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"LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE". EL CONCEPTO Y SU CLÍNICA. DE JEAN-CLAUDE MALEVAL 1 Marcelo Novas Resumen Con el propósito de mostrar la importancia decisiva que para el tratamiento psicoanalítico de la psicosis tiene la comprensión de lo que desde el campo de la clínica psicoanalítica se nombra forclusión del Nombre del padre, se realiza un recorrido por los aportes de Jean-Claud Maleval quien rastrear, a través de la obra de Lacan, la construcción de esta noción y sus efectos sobre la economía del goce. Palabras clave: Psicosis, Nombre del Padre, forclusión, significante primordial, sujeto del goce, goce fálico, objeto a, cadena borromea, síntoma, clínica, cura. Jean-Claude Maleval nuevamente aparece trabajando en un texto sobre las psicosis, como ya lo había hecho en 1981 al publicar "Folies hystériques et psychoses dissociatives" 2 , y lo hace a partir precisamente de las preguntas que todos estos años de labor en el campo de las psicosis lo han interrogado y le han llevado a tratar de forma exhaustiva con la forclusión del Nombre del Padre como concepto. Al inicio de la obra nos advierte que este concepto, que nos es de utilidad para saber si determina o no la estructura del sujeto, no alcanza para prever o predecir las consecuencias, los efectos, las crisis y las recaídas de estos sujetos psicóticos, como señala Serge Cottet 3 . Lo que a entender de Maleval sí se ha incrementado, y esto es un cambio, es la demanda de psicoanálisis por parte de psicóticos, por lo que para lograr tratamientos auténticamente psicoanalíticos será necesario a partir de las entrevistas preliminares lograr una distinción estructural, distinción que para Maleval (y es una de las tesis de este trabajo) se puede lograr a partir de tener en cuenta la forclusión del Nombre del Padre. Aquí el autor nos señala que este concepto no presenta una exposición sistemática en la enseñanza de Jacques Lacan (que es quién lo propuso originalmente) y a ello se abocará a lo largo de la primera parte del trabajo que titula “Construcción y evolución del concepto de forclusión del Nombre del Padre”. ¿Por qué esta necesidad de rastrear el concepto en su arqueología?, quizá porque para Maleval la aceptación o el rechazo de la hipótesis de la forclusión del Nombre del Padre condicionará el conjunto de las

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"LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE".

EL CONCEPTO Y SU CLÍNICA.

DE JEAN-CLAUDE MALEVAL1

Marcelo Novas

Resumen

Con el propósito de mostrar la importancia decisiva que para el tratamiento psicoanalítico de la psicosis

tiene la comprensión de lo que desde el campo de la clínica psicoanalítica se nombra forclusión del

Nombre del padre, se realiza un recorrido por los aportes de Jean-Claud Maleval quien rastrear, a través

de la obra de Lacan, la construcción de esta noción y sus efectos sobre la economía del goce.

Palabras clave: Psicosis, Nombre del Padre, forclusión, significante primordial, sujeto del goce,

goce fálico, objeto a, cadena borromea, síntoma, clínica, cura.

Jean-Claude Maleval nuevamente aparece trabajando en un texto sobre las psicosis, como ya lo

había hecho en 1981 al publicar "Folies hystériques et psychoses dissociatives"2, y lo hace a

partir precisamente de las preguntas que todos estos años de labor en el campo de las psicosis lo

han interrogado y le han llevado a tratar de forma exhaustiva con la forclusión del Nombre del

Padre como concepto. Al inicio de la obra nos advierte que este concepto, que nos es de utilidad

para saber si determina o no la estructura del sujeto, no alcanza para prever o predecir las

consecuencias, los efectos, las crisis y las recaídas de estos sujetos psicóticos, como señala Serge

Cottet3. Lo que a entender de Maleval sí se ha incrementado, y esto es un cambio, es la demanda

de psicoanálisis por parte de psicóticos, por lo que para lograr tratamientos auténticamente

psicoanalíticos será necesario a partir de las entrevistas preliminares lograr una distinción

estructural, distinción que para Maleval (y es una de las tesis de este trabajo) se puede lograr a

partir de tener en cuenta la forclusión del Nombre del Padre. Aquí el autor nos señala que este

concepto no presenta una exposición sistemática en la enseñanza de Jacques Lacan (que es quién

lo propuso originalmente) y a ello se abocará a lo largo de la primera parte del trabajo que titula

“Construcción y evolución del concepto de forclusión del Nombre del Padre”. ¿Por qué esta

necesidad de rastrear el concepto en su arqueología?, quizá porque para Maleval la aceptación o

el rechazo de la hipótesis de la forclusión del Nombre del Padre condicionará el conjunto de las

opciones teóricas del analista y por ende la concepción misma de la cura. En este punto Maleval

realiza una autocrítica referida a su anterior texto en referencia a que el estudio de la sutil

frontera entre neurosis y psicosis necesariamente no puede obviar ninguno de los dos lados de

dicha división, y que el campo que en ese trabajo otorgaba a las histerias crepusculares debería

reducirse. Vemos aquí todo un trabajo de escuela , precisamente la Escuela de la Causa

Freudiana; lo que quizá también llama la atención en este texto, es que la referencia a los

pioneros del psicoanálisis y a los grandes maestros de la psiquiatría es constante, no siendo así

con autores psicoanalíticos que no pertenecen a Escuela de la Causa Freudiana pero actualmente

están produciendo en el campo del análisis (pero para ser lógicamente consistente con lo

propuesto en el texto, existen excepciones que confirman la regla, por ejemplo, Porge, Le

Gaufey, Czermak).

La idea que Jean-Claude Maleval desarrollará en este escrito es que la estructura de la psicosis

está determinada por la forclusión del Nombre del Padre, lo que para este autor constituye una

ruptura con los desarrollos de la tesis de 1932 que Lacan publicara bajo el nombre de "De la

psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad"4. Por el contrario, la segunda teoría de

la psicosis, que aparece en "Acerca de la causalidad psíquica"5, al poner en primer plano la

imago y las identificaciones quedará incluida en el campo de los efectos imaginarios producidos

por el desencadenamiento del significante. El trabajo con el significante, tomado de la

lingüística, proporcionará el esquema inicial fundamental que permitirá concebir la clínica de la

forclusión del Nombre del Padre. En 1957, cuando Lacan introduce este concepto, sienta las

bases de una clínica psicoanalítica estructural apoyada en la clínica psiquiátrica clásica. Maleval

nos advierte que esta última parece haberse agotado; una nueva clínica tiende a predominar en el

discurso psiquiátrico, nacida del descubrimiento del Largactil en 1952, de los progresos de la

psicofarmacología en el tratamiento de los síntomas psicóticos y de las simpatías del imaginario

positivista dominante que sostiene el enfoque del ‘hombre neuronal’; esta clínica ya no parte de

la observación del sujeto sino de la eficacia de la molécula. Hoy en día un texto como el de

Freud sobre Schreber6, nos dice Maleval, donde no se valora al otro desde el déficit y la

disociación de las funciones, no tiene lugar en la psiquiatría actual, que deposita sus esperanzas

en la farmacología. A diferencia de esto lo que el psicoanálisis propone no es una sustancia, es

un método, que logra un conocimiento científico, o paracientífico (anota con escrupulosidad el

autor) mucho más minucioso, menos global y difuso. A través de los textos del psicoanálisis y

mediante una clínica de la singularidad y sus potencialidades, la tarea clínica clásica quedó en

manos de los analistas, los que no pueden ignorar el lugar del inconsciente y las estructuras que

se generan en el encuentro con el otro. Para Maleval la forclusión del Nombre del Padre produce

una innovación en dicha clínica. Esta forclusión designa una carencia del significante que

asegura la consistencia del discurso del sujeto. De ello se deduce una clínica afirma el autor.

