la espiriwalidad seglar. naturaleza y principios

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ESTUDIOS LA ESPIRIWALIDAD SEGLAR. NATURALEZA Y PRINCIPIOS a) ACTUALIDAD DEL TEMA A nadie sorprenderá que comencemos afirmando la actualidad del tema. Desde hace más de treinta años preocupa a los que se dedican al estudio de temas eclesiales. Está enmarcado dentro de la problemática que pre- senta el laicado. Y el laicado es hoy en la Iglesia un tema que apasiona. Los índices bibliográficos de estos últimos tiempos apoyan esta nuestra afirmación. Cuatro mil y pico son las obras que estos índices tienen regis- tradas, dedicadas al estudio del problema del laicado católico. La celebración del Concilio Vaticano II ha venido a consagrar esta actualidad (0). A consagrar y no a crear, porque esta pasión por lo seglar se sentía ya en la Iglesia antes del Concilio. Y se sentía en un orden cien- tífico y en un orden pastoral. El clima teológico estaba preparado antes que por nadie por la actuación doctrinal de los Papas, en especial del Papa Pío XII a través de dos encíclicas, Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) y Mystici Corporis (29 de junio de 1943), y de dos Discursos diri- gidos a los dos Congresos mundiales de Apostolado seglar reunidos en Roma los años 1951 y 1958. Tras de él y en tomo a sus directrices magis- trales, se reúnen los teólogos, dedicándose apasionadamente al estudio de esta problemática del laicado. Congar, Philips, Rahner, Spiazzi, Papali, Jubany, Alonso Lobo, Bonet, Huerga, Sauras, etc. El clima pastoral estaba creado por esa incorporación viva, operante, (*) Este trabajo está pensado y escrito antes de la promulgación del decreto sobre "El apostolado seglar" del Vaticano Ir. q

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ESTUDIOS

LA ESPIRIWALIDAD SEGLAR. NATURALEZA Y PRINCIPIOS

a) ACTUALIDAD DEL TEMA

A nadie sorprenderá que comencemos afirmando la actualidad del tema. Desde hace más de treinta años preocupa a los que se dedican al estudio de temas eclesiales. Está enmarcado dentro de la problemática que pre­senta el laicado. Y el laicado es hoy en la Iglesia un tema que apasiona. Los índices bibliográficos de estos últimos tiempos apoyan esta nuestra afirmación. Cuatro mil y pico son las obras que estos índices tienen regis­tradas, dedicadas al estudio del problema del laicado católico.

La celebración del Concilio Vaticano II ha venido a consagrar esta actualidad (0). A consagrar y no a crear, porque esta pasión por lo seglar se sentía ya en la Iglesia antes del Concilio. Y se sentía en un orden cien­tífico y en un orden pastoral. El clima teológico estaba preparado antes que por nadie por la actuación doctrinal de los Papas, en especial del Papa Pío XII a través de dos encíclicas, Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) y Mystici Corporis (29 de junio de 1943), y de dos Discursos diri­gidos a los dos Congresos mundiales de Apostolado seglar reunidos en Roma los años 1951 y 1958. Tras de él y en tomo a sus directrices magis­trales, se reúnen los teólogos, dedicándose apasionadamente al estudio de esta problemática del laicado. Congar, Philips, Rahner, Spiazzi, Papali, Jubany, Alonso Lobo, Bonet, Huerga, Sauras, etc.

El clima pastoral estaba creado por esa incorporación viva, operante,

(*) Este trabajo está pensado y escrito antes de la promulgación del decreto sobre "El apostolado seglar" del Vaticano Ir.

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de los seglares a las tareas de la Iglesia, a través de los distintos movi­mientos apostólicos, organizados o sin organizar, dentro o al margen de la Acción Católica, con carácter mundial, internacional o nacional. Ejemplos, Apostolado del mar, Protección a la joven, Damas de la Caridad, Congre­gaciones marianas, Cáritas, por no citar sino unas cuentas de las treinta y ocho asociaciones de seglares, que con carácter mundial, viven en ten­sión los problemas apostólicos de la Iglesia.

y es que no tenemos que olvidar que el seglar está adquiriendo en nuestro tiempo una importancia grande dentro de la vida de la Iglesia. Es un tópico, pero no deja por eso de ser expresión de una realidad, que nuestro tiempo es eclesialmente la hora de los seglares. Lo ha reconocido así Pablo VI cuando ha escrito: «Es la hora del seglar, I porque hay un despertar en ellos de la conciencia eclesiaL .. porque es el momento en que tantos seglares descubren mejor su vocación; oo. porque la Iglesia fija su atención maternal en el laicado católico en todas sus etapas, en todas sus manifestaciones, en todos sus problemas» (1). Los seglares irrumpen con fuerza en todos los campos del quehacer eclesial. Y como no podía ser menos, también en el de la espiritualidad cristiana.

Es este capítulo de la teología del laicado el que ocupa un puesto de principalidad. Por eso es un «tema que se ha puesto al rojo vivo en los últimos años. Su modernidad, su vivacidad, explican el gozo apasionado con que se estudia» (2). Detro y fuera de España ha merecido la atención de teólogos, de Congresos científicos, de Semanas de estudios. Sólo en el ámbito nacional, recordamos las Conversaciones Católicas de San Sebas­tián (3), las de Gredos (4), Semana de Espiritualidad de Salamanca (5), de Teología de Madrid (6), los cursos de verano de Santander (7). Hasta una revista comenzó a publicarse con este nombre de Espiritualidad seglar.

y cosa curiosa. Ha despertado el interés no sólo de los profesionales de la teología, sino también de los mismos seglares, que se han preocu­pado de estudiar, de reflexionar, sobre su propia espiritualidad. Es un buen síntoma, que no podemos menos de alabar. Aunque esto haya retrasado quizás el momento de una solución clara, definitiva al problema de la espiritualidad de los seglares. Porque hoy, después de ese estudio apasio­nado que se viene haciendo hace varios años del tema, está todavía lejos de haber adquirido el grado de madurez suficiente cOmO para producir esa uniformidad de los problemas resueltos. El P. Huerga escribe en un estudio reciente dedicado al tema: «La impresión que produce este pin­toresco panorama (la variedad, diversidad, policromía de las soluciones) es, quiérase o no, descorazonadora. No es difícil que un ojo avizor, des-

(1) El pensamiento de Pablo VI sobre el lalcado y la Acción Católica, "Eccle-sia", afio 24 (1964) n. 1185, p. 17.

(2) A. HUERGA, La Espiritualidad seglar. Barcelona, Herder, 1964, p. 7. (3) Conversaciones Católicas Internacionales, 1953. (4) El mismo afio. (5) Se celebró en Salamanca en 1957. Y aparecieron sus estudios en un volu­

men editado en Barcelona en 1958. (6) Del 14 al 19 de septiembre de 1953. (7) El celebrado el verano de 1953.

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pierto, crítico, sienta ante el variado paisaje teológico, la tentación de sos­pechar que, si andan así las cosas, no debe ser de muy palpable bulto la espiritualidad seglar específica» (8). Esto quiere decir que está justificada toda insistencia sobre él.

b) PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Existe falta de uniformidad y precisión de conceptos. Y no sólo cuando se trata de estudiar el nombr~ de espiritualidad, sino también de espiri­tualidad seglar. Porque mientras para unos, espiritualidad seglar es equiva­lente a teología del laicado, con todas las perspectivas que encierra en su contenido esta teología, para otros es sólo la vida espiritual del simple fiel en la Iglesia de Cristo, pero la vida espiritual en lo que tiene de específico y peculiar.

Nosotros entendemos por espiritualidad seglar la vida espiritual del simple fiel dentro de la Iglesia de Dios. Y cuando estudiamos el problema que esta espiritualidad plantea, intentamos dar con la naturaleza especí­fica de la misma, si es que la tiene, naturaleza que sirva para distinguirla de cualquier otra forma de espiritualidad cristiana.

Porque lo que nadie discute ya hoyes el hecho y la existencia de una espiritualidad de los seglares, en el sentido, de que los seglares estén lla­mados a vivir lit espiritualidad cristiana. Negarlo sería sostener posiciones arrumbadas ya hace tiempo y fomentar un absentismo y conformismo en el mundo seglar, que redujera injustamente las virtualidades del evangelio de Cristo. Hoy no se pueden cerrar las puertas de la santidad a los seglares; ni se debe mantener esa concepción de un cristianismo desvaído y media­tizado, en el que debiera sestear la mayoría del pueblo de Dios, la parte cualitativamente más importante de la Iglesia. Los seglares deben sentirse embarcados en la gran aventura de la espiritualidad cristiana, porque lo están en la de la santidad. Ser santo es un deber en la vida del seglar también. Lo contrario es empequeñecer el carácter universal del don de Dios a los hombres, Cristo, y desconocer las enseñanzas claras, terminan­tes, de la Revelación sobre esta materia. Sobre ellos pesa también la pa­labra de Pablo, «esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Tes 4, 3) y las del Maestro: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es per­fecto» (Mt 5, 48). San Pablo, consecuente con su pensamiento, llama a los cristianos, santos. Aún más. Da a entender que esta denominación le sirve en sus locuciones, para designar a los simples fieles. Escribe en Filipen­ses 1, 1: «Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en

(8) A. HUERGA, O. c. p. 78. Esta misma impresión nos reflejan otros autores; EMILIO SAURAS, ¿Espiritualidad especifica seglar? Carta abierta al R. P. Alvaro Huerga, "Teología Espiritual" 1 (1957) 493. S. FuSTER, Estudios sobre espiritualidad seglar (Boletín sintético-informativo), "Teología Espiritual" 2 (1958) 503.

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Cristo Jesús que están en Filipo con los obispos y diáconos». Los santos pa.raPablo son los cristianos simples, purificados de sus pecados por medio del bautismo y llamados a una vida santa, porque el bautismo les incardina a un pueblo santo, segregado de los demás pueblos. Los cristianos por el bautismo son ciudadanos del pueblo de Dios, de la Iglesia. Y la Iglesia es esencialmente santa. Pero la santidad en ella no es sólo una nota apolo­gética que sirve para distinguirla de las demás confesiones religiosas, que no son Iglesia de Jesucristo. Es algo más. Es una tension vital, que coge todo el ser de la Iglesia, desde la cabeza a los miembros, y se impone a ella con un quehacer fundamental, sustantivo, que tiene que realizar. Por eso esa tarea debe preocupar a todos los miembros. También a los segla­res, para quienes se han creado asimismo las cimas elevadas del desarrollo pleno de la vida de Dios en los hombres.

Pero insistimos, que no es este el problema que plantea la espiritua­lidad seglar. No es un problema de hecho, sino de naturaleza. Se trata de descubrir no que el seglar esté vocacionado a la santidad, sino que esté llamado a vivir su propia santidad. Aquella que le facilite ser fiel a su silueta de seglar. Se trata de descubrir la posibilidad de que el seglar responda a su vocación de santidad, en, desde, a través, de su seglaridad. Porque entendemos que el seglar no debe santificarse, haciéndose sacer­dote o religioso. Ni su vida puede consistir en copiar el talante espiritual de ninguna de esas dos personas en la Iglesia. Sino que pensamos que debe tener dentro de la Iglesia de Cristo, una forma característica de vivir su vocación de santidad, que no le fuerce a abandonar su postura laical, ni a traicionar su talante de seglar. ¿Pero esto da pie para hablar de una espiritualidad propia del seglar? Y en caso afirmativo, ¿cuáles serían los pricipios que la caracterizaban?

e) SENTIDO DEL PROBLEMA

1) Cuando preguntamos por una espiritualidad propia del seglar no tenemos la pretensión de encontrar una espiritualidad al margen de la espiritualidad cristiana. La espiritualidad seglar es espiritualidad cristiana o no es nada. Toda espiritualidad auténtica debe ser desarrollo de la gracia divina. Y toda gracia divina en la actual economía, es gracia redentora, gracia cristiana, porque es Cristo quien nos la ha merecido y quien nos la comunica a los hombres. La espiritualidad seglar, ha de estar, por tanto, encuadrada dentro de la espiritualidad cristiana. En este sentido no puede hablarse de personalidad propia. Como tampoco de espiritualidad sacer­dotal o religiosa. Todas son espiritualidad cristiana.

2) Tampoco preguntamos por una espiritualidad seglar aislada de una manera total de la espiritualidad religiosa o sacerdotal. No puede la espi­ritualidad seglar llegar a este grado de independencia. Por dos razones.

