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La crucial diferencia entre contentamiento y felicidad Hay una famosa cita atribuida a John Lennon que dice: Cuando fui a la escuela me preguntaron que quería ser de mayor. Yo escribí ‘feliz’. Me dijeron que no había entendido la tarea y yo les dije que ellos no entendían la vida”. Entendiendo o no la vida, todos estamos buscando la felicidad permanente (incluidos los maestros que reprobaron a John) y todo lo que hacemos durante nuestra existencia no es otra cosa que el método que, consciente o no, cada uno considera mejor para acercarse a esa meta. Definir qué es ‘felicidad’ puede ser peliagudo y quizás depende de cada ser, pero aquí me refiero a la idea de estar siempre satisfecho, alegre y sin sufrimiento. Lograr un estado así, ya se habrán dado cuenta, es difícil o, como algunos sostienen, imposible. Alguien me dijo hace años (repitiendo una idea muy generalizada) que la felicidad total no existe y que, como mucho, uno puede ir encadenando pequeños momentos de felicidad. Yo me negué a creerle y aunque las vicisitudes de la vida me contradigan, las enseñanzas espirituales me han confirmado que ese estado que yo buscaba sí existe, lo que pasa es que está camuflado: tiene otro nombre y está en los sitios donde yo no escudriñaba. En el tercer libro (Vana Parva) del Mahābhārata, el gran poema épico de la India, hay un famoso episodio en que el recto rey Yudhiṣṭhira es interrogado por un yakṣa (una especie de espíritu de los bosques) con una larga lista de profundas preguntas sobre ética, filosofía y espiritualidad. Entre ellas, el yakṣa pregunta: “¿Cuál es la máxima felicidad?”. A lo que Yudhiṣṭhira responde: “La máxima felicidad es el contentamiento”. Y aquí empieza la clave para entender el método (al menos, uno de ellos) para ser siempre feliz. Veamos: La palabra sánscrita que usa Yudhiṣṭhira en el original es tuṣṭi (tushti), que deriva de la raíz verbal tuṣ que significa “complacer(se)”, por lo que tuṣṭi se puede traducir como “satisfacción o contentamiento (o también contento)”. En los Yoga Sūtras, el gran manual del Rāja Yoga (“Yoga Regio”

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La crucial diferencia entre contentamiento y felicidad

Hay una famosa cita atribuida a John Lennon que dice: “Cuando fui a la escuela me preguntaron que quería ser de mayor. Yo escribí ‘feliz’. Me dijeron que no había entendido la tarea y yo les dije que ellos no entendían la vida”.Entendiendo o no la vida, todos estamos buscando la felicidad permanente (incluidos los maestros que reprobaron a John) y todo lo que hacemos durante nuestra existencia no es otra cosa que el método que, consciente o no, cada uno considera mejor para acercarse a esa meta. Definir qué es ‘felicidad’ puede ser peliagudo y quizás depende de cada ser, pero aquí me refiero a la idea de estar siempre satisfecho, alegre y sin sufrimiento. Lograr un estado así, ya se habrán dado cuenta, es difícil o, como algunos sostienen, imposible.Alguien me dijo hace años (repitiendo una idea muy generalizada) que la felicidad total no existe y que, como mucho, uno puede ir encadenando pequeños momentos de felicidad. Yo me negué a creerle y aunque las vicisitudes de la vida me contradigan, las enseñanzas espirituales me han confirmado que ese estado que yo buscaba sí existe, lo que pasa es que está camuflado: tiene otro nombre y está en los sitios donde yo no escudriñaba.En el tercer libro (Vana Parva) del Mahābhārata, el gran poema épico de la India, hay un famoso episodio en que el recto rey Yudhiṣṭhira es interrogado por un yakṣa (una especie de espíritu de los bosques) con una larga lista de profundas preguntas sobre ética, filosofía y espiritualidad. Entre ellas, el yakṣa pregunta:“¿Cuál es la máxima felicidad?”.A lo que Yudhiṣṭhira responde:“La máxima felicidad es el contentamiento”.Y aquí empieza la clave para entender el método (al menos, uno de ellos) para ser siempre feliz. Veamos:La palabra sánscrita que usa Yudhiṣṭhira en el original es tuṣṭi (tushti), que deriva de la raíz verbal tuṣ que significa “complacer(se)”, por lo que tuṣṭi  se puede traducir como “satisfacción o contentamiento (o también contento)”.En los Yoga Sūtras, el gran manual del Rāja Yoga (“Yoga Regio” o Yoga del control mental), el sabio Patañjali explica que uno de los cinco niyamas (observancias o reglas éticas) es saṁtoṣa (o santoṣa, pronúnciese ‘santosha’). Dicha palabra procede de la misma raíz tuṣ y refiere a la idea de “total (sam) satisfacción (toṣa)”, soliéndose traducir como “contentamiento”. En el sūtra II.42 del citado texto se define santoṣa:“A partir del contentamiento se obtiene la máxima felicidad”En su libro El hinduismo, Swami Satyānanda Saraswatī explica que “según el Manu Smriti (o Código de Manu, el tratado más importante sobre la forma correcta de actuar) el contentamiento y el auto-control son el fundamento mismo de la felicidad”.

