« elementos para una aprehensión clínica de la psicosis ... · « elementos para una...

57
« Elementos para una aprehensión clínica de la psicosis ordinaria » Profesor Jean-Claude Maleval (Universidad Rennes II) Seminario del Descubrimiento Freudiano « Psicosis y lazo social » Toulouse - 18- y 19 de enero de 2003 Curso de Maestría en Psicopatología: “Cuestiones de las psicosis ordinarias” Laboratorio de Psicopatología – Universidad Rennes 2 Rennes: Octubre 2004 – Enero 2005 Traducción: Lic. Luis Volta Resumen: el discernimiento de la estructura constituye uno de los problemas mayores de las entrevistas preliminares, sabiendo que condiciona de manera decisiva el manejo de la cura. Ahora bien, los analistas están confrontados hoy en día con demandas crecientes que emanan de sujetos para los que se plantea la cuestión de un funcionamiento psicótico, y que sin embargo no son ni delirantes, ni alucinados, ni melancólicos. La clínica discreta de la forclusión del Nombre-del-Padre se revela de muy diversas maneras. Determinaremos algunos aspectos de ella, en relación con la especificidad del desfallecimiento del nudo de la estructura subjetiva: índices de la no-extracción del objeto, desfallecimientos discretos del capitoneado, y prevalencia de identificaciones imaginarias.

Upload: hacong

Post on 18-Oct-2018

226 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

« Elementos para una aprehensión clínica de la psicosis ordinaria »Profesor Jean-Claude Maleval (Universidad Rennes II)

Seminario del Descubrimiento Freudiano « Psicosis y lazo social »Toulouse - 18- y 19 de enero de 2003

Curso de Maestría en Psicopatología: “Cuestiones de las psicosis ordinarias”Laboratorio de Psicopatología – Universidad Rennes 2Rennes: Octubre 2004 – Enero 2005

Traducción: Lic. Luis Volta

Resumen: el discernimiento de la estructura constituye uno de los problemas mayores de las

entrevistas preliminares, sabiendo que condiciona de manera decisiva el manejo de la cura. Ahora

bien, los analistas están confrontados hoy en día con demandas crecientes que emanan de sujetos

para los que se plantea la cuestión de un funcionamiento psicótico, y que sin embargo no son ni

delirantes, ni alucinados, ni melancólicos. La clínica discreta de la forclusión del Nombre-del-Padre

se revela de muy diversas maneras. Determinaremos algunos aspectos de ella, en relación con la

especificidad del desfallecimiento del nudo de la estructura subjetiva: índices de la no-extracción

del objeto, desfallecimientos discretos del capitoneado, y prevalencia de identificaciones

imaginarias.

Índice temático:

- Fenómenos elementales y pre-psicosis ……………………… 3

- Una estructura precozmente identificable …………………. 8

- El remedo del ego …………………………………………… 10

- El concepto de suplencia ……………………………………. 16

- Fenómenos que indican un anudamiento desfalleciente:

-a) de lo real: Índices de la no-extracción del objeto a ……… 21- emergencia de un goce no-limitado ………………… 21

- carencia del fantasma fundamental ………………… 23- el aplastamiento afectivo …………………………….. 26

- los esbozos del empuje-a-la-mujer ………………….. 27- el signo del espejo …………………………………….. 28

- b) de lo simbólico: Desfallecimientos discretos del capitoneado …. 34

- c) de lo imaginario: Trastornos de la identidad y prevalencia de identificaciones imaginarias

…………………………………………………………………… 39- la impostura patológica ……………………………..... 47

- el enganche sobre un prójimo ……………………….. 50

2

« La psicosis es aquello frente a lo que un analista no debe retroceder en ningún caso »1, aún

si esta afirmación de Lacan expresa más bien una exigencia didáctica que un consejo técnico, no es

menos cierto que según él la cura analítica no debe conocer contraindicación diagnóstica. Son las

características de la demanda de un paciente las que deciden del compromiso de un análisis o de su

rechazo. Sin embargo, el discernimiento de la estructura del sujeto condiciona de manera decisiva el

manejo de la cura. La confianza crédula en « la histerización del psicótico » no es más aceptable:

sabemos que las intervenciones propicias a moderar el goce desregulado deben ser claramente

distinguidas de aquellas orientadas hacia el análisis de lo reprimido.

Si el sujeto que demanda ya ha hecho episodios netamente psicóticos o si se presenta

actualmente como psicótico, la identificación de su estructura, a lo largo de las entrevistas

preliminares, no plantea problemas mayores – a condición de no confundir psicosis e histeria

crepuscular2. La dificultad nace para el analista cuando está confrontado a demandas de parte de

sujetos que no poseen ningún pasado psiquiátrico, que no son ni delirantes, ni alucinados, ni

melancólicos, y para los que, a pesar de todo, se plantea la cuestión de un funcionamiento psicótico.

Ahora bien, esta situación se presenta hoy con una frecuencia aumentada. Sin embargo, hasta fines

de los años ´90, los trabajos que conciernen a la psicosis no-desencadenada fueron raros. Anne-Lyse

Stevens no recuenta más que una quincena de artículos sobre este tema en 19963. Entre las

dificultades mayores planteadas por la práctica analítica, se trata sin duda de una de las menos

estudiadas hasta que la introducción del concepto de “psicosis ordinaria” en 1998 vino súbitamente

a focalizar la atención sobre esta clínica.

Es cierto que su examen tropezó durante mucho tiempo con la tesis ampliamente extendida,

particularmente por los kleinianos, según la cual la psicosis constituye una virtualidad inherente a

todo ser humano. De hecho, la aprehensión de su especificidad es un problema que no podía

formularse antes de mediados de los años ´50: su estudio requiere de entrada que la noción de

estructura psicótica encuentre su consistencia, y esto no se opera sino con la construcción del

concepto de forclusión del Nombre-del-Padre, sólo después surgen preguntas que conciernen los

modos de compensación y de suplencia. Sin embargo, su estudio fue dejado de lado durante largo

tiempo. Por ejemplo, las indicaciones reiteradas de Lacan sobre el interés de la clínica de Hélène

Deustch sobre las personalidades « como si », no han prácticamente retenido la atención. Los

trabajos modernos los colocan con gusto en la bolsa de gatos de los « borderlines » sin discernir en

ellos una contribución importante en cuanto a los modos de compensación de la estructura

psicótica. Sin dudas fue necesario que fuese superada la subordinación de lo imaginario a lo

simbólico en la enseñanza de Lacan para que se abra plenamente un nuevo campo de estudio sobre

1Lacan J. Ouverture de la section clinique? en Ornicar? Revue du champ freudien, Avril 1977, 9, p. 12.2Maleval J-C. Les hystéries crépusculaires. Confrontations psychiatriques, 18 ème année, 1985, 25, pp. 63-97. 3Lysy-Stevens A. Ce qu’on appelle des « psychoses non déclenchées ». Les feuillets du Courtil, juin 1996, 12, pp. 105-11.

3

las posibilidades de paliar la forclusión del Nombre-del-Padre. Además, él mismo no da el ejemplo

sino tardíamente, luego de haber determinado la importancia equivalente de cada una de las

dimensiones del nudo borromeo, cuando se detiene sobre el ego de Joyce en uno de sus últimos

seminarios.

Fenómenos elementales y pre-psicosis.

Por otro lado, las investigaciones sobre la estructura psicótica se confundieron durante

mucho tiempo con el estudio de los fenómenos elementales. Un pasaje frecuentemente citado del

seminario III parece incitar a correlacionar estrechamente unas con otros. « los fenómenos

elementales, nos dice el 23 de noviembre de 1955, no son más elementales que lo que subyace al

conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales como lo es, en relación a una planta, la

hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e insertan las nervaduras: hay

algo común a toda la planta que se reproduce en ciertas formas que componen su totalidad.

Asimismo, encontramos estructuras análogas a nivel de la composición, de la motivación, de la

tematización del delirio, y a nivel del fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma

fuerza estructurante, si me permiten la expresión, está en obra en el delirio, ya lo consideremos en

una de sus partes o en su totalidad.

Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto

parasitario, como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto haría

una construcción, una reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo

tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. » Lacan se opone claramente a la tesis según la

cual la génesis de los fenómenos de automatismo mental, situada en un proceso irritativo cerebral,

estaría en ruptura completa con la de las elaboraciones delirantes, debidas a la facultad de

razonamiento. « El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un

fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de

modo distinto que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma ».4 Él

promueve así una unificación causal de los trastornos psicóticos ligados a una estructura específica.

Puede deducirse de esto que la clínica de la psicosis ordinaria participa de la misma estructura, y

que ella no debe diferir de la psicosis clínica más que por la discreción de sus manifestaciones y por

sus modos originales de estabilización.

El concepto de fenómeno elemental posee una acepción, por cierto extensa, pero precisa,

que lo inserta en la estructura psicótica. Lacan recuerda que esta concepción de 1955 se inscribe en

4Lacan J. Les psychoses. Le séminaire III. Seuil. Paris. 1981, p. 28. En español, « Las Psicosis » , Seminario 3, Paidós, pág. 33

4

línea directa con la desarrollada en 1932 en su Tesis. A fin de diferenciar su doctrina de aquellas de

Clérambault, él utilizaba ya la misma imagen: « la identidad estructural está a la vista – escribía él –

entre los fenómenos elementales del delirio y su organización general impone la referencia

analógica al tipo de morfogénesis materializada por la planta »5. Mientras tanto la estructura de la

personalidad devino estructura del inconsciente, pero siempre se trata de oponerse a la concepción

mecanicista o a la doctrina de la constitución, señalando que los fenómenos elementales no son el

producto de una deducción razonada. Lacan precisa en su Tesis las variedades clínicas de estos:

alucinaciones, interpretaciones, ilusiones de la memoria, trastornos de la percepción, postulados

pasionales y estados oniroides. En su mayor parte aparecen de entrada cargados de una

« significación personal »6. Ahora bien, esta última testimonia de una ruptura de continuidad con los

pensamientos anteriores del sujeto: una certeza se le impone según la cual él está implicado por una

significación cuyo sentido le es profundamente enigmático. Sauvagnat ha mostrado el anclaje de

esta aproximación en la corriente anti-kraepeliniana de la psiquiatría alemana (Neisser, Margulies)

que consideraban que al inicio de una paranoia podía ponerse en evidencia una significación

personal (Krankhafte Eigenbeziehung7) previa a toda construcción delirante. La noción jaspersiana

de « experiencia delirante primaria », la de « momentos fecundos » (K. Schneider), incluso la de

« interpretaciones frustras » de Meyerson y Quercy se refieren a intuiciones del mismo orden8. El

fenómeno elemental está cerrado a toda composición dialéctica porque él se presenta sobre un

fondo de vacío absoluto que la carencia de la función paterna no permite evitar. En la psiquiatría

clásica, está íntimamente ligado a la revelación de esta carencia, en consecuencia al

desencadenamiento de la psicosis; sin embargo la mayoría de los clínicos acuerdan en que él puede

subsistir a veces durante un largo tiempo sin dar nacimiento a un delirio ni a una psicosis declarada.

Es notable que los conceptos de pre-psicosis y de fenómeno elemental, presentes en el

seminario III, desaparezcan en la Cuestión Preliminar, para no volver a reaparecer nunca más en la

enseñanza de Lacan. El término de pre-psicosis sugiere que habría en el seno de la estructura

psicótica un dinamismo que tendería hacia la psicosis declarada. Ahora bien, no es dudoso que

existan suplencias que permitan evitar que esta última sobrevenga durante toda una existencia: si

Schreber hubiese fallecido antes de los 42 años, y no habiendo sufrido hasta ese momento más que

de algunos trastornos hipocondríacos, ¿quién habría osado evocar la psicosis que le concierne? La

determinación de la estructura psicótica en referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre implica 5Lacan J. De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité. [1932]. Seuil. Paris. 1975, p. 297.6Lacan J. Exposé général de nos travaux scientifiques. [1933], in De la psychose paranoïaque, o. c. , p. 400.7 Son Sérieux y Capgras, en su obra sobre "Las locuras razonantes " que tradujeron "krankhafte eigenbeziehung" por"significación personal". La expresión alemana designa la autoreferencia delirante; sin embargo la mayor parte de los autores admite que esta autoreferencia es un efecto de significación. (Sauvagnat F. Histoire des phénomènes élémentaires. A propos de la signification personnelle. Ornicar? Revue du champ freudien. 1988, 44, pp. 19-27). Hay versión en español, Adrián Vodovosoff, Ficha de circulación interna de Psicopatología I UNLP. 8Sauvagnat F. Vaisserman A. Phénomènes élémentaires psychotiques et manoeuvres thérapeutiques, Revue Française dePsychiatrie, 1991.

5

desde un principio la existencia de posibilidades de evitamiento. Así es que se concibe fácilmente

que la pre-psicosis sea un concepto que cae en desuso. Por el contrario, constatamos con mayor

sorpresa el borramiento del término de fenómeno elemental. De hecho, de la Tesis al seminario III

hay que destacar que éste ha sufrido una extensión que le hace incluir en 1955 al delirio mismo. De

ahí que este último debe ser considerado como un fenómeno elemental, y aún en última instancia,

como el más característico, ya que revelando mejor que todo otro la estructura, se entiende que el

concepto tienda a perder su especificidad. Se disuelve en el conjunto de las manifestaciones clínicas

de la psicosis. Los estudios sobre el fenómeno elemental de los clásicos, el de la Tésis, casi siempre

caracterizado por una experiencia de significación personal, se fundan en aquellos sobre el

desencadenamiento de la psicosis y en aquellos sobre la emergencia del delirio. H Waschberger

hace la misma constatación cuando sostiene la tesis según la cual el fenómeno elemental, en la

enseñanza de Lacan « será finalmente dejado de lado en provecho de la experiencia enigmática »9.

A pesar de esta desafección, constatamos que el concepto perdura en el campo freudiano. Lo

hace sobre una forma original, que no es la de la psiquiatría clásica, en la que está fuertemente

correlacionado a la clínica del desencadenamiento de la psicosis, y que no es tampoco la acepción

extensa que Lacan le da en 1955. Hasta fines de los años ´90, el fenómeno elemental está referido

esencialmente a las manifestaciones clínicas que traducen el aislamiento de un significante con

relación a la cadena. Estos S1 cortados del S2 están a la espera de significaciones, de forma tal que

se presentan bajo un aspecto enigmático que suscita la perplejidad del sujeto. En la Cuestión

preliminar Lacan evocaba esta clínica cuando hacía mención de la « cadena rota ». La suerte

sorprendente que la noción de fenómeno elemental conoció durante este período, resulta

probablemente de una espera inherente al punto de vista estructural: este implica la existencia de

manifestaciones discretas de la forclusión del Nombre-del-Padre, independientes de la psicosis

clínica, que es necesario poder distinguir.

Sin embargo, desde fines de los años ´90, un nuevo concepto, que recorta por un lado la

clínica de los fenómenos elementales, hace su ingreso en la teoría psicoanalítica, el de desenganche.

Jacques-Alain Miller lo introduce en 1997 « menos como un concepto que como una expresión bien

torneada»10 a propósito de una observación clínica, presentada por Deffieux, que parece dar cuenta

de la presencia de una metáfora delirante en ausencia de desencadenamiento11. Allí aparece como

sinónimo de « pseudo-desencadenamiento » o de « neo-desencadenamiento ». Laurent continua la

9Wachsberger H. Du phénomène élémentaire à l'expérience énigmatique. La Cause freudienne. Revue de psychanalyse,1993, 23, p. 14.10Miller J-A. Apertura en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós. {Ouverture, in La conversation d’Arcachon. Cas rares : les inclassables de la clinique. Agalma. Le Seuil. 1997,p. 163}11Deffieux J-P. Un caso no tan raro, en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós, pp. 201-207 {Un cas pas si rare, in La conversation d’Arcachon, o.c., pp. 11-19.}

6

idea señalando que « la clínica del desencadenamiento del Otro no va sin la clínica de la producción

de la pulsión »12. Dos años más tarde, Castanet y De Georges, titulan su informe « Enganches,

desenganches y reenganches ». El interés de este concepto de desenganche con respecto al Otro

reside, les parece, en el esclarecimiento retrospectivo que permite operar sobre el elemento que

hacía de « enganche » para el sujeto, de manera que abra la posibilidad de dirigir la cura en el

sentido de un eventual « re-enganche ».13 Contrariamente al fenómeno elemental, salido de la clínica

psiquiátrica, el desenganche se presenta como un concepto generado por el discurso psicoanalítico.

Es una gran tentación intentar insertarlo en la clínica de los nudos e intentar hacer de él un sinónimo

del desanudamiento de uno de los elementos de la estructura del sujeto. El riesgo sería que él

sustituya así al fenómeno elemental y que dispongamos de dos términos para nombrar clínicas muy

similares. Sin embargo, Jacques-Alain Miller no los confunde. Aún cuando introduce el

« desenganche », sitúa un dejar caer del cuerpo como « fenómeno elemental »14. Ahora bien, este

signo clínico, destacado por Lacan en relación a Joyce, lo lleva a inferir una desconexión del

elemento imaginario de la estructura del sujeto, cuya relación al lenguaje lleva la marca. Sin

embargo, llamar fenómeno elemental a un dejar caer del cuerpo testimonia de una extensión del

concepto: ya no es solamente ligado a la clínica de la « cadena rota », sino que tiende más

ampliamente a designar manifestaciones clínicas de algo que cojea en el nudo RSI.

El desarrollo de estudios consagrados a la psicosis ordinaria parece hoy inducir una

aproximación más fina generadora de conceptos nuevos. Una de las consecuencias parece ser un

agrandamiento de la acepción del concepto de fenómeno elemental, precisando que la presencia de

éste no implica necesariamente el desencadenamiento de la psicosis, mientras que el desenganche

del Otro no es una característica de todos los fenómenos elementales.

La concepción de la psicosis ordinaria no podría confundirse con la de la pre-psicosis, ni con

aquella que Lacan nombraba en su Tesis « los esbozos de trastornos psíquicos detectables en los

antecedentes »15, porque la psicosis clínica no estaba en germen en la estructura. Ésta no es sino una

posibilidad que se actualizará eventualmente frente a malos encuentros. La identificación de la

estructura psicótica por fuera del desencadenamiento no puede reducirse al discernimiento de

hechos mórbidos iniciales.

Para aprehenderla ¿será necesario entonces convocar a la « psicosis blanca »? Se trata de

una noción ambigua por la cual Donnet y Green buscan describir « una configuración clínica donde 12Laurent E. L’appareil du symptôme, in La conversation d’Arcachon, o.c., p. 18513Castanet H. De Georges P. Branchements, débranchements, rebranchements, in La psychose ordinaire. La Conventiond’Antibes. Agalma-Le Seuil. 1999, p. 14. En español, « Enganches, desenganches y reenganches », en Las Psicosis ordinarias, Paidós, Págs 17 a 43.14Miller J-A. “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós p. 326 (Ouverture, in La conversation d’Arcachon, o.c., p. 164. )15Lacan J. De la psychose paranoïaque, o. c., p. 270.

7

se manifiesta en germen la psicosis »16. A partir del estudio minucioso de una larga entrevista,

tomada luego de una presentación de enfermos efectuada por uno de ellos, se esfuerzan por

determinar la « estructura matricial » de una potencialidad psicótica que se actualice o no

posteriormente. Por privarse de una referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre, aunque

intentando integrar algunos datos, se encuentran atrapados entre dos tesis incompatibles, y evitando

elegir entre ellas: la kleiniana, la del núcleo psicótico presente en cada uno, y la lacaniana, según la

cual no se vuelve loco quien quiere, una estructura específica es necesaria. Ellos sostienen al mismo

tiempo que la psicosis se funda sobre un « aparato de pensamiento considerado en su integralidad »

y que los « mecanismos psicóticos » obran « en secreto » en los neuróticos. En el mismo momento

en que oponen « estructura neurótica » y « estructura psicótica », se ven llevados a borrar esta

distinción refiriéndola a tipos ideales. Para satisfacer esta búsqueda de sincretismo, deben introducir

nociones eminentemente especulativas « de ombligo de la psicosis » o de « nudo psicotizante ».

Estos procedimientos de patinaje dialéctico hacen oscilar sin cesar a la « psicosis blanca » entre un

síndrome y una estructura. No logran separar este concepto de configuraciones clínicas en las que la

sintomatología psicótica está ya presente y que la internación se vuelve necesaria. A pesar de los

esfuerzos de los autores, en último análisis, la « psicosis blanca » no se despega en nada de la

mirada psiquiátrica. Ella peca de las mismas insuficiencias que la pre-psicosis: no toma en cuenta

para nada lo que la estructura psicótica no desencadenada tiene de más específico, a saber, los

modos de compensación y de suplencias.

La psicosis fría es una noción que busca aprehender el mismo terreno, el de las psicosis no

delirantes, a partir de una aproximación metapsicológica original, muy reticente respecto de una

referencia estructural, fundada sobre el modelo de la anorexia mental. Los autores subrayan la

importancia de una organización perversa en esta forma de psicosis, de la cual testimoniaría una

búsqueda constante del placer de la insatisfacción17 y una relación fetichista al objeto18. De hecho,

parece que este concepto no llega a lograr despegarse del síndrome que le dio origen. Está citado

mayormente en referencia a la imagen que él sugiere que por contribuir a la metapsicología tupida

que busca darle consistencia. Para superar esta supuesta psicosis nada verdaderamente nuevo: una

neurosis histero-fóbica, comportamientos obsesivos, incluso comportamientos de tipo psicopático.

Una apertura sobre la originalidad de las suplencias creadas por los sujetos psicóticos desborda las

posibilidades heurísticas del concepto.

Un estructura precozmente identificable

16Donnet J.L. Green A. L'enfant de Ça. Psychanalyse d'un entretien: la psychose blanche. Ed. Minuit. Paris. 1973.17Kestemberg E.- Kestemberg J.- Decobert S. La faim et le corps. P.U.F. Paris. 1972, p. 189.18Kestemberg E. La psychose froide. P.U.F. Paris. 2001. p. 83.

