la ideologÍa racista en la obra de hannah

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LA IDEOLOGÍA RACISTA EN LA OBRA DE HANNAH ARENDT. Cuelgo aquí un ensayo monográfico que hice sobre Arendt. Sin notas al pie. “Fue entonces [en la conferencia de Wannsee, donde se dio la orden de aplicar la Solución Final en toda Europa y matar a once millones de judíos] cuando tuve la sensación de ser una especie de Poncio Pilato, pues no me sentía culpable de nada.” Adolf Eichmann. Primeramente situaremos globalmente el lugar que el concepto de racismo ocupa en el conjunto de la obra de Arendt (I), para luego pasar a analizar la evolución que hay desde el pensamiento racial del siglo XVIII (II) al racismo existente en el imperialismo del siglo XIX (III), que tiene similitudes y puede ser el germen de los fenómenos totalitarios del siglo XX (IV). Esta reflexión debe alertarnos del peligro de las ideologías una vez entrados en el siglo XXI (V). I. Marco en el que se encuadra el elemento racista en la obra de Arendt. Nuestro objetivo en este ensayo es abarcar los conceptos de pensamiento racial y de totalitarismo, como conceptos fundamentales en la obra de Hannah Arendt, y sacar algunas consecuencias, y para ello en primer lugar llamaremos la atención en el diferente manejo que del concepto de racismo hace esta filósofa en los diferentes momentos de su obra teórica, para advertir del diferente análisis que hace del pensamiento racista cuando este lo aplica a la esfera social en vez de a la esfera pública. Así, si el racismo y la discriminación en general es criticado con dureza en cuanto componente de la esfera pública en el imperialismo y totalitarismo, en cambio defiende la irreductible libertad de cada ser humano para mantener su diferencia en el ámbito de lo social. I.1. En primer término, respecto al pensamiento racial en el totalitarismo, tengamos en cuenta que los análisis que Arendt hace sobre el imperialismo y el antisemitismo los incluye en su libro sobre el totalitarismo (Los orígenes del totalitarismo), y esto no es casual, sino que responde a la idea de que si bien el imperialismo y el antisemitismo (con la idea de racismo que incuban dentro) no se identifican ciertamente con el totalitarismo, sí que se fundamentan en prácticas discriminatorias perfectamente asimiladas, e incluso legitimadas y legalizadas , lo que le sirve para concluir en la equiparación entre nazismo y estalinismo. Dicho de otro modo, lo que en un primer momento Arendt estudiaba como imperalismo racial acabó siendo denominado, basándose en un entendimiento distinto, totalitarismo .

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LA IDEOLOGÍA RACISTA EN LA OBRA DE HANNAH ARENDT.

Cuelgo aquí un ensayo monográfico que hice sobre Arendt. Sin notas al pie.

“Fue entonces [en la conferencia de Wannsee, donde se dio la orden de aplicar la Solución Final en toda Europa y matar a once millones

de judíos] cuando tuve la sensación de ser una especie de Poncio Pilato, pues no me sentía culpable de nada.”

Adolf Eichmann.

Primeramente situaremos globalmente el lugar que el concepto de racismo ocupa en el conjunto de la obra de Arendt (I), para luego

pasar a analizar la evolución que hay desde el pensamiento racial del siglo XVIII (II) al racismo existente en el imperialismo del siglo XIX

(III), que tiene similitudes y puede ser el germen de los fenómenos totalitarios del siglo XX (IV). Esta reflexión debe alertarnos del

peligro de las ideologías una vez entrados en el siglo XXI (V).

I. Marco en el que se encuadra el elemento racista en la obra de Arendt.

Nuestro objetivo en este ensayo es abarcar los conceptos de pensamiento racial y de totalitarismo, como conceptos fundamentales en

la obra de Hannah Arendt, y sacar algunas consecuencias, y para ello en primer lugar llamaremos la atención en el diferente manejo

que del concepto de racismo hace esta filósofa en los diferentes momentos de su obra teórica, para advertir del diferente análisis que

hace del pensamiento racista cuando este lo aplica a la esfera social en vez de a la esfera pública.

Así, si el racismo y la discriminación en general es criticado con dureza en cuanto componente de la esfera pública en el imperialismo y

totalitarismo, en cambio defiende la irreductible libertad de cada ser humano para mantener su diferencia en el ámbito de lo social.

I.1. En primer término, respecto al pensamiento racial en el totalitarismo, tengamos en cuenta que los análisis que Arendt hace sobre el

imperialismo y el antisemitismo los incluye en su libro sobre el totalitarismo (Los orígenes del totalitarismo), y esto no es casual, sino

que responde a la idea de que si bien el imperialismo y el antisemitismo (con la idea de racismo que incuban dentro) no se identifican

ciertamente con el totalitarismo, sí que se fundamentan en prácticas discriminatorias perfectamente asimiladas, e incluso legitimadas y

legalizadas , lo que le sirve para concluir en la equiparación entre nazismo y estalinismo.

Dicho de otro modo, lo que en un primer momento Arendt estudiaba como imperalismo racial acabó siendo denominado, basándose

en un entendimiento distinto, totalitarismo .

