privatista64.
61 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 57-73. 62 Ver. Guerra, Augusto. Espiritualidad, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad. Madrid: Paulinas (1991),
pp. 847-876. 63 Lumen Gentium, 40. 64 Leers, Bernardino y Antonio Moser. Teología Moral: Conflictos y alternativas. Madrid: Paulinas, 1987, 38-
39.
22
En ello, una moral de obligación, una moral opresora decíamos más arriba; y la
moral, tiene que ser una moral de vida, de gracia, que sea fruto del encuentro con
el Amor, por lo tanto una moral de gozo. La moral y la espiritualidad, realidades
inseparables en el seguimiento a Cristo.
23
CAPÍTULO II
MORAL Y ESPIRITUALIDAD: DOS REALIDADES INSEPARABLES EN UNA VIDA
AUTÉNTICAMENTE CRISTIANA
En el capítulo primero, hemos intentado mostrar algunas causas que llevaron a que
moral y espiritualidad se comprendieran como compartimentos estancos en la que
no existía casi ninguna vinculación. Y tratamos de explicar por qué la separación
entre moral y espiritualidad tiene consecuencias negativas para una vida
auténticamente cristiana.
En este segundo capítulo intentaremos mostrar por qué moral y espiritualidad son
dos realidades que no se pueden separar ya que se necesitan mutuamente para
seguir a Jesús y construir una vida auténticamente cristiana. En otras palabras,
intentaremos responder a la pregunta de ¿Por qué es importante la unidad entre
la moral y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo?
En primer lugar, nos acercaremos al Nuevo Testamento y trataremos de ver cómo
moral y espiritualidad son dos realidades inseparables al momento de hablar de
seguimiento y experiencia de Dios, y es más, en él tienen su razón de ser, su
fundamento65. En segundo lugar, presentaremos a los Padres de la Iglesia, a través
de sus sermones, catequesis, etc.; e intentaremos mostrar que ellos no
desvinculaban la moral de la espiritualidad66. Finalmente, trataremos de mostrar,
que desde las orientaciones presentadas por el Concilio Vaticano II, moral y
espiritualidad no se pueden separar sin graves consecuencias para la vida
cristiana, la cual se concreta en el seguimiento a Cristo.
65 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 66 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 256.
24
2.1. En el Nuevo Testamento
Empezamos diciendo que al acercarnos al Nuevo Testamento vemos que, la
tradición sinóptica nos sitúa frente al mensaje de la llegada del Reino de Dios y sus
exigencias. En tanto, la teología paulina descubre que la salvación sólo puede llegar
por la aceptación de Jesús como Mesías y Señor. Y los escritos joánicos subrayan
una y otra vez que en él está la vida y la verdad y que la bondad equivale a caminar
en el amor, en el amor que Jesús ha mostrado al mundo67.
En el Nuevo Testamento la fe, la espiritualidad y las exigencias morales que de ahí
se derivan están indisoluble y constantemente vinculadas entre sí. Una muestra de
ello es el evangelio de Juan, que siendo el más místico, insiste mucho en el obrar68;
al respecto dice Vallés:
El cuarto Evangelio, consciente en cada página de que Jesús es el Cristo, el Hijo
de Dios, y celoso heraldo de su divinidad, presenta no obstante un trato de intimidad
con él que habla de contacto personal, de largas charlas en la noche a solas, de
amistad perfecta, de confidencias, de afecto y proximidad que hacen a Dios
presente y cercano al corazón del hombre como ningún otro libro de la Biblia69.
El Evangelio de Juan, ha sido siempre el Evangelio preferido de quienes buscan
acercarse de corazón a corazón al Dios con nosotros. Así, el Evangelio es evidente
que es más que un texto, porque su finalidad consiste en la transformación de quien
se acerca a él. La vida de Jesús de Nazaret tiene que desafiar a los que queremos
ser sus discípulos. La plena comprensión de la Palabra sólo es posible desde el
“conviértanse y crean en la Buena Noticia” anunciada por Marcos (Mc 1,15). Por
ello, sólo desde esta opción fundamental de dejarnos cuestionar en la propia vida,
67 Flecha, La vida en Cristo, 98. 68 Vereecke, Historia de la teología moral.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 69 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 25.
25
tiene sentido hablar de la moral y espiritualidad en términos del seguimiento a
Cristo, desde el “déjalo todo y sígueme” (Mt 19,21), que no es otra cosa que la
adhesión a la persona de Cristo y ver en él, el modelo perfecto al cual estamos
invitados, tanto en la amistad con Dios Padre, como en el compromiso con el otro,
con el hermano.
En otras palabras, la moral y la espiritualidad que es esencial en el seguimiento a
Cristo, implica la conformación con el Jesús de Nazaret, es decir, un proceso de
transformación interior, realizada por el Espíritu, que conduce a un estilo de vida
propia del discípulo de Jesús el Cristo. Esta vida moral, en términos de seguimiento,
se realiza en un tiempo histórico determinado y en una biografía personal concreta.
La moral y la espiritualidad, hacen del cristiano, personas no ajenas a la realidad,
sino comprometidas como lo estuvo el Hijo de Dios en este mundo, en un infinito
amor e incluso llegar a dar la vida por amor.
Es así también, que podemos decir que, en el Nuevo Testamento no encontramos
un discurso ético, moral independiente de la espiritualidad, de una experiencia de
encuentro de amor con Dios; la vertiente moral del cristianismo está radicada en la
fe, en la experiencia de encuentro con Dios y por lo tanto es desde allí de donde
brota un compromiso concreto y real, desde una vivencia espiritual; es decir, en el
conocimiento de Dios es que se sostiene el ser del cristiano. Dice Serrano que: “se
descubre el plan divino; entrando en comunión con Dios gracias a la capacidad de
la interioridad humana”70.
Es viviendo en una amistad con Dios, donde el hombre se despierta a más amar71,
pues, todo comienza en Dios y acaba en nosotros, Dios es el que ensancha el
corazón del hombre72, y es lo mismo que decía San Pablo: “el que se arrima y llega
70 Serrano Pérez, Agustina. Una propuesta de antropología teológica en el Castillo Interior de Santa Teresa.
Avila: Miján, Industrias Gráficas Abulenses, 2011, 45. 71 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1,4. 72 Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 2,4.
26
a Dios, hácese un espíritu con él” (1 Co 6,17). La excelencia de la vida cristiana
parte desde el encuentro con el Señor de la vida, desde el encuentro con el
Evangelio que es Cristo, desde el ser hijos en el Hijo.
El Evangelio es el relato de la práctica de Jesús73, es un relato sobre su vida, sobre
su quehacer desde la voluntad del Padre y, por ello, constituye para la moral
cristiana un horizonte normativo, porque se presenta como la pauta que permite
leer y evaluar el relato de la práctica humana. No obstante, la moral de Jesús tiene
que ser comprendida dentro de la significación global de su práctica, sin reducir
unilateralmente el Evangelio a un manual de moral.
Jesús no es un teórico ni un sistematizador; podría ser tal vez considerado como
un maestro práctico y un educador moral. Pero fundamentalmente él es Evangelio,
es decir la Buena Noticia, donde también están implicadas sus exigencias morales.
La idea central de su mensaje es que Dios es Padre y ama a los hombres, es decir
el amor, y es en esto que sabemos que verdaderamente lo conocemos, en que
amamos. Y este amor es la condición para que seamos libres, caminemos en la
luz y vivamos en la verdad74. Jesús es el ideal y el prototipo que nos revela el rostro
de Dios y el verdadero rostro del hombre. Y el hombre, al fin, identificado a Jesús
el Cristo, es la meta utópica de este comportamiento y esta enseñanza moral75.
Seguir a Jesús y comprometerse con la causa del Reino constituye el núcleo de
una moral y de una espiritualidad genuinamente evangélica. El punto de partida de
toda moral y espiritualidad cristiana es el seguimiento de Jesús76. En Jesús de
Nazaret vemos, “al maestro, modelo y consujeto del comportamiento moral
73 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 30. 74 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 99. 75 Ver. Galindo García, Ángel. Utilización moral de Mt 4, 1-11, Tentación y opción fundamental, en Biblia,
literatura e Iglesia. Salamanca: Universidad Pontificia, 1995, 225-239. 76 Ver. Castillo, Los peligros de la espiritualidad, 227.
27
cristiano”77, “él inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y
con su obediencia realizó la redención”78.
Por lo tanto, el Evangelio nos tiene que llevar a un vivir bajo la Ley del Espíritu.
Según el texto de Pablo “la Ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te liberó de
la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2). Desde esta visión paulina, la moral
cristiana ha de subrayar la presencia del Espíritu en el creyente, en cuanto fuerza
de vida y de libertad. La moral cristiana, regido por el Espíritu, es una moral de hijos
y, por lo tanto, libres ante Dios79. La moral para Pablo está fundada en el encuentro
con Cristo (Flp 4, 8), y esto no es otra cosa que descubrir que Dios habita en el más
profundo centro de nuestro ser, lo cual no es otra cosa que vida espiritual.
Es verdad que la vida moral del cristiano no se mueve únicamente por normas
extrínsecas sino por una fuerza interior (el Espíritu) que, transformando
interiormente al creyente, le hace capaz de desear el bien y de realizarlo. “En la
experiencia de la Ley Nueva, que es gracia, la moral prácticamente se convierte en
espiritualidad. Es así que consigue ser un camino de libertad y no de obligación”80.
La Gracia de Cristo interpreta y plenifica las dimensiones constitutivas de la
existencia humana: “unión vital de lo humano y de lo cristiano en la existencia del
creyente”81.
77 Flecha, La vida en Cristo, 28. 78 Lumen Gentium, 3. 79 Ver. K. Barth. The Holy Spirit and Christian Life. Theological Basic of Ethics. Louisville, Kentuky, 1993. 80 Vidal, Moral y Espiritualidad, 27. 81 Alfaro, Juan. “La cuestión del hombre y la cuestión de Dios”. Estudios Eclesiásticos 56, no. 218-219 (July
1, 1981), 831.
28
Dentro de los evangelios, podemos decir que el discurso de las bienaventuranzas82
(Mt 5, 3-12) es el principio de la Teología moral cristiana83, porque las
bienaventuranzas nos describen de modo indirecto el corazón de Dios, el talante
de Jesús, los valores fundamentales del reino de Dios. Las bienaventuranzas dice
el Catecismo, “dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la
vocación de los fieles asociados a la gloria de su pasión y de su resurrección;
iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana”84.
Luego también, las virtudes teologales, en un correcto planteamiento de la moral y
de la espiritualidad exigen una profunda renovación en la comprensión y en la
vivencia de la fe, de la caridad y de la esperanza. Puede observarse que las
actitudes que la cuestión de Dios pide al hombre prefiguran las actitudes
fundamentales de la existencia cristiana: fundar la existencia en la Realidad
Fundante –fe, abrirse confiadamente al Misterio de Gracia –esperanza, entregarse
al amor Originario en la praxis del amor del prójimo –caridad. Esto que se llama
virtudes teologales puede constituir también los cauces adecuados para expresar
la vida teologal tanto en su vertiente espiritual como en su aspecto moral. De este
modo la moral y la espiritualidad recuperarán, con renovado frescor, tradiciones
que habían sufrido desgastes inevitables85.
Evidentemente, las virtudes teologales fe, esperanza y caridad expresan el núcleo
tanto de la vida moral como de la vida espiritual cristiana. Ese es el punto de
82 “Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que
lloran, pues ellos serán consolados. Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a
Dios. Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados
aquéllos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de maldad contra ustedes falsamente,
por causa de Mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así
persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes”. 83 Flecha, La vida en Cristo, 53. 84 Catecismo de la Iglesia Católica, 1717. 85 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 18.
29
encuentro entre las dos y su empeño común86. Para la conciencia moral cristiana
de todas las épocas, la caridad ha constituido la exigencia moral máxima y por eso
el evangelista Marcos nos presenta este pasaje:
Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido
muy bien, le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le
contestó: “el primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor,
y amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente
y con todas tus fuerzas. El segundo es: amar a tu prójimo como a ti mismo”. No
existe otro mandamiento mayor que estos (Mc 12, 28-31).
En estas palabras del evangelista Marcos se resume toda la ley; y lo mismo dirá
San Pablo en la epístola a los Romanos que “la caridad no hace mal al prójimo. La
caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 10). El gran aporte de Jesús a
la esfera moral fue la proclamación del precepto fundamental del amor a Dios y al
prójimo87. También la espiritualidad ve en la perfección de la caridad el objetivo y
el contenido nuclear de la vida espiritual, “la perfección verdadera es el amor de
Dios y al prójimo”88, y es la caridad a Dios y al prójimo la clave del edificio ético
cristiano (Mt 22, 34-40). En el camino de Jesús no hay espacio para la bondad
ética, si no es en el campo del amor que da la vida. De allí la “obligación de producir
frutos en la caridad” (Lc 13, 6-9).
En la caridad se articula perfectamente la dimensión vertical y la dimensión
horizontal de la vida cristiana. La primera le pone más de relieve en la espiritualidad,
la segunda le corresponde más a la moral. Sin embargo, las dos han de estar
atentas a realizar el doble flanco de la vida teologal, sabiendo que el hacia Dios no
puede darse sin el hacia el prójimo y que el “camino hacia el prójimo pasa por la
86 Ibid., 38. 87 Schnackenburg, Rudolf. El testimonio moral del Nuevo Testamento. Madrid: Rialp, 1965, 73. 88 Santa Teresa de Jesús. Primeras moradas, 2,17.
30
experiencia de Dios”89. Jesús de Nazaret ejemplificó y urgió el mandamiento del
amor y estableció la caridad como distintivo de sus discípulos90. Por ello lo que está
en juego en la vida cristiana, en la moral y la espiritualidad, no es el pensar mucho,
sino en el amar mucho, porque el amor es determinación y obras, más que
sentimiento y emociones91; Santa Teresa de Jesús encarnando el Evangelio en su
vida interior y comunitaria, hará de la caridad uno de los pilares distintivos de sus
fundaciones, “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han
de querer, todas se han de ayudar ”92, esto ha de ser el distintivo de una vida en el
Señor, de una vida moral y espiritual que sabe a divino.
