la moral y la espiritualidad: realidades inseparables en

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LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN EL SEGUIMIENTO A CRISTO FR. RICARDO LUIS FLORES VILLANUEVA OCD Trabajo de grado para optar por el título de Bachiller en Teología Tutora: María Isabel Gil Espinosa PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Teología Bogotá, D.C. 2015

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Page 1: LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN

LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN EL

SEGUIMIENTO A CRISTO

FR. RICARDO LUIS FLORES VILLANUEVA OCD

Trabajo de grado para optar por el título de Bachiller en Teología

Tutora: María Isabel Gil Espinosa

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Facultad de Teología

Bogotá, D.C.

2015

Page 2: LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN

2

DEDICATORIA

A mis hermanos y hermanas de la

Orden del Carmelo Descalzo, con

quienes vamos tras las huellas de

Jesucristo.

Page 3: LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN

3

Tabla de contenido

INTRODUCCIÓN ........................................................................................................ 4

CAPÍTULO I ................................................................................................................ 6

MORAL Y ESPIRITUALIDAD: SU SEPARACIÓN COMO PROBLEMA EN EL SEGUIMIENTO A

CRISTO .......................................................................................................................... 6

1.1. Aproximación a los términos: moral y espiritualidad ........................... 6

1.1.1. La moral cristiana ............................................................................................. 6

1.1.2. La espiritualidad cristiana .............................................................................. 10

1.2. Algunas causas que llevaron a la separación entre moral y

espiritualidad ....................................................................................................... 14

1.3 Consecuencias de la separación entre moral y espiritualidad para la

vida cristiana ........................................................................................................ 18

CAPÍTULO II ............................................................................................................. 23

MORAL Y ESPIRITUALIDAD: DOS REALIDADES INSEPARABLES EN UNA VIDA

AUTÉNTICAMENTE CRISTIANA ....................................................................................... 23

2.1. En el Nuevo Testamento ............................................................................. 24

2.2. Vida moral y vida espiritual en los Padres de la Iglesia ......................... 38

2.3. En el Concilio Vaticano II ............................................................................ 44

CAPÍTULO III ............................................................................................................ 53

UNIDAD ENTRE MORAL Y ESPIRITUALIDAD EN EL SEGUIMIENTO DE CRISTO: UNA

APROXIMACIÓN DESDE SANTA TERESA DE JESÚS Y LAS ORIENTACIONES DE VATICANO II

................................................................................................................................... 53

3.1. A la luz de Santa Teresa de Jesús ............................................................. 53

3.2. A partir de las orientaciones de Vaticano II .............................................. 66

CONCLUSIÓN .......................................................................................................... 78

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4

INTRODUCCIÓN

En este proyecto de investigación nos plantearemos, la separación entre moral y

espiritualidad, como problema que tiene serias consecuencias en el seguimiento a

Cristo, que dicho en otras palabras tiene importantes implicaciones para la vida

cristiana en general. Por esta razón, la pregunta que será transversal a este

proyecto de investigación será ¿Por qué la importancia de la unidad entre la moral

y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo?

Para intentar responder a esta pregunta, intentaremos, en el primer capítulo,

mostrar cómo la separación entre moral y espiritualidad es un problema que tiene

serias consecuencias para la vida cristiana. En este capítulo, intentaremos explicar

los términos de moral y espiritualidad. En un segundo momento, intentaremos

explicar algunas causas que llevaron a la separación entre moral y espiritualidad; y

por último, presentaremos algunas consecuencias de esta separación, en la

experiencia de fe y seguimiento a Cristo.

En el segundo capítulo trataremos de presentar, a partir del Nuevo Testamento, los

Padres de la Iglesia y el Concilio Vaticano II, los fundamentos teológicos a partir de

los cuales podemos afirmar que estas dos realidades no se pueden comprender ni

vivir como compartimentos estancos, es decir, como realidades aisladas la una de

la otra.

Finalmente, en el tercer capítulo, a la luz de Santa Teresa y de las orientaciones

del Concilio Vaticano II, nos proponemos presentar algunas pautas que pueden

ayudarnos en este intento de buscar una convergencia entre moral y espiritualidad.

Al finalizar este proyecto, trataremos de ver cómo poner por obra, de cómo hacer

realidad en nuestro vivir como cristianos la unidad de la moral y la espiritualidad en

el camino del seguimiento a Cristo, para así responder a la pregunta, que se ha

planteado y ha atravesado ya todo nuestro trabajo. Y en el marco del V centenario

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del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; y como hijo de esta

santa mística carmelita lo que corre por mis venas es efectivamente esta

espiritualidad teresiana y por lo tanto es lo que aportaría a la Iglesia; me sirvo de

esta reconocida Santa, para decir y justificar sin miedo alguno que moral y

espiritualidad convergen en la seguimiento a Cristo. Su vida espiritual desembocó

en una moral concreta, y vive una moral redimensionada por la espiritualidad. Y

finalmente en esta misma línea de cómo el cristiano tiene que encarnar y vivir la

unidad entre moral y espiritualidad en el seguimiento a Cristo traeré nuevamente

las orientaciones del Concilio Vaticano II como propuesta de una realización

auténtica.

Al finalizar esta introducción, pongo en claro, que con el presente trabajo no tengo

la intención de hacer un análisis detallado de términos, de adentrarme en exégesis,

etc., porque sería cosa de una única investigación; más bien lo que pretendo es de

dar una mirada concreta y general para responder a la pregunta que nos lanza y

además atraviesa nuestra investigación y que exige evidentemente una respuesta;

al final del trabajo creo que podremos tener elementos suficientes para responder

a nuestra pregunta que será el hilo conductor de esta investigación.

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CAPÍTULO I

MORAL Y ESPIRITUALIDAD: SU SEPARACIÓN COMO PROBLEMA EN EL SEGUIMIENTO A

CRISTO

En este primer capítulo intentaremos, en primer lugar, explicar brevemente lo que

estamos comprendiendo por moral y por espiritualidad. En un segundo momento

trataremos de hacer una aproximación a las causas que llevaron a comprender y

vivir la moral y la espiritualidad como dos realidades separadas; finalmente,

intentaremos presentar algunas consecuencias y problemas que tal separación

presenta al seguimiento de Jesús.

1.1. Aproximación a los términos: moral y espiritualidad

Antes de iniciar el desarrollo de este primer capítulo, consideramos que es

importante presentar lo que estamos comprendiendo por moral y por espiritualidad.

La razón es que, aunque estos términos los manejamos cotidianamente, parece

que no siempre está claro su sentido y significado.

1.1.1. La moral cristiana

Es importante que empiece poniendo en consideración que en nuestros días

empleamos las palabras ética y moral sin mayor distinción1. Siendo así, la palabra

ética, procede del griego ethos, y tiene dos significados: el primero denota

residencia, morada, lugar donde se habita; luego, gradualmente, se pasa de una

comprensión de un lugar exterior (país o casa) al lugar interior (actitud). Así, en la

1 Mifsud, Tony. Una fe comprometida con la vida. Espiritualidad y ética, hoy. Santiago: San Pablo, 2002, 5.

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tradición aristotélica llega a significar modo de ser y carácter, pero no en el sentido

pasivo de temperamento como estructura psicológica, sino en un modo de ser que

se va adquiriendo e incorporando a la propia existencia. El segundo significado de

ethos es hábito, costumbre. Sin embargo, en el paso del griego al latín se debilitó

uno de sus significados, ya que en latín sólo existe una palabra para expresar los

dos significados de ethos: este término es mos2, en plural, mores, de donde viene

la palabra moral y significa costumbre.

Para Juan Pablo II, la moral es:

(…) una reflexión científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de vida

nueva, sobre la vida según la verdad en el amor, sobre la vida de santidad de la

Iglesia, o sea, sobre la vida en la cual resplandece la verdad del bien llevado hasta

la perfección3.

En este sentido, se entiende también a la moral cristiana como el hogar del ser

humano, ya que propone el universo de sentidos, de ideales y de valores que hacen

posible y viable, es decir, habitable para todos y cada uno, la condición humana en

la sociedad4.

La moral cristiana es entonces una tarea, un quehacer, el crisol del carácter que

permite enfrentar la vida con altura humana. Por consiguiente, la moral cristiana es

una propuesta a partir del Evangelio, de un estilo de vida, individual y societal, que

busca la auténtica realización, humana y humanizante de la persona en sociedad

o de una sociedad conformada por sujetos5.

2 Santo Tomás de Aquino explica que mos puede significar dos cosas: unas veces tiene el significado de

costumbre (...); otras significa una inclinación natural o cuasi natural a hacer algo (...). Para esta doble

significación en latín hay una sola palabra; pero en griego tiene dos vocablos distintos, pues ethos, que

traducimos por costumbre, unas veces tiene su primera letra larga y se escribe con eta, y otras la tiene breve y

se escribe con épsilon. (Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 7). 3 Juan Pablo II. Veritatis Splendor, 110. 4 Ver. Vidal, Marciano. Nueva Moral Fundamental: el hogar teológico de la Ética. Bilbao: Desclée de Brouwer,

2000, 13. 5 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 6.

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Es así, que la moral cristiana tiene indudablemente en la Trinidad no sólo su

paradigma de comportamiento sino también, y sobre todo, el fundamento del obrar

moral6. La moral cristiana debe ser entendida y vivida como una orientación

radicalmente cristocéntrica, la vida moral cristiana debe estar regida por el Espíritu7.

Por ello dice bellamente Billy, que: “la vida moral del cristiano ha de contar con la

mística a la hora de plantear y de solucionar los interrogantes de la existencia

cristiana”8. En este mismo sentido Juan Pablo II, considera que: “la reflexión moral

de la Iglesia, ha de estar hecha siempre a la luz de Cristo, el Maestro Bueno”9,

porque él es evidentemente el modo cómo Dios nos piensa.

Por lo tanto, el objeto de la moral cristiana es el comportamiento humano

responsable, en cuanto orientado hacia el bien y “considerado a la luz de la

revelación y de la fe”10. La teología moral tiene un aspecto completamente diferente

del de la filosofía moral, si está debidamente informada por las Sagradas Escrituras;

resulta ser, pues, la doctrina sobre el aspecto práctico de la vida del hombre que

vive del misterio de Cristo y de la salvación, revelado en la Palabra. Por tanto, el

principio último de la moral cristiana no es la razón, sino la fe, por el cual recibimos

la revelación del misterio de Cristo y de nuestra salvación. La moral cristiana, tiene

que ser el aspecto práctico de la fe11.

Santo Tomás se pregunta, por qué la moral del cristiano, el comportamiento

responsable ha de entrar en el ámbito de la Teología, que en principio debería

reservarse a la reflexión sobre Dios. El santo subraya el papel que la gracia, como

ley interior, juega en ese comportamiento por el que el hombre mismo se hace así

6 Ver. Vidal, Marciano. Moral y Espiritualidad: de la separación a la convergencia. Madrid: Perpetuo Socorro,

1997, 14. 7 Ibid., 16. 8 Billy, D. J. Mysticism and Moral Theology, Studia Moralia 34 (1996), 389-415. 9 Veritatis Splendor, 9. 10 Flecha, José Román. La vida en Cristo, fundamentos de la moral cristiana. Salamanca: Sígueme, 2000, 41. 11 Ver. Fuchs, Joseph. La Moral y la Teología Moral Postconciliar. Barcelona: Herder, 1969, 54.

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mismo. Por lo tanto, es Teología también la que considera las acciones del hombre,

creado por Dios. Acciones que, a fin de cuentas, en él tienen su origen y sólo en su

contemplación como Sumo Bien encuentran su orientación definitiva12.

La moral cristiana tiene que ser un vivir del hombre desde ese encuentro con Cristo,

desde ese estar con Dios; y esto es posible desde el amor, el amor es el que marca

el encuentro entre Dios y el hombre, y entre el hombre y Dios; el amor es el ñudo

que junta dos cosas tan desiguales13, el que nos acerca a ese misterio que nunca

abarcamos14; y es desde allí que descubrimos nuestra responsabilidad moral con

el Otro y los otros y el gusto de la espiritualidad, de la mística15.

Juan Pablo II, en la Encíclica Veritatis Splendor afirma que a los teólogos

moralistas, les compete “subrayar en la reflexión científica el aspecto dinámico que

ayuda a resaltar la respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el

proceso de su crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica”16.

Ante la vocación del que es imagen de Dios, la Encíclica une aquí la moral y la

mística cristiana17.

12 Ver. Abba, G. Lex et Vitus sll´ evoluzione della dottrina morale di san Tommaso d´Aquino. Roma: Las, 1983,

163. 13 Ver. Álvarez, Tomás, Ed. Santa Teresa, Obras Completas. Poesía 6. Burgos: Monte Carmelo, 2009. 14 Ver. Vallés G, Carlos. Dejar a Dios ser Dios: Imagen de la divinidad. Bilbao: Sal Terrae, 1997, 25. 15 Y ya que inconscientemente al lado de la palabra espiritualidad puse la palabra mística como sinónimos,

quiero aclarar la realidad de estos dos términos para más adelante si volviere a salir sepamos a qué me refiero.

La espiritualidad lo entendemos como la fuerza de Dios que actúa en los hombres y la mística como la

experiencia del hombre del Misterio; es así que las dos capacitan al hombre para un vivir y actuar desde la

voluntad de Dios. Tanto la espiritualidad como la mística, nos llevan a una unión amorosa con ese Otro; por lo

tanto me he de referir aquí a estas dos palabras como sinónimas; aun sabiendo que etimológicamente puede

tener raíces distintas; pero el hecho es que, dentro de la vida cristiana las dos nos hablan de un mismo encuentro,

el encuentro con Dios en nuestro caminar, de hacer una amistad con él y cómo ello nos lleva a la búsqueda del

sentido último de las cosas en Dios. A estas dos palabras también se uniría una tercera “contemplación” también

lo tomamos como una palabra que significa lo mismo. Nos aclara Marciano Vidal estos términos diciendo que:

los término de mística y ascética llegan hasta después de la mitad de siglo, en los últimos cincuenta años la

palabra espiritualidad ha ido consolidándose y al mismo tiempo remplazando a la palabra mística, es así que

hoy se prefiere hablar de espiritualidad o teología espiritual (Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 57-65). 16 Veritatis Splendor, 111. 17 Flecha, José Román, Teología Moral Fundamental. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, 24.

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Finalmente, decimos que la exigencia moral cristiana brota del buen anuncio de la

salvación, de la experiencia del resucitado en el interior de la vida, del amor que

deja a Dios ser Dios y conocer los rasgos de su eterno encarnar18. Dios que

ensancha el corazón y nos impulsa al encuentro de los otros. La moral cristiana es

una consecuencia inevitable de una fe vivida, es la obra de una espiritualidad

original, es decir, dónde la experiencia de amor en el Amor se hace visible.

1.1.2. La espiritualidad cristiana

Por la espiritualidad cristiana se entiende, como el conjunto de aspiraciones y de

convicciones que animan interiormente a los cristianos en su relación con Dios, así

como el conjunto de las reacciones y de las experiencias personales o colectivas y

de las formas exteriores visibles que concretizan dicha relación. Y la espiritualidad

cristiana, por su carácter histórico, tiene que responder a las necesidades de la

época y expresarse en categorías culturales correspondientes19. Así, la

espiritualidad cristiana es la experiencia de amor de Dios que atraviesa toda la vida

del cristiano.

También es bueno aclarar esto, y es que, por el término espiritualidad no hay que

entenderlo dentro de un esquema antropológico de signo dualístico, oponiendo

espíritu a cuerpo; más bien como algo de la realización de la persona integral. La

espiritualidad hay que entenderlo como que nos estamos refiriendo a una

dimensión específica de la existencia cristiana que trata de traducir en vida el

mensaje cristiano de salvación.

18 Ver. Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 45. 19 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 11.

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En este sentido, “la espiritualidad se entiende, que es la vida que fluye de la vida

trinitaria”20. Es la Trinidad “aquella eterna fonte” de donde “todo origen viene”21. La

espiritualidad cristiana no es otra cosa que el despliegue, en el tiempo histórico y

biográfico, del misterio de Dios22. La vida espiritual es un trato de amistad con quien

sabemos nos ama, es un vivir en él, en Cristo y, consiguientemente, como Cristo.

“El camino espiritual es el itinerario del Espíritu en cada creyente y en la comunidad

de los creyentes”23. La vida espiritual es la honda experiencia de Dios, de su

presencia; para elevar al sumo potencial la acción del hombre a favor de los otros24,

de allí, que el amor entre las criaturas, ha de ser como el amor de Dios por estos

mismos (Jn 13,34).

La espiritualidad cristiana nos lleva a reconocer el amor de Dios por nosotros, el

que nos hace contemplarlo y quedar radiantes (Sal 34,6). Amándolo es que

reconocemos su amor, dándonos es como se nos da, y el darse de él es

salvándonos; este es el amor que se tiene que prolongar de nosotros hacia el otro,

salvarlo dándonos; nuevamente vemos que la moral es definitivamente un

compromiso real y concreto con el otro. La espiritualidad es la experiencia de

sabernos que moramos en el corazón del Padre, de sabernos que moramos en la

casa del gran Rey dirá bellamente Santa Teresa de Jesús, o que Dios está en

nuestro profundo centro dirá San Juan de la Cruz; y es esta experiencia de Dios

que nos impulsa a actos concretos.

La espiritualidad cristiana, es sabernos envueltos en su imagen y semejanza de

Dios; dirá San Pablo, es sabernos que ya no vivo yo, sino en dejar que él viva en

mi (Ga 2, 20), para transparentarle; entonces, “la espiritualidad es una forma

concreta, movida por el Espíritu, de vivir el Evangelio”25, la espiritualidad no es algo

20 Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 21 Pacho, Eulogio, Ed. San Juan de la Cruz, Obras completas. Poesía 8, 2. Burgos: Monte Carmelo, 2009. 22 Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 23 Ibid., 16. 24 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas. 25 Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Salamanca: Sígueme, 1990, 244.

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12

que nos hace indiferentes a la vida, a la realidad; por el contrario, la espiritualidad

nos invita a un vivir con los ojos abiertos, a una forma de vivir coherente con el

Evangelio en toda su radicalidad26, por tanto con un compromiso real y concreto en

esta vida, “cuanto más espirituales, más conversables”27, más comprometidos con

el otro, con el mundo, con la realidad; es un compromiso desde Dios.

