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1 LA GRAN MENTIRA DE LA LIDIA EN ESPAÑA Fernando Alvarez Sevilla, España http://fernando-alvarez.com EL TORO Y SU VIDA ¿Una raza de toro bravo? A partir de la domesticación del uro o toro salvaje en Oriente Medio durante el periodo Neolítico, el ganado bovino doméstico alcanzó Europa hace unos 8.800 años y, con alguna contribución de los uros que aun merodeaban libres en los bosques, dió lugar a todas las razas europeas. Durante la Prehistoria y posteriormente, el ganado accedió a la Península Ibérica a través de Europa y del Magreb, y de estos orígenes deriva todo el vacuno de España y Portugal. De esta procedencia se seleccionó en toda la Península una gran variedad de razas con funciones en las labores agrícolas, el transporte, o la producción de leche y carne. Durante la Edad Media y posteriormente, con el auge entre los nobles castellanos del toreo a caballo, se tomaron del campo, de las vacadas destinadas a carne, los toros más bravos, simplemente capturándolos para su uso, sin ejercer sobre ellos ninguna selección reproductiva. A pesar de haberse formado posteriormente varios rebaños para su utilización en las corridas, esta ausencia de selección persistió hasta el siglo XVIII, al surgir el toreo a pie, cuando aparecen ganaderías orientadas a la producción comercial de toros de lidia, mediante la selección ganadera de toros agresivos y adecuados al lucimiento en la plaza. Así pues, los toros bravos actuales proceden de la selección realizada a partir del siglo XVIII, según criterios dispares, sobre ganado doméstico de variadas características en distintos lugares de la Península. De ahí que el llamado toro de lidia no pueda describirse fielmente en base a su morfología, y tan solo coinciden los individuos de la pretendida raza de lidia en su mayor agresividad cuando se sienten acorralados, ya que ésta es la característica que se ha buscado seleccionar 1 . Por lo tanto y basándose tan solo en este rasgo tan concreto de comportamiento, se comprende que sea para muchos científicos absolutamente cuestionable la existencia de una raza de toro de lidia, tratándose más bien de distintos linajes con variada procedencia, morfología y dotación genética 2 , de modo que la distancia genética entre algunos encastes de toros bravos sea claramente mayor que aquélla entre distintas razas bovinas científicamente reconocidas 3 . A lo dicho se añade, en lo relativo a la selección de la morfología del toro bravo, un criterio sumamente artificial, cual es su adecuación al espectáculo de la plaza. Así, para muchos ganaderos el toro bravo debe ser de corta alzada y bajo de manos, de forma que la altura del toro en su cruz debe ser solo algo superior a la de la cintura del torero. De esa manera, el toro al embestir bajará la cara y exhibirá el punto donde debe entrar el estoque. ¿Son éstas las características del uro primigenio o la morfología adecuada para el espectáculo de la plaza y el lucimiento del matador? En conclusión, con estrictos criterios biológicos el toro bravo no puede considerarse siquiera una raza, ya que los rasgos morfológicos aparecen mezclados y es muy marcada la variabilidad entre los individuos de los diferentes linajes. En cuanto al ensalzado equilibrio entre bravura y nobleza, es preciso en primer lugar despojar de grandiosidad a estos dos términos. Bravura es simplemente la

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LA GRAN MENTIRA DE LA LIDIA EN ESPAÑA

Fernando Alvarez

Sevilla, España http://fernando-alvarez.com

EL TORO Y SU VIDA ¿Una raza de toro bravo? A partir de la domesticación del uro o toro salvaje en Oriente Medio durante el periodo Neolítico, el ganado bovino doméstico alcanzó Europa hace unos 8.800 años y, con alguna contribución de los uros que aun merodeaban libres en los bosques, dió lugar a todas las razas europeas. Durante la Prehistoria y posteriormente, el ganado accedió a la Península Ibérica a través de Europa y del Magreb, y de estos orígenes deriva todo el vacuno de España y Portugal. De esta procedencia se seleccionó en toda la Península una gran variedad de razas con funciones en las labores agrícolas, el transporte, o la producción de leche y carne. Durante la Edad Media y posteriormente, con el auge entre los nobles castellanos del toreo a caballo, se tomaron del campo, de las vacadas destinadas a carne, los toros más bravos, simplemente capturándolos para su uso, sin ejercer sobre ellos ninguna selección reproductiva. A pesar de haberse formado posteriormente varios rebaños para su utilización en las corridas, esta ausencia de selección persistió hasta el siglo XVIII, al surgir el toreo a pie, cuando aparecen ganaderías orientadas a la producción comercial de toros de lidia, mediante la selección ganadera de toros agresivos y adecuados al lucimiento en la plaza. Así pues, los toros bravos actuales proceden de la selección realizada a partir del siglo XVIII, según criterios dispares, sobre ganado doméstico de variadas características en distintos lugares de la Península. De ahí que el llamado toro de lidia no pueda describirse fielmente en base a su morfología, y tan solo coinciden los individuos de la pretendida raza de lidia en su mayor agresividad cuando se sienten acorralados, ya que ésta es la característica que se ha buscado seleccionar1. Por lo tanto y basándose tan solo en este rasgo tan concreto de comportamiento, se comprende que sea para muchos científicos absolutamente cuestionable la existencia de una raza de toro de lidia, tratándose más bien de distintos linajes con variada procedencia, morfología y dotación genética2, de modo que la distancia genética entre algunos encastes de toros bravos sea claramente mayor que aquélla entre distintas razas bovinas científicamente reconocidas3. A lo dicho se añade, en lo relativo a la selección de la morfología del toro bravo, un criterio sumamente artificial, cual es su adecuación al espectáculo de la plaza. Así, para muchos ganaderos el toro bravo debe ser de corta alzada y bajo de manos, de forma que la altura del toro en su cruz debe ser solo algo superior a la de la cintura del torero. De esa manera, el toro al embestir bajará la cara y exhibirá el punto donde debe entrar el estoque. ¿Son éstas las características del uro primigenio o la morfología adecuada para el espectáculo de la plaza y el lucimiento del matador? En conclusión, con estrictos criterios biológicos el toro bravo no puede considerarse siquiera una raza, ya que los rasgos morfológicos aparecen mezclados y es muy marcada la variabilidad entre los individuos de los diferentes linajes. En cuanto al ensalzado equilibrio entre bravura y nobleza, es preciso en primer lugar despojar de grandiosidad a estos dos términos. Bravura es simplemente la

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tendencia por parte del toro atacar y a no huir frente al torero, bien claro que en la plaza no hay donde huir. La alabada nobleza es tan solo un eufemismo para la falta de experiencia, es decir, la propensión por parte del toro a embestir al señuelo de la capa en movimiento y a no al cuerpo del matador. De esta forma, disponiendo de toros bravos (agresivos) y nobles (tontos), el espectáculo de la lidia se mantiene vistoso y con reducido riesgo. En todo caso, parece bastante innoble producir y aprovecharse de tal “nobleza”. El toro en el campo El único tiempo feliz para el toro son sus primeros meses de vida, cuando, acompañado y protegido por su madre, pasa el tiempo con ella y retozando con otros terneros.

Al cumplir los seis a diez meses de edad al becerro se le aparta de la protección de la madre, lo que coincide habitualmente con el marcaje con hierros candentes. Es tal la intensidad del choque psíquico y fisiológico, consecuencia de la indefensión, el terror y el dolor que en esos momentos sufren los terneros, que lleva a algunos a la muerte a los pocos días del herraje y destete4. La tienta o prueba de bravura de machos y hembras tiene lugar habitualmente a los dos o tres años de edad, y determinará el destino de cada animal. Superado el test, que reviste varias modalidades, les convertirá en futuros padres y madres de toros bravos, y a otros machos les llevará a la plaza. El suspenso en el examen dirigirá a los perdedores directamente al matadero. Los animales destinados a la plaza se mantendrán en el campo separados de las hembras, formando manadas de solo machos. La vida en la dehesa es rutinaria y el día se reparte en pastar, acudir a horas fijas al comedero y retirarse tranquilos a rumiar. No obstante, la vida del toro en la dehesa presenta serios inconvenientes: la organización social que al ganado vacuno le es natural consiste en agrupaciones de familias matriarcales, y poligámicas durante la reproducción, situación que se ve completamente trastocada para los toros de lidia, quienes, desde el momento en que son separados de sus madres viven en manadas con otros machos, sin acceso ninguno a las hembras. En esas agrupaciones de machos se instala una férrea jerarquía, en la que la agresión determina el acceso al alimento, al refugio y al agua. Aunque la homosexualidad es frecuente en el reino animal, a veces no es voluntaria, sino impuesta como expresión de dominancia. Esta última situación es corriente en los grupos de toros sin hembras, de forma que como indicación de rango jerárquico los animales suelen agredir y montar sexualmente a otros de status menor. Esta monta homosexual es forzada, y tiene lugar sobre todo si el macho montado se resiste a ser sometido. Como resultado, los machos montados suelen estar en un estado de mayor inquietud y agresividad que el resto de la manada5. Como demostración jerárquica, buena parte de los miembros del grupo puede montar a un solo individuo, imponiéndose agresivamente con sucesivas montas, a las que el sujeto maltratado se ve obligado a cooperar. Los ganaderos no informan de los daños a los toros receptores de esta homosexualidad forzada, pero es conocido que en explotaciones de ganado de carne los machos montados, y a veces sodomizados, pierden peso, reciben heridas y ocasionalmente mueren6. En lo que respecta a la salud, las a menudo anunciadas como envidiables condiciones de vida del toro en el campo no deben ser tales, si atendemos a los resultados del análisis veterinario de los toros lidiados, en los que se detectaron frecuentes casos de tuberculosis y varias parasitosis7,8. Por otra parte, el trato a que han sido sometidos no debe ser tan bueno si la mayoría de esos toros (78%) presenta lesiones predominantemente crónicas de la musculatura esquelética y cardiaca9, y los indicadores químicos de fatiga muscular demuestran que los toros llegan a la plaza en un estado deplorable10,11,12.