El lugar común y convergente entre la moral y la espiritualidad queda claro es la
caridad, pues ya decíamos que en ella constituye la dimensión vertical y horizontal
de la fe cristiana. En consecuencia, la unión con Dios y con el hombre se realiza
mediante la práctica de la caridad93, del amor. "En verdad les digo que cuanto
hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron" (Mt 25,
40). La caridad es el mandamiento por excelencia que entregó Jesús a sus
discípulos. A la pregunta sobre la obtención de la vida eterna, la respuesta de Jesús
es clara; amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas
y con toda la vida, y al prójimo como a uno mismo (Lc 10, 25-28). Esta es la fuente
de vida para el cristiano, la caridad resume toda la ley (Gál 5, 14), pero no como
algo meramente extrínseco, sino como experiencia de vida, de alegría salvífica.
“La caridad debe ser el alma de las obras que hagan los creyentes por la vida del
mundo”94; en efecto, se posee la filiación divina, amando al Padre y al hermano, en
la misma medida en que Cristo amó a su Padre y amó a los hombre de este mundo
(Jn 15, 10; 13, 34), es decir anonadándose y entregándose a sí mismo por ellos
89 Vidal, Moral y Espiritualidad, 39. 90 Apostolicam Actuositatem, 8. 91 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 1,7. 92 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección. 6,7. 93 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 26. 94 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 34.
31
(Flp 2, 7). No puede existir amor de los fieles a Dios, sin amor a los hombres de
este mundo (1 Jn 4, 20s).
En la primera carta de san Pablo a los de Corinto encontramos un himno a la
caridad como el carisma cristiano por excelencia:
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad,
soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de
profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud
de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,
nada me aprovecha (1Cor 13, 1-3).
Por su parte la esperanza, invita a vivir aguardando la venida gloriosa del Señor;
lejos de constituir una excusa para la evasión y la nostalgia, exige una moral de la
sobriedad ante las cosas, exigen una espiritualidad de ojos abiertos, para la eficacia
de la justicia ante los hermanos, de piedad ante Dios. La esperanza activa y
generosa conforma así las relaciones del creyente con el otro y con el
Absolutamente Otro (Tt 2, 11-13). “La esperanza cristiana se hace creíble en el
esfuerzo por defender y promover la justicia y el servicio a los pobres y a los
marginados”95. La esperanza se ha convertido en signo de la conversión a Cristo
(1 Ts 1, 9-10).
La esperanza, dentro de moral y la espiritualidad, ocupa un puesto central, cuyo
núcleo es la tensión dinámica del hombre hacia el encuentro con el propio hombre
y con Cristo, en el que descubre la plenitud de su ser. La esperanza recorre toda la
vida del hombre, se fundamenta pues, en la confianza en Dios, en las promesas de
Cristo. La esperanza corresponde al anhelo de la felicidad puesto por Dios en el
corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los
95 Flecha, La vida en Cristo, 52.
32
hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los Cielos; protege del desaliento;
sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la
bienaventuranza eterna96.
La esperanza cristiana hace suyas las esperanzas humanas “nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”97, la moral y la
espiritualidad en el camino del seguimiento al Señor, apuestan por un cielo nuevo
y una tierra nueva que ha bajado de junto a Dios y que ha puesto su morada entre
nosotros y él es ya nuestro Dios y nosotros sus hijos y donde el mundo indiferente,
egoísta no tiene espacio (Ver. Ap 21).
La esperanza en la moral y en la espiritualidad, su puesto es vital, ya que es allí
donde el hombre se experimenta a sí mismo como ser en camino, “Maestro ¿dónde
vives?” (Jn 1,38-39) y, por lo tanto, como deseo, como proyecto, e inquieto hasta
que no repose en él, “fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él” (Jn 1,38-39).
Es una esperanza abierta a la comunión personal con Dios; por eso decía Santa
Teresa enamorada de esa amistad con Dios “Búscame en ti –Búscate en mí”98;
amistad que hace olvidar el otro polo de Dios que es la trascendencia, la lejanía
remota del siempre Otro, la profundidad del misterio que nunca abarcamos99.
Y por otro lado también la moral y la espiritualidad cristiana, está enraizada en la
normatividad de Cristo, se concreta en el rasgo fundamental del vivir en la fe
“porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es fuerza de Dios para la
salvación de todo el que cree (…); porque en el Evangelio la justicia de Dios, de fe
en fe, como dice la Escritura: el justó vivirá por la fe” dice Pablo (Rm 1, 16-17). La
fe lleva a alcanzar la santidad del hombre “el hombre no se justifica por la ley sino
por la fe en Jesucristo” (Ga 2, 16). Por lo tanto, La moral cristiana es una moral de
96 Ver. Catecismo de Iglesia Católica, 1818. 97 Gaudium et Spes, 1. 98 Santa Teresa de Jesús. Poesía 8. 99 Ver. Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 25.
33
la gracia y, en consecuencia es una moral de la fe100; ya que la fe, es vivida como
relación y encuentro con Jesucristo. A la luz de estas virtudes, la moral alcanza su
verdadera realización.
La espiritualidad como aceptación creyente del mensaje de Dios tiene primacía
respecto a la exigencia de conversión; la fe incluye sin duda en el seguimiento de
Jesús, el fundamento de la vida espiritual “sed imitadores míos, como yo lo soy del
Padre” (1 Co 11,1), que lejos de ser un asentimiento puramente intelectual, la
espiritualidad implica la decisión de una vida, la orientación de la misma hacia Dios,
la prontitud para seguir su voluntad101.
El seguimiento no se limita a gestos superficiales, sino que lleva hasta la entrega
salvadora. Los discípulos de Jesús son elegidos por él. En los rabinos es su ciencia
y su piedad el elemento determinante de la decisión, mientras que aquí, el “factor
determinante es únicamente la fe en la persona de Jesús”102.
Ya no cabe duda que la ley de Jesús se ordena en la aceptación de Dios y en la
realización del hombre. La Bondad no es algo sino Alguien. “Ser bueno no consiste
en seguir una idea o programa sino seguir a Jesús el Señor”103; del mismo modo,
vivir una moral y espiritualidad cristiana, no es seguir una idea, sino, es seguir a
Jesús el Señor, en otras palabras, el vivir una moral y espiritualidad cristiana es
dejar que Cristo viva en mi (Ga 2,20). En Jesús de Nazaret, las acciones de su vida
deben ser ejemplo para nosotros, por ello se inclina para lavar los pies a sus
Discípulos (Jn 13, 12-15), dice que el mandamiento fundamental es el amor a Dios
y a los hermanos (Jn 13-15); por tanto, la vida cristiana, la moral y espiritualidad,
hay que vivirlo como un camino que nos lleva a ser como Cristo; donde mi voluntad
100 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 24. 101 Ver. Flecha, Teología Moral Fundamental, 100. 102 Ibid., 101. 103 Flecha, La vida en Cristo, 109.
34
la hago una con la voluntad de Dios, pues, “quien anda en Dios no quiere sino lo
que quiere Dios”104.
La vida moral y la vida espiritual cristiana tienen una convergencia sustancial en la
vida teologal, de donde proceden y a la que se orientan105. Uno de los rasgos
evangélicos de la espiritualidad cristiana, es el compromiso con la causa del Reino
de Dios. La espiritualidad se compromete con la historia humana, por los frutos
buenos se conocerá el árbol bueno (Mt 7, 16-20). Para la moral evangélica es
importante el principio de la acción, pues, la praxis cristiana no se funda en la
búsqueda de la eficacia, sino en el absurdo de la cruz; no se apoya en una
ideología, sino en el seguimiento de una persona muerta por los hombres y
glorificada por Dios106.
La Nueva Ley es inseparable de la vida, los gestos y las palabras de Jesús de
Nazaret, tiene que inquietar a la moral y la espiritualidad del cristiano; por ello, ya
hablaba Jesús del anhelo de ser perfectos como lo es el Padre (Mt 5, 48). Él es el
sacramento del encuentro de dos libertades y dos amores, el de Dios y el de los
hombres, “sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11,1). La moral y
la espiritualidad encuentran su arranque en el seguimiento. El joven que le pregunta
que debe hacer para entrar en la vida eterna (Mt 19, 16-21), la respuesta de Jesús
es una invitación a seguirle. Ese seguimiento no se reduce a una mera imitación
exterior, sino que comporta la aceptación de sus valores y sus ideales de vida “el
que quiera ser el primero que sirva” (Mc 10,45) y el “tomar la cruz” (Mt 10,38). Aquí
está el fundamento esencial y original de la moral y espiritualidad cristiana107. “El
poner a Cristo en el centro de la moral y la espiritualidad, no significa la anulación
del hombre, sino más bien en la última y auténtica realización del hombre”108. Lo
104 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 1,2. 105 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 23. 106 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 47. 107 Ver. Vetitatis Splendor, 19. 108 Torres Queiruga, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre. Madrid: Cristiandad, 1986,
251.
35
perfecto es la plenitud en el amor. Dios es amor y la imagen humana sólo podrá
realizarse profundamente en la medida que se deje penetrar por este Amor y hacer
de su vida un gesto de amor constante hacia ese Otro y los otros.
San Pablo, no reconoce simplemente al hombre que debe someterse a Dios; sino
al hombre pecador, que Dios reconcilió consigo mismo por medio de Cristo (2 Co
5,18); porque la sumisión del hombre a Dios, creador y fin, no se realiza sino
mediante la aceptación de esta reconciliación recibida “reconciliaos con Dios” (2Co
5,20) que significa un encuentro, un vivir para Dios (Rm 6,11); se trata
evidentemente de una experiencia espiritual, allí se desvela la novedad de la vida
que nos da Cristo muerto y resucitado. Así el Apóstol, considera que Cristo es el
centro de la moral109.
La moral y espiritualidad cristiana tiene que ser el fruto del encuentro con Cristo, de
una vida trinitaria decíamos más arriba; y por lo tanto una experiencia
transformante. Por eso Pablo en su experiencia dice:
Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y
más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar
a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la
que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y
conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos
hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de
entre los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea perfecto, sino que
continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado
por Cristo Jesús (Flp 3, 7-12).
109 Ver. Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 14.
36
No debemos vivir simplemente como hombres, sino como hombres que hemos sido
bautizados en Cristo, esta es la realidad de nuestra situación, vivir sujetos a la
gracia, ser espirituales, poseer el espíritu de Cristo que nos mueve y vivifica (Rm
6-8). Pablo ve fundada la moral cristiana en la persona de Cristo110; de esta manera
Cristo aparece como el arquetipo según el cual todos nosotros hemos sido creados
(Rm 8,29).
Tanto el mensaje de Jesús como las exhortaciones de Pablo, se repite la crítica
frente a los que la colocaban el ideal de la santidad en el cumplimiento escrupuloso
de la letra de la ley o de las tradiciones de los antiguos que se les habían añadido.
La esquematización teológica llevada a cabo por los escritos joánicos colocará en
el centro de fidelidad a la Palabra de Dios que se ha hecho carne en Jesucristo.
Así, pues, el Nuevo Testamento nos lleva a comprender que Cristo es el centro de
la moral y espiritualidad cristiana. La moral como respuesta personal a partir de la
experiencia espiritual del encuentro con el Resucitado, es la moral una respuesta
que equivale a decir como un diálogo, en las características de la experiencia
espiritual. Pues, todo esto tiene su principio en Dios, es él quien llama y quien
primero nos ama (1Jn 4,10), mientras que nosotros le respondemos personalmente
a través de nuestra vida. De este modo se logra un diálogo continuo entre Dios y
nosotros, por el hecho de que en todo momento y situación él, con su amor, nos
confía a nosotros mismos y nos llama hacia él, mientras nosotros, en todo momento
y situación, por su amor, debemos aceptarnos a nosotros mismos y ser de él.
Si alguien es verdaderamente cristiano y, por tanto, posee el espíritu de Cristo, no
podrá dejar de producir fruto en favor de la vida del mundo, y lo hará ciertamente
desde el corazón, movido por la gracia del Espíritu y, por consiguiente con
libertad111. La moralidad predicada por Jesús de Nazaret consiste en la obediencia
110 Ibid., 15. 111 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 33.
37
a un Dios que es revelado por Jesús como Padre. La nueva imagen de Dios exige
un ethos nuevo. El discipulado ha de ser como el niño que no puede apelar a
méritos y derechos, sino a la misericordia del Padre (Mc 10,15).
La realización filial exige la búsqueda del bien, no por sí mismo, sino porque Dios
es bueno y su bondad es su esencia y su presencia (Mt 5,45). Ese nuevo estilo de
vida, más que fruto de un mandamiento exterior, es como un signo cuasi –
sacramental de la presencia del Padre de los cielos en nuestro interior (Mt 5,16).
En esto, nuevamente llego a decir que la aceptación de Dios como Padre no
significa la anulación del hombre, sino “la última y auténtica realización del
hombre”112.
Es desde la “cristología que se esclarece el misterio de la persona humana”113,
porque sólo en la Persona de Jesús el Cristo se comprende a cabalidad el camino
moral y espiritual del cristiano. El que sigue a Jesús el Cristo, tratando de configurar
su vida al estilo de él, se realiza más auténticamente como persona humana,
porque Cristo es el hombre perfecto, la revelación plena del Padre, el rostro
humanado de Dios (Col 2, 9-10).
La vida moral cristiana se entiende dentro de la función santificadora del Espíritu.