Al finalizar su enseñanza Lacan deja una teoría de la psicosis en plena evolución; un sesgo que

no llegó a despejar es lo que él mismo llamó “otro centramiento” en el año 1967 en "Petit

discours aux psychiatres"7. Otra vertiente aparece en lo referente a la erotomanía de

transferencia, lo que marca una distancia con la psicosis de transferencia, como conceptos

disímiles, una tarea que atañe a los alumnos de Lacan. Para Maleval es legítimo preguntarse

actualmente por la pertinencia del concepto de forclusión del Nombre del Padre, sobre todo

luego de la introducción del nudo borromeo en los años setenta. Una respuesta a esto es la clínica

de las suplencias, fuertemente influida por la conceptualización borromea. Lo que se suple es ese

Nombre del Padre, ahora ubicable en diferentes lugares de la cadena borromea. Desde la

perspectiva de Maleval esto produce el llamamiento a una clasificación distinta, borromea y no

estructuralista, una de ellas continuista, la otra discontinuista.8 El tema de las clasificaciones no

será menor, pues tallará a su vez en el manejo específico de la transferencia con el psicótico, ya

que la posición del sujeto psicótico se puede modificar y elaborar, en su especificidad, al igual

que puede hacerlo un sujeto neurótico o perverso.

Para poder desplegar estas ideas Maleval comienza su desarrollo, en el primer capítulo de su

obra “Por la verwerfung freudiana”, preguntándose cómo fue que Lacan se apoyó en esta noción,

verwerfung, para su elaboración de la forclusión como concepto. Es así que comienza un

recorrido histórico por los textos freudianos rastreando las diferentes apariciones de esta

“verwerfung” a través de los años, y también cómo esta idea fue tomada por diferentes autores

posfreudianos que incursionaron en el campo de las psicosis, como Paul Federn y Melanie Klein;

de estos dos últimos, Maleval entiende que sus aportes dan cuenta con mayor facilidad de los

aspectos deficitarios de la sintomatología psicótica, que de la originalidad de sus temas

delirantes. Apoyándose en esto, es que sostiene que en ese punto Lacan sí aparece como un

continuador de la línea abierta por Freud, y que en ese sentido Lacan no debe nada a los autores

posfreudianos (a excepción, de Helene Deutsch, en relación a la posición “como si” del

esquizofrénico, anota Maleval); ¿por qué afirma esto el autor?, porque sostiene que lo que

emparenta las búsquedas, tanto de Freud como de Lacan , es el afán de encontrar un mecanismo

específico para las psicosis y no quedarse en la mera fenomenología (certera crítica que Freud

dirigió a Jung y que Lacan recordó no pasar por alto). Al principio de su búsqueda Lacan afirma

la primacía de lo simbólico, sobre lo imaginario y lo real de su ternario, y buscará la relación

específica del sujeto con el lenguaje; en esta búsqueda trata de apoyarse en las elaboraciones

freudianas y encuentra a la “verwerfung”(forclusión) desde los primeros escritos psicoanalíticos,

en "Las neuropsicosis de defensa" de 18949 Freud propone a la “verwerfung” como el proceso

por el cual el yo rechaza la representación intolerable al mismo tiempo que su afecto,

comportándose como si la representación nunca hubiera llegado hasta el yo. A pesar de esto

Maleval no deja de reconocer que en Freud la “verwerfung” posee un estatuto incierto, quedando

como una idea tomada de Brentano, pero a nivel conceptual sólo esbozado.

Un trabajo de delimitación conceptual importante es el que permitirá discriminar la

“verwerfung” de la represión primaria, a lo que Maleval se dedica en el segundo capítulo. Allí

nos dice que Lacan se encontró con la dificultad que los primeros traductores de Freud al

francés, Marie Bonaparte, y quién fue el analista de Lacan, Rudolph Loewenstein, habían

traducido este término como “juicio que rechaza y elige”. Lacan se opone a esto y dice que

precisamente la “verwerfung” no es un juicio, ubicando esta operación como algo lógicamente

diferente. ¿Cómo establecer la diferencia entre el retorno de esto indecible original y fenómenos

psicóticos no dialectizables? Para comenzar a despejar esta problemática Lacan se apoya en "Die

verneinung"10 (traducido como denegación en el psicoanálisis francés); allí Freud plantea que el

juicio de atribución es previo a un juicio de existencia articulado en una denegación, ya que debe

haber una representación previa de lo denegado. Dicho juicio se pregunta por la diferencia o la

semejanza entre una representación y una percepción y atañe al reencuentro del objeto de

satisfacción. Freud propone que previo a la “verneinung” (denegación) debe existir una

“bejahung”(afirmación) que ocurre a la vez que una “ausstossung” (expulsión), operación que

entiende como constitutiva de lo psíquico y regulada por el principio del placer: expulsión de lo

displacentero, inclusión de lo placentero, primer distinción entre un afuera y un adentro. De esta

forma la denegación es una formación tardía al servicio de la represión (y ya Freud nos había

advertido que una represión es algo diferente a una “verwerfung” (forclusión) en "De la historia

de una neurosis infantil"11), y la negación inherente a la “bejahung” (aquella que es graficada por

Freud con la noción de “ausstossung”) instaura la represión primaria y participa de la

estructuración del sujeto. La noción lacaniana de forclusión (que es como propone Lacan traducir

la “verwerfung” freudiana) encuentra en este rechazo fundador uno de sus orígenes. La

“verwerfung” (forclusión) es un obstáculo a la rememoración, ya que eso quedó expulsado fuera

de la “bejahung” (afirmación) original; entonces si la represión genera síntomas, en el sentido

analítico del término, la forclusión generará fenómenos diversos, como por ejemplo la

alucinación y el acting-out.

Maleval nos dice que para mostrar esto Lacan se apoya en el caso del “Hombre de los lobos” en

relación al episodio del dedo cercenado. Allí afirma Lacan que "la “verwerfung” (forclusión) le

ha salido al paso a la manifestación del orden simbólico, es decir, a la “bejahung” (afirmación)

que Freud establece como el proceso en que el juicio atributivo toma su raíz, y que no es sino la

condición primordial para que de lo real venga algo a ofrecerse a la revelación del ser o, para

emplear el lenguaje de Heidegger, sea dejado-ser"12. De esta forma, la instauración de la

represión primaria es la condición para que lo simbólico capture a lo real en su trama.

Sin embargo, este proceso no se lleva a cabo sin una pérdida: estos desarrollos culminarán con la

formalización del objeto a durante el seminario de1962-63 sobre la angustia. La diferencia entre

represión y forclusión no queda definitivamente sellada hasta finales de 1955. Lo reprimido se

revela mediante una denegación y demuestra ser dialectizable porque está articulado en lo

simbólico, por el contrario, el surgimiento de lo “verworfen” (forcluído) en lo real deja al sujeto

psicótico "absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar la “verneinung” (denegación) con

respecto al acontecimiento" dice Lacan13. Esto es lo que explica las reticencias de Lacan en la

dirección de la cura: existe un tope no dialectizable. Otro problema, informa Maleval, es que en

1955 en la enseñanza de Lacan, se distinguen y se confunden al mismo tiempo una “verwerfung”

(forclusión) estructurante, originaria, normativa, apoyada en la “ausstossung” (la negación

inherente a la “bejahung” (afirmación)), y por otro lado una “verwerfung” (forclusión)

patológica, excepcional, psicótica.

Es gracias a la introducción de la noción de falta de un significante primordial, sostén del

armazón simbólico, que resulta posible concebir la especificidad de la “verwerfung” (forclusión)

psicótica. Luego de esto Lacan deberá articular la función paterna, relacionada con este

significante primordial, a través del complejo de Edipo. Es en "De una cuestión preliminar a todo

tratamiento posible de la psicosis"14 donde Lacan plantea que la falta de un significante

primordial que le da a la psicosis su condición esencial se encuentra formulada por primera vez

como forclusión del Nombre del Padre. Allí el Nombre del Padre es especificado como “el

significante que, en el Otro, en cuanto lugar del significante, es el significante del Otro en cuanto

lugar de la ley “15 . Ahora bien, estos desarrollos de Lacan, ¿están apoyados en Freud? se

pregunta Maleval. Para contestar esto dedicará el tercer capítulo de su libro a rastrear el origen

del concepto de forclusión.

