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LA GEOGRAFÍA DEL PROCESO POLÍTICO EN BOLIVIA. Nuevo modelo de Estado y territorialización del conflicto. Íñigo Errejón Galván 1 Resumen: En Bolivia, la quiebra del Estado neoliberal ante la irrupción política de los grupos subalternos abrió un horizonte de oportunidad para un proyecto de “refundación del estado” que ha tenido su expresión más desarrollada en el proceso constituyente y el texto constitucional aprobado el 25 de Enero de 2009. El escenario postconstituyente aparece caracterizado por la fractura étnica y territorial en el país, en el contexto de una débil hegemonía que definimos como “indígena y popular”, obligada a negociar su liderazgo con una derecha regionalizada en el oriente del país. Así, este artículo trata de analizar las perspectivas políticas de la crisis estatal en Bolivia a través de una comprensión de la geografía política del país, y de los ejes principales del conflicto, determinados por la situación subordinada de Bolivia a escala internacional y por las fracturas internas producidas por la composición racial y económica del poder históricamente constituído en el país. Por último, se realiza una breve lectura del modelo territorial de estado contemplado en la Constitución, en función de los proyectos espaciales de país que se encontraron y chocaron en su elaboración, y que hoy siguen presidiendo el escenario político del país. Palabras Clave: Hegemonía indígena y popular, proceso constituyente, geografía política, modelo territorial de estado. 1 Íñigo Errejón Galván es investigador en el Departamento Ciencia Política III de la Universidad Complutense de Madrid, donde prepara su Tesis doctoral sobre el proceso constituyente boliviano. E-Mail: [email protected]

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LA GEOGRAFÍA DEL PROCESO POLÍTICO EN BOLIVIA.

Nuevo modelo de Estado y territorialización del

conflicto.

Íñigo Errejón Galván1

Resumen: En Bolivia, la quiebra del Estado neoliberal ante la irrupción

política de los grupos subalternos abrió un horizonte de oportunidad para un

proyecto de “refundación del estado” que ha tenido su expresión más

desarrollada en el proceso constituyente y el texto constitucional aprobado

el 25 de Enero de 2009. El escenario postconstituyente aparece

caracterizado por la fractura étnica y territorial en el país, en el contexto de

una débil hegemonía que definimos como “indígena y popular”, obligada a

negociar su liderazgo con una derecha regionalizada en el oriente del país.

Así, este artículo trata de analizar las perspectivas políticas de la crisis

estatal en Bolivia a través de una comprensión de la geografía política del

país, y de los ejes principales del conflicto, determinados por la situación

subordinada de Bolivia a escala internacional y por las fracturas internas

producidas por la composición racial y económica del poder históricamente

constituído en el país. Por último, se realiza una breve lectura del modelo

territorial de estado contemplado en la Constitución, en función de los

proyectos espaciales de país que se encontraron y chocaron en su

elaboración, y que hoy siguen presidiendo el escenario político del país.

Palabras Clave: Hegemonía indígena y popular, proceso constituyente,

geografía política, modelo territorial de estado.

1 Íñigo Errejón Galván es investigador en el Departamento Ciencia Política III de la Universidad Complutense de Madrid, donde prepara su Tesis doctoral sobre el proceso constituyente boliviano.E-Mail: [email protected]

0. Introducción.

Los últimos años en Bolivia han estado marcados por una aguda

polarización política, a menudo representada en torno a la adhesión

entusiasta o el rechazo furibundo al gobierno de Evo Morales y el

Movimiento Al Socialismo (en adelante MAS).

Es evidente, y así lo han confirmado todos los resultados electorales2, que el

Presidente Morales extrae su apoyo de las clases populares, aquellas que

sufrieron más el impacto de las políticas neoliberales y que protagonizaron

las insurrecciones del Ciclo rebelde 2000-2005 (Cabezas, 2007). Tanto el

cleavage socioeconómico o de clase como el étnico, o incluso aquel que,

según el propio discurso nacionalista boliviano, separa a la “nación” de la

“oligarquía” y el “imperialismo” (Mayorga, 2006: 124), se traducen

políticamente en significativas mayorías en torno al MAS y a Evo Morales:

los explotados y desposeídos, los pueblos indígenas, lo nacional-popular, las

“grandes mayorías sociales”, en la expresión habitual del oficialismo.

Sin embargo, lo que en el artículo se define como “hegemonía indígena y

popular”, dista mucho de ser incontestada. La correlación de fuerzas en

Bolivia, desde el ascenso de los grupos subalternos y la llegada al gobierno

del MAS, está caracterizada por la resistencia política de las élites

tradicionales a su relevo histórico. Esta resistencia se ejerció y ejerce desde

las regiones territoriales del país, y empleando la identidad territorial

dominante en ellas como trinchera desde la que enfrentar el proceso de

cambio en marcha en el país.

El mapa político resultante muestra, en consecuencia, una fuerte

espacialización del conflicto político. Sin ser una división tan nítida como las

2 Las citas electorales más destacadas desde Diciembre de 2005 cuando el MAS conquistó la presidencia han sido las elecciones a la Asamblea Constituyente en Julio de 2006 y el referéndum vinculante sobre autonomías de la misma fecha, los referendos revocatorios de Agosto de 2008 y el referéndum constitucional de Enero de 2005. Para un análisis de los resultados de este último: Errejón (2009a)

élites querrían presentar, en el sentido de un occidente oficialista contra un

oriente opositor, lo cierto es que los departamentos del oriente3 no sólo han

sido la última trinchera para la derecha, sino que es en torno a discursos

regionalistas como ésta ha construido cierta base de masas.

Por espacialización del conflicto político me refiero tanto a la fuerte

raigambre en lugares concretos de las identidades y prácticas políticas,

como a la entrada de la dimensión geográfico-regional como pauta que

define y ordena los alineamientos políticos. El análisis le debe especialmente

a las elaboraciones sobre espacio y lugar de la geografía política de John

Agnew (1987)

En este artículo se parte de la hipótesis de que las dos consignas centrales

de la amplia base social que llevó al MAS al poder son la nacionalización de

los hidrocarburos y la Asamblea Constituyente que refundase el Estado

boliviano. Éstas han marcado estos cuatro años de gobierno de Evo

Morales, pero de diferente forma. Mientras que la primera encontró un

relativo consenso al interior de la sociedad boliviana, también por su

combinación de retórica radical y práctica moderada, la segunda ha

convocado las principales contradicciones presentes en el Estado boliviano:

de clase, étnica y regional.

En torno a la reforma de la arquitectura institucional, se encuentran los

proyectos antagónicos de estado y de nación (o de naciones) que existen en

una sociedad boliviana altamente polarizada: De un lado el proyecto de

autonomías indígenas y descolonización estatal, levantado por los

movimientos sociales, sindicatos y pueblos indígenas; de otro el de

autonomías departamentales y descentralización levantado por las élites

económicas del oriente del país. Si esto es cierto, la definición del modelo

territorial de Estado es, en consecuencia, mucho más que una cuestión

administrativa. En este esfuerzo se medirá el alcance de la capacidad de

ruptura y transformación social –en el sentido de democratización y

descolonización- del Gobierno del MAS y su base sindical e indígena.

3 Tarija, Santa Cruz, Beni, últimamente Chuquisaca aunque con menor peso de la derecha cívica-regionalista, y Pando hasta la detención del Prefecto acusado de la matanza de campesinos en los levantamientos de la derecha en septiembre de 2008

También será un referente obligado para los movimientos sociales y los

pueblos indígenas en pugna con los Estados coloniales y capitalistas de la

región.

Se realiza primero un breve recorrido por los hechos más destacados del

pasado reciente, los imprescindibles para caracterizar la situación actual del

Gobierno de Evo Morales. En ella se ubica la discusión sobre el nuevo

modelo de Estado.

A continuación se describen a grandes rasgos las dos propuestas principales

de reorganización estatal que emergieron durante el proceso constituyente4,

y se analiza su genealogía, el discurso en el que se enmarcan y la

composición social a la que responden. A continuación, se explica

brevemente el acuerdo que marca a este respecto el proceso constituyente,

y los retos actuales en el desarrollo del “Estado unitario plurinacional y con

autonomías” (art. 1 de la CPE).