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La visita campestre a un coto con ganado bravo impresiona al turista urbano, quien a menudo siente que los toros llevan una vida idílica. Alguno incluso llega a decir que desearía reencarnarse en un toro. ¿De verdad quisiera ser apartado de su madre cuando más la necesita, ser marcado a fuego, y ser cebado para llegar virgen finalmente a una muerte violenta, cuando no caerle en suerte ser sodomizado a la fuerza por toda la manada? El toro en los corrales Los toros, que nunca se han visto recluidos, comienzan a sentir el miedo la víspera de la corrida, cuando son capturados para su transporte a la plaza. Al miedo se añade después la confusión cuando son encerrados en el cajón para el transporte (a veces atados al techo por los cuernos). El desconcierto en aun mayor al desembarque del camión de transporte y la suelta a los corrales de la plaza. En el ambiente desconocido y hostil del encierro, sin oportunidad de huir o de ocultarse, los toros se apelotonan a la defensiva o se desencadena en ellos la agresión hacia los individuos menos dominantes, quienes habrán de refugiarse en los rincones más apartados para reducir los ataques de sus compañeros de infortunio. Este es el momento en que, al margen de miradas curiosas, pueden realizarse en ellos diversas prácticas abusivas (las que, aunque prohibidas, son frecuentemente denunciadas) que limiten la capacidad del toro, con el objetivo de preparar al animal para hacer la fiesta más vistosa. Así, pueden administrarse tranquilizantes o sustancias debilitantes a toros excesivamente excitables, o realizar maniobras de efecto irritante sobre los animales más mansos, o bien restringir su visión o respiración. El caso más frecuentemente denunciado es el afeitado de los cuernos, consistente en eliminar con una sierra varios centímetros de su extremo, apuntándolos después con la ayuda de una lima o soplete, con objeto de disimular la artimaña. De esta manera se consigue trastocar la percepción espacial que el toro realiza con la punta de sus cuernos, disminuyendo además el riesgo para el torero. Un ejemplo memorable fue el descubrimiento de la alta presencia en la sangre de toros lidiados en la provincia de Salamanca de los fármacos fenilbutazona13 y flunixina14, los que, en las altas dosis detectadas en el análisis, además de enmascarar el dolor en los animales, provoca en ellos, en las altas dosis encontradas, los efectos de visión borrosa, zumbido en los oídos, confusión, dificultad respiratoria y fotosensibilidad, lo que obviamente incapacita la animal durante la corrida, dejándole a merced del torero. La cruel corrida El boato y el código pormenorizado y fijo que rige todo el desarrollo de la lidia no tiene otro fin que distraer al público del lado repugnante del espectáculo, haciendo que se concentre en los actos ceremoniosos, la música y los brillantes colores. El aparente deseo de lucha del toro al salir del chiquero no es otra cosa que su rápida búsqueda de una salida para huir. Los espectadores le verán como una fuerza salvaje e incontrolable, cuando el toro solo busca escapar y en la redonda plaza no hay ni un rincón donde guarecerse. Este simulacro de enfrentamiento entre el hombre y el toro no sería posible si a continuación no se incitara a éste al ataque, sometiéndole a una panoplia de torturas, obligándole así a defenderse. Durante las faenas del capote y la muleta, el torero exhibe su dominio sobre el toro, jugando teatralmente con la ventaja del desconocimiento por parte del animal de lo que significa una tela en movimiento, a la que insistirá en atacar; unido a su hándicap visual, con escasa visión tridimensional y muy escasa lateral. Con el fin de estimular o debilitar al animal para mantener el espectáculo vistoso con reducido riesgo para el torero, no se le ahorra al toro el sufrimiento con el uso de las banderillas y la puya.

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Las banderillas persiguen excitar al animal, y al clavarse profundamente en la espalda, penetran, hurgan y cortan su carne, pues la vara en movimiento actúa como un brazo de palanca con cada oscilación. La puya manejada por el picador penetra rompiendo músculos y vasos sanguíneos (a veces hasta nervios y huesos, pues la prohibición de causar grandes daños es frecuentemente ignorada), produciendo abundante hemorragia (hasta el 18 por ciento del volumen sanguíneo) y el consiguiente debilitamiento, con lo que se reduce el empuje del animal y los movimientos laterales bruscos de la cabeza, disminuyendo la posibilidad de que los cuernos alcancen inesperadamente al matador. La utilización de todos los instrumentos de la lidia no tiene otro objetivo que facilitar la labor del torero, reduciendo el riesgo para él. Para el caso concreto de la puya, se advierte el efecto de debilitar la musculatura del cuello, obligando así al toro a descender la cabeza, dejando libre el paso al estoque hacia la aorta u otros grandes vasos sanguíneos, permitiendo al matador alcanzarla más fácilmente en la suerte final. No obstante, esas estocadas de efecto rápido son muy poco frecuentes, y los pinchazos y cortes suelen darse en pulmones, esófago y tráquea (a veces hasta en hígado y estómago). Con objeto de disimular la mala faena, inmediatamente tras la estocada los subalternos de la cuadrilla obligan al animal a girar el cuello y tórax del animal a derecha e izquierda, presentándole para ello los capotes en una y otra dirección (acción eufemísticamente conocida como “marear al toro”), para así conseguir que el estoque clavado en el cuerpo corte y rompa los órganos internos, con el resultando de intensa hemorragia interna, que se hará visible en vómito de sangre por boca y nariz y que, al alcanzar los pulmones provocarán la asfixia del animal, su más frecuente final. El toro sí sufre Habremos de reconocer en primer lugar que la experiencia del dolor es indispensable para la conservación de la vida animal, ya que es a través de esa sensación como los animales, y nosotros mismos, llegamos a reconocer las situaciones dañinas, y así evitarlas, bien huyendo de los agentes nocivos o eliminando la causa del mal atacando. Así pues, no debiera existir ninguna duda de que las heridas producidas a los toros por las banderillas y los repetidos puyazos, con desgarro de los músculos y rotura de vasos sanguíneos, sin duda producen dolor. No obstante, el prejuicio, el interés o la mala conciencia han llegado a oscurecer el entendimiento de algunas personas, quienes afirman que durante las corridas el toro no sufre. El daño producido por los instrumentos de tortura taurina en los tejidos corporales desencadena en ellos la formación de sustancias específicas, las que, al activar los órganos receptores del dolor alcanza la médula espinal y el cerebro, a través de fibras nerviosas rápidas. Como consecuencia, el animal experimenta inmediatamente un intenso y bien localizado dolor, claramente diferenciado de cualquier otra sensación. Con vistas a aproximarse al tema del dolor de forma objetiva se han logrado definir en el hombre y los animales varios indicadores fisiológicos de estrés y dolor, tales como la concentración en la sangre de las llamadas hormonas del estrés: adrenalina, noradrenalina, cortisol y corticosterona. Analizada la concentración de cortisol en sangre se ha podido demostrar que cuando se somete a situaciones inesperadas a reses criadas en régimen de ganadería extensiva (caso del toro bravo), la presencia de este compuesto orgánico muestra valores mucho más altos que los hallados en ejemplares criados en establos15,16. De esta manera, en su traslado desde el campo a la plaza, el toro bravo está sufriendo mayor estrés que el ganado criado en espacios reducidos durante su traslado del establo al matadero. A ello se añade el efecto de la selección artificial: el temperamental toro bravo produce durante el transporte casi el cuádruple de cortisol

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(y, por tanto, sufre mayor estrés) que el ganado de raza asturiana también criado en régimen de ganadería extensiva, y transportado en las mismas condiciones, e incluso en la misma estación del año, que los toros de lidia17. Ante la sensación de dolor, el ganado vacuno, como los demás mamíferos (incluidos los humanos), aumenta la producción de la hormona cortisol, y al tiempo de betaendorfina18,19, produciéndose más cantidad de este analgésico natural cuanto mayor es el daño20. De ahí la correspondencia entre las profundas heridas, la intensa hemorragia y el dolor que al toro se le inflige durante la corrida y los altos niveles de betaendorfina hallados en ellos.

HISTORIA DE UNA VIOLENCIA Persistencia de una mala costumbre europea Prohibida la lucha entre gladiadores, el espectáculo de pelea entre animales, y de estos con humanos, fueron frecuentes en Europa hasta el siglo VI, y de ahí y de la actividad cinegética deben provenir los diversos festejos medievales y renacentistas en que se martirizaba al toro y a otros animales. En Portugal, España, Francia, Italia e Inglaterra se realizaban fiestas en las que el elemento principal consistía en la exhibición de destreza alanceando toros a pie o a caballo, consistiendo a menudo simplemente en ensañamiento contra el animal, obligándole a una pelea a muerte o bien perseguirle, hostigarle con perros, mutilarle, y finalmente matarle. Famosos fueron los espectáculos de bull-running y bull-baiting en Inglaterra, donde, hombres, mujeres y niños perseguían y apaleaban al toro por las calles de la villa, o bien, con la ayuda de perros, se torturaban animales amarrados a un poste (toros, osos y otros animales), festejos que fueron muy celebrados por el pueblo llano y hasta por la realeza. No pudo ser hasta 1835 que el parlamento británico pudo abolir los festejos taurinos, y ello tras gran polémica y apretadas votaciones en que se argüía sobre el varonil espectáculo y su raigambre típicamente inglesa. En otros territorios europeos la costumbre fue también perdiéndose, o el maltrato aminorándose. Así, se abolieron las fiestas con toros en Italia (acabó el despeñamiento de toros del Testaccio) y en la mayor parte de Francia, aunque aún permanece la costumbre, como influencia española, en la Provenza y el Languedoc, moderándose el maltrato al toro en Portugal, aunque para ello hubiera que esperar al siglo XIX, a instancias de la reina María II. En la Península Ibérica durante la Edad Media, los nobles de los reinos cristianos mostraban su destreza alanceando toros en la celebración de diversos acontecimientos, y aunque el Corán apoya el buen trato a los animales, también se dio el caso en algún reino musulmán. Sin embargo, y por distintos motivos, siempre hubo opositores a la fiesta. Alfonso X de Castilla, en sus Partidas, trataba de “infames” a quienes torearan por dinero, autorizando a los padres a desheredar a los hijos que así lo hicieran. Por su parte, la Iglesia Católica veía como ofensa a Dios el arriesgar innecesariamente la vida en las corridas, y ha mantenido a lo largo de los siglos esta postura doctrinal. Al parecer bajo la influencia religiosa, Isabel I de Castilla se manifestó contra las corridas: en carta a su confesor fechada en 1493 escribe “… de los toros sentí lo que vos decís, Fray Hernando de Talavera, aunque no alcance tanto, mas luego allí propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se corran …”. Desde ella los reyes de España se han alternado a favor y en contra de la lidia, y es famosa la pugna entre el rey Felipe II y el papa san Pio V, quien, tras recibir a través del nuncio vaticano información de la postura contraria a las corridas por parte de setenta teólogos e intelectuales españoles, emitió en 1567, a través de la bula De salutis gregis Dominici, la excomunión a quienes autorizasen correr toros, ordenando que «Si alguno llegase a encontrar en éstos (juegos) la muerte, que la sepultura

