la guerra de sucesión y sus consecuencias

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La Guerra de Sucesión y sus consecuencias LA GUERRA DE SUCESIÓN Y SUS CONSECUENCIAS:LA PAZ DE UTRECHT RESUMEN Con la muerte de Carlos II en 1700, se iniciaba la Guerra de Sucesión Española, al no haber un sucesor al trono claro. Había tres candidatos, José Fernando de Baviera, pero murió en 1699; otro candidato era el archiduque Carlos de Austria, que tenia fuertes partidarios en la corte española; y el otro candidato era Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, rey de Francia. Las potencias europeas propusieron dividir el territorio en dos partes, para que así gobernasen los dos, pero a Carlos II esto no le gusto y decidió entregar el trono a Felipe de Anjou antes de morir, para que la dinastía no se extinguiese. Empezó así la dinastía borbónica, lo cual utilizo Luis XIV para intentar unificar España y Francia. Al ver esto el resto de países europeos, se formo la Gran Alianza de la Haya, que agrupaba a Holanda, Gran Bretaña, Austria, Portugal, Saboya, Prusia y Hannover, que no reconocieron a Felipe de Anjou como rey de España. Comenzó la Guerra de Sucesión Española, en la que la Gran Alianza de la Haya derroto claramente a las tropas borbónicas, para las cuales las guerra significo un gran desastre. Así tuvieron que firmar la Paz de Utrecht, acuerdo de once tratados en los que se regulaba la sucesión española y la austriaca, porque el Archiduque Carlos había accedido al trono austriaco. Así las potencias europeas reconocieron a Felipe V como rey de España, y este renunciaba al trono francés. España también perdió los territorios de los Países Bajos, Milán, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Menorca, Gibraltar y Flandes. En España también se formo una guerra civil, ya que los aragoneses tenían miedo a que Felipe centralizase España como había hecho su abuelo, por lo que apoyaban al candidato austriaco. Tras unas primeras derrotas de Felipe, al final en Villajoyosa y más aun con la Paz de Utrecht, accedió el trono español. ESQUEMA Muerte de Carlos II. Conflicto por la sucesión al trono o Felipe de Anjou-Borbón. Nieto de Luis XIV. Unificar o unir dinásticamente Francia y España

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La Guerra de Sucesión y Sus Consecuencias

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Page 1: La Guerra de Sucesión y Sus Consecuencias

La Guerra de Sucesión y sus consecuencias

LA GUERRA DE SUCESIÓN Y SUS CONSECUENCIAS:LA PAZ DE UTRECHTRESUMEN

Con la muerte de Carlos II en 1700, se iniciaba la Guerra de Sucesión Española, al no haber un sucesor al trono claro. Había tres candidatos, José Fernando de Baviera, pero murió en 1699; otro candidato era el archiduque Carlos de Austria, que tenia fuertes partidarios en la corte española; y el otro candidato era Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, rey de Francia. Las potencias europeas propusieron dividir el territorio en dos partes, para que así gobernasen los dos, pero a Carlos II esto no le gusto y decidió entregar el trono a Felipe de Anjou antes de morir, para que la dinastía no se extinguiese. Empezó así la dinastía borbónica, lo cual utilizo Luis XIV para intentar unificar España y Francia. Al ver esto el resto de países europeos, se formo la Gran Alianza de la Haya, que agrupaba a Holanda, Gran Bretaña, Austria, Portugal, Saboya, Prusia y Hannover, que no reconocieron a Felipe de Anjou como rey de España. Comenzó la Guerra de Sucesión Española, en la que la Gran Alianza de la Haya derroto claramente a las tropas borbónicas, para las cuales las guerra significo un gran desastre. Así tuvieron que firmar la Paz de Utrecht, acuerdo de once tratados en los que se regulaba la sucesión española y la austriaca, porque el Archiduque Carlos había accedido al trono austriaco. Así las potencias europeas reconocieron a Felipe V como rey de España, y este renunciaba al trono francés. España también perdió los territorios de los Países Bajos, Milán, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Menorca, Gibraltar y Flandes. En España también se formo una guerra civil, ya que los aragoneses tenían miedo a que Felipe centralizase España como había hecho su abuelo, por lo que apoyaban al candidato austriaco. Tras unas primeras derrotas de Felipe, al final en Villajoyosa y más aun con la Paz de Utrecht, accedió el trono español.

ESQUEMA

Muerte de Carlos II. Conflicto por la sucesión al tronoo Felipe de Anjou-Borbón. Nieto de Luis XIV. Unificar o unir dinásticamente Francia y Españao Apoyo a felipe del Cardenal Portocarreño

Carlos de Austriao Apoyo de las potencias europeas: Holanda, Inglaterra y Suecia.o Inicio guerraso Guerra europea → Potencias europeas contra Francia-España.o Derrotas francesas entre 1706 y 1710. Problemas internos en Franciao 1713 Paz de Utrecht. Felipe de Anjou renuncia a la corona Francesa y cede posesiones españolaso Guerra civil → Corona de Aragón pretende mantener sus fueros, leyes e instituciones → Derrota de

Aragón → Victoria Felipe Decretos Nueva Planta. Centralización y unificación

DESARROLLO DEL TEMA

La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto internacional y nacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II que duró desde 1702 hasta 1713 y que se saldó con la instauración de la Casa de Borbón en España. Unos años antes de morir, y al no tener descendencia se convirtió en un problema para España y para las Cortes Europeas.

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Carlos II era hijo de Felipe IV y de su segunda esposa Ana María de Austria, fue un niño enfermizo que sobrevivió a duras penas en su infancia. Cojío el trono español en 1665, y cuatro años mas tarde se caso con Maria Luisa de Orleáns, sobrina de Luis XIV, rey de Francia, pero murió. Entonces se caso con Maria Ana de Neoburgo, descendiente de la casa de Austria, lo cual provocaba un acercamiento a Austria, y una pequeña ruptura con Francia.

Al ver que Carlos II no iba a tener descendencia, empezaron los candidatos. El principal era José Fernando de Baviera, al ser bisnieto de Felipe IV, y también era el candidato perfecto para Inglaterra y Holanda, ya que los otros dos que se planteaban, eran Felipe de Anjou y era nieto de Luis XIV, y si este llegaba al reino, podía unir Francia y España, formando una grandísima potencia; y el otro candidato era el Archiduque Carlos de Austria, pero tampoco gustaba, porque podía unir los reinos españoles y austriacos, y también podía formar una gran potencia, pero al morir en 1699 José Fernando de Baviera, se tenia que elegir entre uno de estos dos.

Felipe de Anjou contaban con el apoyo del importante cardenal Portocarrero, el cual era Presidente del Consejo de Estado, y de la Corona de Castilla; y el Archiduque Carlos de Austria por la reina Maria Ana de Neoburgo, y de la Corona de Aragón, que tenia miedo que Felipe de Anjou hiciese, al igual que su abuelo, un modelo de administración centralista, y así perdiesen sus fueros tradicionales.

Al principio Holanda e Inglaterra intentaron dividir el reino en tres partes, para que los tres aspirantes a la corona se repartiesen los territorios, lo que dio lugar al Primer Tratado de Partición, pero al morir José Fernando pues decidieron que el trono español tenia que ser para el Archiduque Carlos dejando a Felipe de Anjou los territorios italianos pertenecientes a España, donde se firmo el Segundo Tratado de Partición. El Archiduque Carlos no estaba de acuerdo, lo cual aprovecho Carlos II en unas situación de salud ya muy quebrantada, y bajo instancias del cardenal Portocarrero, nombró sucesor al trono a Felipe de Anjou, para que España se conservase como una unidad, y no se repartiesen el trono. A todo esto Felipe de Anjou tenía que renunciar a la sucesión del trono francés.

Cuando Felipe de Anjou fue proclamado rey de España, y paso a llamarse Felipe V, el rey francés y abuelo de este, proclamo que su nieto seguía teniendo los derechos de sucesión a la corona francesa, rompiendo los Tratados de Partición, por lo que se forma la Gran Alianza de la Haya, formada al principio por Inglaterra, Holanda, Dinamarca y Austria, y que se le unió luego Portugal, Saboya y Hannover.