La espiritualidad cristiana es el descubrir la voluntad de Dios en la vida de cada uno

de nosotros, es una experiencia de Dios en la vida del creyente. Dios Padre ha

enviado a su Hijo al mundo, porque una sola palabra tenía que decirnos y es él28,

su Hijo, y su Espíritu sigue comunicándose a los creyentes. Dios se ha

autorrevelado totalmente en el Hijo y el Espíritu sigue comunicando la Buena

Noticia. Por ello, lo que define la espiritualidad es la irrupción de una presencia

transformadora, Dios haciéndose presente en la vida de las personas. La

espiritualidad es una vida según el Espíritu29. Por ello, la espiritualidad nos abre a

la acción del Espíritu en nuestras vidas; implica una centralidad en la Persona de

Jesús el Cristo (Flp 3,7-11), la construcción de la Iglesia como comunidad fraterna

en misión (1 Cor 12-14), en una actitud de acción de gracias y en el gozo del

anuncio del Evangelio (Rm 1, 14-17), privilegiando una preocupación hacia los más

débiles y marginados de la sociedad por su condición de predilectos sacramentales

de lo divino (Mt 25, 31-26). La espiritualidad también entonces, se vive en un

proceso continuo de conversión como respuesta -vocación al proyecto de Dios

hacia nosotros30.

El cristiano que asume su espiritualidad, ha de expresar concretamente una opción

fundamental en su existencia, que cambia su horizonte de significados y sentidos,

porque la experiencia de Dios implica un compromiso con el proyecto divino sobre

26 Castillo Sánchez, José María. Los peligros de la espiritualidad. Proyección 43 (1996), 225. 27 Ver. Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 41,7. 28 Ver. San Juan de la Cruz. Subida al Monte II, 22, 3-6. 29 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 2. 30 Ver. Buvinic, Marcos. "Espiritualidad: la pregunta por el Espíritu que nos habita", en Cuadernos de

Espiritualidad, Espiritualidad: ¿de qué se trata?, (Santiago: CEI, 1993), pp. 7-8.

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13

la historia humana, porque la conversión a Dios se traduce en una conversión hacia

el otro como imagen y semejanza divinas, de allí, que dirá Santa Teresa “la

perfección verdadera es el amor a Dios y del prójimo”31 y no hay negocio en ello,

esto es el precio del camino espiritual “obras, obras quiere el Señor”32, puesto que

todo comienza en él y acaba en nosotros, “Dios es el que ensancha el corazón”33.

En efecto, la esencia de la espiritualidad cristiana, es el seguimiento a Cristo bajo

la guía de la acción del Espíritu. La espiritualidad cristiana, es una existencia que

se deja interpelar por la presencia divina y que se transforma en un estilo de vida,

real y concreto en el mundo en el cual vivimos.

En conclusión, La moral y la espiritualidad nacen de la misma fuente que es la vida

nueva en Cristo y las dos realizan el designio de salvación de Dios sobre la historia.

Estamos llamados a una vida nueva en donde “la espiritualidad se hace

compromiso ético y la moral se nutre de la experiencia espiritual”34. Cuando las dos

se integran en la vida, en el seguimiento a Cristo, la moral queda redimensionada

por la espiritualidad cristiana; y la espiritualidad alcanza su verificación mediante la

vida moral35, por ello que no pueden estar divorciadas, y hablábamos casi al inicio

de la importancia de la comunión de ambas. Se debe de subrayar lo que el cristiano

es desde la gracia de Dios, para deducir de allí lo que debe ser, en su esfuerzo

diario, siempre iluminado y apoyado por la fuerza del Espíritu Santo36.

La espiritualidad consiste en una vida guiada por el Espíritu del Hijo y del Padre; la

acción moral es un comportamiento inspirado por este mismo Espíritu. En esta vida

nueva, la espiritualidad se hace compromiso moral y la moral es motivada por la

coherencia con esta experiencia espiritual. La acción moral es justamente un estilo

31 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 2. 32 Santa Teresa de Jesús. Moradas quintas, 3,11. 33 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 2,4. 34 Juan Pablo II. Redentor Hominis. 18. 35 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 23. 36 Flecha, La vida en Cristo, 38.

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14

de vida coherente y consecuente con la vida de gracia recibida37. La moral y la

espiritualidad, realidades inseparables en el seguimiento a Cristo.

1.2. Algunas causas que llevaron a la separación entre moral y espiritualidad

Si nos disponemos a hablar de causas que llevan a la separación entre moral y

espiritualidad, significa que estas dos realidades, no siempre han estado

separadas. En este apartado intentaremos presentar algunas causas que llevaron

a la separación entre moral y espiritualidad.

En primer lugar debemos señalar que tanto moral como espiritualidad tienen sus

propias particularidades y peculiaridades que las distingue; Marciano Vidal afirma

que:

La espiritualidad se sitúa preferentemente en la verticalidad; su mirada está dirigida

hacia la dimensión trascendente de la vida. Su camino es el de la interioridad. La

moral pertenece preferentemente a la horizontalidad; su rostro se fija en la

dimensión de la vida cristiana. Su camino es el de la exterioridad38.

Sin embargo, la afirmación de Marciano Vidal no indica exclusividad o realidades

que no pueden estar jamás juntas, esto no; lo que se indica con ello es

sencillamente preferencias. Porque, “la espiritualidad tiene también un dinamismo

hacia la horizontalidad, hacia la inmanencia y hacia la exterioridad. Por su parte, la

moral también se abre a la interioridad, a la trascendencia y a la verticalidad”39. Por

tanto, no hay razón para que se diga que deben hacer su camino autónoma y

aisladamente, algo así como dándose la espalda y cortando toda comunicación.

37 Ver. Redemptor Hominis. 18. 38 Vidal, Moral y Espiritualidad, 20. 39 Ibid.

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15

Una causa que encontramos, y que ayudó a que moral y espiritualidad se separaran

fue la moral de Guillermo de Ockham, que como afirma Román Flecha:

La moral de Guillermo de Ockham es con mucho la más pura, la más radical, la

más intransigente moral de la obligación. Sólo la obligación permite a la acción

humana acceder a la dignidad del orden moral. Ni su fin ni su objeto confieren a

nuestros actos valor alguno. En una tal moral, diríamos, no hay más una virtud

específica: la obediencia. Las relaciones entre Dios y el hombre, así como de los

hombres entre ellos, no son más que relaciones de fuerza. Ya no se trata de

investigar los valores morales, o de discernir las leyes fundamentales del ser, sino

únicamente del conocer las leyes positivas impuestas por Dios en su libertad

absoluta. No hay necesidad de interés moral, ni de justificación racional de una ley

por su armonía con las otras: cada obligación se impone independientemente de

todas. No hay impulso vital, ni dinamismo interno, ni inclinación del ser hacia su

meta, sino la realización material de un cierto número de prescripciones jurídicas,

fuera de las cuales el hombre queda a merced de su absoluta libertad. Cumplir la

ley exterior es, para Ockham, el summum de la perfección40.

Aquí encontramos, propiamente, la primera moral de la obligación ya que con

Ockham, surge la formación de una estructura nueva de la moral. El centro de la

moralidad está en la obediencia a la ley. Es, pues, una moral legalista, que se

interesa sólo por los actos.

Por consiguiente, la relación de la moral con la Sagrada Escritura va a modificarse

sutilmente; aunque la Sagrada Escritura sigue siendo considerada como la

expresión de la voluntad de Dios, sólo los pasajes que manifiestan una obligación

legal estricta interesarán a los moralistas y estos tenderán a interpretarlos en su

libertad material, como se hace en los textos jurídicos. Bajo esta influencia, la

40 Flecha, Teología Moral Fundamental, 51.

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16

relación de la teología moral con la Sagrada Escritura se reducirá cada vez más41,

rompiendo así la unidad que había conservado hasta el siglo XIII42. Esto significó

evidentemente un debilitamiento entre la moral y la espiritualidad. Si ya es una

moral que se va alejando de la Sagrada Escritura, de la Palabra, se aleja del espíritu

del Señor; la Sagrada Escritura no es un Libro obviamente de normas, sino de una

experiencia salvífica, una moral sin esta característica se vuelve opresora, y en

consecuencia querrá menos saber de la espiritualidad.

Además, otra de las causas que contribuyeron a separar la moral, de la experiencia

espiritual y de la mística; es el nominalismo, esta corriente subrayaba la idea de la

ley y de la obligación, en detrimento de la espontaneidad interior y del impulso que

son propios del amor y que forman la base de la vida espiritual y mística. La ruptura

que así se establece entre la moral y la mística va a reforzarse por la aplicación de

la distinción entre los preceptos y los consejos a toda la moral. La moral se ocupará

esencialmente de los preceptos que fijan las obligaciones en los diferentes sectores

del obrar humano y que se imponen a todos indistintamente. Los consejos

describirán un dominio suplementario, el de los actos supererogatorios, dejados a

la libre iniciativa de cada uno y, por este hecho, reservados a una élite que busca

la perfección: este será el terreno de la espiritualidad y de la mística. Esta distinción

constituye una verdadera separación, reforzada por la desconfianza respecto de la

espontaneidad, en una moral fundada sobre la construcción de la ley; y respecto

de la mística, considerada como un fenómeno extraordinario43.

Debemos tener presente que cuando apareció el primer volumen de las

Instituciones Morales de Juan Azor en 1600, la moral se empieza a constituir en

41 Pinckaers, Servais. Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia. Pamplona:

EUNSA, 2000, 307. 42 Ibid., 309. 43 Ibid., 311.

Page 17: LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN

17

disciplina autónoma propiamente dicha, pero ésta se va haciendo cada vez más,

ajena a la espiritualidad y a la mística44.

En este proceso, el Concilio de Trento ejercerá una influencia muy importante en la

nueva concepción de la Teología moral ya que es a partir de este momento que se

inicia la elaboración de los Manuales de moral, que tenían como finalidad preparar

a los sacerdotes para la confesión y la solución de los casos de conciencia. En

adelante la Teología moral se desvincula de la síntesis teológica general y se

organiza según los postulados metodológicos del derecho, los diez mandamientos,

los mandamientos de la Iglesia y sigue, así, el proceso de una creciente

juridización45; Servais señala al respecto:

Azor anuncia una división cuatripartita de la moral: 1) los diez mandamientos de

Dios. 2) los siete sacramentos. 3) las censuras y penas eclesiásticas. 4) los estados

de vida y los fines últimos. Se trata evidentemente de una distribución nueva de la

materia de moral que sustituye a la organización tradicional que seguía las virtudes,

y que a partir de ahora la enfoca enteramente según las obligaciones que expresan

los diferentes mandamientos, pues hasta los sacramentos y los estados de vida

están estudiados desde el punto de vista de las obligaciones peculiares que

implican. Claro que las virtudes no serán olvidadas en la exposición (…), pero serán

relacionadas y sometidas a determinados mandamientos y siempre tratadas en la

perspectiva de las obligaciones que les afectan46.

Podemos ver, que una las características generales de estos manuales es la

excesiva separación de la moral respecto a la Sagrada Escritura, por tanto de la

espiritualidad. Porque la fuente de la moral es la ley contenidas en los

mandamientos y no la Palabra de Dios47. La moral logra su autonomía al

44 Ver. Vereecke, Louis. Introducción a la historia de la Teología Moral. Estudios de historia de la Moral.

Madrid: Perpetuo Socorro, 1969, 66-67. 45 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 60-61. 46 Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 316. 47 Ver. Flecha, Teología Moral Fundamental, 55.

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desvincularse de la Teología dogmática, sin ninguna referencia a la espiritualidad,

ya que estaba al servicio del confesor, es decir, dedicada a la orientación en la

práctica del sacramento de la penitencia48.

Sin embargo, en la reflexión actual sobre la moral y la espiritualidad, no podemos

separar ambas realidades ello supondría empobrecer el saber teológico49 y la

vivencia de una vida cristiana autentica. Por tanto, debemos trabajar por una

articulación ya que su unidad nos ayuda a expresar el misterio unitario de la fe

cristiana. La unidad en la diversidad constituye la clave epistemológica para

comprender las diversas dimensiones de la existencia humana. La contemplación

del significado cristiano, la vivencia de su misterio, su implicación ética en la

transformación de la historia son distintas manifestaciones de una misma y única

opción de vida50.

Más aún, no podríamos hablar de un seguimiento a Cristo, solo desde una

perspectiva o la moral o la espiritualidad, porque el seguimiento se hace desde

estas dos dimensiones, son como una especie de pilares que se necesitan

mutuamente. La espiritualidad me ayuda a discernir, a comprender la voluntad de

Dios en la vida concreta para el mundo, y la moral, la podemos entender como la

realización desde ese querer de Dios, por eso bien se dice en el Evangelio de Lucas

“por sus frutos los conoceréis” (Lc 6, 43-44), frutos que hablan de nuestro ser

cristianos y de nuestra vida moral.

1.3 Consecuencias de la separación entre moral y espiritualidad para la vida

cristiana

48 Vidal, Nueva Moral Fundamental, 902-903. 49 Ver. Optatam Totius, 16. 50 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 5.

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En este apartado intentaremos aproximarnos a las consecuencias e implicaciones

que tal separación tiene para el seguimiento a Cristo. En primer lugar nos podemos

dar cuenta que la separación entre la moral y la espiritualidad, lleva a una carencia

de fundamento teológico tanto para la moral como para la misma espiritualidad51,

y es así como la moral se reduce a una observancia de preceptos”52 y la

espiritualidad a los consejos53.

En segundo lugar, y por las razones que ya explicamos; la inserción de tantas

cuestiones canónicas en la teología moral no ayuda a percibir el sentido y el valor

de la moralidad cristiana. La inclusión del derecho en la enseñanza de la moral no

agrada ni a los mismos canonistas54 llega afirmar Fuchs.

La moral desvinculada de la espiritualidad, pasa a concentrar su interés en el

análisis de la conducta moral en orden a la práctica del sacramento de la

penitencia; por consiguiente, el Concilio de Trento, en la administración del

sacramento de la penitencia, va a exigir una exacta declaración de los pecados,

especificando su número, su especie y sus circunstancias. Por ello, la formulación

de la reflexión moral se sitúa en un contexto jurídico, de aplicación de las leyes

eclesiásticas a los casos o situaciones y, básicamente, referida al pecado,

desvinculada de la gran síntesis teológica55. Tal sacramento se veía como un

tribunal a donde se da la absolución, en vez de una experiencia del amor de Dios.

Y es el paradigma que va a perdurar desde el Concilio de Trento hasta el Concilio

51 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 13. 52 Los preceptos se entenderían como exigencias que se imponen y que no los podemos descuidar so pena de

desobedecer a Dios y por ende no alcanzar ni la perfección ni la salvación. 53 Y por consejos se entendería como recomendación, parecer, estímulo, que da lugar a la gratuidad, a la

iniciativa, en una palabra, a la libertad de hacer o no hacer. Nadie está obligado a seguir un consejo, aunque

seguirlo es algo mejor y más perfecto. 54 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 62. 55 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 37.

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20

Vaticano II56. Es lamentable que luego del Concilio de Trento disminuyera la

presencia de la Sagrada Escritura, de la vida espiritual en la reflexión moral57.

Por tanto, en la moral que no cabe ya la espiritualidad, también pareciera que la

espiritualidad tampoco necesitara para nada a la moral. En consecuencia, se

propiciará la aparición de reflexiones autónomas sobre la perfección cristiana, las

cuales traerán ya en el siglo XX la disciplina de la ascética y de la mística

trasformada hoy en espiritualidad o Teología espiritual58.

Dice Román Flecha, que la clásica división entre Teología Moral y Teología

Espiritual ha terminado por modelar una cierta mentalidad. Como si la Teología

Espiritual hubiera de estudiar el comportamiento positivo y la Teología Moral el

comportamiento negativo. A la Teología Moral quedaría reservado el primer

capítulo del Sermón de la Montaña (sobre todo los versos 17-19) –tal vez

excluyendo las bienaventuranzas, con tal de que se pasara a la Teología Espiritual

ese último verso del capítulo 5 del Evangelio según San Mateo “Vosotros, pues, ser

perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48)59.

Sin embargo, dada la independencia entre la moral y la espiritualidad, cada una

tratará de tomar su camino que cree ser correcto. La Teología moral, alejada de la

espiritualidad y de la síntesis teológica, “cobra un tono más jurídico para poder

responder a su finalidad de ayuda al confesor en la práctica del sacramento de la

penitencia y queda unilateralmente asociada al pecado”60, a tal falta, tal sentencia;

olvidando tal vez que la mirada de Dios es de compasión y misericordia ( Lc 15, 11-

32; Mt 9,5).

56 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 67. 57 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 77. 58 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 68. 59 Flecha, Teología Moral Fundamental, 27. 60 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 9.

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La Teología espiritual aparece como disciplina autónoma dentro del saber teológico

a comienzos del siglo XX. En 1918 comienza a funcionar la cátedra de Ascético-

Mística en la Pontificia Universidad Gregoriana. La Constitución Apostólica Rerum

Scientiarum Dominus (1931) la declara como materia obligatoria en las facultades

de teología. Gradualmente, en la década de los cincuenta, se abandona el uso de

la terminología Ascética y Mística a favor de Teología espiritual61.

Llegando al siglo XX acontece ya un cambio fundamental en el capítulo de la

espiritualidad: la temática anteriormente considerada como profana, llega a formar

parte de la espiritualidad y, por ello, ésta ilumina y se identifica con la vida moral.

La división entre dos espacios (sagrado y profano) se supera. La vivencia de la

espiritualidad no implica una separación ni una huida del mundo, sino se sitúa en

lo cotidiano62.

Finalmente, el camino de la santidad no se relaciona unilateralmente con la vida

religiosa sino se identifica con la vocación cristiana. Todo cristiano, todo bautizado

está llamado, es decir, tiene la vocación, a la santidad. En palabras del Concilio

Vaticano II: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la

plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita

un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena"63, en la sociedad que

clama justicia.

Por ello, es interesante observar que las limitaciones de la moral casuista nacen de

una mentalidad que polariza los mismos aspectos positivos. Así, hubo una

tendencia a caer en una moral segura pero no siempre crítica; una moral marcada

por el pesimismo; una moral legalista del mínimo exigido, y una moral privatista64.

61 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 57-73. 62 Ver. Guerra, Augusto. Espiritualidad, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad. Madrid: Paulinas (1991),

pp. 847-876. 63 Lumen Gentium, 40. 64 Leers, Bernardino y Antonio Moser. Teología Moral: Conflictos y alternativas. Madrid: Paulinas, 1987, 38-

39.

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En ello, una moral de obligación, una moral opresora decíamos más arriba; y la

moral, tiene que ser una moral de vida, de gracia, que sea fruto del encuentro con

el Amor, por lo tanto una moral de gozo. La moral y la espiritualidad, realidades

inseparables en el seguimiento a Cristo.