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eclesiástica le sea negada». Esta afirmación doctrinal se ha mantenido a lo largo de los siglos, de forma que el Catecismo de la Iglesia Católica (artículo 2.418) dice expresamente que «Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas». No obstante, en la práctica, en España y Latinoamérica la Iglesia ha ido mostrando mayor tolerancia hacia la lidia, de forma que hoy no es un referente en la lucha contra las corridas o en la defensa de los animales. Así pues, mientras en el resto de los países europeos la costumbre de correr toros languidecía, en el mundo hispánico las corridas continuaron, a pesar de opiniones manifestadas en contra por médicos conocedores de los daños y muertes producidos en las corridas, así como por personalidades de prestigio, como Francisco de Quevedo, Lope de Vega y Tirso de Molina. Los nobles siguieron rejoneando a caballo por honor, ayudados, a pie, por peones y “chulos”, mientras en las fiestas populares los mozos continuaron demostrando su hombría agrediendo y mortificando a toros o vaquillas. A esto se añaden los grupos semiprofesionales de ventureros y matatoros, navarros principalmente, ambulantes de fiesta en fiesta o contratados al efecto, quienes evolucionaron con el tiempo hacia un toreo más profesional21. La Ilustración. Los mataderos El verdadero cambio en la actitud de los europeos en el trato a los animales, y en concreto hacia la fiesta de los toros, comienza con la influencia del movimiento de la Ilustración, a partir de sus inicios en Francia y Gran Bretaña. En España, la mayor afición de las clases ilustradas a la cultura y su distanciamiento de lo épico resultaba incompatible con las exhibiciones de valor y el riesgo de morir inútilmente alanceando toros, lo que las llevó a dejar de participar en las corridas. Por otra parte, el primer rey de la dinastía borbónica, Felipe V, prohibió en 1723 la participación de sus cortesanos en ellas. Pronto esto llevaría a la desaparición del toreo a caballo. A pesar de todo y de las sucesivas prohibiciones realizadas por Fernando VI, Carlos III Y Carlos IV, la lidia a pie continuó, desarrollándose y extendiéndose (se construyen plazas fijas en toda España, se fija el reglamento del toreo, y surgen las ganaderías bravas), ganando importancia los modestos matatoros, independizándose además los peones, antes al servicio de los caballeros (éste es el caso de uno de los primeros toreros, Francisco Romero, ayudante de los nobles cuando éstos alanceaban a caballo), instalándose también en la profesión las antiguas cuadrillas, antes contratadas para eventos especiales. Esta vertiente popular del toreo, que finalmente permanecería, surge en pleno siglo XVIII principalmente en relación con los mataderos de la Baja Andalucía y sobre todo en el de Sevilla22: al parecer, desde antiguo se echaban al llano frente al matadero las reses destinadas al abastecimiento de la ciudad. En varios óleos de los siglos XVI al XVIII aparecen garrochistas a caballo, perros y gente a pie con capas y sogas, y numeroso público observando desde lo alto de la muralla de la ciudad. Se daban además faenas en los patios interiores del matadero, donde practicaban algunos matarifes profesionales (y futuros toreros), que trasteaban al toro y le daban muerte por estocada. Ahí practicaron los diestros sevillanos Costillares y Pepe-Hillo, el primero de ellos empleado del matadero. No por casualidad, Fernando VII crea la primera escuela de tauromaquia en el matadero de Sevilla, quizá para compensar la clausura que él hizo de la Universidad. Todos los reyes borbones anteriores a la guerra contra Napoleón se mostraron contrarios a la lidia, que fue, a intervalos, prohibida. Para ellos y para otros españoles imbuidos del pensamiento ilustrado la fiesta era bárbara, sangrienta y cruel. Hubo de ser el rey José Bonaparte, en un intento fallido de ganarse el favor popular, quien repusiera las corridas, y repuesto un borbón en el trono, el absolutista Fernando VII,

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quien volviera a permitirlas y alentarlas. Ello entre otras restauraciones retrógradas, como la de la Inquisición. A poco de la muerte de Fernando VII el revolucionario y anarco-comunista Ernest de Coeurderoy, amante de la lengua y el carácter de los españoles, aunque no de las corridas, acude a varias de ellas por curiosidad en Madrid, calificándolas en 1853 de meras faenas de matadero y describiendo con detalle el desjarrete, o acción de inutilizar al animal cortándole los tendones de las patas con la afilada “media luna”, así como echar una jauría de perros alanos al toro que rehuyera embestir, o la visión del caballo arrastrando sus entrañas por el suelo23 (acciones que representa Goya en varios grabados). Finalizando el siglo XIX se da en España una fuerte protesta antitaurina, sobre todo por parte de las sociedades protectoras, de las que la Sociedad de Cádiz para la Protección de Plantas y Animales fue la más activa, mostrando también su oposición a la lidia en la misma época los escritores de la influyente Generación del Novena y Ocho, en su aspiración regeneracionista. A ese momento le sigue un afán taurino en la poesía de la conocida como Generación poética del Veintisiete, fuertemente comprometida con lo popular y con el mítico enfrentamiento del hombre con el toro, a cuyo dolor no alcanzaba la sensibilidad de los poetas.

Es de notar que el torero Sánchez Mejías fuera más perceptivo en lo que las corridas representan que el poeta cantor de su muerte en el ruedo, García Lorca; pues dice: «Cuando la humanidad alcance el grado de civismo que no exista ninguna barbarie, entonces será el momento de preocuparse por la supresión de los toros». Podríamos añadir que la abolición de la lidia podría ser un paso hacia la desaparición de la barbarie. A comienzos del siglo XX se dan indicios de lo intolerable que resultaban a la sociedad algunos aspectos de la lidia, aunque los cambios no pasan a veces de arreglos estéticos: en 1929 se prohíbe la asistencia a las corridas a menores de catorce años, y se realizan algunos cambios, que no pasan de modificaciones cosméticas. Así, se instala el revestimiento de peto a los caballos de los picadores, evitándose la visión de varios caballos despanzurrados durante las corridas (cuya visión a Hemingway le resultaba cómica), así como la prohibición de las llamadas banderillas de fuego (evitándose así el desagradable olor a carne quemada en la plaza). En el mismo periodo, numerosos intelectuales (caso de Eugenio Noel24) y políticos relacionados con el Frente Popular de la Segunda República Española demostraron ser opuestos a la lidia. Tras la guerra civil y la instauración de la dictadura ese esfuerzo se agota. Franco preside las corridas y el filósofo Ferrater Mora es prácticamente la única voz en contra de ellas. Con la llegada de la democracia destaca el desinterés de la población hacia la fiesta, aunque ninguno de los grandes partidos políticos se ha atrevido a ir contra ella y perder así los votos de los aficionados.

LOS TOROS EN ESPAÑA HOY Taurinos y antitaurinos Hoy se discute abiertamente la conveniencia de mantener o abolir la fiesta de los toros en España, y, de hecho, ha sido ya suprimida en las Islas Canarias y Cataluña. En base a que el espectáculo se da en áreas de influencia española, se alude con frecuencia en defensa de las corridas a la conservación de la tradición hispana. Hemos pues de preguntarnos si conviene conservar todas las prácticas de nuestros antepasados. Opino que en el caso de la lidia se trata de un rasgo negativo de nuestra cultura, y deberíamos desecharlo, como se han abolido, en el pasado lejano y reciente, tradiciones muy arraigadas, que implicaban injusticia y sufrimiento (la santa inquisición, los golpes de estado, el desprecio a las minorías).

