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Pendientede unhilo

Escrito por Chloe TaylorIlustrado por Nancy Zhang

Traducción de Blanca Jiménez Iglesias

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Título original: Sew Zoey. On Pins and Needles

1.ª edición: marzo 2014

© Simon & Shuster, Inc., 2013Esta obra ha sido publicada por acuerdo con Simon Spotlight,

sello editorial de Simon & Shuster Children's Publishing Division.Todos los derechos reservados.

© De la traducción: Blanca Jiménez Iglesias, 2014© De esta edición: Grupo Anaya, S. A., Madrid, 2014

Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madridwww.anayainfantilyjuvenil.com

e-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-678-6116-7Depósito legal: M-809-2014

Impreso en España - Printed in Spain

Ilustraciones de Nancy Zhang

Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia Española en la Ortografía de la lengua española,

publicada en el año 2010.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes

indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio,

sin la preceptiva autorización.

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Índ ice

9 Capítulo 1

21 Capítulo 2

31 Capítulo 3

41 Capítulo 4

55 Capítulo 5

63 Capítulo 6

7 1 Capítulo 7

81 Capítulo 8

93 Capítulo 9

105 Capítulo 10

1 15 Capítulo 11

125 Capítulo 12

137 Capítulo 13

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¡POMPONES EN CANTIDAD!

Tres intentos para adivinar adónde voy hoy: y los dos pri-meros no cuentan. ¿El partido de fútbol de la Universidad Oriental del Estado, habéis dicho? ¡Felicidades, es correc-to! Y no, no voy a llevar un vestido de pompones; aunque ojalá llevaran algo así las animadoras de la UOE en lugar de esos uniformes que se gastan desde los partidos más antiguos que recuerdo. Y eso… veamos… yo tengo 12 años… eso significa 12 años, más o menos.

Quizá os parezca una fanática del fútbol americano, ¿verdad? Pues no es eso exactamente, así que dejadme que os lo explique. Si papá no trabajara en la UOE como fisioterapeuta de todos los equipos de deportes, los sábados yo me quedaría tranquilamente en casa cosiendo, dibujando o subiendo cosas al blog en lugar de ir a ver partidos de fútbol, o de baloncesto, o de béisbol… sea cual sea el acon-tecimiento deportivo, ahí estamos nosotros. No es tan malo, sin embargo, cuando me acompañan mis amigas Kate y Priti, como es el caso de hoy. ¡Viva!

Si alguno pasáis por allí, buscadnos. Yo soy la que va con el cuaderno de dibujo, porque nunca sabes cuándo

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te llegará la inspiración. Oh, y llevaré el top que acabo de terminar y que subí ayer al blog. Tal vez haya gente que piense que es demasiado elegante para un partido de fútbol, pero en mi opinión es demasiado bonito para no estrenarlo ya. Qué lástima no haberlo confeccionado con los colores del equipo (los Eagles), púrpura y amari-llo; la verdad es que combinan estupendamente. Puede ser una idea…

Chao, chao. ¡Vamos, Eagles! (¿De verdad he dicho eso? ¡Oh, Dios mío! Voy a ver

si coso un poco y me siento yo misma otra vez).

—¡Aquí viene! —dijo Priti Holbrooke señalando uno de los extremos del campo de juego.

—Ya lo veo —contestó Zoe Webber inclinándose sobre el borde del duro asiento metálico.

Al otro lado de Zoe se sentaba Kate Mackey, cuyos grandes ojos azules se concentraban en el partido. Zoe le dio un codazo y dijo:

—Que viene. Prepárate.—¿Qué? —preguntó Kate volviéndose a mirar.

Aunque la pregunta había sido más bien un gruñido, sonreía.

Un segundo después, la ola las alcanzó. Se pusie-ron de pie y levantaron los brazos: los de Kate esbel-tos y morenos, los de Zoe pálidos y pecosos, y los de Priti color canela oscura.

—¡Uuuu! —gritó Zoe, no tan alto como Priti pero casi; después se sentaron de nuevo mientras la ola se alejaba de ellas.