La moral cristiana constituye la respuesta, a la llamada del Padre a conformarse
según la imagen del Hijo, bajo la guía del Espíritu. En esta respuesta actúa la
libertad humana, iluminada y fortalecida por el Espíritu114. Es así que, para nosotros
los cristianos la Palabra además de ser fuente de la revelación, la base de nuestra
fe, de nuestra espiritualidad; es también, el imprescindible punto de referencia de
nuestra moral115, porque es una Palabra viva, y no una ley muerta que no nos tiene
que decir casi nada a nuestra realidad porque la cultura y otras realidades son
112 Torres Queiruga, La revelación de Dios en la realización del hombre, 251. 113 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 28. 114 Ver. Catecismo de la Iglesia Católica, 2003. 115 Ver. Arcadio Bernal, Rafael. Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral. Bogotá, San Pablo, 2012, 7.
38
distintas; pero no, el Evangelio es Cristo, que vive en nuestro interior y nos mueve
a un ser y a un estar y responder a una realidad concreta; el Evangelio es vida y no
letra. No olvidamos que en las Escrituras encontramos normas, mandamientos116,
pero lo primero y fundamental es la búsqueda de comunión entre Dios y el hombre.
2.2. Vida moral y vida espiritual en los Padres de la Iglesia
El tema de la moral y la espiritualidad en los Padres va la línea en lo que ya
decíamos en el Nuevo Testamento; una moral y una espiritualidad que los Padres
no la desvinculan de las Sagradas Escrituras, de una experiencia cristológica, de
un vivir sumergido en el misterio trinitario; es así que en cada uno de sus escritos
podemos encontrar mucho contenido de exhortación moral y que al mismo tiempo
es una vivencia espiritual.
En los Padres, debemos mencionar el rechazo del legalismo formalista que
caracterizaba a numerosas corrientes del judaísmo. El acento ellos lo colocan en
la sustancia interior de la religión auténtica, en el lazo esencial entre fe y moral. La
moral para ellos así como la espiritualidad es teocéntrica o cristocéntrica y consiste
en querer hacer lo que Dios quiere117.
Los Padres no separaron lo moral de lo espiritual, lo moral de la celebración
litúrgica, o la moral de la fe; en muchos de los escritos que los conocemos hoy,
podemos constatar eso. Un escrito es una invitación moral que parte de una
experiencia espiritual, de un amor por el Señor y de un celo pastoral.
116 Normas y mandamientos que no están aisladas o establecidas por sí solas, sino que pertenecen a un
determinado contexto y sobre todo a la búsqueda de un encuentro, de una relación con Dios. El conjunto
normativo es un modo de indicar al hombre su modo de acoger el don de Dios y de vivirlo. 117 Ver. Vereecke, Historia de la teología moral.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.
39
Los Padres de la Iglesia desde su encuentro frecuente y profundo con las Sagradas
Escrituras, desde su vivir henchidos de amor por el Resucitado brota en ellos la
inspiración para exhortar a los fieles a la conversión y aun vivir en el Señor. Y así,
San Basilio afirmaba:
La vía frecuente para descubrir nuestro camino es la lectura frecuente de las
Escrituras inspiradas por Dios. Allí, “en el Evangelio”, se hallan todas las normas de
conducta. Además, la narración de la vida de los hombres justos, transmitida como
imagen viva del modo de cumplir la voluntad de Dios, se nos pone ante los ojos
para que imitemos sus buenas acciones. Y así cada uno, considerando aquel
aspecto de su carácter que más necesita de mejora, encuentra la medicina capaz
de sanar su enfermedad, como en un hospital abierto a todos118.
San Basilio nos pone de cara al Evangelio, y decíamos que el Evangelio es Cristo,
por lo tanto, es en Cristo donde podemos ver el modo de ser del hombre, del
cristiano que busca hacer la voluntad del Padre. San Basilio, había compuesto una
obra titulada Las morales, es decir, una moral formada por extractos del Evangelio
y, sobre todo, de las Epístolas paulinas119; porque allí estaba “el camino real que
lleva al descubrimiento del deber (…) Allí se encuentran las reglas de conducta”120.
Así mismo, San Cromacio de Aquileya decía desde las bienaventuranzas:
Demos, benditos de Dios, lo que tenemos. Ofrezcamos la pobreza de espíritu para
recibir la riqueza del reino de los cielos que nos ha sido prometida. Ofrezcamos
nuestra mansedumbre, para poseer la tierra y el paraíso. Lloremos los pecados
propios y ajenos, para merecer el consuelo de la bondad del Señor. Tengamos
hambre y sed de justicia, para ser saciados más abundantemente. Demos
misericordia, para recibir verdadera misericordia. Vivamos como obradores de paz,
118 San Basilio, Epístola III.
http://www.santaclaradeestella.es/BIBLIOTECA/Otros/Escritos%20Patristicos.htm. 119 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 245. 120 Vereecke, Historia de la teología moral.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.
40
para ser llamados hijos de Dios. Ofrezcamos un corazón puro y un cuerpo casto,
para ver a Dios con clara conciencia. No temamos las persecuciones por la justicia,
para ser herederos del reino de los cielos. Acojamos con gozo y alegría los insultos,
los tormentos, la muerte misma por la verdad de Dios121.
San Cromacio tomando las bienaventuranzas, no dice otra cosa sino que esto es
lo que debe ser la vida moral y espiritual del hombre, una vida en Dios que abraza
al hombre. Su invitación parte profundamente de las Sagradas Escrituras, de su
encuentro con la Palabra, y no nos cabe duda entonces que San Cromacio invita a
cada cristiano a ir al Evangelio que allí encontraremos el modo como Dios nos
piensa en una amistad con él como con los otros.
Y así, podemos seguir diciendo que, los Padres de la Iglesia, en sus catequesis, en
sus exhortaciones y sermones, no se limitan sólo a analizar comportamientos, sino
que invitan a ser perfectos como lo es el Padre de los cielos (Mt 5,48). San
Ambrosio, en esta misma perspectiva de exhortación, invita a un vivir en Cristo
cuando señala:
No teman haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres
terrenales. El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la
fe, que nunca disminuye; pues aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo
que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios
no se alegra de la perdición de los vivos. En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro
y se arrojará a tu cuello, pues el Señor es quien levanta los corazones, te dará un
beso que es señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el
anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has acusado, pero él
121 San Cromacio de Aquileya. Sermón 41, sobre las bienaventuranzas.
http://www.mercaba.org/TESORO/san_cromacio_de_aquileya.htm.
41
te devuelve tu dignidad perdida. Tú tienes miedo al castigo, y él te besa. Tú temes
el reproche, pero él te agasaja con banquete122.
Es realmente inspirador el mensaje de Ambrosio, para él la moral y la espiritualidad
tiene un papel irremplazable al momento que el creyente piensa seguir las huellas
de su Señor. Para los Padres es impensable la posibilidad de estudiar el
comportamiento moral cristiano sin analizarlo a la luz de las orientaciones que se
encuentra en el Evangelio123.
Clemente de Alejandría, en sus cartas, levanta ante la filosofía y la moral pagana,
un esbozo sistemático de la moral cristiana centrada en las virtudes que han
ejercitado los fieles que viven en el mundo. Para él, el verdadero pedagogo, el que
enseña y hace practicar la verdad de la moral, es Cristo, el Verbo hecho hombre,
este mismo Verbo el cual es el fundamento de la espiritualidad. Asimismo,
Clemente considera que el cristiano ha de amar los preceptos de Dios con las
obras, teniendo como ley al mismo Logos de Dios, quien, al hacerse carne, nos ha
mostrado que la misma “virtud es a la vez teórica y práctica”124. Es decir, Clemente
de Alejandría intenta dar a la enseñanza de la espiritualidad y de la moral un
fundamento escriturístico. Basándose en estos supuestos, la moral consiste en la
imitación de Cristo, que es el pedagogo en las circunstancias concretas de la vida
cotidiana.
San Gregorio de Nisa, es considerado el padre del misticismo, y sin embargo no
descuidó la moral; en su ser místico, espiritual lleva también una vida
profundamente moral, tenía por fundamento que el hombre es imagen de Dios. Por
consiguiente, vivir espiritual y moralmente significa estar siempre en movimiento
122 San Ambrosio. Sobre el Evangelio de Lucas, 7.
ttp://www.mercaba.org/TESORO/Ambrosio/san_ambrosio1.htm. 123 Ver. Flecha, La vida en cristo, 77. 124 Clemente de Alejandría. Sobre la virtud.
http://www.franciscanos.net/patristica/textos/Clemente%20de%20alejandria.htm.
42
hacia la realización en sí mismo de esta imagen en las diversas condiciones de la
vida, es así que insiste en el amor por el otro125.
Origenes, dice al respecto que la conducta recta y el ejercicio cristiano de las
virtudes lo llevarán a la plenitud de la semejanza con Dios. El ser humano es
renovado y transformado a imagen del que lo creó cuando se hace perfecto como
es perfecto el Padre celestial (Mt 5,48), obedeciendo al mandamiento que dice “sed
santos, porque yo, el Señor Dios vuestro, soy santo” (Lev 19,2), y prestando
atención al que dice “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1)126.
Del mismo modo, San Juan Crisóstomo en la mayor parte de su obra, y que la
constituyen las Homilías, comenta casi todo el Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento. A la luz de las reglas de la sobria exégesis antioquena, Juan
Crisóstomo descubre el sentido moral y espiritual en la vida cristocétrica, y dice
entonces:
Nuestra vida debería ser tan pura que no tuviera necesidad de ningún escrito; la
gracia del Espíritu Santo debería sustituir a los libros, y así como éstos están
escritos con tinta, así también nuestros corazones deberían estar escritos con el
Espíritu Santo. Sólo por haber perdido esta gracia tenemos que servirnos de los
escritos. (...) Pues es el Espíritu Santo el que bajó del cielo cuando fue promulgada
la nueva ley, y las tablas que él grabó en esta ocasión son muy superiores a las
primeras; los apóstoles no bajaron del monte, como Moisés, tablas de piedra en sus
manos, sino que lo que llevaban era el Espíritu Santo en sus corazones, convertidos
mediante su gracia en ley y libro vivientes (Jn 14,6)127.
125 Ver. Vereecke, Historia de la teología moral.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 126 Orígenes, Contra Celsum, VI.
http://www.documentacatholicaomnia.eu/03d/0185-0254,_Origenes,_Contra_Celsus,_EN.pdf. 127 San Juan Crisóstomo, In Matth., Hom, 1.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.
43
San Agustín ve en el Sermón de la Montaña el modelo perfecto de la vida cristiana;
cuando nos acercamos a sus escritos se ve que contiene un ensayo de
presentación de la moral cristiana en un contacto inmediato con el Evangelio128. El
que medite, con piedad y seriedad, el Sermón que el Señor pronunció en la
Montaña, según el Evangelio de Mateo, creo que se encontrará en él el modelo
perfecto de vida cristiana, ya que, el último bienestar del hombre consiste en la
posesión de Dios129; por lo tanto, es una moral extraída del Evangelio. Es así que
Agustín ocupa un puesto de primer plano en la historia de la moral patrística y de
todos los tiempos. El centro de la vida y de la moral agustiniana es Cristo muerto y
resucitado, es decir, Cristo en su misterio pascual. El cristiano, imagen de Dios y
de Cristo, tiene la obligación de seguir al mismo Cristo, única vía, único modelo y
término de la vida cristiana. Dios ha impreso en el corazón de todo hombre la
caridad hacia los demás; pero el hombre no puede practicar esta virtud sin Cristo y
sin su ley de gracia y de amor vivida en la fe y en la esperanza130.
En resumen, podemos decir que la Teología moral de los Padres de la Iglesia es
una teología de la perfección, que indica el fin al cual es preciso llegar; la virtud,
sobre todo la caridad. Toda la enseñanza moral procede de esta primacía
reconocida en la Escritura. Los Padres ignoraban completamente la distinción entre
la moral y la espiritualidad. Para ellos, “lo que llamamos la espiritualidad constituía
el punto avanzado de la moral cristiana, sería hacer violencia a la realidad y a la
historia separarlas”131.
Creo que nos basta con estas citas que hemos hecho de los Padres de la Iglesia,
para dejar en claro lo que pretendíamos; que la moral y la espiritualidad en el
seguimiento a Cristo son inseparables y así lo vemos en estos textos de estos
128 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 186. 129 Bourke, Vernon J. History of Ethics: A Comprehensive Survey of the History of Ethics from the Early Greeks
to the Present Time. Garden City, NY: Doubleday, 1968, 84. 130 Vereecke, Historia de la teología moral.
http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 131 Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 256.
44
Padres. La moral y la espiritualidad se nutren de la cercanía con la Palabra, de la
intimidad con ese Dios que nos reveló el Hijo. Desde los textos patrísticos no nos
cabe duda en decir que la moral y la espiritualidad tienen vida en la medida en que
se toma a Cristo como el Libro Vivo de la propia vida.
2.3. En el Concilio Vaticano II
En este tercer punto haremos un acercamiento al Concilio Vaticano II y trataremos
de descubrir en sus orientaciones los planteamientos que nos ayudarán a
comprender que moral y espiritualidad son las dos caras de una misma moneda.
Aunque sabemos, que el Concilio Vaticano II no realiza un explícito tratado sobre
la moral y la espiritualidad, sin embargo, muchos de sus documentos nos
proporcionan orientaciones muy claras que nos ayudarán en el discernimiento
sobre estas dos dimensiones constitutivas de la vida cristiana: moral y
espiritualidad.
Sobre el asunto señala Marciano Vidal:
Se ha resaltado la importancia de la Lumen Gentium para el planteamiento de una
moral de signo eclesial; de la Dei Verbum en orden a una fundamentación bíblica
de la moral; de la Sacrosanctum Concilium con relación al tono mistérico y
sacramental de todo comportamiento cristiano. La dimensión moral es directa y
explícita en la constitución pastoral Gaudium et Spes en la que se afronta temas
concretos y decisivos de la vida y del comportamiento de los cristianos132.