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CAPÍTULO II

MORAL Y ESPIRITUALIDAD: DOS REALIDADES INSEPARABLES EN UNA VIDA

AUTÉNTICAMENTE CRISTIANA

En el capítulo primero, hemos intentado mostrar algunas causas que llevaron a que

moral y espiritualidad se comprendieran como compartimentos estancos en la que

no existía casi ninguna vinculación. Y tratamos de explicar por qué la separación

entre moral y espiritualidad tiene consecuencias negativas para una vida

auténticamente cristiana.

En este segundo capítulo intentaremos mostrar por qué moral y espiritualidad son

dos realidades que no se pueden separar ya que se necesitan mutuamente para

seguir a Jesús y construir una vida auténticamente cristiana. En otras palabras,

intentaremos responder a la pregunta de ¿Por qué es importante la unidad entre

la moral y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo?

En primer lugar, nos acercaremos al Nuevo Testamento y trataremos de ver cómo

moral y espiritualidad son dos realidades inseparables al momento de hablar de

seguimiento y experiencia de Dios, y es más, en él tienen su razón de ser, su

fundamento65. En segundo lugar, presentaremos a los Padres de la Iglesia, a través

de sus sermones, catequesis, etc.; e intentaremos mostrar que ellos no

desvinculaban la moral de la espiritualidad66. Finalmente, trataremos de mostrar,

que desde las orientaciones presentadas por el Concilio Vaticano II, moral y

espiritualidad no se pueden separar sin graves consecuencias para la vida

cristiana, la cual se concreta en el seguimiento a Cristo.

65 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 66 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 256.

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2.1. En el Nuevo Testamento

Empezamos diciendo que al acercarnos al Nuevo Testamento vemos que, la

tradición sinóptica nos sitúa frente al mensaje de la llegada del Reino de Dios y sus

exigencias. En tanto, la teología paulina descubre que la salvación sólo puede llegar

por la aceptación de Jesús como Mesías y Señor. Y los escritos joánicos subrayan

una y otra vez que en él está la vida y la verdad y que la bondad equivale a caminar

en el amor, en el amor que Jesús ha mostrado al mundo67.

En el Nuevo Testamento la fe, la espiritualidad y las exigencias morales que de ahí

se derivan están indisoluble y constantemente vinculadas entre sí. Una muestra de

ello es el evangelio de Juan, que siendo el más místico, insiste mucho en el obrar68;

al respecto dice Vallés:

El cuarto Evangelio, consciente en cada página de que Jesús es el Cristo, el Hijo

de Dios, y celoso heraldo de su divinidad, presenta no obstante un trato de intimidad

con él que habla de contacto personal, de largas charlas en la noche a solas, de

amistad perfecta, de confidencias, de afecto y proximidad que hacen a Dios

presente y cercano al corazón del hombre como ningún otro libro de la Biblia69.

El Evangelio de Juan, ha sido siempre el Evangelio preferido de quienes buscan

acercarse de corazón a corazón al Dios con nosotros. Así, el Evangelio es evidente

que es más que un texto, porque su finalidad consiste en la transformación de quien

se acerca a él. La vida de Jesús de Nazaret tiene que desafiar a los que queremos

ser sus discípulos. La plena comprensión de la Palabra sólo es posible desde el

“conviértanse y crean en la Buena Noticia” anunciada por Marcos (Mc 1,15). Por

ello, sólo desde esta opción fundamental de dejarnos cuestionar en la propia vida,

67 Flecha, La vida en Cristo, 98. 68 Vereecke, Historia de la teología moral.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 69 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 25.

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tiene sentido hablar de la moral y espiritualidad en términos del seguimiento a

Cristo, desde el “déjalo todo y sígueme” (Mt 19,21), que no es otra cosa que la

adhesión a la persona de Cristo y ver en él, el modelo perfecto al cual estamos

invitados, tanto en la amistad con Dios Padre, como en el compromiso con el otro,

con el hermano.

En otras palabras, la moral y la espiritualidad que es esencial en el seguimiento a

Cristo, implica la conformación con el Jesús de Nazaret, es decir, un proceso de

transformación interior, realizada por el Espíritu, que conduce a un estilo de vida

propia del discípulo de Jesús el Cristo. Esta vida moral, en términos de seguimiento,

se realiza en un tiempo histórico determinado y en una biografía personal concreta.

La moral y la espiritualidad, hacen del cristiano, personas no ajenas a la realidad,

sino comprometidas como lo estuvo el Hijo de Dios en este mundo, en un infinito

amor e incluso llegar a dar la vida por amor.

Es así también, que podemos decir que, en el Nuevo Testamento no encontramos

un discurso ético, moral independiente de la espiritualidad, de una experiencia de

encuentro de amor con Dios; la vertiente moral del cristianismo está radicada en la

fe, en la experiencia de encuentro con Dios y por lo tanto es desde allí de donde

brota un compromiso concreto y real, desde una vivencia espiritual; es decir, en el

conocimiento de Dios es que se sostiene el ser del cristiano. Dice Serrano que: “se

descubre el plan divino; entrando en comunión con Dios gracias a la capacidad de

la interioridad humana”70.

Es viviendo en una amistad con Dios, donde el hombre se despierta a más amar71,

pues, todo comienza en Dios y acaba en nosotros, Dios es el que ensancha el

corazón del hombre72, y es lo mismo que decía San Pablo: “el que se arrima y llega

70 Serrano Pérez, Agustina. Una propuesta de antropología teológica en el Castillo Interior de Santa Teresa.

Avila: Miján, Industrias Gráficas Abulenses, 2011, 45. 71 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1,4. 72 Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 2,4.

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a Dios, hácese un espíritu con él” (1 Co 6,17). La excelencia de la vida cristiana

parte desde el encuentro con el Señor de la vida, desde el encuentro con el

Evangelio que es Cristo, desde el ser hijos en el Hijo.

El Evangelio es el relato de la práctica de Jesús73, es un relato sobre su vida, sobre

su quehacer desde la voluntad del Padre y, por ello, constituye para la moral

cristiana un horizonte normativo, porque se presenta como la pauta que permite

leer y evaluar el relato de la práctica humana. No obstante, la moral de Jesús tiene

que ser comprendida dentro de la significación global de su práctica, sin reducir

unilateralmente el Evangelio a un manual de moral.

Jesús no es un teórico ni un sistematizador; podría ser tal vez considerado como

un maestro práctico y un educador moral. Pero fundamentalmente él es Evangelio,

es decir la Buena Noticia, donde también están implicadas sus exigencias morales.

La idea central de su mensaje es que Dios es Padre y ama a los hombres, es decir

el amor, y es en esto que sabemos que verdaderamente lo conocemos, en que

amamos. Y este amor es la condición para que seamos libres, caminemos en la

luz y vivamos en la verdad74. Jesús es el ideal y el prototipo que nos revela el rostro

de Dios y el verdadero rostro del hombre. Y el hombre, al fin, identificado a Jesús

el Cristo, es la meta utópica de este comportamiento y esta enseñanza moral75.

Seguir a Jesús y comprometerse con la causa del Reino constituye el núcleo de

una moral y de una espiritualidad genuinamente evangélica. El punto de partida de

toda moral y espiritualidad cristiana es el seguimiento de Jesús76. En Jesús de

Nazaret vemos, “al maestro, modelo y consujeto del comportamiento moral

73 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 30. 74 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 99. 75 Ver. Galindo García, Ángel. Utilización moral de Mt 4, 1-11, Tentación y opción fundamental, en Biblia,

literatura e Iglesia. Salamanca: Universidad Pontificia, 1995, 225-239. 76 Ver. Castillo, Los peligros de la espiritualidad, 227.

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cristiano”77, “él inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y

con su obediencia realizó la redención”78.

Por lo tanto, el Evangelio nos tiene que llevar a un vivir bajo la Ley del Espíritu.

Según el texto de Pablo “la Ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te liberó de

la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2). Desde esta visión paulina, la moral

cristiana ha de subrayar la presencia del Espíritu en el creyente, en cuanto fuerza

de vida y de libertad. La moral cristiana, regido por el Espíritu, es una moral de hijos

y, por lo tanto, libres ante Dios79. La moral para Pablo está fundada en el encuentro

con Cristo (Flp 4, 8), y esto no es otra cosa que descubrir que Dios habita en el más

profundo centro de nuestro ser, lo cual no es otra cosa que vida espiritual.

Es verdad que la vida moral del cristiano no se mueve únicamente por normas

extrínsecas sino por una fuerza interior (el Espíritu) que, transformando

interiormente al creyente, le hace capaz de desear el bien y de realizarlo. “En la

experiencia de la Ley Nueva, que es gracia, la moral prácticamente se convierte en

espiritualidad. Es así que consigue ser un camino de libertad y no de obligación”80.

La Gracia de Cristo interpreta y plenifica las dimensiones constitutivas de la

existencia humana: “unión vital de lo humano y de lo cristiano en la existencia del

creyente”81.

77 Flecha, La vida en Cristo, 28. 78 Lumen Gentium, 3. 79 Ver. K. Barth. The Holy Spirit and Christian Life. Theological Basic of Ethics. Louisville, Kentuky, 1993. 80 Vidal, Moral y Espiritualidad, 27. 81 Alfaro, Juan. “La cuestión del hombre y la cuestión de Dios”. Estudios Eclesiásticos 56, no. 218-219 (July

1, 1981), 831.

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Dentro de los evangelios, podemos decir que el discurso de las bienaventuranzas82

(Mt 5, 3-12) es el principio de la Teología moral cristiana83, porque las

bienaventuranzas nos describen de modo indirecto el corazón de Dios, el talante

de Jesús, los valores fundamentales del reino de Dios. Las bienaventuranzas dice

el Catecismo, “dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la

vocación de los fieles asociados a la gloria de su pasión y de su resurrección;

iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana”84.

Luego también, las virtudes teologales, en un correcto planteamiento de la moral y

de la espiritualidad exigen una profunda renovación en la comprensión y en la

vivencia de la fe, de la caridad y de la esperanza. Puede observarse que las

actitudes que la cuestión de Dios pide al hombre prefiguran las actitudes

fundamentales de la existencia cristiana: fundar la existencia en la Realidad

Fundante –fe, abrirse confiadamente al Misterio de Gracia –esperanza, entregarse

al amor Originario en la praxis del amor del prójimo –caridad. Esto que se llama

virtudes teologales puede constituir también los cauces adecuados para expresar

la vida teologal tanto en su vertiente espiritual como en su aspecto moral. De este

modo la moral y la espiritualidad recuperarán, con renovado frescor, tradiciones

que habían sufrido desgastes inevitables85.

Evidentemente, las virtudes teologales fe, esperanza y caridad expresan el núcleo

tanto de la vida moral como de la vida espiritual cristiana. Ese es el punto de

82 “Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que

lloran, pues ellos serán consolados. Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados. Bienaventurados los

misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a

Dios. Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados

aquéllos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de maldad contra ustedes falsamente,

por causa de Mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así

persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes”. 83 Flecha, La vida en Cristo, 53. 84 Catecismo de la Iglesia Católica, 1717. 85 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 18.

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encuentro entre las dos y su empeño común86. Para la conciencia moral cristiana

de todas las épocas, la caridad ha constituido la exigencia moral máxima y por eso

el evangelista Marcos nos presenta este pasaje:

Acercóse uno de los escribas que les había oído y, viendo que les había respondido

muy bien, le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le

contestó: “el primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor,

y amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente

y con todas tus fuerzas. El segundo es: amar a tu prójimo como a ti mismo”. No

existe otro mandamiento mayor que estos (Mc 12, 28-31).

En estas palabras del evangelista Marcos se resume toda la ley; y lo mismo dirá

San Pablo en la epístola a los Romanos que “la caridad no hace mal al prójimo. La

caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 10). El gran aporte de Jesús a

la esfera moral fue la proclamación del precepto fundamental del amor a Dios y al

prójimo87. También la espiritualidad ve en la perfección de la caridad el objetivo y

el contenido nuclear de la vida espiritual, “la perfección verdadera es el amor de

Dios y al prójimo”88, y es la caridad a Dios y al prójimo la clave del edificio ético

cristiano (Mt 22, 34-40). En el camino de Jesús no hay espacio para la bondad

ética, si no es en el campo del amor que da la vida. De allí la “obligación de producir

frutos en la caridad” (Lc 13, 6-9).

En la caridad se articula perfectamente la dimensión vertical y la dimensión

horizontal de la vida cristiana. La primera le pone más de relieve en la espiritualidad,

la segunda le corresponde más a la moral. Sin embargo, las dos han de estar

atentas a realizar el doble flanco de la vida teologal, sabiendo que el hacia Dios no

puede darse sin el hacia el prójimo y que el “camino hacia el prójimo pasa por la

86 Ibid., 38. 87 Schnackenburg, Rudolf. El testimonio moral del Nuevo Testamento. Madrid: Rialp, 1965, 73. 88 Santa Teresa de Jesús. Primeras moradas, 2,17.

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experiencia de Dios”89. Jesús de Nazaret ejemplificó y urgió el mandamiento del

amor y estableció la caridad como distintivo de sus discípulos90. Por ello lo que está

en juego en la vida cristiana, en la moral y la espiritualidad, no es el pensar mucho,

sino en el amar mucho, porque el amor es determinación y obras, más que

sentimiento y emociones91; Santa Teresa de Jesús encarnando el Evangelio en su

vida interior y comunitaria, hará de la caridad uno de los pilares distintivos de sus

fundaciones, “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han

de querer, todas se han de ayudar ”92, esto ha de ser el distintivo de una vida en el

Señor, de una vida moral y espiritual que sabe a divino.

El lugar común y convergente entre la moral y la espiritualidad queda claro es la

caridad, pues ya decíamos que en ella constituye la dimensión vertical y horizontal

de la fe cristiana. En consecuencia, la unión con Dios y con el hombre se realiza

mediante la práctica de la caridad93, del amor. "En verdad les digo que cuanto

hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron" (Mt 25,

40). La caridad es el mandamiento por excelencia que entregó Jesús a sus

discípulos. A la pregunta sobre la obtención de la vida eterna, la respuesta de Jesús

es clara; amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas

y con toda la vida, y al prójimo como a uno mismo (Lc 10, 25-28). Esta es la fuente

de vida para el cristiano, la caridad resume toda la ley (Gál 5, 14), pero no como

algo meramente extrínseco, sino como experiencia de vida, de alegría salvífica.

“La caridad debe ser el alma de las obras que hagan los creyentes por la vida del

mundo”94; en efecto, se posee la filiación divina, amando al Padre y al hermano, en

la misma medida en que Cristo amó a su Padre y amó a los hombre de este mundo

(Jn 15, 10; 13, 34), es decir anonadándose y entregándose a sí mismo por ellos

89 Vidal, Moral y Espiritualidad, 39. 90 Apostolicam Actuositatem, 8. 91 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 1,7. 92 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección. 6,7. 93 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 26. 94 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 34.

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(Flp 2, 7). No puede existir amor de los fieles a Dios, sin amor a los hombres de

este mundo (1 Jn 4, 20s).

En la primera carta de san Pablo a los de Corinto encontramos un himno a la

caridad como el carisma cristiano por excelencia:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad,

soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de

profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud

de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque

repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,

nada me aprovecha (1Cor 13, 1-3).

Por su parte la esperanza, invita a vivir aguardando la venida gloriosa del Señor;

lejos de constituir una excusa para la evasión y la nostalgia, exige una moral de la

sobriedad ante las cosas, exigen una espiritualidad de ojos abiertos, para la eficacia

de la justicia ante los hermanos, de piedad ante Dios. La esperanza activa y

generosa conforma así las relaciones del creyente con el otro y con el

Absolutamente Otro (Tt 2, 11-13). “La esperanza cristiana se hace creíble en el

esfuerzo por defender y promover la justicia y el servicio a los pobres y a los

marginados”95. La esperanza se ha convertido en signo de la conversión a Cristo

(1 Ts 1, 9-10).

La esperanza, dentro de moral y la espiritualidad, ocupa un puesto central, cuyo

núcleo es la tensión dinámica del hombre hacia el encuentro con el propio hombre

y con Cristo, en el que descubre la plenitud de su ser. La esperanza recorre toda la

vida del hombre, se fundamenta pues, en la confianza en Dios, en las promesas de

Cristo. La esperanza corresponde al anhelo de la felicidad puesto por Dios en el

corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los

95 Flecha, La vida en Cristo, 52.

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hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los Cielos; protege del desaliento;

sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la

bienaventuranza eterna96.

La esperanza cristiana hace suyas las esperanzas humanas “nada hay

verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”97, la moral y la

espiritualidad en el camino del seguimiento al Señor, apuestan por un cielo nuevo

y una tierra nueva que ha bajado de junto a Dios y que ha puesto su morada entre

nosotros y él es ya nuestro Dios y nosotros sus hijos y donde el mundo indiferente,

egoísta no tiene espacio (Ver. Ap 21).

La esperanza en la moral y en la espiritualidad, su puesto es vital, ya que es allí

donde el hombre se experimenta a sí mismo como ser en camino, “Maestro ¿dónde

vives?” (Jn 1,38-39) y, por lo tanto, como deseo, como proyecto, e inquieto hasta

que no repose en él, “fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él” (Jn 1,38-39).

Es una esperanza abierta a la comunión personal con Dios; por eso decía Santa

Teresa enamorada de esa amistad con Dios “Búscame en ti –Búscate en mí”98;

amistad que hace olvidar el otro polo de Dios que es la trascendencia, la lejanía

remota del siempre Otro, la profundidad del misterio que nunca abarcamos99.

Y por otro lado también la moral y la espiritualidad cristiana, está enraizada en la

normatividad de Cristo, se concreta en el rasgo fundamental del vivir en la fe

“porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es fuerza de Dios para la

salvación de todo el que cree (…); porque en el Evangelio la justicia de Dios, de fe

en fe, como dice la Escritura: el justó vivirá por la fe” dice Pablo (Rm 1, 16-17). La

fe lleva a alcanzar la santidad del hombre “el hombre no se justifica por la ley sino

por la fe en Jesucristo” (Ga 2, 16). Por lo tanto, La moral cristiana es una moral de

96 Ver. Catecismo de Iglesia Católica, 1818. 97 Gaudium et Spes, 1. 98 Santa Teresa de Jesús. Poesía 8. 99 Ver. Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 25.

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la gracia y, en consecuencia es una moral de la fe100; ya que la fe, es vivida como

relación y encuentro con Jesucristo. A la luz de estas virtudes, la moral alcanza su

verdadera realización.