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¿Seguiremos ciegamente todas nuestras tradiciones? La población no parece estar dispuesta a ello: al 72 por ciento de los españoles no les interesa la fiesta (frente al 55 por ciento en los años setenta), proporción que se incrementa en los jóvenes (81-82%) y las mujeres (79%)25. A la vista de estos resultados se entiende que fuertes grupos de presión (ganaderos, empresarios, toreros y críticos taurinos) hayan lanzado agresivas campañas propagandistas de la lidia en periódicos, radio y televisión, en defensa de sus intereses. Muchas personajes del mundo hispánico se han opuesto a la lidia, mientras que otros la han apoyado. A favor de la fiesta podemos citar a Goya, Picasso, García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Valle Inclán, Bergamín, Ortega y Gasset, Chaves Nogales, Cela, Tierno Galván, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Francisco Brines, Caballero Bonald, Miquel Barceló, Félix Grande, Antonio Gala, Fernando Quiñones y Fernando Savater. Si la lidia, principalmente desde la afortunadamente superada dicotomía hombre-animal, ha iluminado las obras de algunos de ellos, puede también decirse que es o fue mayúsculo en estos personajes el olvido del toro, sacrificado a sus entelequias. Sus opiniones han sido utilizadas con frecuencia por los defensores de la continuidad de las corridas, cuando es obvio que la compleja personalidad humana, incluida la de individuos de mayor o menor prestigio, es capaz de defender lo indefendible. El ejemplo del filósofo Ortega y Gasset es paradigmático, como lo es el hecho de que tan pronto decía que era un gran aficionado a las corridas como que apenas iba a los toros. En varias ocasiones Ortega se manifiesta contra el derramamiento de sangre, y en una de ellas se expresa así: «La sangre líquida que lleva y simboliza la vida, está destinada a fluir oculta y secreta por el interior del cuerpo. Cuando se derrama y el esencial dentro sale fuera, se produce una contracción de asco y de terror en toda la naturaleza…». Y por otra parte se corrige puntualizando: «Sin embargo, … hay un caso en que la sangre no produce ese asco: cuando brota en el morrillo de un toro bien picado, y se derrama a ambos lados. Bajo el sol, el carmesí del líquido brillante cobra una refulgencia que lo transustancia en joyel»26. En contrapartida, se han manifestado frente a la lidia como fiesta bárbara o de desprecio al animal figuras extranjeras y de cultura ibérica. Para citar sólo algunas de estas últimas: Lope de Vega, Tirso de Molina, Padre Mariana, Quevedo, Balmes, Campomanes, Cadalso, Jovellanos, Blanco White, Larra, Zorrilla, Joaquín Costa, Fernán Caballero, Pío Baroja, Caro Baroja, Jacinto Benavente, Eugenio Noel, Leopoldo Alas, Ramón y Cajal, Unamuno, Marañón, Antonio Machado, Azorín, Sorozábal, Pérez de Ayala, Fernández Flórez, Ferrater Mora, Francisco Umbral, Miguel Delibes, Haro Tecglen, Rodríguez de la Fuente, Salvador Pániker, Esperanza Guisán, Eduard Punset, Sánchez Ferlosio, Rosa Montero, Forges, Juan Cueto, Lucía Etxebarria, Muñoz Molina, Jesús Mosterín, Manuel Vicent y Saramago. El ruedo de la política La polémica corridas sí/corridas no ha alcanzado últimamente a nuestros representantes políticos, y con frecuencia éstos no se han mostrado como tales, pues en muy gran parte han diferido de la opinión de los ciudadanos. No solo han estado los más importantes partidos políticos a favor del maltrato al toro en la plaza, sino que en forma frívola e irreflexiva han llegado a involucrar activamente a las principales instituciones (la Universidad, la Monarquía, el Parlamento, el Senado, gobiernos de comunidades autónomas, ayuntamientos), las que debería más bien estar en la obligación de promover rasgos de civilización que a apoyar tradiciones retrógradas. Incluso las esperanzas regeneracionistas frente a la cultura con la llegada de los socialistas al poder se vieron frustradas por su sector más populista: a favor de la continuación de las corridas se han manifestado ministros, senadores y diputados de casi todo color político, y hasta un defensor del pueblo, un portavoz del gobierno, un

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presidente del senado y presidentes y consejeros de varias comunidades autónomas han dado su apoyo a las corridas en radio y televisión. En 2007 se constituyó la Asociación Taurina Parlamentaria y posteriormente, en el mismo año, se fundó la agrupación de signo contrario (Asociación Parlamentaria Pro Derechos de los Animales). Si de conservar las tradiciones se trata, no llama la atención que así lo haga respecto a las corridas el principal partido conservador, aunque el mayoritario de centro izquierda no le vaya muy a la zaga. La victoria del Partido Popular en las elecciones generales de 2011 ha significado un mayor apoyo al toreo. Además del soporte manifestado en varias ocasiones por el titular del Ministerio de Cultura, el aval gubernamental al mundo del toreo se ha plasmado en la vuelta a la exhibición de las corridas en la televisión pública. Alguna institución universitaria ha obrado en forma similar. Mientras la Universidad de Sevilla edita la colección Tauromaquias, se aviene también a entregar en un mismo acto, a través de la figura del rey Juan Carlos, sus premios a los mejores expedientes académicos universitarios con los trofeos al torero “triunfador”, a “la mejor estocada”, al “mejor picador”, etc. La utilización de los impuestos de los ciudadanos españoles y europeos en subvencionar económicamente las corridas, y asistir a ellas las cabezas visibles del estado, aceptando los brindis de honor a sus personas, son formas de atrofiar la sensibilidad ciudadana, en que los organismos oficiales españoles participan. Afortunadamente, una gran institución humanitaria independiente, la Unesco, se ha expresado claramente contra la clase de trato que los animales reciben en este tipo de espectáculos: «Las exhibiciones de animales y los espectáculos que se sirvan de animales son incompatibles con la dignidad del animal»… «Todo acto que implique la muerte de un animal sin necesidad es un biocidio, es decir, un crimen contra la vida»27. Los toros y los niños A los promotores de la machacona alabanza de la fiesta, que habitúa al ciudadano desde la infancia, y a los responsables de su exhibición pública en prensa, radio y televisión, no parece importarles el efecto que la observación de la violencia a los animales pueda tener sobre los niños. El estudio encomendado por la Fundación Franz Weber al psicólogo clínico Joël Lequesne28 dejó claras las consecuencias que de la observación de las corridas se derivan en los niños, principalmente en la represión de la compasión y de la aversión a la violencia, así como la perturbación del sentido de los valores, pues es en la infancia cuando tiene lugar el aprendizaje del sentido moral. Confrontados a la agresión contra los animales, los niños se encuentran en el conflicto de que si bien la sociedad condena la violencia, por otra parte, en el caso de las corridas la agresión gratuita hacia los animales es socialmente bien valorada, siendo así que para el niño la capacidad de sentir empatía no se limita a los humanos, sino que se extiende a otros seres vivos. A estos efectos se suma la insensibilización hacia los actos violentos, indiferencia que se manifestará después en la fase adulta. En relación con el posible efecto de la asistencia de los niños a las corridas, o su visionado en televisión, también el Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid29 encomendó a cuatro grupos de investigación (incluyendo diez psicólogos clínicos, un psiquiatra y un sociólogo) sendos estudios sobre el efecto de las corridas sobre 1.488 niños y menores de ambos sexos. En forma resumida, los cuatro estudios concluyen lo siguiente: Primer equipo: «La visión de las corridas de toros puede aumentar la agresividad (especialmente en los varones de 9 años), la ansiedad y el impacto emocional de los niños». Segundo equipo: «No les gustan porque les parecen las corridas aburridas, feas y violentas; cuanto mayor es la edad de los niños, hay un menor gusto por los toros

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(mayor sentimiento de rechazo) y surge en ellos un mayor impacto emocional tras la visión de una corrida»; «El que antes de los 13 años se produzca el visionado va a llevar a los niños y jóvenes a una insensibilización, que les va a producir una indiferencia a la hora de valorar la fiesta nacional de mayores, ya que buscarán en ella violencia, y no valorarán por sí mismos». Tercer equipo: «…el impacto de dicha experiencia suele ser negativo»; «Los niños menores de 14 años tienen una escasa información acerca de los acontecimientos taurinos, su opinión acerca de ellos es mayoritariamente neutra, tendiendo a negativa...». Cuarto equipo: «Con relación a los niños a los que no les gustaba los toros, los dos argumentos que aparecían con mayor frecuencia eran la muerte y el sufrimiento. Los niños mostraban un mayor rechazo hacia el hecho de que al final de la corrida el toro muera, así como a que durante la corrida se realizaran actividades como la pica y las banderillas, que suponen el sufrimiento del animal». A la vista estos resultados es sorprendente la tibia conclusión a que llega el evaluador global de la Comunidad de Madrid, quien afirma bastante escuetamente: «No hay bases suficientes para sustentar científicamente una medida como la prohibición de entrada de los menores de 14 años en las plazas de toros». Así pues, aunque caben siempre diversas interpretaciones de los hechos, sí ha quedado demostrado en las conclusiones de los cuatro estudios que los niños menores de 14 años no deben asistir a las corridas. No encontramos hoy en la bochornosa situación, con un régimen democrático e instalados en la Unión Europea, de haberse legalizado la asistencia de niños al espectáculo, prohibido desde 1929, con la dictadura del general Primo de Rivera. Algo que quedó claro en los resultados anteriores fue la indiferencia o el rechazo de los niños hacia las corridas, por considerarlas «aburridas, feas y violentas». Además, en los resultados anteriores se concluye que la capacidad para rechazar o no las corridas no está aún presente en los niños a la edad de siete años, y que podría estarlo a los 10-13 años, y que «El que antes de los 13 años se produzca el visionado (de la corrida) va a llevar a los niños y jóvenes a una insensibilización, que les va a llevar a una indefensión a la hora de valorar la fiesta nacional de mayores…». Y ahí debe estar la causa del enorme interés de la industria taurina porque los menores asistan al espectáculo. A la vista del creciente desinterés del público general ante los toros, es precisamente esa insensibilización y la búsqueda de clientela futura lo que se busca para que no decaiga el negocio. Quizá por este motivo algunas plazas de toros vienen regalando entradas a grupos de jóvenes acompañados de sus maestros para que asistan a las corridas. La participación de los centros escolares obviamente llama a engaño a los estudiantes, que ven la cuestión de lo más inocente. En la misma forma, pueden celebrarse representaciones de “corridas” para niños usando toros de madera (en un caso, en honor de San Francisco de Asís, el amante de los animales). Asimismo, algunos ayuntamientos e incluso comunidades autónomas colaboran en el fomento de la cultura taurina. Se ha llegado incluso al extremo, en el intento de captación de futuros aficionados, de celebrarse charlas y clases prácticas de toreo por un matador y sus ayudantes a niños de corta edad en un colegio de Extremadura, mostrando como matar con el estoque, además de presentar a niños de cuatro y cinco años todos los trastos de lidia y muerte. Finalmente, ¿qué decir del caso de los niños toreros? Como en España la ley no permite torear antes de la edad de 16 años, estos niños españoles son llevados a torear a México, donde la ley es más permisiva, novillos de más de 300 y 400 kilos. Los periódicos dan noticia de heridas, algunas bien graves de estos niños toreros. El pretendido icono nacional