En francés contemporáneo “forclusión” es de uso corriente en el vocabulario jurídico

procedimental y significa la caducidad de un derecho no ejercido en los plazos prescritos. Sin

embargo, según Littré16, el sentido propio y primitivo del verbo “forclore” es “excluir”. Este

término no era desconocido en el campo del psicoanálisis previamente a la propuesta de Lacan;

en 1956 la forclusión ya había sido introducida por los gramáticos Damourette y Pichon17, en

relación a la negación en francés, pero Maleval piensa que el aporte de estos no agrega nada a lo

que termina siendo la propuesta de Lacan.

El cuarto capítulo tratará, del Nombre del Padre, la forclusión. Para esto Maleval nos recuerda

que no se debe omitir que el proceso forclusivo, en un segundo tiempo de la enseñanza de Lacan,

es puesto en correlación con la función paterna. Entonces en el psicótico la forclusión de este

significante primordial afecta al Nombre del Padre, y no a significantes cualesquiera ni a

experiencias singulares. Maleval es categórico en subrayar la especificidad de la estructura

psicótica en un intento de no caer en inexactitudes poco producentes.

Los primeros abordajes de la función paterna serán en el capítulo cinco. Para Lacan la forclusión

del Nombre del Padre determina la psicosis y este planteo se sostiene en su producción desde

1958, manteniéndose constante hasta el final de su obra. Lo que sí evoluciona, o por lo menos

cambia, es el concepto de Nombre del Padre (sobre todo a partir de lo que Lacan abreva de la

lingüística y los planteos de la antropología, particularmente lo que en ese campo produce Levi-

Strauss).Cuando la primacía de las imagos es superada por la del lenguaje (lo que se ubica dentro

del movimiento que proponía la primacía de lo simbólico sobre lo imaginario) la función paterna

necesita ser reconsiderada. Es en 1953 en "El mito individual del neurótico"18 y en "Función y

campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis"19 donde Lacan forja el concepto de Nombre

del Padre (que en francés tiene diversas resonancias y que evoca desde “nombre” hasta “no”). En

1955 Lacan introduce la noción de Otro con mayúscula para designar, más allá de la pareja

imaginaria del espejo, el orden simbólico donde la verdad se articula y el sujeto trata de hacer

reconocer su deseo. Inscrito en este campo el Nombre del Padre constituye una instancia

pacificadora de las tretas de lo imaginario, al ordenar un universo de sentido por medio de

vínculos entre los significantes y los significados. El mito freudiano de "Totem y tabú"20

recupera su fuerza gracias a la articulación que liga el Nombre del Padre con el significante

primordial.

Lógicamente el siguiente punto que trabajará Maleval es la metáfora paterna. El 19 de junio de

1957 Lacan concibe, en el desarrollo de su seminario, toda introducción a la función paterna

como algo que para el sujeto es del orden de una experiencia metafórica, y para hacerlo se apoya

en Roman Jakobson. En lo que se refiere a la metáfora paterna, plantea Lacan en "De una

cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", el significante del Nombre del

Padre suple "el lugar previamente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre".21 Se

trata de una formalización del complejo de Edipo basada en el principio de su reducción a un

proceso metafórico. De esta forma la función paterna alza un obstáculo frente al goce incluido en

la relación madre-niño, trazando una tachadura sobre el deseo de la madre y oponiéndose a la

instauración de una completud imaginaria. No ocurre esto cuando la forclusión del Nombre del

Padre reduce la metaforización a

así no se puede producir ninguna sustitución. Cuando el deseo de la madre no está simbolizado,

el sujeto corre el riesgo de enfrentarse con el deseo del Otro experimentado como una voluntad

de goce sin límite. Sin embargo, en la década del cincuenta, el Otro lacaniano no está aún

centrado en una falta. A pesar de la referencia al padre muerto, el Nombre del Padre es

concebido inicialmente como lo que asegura la consistencia de un Otro absoluto que garantiza la

verdad. Lo que es notable aquí, tiene que ver con que desde su formalización de la metáfora

paterna, Lacan se ve llevado a situar el Nombre del Padre en el exterior del campo del Otro,

cuando escribe como resultado de la operación:

Será esta intuición la que anticipará los ulteriores desarrollos.

Esto lleva a Maleval en el capítulo siete a trabajar la incompletud del Otro. La construcción del

grafo del deseo, que aparece ordenada y comentada en "Subversión del sujeto y dialéctica del

deseo en el inconsciente freudiano"22, marcó un giro decisivo en la concepción del Nombre del

Padre, correlativo del descubrimiento de una falta en el campo del Otro; falta que aparece como

hecho de estructura en la distancia que existe entre los significantes, entre S1 y S2. El significante

del deseo no se puede obtener mediante una deducción: el sujeto sólo se constituye en su división

sustrayéndose del lugar del Otro. De esta forma el sujeto descompleta al Otro, y de su

sustracción del lugar del Otro, resulta una falta: . Este matema designa un significante

exterior al Otro, pero conectado con él y necesario para su consistencia; ningún lenguaje permite

articular toda la verdad, lo que luego de Kurt Gödel quedó demostrado. Vemos así que está

justificado considerar como un matema del Nombre del Padre en la medida que el orden

simbólico demuestra estar articulado alrededor de un agujero. La incompletud del Otro origina

un nuevo abordaje de la forclusión del Nombre del Padre centrado en la ilocalización

(“illocalisation”) del goce.

La elaboración conceptual del campo simbólico, del Otro, como barrado, agujereado, como no-

todo, constituye la condición para que lo real del goce no simbolizable pueda ser circunscrito en

la operación psicoanalítica. La ley paterna demuestra que no se puede captar por entero mediante

el significante: el imperativo categórico kantiano, que plantea un deber incondicional, purificado

de los intereses humanos y vitales, traza un vacío central donde ahora Lacan puede distinguir lo

que revela el Marqués de Sade: una exigencia de goce. Ésta, según Lacan, excava un agujero en

el lugar del Otro para levantar allí la cruz de la experiencia sadiana. Esta hiancia del Otro, como

forclusión normal y normativa debe ser diferenciada de la forclusión psicótica. Entonces, a partir

de los años sesenta se torna necesario concebir la forclusión del Nombre del Padre, no ya como

rechazo de un significante primordial, sino como la ruptura de un anudamiento entre la cadena

significante y aquello que desde el exterior sostiene su ordenamiento. Para ello deberá analogizar

el Nombre del Padre con la función del cero, plantear su estatuto de excepción en las fórmulas de

la sexuación y finalmente su equivalencia con el anudamiento de la cadena borromea.

En el capítulo ocho Maleval se ocupará de la pluralización del nombre del Padre. Aquí el autor

propone que el grafo del deseo es la prueba de un cambio decisivo en la concepción del Nombre

del Padre, al indicar claramente que éste deja de ser la clave de la consistencia del Otro y esto

ocurre porque la incompletud del Otro ya no permite concebir al padre como un universal. A

causa de la división del sujeto, producida por la articulación del ser con el lenguaje, el complejo

de castración ocupa un lugar cada vez más importante. En el seno del intervalo S1 - S2 se revela

poco a poco la insistencia del goce, y en 1963 el objeto a aparecerá concebido como la causa real

del deseo. Sólo la separación de este objeto pone en marcha la dialéctica del deseo. La ley de la

castración impone a ambos (sujeto y gran Otro) la marca de la incompletud; en este sentido el

Nombre del Padre se puede concebir como una función que asegura la inclusión del falo en el

objeto a, es decir, la conexión de este último con el lenguaje. Esta tarea la hará el padre desde su

doble dimensión de padre gozador y de padre de la ley.