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—¡Esta es la número quince! —exclamó Priti—. ¿Hasta dónde pensáis que llegará?

Kate miró el reloj y respondió:—Está a punto de terminar el primer tiempo, así

que tendrá que detenerse pronto.De repente, la multitud se echó hacia atrás y pro-

firió un grito aun más estentóreo. Zoe se inclinó para ver a todo el equipo de la UOE celebrar un tanto de los buenos.

—¡Vaya! ¡Me lo he perdido! —gritó Kate, me-neando la cabeza con incredulidad.

Zoe le frotó el hombro y se disculpó. Kate se toma-ba los deportes muy en serio y, ya que Zoe se tomaba la moda muy en serio, se imaginaba cómo se sentía su amiga. No tan mal, naturalmente, como se había senti-do Zoe cuando el vestido que había diseñado y con-feccionado para el desfile de moda de su colegio ha-bía aparecido misteriosamente destrozado al caerle una buena cantidad de pintura amarilla encima. Más bien como se había sentido al darse cuenta de que se había confundido con las mangas del top que llevaba puesto: casi se había echado a llorar cuando tuvo que descoserlas y empezar de nuevo.

Todo había acabado bien, sin embargo, mejor de lo que esperaba. El top era supersencillo… de mirar. Se trataba, básicamente, de una camiseta poco ajus-tada. La tela, no obstante, era un fabuloso ikat: verde y azul para el cuerpo y magenta y oro para las man-gas.

—No te preocupes, marcarán más tantos —le dijo a Kate.

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—Espero que sí —contestó Kate mientras miraba el marcador: visitantes, 21; Eagles de la UOE, 6.

Priti se inclinó sobre Zoe y palmeó la rodilla de Kate diciendo:

—¡A ver, chicas, ánimo! ¡Con eso se ganan los partidos! ¡Oye! ¿Queréis pegatinas para las mejillas?

Esto último lo dijo señalando las que ella llevaba, diminutas águilas de color oro, y dedicándoles su gran sonrisa a lo Holbrooke.

—¡Eh, atención, atención! ¡Viene otra ola! —ad-virtió.

Al llegar al descanso, llevaban veinte olas y el mar-cador no había registrado cambios. A Zoe le estaba en-trando hambre: parecía que habían pasado más de dos horas desde que almorzara en casa con su padre.

—¿Picamos algo? —preguntó a sus amigas, que se levantaron de un salto.

—¡Me has leído el pensamiento, tengo un ham-bre que me muero! —dijo Kate, y se encaminó hacia el pasillo.

Zoe se detuvo enfrente de su padre, que se había sentado detrás de ellas con amigos del trabajo. Todos llevaban gorras de la UOE, de color púrpura con le-tras doradas en la parte delantera; pero solo su padre llevaba La Corbata, esa que se ponía siempre que que-ría convocar la buena suerte. Era púrpura brillante con águilas doradas que guiñaban el ojo y, franca-mente, resultaba ofensiva para la vista.

Zoe quería a su padre más que a nada en el mun-do… pero era un reto estilístico, por decirlo suave-mente. Pensaba que si su madre siguiera viva, su padre

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no se pondría lo que se ponía. Apenas recordaba a su madre, que había fallecido cuando ella era pequeña, pero todo el mundo hablaba siempre de lo estilosa que era y de lo chic que iba vestida.

En realidad, Zoe se hacía montones de preguntas sobre cómo hubiera sido tener a su madre.

—¡Hola, papá! ¿Te parece bien que vaya a com-prar palomitas? —le preguntó.

—Claro —contestó él—. Trae para mí.Zoe hizo el gesto universal de «dinero, por favor»

con los dedos y le dio las gracias a su padre cuando este le tendió un billete.