De esta forma se pretende arrojar algo de luz sobre la territorialización del

conflicto político, que, sin duda, es uno de los hechos sobresalientes de la

actual correlación de fuerzas en Bolivia. Finalmente, se apuntan algunas

conclusiones en términos de análisis, sobre los escenarios futuros, y en

términos metodológicos sobre elementos a estudiar para completar la visión

expuesta en el artículo, puesto que el trabajo que se presenta se enmarca

dentro de una investigación doctoral en curso.

4 El proceso constituyente duró de Agosto de 2006 a Diciembre de 2007, pero fruto de la inestabilidad política en el país la Constitución no fue aprobada en referéndum hasta el 25 de Enero de 2008, y promulgada un mes después.

1. La frágil hegemonía indígena y popular.

Cuando el 18 de Diciembre de 2005 Evo Morales Ayma, un indígena

campesino cocalero, se hizo con la Presidencia de la República de Bolivia

por un histórico e inédito 54% de los votos, la larga crisis estatal boliviana

no se cerraba, pero tomaba un rumbo inesperado y que suscitó una

expectación mundial. El Movimiento Al Socialismo, apenas una herramienta

electoral de los sindicatos cocaleros tan sólo cinco años antes, se había

convertido en el catalizador político e institucional de una acumulación

histórica de fuerzas que había derrotado al régimen neoliberal tras cinco

años de insurgencia de los sectores subalternos. (Errejón, 2008) El

Gobierno que se constituyó entonces, de esta forma, asumió que era

deudor de un mandato histórico de los movimientos sociales y las

organizaciones sindicales, cuyos ejes centrales eran la nacionalización de los

recursos naturales (el gas en primer lugar), la reforma agraria en el oriente

del país, y la refundación del Estado por medio de un proceso constituyente.

Este mandato adquirió su formulación más generalizada en la Agenda de

Octubre, elaborada durante las jornadas que en 2003 tumbaron el gobierno

de Gonzalo Sánchez de Lozada o, popularmente, “Goni”5

5 Para una buena narración de la “Guerra del Gas” ver: Gómez, 2004; para un texto explicativo del “Ciclo rebelde” que quebró el modelo neoliberal en Bolivia, ver: Hylton y Thomson, 2007 ó Kohl y Farthing, 2006; por último, para una consideración sobre la

La emergencia de una subalternidad fragmentada pero que sin embargo fue

capaz de converger en momentos insurreccionales puntuales, fue el hecho

más destacable de una vida política en el país que, durante años, había

estado presidida por el retroceso político de los sectores populares, el

cinismo y la corrupción generalizados y el empeoramiento generalizado de

las condiciones de vida de las mayorías sociales.

Realmente se fue configurando un bloque social inédito, que en otro lugar

he definido como “bloque indígena y popular” (Errejón, 2009b),

caracterizado por una agregación de diferentes sujetos colectivos

subalternos y explotados, ya no en torno a la centralidad obrera que marcó

la historia del siglo XX boliviano (Dunkerley, 1984; García Linera, 2007A),

sino en torno a la impugnación del neoliberalismo y la defensa de los

recursos naturales. Este bloque social ascendente tuvo como núcleo a los

pueblos indígenas originarios, tanto en lo que respecta a la composición

social de los movimientos, como a sus discursos, motivaciones e

imaginarios. (García Linera, 2006)

Tenemos entonces, a grandes rasgos, un bloque social ascendente, cuya

creciente capacidad de movilización y de definición de un sentido común

alternativo en el sentido gramsciano (Morton, 2007), acabó por arruinar la

gobernabilidad neoliberal y articular en torno así un proyecto hegemónico

de país, encarnado por la Bolivia plebeya capitaneada por los pueblos

indígenas. La hegemonía indígena y popular en Bolivia es entonces la

relativa capacidad de los grupos subalternos de liderar las posibilidades de

salida de la crisis estatal que vive el país.

La capacidad del MAS, por cierto, para ejercer de “representación

institucional” –no exenta sin embargo de críticas desde algunos

movimientos- de esa hegemonía, se debe en primer lugar a que es una

fuerza política en la que conviven el nacionalismo plebeyo y antiimperialista,

la izquierda y un indianismo moderado que no cuestiona la estatalidad

boliviana. Todos esos elementos se reunieron en torno a la lucha contra la

repercusión global de aquel ciclo de insurgencia subalterna, ver: Errejón, Espasandín e Iglesias, 2007.

erradicación y por la defensa del cultivo de la hoja de coca (Tapia, 2006:

254)

En el cumplimiento de ese mandato, más allá de la mayor o menor

capacidad política de del MAS como partido de gobierno, se vio

obstaculizado por la férrea oposición de los sectores cívico-empresariales6

de los departamentos del oriente del país, que fueron capaces ya en Junio

de 2005 de levantar otra “agenda” opuesta a la de los movimientos sociales

y sindicatos (Mayorga, 2007: 107-108), que fue relativamente exitosa .

Durante el proceso constituyente, con la demanda de 2/3 como zanja

política, después con los referendos ilegales sobre los estatutos

departamentales autonómicos y por último con el intento de golpe cívico-

prefectural en septiembre de 20087, la oligarquía del oriente, y los sectores

empresariales más conservadores del resto del país, han estado en varias

ocasiones en disposición de amenazar y chantajear al gobierno de Evo

Morales. Por esa razón el oficialismo se ha visto empujado a menudo a

ceder terreno en decisiones políticas cruciales, desvirtuando a menudo sus

compromisos previos con los movimientos sociales8.

La convocatoria de elecciones a la Asamblea Constituyente fue posible

gracias a un pacto forzado en Junio de 2005 por las movilizaciones de la

derecha regionalizada, que a la “Agenda de Octubre” levantada en 2003 por

los movimientos sociales y sindicatos campesinos e indígenas, opuso su

propia agenda: subvención de los agrocombustibles, “orden social” para

atraer las inversiones del capital extranjero, Autonomías Departamentales y

elección directa de los Prefectos departamentales (Mayorga, 2007) Así, en

Agosto de 2006, un pacto con la oposición permitía la convocatoria y

nacimiento de la Asamblea Constituyente, junto con los referendos

6 Los comités cívicos son en realidad estructuras semigremiales de coordinación de los sectores empresariales fuertemente ligados a su realidad local. Sobre la organización político social de las élites económicas orientales del país, ver: Romero, 2006 y Soruco, 2008.7 En septiembre de 2008 se desarrollaron en los departamentos orientales del país, con especial virulencia en Santa Cruz, levantamientos contra el estado central y el gobierno, protagonizado por grupos juveniles vinculados a los Comités cívicos y círculos empresariales regionales. Estas insurrecciones acabaron con la matanza de más de 30 campesinos oficialistas en la comunidad de “El Porvenir”, suceso por lo que el antiguo prefecto opositor del departamento de Pando, Leopoldo Fernández, está encausado. Para más información sobre lo que el gobierno calificó como “golpe cívico prefectural”, ver: Errejón, 2009a.8 De nuevo excede las pretensiones y los límites de este texto dar cuenta de las cesiones o desviaciones que, con respecto del programa político que asumiera de los movimientos sociales, el Gobierno ha realizado en el transcurso de sus negociaciones con la oposición. La reforma agraria y la ley electoral son quizás las más relevantes entre las diversas renuncias.

autonómicos cuyo resultado debía ser vinculante para las elaboraciones de

la Constituyente. El Gobierno de Evo Morales, a pesar de que la Constitución

que había heredado establecía que los prefectos eran nombrados por el

Gobierno nacional, había aceptado designar a aquellos que saliesen de las

urnas. De esta forma, no sólo se llegaba a un acuerdo para dirimir en las

urnas las diferencias entre los dos bloque sociales conformados en torno al

derrumbamiento del neoliberalismo. También trató de compatibilizar las

diferentes agendas de reforma territorial del Estado: las Autonomías

Indígenas propuestas por los movimientos sociales, y las Autonomías

departamentales propuestas por los sectores empresariales del oriente del

país, representados por los llamados “comités cívicos”.