Una de las muchas críticas que se han hecho al libro Los orígenes del totalitarismo de Arendt es que no hay unidad entre las tres partes

del libro (antisemitismo, imperialismo y totalitarismo), pero es que, tal como señala Fina Birulés, en este libro la aproximación es

deliberadamente fragmentaria: no se trata de establecer una suerte de continuidad inevitable entre el pasado y el futuro que nos

obligue a ver lo ocurrido como si tuviera que ocurrir, sino de poner el énfasis en la irreductible novedad de los hechos del totalitarismo,

en su carácter de acontecimiento sin precedentes.

En realidad, en la idea de historia de Arendt vemos una aproximación semejante a la que hace Walter Benjamin en sus tesis sobre la

historia (en donde el presente tiene una relación dialéctica con el pasado, sin entrar a valorar ahora el aspecto mesiánico de la tesis

benjaminiana) o incluso en la idea de Kant de cristalización.

Dicho en las propias palabras de Arendt: “Los elementos, por sí mismos, probablemente nunca son causa de nada. Se convierten en

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orígenes de acontecimientos si, y cuando, cristalizan en formas fijas y definidas. Entonces y sólo entonces, podemos seguir

retrospectivamente su historia, hasta sus orígenes. El acontecimiento ilumina su propio pasado, pero nunca puede ser deducido del

mismo” .

Dicho en palabras de Young-Bruehl: Los tres elementos –antisemitismo, imperialismo y racismo- eran, cada uno de ellos, la expresión

de un problema o de un complejo de problemas para los cuales las respuestas nazis, cuando “cristalizaron”, ofrecieron una terrible

“solución” .

I.2. En segundo término, advirtamos que la atención que Arendt presta al elemento racista, además de en la perspectiva del

totalitarismo, podemos verla en otros momentos de su obra no necesariamente analizados bajo el fenómeno del totalitarismo. En estos

momentos, el discurso de la filósofa aparece menos articulado, según algunos autores, más original, según otros.

En concreto en sus Reflexiones sobre Little Rock (es una reflexión sobre la entrada en vigor de la ley sobre los derechos civiles que

permite que los niños negros estudien en centros reservados hasta entonces a blancos), cuando aborda la discriminación que sufren los

negros en Estados Unidos, esta discriminación no es analizada en los mismos términos que la discriminación de los judíos. Hay una

diferencia de tratamiento, pues no aborda el problema más que como una realidad coyuntural.

Más genéricamente, podríamos afirmar con Françoise Collin que cuando analiza la cuestión judía lo hace como una cuestión política

que requiere una solución política, que prefigura incluso la cuestión política en el futuro, y en cambio cuando analiza la cuestión obrera,

la cuestión negra, e incluso, en menor medida, la cuestión de las mujeres, parece que estas requieran soluciones sociales de tipo

asimilativas.

En este sentido, por ejemplo, en cuanto a la discriminación de los negros, marca objetivos de asimilación a la cultura estadounidense, y

considera aberrante toda reivindicación o reapropiación artística o lingüística de los negros , lo que según Collin demuestra una gran

ignorancia al respecto. Los razonamientos que en la cuestión judía le hacen criticar la alternativa entre el paria (el pueblo paria es el

obligado a forjar su propia identidad transformando la extensión del mundo común mediante la creación de una comunidad) y “el que

ha llegado” son aquí abandonados: ser asimilado es la única oportunidad de los negros. No sabemos si este diferente discurso para los

judíos y para los negros lo es en nombre de un principio de la superioridad cultural occidental o en nombre de un realismo que nos

enseñaría que en tanto que los negros de América han roto hace tiempo sus lazos culturales con su tradición no tienen más porvenir

ante ellos que la cultura blanca.

Incluso dice expresamente: “La cuestión no es abolir la discriminación, sino saber cómo mantenerla confinada en la esfera social, donde

ella es legítima, y cómo prevenir su intrusión en las esferas política y personal, donde es destructiva”.

En realidad, el pensamiento arendtiano aquí expuesto se basa en su diferenciación entre lo que es la esfera pública y la esfera social.

Por ejemplificar su pensamiento, Arendt considera justificado que haya hoteles reservados a judíos y a no-judios, a negros y blancos,

porque la discriminación en la esfera social, donde nosotros escogemos con quien queremos vivir, está justificada, mientras que esa

segregación está injustificada en la esfera pública.

Así también, critica que el movimiento que aboga por la mezcla racial en las escuelas sea prioritario, pues considera que es más urgente

luchar por el derecho de voto y el derecho a ser elegible, o más urgente luchar por la abolición de la ley que prohíbe en los Estados del

sur los matrimonios mixtos, pues es un acto privado que trasciende la transgresión de la esfera social para pasar a producir efectos

políticos.

En este mismo sentido, Eribon considera justificadas las críticas que se le hacen a Arendt en tanto que dice a los negros cuales han de

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ser sus prioridades; pero descontextualizando la reyerta, fija su atención en que lo que quería proponer Arendt era una distinción muy

clara entre la discriminación en el plano jurídico, que ella juzgaba inadmisible, y la discriminación en el plano social, que consideraba

inevitable.

Creemos atisbar en este planteamiento arendiatiano la defensa a ultranza de la esfera social, donde subraya la unicidad y desemejanza

de cada persona . Llega a decir, como nos recuerda Adler : jamás en mi vida he “amado” a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al

pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo “únicamente” a mis amigos y la

sola clase de amor que conozco y en la que creo es el amor por las personas.