Todo lleva a creer que la pluralización del Nombre del Padre anunciada en 1963 concordaba con

un acercamiento de su función a la función de los objetos a. Maleval nos dice entonces,

siguiendo a Lacan, que gozar de acuerdo con la ley supone la aceptación de un sacrificio de

goce. De esta forma, en cuanto los Nombres del Padre se articulan con los objetos a quedan

establecidas las bases de un nuevo abordaje de las psicosis: el esquema del desencadenamiento

significante se verá suplantado cada vez más por el de la no localización del goce; no olvidemos

que fue en 1966 cuando Lacan introdujo la noción de “sujeto del goce” para caracterizar al

psicótico.

El capítulo nueve Maleval lo titula “El Un-Padre”. Allí vemos que en la definición del concepto

Nombre del Padre se han producido varias modificaciones. Inicialmente concebido como

significante inscrito en el Otro, garante de la existencia de un lugar de la verdad, luego se

pluraliza y al mismo tiempo es correlacionado con una pérdida de goce. Más tarde, en los años

setenta se relaciona con una formalización que da cuenta del ordenamiento de la cadena

significante y que articula dicho orden con el cifrado del goce. Son estas últimas elaboraciones

de Lacan las que originan, según Jacques-Alain Miller, una “axiomática del goce” que suplanta

poco a poco a la axiomática del Otro. Ocurre que el Uno del goce sabe que ha de contar con el

Otro, lo que sucede es que entre ellos no hay relación armónica. Las fórmulas de la sexuación -

contemporáneas de la articulación del Nombre del Padre con el cero, definido como el número

asignado al concepto “no idéntico a sí mismo” (según los trabajos de Gottlob Frege)-23 lo

establecen rigurosamente, proponiendo una nueva formalización de la función paterna fundada

en la existencia del Uno que constituye la excepción (lo que inmediatamente nos hace pensar en

el padre de la horda primitiva planteado por Freud en "Totem y tabú"). Si se concibe el Nombre

del Padre en referencia a la axiomática de Giuseppe Peano, su forclusión se ha de entender como

homóloga a la carencia de un principio regulador, de ello se deriva una pérdida del

ordenamiento de la cadena significante y una falta de aptitud del sujeto para localizar el goce

mediante el significante, lo cual implica una dificultad para apaciguarlo. Todas estas referencias

hacen necesario detenerse en las fórmulas de la sexuación, que Maleval trabajará, en el décimo

capítulo de su obra, desde el lugar de ese padre mítico:

Las fórmulas de la sexuación proceden a una reducción del mito edípico a la lógica única de la

castración. Tales matemas no significan nada, tratan de formalizar una lógica que opera en el

campo del inconsciente. La introducción de una distinción clara entre dos modalidades del goce,

contemporánea en la enseñanza de Lacan de las fórmulas de la sexuación, abrirá la posibilidad

de un importante avance en la investigación de la psicosis. Así Lacan propondrá un goce fálico,

localizado en un fuera-del-cuerpo que es el objetivo de las pulsiones, y que, mediante esta

localización, vacía el cuerpo propio de goce. Por el contrario, el Otro goce, que pertenece al

cuerpo propio no está civilizado como el goce fálico. Su surgimiento en el psicótico se

manifiesta a menudo como correlativo de lo que Lacan llama “un empuje a la mujer”. Las

fórmulas cuánticas de la sexuación nos llevan a poner de relieve la función de barrera contra el

goce del cuerpo instaurado por el Padre simbólico. De esta forma, con dichas fórmulas, la

forclusión queda fuertemente correlacionada con un desencadenamiento del goce y de manera

más específica con un empuje a la mujer.

Recapitulemos: la función paterna limita el goce asociándolo con el significante fálico y por eso

sitúa a la insatisfacción en el origen del deseo. Asimismo satisface las necesidades de la defensa

contra un goce devastador al instaurar una separación frente a las intimaciones del Otro. De esta

forma protege al sujeto de los efectos angustiantes del imperativo obsceno del superyo, como lo

llamó Lacan, que ordena un goce imposible. Consecuentemente, la carencia paterna entrega al

sujeto al goce de un Otro sin freno. En la clínica de la psicosis, aún con la forclusión del Nombre

del Padre, se constata frecuentemente la presencia de un padre todopoderoso, que como el de

"Totem y tabú" capitaliza el goce. El fenómeno de su emergencia se capta con más facilidad a

posteriori de la distinción entre goce fálico y goce del Otro. La clínica de la transferencia

psicótica se vuelve más inteligible desde este nuevo punto de vista, de esta forma la tesis de la

“erotomanía mortificante” (al principio sólo mencionada por Lacan en la presentación que supo

hacer de las memorias de Schreber)24 es elevada a la cualidad de un concepto principal. Dicha

tesis destaca la propensión del psicótico a situarse como un objeto entregado a la malevolencia

del Otro gozador. Esta tesis subvierte la noción de “psicosis de transferencia”, ya que no se trata

de extrapolar conceptos del campo de la neurosis al de la psicosis. Las implicaciones de las

fórmulas de la sexuación para la teoría de la psicosis no se desarrollan de inmediato, pero la

innovación que se introduce al discernir el goce del Otro demuestra tener un alcance decisivo, ya

que este avance permite superar por fin los límites de la cura establecidos al final de "De una

cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", y en la década de los ochenta

quienes tomaron su enseñanza como referencia, Colette Soler o Michel Silvestre, pueden

empezar a concebir la orientación de la tarea clínica hacia un “atemperamiento del goce del

Otro”. El resultado de todo ello es una apertura heurística tan importante como la que en su

tiempo supuso la identificación proyectiva para los kleinianos, propone Maleval.

Llegados a este punto será necesario detenerse en la cadena borromea y el sinthoma en su

articulación con la función paterna. Anteriormente se había planteado que el Un-Padre, mediante

el ordenamiento de la cadena significante que determina, permite ubicar el goce y regularlo.

Surgida de una aproximación entre el descubrimiento freudiano y la lógica matemática, esta tesis

no sólo se afirma con las fórmulas de la sexuación, sino que sigue siendo el soporte de los

últimos desarrollos relativos a la cadena borromea, cadena que en su forma más simple consta de

tres redondeles de cuerda entrelazados de tal forma que si se separa uno, los otros dos quedan

libres. El recurso a esta topología permite proponer una nueva perspectiva sobre la estructura del

sujeto en la cual lo imaginario, lo simbólico y lo real se articulan de tal forma que atrapan al

objeto a en un agujero central. El ordenamiento de la estructura del sujeto empieza a ser

buscado en esta época más allá de una “lingüistería”, como plantea Lacan en el seminario

"Encore"25, en una topología depositada por el significante. Combinando de forma borromea lo

imaginario, lo simbólico y lo real, Lacan da un salto conceptual que lo lleva en 1975 a establecer

una equivalencia entre la cadena borromea y el Nombre del Padre. Por nueva que sea la tesis no

deja de considerar al padre como el Uno que no hace más que rodear un agujero, aunque este se

haya convertido en un agujero plural (tres agujeros que producen un cuarto agujero, tres

redondeles que producen un agujero central). Con todo el Uno ha de estar presente en cada

anillo, puesto que la falta de uno solo basta para romper la cadena y por eso Lacan se refiere a lo

simbólico, lo imaginario y lo real como tres formas del Nombre del Padre, y precisa que de esta

forma reduce el Nombre del Padre a su función radical, o sea, “dar un nombre a las cosas con

todas las consecuencias que ello comporta, en particular la del gozar”. 26A partir de "R.S.I.",