La construcción estatal actual es el resultado de aquel pacto inaugural de la

Asamblea Constituyente, por el cual el MAS integra las dos agendas -la de

autonomías indígenas de los movimientos sociales y la de autonomías

departamentales de la derecha regionalizada.

La posibilidad de que el diseño territorial estatal del MAS se tornase

hegemónica se cifró en su capacidad para integrar las dos visiones: la

“indianista” y la “regionalista”.

El modelo territorial de Estado resultante, aún apenas embrionario, apunta

al reconocimiento del derecho de autodeterminación de las naciones

indígenas originarias junto con la descentralización departamental, todo ello

presidido por el nacionalismo boliviano y la integridad territorial del Estado.

Lejos de cuestionar la estatalidad o el relato nacional, el MAS

reconceptualiza el nacionalismo popular despojándolo de su

monoculturalidad, y proponiendo a los indígenas como el núcleo –diverso-

de lo popular.

Las demandas regionales, por su parte, son ampliamente recogidas en la

nueva Constitución, hasta el punto de que quizás sean los departamentos

las entidades territoriales subnacionales que más competencias y

proyección política nacional reciben y, de facto, la principal escala de

descentralización, pese a que el discurso oficial prefiera destacar a las

autonomías indígenas originarias y campesinas como el pilar del esfuerzo

descolonizador, y la “igualdad constitucional de todas las entidades

territoriales autónomas”. (art. 270 CPE)

No obstante, lo que interesa en este texto no es tanto la nueva morfología

territorial del Estado como los dos proyectos, las dos imaginaciones

espaciales valga decir, que subyacen a este diseño, y de cuyas

negociaciones y tensiones emana. Cada una de ellas corresponde a una de

las dos coaliciones sociales y políticas que se enfrentan en la actual crisis

política boliviana. Cada una de ellas, además, lo hace asentada físicamente

en un territorio determinado y con un discurso geográfico concreto.

El epígrafe que sigue trata de ofrecer una explicación para la fragmentación

territorial que caracteriza y determina al débil estado boliviano. El siguiente

se ocupa de describir los dos proyectos fundamentales de reordenación

espacial del país. Por último, se hace un breve análisis de su diferente

recorrido en el proceso constituyente y en el nuevo modelo de estado en

formación.

2. El estado fallido boliviano: su escasa inserción territorial.

El antropólogo Pablo Regalsky describe, en su libro “Etnicidad y clase”

(2003), la historia del estado boliviano como una guerra permanente, de

diferentes intensidades y modalidades según los momentos históricos,

frente a las comunidades indígenas andinas y subandinas por el manejo del

espacio.

La Corona española administró el espacio colonial a través de un complejo

sistema, que, respetando la organización comunitaria y las autoridades

indígenas, las subordinaba a un orden político dedicado a la expansión del

catolicismo y, sobretodo, a la extracción de materias primas para la

metrópoli. Así, la actual Bolivia, constituida en Audiencia de Charcas bajo el

Virreinato del Perú en razón de su importancia minera, quedaba dividida en

“dos Repúblicas”, la de los indios y la de los colonizadores. La república de

indios mantenía cierta autonomía en su organización y manejo de la tierra

siempre que cumpliese con el tributo agrícola y la “mita”, o sistema de

extracción de trabajo forzoso de las comunidades indígenas hacia las minas,

realizada deformando una tradición colectivista originaria y a través de las

propias autoridades, los caciques, implicados en la cadena de dominación y

explotación colonial (Regalsky, 2003: 45 y 46).

La llegada de la independencia, no obtenida por las masas indígenas en sus

numerosos levantamientos sino por los criollos descendientes de los

conquistadores, supone el intento liberal de construcción de un estado

moderno de propietarios individuales y de gestión mercantil-capitalista de la

tierra. En la práctica, el Estado no pudo prescindir, por su debilidad, del

tributo de las comunidades hasta el auge del estaño. No obstante, la guerra

permanente contra la propiedad comunitaria presidió la época del Estado

liberal:

Por detrás de esta idea de “independencia nacional” se hallaba la de borrar

el espacio autónomo de la comunidad indígena, que era considerada un

estorbo anticuado y un obstáculo al progreso liberal y a la civilización

(Regalsky, 2003: 54)

Lejos de su objetivo inicial de constituir un mercado de tierras compuesto

por pequeños propietarios, esta ofensiva discontinua y problemática

engendró un sistema desigual de latifundios semi-feudales y reductos de

resistencia comunitaria. En cualquier caso, el estado que debía imitar a sus

modelos europeos no dejó de ser una imaginación fragmentada, tangible

tan sólo en los núcleos urbanos y las minas. En esto coinciden diferentes

autores estudiosos de la estatalidad boliviana (Regalsky, 2003; Romero,

2003; Linera 2007)

Las selvas amazónicas del norte del país y los fértiles llanos del este y el

sur, mientras tanto, permanecieron casi inexplorados hasta que la

expansión de la goma a comienzos del siglo XX asociada a la incipiente

industria automovilística produjo las primeras colonizaciones y migraciones

masivas. La estructura terrateniente y colonial del poder y la tenencia de

tierras, no obstante, permaneció inalterada. Allí la confrontación con los

pueblos indígenas, mayoritariamente nómadas, no estuvo matizada por

ninguna necesidad de mediación, y puede ser caracterizada de manera más

contundente como una “guerra de expropiación”. (Maclean, 1987: 35-60).

El estado criollo y liberal, por tanto, se consolidó sobre la misma geografía

política y económica fragmentada de la colonia, afirmando así su carácter

oligárquico y su intrínseca debilidad “nacional”, traducida en falta de

hegemonía de las clases dominantes y un permanente recurso al ejército

para sustentar su poder político.

La Revolución Nacional de 1952 se fraguó, de forma significativa, en las

trincheras de la Guerra del Chaco (1932-1935), cuando la movilización

militar alimentó la “comunidad imaginada” de la nación boliviana entre

combatientes de territorios y culturas extremadamente diferentes y antes

ajenos entre sí, que eran así conscientes por primera vez de su común

enajenación del estado oligárquico minero-feudal.

La insurrección minera y campesina fue capitaneada por una incipiente

clase media urbana y mestiza y su discurso nacionalista de modernización

estatalista y desarrollista.

La Revolución nacionalista produjo transformaciones tan importantes como

la reforma educativa, el voto universal, la nacionalización de las minas o la

reforma agraria en el occidente andino –que fragmentó la tierra en miles de

minifundios de escasa productividad, a la vez que permitió el retorno a

formas comunitarias de explotación y gestión de la tierra y el territorio. Sin

duda el mayor esfuerzo de modernización e integración territorial del país,

la Revolución buscó reforzar la estatalidad a través de un discurso

homogeneizante y nacionalista que sustituyó el calificativo de “indígenas”

por el de “campesinos” para las mayorías sociales rurales andinas, a la vez

que desarrollar en el oriente un polo de producción agropecuaria articulado

a un naciente mercado nacional.