132 Vidal, Moral y Espiritualidad, 69.
45
Evidentemente, el Concilio Vaticano II presenta un nuevo horizonte para
comprender la moral, para comprender al ser humano y su dimensión espiritual. De
manera explícita el Concilio afirma y ordena:
Téngase especial cuidado en perfeccionar la Teología moral, cuya exposición
científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura,
deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación
de producir frutos en la caridad para la vida del mundo133.
El texto subraya que, la Sagrada Escritura, debe volver a ocupar un puesto
relevante en la reflexión moral cristiana, las páginas bíblicas han de ser el espíritu
que libere a la reflexión moral cristiana del excesivo legalismo que la caracteriza en
tiempos pasados. Y justamente Jesús de Nazaret hace un poco más de dos mil
años, lo que rechazaba era el legalismo (Mc 7,8. 18-23).
La renovación se debe realizar a partir del acceso frecuente y profundo a los textos
de la Sagrada Escritura, “porque es tanta la eficacia que radica en la Palabra, que
es, en verdad fuente pura y perenne de la vida moral y espiritual”134 “(…) el
desconocimiento de la Escritura es el desconocimiento de Jesucristo”135; es a partir
de una experiencia de Dios Padre tal como nos lo muestra Jesús de Nazaret, que
el hombre sabe cuál es su camino moral y espiritual; y lo pone de manifiesto con
mucha claridad el texto mencionado arriba.
El Concilio Vaticano II propuso una renovación de la moral tanto vivida como
formulada, que tuviera en cuenta la vecindad con la espiritualidad, en que “frente
a una moral de mínimos, de carácter casuista, y con tonalidad legalista ofreció la
propuesta de una moral de perfección cristiana”136 que no es otra cosa que una
133 Optatam Totius, 16. 134 Dei Verbum, 21. 135 Ibid., 25. 136 Vidal, Moral y Espiritualidad, 24.
46
vida gozosa, en libertad, porque es una vida en la gracia, una vida en Dios amor.
La moral y la espiritualidad cristiana tienen que llevar a “la excelencia de la vocación
de los fieles en Cristo para producir frutos en la caridad”137.
La afirmación “todos en la Iglesia, pertenezcan a la jerarquía o sean regidos por
ella, están llamados a la santidad”138. Esta afirmación vuelve a enraizar la vida
cristiana en las intuiciones evangélicas donde no hay separación entre consejos139
y preceptos140 o entre perfectos e imperfectos. El Concilio Vaticanos II trata de
volver a las fuentes más genuinas de la vida cristiana, donde “se derriba el muro
de división entre teología moral y espiritualidad”141. Porque indiscutiblemente la
moral cristiana tiene una dimensión espiritual:
En la conexión íntima y vital con la Teología bíblica y dogmática, la reflexión
teológico moral pone de manifiesto el aspecto dinámico que ayuda a resaltar la
respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el proceso de su
crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica. De esta forma, la
teología moral alcanzará una dimensión espiritual interna, respondiendo a las
exigencias de desarrollo pleno de la imagen de Dios que está en el hombre, y a las
leyes del proceso espiritual descrito en la ascética y mística cristiana142.
137 Optatam Totius, 16. 138 Lumen Gentium, 39. 139 Por consejos decíamos que se hace referencia a la espiritualidad. Y se entendería como recomendación,
parecer, estímulo, que da lugar a la gratuidad, a la iniciativa, en una palabra, a la libertad de hacer o no hacer.
Nadie está obligado a seguir un consejo, aunque seguirlo es algo mejor y más perfecto. 140 Y por precepto se entiende que se refiere a la moral. y se vería como exigencias que se imponen y que no
los podemos descuidar so pena de desobedecer a Dios y por ende no alcanzar ni la perfección ni la salvación.
Y los preceptos ni siquiera es cumplir los mismos preceptos que Jesús acaba de enumerar, sino pretender la
perfección misma del Padre. El asunto es mucho más profundo, más complejo y más trascendente que un
simple cumplir preceptos más genéricos o más específicos. Porque la perfección del Padre no ocurre en un
cumplimiento de leyes sino en su plenitud de vida, en su santidad. Y a esta realidad de plenitud de vida y de
santidad infinita no se tiene acceso por la economía de la Ley sino por la economía de la gracia, por un fenómeno
ontológico totalmente superior y trascendente en comparación con un elemental cumplimiento de preceptos. 141 D. Mongillo. Vita morale e vita mistica, Revista di Teolgia Morale 97, 1993, 117 142 Sagrada Congregación para la Educación Católica, La formación religiosa de los futuros sacerdotes.
http://www.conferenciaepiscopal.es/images/stories/documentos/santasede/1976FormacionTeologica.pdf.
47
El Concilio Vaticano II vuelve de nuevo a intentar la unidad entre moral y
espiritualidad. El acercamiento entre moral y espiritualidad ha sido una opción
asumida y desarrollada por los cultivadores del campo espiritual; la moral y la
espiritualidad teniendo en cuenta el mismo objeto, se presenta según un peculiar
método autónomo, conservando al mismo tiempo, la mutua dependencia y el influjo
recíproco143.
La moral ha de ser una moral redimensionada por la espiritualidad cristiana. La
moral ha de producir frutos en la caridad para la vida del mundo144. Y al señalar el
contenido de la santidad cristiana afirmamos que “esta santidad favorece, también
en la sociedad terrena, un estilo de vida más humano (…) de esta manera, la
santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra
claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos”145. Por ello dirá muy
convencida Santa Teresa de Jesús “mientras más santas, más conversables”146,
es decir más cercanos, más preocupados por el otro; y a esto es lo que nos invita
el Vaticano II; a un vivir en el Señor y a un salir al encuentro del otro.
Toda la perspectiva de la moral sigue la estructura básica de la espiritualidad
cristiana147. Pues, “seguir a Jesús es el fundamento esencial y original de la moral
cristiana148 y de la espiritualidad. “Él inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos
reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención”149. Jesús ejemplificó y
urgió el mandamiento del amor y “estableció la caridad como distintivo de sus
discípulos”150.
143 Ver. Goffi, T. Etico-spirituale. Dissonanze nel´unitaria armonía. Rivista di Teologia Morale 20. Bolonia
(1984), pp. 89-94. 144 Ver. Optatam Totius,16. 145 Lumen Gentium,40. 146 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfeción, 41,7. 147 Ver. Häring, Bernhard. Libertad y fidelidad en Cristo, I. Barcelona: Herder, 1981, 77. 148 Veritatis Splendor, 19. 149 Lumen Gentium, 3. 150 Apostolicam Actuositatem, 8.
48
El Concilio define que el comportamiento moral cristiano se entiende desde el
seguimiento a Cristo, maestro y modelo de toda perfección cristiana. La moral y la
espiritualidad de los cristianos debe de tender a la creación y manifestación del
nuevo tipo de hombre, nacido del Espíritu, que nos ha sido revelado en Jesús el
Señor “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado”151.
La Teología moral, tal como quiere el Concilio que se enseñe, no es sólo y ante
todo la doctrina de unos principios y preceptos morales; sino la vida espiritual, la
exposición del alegre mensaje de la vocación de los fieles en Cristo, por ello
decíamos de una moral redimensionada por la espiritualidad; ya que es el vivir junto
al Verbo, pues, su centro es Cristo y nuestro ser es en Cristo152.
El Concilio Vaticano II, exige que la persona de Cristo sea el centro de la Teología
moral, y obviamente es de la espiritualidad cristiana; quiere que se dé mucha más
importancia a la plenitud y a la integridad de la relación entre el hombre que existe
en Cristo y Dios, el Concilio nos exige acercarnos a las Escrituras153, en otras
palabras, al Señor de la vida, al que nos creó y constituyó y para el cual fuimos
creados (Ef 2,10). Pero quede claro, que el Concilio, al poner a Cristo en el centro
de la teología moral, considera a Cristo como Dios y hombre, no de modo distinto
que la Sagrada Escritura, de manera que la moral y la espiritualidad que el Concilio
recomienda, no se aleje del hombre, operando así una abstracción
sobrenaturalista, que no sea una moral del mero hombre; sino del hombre cristiano,
del hombre llamado por Dios en Cristo.
El Concilio Vaticano II nos invita a pensar que la liberación y la vocación a la
salvación en Cristo no son una posibilidad que se da desde fuera ni un llamamiento
151 Gaudium et Spes, 22. 152 Ver. Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 12. 153 Ibid., 13.
49
que nos llega desde fuera, sino que al hombre cristiano lo transforman también por
la gracia, y sobre todo, desde dentro a fin de que “piense y ame a la manera de
Cristo”154. La vida de los llamados en Cristo, en la medida en que realmente
acepten este llamamiento y vocación, será una vida a imagen de Cristo, que nos
llama y en la medida en que nos salva, nos transforma en sí.
La moral y la espiritualidad cristiana está envuelto en el amor de Aquel que fue el
primero en amarnos y nos envió a su Hijo para que tuviéramos vida por él (Jn 3,
14-16), debería penetrar de tal manera en nosotros los cristianos de modo que
nuestra moral y nuestra espiritualidad se revelase como espíritu del Señor, espíritu
que actúa desde dentro; y en seguida no dejará de afectar a los hombres. En la
moral y la espiritualidad, el cristiano tiene la tarea de transformar el mundo y
elevarlo hacia Dios, estas dos dimensiones en el cristiano lo comprometen con el
mundo, con la verdad más profunda de la realidad155. La moral y la espiritualidad
cristiana se caracterizan porque parten de la iniciativa de Dios, no de la del
hombre156; esta sencilla fórmula, pero profunda, es lo que expresa la perspectiva
del Concilio.
Además, en sus primeros numerales, la Dei Verbum acoge aquel sentimiento de
San Juan: “Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos
manifestó, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que
viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el
Padre y con su Hijo” (1Jn1,2-3); la vida que vivimos tiene que ser la de Cristo en
otras palabras, ya que nuestra misión es que sean imitadores nuestros como
nosotros lo somos de Cristo; el hombre es el resumen de los misterios, del misterio
de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención157. Ante este misterio el hombre
154 Ibid., 95. 155 Ver. Gaudium et Spes, 14. 156 Ver. Bouyer, Louis. Introducción a la vida espiritual, Barcelona: Herder, 1964, 22. 157 Ver. Dei Verbum, 2.4 “Dios dispuso en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (…) la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la
50
responde con su vida; la espiritualidad es una respuesta personal y al mismo tiempo
que tiene una implicancia comunitaria y si se quiere en una moral concreta. La vida
moral y espiritual del cristiano es una vida teologal, que busca la comunión con Dios
por la fe, la esperanza y la caridad158.
El sentimiento del Concilio es que, sólo desde la unión con Dios, comprendemos la
vida espiritual y la vida moral. La Palabra de Dios es el núcleo, el punto de partida
para una vida sumergida en la Trinidad y para una vida transformada para el
mundo. La unidad/circularidad entre moral y espiritualidad se reclaman
mutuamente en un continuo diálogo de amor con Dios, para que él pueda ser todo
en todos159.
A la moral y a la espiritualidad no hay que verlas como una imposición, sino como
don “los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios
méritos, sino por designio y gracia de él”160, a este regalo que Dios quiere hacer al
hombre, el hombre tiene también que dar su sí personal; Dios no violenta la
voluntad del hombre, más bien lo que busca es fundamentarlo, y darle verdadera
vida. Nuevamente se concluye que la vida moral y espiritual del hombre es una
respuesta al don de Dios, así lo señala uno de los documentos conciliares161.
salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo por tanto, Jesucristo –ver al cual es ver al Padre,
con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa
la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas
del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna”. 158 Ver. Marti, Pablo. “La espiritualidad cristiana en el Concilio Vaticano II. Scripta Theologica Vol. 45, Fasc.
1, (2013), 153-184. 159 Ver. Sacrosanctrum Concilium, 48. 160 Lumen Gentium, 40. 161 Ibid. “Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que Él es Maestro y Modelo, a todos y
cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. "Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro
Padre Celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente, para que
amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (Cf. Mc 12, 30),
y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó (Cf. Jn 13, 34; 15, 12). Los seguidores de Cristo, llamados
por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por designio y gracia de Él, y justificados en Cristo Nuestro
Señor, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo
santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su
vida, con la ayuda de Dios. Les amonesta el Apóstol a que vivan "como conviene a los santos" (Ef 5, 3, y que
51
Lo que realmente busca la moral y la espiritualidad es la integridad y la perfección
en el seguimiento al Señor, y no consiste en otra cosa sino en el amar al modo de
Dios, de allí sigue diciendo el Concilio que: “la clara consecuencia de todos los
fieles, de cualquier estado o condición, es la plenitud de la vida cristiana, de la
perfección de la caridad”162, y es desde aquí que el cristiano sale a anunciar el
Reino, a darse libremente; y cómo dirá San Pablo, ahora es esclavo del Señor (1
Co 7,22) y ello es la más grande y pura libertad. “La más alta dignidad del ser
humano consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios”163.
Debemos tener presente que para el Concilio Vaticano II, la transformación del
mundo sólo puede realizarse viviendo ese mundo desde dentro; es decir, el
cristiano debe participar de todas esas realidades, vivirlas porque es la única vida
posible. Pero vivirlas desde dentro de su persona, es decir, desde su ser en Cristo,
desde su unión íntima con la Trinidad; esta vida en la Trinidad es la que señala el
camino de la moral y la espiritualidad y de su consecuencia para el mundo. Los
problemas del mundo son inseparables de la vida moral y espiritualidad del
cristiano, el cristiano no puede desatenderse de esas realidades, sino todo lo
contrario164.
"como elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad,
modestia, paciencia" (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para santificación ( Gal 5, 22; Rom 6, 22).
Pero como todos tropezamos en muchas cosas (Sant 3, 2), tenemos continua necesidad de la misericordia de
Dios y hemos de orar todos los días: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6, 12). Fluye de ahí la clara consecuencia
que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la
perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de
vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según las diversas medidas de los dones recibidos de
Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán
esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de
Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos
santos”. 162 Lumen Gentium, 40. 163 Gaudium et Spes, 19. 164 Ver. Marti, “La espiritualidad cristiana en el Concilio Vaticano II”, 178.