Comenzó así la Guerra de sucesión española, que se unió a la guerra civil existente en España, entre la Corona de Aragón, que apoyaba al candidato austriaco, y la Corona de Castilla que quería a Felipe de Anjou como rey de España, y que fue un gran victoria de la Corona de Castilla frente a la de Aragón, pero con respecto a lo internacional, las fuerzas borbónicas fueron derrotadas por las de la Gran Alianza, con lo que Luis XIV, se vio obligado a iniciar tratados de paz.

Se firma la Paz de Utrecht en 1713, y puso fin a la Guerra de sucesión. Inglaterra y Holanda retiran el apoyo al Archiduque Carlos de Austria, porque al morir el rey de Austria, José I, el Archiduque sube al trono austriaco, por lo que si es rey también de España formaría una gran potencia, mas peligrosa que la unión España-Francia. La Paz de Utrecht son una serie de tratados multilaterales firmados por los países participantes en la Guerra de sucesión. Las consecuencias que esto llevo fueron las siguientes:

- Los territorios europeos (Milán, Cerdeña, Nápoles y Flandes) de la monarquía española pasan a Austria, mientras que Inglaterra se que con Gibraltar y Menorca.

- Felipe V obtiene el reconocimiento como rey de España y de las Indias por parte de todos los países firmantes, en tanto que renuncia a la sucesión de la Corna de Francia.

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- También permitía el comercio libre con America a barcos de conveniencia de las potencias vencedoras.

) Resuma la Guerra de Sucesión (1701- 1713) y sus consecuencias para España.

Guerra de Sucesión (1700-1714): Al morir sin descendencia el último rey de la Casa de Austria, Carlos II, se enfrentaron dos candidatos al trono español: el archiduque Carlos de Austria y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, de la Casa de Borbón, a quién Carlos II había nombrado heredero. La Guerra de Sucesión fue unconflicto europeo (entre el bando francoespañol y la alianza contra los Borbones, conocida como Liga de La Haya,  integrada por Inglaterra, Holanda, Portugal y Saboya) pero también una guerra civil (la Corona de Aragón apoyó al archiduque Carlos mientras la Corona de Castilla lo hizo a Felipe de Borbón). En 1704 el archiduque Carlos llegó a la península, proclamándose rey de España, siendo aceptado en 1705 por valencianos y catalanes y en 1706 por aragoneses. La guerra resultó larga e indecisa ya que dentro de la Península las tropas de Felipe V lograban victorias (Almansa, 1707, Brihuega y Villaviciosa, 1710), mientras en el exterior la victoria se inclinó al bando aliado dirigido por Gran Bretaña gracias a su supremacía naval y se hizo con Gibraltar y Menorca en nombre de Carlos.

En 1713 el archiduque Carlos fue coronado emperador de Alemania, tras morir su hermano. A Inglaterra y Holanda no les interesaba una posible unión de España y Alemania como en tiempos de Carlos I. La guerra finalizó con la firma de la Paz de Utrech (1713) ratificado en 1714 por el tratado de Rastatt (Alemania). Previa renuncia a sus derechos al trono francés, Felipe V fue reconocido rey de España. Gran Bretaña, la gran vencedora, obtuvo Gibraltar y Menorca, el derecho de asiento en América (monopolio de la trata de negros) y el navío de permiso. España, la gran perdedora, entregó a Austria los Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña; Saboya se quedó con Sicilia (que más tarde cambió por Cerdeña). España perdió de esta manera todos sus territorios europeos. A Portugal hubo de cederle la colonia de Sacramento (Uruguay)

Sin embargo, la guerra continuó en Cataluña. Barcelona fue sitiada hasta que las tropas de Felipe V entraron el 11 de septiembre de 1714, tras una heroica resistencia.

b) Señale brevemente los rasgos de la nueva organización política y territorial de España en el siglo XVIII.

La llegada de los Borbones a España supone un cambio de la estructura del Estado, copiándose el modelo francés. Se inicia el Despotismo Ilustrado. Se impuso una estructura política uniforme y centralista en el país, basada en el modelo de Castilla -sólo Navarra y el País Vasco mantuvieron sus fueros y aduanas- . Se puede hablar ya de España como proyecto de estado- nación.

Los Consejos perdieron competencias, sólo el Consejo de Castilla tuvo un papel destacado: tenía funciones consultivas, realizaba proyectos de ley, era tribunal supremo de justicia y sus miembros eran nombrados por el rey. Las Cortes perdieron poder; fueron suprimidas las de la Corona de Aragón y las Cortes de Castilla se convirtieron en generales del reino, aunque sólo serán convocadas para jurar al heredero. Para racionalizar laAdministración central, al frente de la cual estaba el Rey, crearon las Secretarías, que son los antecedentes de los actuales ministerios. Eran cinco: Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina e Indias y Hacienda. Los secretarios eran funcionarios que gozaban de la confianza real. En la Administración territorial, dividieron el país en demarcaciones provinciales, parecidas a las actuales, al mando de las cuales estaba el capitán general, con poderes militares y administrativas; implantaron las Audiencias, órganos judiciales, y loscorregidores para controlar las ciudades. Surgió la figura del intendente, de origen francés funcionario nombrado por el rey en las provincias, para recaudar impuestos y realizar reformas económicas. Completaron estas medidas políticas con la reforma del ejército(supresión de los tercios, creación de regimientos, de las quintas y de la Guardia Real) y de la marina (Patiñoy Ensenada, ministros de Felipe V y de Fernando VI, la potenciaron con la creación de astilleros). Por último, los Borbones intentaron también el control de la Iglesia con el regalismo, iniciado por los Reyes Católicos, que trató de reafirmar las prerrogativas reales de

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la monarquía frente a los intereses eclesiásticos ligados a la Santa Sede. La medida más extrema fue la expulsión de los jesuitas.

Espacios y territorio en la propaganda y en los discursos durante los conflictos bélicos: la Guerra de Sucesión en España y América*

David GONZÁLEZ CRUZ

Es evidente que los seres humanos se han caracterizado a lo largo de la historia por la

búsqueda de espacios para el desarrollo de sus actividades y sus modos de vida, si bien la

defensa del territorio frente a agentes externos o internos ha acostumbrado a activar en mayor

medida la elaboración de discursos con la finalidad de proteger las zonas ocupadas o, en su

caso, para justificar su ampliación a otros lugares próximos o distantes. En este marco, los

conflictos bélicos vinculados a pretensiones territoriales requerían el diseño de estrategias

publicitarias complementarias al uso de las armas que actuaran como sustento y mecanismo de

reforzamiento de los derechos que se pretendían afianzar o extender a otras tierras, así como de

instrumento de concienciación de la población civil y de las fuerzas armadas sobre la

conveniencia de la realización de empresas militares.

2En este sentido, las guerras en las que participó la Monarquía Hispánica en el siglo XVIII se

ajustaron a intereses expansionistas de las potencias europeas y coloniales y a las necesidades

de defensa de la integridad de los dominios peninsulares y americanos; de ahí que los mensajes

propagandísticos estuvieran condicionados por ambas circunstancias. No obstante, la utilización

de discursos sobre el territorio como recurso movilizador de los hispanos adoptó también otros

perfiles que intentaban seducir con alusiones a deseos segregacionistas, a la conveniencia de

alejar el campo de batalla de los espacios habitados, a la animadversión que generaba que los

países limítrofes fueran bases de operaciones militares o lugares de refugio de los enemigos e,

incluso, a los perjuicios que causaban los enclaves donde actuaban los comerciantes naturales

de otros estados, entre otras cuestiones.

3Precisamente, como ejemplo de estrategias de atracción manipuladoras de las pretensiones

de autonomía territorial se dispone de un impreso publicado durante la Guerra contra la

Convención, que reproducía el discurso expresado por las autoridades francesas en una Junta

General celebrada en San Sebastián ante los vecinos y cargos públicos asistentes, en el que se

trataba de impulsar la confianza en el ejército galo manifestando el supuesto compromiso de

éste con las aspiraciones independentistas de los guipuzcoanos; con esa intención el General

Jefe afirmaba que “las bayonetas de los republicanos franceses sabrán ayudar a los deseos de

los republicanos guipuzcoanos para la independencia, y defender su territorio de la invasión de

nuestros enemigos comunes, ésta es la obligación sagrada que hago en nombre del valeroso

exército que tengo la honra de mandar”1.

