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La fllerza de la tierra an1ericana en la n11.1sica de Ricardo Castillo

Jose Luis Cifuentes

Tr;L~ la perfecci6n del estilo de un hombre, es preciso que se encuentre la p;L~i6n del

alma de un hombre ... - Oscar Wilde

~(e podria hablar de una Iiteratura guatell1alteca, de lin arte, en surna, de una estetica, sin tener que ecllar la mirada hacia nuestro {trhol geneal6gico. Yes ;L~i como las obras de arte de Guatemala, seran aquellas que esten directamen te intluen-ciadas por el ascendiellte americano, 0 que sean la continuaci6n del arte de nuestros antepasados. Y no se pod ria concehir ulla obra de arte guatelllalteco sin la vasta emocionalidad que proporcioJ 1;( el tr6pico. Adolescencia ciega que es al mismo tiempo fuerza, primavera, fecul1llidad. Hay un vaho que surge del hu­mus como una anunciaci6n sobre esta tierra prodiga que se empurpura cada dia con la sangre de las auroras virgenes: hay una solemnidad de selva, un eco inme­morial de abismo, un concierto de cuspides.

Bajo esta costra terraquea forma­da por los u ltimossiglos yacen los dio­ses labrados en jade y en piedra; los huesos de la raza mater que aun. pal­pita en l1Uestra..~ vena..~; la huella de las teogonia..'i. Desde el fondo de . esta tie­rra brotan los motivos de ia personali­dad guatemalteca, 0 sea la correlativa personalidad maya, porque antes que guatemaltecos, somos maya..). Ocupa­mos el coraz6n del continente y fue­ron los may~l~ los que fundaron ese

coraz6n. Comprenderlo: he alii un de­ber. Pero sentirlo: he allf ei destino de nuestros artistas.

iQue gran temperatura, solidaria y congenita, la de los artist~) consa­grados a nuestras causas de americanismo, como si obedeciesen a un designio spengleriano, para inter­pretar el sentimiento propio, la sangre, la poesia, en esta hora tremenda en que se realiza la func ion ecumenica del

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destino de America' !\rIc con pasion telClrica para dar a COllllcer la profun­da intimi-dad nativa.

No se por que ante ooras de arte con la categoria de nuestros motivos, el pueblo no se emociona hasta h~ la­grima'), con preferencia a las COS<L~ que no nos importan como vi tales, a pesar de que en la sangre hay algo invulne­rable en sus mandatos. De los vestigios vivientes de los abue los guatemal­tecos, el intento de reconstrui rei arte musical, es una empresa admi rable de la poesfa. Hayen ese intento y en el espfritu que 10, ataca una intuicion con el privilegio sin duda de poder intuir esa delicia, aCLlstica que armonizo la atmosfera maya. Musica tem :itica. Musica medular. Eje de nuestro senli­do auditivo. G6cese el corazon entre el pecho al inOujo de esa.') melodfas' Involucran sangre y sentimiento. el fervido misticismo del idolatra culmi­nando al tiempo de hundir la brillan­te obsidiana en el pecho de Ia.~ virge­nes, ofrecida, a los dioses; el ritmo de la danza que producfa el vaiven en los senos de la, doncellas sagrada'i; el es­plendor de la~ fiesta') delmafz. Bene­placito de fe y paisaje.

Es lamentable que nuestro indio haya quehrado su pSicolngfa. nespues de la conquista, el indio no tuvo mas

que adquirir para Illanifestarse Ull

humilde instrumenlo: la marimba. Y una rfgida melodfa: el son.

Como producto de esa otra psi co­logfa, eI son es un frellesf de amargu­ra. EI son no es alegre. EI SOIl no pue­de ser alegre. £1 son esta ronco de tris­teza. EI son tiene atado un panuelo negro ell el pescuezo. Y merece nues­tro respeto. Proviene del choque racial y la sonoridad del dulce teclado de la marimba -Ia verdadera, la primiti­va marimba- arranca desde el fon­do de la tierra americana, desde don­de mora el hada fecundidad y el dios vo!can ico; viene del corazon de la montana que tiene solemnidad de c3.­tedra y primavera de alien to. Son de "EI Toro.» Son de «EI Venado. » Soy sincero, me emocionan est<L'i nueva) COS<L,) de los indios, COS as adventiCia'>, que nacieron en e 1 como un resuIta­do natural de su vencimiento.