La espiritualidad como aceptación creyente del mensaje de Dios tiene primacía

respecto a la exigencia de conversión; la fe incluye sin duda en el seguimiento de

Jesús, el fundamento de la vida espiritual “sed imitadores míos, como yo lo soy del

Padre” (1 Co 11,1), que lejos de ser un asentimiento puramente intelectual, la

espiritualidad implica la decisión de una vida, la orientación de la misma hacia Dios,

la prontitud para seguir su voluntad101.

El seguimiento no se limita a gestos superficiales, sino que lleva hasta la entrega

salvadora. Los discípulos de Jesús son elegidos por él. En los rabinos es su ciencia

y su piedad el elemento determinante de la decisión, mientras que aquí, el “factor

determinante es únicamente la fe en la persona de Jesús”102.

Ya no cabe duda que la ley de Jesús se ordena en la aceptación de Dios y en la

realización del hombre. La Bondad no es algo sino Alguien. “Ser bueno no consiste

en seguir una idea o programa sino seguir a Jesús el Señor”103; del mismo modo,

vivir una moral y espiritualidad cristiana, no es seguir una idea, sino, es seguir a

Jesús el Señor, en otras palabras, el vivir una moral y espiritualidad cristiana es

dejar que Cristo viva en mi (Ga 2,20). En Jesús de Nazaret, las acciones de su vida

deben ser ejemplo para nosotros, por ello se inclina para lavar los pies a sus

Discípulos (Jn 13, 12-15), dice que el mandamiento fundamental es el amor a Dios

y a los hermanos (Jn 13-15); por tanto, la vida cristiana, la moral y espiritualidad,

hay que vivirlo como un camino que nos lleva a ser como Cristo; donde mi voluntad

100 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 24. 101 Ver. Flecha, Teología Moral Fundamental, 100. 102 Ibid., 101. 103 Flecha, La vida en Cristo, 109.

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la hago una con la voluntad de Dios, pues, “quien anda en Dios no quiere sino lo

que quiere Dios”104.

La vida moral y la vida espiritual cristiana tienen una convergencia sustancial en la

vida teologal, de donde proceden y a la que se orientan105. Uno de los rasgos

evangélicos de la espiritualidad cristiana, es el compromiso con la causa del Reino

de Dios. La espiritualidad se compromete con la historia humana, por los frutos

buenos se conocerá el árbol bueno (Mt 7, 16-20). Para la moral evangélica es

importante el principio de la acción, pues, la praxis cristiana no se funda en la

búsqueda de la eficacia, sino en el absurdo de la cruz; no se apoya en una

ideología, sino en el seguimiento de una persona muerta por los hombres y

glorificada por Dios106.

La Nueva Ley es inseparable de la vida, los gestos y las palabras de Jesús de

Nazaret, tiene que inquietar a la moral y la espiritualidad del cristiano; por ello, ya

hablaba Jesús del anhelo de ser perfectos como lo es el Padre (Mt 5, 48). Él es el

sacramento del encuentro de dos libertades y dos amores, el de Dios y el de los

hombres, “sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11,1). La moral y

la espiritualidad encuentran su arranque en el seguimiento. El joven que le pregunta

que debe hacer para entrar en la vida eterna (Mt 19, 16-21), la respuesta de Jesús

es una invitación a seguirle. Ese seguimiento no se reduce a una mera imitación

exterior, sino que comporta la aceptación de sus valores y sus ideales de vida “el

que quiera ser el primero que sirva” (Mc 10,45) y el “tomar la cruz” (Mt 10,38). Aquí

está el fundamento esencial y original de la moral y espiritualidad cristiana107. “El

poner a Cristo en el centro de la moral y la espiritualidad, no significa la anulación

del hombre, sino más bien en la última y auténtica realización del hombre”108. Lo

104 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 1,2. 105 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 23. 106 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 47. 107 Ver. Vetitatis Splendor, 19. 108 Torres Queiruga, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre. Madrid: Cristiandad, 1986,

251.

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35

perfecto es la plenitud en el amor. Dios es amor y la imagen humana sólo podrá

realizarse profundamente en la medida que se deje penetrar por este Amor y hacer

de su vida un gesto de amor constante hacia ese Otro y los otros.

San Pablo, no reconoce simplemente al hombre que debe someterse a Dios; sino

al hombre pecador, que Dios reconcilió consigo mismo por medio de Cristo (2 Co

5,18); porque la sumisión del hombre a Dios, creador y fin, no se realiza sino

mediante la aceptación de esta reconciliación recibida “reconciliaos con Dios” (2Co

5,20) que significa un encuentro, un vivir para Dios (Rm 6,11); se trata

evidentemente de una experiencia espiritual, allí se desvela la novedad de la vida

que nos da Cristo muerto y resucitado. Así el Apóstol, considera que Cristo es el

centro de la moral109.

La moral y espiritualidad cristiana tiene que ser el fruto del encuentro con Cristo, de

una vida trinitaria decíamos más arriba; y por lo tanto una experiencia

transformante. Por eso Pablo en su experiencia dice:

Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y

más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo

Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar

a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la

que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y

conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos

hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de

entre los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea perfecto, sino que

continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado

por Cristo Jesús (Flp 3, 7-12).

109 Ver. Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 14.

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No debemos vivir simplemente como hombres, sino como hombres que hemos sido

bautizados en Cristo, esta es la realidad de nuestra situación, vivir sujetos a la

gracia, ser espirituales, poseer el espíritu de Cristo que nos mueve y vivifica (Rm

6-8). Pablo ve fundada la moral cristiana en la persona de Cristo110; de esta manera

Cristo aparece como el arquetipo según el cual todos nosotros hemos sido creados

(Rm 8,29).

Tanto el mensaje de Jesús como las exhortaciones de Pablo, se repite la crítica

frente a los que la colocaban el ideal de la santidad en el cumplimiento escrupuloso

de la letra de la ley o de las tradiciones de los antiguos que se les habían añadido.

La esquematización teológica llevada a cabo por los escritos joánicos colocará en

el centro de fidelidad a la Palabra de Dios que se ha hecho carne en Jesucristo.

Así, pues, el Nuevo Testamento nos lleva a comprender que Cristo es el centro de

la moral y espiritualidad cristiana. La moral como respuesta personal a partir de la

experiencia espiritual del encuentro con el Resucitado, es la moral una respuesta

que equivale a decir como un diálogo, en las características de la experiencia

espiritual. Pues, todo esto tiene su principio en Dios, es él quien llama y quien

primero nos ama (1Jn 4,10), mientras que nosotros le respondemos personalmente

a través de nuestra vida. De este modo se logra un diálogo continuo entre Dios y

nosotros, por el hecho de que en todo momento y situación él, con su amor, nos

confía a nosotros mismos y nos llama hacia él, mientras nosotros, en todo momento

y situación, por su amor, debemos aceptarnos a nosotros mismos y ser de él.

Si alguien es verdaderamente cristiano y, por tanto, posee el espíritu de Cristo, no

podrá dejar de producir fruto en favor de la vida del mundo, y lo hará ciertamente

desde el corazón, movido por la gracia del Espíritu y, por consiguiente con

libertad111. La moralidad predicada por Jesús de Nazaret consiste en la obediencia

110 Ibid., 15. 111 Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 33.

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a un Dios que es revelado por Jesús como Padre. La nueva imagen de Dios exige

un ethos nuevo. El discipulado ha de ser como el niño que no puede apelar a

méritos y derechos, sino a la misericordia del Padre (Mc 10,15).

La realización filial exige la búsqueda del bien, no por sí mismo, sino porque Dios

es bueno y su bondad es su esencia y su presencia (Mt 5,45). Ese nuevo estilo de

vida, más que fruto de un mandamiento exterior, es como un signo cuasi –

sacramental de la presencia del Padre de los cielos en nuestro interior (Mt 5,16).

En esto, nuevamente llego a decir que la aceptación de Dios como Padre no

significa la anulación del hombre, sino “la última y auténtica realización del

hombre”112.

Es desde la “cristología que se esclarece el misterio de la persona humana”113,

porque sólo en la Persona de Jesús el Cristo se comprende a cabalidad el camino

moral y espiritual del cristiano. El que sigue a Jesús el Cristo, tratando de configurar

su vida al estilo de él, se realiza más auténticamente como persona humana,

porque Cristo es el hombre perfecto, la revelación plena del Padre, el rostro

humanado de Dios (Col 2, 9-10).

La vida moral cristiana se entiende dentro de la función santificadora del Espíritu.

La moral cristiana constituye la respuesta, a la llamada del Padre a conformarse

según la imagen del Hijo, bajo la guía del Espíritu. En esta respuesta actúa la

libertad humana, iluminada y fortalecida por el Espíritu114. Es así que, para nosotros

los cristianos la Palabra además de ser fuente de la revelación, la base de nuestra

fe, de nuestra espiritualidad; es también, el imprescindible punto de referencia de

nuestra moral115, porque es una Palabra viva, y no una ley muerta que no nos tiene

que decir casi nada a nuestra realidad porque la cultura y otras realidades son

112 Torres Queiruga, La revelación de Dios en la realización del hombre, 251. 113 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 28. 114 Ver. Catecismo de la Iglesia Católica, 2003. 115 Ver. Arcadio Bernal, Rafael. Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral. Bogotá, San Pablo, 2012, 7.

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distintas; pero no, el Evangelio es Cristo, que vive en nuestro interior y nos mueve

a un ser y a un estar y responder a una realidad concreta; el Evangelio es vida y no

letra. No olvidamos que en las Escrituras encontramos normas, mandamientos116,

pero lo primero y fundamental es la búsqueda de comunión entre Dios y el hombre.

2.2. Vida moral y vida espiritual en los Padres de la Iglesia

El tema de la moral y la espiritualidad en los Padres va la línea en lo que ya

decíamos en el Nuevo Testamento; una moral y una espiritualidad que los Padres

no la desvinculan de las Sagradas Escrituras, de una experiencia cristológica, de

un vivir sumergido en el misterio trinitario; es así que en cada uno de sus escritos

podemos encontrar mucho contenido de exhortación moral y que al mismo tiempo

es una vivencia espiritual.

En los Padres, debemos mencionar el rechazo del legalismo formalista que

caracterizaba a numerosas corrientes del judaísmo. El acento ellos lo colocan en

la sustancia interior de la religión auténtica, en el lazo esencial entre fe y moral. La

moral para ellos así como la espiritualidad es teocéntrica o cristocéntrica y consiste

en querer hacer lo que Dios quiere117.

Los Padres no separaron lo moral de lo espiritual, lo moral de la celebración

litúrgica, o la moral de la fe; en muchos de los escritos que los conocemos hoy,

podemos constatar eso. Un escrito es una invitación moral que parte de una

experiencia espiritual, de un amor por el Señor y de un celo pastoral.

116 Normas y mandamientos que no están aisladas o establecidas por sí solas, sino que pertenecen a un

determinado contexto y sobre todo a la búsqueda de un encuentro, de una relación con Dios. El conjunto

normativo es un modo de indicar al hombre su modo de acoger el don de Dios y de vivirlo. 117 Ver. Vereecke, Historia de la teología moral.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.

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39

Los Padres de la Iglesia desde su encuentro frecuente y profundo con las Sagradas

Escrituras, desde su vivir henchidos de amor por el Resucitado brota en ellos la

inspiración para exhortar a los fieles a la conversión y aun vivir en el Señor. Y así,

San Basilio afirmaba:

La vía frecuente para descubrir nuestro camino es la lectura frecuente de las

Escrituras inspiradas por Dios. Allí, “en el Evangelio”, se hallan todas las normas de

conducta. Además, la narración de la vida de los hombres justos, transmitida como

imagen viva del modo de cumplir la voluntad de Dios, se nos pone ante los ojos

para que imitemos sus buenas acciones. Y así cada uno, considerando aquel

aspecto de su carácter que más necesita de mejora, encuentra la medicina capaz

de sanar su enfermedad, como en un hospital abierto a todos118.

San Basilio nos pone de cara al Evangelio, y decíamos que el Evangelio es Cristo,

por lo tanto, es en Cristo donde podemos ver el modo de ser del hombre, del

cristiano que busca hacer la voluntad del Padre. San Basilio, había compuesto una

obra titulada Las morales, es decir, una moral formada por extractos del Evangelio

y, sobre todo, de las Epístolas paulinas119; porque allí estaba “el camino real que

lleva al descubrimiento del deber (…) Allí se encuentran las reglas de conducta”120.

Así mismo, San Cromacio de Aquileya decía desde las bienaventuranzas:

Demos, benditos de Dios, lo que tenemos. Ofrezcamos la pobreza de espíritu para

recibir la riqueza del reino de los cielos que nos ha sido prometida. Ofrezcamos

nuestra mansedumbre, para poseer la tierra y el paraíso. Lloremos los pecados

propios y ajenos, para merecer el consuelo de la bondad del Señor. Tengamos

hambre y sed de justicia, para ser saciados más abundantemente. Demos

misericordia, para recibir verdadera misericordia. Vivamos como obradores de paz,

118 San Basilio, Epístola III.

http://www.santaclaradeestella.es/BIBLIOTECA/Otros/Escritos%20Patristicos.htm. 119 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 245. 120 Vereecke, Historia de la teología moral.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.

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para ser llamados hijos de Dios. Ofrezcamos un corazón puro y un cuerpo casto,

para ver a Dios con clara conciencia. No temamos las persecuciones por la justicia,

para ser herederos del reino de los cielos. Acojamos con gozo y alegría los insultos,

los tormentos, la muerte misma por la verdad de Dios121.

San Cromacio tomando las bienaventuranzas, no dice otra cosa sino que esto es

lo que debe ser la vida moral y espiritual del hombre, una vida en Dios que abraza

al hombre. Su invitación parte profundamente de las Sagradas Escrituras, de su

encuentro con la Palabra, y no nos cabe duda entonces que San Cromacio invita a

cada cristiano a ir al Evangelio que allí encontraremos el modo como Dios nos

piensa en una amistad con él como con los otros.

Y así, podemos seguir diciendo que, los Padres de la Iglesia, en sus catequesis, en

sus exhortaciones y sermones, no se limitan sólo a analizar comportamientos, sino

que invitan a ser perfectos como lo es el Padre de los cielos (Mt 5,48). San

Ambrosio, en esta misma perspectiva de exhortación, invita a un vivir en Cristo

cuando señala:

No teman haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres

terrenales. El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la

fe, que nunca disminuye; pues aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo

que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios

no se alegra de la perdición de los vivos. En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro

y se arrojará a tu cuello, pues el Señor es quien levanta los corazones, te dará un

beso que es señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el

anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has acusado, pero él

121 San Cromacio de Aquileya. Sermón 41, sobre las bienaventuranzas.

http://www.mercaba.org/TESORO/san_cromacio_de_aquileya.htm.

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41

te devuelve tu dignidad perdida. Tú tienes miedo al castigo, y él te besa. Tú temes

el reproche, pero él te agasaja con banquete122.

Es realmente inspirador el mensaje de Ambrosio, para él la moral y la espiritualidad

tiene un papel irremplazable al momento que el creyente piensa seguir las huellas

de su Señor. Para los Padres es impensable la posibilidad de estudiar el

comportamiento moral cristiano sin analizarlo a la luz de las orientaciones que se

encuentra en el Evangelio123.

Clemente de Alejandría, en sus cartas, levanta ante la filosofía y la moral pagana,

un esbozo sistemático de la moral cristiana centrada en las virtudes que han

ejercitado los fieles que viven en el mundo. Para él, el verdadero pedagogo, el que

enseña y hace practicar la verdad de la moral, es Cristo, el Verbo hecho hombre,

este mismo Verbo el cual es el fundamento de la espiritualidad. Asimismo,

Clemente considera que el cristiano ha de amar los preceptos de Dios con las

obras, teniendo como ley al mismo Logos de Dios, quien, al hacerse carne, nos ha

mostrado que la misma “virtud es a la vez teórica y práctica”124. Es decir, Clemente

de Alejandría intenta dar a la enseñanza de la espiritualidad y de la moral un

fundamento escriturístico. Basándose en estos supuestos, la moral consiste en la

imitación de Cristo, que es el pedagogo en las circunstancias concretas de la vida

cotidiana.

San Gregorio de Nisa, es considerado el padre del misticismo, y sin embargo no

descuidó la moral; en su ser místico, espiritual lleva también una vida

profundamente moral, tenía por fundamento que el hombre es imagen de Dios. Por

consiguiente, vivir espiritual y moralmente significa estar siempre en movimiento

122 San Ambrosio. Sobre el Evangelio de Lucas, 7.

ttp://www.mercaba.org/TESORO/Ambrosio/san_ambrosio1.htm. 123 Ver. Flecha, La vida en cristo, 77. 124 Clemente de Alejandría. Sobre la virtud.

http://www.franciscanos.net/patristica/textos/Clemente%20de%20alejandria.htm.

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42

hacia la realización en sí mismo de esta imagen en las diversas condiciones de la

vida, es así que insiste en el amor por el otro125.

Origenes, dice al respecto que la conducta recta y el ejercicio cristiano de las

virtudes lo llevarán a la plenitud de la semejanza con Dios. El ser humano es

renovado y transformado a imagen del que lo creó cuando se hace perfecto como

es perfecto el Padre celestial (Mt 5,48), obedeciendo al mandamiento que dice “sed

santos, porque yo, el Señor Dios vuestro, soy santo” (Lev 19,2), y prestando

atención al que dice “sed imitadores de Dios” (Ef 5,1)126.

Del mismo modo, San Juan Crisóstomo en la mayor parte de su obra, y que la

constituyen las Homilías, comenta casi todo el Antiguo Testamento y el Nuevo

Testamento. A la luz de las reglas de la sobria exégesis antioquena, Juan

Crisóstomo descubre el sentido moral y espiritual en la vida cristocétrica, y dice

entonces:

Nuestra vida debería ser tan pura que no tuviera necesidad de ningún escrito; la

gracia del Espíritu Santo debería sustituir a los libros, y así como éstos están

escritos con tinta, así también nuestros corazones deberían estar escritos con el

Espíritu Santo. Sólo por haber perdido esta gracia tenemos que servirnos de los

escritos. (...) Pues es el Espíritu Santo el que bajó del cielo cuando fue promulgada

la nueva ley, y las tablas que él grabó en esta ocasión son muy superiores a las

primeras; los apóstoles no bajaron del monte, como Moisés, tablas de piedra en sus

manos, sino que lo que llevaban era el Espíritu Santo en sus corazones, convertidos

mediante su gracia en ley y libro vivientes (Jn 14,6)127.