Pero estamos de acuerdo con Collin cuando critica que se puede pensar por ejemplo que los matrimonios mixtos serán difíciles si no

hay espacios sociales compartidos, si los blancos y los negros, los judíos y los no-judios, no se encuentran.

Este mismo interés por las diferencias y la preocupación por darles un lugar en la esfera de igualdad plural está presente también en las

alusiones episódicas que Arendt hace a las diferencias entre los sexos, donde parece que propone una vía intermedia entre la posición

de paria (la marginalización y la exclusión) y la de asimilado al modelo dominante, pero sin aliarse con la causa feminista, pues en el

pensamiento de Arendt la liberación sólo es un presupuesto de la libertad, y quizá incluso no hay liberación que no esté ya habitada por

la libertad.

En todo caso, tal como señala la propia Arendt, la simpatía que siente por los negros debemos darla por supuesta . Si bien critica

abiertamente la nueva izquierda que apoya el Black Power , si bien critica a la opinión pública negra y al gobierno federal, lo hace

porque ponen por delante la lucha por la discriminación en el terreno social en lugar de la defensa de los derechos humanos y los

derechos políticos fundamentales, porque libran batallas políticas en los patios de recreo de las escuelas en vez de de dejar que sean los

estados federados quienes manejen cada día los problemas de la enseñanza controlando la situación sobre el terreno .

Como vemos, el pensamiento siempre polémico de esta filósofa no es fácilmente reducible a esquemas preestablecidos.

Tal como señala Young-Bruehl, que más bien comparte la visión de Arendt, esta siempre se mantuvo “conservadora” en lo referente a

las Universidades y a sus responsabilidades hacia las comunidades minoritarias . Incluso opinaba que lo que sucedió a finales de los

sesenta en cuanto a la cuestión negra (la nueva tendencia del Back Power y de la anti-integración) era consecuencia de lo que denunció

en sus Reflexiones sobre Little Rock, de la integración que le precedió, pues todo fue bien mientras la integración fue simbólica y no se

amenazaron los estándares requeridos para la admisión, pero cuando se integraron negros no cualificados la situación dejó de ser

pacífica y pretendieron ajustar los niveles académicos a su propio nivel.

I.3. En el concepto arendtiano de esfera pública que acabamos de utilizar, podemos incluso atisbar la contraposición entre lo natural y

lo artificial, tal como señala Rafael de Águila . Arendt subraya la importancia de lo artificial y esto ejemplifica su defensa de las

libertades propiamente políticas y su incidencia en el autodesarrollo y la autonomía individuales. Los seres humanos nos caracterizamos

por la tendencia a abandonar el mundo de lo natural y lo necesario e ineludible, para internarnos en la elaboración de un mundo

humano definido por el mundo, la acción y la libertad. Lo artificial caracteriza la esfera público-política y sus posibilidades de generar

libertades individuales y políticas.

II. El pensamiento racial ante el racismo (siglo XVIII).

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Una vez visto el marco teórico del pensamiento arendtiano, podemos ya empezar afirmando que el racismo sólo ha sido doctrina

estatal en Alemania, pero no era un arma nueva ni secreta. Como señala Arendt, “la verdad histórica de la cuestión es que el

pensamiento racial, con sus raíces afirmadas en el siglo XVIII, emergió simultáneamente en todos los países occidentales durante el

siglo XIX” , aunque sólo al final del siglo XIX se le otorgó importancia como si hubiera sido una de las principales contribuciones del

pensamiento occidental.

Sólo dos ideologías han sido completas y han vencido como sistemas basados en una sola opinión que resultaba convincente para una

mayoría de personas y para conducirla a través de diferentes situaciones de una vida moderna media. A saber: la ideología que

interpreta a la Historia como una lucha económica de clases y la que interpreta a la Historia como una lucha natural de razas.

Estas ideologías en realidad son aclamadas no por hechos científicos ni leyes históricas, sino porque “cada ideología completa ha sido

creada, continuada y mejorada como arma teórica” .

Es importante resaltar la idea de que “el hecho de que el racismo es la principal arma ideológica de las políticas imperialistas es tan

obvio que parece como si muchos estudiosos prefirieran evitar el frecuentado sendero de la verdad indiscutible. En vez de ello, todavía

tiene crédito una antigua y errónea concepción del racismo como un género de exagerado nacionalismo”.

Y es que el racismo niega la existencia nacional y política como tal, y niega el principio de la igualdad y solidaridad de todos los pueblos

garantizado por la idea de Humanidad.

El comienzo de este pensamiento racial podemos atisbarlo en los aristócratas tales como Boulainvilliers. La teoría de este conde francés

se apoya no obstante más en el derecho de conquista que en el concepto de raza. Es una teoría antinacional que no otorga capacidad

como arma política a los nobles franceses, que tras la Revolución deben buscar refugio en Alemania e Inglaterra.

El conde de Montlosier sí que expresó abiertamente su desprecio por “este nuevo pueblo surgido de los esclavos… (una mezcla) de

todas las razas y de todos los tiempos”, como señala Arendt.

En contraste con el género francés de pensamiento racial, como arma para la guerra civil y dividir a la nación, el género alemán inventó

el pensamiento racial para unir al pueblo contra la dominación extranjera. Sólo es tras 1870 cuando se unifica la nación y se desarrollan

conjuntamente el racismo y el imperialismo alemán. En Alemania el pensamiento racial se desarrolla al margen de la nobleza, trocando

unidad de raza como sustitutivo de la emancipación nacional.