52
A partir del mensaje del Vaticano II, se dice entonces que, la vida espiritual y la vida
moral del cristiano, es toda la vida de la persona en relación con Dios, con los
demás, consigo mismo y con el mundo. Por lo tanto, es preciso encontrar el núcleo
de unión y es el amor, sólo el amor engloba a la persona en su totalidad, desde lo
más íntimo hasta lo más periférico165. La vida moral y la vida espiritual del cristiano
deben ayudar a transformar la realidad. La vida del cristiano tiene que ser amor a
Dios y a los hombres, por lo que la moral y la espiritualidad desembocan en obras,
en compromiso en la vida ordinaria166; esto es lo que nos señala el Documento del
Concilio Vaticano II en el interior de sus documentos.
165 Ver. Papa Francisco. Evangelii Gaudium, 46. 166 Ver. Gaudium et Spes, 38.
53
CAPÍTULO III
UNIDAD ENTRE MORAL Y ESPIRITUALIDAD EN EL SEGUIMIENTO A CRISTO: UNA
APROXIMACIÓN DESDE SANTA TERESA DE JESÚS Y LAS ORIENTACIONES DE VATICANO II
En el segundo capítulo hemos presentado los fundamentos teológicos hemos
intentado explicar por qué, teólogamente, moral y espiritualidad son dos realidades
inseparables. Allí hemos presentado las razones por las cuales estas dos
dimensiones no se pueden comprender y menos vivir de manera separada.
En este tercer capítulo, en primer lugar, intentaremos presentar la convergencia
entre moral y espiritualidad a la luz de Santa Teresa de Jesús. En el segundo punto,
trataremos de comprender, a partir de las orientaciones del Concilio Vaticano II, el
sentido y significado profundamente cristiano, de esta unidad indisoluble de moral
y espiritualidad.
3.1. A la luz de Santa Teresa de Jesús
Por qué a la luz de santa Teresa. Teresa de Jesús una insigne monja del Carmelo
Descalzo y doctora de la Iglesia; reconocida por su profundidad espiritual, por su
mística y al mismo tiempo por su calidad humana con sus monjas y con toda
persona de su entorno. Una mujer enamorada de Dios y enamorada del hombre;
enamorada de su ser contemplativa, de la mística, del estar a solas con quien sabe
le ama, y al mismo tiempo entregada al servicio de su comunidad y de la Iglesia;
veremos particularmente a la luz de su escrito, a saber: Libro de las Moradas167,
cómo aborda aunque no explícitamente el tema de la unidad de la moral y la
167 El Libro de las Moradas es el último libro que escribe Teresa de Jesús a sus 62 años para sus hermanas e
hijas las monjas Carmelitas Descalzas. Lo inicia estando en el monasterio de San José del Carmen en Toledo
en 1577, y lo culmina en este mismo año meses después en Ávila.
54
espiritualidad, pero sí a lo largo de todo este Libro implícitamente nos habla que
moral y espiritualidad van juntas en el cristiano que se pone de camino tras las
huellas de su Señor.
Me apoyo en esta Santa de la Iglesia, como testimonio de que es posible vivir una
vida profundamente espiritual y una vida profundamente moral, de obras concretas
en la realidad. Pues, creemos normalmente que llevar una vida espiritual es
encasillarnos en un mundo cerrado, y no; la vida espiritual como ella misma lo dice
desde su ser monja contemplativa, es hacer lo poquito que podamos con suma
perfección, es hacer obras que eso quiere el Señor y para eso es la oración, la vida
espiritual, la mística; desde esta vida en Dios es que nace la perfección del amor
por el Otro y los otros.
Cada vez estoy más convencido que, si primero procurásemos vivir una vida
sumergida en el misterio trinitario, que si primero abrazásemos la vida espiritual; el
mundo sería distinto, porque entonces indudablemente nuestro actuar sería desde
esa voluntad de Dios; y esto es lo que necesitamos hoy, vivir en esta sociedad
desde Dios, y entonces la violencia, la venganza no tendrá espacio y por la cual
luchamos que desaparezca.
Por eso justamente, traigo aquí a Santa Teresa para decir que nuestra experiencia
primera como cristiano ha de ser la vida en el Señor, porque la vida que no es
desde él, cansa. El estar con el otro, si primero no se está con Dios, es probable
que no ocurra lo que pide el Evangelio, el dar sin esperar a recibir (Lc 6,35).
Santa Teresa, desde el Libro de las Moradas nos dice lo que debe ser la vida del
cristiano; válido y muy válido para la vida de sus monjas de ese entonces, y tan
válido para hoy, para los cristianos inquietos por una vida más perfecta. Y estando
a un paso de pasar de modo más directo a asumir un ministerio, de tener una
palabra para el otro, mi temor no es poco; porque quisiera más que hablar de Dios,
55
es vivir desde Dios; que haga yo de él en mi ser, mi amigo, mi Señor, mi Todo; para
que el otro llegue a conocerle en su amistad con migo.
Y aun, en un apartado final de este trabajo, quiero seguir ampliando el tema de la
unidad de la moral y la espiritualidad en el seguimiento del Señor; valiéndome de
todo lo que se ha dicho hasta ahora, quiero cerrar este trabajo proponiendo que,
en la vida de cada cristiano de este siglo XXI, su vida debe estar en Cristo para
desde allí responder a cuestiones que de la sociedad y del hombre nos preocupa.
Decíamos en el capítulo primero, que muchas veces se pensó que cada una de
estas realidades, (moral y espiritualidad), tenían que hacer su reflexión una
independiente de la otra. Pero a esta altura, decimos que aunque cada una tiene
su propia preferencia168, como lo señala Marciano Vidal, no quiere decir no diálogo,
o radical separación; más bien ahora decimos y hablamos de una no es sin la otra;
porque, la experiencia espiritual se traduce en obras, y las obras son inevitables si
hablamos de una vida espiritual verdadera.
Y a mi modo de ver, y sobre todo como carmelita descalzo, lo que de una u otra
manera llevo en el corazón es a Teresa de Jesús, pero no como soló afecto sino y
sobre todo por lo que ha implicado en mí su propia vida como cristiano, que no es
más que una vida profundamente cristocéntrica. En su vida consciente o
inconscientemente vive perfectamente estas dos realidades al cual la llamamos
moral y espiritualidad; habla de la contemplación perfecta, habla del matrimonio
espiritual y al mismo tiempo habla del amor por las criaturas, de las obras al cual le
conduce esa experiencia mística.
En todos sus escritos podemos ver esa vida profundamente espiritual y
profundamente moral; pero para este trabajo, quiero tomar el Libro de las Moradas
168 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 20.
56
que es donde más da cuenta de esa unión con Dios. Y ver que la espiritualidad
alcanza su verificación mediante la vida moral, y la moral está redimensionada por
la espiritualidad; y cómo las dos dimensiones son inseparables al momento de
hablar de vida cristiana, y sobre todo hoy, donde nuestra sociedad anda sedienta
de paz, de justicia, sencillamente de un mundo más humano; y creo que no es
posible pensar todo esto si no es desde la espiritualidad, desde la vida trinitaria;
decíamos que es ella la que diviniza nuestro ser en la sociedad.
Escribe esta mujer mística Teresa de Jesús el Libro de las Moradas como conversa
y sobre todo lo que vive como carmelita, como religiosa y como cristiana bautizada.
Escribe su experiencia de Dios como ese “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí
buscarme has en ti”169. En este escrito Libro de las Moradas busca la afirmación
del hombre y su dignidad; dentro de la convicción que el hombre es capaz de Dios
y en que su más profundo centro es sede de la Trinidad.
Comprende que la vocación del cristiano es que está llamado a ser transformado
en Cristo, eso es lo que corre por las venas de Teresa; sabe también perfectamente
que Dios es en el hombre el punto de inicio y el punto de llegada. La unión entre
Dios y el hombre y el hombre y Dios, es a lo que estamos llamados; es decir, a una
vida empapada en la Trinidad, donde la oración que no es distinto que una
experiencia de amor, es el nervio de la vida moral y espiritual cristiana.
Nos deja claro Teresa en las Moradas que la espiritualidad y la moral es la
coherencia de la vida con el Evangelio; por esos va a decir convencidísima que lo
que está en juego no es el pensar mucho, sino en el amar mucho, porque el amor
es determinación y obras, y son obras lo que quiere el Señor, más que sentimientos
y emociones170. He aquí, no otra cosa sino la vivencia de una vida cimentada en la
Palabra, en el Señor. “Los ojos puestos en Cristo” (Hb 12,9).
169 Santa Teresa de Jesús. Poesía 8. 170 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,2.
57
La experiencia interior y la vida exterior nos da cuenta el Libro de las Moradas está
regida por la ley evangélica, por Aquel que habita en el interior y no por la ley
mosaica171. O mejor dicho, es la vida espiritual la que constituye el origen y la fuerza
del obrar moral cristiano; se diría que, “puede hablar de Dios sólo aquel que habla
del hombre, y viceversa, puede hablar del hombre sólo aquel que habla de Dios”172.
Por ello, esta monja descalza, todas sus fuerzas las vuelca a hacerse uno con su
Amado, para obrar ahora desde esa voluntad de Dios. Su alma anda en Dios y no
quiere ya sino lo que Dios quiere y por lo tanto dirá desde sus más profundas
entrañas “Vuestra soy, para voy nací, qué mandáis hacer de mí”173, su obrar, su
vivir lo ha descubierto desde el encuentro con ese Libro Vivo que es Cristo.
Este Libro Vivo que es Cristo es una verdad que debemos dejar penetrar en
nuestras vidas como cristianos, sabiendo que estamos en un mundo relativista, en
un mundo en que todo vale, en un mundo que ha vuelto a Dios líquido o a su
medida; encontrarnos con Dios es dejarle que sea Dios; porque es allí donde
descubrimos nuestro verdadero ser en el mundo, y en que el mundo puede
divinizarse. No es posible llegar a Dios sin Dios; y parece que esas son las
intenciones, pensar, querer un mundo que hable de Dios y a Dios se le ha relegado.
Adentrarnos en la profundidad de los caminos de la espiritualidad no supone
alejarse cada vez más de la realización humana. La espiritualidad no enceguece,
más bien nos da luz y la fuerza para obrar de acuerdo al querer de Dios, que
muchas veces es llevarse sobre los hombros dificultades que incomodan. La
espiritualidad, nos tiene que sacar de un confort, para vivir siempre en lucha por
algo mejor. La espiritualidad, nos exige un compromiso real, una radicalidad de vida
171 Ver. Veritatis Splendor, 24. 45. 172 Arcadio Bernal, Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral, 18. 173 Santa Teresa de Jesús. Poesía 2.
58
en el Evangelio; buscar una vida espiritual jamás es una pérdida de tiempo; es más
bien donde se perfecciona nuestro ser hacia fuera, lo que nos impulsa ir por los
otros (Mc 1,35).
Igual que las nadas del cual habla San Juan de la Cruz no llevan a la negación de
lo verdaderamente humano, sino a la iluminación y a su realización más elevada174.
El éxtasis místico del encuentro con Dios no se reduce a un goce autograficante
sino que culmina en el encuentro con el hermano, en el servicio al necesitado; de
allí que la vida espiritual, no es una vida superficial e indiferente, sino una vida que
se desgasta, que se dona. Por eso, el cristiano de este siglo es espiritual o no es
cristiano.
Los grandes místicos han vivido y expresado la relación indisoluble entre
experiencia mística y compromiso moral. Santa Teresa en las Moradas séptimas,
señala que del matrimonio espiritual, grado último de la experiencia mística, han de
nacer obras, “para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio
espiritual, de que nazca siempre obras, obras”175. Las obras que surgen a partir del
encuentro con Dios, sin necesidad de decirlo hablarán de Dios.
Una vida moral que parte de una vida espiritual enamora, salva, restablece, vivifica,
porque ofrece lo que recibió, y lo que recibió es esa vida trinitaria, por tanto lo que
tiene para ofrecer es vida trinitaria. Todo lo que podemos ofrecer debe ser lo que
Dios pone en nuestro corazón176. El cristianismo no es primariamente una moral,
sino fundamentalmente un ámbito de sentido trascendente y de celebración que
conducen a un determinado estilo de vida. Justamente, la acción moral del cristiano
consiste en la mediación de este sentido último vivido en un contexto de profunda
confianza en la acción del Espíritu177.
174 Vidal, Moral y Espiritualidad, 35. 175 Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 4,6. 176 Ver. Flecha, La vida en cristo, 27. 177 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 43.
59
Es la experiencia del amor de Dios el que se traduce en amor al prójimo “Parecíame
poder dar mil vidas para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían.
Determineme a hacer eso poquito que era en mí, seguir los consejos evangélicos
con toda perfección, ser tales”178; ese ser tales, es dejar que Dios sea en mí, que
mi voluntad no estropee la de Dios. Esta delicadeza de vida (moral) se vive por la
vida en el Espíritu.
La vida moral tiene que ser una vida que parte del amor, lo mismo que la
espiritualidad es una vida que se vive en el amor; el amor compendia la voluntad
de Dios en relación con el hombre. En la medida en que se ama, se realiza. La
moral no tiene que ser algo que asfixia, sino una vida en la gracia, por lo tanto de
gozo, eso es la moral del Evangelio, obrar como hijos y que podemos llamar Padre
a Dios (Mt 6,9). La moral y la espiritualidad nos tienen que llevar a sabernos
partícipes de la familia divina (Rm 8,15), habitados por la Trinidad (Jn 14,23).