El esfuerzo desarrollista, sin embargo, chocó con la rígida inserción

dependiente y subdesarrollada9 de Bolivia en el mercado mundial y con la

propia debilidad endémica de la burguesía nacionalista nacida de la

revolución, cuya fuente de poder era exclusivamente el manejo del estado y

las empresas nacionalizadas –fundamentalmente la minera COMIBOL- , y

que se encontraba atrapada entre un pujante movimiento obrero y las

férreas directrices norteamericanas. Pese a los avances, el espacio

“nacional” boliviano siguió fragmentado y regido por diferentes lógicas: el

campo dividido entre la pequeña producción comunitaria en el occidente y

los ingenios agroindustriales en el oriente, las minas y el escaso sector

industrial regidos por un proyecto de capitalismo de estado, las ciudades

reuniendo formas mercantiles-artesanales primarias, enclaves de desarrollo

capitalista moderno y bolsas de subsistencia sostenidas por un denso tejido

social gremial o colectivista. (Romero, 2003) (Linera, 2007)

El neoliberalismo, implementado en Bolivia con una virulencia sólo

comparable en América Latina con las reformas económicas en Chile

auspiciadas por la dictadura de Pinochet, puede ser descrito como una

alternativa a la fracasada modernización nacionalista de Estado emprendida

9 Se siguen, para esta caracterización, fundamentalmente los trabajos de André Gunder Frank (1972), (1979), quizás el economista de la Teoría de la Dependencia que resulta más útil para poner en relación la dinámica de desarrollo desigual en el mercado mundial con la naturaleza política del subdesarrollo.

por la revolución nacional tres décadas antes. En 1985, significativamente el

mismo partido, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, que había

liderado y encarnado la Revolución Nacional, capitanea ahora la destrucción

de su legado. El programa de ajuste económico proyectó la modernización y

el desarrollo basados en la integración de la población boliviana como

“ciudadanos de mercado” a un régimen de acumulación en el que el estado

tenía como fin velar por la inversión privada.

En paralelo, se promovieron reformas en el sistema político tendentes a

“reconocer” la multiculturalidad del país y descentralizar la administración y

el gasto público.

Esta maniobra, orientada a acabar con el viejo y mastodóntico estado

nacionalista-rentista y a poner fin a la mediación sociedad-estado a través

de las estructuras sindicales, propia de las últimas décadas, fue efectiva en

reducir el alcance del estado y la capacidad política de los sindicatos obreros

agrupados en la histórica Coordinadora Obrera Boliviana. No obstante,

proveyó a los sectores subalternos duramente golpeados por las reformas

económicas - privatizaciones, desregulaciones, cortes en el gasto público,

despidos- de una nueva y a la larga poderosa base para la resistencia y la

movilización. Las identidades étnico-comunitarias de los pueblos originarios

y la municipalización de la política permitieron el reagrupamiento de los

sectores populares en una agencia política nueva: una pléyade de

movimientos sociales, sindicatos indígena-campesinos, organizaciones

barriales o territoriales, agrupaciones de trabajadores informales.

Éste fue finalmente el actor social multitudinario y fragmentado que derrotó

al sistema político del neoliberalismo y provocó una profunda crisis

estructural del estado de cuño colonial y liberal. Este es el complejo bloque

social que está tras la victoria de Evo Morales y el Movimiento Al Socialismo

en las elecciones de Diciembre de 2005, y tras la presión para la

nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria de una Asamblea

Constituyente. El trabajo de ésta última, paradójicamente por la naturaleza

de este bloque social, resultó profundamente difícil.

Por un lado, las resistencias al régimen neoliberal y al viejo estado colonial

habían estado basadas y enraizadas en “lugares políticos” y prácticas

espaciales subnacionales –en el sentido de formas de organización y gestión

del espacio fuertemente localizadas y relativamente autónomas de la

regulación estatal-, en la mayoría de los casos herederas de la organización

indígena comunitaria siempre extraestatal o sólo parcialmente integrada. El

bloque social indígena y popular, combinaba, de manera paradójica, un

discurso nacionalista-popular con una ausencia de estructuras políticas

nacionales. Si el discurso de los grupos subalternos –una vez cristalizó en el

MAS- era fuertemente “nacional”, su existencia refería más a un conjunto

débilmente articulado de realidades locales con tanto enraizamiento en su

territorio concreto como dificultades para su proyección nacional10

Por otro lado, las reformas económicas neoliberales, al retirar al estado de

más rol económico que la protección de la propiedad privada, estimuló la

fragmentación del territorio nacional. La inversión privada se concentró en

apenas tres centros urbanos y en los enclaves exportadores. Así, el

desarrollo neoliberal acentuó el “desarrollo del subdesarrollo” del que habla

Gunder Frank (1979), y profundizó la geografía colonial que gravita en

torno a los centros mineros y exportadores, relegando al resto del país a

una condición de semi-integración. (Mitre, 2008: 76). Esta es la base

histórica y territorial sobre la que se articula la resistencia de las élites

tradicionales cuando son desplazadas del estado por la emergencia de los

movimientos sociales y la victoria electoral del MAS.

La fragmentación territorial y la desintegración económica es la condición de

posibilidad para que la derecha regionalizada se atrinchere en el oriente

como polo de modernidad capitalista, cercado en su discurso por el atraso

colectivista de los sindicatos indígena-campesinos del occidente andino.

10 En esta contradicción se puede hallar la causa del fracaso “revolucionario” de octubre de 2003, cuando las numerosas y potentes estructuras locales-regionales de contrapoder no pudieron engendrar, tras tumbar al gobierno de Sánchez de Lozada, una alternativa extraestatal de poder que rompiese con la institucionalidad liberal. El MAS es, precisamente, el vehículo electoral del camino intermedio entre la ruptura y la restauración. En cualquier caso, este análisis excede los límites de este texto.

3. Dos geografías políticas, dos agendas de reforma territorial

del Estado.

Se entiende entonces que, en su mandato de refundación del estado, el

diseño de una nueva geografía estatal fuese uno de los desafíos principales

de la asamblea constituyente. Sobre este eje se posicionaban los

antagonismos de los dos bloques sociales en pugna: el gobierno y los

movimientos sociales, de un lado, y las élites políticas y empresariales del

oriente del país, de otro. Un breve análisis de sus respectivas agendas de

reforma territorial del estado nos permitirá comprender el desarrollo y

desenlace de este aspecto del proceso constituyente.

La demanda de “Autonomías Indígenas” bebía del reconocimiento de los

pueblos originarios y su preexistencia al Estado boliviano. Desde los años

70, el indianismo en diversos grados fue impregnando el imaginario de los

sindicatos campesinos. La consigna de la “descolonización del Estado

boliviano” argumentaba que

La colonia construyó la indignidad como un discurso y un prejuicio

naturalizador de las estructuras de dominación social (Linera, 2007: 22)

Esta construcción sobrevivió a la independencia de la corona Española, de

forma que

Bolivia se inició como república heredando la estructura social colonial

(Ibíd.: 22)

la solución, por tanto, no pasaba por el reconocimiento de “derechos de las

minorías indígenas”. En primer lugar porque en Bolivia son mayorías, y en

segundo lugar porque, más allá de la inclusión individual ciudadana, son

fundamentalmente los derechos colectivos, de manera central a la tierra y

al territorio, los que pueden asegurar la descolonización del Estado: se

requiere de la reconstitución de la territorialidad indígena como fundamento

de sus derechos colectivos (Romero, 2006: 26)

El “Estado Plurinacional” obedecería entonces no a un esfuerzo de

reconocimiento de diversidades y de igualación de derechos, sino a la

voluntad de construcción pluralista de unas instituciones comunes

construídas desde las diferentes lógicas culturales y organizativas de los

diferentes sectores sociales que habitan el país. Ya no se trataría de la

inclusión de los diversos al Estado liberal y monocultural, sino la

construcción del nuevo Estado también desde las dinámicas comunitarias de

los pueblos indígenas: incorporar a la conformación estatal, a la producción

de representación política, a la administración de justicia, a la organización

territorial, las formas tradicionales de gestión de lo común de las mayorías

sociales indígenas de Bolivia.