—¡Sí, gracias! —se sumaron Priti y Kate.Bajaron juntas el desgastado tramo de escaleras

hasta el bar más próximo. Olía a palomitas saladas y a perritos calientes grasientos, y había una larga cola de gente esperando para comprar. Zoe leyó el menú por si había alguna cosa más que les apeteciera…

—¡Oooh, mirad! —dijo—. ¡Tienen ositos de goma!

Kate hizo una mueca y lo mismo Priti, y Zoe re-cordó por qué: sus dos amigas llevaban correctores dentales, razón por la cual no podían comer ositos de goma, ni un millón de cosas más. Kate había sido la primera en ponérselos y Zoe aún recordaba la envidia que había sentido.

—¿Por qué no puedo llevar yo correctores? —le había preguntado a su padre una y otra vez.

—Porque no los necesitas —contestaba este con orgullo—. Tienes una dentadura regular, como tu madre.

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Zoe, personalmente, hubiera preferido el cabello rubio rojizo de su madre en lugar del pelo castaño y ondulado que había heredado de su padre, pero ya sabía que los correctores dentales no eran ni la mitad de divertidos de lo que suponía a los diez años.

—Me basta con las palomitas, gracias —comentó Priti—. Todavía llevo algunas de la semana pasada en-tre los dientes.

—Es una lata —convino Kate—. Qué feliz voy a ser el lunes: ¡me muero de ganas!

—¿El lunes? —preguntó Priti mirando de reojo a Zoe—. ¿Por qué? ¿Qué pasa el lunes?

A Kate, estupefacta, se le abrió la boca de par en par:—Pues que me quitan los brackets: ¿cómo has

podido olvidarlo?—Ah, claro, cierto; qué boba —respondió Priti

asintiendo con la cabeza. Empezó a sonreírle a Zoe, pero esta tuvo que apartar los ojos: sabía que si su mirada se encontraba con la de Priti, la sorpresa que preparaban para Kate por su «hasta nunca correcto-res» podía saltar por los aires…

—Qué pena que Libby no haya venido, ¿verdad? —dijo Zoe, tanto por cambiar de tema como porque sentía de verdad que su recién adquirida amiga no las acompañara.

Libby era nueva en Mapleton Prep; acababa de trasladarse a la ciudad, y había supuesto una de las sorpresas más agradables que la enseñanza media te-nía reservadas para Zoe en el presente curso. Otra consistía en algo que la propia Zoe solicitó el curso anterior: por primera vez en sesenta y cinco años, ¡el

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colegio se libraba de los uniformes! Ahora, en lugar de faldas plisadas y corbatas, los alumnos podían lle-var de todo (prácticamente), y Zoe era quien más se esforzaba por renovar el código de vestuario.

Ella deseaba que su ropa dijera algo distintivo sobre sí misma. Además, creía que la ropa era una fuente de diversión, tanto al llevarla como al dise-ñarla. En verano había empezado a dibujar bocetos de todo tipo de vestidos y conjuntos, aunque lo consideraba una simple afición que guardaba para sí. Pero un día enseñó sus modelos a Priti y a Kate, sus mejores amigas, y a ellas les gustaron tanto que la incitaron a subirlos a un blog, a su propio blog de moda. Y ahora el blog Zoe Cose tenía cientos de se-guidores… algo que fue, sin duda, la sorpresa más sorprendente del otoño. El número de visitas del blog aumentaba sin cesar.

Entre tanto, la cola del puesto de bebidas apenas avanzaba.

—¿Por qué no ha venido? —preguntó Priti.—Por lo de su tía, ¿no te acuerdas? Los visita este

fin de semana —contestó Zoe—. Ya le dije que, por lo que respectaba a mi padre, tendría la tira de oportu-nidades de acompañarnos a un partido —añadió riéndose.

—¿Y Marcus? ¿No era aficionado a los deportes? —preguntó Kate.

—Tiene ensayo con su grupo —respondió Zoe. Su hermano, de dieciséis años, tocaba la batería

en un grupo de amigos. Eran bastante buenos, pese a que solo se sabían unas cuantas canciones completas.

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—No sé a vosotras, pero a mí me gusta que este-mos las tres solas —dijo Kate.