8

Los defensores de la psicosis blanca o de la psicosis fría son clínicos llevados a criticar la

existencia de una permanencia de la estructura psicótica o bien la posibilidad de su discernimiento

antes de la psicosis declarada. Los dos ejemplos siguientes bastarán al contrario para mostrar la

pertinencia de la hipótesis estructural. Uno de los más famosos locos literarios franceses, Fulmen

Cotton 19, que tuvo el privilegio de ser examinado por los alienistas más renombrados de su tiempo,

la segunda mitad del Siglo XIX, habría tenido una « idea fija » desde que tomó su primera

comunión, a la edad de 8 años, la de llegar a ser Papa. Los signos patentes de psicosis no

aparecieron sino veinticinco años más tarde20. La emergencia precoz de un llamado apremiante a la

función paterna, ¿no sugiere con fuerza que la forclusión estaba ya presente para este primer

comulgante? Que uno de los temas de su delirio haya sido querer ser Papa en lugar de León XIII

parece confirmarlo. Este caso no es anecdótico. Sérieux y Capgras informan en 1909 de un caso

similar. La infancia de Arsene, describen, no presentó ninguna particularidad, si no fuera porque en

su pueblo le dieron un sobrenombre, después de que le diera una respuesta memorable al obispo

cuando tomó la primera comunión a los nueve años: « Qué quieres hacer más adelante? Le preguntó

el sacerdote – Monseñor, yo quiero ser Papa, le respondió sin dudar »21. Quince años más tarde

escuchaba voces que le anunciaban que él sería Papa. Le escribió a Pio IX para ordenarle que

abdicara en su favor. A la muerte de éste, hizo acto de candidatura ante el Concilio. En síntesis,

desarrolla un delirio paranoico cuyo tema mayor ya estaba presente en su infancia. Al igual que

Fulmen Cotton, Arsene testimonia muy precozmente, una fascinación por una figura paterna muy

apta para sugerir en lo imaginario lo que hace defecto en lo simbólico, a saber, la función paterna

forcluída.

La presencia de alucinaciones vividas en silencio por jóvenes niños no es rara. Es concebible

que la falta de discernimiento de fenómenos elementales más discretos o más desconocidos sea de

una gran frecuencia cuando el niño no presenta demasiadas dificultades escolares.

Los modos de compensación que hacen a la especificidad de la psicosis ordinaria se

disciernen a veces ellos también desde la infancia. El funcionamiento « como si »de la Sra. T fue

remarcado tempranamente por su padre, mucho antes de que se declare la psicosis a la edad adulta.

« Desde su infancia, testimonia él, me di cuenta de que ella era muy influenciable, al mínimo

contacto ella se adhiere fácilmente {...} Siempre la vi según el medio, los camaradas que ella tenía,

y yo sentía eso. Tenía que vigilar. Cuando ella estaba en buenas compañías, entonces ella estaba

fantástica, apreciada, pero cuando ella andaba en malas compañías ... ella hubiese podido salir a

hacer la calle. Cuando tiene un buen contacto, ella tiene buenas posibilidades, cuando es gente

19El abad Xavier Cotton firmaba sus obras bajo el nombre de Fulmen, quizás adoptado, según F. Hulak, "por analogía con el de fulmicoton (cordon détonnant) y en referencia a la palabra latina « trueno » (tonnerre).20Hulak F. Fulmen Cotton. D'un cas d'école à l'archéologie du sinthome, in La mesure des irréguliers. Symptôme et création, sous la direction de F. Hulak. Z'éditions. Nice. 1990, pp. 53-69.21Sérieux P. Capgras J. Les folies raisonnantes. Alcan. Paris. 1909. p. 124.

9

honesta .... pero si son rebuscados, ella será como ellos. Ella no tiene un comportamiento único. Le

pasa eso porque no tiene dirección personal. Es más bien mitómana. Contaba cosas agrandándolas,

adornándolas. Sigue el camino de la gente que frecuenta: cuando era chiquita, a los seis años, tenía

una compañera de escuela más grande, más tonta. Hacía como ella: metía la mano en la caja, y ella

imitaba. Hablar con ella no es suficiente: es la gente que frecuenta » (él hace entonces el gesto de

poner sus dos manos {...} cara a cara, en espejo), y dice « ella sigue así al otro. Con su primer

amante ella era tan mentirosa y desequilibrada como él. Es decir, que hablar con ella, no es

suficiente, es la imagen »22. El síndrome aislado por H. Deutsch en los años '30, que ella discernió a

menudo en los antecedentes de esquizofrénicos, se encuentra bien ilustrado por esta remarcable

observación. Ella nos confirma en abundancia que el funcionamiento « como si » es detectable

muchos años antes del desencadenamiento de la psicosis – a veces incluso desde la infancia.

No es raro constatar, además, que numerosos psicóticos manifiestan en sus antecedentes una

atracción excepcional por los juegos de la letra (crucigramas, anagramas, etc). “Cuando yo gozaba

de buena salud”, señala Schreber, las cuestiones de etimología “ya habían cautivado infinitamente

mi atención”23. Sin embargo, la característica del fenómeno elemental, venimos de recordarlo,

reside en el goce excepcional que se liga a ciertos elementos lingüísticos desconectados de la

cadena, lo que es precisamente el estatuto de la letra.

Numerosos sujetos psicóticos adultos, desencadenados o no, dicen haber experimentado

desde su infancia fenómenos elementales. Es el caso de Pierre, un estudiante brillante, que consulta

por dificultades relacionales, trastornos discretamente erotomaníacos, y por una búsqueda del

absoluto en el deseo y en el pensamiento. Testimonia que de niño, a veces perdía la espontaneidad

de la palabra, algo de lo que quedan marcas hoy en una dificultad de expresión, sobre todo en forma

oral, y menos en forma escrita. Índice sin duda de súbitas manifestaciones de la carencia de

significación fálica. Lo que sí es más claro es que, en sus cursos del ciclo elemental, él escuchaba

voces que le decían morir, lo que le resultaba espantoso, ya que él quería vivir. Él temía ser

envenenado y morir de hambre durante la noche. Estos últimos fenómenos han desaparecido hoy en

día. Sin embargo, Pierre permanece confrontado a un Otro amenazante respecto del cual utiliza

diversas estrategias de evitación para mantenerlo a distancia. Éstas son compatibles con la vida

social de un estudiante bastante solitario.

A pesar de que los testimonios de fenómenos elementales precoces son numerosos, puede

ponérselos en duda subrayando que fueron recogidos a distancia de los fenómenos; pero

investigaciones realizadas sobre los antecedentes de psicóticos adultos, apoyándose sobre historias

clínicas establecidas durante su infancia, confirman que en su mayoría presentaron trastornos

manifiestos mucho antes del desencadenamiento de la psicosis clínica. Se destacan en particular la

22Czermak M. Sur quelques phénomènes élémentaires de la psychose, in Passions de l'objet. Etudes psychanalytiques des psychoses. Joseph Clims. Paris. 1986, p. 151.23 Schreber D.P. Mémoires d’un névropathe (1903) Seuil, 1975m p. 191.

10

frecuencia de trastornos del lenguaje y un comportamiento asocial y encerrado24. La noción de

estructura es muy ajena al discurso de la psiquiatría contemporánea, sin embargo sus observaciones

convergen con esta hipótesis cuando, al apoyarse sobre el tratamiento estadístico de un material

clínico, avanza el concepto de “vulnerabilidad” del esquizofrénico25 - en el sentido amplio de este

término. Zubin entiende por esto que existen, en ciertos sujetos, predisposiciones, rápidamente

supuestas de origen biológico, que pueden dar nacimiento a una esquizofrenia cuando son activadas

por el medio ambiente, pero que pueden asimismo permanecer latentes.

Cuando los sujetos “vulnerables” no han desencadenado una psicosis clínica, la hipótesis

estructural invita a considerar que son capaces de recurrir a procesos que les permiten compensar la

forclusión del Nombre-del-Padre. ¿Por qué vienen a veces a consultar al analista? La experiencia

muestra una gran diversidad de demandas, las principales parecen, sin embargo, ser: por un estado

depresivo, por inhibiciones en los estudios o el trabajo, por problemas “psicosomáticos”, para ser

psicoanalistas, incluso porque le han dicho que lo hagan. Sucede muy frecuentemente que se

presenten poniendo en primer plano una sintomatología de apariencia neurótica. Obsesiones, fobias,

e incluso conversiones, no son incompatibles con la estructura psicótica. Lacan señalaba en 1956

que “nada se parece tanto a una sintomatología neurótica que una sintomatología prepsicótica”26.

Ya en ese entonces señalaba la existencia de para-psicosis: algunas que se aferran a

“identificaciones puramente conformistas”27, otras se orientan sobre una identificación “por la que

el sujeto asume el deseo de la madre”28. No tuvo, sin embargo, la ocasión de desarrollar estas

rápidas indicaciones. Su contribución mayor al estudio de la psicosis ordinaria no aparece en su

enseñanza sino una veintena de años más tarde, cuando le consagra su seminario a Joyce – cuya

escritura le parecía poner en evidencia la esencia del síntoma.

El remedo del egoEl escritor irlandés desarrolla según él, una obra encargada de revalorizar su nombre para

hacer una “compensación de la carencia paterna”29. No son nociones salidas de la sintomatología

psiquiátrica las que lo incitan a hacer la hipótesis de la estructura psicótica del artista. Ninguna

referencia por ejemplo a lo que se podría estar tentado de denominar sus “rasgos paranoicos”: sus

sentimientos de persecución, su afición por las querellas, su carácter difícil. Es esencialmente la

escritura de Joyce la que retiene su atención. Toda la obra del irlandés parece progresar con método

24 Spoerry J. Étude des manifestations premorbides dans la schizophrénie, Psychiatrie de l’enfant, 1964, VII, 2, pp 299-379.

25 Zubin J. Spring B. Vulnerability. A new view of schizophrenia J. Abnormal Psychol, 1977, 86, pp 103-126.26 Lacan, J Les psychoses, o.c. , p 216. En español, Las Psicosis, Paidós, Pág. 273.27 Ibid, p. 231. En español, Las Psicosis, Paidós, Pág 292.28 Lacan, J. D’une question préliminaire …Ecrits, 1966, p 565. En español. « De una cuestión… », Siglo XXI pág.

547.29 Lacan, Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, Ornicar ? revue du champ freudien. Hiver 1976-1977, 8, p 15.En español : “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Pág. 92. Edit. Paidós.

11

hacia una de las mayores obras de la literatura del siglo XX, “Finnegans Wake”, publicada en 1939,

sobre la que trabajó durante 17 años. Creando allí una escritura que, sucesivamente o

simultáneamente, invita a una lectura alfabética, deletreada, ideográfica, utilizando homofonías

translingüísticas fundadas sobre diecinueve idiomas diferentes, su texto logra una complejidad apta

para dar trabajo a los universitarios durante varios siglos. Cuando un audaz se arriesga a una

imposible traducción, se obtiene por ejemplo: “(Il fait salement prétendant d’espincer la harbe

jubalaire d’un second ouïteur vécu, Farelly y la Flamme) L’histoire est conque. Eclef ta lanterne et

mire le viril ores neuf. Dbln.W.K.O.O T’entends? Proche le mur du mausoliant. Fimfim fimfim.

Gros fruit de fumeferrailles. Fumfum fumfum. C’est octophone qui ontophane. Chute. La lyre

muthique de Pireblé”30 (N de T: en francés, frase incomprensible) En la evolución de la obra de

Joyce, desde sus primeros ensayos críticos hasta Ulises y Finnegans Wake, cierta relación con la

palabra parece serle cada vez más impuesta, al punto de que, constata Lacan, termina por disolver el

lenguaje haciéndole sufrir una descomposición que llega hasta atacar la identidad fonatoria31.

La insistencia de Joyce en desconocer la psicosis de su hija por considerarla una telépata

capaz de informar milagrosamente y de leer los secretos de la gente testimonia de la misma

intuición que su escritura: parece haber tenido la sospecha de que el lenguaje no es algo dado, sino

una adquisición enchapada, impuesta, parasitaria.

La argumentación de Lacan se apoya de manera privilegiada sobre un corto episodio

autobiográfico, incluido en el Retrato de un artista adolescente, en el cual Joyce relata haber sido

golpeado por compañeros de clase, que lo habían atado, y acorralado contra un alambrado de púas.

Lo golpean a palazos y con un gran carozo de repollo (salvaje). A pesar de esto, luego de haberse

desatado, muy rápido, él siente caer su cólera, “tan fácilmente, escribe él, como se despega la piel

suave y madura de un fruto”32. Esta casi-ausencia de afecto en reacción a la violencia física y esta

puesta a distancia del cuerpo que parece él mismo separarse como la piel de un fruto llaman la

atención. Sin embargo, este no es el único en su género. Cuando Joyce relata que el héroe del

Portrato fue golpeado por el Preceptor de estudios, escribe: “De imaginarlas dolidas (sus manos) y

repentinamente doblegadas, él las lamentaba, como si ellas no fueran propias, sino de alguien por

quien sentiría pena”33. La existencia de Joyce confirma estas confidencias literarias: por negligencia

deja que su ojo derecho se calcifique más allá de toda posibilidad de salvarlo34, al mismo tiempo

que no se hará tratar la úlcera que estuvo en el origen de su muerte prematura35. “La forma del

30 Joyce J. Mutt et Jute, en Finnegans Wake. Traduction du Bouchet. Gallimard. Paris. 196231 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, Ornicar ? Revue du champ freudien, Hiver 1976-1977, 8, p.17. En español: “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Pág. 94, dit. Paidós.32 Joyce J. Portrait de l'artiste en jeune homme, in Oeuvres I. Traduction de L. Savitzky, révisée par J. Aubert. Gallimard. Pléiade. Paris. 1982, p. 611.33 Ibid., p. 580.34 Maddox B. Nora. Albin Michel. 1990, p. 362.35 Ibid., p. 429.

12

dejar-caer de la relación al cuerpo propio, señala Lacan, es completamente sospechosa para un

analista”36. Nosotros hemos destacado más arriba que Deffieux describe una clínica semejante en un

sujeto psicótico37. Ésta se vuelve a encontrar con mucha frecuencia en sujetos sin domicilio fijo. En

un trabajo digno de destacar sobre los mendigos vagabundos de París, Declerk constata que “la gran

desocialización constituye una solución equivalente (aunque no idéntica) a la psicosis”. Él ha

observado en estos sujetos impresionantes fenómenos del dejar-caer del cuerpo: fracturas expuestas

dejadas en ese estado durante días, medias puestas durantes varios meses y cuyos elásticos cortan la

pierna hasta el hueso, inclusión en la piel del pie de una media que no había sido retirada desde

hacía mucho tiempo, etc. Él subraya con cierta sorpresa que estos sujetos no son sin embargo

psicóticos: los sitúa más bien en la categoría de los estados límites o de las personalidades

patológicas. Constata las afinidades entre la precarización del vagabundo y el funcionamiento

psicótico – casi un cuarto de estos sujetos desocializados presentan síntomas psicóticos manifiestos

– pero a falta de disponer de una clínica de la psicosis ordinaria, intenta introducir el concepto de

“forclusión anal”, que no deja de testimoniar una intuición pertinente sobre la no extracción del

objeto pulsional. “¿Cómo comprender tales aberraciones - se pregunta - concernientes a los

fenómenos del dejar caer del cuerpo, sino planteando la hipótesis de que nos encontramos allí en

presencia de una verdadera retirada psíquica del espacio corporal que, desinvertido, se encuentra

entonces como abandonado a su propia suerte en la aparente indiferencia del sujeto?”38

De esta indiferencia, más discreta y más pasajera en el caso de Joyce, Lacan infiere un

defecto en el nudo de las tres dimensiones que determinan la estructura del sujeto: en virtud de un

error en la articulación de lo simbólico y lo real, el elemento imaginario no buscaría sino soltarse.

La figura siguiente muestra dónde se ha producido el error para el escritor irlandés.

36 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 11 mai 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, Septembre 1977, 11, p. 7. En español : “El sinthome”, cap X La escritura del ego. , pág. 147. Edit. Paidós.37 « era primavera, él tenía 8 años, y se dirigía a un entrenamiento de natación; un hombre le propuso llevarlo en su bicicleta y B. aceptó sin vacilar; el hombre lo condujo al bosque, lo golpeó en todo el cuerpo con un palo; en el momento, el hombre sacó un cuchillo y quiso cortarle el sexo; entonces B. consiguió escapar […] Él dirá de esta paliza : « De ningún modo sentó dolor ». Al volver a casa, le cuenta a su padre « quien no le creyó ». De hecho, está cubierto de esquimosis y el médico que lo ve se espanta […] Cuando el hombre comenzó a golpearlo, recuerda haber abandonado su cuerpo haberse distanciado de él, haber desaparecido: « En un momento vi a un chico: era yo, entonces escapé». [Deffieux J-P. Un caso no tan raro, en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós, pp. 201-207. {Deffieux J-P. Un cas pas si rare, in La conversation d’Arcachon, o.c., pp. 16-18.}38 Declerck P. Les naufragés. Avec les clochards de Paris. Plon. 2001, p. 308.

13

A pesar de que la forclusión del Nombre-del-Padre pueda ser concebida en las últimas

elaboraciones de Lacan como una carencia del anudamiento borromeo de la estructura del sujeto, y

a pesar que la de Joyce testimonia de un desfallecimiento tal, éste no ha desencadenado una

psicosis. Para dar cuenta de ello Lacan introduce la hipótesis de una reparación del nudo operado

por medio de remedo del ego.

Así escribe Lacan este último:

14

En 1975, Lacan se ve llevado a diferenciar por primera vez entre el yo (moi) y el ego.

Define este último como siendo “la idea de sí como cuerpo”39. Cuando la función narcisista opera

capturada por el nudo borromeo, el ego no se distingue del yo (moi). Pero, en Joyce, el ego presenta

la particularidad, si creemos en los episodios de la paliza y de las manos dolidas, de no sostenerse

en la imagen del cuerpo. Lacan afirma, contrariamente a la ilusión filosófica, que el hombre no

piensa con su alma, sino con su cuerpo: su psicología participa de la imagen confusa que se ha

formado de su cuerpo en la imagen especular: “Hay que poner la realidad del cuerpo en la idea que

lo hace”40, señala él, a fin de subrayar que el sujeto no está condenado a su conciencia, sino a su

cuerpo, que instituye un obstáculo mayor a la captura del sujeto como dividido. La debilidad de lo

mental en cada uno de nosotros encuentra su fundamento en la adoración del cuerpo. “la cogitación,

insiste Lacan, permanece pegoteada de un imaginario que está enraizado en el cuerpo”41. Sin

embargo, para Joyce, el ego parece tener una función diferente a la narcisista: él corrige el

desfallecimiento del nudo, gracias a su “remedo” por la escritura, instaurando un segundo nudo

entre lo real y lo simbólico, que toma a lo imaginario en su trenzado, impidiendo de ahora en más

que éste se deslice. El ego de Joyce se constituye sin cuerpo por medio de un encuadramiento

formal trazado por la escritura, de forma tal que su arte suple su vestido fálico.42 Se trata, sin

39 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 11 mai 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, septembre 1977,11, p. 7.En español: “El sinthome”, cap X La escritura del ego. , pág. 147. Edit. Paidós.40 Lacan J. Joyce le symptôme II., in Joyce avec Lacan, sous la direction de J. Aubert. Navarin. Paris. 1987, p. 33.41 Lacan J. RSI. Séminaire du 8 Avril 1975, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, Hiver 1975-1976, 5, p. 37.42 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 18 novembre 1975, in Joyce avec Lacan, o. c., p. 40.En español: “El sinthome”, cap I Del uso lógico del sinthome o Freud con Joyce. Edit. Paidós.

15

embargo, de un remedo mal hecho, el nudo guarda la marca de la falta inicial. La escritura de Joyce

no despierta la simpatía en el lector: abole el símbolo, corta el aliento del sueño, un elemento

imaginario le hace falta. Estando “desabonado del inconsciente”43 el escritor se encuentra en

condiciones de poner al desnudo el aparato del síntoma: una letra del Otro que fija un goce opaco.

“El es aquel, precisa Lacan, que se privilegia de haber llegado al punto extremo de encarnar en el

síntoma, eso por lo cual escapa a toda muerte posible, de haberse reducido a una estructura que es

aquella misma de lom, si me permiten escribir simplemente de un l.o.m.”44 Sin duda, es necesario

escuchar que lom resuena con éloïm, el verbo, de manera que esta escritura acentúa el otro cuerpo

del parlêtre [hablanteser], el del lenguaje, más exactamente de lalengua, con el que Joyce llega a

remedar el ego sin implicar a lo imaginario. La idea de sí se encuentra sostenida en él por la

escritura y no por su cuerpo. Sin embargo, lom es también una reducción fonética que no podría ser

llevada más allá, en este sentido ella subraya que el escritor pone fin, un punto final a un cierto

número de ejercicios. La literatura llamada psicológica no podría ser aprehendida de la misma

forma luego de él. Se trata de indicar nuevamente la homología entre la escritura de Joyce y el

aparato del sinthome. Su arte ha alcanzado un límite.

Instaurando una segunda línea entre lo simbólico y lo real, el ego remedado engancha lo

imaginario, la escritura sintomática restaura el nudo; sin embargo la estructura de Joyce no posee la

propiedad borromea: lo real y lo simbólico están enlazados. De este defecto, Lacan discierne un

efecto en las “epifanías”. Se trata de textos muy cortos, que se presentan en su mayoría bajo la

forma de fragmentos de diálogos, y que parecen haber valido como testimonio de una experiencia

espiritual sobre la cual el escritor fundaba la certeza de su vocación de artista. Les otorgaba un valor

que el lector no puede concebir y donde no descubre más que la trascripción de un episodio banal.

Citemos una de ellas:

“O’REILLY, más y más serio …. Ahora es mi turno, yo supongo (más serio que nunca) …

¿cuál es su poeta preferido?

Una pausa

HANNA SHEEHY: … ¿Alemán?

O’REILLY: … Sí

Un silencio

HANNA SHEEHY: … Pienso que … Goethe”45

No aprehendemos nada más, nada del contexto del episodio, de manera que la trivialidad de

las epifanías parece, para el lector, permanecer abierta a todos los sentidos, sin desprender ninguna

43 Lacan J. Joyce le symptôme I, in Joyce avec Lacan, o.c., p.24 44 Ibid., p.28. [homofonía en francés entre lom y l’homme (el hombre)]45 Joyce J. Epiphanies XII, in Oeuvres I, o.c., p. 92.