Tras tres siglos de conquista y dos siglos de república colonial, los indígenas

de Bolivia, al elegir denominarse “naciones originarias”, enfrentan tanto la

exclusión como la asimilación cultural homogeneizante del nacionalismo

boliviano salido de la Revolución de 195211. La reorganización territorial del

Estado es la expresión de un derecho de autodeterminación ejercido “hacia

adentro” según la expresión de Pablo Dávalos en su estudio sobre las

11 James Dunkerley ofrece una magnífica narración y explicación de la Revolución Nacional de 1952 y su decisiva influencia posterior en el estado boliviano: Dunkerley, 1984.

demandas del movimiento indígena ecuatoriano (Dávalos, 2003) Un

ejercicio que no cuestiona la estatalidad pero impugna su falsa

universalidad, retándola a refundarse desde la pluralidad de formas

civilizatorias existentes en la sociedad, o a morir de ficción. Así, la

plurinacionalidad

está un paso más adelante de la noción de plurietnicidad y multiculturalidad

(…) En efecto, mientras estas dos últimas nociones implican la ruptura de

las pretensiones homogenizadoras y asimilacionistas del Estado-nación

liberal (…) la plurinacionalidad afecta a la estructura misma del Estado. Va

más allá de la autodeterminación que significa la recuperación de una

autoconciencia étnica-política, hacia una exigencia de participación,

redefinición y reestructuración de todo el Estado (Dávalos, 2003: 219)

Las unidades sociales y políticas básicas desde las que emprender la

refundación estatal son las estructuras indígenas comunitarias, como

modelo de democracia directa y gestión común de la vida. Estas estructuras

han resistido a tres siglos de conquista y dos de vida republicana colonial, y

han respondido con la autoorganización a las carencias y ausencias

históricas del Estado. Son más fuertes allí donde demográfica y

políticamente predominan las naciones originarias: el altiplano

mayoritariamente aymara y los valles mayoritariamente quechuas, y más

débiles en el oriente, debido a la inferioridad poblacional de los sin embargo

bien organizados pueblos indígenas de “tierras bajas”.

Los movimientos sociales y las organizaciones sindicales, campesinas e

indígenas concretaron las aspiraciones de descolonización del estado en una

Propuesta para la Asamblea Constituyente que hicieron pública en Agosto

de 2006. Su encarnación, finalmente, fue la que recogió el Movimiento Al

Socialismo en la Comisión “Visión de País”, que matizaba el indianismo de la

primera con buenas dosis de “nacionalismo popular”, añadiendo “Unitario”

al adjetivo “Plurinacional” del Estado. También incorporaba los elementos

centrales de la propuesta de reorganización estatal de la derecha: las

autonomías departamentales.

La derecha regionalizada, por su parte, es el resultado de la pérdida de

capacidad de gobierno a escala nacional de las élites tradicionales, tras el

derrumbe del régimen neoliberal y la destacada capacidad destituyente de

los movimientos sociales.

Santa Cruz emergió como un bastión de la derecha como resultado de

procesos históricos de largo recorrido que produjeron las condiciones para

la emergencia del regionalismo político conservador.

El departamento y especialmente la ciudad, Santa Cruz de la Sierra, que

habían sido una zona tradicionalmente aislada y atrasada, se convirtieron

desde el Plan Bohan12 en un enclave de producción agroindustrial de bajo

valor añadido, orientada a la exportación. Seguía así una pauta que antes

habían encarnado las minas de plata o de estaño, en una geografía propia

del subdesarrollo. Según André Gunder Frank, el más conocido

representante de la Teoría de la Dependencia, el subdesarrollo produce

estructuras económicas subordinadas a las metrópolis, a las que suplen de

productos de bajo valor añadido, en un intercambio desigual que

empobrece a las zonas subdesarrolladas tanto como enriquece a las

desarrolladas13. Esta estructura se reproduce también al interior de los

países periféricos, produciendo estructuras económicas y estatales

fragmentadas y desintegradas a escala nacional, y extremadamente

dependientes del mercado mundial. (Frank, 1972; 1979). Posteriormente el

Análisis de los Sistemas-Mundo ha vuelto a colocar estas elaboraciones

como referencias obligadas para las teorías críticas contemporáneas,

enriqueciéndolas con estudios más profundos de la producción capitalista

12 El Plan Bohan fue un programa impulsado por Estados Unidos que, en los primeros años de la década de los cincuenta, impulsó la incorporación del oriente al desarrollo nacional boliviano, mediante un modelo de acumulación interna basado en la sustitución de importaciones y la diversificación económica. Se caracterizó por una agresiva intervención del estado en la vertebración caminera del país (occidente y oriente), en la redistribución de tierras y de población hacia el oriente, en las subvenciones y políticas de precios (asumiendo el Estado la producción directa de materias primas necesarias para la agroindustria y de la comercialización de productos agrícolas) además de los estímulos a la instalación de agroindustrias o incluso la construcción estatal de los mismos. (Romero, 2003b: 58-59). El resultado fue una modalidad de enclave agrocapitalista de exportación, con una altísima concentración de la propiedad de la tierra. 13 Para un análisis del intercambio desigual basado en la Teoría del Valor, ver: Ernest Mandel, Late Capitalism (1978)

del espacio, a través de conceptos claves como “centro” y “periferia”.14

Santa Cruz se configuró como un enclave primario-exportador, inserto en el

mercado mundial en condiciones de dependencia, y desarticulado del resto

del precario aparato productivo nacional. Esto tuvo su traslación política: Un

de modernidad subalterna, comandado por una élite agroexportadora y

financiera dependiente y fuertemente subvencionada, consolidó una

estructura social altamente polarizada y rígida, y fomentó sentimientos

regionalistas. (Romero, 2006: 40). El sociólogo norteamericano Maurice

Zeitlin ha descrito brillantemente de qué manera el subdesarrollo produjo

en Chile élites económico-políticas locales interesadas en la conservación de

ese patrón de enclave de exportación primaria, poco articulado con el resto

del país (Zeitlin, 1984) Algo muy similar ha sucedido históricamente con

Santa Cruz, núcleo de la llamada “Media Luna” oriental

Las políticas económicas neoliberales de cesión de la iniciativa y regulación

económica a la primacía de la inversión privada extranjera, que comenzaron

a mediados de los años noventa del pasado siglo XX15, fortalecieron aún

más la fragmentación de la economía boliviana, y privilegiaron a Santa Cruz

como centro receptor de inversiones. El dominio de la oligarquía permitió

una relativa estabilidad para los capitales extranjeros, en unos años

marcados por las turbulencias sociales y la ingobernabilidad en el país.

El resultado de ambos procesos fue el de producir una deficiente integración

territorial estatal, y unas identidades regionales difusas pero de larga data,

que conformaron las condiciones objetivas y subjetivas desde las cuales la

derecha pudo movilizar, desde comienzos de siglo, una amplia base

interclasista en torno a demandas autonómicas.

Si a esto se le añade la hegemonía cultural de los mestizos y blancos en la

región y el sometimiento cultural y racial de las poblaciones indígenas

nativas e inmigradas, frente al ascenso aymara y quechua en la zona

14 Para un análisis de las estructuras de división del trabajo a nivel mundial y la producción capitalista del espacio, quizás el referente más conocido de las teorías de los sistemas-mundo sea Immanuel Wallerstein, que expone brevemente los fundamentos de su análisis en The Rise and Future Demise of the World Capitalist System (1974 [2004]). Del mismo autor, consultar también: 1974 [1979]

Para una lectura más específicamente geográfica del análisis de los sistemas-mundo ver: Taylor y Flynt, 2002.15 Kohl y Farthing ofrecen un estudio exhaustivo del período neoliberal en Bolivia (2006)

occidental del país, no cuesta comprender la racialización y regionalización

de la oposición de clase a las fuerzas de cambio social que más tarde

cristalizarían en el Gobierno de Evo Morales. Frente al occidente indígena,

atrasado, cerrado al mundo, y comunitarista, las élites proyectaron una

“imaginación espacial” que describía al Oriente, y muy especialmente a

Santa Cruz, como una región liberal, moderna, abierta al mundo, sin

conflictos raciales y homogéneamente mestiza, individualista y próspera.

(Soruco, 2004) (Assies, 2006). El grupo secesionista “nación camba” es uno

de los más importantes productores de discurso del autonomismo

regionalista conservador del oriente. En su imaginación geográfica –ver

mapa en Anexo II- proyecta una nación con Santa Cruz como centro, pero

que abarca toda la amazonía y los llanos bolivianos, en oposición al área

andina y subandina.