Teresa de Jesús lo ha experimentado que la vida moral y la espiritualidad no
pueden verse como ley impuesta, sino como gracia, como experiencia de
encuentro, como experiencia de amor a Dios y al prójimo; y esto es precisamente
la novedad del Evangelio. La circularidad entre ellas, eso es lo que debe abrazar
nuestra vida; una moral que no parte desde esa filiación con lo divino, es una moral
seguramente que agota, que cansa, que condena y ésta por lo tanto no es una
moral evangélica, porque la moral evangélica tiene por característica el hacer
presente la alegría, el gozo, la vida; y una espiritualidad que no lleve a obrar será
una espiritualidad intimista, tullida, y esta tampoco es evangélica; la espiritualidad
verdadera se hace obras, nos saca al encuentro del otro, del necesitado. Una no
es sin la otra, por ello indudablemente hablamos de circularidad de la moral y la
espiritualidad en la vida del seguimiento a Cristo.
178 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 1.
60
Teresa de Jesús, es por su vida mística, vida espiritual que se da cuenta que tiene
que romper la comprensión de que el cuerpo es malo y el alma es buena; cuando
se piensa en estas categorías ve que no puede avanzar mucho en la perfección de
su ser cristiana. Es en la profundidad de su vida espiritual, que llega a saberse toda
ella como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal y por tanto donde Dios
tiene su deleite179; asume seriamente lo que se dice en el Génesis “nos hizo a
imagen y semejanza suya” (Gn 1, 26-27), con esta convicción es que va a buscar
decididamente tener los mismos sentimientos de su Señor, rompiendo toda barrera
cultural de su entorno, “las mujeres no son capaces de Dios”, por eso, siempre se
calificará de ruin; pero más allá de esto se sabe capaz de Dios, capaz de
contemplarlo, amarlo y darle a conocer. Se sabe capaz de ofrecer en su vida un
auténtico testimonio de vida mística y de una vida moral, porque en ella sólo está
su Creador; y en esta certeza también se descubre toda ella y todo el otro de una
gran dignidad y de una gran hermosura180.
Ella en su vida mística descubre que Dios habita en su interior, como descubrirá
San Agustín “ (…) estabas dentro”181 y es allí donde se dan los secretos entre Dios
y el alma182, y cuyos secretos al salir fuera se traduce en amar183, es decir que la
vida espiritual y la vida moral es una experiencia de amar. Llega a decir Teresa que
las almas sin un cultivo de vida espiritual, son como cuerpos tullidos, con ojos y
manos que no los pueden mandar184.
179 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1,1 180 Ibid. 181 San Agustí. Libro de las Confesiones VII.
http://www.iesdi.org/universidadvirtual/Biblioteca_Virtual/Confesiones%20de%20San%20Agustin.pdf. 182 Santa Teresa, cuando habla de alma se refiere a la persona misma, a la persona en su integridad. Ver. Álvarez,
Tomás. Diccionario de Santa Teresa de Jesús. Burgos: Monte Carmelo, 2001, 57. 183 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1, 4. 184 Ver. Ibid., 1,6.
61
Más aún, “la vida espiritual nos lleva advertir quien es el que habla, con quien habla
y de que es lo que habla”185; y cuando se es consciente de ello, “es saberse
plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios”186, y de aquí le vienen
a su ser sus obras agradables a los ojos de Dios y de los hombres; “todo procede
ya de la fuente de vida, adonde el alma está como el árbol plantado en ella”187. Con
palabras distintas, pero con la misma intención dirá la Optatam Totius, que la
excelencia de la vocación de los fieles en Cristo trae como consecuencia el producir
frutos en la caridad para la vida del mundo188.
La moral y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo, como dice Teresa en el Libro
de las Moradas; es tener los ojos puestos en Dios; porque, “es en él donde nos
conocemos”189; el “tener los ojos puestos en Cristo nos da el verdadero ser”190 o
dirá en otras palabras la Gaudium et Spes que, “el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado”191. Nuevamente se concluye que
Jesús de Nazaret es el modelo y consujeto del comportamiento moral cristiano192.
Tener a Cristo por centro de la moral y de la espiritualidad y además que es la “fonte
de donde todo origen viene”193, es mirarnos a sí mismos de cara a él, dejando de
lado los celos indiscretos y los juicios de si el otro es mejor o peor; más bien es
cómo yo guardo el amor a Dios y al prójimo que dice Teresa es perfección
verdadera y cómo ayudo al otro en esta perfección, en vez quedarme en el juicio
de si hace o no hace esto o lo otro. La moral y la espiritualidad nos tienen que dar
la mirada de Dios, los brazos de Dios, la misericordia de Dios. Por eso, la conclusión
185 Ibid., 1, 7. 186 Ibid., 2, 1. 187 Ibid., 2, 2. 188 Ver. Optatam Totius, 16. 189 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 2, 9. 190 Ibid., 2, 11. 191 Gaudium et Spes, 22. 192 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 28. 193 San Juan de la Cruz. Poesía 8,2.
62
obvia tendrá que ser; que la moral y la espiritualidad es un transparentar a Cristo
en nuestras vidas en medio de la sociedad en la cual vivimos.
La moral como estilo de vida194 y espiritualidad una vida que fluye de la Trinidad195;
es decir entonces que el cristiano que va en son de Cristo cultivando la moral y la
espiritualidad cultiva una vida trinitaria; y cuya vida trinitaria no nos deja de llamar
para que nos acerquemos más a él, y cuando nos acercamos, “ya no queremos
sino lo que él quiere”196, esto es la vida trinitaria, una vida perdida en la voluntad de
Dios; y nuevamente digo, que esta vida en la voluntad de Dios significa la mejor y
más auténtica realización del hombre197.
En este mismo sentido, vuelvo y digo junto con Teresa de Jesús y desde el Libro
de las Moradas; que la moral y la espiritualidad como un vivir empapados de la
Trinidad; es que todo lo que podemos ofrecer hacia afuera es lo que Dios nos regala
en lo interior198. Él sabe lo que nos conviene en lo que más nos puede llevar a amar
al Dios y al hermano; porque muchas veces seguro que segados en nuestros
intereses no sabemos lo que pedimos (Mt 20, 22) ni qué ofrecemos al Otro y a los
otros. Tomando a él por Maestro, por gran amigo, terminaremos haciéndonos uno
con él (Jn 17, 21), y por lo tanto diciendo “sean imitadores míos como lo soy de
Cristo” (1Co 11,1); o en otras palabras diría Tersa de Jesús, es el amor el que iguala
a los amantes o el ñudo que junta dos cosas tan desiguales199.
La pretensión del ser místico dice Teresa es “amar y determinarse a conformar su
voluntad a la de Dios”200; es un despertarse a más amar y no es un amor fabricado
194 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 59. 195 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 196 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 2. 197 Ver. Torres Queiruga, La revelación de Dios en la realización del hombre, 251. 198 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 8. 199 Ver. Santa Teresa de Jesús. Poesía 6. 200 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 8.
63
en nuestra imaginación, sino probado por obras201, “el amor tiene que ser, acoger
al otro como un tú, es decir con los brazos abiertos”202. La vida cristiana no es un
gusto, sino un camino en el amor203; por eso decíamos que la moral y la
espiritualidad cristiana es una vida en el amor a Dios, su raíz y su fuente, “los gustos
comienzan en Dios”204. “El ser humano ha sido creado por el Amor y sólo en el amor
se encuentra a sí mismo en la donación al otro”205.
Tanto en la vida moral como en la vida espiritual, es dejar que Dios vaya delante y
él hable por nosotros206, allí está la perfección y dice Teresa “lo digo porque lo vivo,
lo entiendo y lo sé por experiencia”207; es en Cristo que se esclarece el misterio del
hombre208. Nuestra vida moral y espiritual como cristianos tiene que ser nuestra
vida en Cristo, él es el crisol en donde nuestra vida cobra su verdadero sentido.
Del amor a Dios, llegamos a tener perfección en el amor al prójimo, obras quiere el
Señor. Y en esto resume Teresa lo que es y significa espiritualidad y moral, “que
si ves a alguien que puedes dar alivio, no se te de nada de perder esa oportunidad;
y si tiene algún dolor te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo
coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello”209. Esta
es la verdadera unión a la voluntad de Dios, por ello nuevamente decimos que la
vida moral y la vida espiritual es un vivir en la voluntad de Dios; en tanto, auténtica
realización del hombre.
201 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 1,7. 202 Levinas, Emmanuel. Entre nosotros: Ensayos para pensar en otro. Valencia: Éditions Bernard Graset, 2001,
83. 203 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 2,10. 204 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,4. 205 Gaudium et Spes, 24. 206 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,1. 207 Ibid., 2,7. 208 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 28. 209 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 3,11.
64
La vida moral y espiritual del cristiano es una continua búsqueda personal de
comunión con Dios y con el prójimo. Y esa comunión con Dios y con el prójimo no
es posible sino en el reconocimiento del acercamiento de Dios a nosotros210. Y esto
es lo que decíamos más arriba, una vida teologal. Mediante el reconocimiento de
una capaz cercanía de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, “se convierte
para nosotros en el Dios vivo”211. Y esto lo sabe perfectamente Teresa de Jesús
que termina poniendo en él todo su ser, su confianza. Sólo cuando nos damos del
todo al Todo, lo sabemos Dios vivo y compañero de camino del hombre.
La vida trinitaria es el núcleo más íntimo de lo que suele llamarse la gracia
santificante, a la que por eso no podemos concebir separadas la moral y la
espiritualidad, estas se hacen una al momento de pensar al cristiano en el
seguimiento a Cristo. Teresa se deja entrever, en las últimas moradas, donde ya
habla de matrimonio espiritual, como una mujer que vuelve su rostro hacia el
mundo, hacia los otros, pero esta vez con una mirada renovada a partir del
acontecimiento trinitario en ella; y es desde donde ella de algún modo clama la no
separación de vida moral y vida espiritual.
No podemos poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no
procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun
plega a Dios que sea sólo un crecer, porque ya sabéis que quien no crece,
descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser,
adonde le hay212.
La experiencia espiritual proporciona al hombre la fortaleza en el camino del
seguimiento al Señor, nos da una determinada determinación de poner los ojos en
él y en el prójimo. La vida moral y la vida espiritual nos hace descubrir que “la
210 Ver. Edward Schillebeeckx, Cristo sacramento del encuentro con Dios. Burgos: Ediciones Dinor, 1963, 17. 211 Ibid. 212 Santa Teresa de Jesús. Moradas sextas, 4,9.
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grandeza de Dios no tiene término y tampoco las obras”213; y saber aún, que la
vida cristiana, el seguimiento al Señor se hace en la integridad de la vida, es así
que caminar en pos de él, siempre será de trabajos y no de una vida cómoda, “los
que anduvieron cercanos a Cristo pasaron los mayores trabajos: miremos lo que
pasó su gloriosa Madre y los Apóstoles”214. Por eso el Libro del Apocalipsis una de
sus intenciones es que el cristiano no se acomode sino que luche por una vida en
el Señor, es decir justa, humana (Ap 14). No hay otra misión, otro modo distinto del
ser del cristiano en su vida moral y espiritual, sino el dar testimonio de la Verdad y
de la Luz en medio del corazón de la historia; por ello dirá Johann Baptist que:
Pedir Dios a Dios significa, por tanto, arriesgarse a mantener el recuerdo peligroso
del mensaje y el camino de Jesús, lanzarse a la ventana del seguimiento, aprender
a escuchar y obedecer en la oración la palabra de Dios en cuanto palabra de
actividad. Así pues, la oración como súplica, como una forma de pedirle Dios a Dios,
significa entregarse o habituarse a esta mística del apasionamiento por Dios en
cuanto experiencia del sentirse afectado por el sufrimiento de otros. No se trata de
una mística de ojos cerrados, sino de una mística de ojos abiertos215.
Teresa de Jesús lo sabe muy bien que la mística es el fundamento del obrar, si no
se parte de esto nos quedaremos enanos216. No partir desde una experiencia, de
un estar en Dios es hacer torres sin fundamento217, porque lo que se hace no tiene
sentido sino desde el amor; y por eso bien dice Pablo, todo recobra sentido desde
el amor (1Co 13) o en lo que concluye San Agustín, “ama y haz lo que quieras”218.
213 Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 1,1. 214 Ibid., 4,1. 215 Johann Baptist Metz, Memoria passionis: una evocación provocadora en una sociedad pluralista.
Santander: Sal Terrae, 2007, 111. 216 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 4,9. 217 Ver. Ibid., 4,15. 218 San Agustín. Comentario a la Epístola de San Juan.
http://www.augustinus.it/spagnolo/commento_lsg/index2.htm.
66
En conclusión, lo que me queda decir es que la moral y la espiritualidad, es un vivir
enamorados de Dios, es un diálogo entre un yo –tú, es un desafío de reflejar la
imagen del Padre misericordioso; aquí se expresa la máxima del amor (Lc 15). Una
espiritualidad se verifica en una moral concreta; y la moral como consecuencia de
la vida espiritual. En estas dos dimensiones es que tenemos que llegar a reflejar
los mismos sentimientos de Cristo.
El origen del vivir moral y espiritual del cristiano está en el amor afincado en Dios,
el amor como dice Teresa no es un término, sino un vivir en la Trinidad,
Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el
mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y
procurar en cuanto pudiéramos no le ofender y rogarle que vaya siempre adelante
la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia católica. Estas son las señales
del amor219.
Dios es el destino del hombre220, o mejor dicho el hombre está en manos de Dios;
también lo siente y lo sufre nuestros sentimientos y nuestros dolores, se ha unido
tanto a nosotros que nada le resulta extraño.
3.2. A partir de las orientaciones de Vaticano II
La moral debe ser enseñada como vocación de los fieles en Cristo221. Según el
sentir del Vaticano II, la moral cristiana debe ser enseñada y vivida como un
encuentro entre Dios y el hombre. Teniendo presente que la iniciativa es suya, que
él es quien llama y nosotros le respondemos por medio de nuestra vida. Se trata por
tanto, de la Gracia; que seamos conscientes o no de ella, siempre está presente en
219 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,7. 220 Santa Teresa de Jesús. Moradas quintas, 3,7. 221 Optatam Totius, 16.