La doctrina orgánica de la Historia según la cual “cada raza es un todo completo y separado”, fue inventada por hombres que

necesitaban definiciones ideológicas de la unidad nacional para reemplazar a una nacionalidad política.

Sin embargo, esta definición orgánica naturalista no es todavía un verdadero racismo, porque todavía sostiene la igualdad de todos los

pueblos, le pluralidad igualitaria que puede realizarse en la Humanidad.

Según Arendt, tras la realización de la unidad alemana, la doctrina orgánica de la Historia habría perdido su significado si los modernos

proyectistas imperialistas no hubieran deseado revivirla para atraer al pueblo bajo la respetable capa del nacionalismo.

Tampoco el romanticismo político (la “personalidad innata” se obtenía por el nacimiento y no era adquirida por méritos) cree Arendt

que haya sido suficiente para inventar el pensamiento racial, por su relativismo inherente.

Una vez soldadas estas tendencias, surge la verdadera base para el racismo como una clara ideología. Y curiosamente es un francés, el

conde de Gobineau, quien crea esta nueva clave de la Historia: la raza como la única razón que explica el surgimiento y decaimiento de

una civilización; llegando a prever la definitiva desaparición del hombre de la faz de la Tierra. Ingenuamente acepta las doctrinas

dieciochescas acerca del origen del pueblo francés: los burgueses son los descendientes de los esclavos galorromanos, los nobles son

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germánicos. Incluso dice provenir de la raza de los Dioses, idea que hacen suya pensadores de más talla intelectual, tales como Robert

Dreyfus en Francia o Thomas Mann en Alemania.

Así, tal como nos dice Arendt, este personaje, que ni era político ni poeta, sino sólo una curiosa mezcla de noble frustrado y de

intelectual romántico, “inventó el racismo casi por accidente” .

Gobineau buscaba una “raza de príncipes”, los arios, en peligro de ser avasallados por las clases inferiores no arias a través de la

democracia. Pero este linaje no es puro, sino que las superioridades físicas pueden evolucionar en cada individuo.

Así, conjuga la idea de la decadencia de la raza humana con la de la formación de una nueva aristocracia.

Gobineau inventa el concepto de raza para oponerlo al de patriotismo francés, y primero se echa en brazos del pueblo inglés y luego del

alemán, pues como buen ideólogo encuentra razones para cambiar de deidad y realidad.

Analizando a Burke, Disraeli y James Stephen, descubre Arendt las semejanzas entre el pensamiento racial alemán y el inglés. Se basan

en el concepto de herencia, con un toque de sentimiento racial, ampliando los privilegios a todo el pueblo inglés. Los derechos de los

hombres sólo son reivindicables como derechos de los ingleses.

Pero hasta el siglo XIX no se puede hablar con propiedad del concepto aceptado de raza. Pues incluso los pueblos poseedores de

esclavos en el siglo XVIII no eran conscientes del concepto de raza, siquiera por los restos de confianza en la naturaleza y razón

humanas (que se veían sin embargo enfrentadas con la realidad de tribus que parecían sólo haber desarrollado instituciones humanas a

un nivel muy bajo).

Usando la expresión de Tocqueville, Arendt escribe que el siglo XVIII “creía en la variedad de razas, pero en la unidad de la especie

humana”.

En el pensamiento racial inglés influyeron por un lado las teorías poligenistas, que niegan relación alguna entre las razas humanas (no

hay una ley natural que una a todos los hombres y a todos los pueblos), y por otro el darwinismo, como supervivencia de los más aptos

y como genealogía del hombre a partir de la vida animal, con la idea de eugenesia asociada.

En definitiva, el pensamiento racial inglés y el alemán se nutren de sentimientos nacionales, a diferencia del pensamiento racial francés.

Dilke llega a inventar el “Saxondom”, el área geográfica de los sajones, para recuperar incluso al pueblo de Estados Unidos.

Fue Disraeli el primer político inglés que subrayó su creencia en la superioridad de las razas como factor determinante de la Historia y

de la política, para extender a Asia el poder imperial británico.

Concluye Arendt diciendo que el pensamiento racial no es por sí mismo suficiente para explicar la brutalidad y bestialidad activa

posterior, que entre ambos momentos de la Historia hay un abismo. Añade que el imperialismo hubiera inventado el racismo aunque

no hubiera habido un primer amanecer de pensamiento racial. No obstante, ya que existía el pensamiento racial, “demostró ser una

poderosa ayuda para el racismo” .

III. El racismo existente en el imperialismo del siglo XIX.

Hay tal similitud con los fenómenos totalitarios del siglo XX, que se podría ver en el siglo XIX el germen de las catástrofes que iban a

continuar .

La raza, como principio del cuerpo político sustitutivo de la nación, y la burocracia, como principio de dominación exterior sustitutivo

del Gobierno, fueron los medios para dominar a los pueblos extranjeros en el imperialismo .

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Es el descubrimiento de las minas de oro y de los campos diamantíferos hacia los años setenta y ochenta del siglo XIX los que actúa

como agente catalítico de las fuerzas imperialistas, produciendo una ruptura respecto a los antiguos usos del comercio colonial.