Fllera de ello, es en vano que se quiera olvidar nuestra fibra india. lmprescindiblemente los guatema­Itecos lIevamos sangre de nuestros ahuelos que supieron ser monumen­tales. Quien no tenga ese elemento nativo no es autentico gllatemal-teco. Somos mestizos. Debemos hacer pro­bion de fe en nues-tras causa') racia­les en cambio de otras cosas exoticas,

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que no~ hacen ex tranjeros Cil Iluestra prupia lierra. Y hay ljue Jar a 1m, sin reservas, esa natural vocacion para amar nuestros valores allcestrales, los elementos constitutivos de nuestra per­son ali dad americana. SentiJTlientos puros -tensos resortes- escondidos en el fondo del espfritu que aun aver­glienzan a torpes mestizos. Sentimien­tos que dehen enorgullecer: estan ali­mentados por una tierra prenada de ~avia viril e inquietante, por ulla san­gre ardiente que lIego hasta nuestro corazon al traves de sucedaneas gene­racione:;. que supieron scr gloriosas, propietarias de Ameri-ca, de esta Ame­rica sobre la que se pa\eo el alma de los mayas con su rneloJico Peg'L'io.

Hayen la psicologfa de los moti­vos indigel1<L'i, fuera de otros interescs, una pluralidad de magnificos elcmen­tos para la arquitectura de un arte di­ferente, radicalmente diferente. De ello se han dado cuenta, entre otros, Car­los Merida, quien 10 ha manifestado con enfasis al traves de su pintura, Rafael Yela Gunther, sobre la piedra, a la manera de los grandes escultores mayas; y Ricardo Ca'ltillo que ha he­cho otro tanto: ha interpretado esa psi­cologfa por medio de la musica. Oyen­do la musica de su creacion, netamente americana, netamente maya, concebi­da y presentida por su aristocratica sen-

sihilidad. surgen de nuevo los latidos de los coraz()nes que palpitaron bajo la tutela de las cosmogonias <lut6ctonas en que imperahan raros dioses vigilantes de aquel\os destinos, que fueron los precur-sores de los des­tinos actuales.

La sangre americana vive propen­sa a deshordarse al conjuro de sus Illotivos ancestrales, de sus fuerzas cie­g:L) Hay que estar en medio de una selva guatemalteca que ronca de so­leillnidad, frente a esa otra solelllni­dad illlpregnac!a de silencio historico en que moran las ruina'l que ostentan la elocLlencia del arte maya, para re­iacionar el inOu jo de una rat.a sohre eI tropico lujuriante. Oyendo la musi­ca de Ricardo Castillo, Illusica que Ie da valor verdadero a esa atmosfera que tluye de la tierra madre, se siente la necesidad de reincorporar los princi­pios suostan-ciales de aquellos desti­nos a los destinos actuales. Y Ricardo Ca)tillo es uno de los operarios de esa labor, extrayendole a los tieillpos cul­Illinantes de la raza las posibles subs­tancia) esteticas para fundar el arte de esta latitud. Jeroglfficos. Idolos. Gue­rreros. Sacerdotes. Sfmholos y mil" sim­bolos. Y cuantas cosas mil" moviendo­se en este va'llo escenario todo Ileno de pujante primavera que impregna la sangre. Ricardo Ca,tillo, temperamen-

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to entusiasta, se ha apoderado de estos originales elementos, introduciendose ha<;ta 10 mas legendario, hasta donde es posible, que llegue su af'ilada intui­cion de artista americana.

De este entusia<;mo ha nacido el intento de realizar el alma indfgena dentro del poema musical. Es ello el fruto de la fe poetica de Ricardo Ca<;ti-110, de su fe en las razones de la sangre dominante. Y aunque no surja una musica aut6ctona evidente, porque de ello no, hablan los cOdices con exacti­tud, hay suficiente motivo para inter­pretar el espfritu maya por media de la musica. Y de ello puede L1fanarse este gr:l/1 artista, dando al lllundo del so­nido la interpretacion de esos motivos que aun viven soterrados bajo este cie-10 calido.

Aparte de eso, Ricardo Casti 110 tie­ne en sf la pasta vibrante del poeta que se emociona ante las cosas que forma­ron la psicologfa de America. Su vida la ha dedicado a la musica, y la musi­ca que ama es la que arranca de los cimientos mayas. Su juventud ha sido su mejor tributo para este renacimien­to que cada dfa que pasa pugna por abrirse el ambiente en que dehe vivir con toda plenitud.