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4Por su parte, el componente de guerra civil que estuvo unido a la Crisis Sucesoria de

comienzos del siglo XVIII originaba la pérdida de vidas en la población civil y los denominados

“daños colaterales” de carácter material por tratarse de un conflicto que se desarrollaba en el

solar peninsular, entre otros escenarios; ciertamente, el sufrimiento que generó en los españoles

este enfrentamiento armado motivaba que el ofrecimiento de desplazar el campo de batalla a

tierras extranjeras fuera un sugerente modo de incentivar un incremento de adeptos a la causa

dinástica. Consciente de ello Carlos de Austria acusaba a los Borbones de haber introducido el

“fuego de la guerra” en el “corazón” de España con el fin de aniquilarla y debilitar sus fuerzas y,

al mismo tiempo, prometía trasladar las operaciones militares a la vecina Francia con el objetivo

de que padeciesen sus habitantes los daños y perjuicios que se encontraban soportando los

castellanos; a esta sugerente oferta activadora de sentimientos francófobos se añadía la

propuesta de recuperar aquellos territorios que fueron usurpados en el siglo XVII por la

Monarquía francesa y que continuaban siendo añorados por el imaginario colectivo. Así lo

expresaba, al menos, en un manifiesto firmado en Valencia el 22 de diciembre de 17062:

[…] las inviolables ruinas, que la guerra trae consigo; lo qual quisiera escusar mi piedad, como se podrá conseguir, si los españoles uniformes a tan glorioso intento, rompen la indigna cadena de su libertad, pues auyentados nuestros comunes enemigos los franceses de toda España, y passando a Italia las fuerzas navales de Inglaterra, y Olanda a dar calor a los buenos, y fieles vassallos que tiene oprimidos la tiranía francesa en los Reynos de Nápoles, y Sizilia, no solo se logrará desde luego la recuperación de todo el cuerpo de la Monarchía, sino es también el passar el Teatro de la Guerra a Francia, para que aquellas provincias padezcan los daños que su política intenta continúen en las de España, y que restituían a esta Monarchía todas las injustas usurpaciones que la tiene echas, desde el siglo passado a esta parte, como espero en Dios conseguir, y que a ello, me asistirán todos los españoles con el zelo, y prontitud que les conviene […].

5Por otro lado, el Reino de Portugal fue divulgado en la publicística borbónica de la Guerra de

Sucesión como un espacio generador de riesgos para la integridad de España con el argumento

de que actuó, junto a Cataluña, de plataforma de lanzamiento de las tropas aliadas hacia el

conjunto de la Península Ibérica3; a este respecto se advierte la edición de impresos que

afirmaban que la consolidación de la Corona de España durante la Crisis Sucesoria dependía de

asegurar el paso por las fronteras del vecino país. Así la mejora de las opciones operativas que

obtenían los ejércitos europeos austracistas a consecuencia del uso de las bases militares

lusitanas se trataba de revertir por parte de los partidarios de Felipe V con una estrategia de

descrédito del Archiduque que lo vinculaba a los portugueses, quienes eran identificados en la

propaganda con los tradicionales auxiliares de las potencias enemigas4.

6Dentro de un contexto de contienda civil en el que las diferencias entre los reinos de Castilla

y de la Corona de Aragón encontraban cauces de expresión, la propaganda describía y difundía

en ocasiones los estereotipos humanos adscribiéndolos territorialmente y contrastando las

cualidades atribuidas a los habitantes de unos lugares frente a los defectos asignados a otros.

De la explotación de este recurso fueron hábiles exponentes los partidarios de Felipe de Anjou,

quienes ensalzaban, por ejemplo, la «hidalga firmeza española» enfrentándola a lo que

calificaban como «flaqueza catalana», aludiendo además a una supuesta diferencia de raza entre

los nacidos en Castilla y los naturales de los reinos de Valencia y de Aragón5. En esta campaña

estigmatizadora de los pobladores de las zonas austracistas se empleaban calificativos de tintes

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injuriosos y ofensivos que intentaban construir una imagen de los catalanes de “insolentes” que

no tenían la intención de cumplir el juramento de fidelidad y obediencia al Rey6, de “peritos en

sublevaciones” que ocultaban el “veneno” de la rebeldía antes de 17057, de personas de “genio

libre y turbulento”8, o de “gente voluble y traidora, y tan amante de sí misma, que si les

importase mudarían luego partido, porque solo contemplaban el rostro de la fortuna”9.

7De igual modo, los valencianos serían descritos también como traidores y desleales a

Felipe V, acusados de haber sido imitadores de las conductas de los vecinos del norte; al mismo

tiempo los publicistas les criticaban por haber estado interesados en defender sus privilegios y

un cierto monopolio del comercio de la seda con los castellanos, lo que a juicio de ellos impedía

que los españoles tuvieran la posibilidad de disponer de precios de textiles más competitivos

como los que ofrecían los franceses que llegaron a la Península Ibérica junto con los Borbones10.

Con todo, la versión propagandística que identificaba de manera general a los valencianos con

los austracistas no respondía a la realidad completa si tenemos en cuenta que hubo localidades

que fueron fieles al príncipe galo –es el caso de Peñíscola y Jijona– y otras que demostraron su

tibieza en la adhesión a una u otra dinastía en función de la evolución de las circunstancias

políticas y militares11. Sea como fuere, una intervención armada de las tropas del Archiduque

entrando en Castilla a través de los territorios de la Corona de Aragón incrementaba las

posibilidades de fracaso atendiendo a que sus habitantes podían percibir este tipo de

operaciones militares como ataques externos amparados por los intereses de otras

nacionalidades; a este respecto, las repercusiones que generaban en la mentalidad castellana

las diferentes maneras de irrumpir los ejércitos en función de sus lugares de procedencia deja

constancia del protagonismo de los factores geográficos en el éxito del diseño de las diversas

formas del lenguaje bélico. En efecto, según un testimonio del Marqués de San Felipe, el

Almirante Juan Tomás Enríquez de Cabrera –exiliado en Portugal– afirmaba que el procedimiento

más adecuado para llevar las fuerzas aliadas al centro peninsular consistía, como se refiere a

continuación, en penetrar a través de Andalucía abandonando la opción de los reinos de la

Corona de Aragón:

A ambos se opuso el almirante de Castilla, queriendo probar que el golpe mortal para la España era atacar la Andalucía, porque nunca obedecería Castilla a rey que entrase por Aragón, porque ésta era la cabeza de la Monarquía, y rendidas las Castillas obedecerían forzosamente los demás reinos, y aun la Cataluña, y con más facilidad, ya que estaba inclinada a los austriacos; que sería pertinaz en el amor al rey Felipe de Castilla, si presumían los reinos de Aragón darle la ley, y que entrar por la Cataluña no era más que introducir la guerra civil, con la ruina del Imperio que se iba a conquistar[…]12

8Por otro lado, en los discursos elaborados durante la Guerra de Sucesión obtuvo un relevante

protagonismo la posible configuración de una nueva estructura de relaciones territoriales que

estaba en función de la casa real que alcanzase el trono de España; de ahí que la vinculación de

la Monarquía Hispánica con el linaje de los Habsburgos austriacos o, en su caso, con los

Borbones se convirtió en uno de los ejes publicitarios de la crisis dinástica. Ciertamente, las

ventajas que podrían generar la coordinación de dos grandes espacios de poder como los que

constituían Francia y los reinos hispanos motivaron que los partidarios de Felipe de Anjou se

dedicaran a fabricar una batería de justificaciones dirigidas a avalar la unidad de acción en las

empresas políticas de ambas coronas. Como era lógico, en los alegatos apologéticos no faltaron

los razonamientos teológicos propios de una sociedad confesional que consideraba que esta

alianza familiar entre estados vecinos respondía a la voluntad divina, mientras que las

pretensiones del Archiduque y del Imperio se enfrentaban a las adversas “fuerzas del

Todopoderoso”13. En el seno de esta concepción religiosa, los publicistas y determinados

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miembros de la jerarquía eclesiástica sustentaron la necesidad de establecer y preservar la

unión hispano-francesa como instrumento para combatir la heterodoxia; de esta manera,

Antonio Ibáñez de la Riva Herrera –Arzobispo de Zaragoza y Consejero de Felipe V– lo

argumentaba afirmando que así se dotaba de estabilidad y firmeza la conservación del

catolicismo y se contrarrestaba el poder de los príncipes y repúblicas europeas protestantes14.