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Como vemos, según explica la tradición hindú, no puede haber felicidad (sukha) sin contentamiento (saṁtoṣa). O mejor dicho, la felicidad que buscamos es, en realidad, contentamiento.Para mí, el primer obstáculo para entender esta cuestión es lingüístico ya que la palabra “contentamiento”, al menos en español, suena pobre en comparación a “felicidad”. A primera vista, estar “contento” no es lo mismo, ni mejor, que estar “feliz”. Sin embargo, para la RAE pueden ser sinónimos y en ambos casos se habla de “alegría y satisfacción”.De todos modos, y aunque sus definiciones sean muy similares, hay una diferencia clave entre los dos conceptos: la felicidad es transitoria (al igual que el sufrimiento, claro) pero el contentamiento se mantiene estable ante esos inevitables vaivenes del mundo dual.Swami Satchidananda lo explica mejor: “Contentamiento significa simplemente ser como somos, sin ir hacia cosas exteriores para la felicidad. Si algo llega, lo aceptamos. Si no llega, no importa”.Efectivamente, por felicidad me parece que uno se imagina un estado en que se encuentra siempre alegre y sin sufrir. Pero, los sabios dicen (y uno sin ser sabio lo intuye), tal cosa no existe y por eso en el Yoga Bhaṣya de Vyāsa (el comentario más autoritativo de los Yoga Sūtras) se equipara la “insuperable felicidad” que da santoṣa a la “desaparición del deseo”. O más amplio:“El contentamiento se logra no deseando nada más de lo que ya se tiene”.La tradición cristiana también hace hincapié en la idea de contentamiento y, por lo que he notado, es una noción que a muchos les suena a “resignación” o “conformismo”. En una sociedad (la moderna) que pregona abiertamente el consumo y la obtención permanente de objetos y estatus; en que la competencia se fomenta desde niños; en que la palabra “progresar” repiquetea de fondo en cada decisión que uno toma, decir que la felicidad es contentarse con lo que se tiene suena a burla.Alguien me dijo bastante en broma “lo importante no es tener dinero, sino no gastarlo”. En la misma línea, aunque más profunda, ya conocen la popular frase de “no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”. Y si bien la opinión generalizada es que no tener deseos significa convertirse en un ser anodino y mediocre, la verdad espiritual dice que llegar al punto de no desear nada (ni objetos, ni personas, ni situaciones, ni emociones) es sinónimo de paz y de satisfacción completa.La naturaleza del deseo es generar más deseo y, por tanto, uno siempre quiere algo más, con la falsa impresión de que al obtenerlo alcanzará la satisfacción. Además, el deseo no se limita a “tener” (un coche o una casa, por nombrar ejemplos típicos), sino que después de disfrutar de una gran comida uno puede desear sentirse más liviano (“¿por qué habré comido tanto?”) o dormir una siesta. E incluso cuando uno está enamorado y en las nubes, en apariencia completo, suele murmurar la frase: “quisiera que esto durara para siempre”.Por tanto, el deseo siempre tiene al pasado o al presente como la meta, nunca satisfecho en el aquí y el ahora (ya saben que hay

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muchos libros de auto-ayuda sobre el tema).