67
nosotros222. Debe ser, por tanto, una moral centrada en la llamada como don
gratuito, que pone de relieve la relación personal. La vocación en Cristo es, a su
vez, don y tarea porque implica necesariamente nuestra respuesta; respuesta que
implica a la vez la totalidad del ser de quien responde.
Poco a poco vamos llegando a algo más concreto en este tema de la moral y de la
espiritualidad en la vida del cristiano. Reconocemos que estamos ante un mundo
que busca respuestas, y unas pueden ser relativas, interesadas, etc.; pero la
respuestas cierta será siempre aquella que se descubre después de la experiencia
de Dios223. El hombre no puede lograr una verdadera y real comprensión del mundo
y de sí mismo sin Dios.
Por ello, de lo que hemos dicho hasta ahora de la moral y de la espiritualidad;
queremos ir cerrando en algo más puntual, ya empezábamos trayendo a nuestras
manos la vida de Santa Teresa como verdadero testimonia de una vida espiritual y
moral como respuesta a su momento categorial, concreto y real; ahora cómo vivirlo
nosotros como bautizados, como cristianos que tenemos que ofrecer una palabra
a nuestra sociedad. Sabiendo que mi ser de cristiano no es un mero título o un
privilegio, sino ir tras las huellas de Cristo y muchas veces en sobre los hombros la
cruz.
Como cristiano, como considera Teresa tenemos que ir de bien en mejor, con una
moral y espiritualidad que resplandezca a Dios en el aquí y ahora, “Dios no se repite
(…) Dios nunca vuelve, Dios siempre viene”224, por lo tanto, nuestro deber no es
huir de la realidad, del mundo, sino buscar divinizarla en el hoy. La espiritualidad
debe de crear en nosotros una fuerza tal que permita que la gracia de Dios pueda
actuar. En nuestra vida de cristianos es integrar la contemplación en la acción y la
222 Ver. Fuchs, La moral y la teología moral postconciliar. 25. 223 Ver. Arcadio Bernal, Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral, 13. 224 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 42.
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acción en la contemplación, evitando los extremos de activismo y de intimismo225.
El comprometernos como cristianos en una vida moral y espiritual significa
comprometernos con un camino de perfección y no parar hasta llegar al final.
Nuestra vida moral y espiritual digo de modo ya más explícito debe dejarse
alimentar por los sacramentos, ya que:
Los sacramentos son para unificar a la comunidad, y están ordenados a la
santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo (…) los
sacramentos, preparan a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir culto
a Dios y practicar la caridad226.
Los sacramentos apuntalan nuestra vida moral y espiritual, porque nos consolida
conforme al Evangelio (Rm 16,25) una vida por tanto que no solo busca salvarse
así misma sino busca salvar al otro; finalmente una vida al estilo de Jesús, que no
vino para salvarse sino para salvar (Lc 19,10). La vida sacramental es una vida que
se traduce en comportamientos morales concretos. La vida cristiana, es una vida
bautismal que se vive en el misterio pascual de Cristo; es decir una vida en Dios
entregada por los hermanos227.
Una vida moral y espiritual que se ha dejado confundir en Dios, es una vida que
salva; en este sentido creo que todo discurso queda superado, y todo anhelamos
de tener un mundo, una sociedad justa, humana, donde la vida sea vista realmente
sagrada y donde la violencia no tenga cabida vendrá por añadidura. Es posible
pensar en paz si primero se ha pensado en una vida mística, en una vida en Dios,
en una vida en la Trinidad, porque sólo Dios puede hacer una vida que tenga
características de Dios. Toda nuestra vida ha de ser una vida al estilo de Jesús, si
queremos que el mundo comparta la divinidad de Dios. Los cristianos tenemos que
225 Ver. Buvinic, "Espiritualidad: la pregunta por el Espíritu que nos habita", 3-6. 226 Sacrosanctum Concilium, 59. 227 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 52.
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tener un claro compromiso con el Reino en todo momento; y no es otra cosa que
nosotros prestando a Dios nuestras manos, porque “Dios funciona en los seres
humanos”228.
La vida en Cristo, no acepta el divorcio entre moral y espiritualidad; el amor a Dios
y al prójimo es la virtud que hace que todas las demás actividades de la persona
estén ordenadas a Dios y lleven al cristiano a la realización de la santidad. “Una
vida de piedad no puede ser auténtica ni puede ser signo de santidad si no se
manifiesta a través de una vida de caridad realizada en concreto”229; por eso,
tenemos que preguntarnos ¿qué estoy haciendo por el otro? ¿tengo las puertas
cerradas al dolor?, o estoy siendo capaz de despojarme de lo que tengo para
ayudar al otro; y este sentido de despojo bellamente lo ilustra Oscar Wilde en uno
de sus cuentos llamado El príncipe feliz, cuya felicidad está evidentemente en el
darlo todo, quedarse aun sin belleza externa por que el otro lo tenga. El
desprendernos tiene que ser la consecuencia de la moral y la espiritualidad que
hace de Dios su fundamento.
Somos criaturas que abrazamos a nuestro creador o no somos nada, si pensamos
y queremos que Dios siga diciendo y “todo es bueno” (Gn 1, 31) hermanos que se
amen y se apoyen en la construcción del Reino, hermanos cual imagen del buen
samaritano se acerquen para vendar y curar las heridas en vez de causarlas. Sólo
el sabernos en Dios y Dios en nosotros es que seremos capaces de dar vida y no
desesperanza y muerte.
Tenemos que hacer de nuestra vida una vida que medite incesantemente la
Palabra. Por lo tanto, seremos fecundos si tomamos en serio el amor a Dios y al
prójimo; y no nos de miedo el acercarnos a Dios, porque Dios redimensiona nuestro
228 Baena, Gustavo. La vida sacramental (audios). 229 Bernard, Charles André. Teología espiritual: hacia la plenitud de la vida en el Espíritu. Salamanca: Sígueme,
2007, 104.
70
ser y que hacer, el Hijo es comunicador de vida. Esto es el grito de la Palabra, de
los documentos de la Iglesia y sobre todo del Concilio Vaticano II y de quienes han
llegado a contemplar a Dios.
La plenitud de la moral y de la espiritualidad es con la que cada cristiano soñamos
cuando decimos seguir a Cristo; si es un deseo que inquieta a nuestra vida, Dios
no pone deseos irrealizables, por tanto sólo basta “dejar que Dios sea Dios”230 en
nosotros, es decir no lo hagamos a nuestra medida o a nuestros intereses, dice
Vallés es: “no poner en lugar de Dios la imagen de Dios que tú te has elaborado,
eso es idolatría”231.
La perfección de vida no es un asunto religioso sólo, o de curas o monjas, es de
cada bautizado, o es más, Dios está abierto a cualquier ser humano para hacerlo
uno con él, dice Bernard que “la encarnación del Hijo de Dios significa el acceso
definitivo de la humanidad a la espera divina”232. Por lo tanto, la vida moral y
espiritual como vida sumergida en la Trinidad es asunto de todos y constituye una
insuperable plenitud de vida, ontológica e interpersonal, por eso la Lumen Gentium
también señala que:
Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y
ocupaciones, todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes
a la voz del Padre, humilde y cargado con la cruz, a fin de ser hechos partícipes de
su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva,
que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que
le son propios233.
230 Vallés, Dejar a Dios ser Dio, 39. 231 Ibid. 232 Bernard, Teología espiritual, 99. 233 Lumen Gentium, 41.
71
Nuestra vida moral y espiritual como cristianos de este tiempo tiene que ser
pinceladas del Aquel que es la Verdad, de Aquel que es nuestro todo; aquí debe
estar nuestro fin, rendidos para obrar las obras de Dios, para amar lo que Dios ama,
y solamente es posible si ese estar con el otro, esa acción está impregnado de
espiritualidad, por esta sabemos que participamos de la santidad de Dios234 que la
encarna a una realidad concreta235. Es así que, nuestra vida ha de estar si se quiere
con aquellos que el mundo los rechaza (Mc 2,17).
Es a partir de una experiencia contemplativa, que la persona padece en sí misma
la afección de lo contemplado, que generalmente, desemboca en una experiencia
de conversión. Se trata de pasar de lo contemplado a la unión de amor, meta última
del místico. Sin embargo, existe el peligro de reducir la vida interior a un intimismo
estéril:
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien236.
La vida espiritual dice Santa Teresa, tiene que afectar a la voluntad, para dejarse
envolver y para disponerse a obras de Dios. El cristiano tiene que pasar de la
experiencia mística, espiritual a un obrar; ya decíamos que la vida en Dios no
ensimisma, “Dios es libertad viva y amante”237, por lo tanto una vida que se da y se
dona. La vida moral y espiritual, tiene que ser el Evangelio puesto por obra, y así
será una vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
234 Ver. Bernard, Teología espiritual, 102. 235 Ver. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aparecida (mayo 2007). Bogotá:
Paulinas, 2007. 262. 236 Papa Francisco. Evangelli Gaudium. 2. 237 Bernard, Teología espiritual, 99.
72
Los cristianos de hoy tenemos que buscar vivir una vida sobrenatural o no somos
cristiano del siglo XXI, porque lo sobrenatural afecta de tal manera lo natural que la
persona tiene que llegar a vivir sobrenaturalmente, es decir, que es un estado en
que Dios se manifiesta con abundante e incondicional gratuidad. Solo en lo natural
puede acontecer, y de hecho, acontece lo sobrenatural. Dios derramándose en el
alma y ayudándole a tomar conciencia de su condición divina, de lo más connatural
a sí misma. Él ha venido para darnos vida y vida en abundancia (Jn 10,10), por lo
que no ha de haber miedo acercarnos a él, quien se acerca hácese una vida divina,
sino sólo miremos a Pablo, a la Magdalena que en Dios se hacen nuevas criaturas
nacidas del Espíritu.
Nuestra vida moral y espiritual como ya lo hemos dicho de distintos modos es
arrojarnos cabe Cristo, es decir ponernos del lado de Cristo, asumiendo el
compromiso salvífico de una vida. Es Dios que tomándonos nos saca de sí y nos
dispone para Sí, sin que entendamos cómo o de qué manera sucede las cosas en
nuestro interior. La pretensión de Dios es enamorar cada vez más al alma y que sin
entender no se resista a la acción del amor sino que, por el contrario se disponga
para recibir que ya luego llegará el tiempo de las obras como fruto de ese estar en
Dios.
Sólo el cristiano empleado en amar puede dar paso a lo que Dios irá obrando en
él. El cristiano que vive un moral y una espiritualidad desde Dios, es el que prepara
el terreno para que Dios siembre lo que quiere cosechar. Y es lo que luego lo
entendemos como compromiso, como un modo de ser desde el querer y la voluntad
del Padre. Dejar que nuestra vida moral y espiritual sea desde Dios, es no poner
obstáculos a lo que Dios quiere, ya que lo único que él quiere es levantarnos a
grandes cosas238. Estas grandes cosas que se dan en el interior y luego salen fuera
238 Ver. Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 29, 8.
73
en obras concretas para el bien del prójimo como expresión del más fino amor de
Dios.
Hay que saberlo muy bien que el caminar moral y espiritual del cristiano es un
camino de un proceso amoroso, provocado por Dios y evidentemente desde la
respuesta libre del hombre a esa acción gratuita. Esfuerzo humano y misericordia
divina, el acorde único para una vida de perfección. Dejarnos envolver por lo que
es Dios, nos lleva a entablar relaciones fraternas y amorosas con los otros y con
todo lo creado. El hombre místico es aquel ser humano capaz de impregnar de Dios
todo su espacio existencial. El hombre místico de este siglo, tiene que ser,
esencialmente, una presencia amorosa de lo divino.
El modo como Dios nos piensa, es partícipes de su santidad “él nos eligió en
Cristo…, para que fuésemos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su
presencia” (Ef 1,4). Esta es la única voluntad de Dios, nuestra santificación239. La
vida espiritual que no es otra cosa que un ponernos en presencia de Dios, significa
escucha y acogida; la experiencia espiritual constituye la garantía de objetividad y
criterio de autenticidad de una vida que toma decisiones según Dios; y es más, dice
Duffey, que: “para revitalizar la moral cristiana, hay que insistir más en la
espiritualidad”240; aquí deben estar nuestras fuerzas como cristianos se este siglo.
Es desde aquí, de la experiencia espiritual, de una vida impregnada de Dios que
podremos dar solución a muchas cosas que sólo humanamente lo vemos y de
hecho es imposible. Es la vida en Dios, como lo hemos dicho incansablemente en
los dos primeros capítulos y en la vida de la doctora mística Teresa de Jesús que
se descubre criterios válidos para el obrar humano.
239 Lumen Gentium, 39. 240 Duffey, Michael K. Called to Be holy: The Reconvergence of Christian Morality and Spirituality. Spirituality
Today, 38 (1986), 349.
74
Los teólogos disputamos sobre problemas morales de la violencia, pero pocos
señalamos que las problemáticas están involucradas con la espiritualidad personal.
¿Cuál es la comprensión de Dios? ¿Es realmente de un Dios que asume nuestra
humanidad? ¿Es realmente del Dios que nos habla el Hijo?; creo más bien que es
de un Dios que le hemos puesto a nuestra medida, por lo tanto no será Dios sino
de un dios ídolo que abala una acción descarnada.
Desde dónde pensar en un sociedad más justa, humana, sin violencia;
evidentemente será desde la espiritualidad, es ella que transforma el corazón241, y
la que nos lleva a mirar al otro como un yo. Es la vida espiritual la que nos lleva
como decíamos más arriba a una moral evangélica242, o mejor dicho a un estar con
el otro dando vida; es la espiritualidad la que nos recuerda que este mundo nuestra
casa es lugar de comunión, de armonía, de paz entre nosotros “todo lo que Dios
hizo, lo vio bueno” (Gn 1,31), por lo tanto no es cierto que “el hombre sea un lobo
para el hombre” como lo considera Hobbes, y por el cual se puede justificar al otro
como un obstáculo; esto no es de Dios. Nada puede justificar sobre todo la
eliminación del otro, pero esta es la realidad de muchos de nuestros países latinos;
muertes y más muertes, desaparecidos y más desaparecidos, con cada día más
familias con un padre, o un hermano que no llega a casa, ¿qué justifica eso? Nada,
nada lo justifica, solo la ceguedad del hombre que ha cerrado su corazón a Dios.