Este discurso omitía las propias fracturas al interior de las sociedades del

oriente, y dibujaba un mapa homogéneo de “progreso” enfrentado a

“atraso”. El centralismo era entonces la carga más pesada para “El Oriente”,

que necesitaba autonomía para desarrollarse. El estudio etnográfico de

Adrián Waldmann (2008) constituye un magnífico e ilustrativo ejemplo de

esta mentalidad.

Significativamente, fueron la cuestión de la propiedad de la tierra y del

reparto de la renta y las regalías de los hidrocarburos, los principales puntos

de choque con el gobierno de un proyecto autonomista que, así, revelaba

nítidamente su carácter de clase.

Así, se pueden identificar dos grandes movimientos que han producido la

centralidad política de la cuestión del territorio en el proceso político

boliviano.

En primer lugar, el patrón de acumulación dependiente de capital en el país,

o la modalidad de su inserción periférica en la economía-mundo. El

neoliberalismo profundizó la matriz extractivista-exportadora de la que

habla la investigadora Maristella Svampa (2009), como modelo de

desarrollo fundamentado en el agronegocio y la exportación sin procesar

recursos naturales, siguiendo una dinámica propia de las economías

periféricas. El geógrafo David Harvey (2002) califica este modelo como de

“acumulación por desposesión”, por mera apropiación de bienes comunes

apropiados y mercantilizados por agentes privados; recupera así una

distinción marxista con respecto a la acumulación ampliada de capital. Este

modelo de acumulación, denominado por los movimientos de resistencia a

esos emprendimientos como “de despojo”, ha colocado el binomio tierra-

territorio como eje central de la disputa política entre grupos dominantes y

grupos subalternos. En Bolivia, ha significado la territorialización del

proyecto de las élites económicas del oriente, fundamentalmente para la

defensa de la propiedad privada latifundista de la tierra a través de una

movilización política regionalista que redefina las escalas de decisión estatal

hacia un marco más favorable para el capital agroexportador. Pero también

ha sido así en el caso de los sectores populares y las organizaciones

comunitarias indígenas, en emergencia precisamente en torno a la defensa

y reivindicación de territorio para ejercer su autonomía y proyectos de vida

basados en el “vivir bien”16 en lugar de en el productivismo.

En segundo lugar, en tanto que “política de lugar”, el territorio ha suplido –o

complementado- la debilidad de los macrorrelatos ideológicos, el nacional

en primer lugar. De esta forma, los sectores sociales más duramente

golpeados por las reformas económicas neoliberales encontraron en el

territorio el referente desde la que levantar proyectos de agregación y

acción colectiva de resistencia; La identificación territorial y la

“territorialización de las resistencias” han sido las bases para el potente

renacer de los movimientos sociales, multitudinarios y populares, en Bolivia.

Ésta fortaleza ha marcado y marca, a su vez, la dificultad del bloque

hegemónico para postular un proyecto nacional hegemónico, por encima de

las fragmentaciones y localismos de las organizaciones que componen esta

alianza.

Pero también las élites económicas, y hasta hace poco políticas, han

encontrado en la territorialización de sus demandas la mejor, y tal vez

16 El “vivir bien” o suma qamaña, es un principio filosófico emanado de las comunidades campesino indígenas que el indianismo postula como alternativa al desarrollismo productivista occidental. Se basa en la armonización de las necesidades sociales con la vida en la naturaleza y el equilibrio colectivo.La Constitución Política del Estado boliviano lo recoge en su artículo 8 “Principios, valores y fines del estado”.

única, forma de conseguir base de masas para su oposición al gobierno. Las

consignas más reactivas en defensa de los privilegios de clase de los

sectores empresariales del país han tomado cuerpo y entidad política sólo a

través de su identificación con territorios concretos y de representaciones

espaciales ya sólidamente asentadas en el imaginario popular, tales como

las del oriente “camba” desarrollado y emprendedor frente al occidente

comunitarista y arcaico. (Maclean, 1987) y (Waldmann, 2008)

4. La confrontación en el proceso constituyente y el modelo

territorial de estado.

Así, el proceso constituyente puede ser entendido como presidido por un

choque entre dos proyectos espaciales. O, en otros términos, el conflicto

social en Bolivia, la confrontación de la débil hegemonía indígena y popular

contestada por un bloque conservador regionalizado en el oriente del país,

se situaba principalmente en términos geográfico-políticos.

La oposición, atrincherada en las identidades regionales del oriente

repolitizadas como banderas de resistencia contra el “centralismo” del

gobierno paceño –aunque también bien asentados en las regiones orientales

de los llanos y la amazonía, en contradicción con la imaginación regional

empresarial dominante- libró una dura batalla contra el proceso

constituyente. Desde su comienzo trató de matizar su carácter rupturista,

especificando que se trataba de reformar la constitución y denunciando

como totalitario cualquier intento de “refundar” Bolivia. En su opinión, el

Estado boliviano existente había sido el artífice de un siglo y medio de

convivencia pacífica y “mestiza”. En opinión de los movimientos sociales, la

Asamblea Constituyente debía, por contra, solventar el divorcio histórico

entre las naciones de Bolivia y el Estado liberal.

Pese a que las las elecciones a la Asamblea Constituyente le otorgaron

mayoría absoluta, el MAS se vio atrapado en el requisito de dos tercios de

voto para aprobar el texto constitucional. Este intento, proyectado por la

Vicepresidencia del Gobierno, de hacer una concesión a las minorías para

integrarlas “de forma subalterna” en el proceso constituyente, fue en

realidad un obsequio para una oposición que renunciaba a ser integrada en

ninguna forma, pues consideraba que el poder le había sido usurpado.

Desde ese momento se inauguró una dinámica política que obstaculizaría a

la Asamblea Constituyente hasta casi colapsarla, llevándola a tiempos y

espacios imprevistos: en el tiempo, la constituyente tuvo que prorrogar sus

sesiones por más de 6 meses de la fecha inicialmente prevista; en el

espacio, la derecha regionalizada en el oriente consiguió levantar en Sucre,

la sede inicial de la Constituyente, un movimiento que combinaba la

reivindicación histórica de capitalía con el sentimiento anti-indígena y

campesino, que obligó a la Constituyente a aprobar su texto final a cientos

de kilómetros en la ciudad altiplánica y minera de Oruro, reflejando de

nuevo la importancia central del clivaje regional y que la base del proyecto

de transformación política y el gobierno la constituían inequívocamente los

territorios andinos y subandinos17. La noticia, en los días en que se escribe

este artículo, de la polémica por el traslado de dos mil familias campesinas

del altiplano al pequeño departamento amazónico de Pando,

mayoritariamente opositor, sigue revelando hasta qué punto la variable

territorial sigue primando en el conflicto político en el país18.

No obstante, la constitución finalmente aprobada por los bolivianos con un

61% de apoyo popular en referéndum en enero de 2009, fue el resultado de

otro desplazamiento político. Unos meses antes la oposición cívico-

empresarial promovió, desde los departamentos orientales en los que

detenta el poder, una oleada de incidentes en una estrategia decidida

definitivamente a tumbar el gobierno y hacer descarrillar el proceso

17 De este tema me he ocupado con más profundidad en otros textos. Para un seguimiento más desarrollado de la correlación de fuerzas en el proceso constituyente ver: Errejón, 2008; para un análisis de coyuntura tras el final del proceso constituyente y la aprobación de la Constitución en referéndum, ver: Errejón, 2009A18 El Gobierno boliviano, en el marco de una política para la distribución de tierras, otorgó terrenos a dos mil familias campesinas de la zona andina del país, provocando un desplazamiento masivo de evidentes consecuencias políticas en un departamento con una población de apenas sesenta mil habitantes. A pocos meses de las elecciones presidenciales y legislativas del seis de diciembre, este ejemplo revela el grado extremo en que la espacialización de los bloques sociales en contienda preside el escenario político. Ver: Periódico La Razón 27-29/07/2009

constituyente, justo después de que los referendos revocatorios de agosto

de 2008 confirmaran el apoyo popular de Evo Morales.