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Primera, porque tiene elementos comunes con esas otras formas de espi­ritualidad -no olvidemos que todas son espiritualidad cristiana-o Por eso han de entrar en ella idénticos elementos santificadores que en las otras. El mismo fin, las mismas virtudes teologales y morales, idénticos sa­cramentos, aunque no todos sean los mismos, la misma necesidad de una ascética de cruz y de renuncia, etc... La segunda razón, es porque esta espiritualidad no puede desentenderse, de una manera total, de los sujetos que viven esas otras dos formas de espiritualidad cristiana. Los seglares, aun en materia de espiritualidad, han de estar sometidos siempre a las orientaciones de la jerarquía, y en muchos aspectos a los sacerdotes. De éstos, han de recibir las orientaciones doctrinales, y de ellos les ha de venir una de las gracias más eficazmente santificadora, la gracia sacra­mental. Los sacramentos personales, si no se los administran los sacerdotes, ellos a sí mismos, en circunstancias normales, no pueden administrárselos. Porque el ministro ordinario de los sacramentos -prescindimos aquí del matrimonio, y de aquellas .circunstancias excepcionales en la vida del hom­bre en las que un simple laico puede administrar el bautismo- es siempre el sacerdote.

S) La personalidad propia de la espiritualidad seglar no quiere decir nada de las demás formas de espiritualidad cristiana. Huimos en absoluto de toda comparación entre las distintas formas de espiritualidad. La dis­tinción no encierra oposición. Y mucho menos desprecio de las demás. «Las comparaciones -escribía Cervantes- que se hacen de ingenio a in­genio, de valor a valor, de hermosura a hermosura, de linaje a linaje, son siempre odiosas y mal recibidas» (9). También entre espiritualidad seglar y las demás espiritualidades cristianas molestan las comparaciones. Y más si se carga el acento sobre la espiritualidad seglar con disfrazado o abierto desprecio para la religiosa (10).

Lo único que nos interesa es descubrir esa personalidad propia de la espiritualidad seglar, si es que la tiene, sin afán por establecer juicio valo­rativo ni en sí misma, ni en relación con las demás formas de espiritualidad. Todas, dentro de la Iglesia, desempeñan un papel trascendental y muy digno.

(9) CERVANTES, El Ingenioso Hidalgo D. Quijote. II parte, C. 1. (lO) LILí ALVAREZ en su libro En tierra extraña, Madrid, Taurus, recarga en

este sentido las tintas y tiene frases que suenan a poco aprecio de la espiritualidad monástica, asi cuando llama a la espiritualidad seglar macho, y a la religiosa hem­bra (p. 111) Y cuando a la espiritualidad religiosa la cuelga una serie de sambe­nitos, y la hace fuente de una serie de adherencias que la autora se complace en fustigar con un regusto mal disimulado. Para ella de la espiritualidad monástica ha surgido el católico burgués, el beato, la piedad dulzona de pías asociaciones. Hasta llega a la peregrina afirmación en su optimismo por la seglaridad de que los religiosos han pasado de moda. Hoy por hoy resultan a la inmensa generalidad demasiado alejados... en el tiempo. Un hijo de San Bernardo o un camaldulense nos parecen unos seres fantásticos, un poco como si hubieran escapado de las mi­niaturas de algún grueso códice medieval, según el método de Walt Disney" (p. 226). Por el contrario, hoy se ha levantado el sol de la seglaridad, que es el que la His­toria ha alzado en el firmamento de la era que acabamos de comenzar" (p. 212). Recomendamos la lectura del estudio que sobre el pensamiento de Lilf hace el P. Huerga, E'spiritualidad monástica y espiritualidad seglar. Análisis, elogio y crí­tica de una teoría, "Teología Espiritual" 1 (1957) 249-291.

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d) NOCIONES PREVIAS

Para la recta solución del problema es necesario convenir en el signi­ficado de los términos del mismo. En nuestro caso dos son estos términos: espiritualidad y seglar.

1) Espiritualidad

La palabra espiritualidad tiene en su línea etimológica la estructura literaria de las palabras abstractas. Sin embargo su contenido real y doc­trinal es bien concreto, real y vivo. Y es este el que nos interesa a nosotros. Más aún. Nos interesa no cualquier forma de espiritualidad, sino una, la cristiana. Porque decíamos más arriba, que la espiritualidad seglar es espi­ritualidad cristiana.

Ahora bien; la espiritualidad cristiana, es la vida espiritual que vive el hombre cristiano. Con esto no hemos dicho nada. Pero hemos dicho lo suficiente para arrancar del terreno de lo abstracto, el significado del voca­blo espiritualidad, y afincado en un orden determinado de seres concretos. Pero la espiritualidad cristiana, no sólo es una vida espiritual vivida por el hombre. Es una vida de unos contornos propios y especiales. Es una vida, que vive el hombre a través" principalmente del alma, pero que en ella entran elementos que superan las exigencias de su ser natural. La espiri­tualidad cristiana es una espiritualidad sobrenatural. Según esto podemos, concretando las exigencias o contenido de esta espiritualidad cristiana, se­ñalar los siguientes elementos integradores de esa vida espiritual. Toda espiritualidad cristiana, ha de entrañar: 1) Un sujeto, que posee este ser y se beneficia de esa vida. Este sujeto no es sólo el alma .. Es el hombre entero; el alma y el cuerpo (11). 2) Un elemento espiritual vivido por el hombre, que es Dios uno y trino, presente en el hombre y comunicándole ese ser y esa vida sobrenaturales. 3) Esta comunicación de vida se hace no de una forma inmediata, sino mediata. Se realiza a través y por medio de Cristo, cuya acción redentora compensa al Padre el pecado del hombre y nos merece a los hombres la vida divina (12). 4) Este Cristo nos merece y nos comunica a los hombres unas realidades creadas a través de las cua­les se realiza esa unión del hombre con Dios. Son la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Esta gracia, que pre-

(11) Suma Teológica, 3, 8, 2. (12) Id. 3, 8, 1; 43, 3.

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senta en la actual economía el matiz de gracia cristiana, se nos comunica por medio de los sacramentos (13). 5) Y, finalmente, estas gracias habi­tuales y permanentes, vienen a ser ayudadas en sus distintas etapas por otra serie de gracias que la teología llama gracias actuales.

Según esto, la espiritualidad de la que estamos hablando, es cuetión de la gracia, puesto que es vivencia de Dios en el hombre. Y esta vida se obtiene por medio de la incorporación a Cristo. Y sustancialmente toda ella se reduce a una sola realidad, a la caridad. Todo cuanto hemos seña­lado está diciendo esa relación con ella. Porque la caridad, desplegándose hacia arriba, se encuentra con sus causas eficientes: Dios, Cristo, los sacra­mentos, y con la gracia habitual de cuyas entrañas dimana. Y en un mirar hacia abajo la caridad florece en una floración de virtudes infusas, de dones del Espíritu Santo y de frutos del Mismo. Por eso en la caridad se resume todo cuanto perfecciona al hombre sobrenaturalmente. La perfec­ción de todo ser está en la unión con su fin. Y la del hombre en su unión con Dios, Uno y Trino, que se realiza por y en la caridad (14).

Estos elementos, como elementos esenciales, han de encontrarse en toda forma de espiritualidad cristiana. Todos, so pena de dejar de ser cristianos, tienen que poseer y desarrollar esas realidades divinas puestas por la espi­ritualidad cristiana en sus almas. La espiritualidad sustancialmente no será más que eso.

2) Noción de seglar

Comencemos asentando un hecho. Es el siguiente. Nosotros usamos in­distintamente la palabra laico o seglar, para significar la misma realidad. Prescindimos por tanto de la propiedad o no propiedad de una u otra para expresar el verdadero rostro de esa porción del pueblo de Dios, que se conoce con el nombre de seglares o de laicos (15).

El concepto laico es un concepto cristiano. Los significados que en· el curso de la historia ha ido revistiendo este nombre, no son ni los primi­tivos ni los fundamentales. Son expresión del alejamiento que ha padecido esta palabra de su significado de origen. Así ese sentido antirreligioso o solamente arreligioso que es de uso corriente en la actualidad. Tan co­rriente que oficialmente en castellano sólo se le reconoce ese sentido (16). Pero repetimos, que no es ese el único significado ni el primero. Sino todo lo contrario. Encierra un sentido sacral y religioso. Porque laico y laica do, se deriva de la palabra griega laós, que en el lenguaje bíblico y de tradi­ción siempre ha sido usado para designar el pueblo de Dios, un pueblo,

(13) Id. 3, 62, 1, 2. (14) In 11 Sent. dist, 18, 2, 2; Suma, 2-2, 184, 1. (15) Para otros es distinto. Cfr. E. SAUNAS, Apuntes de espiritualidad seglar,

"Teología Espiritual" 3 (1959) 210. (16) Puede verse Diccionario de la Lengua, de Casares.

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por lo mismo, santo, consagrado, separado de los demás pueblos no con­sagrados. Este pueblo no consagrado se denomina con el vocablo «etne». Los textos son fáciles de entresacar de las páginas de la Escritura. Solo dos como prueba. « Porque tú eres un pueblo santo a Yavé tu Dios. Yavé tu Dios te ha elegido para ser el pueblo de su porción entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra» (Dt 7, 6). Y San Pedro dice, refiriéndose a los cristianos: «Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición» (1 Pe 2, 9). Y el mismo apóstol cali­fica al otro pueblo, como no pueblo, porque «los que no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios (Id 2, 10). Laico entonces será el ciudadano de este pueblo. Cierto que en este sentido no aparece en la Escritura, donde los miembros de ese pueblo de Dios son designados con otros vocablos: kletoi (llamados) hagioi (santos) mathetai (discípulos) y sobre todo, adel­phoi (hermanos). Porque no importa. El sentido es el mismo. Son expre­siones que sirven para significar todo cristiano, sea seglar, religioso o sa­cerdote.

En este primer sentido, que es el que aparece en la Escritura, el laico ha de tener todos los elementos que hemos señalado antes de la espiri­tualidad cristiana. Por eso el laico en este sentido no es un ser profano. Por el mero hecho de ser miembro del pueblo de Dios, de ese pueblo santo, él es también algo santo, algo sacral. Porque es miembro de un pueblo donde todos son santos, por haber sido elegidos y llamados, por ser miembros de la santa ciudad de Dios, amados de Dios (Rom 17; 1 Cor 1, 2), por haber sido trasladados del reino de las tinieblas al reino de su Hijo predilecto (Col 1, 13). Está destinado al servicio de lo divino por medio de una consagración, elemental, pero realísima, que se le ha dado por medio del bautismo.

Pero no es este el sentido que principalmente nos interesa ahora de la palabra laico. Este es común a todos los miembros de la Iglesia. Y la espiritualidad seglar no se refiere a todos los cristianos, sino a una condi­ción o clase determinada de cristianos. El laico tiene también este signi­ficado. No sirve sólo para expresar al miembro del pueblo de Dios, al cristiano por oposición al pagano, sino a unos cristianos determinados. Este sentido no aparece en la Escritura. Pero sí en la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. El primero que lo usa en este significado restrin­gido dentro de la Iglesia es San Clemente Romano, si bien es verdad que hay que esperar tres siglos para que este sentido de la palabra laico se generalice. «Verbum laici derivatur a graeco laos quod s. Petrus in prima Epistola (2, 10) adhibet de universo populo fidelium christianorum. Inde ortum est verbum laicoi quo iam utitur s. Clemens. Postquam a s. Justino pariter populus christianus apellatus est laos, inde a tempore Tertulliani et s. Cipriani laici per modum stabilis terminologiae dicuntur fideles a clero distincti» (17).

Esta distinción entre el laico y el clérigo no se ha discutido nunca en la Iglesia. El Código de Derecho Canónico ha venido a consagrar tal dis-

(17) WERNZ-VIDAL, Ius Canonicum, LL: De personis. Roma, 1943. p. 69.

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tinción. «Por institución divina hay en la Iglesia clérigos distintos de los laicos» (can. 107). Pero, ¿en qué descansa esta distinción?

El Derecho Canónico pone esta distinción en la presencia en los clé­rigos de una potestad de orden, y la ausencia de esta en los laicos (18). No que los laicos no sean también consagrados, sino que no son portadores de una consagración especial, selecta, de jerarquía. El clérigo sí la tiene. Arranca del carácter que imprime el sacramento del Orden, que el seglar no ha recibido. Según esto, laico en este sentido será todo aquel que no ha recibido ninguna ordenación, que no está constituido en las Ordenes sagradas. Así pueden serlo los cristianos que viven en el mundo y los que viven en los conventos.

Pero se pueden considerar las cosas desde otro punto de vista. No desde una perspectiva canónica y teológica, sino desde un punto de vista antro­pológico; es decir desde las condiciones en que el hombre vive la vida cristiana en ese pueblo de Dios que es la Iglesia. Y entonces el significado de laico se concreta, y se configura todavía más en la Iglesia de Dios, en­cerrándole en una categoría especial, inconfundible no sólo con la sacer­dotal, sino también con la monástica o religiosa. Es el aspecto que ponen delante antes que otro las Decretales, cuando escriben: «Hay dos clases de cristianos: una, la de quienes se dedican al oficio divino, a la contem­plación y a la oración, y deben estar ausentes de las cosas temporales. Son los clérigos, o consagrados a Dios. El «Kleros» griego equivale a la «suerte» latina. Estos se llaman clérigos, que es lo mismo que elegidos, porque a todos los eligió Dios [ ... ]. La otra clase de cristianos son los laicos. «Laos» quiere decir pueblo. A éstos les es lícito poseer [ ... ], les está concedido casarse, cultivar la tierra, juzgar, llevar pleitos, colocar las obla­ciones en el altar ... y se salvarán si, además, evitan todo mal» (19).