En la misma línea se expresaban otros propagandistas anónimos que advertían que el avance de

la herejía había sido consecuencia de las confrontaciones que se habían producido

históricamente entre los galos y los peninsulares; por ello, recomendaban la continuidad de los

vínculos entre ambas naciones como mecanismo para acrecentar la fe. Precisamente sobre las

repercusiones espirituales que se le suponían a la conjunción del gobierno de los territorios de

las dos coronas borbónicas se pronunciaba este impreso felipense editado en Madrid el 31 de

enero de 171115:

Los aliados dizen, que es conveniencia de la Europa no reyne Phelipe Quinto en España; porque juntas las Potencias de las dos Coronas, darán la Ley a todas las demás soberanías. (Pero què mal le estarà à España ser tan poderosa? Esta es una de las partes que constituye su conveniencia). Esto dizen los Aliados, pero lo que sienten no es esso; sienten, que con la Aliança de España se han de enfriar las cenizas calientes, y encubiertas de los Hereges de Francia; y reducidas las dos Potencias a la mayor pureza de la Fe Cathólica, han de acabar con toda la Heregía. Esto es lo que sienten en su coraçón, aunque fingen en los escritos otros pretextos [....]. Y siendo esto cierto, cessan los zelos de su Aliança, y solo crecen los cuidados del exterminio de la Heregía. Pues esse pretendemos los españoles, como buenos cathólicos. Por esso queremos, que se ha de mantener en el Reyno contra las cavilosas assechanças de sus enemigos. Si viniere el Archiduque, fuera un pupilo de ingleses, y olandeses […].

9En este contexto, otros tratadistas intentaban reforzar la opinión favorable a la unión

dinástica con Francia advirtiendo que la enemistad con el vecino país en el pasado había

generado “ruinas” a España16. En efecto, la historia fue un recurso empleado por los partidarios

de Felipe de Anjou para emparentar a ambas naciones y avalar una nueva etapa de

sincronización de las políticas de sus respectivos territorios; no en vano, se aludía a la existencia

de una hermandad entre españoles y franceses remontándose a la ayuda prestada por los galos

en el proceso de reconquista de la Península Ibérica17 y a la participación de éstos en la

repoblación de las nuevas tierras ocupadas anteriormente por los musulmanes e, incluso,

mencionando las tradicionales relaciones exteriores que se forjaron entre Castilla y Francia con

anterioridad a los Reyes Católicos.

10Si bien las razones históricas y religiosas tenían su peso en la mentalidad hispana de

comienzos del siglo XVIII, no es menos cierto que las motivaciones materiales acostumbraban a

incidir en la opinión pública; como consecuencia de esta evidencia la campaña publicitaria

diseñada para apoyar la unidad con el linaje francés se esforzó en concienciar a la población

sobre los supuestos beneficios económicos que conllevaría esta vinculación con la Monarquía

gala. Entre ellos se afirmaba que florecería el comercio18 –especialmente el tráfico mercantil con

las Indias–, se imitaría la industria y la invención aplicada a la fabricación de manufacturas19 y

se contribuiría a financiar las necesidades de las tropas borbónicas por parte de Luis XIV20. Por

el contrario, como era de esperar, los defensores de la candidatura de Carlos de Austria se

afanaron en desacreditar la incorporación de España a la dinastía borbónica atendiendo a los

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perjuicios económicos que, según los austracistas, suponía esta alianza por haberse favorecido a

la nación francesa a costa del “tesoro español”; en concreto, algunos documentos elaborados

por los partidarios del Archiduque cuantificaban los recursos que los galos habían sacado de las

Indias por valor de “trescientos y ochenta millones de reales de a ocho”21. Desde luego, este

tipo de mensajes que trataban de dejar constancia de los intereses que tenía Francia en la

explotación territorial de América calaban en la población hispana como resultado de diversas

experiencias que habían demostrado su predisposición a aprovechar las posibilidades que ofrecía

el Nuevo Mundo, principalmente en materia comercial; de este modo, entre otros ejemplos que

podrían citarse, los súbditos de Luis XIV introducían manufacturas textiles y otras mercaderías

en el Reino de Nueva Vizcaya, transgrediendo la normativa legal vigente y abusando de la

“buena atención y correspondencia” que debía haber entre los vasallos de las dos coronas. Estos

comportamientos de los comerciantes y de las autoridades coloniales francesas, que usurparon

derechos que no les correspondían en tierras hispanoamericanas, se continuó observando

inmediatamente después de la finalización de la Guerra de Sucesión, tal como atestiguaba el

Virrey de Nueva España en un informe presentado a Felipe V y redactado en México el 6 de

agosto de 1714:

Desde el tiempo del Govierno del Conde de Gálvez se introdujo inmediato al Presidio de Santa María de Galve la Nación Francessa, haciendo otro en las mismas tierras de el dominio de V. Mgd. con el nombre de el Fuerte de la Movila, guarnecido de gente de la misma nación, manteniéndose en aquel parage porque lo ha permitido la tolerancia que como no han experimentado ninguna contradicción ni exterminio se han constituydo en la posesión de aquella Corona correspondiéndose con socorros recíprocamente de ella al Pressidio de Santa María de Galve en ocasiones de necessidad que se han ofrecido de una a otra plaza intentando ahora aquel Governador explorar la tierra de los dominios de V. Mgd. e introducir con embarcaciones mercaderías y géneros al Reyno de la Vizcaya, Provincia de Cuauguila, y Nuevo Reyno de León, cuya transgressión por opuesta a las órdenes de V. Mgd. (con la noticia que de lo referido tuve) se la hice presente para su observancia, previniéndole, que se abstrajese totalmente de semejante introducción […], pues por permitirse aquella colonia, ceñida como hasta aquí, a los límites solamente de su territorio, no han de ressultar de la tolerancia por la intención y fines particulares de los que la goviernan tan graves perniciossas consecuencias en perjuicio de los dominios de V. Mgd […]22

11Ciertamente, episodios como el mencionado, surgidos de la tolerancia con que las

autoridades locales y la población civil debían soportar la presencia gala en la América Hispana y

en la Península Ibérica durante la Guerra de Sucesión, unidos a los excesos cometidos por las

tropas borbónicas y a los privilegios comerciales otorgados por Felipe V a sus compatriotas, que

además facilitaban el ejercicio del contrabando y del comercio ilícito, influían en la opinión

pública de manera que se fue configurando un sustrato de animadversión y fobia a los naturales

del vecino país que, en ocasiones, desembocaban en incidentes xenófobos sufridos por algunos

súbditos franceses como aquellos que tuvieron lugar en Zaragoza, La Habana, Burgos y algunas

localidades catalanas, entre otros lugares23.

12Si la convivencia entre los galos y la sociedad civil hispana no estaba exenta de dificultades

y litigios, tampoco estuvo ajena a ello la propia conformación de un ejército común para la

defensa compartida de los territorios de las dos coronas borbónicas; por esta razón, y con la

precaución que las circunstancias exigían, Felipe de Anjou desde su llegada al Trono de España

puso los fundamentos legales para que la unidad militar encaminada a garantizar la salvaguarda

de sus posesiones no encontrase resistencias en las componentes de las fuerzas armadas de

ambos países. Con esta intención promulgó unas ordenanzas en 1702 que tenían como su

principal objetivo confesado la prevención de disputas entre los soldados franceses y españoles

sobre la base de la igualdad de derechos y preeminencias de los componentes de las tropas sin

distinción de nacionalidad; de este modo, regulaba el procedimiento de mezcla de los soldados y

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los oficiales atendiendo solamente al grado, a la antigüedad de sus patentes y a las preferencias

exigidas en función del cuerpo militar al que pertenecieran y al tipo de operaciones que llevasen

a efecto24. De todas formas, Felipe V era consciente de que la integración de dos ejércitos en

una fuerza armada conjunta debía superar las desavenencias que acostumbraban a surgir entre

militares con costumbres diferentes y, en su caso, con resentimientos o antipatías nacionalistas

previas; esta convicción también le llevó a adoptar otras medidas preventivas como la

publicación de bandos que proclamaban el castigo de pena de muerte a los soldados u oficiales

españoles y franceses que sacaran las armas contra los que fueran de nacionalidad distinta a la

suya. Por último, el príncipe francés escenificó su deseo de conseguir la uniformidad mediante la

utilización de una simbología que fundía los emblemas de ambas naciones de manera que, a

modo de muestra, ordenó a las tropas destinadas en tierras italianas que la divisa encarnada

española insertada en los sombreros se fusionase con la blanca que llevaban los galos25.