Usando la amenaza del enfrentamiento civil como chantaje, la oposición

sentó al gobierno a negociar la constitución en un espacio que le era mucho

más favorable: una mesa bilateral de negociaciones que no reflejaba

proporcionalmente, como sí lo había hecho la Asamblea Constituyente, la

representatividad de cada uno de los dos actores. Fue en ese acuerdo,

formalizado posteriormente en el congreso, donde se cerró el texto

definitivo.

El modelo territorial de estado resultante es un complejo diseño que trata

de responder a diferentes proyectos sociales a la vez, y que por tanto puede

ser leído como una reforma territorial que refleja una conflictiva correlación

de fuerzas políticas en la compleja geografía política boliviana.

El modelo de estado “plurinacional y autonómico” salido de la nueva

constitución se fija dos objetivos en principio no necesariamente

compatibles: el de la descolonización del estado y el de la descentralización

política y administrativa del poder. En el primer caso se trata de resolver la

fractura entre los pueblos indígenas y el estado. En el segundo de poner fin

al centralismo ineficaz de un estado que heredó la geografía andinocéntrica

de la colonia.

El constitucionalista Albert Noguera ofrece un exhaustivo análisis de los

elementos del nuevo diseño de Estado que, de forma novedosa y

vanguardista, lo caracterizan como “plurinacional”: la inclusión de la justicia

comunitaria en igualdad legal con la “ordinaria” o positiva-liberal, el

reconocimiento de las formas indígenas de producción de representación

política y decisión democrática, la afirmación positiva de la oficialidad de

diferentes lenguas originarias, o las autonomías indígenas. (Noguera, 2008)

No obstante, la tarea de descolonizar la estructura estatal, incorporando en

régimen de igualdad a las culturas de los pueblos y naciones

tradicionalmente subalternos, se presenta complicada y de largo plazo. En

otro trabajo ya hemos apuntado como, en el desarrollo constitucional, leyes

como la que regula la formación de la próxima Asamblea Legislativa

Plurinacional (antiguo Parlamento) ya han demostrado lo complicado de

unas reformas que otorguen derechos colectivos diferenciados a poblaciones

en ocasiones dispersas territorialmente (Errejón y Serrano, 2009). Las

futuras leyes del Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, cuyos

magistrados se elegirán por sufragio y provendrán tanto de la justicia

occidental como de la comunitaria, será otro complejo reto para el

desarrollo de la plurinacionalidad.

En paralelo, la adopción del modelo autonómico descentraliza la estructura

estatal en cuatro escalas o “entidades territoriales autónomas”, previstas en

los artículos 294 a 305 de la Constitución:

La autonomía municipal, heredada de la reforma neoliberal de la Ley de

Participación Popular de 199419, pero dotada de mayores competencias; la

autonomía regional, supeditada en su conformación a la aprobación

departamental y diseñada como agregación de municipios; la autonomía

indígena originario campesina, verdadera concreción territorial de la

plurinacionalidad del estado y el derecho a la autodeterminación de los

pueblos indígenas; y la autonomía departamental, que refuerza política y

económicamente una división hasta ahora administrativa en el país. De

estas escalas, resultan especialmente relevantes las dos últimas, por ser

expresiones principales de las especialidades enfrentadas en Bolivia.

Las autonomías indígenas, como propuesta de las organizaciones sindicales

campesinas y los movimientos indianistas 20responden a una

descentralización que tiene como premisa ideológica la preexistencia de los

pueblos originarios al estado boliviano, y por tanto su derecho a la

autodeterminación y la territorialidad.

19 La Ley de Participación Popular (LPP) fue un esfuerzo de descentralización municipal emprendido por el primer gobierno de Sánchez de Lozada. Kohl y Farthing (2006: 90-96) realizan un interesante estudio sobre la ambivalencia de las reformas políticas neoliberales en Bolivia, algunas de las cuales, como en el caso de la LPP, construyeron una “ventana de oportunidad” para la emergencia política de los movimientos sociales.20 Álvaro García Linera, intelectual boliviano y actual vicepresidente de Bolivia, ofrece un sólido análisis de la evolución del indianismo, en el que se aborda el katarismo como una reivindicación de lo indio no como estigma sino como designio histórico de emancipación frente al colonialismo interno. Esta narrativa se enunciaría desde los sindicatos campesinos y en compleja articulación con la identidad popular boliviana, lo que le hace moverse a caballo entre la política étnica y la política de clase (García-Linera, 2005b)

Las autonomías departamentales deben ser entendidas, fundamentalmente,

como una consigna defensiva de los sectores empresariales y las antiguas

élites políticas regionalizadas en el oriente del país. Partiendo de una

división administrativa, expresiones fuertemente conservadoras recogen así

un sentimiento regionalista extendido y de largo recorrido histórico en el

que coinciden diferentes autores estudiosos de la identidad regional oriental

y específicamente “camba”(Maclean, 1987), (Assies, 2006) (Waldmann,

2008) para postular la transferencia de competencias del nivel central del

estado a los departamentos. En tanto que movimiento reactivo de las élites

empresariales locales, la pugna fundamental es por las competencias sobre

propiedad de la tierra, recursos naturales, propiedad, regulación laboral o

aranceles. El peso de las estructuras político-regionales de la patronal del

oriente boliviano fue capaz de imponer la centralidad de los departamentos

como escala de la descentralización estatal.

El complejo modelo territorial de estado, con la descolonización y la

descentralización como ejes, tiene que conjugar el poder de las élites

departamentales, en algunos casos, con la autonomía y la territorialidad

indígena, en otros, o la estructura plurinacional de su composición con la

construcción de un marco unitario fuerte, productor de inclusión hacia el

interior y soberanía hacia el exterior. Este reto es quizás uno de los

centrales del proceso político boliviano.

5. Conclusiones provisionales.

En este artículo se ha tratado de caracterizar en términos generales los

mecanismos por los cuales el conflicto entre grupos subalternos y élites en

Bolivia ha sufrido un proceso de territorialización. Quizás deberíamos hablar

de “espacialización” en cuanto se trata de una dinámica que refiere

sobretodo a los discursos que ordenan los alineamientos políticos en

conflicto.

La reforma territorial del Estado, así analizada, incumbe bastante más que

la mera reordenación jurídica del reparto de las competencias entre las

diferentes unidades subnacionales de la nueva arquitectura institucional.

Desde el punto de vista que se ofrece en el artículo, constituye quizás el

escenario más relevante de la pugna entre bloque sociales que lleva

caracterizando al menos los últimos cinco años en Bolivia: el bloque

indígena y popular, débilmente hegemónico, y la derecha regionalizada, con

precarias alianzas nacionales pero sólido anclaje en las regiones del oriente

del país. A su vez, estos bloques reúnen en su interior, a menudo en un

equilibrio inestable, diferentes proyectos estatales no siempre compatibles,

como en el caso del oficialismo sucede con el nacionalismo popular y el

indianismo, o en el caso de la oposición con los proyectos secesionistas o el

regionalismo como mera estrategia de oposición al gobierno.

La débil estructuración e inserción espacial del Estado boliviano no impide,

como se ha descrito, que el conflicto político actual se libre

fundamentalmente en relación a él. La fragmentación territorial, no

obstante, ha producido históricamente actores políticos fuertemente ligados

a identidades de lugar y prácticas espaciales extraestatales, un fenómeno

que las reformas neoliberales incrementaron. Esto es cierto tanto para el

bloque indígena y popular formado por las organizaciones de los sectores

subalternos agregados sobre identidades étnico-territoriales, como para la

reacción de las élites empresariales y políticas tradicionales, reagrupadas

obre la estructura material y simbólico-cultural de poder de los

departamentos regiones orientales y sus identidades regionales.

Se da así la contradicción, en el proceso de transformación estructural

actual, de que el estado es reclamado por la mejora de las condiciones de

vida al mismo tiempo que tiene que pugnar cotidianamente por la gestión

del espacio y los recursos. Por eso la reforma estatal es, por un lado, una

operación principalmente de reordenación del espacio boliviano y su gestión

por parte del estado y, a su vez, un complicado proceso de negociaciones,

choques y acuerdos entre diferentes actores fuertemente especializados.