Existen, pues, desde la respuesta que la Iglesia da al Señor, como pue­blo consagrado, dos especies de miembros. Unos, a los que las Decretales llama clérigos, en el sentido etimológico, aunque no jurídico, de la palabra, y los laicos, o seglares (19 bis). Aquéllos ofrecen a Dios una respuesta total. Su entrega es absoluta a Dios y al servicio de las cosas divinas. Esta respuesta total trae consigo una renuncia total también, afectiva y muchas veces efectiva, a las cosas temporales. A todas las cosas temporales. Dejan el mundo y los negocios del siglo. Esta renuncia puede hacerse en virtud de una consagración sacramental (sacerdote) o una consagración no sacra­mental (religioso). Cuando se hace a través de unos compromisos públicos

(18) Can. 948. Con esto la legislación canónica se mantiene al margen de la discusión, y de la verdad de la historia de que haya habido seglares que sin per­tenecer a la clericatura hayan tenido participación en la jurisdicción. Cfr. CaNGAR, Los seglares y la misión de la Iglesia. Madrid, Euramérica, 1964, p. 28.

(19) Decr. II can. XII q. 1, c. VII. <19 bis) Y desde este punto de vista algunos han descubierto no dos, sino tres

categorías de cristianos. Son el Tria genera christianorum de que nos habla la tradición con absoluta constancia, concretándolo en distintos nombres, pero por­tadores de una idéntica realidad. San Bernardo los concretaba así: "Tres emissio­nes: prima coniugatorum poenitentium in mundo; secunda, conversorum continen­tium in claustro; tertia praelatorum praedicantium et orantium pro Dei papu1o" (Sermo de divo 91. PL. 183, 710).

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y estables, sancionados por la autoridad jerárquica, en un Instituto reli­gioso, aprobado por la autoridad competente, aparece la vida religiosa, constituída en estado de perfección. Y su misión es la afirmar las trascen­dencias de la Iglesia y del Reino de Dios. Su faceta ultramundana. Entraña siempre, en cierto sentido, un alejamiento del mundo, de las ocupaciones y de las tareas de la ciudad terrestre. .

El laico, por el. contrario, tiene características distintas. Es un cristiano que tiene que proyectar su cristianismo sobre las realidades temporales. Busca la santidad, pero no por un extrañamientO' de esas realidades terres­tres, al estilo del religioso. No abandona el mundo, ni las estructuras en las que la vida del mundo ha ido encerrándose. Intenta servir a Dios, por­que ese es destino esencial en su vocación humano-cristiana, pero no ahu­yentándose de las cosas temporales, sino inmergiéndose en ellas, no evi­tando, antes bien, buscando ese compromiso activo con esas estructuras, temporales en cuanto tales. El seglar-escribía Tauler-es el cristiano que va a Dios en las cosas y por las cosas (20).

Y este es el panteamiento laico o seglar. Los demás no lO' son. Ni los religiosos ni los sacerdotes. Tampoco 10 son los miembros de los Institu­tos seculares, a pesar de su entrañamiento en el mundo. Son más bien parte de un «quartum genus christianorum» (Le Bras). Tienen un elemento que no está entrañado en la noción de laico que nosotros estudiamos; es su condición de miembros de un estado de perfección, que ellos tienen que saber aunar con su vida en el mundo. El seglar plenamente seglar, el seglar­seglar no es ni sacerdote ni religioso. Es el cristiano que no sale del mundo ni de la condición del siglo. Tiende a la santidad, porque esa es su voca­ción también, pero sin abandonar las estructuras seculares de la vida para entrar en estructuras creadas por la Iglesia en vista de un servicio total al Reino de Dios. Es el cristiano que intenta servir a Dios desde las cosas terrestres, viviendo de ellas, metido en ellas. Y es desde ellas desde donde tiene que vivir su espiritualidad. Y cumplir sus tareas eclesiales.

Porque el seglar, al estar integrado en la Iglesia, al ser la Iglesia (Pío XII) no puede ser miembro pasivo. La existencia de unos miembros pasivos en una sociedad, o en un cuerpo no es comprensible. Ni la idea de una ciudadan~ en plan sólo de usufructuar las ventajas que semejante ciudadanía puede reportar. Los Papas han venido repitiendo con insisten­cia y claridad que el apostolado es la misma esencia de la vida cristiana. Es tarea de to,dos los miembros del pueblo de Dios, de la Iglesia de Cristo, que lo mismo que Santa y Una es Apostólica; se crea urgencia insoslayable en el bautismo; se acentúa en el carácter de la confirmación, y es expre­sión, la más excelente, de la virtud medular del ser cristiano, la caridad.

Existe una tarea que la Iglesia tiene que realizar, y que la ha de rea­lizar, si no de una manera exclusiva, sí de una manera muy peculiar, a través de los laicos. Es la de hacer presente a la Iglesia en el mundo. Sacralizar lo temporal, el mundo. Esa tarea de la que habla, aplicada a Cristo, el martirologio de Navidad, y Pío XII en lo que se refiere a los

(20) Serm. 71, 2.

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fieles, en su discurso deIS de octubre de 1957. Y esta tarea es esencialmente tarea de los seglares. Y nos da la razón. Porque esta tarea no pueden realizarla, efectivamente, más «que los hombres que se hallen mez­clados íntimamente con la vida económica y social, que formen parte del gobierno y de las asambleas legislativas» (21). Por eso en otra oca­sión escribía a los católicos alemanes:, «Sois los católicos de un país altamente industrializado. A vosotros os incumbe la gran labor de dar forma y aspecto cristiano a este nuevo mundo de la industria, a sus fá­bricas y oficinas, a sus establecimientos y a toda su organización. El mundo de la industria no es la naturaleza. Pero comO' la naturaleza misma forma parte del reino de Dios. También en él el hombre se siente sometido a las leyes que Dios ha dado a todas las cosas. Señor del mundo, Cristo, por quien todo ha sido creado, es también el Señor de este mundo. Vosotros habéis de darle ese sello cristiano» (22).

Esto plantea el problema de cómo ha de realizar esa tarea el seglar. Es decir, cómo ha de hacerse cargo el seglar cristiano de la civilización, de la cultura, de la ciudad, de la economía, para conducirlas a lo.s fines que Dios las tiene asignados, para cristianizarlas. Porque estamos de acuer­do que en cierto sentido todos los miembros de la Iglesia están empeñados en esa obra de sacrilizar todas las realidades terrestres (20). Porque esta es la misión de la Iglesia. Pero es muy distinta la forma de realizar esta tarea unos y otros miembros de esa Iglesia. Los que no son seglares lo realizan desde fuera. Pero el seglar-seglar, no puede contentarse con esa manera. Adoptaría una actitud falsa. El cristiano que se sintiera extraño, dejaría la impresión de que este mundo temporal, el mundo de la ciudad, de la cultura, de la civilización, del arte, de la ciencia, del dinero, no le interesa ni seria ni verdaderamente. Y esto no puede admitirse. Es una herejía. Porque es este mundo el que Cristo vino a salvar. No vino para hacer otra creación. Por otra parte El fue quien hizo esta creación. El es el Verbo que creó el mundo y también al hombre. Y como Redentor vino a buscar este mundo y este hombre, a los que El había creado. Y es este mundo y este hombre a los que quiere salvar. El vino y entró seriamente en este mundo, se hizo verdaderamente hombre, asumió 10 humano y te­rrenal. El cristiano ha de hacer 10 mismo. Debe entrar seriamente en este mundo, asumirlo, para salvarlo, para consagrarlo (24). Y 10 tendrán que hacer desde dentro.. Como fermento en la masa. Comprometiéndose en todas las tareas, entrañándose en todos los campos, el de la producción, el de la cultura, el del arte, el sindical, el político, el social y el económico, campos donde los clérigos y religiosos o no se encuentran más que de una manera accidental y pasajera, o no se deben encontrar de ninguna ma­nera. El seglar sí; debe encontrarse, meterse en ellos, dedicarse a ellos. Esas cosas, aun en su materialidad, son un valor para él.

(21) 1I Congreso de apostolado seglar, "Anuario Petrus" (AP). Barcelona, Es-tela, 11 (1957) 173.

(22) Colección de encíclicas y documentos pontificios. Madrid, 1962, 1, p. 556. (23) A. HUERGA, Espiritualidad seglar, p. 71-73. (24) JEAN DANIÉLou, Los seglares y la misión de la Iglesia, p. 148.

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e) NATURALEZA DE LA ESPIRlTUALIDDAD SEGLAR

«Las definiciones de los diversos tipos de espiritualidad -espiritualidad seglar, espiritualidad religiosa, espiritualidad sacerdotal- deben enfocarse para arribar a su estructura específica y conceptualmente clara, desde sus mismas raíces» (25).

Estamos de acuerdo con el P. Hluerga. Las raíces de la espiritualidad seglar, como las de cualquier otro ser específico, han de ser dobles. Unas de carácter común con las demás especies o formas de espiritualidad. Otras de carácter diferenciaL propias de ella. La espiritualidad seglar ha de tener algo común con todas las demás formas de espiritualidad cristiana. De lo contrario no sería ni espiritualidad ni seglar. No sería espiritualidad, porque no salvaría las bases fundamentales que antes hemos señalado a toda espiritualidad cristiana. Y la espiritualidad seglar ya hemos dicho que es espiritualidad cristiana.O no es espiritualidad. Y no sería seglar, porque acarrearía una desfiguración del rostro seglar, que hemos descrito más arriba. El seglar es miembro auténtico de la Iglesia, personalidad genuina­mente cristiana.

Pero ha de tener también unos elementos propios, diferenciales. De lo contrario no habría derecho a hablar de una espiritualidad propia del seglar. Lo que quiere decir, que la espiritualidad seglar no. puede dife­renciarse por lo que tiene de común, sino por lo que tiene de diferencial. Dicho de otra forma: No por lo que tiene de espiritualidad, sino por lo que lleva de seglar. Claro que esto no quiere decir que sólo el elemento diferencial sea su elemento. constitutivo. La especie en todos los seres viene constituÍda por el género próximo, y no sólo por la diferencia. Por eso el estudio completo de la naturaleza de cualquier ser debe abarcar, so pena de ser parcial, el de ambos elementos integrantes de su esencia. Y con esto estimamos que, aunque admitamos una espiritualidad propia y específica de los seglares, distinta de la sacerdotal y religiosa, no co.rremos el riesgo «de perder contacto con los puntos de apoyo comunes... ni creemos que se dé la sensación de que la verdadera espiritualidad cristiana se desin­tegra» (26). La unidad de la espiritualidad cristiana no se rompe por esta proliferación de espiritualidades. No estamos de acuerdo con el P. Feret, que estima que esta multiplicidad de espiritualidades, sacerdotal, monásti­ca, seglar, destruye la unidad de la espiritualidad cristiana, porque establece vidas de capilla frente a la vida de la Iglesia (27). Y menos somos del pare-

(25) A. HuERGA, o. e., p. 38. (26) lb., p. 135. (27) Pour le elergé clioeesain, p. 120.

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cer que puedan tener aplicación a nuestro caso estas frases del P. Huerga: «¿Aprobaría San Pablo esas distancias supuestas entre unas y otras formas de espiritualidad cristianas? ¿Es que Cristo está dividido?, pregunta­ría» (28). La variedad no es oposición, y la distinción no es pugna ni lucha intestina, que destruye la unidad vital del Cuerpo místico. Aún más, pen­samos que este afán por poner de relieve esa espiritualidad seglar, corres­ponde a un afán de unidad, pretendidido por Cristo, al hacer que todo esté pentrado por Cristo, y no haya realidades paganas, después de la venida y de la muerte de Cristo, en el mundo redimido por El.

1) Elementos comunes de la espiritualidad seglar

El P. Huerga ha encerrado, en su libro dedicado a estudiar el tema de la espiritualidad seglar, en cuatro capítulos los elementos comunes de toda espiritualidad cristiana. A saber: <<unidad de meta 'y de vía, la necesidad de una gracia y de unas virtudes comunes para el logro de esa plenitud, la doctrina -cargada de jugo y de metáfora- del cuerpo místico, y la vida sacramental, que es el medio por el que la redención hecha u objetiva de Cristo se aplica o subjetiviza en cada uno de los Iniembros de la Iglesia» (29).

Nosotros ponemos otros. Porque no acertamos a comprender las razo­nes que puede alegar el P. Huerga para poner entre los elementos comunes a toda espiritualidad cristiana la unidad de vía. No juzgamos método muy acertado, cuando se trata de hacer luz en una discusión y de buscar puntos de contacto, hacer inervenir datos que aún no han adquirido la unanimi­dad suficiente entre teólogos y tratadistas de la vida espiritual. La unidad o duplicidad de vía, es todavía cuestión discutida, y suponemos que durará todavía mucho tiempo, por lo menos llevada por los caIninos por los que los partidarios de una y otra sentencia lo han llevado hasta ahora.