16

significación. Sin embargo, “manifestaciones espirituales” como éstas fueron para Joyce muy

importantes, las comparaba con las Claritas, la tercera cualidad de lo Bello según Santo Tomás de

Aquino, cuando la cosa se revela en su esencia. Estas experiencias enigmáticas, llevadas a la

escritura, insertadas en la obra46, imponen para el escritor una revelación que toca al ser. En esto

ellas se producen articulando lo real y lo simbólico. Ponen en evidencia la estrechez inhabitual de

los lazos que unen en Joyce estas dos dimensiones.

La estructura de este último se caracteriza por un anudamiento no borromeo de lo

imaginario, de lo real y de lo simbólico operado por un ego remedado por el sinthome escritural.

Sin embargo, a partir de 1975, el síntoma se encuentra definido como siendo “la manera en la que

cada quien goza del inconsciente, en tanto que el inconsciente lo determina”47, es eso por lo cual el

goce se toma a la letra, de forma que conlleva la función de la nominación. Es esto lo que autoriza a

Lacan a identificar este cuarto elemento de la cadena borromea con uno de los aspectos de la

función paterna, el que da un nombre a las cosas. Sin él, afirma, “nada es posible en el nudo de lo

simbólico, de lo imaginario, y de lo real”.

La suplencia paterna construida por Joyce elaborando un síntoma de artificio parece

constituir una performance excepcional. “Finnegans Wake” llega a producir un límite de la

literatura. Del mismo modo, el remedo del ego por una escritura sinthomal constituye una forma de

suplencia de la cual no conocemos nada equivalente.

El concepto de suplencia¿Acaso no existen otras estrategias de suplemento del ego para detener el desfallecimiento

de la estructura borromea? La muy conocida propensión de los psicóticos a la escritura, y la función

a menudo pacificante de ésta tenderían a dejarlo suponer. El examen de este problema implica un

desvío previo profundizando el concepto de suplencia.

Lacan encara por primera vez la posibilidad de esto en el trabajo donde determina la

estructura de la psicosis en referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre. Constata que “la figura

del Profesor. Fleschig” no logró suplir para Schreber “el vacío bruscamente vislumbrado de la

Verwerfung inaugural”48. Además, parece ser casi una regla el hecho de que una imagen, sobre todo

si es paterna, resulte insuficiente para la elaboración de una suplencia. Considerando esto

podríamos tender a distinguir entre suplencia y compensación. En el seminario III este último

término, es utilizado varias veces, en referencia a imágenes identificatorias: allí está indicado que 46 Para un análisis más profundo de las "Epifanías" en la obra de Joyce, cf Marret S. James Joyce yVirginia Woolf: moments épiphaniques, in Dedalus, Revista Portugesa de Literatura Comparada n° 2/3, Lisboa (Portugal). Ediçoes Cosmos. 1993-94, pp. 207-219; et Marret S. Les épiphanies joyciennes: l'indicible de la jouissance, in Tropismes. Revue du centre de recherches anglo-américaines. Université Paris X - Nanterre. 1993, 6. 47 Lacan J. - RSI. Séminaire du 18 Février 1975, in Ornicar ?, rentrée 1975, 4, p. 106. 48 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in o. c. p. 582. En español “De una cuestión preliminar …”, página 563, Siglo XXI [N del T: Hay un error en la traducción. Donde dice “logró suplir el vacío”, en la versión francesa dice “no logró suplir el vacío”]

17

el sujeto puede compensar la desposesión primitiva del significante, “por una serie de

identificaciones puramente conformistas”49, al mismo tiempo que el mecanismo del “como sí” es

calificado allí como una “compensación imaginaria del Edipo ausente”50. Por el contrario, el

término de suplencia toma verdaderamente gran extensión en la enseñanza de Lacan al término de

esta última, designando allí un medio utilizado para mantener juntos los elementos de la cadena

borromea. La distinción no toma sin embargo un estatuto teórico ya que él menciona en 1976 la

“compensación por el sinthome” a propósito de Joyce.51

Además, es necesario resaltar que el concepto de suplencia va más allá del campo de la

teoría de la psicosis. Cuando se revela que la referencia encarnada por el Nombre-del-Padre falta en

el campo del significante, su función se reduce a sostener el desfallecimiento estructural del Otro.

En sus últimas investigaciones, Lacan desprende las últimas referencias de la incompletad del Otro.

De allí resulta una generalización de la forclusión de la referencia. En favor de esta perspectiva, la

función paterna aparece como un cuarto término, ligado a la nominación, capaz de suplementar los

tres otros y de articularlos de manera borromea. En adelante, a falta de la referencia en el campo del

lenguaje, el Nombre-del-Padre es él mismo una suplencia, razón por la cual participa siempre, más

o menos, de la impostura. La forclusión del Nombre-del-Padre marca la carencia de esta suplencia

paterna, que sin embargo, puede ser compensada por otras formas de suplencia, en cierto sentido,

suplencias de segundo grado que implican cierta degradación de su función. Así, es necesario

distinguir el síntoma del neurótico como cuarto término que asegura un anudamiento de elementos

de la cadena borromea apto para paliar la forclusión generalizada52, y el sinthome de Joyce que

suple la forclusión del Nombre-del-Padre restaurando un anudamiento no borromeo.

En los últimos años de su enseñanza, Lacan esboza algunas hipótesis que conciernen la

existencia de otras formas de suplencias y de otras modalidades de anudamientos de los elementos

de la estructura. Retengamos, en lo que concierne a la psicosis, que él hace equivaler en 1975 la

estructura de la personalidad y la psicosis paranoica ligándolas a ambas a la puesta en continuidad

de los tres elementos de la cadena en lo que se efectuaría un nudo de trébol53. Sin lugar a dudas, el

delirio, en sus formas más elaboradas, paranoicas y parafrénicas, constituye él mismo una suplencia

a la suplencia desfalleciente del Nombre-del-Padre: opera una significantización del goce que lo

localiza e instaura una referencia inquebrantable. Un anudamiento se opera, pero no es borromeo, el

49 Lacan J. Les psychoses. Séminaire III, o.c., p. 232. - Las psicosis. El seminario III Paidós, p.292.50 Ibid., p. 218. - Las psicosis. El seminario III Paidós, p.275.51 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien. Hiver 1976-77, 8, p. 19.En español: “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Edit. Paidós. Pág. 9252 Este concepto forjado por Jacques-Alain Miller subraya que la referencia falta en el campo de lo simbólico "Lo que comporta el modo generalizado de forclusion – escribe -, lo que implica, digamos, la función x, es que hay para el sujeto, no solamente en la psicosis sino en todos los casos, un sin-nombre indecible " [Miller J-A. Forclusion généralisée. Cahier de l'Association de la Cause freudienne -Val de Loire & Bretagne, 1993, 1, p. 7.]53 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 16 décembre 1975, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, juin-juillet 1976, 7, p. 7. En español: “El sinthome”, Cap III Del nudo como soporte del sujeto. Edit. Paidós. Pág 45

18

nudo de trébol da muy bien cuenta de esto: goce megalomaníaco de significantes holofraseados.

Así como existe una pluralidad de Nombres-del-Padre, parece ser necesario concebir, en

relación a la estructura psicótica, varias modalidades de suplencias. Estas últimas tienen en común

el permitir la instauración de un anudamiento de los elementos de la estructura, pero un

anudamiento no borromeo. La suplencia se ancla en una función de limitación que opera sobre el

goce sin llegar a equivaler a la castración. De esto resulta que ella fracasa en instaurar el falo

simbólico. A. Ménard subraya las características principales de una suplencia: se trata de una

invención singular que opera una pacificación del goce y que conserva el trazo del desfallecimiento

que ella remeda. Suplir no es reemplazar, afirma, “suplir quiere decir que el defecto, la falta que

conlleva, no es reducida, ni llenada, sino que persiste incluso en la solución que permite ir más

allá”54. Precisa además, que es necesario distinguir las suplencias preventivas, aquellas que están en

relación con una estructura psicótica no desencadenada, y las suplencias curativas, elaboradas con

posterioridad a la psicosis declarada.

El concepto de suplencia en su acepción estricta pertenece a la teoría de la psicosis.

Únicamente Briole ha intentado extender su campo más allá. El estudio de la patología traumática

lo ha llevado a constatar que el síndrome trans-estructural de repetición traumática, que pone en

primer plano lo real de un goce angustiante, se encuentra a menudo contenido por diversas

suplencias. De una manera general – precisa – es en otro encuentro, diferente al del trauma, que se

pone en marcha una suplencia. “Ella constituye una alternativa para el sujeto, y no una solución de

compromiso, que sería la del síntoma. Es una solución de alguna manera reductora, en el sentido de

que ella supone un borramiento del sujeto detrás de la causa a la que desde ahora va a servir. Es

como si él desapareciera en provecho de otro o de otros, como si no contara más que existiendo,

desde ahora, en el rango de una jerarquía de valores invertidos: “no yo, los otros”. Briole y sus

colaboradores describen varias modalidades de suplencias que pueden seguirse o coexistir en un

mismo sujeto: recurso al ideal del grupo, ubicarse detrás de una figura de autoridad o de saber,

identificarse a una víctima, sostenerse en un deseo de venganza, consagrarse a una causa,

desarrollar actividades de sublimación que apuntan a bordear sufrimiento, a menudo articulados a

un imperativo de testimonio, etc55. Tales suplencias tienen en común con las de los psicóticos el

contener un goce invasor, pero ellas no conllevan la marca del defecto que éstas remedan, y sobre

todo, no testimonian para nada de una inventiva del sujeto. Parece, entonces, que no deben

confundirse la suplencia frente al encuentro traumático, y la suplencia a la forclusión del Nombre-

del-Padre. El mismo término es utilizado aquí para designar dos clínicas y conceptos diferentes.

Briole incluso llega a considerar que el síndrome de repetición traumática puede a veces constituir

54 Ménard A. Clinique de la stabilisation psychotique. Bulletin de la Cause freudienne Aix-Marseille, novembre 1994, I, p. 7.55 Briole G., Lebigot F., Lafont B., Favre J-D, Vallet D. Le traumatisme psychique : rencontre et devenir. Congrès depsychiatrie et de neurologie de langue française. Toulouse. 1994. Masson. Paris. 1994, p. 109.

19

una suplencia a la psicosis clínica.56

Lacan no teorizó explícitamente la especificidad de la estructura psicótica no

desencadenada. Por fuera de sus análisis del sinthome de Joyce, dio sin embargo una indicación

interesante al respecto, cuando detecta en el rigor del pensamiento de Wittgenstein “una ferocidad

psicótica, ante la cual la bien conocida navaja de Occam, que enuncia que no debemos admitir

ninguna noción lógica que no sea necesaria, no es nada”57. En el mismo seminario, precisa un poco

más adelante “Antes he hablado de psicosis. En efecto, hay tal coincidencia del discurso más seguro

con un no sé qué impresionante que se insinúa como psicosis, que lo digo simplemente porque me

produce ese efecto. Qué notable es que una universidad como la Universidad inglesa le haya dado

un lugar. Un lugar aparte, por qué no decirlo, un lugar aislado, cosa con la que colaboraba

perfectamente el propio autor, hasta el punto que de vez en cuando se retiraba a una casita en el

campo para luego volver y seguir con ese discurso implacable, del que incluso puede decirse que

desmiente al de los Principia Matemática de Russell.

Este otro no quería salvar la verdad. Nada puede decirse de ella, decía, lo que no es seguro,

porque nosotros también tenemos que enfrentarnos con ella todos los días. Pero, ¿cómo define pues

Freud la posición psicótica en una carta que he citado muchas veces? Precisamente por lo que

llama, cosa extraña, unglauben, no querer saber nada de ese rincón donde se trata de la verdad”.

Lacan evoca aquí un comentario del Manuscrito K donde Freud evoca un no prestar creencia

fundamental en el paranoico58. Se sabe que en el Tratactus logico-philosophicus(1922) Wittgenstein

se propone trazar un límite a la expresión de los pensamientos, y considera que la tesis de su obra se

resume en estas palabras: “todo lo que puede ser dicho puede ser dicho claramente, y sobre aquello

de lo no se puede hablar debemos callarnos”. Las cuestiones religiosas, metafísicas y estéticas le

parecen, en consecuencia, desprovistas de sentido y deben quedar sin respuesta, con lo cual él

adopta una actitud aún más extrema que Guillermo de Occam cuyas tesis nominalistas golpearon

duramente en el siglo XIV a las abstracciones escolásticas. El rigor del procedimiento lógico de

Wittgenstein lo empujó a poner en evidencia la hiancia del Otro, y la ausencia de referencia

inherente al lenguaje. Sin embargo él no trata de enmascararla con un fantasma, elige, por el

contrario subrayar el vacío prohibiendo su acceso al filósofo. No hay medio-decir de la verdad

56 Según Briole y sus colaboradores, el caso en que el síndrome de repetición traumática se vuelve él mismo una suplencia a la psicosis no son raros en la práctica. “Se trata – precisan ellos – de sujetos que han llegado a integrar - tomando prestado de otros pacientes del hospital, en los grupos de veteranos de guerra o víctimas – síntomas ligados a los eventos en una expresión clínica que reproduce en todos sus puntos un síndrome de repetición traumática. A partir de esta identificación imaginaria, sus discursos hacen lazo social tanto con los otros del grupo a quienes se apegan, como con el medio médico - y esto tanto más cuando sus manifestaciones clínicas han sido nombradas, reconocidas o pensionadas” [Briole G., Lebigot F., Lafont B., Favre J-D, Vallet D. Le traumatisme psychique : rencontre et devenir. Congrès de psychiatrie et de neurologie de langue française, o.c., p.120] Estas líneas testimonian de una extensión a menudo encontrada en el concepto de suplencia psicótica que tiende a designar todas las modalidades de estabilización de la estructura psicótica. 57 Lacan J. L'envers de la psychanalyse. Séminaire du 21 Janvier 1970. Seuil. Paris.1991, p. 70.- En español, pág 65 de la Edición de Paidós. “El reverso del psicoanálisis”.58 Freud S. La naissance de la psychanalyse. PUF. Paris. 1956, p. 136.

20

subjetiva aceptable en la lógica para el autor del Tratactus, su posición es radical: nada puede

decirse allí. Se discierne en este procedimiento un esfuerzo por desconectar el lenguaje de todo

montaje de goce; esto induce la hipótesis de un desfallecimiento del nudo borromeo de la estructura.

Sin embargo, a pesar de sus angustias, su malestar, sus dificultades caracteriales, Wittgenstein no

presentó trastornos psicóticos manifiestos. Su enseñanza, bordeando el vacío del Otro, por un

incesante trabajo sobre los límites y las propiedades del lenguaje, parece haber alcanzado a reparar

el desfallecimiento del nudo de los elementos de la estructura.

La afirmación provocadora de Lacan, pronunciada durante sus Conferencias en las

universidades norteamericanas, según la cual él mismo sería psicótico porque siempre intentó ser

riguroso59 se esclarece un poco acercándola al trabajo de Wittgenstein. Lo esencial de la enseñanza

de Lacan, a la luz de la del filósofo, parte de la idea de un agujero, y culmina en una topología

borromea que busca forjar una nueva escritura, que testimonia de un esfuerzo por pensar un

simbólico fuera de una referencia al Otro, y en la que funciona un agujero complejo y remolinante

donde uno y tres se conjugan. De ahí en más, la insistencia de Lacan sobre la intrincación borromea

de los elementos de la estructura incita a moderar su propensión a la psicosis. Es cierto que su

búsqueda lo conduce a una depuración lógica, pero él subraya la correlación del goce con los otros

elementos de la estructura, y no deja de sostener el nudo que Wittgenstein habría querido poder

romper.

Parece que podríamos retener algunas indicaciones dispersas dejadas por Lacan sobre la

psicosis ordinaria; ésta necesita un diagnóstico bífido para ser identificada: se trata por un lado, de

delimitar signos del desfallecimiento del nudo borromeo de la estructura, y por otro lado, de

discernir por qué medio este defecto ha sido imperfectamente compensado. Al respecto, la

argumentación desarrollada para aprehender la estructura de Joyce podría pasar como un tipo ideal,

si ella hubiese salido de un cura analítica. Ella sugiera la puesta en marcha de una nueva clínica

diferencial, que falta desarrollar, fundada sobre la puesta en evidencia de lo que cojea del nudo y de

las suplencias correspondientes.

Intentemos ahora precisarla orientándonos sobre los principales fenómenos que indican un

anudamiento desfalleciente, respectivamente de lo real, de lo simbólico, o de lo imaginario.

Perspectiva seguramente reductora, ya que la autonomización de un elemento implica la de los

otros. Además, tendremos presente que la formación de una hipótesis diagnóstica demanda, por lo

menos, la reunión de un haz de signos convergentes.

Índices de la no-extracción del objeto a.

59 Lacan J. Conférence à Yale University du 24 novembre 1975, in Scilicet 6/7. Seuil. Paris, 1976, p. 9.

21

La no-extracción del objeto a constituye una indicación mayor para aprehender la

especificidad de la estructura psicótica, ella implica conexiones inadecuadas de lo real con las otras

dimensiones, las que se revelan entonces, no estando en posición de sostener plenamente su función

limitadora en relación al goce.

Emergencia de un goce no-limitadoLa gloria experimentada por Roussel cuando redactó su primera novela, a la edad de diez y

nueve años, constituye un ejemplo excepcional de esto, en particular por su duración. Durante

varios meses, escribiendo noche y día, sin sentir fatiga, en un estado hipomaníaco, tuvo el

sentimiento de que la luz emanaba de la pluma y de su ser60. “Lo que escribía – relata él – estaba

rodeado de rayos, yo cerraba las cortinas, ya que tenía miedo de la menor fisura que hubiese dejado

pasar al exterior los rayos luminosos que salían de mi pluma […] Pero por más que tomase

precauciones, rayos de luz se escapaban de mí y atravesaban los muros, yo llevaba el sol conmigo y

no podía impedir esta formidable fulguración de mí mismo. […] Estaba en ese momento en un

estado de felicidad extraordinario, un pálpito me había hecho descubrir un filón maravilloso, había

ganado el gran premio más ensordecedor. Viví más en ese momento que en toda mi existencia”61.

Tales sensaciones son el índice de que un goce sin límites, no falicizado toma el cuerpo. Es más

frecuente que momentos de felicidad intensa, que se emparientan con fenómenos extáticos,

permanezcan como manifestaciones erráticas, puntuales, efímeras. No se disciernen a veces, más

que una o dos manifestaciones fugitivas. Así Karim me confió haber experimentado varias veces,

durante su adolescencia, en momentos de soledad, una sensación agradable, centrífuga, que subía

desde el bajo vientre, cuya originalidad lo incita a nombrar “sensación maternal”; ya más grande,

llorando en un terreno baldío, sentado bajo el sol, vio un lagarto, lo que le hizo, dice él, como la

droga: se alejó de las cosas y éstas se magnificaron. Otra paciente, después de haber dado a luz a su

hijo, experimenta bruscamente un “bienestar”, una “impresión de tener éxito en algo”, “como una

red de capilares, un fuerte calor en la cabeza. Es brillante, irradiante como un fuego artificial,

pulverización con una estrella, el rostro liberado, la impresión de grandeza”. El fenómeno dura

algunos segundos y se calma62.

Tales sensaciones de felicidad inusitada que invade el cuerpo constituyen el índice de una

desregulación del goce. A pesar de que estas experiencias no sean necesariamente psicóticas, es

bien sabido que pueden pertenecer a la clínica de la psicosis declarada. Schreber tenía el

sentimiento de que Dios le exigía “un estado constante de goce”, de forma que los límites de éste

habían dejado de imponérseles. “Un exceso de voluptuosidad, escribía, volvía a los hombres

60 Se encontrará un examen más preciso de la gloria de Roussel en el capítulo intitulado « Suplencia por un procedimiento estético: R. Roussel". 61 Janet P. De l'angoisse à l'extase. Alcan. Paris 1926, I, pp. 116-117. 62 Czermak M. Sur quelques phénomènes élémentaires de la psychose, in Passions de l'objet, o.c., p. 134.

22

incapaces de ejercer las funciones que les incumben; el ser humano se encontraba impedido de

elevarse a un nivel superior de perfección espiritual y moral; sí, la experiencia nos enseña, los

excesos voluptuosos han conducido a la destrucción, no sólo de numerosos hombres sino también

de pueblos enteros. Sin embargo, subrayaba él, estos límites dejaron de imponerse, y ellos se han

vuelto en cierto sentido en sus contrarios”63.

Se constata, además, que un encuentro impensado con un goce extremo puede constituir un

factor de desencadenamiento de la psicosis clínica. Durante su primera relación sexual con uno de

sus antiguos profesores, Carole sintió, desde las preliminares, que la energía la invadía. “Ella subió

del ano, del perineo, hasta la cabeza, atravesó todo el cuerpo por el medio. Hizo un “boom”.

Cuando llegó a la nariz, tuve la impresión de respirar en el todo. Mi aliento se recortaba en el vacío.

No había más diferencia entre lo lleno y el vacío. Las paradojas se conjugaban, los contrarios

equivalían, tenía acceso al ser de las cosas, el cielo y el infierno no eran más que uno, yo era tan

ligera como una pluma y tan compacta como un bloque. No era sólo el deseo, era una apertura del

ser. En un momento, abrí los ojos, vi una silla, no era una silla banal, la comprendía desde el

interior, tenía acceso a lo divino, a un conocimiento absoluto en el instante. Percibía los lazos de

todas las cosas. Tenía acceso a la unidad. Podía prever el porvenir. Eso aumentaba siempre. Me

preguntaba hasta dónde llegaría. La energía subió hasta alto, hasta la cabeza, entonces, no esta más

yo, mi ego se disolvió”. Ella expresa claramente que en ese momento ella franqueó una

interdicción: “era demasiado placer, tuve la impresión de que había un ángel guardián que me

prohibía ir más lejos”. Desde entonces, un goce doloroso se apoderó de su cuerpo y, a pesar de

diferentes internaciones y algunos intentos de psicoanálisis, ella padece muchas dificultades para

atemperar sus trastornos esquizofrénicos.

Los ejemplos precedentes podrían sugerir que la prueba del goce Otro se caracteriza por la

sensación de felicidad inaudita. Sabemos que no hay nada de esto. Son a menudo trastornos

hipocondríacos que testimonian de un goce no falicizado. Desde este punto de vista, los estudios

sobre las correlaciones entre el síndrome de polyopères y la estructura psicótica serían sin dudas

bienvenidos.