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Como seña de identidad a veces se nos dice que la lidia es apreciada fuera de España, cuando en realidad es el factor principal de antipatía hacia nuestro país. Respecto a lo último, a veces se ha aludido a prejuicios anglosajones contra nuestra cultura, olvidando que en nuestro permeable mundo se dan influencias en todas direcciones, y que del mundo anglosajón también hemos recibido buenas tradiciones (como se han recibido del nuestro, de la cultura latina). Se olvida también que la compasión hacia los animales no es privativa de la tradición anglosajona, habiéndose dado desde la antigua civilización védica de la India a la corriente cristiana franciscana medieval, y, entre otros, en los no anglosajones Leonardo da Vinci, Montaigne, Rousseau, Voltaire, Kant, Tolstoi, Balzac, Schopenhauer, Nietszche, Gandhi, Jung, Juan Pablo II y Milan Kundera. En concreto, el francés Víctor Hugo, el portugués José Saramago y el tibetano Dalai Lama se manifestaron expresamente contra la tortura de los toros en la plaza. Muchos españoles nos resistimos a que la crueldad hacia los animales se instale como icono cultural. Un apoyo a este rechazo viene de la investigadora de Filosofía Política Paula Casal, quien niega la existencia de un derecho cultural a la crueldad, concluyendo que la adscripción de un supuesto delito a una determinada cultura (que podría calificarse de circunstancia atenuante) no debe verse como una excusa conveniente. En otras palabras, que en el seno de la Unión Europea los españoles no tenemos derecho a practicar la crueldad en la lidia y las múltiples fiestas populares con maltrato animal. Y es así que las normas respecto al bienestar animal de la Unión Europea no se basan en una doctrina radical, «sino, simplemente, en la idea de que no se deben matar de forma dolorosa cuando se dispone de métodos alternativos menos dolorosos, y de que hay razones morales para establecer esta prohibición»30. Tratar de imponer a todo un país sus aficiones, rasgarse las vestiduras y exigir libertad para continuar cometiendo tropelías es muy frecuente entre los defensores de las corridas, quienes simplemente entienden la libertad como continuar haciendo lo que les venga en gana, aunque ello implique sufrimiento. Tal como indica Jesús Mosterín31, frente a la artimaña de que el mundo del toreo está autorizado a torturar a los toros, pues éstos no hablan ni piensan, la propuesta relevante es que sí pueden sufrir, y aunque nadie debe interponerse en las relaciones voluntarias entre adultos, sí debe prohibirse cualquier tipo de tortura.

LA LIDIA NO ES UN RITO Los aficionados a los toros con cierta frecuencia adjudican el marchamo de rito al espectáculo de los toros, tratando de engrandecer la fiesta y de paso justificar el maltrato, lo que no estaría justificado aun cuando tal visión fuera válida, pues se han dado en la historia demasiados ritos sangrientos, demostradamente desechables. Cae sobre todo en los defensores cultos de la fiesta (caso de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Julian Pitt-Rivers y otros) la responsabilidad de aplicar la idea de rito a los toros, y ello sin tomar en consideración las características de los verdaderos ritos. José María de Cossío32, apoyándose en Arthur Evans, descubridor de la civilización minoica, en relación al significado de la ceremonia cretense del salto sobre el toro, tal como aparece en un fresco del palacio de Cnosos, supone que la lidia deriva de ritos similares del periodo Neolítico y la Edad del Bronce. Por su parte, William Desmonde y Winslow Hunt aplican a la lidia la tópica tesis freudiana de la muerte del padre, Maurice Barrés canta la voluptuosidad de la muerte violenta en el ruedo, y Waldo Frank y Georges Bataille lo hacen a la representación dionisíaca o surrealista de sadismo, sangre y sexo. Más acordes con la visión cristiana, aun otros suponen que en la corrida se representa la victoria de la virtud sobre el instinto o de la victoria sobre el animal que subyace en el hombre. Julian Pitt-Rivers es quizá el autor que más ha destacado al aplicar el concepto de rito a los toros. En sus publicaciones33,34 y entrevistas Pitt-Rivers da a la fiesta de

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los toros una interpretación psicoanalítica, viéndola como un juego de intercambio de sexo entre el toro y el torero, y la inmolación y feminización del primero mediante la violación simbólica con su muerte, así como un «ritual exorcista del miedo a la sangre femenina (la menstruación es vista como una fuente de peligro)». Aunque publicada su tesis a partir de 1984, esta interpretación se asemeja más a las concepciones freudianas más vigentes en la primera mitad del siglo XX, ya que, en esta cuestión Pitt-Rivers fue inmune a la descalificación de las interpretaciones psicoanalíticas desde la Antropología y la Psicología Cognitiva, Conductista y Biológica. Otros autores no se adhieren a la idea de rito. Alvarez de Miranda35 considera que las corridas derivan de la ceremonia medieval del toro nupcial, aunque no considera que exista ningún significado sacrificial en el toreo actual. Por su parte, Timothy Mitchell36 señala que el hecho de que las corridas se desarrollen en público, que sigan pautas concretas, y que los partícipes vistan determinados atuendos, ha llevado a algunos a considerarlas rituales, cuando es así que no cumplen la condición principal de que los participantes atribuyan a ninguna parte de la lidia ningún significado simbólico. Para apreciar claramente la diferencia, podemos comparar el desarrollo de una corrida con el de un verdadero rito, como lo es la misa de la Iglesia Católica. En ésta, tanto las palabras como los actos del oficiante y de los fieles son referentes simbólicos concretos. Situación que no se da en absoluto durante el transcurso de la lidia. Si somos conscientes de que el toreo a pie deriva del espectáculo del alanceo nobiliario a caballo y de sus ayudantes a pie, y que “corridas” mucho menos elaboradas persisten en fiestas populares, y conocemos el origen reciente de cada elemento de la corrida, y hasta del capote, la muleta y el atavío de los toreros, ¿por qué se nos quiere hacer pasar como rito un espectáculo relativamente reciente, sino para ensalzar algo que no lo merece? Timothy Mitchell supone más bien que en vez de tratarse de un rito, las lidia actual procede de juegos populares de destreza, pues lo que importa en el desarrollo de la corrida no es lo que le acontezca al propio toro, sino más bien la habilidad del torero para gobernarle y darle muerte. Los empleados de los mataderos y los servidores de los antiguos nobles a caballo, convertidos en toreros profesionales durante el siglo XVIII, ya sabían como manejar, burlar y matar reses, y cuando se percataron de los beneficios económicos que obtendrían mostrando su habilidad en público, añadieron filigranas a su actividad y pasaron a actuar como profesionales. Y ello tiene poco que ver con el origen de un rito. Lo más probable es que el interés por la exaltación de la lidia como rito sacrificial radique en el gusto de sus promotores por el matiz sagrado o mágico asociado a toda liturgia, con lo que revistiendo a las corridas de un manto de ceremonia ocultaban a la vista su verdadera y prosaica naturaleza, y haciendo de ellas engañosamente un rito poder tocar una fibra sensible de la colectividad, animándola así a continuar practicando la costumbre, por muy absurda o dañina que ésta sea.

ARTE, CIRCO Y TEATRO En un sentido muy amplio el toreo podría considerarse un arte para aquellas personas cuya sensibilidad está arraigada en lo épico o heroico o en la estética de la agresión. Asimismo, la lidia sugiere una cierta visión del mundo, en concreto de la relación entre el ser humano y los animales, cierto que no de las mejores relaciones. Por lo demás, podría el toreo catalogarse mejor como arte circense, similar al practicado por domadores de fieras, trapecistas, y gladiadores del antiguo circo romano. De todas formas, hoy solemos considerar arte a la actividad humana creativa, lo que permite distinguir la obra repetitiva del artesano, que copia y copia objetos o

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palabras, de lo original del verdadero artista, quien con intuición y técnica depurada aporta visiones originales y nos abren nuevos horizontes. Es posible que para los aficionados que consigan olvidar que durante la corrida se está torturando a un animal, ciertos escasos lances de algunos matadores toquen su sensibilidad estética, pero dudo que las muchas chapucerías, los evidentes trucos, malos pinchazos, y aspavientos machistas tengan la virtud de desencadenar ningún sentimiento estético. Las corridas de toros comparten con representaciones tales como los desfiles militares y procesiones religiosas su dimensión escénica, ya que la acción se desarrolla en un espacio concreto, sigue un minucioso guión y utiliza una combinación concreta de personajes, gestos, escenografía y recursos visuales y sonoros. Además, todo el espectáculo trata de transmitir ciertos valores culturales, especialmente la exhibición de la “hombría heroica”, en palabras de Tierno Galván37, aunque otros aficionados destacan más la destreza y la habilidad para el engaño por parte del matador. Son varios los personajes que centran la función taurina, y cada uno con su papel específico en la ficción expresa los valores que el espectáculo trata de transmitir. Varias figuras periféricas (el presidente, los alguaciles) denotan autoridad y orden, otros (banderilleros) expresan habilidad y destreza, mientras que el picador refleja firmeza, o quizá grosería, y los subalternos manifiestan sumisión y sujeción a la jerarquía. Todos ellos arropan a los dos personajes centrales de la obra: la fuerza bruta del toro y la valentía, elegancia, audacia y desprecio a la muerte del torero (claro que todo es ficción). Los gestos y mímica por parte del torero sirven para realzar la pericia, valor y desprecio a la muerte, y deben tener origen en los desafíos de los chulos goyescos de capa larga y sombrero chambergo del siglo XVIII, momento en que surge el toreo a pie. La exhibición de postura arrodillada, la exposición exagerada del cuerpo desprotegido a los cuernos del toro, el darle la espalda o mancharse con su sangre, tienen el efecto de trasladar a los espectadores la audacia y maestría del ejecutante, bien que, de nuevo, se trata de puro teatro. El eco que estos ademanes encuentran en el público se entronca con un sentimiento de heroísmo violento, más presente en España en épocas pasadas, y que a partir del siglo XX ha ido perdiendo importancia. La jerarquía y el sentido de orden se expresa también en la disposición fija de los personajes en el paseíllo, en la disposición por antigüedad de los matadores, el acatamiento a las órdenes del presidente y en la parcelación del tiempo por los toques de clarín. Así pues, todos los personajes, tanto periféricos como centrales, así como el conjunto escenográfico, público incluido, son un mero entramado al servicio de la exaltación de la valentía y la destreza. Claro que se está ensalzando solo un tipo de valentía: la más primaria, la del enfrentamiento agresivo directo, sin insinuación ninguna de piedad para el contrincante, el toro, al que no se le ahorra tortura alguna. En discrepancia a la antigualla de la ostentación que el matador hace de su superioridad, otros hombres y mujeres se enfrentan hoy con igual o mayor valor a sus funciones profesionales, proporcionanado un servicio a la sociedad y a menudo corriendo mayor riesgo en su trabajo en la minería, el transporte y la construcción, sin hacer para ello ningún alarde de coraje.