Los elementos comunes a toda espiritualidad cristiana quedaron apun­tados más arriba cuando estudiábamos el significado de espiritualidad. Esta espiritualidad es la vida de Dios en nosotros, producida por las causas eficientes, que son Dios, Cristo y los sacramentos, y por las causas forma­les, gracia, virtudes y dones del Espíritu Santo. Tal es el organismo de toda vida sobrenatural. Y los elementos que han de entrar en toda espiri- . tualidad. La del seglar también (SO).

Así queda a salvo la espiritualidad seglar de todo naturalismo, del que más de una vez se le ha acusado. Por lo menos a los partidarios, a al­guno de los partidarios de la espiritualidad seglar (31).

(28) o. c., p. 139. (29) o. c., p. 40-41. (30) "Los sacramentos de la Iglesia-enseña Santo Tomás-se destinan a so­

correr al hombre en su vida espiritual" Summa, 3, 73, 1. (31) BASILIO DE SAN PABLO, La perfección cristiana en el laicado. XIII Semana

de Teología, "Revista Española de TeOlogía" 13 (1953). Allí señala como defectos

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18 SEG~DO DE JESÚS OOD

El seglar tiene que vivir la espiritualidad del evangelio, y por eso ha de practicar todas aquellas virtudes que son necesarias y enseñadas por Cristo: oración, humildad, mortificación, renuncia, etc. Pero esto no obsta a la diferenciación de la espiritualidad seglar. Porque, los modos de actuar esos factores comunes, ¿son siempre iguales en todos los sujetos? ¿Las exigencias de esas virtudes han de ser de idéntico orden, y han de revestir el mismo colorido en el seglar y en el religioso? ¿Son iguales las gracias con las que el sacerdote o religioso tiene que vivir su vocación y responder a su misión y a su talante dentro de la Iglesia, que las del seglar? ¿Cuáles son, pues, estos elementos diferenciales?

2) E~ementos diferenciales de la espi1'itualidad seglar

Comencemos por el recuento de las distintas sentencias de los que ad­miten esos elementos diferenciales en la espiritualidad seglar.

1) Congar. Es quizás quien con más pasión ha estudiado este tema. Su libro es clásico en esta materia (32). Para Congar lo que constituye lo diferencial de esa espiritualidad seglar viene de «las circunstancias y el ejercicio concreto de la vida del laico. Los seglares «ejercen menesteres y actividades de la ciudad carnal, lo cual los acapara y marca profunda­mente; forman hombre y mujer, la pareja natural en la que la especie existe completamente y se perpetúa; tienen hijos que alimentan y educan hasta la edad en que. a su vez podrán tener pequeños; y esto, una vez más, los acapara y marca hasta el corazón de su existencia» (33). La lec­tura del capítulo dedicado a la espiritualidad seglar nos deja la impresión de que según él, esta espiritualidad viene configurada por esa fisonomía del seglar que hemos descrito nosotros, y que le da una postura de in­mersión en las realidades terrestres con todas las consecuencias que esta inmersión entraña para la espiritualidad del que tiene que vivirla. Y con esto se contenta Congar. Quizás demasiado poco (34).

de esa espiritualidad, mejor de los partidarios de la misma, una acalorada exal­tación de los valores humanos, concepto muy eqUivocado de las virtudes humanas, una lamentable omisión de las purgaciones de la vida espiritual, etc ... No nos pa­rece justo ese criterio del P. Basilio. Puede suceder que esto se dé en alguno, pero no es lo general. El P. Huerga achaca este defecto también a Lili Alvarez. Cfr. Es­piritualidad seglar, espiritualidad monástica, "Teología espiritual", 1 (1957) 288 s.

(32) IVES M.-J. CONGAR, Jalones para una teología del laicado. Barcelona, Es­tela, 19632.

(33) Id. c. IX, p. 490. (34) Sin embargo, la. lectura reposada del capítulo entero, que el autor dedica

a este tema, deja la impresión de algo más fecundo y más teológico. En confor­midad con esa fisonomía del seglar, Cangar va dibujando esa nueva espiritualidad, y esa nueva forma de santidad, que ha de sacudir el yugo y todo afán de mime­tismo de la santidad monástica. Esa nueva vocación cristiana la encuentra Cangar esquematizada por Dostoievsky en su libro Hermanos Karamazov, y que Congal' sintetiza así: Aliocha, novicio en el monasterio es invitado por su padre espiritual moribundo a que abandone el monasterio y vuelva al mundo. En él deberá com­pletar por la experiencia del mal, su vocación suscitando en torno a sí una hu­manidad reconciliada y fraterna; deberá servir a Dios entre . los hombres, p. 515.

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2) LUí Alvarez en su libro En tierra extraña (35) nos brinda también una visión personal de esta espiritualidad seglar. Su pensamiento podemos sintetizarlo en lo siguiente:

a) Metodológicamente afirma que la espiritualidad seglar sólo puede ser entendida rectamente desde la seglaridad. O lo que es lo mismo, sólo los seglares serán los que estén capacitados para hablar de lo que es distintivo de su propia espiritualidad. Por otra parte, sólo estableciendo los pronunciados contrastes entre esta espiritualidad y la religiosa, se podrá dar con esa espiritualidad peculiar.

b) Y a través de estos dos principios Lilí ha descubierto que esta espiritualidad es una balística opuesta a la religiosa, una vía para llegar a Dios, que presentará los siguientes caracteres: 1) Una vida cristiana profunda pero mundana, intramundana, metida hasta los codos en los ne­gocios de la tierra; 2) Una ascética creadora y conformante, porque es una ascética que no renuncia pura y simplemente, que esculpe, moldea y plas­ma, hace faena de escultor con todo lo que le brinda la existencia; S) Es una ascética equilibrista (S6), y finalmente, 4) Es sacerdotal, el sacerdocio de la vida natural (S7). .

S) En la línea de Lilí Alvarez y Congal' se encuentran el P. Monsegú, quien afirma que la «espiritualidad seglar consiste, a mi entender, en el entrañamiento del cristiano con las cosas del siglo, para que se manifieste en ellas Cristo, utilizándolas a la mayor gloria de Dios y al bien de la propia y ajena santificación» (S8) , el P. Alvar Maduel (S9) y los seglares que participaron en el coloquio habido en Valencia sobre este tema (40).

4) El último que nosotros estudiamos, prescindimos de otras senten­cias de menor importancia, es el P. Sauras. Expone su pensamiento en dos trabajos, publicados ambos en Teología espiritual (41). Y buen teólogo, se encamina por derroteros diferentes a los demás. Para él la especifica. ción si existe, ha de venirle por caminos de la gracia. Sólo en el caso que se dé gracia distinta en el seglar y en el sacerdote y religioso, sólo entonces se dará espiritualidad diferente. La espiritualidad es cosa de la gracia, por-

(35) Madrid, 1956. (36) "El seglar es, en realidad, un equilibrista que está bailando el arriesgado

baile de la cuerda floja: es y no es del mundo. Cosa más peliaguda que llanamente no ser de él, del mundo" o. c. p. 121.

(37) o. c. 151. (38) B. MONSEGÚ, Espiritualidad seglar, "Teología Espiritual" 6 (1962) 257. (39) A. MADUEL, De espiritualidades (el concepto de espiritualidad seglar), "Teo­

lOgía Espiritual" 4 (1960) 281. (40) Más sobre seglarismo y espiritualidad (Diálogo entre seglares), "Teología

Espiritual" 6 (1962). Uno apuntaba el obrar cada uno plenamente y en cristiano dentro del ámbito de su profesión (p. 425); otro la consagración del mundo, pero metiéndose en él, y haciendo, que sin dejar de ser mundana, sea también sagrada y divina esa realidad (p. 429), etc.

(41) E. SAURAS, ¿Espiritualidad específica seglar? Carta abierta al P. Alvaro Huerga, "Teología Espiritual" 1 (1957) 490-493. Id. Apuntes para la estructuración de una espiritualidad seglar. lb. 3 (1959) 187-223.

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que es cosa de la vida de Dios en nosotros. «La causa formal o constitu­tiva de la espiritualidad es la gracia; y la causa formal de las espiritua­lidades, de ésta y de aquélla, son también las gracias; esta gracia y aquella gracia. Buscar espiritualidades por otros caminos es buscarlas por donde no están» (42).

El principio es claro. Y consecuente con él, Sauras trata de buscar esa gracia distinta, peculiar, del seglar, que le condicione a una espiritualidad peculiar también. Esta gracia, está claro que no puede ser la gracia que se da a los cristianos por medio de los cuatro sacramentos personales, por­que es una gracia común, que reciben todos los cristianos. Ha de ser una gracia especial. ¿Cuál? Según Sauras esta gracia es doble. Una sacramen­tal, la del matrimonio, otra no sacramental, que es la que inmerge al cris­tiano en los oficios y profesiones, pero le inmerge cristianamente (43).

Ninguna de estas soluciones satisface a los que se resisten a admitir una espiritualidad seglar especial. «Unas por demasiado vagas; otras, por­que fallan en los principios; ésta porque se pierde en el aire, aquélla porque está en ayunas de teología» (44).

Nosotros estamos de acuerdo con el P. Sauras en que una especificación de la espiritualidad seglar ha de irse a buscar en el terreno de la gracia. y en este terreno encontramos elementos nuevos, peculiares de esta espi­ritualidad, y modos peculiares y característicos de vivir los seglares los elementos comunes de la espiritualidad cristiana.

a) Elementos propios de la espiritualidad seglar

Los elementos de toda espiritualidad hay que irlos a buscar al orden de la gracia. La espiritualidad -lo repetimos una vez más- es cosa de la gracia, porque es cosa de la vida de Dios en nosotros. Pero esos elementos propios que colocamos en el orden de la gracia, no tienen para nosotros el mismo sentido, por lo menos en su amplitud, que para el P. Sauras. La gracia matrimonial no nos convence como elemento diferenciador de la espiritualidad seglar. Y no nos convence, porque lo constitutivo y especí­fico de un ser tiene que darse siempre en ese ser. Y ser exclusivo de él. y la gracia matrimonial no reviste estas peculiaridades. No es exclusiva del seglar, ni se da siempre en él. No se da en el seglar en cuanto seglar, sino en cuanto tal seglar; es decir, en cuanto casado. Por eso no se da siempre en el seglar. Existen seglares perfectos y viviendo en soltería perfecta. Pri­vados por tanto de la gracia matrimonial. ¿Han de estar por eso incapaci­tados para vivir la espiritualidad seglar? Y se dan seres poseedores de esa gracia matrimonial, que no son seglares. Tal es el caso de los sacerdotes casados. Y en el caso de una mutación de la disciplina celibataria, actual­mente en vigor en la Iglesia latina, podrían darse sacerdotes latinos casados,

(42) E. SAURAS, Apuntes para la estructuración de una Espiritualidad seglas, "Teología Espiritual", p. 198.

(43) lb. p. 214. (44) P. HUERGA, o. c. p. 70.

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perfectos, y no ser sin embargo seglares. Seguirían siendo sacerdotes. Con razón escribe el P. Huerga: «el apunte de que lo especial o específico -lo constitutivo- de la espiritualidad seglar debe buscarse en la gracia matrimonial. .. es una hipótesis gratuita» (45).

El seglar o laico es el denominador común. Debajo de él se esconden distintas concreciones de ese seglarismo; diversas maneras de vivir lo pro­pio del seglar en la Iglesia de Cristo. El seglar o laico es el simple fiel cristiano. Este después se dedicará a una profesión: será mecánico, indus­trial, artista, bailarín, gobernante, empleado de hacienda o zapatero. Y en esa profesión tendrá que vivir su espiritualidad. Tendrá que santifi­carse. Además puede formar una familia, o estar vinculado a ella. Y puede anclarse también en la soltería. En todos estos casos sigue siendo seglar. y en todos ellos deben estar presentes los elementos que le constituyen al laico en la Iglesia.

Pero cerrado el camino a la gracia matrimoniaL ¿queda por lo mismo, cerrada toda salida a la gracia sacramental, como peculiar de la espiritua­lidad seglar?

Ciertamente que esa gracia, si se da, no puede venir por el camino de un sacramento laical. En la actual economía no existe un sacramento especial de los laicos, de manera que ellos solos sean quienes lo reciben. Se da para el sacerdocio. Pero no para el laicado, cuando entendemos por tal, un estado de vida distinto del sacerdocio.

Entonces, esa gracia, de darse, tendría que venir al alma del seglar por el camino de los sacramentos comunes a todos los estados y a todos los miembros del pueblo de Dios. Más aún. Esta gracia habría que buscarla por la vía de los sacramentos de la iniciación cristiana, aquellos por los que el laico queda constituido miembro de la Iglesia, ciudadano del pueblo de Dios. Y estos son dos: bautismo y confirmación.

El bautismo y la confirmación y la espiritualidad seglar

¿Dan pie estos dos sacramentos de la iniciación cristiana, para funda­mentar una espiritualidad seglar propia y peculiar? Nosotros así lo pen­samos.