Lacan entiende el síntoma como lo que se sostiene en la letra, letra que marca lo que falta, de ahí

la última tesis sobre el Nombre del Padre según la cual éste es solidario al síntoma, como

propone en su seminario "Le sinthome".27 Dicha tesis demuestra ser correlativa de una

construcción con cuatro elementos (antes eran tres) de la cadena borromea que hace surgir el

anudamiento, no ya mediante la conjunción de lo imaginario, lo simbólico y lo real, sino

mediante la intervención de un cuarto término, el sinthoma (grafía nueva que muestra el recurso

a un vocablo surgido del francés antiguo). El sínthoma lacaniano apunta a una depuración del

síntoma médico, por tanto, es compatible con la ausencia de angustia y se define “por la forma

en que cada cual goza del inconsciente en tanto el inconsciente lo determina”28, de tal modo que

el acento recae en un núcleo de goce. La refundición del concepto de síntoma demuestra ser

correlativa de un esfuerzo para escribir de un solo trazo, el significante y el goce. En la última

elaboración de la enseñanza de Lacan, la función paterna tiene su soporte en el sinthoma: la

propiedad borromea de la cadena sólo se produce por el cierre de ese cuarto elemento. Es

siempre el Uno de excepción que localiza el goce lo que determina la concepción del Nombre del

Padre, pero ahora el Nombre del Padre es puesto en relación con las letras del sínthoma, el cual

se convierte por lo tanto en indispensable: nadie puede anudar su estructura salvo por medio de

S1, que fija un goce ignorado. De ello se deducen la pluralidad y la relatividad de los Nombres

del Padre. La carencia de la estructura borromea produce una deslocalización del goce, que luego

invade al sujeto de forma parasitaria; las indicaciones de Lacan a este respecto son explícitas y

variadas. Aunque Lacan no abandona el concepto de Forclusión de Nombre del Padre parece

tender a utilizarlo con menos frecuencia en los años setenta, no solo porque se esboce la noción

de carencia, todavía es más sorprendente ver el retorno de la noción de rechazo abandonada en

1956. La noción de rechazo parece menos estática que la de forclusión al connotar una

implicación más acentuada del sujeto. Pareciera pues, poder esbozarse una orientación

terapeútica que apuntaría a reinstalar la función del sujeto consistente en representar a un

significante ante otro significante. Más, con todo, no hay duda que existen diversos medios para

remediar el fallo del anudamiento borromeo. La aportación principal de las últimas elaboraciones

reside en la introducción del concepto de suplencia, puesto de relieve con el apoyo de la escritura

de James Joyce. Si bien se excluye la posibilidad de analizar la forclusión del Nombre del Padre,

a partir de 1975 se puede considerar la posibilidad de producir una suplencia. En lo que a esto se

refiere, la investigación de Lacan no quedará interrumpida con su muerte, lo que señala el poder

heurístico de sus conceptos, ya que algunos de sus alumnos idearán (algo que el mismo no pudo

hacer, señala Maleval) una dirección de la cura que permite favorecer la construcción de

suplencias.

En el que será el último capítulo de la primera parte, el decimosegundo, Maleval se ocupará de la

forclusión restringida, la que plantea como opuesta a la forclusión generalizada, la cual implica

que para el sujeto, “no solo en la psicosis, sino en todos los casos, existe un sin-nombre, un

indecible; la forclusión restringida sería la que opera específicamente sobre el Nombre del

Padre”.

En la segunda parte de su obra, Jean-Claude Maleval se propone trabajar elementos de la clínica

de la forclusión del Nombre del Padre. De esta forma en el capítulo trece se dedicará a los

trastornos del lenguaje en el psicótico. Allí nos dice que es imprudente pretender identificar la

producción de un psicótico basándonos en un análisis de sus textos, o de su palabra, separados

del examen clínico y el encuentro que este comporta, de esta manera puede permitirse decir que

el abordaje positivista encuentra como obstáculo el no tener en cuenta el sujeto del inconsciente.

Por esta razón el autor hará un detenido y minucioso estudio de los trastornos del lenguaje,

comenzando por los neologismos. Luego de una reseña histórica a partir de la psiquiatría clásica,

Maleval señala que para Lacan, en la década de los cincuenta, el acento está puesto en el

“desencadenamiento del significante” resultante de la forclusión del Nombre del Padre, en esta

perspectiva el neologismo se puede considerar dotado de una función reparadora. El pensamiento

experimenta la sensación de alcanzar a través de él una congruencia de la palabra con la cosa, de

tal forma que el término en cuestión constituye una puerta de entrada al reino del saber absoluto.

De esta forma el análisis de Lacan pondrá cada vez más de relieve la especificidad de algunos

significantes, destacando, no su forma, sino el hecho que ya no se alimentan de una circulación

dialéctica. Ocurre así su degradación a la categoría de letra: esto es lo que precisará el concepto

de holofrase en los años sesenta. Por supuesto, tal fenómeno no se puede aislar mediante un

análisis formalista, sólo se puede discernir en un encuentro con el sujeto. Luego será el turno de

las glosolalias, que quiere decir “hablar en lenguas”, su definición habla de enunciados

desprovistos de sentido pero estructurados fonológicamente, que el locutor considera

pertenecientes a la lengua real, pero que no poseen ningún parecido sistemático con una lengua

natural viva o muerta. Para Maleval esto enseña cómo se rompe la relación entre el significante y

el significado. Así nos dirá que no es la producción de neologismos lo que indica la estructura

psicótica, sino su función para el sujeto, por eso nos advierte que las creaciones del inconsciente

generadas por los fantasmas no deben confundirse con la emergencia de letras separadas de la

representación. Es la búsqueda de un mecanismo que explique estos acontecimientos lo que

emparenta las investigaciones de Freud y Lacan, sobre todo de este último en lo que refiere a la

primacía de la letra, para lo que no hay que descuidar la importancia del escrito en los psicóticos.

En 1957 en "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón después de Freud"29 Lacan

destaca que el significante es un elemento simbólico dotado tan sólo de valor diferencial,

concebible únicamente formando pareja con otro; por el contrario la letra es el objeto real,

aislable. Es por eso que Lacan la define en el texto antes mencionado como “la estructura

esencialmente localizada del significante”; la letra constituye “ese soporte material que el

discurso concreto toma del lenguaje”. Maleval postula que el psicoanálisis descubre que el goce

del sujeto se adhiere a la literalidad “insensata” de los elementos puestos en juego en las diversas

formaciones del inconsciente. Así la función de la letra es constituir un litoral entre goce y saber.

La emergencia de la letra habla de la desconexión de un elemento de la cadena significante,

siendo la ruptura de esta cadena lo que deslocaliza el goce. Así se ve que la carencia de la

significación fálica -a consecuencia de la forclusión del Nombre del Padre- razón del

desencadenamiento significante, constituye el fenómeno que está a la base de los trastornos del

lenguaje en un psicótico. La carencia de la significación fálica fue introducida en "De una

cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" y se apoya en que la significación

remite siempre a otra significación (por el valor diferencial del significante, como señaló

Saussure). Lo que articula o remite, para Lacan, es el falo, entonces toda significación es fálica.

El punto de detención que permite decidir la significación interviene mediante el significante

fálico que representa al sujeto y su goce. El falo interviene para normativizar el lenguaje del

sujeto: levanta un dique frente a un investimiento demasiado intenso de las invenciones fuera de

discurso. Las consecuencias de la carencia de la significación fálica revelan ser de diferentes

órdenes: por una parte, ruptura del vínculo interno de la cadena significante y disolución de la

conexión de la intencionalidad del sujeto con el aparato significante, por otra parte, aparición de

pedazos de lenguaje en lo real, en forma de alucinaciones o de neologismos; finalmente,

desregulación del goce no sometido al límite fálico. De esta manera Maleval nos dice sobre la

desregulación del aparato de goce, que es en los años setenta que Lacan vincula el goce con la

letra, ya que es ésta la que lo fija. Para designar eso inorganizado donde el goce se fija, Lacan

forja el concepto de lalengua, término que como él mismo señaló, quiso que fuese lo más

parecido posible a la palabra “laleo”30. “Lalengua” está hecha de S1 que no llegan al S2, lo cual

los asimila a letras en el sentido lacaniano. La representación del sujeto pasa por esos S1 que son

portadores del goce y cuyos efectos son afectos31.