13Esta concepción unitaria de un ejército dirigido a la defensa compartida de todos los

dominios territoriales de las dos monarquías no era original del nuevo rey de España, pues había

sido enunciada con anterioridad por su abuelo en 1701, con ocasión del recibimiento que hizo al

Condestable de Castilla26, tal como puede apreciarse en el siguiente fragmento27:

Vien veis aora una y otra nación de tal suerte unidas, que las dos forman sola una; y io soi al presente el mejor español del mundo. Y si el Rey mi nieto me pide consexo, lo que le diere, serán por la gloria y el interés de España. Verá el mundo a mi nieto a la frente de los españoles para defender a los franceses, y a mí a la frente de los franceses para defender a los españoles […].

14Este discurso pronunciado por Luis XIV en la recepción ofrecida al Condestable de Castilla

es un exponente explícito de la voluntad del monarca francés de establecer de hecho una

comunidad de intereses militares y territoriales entre los dominios de España y de Francia, una

vez que se negó a respetar las disposiciones testamentarias de Carlos II que obligaban a Felipe

de Anjou a renunciar al trono francés28, a pesar de haber aceptado previamente el cumplimiento

de la última voluntad del monarca español en la ceremonia celebrada el 16 de noviembre de

1700 en el Palacio de Versalles29. Sin duda, esta intencionalidad declarada, además de otros

acontecimientos que se produjeron en el mismo sentido30, actuarían como un revulsivo para que

las potencias aliadas se organizasen con la finalidad de impedir la ruptura del equilibrio de

poderes europeos y ultramarinos, lo cual derivó en mayo de 1702 en una declaración de guerra

por parte de Inglaterra, Austria, las Provincias Unidas de los Países Bajos y Dinamarca31, así

como en la difusión de una campaña publicitaria que tenía como objeto concienciar a la

población sobre la subordinación que la Corona del país vecino sometía a los territorios

peninsulares e hispanoamericanos.

15Desde luego, la ausencia de autonomía de Felipe V para el gobierno de sus dominios era un

secreto a voces en la Europa de principios del Setecientos; no en vano, su abuelo mantenía con

él una correspondencia permanente que le permitía controlar sus decisiones, su tutor el Marqués

de Louville le orientaba en la gestión política, la Princesa de los Ursinos actuaba como nexo de

comunicación entre Luis XIV y la Corte de Madrid32, y finalmente los embajadores franceses se

dedicaban a realizar labores de gobierno como si fuesen ministros del Rey. Precisamente, Juan

Tomás Enríquez de Cabrera –Almirante de Castilla– criticaba en el manifiesto propagandístico

que difundió en los reinos de Castilla el hecho de que el Duque de Harcourt –primer diplomático

que representó al monarca francés en España– mandase, manejase y despachase los asuntos

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públicos y reservados de la Corte en que residía, a pesar de ser un enviado extranjero33. Por

otra parte, se efectuaban nombramientos de cargos públicos en los diversos reinos de la

Monarquía Hispánica atendiendo a las indicaciones de Luis XIV y de sus embajadores, quienes se

esforzaban por colocar a personas de su confianza en puestos de virreyes y de gobernadores

desplazando a los grandes títulos nobiliarios que habían desempeñado esas responsabilidades

en periodos anteriores34. Contra esta práctica que apartaba a la nobleza de la Administración

pública se pronunciaba de nuevo el Almirante de Castilla por considerarla una muestra de la

dependencia política del estado español con respecto a Francia:

A este acto fueron sucediendo tantos que no siendo posible referirlos todos, bastarán algunos, para hacer evidente que no lograba el príncipe su yo, sino una subordinación toda a la Francia, y padecía una esclavitud toda deseada de una nación a otra totalmente extranjera, siempre contraria como la española, de quien se ve hoy enteramente gobernada y de quien sin ninguna limitación se halla en un todo regida. Cuando al Señor Duque de Anjou se le aconsejó que el mismo día de sus llegada a la Corte despidiese toda la Casa que dejó el difunto Rey Carlos II en toda suertes de grados, espheras y manejos que tenían aquellos criados, se deja conocer con qué desamor se miró el todo de la nación en esta circunstancia. Y aunque esta exoneración, en cuanto comprendía a tantos hombres de la primera categoría de los reinos, era un desprecio a la más alta nobleza […], aquellos a quienes se despojó del ejercicio de sus llaves de Gentileshombres de Cámara del Rey (que está en gloria) […] y algunos hijos y nietos de criados de aquella real Casa, se hallasen un día en la calle y despojados de aquellos útiles que eran su sustento […]; no era fácil que se creyese economía del erario Real esta exoneración de los españoles, cuando sustituyeron sin más conveniencia que el mudar nación y gravar al mismo tiempo la hacienda Real. Pues las pensiones que señalaron a los franceses aventajaban al dispendio, que causaba los gajes que se quitaron a los españoles […]35.

16Esta situación de sometimiento en la que se hallaba la política española durante los

primeros años de la Guerra de Sucesión fue explotada publicitariamente por los partidarios del

austracismo, quienes acusaban a la Monarquía francesa de esclavizar a España “echándole

grillos” e, incluso, de “beberse su sangre si pudiera”; asimismo, se satirizaba la actitud de

sumisión de Felipe de Anjou de manera que lo identificaban sarcásticamente con un “Rey de

comedias” que actuaba en función de las indicaciones que le hacía el “apuntador” (Luis  XIV),

quien estaba –según los publicistas– a la espera de apropiarse de los dominios hispanos para

convertirlos en una provincia de Francia36. Los efectos de toda esta propaganda que encontraba

un ambiente propicio en una población civil recelosa de las verdaderas intenciones de las tropas

galas eran aprovechados por Carlos de Austria para captar adeptos a su causa con sintéticos

ofrecimientos consistentes en proteger a los españoles y apartarlos de la “sujeción de la

Francia37”. No obstante, a partir de 1709, tras la decisión de Felipe V de independizarse de la

voluntad de su abuelo, se abrió una nueva etapa en la que crecieron las simpatías de los

súbditos hacia su Rey provocando que las campañas basadas en su origen galo no obtuviesen el

éxito divulgativo que habían tenido hasta entonces; por el contrario, la actitud del joven príncipe

se constituyó en un elemento incentivador para que la nobleza luchase junto a él por lo que se

denominó “dignidad de la patria” frente a los deseos intervencionistas de Luis XIV38.

17Tres años después, el 5 de noviembre de 1712, Felipe V renunciaba mediante una real

cédula a sus derechos de sucesión a la Corona de Francia de igual forma que los herederos de la

línea dinástica francesa lo hacían a la Corona española como consecuencia de las negociaciones

de paz entre las potencias europeas, de manera que este acuerdo internacional fue utilizado

propagandísticamente para continuar fortaleciendo los sentimientos de identificación de los

españoles con el monarca mediante mensajes que resaltaban el sacrificio39 que el nieto de

Luis XIV realizaba en favor de sus súbditos anteponiendo los intereses de ellos al beneficio

propio, considerando que se deprendía de sus derechos dinásticos –según el discurso oficial– con

la finalidad de aliviarlos del coste económico, las necesidades, las fatigas y los sufrimientos que

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suponían las guerras40. Este lenguaje que exaltaba la piedad del Rey en la aceptación de los

acuerdos diplomáticos negociados en Europa ocultaba, quizás premeditadamente, las pérdidas

territoriales que conllevaban para la Monarquía Hispánica los pactos convenidos en Utrecht,

donde finalmente se decidía la entrega a Austria de los Países Bajos españoles, el Milanesado,

Nápoles y Cerdeña; a Gran Bretaña la isla de Menorca, Gibraltar, el navío de permiso y el asiento

de negros para el comercio con las Indias españolas; a la Casa de Saboya el reino de Sicilia; a las

Provincias Unidas las fortalezas de la barrera flamenca en el Norte de los Países Bajos españoles;

y a Portugal, la devolución de la Colonia de Sacramento, entre otros acuerdos. Ciertamente, la

acusada merma en las posesiones de la Corona sería hábilmente encubierta en la campaña

publicitaria de difusión de la paz poniéndose el acento en el hecho de que Felipe V prefiriera la

Monarquía de España a la francesa uniendo así su destino al de los súbditos hispanos. Las

alabanzas a esta elección del Rey ya comenzaron a manifestarse por los procuradores de

Burgos41 en nombre de las cortes celebradas el 9 de noviembre de 1712 aludiéndose a la eterna

gratitud que debería rendírsele al monarca como consecuencia de esta decisión42, y continuaron

prodigándose posteriormente en los impresos editados con el objetivo de difundir las supuestas

virtudes de la renuncia real43, así como en los pregones anunciados a los súbditos a ritmo de

tambores y trompetas44. De este modo, con un ambiente festivo dedicado a celebrar el logro de

la paz, se intentaba que pasara desapercibida la confirmación de la desintegración territorial de

la Monarquía Hispánica; realmente, una cuestión de gran calado propagandístico, que también

había sido utilizada con profusión por los dos bandos contendientes durante el largo conflicto

sucesorio.