Escuchando la serie de impresio­nes denominadas "Guatemala", se encuentra la prueba mayuscula de su intento artfstico realizado felizmente. Hayen esas "Impresiones" una deli­cada ponderaci6n del sentimiento ra­cial , una construccion con la trans­parencia de un hilo de agua, una se­lecci6n de sonidos aUl6ctonos, que Ie dan una arlfstica vitalidad al lema y una direcci6n segura hacia la'i causas que 10 animan.

Es innegable que para dar el sen­tido ancestral ala musica; para dar ese sabor que no es mas que un subcons­ciente etnico, Ricardo Castillo Ie ha cledicado su am or a los motivos que constituyeron la pSicologfa. maya en su epoca gloriosa. La musica no tiene como la pintura 0 la arquilectura ele­mentos concretos sobre los que pLleda reconstruirse. Para esta musica. uni­camente existen motivos intangibles que solo pueden autenti-car los tem­peramentos hondamente poeticos. Lo mas real, que el artista tiene por de­lante es la psicologfa que encierra la Biblia Maya 0 el espfritu con que se yerguen la<; monumentales ruinas ar­qUitectonica'l. Fuera de ello, esa psi co­logfa que queda en el elemento aun vivo del indfgena actual, es solamente un motivo degenerado, un pobre mo­tivo para poder formar el argumento

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total de ulla obra de arte de orden au­tocLOno

Sabre lado, en musica, el artista tiene que disponerse a intuir oyendo los propios latidos de su corazon; a poner el aIda sobre esas ruina'l que aca'lo conserven el rumor del pa<;ado como un roer de polilla. Los jerogllfi­cos, las estatuas de ojos vaclos, todos esos personajes tall ados en piedra 0 en jade que hoy han surgido del seno de la tierra y que han llegado asomhra­dos a los Museos, estan eternamente mudos. Ellos no pueden revelar la musica con que nacieron y se glorifi­caron; ellos solo pueden insinuar el espfritu que animo a Ia raza de quien fueron sagrados iconos. De aliI que Ricardo Castillo se base en su instinto artlstico y oyendo con pasion hL<; pal­pitaciones de la historica tierra de Tecun Uman, haya logrado acercarse hasta ese sentimien to maya que se res­pira encerrado en la umhrosidad de las ruina), en esa mfstica urdimbre social de que esta compuesta la Biblia de la raza, de la raza poetica. Despues de escuchar su Serie de Impresiones, hay suficiente razon, para creer en el mo­numento de una musica que nos dis­linga i Una musical Una musica como pooemos decir de una pintura, por obra y gracia de Carios Merida, una escul-

tura. como podemos decir mediante las manos de Rafael Vela Gunther.

En las lmpresiones de Ricardo Ca'ltil\o, que son consti-tutivas de nues­tra musica, no hace falta nada a la rea­li zacion del intento, ni sobra. Arroba ese lema del tambor que repercute con calculado volumen acompanando la melodfa narrativa, ca<;i bucol ica, que sostiene el motivo psico logico. Desde la impresion denominada "En el Atrio de la Iglesia", hasta "La Fiesta", 0 sea el final de la serie en que, a pesar del sentido alegre de la escena, para darle relieve a la emotividad de la raza ac­tual e incontami-nada, no se eclipsa Ia mortal melancolfa, se advierte b tenacidad de la sangre, el ritmo cons­tante del corazan criol lo. Melodfa del­gada que recorre, el estupor de un pa­norama lIeno de confusas corrientes nativas. Estas impresiones musicales sugie-ren cuantos asuntos esteticos. La seriedad de la musica autac-tona arranca de la fe ancestral, id6latra y guerrera; musica cuya idealidad, no obstante residir su germen en nuestra sangre, .'Ie hace remota dentro su poematica. Y en ello tal vez eslribe su gentileza acustica, su ausencia de ero­tismo para asaltar la epidermis de la emoci6n de los auditorios populares.