Como acertadamente señala Arendt, “lo que, al fin y al cabo, tardó décadas en lograrse en Europa, por obra del efecto de freno de los

valores sociales y éticos, exploto con la rapidez de un cortocircuito en el mundo fantasmal de la aventura colonial” .

El mundo de los salvajes nativos era un escenario perfecto para hombres que habían escapado a la realidad de la civilización.

El modelo sobre el que se produjo “la rebatiña por África”, como la llama Arendt, es el de los boers. La respuesta de los “hombres

supérfluos”, como llama Arendt a los colonizadores, estuvo determinada por este grupo de europeos que en completo aislamiento

habían tenido que vivir en un mundo de negros salvajes.

La palabra raza adquiere un nuevo significado con el imperialismo colonial, pues lo que les hace diferentes de otros seres humanos no

es el color de su piel, sino el hecho de que “se comportaban como una parte de la Naturaleza” . Cuando les mataban, los europeos no

eran conscientes de haber cometido un crimen. Además, esa matanza era conforme a las tradiciones de las mismas tribus.

El concepto de raza con los boers adquirió un significado económico, pues los negros eran los únicos que trabajaban; los boers se

alienaron completamente del orgullo del hombre occidental por vivir en un mundo creado y fabricado por sí mismo. Incluso los blancos

pobres de África del Sur despreciaban el trabajo y se acomodaron al estilo de vida de las tribus negras.

Así, el racismo como medio de dominación fue utilizado en esta sociedad de blancos y negros antes de que el imperialismo estallara.

Para justificarse, los blancos reconsideraron su propia humanidad y decidieron que ellos eran más que humanos y obviamente

escogidos por Dios (igual que los judíos creían ser el pueblo elegido) .

En definitiva, con los boers vemos que el racismo se encuentra ligado, como origen o como resultado, al desprecio por el trabajo, el

odio a las limitaciones territoriales, la desarraigo general y a una activa fe en la propia elegibilidad divina.

La fiebre del oro se convirtió en una empresa declaradamente imperialista cuando Cecil Rhodes desahució a los judíos y tomó en su

mano la política inversionista de Inglaterra.

El concepto de raza adquirió tal fuerza entre los boers que en caso de conflicto entre consideraciones económicas y raciales, ganaban

éstas .

Toda la experiencia racial de Sudáfrica supuso el aprendizaje de dos cuestiones para los pueblos europeos. Por un lado, cambió la

actitud hacia los pueblos de Asia, y el principio de raza sustituyó, como arma mucho más consciente, al concepto de pueblo extraño o

extranjero que existía antes. Por otro, aprendieron que las sociedades pueden funcionar con principios diferentes a los económicos.

Como señala Arendt: “las posesiones coloniales africanas se convirtieron en el más fértil suelo para el florecimiento de lo que más tarde

sería la élite nazi […]. Allí se curaron de la ilusión de que el proceso histórico es necesariamente progresivo” .

En definitiva, tras haber analizado con extensión el concepto de raza, descubierto en África del Sur, baste con decir que el concepto de

burocracia fue descubierto en Argelia, Egipto y la India.

A modo de resumen, podemos esquematizar las dos modalidades de imperialismo que existen para Arendt .

1. Por un lado, el imperialismo colonialista de los países europeos, que a partir del Estado nación se extiende a otros continentes y en

particular a África. Por otro, el imperialismo continental, intraeuropeo, que da lugar al nacionalismo tribal.

El imperialismo colonialista está ligado a la emergencia de la burguesía y a la primacía de la economía. El expansionismo de los Estados

se basa en la rentabilidad del capital.

Pero si la estructura económica puede expandirse mundialmente, en cambio las estructuras políticas siempre tienen la necesidad de

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límites.

La Francia colonial intenta, al modo romano, combinar ius y imperium. Una administración colonial específica va a solaparse a las

instituciones locales en los territorios colonizados.

Pero en la empresa colonizadora, la primacía de lo económico, y de su correlato social, constituyen un elemento destructor de la

política, a la que van devorando poco a poco. Hay una absorción progresiva de la política por la economía.

Este imperialismo colonialista, que no fue puesto en entredicho por ningún partido en los Estados colonizadores, necesita de la

invención de subterfugios político-jurídicos para definir esas relaciones, que normalmente acaban en opresión al colonizado.

En el imperialismo colonizador ya vemos uno de los rasgos que luego aparecerán en el totalitarismo, el de que se tiende a abolir la

diversidad y pluralidad de diferencias que son propias de la humanidad. Hay un poder reduccionista, en el que el otro no es interlocutor

más que a condición de que se someta no sólo a su poder sino también a su modelo. El racismo es el reverso de este poder

reduccionista: el dominio económico-político produce una dominación racial explícita o implícita que los justifica y que llega hasta el

exterminio de las poblaciones así reducidas.

2. El segundo tipo de racismo es el tribal. Es un racismo que procede de la noción de pueblo, voluntariamente elevado a la categoría de

pueblo elegido, pero un pueblo (o nación) no limitado por un Estado. Es el paneslavismo y el pangermanismo, que reivindican, más allá

de fronteras, la unidad de todos los que pertenecen a la misma etnia o a la misma raza. Es un racismo étnico, internacionalista, que

caracteriza a Rusia y al hitlerismo. El hitlerismo supone la superioridad de la raza aria y de todos los pueblos de origen germánico, más

allá de las propias fronteras del Estado alemán.