—¡Abrazo de trío! —chilló Priti mientras tiraba de Kate y de Zoe para acercarlas a ella. Las tres se abrazaron riéndose mientras la cola avanzaba a paso de tortuga.

Cuando por fin llegaron al mostrador, Zoe pidió dos raciones de palomitas y una bebida.

—¡Ah, y un algodón de azúcar!—¡Que sean dos! —dijo Kate—. Oye, me parece

que tengo que ir al baño… ¿Venís alguna?Las otras hicieron sendos gestos de negación con

la cabeza.—Ve tú —dijo Priti—, te esperamos aquí.Zoe se guardó el cambio en el bolsillo y miró ale-

jarse a Kate.—¡Le va a encantar nuestra sorpresa! —dijo vol-

viéndose hacia Priti—. ¡Estoy deseando que llegue el lunes! Ay, espera, si es el martes…

El martes, para celebrar el estreno de su dentadu-ra enderezada, le darían un regalo consistente en una bolsa de almuerzo repleta de todos los caprichos que llevaba dos años sin poder darse.

—¡Yo ya he comprado un montón de dulces! —dijo Priti—. ¿Has hecho tú la bolsa?

—Todavía no —contestó Zoe—. Me falta la tela. La compraré mañana cuando vayamos a Una puntada a tiempo. Me acompañarás a la firma de libros de Cecily Chen como quedamos, ¿no?

—¡Por supuesto! —exclamó Priti—. ¡Me encanta su ropa!

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Pese a su juventud, la diseñadora Cecily Chen ya había adquirido un renombre considerable. Había ejercido de jurado en Fashion Showdown y vestido a Kate Middleton en varias ocasiones. Aunque su estilo era muy personal, estaba en continua evolución. Esa tem-porada, Cecily se basaba en los colores cálidos y la su-perposición de capas; aunque sus prendas resultaban sencillas y naturales, la confección parecía realmente compleja. Sin embargo, lo que más le gustaba a Zoe era que hubiese nacido muy cerca de su ciudad.

Según Jan, propietaria de la tienda de tejidos Una puntada a tiempo, Cecily le compró todo hasta que alcan-zó el éxito y se fue a Nueva York. Desde que se enteró, Zoe se emocionaba al cruzar las pesadas puertas de cris-tal del comercio. «¡Estoy siguiendo los pasos de una di-señadora famosa!», pensaba.

—¿Entonces Kate no viene? —preguntó Priti.—No, tiene un partido de fútbol. ¡Oye, podría

enseñarte el boceto de la bolsa!—¡Sí, claro! —Priti sujetó la bandeja de refrescos

que hasta ese momento sostenía Zoe—. ¡Pero date prisa!

Rápidamente, Zoe sacó el cuaderno de su bolso y lo abrió para enseñarle el dibujo.

—Es como una bolsa de almuerzo, pero más grande y con la solapa redonda, para que cerrada pa-rezca una sonrisa, ¿lo ves?

—¡Guau! ¡Va a quedar preciosa! Prométeme que me harás una a mí cuando me quiten los brackets —rogó Priti.

—¡Por supuesto!

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—Ya he vuelto —anunció Kate. Zoe y Priti pasa-ron la mirada del cuaderno abierto a su sonriente amiga—. Había mucha cola. ¿Qué miráis?

—¿Eh? Oh… nada… —balbuceó Zoe, volviendo la página con rapidez—. Es que me ha venido la ins-piración de repente y tenía que dibujar… —añadió sonriendo—. ¡Ya me conoces!

—¿Aquí? —Kate paseó la mirada por el gentío ataviado con vaqueros y sudaderas—. ¿Qué piensas hacer? ¿Un vestido futbolero?

Zoe se rio, pero después se apoyó un dedo en el mentón y se quedó pensativa.

—En realidad… —dijo—, ¡es una idea estupenda!

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¿Conoces a Zoe?

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es superdivertida

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Pen

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Ilustraciones de

Nancy Zhang

Chloe

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