Damos por supuestas todas las nociones sobre bautismo y confirmación, sobre su sacramentalidad, esencia e importancia en la vida cristiana. Nos interesa resaltar el fundamento que ambos sacramentos pueden brindar a una espiritualidad seglar. Y para ello nos vamos a fijar en dos efectos fundamentales: el carácter y la gracia.

(45) Id. p. 76.

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22 SEGUNDO DE JESÚS OCD

a) El carácter y la espiritualidad seglar

Es una verdad dogmática que ambos sacramentos imprimen carácter en el alma. Por eso son irrepetibles (DE. n. 852). El carácter en sentir de Santo Tomás es el carácter de Cristo, a cuyo sacerdocio quedan configura­dos los fieles por los caracteres sacramentales. Es por tanto el carácter sacramental una participación del sacerdocio de Cristo (46). Todos los caracteres sacramentales. No sólo el del sacramento del Orden. También el del bautismo y el de la confirmación. Tres caracteres sacramentales, distintos, pero todos participación del sacerdocio de Cristo. Pero no parti­cipaciones idénticas. El sacerdocio de Cristo no se participa unívocamente por los cristianos. De lo contrario habría sólo un sacerdocio específico. Lo que es erróneo afirmarlo, cuando no herético. Se participa análogamente. Ciertamente con una analogía de atribución. En ella el centro, o supremo analogado sería Cristo con su sacerdocio. Y en relación con El los demás sacerdocios. Pero no sólo una analogía de atribución, sino también de pro­porcionalidad y de proporcionalidad propia o metafórica. Se da esa parti­cipación en los tres caracteres sacramentales. Por lo mismo existen tres participaciones reales, pero distintas, aunque proporcionalmente iguales. Son tres participaciones de un mismo sacerdocio, en grados distintos, espe­cíficamente distintos. Y es porque el carácter participa del sacerdocio de Cristo al estilo que el instrumento participa de la virtud de la causa prin­cipal. Santo Tomás nos dirá que el carácter es una virtud instrumen­tal» (47). Diversos instrumentos participan realmente de la misma e idén­tica causa principal, pero cada uno de ellos lo participa de manera distinta, porque el instrumento tiene su propia naturaleza, que condiciona su pro­pia y característica participación de la virtud superior. Si no fuera aSÍ, resultaría totalmente indiferente la selección de instrumentos en orden a la conseQución de fines concretos. Sería totalmente indistinto servirse de uno o de otro en orden a la realización de una acción determinada.

El seglar viene configurado con el sacerdocio de Cristo a través del carácter del bautismo y de la confirmación. El sacerdote a través del sa­cramento del orden. Un carácter específicamente distinto. Una configura­ción por tanto nueva, distinta de la configuración que poseen los seglares. y toda configuración con Cristo, es también un modo de vivir la vida de Dios en nosotros.

Se nos dirá que también los sacerdotes tiene esa configuración con el sacerdocio de Cristo. Y estamos de acuerdo. Pero no lo tienen como carac­terístico de ellos. Mientras que el seglar sí. Lo tiene como característico y distintivo de él, de su seglaridad cristiana. Por eso al sacerdote no le bastará esa configuración a través del bautismo y de la confirmación, para ser fiel a su silueta sacerdotal. Al seglar, en cambio, esa configuración le resultará suficiente. Lo que basta por tanto para configurar con Cristo

(46) Suma, 3, 63, 5. Y en el artículo tercero precisa más todavía en qué está el carácter de ese sacerdocio.

(47) lb.

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al seglar, resulta insuficiente para el sacerdote. Es que la esencia del seglar no exige ulteriores determinaciones. Y la del sacerdote sí. Nada tiene de extraño. Lo que es suficiente para distinguir a un ser resulta pobre para realizar esa misma función en otro ser. La sensibilidad es suficiente para especificar al animal. Pero es insuficiente cuando tratamos de especificar al hombre. Y los dos tienen sensibilidad. La misma vida y las mismas po­tencias de orden sensible. Algo semejante, pensamos, que ocurre con el seglar y el sacerdote. El seglar no necesita ninguna otra ulterior configura­ción con Cristo, ninguna otra participación del sacerdocio de Cristo, para poder alcanzar la perfección éristiana que le es propia, para vivir su propia espiritualidad. El sacerdote sí la necesita.

El carácter, por tanto, diversifica las posturas, cristianas. Es un poder. Santo Tomás, enseñará con claridad, tanto en los Comentarios a los libros de las Sentencias (libro IV) como en la Summa, que el carácter es una potencia física instrumental activa y pasiva, si bien respecto a diversas ac­tuaciones (48). Está diciendo relación intrínseca y esencial al acto. Y es a través de los actos como las potencias se especifican. El carácter sacra­mental también se especifica por los actos a los que dice relación. Y estos actos son distintos en el seglar que en el sacerdote. Cierto que todos los caracteres sacramentales dicen relación a una misma realidad: el culto de Dios. Mejor al sacerdocio de Cristo. Pero esta realidad es participada por distintos actos cuando se habla de los seglares que cuando se estudia la participación de los sacerdotes. Cristo se sirve de los seglares para di­versas acciones que se sirve de los sacerdotes. Luego el carácter también es diferente.

b) La gracia sacramental y la espiritualidad seglar

Ya vimos que el saglar es el que se halla inmergido en las cosas tempo­rales. Pero inmergido cristianamente. Para sumergirse así en esas realidades se necesita una gracia especial. La que tiene que tener el seglar y no tienen que tenerla ni el religioso ni el sacerdot, porque no tienen que realizar esa tarea. Pero, ¿dónde hay que ir a buscar esta gracia para el seglar?

Sauras la ha ido a buscar en la gracia matrimonial. A nosotros no nos parece fundamentado ese cambio. Las razones las hemos apuntado más arriba en nuestro estudio. Entonces, si esta gracia ha de ser gracia sacra­mentaL sólo podremos encontrarla a través de aquellos sacramentos que re­ciben los laicos en la Iglesia. Todos los laicos. Aunque no los reciban sólo ellos . .Estos no son otros que los sacramentos del bautismo y de la confir­mación. Y nombramos estos, porque son los primeros. Los de la iniciación cristiana. Los que le configuran al hombre dentro de la Iglesia, y le hacen participante del vivir divino. ¿Pero es posible, que idénticas causas pro-

(48) IV Sent. d. 4, q. 1, a. 4, q. 1, a. 3, sol. Suma. 3, 72, 5; 3, 67, 2.

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duzcan diferenciación en sus efectos? O lo que es lo mismo, ¿es posible que sacramentos idénticos, puedan dar pie a diferenciación de gracias pro­ducidas por ellos? Creemos que sí.

Los sacramentos son causas instrumentales de la gracia en el alma. Son signos, pero eficaces, de esa gracia. [Y lo son ex opere operato (Dnz. 849, 951).] La teología enseña que esta gracia es doble: una que se llama gracia común, y otra que se conoce con el nombre de gracia sacramen­tal (49). Aquella es idéntica en todos los sacramentos: es la gracia santi­ficante, que ontológicamente no admite diferenciación ninguna. Es la mis­ma en todos los sacramentos y en todas las almas. En el seglar, en el religioso y en el sacerdote. Es gracia cristiana, deifican te, sanante, vivifi­cante, de todos y de cada uno de los miembros del Cuerpo Místico. No existe sino una naturaleza divina participada y uno e idéntico modo de participarla por el hombre.

Pero junto a esta gracia santificante la teología medieval ha descu­bierto la gracia sacramental. Es distinta en cada uno de ellos. De lo con­trario no tiene explicación la institución de distintos sacramentos. Y lo es también de la gracia común. ¿Será también distinta en las distintas cate­gorías de miembros de la Iglesia?

Todos están de acuerdo en reconocer que es distinta en los sacerdotes y en los casados. Porque en ambas categorías de miembros es distinta tam­bién la causa que la produce de una manera instrumental. El sacramento del orden en el sacerdote; el de matrimonio en los casados.

Pero no es este el problema. Este se pantea frente al seglar seglar, al seglar en cuanto tal; sin ulteriores determinaciones de su seglaridad. Y este no ha recibido ningún sacramento especial, característico de él. No im­porta.

La gracia sacramental es concebida por la teología de dos maneras. O como un derecho que cada sacramento pone en el alma de quien le recibe a ciertos auxilios divinos necesarios para cumplir los fines propios de dicho sacramento. Una ordenación prefieren llamarla otros (50). O como esos mismos auxilios. «Gratia sacramentalis -escribe Billuart- est novus modus intrinsecus perfectionis, seu specialis vigor gratiae communiter dic­tae superadditus cum ordine seu exigen tia et jure ad auxilium actuale suo tempore conferendum» (51). Y Suárez afirma: «Gratia sacramentalis addit supra gratiam virtutum et donorum aliquod speciale auxilium gratiae or­dinatum ad proprium finem sacramenti» (52).

Según ambas concepciones, hoy corrientes en teología, la gracia sacra­mental sería la gracia santificante, pero con una coloración especial en

(49) "En la teología medieval se decía que los sacramentos obraban la gracia santificante y una gracia sacramental especial... En la teología de los padres de la Iglesia no encontramos tal distinción, ya que por regla general no se estudiaba la concesión de la vida divina fuera de los sacramentos. La división escolástica está justificada y es imprescindible, ya que se da la gracia también fuera de los sacramentos." MICHAEL SCHMAUS, Teología Dogmática, IV, Los Sacramentos. Ma­drid, Rialp, 1961, p. 77-78.

(50) Id. p. 78. (51) BILLUART, De Sacramentis in communi, disto 3, a. 5). (52) SUÁREZ, In 3 Sent. q. 62, disp. 7, S. 3, n. 5.

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cada sacramento. Vendría a estar configurada por esa relación que dice a los auxilios divinos necesarios para el fin del sacramento. Porque la gracia sacramental, al configurar de una manera especial al hombre con Cristo, encierra en sí una tendencia a la acción. Cada sacramento deja por tanto en el alma un impulso hacia un determinado obrar. Y como esa acción divina no puede realizarse sin esos auxilios divinos, que serán gracias ac­tuales, la ordenación a una determinada acción incluye en sí la ordenación a la gracia actual. Esta ordenación arranca, o mejor diríamos, es la misma gracia sacramental (53). Será por tanto la fisonomía de esos auxilios, de esas gracias actuales, la que determine la verdadera fisonomía de la gracia sacramental. De ese jus, de esa ordenación. Si los auxilios son distintos, diferente será también la ordenación, la gracia sacramental.

El seglar necesita auxilios propios, peculiares de él, que no los necesita el sacerdote. La misión que el seglar tiene que desempeñar en la Iglesia es distinta de la que desempeña el religioso y el sacerdote. Por eso las ne­cesidades y los problemas con que el seglar tiene que enfrentarse son distintos de los problemas que tiene que vivir el sacerdote o el religioso. El sacramento de la confirmación nos ayudará a comprender esto.

«Effectus autem huiusmodi sacramenti -enseña el Concilio de Flo­rencia- est, quia in eo datur Spiritus Sanctus ad robur sicut datus est Apostolis in die Pentecostes, ut videlicet, christianus audacter Christi confi­teatur nomen» (Dnz 697). Y Santo Tomás nos dirá que por ese sacramento tiene el cristiano que dar testimonio de Cristo y confesarle quasiex officio. Como algo permanente y diario. Que así es el oficio. No reservado a las ocasiones solemnes. Para esto está el cristiano en el mundo. Su presencia en en la tierra no es un simple «estar en», sino un «estar para». Es una especie de enviado de Cristo. Por eso se llama a la confirmación sacramento del testimonio cristiano (54). Y lo ha de hacer el cristiano con todo su vivir. No sólo ni principalmente con palabras, sino con la actuación, con su conducta intachable, l,lena de luz, que le revele otro Cristo, convirtiéndole en luz del mundo, fermento que evite la corrupción de la masa.

Todos los cristianos tienen que dar ese testimonio de Cristo. Pero no todos de la misma manera, ni en las mismas circunstancias, ni en la misma dirección. Esto viene marcado por el ser y el quehacer de cada miembro de la Iglesia. Ser y quehacer que es diferente en el seglar y en el sacerdote o religioso. Lo hemos demostrado anteriormente. Por eso la gracia que cada categoría de miembros necesite será distinta. Porque lo serán también los auxilios. Lo serán las obras. Si en el orden abstracto de las ideas no se dan diferencias radicales entre el testimonio del seglar y del que no lo es, no sucede lo mismo en el orden concreto. El contenido existencial de ese testimonio no es idéntico. Las condiciones de vida en las que el seglar tiene que dar ese testimonio y vivir esa confesión son distintas de las que

(53) SCHMAUS, "Puede decirse, pues, que los sacramentos conceden la gracia santificante respectiva con la perfección que abarca la ordenación a la gracia ac­tual necesaria para la realización de la vida divina" o. c., p. 78.

(54) FUSTER, La confirmación y la espiritualidad seglar, "Teologfa Espiritual" 6 (1962) 32.