18Precisamente, en décadas anteriores la falta de descendencia de Carlos II originó que

durante su reinado se produjera una pugna entre las potencias extranjeras con pretensiones

territoriales sobre los dominios de la Monarquía Hispánica, que se concretaron en tres tratados

de reparto que fueron firmados en 1668, 1698 y 1699-170045. Sin embargo, la conformidad

internacional a una posible disgregación de los diferentes reinos de la Corona española no

contaba con la aprobación de determinados sectores de las elites políticas, ni con el beneplácito

de otros estratos más populares de la sociedad que rechazaban unos acuerdos de repartición

que atentaban contra la integridad de un Imperio que en centurias anteriores había tenido

posesiones en varios continentes. En este contexto, la difusión de discursos que mencionaran el

riesgo de desmembración de los reinos hispanos podía transformarse en un incuestionable

hándicap a las pretensiones de los dos príncipes que optaban a la Corona de España. Si bien la

divulgación del concepto de unidad de la Monarquía Hispánica proporcionó indudables apoyos al

Duque de Anjou entre los hispanos, también es cierto que su abuelo se mostró contrario a acatar

la última voluntad de Carlos II, puesto que desde el inicio del reinado de Felipe V intentó

persuadir a su nieto que cediera los territorios de los Países Bajos a Francia como

contraprestación por los recursos aportados para su acceso al trono de España46. Asimismo,

durante la Guerra de Sucesión la diplomacia de Luis XIV mantuvo conversaciones con las

potencias enemigas con la finalidad de firmar un acuerdo dirigido a salvaguardar los intereses de

la Monarquía francesa en Europa47; en efecto, en este marco el Rey Sol llevó a cabo

negociaciones secretas con el emperador José I y con el Duque de Saboya en los meses de

febrero y marzo de 1707 que concluyeron con el repliegue del ejército borbónico de Italia y, de

este modo, con la pérdida de territorios que habían pertenecido a la Monarquía Hispánica48.

Como consecuencia del acuerdo realizado sin la conformidad previa de Felipe V, el ejército

austriaco pudo controlar a partir de entonces Nápoles, Lombardía, Milán y Cerdeña.

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19Aun siendo evidente que Luis XIV no era partidario de defender la integridad de las

posesiones españolas en las negociaciones diplomáticas, tal como se observó en Italia, la

campaña publicitaria diseñada por los agentes borbónicos y por la jerarquía eclesiástica

felipense trataba de convencer, contrariamente a lo que sucedía en la realidad, de la tarea que

supuestamente estaba poniendo en práctica el Estado francés con objeto de que se conservasen

unidos los diversos reinos de la Monarquía Hispánica. No obstante, el hecho de que la mayoría de

los hispanos desconocieran el doble discurso utilizado por Luis XIV –uno de cariz desmembrador

en el ámbito internacional y otro de acusada hipocresía en favor de la unidad en el seno de

España– posibilitó que numerosos partidarios de Felipe de Anjou avalaran su candidatura y

creyeran en la verosimilitud de exhortaciones como la que pronunciaba Ibáñez de la Riva –

Arzobispo de Zaragoza–:

Publican estas Naciones infieles ser su ánimo libertar a los Españoles del tirano yugo de la Francia. Muy simple fuera quien lo creyesse. En las guerras passadas pudieran aver hecho los esfuerços por los motivos que ahora blasonan, pues cobraron quantiosos estipendios de España; que en las presentes quien nos defiende (aunque antes nos impugnava) es la Francia, con el fin de que esta Monarquía (que ellos quisieran dividida en troços) se conserve entera, y se restituya (con la protección Divina) a su esplendor antiguo, para terror de los Enemigos de la Fe.49

20Por su parte, el Archiduque centró su actividad publicitaria en procurar desengañar a los

españoles sobre las verdaderas intenciones de las negociaciones internacionales efectuadas por

Luis XIV, pues incluían la cesión de dominios hispanos; por ello, Carlos de Austria lanzaba una

proclama en diciembre de 1706, en los siguientes términos, con la finalidad de que el pueblo

fuese consciente del denominado “fraude” al que le sometían los Borbones:

Nunca ha cessado la Francia de promover las más vivas diligencias para que viniesse a un ajuste de Paz por el medio de dividir esta Monarchía, y oy con más vigor que asta aquí lo solicita, pues a vista de los repetidos malos successos que ha tenido, y las derrotas en los Payses baxos y Piamonte (de que ha resultado perder a Flandes, y estado de Milán) teme, que si no la logra antes de abrirse la próxima Campaña se vea su propia casa con los irreparables peligros a que por su ambición le ha reducido la Justicia Divina; pero nuestros Aliados con firme constancia despreziando siempre semejantes propuestas en verdadero conocimiento del veneno, que en sí encierran, solo fían el buen successo, y seguridad de la Paz de los felices progressos de la Guerra […] Al mismo tiempo la astucia de franceses, viendo, que no puede destruir esta Monarchía por vía de la Repartición (a que no se le quiere dar oídos) intenta aniquilarla, manteniendo la Guerra dentro de España para que enflaquecidas las fuerzas y devilitado su poder, no le sea estorvo, como asta aquí, a sus vastas ideas, pues en este firme escollo, es donde siempre se han roto las olas, con que su ambición ha pretendido anegar la libertad de Europa. Quantas suposiciones falsas ayan esparcido a este fin, de noticias engañosas […]50

21Sean cuales fueren los discursos construidos, lo cierto es que la incongruencia demostrada

por ambas dinastías ofrecía flancos débiles para combatir la credibilidad del príncipe adversario;

de ahí que, a modo de ejemplo, un folleto felipense preparado para contrarrestar el citado

manifiesto proclamado en Valencia por el Archiduque en 1706 comunicaba a los posibles

lectores, tal como puede observarse, que el Emperador de Austria, había acordado la cesión de

plazas españolas a las potencias aliadas:

[…] el principio, pues, del Manifiesto, supone el señor Archiduque por (notoria la máxima del Señor Emperador, su padre difunto, de no permitirse desuniesse de la Corona de España […]. Si se huvieran passado siglos bastantes a borrar de la memoria el tratado que el Señor Emperador ajustó en el mes de Mayo de 1703 con el Rey Don Pedro de Portugal fuera possible que muchos se persuadiessen la certeza de su cuydado, de no desmembrar porción alguna de nuestra Monarquía; pero siendo tan recientes, y públicas sus condiciones, nos acuerdan sin el menor motivo de dudar, que para empeñar el Portugués en su aliança, se le ofrecieron las Plazas de Badajoz y Alcántara en Estremadura, las de Bayona, y Tui en Galicia, con todas sus dependencias […]. También para el ajuste con Ingleses, y

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Holandeses, es notorio por sus mismas Gazetas que les cedió en las Indias los puertos que pudiessen conquistar sus Armadas […]51.

22En esa misma línea, los partidarios de la dinastía Borbónica se esforzaron en ofrecer una

imagen de Carlos de Austria como promotor de la división de la Corona de España acusándolo de

negociar con potencias extranjeras la cesión de territorios a cambio del apoyo para acceder a la

Corona; de esta forma, la propaganda distribuida durante la Guerra de Sucesión lo

responsabilizaba de haber tratado con el Duque de Saboya la entrega de la plaza del Milanés, y

con los ingleses y holandeses el derecho de utilizar aquellos puertos de Indias que pudiesen

tomar y con las Provincias Unidas el traspaso de los Países Bajos españoles52.