125 Ver. Vereecke, Historia de la teología moral.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 126 Orígenes, Contra Celsum, VI.

http://www.documentacatholicaomnia.eu/03d/0185-0254,_Origenes,_Contra_Celsus,_EN.pdf. 127 San Juan Crisóstomo, In Matth., Hom, 1.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm.

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43

San Agustín ve en el Sermón de la Montaña el modelo perfecto de la vida cristiana;

cuando nos acercamos a sus escritos se ve que contiene un ensayo de

presentación de la moral cristiana en un contacto inmediato con el Evangelio128. El

que medite, con piedad y seriedad, el Sermón que el Señor pronunció en la

Montaña, según el Evangelio de Mateo, creo que se encontrará en él el modelo

perfecto de vida cristiana, ya que, el último bienestar del hombre consiste en la

posesión de Dios129; por lo tanto, es una moral extraída del Evangelio. Es así que

Agustín ocupa un puesto de primer plano en la historia de la moral patrística y de

todos los tiempos. El centro de la vida y de la moral agustiniana es Cristo muerto y

resucitado, es decir, Cristo en su misterio pascual. El cristiano, imagen de Dios y

de Cristo, tiene la obligación de seguir al mismo Cristo, única vía, único modelo y

término de la vida cristiana. Dios ha impreso en el corazón de todo hombre la

caridad hacia los demás; pero el hombre no puede practicar esta virtud sin Cristo y

sin su ley de gracia y de amor vivida en la fe y en la esperanza130.

En resumen, podemos decir que la Teología moral de los Padres de la Iglesia es

una teología de la perfección, que indica el fin al cual es preciso llegar; la virtud,

sobre todo la caridad. Toda la enseñanza moral procede de esta primacía

reconocida en la Escritura. Los Padres ignoraban completamente la distinción entre

la moral y la espiritualidad. Para ellos, “lo que llamamos la espiritualidad constituía

el punto avanzado de la moral cristiana, sería hacer violencia a la realidad y a la

historia separarlas”131.

Creo que nos basta con estas citas que hemos hecho de los Padres de la Iglesia,

para dejar en claro lo que pretendíamos; que la moral y la espiritualidad en el

seguimiento a Cristo son inseparables y así lo vemos en estos textos de estos

128 Ver. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 186. 129 Bourke, Vernon J. History of Ethics: A Comprehensive Survey of the History of Ethics from the Early Greeks

to the Present Time. Garden City, NY: Doubleday, 1968, 84. 130 Vereecke, Historia de la teología moral.

http://www.mercaba.org/DicTM/TM_historia_de_la_teologia_moral.htm. 131 Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana, 256.

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Padres. La moral y la espiritualidad se nutren de la cercanía con la Palabra, de la

intimidad con ese Dios que nos reveló el Hijo. Desde los textos patrísticos no nos

cabe duda en decir que la moral y la espiritualidad tienen vida en la medida en que

se toma a Cristo como el Libro Vivo de la propia vida.

2.3. En el Concilio Vaticano II

En este tercer punto haremos un acercamiento al Concilio Vaticano II y trataremos

de descubrir en sus orientaciones los planteamientos que nos ayudarán a

comprender que moral y espiritualidad son las dos caras de una misma moneda.

Aunque sabemos, que el Concilio Vaticano II no realiza un explícito tratado sobre

la moral y la espiritualidad, sin embargo, muchos de sus documentos nos

proporcionan orientaciones muy claras que nos ayudarán en el discernimiento

sobre estas dos dimensiones constitutivas de la vida cristiana: moral y

espiritualidad.

Sobre el asunto señala Marciano Vidal:

Se ha resaltado la importancia de la Lumen Gentium para el planteamiento de una

moral de signo eclesial; de la Dei Verbum en orden a una fundamentación bíblica

de la moral; de la Sacrosanctum Concilium con relación al tono mistérico y

sacramental de todo comportamiento cristiano. La dimensión moral es directa y

explícita en la constitución pastoral Gaudium et Spes en la que se afronta temas

concretos y decisivos de la vida y del comportamiento de los cristianos132.

132 Vidal, Moral y Espiritualidad, 69.

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Evidentemente, el Concilio Vaticano II presenta un nuevo horizonte para

comprender la moral, para comprender al ser humano y su dimensión espiritual. De

manera explícita el Concilio afirma y ordena:

Téngase especial cuidado en perfeccionar la Teología moral, cuya exposición

científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura,

deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación

de producir frutos en la caridad para la vida del mundo133.

El texto subraya que, la Sagrada Escritura, debe volver a ocupar un puesto

relevante en la reflexión moral cristiana, las páginas bíblicas han de ser el espíritu

que libere a la reflexión moral cristiana del excesivo legalismo que la caracteriza en

tiempos pasados. Y justamente Jesús de Nazaret hace un poco más de dos mil

años, lo que rechazaba era el legalismo (Mc 7,8. 18-23).

La renovación se debe realizar a partir del acceso frecuente y profundo a los textos

de la Sagrada Escritura, “porque es tanta la eficacia que radica en la Palabra, que

es, en verdad fuente pura y perenne de la vida moral y espiritual”134 “(…) el

desconocimiento de la Escritura es el desconocimiento de Jesucristo”135; es a partir

de una experiencia de Dios Padre tal como nos lo muestra Jesús de Nazaret, que

el hombre sabe cuál es su camino moral y espiritual; y lo pone de manifiesto con

mucha claridad el texto mencionado arriba.

El Concilio Vaticano II propuso una renovación de la moral tanto vivida como

formulada, que tuviera en cuenta la vecindad con la espiritualidad, en que “frente

a una moral de mínimos, de carácter casuista, y con tonalidad legalista ofreció la

propuesta de una moral de perfección cristiana”136 que no es otra cosa que una

133 Optatam Totius, 16. 134 Dei Verbum, 21. 135 Ibid., 25. 136 Vidal, Moral y Espiritualidad, 24.

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vida gozosa, en libertad, porque es una vida en la gracia, una vida en Dios amor.

La moral y la espiritualidad cristiana tienen que llevar a “la excelencia de la vocación

de los fieles en Cristo para producir frutos en la caridad”137.

La afirmación “todos en la Iglesia, pertenezcan a la jerarquía o sean regidos por

ella, están llamados a la santidad”138. Esta afirmación vuelve a enraizar la vida

cristiana en las intuiciones evangélicas donde no hay separación entre consejos139

y preceptos140 o entre perfectos e imperfectos. El Concilio Vaticanos II trata de

volver a las fuentes más genuinas de la vida cristiana, donde “se derriba el muro

de división entre teología moral y espiritualidad”141. Porque indiscutiblemente la

moral cristiana tiene una dimensión espiritual:

En la conexión íntima y vital con la Teología bíblica y dogmática, la reflexión

teológico moral pone de manifiesto el aspecto dinámico que ayuda a resaltar la

respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el proceso de su

crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica. De esta forma, la

teología moral alcanzará una dimensión espiritual interna, respondiendo a las

exigencias de desarrollo pleno de la imagen de Dios que está en el hombre, y a las

leyes del proceso espiritual descrito en la ascética y mística cristiana142.

137 Optatam Totius, 16. 138 Lumen Gentium, 39. 139 Por consejos decíamos que se hace referencia a la espiritualidad. Y se entendería como recomendación,

parecer, estímulo, que da lugar a la gratuidad, a la iniciativa, en una palabra, a la libertad de hacer o no hacer.

Nadie está obligado a seguir un consejo, aunque seguirlo es algo mejor y más perfecto. 140 Y por precepto se entiende que se refiere a la moral. y se vería como exigencias que se imponen y que no

los podemos descuidar so pena de desobedecer a Dios y por ende no alcanzar ni la perfección ni la salvación.

Y los preceptos ni siquiera es cumplir los mismos preceptos que Jesús acaba de enumerar, sino pretender la

perfección misma del Padre. El asunto es mucho más profundo, más complejo y más trascendente que un

simple cumplir preceptos más genéricos o más específicos. Porque la perfección del Padre no ocurre en un

cumplimiento de leyes sino en su plenitud de vida, en su santidad. Y a esta realidad de plenitud de vida y de

santidad infinita no se tiene acceso por la economía de la Ley sino por la economía de la gracia, por un fenómeno

ontológico totalmente superior y trascendente en comparación con un elemental cumplimiento de preceptos. 141 D. Mongillo. Vita morale e vita mistica, Revista di Teolgia Morale 97, 1993, 117 142 Sagrada Congregación para la Educación Católica, La formación religiosa de los futuros sacerdotes.

http://www.conferenciaepiscopal.es/images/stories/documentos/santasede/1976FormacionTeologica.pdf.

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47

El Concilio Vaticano II vuelve de nuevo a intentar la unidad entre moral y

espiritualidad. El acercamiento entre moral y espiritualidad ha sido una opción

asumida y desarrollada por los cultivadores del campo espiritual; la moral y la

espiritualidad teniendo en cuenta el mismo objeto, se presenta según un peculiar

método autónomo, conservando al mismo tiempo, la mutua dependencia y el influjo

recíproco143.

La moral ha de ser una moral redimensionada por la espiritualidad cristiana. La

moral ha de producir frutos en la caridad para la vida del mundo144. Y al señalar el

contenido de la santidad cristiana afirmamos que “esta santidad favorece, también

en la sociedad terrena, un estilo de vida más humano (…) de esta manera, la

santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra

claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos”145. Por ello dirá muy

convencida Santa Teresa de Jesús “mientras más santas, más conversables”146,

es decir más cercanos, más preocupados por el otro; y a esto es lo que nos invita

el Vaticano II; a un vivir en el Señor y a un salir al encuentro del otro.

Toda la perspectiva de la moral sigue la estructura básica de la espiritualidad

cristiana147. Pues, “seguir a Jesús es el fundamento esencial y original de la moral

cristiana148 y de la espiritualidad. “Él inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos

reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención”149. Jesús ejemplificó y

urgió el mandamiento del amor y “estableció la caridad como distintivo de sus

discípulos”150.

143 Ver. Goffi, T. Etico-spirituale. Dissonanze nel´unitaria armonía. Rivista di Teologia Morale 20. Bolonia

(1984), pp. 89-94. 144 Ver. Optatam Totius,16. 145 Lumen Gentium,40. 146 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfeción, 41,7. 147 Ver. Häring, Bernhard. Libertad y fidelidad en Cristo, I. Barcelona: Herder, 1981, 77. 148 Veritatis Splendor, 19. 149 Lumen Gentium, 3. 150 Apostolicam Actuositatem, 8.

Page 48: LA MORAL Y LA ESPIRITUALIDAD: REALIDADES INSEPARABLES EN

48

El Concilio define que el comportamiento moral cristiano se entiende desde el

seguimiento a Cristo, maestro y modelo de toda perfección cristiana. La moral y la

espiritualidad de los cristianos debe de tender a la creación y manifestación del

nuevo tipo de hombre, nacido del Espíritu, que nos ha sido revelado en Jesús el

Señor “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo

encarnado”151.

La Teología moral, tal como quiere el Concilio que se enseñe, no es sólo y ante

todo la doctrina de unos principios y preceptos morales; sino la vida espiritual, la

exposición del alegre mensaje de la vocación de los fieles en Cristo, por ello

decíamos de una moral redimensionada por la espiritualidad; ya que es el vivir junto

al Verbo, pues, su centro es Cristo y nuestro ser es en Cristo152.

El Concilio Vaticano II, exige que la persona de Cristo sea el centro de la Teología

moral, y obviamente es de la espiritualidad cristiana; quiere que se dé mucha más

importancia a la plenitud y a la integridad de la relación entre el hombre que existe

en Cristo y Dios, el Concilio nos exige acercarnos a las Escrituras153, en otras

palabras, al Señor de la vida, al que nos creó y constituyó y para el cual fuimos

creados (Ef 2,10). Pero quede claro, que el Concilio, al poner a Cristo en el centro

de la teología moral, considera a Cristo como Dios y hombre, no de modo distinto

que la Sagrada Escritura, de manera que la moral y la espiritualidad que el Concilio

recomienda, no se aleje del hombre, operando así una abstracción

sobrenaturalista, que no sea una moral del mero hombre; sino del hombre cristiano,

del hombre llamado por Dios en Cristo.

El Concilio Vaticano II nos invita a pensar que la liberación y la vocación a la

salvación en Cristo no son una posibilidad que se da desde fuera ni un llamamiento

151 Gaudium et Spes, 22. 152 Ver. Fuchs, La Moral y la Teología Moral Postconciliar, 12. 153 Ibid., 13.

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49

que nos llega desde fuera, sino que al hombre cristiano lo transforman también por

la gracia, y sobre todo, desde dentro a fin de que “piense y ame a la manera de

Cristo”154. La vida de los llamados en Cristo, en la medida en que realmente

acepten este llamamiento y vocación, será una vida a imagen de Cristo, que nos

llama y en la medida en que nos salva, nos transforma en sí.

La moral y la espiritualidad cristiana está envuelto en el amor de Aquel que fue el

primero en amarnos y nos envió a su Hijo para que tuviéramos vida por él (Jn 3,

14-16), debería penetrar de tal manera en nosotros los cristianos de modo que

nuestra moral y nuestra espiritualidad se revelase como espíritu del Señor, espíritu

que actúa desde dentro; y en seguida no dejará de afectar a los hombres. En la

moral y la espiritualidad, el cristiano tiene la tarea de transformar el mundo y

elevarlo hacia Dios, estas dos dimensiones en el cristiano lo comprometen con el

mundo, con la verdad más profunda de la realidad155. La moral y la espiritualidad

cristiana se caracterizan porque parten de la iniciativa de Dios, no de la del

hombre156; esta sencilla fórmula, pero profunda, es lo que expresa la perspectiva

del Concilio.

Además, en sus primeros numerales, la Dei Verbum acoge aquel sentimiento de

San Juan: “Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos

manifestó, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que

viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el

Padre y con su Hijo” (1Jn1,2-3); la vida que vivimos tiene que ser la de Cristo en

otras palabras, ya que nuestra misión es que sean imitadores nuestros como

nosotros lo somos de Cristo; el hombre es el resumen de los misterios, del misterio

de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención157. Ante este misterio el hombre

154 Ibid., 95. 155 Ver. Gaudium et Spes, 14. 156 Ver. Bouyer, Louis. Introducción a la vida espiritual, Barcelona: Herder, 1964, 22. 157 Ver. Dei Verbum, 2.4 “Dios dispuso en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su

voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el

Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (…) la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la

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responde con su vida; la espiritualidad es una respuesta personal y al mismo tiempo

que tiene una implicancia comunitaria y si se quiere en una moral concreta. La vida

moral y espiritual del cristiano es una vida teologal, que busca la comunión con Dios

por la fe, la esperanza y la caridad158.

El sentimiento del Concilio es que, sólo desde la unión con Dios, comprendemos la

vida espiritual y la vida moral. La Palabra de Dios es el núcleo, el punto de partida

para una vida sumergida en la Trinidad y para una vida transformada para el

mundo. La unidad/circularidad entre moral y espiritualidad se reclaman

mutuamente en un continuo diálogo de amor con Dios, para que él pueda ser todo

en todos159.

A la moral y a la espiritualidad no hay que verlas como una imposición, sino como

don “los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios

méritos, sino por designio y gracia de él”160, a este regalo que Dios quiere hacer al

hombre, el hombre tiene también que dar su sí personal; Dios no violenta la

voluntad del hombre, más bien lo que busca es fundamentarlo, y darle verdadera

vida. Nuevamente se concluye que la vida moral y espiritual del hombre es una

respuesta al don de Dios, así lo señala uno de los documentos conciliares161.

salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo por tanto, Jesucristo –ver al cual es ver al Padre,

con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su

muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa

la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas

del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna”. 158 Ver. Marti, Pablo. “La espiritualidad cristiana en el Concilio Vaticano II. Scripta Theologica Vol. 45, Fasc.

1, (2013), 153-184. 159 Ver. Sacrosanctrum Concilium, 48. 160 Lumen Gentium, 40. 161 Ibid. “Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que Él es Maestro y Modelo, a todos y

cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. "Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro

Padre Celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente, para que

amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (Cf. Mc 12, 30),

y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó (Cf. Jn 13, 34; 15, 12). Los seguidores de Cristo, llamados

por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por designio y gracia de Él, y justificados en Cristo Nuestro

Señor, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo

santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su

vida, con la ayuda de Dios. Les amonesta el Apóstol a que vivan "como conviene a los santos" (Ef 5, 3, y que

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Lo que realmente busca la moral y la espiritualidad es la integridad y la perfección

en el seguimiento al Señor, y no consiste en otra cosa sino en el amar al modo de

Dios, de allí sigue diciendo el Concilio que: “la clara consecuencia de todos los

fieles, de cualquier estado o condición, es la plenitud de la vida cristiana, de la

perfección de la caridad”162, y es desde aquí que el cristiano sale a anunciar el

Reino, a darse libremente; y cómo dirá San Pablo, ahora es esclavo del Señor (1

Co 7,22) y ello es la más grande y pura libertad. “La más alta dignidad del ser

humano consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios”163.

Debemos tener presente que para el Concilio Vaticano II, la transformación del

mundo sólo puede realizarse viviendo ese mundo desde dentro; es decir, el

cristiano debe participar de todas esas realidades, vivirlas porque es la única vida

posible. Pero vivirlas desde dentro de su persona, es decir, desde su ser en Cristo,

desde su unión íntima con la Trinidad; esta vida en la Trinidad es la que señala el

camino de la moral y la espiritualidad y de su consecuencia para el mundo. Los

problemas del mundo son inseparables de la vida moral y espiritualidad del

cristiano, el cristiano no puede desatenderse de esas realidades, sino todo lo

contrario164.

"como elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad,

modestia, paciencia" (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para santificación ( Gal 5, 22; Rom 6, 22).

Pero como todos tropezamos en muchas cosas (Sant 3, 2), tenemos continua necesidad de la misericordia de

Dios y hemos de orar todos los días: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6, 12). Fluye de ahí la clara consecuencia

que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la

perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de

vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según las diversas medidas de los dones recibidos de

Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán

esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de

Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos

santos”. 162 Lumen Gentium, 40. 163 Gaudium et Spes, 19. 164 Ver. Marti, “La espiritualidad cristiana en el Concilio Vaticano II”, 178.