LA FALACIA DEL BUEN IMPACTO AMBIENTAL Los defensores de las corridas han hallado últimamente un filón en la búsqueda de excusas de todo tipo que sirvan para continuar el negocio taurino. Sus defensores, así como los principales beneficiarios, han acudido al ecologismo. Como cierta parte de las ganaderías de toros bravos en España se ubica en el paisaje de la dehesa, se ha acudido a la argucia de que si se prohibieran las corridas los toros bravos, las dehesas seguirían la misma suerte.

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La dehesa A los pastores y agricultores del periodo Neolítico les reportaba pocos beneficios el bosque mediterráneo en que se asentaban, de modo que decidieron aclarar la maraña impenetrable de enredaderas y espinoso sotobosque, así como las encinas de anchas copas por las que la legendaria ardilla recorría la Península Ibérica, sin bajar al suelo, desde los Pirineos a Gibraltar. De esa manera nuestros antepasados proporcionaban luz al suelo y pasto de hierbas a las cabras de sus rebaños. Mediante talas, incendios controlados, roturación del terreno y el ramoneo de las cabras domésticas surgieron las praderas en los claros del bosque, por eliminación de árboles y matorrales. La transformación de la floresta continuó en la Edad media (la dehesa o Pratum defensum ya aparece en las leyes visigodas), incrementándose más y más la tendencia en épocas posteriores, y cuando los prados en los claros fueron suficiente extensos, la introducción de rebaños de ganado vacuno, ovino y porcino contribuyó aún más a la alteración del bosque. En el manejo de este bosque aclarado de quercíneas (encinas, alcornoques) del oeste español y zonas limítrofes portuguesas, adaptado a un clima hostil y sobre suelos pobres, se ha optado por la protección de los ciclos ecológicos largos en el tiempo, menos productivos pero más estables que los ciclos biológicos cortos, con el resultado de que la ganadería extensiva se ha mantenido durante siglos. Ello ha dado incluso la oportunidad a los ganaderos de seleccionar la raza de cerdo ibérico, la joya de la dehesa, y la especie de ganado doméstico que mejor aprovecha los recursos de este hábitat. Hay cierta dificultad en la adscripción de cada zona concreta a la dehesa, debido a la definición un tanto laxa de esta formación vegetal. Así pues, no hay acuerdo general sobre la superficie total ocupada por este hábitat en España, variando según los autores de dos a más de seis millones de hectáreas. Siguiendo el criterio más ecológico, la superficie total ocupada por la dehesa en España sería de 5,8 millones de hectáreas38,39. El paisaje de la dehesa representa pues una etapa de degradación artificial del bosque mediterráneo, con fines de producción ganadera. La reducción de la biodiversidad vegetal ha consistido en disminuir el número de árboles y en eliminar en lo posible los estratos de plantas trepadoras y el matorral de sotobosque. En el pastizal de gramíneas y leguminosas ha disminuido el número de especies por efecto del intenso pastoreo. Asimismo, la rica biodiversidad animal del bosque mediterráneo primitivo, que depende de la vegetación, ha sufrido, con su degradación a dehesa, una fuerte disminución en el número de especies. Así pues, aunque la dehesa es un ejemplo de equilibrio entre producción ganadera y protección ambiental, es una gran exageración afirmar que la dehesa es «uno de los espacios más ricos de Europa», o que en ella se da «un respeto pleno a la diversidad ambiental»40. Siempre con fines de producción, la dehesa ha sufrido varias vicisitudes, y a la larga perdiendo superficie ante la ampliación de los cultivos desde su origen, y tras la expropiación de los bienes de la Iglesia Católica, llevada a cabo en el siglo XIX, la Guerra Civil de 1936-39 y la aparición de la peste porcina en 1960. La reducción se acentuó en gran manera tras el impulso económico de los años sesenta del pasado siglo, debido principalmente al encarecimiento de los salarios de vaqueros, porqueros y podadores, antes abundantes, bien cualificados y mal pagados. Esto ha llevado al

incremento de la mecanización, simplificándose las explotaciones y recurriendo a la

deforestación y al mantenimiento de una sola especie de ganado por finca, con predominio del vacuno41. Tratándose de un sistema ecológico artificial, la dehesa es inestable, y se mantendrá y será productiva solo en determinadas circunstancias de gestión, de forma que cuando se pretende forzar la producción mediante talas, roturado o implantando

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una excesiva carga ganadera, se llega a eliminar totalmente el primitivo estrato arbustivo, antes de gran variedad, imposibilitando la regeneración del arbolado. La dehesa y el toro Las 338 ganaderías de toro bravo en España, repartidas en 528 fincas, es de 288.963 hectáreas42, ocupando sobre todo grandes fincas, como media de 400 a 500 hectáreas. Según el total estimado de 5,8 millones de hectáreas de dehesa en España, las ganaderías de toros bravos tan solo ocuparían el 5 por ciento de la extensión total de esta formación vegetal. De acuerdo con esta escasa presencia del toro en este tipo de paisaje, no estaría justificada la afirmación de que las ganaderías de toro bravo están protegiendo la conservación de este hábitat. No se aprecia pues ningún beneficio de la presencia del toro en la dehesa. Es más, el pastoreo por una sola especie de ganado, tendencia que se está instalando en los últimos años, selecciona y facilita el mantenimiento de solo unas pocas especies herbáceas, reduciendo por tanto la variedad vegetal de la pradera, así como la de las especies animales que sobre el estrato vegetal se asientan, contribuyendo por tanto al progresivo empobrecimiento del hábitat, pues es notorio que la biodiversidad exige mantener la complejidad estructural. En la intensa campaña mediática organizada por los grupos de presión para apoyar la lidia se ha dicho que «el toro bravo es el guardián del lince y del águila imperial» (ambas especies en grave peligro de extinción), frase engañosa, por no coincidir la distribución geográfica de ambas especies en la Península Ibérica con las dehesas dedicadas a la cría de toros bravos, siendo además la presencia de ambas incompatible con el trasiego humano asociado a la ganadería. Además, ha de añadirse que la reducción al mínimo del sotobosque, inseparable al mantenimiento de la dehesa, es incompatible con la presencia del lince ibérico, cuyo hábitat natural es el bosque mediterráneo, y sus puntos de reposo los localiza, en el noventa por ciento de los casos en el matorral denso, ausente en este hábitat.

LA CUESTIÓN MONETARIA Las ganaderías Al auge de la ganadería brava a comienzos del siglo XX le sigue un declive en los años treinta, y un gran desarrollo tras la Guerra Civil, al contar con el extraordinario favor a las corridas por parte del régimen franquista. El comienzo de la democracia coincidió con un cierto retraimiento del público hacia los toros. A ello reaccionaron los grupos de empresarios y ganaderos con una potente propaganda hacia los ciudadanos, e intensa presión sobre las instituciones, con el efecto de la amplia expansión económica de todo el sector, sobre todo en los años ochenta y noventa del pasado siglo, con el resultado del alto número de ganaderías actuales. Los gastos en que incurre este tipo de ganadería son los correspondientes al mantenimiento de infraestructuras, de gerencia, en seguridad social de los trabajadores, y de veterinaria y farmacia, y en mucha mayor cuantía que todos los gastos anteriores, los relativos a alimentación de los animales y mano de obra de los operarios43. En total, criar un toro por tres o cuatro años tiene un coste de aproximado de 1.000 euros anuales. En lo referente a ingresos, para el total de unos 35.000 toros producidos en el país cada año (de los que unos 12.000 se dedican a corridas y novilladas) aproximadamente la mitad de las entradas proceden de la venta de animales de más de tres años, destinados a corridas, novilladas, rejones y fiestas populares. La venta de animales de cuatro o más años de edad representa aproximadamente una quinta

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parte de los ingresos, pudiendo reportar la cantidad media de 5.000 a 6.000 euros por animal, aunque las ganaderías de mayor prestigio pueden obtener hasta 12.000 euros por cabeza. Por otra parte, si los toros fueran defectuosos y debieran destinarse a festejos tradicionales, su valor se vería reducido a 1.200-4.000 euros por animal. Los animales no aptos para las corridas se destinarán al sacrificio, y representan económicamente menos de una décima parte de los ingresos totales. La carne de animales lidiados se suele distribuir para el consumo, aunque su calidad se reduce bastante, debido sobre todo a las condiciones menos higiénicas de los desolladeros de las plazas, así como a la tensión y ansiedad que el animal padece antes y durante la tortura de la lidia, lo que afecta a su carne. Un ingreso adicional en algunas explotaciones procede del alquiler o venta de machos reproductores a otras ganaderías. Por último, el más importante de los ingresos, más del cuarenta por ciento del total, proviene de subvenciones estatales. Estos beneficios se reciben principalmente de la Unión Europea y del Estado Español, subsidios establecidos según criterios proteccionistas del mercado, destinados en este caso a la ganadería de carne, a la que la ganadería de toros bravos a efectos burocráticos se adhiere, en base sobre todo a la forma especial de producción extensiva en que se realiza. Resumiendo, de no ser por estos subsidios estatales la ganadería brava no subsistiría.