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rodean el testimonio del religioso o sacerdote. El seglar lo tiene que vivir en y dentro del mundo. El sacerdote y el religioso no. El seglar tiene que vivir la gracia de su confirmación, dentro del marco de su seglaridad. Y su seglaridad le embarca, primero en la aventura de su santidad personal a través de su inserción en todas las estructuras sociales, económicas, tem­porales, extraeclesiales, que constituyen la trama vital de su quehacer dia­rio y normal, y segundo, le embarca en la aventura de santificar esas mismas estucturas terrenas, llevando a ellas el testimonio de Cristo, para que Dios sea todo en todas las cosas. Esta situación le obliga a mantener ese equilibrio difícil, del que nos habla Lilí Alvarez, entre esa doble exi­gencia de ser o no ser del mundo. Y esto le hace sentir necesidad de unos auxilios especiales, unas gracias actuales propias de él, que le capacite para sumergirse en todas esas realidades terrenas. Las Decretales vimos que definían la fisonomía del seglar como un cristiano que puede tomar mujer ... cultivar la tierra, juzgar, llevar pleitos ... Pero todo esto ha de hacerlo cristianamente. Y esto le exigirá esa gracia o esas gracias que le hagan sumergirse en ellas, vivirlas en toda la plenitud de la palabra-el cristianismo no puede volver la espalda a la perfección y realidad material de esas cosas-; que las santifique y se santifique a sí mismo con ellas.

Según esto creemos que en esa gracia sacramental existe una fuente de espiritualidad especial. A través de ella el seglar se adapta al trato cris­tiano, desde dentro o vivido, con las cosas terrenas y temporales.

c) La vocación y la espiritualidad seglar

Junto a esa gracia sacramental señalamos otra gracia extrasacramental. Gracia divina también permanente y duradera, no pasajera y actual como parece decir el P. Sauras (55). Hablamos de la gracia de la vocación di­vina. Es una gracia cristiana también. La puerta de entrada de los distintos estados de vida. Y que existe también para el estado laica!' No admitimos el pensamiento de A. Berto cuando escribe: «Es pues necesario sostener que la pretendida vocación al estado laical es simplemente la no vocación al estado sacerdotal o religioso, como la supuesta vocación al matrimonio es sencillamente la no vocación a la virginidad. En relación con el pro­blema de la vocación, esta condición, seglar o laico, no expresa un tercer término positivo; es la no presencia de las otras dos» (56) .

(55) "Teología Espiritual" 3 (1959) 216, 221. "Nos estamos refiriendo a la gracia de estado que se reqUiere para santificar la vida profesional de las profesiones li­berales y manuales (p. 216) ... La base de ésta [espiritualidad propia de los segla­res] se encuentra principalmente en dos gracias de naturaleza y rango distintos: una sacramental, la del matrimonio; a la otra [la gracia de estado] la hemos lla­mado actuaL .. " (p. 221).

(56) V. A. BERTO, D'une prétendue "spiritualité du la'icat", "La Pensée cathol." 11 (1949) 41. Esta posición mantenida por Berto recuerda un poco la doctrina del tomismo sobre la premoción física y el bien. Para el bien necesita el hombre de una moción especial previa. Para el mal el hombre se basta a sí mismo para caer. Pero este pensamiento de Berto no es tradicional. Ni expresión del pensar moder­no. Entre los antiguos que opinan favorablemente en torno a la existencia de una vocación laica, pueden enumerarse: Casiano y San Cesáreo, Pedro de Tarantasia, Tomás de Aquino, Eckart, Tauler, Gerson, etc. Modernos, Bourdaloue, Y. Moncheuil, Congal', Suhard ...

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Existe una vocaCIOn divina a todos los estados de vida en los que el hombre puede encarnar su existencia. Cada hombre tiene una vocación, porque sobre cada hombre pesa un designio de Dios, que él tiene que cumplir. Esta vocación puede manifestarse de modo particular, pero el medio ordinario es hacerlo a través del gusto, temperamento, educación, circunstancias de la vida, etc. Y se objetiva ese designio de Dios en unos quehaceres comunes, que sirven para clasificar dentro de la sociedad y de la Iglesia a los hombres.

Los antiguos concebían ya de esta manera la estructuración de la vida humana. Contemplaban las diferentes categorías económicas, sociales, pro­fesionales, en que los hombres estaban encuadrados, como órdenes o esta­dos. Y decimos órdenes o estados, porque en realidad iban a confundirse. Orden para ellos significaba un estado de vida correspondiente a una fun­ción, al que respondía con unas definidas condiciones de vida, una regla de vida propia. Por eso el ardo antiguo era, al mismo tiempo, todo en la vida del hombre. Estado, cargo, profesión, dignidad. Y detrás de todo ello, y a través de ello, descubrían uno e idéntico elemento: la vocación (57).

Lo expresa así la tradición. «Et sicut de circuncisso et praeputiato, hoc universaliter dico, quod unusquisque veniens ad fidem, permaneat in ea statu in qua vocatus est, et sciat hunc statum vocationem Dei» (58). Ese estado, ¿es sólo el estado matrimonial? Ni las palabras ni el contexto in­mediato nos aconsejan determinar tanto la palabra estado en el pensa­miento de San Bruno. Por otra parte, sabemos que tanto la antigüedad como la edad media tenían una visión amplia de la palabra estado, y del rostro de la vocación. Y conviene recordar que fueron precisamente los religiosos los que extendieron la idea de que la vocación era para cada cual su propia circunstancia de vida, el deber del propio estado. «En especial en Eckart y en Taulero se encuentra la idea que exponemos: cuando el hombre se convierte a Dios recibe nuevamente de El el mundo, que le es entregado como deber y servicio. Taulero habla expresamente de la lla­mada o vocación de Dios» (59).

La Iglesia sigue en la misma línea. Dice Pío XII: «Caeteroquin ... vera ad quemlibet statum vocatio divina quodammodo dicenda est, quatenus omnium statuum omniumque naturalium sive supernaturalium dispositio­num donorumque principalis auctor ipse est Deus» (60).

Habría que negar que el seglarismo, es un estado en la Iglesia y en el mundo, para negar la existencia de una vocación en los simples fieles. La Escritura reconoce la existencia de una vocación de Dios que se dirige también a los simples fieles. A todos cuantos han sido señalados como obre­ros de su designio y de su reino (61). Si esta palabra ha sido monopolizada

(57) CONGAR, O. C., p. 528. (58) SAN BRUNO, In Epist. I ad Coro 1, 11. ML. 159 B. Apud THRULAR, Proble-

mata theologica de vita spirituali laicorum et religiosorum, Romae, 1960, p. 38. (59) CONGAR, O. C., p. 525. (60) Sedes Sapientiae, AAS 46 (1956) 357. (61) En ella se usa la palabra "klesis" aplicada a los fieles. Cfr. Rom 11, 29; 1

Cor 1, 26; Ef, 1, 18; 4, 1, Y 4; Flp 3, 14; II Tes 1, 11; 2 Tim 1, 9; 2 Pe 1, 10; también el adjetivo "kletos", Rom 1, 6-7; 8, 28. Jds 1; Ap 17, 14.

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por los dos estados de sacerdotes y religiosos, no es porque sea exclusivo de ellos. Lo que unos estados realizan de una manera total y perfecta, se ha confundido como si lo realizaran de una manera exclusivista y de mono­polio (62). Y es que el seglarismo es un estado verdadero en la Iglesia. Es un orden al estilo de los antiguos. Cae por tanto bajo la directa intencion de Dios sobre los hombres. No está formado por todos aquellos que han dicho no al sacerdocio 0 a la virginidad religiosa. Es un estado esencial en la Iglesia y en los planes de Dios. Porque tiene su misión propia y peculiar que cumplir. Y que sólo él puede cumplir de una manera perfecta y en conformidad plena con los designios de Dios. Este designio sería, realizar el propósito de gracia y de redención abierto con la intervención especial de Dios en el mundo a través del hecho de la encarnación y de la redención. Realizarlo en el orden de la creación. Porque estamos de acuerdo que esta vocación creacional que señalamos a los laicos no puede quedarse en el orden natural, que haría del seglar un ser ético, pero no cristiano. Ni puede estar al margen tampoco de la tarea de la Iglesia. Aún más. En cierto sentido, la misma función o vocación creacional de los laicos, «es función o vocación de la Iglesia. Al menos una función o voca­ción en la Iglesia. Porque... el cuadro, providencial para cada uno, de sus tareas adámicas es aquel en que los laicos tienen por misión propia el ser la Iglesia, conforme al famoso texto de Pío XII ... Conviene, pues, no dis­gregar estos dos planos de vocación, bajo peligro de separar lo que Dios mismo ha unido en ese plan unitario, donde la creación es lo mismo que se había perdido y que debe ser salvado en Jesucristo» (63).

En concreto. Pesamos que el deber del seglar es instaurar el pensamien­to de Cristo en lo temporal y terreno. Pero hacerlo no desde fuera, como el que no ha recibido esa vocación adámica, sino metiéndose dentro de ello. Más adelante explicaremos lo que encierra esta fisonomía en orden al compromiso del cristiano sobre el mundo y frente a lo temporal, frente a ese orden creacional, que en él tiene que darse cita con el de la reden­ción.

Es portador de una vocación. Distinta de la del religioso y de la del sacerdote. Y tan cristiana como la de éstos (64). Vocación que debe vivir el seglar para santificarse. Rehuir las exigencias de esa vocación, de ese destino, sería renunciar a la santidad. Perder toda espiritualidad. La pro­fesión, los deberes de estado, serán la expresión, y al mismo tiempo las

(62) "Si la palabra vocación se ha aplicado particularmente al monje, hasta el punto de estarle casi reservada, no es, como observa Holl, porque se haya ol­vidado al pueblo fiel o porque algunos hayan confiscado lo que pertenece a todos, sino porque el monje realiza integralmente y a la letra la vocación cristiana. Por esto mismo se le ha ido aplicando tradicionalmente el texto referente a Abraham que acabamos de citar." CONGAR, o. c., p. 526.

(63) CONGAR, o. c., p. 530. (64) Con esto no queremos entrar a formar juicios valorativos sobre las dis­

tintas vocaciones. Es de todos conocido el pensamiento de Lutero, extremoso rei­vindicador de los derechos de los laicos, cuando pensaba que el monje o el sacer­dote no tenían ninguna vocación especial cristiana, distinta cualitativamente de las demás vocaciones cristianas corrientes; por ejemplo, de la del zapatero, o del abogado, o del padre de familia. Nosotros afirmamos sencillamente el hecho cris­tiano de esa vocación del seglar.

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exigencias de esa su auténtica vocación. Y en última instancia serán pa~a él la manifestación de esa voluntad divina, santa y santifican te. Esta vo­luntad consiste en haber entregado al hombre seglar el mundo como una tarea, que crea en nosotros, en los seglares el compromiso. de realizar el plan de Dios en lo temporal y terreno. Cual sea este plan lo veremos más adelante.

Ahora nos basta saber que el seglar tiene una auténtica vocación, gracia divina, permanente, fuente de otra serie de gracias actuales que le facilitan la realización de ese quehacer, de esa tarea, que le garantiza el cumpli­miento de esa responsabilidad frente al compromiso que como. seglar tiene en la Iglesia y en el mundo. Este compromiso es compromiso de mediador. Pero no del sacrificio cultural entre el hombre y Dios, ni de la adminis­tración de la vida divina a los hombres, cosa reservada al sacerdote, sino mediador de la vida divina entre Dios y el mundo cósmico, y que viene a realizar las palabras de Pablo: restaurar o. reunir todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra (Ef 1, 10); o aquellas en las que el Apóstol nos describe la capitalidad absoluta y supr.ema de Cristo, incluso sobre lo visible y lo terreno (Col 1, 16). y que viene a repetir el canon de la misa cuando dice hablando de Cristo: Por quien, Señor, creas incesan­temente todos tus bienes, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes.

Es pues la vocaoión, la fuente de esa gracia, o esa misma gracia que el seglar necesita y tiene, debe tener; de lo contrario. Dios le habría dejado desguarnecido frente a unos compromisos y una responsabilidad absurda, al resultar irrealizables por el hombre. El seglar cuenta con esa gracia que otros llaman de estado, y nosotros hemos preferido llamar vocación divina, para santificar lo terreno, la vida concreta y real de las profesiones liberales y manuales, campo de su actividad característica como cristiano seglar. La política, la abogacía, la economía, la enseñanza, las diversiones, todo ha de ser instrumento de vida divina para el seglar cristiano. Ha de santificarse con ellas y ha de santificarlas. Para ello Dios le da esa gracia vocacional. Para que haga vivir a Cristo., lo mismo que el seglar casado le hace vivir en la carne mediante la gracia sacramental del matrimonio, así también le hace vivir en la carne y en la materialidad de cualquier profesión, en el mundo de los negocios, de la política, de las profesiones, mediante una gracia específica, profesional y vocacional. Y creadora por tanto de una peculiar espiritualidad.