Arielle no experimenta ni un éxtasis remarcable, ni un dolor excepcional, y sin embargo ella

confiesa experimentar un placer extremo cuando ella defeca. Esto es particularmente notable

cuando tiene todo el tiempo para consagrarse a esta actividad. “Sin embargo – señala con un

humor triste – no se puede hacer de eso el súmmun de una vida”. Al respecto, ella dice además que

durante un cierto tiempo le sucedía en esas circunstancias, el tener la impresión de vaciarse

enteramente. Es remarcable que esto se acompañe de sensaciones que ella no podría decir si se

trataba de angustia o de goce. Muchas veces encontrado en sujetos de estructura psicótica, el

sentimiento de vaciarse enteramente al defecar resulta de una ausencia de regulación fálica del goce

63 Sbreber D.P. Mémoires d'un névropathe [1903], o.c., p. 229.

23

anal. Esta carencia suscita tanto una angustia de pérdida de ser, como voluptuosidades fuera de

norma. La manera por la que las inquietudes de Arielle se interrumpieron, para virar hacia el

placer extremo, merece ser destacada: sólo bastó que un médico le escribiera sobre una receta, en el

primer renglón, “ir de cuerpo regularmente”.Desde entonces, frente a sus hábitos pasados, ella

respeta escrupulosamente esta prescripción. El fenómeno no deja de sorprenderla a ella misma. Pero

es toda su existencia, volveremos sobre ello, que se encuentra determinada por las prescripciones de

su entorno.

Carencia del fantasma fundamental

La no extracción del objeto a implica que el montaje del fantasma fundamental no está en

condiciones de instalarse. Los índices de la carencia de éste se disciernen principalmente en el

sentimiento de una ausencia de dirección personal, en la labilidad de los síntomas, y en una

incapacidad de detener la malignidad del Otro. El primero de estos trastornos se revela claramente

en las formas más manifiestas del funcionamiento “como sí”: las variaciones de las conductas y de

los ideales del sujeto testimonian que no dispone con qué orientarse en la existencia. Por otro lado,

Federn resalta con justicia que “la pronta y hasta súbita desaparición de síntomas neuróticos

severos” constituye un signo de lo que el llama una “esquizofrenia oculta”64. Además de esto, la

concomitancia de síntomas característicos a lógicas del fantasma diferentes, asociando por ejemplo

fobia, perversión y obsesión, puede también revelar la ausencia del fantasma fundamental. Federn

hace una constatación convergente cuando delimita otro signo de la esquizofrenia latente en una

“historia en la que se registran períodos de distintas clases de neurosis, como neurastenia,

psicastenia, hipocondría, histeria de conversión temprana, histeria de angustia y obsesiones, amén

de despersonalizaciones severas.”

A falta de haber sido separado el objeto del goce, el sujeto de estructura psicótica

experimenta el temor de que el Otro quiera gozarlo. Karim estaba en la búsqueda de un ideal para

orientarse en la existencia cuando me afirmó en un período de su análisis: “Yo quiero ser

autosuficiente. No quiero deber nada a los otros, y no quiero recibir nada, sobre todo de usted”.

Ahora bien, ciertas donaciones de dinero de beneficencia le habían sido hechas, y lo habían

sumergido en una fuerte angustia. Luego de éstas, él supone que el Otro iba a creerse en derecho de

exigir en contrapartida sus cosas más queridas, quizás sus hermanas, o más probablemente una parte

de su cuerpo, en particular su testículo derecho, en relación al cual el temor de perderlo constituía

una de sus quejas mayores. El desfallecimiento de la función del fantasma deja al sujeto en la

incapacidad de hacer frente a la malignidad del Otro. Se encuentra entonces expuesto a reducirse al

64 Federn P. La psychanalyse des psychoses [1943], in La psychologie du moi et les psychoses. PUF. Paris. 1979, p. 139.- En español, “Psicoanálisis de las psicosis” en La psicología del yo y las psicosis. Amorrortu Editores 1984. p. 153.

24

objeto de goce de éste, sintiéndose, según el imaginario de cada uno, ya sea un “inútil”, ya sea una

“momia viviente”, ya sea el “cáncer de Dios”.

Esta última expresión es utilizada por Fritz Zorn para calificar su ser. En su vida, nada le

falta, nada lo incita a comprometerse, no necesita la necesidad de hacer cosas. “Yo no estaba triste -

escribe- porque me faltara algo preciso, yo estaba triste a pesar de que no me faltaba nada, o de

que aparentemente nada me faltaba.” Él agrega con mucha pertinencia. “Contrariamente a mucha

gente triste, no tenía razón de estarlo; y era justamente eso lo que hacía la diferencia65, era

justamente eso lo que había de anormal en mi tristeza.66”. El impulso del deseo no se había

desencadenado, lo que le da el sentimiento de no haber “funcionado jamás”67. En relación a esto es

muy explícito: “No tenía anhelos que satisfacer, porque no tenía anhelos. Era infeliz sin querer

nada. El dinero no tenía sentido para mí, porque nada de lo que me hubiera permitido comprar me

habría dado placer. No era un comprador entusiasta, ya que sabía que para mí, no había nada que

comprar. Tenía bastante dinero pero no sabía en qué gastarlo68. Él no experimenta ningún apetito

sexual. En la universidad -constata- “nunca tuve "dificultades con las mujeres", ni incluso

problemas sexuales. Yo no había tenido absolutamente nada con las mujeres y mi vida entera no era

sino un problema sexual no resuelto. No se trataba de que yo fuese un "enamorado irrecuperable", o

que algo no hubiese "funcionado" y que la mujer "se hubiese quedado con otro"; yo no había estado

jamás enamorado y no tenía la más mínima idea de lo que era el amor, era un sentimiento, como

tampoco conocía casi ningún sentimiento […] era una total impotencia del alma”69. Cuando la

función del fantasma se revela totalmente carente, nada protege al sujeto de una confrontación con

el goce del Otro. Entonces, Zorn se encuentra en guerra total contra el principio hostil que lo

destruye, encarnado por él en diversos avatares inmundos: sus padres, la sociedad burguesa, de

Zurich, y occidental, Dios mismo. Al tormento que le inflige el Otro gozador, a quien tiene por

responsable de su linfoma, busca hacerle frente por medio de su publicación, concebida como un

“desecho radioactivo” lanzado contra la sociedad occidental70.

Arielle afirma que se siente en un mundo de múltiples presiones: cuando tiene el sentimiento

de que los otros esperan algo de ella, le parece que se lo exigen. “La agresividad de los otros me da

tanto miedo, dice, queque cuando me confronto a ella yo podría matar; eso haría una gran matanza.

Por un pecadillo, agrega, yo estoy en peligro de muerte”. Las simples fórmulas de cortesía de los

comerciantes son sentidas a veces como tentativas de dominio de su ser. Si ellos buscan entablar

una conversación la situación puede devenir insoportable. “¿Necesita algo más?”, le pregunta un

65 El subrayado es mío.66 Zorn F. Mars. [1977]. Gallimard. Paris. 1979, p. 163.67 Ibid., p. 267.68 Ibid., p. 174.69 Ibid., p. 194.70 Maleval J-C. Fritz Zorn, le carcinome de Dieu. Phénomène psychosomatique et structure psychotique. L'Evolutionpsychiatrique, 1994, 59, 2, pp. 305-334.

25

carnicero. Ella sabe que la frase es banal, pero ella la siente como “verdaderamente íntima”.

Similares carencias de la función del fantasma, no apto a detener el goce del Otro, se encuentran a

veces en sujetos histéricos. Sin embargo, esto se combina en Arielle con precarias identificaciones

imaginarias; ella se deshace en disculpas porque su intelecto esté “dañado” por diversas

inhibiciones, sorprendiéndose al mismo tiempo, de que su sexualidad haya sido protegida. “Yo no

soporto el deseo de los otros, constata ella, salvo en el terreno sexual; me pregunto mucho por qué.

Sólo en la relación sexual no me siento perturbada, donde yo no tengo problemas”. Sin embargo

ella tiene esta frase sorprendente que testimonia circunstancialmente de un cierto desfallecimiento

del fantasma: “Quizás vaya a ser asesinada, pero no tengo miedo”. Esta pendiente que conecta sexo

y muerte parece un índice de Phi O. A falta de poder comprometer su falta en la relación, es su ser

mismo lo que se encuentra en juego. Su dificultad para interpretar el deseo del Otro la deja en el

peligro de discernir allí una voluntad de goce que reclama su sacrificio. Sin embargo, todo indica

que el deseo de un hombre viene a sostener una imagen fálica de ella misma, tan precaria como

preciosa, “las caricias – confía ella- me dan la impresión de estar en el interior de mí misma”. En su

ausencia ella corre el riesgo de reducirse a su ser de desecho: un pollo con las patas separadas y el

cuello seccionado. Lo que preparaba el Otro materno. Un velo es arrojado sobre este horror gracias

a la representación fálica de ella misma sostenida por el deseo de su partenaire. Es manifiesto que la

orientación en la existencia conferida por el fantasma fundamental le falta. “Mi vida, afirma ella,

está hecha de escenas inconexas. Las sesiones de psicoterapia, son como mi vida, las hago una por

una, sin lazo entre ellas71. Tengo una gestión rápida de mi vida cotidiana que no está sostenida por

ninguna meta. Mi toma de notas compulsiva refleja esto, las tengo por todos lados, estoy invadida,

multiplico las notas, me cuesta mucho clasificarlas, no llego a poner orden en ellas, ni en mis ideas.

Sin embargo, ellas me ayudan a preservar mi vida cotidiana. Redacto muchos organigramas que me

permiten entrever el día siguiente. Pero no tengo un hilo director. No sé lo que es una meta. Soy

incapaz de hacer proyectos. A tal punto que me veo obligada en confiar. Espero que mi marido se

decida, luego yo me alineo. De manera general, me regulo con esquemas, pero el sentido me falta.

La impresión chocante de inconsistencia dada por ciertos sujetos psicóticos, desde las

primeras entrevistas, a menudo asociadas a discretas difluencias del pensamiento, y a una vacilación

sin meta en la existencia constituyen índices bastantes manifiestos de la carencia del fantasma

fundamental. Esta inconsistencia conoce ciertas formas depresivas, pero también mitómanas y

exaltadas, la más frecuente parece ser la más discreta, en virtud de una adaptación por enganche

71 Lo que podemos comparar con los dichos de una esquizofrenia: «Las cosas se presentan de manera aislada, por su lado, sin evocar nada. Algunas cosas que deberían formar un recuerdo, evocar una inmensidad de pensamientos, armar un cuadro, permanecen aisladas. Son más bien comprendidas que experimentadas.[Minkowski. E. La notion de perte de contact vital avec la réalité et ses applications en psychopathologie [1926], in Au-delà du rationalisme morbide. L'Harmattan. Paris. 1997, p. 48.] No sólo la carencia de la significación fálica no permite conectar los fantasmas con la pulsión, sino que constatamos que por desfallecimientos del cierre retroactivo de la cadena significante los elementos del pensamiento permanecen en suspenso.

26

sobre un semejante.

El aplastamiento afectivo

El fantasma psicótico constituye un montaje imaginario que permite localizar un objeto de

goce, que produce una precaria y a menudo imperfecta, canalización de la energética pulsional.

Cuando la conexión de lo imaginario con las otras dimensiones no está más asegurada, los afectos

se encuentran alterados. En efecto, aún si por lo esencial, según Freud, los afectos son “histerias

codificadas”, el afecto no podría ser reducido al significante, es comprensible, subraya Jacques-

Alain Miller, de forma que “por donde se lo tome, no se puede borrar su carácter de efecto de

significado”, participa de una “coalescencia del significante y del significado”72. Un elemento

imaginario resulta necesario para que los afectos devengan expresivos. Si este falta, suele suceder

que no sean más sentidos. Lacan considera que este fenómeno firma a veces la estructura psicótica:

sabemos que le otorga una gran importancia al hecho de que Joyce relate, luego de que su cuerpo

había recibido una severa paliza, no haber experimentado como sujeto ningún afecto.

Cuando la carencia del fantasma fundamental no está más compensada, la animación

afectiva de la estructura subjetiva resulta atacada. Algunos sujetos de estructura psicótica confiesan

así no haber sentido jamás el sentimiento amoroso. “No había absolutamente nunca estado

enamorado, testimonia Zorn, y no tenía la más mínima idea de lo que era el amor, era un

sentimiento que no conocía, como tampoco conocía casi ningún otro sentimiento […] era una total

impotencia del alma” .Asimismo, Arielle afirma no comprender qué es ese amor del que tanto

hablan.

Otros sujetos se sorprenden de cesar de experimentarlo brutalmente. “Tengo una avería de

sentimientos”, me decía uno de ellos. En momentos en que está en medio de dificultades

profesionales, él constata que surgen estados de des-afectividad en relación a su esposa. Ninguna

queja lo motiva, lo que lo sorprende y apena. Múltiples preguntas vienen a atormentarlo: ¿la amo o

no? ¿Quiero a mis hijos? Se preocupa por no encontrar la respuesta esencial. Estos momentos

depresivos duran algunos días, a veces algunas semanas, luego, todo vuelve al orden.

Otra paciente, cuya inconsistencia domina el cuadro clínico, a pesar de que asume muy bien

sus responsabilidades profesionales como contadora en una gran empresa, me confiesa haber

encontrado recientemente a un hombre. No sabe si lo ama, no habiendo jamás sabido lo que eso

quiere decir. Continúa, sin embargo, la relación porque supone que tener ganas de ver al otro

constituye una prueba suficiente de bienestar. Intenta satisfacerse con este sentimiento porque ella

está muy pendiente de que su vida parezca normal frente a los ojos de los otros.

La psiquiatría clásica ha subrayado muchas veces el ataque de la vida afectiva encontrado en

72 Miller J-A. A propos des affects dans l'expérience analytique, in Actes de l'Ecole de la Cause Freudienne, 1986, X, p. 122. En español , “A propósito de los afectos en la experiencia analítica”, en Matemas II, Manantial, 1988 , p. 147-164

27

la psicosis clínica: anhedonia, apatía, afecto inapropiado, etc. Dide y Guiraud propusieron incluso

considerar un defecto del dinamismo vital y tímico, que llamaron atimormia, como siendo el

trastorno más profundo y más global de la demencia precoz73. Estos fenómenos que pueden

encontrarse bajo formas más o menos discretas en la psicosis ordinaria son a menudo muy evidentes

en la clínica de la esquizofrenia. Muchos años después de su entrada en la psicosis, una paciente

relata así la desconexión de su pensamiento y de su vida afectiva: las cosas, dice ella, “Son más

comprendidas que experimentadas. Son como pantomimas que harían a mi alrededor, pero no entro

en ella, permanezco alrededor. Tengo mi juicio, pero mi instinto de vida me falta. No llego más a

dar a mi actividad de una manera suficientemente viva. No puedo pasar más de las cuerdas suaves a

las tensadas, y sin embargo no estamos hechos para vivir en el mismo nivel. He perdido el contacto

con toda especie de cosas. La noción de valor, de la dificultad de las cosas ha desaparecido. No hay

más corriente entre ellas y yo, no puedo abandonarme a ellas. Es una fijeza absoluta a mi alrededor.

Tengo aún menos movilidad para el futuro que para el presente y el pasado. Hay en mí como una

especie de rutina que no me permite encarar el porvenir. El poder creador está abolido en mí. Veo el

futuro como una repetición del pasado”74. Todo esto le hace sufrir a punto de incendiar su ropa para

procurarse, como ella dice, sensaciones vivas que le faltan por completo. La desconexión de lo

simbólico, de lo imaginario y de lo real se discierne aquí con claridad: todo goce esta ausente del

pensamiento y de los objetos, mientras que la incorporación significante del organismo se muestra

ella misma desfalleciente. Cuando el goce resulta no estar más tomado en el montaje dinámico del

fantasma, las pulsiones corren el riesgo de la desmezcla, y de liberar la pulsión de muerte. De ahí la

propensión de algunos esquizofrénicos a los pasajes al acto inesperados por su entorno. Es

concebible que cierto aplastamiento afectivo sea a menudo señalado en los antecedentes de los

sujetos que los cometen.

Los esbozos de empuje a la mujer

Esbozos de feminización, sobre todo discernibles en el hombre75, poseen un gran valor

diagnóstico cuando testimonian de un “empuje-a-la-mujer”. Sabemos, en efecto, que este fenómeno

implica no sólo una identificación del sujeto al objeto de goce del Otro, sino también una tentativa

de significantizar esta posición. Las manifestaciones corporales del Goce Otro, señaladas

precedentemente, son llevadas en este caso hacia el semblante. Para el inconsciente freudiano, La

mujer no tiene representación significante, de modo que somos conducidos a constatar una

73 Guiraud P. Psychiatrie Générale. Le François. Paris. 1950, p. 493.74 Minkowski. E. La notion de perte de contact vital avec la réalité et ses applications en psychopathologie [1926], in Au-delà du rationalisme morbide. L'Harmattan. Paris. 1997, p. 49. 75 Una mujer puede feminizarse en su delirio, es decir, volverse La mujer-toda, no marcada por la castración, ella se

afirma como “la madre única y la virgen eterna”, “la estrella”, “muy alta”, “la gallina blanca”, etc. Para más desarrollo se puede consultar Maleval: “La forclusión del Nombre-del-Padre” Capítulo 16: La emergencia de La mujer. Paidós. P. 295-312.

28

forclusión normal de La mujer. Ahora bien, este elemento forcluído de lo simbólico tiende, para el

psicótico, a retornar en lo real. La mujer es, según Lacan, “otro nombre de Dios”76, lo que se

concibe en relación a las fórmulas de la sexuación, en las cuales La mujer y el Padre de la horda

poseen en común el situarse en lugares lógicos donde el goce no está regulado por la interdicción

fálica. Si la mujer existiera, ella sería toda, ella no estaría sometida a la falta: a semejanza del Padre

real, ella capitalizaría el goce, por lo que tiende a hacerse presente en el psicótico, conducido por la

carencia paterna a ser un “sujeto del goce”. La feminización le evita a este último encontrarse en

una posición melancólica que se caracteriza por encarnar el objeto de goce del Otro sin ser capaz de

llevarlo al semblante.

La forma más discreta de empuje-a-la-mujer se traduce por la aparición de un temor a ser

homosexual, algo que el sujeto concibe como una actitud pasiva y femenina. No es raro que el

fenómeno sea discernible inicialmente en fantasías masturbatorias. El contexto clínico permite a

veces, diferenciarlas de fantasías neuróticas. Así, Karim debe invariablemente imaginar que el es

una mujer cuando se masturba. Sin embargo, se defiende de ser homosexual. Se dejó llevar por

algunas experiencias, pero sin gusto por ellas, ni continuación. Durante un tiempo, sufriendo por su

incapacidad de sostener su deseo por mujeres, quiso “aniquilar su sexualidad”, ya sea gracias a una

intervención de rayo láser sobre su cerebro, ya sea demandándole a un cirujano que le corte el sexo.

“Yo no quiero ser homosexual, afirmaba, quiero ser asexual”. En otros pacientes, el empuje-a-la-

mujer se desliza hacia el transexualismo.

El fenómeno no es a veces discernibles más que en los sueños del sujeto o bien en visiones

curiosas. En las de Zorn aparecía siempre “la Gran Afligida”, que reconoce como una imagen

melancólica de su yo. A veces, es un detalle el que llama la atención: “¿Por qué siempre se deja

puesta esa gabardina, sea cual sea el tiempo? – Porque tengo las caderas redondeadas, de una forma

femenina, no quiero que los demás se den cuenta”.

Una mujer que jamás había manifestado problemas psicóticos manifiestos mató a su madre

súbitamente percibida como el diablo en un momento de angustia paroxística. Ella le otorgaba

mucha importancia a un manuscrito de varios miles de páginas que redactaba desde hacía largos

años y en el que una identificación con Cleopatra, reina de Egipto, aparecía claramente.

El signo del espejo

La escuela francesa de psiquiatría despejó en los años treinta un importante signo

prodrómico de la demencia precoz, llamado por Abély “el signo del espejo”. Hoy por hoy se

encuentra bastante olvidado, y no ha sido objeto de estudios recientes. No consiste, como se lo cree

a veces, en un no reconocimiento de la imagen especular. Es importante distinguirlo de un

76 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 18 novembre 1975, in Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien. Mars-Avril 1976, 6, p. 5.

29

fenómeno de despersonalización: el valor diagnóstico de este último es nulo.77 El signo del espejo

consiste en el hecho de que el sujeto se encuentra tan preocupado por su imagen que se examina

largamente y frecuentemente delante de superficies reflejas. Puede encontrarse en diversas

patologías, pero Delmas78 y Abély lo distinguen sobre todo a propósito de estados melancólicos y

durante las entradas en la demencia precoz. Agreguemos que no es raro en la psicosis ordinaria, en

particular en las formas medicadas.

Karim me ha llamado la atención sobre este trastorno. Durante varios meses, durante su

adolescencia, le sucedía de permanecer entre cuatro y cinco horas por día delante del espejo en su

cuarto. Diez años más tarde, la cura analítica condujo a cierta sedación de los trastornos, pero él

permanece sorprendentemente preocupado por su imagen. “Cuando salgo de las clases, me cuenta,

me apuro de ir al lavatorio para mirarme en el espejo”. Y agrega con un toque de humor: “Me doy

cuenta de que soy el único así, si no, habría una multitud”. En la calle, tiene que mirarse en las

vidrieras. Tiene la impresión de estar pegoteado en su imagen. “Estoy encerrado en un mundo

donde mi imagen está por todos lados …” En una oportunidad, le pasó de tener en el espejo una

visión horrorosa: algo espantoso estaba allí, que no era otro que él mismo. Perdió literalmente todo

apoyo, y debió recostarse rápidamente en su cama, presa de una angustia intensa.