Todo esto lleva a la coclusión que los trastornos del lenguaje del psicótico, debidos a la carencia

de la función fálica, deben ser inseparables de trastornos del goce. La forclusión del Nombre del

Padre implica la carencia del límite fálico, de tal forma que el psicótico se convierte en “un

sujeto del goce” y se encuentra a merced de las desregulaciones del mismo; de ello son

testimonio los trastornos hipocondríacos y las alucinaciones diversas. Es la carencia de la

función fálica la que deja al aparato del goce sin regulación y de esto resulta que la movilización

del significante llevada a cabo por el psicótico se tiene que producir en condiciones especiales.

Lacan las precisa situando la psicosis “fuera de discurso” (pero no fuera del lenguaje, como

aclara en “L’etourdit”32) e indicando la intervención de un mecanismo específico, el de la

holofrase. ¿Por qué Lacan habla de fuera de discurso? Quizá porque en su enseñanza opone

discursividad a la intuición. La discursividad alcanza su objeto indirectamente, a través del

concepto, lo que implica poner a distancia la cosa, de forma que al no poder encontrar en sí

mismo su referencia, se abre al intercambio dialéctico. Esta falta de dialectización es lo que

muestra la holofrase, indica Maleval siguiendo a Lacan. Lacan habla de holofrase, apoyándose

en la lingüística, cuando no hay intervalo entre S1 y S2, esta falta de distancia impide el corte del

objeto “a”. Cuando el S2 no está diferenciado del S1 el sujeto psicótico no es capaz de despegar

los significantes holofraseados y estos adquieren un peso de certeza que hace que se le

impongan; la holofrase emana no de un sujeto evanescente, sino de uno petrificado en sus

certidumbres.

Luego de este extenso recorrido clínico y conceptual, pues en el libro de Maleval la casuística

abunda, el autor nos dice que la exigencia del trastorno de lenguaje (incluso en las psicosis

pasionales, agrupadas por Clérambault, donde parece no ocurrir) para plantear un diagnóstico de

psicosis, no parece ser relegada a la categoría de lo provisional para quien tiene en cuenta la

“lingüistería” lacaniana, experiencia sólo adquirible en una posición subjetiva que se puede

deducir de la relación con el Otro. El siguiente punto tratado por Maleval serán los

desencadenamientos de la psicosis, lo que hará en el decimocuarto capítulo.

Para Lacan el denominador común de las circunstancias del desencadenamiento, está en la

confrontación del sujeto con la carencia original que determina su estructura. Así propone como

factor desencadenante el encuentro con “Un-Padre; el “Un-Padre” que se introduce en una

situación dual de rivalidad, encarnado en una figura paterna, no es el padre simbólico, sino un

elemento real, aislado, desconectado, que surge fuera de lo simbólico. Maleval anota que aunque

siempre se pudiera distinguir la emergencia de “Un-Padre” real en los albores de la psicosis, no

sería menos indudable que el encuentro con una figura paterna inserta como tercero en una

pareja imaginaria, no constituye una condición suficiente de desencadenamiento, puesto que la

observación corriente demuestra que para un mismo sujeto, los mismos acontecimientos pueden

resultar unas veces patógenos y otras no. Será el caso de Schreber el convocado para ilustrar

esto, mostrando que el “Un-Padre” se desprende de las figuras específicas de su encarnación para

aproximarse a una función lógica.

Muchas veces se ha comprobado, dice el autor, que el encuentro con el deseo del Otro puede ser

desestabilizador para un psicótico, lo que relativizaría la función antes señalada. Tratando de

ubicar diversos momentos de desencadenamiento de la psicosis Maleval se pregunta: ¿es la

adolescencia un factor desencadenante?. Para algunos la forclusión del Nombre del Padre no

permite dar cuenta directamente del caso típicamente ilustrado por el desencadenamiento de los

esquizofrénicos en la adolescencia. En este punto Maleval plantea que “adolescencia” no es un

concepto psicoanalítico, siendo una creación reciente, ubicable en el siglo XIX en Europa y

tributaria de un aumento de las manifestaciones de temor respecto a la juventud. En cambio el

psicoanálisis habla de pubertad, lo que muestra el problema de conciliar un planteamiento

estructural con una noción genética. Se entiende que la llamada al goce propia de la pubertad sea

particularmente propicia para revelar si su regulación a partir de la función paterna se ha

instalado o no, entonces no es difícil relacionar la evidente frecuencia de desencadenamientos de

psicosis en el período pospubertario con la hipótesis de la forclusión del Nombre del Padre. De

esta manera se podrían multiplicar ejemplos que permiten mostrar que el “Un-Padre” encarnado

en una figura cualquiera no está siempre presente en el momento del desencadenamiento de la

psicosis; Lacan propone dos indicaciones con otras formas de desencadenamiento, para hacer

esto Maleval necesita, como antes Lacan, relacionar la función paterna con la incompletud del

Otro. En ocasiones se ve aparecer la angustia que se apodera de ciertos sujetos psicóticos cuando

la situación les exige sostener su opinión o asumir responsabilidades, lo que Lacan llama “tomar

la palabra”(y entonces su recomendación sobre los recaudos a tomar frente a una demanda de

análisis de un psicótico vuelven con todo su peso).Otra cuestión puede obedecer a un mal

encuentro ocurrido durante el análisis, pero no determinado por la dirección de este, y el ejemplo

elegido es el de los sabios psicóticos como fueron Georg Cantor, Janos Bolyai o Julius Robert

von Mayer, que con sus trabajos se vieron confrontados con la incompletud del Otro. Considerar

la confrontación con la incompletud del Otro como factor principal del desencadenamiento no

sólo permite dar cuenta de la mayoría de las coyunturas clínicas, sino que hace inteligible otras,

que sin esta hipótesis serían difíciles de concebir. El sujeto demuestra que se desestabiliza en una

situación en la que se ve empujado a afirmar su deseo. El abordaje de la clínica del

desencadenamiento en la enseñanza de Lacan sería insuficiente si no tuviéramos en cuenta las

elaboraciones tardías sobre la noción de suplencia, que da cuenta de las posibilidades de

estabilización de la estructura psicótica, más para esto habrá que detenerse en el quebrantamiento

de las parapsicosis (lo que serían psicosis aún no declaradas). En este punto Maleval nos advierte

que no hay que confundir lo apoyado en suplencias a la manera del “sinthoma”, que lo que

responde a estabilizaciones basadas en identificaciones imaginarias, siendo las segundas más

frágiles; por ejemplo, alguien que se va puede bastar para conmover estas identificaciones

imaginarias, mientras que las estabilizaciones basadas en suplencias no dependen de una

presencia. Será el encuentro con un goce desconocido que no se deja reducir a la significación

fálica lo que constituye una de las circunstancias preferentes del derrumbamiento de las

parapsicois. Los avances sobre la teoría del desencadenamiento, nos informa el autor, están en

este momento subordinados al progreso del conocimiento de una clínica aún poco conocida: la

de la estructura psicótica sin desencadenamiento. Sin embargo, es preciso distinguir netamente

entre el momento de desencadenamiento de la psicosis y el surgimiento de fenómenos

elementales. El primero es un vuelco en la existencia del sujeto; los fenómenos elementales, que

muestran una emergencia de lo real suscitada por una ruptura de la cadena significante, no tienen

necesariamente en sí mismos un carácter de franqueamiento. Utilizando estas delimitaciones

conceptuales Maleval explicará los diferentes períodos de la enfermedad de Daniel Paul

Schreber.