2) M odo peculiar de vivir los elementos comunes

Es el segundo punto de referencia de la espiritualidad seglar. Como lo es de la espiritualidad sacerdotal o religiosa. Comencemos por señalar esos elementos comunes de la espiritualidad cristiana desde la perspectiva en que ahora la contemplamos.

La espiritualidad es vida de gracia. Vida de santidad. La santidad en­cierra dos cosas: limpieza moral o carencia de pecado. La misma etimología

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griega con que se designa la santidad nos lo está diciendo. Agios, o sin tierra. El cristianismo, por lo tanto también la espiritualidad cristiana, no es religión de simples negaciones. Lo negativo no es ni lo único ni lo prin­cipal. Lo principal es de orden postivo. La raz~n de ser de la misma nega­ción. El vivir cristiano quita afirmando. Hace desaparecer el mal, adqui­riendo el bien. Borra el pecado mediante la infusión de la gracia. El hombre cristiano se vacía y se limpia para llenarse de Dios. La santidad es no sólo no tener mancha. Es además presencia de gracia. Plenitud de la misma (Dnz 799).

La santidad del seglar tiene que ser eso también. Por eso el seglar no vivirá su espiritualidad con sólo llevar una vida éticamente honesta, y socialmente· buena, pero sin gracia de Dios. N o es el seglar el hombre naturalmente bueno y honesto con sólo honestidad natural. El seglar es cristiano y ha de tener ese elemento positivo de la gracia. Pero la vida espiritual, la espiritualidad desde el ángulo que ahora la contemplamos, no exige sólo vivir en gracia. Esta gracia hay que desarrollarla, hacer que penetre todas las actividades del hombre cristiano, que adquiera su per­fecto y total desarrollo en cada alma. Y esto exige el uso de unos medios sin los cuales no puede lograrse esa granazón completa de la sembradura de Dios en el alma. Unos medios, que pueden ser idénticos, y pueden ser distintos en cada categoría de personas en la Iglesia. Más aún. Los medios comunes e idénticos pueden vivirse con un talante determinado; el de una colectividad, unida por elementos comunes y objetivos. Y esto bastaría para hablar de espiritualidad diferenciada. Escribe el P. Monsegú: «La espiritualidad diferenciada más que un cuerpo de principios doctrinales, rectores de la vida cristiana, está en un conjunto de medios, en una deter­minada postura, en un estilo, en una mentalidad y en un aire peculiar para hacer aplicación de los principios fundamentales de la vida cristiana, del vivir la vida de la gracia, producindo frutos de buenas obras» (65). Y el obispo de Solsona, hoy Arzobispo de Oviedo, pensaba de idéntica ma­nera: «Si al hablar de espiritualidad entendemos la perfección, no podría hablarse de espiritualidades distintas. Jesucristo es uno y una la perfección del Padre. Todos tenemos el deber de acercarnos hacia esa meta. Si se quiere hablar tan sólo de medios concretos con que hemos de conseguir la perfección, es evidente que estos habrán de adaptarse a las circuns­tancias de cada cual, y entonces se puede hablar legítimamente de espiri­tualidades diferenciadas» (66).

La espiritualidad entonces sería no una modificación sustancial del espíritu de Cristo. Tal modificación no es ni concebible en la línea de la espiritualidad cristiana. Pero sí es una interpretación propia, inconfundible. La historia registra la existencia de esas distintas interpretaciones del es­píritu de Cristo. Son la forma concreta según la cual grandes personali­dades cri~tianas han llegado a la obtención de su propia plenitud en Cristo. En ella entran no sólo los elementos sobrenaturales. También tie-

(65) Espiritualidad seglar, "Teologia Espiritual" 6 (1962) 248. (66) El misterio de la Iglesia. Salamanca, Sfgueme, 1963, p. 179.

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nen su papel elementos naturales: raza, ambiente, época histórica, tempe­ramento, necesidades de la Iglesia. Todos juntos, en una misteriosa aleación de dificil concrección, forman ese espíritu, que si no siempre es fácil se­ñalar positivamente sus características difirenciales, prácticamente estamos de acuerdo todos que esa diferenciación existe. Estamos pensando sin que­rer en Ramón Lull, Francisco de Asís, San Bruno, San Benito, Santa Teresa, San Ignacio de Loyola, etc. Todos han tenido su estilo personal de interpretar a Cristo y de copiarle en su vida.

y también estamos pensando en el seglar. Tiene también su manera peculiar, en cuanto seglar, distinta de los demás estados de vida en la Iglesia, de interpretar el mensaje cristiano, de reproducir a Cristo. Tiene su estilo de vivir los elementos objetivos, comunes, de orden sobrenatural, de la espiritualidad cristiana: gracia, virtudes, vida interior, ascética cris­tiana. Un estilo sólo propio de ellos.

Porque esto en última instancia depende de su verdadero rostro de se­glares cristianos. Rostro que es peculiar de ellos. Y que nadie tiene derecho a usurpar sin traicionar su fisonomía. Ese rostro está descrito en las pá­ginas anteriores. Tan importante es este rostro en la configuración de la espiritualidad seglar, que la mayoría de las sentencias -lo veíamos tam­bien- ponen en él su carácter distintivo. El seglar es un cristiano inmerso en el mundo. No es ni sacerdote, porque carece del carácter del Orden. Todo otro sacerdocio que se le conceda al seglar será por pura analogía. Ni es tampoco un religioso, en ninguna de las acepciones teológicas o canó­nicas del nombre religioso; es decir, miembro de una Orden, Congregación o Instituto secular. Los votos, aun en los Institutos seculares implican una postura diferente espiritual. Para nosotros el seglar-seglar no es tampoco aquel que, sin entrar en ningún estado de perfección, pronuncia unos votos por los que vive o se compromete, por lo menos a vivir, una actitud de renuncia~ El seglar-seglar, es el cristiano que vive dentro del doble mundo -personas y cosas-, no sólo sin desentenderse de ellas, sino comprome­tiéndose con ellas, ocupándose de ellas con angustia o sin ella, pero con cuidado siempre, porque las personas son de Dios y las cosas las ha hecho el Señor para las personas como escalones y peldaños para esa ascensión de las personas hacia Dios (67 J'

Pero esta condición del seglar, ser inmerso en el mundo, ser que vive en el mundo; más aún, ser mundano, ¿basta para crear un estilo peculiar de vivir los elementos de la espiritualidad cristiana? ¿Basta para crear una espiritualidad propia? El P. Huerga cree que no. «El tema de la restaura­ción cristiana del mundo ha sido feraz en muchos sectores de las letras contemporáneas. Pero es innegable también que los teorizantes de esa res­tauración han exagerado frecuentemente, sobre todo, usando conceptos

(67) "La vocación propia del laico-escribe Congar-, es decir, la que corres­ponde a su condición como tal, consiste en caminar hacia Dios, realizando la obra del mundo; vivir según la tercera dimensión, vertical, construyendo al mismo tiem­po la materia del mundo y de la historia y viviendo según las dimensiones hori­zontales de su existencia ... Su vocación propiamente cristiana consiste en procu­rar la gloria de Dios y el reino de Cristo en y por la obra del mundo" o. c., p. 482.

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equívocos de mundo y de redención; contraponiendo la vida seglar a la religiosa, reservando la tarea santificadora del mundo a los laicos y levan­tando estructuras teológicas de arena» (68).

Nosotros pensamos que sí. No estamos de acuerdo en que los partida­rios de la espiritualidad seglar usen conceptos equívocos. Si alguno los ha usado, no es justo generalizar. Por otra parte, el uso de un nombre que revista significados distintos no acertamos a pensar que equivalga a usar conceptos equívocos. Si así fuera, el primero en usarlos sería el evangelio. y precisamente con la palabra mundo. Los lugares evaJ;lgélicos y neotes­tamentarios en que aparece esa diversa significación de mundo, sería fácil enumerarlos. Cuándo se usa uno u otro, hay que deducirlo del contexto. Arrancar la palabra de su enmarque gramatical e ideológico puede sembrar confusionismo. Pero dentro de ese enmarque, su significación es clara. Así sucede con los partidarios de la espiritualidad seglar. Nosotros por lo menos no hemos hallado nadie que use equívocamente la palabra mundo. Todos entendemos lo mismo por esa palabra. Las cosas terrenas, temporales, pro­fanas, en oposición a las religiosas, sacrales. Viene significado en su sentido ontológico, no en su sentido moral. Así lo entienden Congar, Lilí Alvarez, Sauras, Monsegú, Tarancón, etc.

Pero se nos dirá que en este sentido todos los hombres viven inmersos en el mundo. El religioso, el monje y el sacerdote. Y tienen razón. Pero de muy distinta manera. Para el sacerdote y el religioso el mundo es naci­miento. Para el seglar nacimiento y estado y ocupación de vida. Por eso el sacerdote y el religioso no pueden ser mundanos, ni vivir lo mundano. El seglar, por el contrario, es mundano y vive lo mundano. Y su hondura cristiana consistir.á en eso precisamente; en vivir lo mundano y en serlo. Su actitud ascética no puede ser una actitud de huida, de ruptura ni psi­cológica ni moral frente al mundo. Su mística no es de extrañeza frente a lo terreno. Antes al contrario. Es una mística de pertenencia, de inmer­sión, de encamación en el mundo (69).

Toda postura, por tanto, absentista del seglar frente a las cosas terres­tres, familia, matrimonio, enseñanza, economía, política, diversiones, etc. en aras de no sé qué principios de santidad y de unión con Dios será fatal para él y catastrófica para la Iglesia. Y para el Inundo también. Su san­tidad sería imposible, porque no cumpliría con la misión que Dios le tenía encomendada. La Iglesia se vería mediatizada en su tarea de consagra­dora del mundo en un sentido totalitario. Y el mundo pagaría las conse­cuencias de estar en manos de quienes no le intentaban conducir por los derroteros marcados por su autor. El laico no debe renunciar a nada de

(68) Espiritualidad seglar, p. 71. (69) El Cardenal Suhard lo decía expresamente: "El preocuparse de las tareas

profanas no compete al sacerdote; es cosa de los laicos. Esta afirmación no es gra­tuita; se desprende de un hecho y de un derecho. El hecho es que sólo los laicos son presentados a la ciudad, puesto que viven en ella y están en contacto per­manente e inmediato con el taller, el inmueble, el barrio. Pero su lugar irrempla­zable no es solamente, ni sobre todo, de este orden. Brota de su vocación. Colo­cados por Dios al frente de una familia, o de una empresa, comprometidos en una profesión, tienen por deber de estado que conducirlas a su propio fin, infundién­dolas espíritu cristiano." Dios, Iglesia, Sacerdocio. Madrid, Rialp, 1953, p. 327-28.

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este mundo. Ni a las riquezas, ni a la familia, ni a la política, ni a la pro­fesión, sea cual fuere esa profesión (70). Puede y debe amar todas las cosas. Deberá subordinarlas a Dios. Pero subordinarlas no es aniquilarlas en el afecto, ni suplantarlas ni negarlas, ni abandonarlas. Es cargarse con ellas y llevarlas hasta la meta de toda la creación, Cristo; y en Cristo y por Cristo Dios (71 ) .

En este sentido tienen significación las palabras de Lilí Alvarez. El seglar halla una vida cristiana profunda, pero mundana; esto es, intramun­dan a, metida hasta los codos en los negocios de la tierra» (72). El mundo no es sino proyección de santidad para el seglar. No puede ni debe ser tierra extraña. Tenía razón aquel seglar que en el Coloquio sostenido. en Valencia, y patrocinado por «Teología Espiritual» decía que el seglar no sólo debe santificar las cosas, sino santificarse con las cosas. El seglar -es­cribía ese comentarista- ha de encontrar en lo profano, en las herramientas de su trabajo, en los instrumentos de su clínica, en las metretas de su labo­ratorio, en sus libros y en su despacho los medios para su propia santifi­cación. En todo esto está encerrado la gracia; su gracia, la que le santi­ficará a él. Debe encontrarla, debe libarla, debe aprovecharla» (73).

Por eso resultan dos balísticas opuestas, o dos maneras de encararse con las realidades terrestres. Una la de huida del mundo. Otra de entrega a ellas. Y no sólo porque el seglar no está comprometido a una renuncia de esas realidades, que viene entrañada en los votos del religioso o en la consagración del sacerdote, sino porque el seglar adopta una postura dife­rente frente a ellas. El religioso tiene que apartarse de las cosas no sólo efectiva, sino afectivamente. El seglar no. El religioso o sacerdote no tiene razón humana distinta de Dios de su vivir. El seglar sÍ. Dios es la razón divina. Pero junto a él y supeditado a El tiene razón humana de existir distinta de Dios. Y de su quehacer también. El seglar debe ser mundano. Ama con amor carnal legítimo; es político, cineasta. Y siendo esto puede y debe llenarlo de espiritualidad. Tiene gracia para ello. Para santificar todo esto y para santificarse con ello. Y por lo mismo puede y debe vivir la vida de Dios en estas realidades.

y puede escalar las cimas más altas de la santidad desde ellas. Puede llegar a las mismas alturas que el religioso o el sacerdote. De hecho la hagiografía católica registra la existencia de seglares muy santos.