Dos caracteres distinguen netamente este fenómeno de un sentimiento de

despersonalización: por un lado, el aspecto iterativo del recurso al espejo, por otro lado, la

perseverancia del reconocimiento de la imagen. Esta última tiende, sin embargo, a borrase a medida

que el trastorno evoluciona. Es necesario subrayar, como lo hemos hecho recientemente, y como lo

muestra Karim, que el signo del espejo conlleva diversos estadios. Retendremos sólo dos: la

observación incesante y el rechazo de la autoscopía. Colette Naud distingue un tercero, al que llama

estadio de reacción clástica, caracterizado por la rotura del espejo. Se trata evidentemente de una

exacerbación del rechazo de la autoscopía, de manera que no me parece justificado hacer de esto un

estadio suplementario. A continuación, según Abély, el fenómeno de la auto-observación

desaparece a medida que la psicosis se desarrolla.79

Las opiniones divergen en cuanto a la interpretación a dar a la observación incesante.

Ciertos sujetos indican buscan reencontrarse, o controlar algo, pero es manifiesto que estas

explicaciones no los satisfacen. El trastorno no deja de tener, para ellos mismos, un carácter

enigmático. Sienten que un cambio ha intervenido, sin poder dar cuenta de qué es lo inhabitual o lo

anormal. Es, en suma, según Abély, una “respuesta a la sorpresa más o menos inquieta que el 77 Maleval J-C. La destructuration de l'image du corps dans les névroses et les psychoses, in Folies hystériques et psychoses dissociatives. Payot. Paris. 1981. En español, « La desestructuración de la imagen del cuerpo en las neurosis y en las psicosis », en “Locuras histéricas y psicosis disociativas”, Paidós, Pags. 154- 210.78 Delmas A. « Le signe du miroir dans la démence précoce ». Annales médico-psychologiques, 1929, I, pp. 83-88. 79 Abély P. Le signe du miroir dans les psychoses et plus spécialement dans la démence précoce. Annales médicopsychologiques, 1930, I, pp. 28-36. En español « El signo del espejo en las psicosis y más especialmente en la demencia precoz » en “Alucinar y Delirar II”, Polemos , 1998, págs. 77-84

30

enfermo experimenta a partir del cambio que le sobrevino”. Durante largas horas que pasaba

delante del espejo, Jean Pierre admite no ver sino una imagen vacía. Le parecía deshabitada. “Soy

yo, decía, pero a penas me reconozco. Mi imagen no tiene sentido”. Esta última indicación es

preciosa: testimonia claramente que la textura simbólica del sujeto se deshace. En el a posteriori de

los avances lacanianos sobre el estadio del espejo, todo indica, según F. Sauvagnat, “que el

desconocimiento constitutivo de la imagen del yo en el espejo se ha vuelto imposible para el

sujeto”. Se encuentra brutalmente confrontado a la facticidad de su constitución80. Además, se le ha

vuelto difícil aprehenderse como separado de esta imagen. Karim dice sentirse pegoteado. Agrega

que en el mundo exterior la encuentra en todos lados. Está intrigado por esta imagen. La

experimenta como reconfortante, pero lo inquita, sin poder explicar por qué. La autoscopía

testimonia de cierta inercia del sujeto, ya que el movimiento de las identificaciones imaginarias

resulta bloqueado: el funcionamiento “como sí” en sí mismo no es compatible con esta posición.

Para que el sujeto pueda ex-istir “por fuera” de lo que el percibe, para que pueda retirarse de

la realidad, es necesario que la operación de la castración haya intervenido. Cuando esto no se

produce, el objeto, no siendo tachado por el significante, amenaza con arruinar la imagen. Es lo que

se produce cuando se acentúa el desfallecimiento de la falicización del yo que parece estar en el

principio de la autoscopía, tanto por la inquietud que ella implica, como por el esfuerzo que ella

suscita para compensarla. Lacan nos ha enseñado a considerar la imagen especular, no sólo como la

matriz del yo, sino como la estofa del ser. “Lo que hay bajo el hábito, dice en Aún, y que llamamos

cuerpo, quizá no es más que ese resto que llamo objeto a”81, de forma que “i(a) es la vestidura de

este resto”. Entonces, cuando el sujeto se encuentra pegoteado en una imagen vacilante del yo, corre

el riesgo de ver su ser transparentarse en la imagen. La carencia radical de la función del rasgo

unario, que sostiene el ideal del yo, lo expone a no estar más en condiciones de diferenciar el lugar

desde donde se ve, de aquel desde donde se mira. Es lo que Jean-Pierre traducía con el sentimiento

de “haber caído en el espejo”. Depresivo y toxicómano, no presentaba signos de psicosis clínica,

pero se sentía “pseudo”, tenía la impresión de que su cabeza estaba descentrada, sentía sus

vestimentas como una piel y su cuerpo como ajeno. Permanecía largas horas mirándose en el espejo

de su habitación. Reconoce que observaba sobre todo “su jaula”. Preguntándole lo que entendía por

esto, precisó “la jaula” de sus ojos. Sin duda, este término neológico viene a designar el objeto

mirada que, presentificándose, se confunde con la imagen del ojo. Asocia, en efecto, el hecho de

que poco antes de haberse caído en el espejo, había realizado un excelente cuadro donde “había

perforado la jaula de los ojos”. Era ya una intuición de que en la imagen especular una presencia in-

nombrable deja de faltar. Esta imagen no incluye para Jean-Pierre el punto de negativización a

partir del cual se sostiene cuando ella le da al cuerpo una consistencia imaginaria estable. “Lo que

80 Sauvagnat F. La double lecture du signe du miroir. Cahiers de Cliniques Psychologiques. Université de Rennes II. 1992, 15, p. 45. 81 Lacan, Encore. Séminaire XX. Seuil. Paris. 1975, p. 12. En español, Aún, Seminario XX, Paidós, pág. 14

31

hace que le imagen se mantenga – dice Lacan- , es un resto”82.

Cuando el objeto a la captura de una manera más acentuada un horror angustiante surge. Es

lo que caracteriza el segundo estadio del signo del espejo: el del rechazo de la autoscopía.

Al respecto, estas son las explicaciones que da un joven de 21 años viso por Ostancow, “Se

había librado, en el curso de varios años, a un examen minucioso de su figura, permaneciendo horas

enteras delante de un espejo. […] Él creía, decía, notar que las personas de su entorno percibían que

él tenía un aspecto cómico, una cabeza muy pequeña, un frente estrecho, toda la estructura de un

pollo. Sostenía haber escuchado decir, cuando se hablaba de él, que no tenía nariz, y cuando

regresaba al hogar se miraba en un espejo, le parecía en efecto, que su nariz había cambiado de

forma y que su frente se había vuelto estrecho. Estas sensaciones hacían que el enfermo evitara la

sociedad. Le parecía que los transeúntes se burlaban de él, se alejaban de su paso para no cruzarlo,

se tapaban la nariz y la boca al acercárseles. Creía también que alguien desparramaba el comentario

de que él se entregaba al onanismo”83. En esta observación, el horror del objeto a invade la imagen

especular: él surge por medio de una cabeza de pollo y rápidamente el sujeto entero se siente un

animal ridículo, hediondo y masturbador. Poco tiempo después este sujeto entra en la psicosis

clínica y no presenta más el signo del espejo.

Sucede, sin embargo, que un fenómeno semejante sea observable en el curso de una psicosis

melancólica. “Doctor, yo se lo ruego, se quejaba un paciente de Abély, quíteme este martirio: a mi

pesar, me veo forzado a mirar mi rostro y es muy triste ver en qué me he transformado; cuanto más

me examino, más me parece que tengo una cabeza de pato”. Este pato, como el pollo precedente, es

una cosa horrible que surge cuando desfallece la función de envoltura de la imagen especular. En un

sujeto esquizofrénico, que decía evitar los espejos, la imagen es diferente, pero ella posee la misma

característica repulsiva: se veía lívido, con un tinte azul, perdiendo sus cabellos, una imagen de

cadáver.

Antes que ver eso, ciertos sujetos prefieren dar vuelta los espejos o recubrirlos con un

pedazo de tela. Una esquizofrénica, informa Colette Naud, fue confrontada por sorpresa a un espejo

cuando cayó el chal que lo velaba. Se miró con una expresión de pavor, gritó, luego se precipitó

sobre un despertador y lo lanzó con fuerza sobre el espejo rompiéndolo84. Cuando la función de

estofa del ser devuelve una imagen especular radicalmente carente, cuando el objeto a se

presentifica con tanta insistencia, el sujeto a menudo ya ha entrado en la psicosis clínica.

Sin embargo, el fenómeno puede producirse por fuera del desencadenamiento de manera

temporaria. De esto testimonia Karim. Para él, cuando el objeto se presentificó, la imagen especular

se disipó, de manera que debió tenderse sobre su cama, sin poder sostenerse, experimentándose

como aplastado. Hicieron falta algunas horas para que pudiese levantarse.82 Ibid83 Ostancow P. Le signe du miroir dans la démence précoce. Annales médico-psychologiques, 1934, II, pp. 787-790.84 Naud C. A propos de certaines évolutions rares du signe du miroir. Thèse médecine. Paris. 1962, p. 13.

32

Algunos sujetos confrontados a estos fenómenos angustiantes llegan a desarrollar defensas

más o menos logradas. Recurren entonces a uno de los métodos más frecuentemente utilizados para

conducir el goce disruptivo al semblante: el empuje-a-la-mujer. Este último es observado desde las

primeras descripciones del signo del espejo. Abély reporta la observación de un joven de veintiún

años que no podía trabajar sin tener un espejo a su lado: “es, decía, para estar acompañado”. En los

trenes se encerraba en los baños para contemplarse en el espejo. No podía entrar en un salón sin

precipitarse hace el espejo más cercano. Permanecía horas en la sala de baño frotándose las mejillas

delante del espejo: “Es, decía él, para darme los colores de una mujer”. En este caso, el empuje-a-

la-mujer queda limitado a un estado de esbozo. Pero no posee un menor diagnóstico cuando está

conectado a la autoscopía incesante. Este joven, dos años más tarde, se volvió inerte, hostil e

impulsivo. El signo del espejo había, entonces, prácticamente desaparecido.

Sauvagnat señala con justeza que es conveniente poner en cuestión la opinión clásica según

la cual los trastornos que caracterizan este signo clínico serían más claros antes del

desencadenamiento de la psicosis. Sin embargo, cuando se encuentra en una psicosis declarada, se

presenta bajo formas características: ya sea bajo la forma melancólica del rechazo de la autoscopía,

ya sea bajo una forma delirante en la cual el empuje-a-la-mujer aparece más afirmado. Sabemos que

Schreber tenía según su médico, una “tendencia a desnudarse más o menos completamente y a

mirarse en el espejo ataviado de lazos, y de cintas multicolores, al modo de las mujeres”85. Él

mismo da una de las razones que puede justificar en estas circunstancias la autoscopía repetida: una

observación distraída no podría convencerse de su feminización. “El observado, escribe, deberá

tomarse el trabajo de quedarse por lo menos diez minutos, un cuarto de hora. Entonces, todos

podrían notar el inflado y el desinflado alternante de mis senos. Evidentemente, continúa, el sistema

piloso persiste, por otro lado modestamente desarrollado en mí, sobre los brazos y sobre el

epigastrio; las tetillas tienen un tamaño pequeño, como lo son corrientemente en el hombre; pero

dejando de lado esto, soy lo bastante audaz para afirmar, que cualquiera que me viera parado

delante de un espejo, con el torso desvestido, sobre todo si la ilusión es sostenida durante algunos

accesorios de la ornamenta femenina - , estaría convencido de tener delante de sí un busto

femenino”86. La duración de la autoscopía encuentra allí su fuente en los esfuerzos del sujeto por

llegar a poner de acuerdo la imagen especular con los significantes del delirio, obrando este último,

un intento de significantizar el goce incorporado a esta imagen.

En un esquizofrénico observado por Abély, el empuje-a-la-mujer asociado a la autoscopía

toma formas menos completas. Pasaba la mayor parte de sus jornadas examinándose. “Una mañana,

reporta el médico, durante nuestra visita, no fuimos poco sorprendidos de encontrarlo acurrucado en

un rincón, atrozmente maquillado, con su rostro recubierto de yeso que él había arrancado del muro

85 Schreber D. P. Mémoires d'un névropathe.[1903]. Seuil. Paris. 1975, p. 307.86 Ibid., p. 228.

33

del dormitorio, sus ojos estaban oscurecidos con la mina del lápiz que le servía para escribir, sus

labios estaban horriblemente pintados de rojo con una sustancia que no pudimos definir, quizás con

un palillo que había pedido la víspera a una mujer en la sala de visitas. Este payaso de carnaval no

estaba contento, parecía preocupado, moroso claramente hostil. A continuación, escribía

innombrables cartas a perfumeros parisinos reclamándoles los productos de belleza más

heteróclitos. Cuando se le hubo suprimido el espejo, intentaba mirarse en los azulejos de la ventana

y en un tazón lleno de té”87.

A pesar de que el signo del espejo constituye aparentemente un trastorno de la identidad,

queda claro que es correlativo de una deslocalización del goce, y de una carencia de la función del

rasgo unario para llevar su marca sobre el objeto a.

La delimitación de su lógica permite discernirlo bajo formas discretas en sujetos que sin

embargo, no presentan este signo tal que ha sido descripto por la psiquiatría. Un analizante de G.

Dessal, que decía frecuentemente de sí mismo “Soy muy superficial”, tenía desde su infancia una

propensión a mirarse en los espejos. Suscitaba un problema de diagnóstico diferencial, que hacía

dudar entre neurosis obsesiva y psicosis ordinaria. “Vemos que este señor un problema especial con

los espejos. Se mira en ellos permanentemente, puesto que desde niño siente un profundo rechazo

por su imagen”. “Parece una contradicción, - comenta Jacques-Alain Miller - no puede dejar de

mirarse al espejo pero se encuentra feo y por ello rechaza su imagen”88.La lógica del signo del

espejo parece esclarecer esta contradicción: la presencia latente del objeto en la imagen la deteriora;

sin embargo, a pesar de su desfallecimiento, permite todavía enmascarar el decaimiento del ser, y de

ahí la importancia de sostenerla por medio de la visión. Por supuesto, es necesario que otros

elementos vengan a confirmar la hipótesis diagnóstica, como sucede en el caso, ya que el

sentimiento de fealdad podría estar en relación con el complejo de castración, y derivar de la clínica

de la neurosis. Más allá de la presencia de fenómenos acentuados de transitivismo, en este mismo

sujeto, bajo el efecto del consumo de substancias alucinógenas, mirándose en un espejo, había

creído verse con un pecho de mujer, revelando de nuevo, la posible asociación, ya percibida por

Abély, entre el empuje-a-la-mujer y el signo del espejo.

Este último testimonia de una fragilidad en los cimientos del sujeto, de manera que anuncia

a menudo el desencadenamiento de la psicosis. La emergencia de un goce fuera-de- límite o los

esbozos del empuje-a-la-mujer son el índice de parecidas dificultades subjetivas; sin embargo

parecen menos frecuentemente anunciadoras de un marasmo psicológico.

87 Abély P., o.c., p. 30.88 Miller J-A. Je suis très superficiel. Cahier. Association de la Cause freudienne Val de Loire & Bretagne. 2000, 14, p. 12. En español, Miller, “Soy muy superficial”, en “Seis fragmentos clínicos de psicosis”, Editorial Tres Haches, Argentina, pág. 59

34

Desfallecimientos discretos del capitoneado

Ciertos sujetos de estructura psicótica no se muestran para nada preocupados por su imagen;

por el contrario; se quejan de trastornos del pensamiento y del lenguaje. La mayor parte de éstos

testimonian discretas rupturas de la cadena significante que implican fracasos en el anudamiento de

lo simbólico a las otras dimensiones.

En la palabra cada uno de los términos está anticipado en la construcción por otros, es

necesario que un anudamiento retroactivo intervenga para que una significación se deposite, ésta,

-subraya Lacan - es siempre fálica, en tanto que resulta de una elección operada por el sujeto a

partir del significante que localiza su goce. Cuando sucede que la función fálica es desfalleciente, la

tensión anticipadora se vuelve floja, y el bucle retroactivo resulta difícil de producir. Es lo que

experimenta Artaud, sin dudas desde sus diez y nueve años, en todo caso mucho tiempo antes del

desencadenamiento de su psicosis en 1937. Él describe muy bien el fenómeno en una carta a

George Soulié de Morant escrita en 1932: “En este estado, dice, donde todo esfuerzo del espíritu,

despojado de su automatismo espontáneo es penoso, ninguna frase nace completa y todo armada: -

siempre hacia el fin, una palabra, la palabra esencial, falta; mientras que empezando a pronunciarla,

a decirla, yo tenía la sensación de que ella era perfecta y acabada. […] y cuando la palabra precisa

no llega, habiendo sido sin embargo pensada, al final de la frase comenzada, es así que mi duración

interna se vacía y se doblega, por un mecanismo análogo para la palabra faltante, a aquel que

comanda la vida general y central de toda mi personalidad”89. Él reporta esta “fragmentación del

pensamiento” a la “falta de una cierta visión sintética”90. Ocho años antes, en su “Correspondencia

con Jaques Rivière”, constataba ya el mismo trastorno: “Hay entonces, afirmaba él, algo que

destruye mi pensamiento, algo que no me impide ser lo que yo podría ser, pero que me deja, si así

se puede decir, en suspenso. Algo furtivo que me quita las palabras que ya he encontrado, que

disminuye mi tensión mental, que destruye paso a paso en su sustancia la masa de mi pensamiento,

que me quita hasta la memoria de los giros por los cuales uno se expresa y que traducen con

exactitud las modulaciones más inseparables, más localizadas, más existentes del pensamiento”91.

Artaud subraya que los elementos que desfallecen son precisamente aquellos que serían los más

apropiados para representarlo en su singularidad. Surge entonces una pregunta: ¿cómo llega él

desde esta época a desarrollar a pesar de todo una obra original? Parece indicar que es, no a partir

de intuiciones personales, sino pensando contra los pensamientos de otros: la “presencia de

alguien”, le dice a George Soulié de Morant, le es necesaria para pensar, “mi pensamiento,

precisamente, se agarra de aquello que vive y reacciona en función de las ideas que él emite, no

llena el vacío [… ] Solo yo me aburro mortalmente, pero en general me encuentro en un estado peor

89 Artaud A. Oeuvres complètes. Gallimard. Paris. 1976, I**, pp. 202-203.90 Ibid., p. 194.91 Artaud A. Oeuvres complètes. Gallimard. Paris. 1984, I*, p. 28.

35

que el aburrimiento, exterior a todo pensamiento posible. No estoy en ningún lado, y todo lo que me

representa se desvanece […] es decirle si por momentos caigo bajo. La nada y el vacío, he ahí lo

que me representa …” Para quien no dispone de la función fálica, Artaud indica aquí que le queda

el recurso de apoyarse sobre significaciones sostenidas por la presencia de otros. Esta constatación

es importante para comprender lo que está en el principio del funcionamiento “como si” y más

generalmente en estabilizaciones fundadas sobre referencias imaginarias; si la presencia física del

otro es importante, lo es, parece, porque ella le da al sujeto de estructura psicótica un acceso a la

conexión que le falta, aquella del goce y de la palabra. Que ésta sea sostenida por un cuerpo que la

anima le confiere un peso y una consistencia envidiable para quien no dispone del significante

fálico apto para asegurar la cópula del ser y del lenguaje. “Escuchando hablar a la gente, dice

Artaud, llego a sorprenderme de la multiplicidad de aspectos que permanecen vivos entre ellos, de

las perspectivas que son capaces de emitir sobre las ideas y sobre la vida”. La imagen del otro

parece permitirle encuadrar el objeto a.

Frédéric, un joven depresivo, que sufría de problemas semejantes, decía que él no podía

detenerse cuando iniciaba una conversación, ya que sentía la sensación de inacabamiento que lo

llevaba a buscar un punto de detención siempre en fuga, y porque tenía la impresión de que sus

palabras no llegaban a expresar pensamientos verdaderamente personales. Se quejaba de una falta

de ideas rectoras para dirigirse, lo que no le permitía elevarse más allá de los detalles en los cuales

él se sentía constreñido a perder su pensamiento. La partida de su mujer había acentuado mucho

este fenómeno antes discreto.

El mismo trastorno se discierne bajo una forma diferente en una joven mujer que hizo una

demanda de análisis por la razón de que hablaba demasiado. No se trata de que tema traicionar sus

pensamientos, ni de que se inquiete por la manera en la cual sus propósitos eran recibidos. En

realidad, decía ella, su palabra la ensordecía, como el ruido de la ciudad, como las conversaciones

de otras mujeres: todo eso estaba vacío. Se quejaba además, de hablar demasiado rápido, de forma

que a veces elle pronunciaba las palabras al revés o invertía las letras. Por ejemplo, ella habría dicho

“aminales” en vez de animales. Ella tenía el sentimiento de “tropezar” sobre las palabras:

“perseverar”, no llego a pronunciarla, digo a menudo “perver-serar”. “Es molesto”, comentaba con

una sonrisa extraña y saliente. A partir de la carencia del significante fálico, lo simbólico le parece

ser una especie de estado de fluctuación perpetua, el cierre de la significación no adviene sino con

dificultad, elementos parásitos se insertan con demasiada facilidad en la cadena. Ella percibe cada

quien a su imagen, de forma que teme “un peligro de confusión de lenguas” para su bebé, si lo lleva

de vacaciones al extranjero. Ella misma da una notable impresión de inconsistencia correlativa al

poco peso de sus propósitos: “me resulta difícil hablar, dice ella, porque siento cada palabra como

una pérdida, y al mismo tiempo, hablo todo el tiempo, pero todo lo que digo es vacío”. A veces, ella

siente sus dificultades con la metáfora: “cuando me dicen cambiá el disco no sé cómo debo

36

entenderlo: hay varios sentidos, tengo miedo de no elegir el verdadero”. Hace crucigramas “para

estabilizar su cerebro”.

Cuando el pensamiento se fisura de manera más acentuada todavía, la ausencia de la

referencia en el campo del lenguaje se revela. Durante las entrevistas preliminares, Karim me confía

que la causa de su dificultad de vivir debía residir, según él, en un acto perpetuado por su bisabuelo,

en el norte de África, del cual él cargaría todavía el peso de la culpa. ¿Cuál fue este acto? Él no lo

sabía, y eso lo preocupaba. ¿Había matado a su mujer, su madres o incluso a su propio padre?