Es preciso insistir en la importancia de saber distinguir si el desencadenamiento se ha producido

o no para todo abordaje del sujeto psicótico orientado por el psicoanálisis, sobre todo en relación

a la dirección del tratamiento. Aquí algunos se preguntan, ¿sería el desencadenamiento algo que

anticipa un punto de equilibrio?, ¿sería un momento de concluir?; frente a esto unos intentan

callar, por no soportarlo, al que habla; el psicoanalista debe preocuparse de no precipitar “el

desastre de lo imaginario”, si decide en esta investigación, no retroceder ante la psicosis.

En el capítulo quince Maleval se ocupará de la escala de los delirios. El autor constata una

ruptura entre los abordajes psiquiátricos y los psicoanalíticos en el estudio del delirio, sin

embargo, parece posible mostrar que de su acercamiento surge una nueva lógica que rige la

sucesión ordenada, no de tres fases como dice la psiquiatría clásica, sino de cuatro. Esta lógica

cuaternaria fue tan sólo esbozada por Lacan, pero su enseñanza invita a articularla. Estos son los

cuatro períodos: el primero, de deslocalización del goce y perplejidad angustiada, el segundo de

tentativa de significación del goce del Otro, el tercero de identificación del goce del Otro y el

último de consentimiento al goce del Otro; nuevamente será Schreber el ejemplo graficante. No

cabe duda que estos diversos fenómenos se interpenetran más o menos, por lo que las letras P0,

P1, P2 y P3 parecen más adecuadas para subrayar que se trata de una sucesión ordenada, la cual

tiene una única fuente, escrita de forma precisa por Lacan como P (sub cero) en el “esquema I”33,

o sea, la forclusión del Nombre del Padre. Si P0 connota la carencia paterna, P1 evoca hasta

cierto punto “paranoide”, P2 “paranoico” y P3 “parafrénico”, dice Maleval. Aunque estos

cuadros psiquiátricos estén fuertemente correlacionados con las fases del delirio, no se

corresponden punto por punto con ellos, de ahí la necesidad de una notación distinta. La

sintomatología de cada uno de estos cuatro períodos es, como se experimenta, extremadamente

variable, tan diversa como en el caso de los delirios crónicos, y además, apunta el autor, no todas

las fases se desarrollan. La lógica del delirio se basa en su mecanismo más decisivo: la

atemperación del goce deslocalizado. Que el Nombre del Padre esté forcluído no impide la

emergencia de una figura paterna que encarne el goce desatado, por el contrario, la carencia del

Padre simbólico tiende a inducir un retorno del Padre real, el padre gozador emparentado con el

Padre primordial evocado en el mito freudiano de "Tótem y tabú". En un trabajo anterior,

Maleval trató de demostrar que si se tiene en cuenta el goce del sujeto se impone de la forma más

clara una escala de los delirios orientada por un trabajo autoterapeútico; es por esta razón que el

uso de los fármacos se debe orientar a una utilización que no se oponga a las potencialidades

creativas del sujeto psicótico. Esto lo desarrollará más tarde cuando se ocupe del lugar de los

delirios en una estrategia clínica.

En el capítulo dieciseis Maleval se ocupará de la emergencia de la mujer en la psicosis. Allí nos

dice que el empuje a la mujer es considerado uno de los signos principales de la forclusión del

Nombre del Padre. Se impone de esta forma una comparación entre goce psicótico y goce

femenino. Si bien ambos escapan a la primacía del falo, hay que insistir en que es no-todo en el

caso de una mujer, mientras que no tiene límite en el caso del psicótico; es decir, la categoría

lógica de no-toda en el goce fálico implica que el goce suplementario de una mujer no deja de

estar limitado por el goce fálico, más este límite demuestra estar ausente en la psicosis. Aquí el

autor nos recuerda que si bien a veces la imagen de “La mujer” tiende a confundirse con la del

Padre gozador, otras veces se alza como último bastión contra lo real.

Luego de estas disquisiciones se impone profundizar entonces en la transferencia del sujeto

psicótico y eso es lo que hará Maleval en el capítulo siguiente. Señala así el original pesimismo

de Freud al respecto, pesimismo matizado con una actitud de espera e investigación. No obstante

esto, en 1908 había tenido una intuición notable que sus alumnos aprovecharán: el tratamiento

sólo sería posible situándose en el propio terreno del delirio. Se aboca entonces a un recorrido

histórico por los diversos posfreudianos que incursionaron en este campo, señalando que Paul

Federn trataba de apoyar la transferencia positiva, sin interpretarla y encontrando como

obstáculo máximo la transferencia negativa. Maleval se detiene en el concepto de “psicosis de

transferencia” indicando que la acepción cambia según los autores, pero para él, la psicosis de

transferencia no es sino una extensión de la neurosis de transferencia al campo de la psicosis. La

forclusión del Nombre del Padre al trazar un límite entre neurosis y psicosis recusa la psicosis de

transferencia. Este concepto lacaniano lleva en germen un planteamiento distinto de lo específico

de la transferencia del sujeto psicótico, de ahí el carácter necesario de la introducción, en 1966 de

un nuevo concepto para entenderla: la erotomanía de transferencia. Con la noción de erotomanía

de transferencia Lacan recusa la noción de psicosis de transferencia, y en 1966, en relación a

Schreber, habla de una erotomanía mortificante que indica cierta inversión de los lugares de los

actores en la cura, en relación a la neurosis. Así, el objeto “a” no se sitúa en el campo del Otro,

del lado del analista, es el psicótico sujeto del goce quien se siente su depositario, mientras que el

clínico es vivido como un sujeto animado de una voluntad de goce con respecto al paciente.

Luego de la muerte de Lacan el trabajo de algunos alumnos llevó a rescatar diferentes conceptos,

el de erotomanía mortificante, uno de ellos. Tan pronto el abordaje del psicótico se centra en esta

consecuencia del desencadenamiento del significante que es la desregulación del goce, puede

surgir una nueva hipótesis, la consistente en dirigir la cura psicoanalítica de esos sujetos

contrariando el goce del Otro y no ya, por ejemplo, tratar de injertar significante. Michel

Silvestre y Colette Soler fueron los primeros, dice Maleval, en formularlo e ilustrarlo.

En el capítulo dieciocho Maleval abordará los trabajos psicoanalíticos de la psicosis antes de la

publicación de "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". Nos dice

que de los primeros intentos de cura se aprecia que existen elementos inherentes al tratamiento

psicoanalítico que son desestabilizadores para sujetos psicóticos. Freud, de su experiencia con

psicóticos extrae, primero, que la paranoia, al estar emparentada con las psiconeurosis de defensa

permite concebir al delirio como un intento de curación, no como desorganización del

pensamiento, sino como tentativa de resolución de un conflicto psíquico; segundo, considera

ciertas neurosis como formas de defensa contra la psicosis, de forma que al desestructurarse

estas, la cura podría desencadenar fenómenos psicóticos; y tercero, mantiene una actitud

escéptica sobre la posibilidad de interpretar el conflicto psíquico específico del psicótico; como

se ve una actitud de cauta prudencia, a pesar de lo cual permitió el desarrollo de curas que

promovieron la investigación de este campo de problemas. Las elaboraciones posfreudianas de

los años cincuenta poseen en común el desconocimiento de la producción del sujeto por el

lenguaje, lo que incita, ya sea a reparar el yo, o a rectificar los fantasmas. En todos los casos se

trata de confiar en el sujeto del conocimiento y en una norma de la realidad. El saber del analista

instalado en posición de Otro no barrado es omnipresente en estas nuevas curas, mientras que el

lugar que se le concede al sujeto del inconsciente y a la especificidad del descubrimiento

freudiano resulta muy reducido. En estos años, prevalecen las indicaciones negativas de Lacan,

promoviendo una actitud de prudencia en el tratamiento de los psicóticos. Por eso propone evitar

el uso del diván con un sujeto psicótico y no recurrir a un manejo de la interpretación que haga

resonar el cristal de la lengua (todo esto teniendo en cuenta la singularidad de cada caso).Es

cierto que las indicaciones positivas de Lacan, no ya sobre la cura de los psicóticos, sino sobre

las formas de estabilización de su estructura, son escasas, y por otra parte no desembocan en

modalidades de tratamiento psicoanalítico. Para que el tratamiento sea concebido de otra forma,

será preciso, en primer lugar, que se establezca una articulación entre la clínica del significante

de los años cincuenta y la clínica del goce de los últimos trabajos de Lacan, pero este no llegó a

producir él mismo el “otro centramiento” esperado para renovar el abordaje del tramiento. Será

con los seguidores de su enseñanza que el “otro centramiento” se ubicará como una orientación

de la cura hacia la moderación del goce desregulado.