Se nos dirá que el religioso y el sacerdote viven también esta entrega

(70) No acertamos a comprender que haya profesiones a las que los hombres se dediquen que no puedan ser cristianas. El ejercicio de cualquier actividad sea mecánica o liberal, orientada al servicio del prójimo, para la consecución de fines nobles, es lo que nosotros entendemos por profesión. Por eso ha de ser necesaria­mente lícita por su objeto y por sus fines. Cfr. sobre la noción de profesión, PEI­NADOR, Moral profesional. Madrid, BAC, 1962, p. 2-4.

(71) Dice Congar: "De ordinario deberíamos salir de la oración o de la eucaris­tía, con la ambición como Aliocha de Dostoievsky, de abrazar la tierra; pues ve­nimos a comUlgar en la fuente de toda comunión y en la voluntad de Quien, cada . día, con el pan de la jornada, nos entrega todas las cosas como tarea..... o. c., p. 531.

(72) En tierra extraña, p. 44. (73) "Teología Espiritual" 6 (1962) 431.

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a las cosas. Aman también lo temporal y terreno. Son valores para ellos. Pero de distinta manera. Su espiritualidad es también una espiritualidad de inmersión, de encarnación. Pero es de distinto signo. NO' es tan honda como la del seglar. Es más superficial. Más desde fuera. Tiene que serlo. Por eso resultará más universal, más extensa. Es que el sacerdote y el religioso están en el mundo, metidos en las cosas terrenas, pero no para vivirlas ellos, sino para ofrecerlas a Dios a través del sacrificio del altar, y para orientarlas y dirigirlas, para que puedan poseer y O'frecer una marcha cristiana. El vivirlas es exclusivo del seglar. Las aman también los consa­grados. Pero no por razones humanas, mundanas, sino por una razón su­perior, externa a ellas, la razón divina. Por eso ni el sacerdote ni el religioso son seres mundanos, aunque estén en el mundo. No puedan desentenderse del mundo. Pero siguen siendo extramundanos o amundanos. El P. Sauras escribió hace unos años: «Su oficio -el habla del sacerdote frente a esas realidades terrestres- es similar al que desempeñan la teología y el teó­logo sobre las ciencias no teológicas. No se meten en ellas técnicamente o ex pl'opl'iis, no juzgan de su verdad por razones específicas. La teología no hace ciencia matemática, ni física, ni médica. Juzga y actúa en ellas por razones externas pero superiores, orientándolas a un fin externo y su­perior al suyo propio... El sacerdote no está encarnado en ellas (las reali­dades de este mundo) técnicamente, no está metido en ellas, no las vive, no es mundano ... » (74).

y el seglar sí lO' es. Lo debe ser. Tienen que ser testigo de Cristo desde dentro en esas realidades de tiempo. Debe entrañarse en ellas para llenarlas de sentido divino. Y entrañarse en ellas encierra:

a) Una entrega vocacional a esas realidades terestres; interesarse en ellas. Vivirlas. Identificarse con ellas. El profesional cristiano debe ser modelo de profesionales. Y ahora no tenemos delante el aspecto técnico, sino humano. Aquel depende de las capacidades que éste posea. Pero el humano exige y está condicionado por una entrega entusiasta y sin re­servas a vivir su profesión. Sólo así se vive la vocación de una manera digna.

b) Un afán por desarrollar esa vertiente terrena de su rostro cristiano, que es el valor técnico de su profesión. Lo temporal es también valor esen­cial para el seglar en su vocación de santidad. LO' que quiere decir, que el seglar en aras de su espiritualidad debe cultivar la materialidad de las realidades terrenas. Un seglar cristiano no puede mostrarse inferior, por mo­tivos voluntarios, se entiende, a los profesionales no cristianos. Puede y debe aspirar a ser el mejor médico, abogado, hacendista, gobernante, profesor, obrerO', la mejor bailarina, la mejor cineasta y el mejor torero. Que el bueno, y menos cristianamente hablando, nunca puede ser sinónimO' de infeliz o de pobre hombre. La religiosidad nunca puede ser máscara de lo ruin, de lo injusto, innoble o de lo chapucero. El seglar debe explotar ese valor de

(74) Apuntes para estructuración de una espiritualidad seglar, "TeOlogía Es­piritual" 3 (1959) 220. Y en esta misma línea va Congar. Cfr. o. e., p. 481-482.

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la creación, sometida a sus manos para que alcance su éxito y su perfec­ción (75).

El seglar, por tanto, en fuerza de su vocación no puede ni debe desen­tenderse ni de las personas ni de las cosas. Acepta y aun busca en la colectividad humana los puestos y los cargos de responsabilidad, en lo social, en lo económico, en lo político, en lo sindical. Por eso cultiva los valores económicos en el trabajo, en la industria, en el comercio. Monta empresas, las mejora, las extiende, trata con todo eso de crearse una for­tuna y de disfrutarla lo mejor posible en este mundo. Y hace bien.

El sacerdote y el religioso nada de esto deben hacer. Y si lo hacen siempre es al margen de su vocación, de su talante sacerdotal o religioso. La Iglesia siempre es partidaria de que el religioso o sacerdote, normal­mente hablando, esté al margen de ello. Mira con ojos desconfiados y temblorosos la ingerencia de sus consagrados en esas realidades. Por algo será.

e) Todo esto debe llenarlo de gracia de Dios y de Cristo. Llenarlo de gracia es valorizar a través de ellas y por medio de ella esas realidades terrestres. Saberlas ver como medios, peldaños que tienen que ayudar a su alma en esa ascensión hacia su meta: Dios.

Según esto, seguimos sosteniendo que el cristiano seglar, aun en los elementos comunes a toda espiritualidad cristiana, tiene sus diferencias ca­racterísticas. Porque el seglar también tiene que vivir una ascética de re­nuncia. Una espiritualidad de segregación. Las bienaventuranzas también fueron pronunciadas para el seglar. La mortificación y la cruz también las predió Cristo para el laico. Porque el laico en su tendencia hacia la santidad tiene que portar los dos elementos de la misma: la limpieza, ele­mento negativo, y la gracia y virtudes, elemento positivo. Pero los tiene que vivir con su estilo peculiar. El propio del seglar. Elemento negativo. El laico para ser santo tiene que ser también un alma sin tierra (agios), sin mancha, sin pecado. Pero esto no es obstáculo a ese estilo peculiar del seglar. El elemento negativo, aunque no admite grados, presenta una re­latividad que le envuelve. Lo mismo que el positivo. Todos están llenos. Deben estar llenos de Dios, para ser santos. Deben esforzarse por llenarse de Dios, para ser fieles a las exigencias de su espiritualidad. Pero lo que basta a llenar a un seglar puede que resulte insuficiente para producir esa plenitud en el alma de un sacerdote o de un religioso. La comparación de Teresita se nos está viniendo a los puntos de la pluma. Los distintos vasos de capacidad diferente. Todos llenos. Pero no todos con la misma cantidad de agua. Pues lo mismo en la espiritualidad santificadora.

(75) No resisimos a traer el testimonio de Péguy: "No basta abatir lo tempo­ral para elevarse en la categoría de lo eterno. No basta abatir la naturaleza para elevarse en la categoría de la gracia. No basta abatir el mundo para elevarse en la categoría de Dios ... Porque qUienes no tienen la fuerza de ser de la naturaleza creen que son de la gracia. Porque quienes no tienen el valor temporal creen que han entrado en la penetración de lo eterno. Porque quienes no tienen el valor de ser del mundo, piensan que son de Dios. Porque qUienes no tienen el valor de ser de uno de los partidos del hombre creen que son del partido de Dios. POrque quie­nes no aman a nadie, creen que aman a Dios. También Jesucristo ha sido hom­bre. "Note conjointe sur M. Descartes; Oeuvres compl. ed. N. R. F. t. IX, p. 180-81.

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Lo negativo-limpieza de alma-en la santidad y en la espiritualidad tiene también un significado relativo. Lo que puede ser una imperfección, que impide a un alma sacerdotal o religiosa ser limpia, no puede ser im­perfección en un seglar. Porque todos los elementos idénticos objetiva y ontológicamente de la santidad cada alma los debe vivir desde su propia vocación, desde su propia fisonomía. «La piedad de los laicos-escribe A. Sustar-no significa una debilitación o atenuación de la ascética cris­tiana o del ideal cristiano de santidad; no significa un alejamiento de la imitación de Cristo o una concesión a la flaqueza humana. La piedad de los laicos no es más «fácib> ni menos «plena» que la del monje. Sólo su forma de realizarse es distinta.» (76).

Con esto queda clara la fisonomía de la espiritualidad seglar. De ella no quedan descartados ninguno de los elementos esenciales de la santidad. Ni quedan orillados ninguno de los medios tradicionales de santificarse las almas. En la espiritualidad seglar hay cabida para la oración, para la vida sacramental, para la mortificación y la negación de uno mismo. Pero todo ello con matiz seglar. «Sería absurdo afirmar-escribe Tarancón­que el padre de familia estuviese obligado a descuidar sus deberes fami­liares, la atención a su esposa y el cuidado y educación de sus hijos, o un profesional o político sus especiales deberes para ser fiel a unos actos con­cretos de espiritualidad. Por eso... es evidente que el orden de vida de los seglares... no podrá convertirse nunca en la reglamentación de vida de los religiosos» (77).

Y lo característico de todos esos medios es estar supeditados, ordenados al cumplimiento de sus deberes propios de su estado o de su profesion. No al contrario.

CONCLUSION

Frente al problema hoy de actualidad que plantea a los estudiosos el tema de la espiritualidad seglar estamos con los que admiten una espiri­tualidad seglar propia y específica del mismo. Inconfundible con la del sacerdote y con la del religioso. Su fisonomía viene condicionada por la del seglar en la Iglesia de Dios. Esta fisonomía nosotros la hemos ido a buscar en dos gracias; una, sacramental, y otra, extrasacramental. Aquélla la hemos buscado por el camino de los sacramentos de la iniciación cris­tiana, bautismo y confirmación, que a través del carácter y de la gracia sacramental pueden fundamentar una espiritualidad inconfundible con la del sacerdote o del religioso. La extrasacramental la hemos puesto en la

(76) El laico en la Iglesia. Panorama de la teología actual, p. 617. (77) El misterio de la Iglesia, p. 180.

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vocación del seglar, propiamente vocación divina, que es, por tanto, gra­cia o conjunto de gracias que facilitan al seglar la adquisición de su pro­pia santidad.

Junto a estas dos gracias hemos señalado su manera peculiar de vivir los elementos comunes a toda espiritualidad, esos caracteres especiales que vienen impuestos a esos elementos comunes por la situación peculiar que el seglar tiene en la Iglesia y en el mundo. Una situación que no puede de ninguna manera confundirse con la situación que tienen el sacerdote y el religioso. Y que entraña un comportamiento vital distinto frente a la limpieza y plenitud de gracia, así como frente a los medios tradicionales de santidad, que el seglar tiene también que vivir, porque el evangelio es para todos. No es coto de unos cuantos. Los escogidos, los llamados, los consagrados.

Esto no quiere decir que la espiritualidad seglar sea ni una espiritua­lidad desvaída, ni facilona. N o es desvaída porque en sí tiene capacidad para llevar a su perfecto desarrollo la gracia cristiana puesta en el alma por el sacramento del bautismo y acrecentada por los demás sacramentos. No es facilona. Todo lo contrario. El seglar, por su condición de inmergido en las cosas que no son Dios, tiene más dificultades para unirse con El que quien prescinde de esas cosas. Pero la dificultad no quiere significar imposibilidad. Tiene gracia suficiente en su propia vocación para superar esas dificultades. Como las tiene en la suya el sacerdote. Y las tiene tam­bién el religioso.

y todos son necesarios e irremplazables en la Iglesia de Dios. Los laicos o seglares también. «De esta forma-escribe Congar-la misión total de la Iglesia engloba el papel propio de los clérigos y el papel propio de los laicos, sin perjuicio de lo que es común a unos y a otros; la misión del laicado complementa la del sacerdocio, la cual, sin aquélla, no alcanzaría la plenitud de sus efectos. Una vez más los laicos forman el pleroma sa­cerdotal del obispo» (78). Y que a nadie escandalice esta frase atrevida, ni por su contenido, ni por su modernidad. Ya en su tiempo les bautizaba así San Juan Crisóstomo a los laicos.

Tal es la misión intransferible de los seglares. Ellos tienen un testi­monio propio que llevar, problemas específicos que resolver, reformas que promover bajo su propia responsabilidad. Dejándoles libre campo, la Igle­sia no cede a una necesidad práctica de suplencia. Intenta, por el con­trario, y sin segundas intenciones, dejar a los seglares las responsabilidad total de la sociedad humana» (79).

(78) CONGAR, o. e., p. 483. (79) SUHARD, o. e., p. 331.

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