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A partir del mensaje del Vaticano II, se dice entonces que, la vida espiritual y la vida

moral del cristiano, es toda la vida de la persona en relación con Dios, con los

demás, consigo mismo y con el mundo. Por lo tanto, es preciso encontrar el núcleo

de unión y es el amor, sólo el amor engloba a la persona en su totalidad, desde lo

más íntimo hasta lo más periférico165. La vida moral y la vida espiritual del cristiano

deben ayudar a transformar la realidad. La vida del cristiano tiene que ser amor a

Dios y a los hombres, por lo que la moral y la espiritualidad desembocan en obras,

en compromiso en la vida ordinaria166; esto es lo que nos señala el Documento del

Concilio Vaticano II en el interior de sus documentos.

165 Ver. Papa Francisco. Evangelii Gaudium, 46. 166 Ver. Gaudium et Spes, 38.

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CAPÍTULO III

UNIDAD ENTRE MORAL Y ESPIRITUALIDAD EN EL SEGUIMIENTO A CRISTO: UNA

APROXIMACIÓN DESDE SANTA TERESA DE JESÚS Y LAS ORIENTACIONES DE VATICANO II

En el segundo capítulo hemos presentado los fundamentos teológicos hemos

intentado explicar por qué, teólogamente, moral y espiritualidad son dos realidades

inseparables. Allí hemos presentado las razones por las cuales estas dos

dimensiones no se pueden comprender y menos vivir de manera separada.

En este tercer capítulo, en primer lugar, intentaremos presentar la convergencia

entre moral y espiritualidad a la luz de Santa Teresa de Jesús. En el segundo punto,

trataremos de comprender, a partir de las orientaciones del Concilio Vaticano II, el

sentido y significado profundamente cristiano, de esta unidad indisoluble de moral

y espiritualidad.

3.1. A la luz de Santa Teresa de Jesús

Por qué a la luz de santa Teresa. Teresa de Jesús una insigne monja del Carmelo

Descalzo y doctora de la Iglesia; reconocida por su profundidad espiritual, por su

mística y al mismo tiempo por su calidad humana con sus monjas y con toda

persona de su entorno. Una mujer enamorada de Dios y enamorada del hombre;

enamorada de su ser contemplativa, de la mística, del estar a solas con quien sabe

le ama, y al mismo tiempo entregada al servicio de su comunidad y de la Iglesia;

veremos particularmente a la luz de su escrito, a saber: Libro de las Moradas167,

cómo aborda aunque no explícitamente el tema de la unidad de la moral y la

167 El Libro de las Moradas es el último libro que escribe Teresa de Jesús a sus 62 años para sus hermanas e

hijas las monjas Carmelitas Descalzas. Lo inicia estando en el monasterio de San José del Carmen en Toledo

en 1577, y lo culmina en este mismo año meses después en Ávila.

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espiritualidad, pero sí a lo largo de todo este Libro implícitamente nos habla que

moral y espiritualidad van juntas en el cristiano que se pone de camino tras las

huellas de su Señor.

Me apoyo en esta Santa de la Iglesia, como testimonio de que es posible vivir una

vida profundamente espiritual y una vida profundamente moral, de obras concretas

en la realidad. Pues, creemos normalmente que llevar una vida espiritual es

encasillarnos en un mundo cerrado, y no; la vida espiritual como ella misma lo dice

desde su ser monja contemplativa, es hacer lo poquito que podamos con suma

perfección, es hacer obras que eso quiere el Señor y para eso es la oración, la vida

espiritual, la mística; desde esta vida en Dios es que nace la perfección del amor

por el Otro y los otros.

Cada vez estoy más convencido que, si primero procurásemos vivir una vida

sumergida en el misterio trinitario, que si primero abrazásemos la vida espiritual; el

mundo sería distinto, porque entonces indudablemente nuestro actuar sería desde

esa voluntad de Dios; y esto es lo que necesitamos hoy, vivir en esta sociedad

desde Dios, y entonces la violencia, la venganza no tendrá espacio y por la cual

luchamos que desaparezca.

Por eso justamente, traigo aquí a Santa Teresa para decir que nuestra experiencia

primera como cristiano ha de ser la vida en el Señor, porque la vida que no es

desde él, cansa. El estar con el otro, si primero no se está con Dios, es probable

que no ocurra lo que pide el Evangelio, el dar sin esperar a recibir (Lc 6,35).

Santa Teresa, desde el Libro de las Moradas nos dice lo que debe ser la vida del

cristiano; válido y muy válido para la vida de sus monjas de ese entonces, y tan

válido para hoy, para los cristianos inquietos por una vida más perfecta. Y estando

a un paso de pasar de modo más directo a asumir un ministerio, de tener una

palabra para el otro, mi temor no es poco; porque quisiera más que hablar de Dios,

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es vivir desde Dios; que haga yo de él en mi ser, mi amigo, mi Señor, mi Todo; para

que el otro llegue a conocerle en su amistad con migo.

Y aun, en un apartado final de este trabajo, quiero seguir ampliando el tema de la

unidad de la moral y la espiritualidad en el seguimiento del Señor; valiéndome de

todo lo que se ha dicho hasta ahora, quiero cerrar este trabajo proponiendo que,

en la vida de cada cristiano de este siglo XXI, su vida debe estar en Cristo para

desde allí responder a cuestiones que de la sociedad y del hombre nos preocupa.

Decíamos en el capítulo primero, que muchas veces se pensó que cada una de

estas realidades, (moral y espiritualidad), tenían que hacer su reflexión una

independiente de la otra. Pero a esta altura, decimos que aunque cada una tiene

su propia preferencia168, como lo señala Marciano Vidal, no quiere decir no diálogo,

o radical separación; más bien ahora decimos y hablamos de una no es sin la otra;

porque, la experiencia espiritual se traduce en obras, y las obras son inevitables si

hablamos de una vida espiritual verdadera.

Y a mi modo de ver, y sobre todo como carmelita descalzo, lo que de una u otra

manera llevo en el corazón es a Teresa de Jesús, pero no como soló afecto sino y

sobre todo por lo que ha implicado en mí su propia vida como cristiano, que no es

más que una vida profundamente cristocéntrica. En su vida consciente o

inconscientemente vive perfectamente estas dos realidades al cual la llamamos

moral y espiritualidad; habla de la contemplación perfecta, habla del matrimonio

espiritual y al mismo tiempo habla del amor por las criaturas, de las obras al cual le

conduce esa experiencia mística.

En todos sus escritos podemos ver esa vida profundamente espiritual y

profundamente moral; pero para este trabajo, quiero tomar el Libro de las Moradas

168 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 20.

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que es donde más da cuenta de esa unión con Dios. Y ver que la espiritualidad

alcanza su verificación mediante la vida moral, y la moral está redimensionada por

la espiritualidad; y cómo las dos dimensiones son inseparables al momento de

hablar de vida cristiana, y sobre todo hoy, donde nuestra sociedad anda sedienta

de paz, de justicia, sencillamente de un mundo más humano; y creo que no es

posible pensar todo esto si no es desde la espiritualidad, desde la vida trinitaria;

decíamos que es ella la que diviniza nuestro ser en la sociedad.

Escribe esta mujer mística Teresa de Jesús el Libro de las Moradas como conversa

y sobre todo lo que vive como carmelita, como religiosa y como cristiana bautizada.

Escribe su experiencia de Dios como ese “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí

buscarme has en ti”169. En este escrito Libro de las Moradas busca la afirmación

del hombre y su dignidad; dentro de la convicción que el hombre es capaz de Dios

y en que su más profundo centro es sede de la Trinidad.

Comprende que la vocación del cristiano es que está llamado a ser transformado

en Cristo, eso es lo que corre por las venas de Teresa; sabe también perfectamente

que Dios es en el hombre el punto de inicio y el punto de llegada. La unión entre

Dios y el hombre y el hombre y Dios, es a lo que estamos llamados; es decir, a una

vida empapada en la Trinidad, donde la oración que no es distinto que una

experiencia de amor, es el nervio de la vida moral y espiritual cristiana.

Nos deja claro Teresa en las Moradas que la espiritualidad y la moral es la

coherencia de la vida con el Evangelio; por esos va a decir convencidísima que lo

que está en juego no es el pensar mucho, sino en el amar mucho, porque el amor

es determinación y obras, y son obras lo que quiere el Señor, más que sentimientos

y emociones170. He aquí, no otra cosa sino la vivencia de una vida cimentada en la

Palabra, en el Señor. “Los ojos puestos en Cristo” (Hb 12,9).

169 Santa Teresa de Jesús. Poesía 8. 170 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,2.

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La experiencia interior y la vida exterior nos da cuenta el Libro de las Moradas está

regida por la ley evangélica, por Aquel que habita en el interior y no por la ley

mosaica171. O mejor dicho, es la vida espiritual la que constituye el origen y la fuerza

del obrar moral cristiano; se diría que, “puede hablar de Dios sólo aquel que habla

del hombre, y viceversa, puede hablar del hombre sólo aquel que habla de Dios”172.

Por ello, esta monja descalza, todas sus fuerzas las vuelca a hacerse uno con su

Amado, para obrar ahora desde esa voluntad de Dios. Su alma anda en Dios y no

quiere ya sino lo que Dios quiere y por lo tanto dirá desde sus más profundas

entrañas “Vuestra soy, para voy nací, qué mandáis hacer de mí”173, su obrar, su

vivir lo ha descubierto desde el encuentro con ese Libro Vivo que es Cristo.

Este Libro Vivo que es Cristo es una verdad que debemos dejar penetrar en

nuestras vidas como cristianos, sabiendo que estamos en un mundo relativista, en

un mundo en que todo vale, en un mundo que ha vuelto a Dios líquido o a su

medida; encontrarnos con Dios es dejarle que sea Dios; porque es allí donde

descubrimos nuestro verdadero ser en el mundo, y en que el mundo puede

divinizarse. No es posible llegar a Dios sin Dios; y parece que esas son las

intenciones, pensar, querer un mundo que hable de Dios y a Dios se le ha relegado.

Adentrarnos en la profundidad de los caminos de la espiritualidad no supone

alejarse cada vez más de la realización humana. La espiritualidad no enceguece,

más bien nos da luz y la fuerza para obrar de acuerdo al querer de Dios, que

muchas veces es llevarse sobre los hombros dificultades que incomodan. La

espiritualidad, nos tiene que sacar de un confort, para vivir siempre en lucha por

algo mejor. La espiritualidad, nos exige un compromiso real, una radicalidad de vida

171 Ver. Veritatis Splendor, 24. 45. 172 Arcadio Bernal, Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral, 18. 173 Santa Teresa de Jesús. Poesía 2.

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en el Evangelio; buscar una vida espiritual jamás es una pérdida de tiempo; es más

bien donde se perfecciona nuestro ser hacia fuera, lo que nos impulsa ir por los

otros (Mc 1,35).

Igual que las nadas del cual habla San Juan de la Cruz no llevan a la negación de

lo verdaderamente humano, sino a la iluminación y a su realización más elevada174.

El éxtasis místico del encuentro con Dios no se reduce a un goce autograficante

sino que culmina en el encuentro con el hermano, en el servicio al necesitado; de

allí que la vida espiritual, no es una vida superficial e indiferente, sino una vida que

se desgasta, que se dona. Por eso, el cristiano de este siglo es espiritual o no es

cristiano.

Los grandes místicos han vivido y expresado la relación indisoluble entre

experiencia mística y compromiso moral. Santa Teresa en las Moradas séptimas,

señala que del matrimonio espiritual, grado último de la experiencia mística, han de

nacer obras, “para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio

espiritual, de que nazca siempre obras, obras”175. Las obras que surgen a partir del

encuentro con Dios, sin necesidad de decirlo hablarán de Dios.

Una vida moral que parte de una vida espiritual enamora, salva, restablece, vivifica,

porque ofrece lo que recibió, y lo que recibió es esa vida trinitaria, por tanto lo que

tiene para ofrecer es vida trinitaria. Todo lo que podemos ofrecer debe ser lo que

Dios pone en nuestro corazón176. El cristianismo no es primariamente una moral,

sino fundamentalmente un ámbito de sentido trascendente y de celebración que

conducen a un determinado estilo de vida. Justamente, la acción moral del cristiano

consiste en la mediación de este sentido último vivido en un contexto de profunda

confianza en la acción del Espíritu177.

174 Vidal, Moral y Espiritualidad, 35. 175 Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 4,6. 176 Ver. Flecha, La vida en cristo, 27. 177 Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 43.

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Es la experiencia del amor de Dios el que se traduce en amor al prójimo “Parecíame

poder dar mil vidas para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían.

Determineme a hacer eso poquito que era en mí, seguir los consejos evangélicos

con toda perfección, ser tales”178; ese ser tales, es dejar que Dios sea en mí, que

mi voluntad no estropee la de Dios. Esta delicadeza de vida (moral) se vive por la

vida en el Espíritu.

La vida moral tiene que ser una vida que parte del amor, lo mismo que la

espiritualidad es una vida que se vive en el amor; el amor compendia la voluntad

de Dios en relación con el hombre. En la medida en que se ama, se realiza. La

moral no tiene que ser algo que asfixia, sino una vida en la gracia, por lo tanto de

gozo, eso es la moral del Evangelio, obrar como hijos y que podemos llamar Padre

a Dios (Mt 6,9). La moral y la espiritualidad nos tienen que llevar a sabernos

partícipes de la familia divina (Rm 8,15), habitados por la Trinidad (Jn 14,23).

Teresa de Jesús lo ha experimentado que la vida moral y la espiritualidad no

pueden verse como ley impuesta, sino como gracia, como experiencia de

encuentro, como experiencia de amor a Dios y al prójimo; y esto es precisamente

la novedad del Evangelio. La circularidad entre ellas, eso es lo que debe abrazar

nuestra vida; una moral que no parte desde esa filiación con lo divino, es una moral

seguramente que agota, que cansa, que condena y ésta por lo tanto no es una

moral evangélica, porque la moral evangélica tiene por característica el hacer

presente la alegría, el gozo, la vida; y una espiritualidad que no lleve a obrar será

una espiritualidad intimista, tullida, y esta tampoco es evangélica; la espiritualidad

verdadera se hace obras, nos saca al encuentro del otro, del necesitado. Una no

es sin la otra, por ello indudablemente hablamos de circularidad de la moral y la

espiritualidad en la vida del seguimiento a Cristo.

178 Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 1.

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Teresa de Jesús, es por su vida mística, vida espiritual que se da cuenta que tiene

que romper la comprensión de que el cuerpo es malo y el alma es buena; cuando

se piensa en estas categorías ve que no puede avanzar mucho en la perfección de

su ser cristiana. Es en la profundidad de su vida espiritual, que llega a saberse toda

ella como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal y por tanto donde Dios

tiene su deleite179; asume seriamente lo que se dice en el Génesis “nos hizo a

imagen y semejanza suya” (Gn 1, 26-27), con esta convicción es que va a buscar

decididamente tener los mismos sentimientos de su Señor, rompiendo toda barrera

cultural de su entorno, “las mujeres no son capaces de Dios”, por eso, siempre se

calificará de ruin; pero más allá de esto se sabe capaz de Dios, capaz de

contemplarlo, amarlo y darle a conocer. Se sabe capaz de ofrecer en su vida un

auténtico testimonio de vida mística y de una vida moral, porque en ella sólo está

su Creador; y en esta certeza también se descubre toda ella y todo el otro de una

gran dignidad y de una gran hermosura180.

Ella en su vida mística descubre que Dios habita en su interior, como descubrirá

San Agustín “ (…) estabas dentro”181 y es allí donde se dan los secretos entre Dios

y el alma182, y cuyos secretos al salir fuera se traduce en amar183, es decir que la

vida espiritual y la vida moral es una experiencia de amar. Llega a decir Teresa que

las almas sin un cultivo de vida espiritual, son como cuerpos tullidos, con ojos y

manos que no los pueden mandar184.

179 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1,1 180 Ibid. 181 San Agustí. Libro de las Confesiones VII.

http://www.iesdi.org/universidadvirtual/Biblioteca_Virtual/Confesiones%20de%20San%20Agustin.pdf. 182 Santa Teresa, cuando habla de alma se refiere a la persona misma, a la persona en su integridad. Ver. Álvarez,

Tomás. Diccionario de Santa Teresa de Jesús. Burgos: Monte Carmelo, 2001, 57. 183 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 1, 4. 184 Ver. Ibid., 1,6.

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Más aún, “la vida espiritual nos lleva advertir quien es el que habla, con quien habla

y de que es lo que habla”185; y cuando se es consciente de ello, “es saberse

plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios”186, y de aquí le vienen

a su ser sus obras agradables a los ojos de Dios y de los hombres; “todo procede

ya de la fuente de vida, adonde el alma está como el árbol plantado en ella”187. Con

palabras distintas, pero con la misma intención dirá la Optatam Totius, que la

excelencia de la vocación de los fieles en Cristo trae como consecuencia el producir

frutos en la caridad para la vida del mundo188.

La moral y la espiritualidad en el seguimiento a Cristo, como dice Teresa en el Libro

de las Moradas; es tener los ojos puestos en Dios; porque, “es en él donde nos

conocemos”189; el “tener los ojos puestos en Cristo nos da el verdadero ser”190 o

dirá en otras palabras la Gaudium et Spes que, “el misterio del hombre sólo se

esclarece en el misterio del Verbo encarnado”191. Nuevamente se concluye que

Jesús de Nazaret es el modelo y consujeto del comportamiento moral cristiano192.

Tener a Cristo por centro de la moral y de la espiritualidad y además que es la “fonte

de donde todo origen viene”193, es mirarnos a sí mismos de cara a él, dejando de

lado los celos indiscretos y los juicios de si el otro es mejor o peor; más bien es

cómo yo guardo el amor a Dios y al prójimo que dice Teresa es perfección

verdadera y cómo ayudo al otro en esta perfección, en vez quedarme en el juicio

de si hace o no hace esto o lo otro. La moral y la espiritualidad nos tienen que dar

la mirada de Dios, los brazos de Dios, la misericordia de Dios. Por eso, la conclusión

185 Ibid., 1, 7. 186 Ibid., 2, 1. 187 Ibid., 2, 2. 188 Ver. Optatam Totius, 16. 189 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 2, 9. 190 Ibid., 2, 11. 191 Gaudium et Spes, 22. 192 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 28. 193 San Juan de la Cruz. Poesía 8,2.

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obvia tendrá que ser; que la moral y la espiritualidad es un transparentar a Cristo

en nuestras vidas en medio de la sociedad en la cual vivimos.

La moral como estilo de vida194 y espiritualidad una vida que fluye de la Trinidad195;

es decir entonces que el cristiano que va en son de Cristo cultivando la moral y la

espiritualidad cultiva una vida trinitaria; y cuya vida trinitaria no nos deja de llamar

para que nos acerquemos más a él, y cuando nos acercamos, “ya no queremos

sino lo que él quiere”196, esto es la vida trinitaria, una vida perdida en la voluntad de

Dios; y nuevamente digo, que esta vida en la voluntad de Dios significa la mejor y

más auténtica realización del hombre197.

