la inexactitud de los libros

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La inexactitud de los libros: ¡Mierda! Pensó cuando el frío del escupitajo le cayo por detrás de la nunca, como un tiro fulminante y silencioso. Seis pisos arriba Marcelo y sus amigos reían “como hienas inmundas”, pensaría después, mientras usaban las lapiceras vacías como cerbatanas para desprotegidos paseantes. Hacia mucho que le venía esquivando al tema de María, que si la encaraba, que si no. Se había puesto su mejor vestuario. Sí, era como salir del potrero y pelearle un partido a los ingleses, una meta casi imposible, pero no por eso menos atractiva. Ella estaba sentada repasando las fechas claves de la segunda guerra mundial, dibujaba una línea de tiempo invisible con sus dedos de pianista eximia. Apenas lo vio le regaló su mejor sonrisa, con pocitos en la mejilla y todo. - Llegaste temprano, ¿no? - …. - Y … ¿estudiaste algo? - ….. - Bueno Me voy a clase. Chau. El silencio nuevamente era el único lenguaje que salía de su boca. Ese silencio quería decir muchas cosas: “qué bueno que te encontré, sos lo más lindo que he visto hoy y ayer y antes de ayer, menos mal que estás, me alegraste el día, corrí quince cuadras para llegar a verte antes de que entraras a clase, las baldosas que estoy mirando firme mente están dibujando un país secreto para que voy y yo lo habitemos eternamente, alrededor de tu pelo ensortijado se han revuelto todas las ideas que traía hasta aquí y ahora mi cabeza es una radio que se sintoniza sola en un tema de Queen, etc. etc.” Ella se levanto de su asiento de reina y con suma delicadeza se perdió entre la muchedumbre de los otros, los sin rostro, los que no contaban, los verdugos de siempre, guionados por un maquiavélico rey de algún infame imperio colonizador de almas. No, se ve que el lenguaje del silencio aún no era descifrable para ningún ente humano ni traspasable hacia ningún corazón… En sala de maestros la profesora de Ética dijo que todos los chicos son muy revoltosos, que lo más importante para ellos es hacer amigos y no los estudios y que en general se portan bastante mal. Lo escucho como al pasar: pensó que era filosofía barata y con su imagen fantasmal de delgadez extrema siguió danzando a través de las paredes del colegio, con el rostro cabizbajo, absorbiendo datos de aquí y de allá sin una utilidad precisa. En horas de Lengua leyeron por enésima vez “El Principito” y la profe dijo que no es posible vivir en el espacio exterior y que por eso se trataba de un relato fantástico. A Franco todo eso le pareció una gran inexactitud, igual que esos relatos infantiles y absurdos adornados con familias felices e historias de navidad al calor de un hogar.

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Page 1: La inexactitud de los libros

La inexactitud de los libros:

¡Mierda! Pensó cuando el frío del escupitajo le cayo por detrás de la nunca, como un tiro

fulminante y silencioso. Seis pisos arriba Marcelo y sus amigos reían “como hienas inmundas”,

pensaría después, mientras usaban las lapiceras vacías como cerbatanas para desprotegidos

paseantes.

Hacia mucho que le venía esquivando al tema de María, que si la encaraba, que si no. Se había

puesto su mejor vestuario. Sí, era como salir del potrero y pelearle un partido a los ingleses,

una meta casi imposible, pero no por eso menos atractiva.

Ella estaba sentada repasando las fechas claves de la segunda guerra mundial, dibujaba una

línea de tiempo invisible con sus dedos de pianista eximia. Apenas lo vio le regaló su mejor

sonrisa, con pocitos en la mejilla y todo.

- Llegaste temprano, ¿no?

- ….

- Y … ¿estudiaste algo?

- …..

- Bueno… Me voy…a clase. Chau.

El silencio nuevamente era el único lenguaje que salía de su boca. Ese silencio quería decir

muchas cosas: “qué bueno que te encontré, sos lo más lindo que he visto hoy y ayer y antes de

ayer, menos mal que estás, me alegraste el día, corrí quince cuadras para llegar a verte antes

de que entraras a clase, las baldosas que estoy mirando firmemente están dibujando un país

secreto para que voy y yo lo habitemos eternamente, alrededor de tu pelo ensortijado se han

revuelto todas las ideas que traía hasta aquí y ahora mi cabeza es una radio que se sintoniza

sola en un tema de Queen, etc. etc.”