La territorialización de los agrupamientos políticos y la espacialización de los

discursos ha sido una potente fuente de organización y defensa de

proyectos étnicos y/o de clase. Si esto es cierto, por lo general, en la

mayoría de procesos políticos, en Bolivia es especialmente relevante, como

uno de los rasgos fundamentales de la actual confrontación entre bloques

sociales.

El proceso constituyente, en ese sentido, tiene una de sus lecturas

principales en la dinámica de confrontación –y rara vez concertación- entre

dos geografías políticas cada una con su proyecto de reforma del estado. El

modelo territorial de Estado salido de la nueva Constitución Boliviana,

“plurinacional y autonómico”, refleja en toda su complejidad y

contradicciones la correlación de estas dos geografías en pugna, detrás de

las cuales existen bloques sociales que ya han sido descritos.

Debe ser entendido, por ello, de forma dinámica y política: Dinámica porque

es el pacto, necesariamente transitorio, entre dos fuerzas sociales

enfrentadas. Política porque, lejos de una cuestión técnica, de diseño

comparado y meticuloso de instituciones más “eficientes”, la nueva

territorialidad del estado tiene que elegir entre responder a las necesidades

sociales de desarrollo nacional, redistribución de la riqueza e inclusión

ciudadana multicultural, o aceptarse como la enésima ficción en la historia

boliviana.

A lo largo del presente texto se ha analizado la compleja naturaleza del

estado boliviano a través de su relación con el espacio que, al menos

formalmente, controla. Se pretende que éste método es particularmente útil

para comprender la correlación de fuerzas que marca el desarrollo del

proceso político actual.

Este proceso, sin embargo, puede ser mejor analizado si se incorpora una

perspectiva geográfica que nos informe de la espacialidad de los diferentes

proyectos políticos, en tanto que programas de ordenación del territorio

pero también en tanto que discursos y prácticas que cobran sentido en

lugares determinados, y a los que a su vez moldean. Esta es posiblemente

una fértil línea de investigación futura.

Las diferentes propuestas de refundación o reforma del Estado emanan

evidentemente de diferentes formas políticas de organizar lo común, que

están enraizadas en espacios y lugares concretos: esto es tan cierto para la

autonomía departamental, que quiere reflejar, consolidar y proyectar una

correlación de fuerzas favorable a los empresarios privados en los

departamentos orientales; como lo es para la autonomía indígena, que trata

de refundar el Estado incorporándole las formas comunitarias de los pueblos

originarios para la administración de justicia, la gestión de los bienes

colectivos o la producción de decisiones políticas, entre otras.

Sin esta visión es difícil comprender los derroteros que el conflicto político

boliviano ha asumido en los últimos años. Por eso es recomendable una

línea de trabajo que sea capaz de aunar el estudio de la producción social

del espacio en el sistema-mundo capitalista con las diferentes dinámicas

políticas radicadas –y productoras de- lugares determinados, y capaces de

movilizar apoyo político sustancial en un sentido u otro.

En concreto, el desarrollo del modelo plurinacional y autonómico de estado,

y las negociaciones entre actores políticos que implique, será por ello un

proceso político clave en la larga crisis estatal en Bolivia.

Anexo I. Población de Bolivia por departamentos y mapa

departamental del país.

Departamento Capital Extensión Populación AltitudChuquisaca Sucre 51.524 475.111 2.790Cochabamba Cochabamba 55.631 1.024.613 2.558Beni Trinidad 213.564 254.380 236La Paz La Paz 133.985 2.182.416 3.640Oruro Oruro 53.588 420.601 3.709Pando Cobija 63.827 49.126 221Santa Cruz Santa Cruz

de la Sierra370.621 1.168.570 416

Tarija Tarija 37.623 284.663 1.866Potosí Potosí 118.218 870.140 4.070

Extraído de: http://www.evomorales.net/paginasCas/bolivia_Cas_mapas.aspx

Consultado el 28 de agosto de 2008

Anexo II Geografía de las poblaciones indígenas y distribución

por Departamento.

N

Elab orado: Su bco mp on ent e TCO's-U GTI's / "Equip o C en tral" - 2005

Ta ca na

U ru s

B EN I

SAN TA C R U Z

LA PA Z

P OTOSI

PA ND O

ORU R O

TAR IJA

COC HA BA M BA

C H UQ UISA CA

U ru sU ru s

U ru s

Ta ca na

Yam ina hu a yM a chineri

R ey esa no Gu ara su gw e

Ta pie te

Paca hu ara

Si rion o

Ara onaM ore

Joaq uin ia no

W ee nhayek

Cavineño

Mo se ten

C ayubaba

Chacobo

Baure

Ese E jja

Ta ca na

Itona m a

C an ichan a

Yurac are

Gu ara yo

Yuqui

U ru s

Chim anLeco

Ayo reo

M ovi m a

Mojeño

Aym araHablantes

Chiqu ita no

Gu ara niQ uec hu aHablantes

FU ENTE: C.N .P .V. 2001 - MAIPO /TCO' s

BOLIVIA: Mapa de Ubicacion yPoblacion Indigena de 15 y mas Años de Edad según Adscripción

Pu eblo s _in1 Qu ech ua 1555 641

2 Ay mar a 1277 881

3 Ch iqu ita n o/Bésiro /Na peca/Paun 112218

4 Gu aran¡ (I zoc eño , Ava, S imba) 81011

5 M ojeñ o (Trinit ario /Ign aciano/ 46336

6 M ovim a 6183

7 Gu arayo 6010

8 Ch ima n/T sima ne 4331

9 Ta kan a 3580

10 Re yesa no/Mar opa 2741

11 Le co 2443

12 Ito nom a 1492

13 Yu ra kare 1399

14 Ur u-C hipa ya/Iru-ito/M urat o 1210

15 W eenh aye k/M atac o 1022

16 Ay oreo 860

17 Ca vine ño 852

18 M oseten 813

19 Ba ure 496

20 Es se e jja/ Chama 409

21 Ca yub aba 328

22 Ch a co bo 255

23 Ca nich ana 213

24 Jo aqu iniano 169

25 Si rion o 134

26 Yu ki 112

27 Ar aon a 92

28 Ya min awa 45

29 M ore 44

30 Pa cah uara 32

31 Ta piete 19

32 M achi ne ri 15

33 Gu arasug we 9

Nº Pu e b lo In d ig e na Po bla c io n

Fuente: Instituto Nacional de Estadística de Bolivia www.ine.gov.bo

BOLIVIA: POBLACIÓN TOTAL, POR CONDICIÓN INDÍGENA Y ÁREA DE RESIDENCIA, SEGÚN DEPARTAMENTO,CENSO 2001

DEPARTAMENTO POBLACIÓN TOTAL POBLACIÓN NO INDÍGENATotal Área Urbana Área Rural Total Área Urbana Área Rural Total

TOTAL 8,274,325 5,165,230 3,109,095 4,141,187 3,307,888 833,299 4,133,138

Chuquisaca 531,522 218,126 313,396 186,512 103,237 83,275 345,010La Paz 2,350,466 1,552,146 798,320 948,282 842,701 105,581 1,402,184Cochabamba 1,455,711 856,409 599,302 455,748 409,449 46,299 999,963Oruro 391,870 236,110 155,760 153,041 129,841 23,200 238,829Potosí 709,013 239,083 469,930 136,421 104,565 31,856 572,592Tarija 391,226 247,736 143,490 321,290 205,103 116,187Santa Cruz 2,029,471 1,545,648 483,823 1,581,516 1,269,089 312,427 447,955Beni 362,521 249,152 113,369 311,891 225,978 85,913Pando 52,525 20,820 31,705 46,486 17,925 28,561___________________ _____________ _______________ _____________ ____________ _____________ ____________ ____________Fuente: INE, VAI, UNFPA. La Paz, noviembre 2003http://www.ine.gov.bo/indice/visualizador.aspx?ah=PC20501.HTM consultado el 28 agosto 2008

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• Edición digital de El Deber (www.eldeber.com.bo)

• Cambio (Sin edición digital)