En este mismo sentido, vuelvo y digo junto con Teresa de Jesús y desde el Libro

de las Moradas; que la moral y la espiritualidad como un vivir empapados de la

Trinidad; es que todo lo que podemos ofrecer hacia afuera es lo que Dios nos regala

en lo interior198. Él sabe lo que nos conviene en lo que más nos puede llevar a amar

al Dios y al hermano; porque muchas veces seguro que segados en nuestros

intereses no sabemos lo que pedimos (Mt 20, 22) ni qué ofrecemos al Otro y a los

otros. Tomando a él por Maestro, por gran amigo, terminaremos haciéndonos uno

con él (Jn 17, 21), y por lo tanto diciendo “sean imitadores míos como lo soy de

Cristo” (1Co 11,1); o en otras palabras diría Tersa de Jesús, es el amor el que iguala

a los amantes o el ñudo que junta dos cosas tan desiguales199.

La pretensión del ser místico dice Teresa es “amar y determinarse a conformar su

voluntad a la de Dios”200; es un despertarse a más amar y no es un amor fabricado

194 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 59. 195 Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 14. 196 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 2. 197 Ver. Torres Queiruga, La revelación de Dios en la realización del hombre, 251. 198 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 8. 199 Ver. Santa Teresa de Jesús. Poesía 6. 200 Santa Teresa de Jesús. Moradas segundas, 8.

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en nuestra imaginación, sino probado por obras201, “el amor tiene que ser, acoger

al otro como un tú, es decir con los brazos abiertos”202. La vida cristiana no es un

gusto, sino un camino en el amor203; por eso decíamos que la moral y la

espiritualidad cristiana es una vida en el amor a Dios, su raíz y su fuente, “los gustos

comienzan en Dios”204. “El ser humano ha sido creado por el Amor y sólo en el amor

se encuentra a sí mismo en la donación al otro”205.

Tanto en la vida moral como en la vida espiritual, es dejar que Dios vaya delante y

él hable por nosotros206, allí está la perfección y dice Teresa “lo digo porque lo vivo,

lo entiendo y lo sé por experiencia”207; es en Cristo que se esclarece el misterio del

hombre208. Nuestra vida moral y espiritual como cristianos tiene que ser nuestra

vida en Cristo, él es el crisol en donde nuestra vida cobra su verdadero sentido.

Del amor a Dios, llegamos a tener perfección en el amor al prójimo, obras quiere el

Señor. Y en esto resume Teresa lo que es y significa espiritualidad y moral, “que

si ves a alguien que puedes dar alivio, no se te de nada de perder esa oportunidad;

y si tiene algún dolor te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo

coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello”209. Esta

es la verdadera unión a la voluntad de Dios, por ello nuevamente decimos que la

vida moral y la vida espiritual es un vivir en la voluntad de Dios; en tanto, auténtica

realización del hombre.

201 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 1,7. 202 Levinas, Emmanuel. Entre nosotros: Ensayos para pensar en otro. Valencia: Éditions Bernard Graset, 2001,

83. 203 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas terceras, 2,10. 204 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,4. 205 Gaudium et Spes, 24. 206 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,1. 207 Ibid., 2,7. 208 Ver. Mifsud, Una fe comprometida con la vida, 28. 209 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 3,11.

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La vida moral y espiritual del cristiano es una continua búsqueda personal de

comunión con Dios y con el prójimo. Y esa comunión con Dios y con el prójimo no

es posible sino en el reconocimiento del acercamiento de Dios a nosotros210. Y esto

es lo que decíamos más arriba, una vida teologal. Mediante el reconocimiento de

una capaz cercanía de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, “se convierte

para nosotros en el Dios vivo”211. Y esto lo sabe perfectamente Teresa de Jesús

que termina poniendo en él todo su ser, su confianza. Sólo cuando nos damos del

todo al Todo, lo sabemos Dios vivo y compañero de camino del hombre.

La vida trinitaria es el núcleo más íntimo de lo que suele llamarse la gracia

santificante, a la que por eso no podemos concebir separadas la moral y la

espiritualidad, estas se hacen una al momento de pensar al cristiano en el

seguimiento a Cristo. Teresa se deja entrever, en las últimas moradas, donde ya

habla de matrimonio espiritual, como una mujer que vuelve su rostro hacia el

mundo, hacia los otros, pero esta vez con una mirada renovada a partir del

acontecimiento trinitario en ella; y es desde donde ella de algún modo clama la no

separación de vida moral y vida espiritual.

No podemos poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque si no

procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun

plega a Dios que sea sólo un crecer, porque ya sabéis que quien no crece,

descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser,

adonde le hay212.

La experiencia espiritual proporciona al hombre la fortaleza en el camino del

seguimiento al Señor, nos da una determinada determinación de poner los ojos en

él y en el prójimo. La vida moral y la vida espiritual nos hace descubrir que “la

210 Ver. Edward Schillebeeckx, Cristo sacramento del encuentro con Dios. Burgos: Ediciones Dinor, 1963, 17. 211 Ibid. 212 Santa Teresa de Jesús. Moradas sextas, 4,9.

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grandeza de Dios no tiene término y tampoco las obras”213; y saber aún, que la

vida cristiana, el seguimiento al Señor se hace en la integridad de la vida, es así

que caminar en pos de él, siempre será de trabajos y no de una vida cómoda, “los

que anduvieron cercanos a Cristo pasaron los mayores trabajos: miremos lo que

pasó su gloriosa Madre y los Apóstoles”214. Por eso el Libro del Apocalipsis una de

sus intenciones es que el cristiano no se acomode sino que luche por una vida en

el Señor, es decir justa, humana (Ap 14). No hay otra misión, otro modo distinto del

ser del cristiano en su vida moral y espiritual, sino el dar testimonio de la Verdad y

de la Luz en medio del corazón de la historia; por ello dirá Johann Baptist que:

Pedir Dios a Dios significa, por tanto, arriesgarse a mantener el recuerdo peligroso

del mensaje y el camino de Jesús, lanzarse a la ventana del seguimiento, aprender

a escuchar y obedecer en la oración la palabra de Dios en cuanto palabra de

actividad. Así pues, la oración como súplica, como una forma de pedirle Dios a Dios,

significa entregarse o habituarse a esta mística del apasionamiento por Dios en

cuanto experiencia del sentirse afectado por el sufrimiento de otros. No se trata de

una mística de ojos cerrados, sino de una mística de ojos abiertos215.

Teresa de Jesús lo sabe muy bien que la mística es el fundamento del obrar, si no

se parte de esto nos quedaremos enanos216. No partir desde una experiencia, de

un estar en Dios es hacer torres sin fundamento217, porque lo que se hace no tiene

sentido sino desde el amor; y por eso bien dice Pablo, todo recobra sentido desde

el amor (1Co 13) o en lo que concluye San Agustín, “ama y haz lo que quieras”218.

213 Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 1,1. 214 Ibid., 4,1. 215 Johann Baptist Metz, Memoria passionis: una evocación provocadora en una sociedad pluralista.

Santander: Sal Terrae, 2007, 111. 216 Ver. Santa Teresa de Jesús. Moradas séptimas, 4,9. 217 Ver. Ibid., 4,15. 218 San Agustín. Comentario a la Epístola de San Juan.

http://www.augustinus.it/spagnolo/commento_lsg/index2.htm.

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En conclusión, lo que me queda decir es que la moral y la espiritualidad, es un vivir

enamorados de Dios, es un diálogo entre un yo –tú, es un desafío de reflejar la

imagen del Padre misericordioso; aquí se expresa la máxima del amor (Lc 15). Una

espiritualidad se verifica en una moral concreta; y la moral como consecuencia de

la vida espiritual. En estas dos dimensiones es que tenemos que llegar a reflejar

los mismos sentimientos de Cristo.

El origen del vivir moral y espiritual del cristiano está en el amor afincado en Dios,

el amor como dice Teresa no es un término, sino un vivir en la Trinidad,

Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el

mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y

procurar en cuanto pudiéramos no le ofender y rogarle que vaya siempre adelante

la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia católica. Estas son las señales

del amor219.

Dios es el destino del hombre220, o mejor dicho el hombre está en manos de Dios;

también lo siente y lo sufre nuestros sentimientos y nuestros dolores, se ha unido

tanto a nosotros que nada le resulta extraño.

3.2. A partir de las orientaciones de Vaticano II

La moral debe ser enseñada como vocación de los fieles en Cristo221. Según el

sentir del Vaticano II, la moral cristiana debe ser enseñada y vivida como un

encuentro entre Dios y el hombre. Teniendo presente que la iniciativa es suya, que

él es quien llama y nosotros le respondemos por medio de nuestra vida. Se trata por

tanto, de la Gracia; que seamos conscientes o no de ella, siempre está presente en

219 Santa Teresa de Jesús. Moradas cuartas, 1,7. 220 Santa Teresa de Jesús. Moradas quintas, 3,7. 221 Optatam Totius, 16.

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nosotros222. Debe ser, por tanto, una moral centrada en la llamada como don

gratuito, que pone de relieve la relación personal. La vocación en Cristo es, a su

vez, don y tarea porque implica necesariamente nuestra respuesta; respuesta que

implica a la vez la totalidad del ser de quien responde.

Poco a poco vamos llegando a algo más concreto en este tema de la moral y de la

espiritualidad en la vida del cristiano. Reconocemos que estamos ante un mundo

que busca respuestas, y unas pueden ser relativas, interesadas, etc.; pero la

respuestas cierta será siempre aquella que se descubre después de la experiencia

de Dios223. El hombre no puede lograr una verdadera y real comprensión del mundo

y de sí mismo sin Dios.

Por ello, de lo que hemos dicho hasta ahora de la moral y de la espiritualidad;

queremos ir cerrando en algo más puntual, ya empezábamos trayendo a nuestras

manos la vida de Santa Teresa como verdadero testimonia de una vida espiritual y

moral como respuesta a su momento categorial, concreto y real; ahora cómo vivirlo

nosotros como bautizados, como cristianos que tenemos que ofrecer una palabra

a nuestra sociedad. Sabiendo que mi ser de cristiano no es un mero título o un

privilegio, sino ir tras las huellas de Cristo y muchas veces en sobre los hombros la

cruz.

Como cristiano, como considera Teresa tenemos que ir de bien en mejor, con una

moral y espiritualidad que resplandezca a Dios en el aquí y ahora, “Dios no se repite

(…) Dios nunca vuelve, Dios siempre viene”224, por lo tanto, nuestro deber no es

huir de la realidad, del mundo, sino buscar divinizarla en el hoy. La espiritualidad

debe de crear en nosotros una fuerza tal que permita que la gracia de Dios pueda

actuar. En nuestra vida de cristianos es integrar la contemplación en la acción y la

222 Ver. Fuchs, La moral y la teología moral postconciliar. 25. 223 Ver. Arcadio Bernal, Pontificia Comisión Bíblica. Biblia y Moral, 13. 224 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 42.

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acción en la contemplación, evitando los extremos de activismo y de intimismo225.

El comprometernos como cristianos en una vida moral y espiritual significa

comprometernos con un camino de perfección y no parar hasta llegar al final.

Nuestra vida moral y espiritual digo de modo ya más explícito debe dejarse

alimentar por los sacramentos, ya que:

Los sacramentos son para unificar a la comunidad, y están ordenados a la

santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo (…) los

sacramentos, preparan a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir culto

a Dios y practicar la caridad226.

Los sacramentos apuntalan nuestra vida moral y espiritual, porque nos consolida

conforme al Evangelio (Rm 16,25) una vida por tanto que no solo busca salvarse

así misma sino busca salvar al otro; finalmente una vida al estilo de Jesús, que no

vino para salvarse sino para salvar (Lc 19,10). La vida sacramental es una vida que

se traduce en comportamientos morales concretos. La vida cristiana, es una vida

bautismal que se vive en el misterio pascual de Cristo; es decir una vida en Dios

entregada por los hermanos227.

Una vida moral y espiritual que se ha dejado confundir en Dios, es una vida que

salva; en este sentido creo que todo discurso queda superado, y todo anhelamos

de tener un mundo, una sociedad justa, humana, donde la vida sea vista realmente

sagrada y donde la violencia no tenga cabida vendrá por añadidura. Es posible

pensar en paz si primero se ha pensado en una vida mística, en una vida en Dios,

en una vida en la Trinidad, porque sólo Dios puede hacer una vida que tenga

características de Dios. Toda nuestra vida ha de ser una vida al estilo de Jesús, si

queremos que el mundo comparta la divinidad de Dios. Los cristianos tenemos que

225 Ver. Buvinic, "Espiritualidad: la pregunta por el Espíritu que nos habita", 3-6. 226 Sacrosanctum Concilium, 59. 227 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 52.

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tener un claro compromiso con el Reino en todo momento; y no es otra cosa que

nosotros prestando a Dios nuestras manos, porque “Dios funciona en los seres

humanos”228.

La vida en Cristo, no acepta el divorcio entre moral y espiritualidad; el amor a Dios

y al prójimo es la virtud que hace que todas las demás actividades de la persona

estén ordenadas a Dios y lleven al cristiano a la realización de la santidad. “Una

vida de piedad no puede ser auténtica ni puede ser signo de santidad si no se

manifiesta a través de una vida de caridad realizada en concreto”229; por eso,

tenemos que preguntarnos ¿qué estoy haciendo por el otro? ¿tengo las puertas

cerradas al dolor?, o estoy siendo capaz de despojarme de lo que tengo para

ayudar al otro; y este sentido de despojo bellamente lo ilustra Oscar Wilde en uno

de sus cuentos llamado El príncipe feliz, cuya felicidad está evidentemente en el

darlo todo, quedarse aun sin belleza externa por que el otro lo tenga. El

desprendernos tiene que ser la consecuencia de la moral y la espiritualidad que

hace de Dios su fundamento.

Somos criaturas que abrazamos a nuestro creador o no somos nada, si pensamos

y queremos que Dios siga diciendo y “todo es bueno” (Gn 1, 31) hermanos que se

amen y se apoyen en la construcción del Reino, hermanos cual imagen del buen

samaritano se acerquen para vendar y curar las heridas en vez de causarlas. Sólo

el sabernos en Dios y Dios en nosotros es que seremos capaces de dar vida y no

desesperanza y muerte.

Tenemos que hacer de nuestra vida una vida que medite incesantemente la

Palabra. Por lo tanto, seremos fecundos si tomamos en serio el amor a Dios y al

prójimo; y no nos de miedo el acercarnos a Dios, porque Dios redimensiona nuestro

228 Baena, Gustavo. La vida sacramental (audios). 229 Bernard, Charles André. Teología espiritual: hacia la plenitud de la vida en el Espíritu. Salamanca: Sígueme,

2007, 104.

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ser y que hacer, el Hijo es comunicador de vida. Esto es el grito de la Palabra, de

los documentos de la Iglesia y sobre todo del Concilio Vaticano II y de quienes han

llegado a contemplar a Dios.

La plenitud de la moral y de la espiritualidad es con la que cada cristiano soñamos

cuando decimos seguir a Cristo; si es un deseo que inquieta a nuestra vida, Dios

no pone deseos irrealizables, por tanto sólo basta “dejar que Dios sea Dios”230 en

nosotros, es decir no lo hagamos a nuestra medida o a nuestros intereses, dice

Vallés es: “no poner en lugar de Dios la imagen de Dios que tú te has elaborado,

eso es idolatría”231.

La perfección de vida no es un asunto religioso sólo, o de curas o monjas, es de

cada bautizado, o es más, Dios está abierto a cualquier ser humano para hacerlo

uno con él, dice Bernard que “la encarnación del Hijo de Dios significa el acceso

definitivo de la humanidad a la espera divina”232. Por lo tanto, la vida moral y

espiritual como vida sumergida en la Trinidad es asunto de todos y constituye una

insuperable plenitud de vida, ontológica e interpersonal, por eso la Lumen Gentium

también señala que:

Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y

ocupaciones, todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes

a la voz del Padre, humilde y cargado con la cruz, a fin de ser hechos partícipes de

su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva,

que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que

le son propios233.

230 Vallés, Dejar a Dios ser Dio, 39. 231 Ibid. 232 Bernard, Teología espiritual, 99. 233 Lumen Gentium, 41.

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Nuestra vida moral y espiritual como cristianos de este tiempo tiene que ser

pinceladas del Aquel que es la Verdad, de Aquel que es nuestro todo; aquí debe

estar nuestro fin, rendidos para obrar las obras de Dios, para amar lo que Dios ama,

y solamente es posible si ese estar con el otro, esa acción está impregnado de

espiritualidad, por esta sabemos que participamos de la santidad de Dios234 que la

encarna a una realidad concreta235. Es así que, nuestra vida ha de estar si se quiere

con aquellos que el mundo los rechaza (Mc 2,17).

Es a partir de una experiencia contemplativa, que la persona padece en sí misma

la afección de lo contemplado, que generalmente, desemboca en una experiencia

de conversión. Se trata de pasar de lo contemplado a la unión de amor, meta última

del místico. Sin embargo, existe el peligro de reducir la vida interior a un intimismo

estéril:

Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para

los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza

la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien236.

La vida espiritual dice Santa Teresa, tiene que afectar a la voluntad, para dejarse

envolver y para disponerse a obras de Dios. El cristiano tiene que pasar de la

experiencia mística, espiritual a un obrar; ya decíamos que la vida en Dios no

ensimisma, “Dios es libertad viva y amante”237, por lo tanto una vida que se da y se

dona. La vida moral y espiritual, tiene que ser el Evangelio puesto por obra, y así

será una vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

234 Ver. Bernard, Teología espiritual, 102. 235 Ver. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aparecida (mayo 2007). Bogotá:

Paulinas, 2007. 262. 236 Papa Francisco. Evangelli Gaudium. 2. 237 Bernard, Teología espiritual, 99.

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Los cristianos de hoy tenemos que buscar vivir una vida sobrenatural o no somos

cristiano del siglo XXI, porque lo sobrenatural afecta de tal manera lo natural que la

persona tiene que llegar a vivir sobrenaturalmente, es decir, que es un estado en

que Dios se manifiesta con abundante e incondicional gratuidad. Solo en lo natural

puede acontecer, y de hecho, acontece lo sobrenatural. Dios derramándose en el

alma y ayudándole a tomar conciencia de su condición divina, de lo más connatural

a sí misma. Él ha venido para darnos vida y vida en abundancia (Jn 10,10), por lo

que no ha de haber miedo acercarnos a él, quien se acerca hácese una vida divina,

sino sólo miremos a Pablo, a la Magdalena que en Dios se hacen nuevas criaturas

nacidas del Espíritu.