Ella se levanto de su asiento de reina y con suma delicadeza se perdió entre la muchedumbre

de “los otros”, los sin rostro, los que no contaban, los verdugos de siempre, guionados por un

maquiavélico rey de algún infame imperio colonizador de almas.

No, se ve que el lenguaje del silencio aún no era descifrable para ningún ente humano ni

traspasable hacia ningún corazón…

En sala de maestros la profesora de Ética dijo que todos los chicos son muy revoltosos, que lo

más importante para ellos es hacer amigos y no los estudios y que en general se portan

bastante mal. Lo escucho como al pasar: pensó que era filosofía barata y con su imagen

fantasmal de delgadez extrema siguió danzando a través de las paredes del colegio, con el

rostro cabizbajo, absorbiendo datos de aquí y de allá sin una utilidad precisa.

En horas de Lengua leyeron por enésima vez “El Principito” y la profe dijo que no es posible

vivir en el espacio exterior y que por eso se trataba de un relato fantástico.

A Franco todo eso le pareció una gran inexactitud, igual que esos relatos infantiles y absurdos

adornados con familias felices e historias de navidad al calor de un hogar.

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Se siguió ignorando su presencia durante toda la clase, a tal punto que hasta él mismo dudaba

de ser real o algún experimento fallido de algún mago que desembarcó en la unánime noche

de los presentes.

Entre los gritos y los portazos de sus padres, debajo de la cama, Franco había encontrado un

recurso mágico para ser feliz, breve pero contundentemente: sin varitas mágicas, sin

dimensiones desconocidas, sin superhéroes, sin espejitos de colores. Realidad y ficción

conformaban una amalga indisoluble que no gustaba de la liviandad de los conceptos y que

desmoronaba toda ciencia pragmática.

Los gritos afuera, el silencio interior. Solamente el silencio enhebrando con delicadeza la

reconstrucción de la memoria y abriendo el terreno poderoso a la imaginación: ella, su sonrisa,

el recreo y él. Shhh…Shhh…

___________________________________________________________________________.

9 am, sol despuntando el alba, otoño en colores de esperanza y pájaros que retornan a su

nido, rumor de río y trinos sobre los fresnos de los canteros.

- (Él, con voz grave) Che, y así que tenés prueba de Historia…

- (Ella, linda como siempre) Sí, la profesora es aburrida y tiene esa voz de pito que perfora los

oídos.

- (Él, como si su edad interior coincidiera con la de afuera) ¿Sí, no? Es como una gallina

asustada que no sabe dónde depositar sus huevos. A ver?, a ver? A ver?, Quién sabe quien

sabe como se llamaba el archiduque de Austria?...

Ella tocándose la panza de la risa, salían mariposas de su vientre.

Yo sé muchísimo de Historia, leo libros, podés venir a casa. Mi mamá nos prepara un café con

leche. Te puedo mostrar mi biblioteca. Mi casa es muy grande, tengo una buhardilla se Creta

que siempre te he querido mostrar.

- Me gustaría ir, Franco.

Fin de la obra, danza de aves, destellos en los ojos de ambos.

_____________________________________________________________________________.

El despertador ponía un límite entre su felicidad y la amargura innominable de todos los días.

Cada mañana la madre lo levantaba de un tirón lo peinaba con gomina y lo depositaba como

un paquete con fecha de vencimiento en el modesto colegio del barrio. Pero aún ella no

llegaba y él se imaginaba un insecto diminuto tras las frazadas, escapándole a un nuevo día de

humillación en el colegio aunque con la tristeza de no verla.

En los primeros abecedarios del colegio lo hacían repetir: Mi mamá me ama, amo la masa que

ella amasa, mi mamá me mima.

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No, mi mamá no me mima ni amasa, pero me pega un mazazo con el amasador mientras un

mimo se cuela por la ventana y hace el personaje de Carlitos Chaplin….

No, los días de la infancia no eran así.