Entre ayudas directas e indirectas, la industria taurina recibe en total del contribuyente aproximadamente 600 millones de euros anuales (repartido en primas a número de vacas nodrizas, machos y sementales, al sacrificios de animales, por tratarse de explotaciones extensivas, además de beneficios estatales adicionales)44,45.

Es exasperante comprobar como en momentos de crisis económica y al amparo de cuestiones burocráticas esta enorme suma de dinero procedente de fondos públicos europeos y españoles se destina a proporcionar animales a un espectáculo embrutecedor, apenas requerido por la población, y que beneficia tan solo a capas acomodadas de la misma. La ventaja de los subsidios estatales ha influido atrayendo a empresarios sin una vinculación previa con la actividad ganadera, e interesados principalmente en la captación de subvenciones, además de la búsqueda del prestigio, estatus social y oportunidad de negocios de que goza la condición del ganadero de lidia. La menor demanda pública por la fiesta de los toros, unido a la excesiva oferta ganadera, ha influido debilitando económicamente el sector en los últimos años, de forma que el recorte en los mayores gastos, principalmente en la calidad y especialización del alimento y en la contratación de personal menos cualificado, ha tenido las consecuencias de un aumento en las patologías en los animales, la utilización de hembras reproductoras genéticamente menos aptas, escasa coherencia en los cruces reproductivos y excesiva carga animal en la dehesa, lo que a veces ha llevado a que ganaderos de larga tradición se aparten de la actividad, llevando incluso a la desaparición de algunos encastes de toros bravos46,47. El espectáculo Los empresarios de los cosos taurinos completan el espectáculo. Unos pocos controlan mayoritariamente un gran número de plazas, y una mayor parte de empresarios de segunda línea explota el resto. Se da también el caso de alguna agrupación de empresarios asociados preferencialmente con ciertas ganaderías, a las que así aseguran las ventas de sus toros, dejando al margen a otras explotaciones, que deben enfrentarse de manera independiente al mercado. Las asociaciones de empresarios, unidos a las de ganaderos, así como otras agrupaciones taurinas, defienden corporativamente sus intereses en sociedades, como la llamada Mesa del Toro. Esta agrupación viene presentando intensas

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compañas propagandísticas hacia el gran público, así como con aproximaciones a los dirigentes de ayuntamientos, comunidades autónomas y otras instancias del estado. A las intensas operaciones de propaganda hacia el público potencial de la La Mesa del Toro y otras asociaciones pro-taurinas vienen contribuyendo los medios de difusión, y hasta periódicos de indudable trayectoria progresista presentan hoy secciones extensas dedicadas a noticias sobre tauromaquia. En una de dichas campañas, dicha agrupación hizo una fuerte inversión económica exponiendo las maravillas del toreo donde uno menos lo esperaría, en una de las sedes del Parlamento Europeo, en Bruselas. Aún en 2011 el 70 por ciento del total de los 8.116 municipios españoles celebraban 17.000 festejos taurinos de todo tipo. Una subvención municipal frecuente en pueblos grandes ha consistido en el aporte de aproximadamente 20.000 euros a la empresa taurina organizadora del evento. Como, a pesar de todo, las plazas no se llenan, los ingresos para el empresario en este tipo de corridas con frecuencia no superan los 30.000 euros. De nuevo observamos que sin subsidios no habría toros. Se ha dado además una subvención encubierta y no cuantificada a las corridas, consistiendo en la compra de miles de tickets para asistir a ellas, tickets adquiridos por organismos públicos, para ser después repartidos gratis a asociaciones, partidos políticos y particulares. Cierto es que conocemos a personas que solo han asistido a los toros cuando les han regalado las entradas. La llegada de las vacas flacas y la crisis económica parece haber provocado alguna reflexión en bastantes representantes municipales, cortando en seco como consecuencia los numerosos festejos taurinos, pues para los contribuyentes estos gastos son simplemente impresentables. Hasta el año 2008, las diversas instituciones venían subvencionando el multiforme mundo de los toros, gastando alegremente los impuestos ciudadanos, y ya en 2009 se celebraron 434 festejos populares menos que en 2008, lo que representa una caída del 23 por ciento respecto al año anterior. De nuevo, sin el “bendición” (medida en miles de euros) de las instituciones políticas (ayuntamientos, comunidades autónomas, estado central) las corridas no se mantendrían.

LA LIDIA Y LA LEY Derechos animales Hasta el último tercio del siglo XX la cuestión de los derechos animales era frecuente motivo de burla, además de sistemáticamente negados, pues se alegaba (y aún se hace) que sin deberes no podían existir derechos (y los animales, quizá con la excepción del perro, no se ven obligados hacia los humanos). Un hito en el cambio de actitud en los países occidentales lo marca la publicación del libro Animal Liberation por Peter Singer48, de forma que hoy día los derechos animales son reconocidos por las leyes, sobre todo en Europa y América, en base a la capacidad animal para sentir. Los Tratados de Ámsterdam de 1997 y de Lisboa de 2009 de la Unión Europea marcan las pautas al respecto y se ven reflejadas en la ley española de 2007, en que se regula el cuidado a los animales, su explotación, transporte, experimentación y sacrificio49. La norma atañe tanto a la atención a los animales de compañía como a las explotaciones ganaderas, mataderos o centros de investigación. La disposición parece mostrar la preocupación de los legisladores por el buen trato a los animales, atendiendo a que las instalaciones y funcionamiento de los mataderos, explotaciones ganaderas y centros de investigación biomédica eviten a los animales agitación, dolor o sufrimiento innecesarios50, requiriendo que el sacrificio en los mataderos se realice provocando la inconsciencia de los animales previamente, para así reducir su angustia, y que ese estado de adormecimiento se prolongue hasta el momento del sacrificio, que habrá de producirse por desangrado51.

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La excepción de los toros Hasta aquí a tono con la legislación del resto de los países occidentales en cuanto a evitar el maltrato animal. Pero en la citada ley de 2007 nuestros representantes políticos hicieron la excepción permitiendo los espectáculos taurinos. Si fuera del ámbito de los toros la citada ley incluso establece como infracciones muy graves «el sacrificio o muerte de animales en espectáculos públicos», o «cuando concurra la intención de provocar la tortura o muerte», o «utilizar los animales en peleas», ello no tiene ninguna consecuencia sobre precisamente esas mismas prácticas cuando ocurren en las plazas de toros. De hecho, los legisladores se pliegan al control del Reglamentos Taurino52, obra de los interesados en la lidia, haciendo caso omiso a la opinión de los ciudadanos (tal como muestran las encuestas). Reglamento éste que, en cuanto al propio toro, se ocupa tan solo de mantener la tradición, sin preocuparse de mitigar el dolor del animal. Si las leyes requieren no causar agitación, dolor, sufrimiento o angustia innecesarios a los sujetos de explotación ganadera o investigación biomédica, o se consideran infracciones muy graves la muerte o las peleas entre animales en espectáculos públicos ¿Qué excepción es la pelea entre el toro y el torero en un espectáculo público, en que se insiste en producir dolor al animal y no se le ahorra ningún sufrimiento hasta su muerte? ¿Por qué la aparente preocupación de nuestros legisladores por el comportamiento bondadoso en mataderos y laboratorios científicos no se extiende al espectáculo de los toros?

LOS TOROS Y LA FILOSOFÍA La Ética presenta formulaciones diferentes respecto al trato a los animales y la fiesta de los toros. En todo caso, tras examinar las razones y la trayectoria de los filósofos de una u otra tendencia en lo relativo a la lidia, he llegado a la conclusión de que las razones que se aportan a favor o en contra de las corridas parecen tan solo apoyar actitudes previas de mayor o menor empatía hacia los animales. El Egoísmo Moral En contraposición al respeto debido a otros seres, manifestada por los abolicionistas de la esclavitud del siglo XIX, y más recientemente por los filósofos Peter Singer, Ted Honderich y Jesús Mosterín, se sitúa la doctrina filosófica del Egoísmo Moral, que supone que las normas éticas deben ajustarse al propio interés, Ahí debe encuadrarse la corriente que considera correcta la fiesta de los toros, pues aunque produzca daño al animal, es de interés para el aficionado o el profesional, pues disfrutan de una u otra manera con ella. La defensa de las corridas por Fernando Savater, en particular en su obra Tauroética53, debe encuadrarse en esta modalidad. Como aficionado a la fiesta, Savater la disfruta y a menudo la defiende contra cualquier opositor, y al parecer y de forma secundaria ha elaborado argumentos para ayudar a preservarla, limitándose en la defensa a lugares comunes y recursos redundantes, aunque revestidos de cierta terminología filosófica, que para el caso que nos ocupa no logra elevar el libro a obra filosófica. Savater comienza en esta pequeña obra por poner obstáculos a las Florecillas de San Francisco, al Utilitarismo de Jeremy Bentham, Henry Salt y Peter Singer, y darle vueltas a cuales puedan ser los intereses de los animales y los humanos, denunciando la costumbre de «humanizar hoy a las bestias». Ello en completa ignorancia a los logros de la Etología y la Neurociencia, y al hecho de que ya existen leyes que protegen a los animales en explotaciones ganaderas y mataderos, y que desde 2004 los zorros ya no son «cazados con perros en Inglaterra por duques vestidos con librea roja».