¿Había robado? ¿Había asesinado a otro hombre del clan? Sus hipótesis, que reposaban sobre

ciertos índices más o menos plausibles, eran múltiples; y sin embargo, a pesar de sus

investigaciones familiares no llegaba a concluir nada. Poco a poco el problema perdió el carácter

acuciante. Dos años más tarde, en beneficio de la cura, el enigma se había desplazado, Karim,

sujeto muy inteligente, cernía con fineza que su tormento estaba referido a la hiancia de lo

simbólico. “Estoy fascinado por el por qué, – decía él- es la razón por la que no llego a ninguna

respuesta. Estoy construido en un 80 % en torno a un por qué. De eso estoy seguro. Cuando uno se

queda como yo en una relación fusional con la madre, no hay por qué; el primer por qué es quizás el

padre, ¿por qué está él allí? Pero el principal por qué es: ¿qué es la vida? Preguntaba seguido a mi

entorno, y me respondían por algún comentario: está hecha para … En realidad no hay respuesta al

por qué, entonces, estoy podrido” . No está en condiciones de encontrar apoyo sobre una respuesta

llevada por un goce falicizado. Sin embargo, es necesario que éste pueda dar peso al montaje del

fantasma para que obstaculice que las preguntes se multipliquen y se impongan con una insistencia

angustiante.

Cuando el significante indicado para regular el goce está carente, el fantasma no está en

condiciones de asegurar sólidamente su función de protección contra el goce maligno del Otro. “En

el momento, se queja Artaud a Jacques Rivière, en que el alma se alista para organizar sus riquezas,

sus descubrimientos, esta revelación, en este minuto inconsistente en que la cosa está lista para

emanar, una voluntad superior y desagradable ataca el alma como un vitriolo, ataca la masa palabra-

e-imagen, ataca la masa del sentimiento y me deja a mí, palpitando en la puerta misma de la vida”92.

El hecho de que la cadena significante pueda romperse, aflojarse, perder su consistencia en

sujetos de estructura psicótica, en ausencia de trastornos mayores, puede encontrar su índice en

ciertas intrusiones fugitivas de palabras parásitas en el pensamiento, así como en discretas

emergencias de vocablos neológicos en la palabra. Richard, un joven de origen inglés, que se

quejaba de “síntomas psicosomáticos”, nos introduce en la lógica del fenómeno. Me dice que se

encuentra a veces molesto por escuchar palabras, a menudo obscenas, provenientes de su lengua

materna, que se entrometen en las sílabas francesas. Esto se produce a veces en el seno mismo de su

lengua de adopción. “¿Donde vivís?” [Dans où tu habites] yo percibo “¿Dónde tu pija? [Où ta bite] ;

92 Artaud A. Lettre à Jacques Rivière du 6 juin 1924, in Oeuvres complètes. Gallimard . Paris. 1984, I*, p.42.

37

en “lechuga” [laitue] “¿sos vos?”[T’es-tu?] , etc ». Se discierne en estos ejemplos, los primeros que

se le ocurren, una alusión al goce, y en el segundo una referencia al ser, por lo que se indica un

exceso de presencia del objeto a, algo que Richard confirma cuando destaca la propensión a la

obscenidad de los significantes parásitos. Cuando un significante se desconecta de la cadena, pone

en evidencia la dimensión de la letra93 y su función inconsciente de acoger el goce. La forclusión

del Nombre-del-Padre implica un aflojamiento de la consistencia de la cadena que hace del

psicótico un sujeto especialmente atraído por el goce de la letra. No nos sorprenderemos de que

Richard afirme tener un “goce” con palabras complicadas, que esté apasionado por los crucigramas,

el scrabble, el programa de televisión “Las cifras y las letras”, y finalmente que adore los

anagramas94, las “contrepétries”95 y los palíndromos96. En la atracción por esto ejercicios se

manifiesta un intento de dominio de las letras disruptivas y del goce inquietante alojado en ellas. El

ejemplo de Richard no es al respecto anecdótico: un gusto por los juegos de palabras ha sido

muchas veces constatado en sujetos de estructura psicótica.

Arielle era una buena alumna en segundo año, sin embargo, ella perdía muchos puntos en

sus notas orales porque inventaba palabras sin saberlo. Se trataba de palabras que tenían sentido,

aclara ella, palabras fundadas sobre la raíz, sobre la etimología, “yo buscaba por medio de ellas ser

exacta y sobrepasar los límites”. “Yo amaba las palabras, agrega, además en esa época tenía un

cuaderno donde anotaba cuando la lengua se traba. Recuerdo uno de ellos. Mi prima me quería

decir: “Apurate con el queso rallado [dépêche-toi de faire du gruyère râpé]”, en su precipitación

ella dijo “Hacé grouillard [fais du grouillard – cercano fonéticamente a brouillard (niebla)]”. Yo

anotaba cuidadosamente tales expresiones sobre mi cuaderno y enseguida las descomponía. Hoy se

me pasó eso. No estoy más en la búsqueda de la palabra exacta”. Sin embargo, Arielle se encuentra

ahora fascinada por la escritura: se sorprende a sí misma por la excepcional atracción que sobre ella

ejerce la letra. “Podría recopiar durante todo el día, dice ella, pero eso me preocupa, ya que podría

recopiar cualquier cosa, incluso pavadas, por momentos el sentido no tiene más importancia”.

Una analizante de M-H- Brousse, una mujer traductora, que se queja de alcoholismo,

testimonia de una similar atracción por la letra, asociada en ella a actividades de escritura que

poseen una función de suplencia más manifiesta que los juegos de Richard. “Las palabras en su

93 El significante es un elemento simbólico que no posee valor sino diferencial : no se concibe sino acoplado a otro ; en cambio la letra es un objeto real, aislable, de lo que da cuenta la caja del tipógrafo, de modo que Lacan la define como “la estructura esencialmente localizada del significante” (Lacan J. Ecrits, o. c., p. 501). En español: “Instancia de la letra en el inconsciente”. Escritos I Siglo XXI pág. 48194 Un anagrama es una palabra obtenida por transposición de letras de otra palabra, por ejemplo de “Marie” – María -

a “aimer” –amar.95 Una contrepétrie es una inversión de letras o de sílabas de un conjunto de palabras especialmente elegidas a fin de obtener otras cuyo ensamblado tenga igualmente un sentido, a menudo burlesco. Le debemos a Rabelais esta “Femme folle à la messe – femme molle de la fesse” [mujer loca en la misa – mujer de culo blando] , en español se podría acercar a la broma publicitaria “no es lo mismo “Leo Dan” que “le dan a Leo”.96 El palíndromo es un grupo de palabras que puede ser leído indistintamente de izquierda a derecha o de derecha a izquierda conservando el mismo sentido tal como “élu par cette crapule” – [elegido por este crápula] Ej en español : “Dábale arroz a la zorra el abad”

38

materialidad la encantan, reporta ella. Ella ama su forma cuando escribe”. Desde sus quince años la

escritura ligada a su facilidad por las lenguas extranjeras, se vuelve un goce cotidiano. “No tiene

fin, nos dice, sobre la calidad de la pluma de su lapicera, la relación con el papel, y sobre la música

de las palabras. Del diario íntimo a la poesía, pasando por la nueva, sólo cuando escribe la división

de su pensamiento se detiene. […] Parece muy probable que escribir y traducir son para ella dos

caras de una misma suplencia: la de una relación a la lengua como tal, bajo los aspectos de la

multiplicidad de las lenguas que sostienen una identificación imaginaria al padre”. La paciente

ligaba, en efecto, su gusto y su facilidad por las lenguas a su padre, cura exclaustrado, que hablaba

numerosas lenguas. Es interesante notar de nuevo que ciertas particularidades estaban presentes

muy tempranamente, que permitían discernir ka estructura psicótica mucho antes de la edad adulta.

Desde la infancia, ella había inventado una lengua, el “jibi”, con sus reglas, comprendida pro su

madre, y que otros pudieron captar. En ésta, todos los verbos terminaban en “e”. Ella da tres

ejemplos: “-Ji mangé lé” [Ji comeé loé] = mange!” [comé] ; - Ji taisé [Ji callaé] = tais toi! [callate] ;

Fouté = va te faire foutre [insulto]". « Se trata de una lengua fundamental, comenta M-H Brousse,

pero que ella no es la única en hablar, y que es traducible. Sin embargo, la estructura de esta lengua

presenta dos características destacables: no posee tercera persona (“no hay pronombres”), y el yo y

el tú están indiferenciados – lo que nos reenvía a la confusión del eje a-a' no regulado por el

Nombre-del-Padre en A. Falta también el tiempo de los verbos. El significante produce una

reducción a la pura relación imaginaria, como en el caso de las frases interrumpidas de Schreber

donde el significante cae en el campo excluido del Otro. La forma imperativa tomada por esos

enunciados indica una relación imaginaria que surge cuando, en el Otro, es invocado por este

registro del tú, un significante primordial excluido para el sujeto. Por otro lado, así como la lengua

fundamental de Schreber era hablada por Schreber y por un Dios que Lacan ubica de un costado

maternal, un Dios que ocupa el lugar del dejar caer, aquí, esta lengua hablada por la paciente y su

madre señala la exclusión del “Otro de la ley”.97 Que un niño invente una lengua más o menos

elaborada no es por cierto en sí mismo una característica de la estructura psicótica; pero todas no se

estructuran como el “jibi” sobre una reducción de la relación al otro al eje especular.

Es frecuente que una irrupción de la letra sea discernible en sujetos psicóticos desde las

entrevistas preliminares. Una joven mujer me cuenta haber visto en la calle, luego de una discusión

con sus padres, un auto que llevaba la marca comercial “A.B. Dick”; ella saca la conclusión de que

sus padres querían que ella abdique. Otra suponía ser amada por su profesor desde un dictado

llamado “Las siembras”: ella pensaba que se dirigía a ella cuando pronunciaba “ellos siembran” [ils

sèment – resonancia homofónica con semen].

Neologismos semánticos más o menos discretos son también detectables. “¿Cree usted que

97 Brousse M-H. Question de suppléance. Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien, Oct-Déc. 1988, 47, pp. 70-71.En español, “La cuestión de las suplencias”. Ficha de circulación interna N° 3, Cátedra Psicopatología I. UNLP, 1990. Traducción de Adrián Vodovosoff.

39

es penitenciario?” me preguntó una paciente, haciendo así alusión a las persecuciones sobre las que

ella se interrogaba. Era discernible en el contexto que ella entendía por “penitenciario”: “que apunta

a punirla”, pero, a falta de mi pregunta, elle no necesitaba precisarlo, la palabra parecía tener para

ella un carácter de evidencia extrema.

Stevens describe fenómenos emparentados nombrándolos “maluso del significante”. Una

paciente le explica que sus hermanas han cortado [coupé] todo lazo con sus padres, pero que ella ha

operado con ellos un golpe [coup] radical. Él le pide precisar lo dicho, y ella responde que en los

dos casos “aquello ha producido una separación con los padres, pero que para ella era otra cosa - y

es por ello que ella dice un “golpe”. Admite que esto no es lo más conveniente, pero que de todos

modos es la palabra que hay que utilizar. “Resumiendo, continúa Stevens, relevemos otros

ejemplos: “yo no era suficientemente normativa” en lugar de normal. “Yo me revolucionaba” en

lugar de yo me rebelaba. Del mismo modo, ella hace un uso particular, incluso muy singular, de

ciertos proverbios, que ella deforma en situaciones que ponen en juego una dimensión subjetiva.

Así: “Con mi hermana, estoy a couteau coupé [literalmente cuchillo cortado], en lugar de couteau tiré [cuchillo tirado, expresión para indicar que se lleva mal. En Argentina podría pensarse como

ejemplo equivalente: nos llevamos “como perro y pato” en lugar de “como perro y gato”], e incluso

“Le digo mis cuatro verdades” por sus cuatro verdades”98 [“Decir sus cuatro verdades” es una

expresión similar a “cantarle las cuarenta a alguien” en Argentina] Estos ejemplos son tomados de

un número importante de sesiones, pero siguen siendo poco frecuentes. La dificultad experimentada

por el sujeto para romper la inercia de la letra reintroduciendo estos malos-usos del significante en

las conexiones de la cadena parece bastante característica de los fenómenos. Siguen siendo, sin

embargo, de interpretación difícil, y sería imprudente concluir que se trata de una estructura

psicótica por el sólo hecho de su manifestación fugitiva. Por el contrario, cuando ellos insisten,

constituyen un signo clínico bastante directamente referible a lo que Stevens denomina una

petrificación del sujeto bajo el significante.

Trastornos de la identidad y prevalencia de identificaciones imaginarias.

Los psicoanalistas que buscan aprehender la psicosis por una debilidad acentuada del ego

acuerdan una importancia particular a los trastornos de la imagen del cuerpo. En esta perspectiva, el

mínimo fenómeno de despersonalización deviene un índice de psicosis, mientras que toda psicosis

implica fragmentación de la representación del cuerpo propio. Un trabajo anterior me había

conducido a recordar que esto no es así99. Sin embargo, es frecuente que el sujeto psicótico se queje

de una falta de cimientos de su identidad; mientras que el dejar-caer del cuerpo, mencionado

98 Stevens A. Aux limites de la psychose. Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien, Oct-Déc. 1988, 47, p. 77.99 Maleval J-C. La desestructuración de la imagen del cuerpo en la neurosis y la psicosis, en Locuras histéricas y psicosis disociativas (Payot. Paris. 1981) . – En español Paidós , pág. 154 - 210

40

anteriormente, testimonia que el elemento imaginario puede deshacerse de sus conexiones. Parece

que un efecto mayor de la pérdida de los cimientos del yo sea una propensión de éste a dejarse

captar por otras imágenes especulares, de ahí la asociación frecuentemente señalada entre los

trastornos de la identidad y la prevalencia de identificaciones imaginarias.

Mucho más que la despersonalización, son los fenómenos de transitivismo, situados sobre el

eje a-a’ los que, en muchos psicóticos, se revelan en el centro de la clínica de los desfallecimientos

y de los esfuerzos de compensación del yo.

Durante una pasantía efectuada con un estudiante de su promoción, Norbert se queja de ser

“como una esponja”: se da cuenta de que imita los gestos y las palabras de su camarada. Él, que se

experimenta sin personalidad, ni modelo, constata que piensa escuchándose adoptar las

entonaciones del otro. Nota que no es la primera vez que esto le sucede. El fenómeno le resulta

penoso. Un sujeto mencionado más arriba, que se siente “muy superficial”, relata una experiencia

semejante. “En una discoteca, por ejemplo, relata G Dessal, observa una mujer y súbitamente se da

cuenta de que imita involuntariamente sus movimientos corporales, incluidos los movimientos de la

boca, pareciendo repetir lo que la mujer está diciendo en ese momento. Esto no lo sucede más que

durante una fracción de segundo, porque enseguida se siente horrorizado por lo que le sucede y se

detiene inmediatamente”. En lo que concierne al sentimiento de ser superficial del que el sujeto da

cuenta , Jaques-Alain Miller considera que testimonia de un deslizamiento “sobre la superficie

imaginaria, sobre la pura captura de la imagen”. Su identidad sexual inconsciente está marcada por

la incertidumbre: delante de una mujer, se siente capturado por una imagen femenina, delante de un

hombre surge el temor homosexual. “Finalmente, agrega Jaques-Alain Miller, no tiene una

identidad fija porque hay algo en él que cambia en función del semejante que tiene ante sí. Él define

su transitivismo súbito en términos de un “ser superficial” […] Su transitivismo es algo muy puro,

muy elemental, y no hay construcciones delirantes en torno a eso”100. Formas más complejas y más

espectaculares pueden observarse. Así, por ejemplo, “una joven mujer en análisis, Chloé, testimonia

experimentar un fenómeno que ella juzga sobrenatural: “cada vez que ella sale a la calle luego de

haber tenido relaciones sexuales satisfactorias con su pareja, los rostros de los transeúntes a quienes

mira se le pegan al suyo y lo sustituyen, sustrayéndole su identidad. […] la máscara que se pega

sobre su rostro, comenta G. Morel, está literalmente cortada de la imagen del otro, con la cual el

sujeto se identifica en espejo […] Las funciones del cuerpo y de sus órganos no se alteran, como

sucede a menudo en la esquizofrenia (Chloé, por ejemplo, no se siente asfixiada por esta máscara

volante). En el momento en que se presenta el goce, el sujeto sufre una doble pérdida de identidad:

ella no sabe más quién es y debe repetirse su propio nombre”101.

100 Miller J-A. Je suis très superficiel, in Cahier, o.c., p.18. - En español, Miller, “Soy muy superficial”, en “Seis fragmentos clínicos de psicosis”, Editorial Tres Haches, Argentina, páginas 7 a 11, y 55 a 72101 Morel G. Ambiguïtés sexuelles. Sexuation et psychose. Anthropos. 2000, p. 249. En español, Ambigüedades sexuales, sexuación y psicosis, Manantial, 2002 p. 231 y 232.

41

En un grado más acentuado, cuando la psicosis se desencadena, la imagen del cuerpo puede

desconectarse claramente de sus ataduras simbólicas, para dar nacimiento a fenómenos que han sido

descriptos, por la psiquiatría clásica, bajo los términos de síndrome de Fregoli, de ilusiones de

sosias, o de ilusiones de intermetamorfosis. En el primero, un nombre se impone que se difunde en

múltiples imágenes; en el segundo las imágenes se emparientan cortándose de su nombre, en el

último las imágenes se interpenetran102.

Para detener el desfallecimiento del fantasma fundamental, que amenaza con dejar al sujeto

psicótico sin orientación en la existencia, Lacan indica que la solución inicial se encuentra en

alguna identificación que permita asumir el deseo de la madre103. Parece que esta identificación

puede ser retomada por otras que presentan una característica semejante: la de funcionar por

enganche, tanto sobre los ideales de un prójimo, como sobre los de un personaje elegido. Tales

identificaciones imaginarias resultan ser, a menudo, muy lábiles y de poca consistencia. El sujeto lo

expresa a veces él mismo muy claramente: “yo no siento quién soy, me decía uno de ellos, he

debido aprenderlo por medio de la psicología y del psicoanálisis, pero es un proceso artificial,

puramente mental. No soy más de extrema derecha, pero continúo escondiéndome detrás de

imágenes de virilidad”. Las identificaciones imaginarias no sostenidas por el rasgo unario

constituyen un signo clínico de primera importancia, ya que ellas responden a las dos condiciones

exigidas para el discernimiento de la psicosis ordinaria: testimonian una falla subjetiva y la

compensación de ésta.

Aún cuando Schreber admite en sus “Memorias” haber consentido a su feminización, él

afirma haber conservado el antiguo amor por su mujer104. Indicación preciosa, señala Lacan, ella

certifica que “la relación con el otro en cuanto con su semejante, e incluso una relación tan elevada

como la de la amistad en el sentido en que Aristóteles hace de ella la esencia del lazo conyugal, son

perfectamente compatibles con la relación salida de su eje con el gran Otro”105. Parece entonces

que, incluso en la psicosis declarada, la dimensión imaginaria posee para el psicótico una

autonomía. Esta propiedad se encuentra en el fundamento de las estabilizaciones más frecuentes.

A este respecto, Lacan indica en 1956, el interés de destacar el funcionamiento “como si” en

los antecedentes del psicótico. Señala que son los trabajos de Hélène Deustch los que han

discernido este “mecanismo de compensación imaginaria” al cual recurren sujetos que “nunca

entran en el juego de los significantes, salvo a través de una imitación exterior”106. Es curioso

constatar el olvido en el cual han caído estas indicaciones durante tanto tiempo. Los diccionarios de

102 Puede consultarse con provecho sobre este tema: Thibierge S. Pathologie de l’image du corps. Etude des troubles de la reconnaissance et de la nomination en psychopathologie. PUF. Paris. 1999.103 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in Ecrits, o.c., p. 565. En español, Escritos II, Siglo XXI, pág 547.104 Schreber D.P. Mémoires d'un névropathe, o.c., p. 152.105 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in Ecrits, o.c., p. 574. En español, Escritos II, Siglo XXI, pág. 555.106 Lacan J. Les psychoses, o.c., p. 218 et 285. En español, Seminario 3, Las Psicosis, Paidós, páginas 275 y 360

42

psicoanálisis ignoran el concepto, los manuales de psiquiatría le asignan en el mejor de los casos

algunas líneas. Los estudios de orientación lacaniana continúan siendo extremadamente raros. Por el

contrario, la noción de “personalidad como si”, encuentra crédito en los trabajos de los

psicoanalistas que se refieren a la psicología del yo y que intentan objetivar la categoría de

“borderlines”. Es sólo en ese campo y en esta perspectiva que se le asigna un lugar digno como para

hacer de él un tema de congreso. Así, en presencia de Hélène Deustch, la Asociación Americana de

psiquiatría se reúne en diciembre de 1965 para tratar “Aspectos teóricos y clínicos de los caracteres

“como si”. La focalización sobre las funciones del yo incita a algunos a dar una tan larga extensión

a la noción que su especificidad se pierde describiendo síntomas “como si”, mecanismos “como si”,

rasgos de carácter “como si”, y seudo estados “como si”, etc. La mayor parte de los analistas

estiman que el sentido de la realidad está preservado en los pacientes de Hélène Deustch,

suficientemente como para no confundirlos con psicóticos, sin embargo, indica el encargado de

actas, un estudio más ajustado confirmaría probablemente la opinión de Phyllis Greenacre según la

cual el sentido de la realidad se revela desfalleciente en el carácter “como si”. Cuando el

funcionamiento psicótico se discierne esencialmente con la ayuda de un criterio de realidad, a la vez

grosero e incierto, cuando la psicosis ordinaria no es conceptualizable, la categoría bolsa de gatos

de los borderlines encuentra la bienvenida para dar lugar a un poco de psicosis sin psicosis. Sin

embargo, las seis principales características de los “estados narcisistas” delimitados por Hélène

Deustch, tal coño los resume en 1965, resultan constituir en su mayoría, rasgos compartidos por los

psicóticos: a) estadio primitivo de la relación objetal sin instauración de la constancia de objeto; b)

desarrollo pobre del superyó con persistencia del predominio de la angustia en relación al objeto; c)

prevalencia del proceso de identificación primaria, d) falta del sentido de la identidad, e)

superficialidad emocional y pobreza general del afecto, de la que los pacientes no tienen conciencia;

y f) falta de insight107. Sus trastornos se emparientan, es cierto, con la despersonalización, pero

difieren de ella ya que no son percibidos como patológicos por el paciente mismo.