El último capítulo de este libro de Maleval se titula “Más allá de una cuestión preliminar a todo

tratamiento posible de la psicosis"’. Si se acepta la tesis de acuerdo con la cual es la invasión de

goce lo que produce el sufrimiento del sujeto, ¿no es acaso manifiesto que lo que ha de orientar

el análisis es oponerse a dicha invasión? se pregunta el autor. M. Silvestre parece haber sido el

primero en extraer esta conclusión. Así, afirma en 1984: "si, en su demanda inicial, el psicótico

espera del analista significantes adecuados para organizar su mundo alterado, en su demanda

segunda, a partir de la cual se orientará la transferencia, el psicótico ofrece su goce al analista

para que sea él quien establezca sus reglas"34. Estas dos demandas no carecen de correlación con

los lugares del analista que se pueden situar en el “esquema I” respecto a los dos polos

simbólicos a partir de los cuales el psicótico puede proceder a una reconstrucción de la realidad:

en uno de ellos, I, ideal del yo, donde el sujeto apela a “significantes adecuados para organizar el

trastorno de su mundo”; en el otro, M, “el significante del objeto primordial”, donde existe el

riesgo que se manifieste el deseo del Otro. En las curas de psicóticos el analista oscila entre

ambos lugares, que a veces se combinan y a veces se distinguen claramente. Maleval aportará

dos de sus experiencias clínicas para graficar esto. La posición del analista en la transferencia

produce por tanto, estilos de cura muy disímiles. Esta es una de las razones por las que toda

generalización sobre el psicoanálisis de los psicóticos se debe plantear con prudencia. Entonces

en relación a la transferencia psicótica y la dirección del tratamiento, Maleval propone, que

frente a la encarnación desafortunada del Otro del Otro, oponerle la del testimonio, situada por

C. Soler como otro Otro, es decir, un semejante que se borra para que el sujeto pueda encontrar

un lugar vacío al que dirigirse y donde, al situarse allí su testimonio, se pueda recomponer35. Al

llegar a su término, el trabajo analítico con un psicótico no lo conduce a pasar por la experiencia

de un pase. Lo que se verifica es una gran variedad de formas de estabilización (apoyo en un

partener; construcción de suplencias, mediante objetos, mediante un trabajo de la letra o la

voluntad de hacerse un nombre; o también mediante una regulación de la distancia respecto al

Otro; el enquistamiento del delirio, etc). En consecuencia no parece un hecho ineludible que el

tratamiento psicoanalítico del psicótico sea interminable. Diferentes analistas han descrito la

obtención, tras varios años de trabajo, de estabilizaciones fundadas, en parte, en la construcción

de un orden delirante. El delirio constituye así una metáfora que suple la función paterna

forcluída, dice el autor, de tal forma que, en sus manifestaciones más elaboradas (paranoicas y

parafrénicas) consigue enmarcar el goce del sujeto, llevando a cabo una composición a base de

significantes ideales que estabilizan la realidad. A veces, el resultado favorable del tratamiento

de un psicótico puede ser la estructuración de un delirio. Uno de ellos declaraba: “De hecho, lo

que espero de las entrevistas con usted es conseguir evitar esta fatalidad que me ha llevado por

tres veces al hospital psiquiátrico. Quizás usted pueda ayudarme a producir un delirio que se

sostenga, ¡digo yo!... un delirio que se pueda ajustar al delirio colectivo. No me molesta tener

una percepción distinta, lo que me molesta es la policía, el hospital psiquiátrico y las situaciones

altamente angustiantes”36; alguien ubicado en la perspectiva que autoriza el D.S. M.IV

dificilmente pueda proponerle algo a este sujeto. El abordaje lacaniano del psicótico,sostiene

Maleval no promueve ni un reforzamiento del yo, ni una ortopedia de los fantasmas, ni el análisis

de un núcleo abisal; por el contrario apuesta a las capacidades del sujeto para construir una

suplencia o una parapsicosis. Esta apuesta, el analista ha de sostenerla ajustando su acción en

función de la posición ética de objeto “a”, o sea, no queriendo nada para su analizante, ni

siquiera, en ocasiones, impedirle delirar. Esta es la tarea frente a prácticas asfixiantes y

mutiladoras, que la psiquiatría positivista, empeñada en mundializar la evacuación del sujeto,

lleva adelante,

Referencias:

1Mareval, Jean-Claude, La forclusión del Nombre del Padre, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2002.

2Mareval, Jean-Claude, Locuras histéricas y psicosis disociativas, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987.

3Cottrl, Serge, “L’hypothése continuiste dans les psychoses”, en L’Essai, revista clínica anual publicada por el Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Paris-VIII. (citado en el texto reseñado, sin más datos).

4Lacan, Jacques, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Siglo XXI editores, México, 2000.

5Lacan, Jacques, “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

6Freud, Sigmund, “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente”, en "Obras completas", Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

7Lacan, Jacques, “Petit discours aux psychiatres”, Cercle psyquiatrique, H.Ey, Sainte-Anne, conferencia inédita del 10/11/1967.

8 Cottet, Serge, ibid nota 3.

9Sigmund Freud, “Las neuropsicosis de defensa”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

10Freud, Sigmund, “La negación”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

11Freud, Sigmund, “De la historia de una neurosis infantil”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

12 Lacan, Jacques, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

13Lacan, Jacques, El seminario. Libro III Las psicosis, Ed. Paidós, Barcelona, 1984.

14Lacan, Jacques, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

15Ibid.nota14

16Littré, E., Dictionnaire étymologique de la langue francaise, PUF,París, 1975.

17Damourette, J., Pichon, E., “Sur la signification psychologique de la négation en francais”, reproducido en Quarto, suplemento de la Lettre mensuelle de l’Ecole de la cause freudienne, Bruselas, XII.

18Lacan, Jacques, “El mito individual del neurótico”, en Intervenciones y Textos 1, Ed, Manantial, Buenos Aires, 1985.

19Lacan, Jacques, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

20Freud, Sigmund, “Tótem y tabú”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.

21ibid., nota14

22Lacan, Jacques, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

23Frege,Gottlob, Los fundamentos de la aritmética, Ed, Laia, Barcelona, 1972.

24Lacan, Jacques “Presentación de la traducción francesa de las "Memorias" del Presidente Schreber” en Intervenciones y Textos 2, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1988.

25Lacan, Jacques, El seminario, Libro XX, Aún, Ed. Paidós, Barcelona, 1981.

26 Lacan, Jacques, RSI, seminario inédito en castellano.

27 Lacan, Jacques, El seminario, Libro XXIII El sinthome, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2005.

28 ibid., nota 26

29Lacan, Jacques, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.

30Lacan, Jacques, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y Textos 2, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1988.

31ibid., nota 25

32Lacan, Jacques, “L’etourdit”, en Scilicet número 4", Ed. Seuil, París, 1975.

33 ibid., nota 14

34 Silvestre, Michel, “Transferencia e interpretación en las psicosis: una cuestión de técnica”, en Psicosis y psicoanálisis, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1993.

35 Soler, Colette, “¿Qué lugar para el analista?”, en Estudios sobre las psicosis, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1991.

36Solano, Luis “Charon, passeur d’âmes”, en Actes de l’Ecole de la Cause Freudienne, XIII, París, 1987.