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EI talento de I<icarJo C~l~li ll o para realizar esa fi naliclacl eslelica, liencle a simplificar, a clepurar los 1ll0livos, a desnudar-Ios de toclo aquello que pue­da 1l10clificar su esencia, la cual , en la cornposicion clebe expollerse 10 mi~

exactamente posible, siendo estc pro­posito una exigencia en el esti lo del composi tor. Para ello Ccl'ilillo cuenta con una intuicion conslructiva y un ann ado tacto. Tacto para no valerse de recursos innecesarios sino cle 10 que puede ser fundamental al argumento. Talento para la organizacion de los ele­mentos originales. Y la gracia, la gra­cia proviene de, su apa'iionado y refi ­nado espfritu poetico. He allf la anlla­zon de que esL1 dotacla su prestancia cle gran artista. En artist;L'i 10 suficien­temente solidos no se observa el recur­so cle los efectos, porque s610 ellos tie­nen la fuerza cle crear con los indis­pensables materiales de construccion, solo con 10 poetico, con 10 profunclo, con 10 esencial. EI detail ismo opaca la medula clel problema y resta etemidacl. "Muchos autores---{)bserva Nemesio Garda Naranjo, hablando de literatu­ra---creen que por que se cleclican a hal agar a las masas ya entraron en su corazon. iY no! Cualquier cuento de Perrault que hablade princesa'l encan­tada) gusta mas a los mineros que la novela Germinal, de Emilio Zola, cuya terrible accion se desarrolla en el co-

raz6n de una Illina". Y el lo es estetica­mente natural. EI decto no cia resulta­do sino en los mftines polfticos en que la demagogia adquiere caracteres de erupcion; pero, despues de los discur­sos cle fuego, no queda sino la ceniza.

;\ca'lo Ricardo Castillo para la consumaci6n de sus obra~ tenga un sentido mas simb6lico que realista. Sus acuarelas musicales, sin tocar directa­mente los signos concretos 0 expresos, dan subjetivamente mejor la sensacion caleidoscopica de la naturaleza que ha servido tambien de inspiracion a este artista. Sugiere antes que narra, esta naturaleza abrupta, lujosa, loca de tri­nos gravida cle arom;LO; Sus acuarelao; o poem as, ticnen asf m;L~ horizonte espiritual , mil) motivo. Dentro de sus delicada~ forma~ se advierten densa) emociones. Interpretacion suti I de esta vida Gil ida y jugosa; cocoteros, calor telurico que se convierte en vaho, en nube, mientra~ alia en la alta cumbre awlenca, el pi no peina la cahellera de los vientos.

Oyendo su poema "Primavera", se comprende en primer lugar la juven­tudcon que el tropico impregna, a sus artista'l, y en segundo lugar, la indis­cutible aristocracia en el temperamen­to oe Ricaroo Ca~tillo para concebir dentro de una verdadera, transparen-

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cia de forma'; el conjunto del poema. No hay aglutinamiento de adjetivos, ostentacion insubstancial. Hay una parquedad, sugeridora que hace sabo­rear el matiz reconcentrado, que sin ser prolija, hace experimentar la dilacion del horizonte, la altitud poetica del perfume de esta primave ra, de este tro­pico, adolescente que germina, en vi ­braciones perennes, poema que sienta presagios entusiastas. Poema de fe, que hace creer y despertar en un alba lIena de grandeza, que amanece diariamen­te sobre los campos surgiendo de las selvas: hay que creer en esto que es rea­lidad, en los Andes y su fuerte adoles­cencia, en el azul que cubre los Andes.

En Hicardo Castillo, al igual que su hermano, el insigne y fecundo Je­sus Castillo, existe la tremenda fe telurica y el cromatico: delirio maya. Despues de haber vivido por quince anos en la capital de Francia, al [raves de tan magnifica prueba, ..'iU espfritu

fue siempre americano. Decantaci6n de quince ([ 110S . Despucs de eso se puc­de ver en su temperamento la seguri­dad por la causa. Y oigo la musica de este compositor, y declaro que me afec­ta pocticamente; me situa en un pre­sentido clima etnico. Siento que se ye lc

gue su espfritu a pesar de todo. Mis aprecia-ciones estan a la altura de mi sangre y me ufano de sen tirme ameri­cano. Me solidarizo con el afan de Jose Clemente Orozco, de Eustasio Rivera, de Romulo Gallegos, de Salarrue. Ten­go una especie de religion hac iaMal'­tin Fierro, y mas que todo , por Moctezuma y Manco Capac. Y por Tohil ... Oyendo la musica de Hicardo Castillo, conmovido hasta los huesos he pensado con el fil6sofo : "iPara que alterar la forma interna de la vida?" Guatemala, hembra primaveral, tiene vida interna propia y hay que impo­nerla. He all f una insurrecci6n del arte nuestro.

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