23Por su parte, Felipe de Anjou tuvo que afrontar en materia propagandística la conocida

predisposición de su abuelo a negociar la concesión de plazas españolas a las potencias aliadas

como fórmula para concluir un conflicto bélico que había empeñado a la hacienda pública

francesa y que estaba mermando los recursos humanos del ejército galo. Desde luego, era

sabido entre sus contemporáneos que Luis XIV aceptó el Tratado de la Haya de 1700 que incluía

el reparto de territorios pertenecientes a la Monarquía Hispánica; por el contrario, el Emperador

de Austria se inhibió del acuerdo con la expectativa de obtener la simpatía de los hispanos hacia

la candidatura del Archiduque. Con posterioridad, una vez acontecidas las derrotas padecidas

por el ejército borbónico en 1704 y 1705, el Rey de Francia activó las conversaciones

diplomáticas en aras a establecer un acuerdo internacional que lograse el fin del conflicto

armado53, aunque esta iniciativa no fructificó hasta 1713. Con estos precedentes, ni siquiera el

propio Felipe V se fiaba plenamente de que su abuelo defendiese la integridad territorial de la

Monarquía Hispánica en las negociaciones que se realizaron en 1709; por esta razón, designó

como su enviado y primer plenipotenciario al Duque de Alba, al que le dio las correspondientes

instrucciones encaminadas a que los representantes franceses recordaran el compromiso

adquirido por Luis XIV con los españoles. A pesar de ello, la iniciativa no obtuvo resultados si se

tiene en cuenta que los diplomáticos hispanos no fueron reconocidos por el resto de los países

europeos de forma que el tratado de Utrecht se negoció al margen de la voluntad del Rey de

España.

24Sin duda, Felipe de Anjou era consciente de que la firma de un tratado de paz que

posibilitase la división de los territorios de la Monarquía Hispánica encontraría la oposición de sus

partidarios; no en vano, habían apoyado su candidatura a la sucesión al Trono con el

compromiso de la no desmembración. Así la propaganda borbónica había logrado obtener

numerosos adeptos a causa de su declarada implicación en la defensa de la integridad territorial;

sin embargo, Luis XIV contribuyó a materializar la desintegración, tanto con su posicionamiento

en los tratados anteriores a la Guerra de Sucesión como en Utrecht. Por ello, es digno de

destacarse que el abuelo de Felipe V fue un consumado maestro en combinar la ficción

publicitaria supuestamente pretendida por la dinastía borbónica en torno a la unidad territorial

con sus ofrecimientos de división de las posesiones españolas en los foros de negociación

internacionales, lo cual no resultó un obstáculo insalvable para que su nieto consolidase la

posesión de la Corona tras una habilidosa campaña publicitaria que promovía ante la opinión

pública paradójicamente la unidad de todos los reinos en el seno de la Monarquía Hispánica.

25Pese a todo, el espacio como instrumento de expresión propagandística en la Guerra de

Sucesión alcanzó su máximo simbolismo en el procedimiento de utilización de los lugares

sagrados como centros neurálgicos de la campaña encaminada a transformar dentro del

imaginario colectivo una crisis dinástica surgida entre dos linajes católicos en una “guerra de

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religión”. Desde luego, principalmente los publicistas de la candidatura borbónica tuvieron la

capacidad de movilizar a la población conectando con el sustrato de los creyentes mediante la

difusión de los comportamientos atribuidos a las fuerzas armadas enemigas en los lugares de

culto. Sin género de dudas, la fuerza estimuladora que generaba en la captación de adictos la

divulgación de supuestos sacrilegios, ya fueran ciertos o no, motivaba que los dirigentes no se

mostraran escrupulosos en la propagación de las noticias que llegaban desde el campo de

batalla; en este sentido, prevalecía la búsqueda de una repercusión positiva en la opinión pública

por encima de la veracidad de los mensajes. De esta manera, el que los hechos narrados

pudieran ser falsos no reducía el impacto de la información siempre que sus diseñadores

consiguieran otorgarles verosimilitud; no en vano, los propios folletos felipenses reconocían que

muchos simpatizantes del Archiduque habían cambiado su parecer pasando al bando borbónico

una vez que conocieron las “iniquidades”54 esparcidas, ya fuesen reales o inventadas.

Ciertamente, el éxito publicitario obtenido en Castilla obligó a Carlos de Austria a emprender una

estrategia contrapropagandística destinada a desmentir las profanaciones que se adjudicaban a

las tropas aliadas, de forma que él mismo tuvo que combatir estas acusaciones mediante

manifiestos tales como el que dirigió a los españoles el 22 de diciembre de 1706 desde la ciudad

de Valencia:

Aunque las vozes divulgadas en Castilla en gazetas y manifiestos, de que huviesse dado Yo a las tropas de Inglaterra y Olanda iglesias públicas, donde se predicasse su religión eran dignas del mayor desprezio; no obstante siendo un punto que hiere tanto el zelo de un Príncipe Cathólico (de que devo preziarme tan particularmente, como hijo de la Augustísima Casa, que ha dado exemplo al Mundo en la pureza con que ha mantenido en todos tiempos la Religión Cathólica) me es precisso declarar quan falsas han sido estas supersticiones, pues en Cataluña, Aragón, y Valencia se ha mantenido el culto divino desde mi arrivo con la venerazión que siempre se ha practicado en tan religiosos payses, obrando en ellos las tropas estrangeras con tal orden, y disciplina militar, que jamás ha havido quexa alguna de la menor irreverencia a los templos, y cosas sagradas. Y poniendo a los pies de Jesuchristo las falsedades que sobre esto se han esparcido; protexto, que si creiesse había de resultar por cooperación mía a nuestra Sagrada Religión Cathólica el menor detrimento, no solo renunciara por escusarlo, el dominio de la Monarchia de España, pero aún de todo el Universo, apreziando más el dichoso nombre de fiel y amante hijo de la Iglesia, que todas las coronas del Mundo.55

26De igual modo, circularon diversos impresos austracistas negando las imputaciones

referidas a los ejércitos aliados siendo calificadas por sus autores como “invenciones infames de

franceses” que pretendían –según ellos– confundir a las personas sencillas e ignorantes con

“ficciones”56. Sin embargo, las tropas inglesas y holandesas no supieron modular en sus gestos

cotidianos diversas conductas que chocaban frontalmente con las formas exigidas por la

idiosincrasia española de manera que sus actitudes iban a otorgar visos de credibilidad a

cualesquiera otras que se les atribuyesen. Sirva como muestra de este proceder el talante

irrespetuoso que –según testimonios de la época– exhibió el Conde de Peterborough en el acto

de juramento de Virrey que hizo el Conde de Cardona, celebrado en una capilla valenciana,

donde el militar inglés demostró un comportamiento descortés dando la espalda al altar en

numerosas ocasiones, hablando con las mujeres o pasando por delante de las imágenes sin

arrodillarse57. Con estos alardes de irreverencia a la fe católica, quizás inconscientemente,

estaba preparando el camino para que los valencianos y los hispanos, en general, considerasen a

él y a sus soldados como unos obstinados “herejes protestantes”, lo cual dentro de la mentalidad

hispana era una de las fórmulas más rápidas para agenciarse detractores a la causa del

Archiduque58. No obstante, Carlos de Austria sí era consciente de que este tipo de conductas

perjudicaban seriamente sus intereses sucesorios; de ahí que desde el comienzo de la guerra, en

el manifiesto dirigido a los españoles desde Évora el 9 de marzo de 1704, ordenase para que

fuese conocido públicamente que los militares bajo su mando tenían prohibido saquear los

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edificios religiosos59; un mensaje semejante trasladaría a los españoles en la proclama

elaborada en Lisboa el 14 de marzo de ese mismo año, en la que anunciaba que los oficiales y

soldados que turbasen la tranquilidad de los conventos, iglesias y casas religiosas serían

“castigados con el mayor rigor”60. Esta misma preocupación sobre los efectos adversos que

generaba el descontrol del ejército en los lugares sagrados la compartía Felipe V en la

preparación de las operaciones armadas que mantuvo en los territorios de la Monarquía