Cuando Hélène Deustch introdujo en 1934 el concepto de personalidad “como si”, la noción

de borderline no ha sido todavía forjada, entonces subraya también, desde el título del artículo, “sus

relaciones con la esquizofrenia”108. Los sujetos presentados en su trabajo se caracterizan por dar una

impresión completa de normalidad que resulta descansar sólo sobre capacidades de imitación fuera

de lo común. “Se pegan con gran facilidad a los grupos sociales, éticos y religiosos- escribe ella -

buscan, adhiriéndose a un grupo, dar un contenido y realidad a su vacío interior y establecer la

validez de su existencia por medio de una identificación”109. Ella constata que sus pacientes

107 Weiss J. Clinical and theoritical aspects of "as if" characters. Journal of the american psychoanalytic association, 1966, 14, 3, p. 569. 108 Deutsch H. Divers troubles affectifs et leurs rapports avec la schizophrénie [1942], in La psychanalyse des névroses.Payot. Paris. 1963. En español, “Algunas formas de trastorno emocional y su relación con la esquizofrenia”. Revista de Psicoanálisis 2. Editada por la Asociación Psicoanalítica Argentina. Septiembre de 1968109 Ibid., p. 226.

43

esquizofrénicos le han dado la impresión de que el proceso esquizofrénico pasa por una fase “como

si” antes de construir “la forma alucinatoria”. Destaca finamente en ellos “verdadera pérdida de

carga objetal”, que sugiere una carencia del fantasma fundamental, y una “ausencia de introyección

de la autoridad”, que traduce sin dudas, cierto acercamiento a la forclusión del Nombre-del-Padre.

Sólo a través de una identificación con objetos exteriores ellos obtendrían un precario acceso a la

Ley. Es suficiente, en efecto, con que identificaciones nuevas los orienten hacia “actos asociales o

criminales” para que se transformen en delincuentes. Sus relaciones sociales aparentemente

apropiadas parecen fundadas sobre un proceso puramente imitativo. Presentan, escribe, “una actitud

completamente pasiva frente al medio que los rodea, con una facilidad muy plástica para percibir

señales del mundo exterior y adaptar la propia conducta a ellas. La identificación con lo que los

demás piensan y sienten expresa esta plasticidad pasiva y permite que la persona haga gala de una

tremenda fidelidad y de la más vil perfidia. Cualquier objeto sirve como puente para la

identificación”110. Hélène Deustch liga también la carencia de la asunción de la autoridad a la

frecuencia de las conductas perversas en los pacientes “como si”. Su funcionamiento genera a veces

perversiones transitorias que son abandonadas desde que “algún personaje convencional” empieza a

proponer una nueva identificación. Tales prácticas sexuales erráticas, más padecidas que buscadas,

ligadas al azar de los encuentros, no evocan para nada al sujeto perverso. Éste se especifica por

estar en una relación de certeza con respecto al goce, sin común medida con la fluctuación del

“como si”.

Entre los ejemplos clínicos dados por Hélène Deustch, ella cita una mujer casada, de treinta

años de edad, salida de una familia donde había numerosos psicóticos, que se quejaba de una falta

de emociones. “A pesar – escribe- de una buena inteligencia y de una prueba de realidad perfecta,

ella llevaba una existencia artificial, y era siempre lo que el medio circundante le sugería ser.

Apareció claramente que ella no podía sentir otra cosa más que una facilidad pasiva para dividirse

en un número sin fin de identificaciones. Este estado se había instaurado bajo una forma aguda

luego de una operación practicada en la infancia, sin preparación psicológica. Cuando se despertó

de la anestesia, ella preguntó si era ella misma, luego desarrolló un estado de despersonalización

que duró un año y se transformó en una sugestionabilidad que escondía una angustia paralizante”.

Esta última paciente, según Hélène Deustch, no presenta el síndrome como si en su forma

más característica, sin duda en virtud del episodio de despersonalización. En efecto, si nos atenemos

a su descripción princeps, se trata de una patología casi inhallable en su forma pura. En 1965, ella

no duda en afirmar, “En mi vida profesional desde 1932, es decir en treinta y tres años, sólo he

encontrado una sola persona a quien se puede considerar del tipo “como si”111. Sin dudas, se trata de

su paciente “aristócrata”, que constituye la primera observación de su artículo, “completamente

110 Ibid., p. 225. en español , “Algunas formas de trastorno emocional y su relación con la esquizofrenia”. Revista de Psicoanálisis 2. Editada por la Asociación Psicoanalítica Argentina. Septiembre de 1968. pág. 416.111 Weiss J, o. c., p. 581.

44

fijada en el estado como si desde los ocho años” y que olvidó totalmente más tarde su analista, que

sin embargo había sido uno de sus objetos de identificación112. Desde entonces, se admite que el

síndrome “como si” constituye un trastorno extremadamente raro.

Además, en ocasiones es desconocido. Un autor lacaniano que hace de él una excelente

observación, quizás más característica que aquellas presentadas por Hélène Deustch, la ubica bajo

la noción de “psicótico fuera de crisis”, seguramente mucho más amplia.

Se trata de un paciente norteamericano de unos treinta años que hace un año de análisis con

C. Calligaris en París durante los años ’80. Militar combatiente en Vietnam, fue condecorado, y

dejó normalmente el servicio al finalizar su período, “decidió volver a Estados Unidos del modo

más interesante para él – a pesar de que “interesante”, hay que destacarlo, no sea un término que

formase parte de su vocabulario. Cuando vino a analizarse conmigo, escribe Calligaris, estaba en su

camino de regreso, sin haber llegado todavía a Estados Unidos: había atravesado Birmania e India

donde había permanecido largo tiempo, familiarizándose con las drogas, y finalmente había llegado

a Europa, donde encontró una mujer con quien se casó. Esta mujer era una heredera de una

importante empresa francesa. Se quedó con ella, en Francia, participando de la dirección

administrativa de esta empresa.

El síntoma que conducía a su mujer a enviarlo a análisis era el siguiente: casado con ella, sin

hijos, era el amante de su suegra, lo que aparentemente constituía un problema para su mujer,

quizás también para su suegra, no lo sé, pero en todo caso, no para él. De todos modos, el vino y

permaneció en análisis durante un año. La dificultad es que él no tenía ni la menor idea de por qué

venía. […]

La historia termina así: durante un cierto tiempo, me quedé sin noticias de él – no venía más

y no sabía por qué – luego, un día, supe que había ido a un bar, un bar cualquiera donde algunos

gangsters, que aparentemente preparaban un golpe, vieron, no sé cómo, que él tenía el perfil para el

trabajo y le propusieron unírseles; él aceptó. El golpe salió mal, un bandido fue muerto y él,

detenido. […]

Lo que era extraordinario en esta persona, comenta Calligaris, es que estaba disponible para

cualquier cosa. No por su docilidad, en el sentido de que hubiese sido fácilmente manipulable, sino

en el sentido de que cualquier ruta podía parecerle posible.

Es lo que se verifica en el final de su historia, pero también en el inicio de su aventura

francesa, por ejemplo. Haber estado en Vietnam, con una historia pesada de combatiente de terreno,

luego hippie en India, antes de insertarse en la mejor burguesía francesa, él había hecho todo eso

perfectamente. […]

Desde ese punto de vista, el final de la historia es significativo. Aceptó – ¿y por qué diablos?

- tomar parte en el ataque a un banco, él que nunca había cometido ningún acto criminal. La verdad

112 Ibid., p. 582.

45

es que el acepta porque: “¿por qué no?”

Es interesante destacar también que en el cuadro de sus actividades, por ejemplo, dirigir el

departamento administrativo de una gran empresa, estaba perfectamente a la altura de las

circunstancias”.

Calligaris subraya que “nada en lo que él decía se presentaba como una forma de

significación electiva, pero todo tenía una significación, al punto en que podía en cualquier

circunstancia, ser el hombre de la situación”113. El analista pone el acento sobre el estilo de errancia

de este sujeto para quien todas las significaciones podían aparecer como equivalentes. Una ausencia

tal de un punto de detención en la diversidad de las significaciones revela la carencia del

anudamiento fálico de la significación que no permite que un significante amo funcione como

principio organizador. A pesar de la ausencia de manifestaciones corporales comúnmente ligadas a

la psicosis, una forclusión del Nombre-del-Padre es deducible. Sin embargo, es necesario destacar

que la especificidad de la clínica psicoanalítica al respecto permanece poco conocido, ya que

Calligaris mismo, por un lado no hace ninguna alusión al funcionamiento “como si”, y por el otro,

reporta honestamente que en esta circunstancia le fue necesaria “ayuda” para plantear un

diagnóstico de psicosis.

Nicolas no deja de evocar al paciente precedente, por su pasado militar, y por su aptitud para

adaptarse a las más diversas circunstancias. Durante su adolescencia, él ingresó a la resistencia [N

del T: a la ocupación nazi en Francia], no por valentía, ni por heroísmo, ni por convicción política,

ni siquiera llevado por una elección deliberada, sino esencialmente porque, inactivo, “no sabía qué

hacer”. Hizo explotar trenes y puso su vida en juego sin temor. Una vez finalizada la guerra, sin

saber hacia qué orientarse, se enroló en la armada, yendo a Indochina, y luego a Argelia. Durante el

encuentro con algunos de sus camaradas, no era ni un loco de la guerra, ni un militante de la Argelia

francesa: no tomaba la guerra en serio, pero él la hacía aplicadamente. Soldado modelo, siempre

voluntario para las misiones peligrosas, muy apreciado por sus superiores, fue condecorado y

alcanzó el grado de sargento-jefe. De regreso en Francia, sin calificación, se encuentra un poco

desamparado. Un día en que todo va mal, de golpe, improvisa un oficio, “croupier”, haciéndose

pasar por tal con un aplomo que le impone al director de un casino. Él ejerce, con satisfacción

general, durante veinte años. Durante este período, encuentra en un baile una obrera con la cual se

casa. A los 50 años, deja su empleo, sin precisar la razón, de modo que se encuentra confrontado a

una situación material difícil. Consigue entonces hacerse emplear nuevamente usando un método

bastante semejante al utilizado precedentemente: logró engañar un jefe de empresa gracias a un

despliegue no premeditado. Se hace pasar por un obrero calificado cuando en realidad, ignora todo

lo del oficio. Se adapta a continuación de modo destacable, aprendiendo sobre la marcha. Les da

satisfacción a sus patrones durante varios años antes de renunciar para montar un comercio con sus

113 Calligaris C. Pour une clinique différentielle des psychoses. Point Hors-Ligne. 1991, pp. 10-15.

46

ahorros, y bajo instigación de su mujer. Ella hizo mal en pedírselo. Este hombre de deber es poco

apto para tomar iniciativas. Dilapida bastante rápido su dinero, a pesar de que se jubila en cuento

puede. Es entonces, pasados los 60 años, que conoce internaciones repetidas a posteriori de

impulsiones etílicas graves, que ponen a veces su vida en peligro, y que lo conducen a menudo a

recogerlo en la vía pública. Nicolas no presentó jamás un síntoma psicótico manifiesto, sin

embargo, como él mismo lo subraya, “se las arregla con todo”, su existencia se caracteriza por una

adaptación original a la vez perfecta e inafectiva, a la diversidad de situaciones mucho más

encontradas que buscadas. Fue un resistente ejemplar, habría sido también un militar aceptable, por

más que haya sufrido otras influencias. Además es muy destacable que siempre haya logrado salir

de situaciones muy difíciles con un aplomo impactante, tanto en la guerra como en su vida

profesional. Simpatizaba cómodamente con los grandes personajes encontrados tanto en Indochina

como en los casinos. Para nada impresionado por las figuras eminentes. Este hombre no teme nada.

Es inquebrantable. Ni él ni el Otro están descompletados. A lo que el Otro quiera, él consiente

plenamente, listo a sacrificar hasta su ser si las circunstancias lo exigían. La castración no tiene

ninguna captura sobre él. La carencia de la negativización fálica no suscita trastornos del lenguaje

manifiestos, sin embargo, presenta una especie de tic verbal que lo lleva a insertar, como un

ritornelo, la expresión, “si usted así lo quiere”, en la mayor parte de sus desarrollos. El querer del

otro parece, en efecto, constituir aquello sobre lo que se regula permanentemente su normalidad sin

falla. En una sola circunstancia, le sucedió de no estar a la altura de consentir al deseo del Otro:

cuando se confrontó al de su mujer. Es siempre después de discusiones con ella que se encuentra

llevado, ya sea a una decadencia etílica, ya sea a cortas errancias. Él vino dócilmente a ponerse en

manos de un analista para seguir un consejo médico, pero esto fue sin consecuencias.

La existencia de Nicolas no dejar discernir para nada una orientación sobre un ideal

comandado por el significante-amo. La carencia de éste se manifiesta por una cierta inconsistencia

des las identificaciones, pero también por el poco peso de las significaciones llevadas por el sujeto.

Algunos traducen esto por un sentimiento de estar vacío. Les sucede a veces, percibir claramente

que no disponen ningún punto de referencia seguro para orientarse en la existencia. “Todo puede

interesarme, de decía Arielle, pero nada permanece, no hay motor”. El goce del sujeto no está

localizado, el fantasma fundamental no está instalado.

Estos fenómenos son descriptos con gran fineza por Fritz Zorn en una obra autobiográfica

donde relata su lucha contra el linfoma que está matándolo. Antes de la eclosión de éste, Zorn se

sostiene en lo que él mismo llama un “yo simulado”, del cual describe los enganches con una

precisión destacable. En todo momento, él pensaba que debía seguir la opinión de sus padres, éstos

le parecían tener siempre fundamentalmente razón. “Yo podía a veces tener otra opinión sobre

algunos detalles, escribe él, pero cuestionar realmente sus acciones o sus pensamientos, eso yo no lo

47

hacía”114. Fue educado, no sólo para plegarse al discurso familiar, sino más aún, para adoptar

siempre el juicio de los otros, de modo que no debía nunca “correr el riesgo de decir algo que no

fuese reasegurado con la aprobación general”115. Detrás de esta fachada de un yo conformista,

calcado en espejo sobre sus semejantes, el sujeto se revela incapaz de proceder a realizar elecciones,

porque no hay elecciones, a falta de un fantasma fundamental que pueda instaurarlas. “En este

tiempo, precisa él, no tenía juicio, ni preferencias personales, ni gusto individual, al contrario, en

todas las cosas yo seguía la única opinión saludable, la de los otros, de ese comité de gente del cual

yo reconocía el juicio […] Naturalmente, esta búsqueda constante de la opinión justa y única

salvadora conducía rápidamente a una gran flojedad en materia de emitir un juicio, a pesar de que

mi miedo de tomar partido, vuelto excesivo, impedía toda toma de consciencia espontánea. A la

mayor parte de las preguntas que me formulaban yo tenía la costumbre de responder que no sabía,

que no podía juzgar, o que me daba lo mismo; yo no podía dar ninguna respuesta excepto cuando

sabía de antemano que podía corresponder al canon salvador. Creo que en esos tiempos, yo era un

verdadero pequeño Kant asustadizo, que creía siempre no poder actuar sino en perfecto acuerdo con

la ley general”116.

A pesar de que el paciente de Calligaris puede ser considerado como una observación muy

pura del síndrome “como si”, no es exactamente igual para Zorn. Éste último se quejaba de su “yo

simulado”, y presenta un esbozo de sentimientos de despersonalización que no son compatibles con

el fenómeno delimitado por Hélène Deustch en la acepción estricta que ella se formó de él. Sin

embargo, ella misma nos indica que es posible cuestionar esto al afirmar en 1965 no haber visto

más que una sola persona del tipo “como si” en treinta años de práctica. Al restringir demasiado el

síndrome lo vuelve casi inhallable. Se trata, sin dudas, de una de las razones por las cuales su

destacable descubrimiento clínico permaneció poco conocido.

La impostura patológica

Ella merece, a mi parecer, ser reubicada en un contexto más grande. Constituye un islote

espectacular en un vasto campo: el de los modos de enganches imaginarios a los cuales el sujeto

psicótico puede recurrir para compensar la carencia de la función del significante-amo. El

funcionamiento “como si” tiende a remediar la inconsistencia de la significación, la carencia del

fantasma fundamental y, en el campo de las identificaciones, al defecto del rasgo unario. Más que

restringirlo al tipo de Hélène Deustch, parece heurístico mostrar la extensión de los mecanismos

“como si” en tanto que modos de estabilización frecuentemente utilizados por el psicótico. El

campo de esta clínica se revela tan extenso que no podría ser recorrido en este trabajo. Intentemos

114 Ibid., p. 113.115 Ibid.,p. 40.116 Ibid., p. 43.

48

sin embargo indicar ciertos mojones, por un lado, en una especie de más allá del “como si”, donde

se encuentra un trastorno aún más espectacular, la impostura patológica; por otro lado en una

especie de más acá, donde el “como si” se hace discreto en sujetos donde notamos sobre todo la

inconsistencia o la extrañeza. Uno y otro fenómeno no poseen la misma importancia clínica: la

frecuencia del segundo no tiene común medida con la rareza del primero.

Hélène Deustch y Phillys Greenacre, a quienes debemos bellos estudios psicoanalíticos

sobre los impostores, producidos en los años ’50, encontraron ambos, numerosas convergencias

entre estos sujetos y las personalidades “como si”. El punto en común reside en la sorprendente

plasticidad de las identificaciones. Un ejemplo fascinante reportado por Hélène Deustch es el de

Ferdinand Damara. Después de haberse fugado de su casa, devino sucesivamente profesor de

psicología, monje, soldado, marino, ciudadano bajo juramento cumpliendo funciones de jefe de

policía, psiquiatra y cirujano – siempre con el nombre de otro hombre. “Con una habilidad y un arte

casi increíble obtenía en cada oportunidad un certificado de experto y hacía uso de una ciencia

aprendida ad hoc tan brillantemente que era capaz de perpetrar sus supercherías con un éxito

completo. Era siempre “accidentalmente”, jamás por errores cometidos, que era descubierto como

un impostor”117. Greenacre relata una observación personal menos espectacular pero mucho más

común en la rúbrica “policiales”. Se trataba de un paciente que en repetidas ocasiones había

usurpado la identidad de un médico. “Daba turnos y recibía enfermos en el hospital, sin otra

calificación que la que había recibido como enfermero durante la segunda guerra mundial. Como

había observado antes, con mucha agudeza, numerosos procedimientos de operaciones quirúrgicas

que era capaz de reproducir de modo completamente honorable, estaba muy bien visto por sus

colegas competentes y con quienes trabajaba. Sin embargo fracasó por falta de precauciones frente

a quienes podrían descubrirlo, precauciones que cualquier tramposo perspicaz o buen conspirador

habría seguramente tomado. Durante el período activo de la impostura, estaba calmo, plácido y

feliz”. Ella destaca que las aptitudes contradictorias de los impostores los vuelven a veces

enigmáticos: dan la impresión de combinar habilidad y fuerza persuasiva con locura pura y

estupidez118.

El artículo de Hélène Deustch está centrado en un paciente llamado Jimmy, que ella atendió

en psicoterapia de apoyo durante ocho años. Éste no era un impostor extravagante, sus diversas

identidades poseían un soporte frágil: un proyecto de adquisición de una granja es suficiente para

hacer de él “un gentil hombre campesino”, la constitución de un salón literario lo promovía a “gran

escritor”, gastaba sumas importantes para intentar convertirse en un “productor de cine”, realizó

pequeños inventos para hacerse hacer tarjetas de presentación con el calificativo de “inventor”, etc.

En realidad, “su pretensión de ser un genio era a menudo tan persuasiva que mucha gente se dejaba 117 Deutsch H. L'imposteur: contribution à la psychologie du moi d'un type de psychopathe [1955], in La psychanalyse des névroses. Payot. Paris.1963, p. 278. 118 Greenacre P. The impostor [1958], in Emotionnal growth. International University Press. Traduction française, inL'identification. Tchou. 1978.

49

llevar durante un corto período”.

Las identidades usurpadas por los impostores tienen en común el estar al servicio de una

valorización narcisista rápida, de poco esfuerzo, que promueve un yo ideal exaltado, que detiene la

carencia del Ideal del yo. La proximidad de estos fenómenos con al psicosis no dejó de ser

discernida por Hélène Deustch, a propósito de Jimmy, cuando ella destaca la carencia de libido

objetal y la presencia de ideas paranoides que la llevan a encarar la hipótesis de una “esquizofrenia

naciente”. Además Greenacre, subraya en los impostores no solamente una propensión a los

retruécanos y a los juegos de palabras, sino que también rasgos paranoicos, tales como el fantasma

de omnipotencia y la reivindicación de recuperar “su posición legítima”. Considera con perspicacia

que la impostura patológica posee dos funciones: la de realizar un asesinato del Padre y la de

procurar un sentimiento temporal de acabado de la identidad.

Ella discierne un desequilibrio grave de la relación edípica, que reposa sobre el fantasma de

haber vencido al Padre, de modo que “toda posibilidad de identificación con él” estaría cerrada. El

sujeto – escribe ella – se imagina entonces “poder impunemente suplir su padre” (el destacado es

mío). Puede notarse que utilizando formulaciones tomadas del mito edípico no podría evocarse

mejor la forclusión del Nombre-del-Padre. Más aún, ella subraya una de las consecuencias mayores

de esta forclusión, la reducción de la relación al otro a la pura relación dual, cuando ella destaca la

intensidad del lazo con la madre, llegando a mencionar una incorporación psicológica del sujeto a

ésta.

La proximidad de la impostura patológica y del funcionamiento “como si” aparece

claramente cuando constatamos con Greenacre que la primera participa de una lucha por sostener

una identidad precaria. “Es absolutamente necesario, afirma ella, que el impostor tipo tenga

espectadores. Es gracias a ellos que puede hacerse una idea positiva, real de sí mismo; su valor tiene

mucha más importancia en tanto y en cuanto él es incapaz de asegurárselo de otra manera. El hecho

de que los impostores tengan siempre una significación social se explica por este fenómeno de

búsqueda de un auditorio en el cual el (falso) Yo se refleja. Para el impostor, el éxito de la

superchería tiene tendencia a reforzar a la vez la realidad y la identidad”119. El enganche sobre una

imagen del otro que refleja la del sujeto resulta tan necesario para el impostor como para el

funcionamiento “como si”. Sin embargo, en el primer caso, el otro es pasivo, y es sólo convocado

para confirmar un yo ideal exaltado, mientras que en el segundo, la dinámica parece venir del otro,

sobre cuyos ideales el sujeto se orienta. En este último caso el proceso es más elaborado: hay un

intento de forjarse un acceso en el campo de las imágenes hacia la instancia simbólica del ideal del

yo. El sujeto “como si” se muestra a menudo dispuesto a hacer esfuerzos por ajustarse a la imagen

ideal sobre la que se orienta. Nada semejante aparece en un impostor como Jimmy, quien “era

incapaz de ningún esfuerzo orientado hacia una meta porque era incapaz de retrasar el momento de

119 Greenacre P., o. c., p. 274.

50

alcanzar la meta planteada”.