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En la última parte del librito Savater resuelve en pocas páginas la defensa de las corridas, acudiendo a la trillada interpretación de la lidia como único rito persistente que simboliza la escena primordial en que intervienen «el hombre, la fiera, la muerte y la habilidad para esquivarla». Aunque puede apreciarse aquí cierta sensibilidad hacia el maltrato («El rechazo de festejos como las corridas de toros es la opción moral respetable de una sensibilidad personal ante una demostración simbólica de raigambre atávica y desmesurada…»), opina, no obstante, que en aras de la convivencia no se debería calificar de tortura lo que ocurre en las plazas, es de suponer que para no herir la delicada sensibilidad de los aficionados.

En esta línea ética se ubica el profesor Francis Wolff, quien, comenzando por ser aficionado a la fiesta de los toros, pasa en su más reciente obra54 sobre el caso a elaborar argumentos filosóficos para ayudar a preservarla. Es difícil de entender que Francis Wolff considere la sensibilidad como esencia del disfrute de los aficionados (solo lo sería si cambiáramos el significado de tal término), y que tras declarar que para filosofar sobre el toreo es preciso definirlo previamente, pasa a definirlo con elementos tan amplios (y a menudo mitológicos) que la definición no se vislumbra. Con esta base Wolff pasa a argüir a favor de las corridas, tomando desde el primer momento posición, considerando que «…la lidia respeta lo que es el toro para nosotros», de modo que, a su entender, el toro se ve obligado a sufrir tortura, debiendo aceptar a la fuerza encarnar el mito humano del valor, así como el concepto artificial de bravura que le hemos adjudicado. ¿Sabe Wolff que el toro es solo un animal doméstico seleccionado para ser bravo (agresivo) y noble (tonto), y no interesa que sea rebelde, y hasta su morfología ha sido seleccionada para el lucimiento del torero en la plaza? En todo caso, las razones que aporta a favor de la lidia no difieren de los subterfugios clásicos de los aficionados. Wolff considera, en mi opinión acertadamente, que ya que los diferentes animales tienen una relación diferente con los humanos, no debemos tratar a todos por igual, aunque parece claro que debamos convenir en aplicar el mismo trato en relación a lo que tenemos en común con ellos, al menos con los demás mamíferos. Y es que todos los mamíferos (y puede decirse de todos los animales) son capaces de experimentar dolor, igual que nosotros los humanos lo padecemos y que en eso sí deberían recibir de nosotros el mismo trato, es decir, al menos no deberíamos ser causa gratuita de su sufrimiento. A través de la Evolución, la Fisiología y la Etología hemos llegado al conocimiento de la continuidad de sentimientos entre el hombre y otros animales, y ello nos obliga a respetarlos igualmente. Liberación animal La publicación por Peter Singer en 1975 de la obra Animal Liberation48 marca un hito en el movimiento por los derechos de los animales. Singer, desde la perspectiva filosófica del Utilitarismo, en su enfoque a la naturaleza, pretende el mayor grado de bienestar para el conjunto de los seres sintientes, y no acepta las corridas ni como parte de una cultura (también, según él, en el sur de Estados Unidos el esclavismo se consideraba cultura). El movimiento considera a los animales como sujetos de derecho, y se ha ido abriendo paso en las sociedades occidentales, propiciando su traslado a las leyes promulgadas por los parlamentos nacionales, así como en los tratados de la Unión Europea.

En el ámbito de la filosofía política, Paula Casal30 analiza varias conductas que según las leyes del estado son consideradas delito, aunque son admitidas en el seno de una cultura minoritaria determinada, concluyendo que hay principios más amplios que los meramente culturales, y que la adscripción del supuesto delito a una cultura concreta no puede verse como una excusa conveniente, negando pues un derecho cultural a la crueldad.

En sus obras sobre filosofía de la ciencia Jesús Mosterín ha contribuido a informar y sensibilizar al público sobre las capacidades y necesidades de los animales,

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del maltrato y de nuestra responsabilidad hacia ellos, llamando la atención, tocante a la fiesta de los toros, sobre las incongruencias, falsedades y sofismas que en su defensa habitualmente se utilizan. Su participación en la campaña contra las corridas en Cataluña y las razones por él aportadas han culminado en su abolición en esta comunidad, dando esperanzas para su desaparición en todo el estado español.

En la reciente obra contra la tauromaquia Mosterín55, a más de destacar nuestro parentesco con el animal, tanto en lo biológico como en lo emocional, y de las tendencias gregarias y pacíficas del ganado vacuno, tras revisar la historia del maltrato que los animales, y del toro en concreto, reciben de los humanos, Mosterín se ocupa de la nefasta relación entre el grupo de presión de los empresarios taurinos, la política y la tauromaquia, denunciando asimismo la práctica de la desinformación.

Desde la Ética Animal Aplicada Ramón Alcoberro56 presenta al toro lidiado como “paciente moral”, es decir, receptor de maltrato, y por tanto objeto de justicia, cuya tortura debe ser abolida. Según esta visión sería falaz la dicotomía según la cual no se pueden tener derechos si no se tienen deberes, ya que el derecho al bienestar sería previo a cualquier deber, con tal de que el ser en cuestión fuera capaz de sufrir. Alcoberro llama la atención sobre la ignorancia voluntaria, pues se decide no tener mala conciencia a base de no percatarse del sufrimiento de los animales.

¿POR QUÉ ABOLIR LA LIDIA? Se dan pues al menos las siguientes razones para abolir la lidia57:

El toro sí sufre durante las corridas

Si conocemos que los toros, como otros mamíferos, tanto salvajes como domésticos en explotaciones ganaderas, mataderos o laboratorios son sensibles al sufrimiento, ¿dónde está la coherencia de la ley que protege del maltrato a los segundos y hace excepción con la lidia en los mismos términos que considera infracciones muy graves producir «(su) muerte en espectáculos públicos», o «cuando concurra la intención de provocar la tortura o muerte», o «utilizar los animales en peleas»?

El toro no disfruta de una especial buena vida ni de una muerte digna

La vida del toro en el campo no debe ser tan feliz ni saludable como se nos quiere hacer creer si, como resultado del análisis veterinario de muchos toros lidiados, estos presentan tuberculosis y varias parasitosis, dándose en casi el 80 por ciento de ellos lesiones cardiacas y musculares y cardiacas crónicas. Los toros en el campo se mantienen en una estructura social artificial, sin ningún contacto alguno con hembras, y sujetos a una férrea jerarquía de dominancia agresiva, lo que debe hacer su vida harto desagradable. Especialmente debe serlo para los machos montados sexualmente a la fuerza por toda la manada. Si al toro no se le pasa en absoluto por la cabeza el concepto de una muerte heroica, ¿hay alguna dignidad en que te claven puya y banderillas, y al final te maten de varias estocadas y descabellos en un espectáculo público?

La supresión de la lidia no implica la extinción del toro bravo ni de su hábitat Si las ganaderías de lidia únicamente ocupan el cinco por ciento de la extensión del hábitat de dehesa en España, parece evidente que estas explotaciones no están favoreciendo significativamente la conservación del entorno. El paisaje de dehesa es la primera etapa en la degradación realizada con fines de explotación ganadera sobre el bosque mediterráneo original de la Península Ibérica. De prohibirse las corridas de toros, las dehesas menos productivas podrían ganar en biodiversidad (vegetal y

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animal) si se les permitiera revertir al bosque mediterráneo del que proceden. Otras dehesas deberían conservarse como enclaves de valor histórico y cultural, donde el toro bravo podría conservarse en condiciones de verdadero bienestar. El sufrimiento de los humanos y otros seres no justifica la tortura del toro en la plaza

El hecho de que humanos y otros seres sientan y se les inflija dolor es independiente de continuar o no produciéndolo en otros animales. Si, aunque lentamente, instituciones y gobiernos vienen consiguiendo éxitos en la erradicación del sufrimiento producido en las personas por la explotación y la tiranía, y de igual forma se protege legalmente contra el sufrimiento a los animales salvajes y domésticos en explotaciones ganaderas y laboratorios ¿por qué no se intenta su erradicación en el toro bravo?

La existencia de otros espectáculos agresivos no disculpa la agresión en la lidia

De igual forma que se han suprimido las peleas de gallos y de perros, y se persigue y castiga tal delito, ¿no debería impedirse también la desigual lucha entre el hombre y el toro?

El aspecto artístico y tradicional de la lidia no justifica su componente sádico

Por efecto principalmente del movimiento de la Ilustración, la tortura a los animales ha desaparecido o se ha aminorado en gran parte de los países europeos. No así en España en relación al toro. Esta tradición no puede legitimar la continuidad de las corridas.

La lidia no es una seña adecuada de identidad de España

Cuando la mayor parte de la población, y muchas personalidades españolas del pasado y presente se han manifestado en contra del espectáculo de las corridas ¿por qué se insiste en que el espectáculo sangriento nos represente? No puede haber otra explicación que la estulticia o el interés económico de los promotores y beneficiarios de las campañas a favor de tal disparate.

El beneficio económico de la lidia está manchado de sangre

Acudir al argumento del beneficio económico de las corridas dicen del talante moral de los empresarios y políticos que acuden a él. Primero, porque no toda empresa debería ser aceptable, por muy lucrativa que resulte, si produjera dolor en los sujetos y embrutecimiento en la población. En segundo lugar, las empresas del mundo taurino no deben resultar económicamente muy eficientes si para subsistir deben acudir a las subvenciones estatales.

La oposición a la lidia ha sido una constante en la historia de España

Al menos desde el Renacimiento y la Edad Moderna, sectores de la población española y personalidades influyentes se han mostrado en contra de las corridas de toros. Ente las últimas se encuentran figuras de las ciencias y las humanidades, dirigentes eclesiásticos y miembros de la realeza y la política, así como grupos defensores de los animales y personas individuales, a quienes les repugna enormemente que sus conciudadanos continúen torturando a animales indefensos.

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