Hispánica; en concreto, durante la campaña en Italia prescribió a sus generales que observasen

el “respeto debido” a las iglesias y comunidades religiosas sin permitirse que cometieran

desórdenes en ellas bajo pena de muerte61. Es más, no se conformó con emitir la mencionada

orden en 1702, sino que además con el objetivo de que la población civil conociera las

intenciones del Rey ante cualquier eventualidad que pudiera producirse en los templos o

conventos puso carteles en lengua italiana en los espacios públicos con el texto que a

continuación se reproduce con el fin de dejar claro que en el caso que se produjeran hipotéticas

profanaciones serían contrarias a su voluntad62:

27Esta convicción compartida por ambos príncipes católicos en torno al protagonismo

propagandístico que tuvo en la Guerra de Sucesión el desarrollo del conflicto bélico en los

espacios religiosos explica el esfuerzo inversor que ambos bandos efectuaron para conquistar a

la opinión pública demonizando a los ejércitos aliados en un caso y, en el otro, con la finalidad de

defenderse de las múltiples acusaciones de sacrilegio que se les imputaban. A este respecto,

independientemente de que todos los hechos narrados en la publicística respondieran a la

realidad, o fueran inventados o, en su caso, magnificados, esta virtualidad es evidente que no

impedía que hubiesen sido verosímiles para la mayoría de los hispanos; por ello, los folletos

editados en las imprentas de España y de América a principios del Setecientos reprodujeron

abundantes testimonios de profanaciones supuestamente acontecidas, que fueron activando una

conciencia de “guerra de religión” entre diferentes sectores de la población63. En efecto, se

prodigaron las descripciones de una diversa tipología de sacrilegios que irritaban las

concepciones religiosas de los lectores o destinatarios; entre ellas se encontraban los relatos que

afirmaban que las tropas extranjeras del Archiduque habían convertido los templos en establos,

caballerizas64 y cuarteles65, que habían destrozado los altares66, las reliquias y las imágenes de

culto acuchillándolas67 o despedazándolas68, que habían bombardeado conventos69 y, por

último, que habían efectuado ultrajes al Santísimo Sacramento, entre otras conductas

irreverentes70. De cualquier forma, el agravio más grave para las creencias católicas de los

hispanos residía en los comportamientos irrespetuosos que realizaban con el cuerpo

sacramentado de Cristo; tanto era así que los súbditos de la Monarquía Hispánica se indignaban

y crispaban sus ánimos cuando les llegaban las noticias sobre las “sagradas formas” arrojadas al

suelo71 y pisoteadas por militares aliados o, también, de copones utilizados para brindar con

vino mosto, entre otras insolencias. Por ello, ante el capital publicitario que suponía para Felipe  V

la rentabilización de los sacrilegios en favor de la captación de nuevos partidarios decidió

divulgar con detalle y reiteradamente en todos sus dominios europeos y americanos las

actitudes “herejes” de los componentes del ejército enemigo mediante la instauración en 1711

de una fiesta anual de Desagravios del Santísimo Sacramento regulada por una real cédula

dictada en Zaragoza el 1 de junio de ese año; de este modo, el monarca borbónico utilizó la

orden enviada a los virreyes, gobernadores y miembros de la jerarquía eclesiástica para difundir

sintéticamente las mencionadas profanaciones en todas las villas y ciudades hispanas:

Sagrado horror que ocasionaron las sacrílegas repetidas prophanaciones, con que los Enemigos inculcaron los Templos despedazando las Imágenes de Santos, de MARÍA Santíssima, de JESUCHRISTO Señor Nuestro, y lo que más estimula a dolor, y religiosa irritación, su mismo cuerpo Sacramentado

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arrojado, y puesto en precio, y almoneda, he resuelto, para que queden recuerdos, que en la forma possible soliciten en cultos religiosos los Desagravios del mismo Christo Señor Nuestro SACRAMENTADO que en todas las Ciudades, Villas, y Lugares de mis Reynos, y Dominios, se celebren todos los años, el Domingo immediato al día de la Concepción de MARÍA Santíssima, una Fiesta de los Desagravios del Santíssimo SACRAMENTO, en manifestación del dolor, y sentimiento de las injurias, y ultrajes, que le fueron hechos por la barbaridad de los referidos enemigos, y que esta Fiesta se haga en la Iglesia Principal de cada Lugar patente el Santíssimo SACRAMENTO con missa votiva solemne de este Soberaníssimo Misterio, y conmemoración de la Dominica, y del Mysterio de la Pura Concepción de Nuestra Señora, con sermón a el Assumpto72.

28Sea como fuere la instrumentalización propagandística de los comportamientos de los

militares, resulta incuestionable que la mayoría de los sacrilegios procedían del deseo de los

soldados y oficiales de obtener el correspondiente botín que premiase de forma material los

esfuerzos que hacían en el campo de batalla; de ahí que ninguno de los dos bandos estuvieron

ajenos a la responsabilidad de saqueos y robos de templos y edificios de las órdenes religiosas

durante la Guerra de Sucesión. Cierto es que el aparato publicitario borbónico fue más hábil en

propagar la información sobre los hurtos efectuados por sus adversarios en los lugares sagrados;

sin embargo, se disponen de testimonios de cierta credibilidad que dejan constancia de

sustracciones que también llevaron a cabo las tropas de Felipe de Anjou en Castilla73 y en los

territorios de la Corona de Aragón74.

29Finalmente, en la campaña de demonización de las tropas aliadas se explicitaron los

ultrajes soportados por los clérigos y religiosas en las localidades ocupadas por los enemigos

mediante las recurrentes menciones a la violación de monjas75, a los golpes y tormentos

recibidos por los sacerdotes76, a las prisiones y destierros padecidos, así como a las heridas y

pérdida de vidas sufridas por los eclesiásticos77.

30En esta batalla publicitaria por la captación de partidarios, una vez que habían sido

divulgadas profusamente las conductas sacrílegas de los militares aliados, Felipe V se esforzó de

manera paralela en resaltar sus propias virtudes católicas con discursos en los que se

comprometía a la defensa de los templos ante las profanaciones que se estaban efectuando en

ellos; a modo de muestra, en el decreto dictado en Madrid el 24 de noviembre de 1705,

aseguraba a los españoles que expondría su integridad física y asumiría incomodidades, fatigas y

peligros con el fin de remediar estos “males” causados por los denominados “herejes”78. Este

alegato de protección activa de los espacios sacralizados realizado por el titular de la dinastía

borbónica procuraba conectar con una mentalidad social que de manera espontánea estaba

dispuesta a tomar las armas contra las tropas protestantes y, por tanto, a ofrecer su apoyo al

candidato que hiciera una apuesta más clara por la salvaguarda del patrimonio religioso

material. A esta predisposición popular al combate se referían diversas relaciones de sucesos; en

concreto, una de ellas mencionaba la respuesta armada ofrecida el 27 de noviembre de 1710 por

los vecinos de Toledo ante los rumores de una posible profanación del convento de San Agustín:

Después de esto corrió la voz de que los Hereges que estaban alojados en el Convento de San Agustín, le avían puesto fuego: y aquí fue Troya; porque los vecinos, unos con espadas; otros con arcabuzes; otros con las armas que tenían, acudieron con toda presteza, y a los Soldados que encontravan los iban matando, con que en menos de media hora quedaron despojados de la vida más de veinte y cinco de los Enemigos”79.

31De todas formas, la propaganda felipense no se conformó con implicar a las fuerzas

humanas en la preservación de los espacios sagrados, sino que extendió su radio de acción a los

poderes divinos mediante la difusión de milagros que castigaban los ultrajes cometidos por los

ejércitos del Archiduque a través de victorias como las de Brihuega y Villaviciosa80; entre ellos,

Page 17: La Guerra de Sucesión y Sus Consecuencias

Luis Belluga –Obispo de Cartagena– se había encargado de propagar el prodigio de una imagen

de Nuestra Señora de Los Dolores de Monteagudo que –según él– sudaba y lloraba a

consecuencia de los “sacrílegos golpes, destrozos y ajamientos ejecutados en las Imágenes de

Cristo, María, y sus santos” por parte de los austracistas.

32Desde luego, con todos estos antecedentes el conflicto bélico había supuesto una ruptura

con el principio de la inmunidad eclesiástica de manera que las necesidades militares y de

persecución de los sediciosos habían originado que los edificios religiosos hubiesen dejado de ser

un refugio seguro para las personas que buscaban protección en ellos ante las arbitrariedades de

los poderes político y militar.