En tanto que los judíos eran el perfecto ejemplo de racismo tribal, sin Estado, los nuevos nacionalismos étnicos, experimentarían una

hostilidad mayor hacia el pueblo judío, que además les disputaba la elección divina. Así, el nazi, preocupado de restaurar la raza aria

más allá de Alemania, odiaría al judío como su doble de éxito.

Como señala Arendt, “el nazismo y el bolchevismo deben más al pangermanismo y al paneslavismo (respectivamente) que a cualquier

otra ideología o movimiento político” .

A pesar de su discurso contrario al nacionalismo, Arendt distingue entre un sentimiento nacional legítimo y el nacionalismo. Es normal

que los Estados cuyas fronteras son arbitrarias, según el criterio impuesto por las potencias occidentales a la caída del Imperio austro-

húngaro y del Imperio otomano, tengan ahora problemas de minorías, sin que los derechos internacionales sobre las minorías sean la

solución definitiva.

Hay crecientes minorías sin Estado, lo que le lleva a Arendt a predecir el fin del Estado-nación como forma de organización del mundo

en común, y a defender otras formas de corte federalista.

IV. El racismo en el totalitarismo del siglo XX.

Siguiendo a Young-Bruehl , podemos repasar los elementos que Arendt identificó como los esenciales para un gobierno totalitario.

El primer requisito es una ideología. En el nazismo hay una ideología de la naturaleza (el racismo) y en el estalinismo una ideología de la

historia, como ya hemos visto antes. Esta ideología justifica el régimen, la historia, la superioridad de unos individuos sobre otros, que

son los enemigos internos que deben ser eliminados.

El segundo requisito es el terror total, institucionalizado en los campos de concentración nazis y en los campos de trabajo soviéticos.

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Los campos de concentración son el hecho que distingue fundamentalmente la forma totalitaria de gobierno de cualquier otra. Los

campos imperialistas de detención preventiva, por ejemplo, eran instituciones de una clase fundamentalmente distintas. Según señala

Young-Bruehl, precisamente Arendt se dio cuenta de las similitudes entre el régimen nazi y el estalinista comparando la utilización que

ambos hicieron de los campos de concentración y de trabajo .

Estos campos de concentración son los laboratorios donde se ponen a prueba los cambios en la naturaleza humana: el mal se vuelve

radical , pues cuando lo imposible fue hecho, se convirtió en mal absoluto (absoluto porque ya no puede ser deducido de motivos

humanamente comprensibles).

La división entre izquierdas y derechas pierde aquí sentido, y la pregunta es la de si una determinada política nos conducirá al gobierno

totalitario o no .

El tercer requisito es la destrucción de los vínculos naturales humanos, la destrucción de los espacios para la vida íntima y familiar,

además de la destrucción del espacio público (de la política) que supone todo régimen totalitario.

El cuarto requisito es la organización de un régimen burocrático. Desaparece la responsabilidad individual, los Estados se transforman

en “gobiernos de nadie”.

A partir de la visión del totalitarismo de Arendt que acabamos de exponer, vemos que el racismo es la ideología que está inscrita no

sólo en la partida de nacimiento del imperialismo sino también en la del nazismo. El régimen estalinista es totalitario, sí, pero su

ideología no es la del racismo sino la de la historia.

Este conglomerado de elementos que convergen en el totalitarismo señalan el punto de ruptura de la civilización occidental.

El gran secreto desvelado por Arendt es el de que los judíos (por medio de los consejos judíos) ayudaron a los nazis durante la guerra a

organizar su propio aniquilamiento. La gran denuncia es la pasividad de las víctimas. La aportación es que los regímenes totalitarios

buscan asegurarse la complicidad de las víctimas.

Arendt escribe: “Eichmann y sus hombres indicaban a los consejos judíos cuántos judíos necesitaban para llenar cada tren, y ellos

hacían las listas de deportados. Los judíos se inscribían, rellenaban innumerables formularios, respondían páginas y páginas de

cuestionarios referentes a sus bienes, […] luego los agrupaban en puntos de reunión y montaban en los trenes. Los pocos que

intentaban esconderse o huir eran detectados por un policía especial judío. Por lo que Eichmann pudo evaluar, nadie protestaba, nadie

se negaba a cooperar…”

V. El peligro de las ideologías.

El racismo para Arendt, como hemos visto, ha sido la poderosa ideología de las políticas imperialistas.

En este sentido, Cisneros señala que sobre esta línea de reflexión otros autores consideran que durante el siglo XIX el racismo

representa un conjunto de doctrinas que en el momento en que se incorporan al espacio público se convierten en una verdadera

ideología.

El concepto de racismo para este autor representa, por un lado, un comportamiento constituido por el odio y el desprecio con respecto

a personas que poseen características físicas bien definidas y distintas de las nuestras, y por el otro, una ideología concerniente a una

graduatoria de las razas humanas. Tanto el comportamiento como la ideología no siempre aparecen al mismo tiempo. Incluso es

posible distinguir entre racismo y racialismo: con el primero se hace referencia al comportamiento y con el segundo a las ideologías.