Nuestra vida moral y espiritual como ya lo hemos dicho de distintos modos es

arrojarnos cabe Cristo, es decir ponernos del lado de Cristo, asumiendo el

compromiso salvífico de una vida. Es Dios que tomándonos nos saca de sí y nos

dispone para Sí, sin que entendamos cómo o de qué manera sucede las cosas en

nuestro interior. La pretensión de Dios es enamorar cada vez más al alma y que sin

entender no se resista a la acción del amor sino que, por el contrario se disponga

para recibir que ya luego llegará el tiempo de las obras como fruto de ese estar en

Dios.

Sólo el cristiano empleado en amar puede dar paso a lo que Dios irá obrando en

él. El cristiano que vive un moral y una espiritualidad desde Dios, es el que prepara

el terreno para que Dios siembre lo que quiere cosechar. Y es lo que luego lo

entendemos como compromiso, como un modo de ser desde el querer y la voluntad

del Padre. Dejar que nuestra vida moral y espiritual sea desde Dios, es no poner

obstáculos a lo que Dios quiere, ya que lo único que él quiere es levantarnos a

grandes cosas238. Estas grandes cosas que se dan en el interior y luego salen fuera

238 Ver. Santa Teresa de Jesús. Camino de perfección, 29, 8.

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en obras concretas para el bien del prójimo como expresión del más fino amor de

Dios.

Hay que saberlo muy bien que el caminar moral y espiritual del cristiano es un

camino de un proceso amoroso, provocado por Dios y evidentemente desde la

respuesta libre del hombre a esa acción gratuita. Esfuerzo humano y misericordia

divina, el acorde único para una vida de perfección. Dejarnos envolver por lo que

es Dios, nos lleva a entablar relaciones fraternas y amorosas con los otros y con

todo lo creado. El hombre místico es aquel ser humano capaz de impregnar de Dios

todo su espacio existencial. El hombre místico de este siglo, tiene que ser,

esencialmente, una presencia amorosa de lo divino.

El modo como Dios nos piensa, es partícipes de su santidad “él nos eligió en

Cristo…, para que fuésemos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su

presencia” (Ef 1,4). Esta es la única voluntad de Dios, nuestra santificación239. La

vida espiritual que no es otra cosa que un ponernos en presencia de Dios, significa

escucha y acogida; la experiencia espiritual constituye la garantía de objetividad y

criterio de autenticidad de una vida que toma decisiones según Dios; y es más, dice

Duffey, que: “para revitalizar la moral cristiana, hay que insistir más en la

espiritualidad”240; aquí deben estar nuestras fuerzas como cristianos se este siglo.

Es desde aquí, de la experiencia espiritual, de una vida impregnada de Dios que

podremos dar solución a muchas cosas que sólo humanamente lo vemos y de

hecho es imposible. Es la vida en Dios, como lo hemos dicho incansablemente en

los dos primeros capítulos y en la vida de la doctora mística Teresa de Jesús que

se descubre criterios válidos para el obrar humano.

239 Lumen Gentium, 39. 240 Duffey, Michael K. Called to Be holy: The Reconvergence of Christian Morality and Spirituality. Spirituality

Today, 38 (1986), 349.

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Los teólogos disputamos sobre problemas morales de la violencia, pero pocos

señalamos que las problemáticas están involucradas con la espiritualidad personal.

¿Cuál es la comprensión de Dios? ¿Es realmente de un Dios que asume nuestra

humanidad? ¿Es realmente del Dios que nos habla el Hijo?; creo más bien que es

de un Dios que le hemos puesto a nuestra medida, por lo tanto no será Dios sino

de un dios ídolo que abala una acción descarnada.

Desde dónde pensar en un sociedad más justa, humana, sin violencia;

evidentemente será desde la espiritualidad, es ella que transforma el corazón241, y

la que nos lleva a mirar al otro como un yo. Es la vida espiritual la que nos lleva

como decíamos más arriba a una moral evangélica242, o mejor dicho a un estar con

el otro dando vida; es la espiritualidad la que nos recuerda que este mundo nuestra

casa es lugar de comunión, de armonía, de paz entre nosotros “todo lo que Dios

hizo, lo vio bueno” (Gn 1,31), por lo tanto no es cierto que “el hombre sea un lobo

para el hombre” como lo considera Hobbes, y por el cual se puede justificar al otro

como un obstáculo; esto no es de Dios. Nada puede justificar sobre todo la

eliminación del otro, pero esta es la realidad de muchos de nuestros países latinos;

muertes y más muertes, desaparecidos y más desaparecidos, con cada día más

familias con un padre, o un hermano que no llega a casa, ¿qué justifica eso? Nada,

nada lo justifica, solo la ceguedad del hombre que ha cerrado su corazón a Dios.

Quisiéramos que esas experiencias inhumanas llegaran a su final, y los esfuerzos

no son pocos; pero no será posible si no nos metemos a Dios dentro, sólo él es

capaz de divinizarnos, de darnos nuestra verdadera dignidad243 y por tanto eso

mismo reconocer en el otro. Sólo una vida centrada verdaderamente en la Persona

de Jesús el Cristo. La vida moral es entendida como una respuesta histórica al Dios

quien irrumpe en la historia individual y colectiva, invitando a asumir la causa de su

241 Ver. Evangelli Gaudium, 262. 242 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 47. 243 Ver. Gaudium et Spes, 22.

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Hijo; sus gestos, palabras, opciones y el estilo de vida de Jesús de Nazaret, llegan

a ser el punto de referencia para la actuación del cristiano en el mundo; entonces

lo que se ofrece es la propia vida por la vida del otro.

La moral y la espiritualidad cristiana nos debe llevar a poner en nuestras manos la

realidad social; sus conflictos, pero con un interés persuasivo más que impositivo y

violento; en otras palabras, una vida moral y espiritual más que un mero condenar,

debe orientar y animar a un caminar como hermanos, en el otro también está el

rostro de Dios (Mt 25,40). Una moral y espiritualidad que parte de Dios, nos lleva a

un interesarnos por el mundo y sobre todo por la persona humana, porque su

finalidad es la liberación integral de la persona en la búsqueda de su auténtica

humanización. En la vida trinitaria ese otro se reconoce como hermano y digno de

todo respeto. Es en una vida trinitaria que la sociedad es más humana y más

justa244.

El ser humano es creado a imagen y semejanza divina y, por ello, el fin último de

la existencia humana consiste en la búsqueda de esta realización, la vuelta al hogar

(1 Jn 3, 2). Por consiguiente, el ser humano tiene una vocación profundamente

comunitaria y sólo puede realizarse plenamente en comunidad, porque está creado

a imagen de una comunidad divina. “El ser humano ha sido creado por el Amor y

sólo en el amor se encuentra a sí mismo en la donación al otro”245.

La moral y la espiritualidad cristiana brotan de la misma experiencia de Dios en el

camino hacia la santidad, que consiste en una vida de caridad, según la vocación

particular de cada uno. Por eso muy bien decía Juan Pablo II que:

La vocación de todo creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hch 6, 1). Por esto,

seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana (…) El

244 Ver. Juan Pablo II. Sollicitudo Rei Socialis, 47. 245 Gaudium et Spes, 24.

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discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cf. Jn 6, 44).

No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un

mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de

Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a

la voluntad del Padre246.

En conclusión, decimos, que no hay separación entre encuentro con Dios y servicio

al prójimo, “la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo”247. Por lo tanto,

sólo desde aquí desde el amor a Dios que es inseparable al mismo tiempo del amor

al prójimo es posible pensar en una comunidad, en una sociedad sin violencia;

porque vivir en Cristo es un continuo preguntarse por la vida248. El sentido pleno del

caminar cristiano alcanza su perfección desde la espiritualidad. La espiritualidad y

la moral caminan unidas pero es la primera la que inicia, orienta y culmina el

caminar249. Por lo que la moral ha de contar más con la espiritualidad a la hora de

plantear y de solucionar los interrogantes morales de la existencia cristiana250.

La espiritualidad transforma la vida en busca del Reino de Dios en este mundo251;

este es el testimonio de Teresa en el Libro de las Moradas, implantar el Reino

desde un vivir en el Reino, y lo que “el mundo busca hoy no son palabras acerca

de Dios, sino la experiencia de Dios”252, una tal experiencia de Dios es la que ha

de formar la base de la espiritualidad y la moral cristiana en todo lo que deseamos

construir. El hombre con una moral y espiritualidad desde Dios hácese hombre

nuevo (Ef 4, 24), buscador de la verdad, de la justicia, de paz; ante un mundo que

cada día prima lo contrario.

246 Veritatis Splendor, 19. 247 Santa Teresa de Jesús. Moradas primeras, 2,17. 248 Ver. Flecha, La vida en Cristo, 26. 249 Ver. Rosemann Philipp W. L'éthique de la théologie négative. In: Revue Philosophique de Louvain.

Quatrième série, Tome 93, N°3, (1995). pp. 408-427. 250 Ver. Billy, Mysticim and Moral Theology, 389. 251Ver. Vidal, Moral y Espiritualidad, 20. 252 Vallés, Dejar a Dios ser Dios, 113.

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La gran invitación, después de todo y llegados aquí, es todo empieza en Dios, y lo

que busca de nosotros es que lo miremos como Padre para poder hacer una

amistad cercana y verdadera, llevar una vida en él; y luego que le reconozcamos

en el rostro del otro. Que nuestra vida sea una vida en el amor, y desde aquí nuestra

moral y espiritualidad teniendo a Dios por centro, hablará de Dios, y no con palabras

sino en la vida misma.

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CONCLUSIÓN

En la introducción decíamos que llegados al final tendríamos elementos para

responder a nuestra pregunta que nos impulsaba a este trabajo; llegados aquí

podemos decir tranquilamente tenemos elementos para responderlo, sabiendo

obviamente que no es un trabajo que ya lo dijo todo, sino más bien habrá mucho

más por decir. En conclusión de esta investigación llevada sobro los hombros por

largo tiempo y con gran cuidado, afirmo y de este modo respondo a la pregunta que

nos colocó en estos menesteres:

Recuperamos en nuestra vida moral y espiritual una profunda experiencia de Dios,

o nuestro ser de cristianos peligra. La experiencia de Dios, la experiencia espiritual

que se produce necesariamente en el fondo de la existencia humana, nos lleva a

un obrar moral concreto en la realidad en el cual vivimos transformándola. Pues,

sólo teniendo una vida trinitaria, encontraremos una nueva identidad, una vida

testimonial la cual guiará con seguridad hacia el misterio de Dios, el camino idóneo

para que el hombre se descubra así mismo en su verdadera dimensión. El ser

hombre que no es otra cosa que con la facultad de escuchar el mensaje de Dios luz

y vida eterna, hasta llegar a las profundidades del Dios vivo que se nos descubren

con la gracia.

El cristiano de hoy, en su quehacer moral parte de la mística o no aporta mucho a

la realización del Reino; sólo desde Dios seremos capases de mirar lo demás con

los ojos de Dios, porque el camino como cristianos que vamos realizando es una

persona es “Jesucristo” (Jn 14, 26). Vivimos una vida llena de él o no somos

cristianos; porque la espiritualidad del cristiano es la experiencia del mensaje

evangélico de donde parte y se reconoce el valor profundo de cada persona. El Dios

que los cristianos tenemos que experimentar y vivir es el Dios Padre del cual nos

habló el Hijo.

La auténtica espiritualidad nos tiene que llevar siempre a un fin práctico en la línea

de la salvación, el otro mi hermano. La moral y la espiritualidad del cristiano como

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creo que lo he dicho ya muchas veces y de distintos modos, y vuelvo y recalco que

sólo en Dios recobra verdadero sentido; la moral y la espiritualidad no se puede

definir desde la empresa del solo hombre o desde solo mundo o sencillamente

desde abajo; sino únicamente por Dios mismos, él contribuye a constituir el ser

concreto. El cristiano, el hombre, el ser humano en cuanto es capaz de escuchar,

de prestar oído a una revelación del Dios que obra libremente en forma de palabra

humana de tal modo que lo entienda, llegaría a la última y suprema realización moral

y espiritual de su existencia, “lo cual presupone que el hombre en su “infinitud” no

puede sencillamente por sí mismo anticipar y alcanzar la totalidad absoluta de la

verdad”253.

Sólo podemos hablar de moral y espiritualidad cristiana practicándola desde su

mismo fundamento (la Trinidad que mora en nosotros como en su templo), desde el

amor que es condición para el conocimiento de ese Otro y de los otros. El amar es

dar existencia. Las mismas palabras de Jesús serán “hago lo que el Padre me envió”

(Jn 4,34), unidad de voluntades. La moral y la espiritualidad cristiana no tiene que

ser un discurso, sino una vida que en sí misma habla de Dios, resplandece a Dios;

sencillamente una vida sabor a Dios.

El Nuevo Testamento, la vida de Jesús de Nazaret como un hecho salvífico más

que biográfico; por ello se hace un Libro Vivo y a lo cual en tanto los primeros

cristianos, los Padres de la Iglesia, los santos, todo cristiano lo toma para

identificarse con la persona de Jesucristo en su relación con el Padre y con las

creaturas. En nuestra vida moral y espiritual, la Palabra, el Evangelio, la experiencia

del resucitado debe saturarnos, desde allí que podremos dar respuesta verdadera

a las exigencias de este mundo; porque “todo el daño que viene al mundo es de no

conocer las verdades de la Escritura con clara verdad”254. A esta conclusión obvia

llegamos los teólogos por el estudio, en tanto que los místicos y en especial Teresa

de Jesús lo sabe por experiencia; de allí de la insistencia de todo este trabajo en el

253 Rahner, Karl. Oyente de la palabra. Barcelona: Herder, 2009, 46. 254 Santa Teresa de Jesús. Libro de la vida, 40, 1-2

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poner, en el dejarnos empapar, saturar de Dios, de la Palabra; en nuestro camino

de seguimiento a Cristo dentro de la moral y espiritualidad cristiana.

La tendencia natural y profunda del hombre a la felicidad, a la paz, al gozo, a la

tranquilidad, quedan remitidos a Jesucristo, que no solamente es el deleite y la

complacencia del Padre, sino también del ser humano. La Palabra, es para los

cristianos de todos los tiempos la que ilumina el caminar diario; la Palabra se pone

al servicio de la experiencia mística, espiritual y moral del cristiano; desde aquí se

descubre que estamos llamados a una identidad divina. La Palabra la recibe

fielmente en cuanto tal, cuando se entiende y se vive.

Con todo lo explicitado de la moral y la espiritualidad, en estas conclusiones digo

enfáticamente que toda experiencia espiritual, toda esa experiencia de encuentro

con la Trinidad, con el Verbo hecho carne, que sostuvieron los cristianos a lo largo

de toda la era cristiana, Padres de la Iglesia, Teresa de Jesús, jamás perdieron su

autenticidad e identidad humana, más bien la llevaron a su auténtica realización;

esas voluntad hecha una en la voluntad del Padre les permitió encontrar su radical

genuinidad y modo de ser en el mundo.

La vida moral y espiritual, como bien nos dice Teresa, no se entiende al margen de

Dios, sino en el rostro amable y adorable del Hijo y no ajeno a la existencia, no ajeno

a mi propia historia. Es a partir de la cumbre de la experiencia espiritual, que se

logra captar que Dios nos habitaba por los lugares más recónditos de nuestra

existencia, y en cuanto tal es condición de posibilidad de todo nuestro devenir

histórico. Es el Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo el que nos sostiene y

animan a amar con pasión a Dios y a los hombres y mujeres con quienes nos

encontramos.

La espiritualidad, y sobre todo lo que he tratado de defender en el último capítulo,

que la espiritualidad cristiana, como bien lo dice y lo vive Teresa no es llevar un

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camino de ojos cerrados, alejada de la compasión, del reino de Dios, de la justicia

y de la paz, del compromiso histórico, del grito profético, de la opción por los pobres

y marginados de la sociedad; sino que por el contrario, la espiritualidad nos lleva a

una moral concreta y vivificante; a un tener ojos abiertos, es decir, ver con claridad,

sentir con hondura el dolor, sufrimiento y necesidades de los demás, y actuar

responsablemente de modo que se de vida (Jn 10,10) . Hacia allá nos lleva la moral

y la espiritualidad cristiana que verdaderamente parte y culmina en Dios. La vida en

Dios es para ser uno con él y para que nazcan obras.

Por lo tanto la experiencia espiritual, no es una experiencia intimista incompatible

con la ortopraxis cristiana. Por el contrario, la Sagradas Escrituras, el Concilio

Vaticano II, Teresa de Jesús vislumbran que el Hijo que contempló eternamente al

Padre, no ha hecho sino salir de su seno y meterse, encarnarse en la realidad

histórica; más aún, como pudimos contemplar en nuestros capítulos, la mística, la

vida espiritual, la moral; no es contemplarse el “ombligo”, sino salir hacia los otros,

hacia el prójimo, hacia sus criaturas.

La moral y la espiritualidad cristiana nos lo testimonian los grandes hombres

místicos que es un vivir de cara a Dios pero igualmente de cara al prójimo. Donde

la vida no es verticalista, ni tampoco horizontalista, sino que las relaciones

horizontales, como las verticales no son excluyentes, al contrario se retroalimentan

mutuamente. De ahí que Teresa no nos habla de una pérdida de su genuina

autonomía como consecuencia del encuentro con Jesucristo, sino que nos recuerda

que en él encontró plenamente colmar su sed de ser, su sed de infinito.

Nuestra ley es Jesuscristo; donde toda demás ley en esta debe tener su principio;

cuando lo pregunta el joven a Jesús por la ley no le da otra sino el seguimiento a él,

él es el ideal que recoge lo más valioso de la ley, pues, él nos transforma y nos da

nuestra verdadera identidad de hijos e imagen de Dios. En él es que alcanzamos

tal gran dignidad. Los cristianos descubrimos en Cristo nuestro modelo definitivo de

ser humanos, en él nuestra moral y espiritualidad cristiana ya no es un amar de

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cualquier modo, sino al modo de Jesús, entregando la vida por aquellos a los que

se ama (1Jn 3,16).

La moral y la espiritualidad cristiana es un vivir sabiendo que la vida del cristiano

siempre está en camino en esa posibilidad de ir de bien en mejor. A que todos

seamos uno. “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en

nosotros” (Jn 17, 21).

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