A partir de esta clínica, la indicación de Lacan dada en 1956, según la cual el sujeto

psicótico puede sostenerse en una identificación por la que asume el deseo de la madre, parece

menos hecha para ser concebida en la historia particular que en la estructura. Para la problemática

de la época, es al falo que el deseo de la madre está referido. El impostor revela claramente que se

trata de una imagen fálica incólume, una imagen de completad, que no está para nada marcada por

la castración. Si llega a suceder que esta imagen no es más sostenida por otro, y la tensión entre el

yo ideal y lo que tiene el lugar del ideal del yo se rompe, entonces advienen las circunstancias

favorables para el desencadenamiento de la psicosis.

Las clínicas espectaculares del impostor patológico y del funcionamiento “como si” poseen

el mérito de delimitar los determinantes esenciales de los modos de compensación imaginarios de

los psicóticos. Sin embargo, los más frecuentes son también los más discretos.

El enganche sobre un prójimo

Lo que concita nuestra atención desde las primeras entrevistas con Arielle es su elegancia.

Esta jovencita tiene un cuidado extremo de su imagen. Jamás ha presentado ningún síntoma

psicótico manifiesto. Según su entorno ella ejerce su oficio y sus funciones de madre de familia de

manera satisfactoria. Para los otros ella parece adaptada y feliz, pero para ella nada tiene sentido.

“Cada momento está bien, dice ella, sin embargo el conjunto de la jornada, no: el uno más uno, más

uno, no se arma”. Ella no dispone de la función fálica para asegurar el cierre de la significación.

Así, ella está constreñida a dirigirse hace los otros para orientarse en la existencia. “Cuando la gente

se interesa por mí, dice, eso me sostiene un poco, pero muy poco”. El cuidado que tiene por su

imagen no tiene raíces en ninguna voluntad de seducir: se trata más bien, de enmascarar lo que ella

denomina “el montón de tripas”. A veces – afirma- , para unirme, me miro en un espejo, y veo lo

que los otros ven”. Esta fórmula indica que su mirada sobre ella misma se regula sobre la opinión

de los otros, lo que la lleva a menudo a adoptar una actitud conformista. “Me aferro mucho a la

imagen –destaca- aunque a veces me pregunto qué hubiera hecho yo de haber sido ciega, yo habría

estado quizás, completamente confundida”. Si Arielle se muestra bien adaptada, y si ella no

presenta el funcionamiento “como si”, se debe en gran parte a la presencia de su marido. Lo que ella

expresa en una fórmula lapidaria: “No me aferro a nada, y sin embargo, soy muy dependiente de mi

marido. Es paradojal”. Ella precisa: “No soporto que se ataque a mi marido, es como serruchar la

rama sobre la que estoy sentada. Me alimento de sus pensamientos”.

Sin embargo, Arielle afirma además no haber descubierto el sufrimientos sino después de su

matrimonio. Durante su infancia y su adolescencia, ella se alejaba de los problemas, se metía a la

gente en el bolsillo, y se las arreglaba para que su futuro fuese feliz. “Me apoyaba sobre mi

51

apellido”, -observa ella- en efecto, su patronímico de nacimiento evoca la idea de juventud y

alegría. Llamémosla “Juventud”. “Yo estaba contenta, sin problemas, mimada por mis profesores,

se bromeaba frecuentemente y de manera agradable sobre mi apellido, era una especie de fuente de

la juventud. Desde pequeña yo extraía de allí una determinación para ser feliz”. La propensión a la

sustanciación del patronímico, a menudo presente en sujetos de estructura psicótica, había sido

puesta por Arielle, de manera original, al servicio de referentes imaginarios estabilizantes. “Sin

embargo - continúa ella – después de casarme, cuando perdí el nombre de mi padre, [N del T: en

Francia las mujeres casadas habitualmente dejan de utilizar el apellido de solteras] y sobre todo con

la omnipresencia de mi madre, me enfermé”120. Es necesario destacar que ella encontraba también al

lado de su madre un sostén importante. “No tengo deseo, constata ella en una frase destacable, pero

es lo contrario del de mi madre”. Precisa que desde su infancia, bajo su aire despreocupado y alegre,

siempre se esforzó por hacer lo contrario de su madre. “Era alguien quejoso, siempre limpiando,

mientras que yo era feliz y despelotada”. Parece que el significante patronímico, tomado a la letra,

le permitió a Arielle, no ser capturada en una relación demasiado mortífera con su madre,

abriéndole la posibilidad de orientarse, oponiéndose a ella. Después de su matrimonio, “mi marido

se ocupó de mí, me recogió como un andrajo, tomó el lugar de mi madre. Ahora necesito su

presencia que presiona e incluso, a veces, constriñe”. Sin embargo, todavía hoy, cuando este sostén

desfallece, Arielle se descubre dominada por “una atracción por la nada”, entonces - precisa ella –

“aspiro a posarme allí como un vegetal y a satisfacerme con mi inercia; no aspiro más que a nada”.

Entonces, no está invadida por el goce Otro: se experimenta separada de su ser de goce: como una

marioneta – dice ella- a la cual le habrían cortado las cuerdas. Todo indica que esos momentos son

superados gracias a la estabilidad de la relación conyugal que detiene la deriva de las

identificaciones imaginarias. El amor y el deseo del marido le permiten a Arielle mantener un velo

fálico que cae sobre su ser y contribuye a sostener su capacidad de hacerse representar en el campo

del Otro. Además, los ideales de su marido orientan el campo de la significación e instauran los

límites al goce del sujeto.

No hay allí nada que pertenezca con propiedad a la posición femenina. Lucien lo demuestra.

Él tiene unos cincuenta años, está bien adaptado socialmente, a pesar de la persistencia de ciertas

voces aparecidas hace quince años durante un grave episodio melancólico. Sin embargo, permanece

fundamentalmente dudoso de todo. A veces, sus voces le aportan ayuda, dándole consejos, que el

sigue con gusto; a veces, sin embargo, ellas lo desprecian e injurian, de modo que él no les puede

dar una confianza total. En su entorno, sólo su mujer conoce la existencia de estas voces, y fue

necesario más de un año para que me cuente a mí. Su vida profesional lo estabiliza tanto que él

acepta regularse sobre figuras de autoridad. Dejando de lado un cierto evitamiento de relaciones

120 El patronímico que Arielle adquirió al casarse no se presta más a las asociaciones sobre la felicidad a las que sí se prestaba el precedente.

52

sociales, nada en su comportamiento deja suponer que se trata de un sujeto que presente otros

problemas. A veces, sin embargo, algunas preguntas lo asaltan. “Por suerte está mi mujer –señala-

ella siempre tiene la respuesta justa, ella me reconforta. A veces, cuando ella me habla, olvido todos

mis problemas. Sin ella, yo no sé dónde estaría”. Nunca ha mencionado ningún sentimiento

amoroso presente o pasado respecto de su esposa, pero él es muy conciente de que su equilibro está

condicionado por la presencia de ésta a su lado.

Sin embargo, aún en el seno de una relación conyugal aparentemente estable, las

condiciones de un enganche estabilizante no han podido ser realizadas. El esposo de Jacqueline se

presta menos a sostenerla que el de Arielle. “Sería necesario que mi marido me ayude – dice ella- él

tiene mucho poder sobre mí. Yo tengo necesidad de alguien para encontrarme, sus palabras tienen

mucho peso. Pero él me pone nerviosa. No me ama”. Ella constata que desde hace más de diez años

él constituye su principal sostén en la existencia al mismo tiempo que se rebela contra esta

situación. “Yo soy demasiado dependiente de él: él no me respeta”. Lejos de conferirle a su imagen

un valor agalmático, parece más bien apuntar a su ser. “Él me encuentra nula –dice ella- me trata

como una cosa”. Además, su vida le parece “incierta y aburrida”. Se presenta a menudo como una

obsesiva, a pesar de que la incapacidad de elegir de la que se queja, no se trata de la misma que la

de un neurótico incapaz de decidirse entre varios objetos igualmente atractivos; para ella ninguno de

los posibles la cautiva verdaderamente. Sus raros proyectos son evidentemente irreales. Sus

recriminaciones contra su marido no se ven seguidas de efectos. Da más bien una impresión de

inconsistencia que la de un espejismo como si. Su “nulidad” le es demasiado presente.

Luego de haberla perdido de vista durante algunos años, supe que se arrojó desde lo alto de

una torre.

Lo que a veces puede obtener la relación amorosa, cuando las circunstancias son favorables,

los grupos sociales fuertemente estructurados en torno de un ideal pueden realizarlo también. La

atracción ejercida por las sectas sobre ciertos sujetos cultivados encuentra allí una de sus razones.

Del mismo modo, se conciben las seducciones de la vida militar o monacal para los psicóticos. En

realidad, todo indica que muchos de ellos, gracias a identificaciones imaginarias estables, llegan a

encuadrar sus existencias y logran detener la psicosis declarada. En esta perspectiva el

funcionamiento “como si” parece revelar, no el mecanismo de compensación más ejemplar, sino un

modo desfalleciente de estos.

No se trata de instaurar límites infranqueables entre el “como si” y la despersonalización,

siguiendo la opinión de Hélène Deustch, ni tampoco de disociar el signo del espejo de estos últimos

fenómenos. Cuando suceden en el psicótico, es conveniente más bien juntarlos en el seno del vasto

conjunto de los trastornos de la identidad suscitados por la carencia de la identificación primordial

al rasgo unario. Una observación de Minkowski muestra además que ellos pueden coexistir. Se

trata de un hombre de 26 años egresado de una escuela superior. Durante un año presentó “un

53

estado de depresión muy marcado” asociado a severos sentimientos de despersonalización. “No me

siento más – constata él -. No existo más. Cuando me hablan, tengo la sensación de que se le habla

a un yo […] Tengo, sobre mí mismo, la sensación personal ausente. En suma, paseo mi sombra […]

El médico le pregunta si había salido la víspera. Él responde: ‘justamente no salí, es como si un tipo

cualquiera hubiese salido y no yo […] me doy la impresión de un tipo que está sentado y que causa

pero que en definitiva no es idéntico a mí. No siento el derecho de emplear las expresiones “Yo (je)

y yo/mí (moi); no corresponden a nada preciso en mí”121. El sentimiento de inconsistencia dado por

ciertos sujetos psicóticos toma aquí una forma extrema. Es cierto que en estos casos los trastornos

deben situarse en un más allá del desencadenamiento. Este joven no dispone de la función del

significante amo para dar peso al ideal del yo. No puede contarse como Uno. No dispone más de

algunos referentes imaginarios a los cuales intentar enganchar su ser. Sin embargo, los busca por

medio de los dos fenómenos ya encontrados. Presenta, en primer lugar, esbozos del signo del

espejo: “Es necesario que me mire – dice en algunos momentos – para asegurarme que soy yo”. Sin

embargo, en ciertas circunstancias, no se reconoce más en el espejo: “No encuentro más mi

imagen, no me acuerdo más haberme visto en una imagen”. Él conserva la sensación de pasear su

sombra. Da testimonio también, de una forma pobre de funcionamiento “como si”. Después de

cenar – comenta - cuando los otros se levantan de la mesa, yo los sigo automáticamente, llevado

por sus movimientos. Sigo el reflejo de los otros. En suma, yo vibro con la gente, reflejo sus

vibraciones; y son sus vibraciones las que me hacen vibrar a mí mismo, no vibro más por mi cuenta.

[…] En una conversación, es mi interlocutor el que me hace hablar. Soy como un fantasma, pero

como un fantasma magnético, atraído automáticamente por los diversos acontecimientos que se

llevan a cabo afuera”. Él describe allí una especie de difracción al infinito de lo que hace las veces

de ideal del yo: no dispone más de significaciones privilegiadas para detener la deriva de las

imágenes. Este sujeto psicótico muestra claramente que el signo del espejo y el funcionamiento

“como si”, entonces asociado a la despersonalización, constituyen tentativas de remediar la carencia

de la función del rasgo unario, pero tentativas que deben ser situadas del lado de los modos de

compensación menos logrados.

Por cierto, una extensión muy amplia es conferida al “como si”, en principio poco

compatible con la acepción restringida de Hélène Deustch, que afirma en 1966 la extrema rareza de

la personalidad “como si”; sin embargo ella misma, diez años antes, decía todo lo contrario: “El

mundo está lleno de personalidades “como si” y más aún de impostores y de simuladores. Desde

que me intereso por el impostor, me persigue en todos lados. Lo encuentro en mis amigos y mis

relaciones tanto como en mí misma”122. Si ella oscila así entre dos posiciones, por otro lado ambas

justificadas, es porque ella discierne, cuando extiende el concepto, que describe por medio de él el

121 Minkowski E. Le temps vécu. Etudes phénomènologiques et psychopathologiques [1933] Gérard Monfort. Brionne. 1988, pp. 304-306.122 Deutsch H. L'imposteur, o.c., p. 285.

54

proceso de identificaciones imaginarias efectivamente discernible en la constitución en cáscaras de

cebolla del yo de cada uno; por el contrario, cuando ella restringe vigorosamente la acepción,

objetiva un cuadro clínico, verdaderamente poco frecuente, pero ejemplar para aprehender ciertos

modos de estabilización del psicótico.

Existe una gradación entre aquellos que intentan remediar la carencia de la función del rasgo

unario. La más pobre es la autoscopía del signo del espejo. La más alta da consistencia a un yo ideal

nuevamente capaz de orientarse sobre un lugarteniente del ideal del yo. Los significantes de este

último no están por cierto, enclavados en el sujeto psicótico, y de allí la posibilidad de su

variabilidad y de su fraccionamiento, pero pueden encontrarlos llevados por la imagen ideal de un

semejante.

Cuando la marca del rasgo unario no recae sobre el ser de goce del sujeto, en virtud de la

identificación del S1, la fijación del ser no está asegurada, de modo que no dispone sino de

máscaras lábiles para asentar su identidad. Con respecto a éstas, el sujeto experimenta el

sentimiento de una falta de conexión estable y sólida. De esto resulta frecuentemente un sentimiento

de inconsistencia ligado a la flojedad de sus identificaciones.

La clínica del disfuncionamiento de la identificación al rasgo unario encuentra en el signo

del espejo una de sus formas extremas. La insistencia de la autoscopía debe ser sin duda conducida

al carácter enigmático que toma entonces una imagen mientras se vacía de significación. Ella se

vuelve extraña, el sujeto no llega a reconocerla como perteneciéndole. Perdiendo toda atracción

fálica, ella deja discernir el horror que encubría. En este momento, puede producirse una muerte del

sujeto. Para colmar la hiancia entrevista surgen a veces significaciones delirantes. El signo del

espejo se sitúa en los límites de la estructura psicótica no-desencadenada. Da testimonio, más

frecuentemente, de un desfallecimiento de las identificaciones imaginarias que de una tentativa por

sostener su brillo fálico.

En la impostura patológica, el sujeto se aferra a un ideal del yo narcisista que no conlleva

ningún rasgo de negativización fálica. No se orienta para nada sobre las significaciones del Otro: la

función del ideal del yo es totalmente inoperante. Los otros no son convocados más que para

confortar la imagen ideal. La máscara está demasiado mal colocada para que la impostura pueda

durar: en general sucede que el sujeto es descubierto y que se revela su decadencia.

El funcionamiento “como si” testimonia de un funcionamiento más elaborado. Apoyándose

sobre los ideales de un semejante, el sujeto mantiene una apertura a la dimensión del Otro, lo que le

da acceso a un lugarteniente del ideal del yo. Entonces, contrariamente al impostor, llega a veces a

imponerse esfuerzos y a aceptar constricciones. En función del modelo identificatorio adoptado,

será un ciudadano honorable tanto como un delincuente. A veces uno y otro según las

circunstancias. Este funcionamiento, raro en la forma pura, puede degradarse en “fantasma

magnético”; pero puede también sobreponerse gracias a una identificación que llega mejor que otras

55

a compensar la función paterna. Parece que una de las condiciones mayores está ligada al carácter

exigente de aquel que la encarna, por la que se colocan límites al goce del sujeto. El respeto de éstos

sostiene el yo ideal en su función de máscara puesta sobre el horror del ser de goce. Concebimos

entonces, que el encuentro con un amo compatibiliza muy bien con el funcionamiento “como si”;

mientras que la mansedumbre de la mujer del paciente de Calligaris, tolerando la relación de su

marido con su madre, precipitó sin dudas a éste a la decadencia.

Para que una identificación imaginaria llegue a estabilizar duraderamente a un sujeto

psicótico, hace falta que ciertas condiciones sean cumplidas. Poder precisarlas necesita estudios

complementarios. Parece, sin embargo, que estas identificaciones son portadoras del ideal, de modo

que ellas limitan y localizan el goce. Además, es frecuente que satisfacciones pulsionales se

encuentren en la base del lazo que une estos sujetos a su objeto de identificación prevalente.

Entonces, no podríamos dudar de que los mecanismos imaginarios que dominan la sintomatología

no funcionan de manera autónoma: ellos están articulados con la economía de goce. En las formas

más elaboradas de estos procesos de estabilización, las identificaciones imaginarias parecen en

conexión con lo real. ¿Restauran un nudo de la estructura del sujeto? Lacan parece hacer la

hipótesis de un fenómeno bastante comparable cuando arriesga la posibilidad de que “a tres

paranoicos podría anudarse, en calidad de síntoma, un cuarto término que se situaría como

personalidad, en la medida en que ella misma sería distinta respecto de las tres personalidades

precedentes y de su síntoma”123. Esta última personalidad no sería ella misma necesariamente

paranoica, mientras que la cadena podría comportar “un número indefinido de nudos de tres”. Esta

coyuntura, por medio de la cual una personalidad, noción que pone el acento sobre el yo del sujeto,

portaría para los otros el peso de goce propio del síntoma, debería ser buscada en el seno de

comunidades que se prestan más que otras, a proveer sólidas identificaciones a sujetos de estructura

psicótica: sectas, grupos religiosos, militares o políticos. Pareciera que las identificaciones

imaginarias del psicótico son mucho más estables cuando su conexión con lo real es estrecha.

Arielle lo indica cuando constata su dificultad para sostener su ser durante las ausencias

prolongadas o inhabituales de su marido. “En esos casos – llega a decir – continúo efectuando mis

actividades habituales, nada se transparenta exteriormente, pero interiormente es el caos, yo no soy

más que un sobre vacío”. Está claro que el goce se encuentra localizado sobre su partenaire, de

modo que Arielle no presenta ningún signo de psicosis clínica: no está invadida por el objeto a. Sin

embargo este objeto no está perdido, un proceso de separación no intervino, razón por la cual la

presencia del marido resulta esencial. El objeto a no está velado por la imagen del otro: está tomado

en ésta. “Yo sé que no puedo pedirle esto a mi marido – observa Arielle- pero lo ideal sería que él

estuviese siempre presente, que no me deje nunca”. Que su ser se sitúe no en la falta del Otro, sino

123 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 16 décembre 1975, in Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien. Juin-Juillet 1976, 7, p. 7. – En español. Seminario 23, Paidós, Pág. 53.

56

en su marido encarnado, ella lo expresa también claramente cuando constata que la ausencia

prolongada de este último equivale para ella a “la muerte del alma”. Ella sabe ahora que es

plegándose a los ideales de su marido que ella llega a orientarse en el campo de las significaciones.

Ella encuentra por allí, los bornes para su goce de la inercia. “Yo no tengo tranquilidad más que

conformándome a lo que mi marido espera de mí”. Pareciera que sólo llegando a operar un

encuadramiento del objeto a, las identificaciones imaginarias del psicótico logran estabilizarlo.

La cura de psicóticos ordinarios plantea problemas que pasan frecuentemente

desapercibidos. Estos lo son aún más cuando se los coloca en la gran bolsa de la noción de estado

límite, de esquizofrenia latente o de depresión. Estas categorías sindrómicas no permiten el

establecimiento de una dirección de la cura apropiada. Son generalmente asociadas a conductas

terapéuticas que desconocen completamente que el lugar del analista en la transferencia se

encuentra determinado por la estructura del sujeto.

La clínica de la psicosis ordinaria permanece en el limbo en Freud. Por cierto, hacía falta

concebir la forclusión del Nombre-del-Padre para que ésta tomase vigor, pero también, sin duda, el

nudo borromeo, ya que se trata de una clínica de conexiones y de desconexiones, no de una clínica

del conflicto. No es sino al término de su enseñanza que Lacan rompe claramente con esta última,

no privilegiando más por ejemplo lo simbólico en relación a lo imaginario, sino insistiendo sobre la

equivalencia de los tres elementos: real, imaginario y simbólico. “La clínica de los nudos – subraya

JA Miller – es una clínica sin conflicto- […] Es una clínica del anudamiento y no de la oposición,

una clínica de los arreglos que permiten la satisfacción y que conducen al goce. Hay una dificultad,

pero no hay conflicto. La estructura misma de los nudos no permite hacer surgir la dimensión del

conflicto.[…] Entonces, no se trata en esta clínica de resolver el conflicto, como en Freud, sino de

obtener un nuevo arreglo, de un funcionamiento más o menos costoso para el sujeto”124. Esta nueva

clínica orienta la cura, no más hacia la interpretación de los síntomas del sujeto psicótico, sino ora

hacia la invención de suplencias, ora hacia un sostén aportado a los modos de estabilización ya

instalados. El conocimiento todavía somero de la sorprendente diversidad de las formas clínicas de

la psicosis ordinaria no encontrará prolongaciones sino aceptando tomarlas en consideración.

124 Miller J-A. Le séminaire de Barcelone sur Die Wege der Symptombildung, in Le symptôme-charlatan. Seuil. Paris. 1998. – Hay versión en español, en “El síntoma charlatán”, Seminario de Barcelona, Sobre Die Wege der Symptombildung , Paidós, pág 46 y 47.

57