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De manera análoga, como pone de manifiesto Young-Bruehl , para Arendt los elementos totalitarios no conducen necesariamente al

totalitarismo. Dicho de otro modo, podemos ver comportamientos racistas (tales que en el macartismo, donde Arendt vió “elementos

totalitarios que brotan de la matriz de la sociedad, de la propia sociedad de masas, sin necesidad de ningún movimiento ni de una

ideología definida”) que no lleven aparejada necesariamente una ideología.

No obstante, la tesis de Arendt es la del rechazo de las ideologías, de los entusiasmos moralistas. Aquellos que no tienen independencia

de pensamiento imponen a sus experiencias reales un lenguaje prefabricado, una ideología. En cambio para Arendt el pensamiento es

siempre libre, móvil .

Cuando Eichmann revela su falta de conciencia de culpabilidad lo es bajo la premisa de que el mandato del Fürher es el centro absoluto

del orden jurídico. Esta falta de conciencia es posible gracias a que la ideología nazi suprime su sentido de la responsabilidad. Como dice

Adler, “el lenguaje administrativo del nazismo le sirve como habitáculo de supervivencia. En cierto modo, el nazismo le ha salvado.

Entre la realidad y él, Eichmann ha edificado una muralla de palabras técnicas que le han permitido cegarse” . Esto no le exculpa, según

Arendt, ni a él ni a los demás Eichmann que hay por toda Alemania, pues el desvanecimiento de la conciencia ha sido general. Con ese

desvanecimiento generalizado de la conciencia, el mismo concepto de humanidad ha sido alcanzado.

En este sentido, sacando consecuencias del pensamiento arendtiano para nuestros días, Young-Bruehl nos previene del peligro de que

los elementos totalitarios puedan ser advertidos en la actualidad.

Así, en cuanto al primer requisito de los gobiernos totalitarios, el de la ideología, nos previene que las dos ideologías morales más

influyentes a día de hoy, la de la democracia soberana y la de la pureza moral islamista, comparten ese rechazo al otro, al que se le

puede imponer nuestra ideología empleando la violencia si es necesario.

Respecto al segundo requisito, el del terror total, debemos tomar cautelas en cuanto a que las armas nucleares de destrucción masiva

llevan aparejada una violencia sin fronteras, sin distingos entre áreas civiles y áreas de combate.

El tercer requisito, el de la destrucción de los vínculos familiares, se nos presenta encubierto en las ideologías fundamentalistas

religiosas actuales, aludiendo en concreto a Estados Unidos.

El cuarto, el del gobierno burocrático, se atisba en el proceso de glogalización, que denomina el nuevo rostro del imperialismo. Así, ya

no es necesario un gobierno nacional que acoja la ideología, el terror y la destrucción de los vínculos naturales humanos, sino que el

terrorismo del “Frente islámico mundial” puede sustituir las formas de esa burocracia en manos de nadie.

La crítica de Arendt al capitalismo no fue escuchada en los años sesenta, pero hoy en día los críticos de la globalización y los ecologistas

se hacen eco de ella. Se acercan a las tesis de asociación voluntaria de Arendt, en las que ahora no es cuestión de profundizar, y a su

entusiasmo por la democracia participativa o de base. Tal como señala Young-Bruehl, la libre empresa y el capitalismo, para Arendt, a

no ser que exista una abundancia natural y una relativa ausencia de estructura de clases, sólo conlleva pobreza para las masas (“el

crecimiento económico puede un día dejar de ser algo bueno para convertirse en una maldición”, dice Arendt).

Como si fuera una profecía, la actual crisis económica global, tras unos años de crecimiento económico en donde las diferencias entre

ricos y pobres en el mundo no han hecho sino acentuarse, trae a la actualidad del pensamiento de Arendt, y nos enseña el peligro de la

ideologías.

El peligro del pensamiento ideológico, como señala Fina Birulés, es que se emancipa de la realidad que percibimos con los cinco

sentidos e insiste en una “realidad más verdadera”, oculta tras las cosas perceptibles.

Pero el sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi o el comunista convencidos, sino el individuo para el que ya no existen la

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realidad de la experiencia y la distinción entre hecho y ficción, entre lo verdadero y lo falso.

Lo específico de la propaganda totalitaria es su efectiva literalidad , la transformación inmediata del contenido ideológico en realidad

vive a través de instrumentos de la organización totalitaria. Esta perspectiva de interpretación ideológica se enmarcaría dentro de la

perspectiva clásica, donde el texto, la representación, es sencillamente un reflejo automático de lo que sucede en la realidad. En el

totalitarismo lo novedoso no es el contenido ideológico, sino el mismo acontecimiento de la dominación. Por ejemplo, convertir al

racismo o al antisemitismo en un único principio que gobierna todas las actividades.

En palabras de Birulés: “Arendt muestra que con la literalidad efectiva, con la transformación inmediata del contenido ideológico en

realidad, los nazis, lejos de ser simples gángsteres metidos en política, inventan una perversidad que va más allá del vicio que, a su vez,

establece una inocencia absoluta, más allá de la virtud; de modo que la inocencia y la perversidad se encuentran fuera de la esfera de la

realidad política” .

Por otro lado, y a modo de hipótesis para contrastar el pensamiento arendtiano con la actualidad, el actual recrudecimiento del

conflicto entre israelíes y palestinos en Gaza nos hace preguntarnos sobre cual sería la opinión de Arendt al respecto.