Para mí, una forma básica de reducir los deseos y empezar a practicar el contentamiento puede hacerse a través de la gratitud. Uno da por sentado que estar vivo, tener alimento cada día, una cama caliente, buena salud o la pantalla de un dispositivo electrónico para escribir/leer este post son connaturales a su persona. Digamos que uno considera que son sus “derechos” y rara vez se para a pensar que la mayoría de los seres del mundo tiene mucho menos que uno.Como dice el maestro budista zen Thich Nhat Hanh: “simplemente el respirar es un regalo”.O como dice Swami Premananda: “Todos los días por la mañana deberíamos agradecer a lo Supremo que hemos sido privilegiados con una vida así. Sólo entonces la utilizaremos sabiamente, con atención, cuidado, comprensión y concentración”.El siguiente paso, creo, tiene que ver con el entendimiento, al inicio meramente intelectual, de cómo funciona el mundo. Según el maestro Sri Dharma Mittra el “verdadero contentamiento es el resultado del conocimiento de las leyes del karma”.Con ley del karma, se refiere a un principio clave del hinduismo que es la ley cósmica de causa y efecto que explica que “todo lo que nos sucede se debe a nuestras acciones previas”. Aceptar esta ley ayuda mucho a entender situaciones que, en apariencia, son incomprensibles. Y agrega Dharma, “una vez que uno reconoce esto es capaz de pasar por las experiencias, mantener la ecuanimidad y ser verdaderamente feliz”.

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Para quienes estas palabras les ponen los pelos de punta, es bueno aclarar que esta aceptación no significa que uno no haga lo necesario para modificar aquello que considera “incorrecto” o “injusto”. Simplemente significa que la paz y la satisfacción interior no se ven alteradas por los sucesos externos.La idea que subyace a este planteamiento es la de “reconocer que todo ya es perfecto” tal como es. Sobre todo porque, como dice la filosofía espiritual, lo que estamos buscando fuera ya lo tenemos dentro.En conclusión, no es malo aspirar a tener felicidad, a estar siempre confortable y de buen humor, pero es útil entender que esos estados son transitorios y apegarse a ellos es una causa perdida (lo cual no quiere decir que uno no pueda o deba disfrutar de las “pequeñas cosas de la vida”). Como ejemplo de felicidades efímeras (que en su simplicidad se empiezan a acercar al contentamiento) pongo una imagen que saqué de aquí y me inspiró (se amplía al clicar):

Siete tipos de felicidad cotidiana (por el dibujante australiano Michael Leunig) 1. La felicidad secreta, que es firme pero bellamente delicada. 2. Tres minutos de felicidad tomados prestados de un perro. 3. La felicidad tradicional de estar tumbados. 4. La felicidad que aparece cuando se contempla una piedra. 5. Felicidad mezclada con una misteriosa tristeza. 6. La extraña felicidad asociada con ver un meteorito o una estrella fugaz. 7. Felicidad difusa, residual, que resulta de hacer tareas domésticas rítmicas como fregar los platos.La verdadera (en el sentido de duradera) felicidad es “independiente de condiciones externas” (llámense éstas coche, pareja, arte, brisa en el rostro, café calentito o, incluso, sonrisa de bebé) y en la tradición espiritual de la India se la conoce como saṁtoṣa. Entenderlo y, claro, aplicarlo es la clave.

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