Quisiéramos que esas experiencias inhumanas llegaran a su final, y los esfuerzos
no son pocos; pero no será posible si no nos metemos a Dios dentro, sólo él es
capaz de divinizarnos, de darnos nuestra verdadera dignidad243 y por tanto eso
mismo reconocer en el otro. Sólo una vida centrada verdaderamente en la Persona
de Jesús el Cristo. La vida moral es entendida como una respuesta histórica al Dios
quien irrumpe en la historia individual y colectiva, invitando a asumir la causa de su
241 Ver. Evangelli Gaudium, 262. 242 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 47. 243 Ver. Gaudium et Spes, 22.
75
Hijo; sus gestos, palabras, opciones y el estilo de vida de Jesús de Nazaret, llegan
a ser el punto de referencia para la actuación del cristiano en el mundo; entonces
lo que se ofrece es la propia vida por la vida del otro.
La moral y la espiritualidad cristiana nos debe llevar a poner en nuestras manos la
realidad social; sus conflictos, pero con un interés persuasivo más que impositivo y
violento; en otras palabras, una vida moral y espiritual más que un mero condenar,
debe orientar y animar a un caminar como hermanos, en el otro también está el
rostro de Dios (Mt 25,40). Una moral y espiritualidad que parte de Dios, nos lleva a
un interesarnos por el mundo y sobre todo por la persona humana, porque su
finalidad es la liberación integral de la persona en la búsqueda de su auténtica
humanización. En la vida trinitaria ese otro se reconoce como hermano y digno de
todo respeto. Es en una vida trinitaria que la sociedad es más humana y más
justa244.
El ser humano es creado a imagen y semejanza divina y, por ello, el fin último de
la existencia humana consiste en la búsqueda de esta realización, la vuelta al hogar
(1 Jn 3, 2). Por consiguiente, el ser humano tiene una vocación profundamente
comunitaria y sólo puede realizarse plenamente en comunidad, porque está creado
a imagen de una comunidad divina. “El ser humano ha sido creado por el Amor y
sólo en el amor se encuentra a sí mismo en la donación al otro”245.
La moral y la espiritualidad cristiana brotan de la misma experiencia de Dios en el
camino hacia la santidad, que consiste en una vida de caridad, según la vocación
particular de cada uno. Por eso muy bien decía Juan Pablo II que:
La vocación de todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hch 6, 1). Por esto,
seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana (…) El
244 Ver. Juan Pablo II. Sollicitudo Rei Socialis, 47. 245 Gaudium et Spes, 24.
76
discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf. Jn 6, 44).
No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un
mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de
Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a
la voluntad del Padre246.
En conclusión, decimos, que no hay separación entre encuentro con Dios y servicio
al prójimo, “la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo”247. Por lo tanto,
sólo desde aquí desde el amor a Dios que es inseparable al mismo tiempo del amor
al prójimo es posible pensar en una comunidad, en una sociedad sin violencia;
porque vivir en Cristo es un continuo preguntarse por la vida248. El sentido pleno del
caminar cristiano alcanza su perfección desde la espiritualidad. La espiritualidad y
la moral caminan unidas pero es la primera la que inicia, orienta y culmina el
caminar249. Por lo que la moral ha de contar más con la espiritualidad a la hora de
plantear y de solucionar los interrogantes morales de la existencia cristiana250.
La espiritualidad transforma la vida en busca del Reino de Dios en este mundo251;
este es el testimonio de Teresa en el Libro de las Moradas, implantar el Reino
desde un vivir en el Reino, y lo que “el mundo busca hoy no son palabras acerca
de Dios, sino la experiencia de Dios”252, una tal experiencia de Dios es la que ha
de formar la base de la espiritualidad y la moral cristiana en todo lo que deseamos
construir. El hombre con una moral y espiritualidad desde Dios hácese hombre
nuevo (Ef 4, 24), buscador de la verdad, de la justicia, de paz; ante un mundo que
cada día prima lo contrario.
246 Veritatis Splendor, 19. 247 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 2,17. 248 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 26. 249 Ver. Rosemann Philipp W. L'éthique de la théologie négative. In: Revue Philosophique de Louvain.
Quatrième série, Tome 93, N°3, (1995). pp. 408-427. 250 Ver. Billy, Mysticim and Moral Theology, 389. 251Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 20. 252 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 113.
77
La gran invitación, después de todo y llegados aquí, es todo empieza en Dios, y lo
que busca de nosotros es que lo miremos como Padre para poder hacer una
amistad cercana y verdadera, llevar una vida en él; y luego que le reconozcamos
en el rostro del otro. Que nuestra vida sea una vida en el amor, y desde aquí nuestra
moral y espiritualidad teniendo a Dios por centro, hablará de Dios, y no con palabras
sino en la vida misma.
78
CONCLUSIÓN
En la introducción decíamos que llegados al final tendríamos elementos para
responder a nuestra pregunta que nos impulsaba a este trabajo; llegados aquí
podemos decir tranquilamente tenemos elementos para responderlo, sabiendo
obviamente que no es un trabajo que ya lo dijo todo, sino más bien habrá mucho
más por decir. En conclusión de esta investigación llevada sobro los hombros por
largo tiempo y con gran cuidado, afirmo y de este modo respondo a la pregunta que
nos colocó en estos menesteres:
Recuperamos en nuestra vida moral y espiritual una profunda experiencia de Dios,
o nuestro ser de cristianos peligra. La experiencia de Dios, la experiencia espiritual
que se produce necesariamente en el fondo de la existencia humana, nos lleva a
un obrar moral concreto en la realidad en el cual vivimos transformándola. Pues,
sólo teniendo una vida trinitaria, encontraremos una nueva identidad, una vida
testimonial la cual guiará con seguridad hacia el misterio de Dios, el camino idóneo
para que el hombre se descubra así mismo en su verdadera dimensión. El ser
hombre que no es otra cosa que con la facultad de escuchar el mensaje de Dios luz
y vida eterna, hasta llegar a las profundidades del Dios vivo que se nos descubren
con la gracia.
El cristiano de hoy, en su quehacer moral parte de la mística o no aporta mucho a
la realización del Reino; sólo desde Dios seremos capases de mirar lo demás con
los ojos de Dios, porque el camino como cristianos que vamos realizando es una
persona es “Jesucristo” (Jn 14, 26). Vivimos una vida llena de él o no somos
cristianos; porque la espiritualidad del cristiano es la experiencia del mensaje
evangélico de donde parte y se reconoce el valor profundo de cada persona. El Dios
que los cristianos tenemos que experimentar y vivir es el Dios Padre del cual nos
habló el Hijo.
La auténtica espiritualidad nos tiene que llevar siempre a un fin práctico en la línea
de la salvación, el otro mi hermano. La moral y la espiritualidad del cristiano como
79
creo que lo he dicho ya muchas veces y de distintos modos, y vuelvo y recalco que
sólo en Dios recobra verdadero sentido; la moral y la espiritualidad no se puede
definir desde la empresa del solo hombre o desde solo mundo o sencillamente
desde abajo; sino únicamente por Dios mismos, él contribuye a constituir el ser
concreto. El cristiano, el hombre, el ser humano en cuanto es capaz de escuchar,
de prestar oído a una revelación del Dios que obra libremente en forma de palabra
humana de tal modo que lo entienda, llegaría a la última y suprema realización moral
y espiritual de su existencia, “lo cual presupone que el hombre en su “infinitud” no
puede sencillamente por sí mismo anticipar y alcanzar la totalidad absoluta de la
verdad”253.
Sólo podemos hablar de moral y espiritualidad cristiana practicándola desde su
mismo fundamento (la Trinidad que mora en nosotros como en su templo), desde el
amor que es condición para el conocimiento de ese Otro y de los otros. El amar es
dar existencia. Las mismas palabras de Jesús serán “hago lo que el Padre me envió”
(Jn 4,34), unidad de voluntades. La moral y la espiritualidad cristiana no tiene que
ser un discurso, sino una vida que en sí misma habla de Dios, resplandece a Dios;
sencillamente una vida sabor a Dios.
El Nuevo Testamento, la vida de Jesús de Nazaret como un hecho salvífico más
que biográfico; por ello se hace un Libro Vivo y a lo cual en tanto los primeros
cristianos, los Padres de la Iglesia, los santos, todo cristiano lo toma para
identificarse con la persona de Jesucristo en su relación con el Padre y con las
creaturas. En nuestra vida moral y espiritual, la Palabra, el Evangelio, la experiencia
del resucitado debe saturarnos, desde allí que podremos dar respuesta verdadera
a las exigencias de este mundo; porque “todo el daño que viene al mundo es de no
conocer las verdades de la Escritura con clara verdad”254. A esta conclusión obvia
llegamos los teólogos por el estudio, en tanto que los místicos y en especial Teresa
de Jesús lo sabe por experiencia; de allí de la insistencia de todo este trabajo en el
253 Rahner, Karl. Oyente de la palabra. Barcelona: Herder, 2009, 46. 254 Santa Teresa de Jesús. Libro de la vida, 40, 1-2
80
poner, en el dejarnos empapar, saturar de Dios, de la Palabra; en nuestro camino
de seguimiento a Cristo dentro de la moral y espiritualidad cristiana.
La tendencia natural y profunda del hombre a la felicidad, a la paz, al gozo, a la
tranquilidad, quedan remitidos a Jesucristo, que no solamente es el deleite y la
complacencia del Padre, sino también del ser humano. La Palabra, es para los
cristianos de todos los tiempos la que ilumina el caminar diario; la Palabra se pone
al servicio de la experiencia mística, espiritual y moral del cristiano; desde aquí se
descubre que estamos llamados a una identidad divina. La Palabra la recibe
fielmente en cuanto tal, cuando se entiende y se vive.
Con todo lo explicitado de la moral y la espiritualidad, en estas conclusiones digo
enfáticamente que toda experiencia espiritual, toda esa experiencia de encuentro
con la Trinidad, con el Verbo hecho carne, que sostuvieron los cristianos a lo largo
de toda la era cristiana, Padres de la Iglesia, Teresa de Jesús, jamás perdieron su
autenticidad e identidad humana, más bien la llevaron a su auténtica realización;
esas voluntad hecha una en la voluntad del Padre les permitió encontrar su radical
genuinidad y modo de ser en el mundo.
La vida moral y espiritual, como bien nos dice Teresa, no se entiende al margen de
Dios, sino en el rostro amable y adorable del Hijo y no ajeno a la existencia, no ajeno
a mi propia historia. Es a partir de la cumbre de la experiencia espiritual, que se
logra captar que Dios nos habitaba por los lugares más recónditos de nuestra
existencia, y en cuanto tal es condición de posibilidad de todo nuestro devenir
histórico. Es el Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo el que nos sostiene y
animan a amar con pasión a Dios y a los hombres y mujeres con quienes nos
encontramos.
La espiritualidad, y sobre todo lo que he tratado de defender en el último capítulo,
que la espiritualidad cristiana, como bien lo dice y lo vive Teresa no es llevar un
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camino de ojos cerrados, alejada de la compasión, del reino de Dios, de la justicia
y de la paz, del compromiso histórico, del grito profético, de la opción por los pobres
y marginados de la sociedad; sino que por el contrario, la espiritualidad nos lleva a
una moral concreta y vivificante; a un tener ojos abiertos, es decir, ver con claridad,
sentir con hondura el dolor, sufrimiento y necesidades de los demás, y actuar
responsablemente de modo que se de vida (Jn 10,10) . Hacia allá nos lleva la moral
y la espiritualidad cristiana que verdaderamente parte y culmina en Dios. La vida en
Dios es para ser uno con él y para que nazcan obras.
Por lo tanto la experiencia espiritual, no es una experiencia intimista incompatible
con la ortopraxis cristiana. Por el contrario, la Sagradas Escrituras, el Concilio
Vaticano II, Teresa de Jesús vislumbran que el Hijo que contempló eternamente al
Padre, no ha hecho sino salir de su seno y meterse, encarnarse en la realidad
histórica; más aún, como pudimos contemplar en nuestros capítulos, la mística, la
vida espiritual, la moral; no es contemplarse el “ombligo”, sino salir hacia los otros,
hacia el prójimo, hacia sus criaturas.
La moral y la espiritualidad cristiana nos lo testimonian los grandes hombres
místicos que es un vivir de cara a Dios pero igualmente de cara al prójimo. Donde
la vida no es verticalista, ni tampoco horizontalista, sino que las relaciones
horizontales, como las verticales no son excluyentes, al contrario se retroalimentan
mutuamente. De ahí que Teresa no nos habla de una pérdida de su genuina
autonomía como consecuencia del encuentro con Jesucristo, sino que nos recuerda
que en él encontró plenamente colmar su sed de ser, su sed de infinito.
Nuestra ley es Jesuscristo; donde toda demás ley en esta debe tener su principio;
cuando lo pregunta el joven a Jesús por la ley no le da otra sino el seguimiento a él,
él es el ideal que recoge lo más valioso de la ley, pues, él nos transforma y nos da
nuestra verdadera identidad de hijos e imagen de Dios. En él es que alcanzamos
tal gran dignidad. Los cristianos descubrimos en Cristo nuestro modelo definitivo de
ser humanos, en él nuestra moral y espiritualidad cristiana ya no es un amar de
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cualquier modo, sino al modo de Jesús, entregando la vida por aquellos a los que
se ama (1Jn 3,16).
La moral y la espiritualidad cristiana es un vivir sabiendo que la vida del cristiano
siempre está en camino en esa posibilidad de ir de bien en mejor. A que todos
seamos uno. “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en
nosotros” (Jn 17, 21).
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