Actualmente, como escribe Benny Morris , el apoyo de la opinión pública occidental a Israel es cada vez menor, pues se mira con recelo

al tratamiento que éste da a sus vecinos palestinos. La memoria del Holocausto está cada vez más difuminada y resulta poco útil.

El ritmo de crecimiento demográfico actual de los árabes israelíes, frente al de los judíos israelíes, hace presagiar que dentro de cinco o

diez años los palestinos (los árabes israelíes, junto los que viven en Cisjordania y la Franja de Gaza) formarán la población mayoritaria

de Palestina. La creciente insatisfacción de los árabes israelíes con el Estado y su identificación con el enemigo, ofrecen un panorama

distinto del existente hasta ahora. Señala expresamente Morris: “Y éstos son desafíos que los líderes y la población de Israel, vinculados

a las normas de conducta democráticas y liberales de Occidente, encuentran especialmente difíciles de llevar”.

Confiemos en que estas nuevas realidades, no presagien un régimen totalitario en Israel.

El siglo XXI, que para algunos ha empezado esta semana, cuando un negro por primera vez en la historia, Barack Husein Obama, se

convierte en el 44º presidente de Estados Unidos, se presenta convulso y proclive a reacciones violentas; mala tempora currunt, que

dirían los latinos.

Quizá la respuesta, aplicando la exégesis de Collin (y elaborando a partir de ella una propuesta personal mía), que podría darnos Arendt

de parte de los ciudadanos israelíes, fuera la de apelar a la desobediencia civil, colectiva y pública, y por tanto política, como forma de

compromiso político de la sociedad, como legalidad válida para toda la humanidad, apelando a la no violencia por parte de los israelíes

y apelando al pensamiento, para no caer en ninguna ideología que pueda hacer que hagamos actos monstruosos sin ser conscientes de

ello.

Del otro lado, del pueblo palestino, quizá su respuesta fuera la rabia, el furor, como excepción a su condena a la violencia. La rabia es la

reacción ciertamente violenta pero puntual e incluso emocional de los que se revelan ante una injusticia clamorosa que no les deja otra

salida. La emoción que da lugar al gesto violento es una forma de regreso a la verdad. Esta violencia, estas revueltas (como las de los

ghettos y las universidades en la época de Arendt) tienen sentido en la medida que se circunscriben a su coyuntura y se ponen objetivos

a corto plazo que tienden a la reforma más que a la revolución. Así, Arendt legitima sólo la violencia como acto de protesta a corto

plazo, no como instrumento permanente y exclusivo de una lucha colectiva. La violencia política de la rabia es la del desesperado, va

hacia la pura pérdida.

Esta mi tesis creo que no está cercana a verse cumplida ni del lado israelí ni del palestino, dicho sea con pena. Los israelíes parecen

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abocados a cometer crímenes contra la humanidad y los palestinos parecen hacer de la violencia algo más que un gesto puntual de

rabia.

BIBLIOGRAFÍA

• ADLER, L, Hannah Arendt, Destino, Barcelona, 2006.

• AGUILA, R., “La inclasificable teoría política de Hannah Arendt: poder, acción y juicio”, Teorías políticas contemporáneas, Tirant Lo

Blanch, Valencia, 2001.

• ARENDT, H, Los Orígenes del Totalitarismo, Taurus, Madrid, 2004.

• BASTERRA, F., 72 Horas para iniciar el siglo, El País, 17 de enero de 2009.

• BIRULÉS, F. “El totalitarismo. Una realidad que desafía la comprensión”, El siglo de Hannah Arendt, Ediciones Paidós Ibérica,

Barcelona, 2006.

• CISNEROS, I, “Intolerancia cultural: racismo, nacionalismo, xenofobia”, Perfiles latinoamericanos 18, junio 2001.

• COLLIN, F., L’homme est-il devenu superflu?, Editions Odile Jacob, Paris, 1999.

• ERIBON, D., “Hannah Arendt y los grupos difamados”, CODHEM, Julio-Agosto, 2002.

• MORRIS, B., Por qué Israel se siente amenazado, El País, 17 de enero de 2009.

• YOUNG-BRUEHL, E, Hannah Arendt, Paidós, Barcelona, 2006.

Una cosa más respecto al concepto de la banalidad del mal (dicho de otro modo: la no radicalidad del mal).

Si bien la idea de la naturaleza radical del mal es defendida en Los Orígenes del Totalitarismo por Hannah Arendt, no obstante, con

posterioridad, tras el proceso a Eichmann, la filósofa reconoce que se equivocó al hablar de mal radical, que aunque los actos eran

monstruosos, el responsable era completamente ordinario, no por estupidez sino por falta de pensamiento.

Transcribe Adler: En el momento actual, mi opinión es que el mal nunca es “radical”, que es solamente extremo, y que no posee

profundidad ni dimensión demoníaca. Puede invadirlo todo y asolar el mundo entero precisamente porque se propaga como una seta.

“Desafía al pensamiento”, como ya he dicho, porque el pensamiento intenta alcanzar la profundidad, tocar las raíces, y en el momento

en que se ocupa del mal, se ve frustrada porque no encuentra nada. Ahí radica su “banalidad”. Sólo el bien tiene profundidad y puede

ser radical.